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Un análisis de la relación entre las variables “renta petrolera”, proceso de

formulación de políticas públicas y resultados alcanzados en la República Bolivariana


de Venezuela

Mauro Casa González

Julio de 2012

Sistemas Políticos Comparados


Licenciatura en Ciencia Política
FCS – UdelaR

1
Introducción

Las explicaciones de corte institucionalista sobre los resultados de las políticas


públicas presentan importantes fortalezas para el análisis de sus procesos de
formulación (PFP). Eso es claro desde un marco conceptual de “Nueva Economía
Política”, cuando se le aplica al “juego político” en América Latina (Scartascini et.al.,
2011). Ello aplica ajustadamente al caso de Venezuela, como bien se muestra en
González (et. al., 2011). No obstante, tal constructo analítico no debe dejar de
considerar el peso e influencia de una variable clave para comprender las dinámicas
del PFP en este país, como lo es la renta proveniente del petróleo; principal producto
de exportación venezolano desde las primeras décadas del siglo XX. Dicha variable -y
sus oscilaciones de precio y consumo internacional-, es mucho más que mero contexto
para las instituciones políticas. Constituye un elemento definitorio del cómo del PFP y
de sus resultados.
No iremos a decantarnos por un abordaje desde los múltiples y profusos estudios
que analizan el devenir de los regímenes políticos a partir de las circunstancias del
desarrollo económico1, manteniéndonos dentro del marco institucionalista. Desde allí,
haremos explícita la importancia de la variable económica del ingreso fiscal externo
venezolano por concepto de renta petrolera. Tal importancia se halla presente en la
enorme mayoría de los estudios sobre régimen y sistema político venezolano, aunque
habitualmente de manera implícita, sin que se exprese de manera contundente el peso
de la variable. Bien nos dice Kornblith (1997), aun desde el institucionalismo, que en
Venezuela existe una correspondencia estrecha entre la democracia política y el
desarrollo socioeconómico. Será pues nuestro modesto objetivo dejar sentado que el
flujo de la renta petrolera -más o menos estable o caudalosa-, es una piedra angular en
la estructura de incentivos para los actores. Tal estructura, regulada por las
instituciones políticas, determina en buena medida el PFP y el resultado de las políticas
públicas.
Intentaremos sostener esta afirmación en un sucinto recorrido por los momentos
de inflexión histórica del sistema político venezolano desde que existe consenso en

1
Lipset (1981), Mainwaring y Pérez-Liñan (2006), Przeworski (1995, 2000), Altman (2001), entre otros.

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considerarlo democrático –del año 1958 hasta nuestros días-, basándonos
principalmente en la periodización hecha en González (op.cit.), y aportando
argumentos de otros autores en el sentido de nuestra hipótesis.
Desde la aparición del petróleo, Venezuela recibe una remuneración en cuanto
propietaria de un territorio con ingentes reservas de la mayor fuente de energía de la
economía mundial. Esa remuneración es una “renta” o “ingreso apropiado”, que no
compromete el desgaste de recursos productivos ni genera “ingreso productivo”
(Grisanti, 2007). El Estado Venezolano, que en primera instancia retiene la renta, se
propuso a sí mismo como gran dinamizador de los distintos sectores económicos y
sociales del país. En consecuencia, la consolidación de la economía petrolera estuvo
acompañada del establecimiento de variadas organizaciones públicas, producto de las
necesidades de un Estado pobre convertido por obra del petróleo en rentista.
El estudio de González (op.cit.) proclama que de la trayectoria histórica del sistema
político venezolano puede extraerse claramente la central influencia de la variable
renta petrolera en la consolidación, posterior crisis y caída del régimen institucional
cooperativo. Autores como el economista Carlos Peña (2010) dan un paso más allá en
el sentido de nuestro argumento, caracterizando a Venezuela como un “Petro-Estado”,
atado cabalmente a esas exportaciones, en una dependencia que puede evaluarse por
la importancia radical de ese sector en los ingresos fiscales. Al Estado no depender de
ingresos domésticos para extender sus atribuciones sobre la sociedad, manifiesta una
tendencia nociva hacia la ineficacia, discrecionalidad y falta de transparencia en la
asignación de los recursos, un comportamiento acentuado de búsqueda de rentas (y
simple corrupción); así como también, a traducir el acceso al poder político en un
seguro acceso a la percepción de rentas. El rentismo es para el autor la sencilla manera
de aumentar los ingresos, canalizados a través del Estado; dándole a este la
oportunidad de enfrentar sin mayor esfuerzo los conflictos de equidad.
Terry Karl (1997) refuerza esta línea, exponiendo de manera excelente cómo las
distorsiones sobre las reglas del juego y la toma de decisiones durante el boom
petrolero venezolano de la década de los setenta convirtió al país en un Petro-Estado,
provisto de abundantes recursos para intervenir en la vida social y económica.
Peña (op.cit.) nos muestra que la experiencia empírica pasada y reciente revela
mecanismos que el auge petrolero sólo tiene un efecto positivo en el corto plazo y

