6 | HISTORIA | Recuento
Semana del 19 al 25 de julio de 2013. Diario Oficial El Peruano
Memoria de
una tragedia
A sus 93 años bien llevados, Germina Villar recuerda circunstancias previas y posteriores al siniestro
Escribe VÍCTOR ARRAMBIDE(*)
E
n la mañana del 10 de
mayo de 1943, el rumor
se había expandido por
toda la ciudad: “Hubo un incen-
dio en la Biblioteca Nacional”.
Germina Villar Igreda, de 22
años, escuchó la noticia de su
hermano. Inmediatamente se
dirigió desde su casa, en Breña,
al centro de Lima. El panorama
era desolador: el lugar donde se
desempeñaba como catalogado-
ra estaba en ruinas e inundado.
Ahora, doña Germina –con
93 años– me recibe como siem-
pre en su pequeño estudio, con
su escritorio lleno de papeles de
sus años universitarios. A un
lado, una vitrina con los docu-
mentos que conserva de Manuel
Atanasio Fuentes; y sobre ella, la
foto del “Murciélago” –el abue-
lo, como se le llama en casa–.
Cuando trabajaba en la Bi-
blioteca de la Universidad Agra-
ria de La Molina conoció a su es-
poso, Manuel Atanasio Fuentes
Villar. “Un día, regresando en el
bus de la universidad, pasamos
frente al Palacio de la Exposición
y me dijo que su bisabuelo fue
quien lo construyó”, recuerda.
TRAYECTORIA
“Mi padre era de Obrajillo, pero
trabajaba en la Cerro de Pasco
Copper Corporation; por eso
nací en Cerro de Pasco”, inicia
su relato. Como a su madre le
afectaba el clima de esa ciudad,
cuando tenía 6 años vivió por
un año en la zona de Canta.
INCENDIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL EN 1943
que destruyó un importante patrimonio cultural e histórico del país.
DESTRUCCIÓN. Valioso patrimonio documental se echó a perder en el siniestro de mayo de 1943. La recuperación tomó años.
Al año siguiente, su familia se
asentó en Lima, en La Victoria.
Estudió la secundaria en el
Primer Colegio Nacional de
Lima, hoy Colegio Rosa de San-
ta María, bajo la dirección de
Elvira García y García. Con solo
16 años, ingresó a la facultad
de Letras de San Marcos; fue
alumna de personalidades como
Aurelio Miró Quesada, Horacio
Urteaga, José Gálvez y Manuel
Beltroy, entre otros. “El doctor
Beltroy inluyó muchísimo en
mi formación.”
Como alumna destacada de
Beltroy, quien ejercía el cargo de
director de Educación Artística
y Extensión Cultural del Minis-
terio de Educación Pública, se
integró a ines de 1942 al grupo
de catalogadores de la Biblioteca
Nacional. La idea era formar
un registro de las existencias
del establecimiento. Eran parte
del equipo Amalia Cavero Ma-
riátegui (sobrina del Amauta),
Olivia Ojeda, Ricardo Arbulú
y Edmundo Cornejo Ubilluz,
entre otros, dirigidos por Alber-
to Tauro y Ella Dunbar Temple.
“Todos los días pasábamos
por la Sala América”. Doña
Germina cuenta la gran tensión
con el director de la Biblioteca,
Carlos Romero, quien siempre
se manifestó en contra de su
trabajo. Por meses, el grupo
de catalogadores trabajó ad
honórem. Recién en abril de
1943 fueron nombrados y se
les asignó un sueldo.
El viernes 7 de mayo, como
todos los viernes, el grupo de
catalogadores concluyó con su
trabajo y se dirigió a casa. El
lunes en la madrugada empezó
el incendio de la Biblioteca. Re-
cuerda que habló con los bom-
beros y para ellos el incendio
tuvo varios focos de inicio. “Es
conocido que corrió el rumor
que con el incendio se quería
destruir los papeles que inculpa-
ban a Mariano Ignacio Prado de
robarse el dinero para comprar
los buques durante la guerra”.
Luego, recordando un ar-
tículo de Raúl Porras Barrene-
chea en la muestra en recuerdo
del incendio de 1943, en la sede
actual de la Biblioteca, en San
Borja, sentenció: “El portero
era una persona muy amable
y no era ningún senil”.
“Estuvimos trabajando en-
tre los escombros. Luego nos
fuimos a la Escuela de Bellas
Artes”. Un mes después del in-
cendio, Jorge Basadre fue nom-
brado director de la Biblioteca
Nacional. Él decidió prescindir
de los catalogadores a ines de
ese año. “Estuvimos en contra
de la decisión de Basadre, por
eso decidimos sacar un folleto”.
Se trataba del memorial de los
catalogadores de la Biblioteca
Nacional al presidente Ma-
nuel Prado Ugarteche. Hasta
Riva- Agüero les recibió y les
dio la razón. “Hubo promesas
y, como jóvenes, pensamos que
íbamos a conseguir una reivin-
dicación.”
Doña Germina sintió mu-
cha pena por lo que pasó en
1943, y cree irmemente que
el país mejorará cuando se le dé
más importancia a la educación
de los niños y se pague bien a
los maestros. Luego de conversar
por unas horas, nos despedimos
con la condición de regresar
dentro de poco. Así será.
(*) Historiador