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Uno de los primeros desarrollos sobre la medialidad de las imágenes en la Bildwissenschaft
corresponde a Hans Belting. A continuación, intentaré presentar, en sus rasgos
fundamentales, el “enfoque medial sobre imágenes” propuesto por Belting.
El enfoque de Belting
Una de las principales motivaciones de la propuesta de Hans Belting es su interés por evitar
dos enfoques reduccionistas: por una parte, la orientación unilateral hacia las técnicas de
producción y circulación de imágenes; por otra parte, la orientación unilateral hacia la
dimensión ideal vigente en la experiencia de imágenes. En respuesta a tal motivación, Belting
propone una antropología de la imagen. El estudio de las imágenes desde un enfoque
antropológico es el camino, a juicio de Belting, para superar la alternativa entre el “mero
concepto de imagen” y “la mera técnica de la imagen” (2009, p. 26); entre “técnica y
conciencia” (2009, p. 37), entre “el sentido cultural” y “el sentido técnico-medial” de las
imágenes (ib.). En este sentido, Belting acentúa “la urgencia de plantear la cuestión de un
fundamento antropológico de las imágenes desde la perspectiva del enfoque humano y del
artefacto técnico” (2009, p. 25).
Ahora bien, el enfoque promovido por Belting se distingue de otros planteos en los que se
abordan cuestiones de la imagen en vinculación con la ciencia antropológica. En particular,
la propuesta de Belting no corresponde a la antropología visual. Su distanciamiento de la
semiótica como marco metodológico general lo aparta de esta.i Belting entiende a la
“antropología de la imagen” como un proyecto interdisciplinario, el cual intenta esclarecer
la estructura de las imágenes a partir de las imágenes mismas y no desde otras instancias,
como el lenguaje, por ejemplo. A partir de esa premisa metodológica general – la cual
caracteriza a la Bildwissenschaft -, Belting se concentra en lo que denomina “la praxis de la
imagen” (2009, p. 10). Conforme a ello, procura esclarecer la función y estructura de las
imágenes a partir de la experiencia de imagen, localizada ante todo en prácticas elementales,
fundantes de la cultura.ii Esto tiene consecuencias significativas: al situar la producción y
recepción de imágenes entre las experiencias originarias de la cultura, Belting abre la
posibilidad de una localización histórica de las imágenes “antes de la era del arte” (2009b).
Ello le permite – como un correctivo frente a los estudios orientados exclusivamente hacia
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las técnicas de producción de imágenes- afirmar el rol constitutivo de la percepción y la
simbolización en la experiencia de imagen.iii A esto apunta su caracterización del ser humano
como “el lugar de las imágenes” (2009, p. 14, 71).
Solo puedo plantear la pregunta por la imagen si planteo, por una parte, la pregunta por
el cuerpo humano que percibe, recuerda y produce imágenes, y por otra parte, la
pregunta por el medio portador, por el medio anfitrión de las imágenes. (SACHS-
HOMBACH, 2004, p. 120)
La tesis fundamental que subyace a la citada afirmación puede reconstruirse del siguiente
modo: la experiencia de imagen, en cuanto práctica cultural originaria, involucra la acción
encarnada de agentes corporales que perciben, recuerdan y producen imágenes, así como
también la eficacia de medios técnicamente producidos que “hospedan” a las imágenes, es
decir, que proveen a estas de un sitio en el espacio social.
Es notorio el esfuerzo teórico de Belting por dar cuenta de manera unificada de los diversos
aspectos que entran en juego en las experiencias de imágenes, en especial los rendimientos
del cuerpo actuante en la percepción de imágenes, los procesos simbólicos operantes en la
producción, circulación y recepción de imágenes y el rol de los medios técnicos en tales
procesos. Con su tríada de “imagen, medio, cuerpo”, a la cual caracteriza también como
“imagen - aparato de imágenes - cuerpo vivo” (2009, p. 26), Belting procura abarcar en su
complejidad aquellos aspectos y sus interrelaciones.