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repercusiones negativas sobre el crecimiento a largo plazo. Diversos factores propician
este tipo de relación. Entre ellos, la volatilidad de los precios; la voracidad fiscal
estimulada por el aumento del ingreso e introductora de una grave rigidez respecto a
aquella volatilidad; la mala calidad del gasto; y la búsqueda de rentas (incluso
corrupta) que suele acentuarse en los periodos de auge petrolero.
Los beneficios del poder son muy altos en las sociedades petroleras, y el control de
las rentas genera un desmedido interés en su conservación. A su vez, permite baja
tributación no petrolera, lo cual inhibe la rendición de cuentas y debilita la capacidad
administrativa del Estado. Los recursos pueden invertirse en redes clientelares, con
propósitos represivos, dotando de enorme poder de control al Estado; impidiendo la
autonomía ciudadana, privada y societal, a su vez que generan una fuerte tendencia
corruptiva2. Incluso los partidos políticos como actores centrales de la democracia
venezolana, han obteniendo su fuerza a partir de los cambios sociales masivos
acarreados por el petróleo; valiéndose de la abundancia de rentas como una
protección valiosa (Kornblith y Levine, 1995: 31). El petróleo es tan importante en la
vida política, que la consolidación de todo proyecto emergente aparece vinculada al
control del producto y su renta.
La relación entre el Estado y la nación se expresada en la distribución de esa renta.

Periodización de la influencia de la renta petrolera en la historia democrática


venezolana

La economía venezolana ha estado enormemente vinculada a la actividad petrol-


era a partir de los inicios de la explotación a principios del siglo XX. Con la
implementación del proyecto “gomecista” en 1908, el Estado fue incrementando su
gasto público, producto de los ingresos provenientes de la explotación petrolera y la
inversión extranjera en el área. En estudios como Romero (et.al, 2010) se afirma que
data de entonces la manifiesta dependencia del Estado de los ingresos petroleros y de
su articulación con el sistema mundo en tal clave. Siguiendo a Kornblith (1996),
concebimos este modelo de desarrollo como un capitalismo rentista y petrolero.

2
Ross (2001), Sala-i-Martin y Subramanian (2003), Isham y otros (2003): en González et al. (2011).

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La contundencia de estas afirmaciones puede analizarse más meticulosa y
periódicamente si seguimos el orden propuesto en González (op.cit.), y sus particiones
históricas. Basados en este análisis, caracterizamos el PFP del periodo 1958-1973 como
un marco cooperativo, que dio lugar a políticas estables y coherentes. Se estableció
entonces la expansión de la cobertura en salud y educación; la industrialización por
sustitución de importaciones financiada por el Estado; una política financiera con tipo
de cambio y tasa de interés nominales fijos, que permitió un significativo grado de
estabilidad; y una consistente disciplina fiscal. Estas políticas se basaron en el
importante flujo de renta proveniente de una política petrolera consensual, que
empujaba a un desempeño macroeconómico muy positivo, a partir de ese mercado
petrolero tan estable. Este sistema “de conciliación de élites” dependió de la presencia
de la abundancia relativa de recursos provenientes de la renta petrolera, que
capacitaba al Estado para atender demandas de grupos y sectores heterogéneos desde
una acomodación de intereses.
Hasta su nacionalización en 1976, la industria petrolera fue manejada por
empresas multinacionales, que aportaban al Estado mediante el pago de impuestos
por explotación de los hidrocarburos. Las cambiantes relaciones entre el Estado y
aquellas se verificaron en las modificaciones de la legislación petrolera e impositiva.
Desde la instalación de la industria, se verificó un proceso de pérdida de importancia
relativa de la dimensión productiva y progresivo predominio de la dimensión rentística.
Este desarrollo histórico de la política petrolera caracteriza muy bien la estabilidad la
cooperación en las políticas públicas de Venezuela en la democracia puntofijista.
Aunque tal cooperación no siempre generó políticas eficientes. Como se expone en
González (op.cit.), desde 1958 hasta 1975, todos los gobiernos aumentaron la carga
tributaria a las compañías petroleras extranjeras que operaban en el país, con
objetivos fiscalistas. Una década más tarde, la falta de inversión produjo una caída
precipitada en la producción. El involucramiento oligopólico de partidos y
corporaciones en este proceso político extractivo demostró ser cortoplacista, con
efectos negativos a largo plazo. En Romero (op.cit.), se señala que durante esta etapa
la cohabitación entre actores políticos y sociales permitió una coexistencia pacífica;
relación sostenida en la distribución rentística del petróleo; en una relación juego
suma-constante que explica la estabilidad democrática del período.

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El sistema político aseguró un clima de armonía asociado al disfrute y distribución
de la renta petrolera de manera tal que perviviera la coexistencia pacífica entre los
actores, y una resolución no violenta de las divergencias. Es esto lo que se denomina
capitalismo rentista, y que en el caso venezolano se atribuye a la relación entre
ingresos petroleros e inversión en gasto público y social, donde la disponibilidad
económica derivada de la venta de petróleo le ha permitido al Estado crear relaciones
clientelares y burocráticas que sostuvieron durante mucho tiempo al sistema político
(Romero, op.cit.: 39).
Se constata en González (op.cit.: 420) que también las políticas públicas del
periodo 1973-1988 resultaron de una cooperación persistente, aunque signada por un
contexto distinto de auges y caídas del precio del petróleo. Fue el incremento en los
precios del petróleo en la década de 1970, en palabras de los autores, lo que marcó un
cambio en relación con el periodo anterior, aumentando las posibilidades fiscales del
gobierno y las opciones de políticas públicas. Durante la primera administración de
Carlos Andrés Pérez (1974-79), las rentas petroleras se utilizaron para financiar un
ambicioso plan de desarrollo “estatizante” que abandonó la prudencia fiscal,
recurriendo a un vertiginoso endeudamiento. En los dos periodos presidenciales
siguientes –a pesar de que la disminución de las rentas petroleras tornó evidente la
vulnerabilidad económica– los actores evitaron la adopción de reformas económicas.
El incentivo principal siguió siendo la variable de la renta petrolera, puesto que se
actuó bajo la premisa de que su disminución era de carácter transitorio. Esto marca
una clara aversión al conflicto político, y un abuso del ingreso del petróleo como
instrumento para disminuir las tensiones sociales.
Fueron, según los autores, los auges y caídas del petróleo en las décadas de 1970 y
1980 los que distorsionaron bruscamente el PFP, promoviendo el unilateralismo
presidencial, el déficit fiscal, la búsqueda de rentas y la corrupción. El dramático
descenso en el ingreso per cápita petrolero dinamitó la popularidad de los partidos
políticos fundamentales. (González, op.cit.: 397). Es claro que la transformación radical
del régimen y sistema político de las siguientes décadas tuvo su primer paso en la
oscilación internacional del precio del crudo.
La política petrolera en sí vivió un periodo de apogeo con la nacionalización y
creación de PDVSA en 1976, y continuó siendo notablemente cooperativa hasta la

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década de 1990. El impacto de la caída de los precios de exportación del petróleo a
partir de 1982 sobre la estructura productiva del Estado fue atroz; marcando el
principio del fin de la cooperación política. Ya la apertura del sector petrolero a la
inversión extranjera fue apoyada por AD y COPEI, con la acérrima oposición de la
izquierda. Kornblith (op.cit.) describe la década de 1980 como de crisis del modelo
rentista; enorme deterioro de las expectativas de bienestar colectivo y pérdida de
legitimidad y confianza en las principales organizaciones partidistas que sostenían el
orden democrático. El colapso de la renta como fuente exclusiva de sostén del
crecimiento económico resultó de la combinación de varios procesos: inestabilidad y
decrecimiento de los precios y la demanda internacional de hidrocarburos; incremento
y complejización de los compromisos económicos y sociales del Estado venezolano;
aumento de las necesidades sociales (Kornblith, op.cit.: 6). Todas ellas tornaron
insuficiente el aporte petrolero.
Desde esta caracterización del recorrido democrático de Venezuela, puede
afirmarse con certeza considerable que la renta petrolera ha sido una variable de
indudable protagonismo. Siendo incluso su brusca oscilación el primer mojón para que
un sistema político cerrado y centralizado se volviera abierto, descentralizado y
competitivo; deshaciéndose el equilibrio cooperativo, sin que una estructura de
incentivos alternativa pudiera re-inducir a este.