Uno de los principales desafíos para esa tarea consiste en ofrecer una descripción que tenga
en cuenta la diferencia entre “imágenes internas” e “imágenes externas”, pero atendiendo a
su interrelación constitutiva:
A unas podemos describirlas como imágenes endógenas, o propias del cuerpo, mientras
que las otras necesitan siempre primero un cuerpo técnico de la imagen para alcanzar
nuestra mirada. Sin embargo, no es posible entender estas dos modalidades -imágenes
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del mundo exterior e imágenes internas- en el marco de esta dualidad, pues esta solo
prosigue la antigua oposición entre espíritu y materia. (BELTING, 2009, p. 26)
Para afrontar ese desafío y evitar el dualismo de forma y materia, Belting introduce, junto a
la noción de “imagen”, las nociones de “cuerpo” y “medio”. Para ello, toma como eje la
siguiente estructura: las imágenes, sean internas o externas, se manifiestan en y desde un
cuerpo, que es más que un mero soporte físico. Se trata de un cuerpo actuante que coopera
en la formación de la imagen.iv En el caso de las imágenes internas, se trata del cuerpo vivo
del agente que percibe, sueña, etc. En el caso de las imágenes externas, la corporización o
encarnación de las mismas es posible gracias a la acción de medios técnicos que proveen
“cuerpos mediales” o “simbólicos”. v Así, a través de la fotografía, por ejemplo, una imagen
se constituye adquiriendo un cuerpo, que no es solo su soporte físico, sino que incide en el
aparecer significativo de la imagen a nivel individual y colectivo. Además, los medios hacen
posible que las imágenes puedan transportarse y encarnarse en otros cuerpos -tanto en
cuerpos técnicamente producidos cuanto en los cuerpos de los agentes que captan las
imágenes-.vi
Desde muy temprano, los seres humanos se vieron tentados a comunicarse con las
imágenes como si fueran cuerpos vivos y también a aceptarlas en el lugar de esos
cuerpos. En ese caso, en realidad animamos sus media con el fin de experimentar las
imágenes como vivas (…) La animación, como actividad, describe el uso de imágenes
mejor que la percepción. (BELTING, 2015, p. 157)vii
Como praxis de animación destaca Belting el culto a los muertos.viii La estructura básica del
culto a los muertos es presentada del siguiente modo:
Una comunidad determinada se sentía amenazada por la brecha causada por la muerte
de uno de sus miembros. Los muertos, como resultado, se mantenían presentes y visibles
entre los vivos a través de sus imágenes. Pero las imágenes no existían por sí mismas.
A su vez, necesitaban de una forma de encarnación, lo que significa que necesitaban de
un agente o medium que pareciese un cuerpo. (2015, p. 158)ix
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Al destacar el culto a los muertos como experiencia de animación paradigmática, Belting
ofrece una descripción de la animación por imagen enfocada en la conexión entre presencia
y vida. La idea central de Belting en este punto es la siguiente: la vigencia social (la “vida”,
en sentido metafórico) de un miembro de la comunidad, puesta en riesgo por la muerte de
éste, es asegurada por la presencia visible que otorga la imagen. Con este planteo, Belting
describe de manera unificada dos aspectos fundamentales de la experiencia de imagen, a
saber: por una parte, las imágenes hacen presente lo que no está presente físicamente; por
otra parte, a través de las imágenes la comunidad instaura valor social o bien se lo restituye
a instancias que están en riesgo de perderlo.
Ahora bien, para cumplir dichas funciones, las imágenes cuentan con una dimensión sensible
que es más que el mero soporte material. Belting caracteriza a ello como “cuerpo” (Körper).
Gracias a su cuerpo, las imágenes no solo aparecen sensiblemente, habitando un espacio
físico, sino que ocupan un lugar en el espacio social. El cuerpo de la imagen asegura no solo
su perceptibilidad, sino también su captación simbólica en el orden de la vigencia y validez
comunitaria. Así como el cuerpo de un ser vivo es una materialidad viva, operante, así
también el cuerpo de las imágenes en el culto a los muertos es una materialidad operante,
viva – a nivel simbólico.
Una de las principales características del enfoque orientado hacia el proceso de animación -
y centrado particularmente en las prácticas y cultos mortuorios- consiste en que la relación
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entre medio e imagen queda focalizada en el carácter medial o mediatizado de la imagen, -y
no en el rol de las imágenes en el ámbito de los medios de comunicación-. Belting denomina
a tal perspectiva de estudio el “enfoque medial acerca de la imagen”.xii Una tesis central de
dicho enfoque es la siguiente: “los medios de la imagen no son externos a las imágenes”.
(BELTING, 2009, p. 28)
i
Respecto a la crítica de Belting al enfoque semiótico, ver BELTING, 2009, p. 17 sg.
ii
Este énfasis aproxima la “antropología de la imagen” de Belting a la antropología del ritual contemporánea.
Cf. Christop Wulf y sus estudios sobre homo pictor, en WULF, 2013.
iii
Ver BELTING, 2009, p. 26, 53.
iv
“Las imágenes no aparecieron en el mundo por partenogénesis. Más bien nacieron en cuerpos concretos de la
imagen, que desplegaban su efecto ya desde su material y su formato”. (BELTING, 2009, p. 33)
v
Cf. BELTING, 2009, p. 17, 26. Ver también BELTING, 2009, p. 19, 22, 25 sg., 37; SCHULZ, 2005, p. 170.
vi
“Puesto que una imagen carece de cuerpo, esta requiere de un medio en el cual pueda corporizarse. (…) La
antítesis de forma y materia, que fue elevada a ley en el arte, tiene sus raíces en la diferencia entre medio e
imagen”. (BELTING, 2009, p. 22)
vii
Cf. LUMBRERAS, 2010, p. 251.
viii
En diversos textos, Belting ha descrito y analizado la función de las imágenes en rituales funerarios. Ver
BELTING, 2009, p. 183-214; 2009b, p. 107-135.
ix
Ver también BELTING, 2009, p. 183-198.
x
Ver BELTING, 2009, p. 17, 38, 135; BELTING, 2015, p. 158.
xi
“Sin ningún medio, las imágenes dejaban de estar presentes en el espacio social”. (BELTING, 2009, p. 29)
xii
Ver BELTING, 2009, p. 17, 27.