Agudización de la influencia de la renta petrolera durante el gobierno del Presidente


Hugo Chávez Frías

El gobierno de Chávez, iniciado en 1998, ha propiciado una transformación radical


en el PFP de Venezuela. Este se caracteriza ahora por tener muy pocos actores
relevantes, una disminución en el rol de los partidos políticos, una presencia
prevalente de las Fuerzas Armadas y un dominio significativo del presidente. El grado
de polarización política y de conflicto entre el chavismo y la oposición es tan profundo
que las políticas rara vez se negocian en escenarios institucionalizados. La cooperación
está completamente quebrada, con resultados nocivos para las políticas públicas.
(González, op.cit.: 417). Y aquí también es importante la influencia de la variable renta
petrolera, como expondremos a continuación.

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Peña (op.cit.) reafirma que en la última década Venezuela se ha vuelto incluso más
dependiente de la renta petrolera, por el incremento vertiginoso de sus precios que
permite al Estado sortear las restricciones fiscales de los años anteriores. La política
económica se ha orientado en extremo hacia la maximización de los ingresos externos
y fiscales, basados en el incremento de esta renta, lo que imprimió a la gestión un
rumbo definido, aunque altamente riesgoso en su manejo.
En cuanto a la política petrolera en sí, González (op.cit.: 431) el gobierno de
Chávez eliminó la autonomía operacional y financiera de PDVSA. Sobrevino así un
conflicto que condujo al dramático descenso en las capacidades de la compañía,
siendo la politización de PDVSA hoy en día muy significativa. La apertura del sector
petrolero ha sido notablemente revertida en la última década. En 2005-07 se
expropiaron los contratos de la apertura y se hizo una nacionalización parcial de las
inversiones extranjeras. Ya para 2009, ante la caída de la producción, el gobierno inició
de nuevo una política de atracción de capitales extranjeros.
En Romero (op.cit.) se afirma que Chávez ha reconfigurado al Estado venezolano,
potenciando su papel de injerencia en los asuntos económicos, así como la defensa -
profundamente antinorteamericana- de la soberanía del país. Esta política se basó en
el control de los recursos petroleros, potenciando a la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP) y la recuperación de los precios del crudo, siguiendo
el Programa Económico de Transición, 1999-2000. Se radicalizaría esta línea con la
política de nacionalización y protección de la industria petrolera de la influencia
norteamericana, desde una agresiva campaña de “diplomacia petrolera” que impulsó
la internacionalización de la asistencia venezolana a otros países de la región, usando
el petróleo como arma política, de acuerdo con el Plan de Desarrollo Económico Social
de la Nación, 2001-2007. Se alentó una mayor incidencia sobre el mercado mundial de
hidrocarburos, empleando una robusta articulación con los miembros de la OPEP.
Fortaleciendo esa institución, se facilitó el empleo del petróleo como mecanismo
político de presión y competencia con los Estados Unidos, a la vez que se diversificó
sus destinos de colocación mediante asociaciones con Rusia, China e India
principalmente, sin descuidar el esquema geopolítico de integración energética con el
Caribe y Sudamérica.

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Se apunta en Grisanti (op.cit.) que ante épocas de bonanzas como la actual, el
Estado venezolano tradicionalmente ha tomado las mismas decisiones: expandir su
jurisdicción, reducir su eficiencia y fundar nuevas áreas para ejercer su acción
neutralizadora de los agentes económicos. El resultado negativo de esta política
también se ha convertido en una constante; ya prevista en la renombrada “paradoja
de la abundancia” de Karl (op.cit.), como una especie de ‘fisiología’ del Estado
petrolero, en el hecho de que su escaso desarrollo institucional lo incapacita para lidiar
con las turbulencias que traen consigo las bonanzas.
Se marca también claramente en Romero (op.cit.) que el incremento de la
preferencia electoral por Chávez está relacionado con el relanzamiento del capitalismo
rentístico en su gestión. La política planteada a través de la OPEP de rescate de los
precios de venta del petróleo, aunado a las fluctuaciones que en el mercado mundial
se han generado por el incremento del consumo, le han permitido desarrollar una
política social de subsidios y asistencias que nos permite comprender cómo a partir de
el período 2000-2004 aumentó sustancialmente su caudal electoral, saliendo
victorioso de todas las instancias de relegitimación en ese período. Su gobierno se
ufana en una concepción rentística, mediante el cual se aprovechan los ingresos
generados por la renta petrolera para realizar una agresiva política de nacionalización
económica y reforzamiento del Estado de Bienestar. La naturaleza de los ingresos
petroleros ha permitido que el Estado asuma de nuevo una política social clásicamente
asistencialista que, no obstante, ha rescatado lo concerniente a las condiciones de vida
del venezolano mediante la mejora de su entorno, a través de la reducción de las
brechas de diferenciación social existentes.
En definitiva, el actual boom petrolero se ha traducido en una expansión
económica sustentada en la explosión del consumo privado, del gasto público y de las
importaciones, y en un crecimiento desproporcionado del aparato burocrático estatal.
Esta realidad tiene una vital importancia cuando se piensa que más allá de los cambios
políticos e institucionales que han sobrevenido en Venezuela desde 1998, se ha
radicalizado un Petro-Estado ineficiente y corrupto, que persiste invicto los cambios
políticos y los boom económicos (Grisanti, op.cit.: 14).

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Conclusiones

Las consecuencias del modelo rentista en la dinámica económica, sociopolítica,


cultural e institucional del país han sido profundas, contradictorias y variadas, pero -a
todas luces- innegables. El propio Estado –y consecuentemente el régimen y el sistema
político- se amoldó y formó según esta dinámica de profunda dependencia petrolera.
Este modelo eximió a los actores durante largo tiempo de enfrentar la disyuntiva de
extraer recursos de un sector de la sociedad para transferirlos a otro. El origen externo
del ingreso fiscal y su abundancia permitieron atender de manera satisfactoria, aunque
desigual, las demandas y expectativas de diversos sectores sin generar los típicos
conflictos distributivos, y sin incluir significativamente consideraciones de eficiencia y
productividad en la asignación de recursos. En este modelo, el Estado y los políticos se
dotaron de una discrecionalidad, centralidad y visibilidad extremas (Kornblith, op.cit.:
7).
El deterioro de las condiciones de gobernabilidad del sistema político venezolano
debe ser visto como consecuencia de la exacerbación de aquellos factores que habían
coadyuvado al agotamiento del proyecto democrático: la excesiva carga burocrática y
clientelar y la finalización de las condiciones consensuadas sobre las cuales se
construyó la co-habitabilidad democrática de los actores políticos. Y la variable
petrolera funcionando como habitual primer engranaje del acontecer de cambios
profundos en el PFP y sus resultados (Romero, op.cit.).
Esta situación actual responde a un profundo path dependence que se plasma en
la historia democrática del país, como se plasma en la siguiente cita: “En el
funcionamiento del Estado venezolano, así como de las relaciones de poder
establecidas en el transcurso de todo el siglo XX; el petróleo ha sido un factor
significativo a través del uso dado a la renta petrolera (…) La democracia instaurada a
partir de 1958 se conformó sobre la base de un sistema de conciliación partidista y
distribución de la renta sobre las cuales hay que entender la estabilidad y
gobernabilidad del mismo. Al variar las condiciones de acceso a la distribución de la
renta, producto de las circunstancias de precariedad económica y social impulsada por
la crisis de la deuda externa en Venezuela a partir de 1983, y de los ajustes
estructurales impuestos por la tendencia neoliberal, hay que ver el cese de la co-

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habitabilidad y el inicio de la crisis de representación de los partidos políticos, que se
manifestó en la pérdida del caudal electoral de los actores políticos históricos”
(Romero, op.cit.: 40).
Las modificaciones en las condiciones de disponibilidad económica del ingreso
petrolero rentístico incidió por lo tanto en la alteración de al menos dos de las
precondiciones fundamentales del sistema político venezolano: el clientelismo y el
corporativismo. Con ello, la credibilidad y capacidad de movilización de los partidos
disminuyó, aumentando la desconfianza acerca de su efectividad para solucionar los
problemas sociales de los ciudadanos.
Kornblith (op.cit.: 8) sostiene que al recortarse el ingreso petrolero en términos
absolutos y relativos se produjo una reducción concomitante de la capacidad del
Estado para atender diversas demandas sociales y para expandirse hacia nuevos
ámbitos. La hipertrofia estatal generó ineficiencias múltiples que se reforzaban entre
sí. De todos modos, el Estado no se ha librado de la variada gama de compromisos
históricos, que se convirtieron en costosos lastres políticos, sociales y económicos para
el desempeño de la función pública.
Al día de hoy, la realidad venezolana está signada, desde el punto de vista del
papel del Estado en la sociedad globalizada, por los planes chavistas de conducir a un
relanzamiento del Capitalismo Rentístico, pero con una variante destinada a la
introducción de medidas redistributivas de la riqueza a través de una agresiva política
social. La política económica del país sigue estando cada vez más indisolublemente
ligada al factor renta petrolera. Queda la incógnita de la posibilidad de Chávez de
seguir manteniendo un gasto social clave para asegurarse el apoyo popular, con un
barril de petróleo no tan alto (Romero, op.cit.: 67).
Reflexiona con lucidez Kornblith al afirmar que: “El crecimiento económico fue el
supuesto que sostuvo el estilo consensual de resolución de los conflictos sociopolíticos.
Sin embargo, la insuficiencia de la renta petrolera y la limitación de la acción estatal
para atender las demandas de los diversos sectores sociales modificaron los supuestos
del modelo sociopolítico y, en consecuencia, las reglas que lo rigen y las relaciones
entre los actores” (op.cit.: 9).
Nada asegura que eso no volverá a pasar en un futuro próximo; perspicacia que
apoya la idea de unas políticas públicas restringidas y absolutamente definidas en

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tanto a su continuidad, estabilidad y capacidad de adaptación por lo que acontezca
con el PFP, que en última instancia, se encuentra indisolublemente ligado al devenir de
la renta petrolera. Un contexto de escasez de recursos genera tensiones y
frustraciones que no son fácilmente canalizables a través de mecanismos, instituciones
y reglas originalmente diseñados para tiempos de abundancia (Kornblith, op.cit.: 8).
Eso responde a un modelo rentista que, económica, cultural, institucional e
ideológicamente, permea de lleno -como se ha expuesto en este análisis- a la sociedad
venezolana y a su PFP imperante.
Venezuela ya pasó de una situación asimilable a un juego suma-variable positivo,
en el que los actores podían repartirse los beneficios de un ingreso en continuo
aumento, a una situación semejante a la de un juego suma-cero o suma-constante-
negativo, donde las ganancias de unos representan las pérdidas de otros, o donde
habrá que repartirse las pérdidas. La estrategia óptima para políticos cooperativos no
implicó medidas que fomentasen el crecimiento económico, si iban en detrimento de
su supervivencia política. Tal como se marca en González (op.cit.: 433), la cooperación
suele derivar en una cartelización del poder en países petroleros, cuyas rentas no
dependen de la calidad general de las políticas públicas; por lo cual la cooperación no
suele promover la eficiencia. La abundancia generada por el petróleo y las condiciones
favorables para la cooperación fomentaron la creación de un cartel dedicado a la
distribución clientelista de esas rentas; cartel que implementó políticas insostenibles
una vez que las rentas disminuyeron.
Podría incluso sostenerse que la magnitud de los shocks externos en este periodo
fue tan significativa que habría sido difícil manejarlos en los límites de cualquier marco
institucional. La prueba está en que muchos otros países petroleros con marcos
institucionales muy diferentes sufrieron crisis económicas y de gobernabilidad.
Lo que parece una conclusión de apreciable firmeza es que el pacto puntofijista de
elites permitió la creación de una democracia limitada, reduciendo los beneficios del
poder, y evitando el destino autoritario de otros exportadores de petróleo y de las
democracias fallidas en la región. Sin embargo, el auge y la caída del petróleo
terminaron propiciando la decadencia económica e institucional. El marco institucional
cooperativo careció de suficiente representatividad, rendición de cuentas y
transparencia. Su naturaleza restrictiva se exacerbó tras la bonanza petrolera, y el

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“déficit democrático” condujo a la postre a la desaparición del sistema político
(González, op.cit.: 435).
Este análisis ha intentado presentar con claridad y de manera sucinta la idea de
que la oscilación en la renta petrolera ha sido una variable de indudable impacto en la
construcción de un régimen político venezolano sostenido en un capitalismo
netamente “rentista”, que se evidencia históricamente tal como hemos expuesto.
Cambios consistentes en dicha variable han trastornando intensamente los incentivos
que pautan el relacionamiento entre los actores políticos, alterando las condiciones de
cooperación o conflicto que hacen al PFP. Y por ello, en última instancia, han sido
determinantes de los resultados en términos de política pública. Venezuela ha sido y
es un Petro-Estado sometido a las condiciones de la renta petrolera. ▪

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Bibliografía

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