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Basta una observación para reducir a sus verdaderas En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras
proporciones la analogía entre la moral de los siervos y la prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica
nuestra: las reacciones habituales del mexicano no son ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o
privativas de una clase, raza o grupo aislado, en situación sutiles de nuestras emociones y reacciones. Palabras
de inferioridad. Las clases ricas también se cierran al malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no
mundo exterior y también se desgarran cada vez que somos dueños de nosotros mismos. Confusamente reflejan
intentan abrirse. Se trata de una actitud que rebasa las nuestra intimidad: las explosiones de nuestra vitalidad las
circunstancias históricas, aunque se sirve de ellas para iluminan y las depresiones de nuestro ánimo las oscurecen.
manifestarse y se modifica a su contacto. El mexicano, Lenguaje sagrado, como el de los niños, la poesía y las
como todos los hombres, al servirse de las circunstancias sectas. Cada letra y cada sílaba están animadas de una vida
las convierte en materia plástica y se funde a ellas. Al doble, al mismo tiempo luminosa y oscura, que nos revela
esculpirlas, se esculpe. y oculta. Palabras que no dicen nada y dicen todo. Los
adolescentes, cuando quieren presumir de hombres, las
pronuncian con voz ronca. Las repiten las señoras, ya para
Si no es posible identificar nuestro carácter con el de los significar su libertad de espíritu, ya para mostrar la verdad
grupos sometidos, tampoco lo es negar su parentesco. En de sus sentimientos. Pues estas palabras son definitivas,
ambas situaciones el individuo y el grupo luchan, categóricas, a pesar de su ambigüedad y de la facilidad
simultánea y contradictoriamente, por ocultarse y con que varía su signifcado. Son las malas palabras, único
revelarse. Mas una diferencia radical nos separa. Siervos, lenguaje vivo en un mundo de vocablos anémicos. La
criados o razas víctimas de un poder extraño cualquiera poesía al alcance de todos.
(los negros norteamericanos, por ejemplo), entablan un
combate con una realidad concreta. Nosotros, en cambio,
luchamos con entidades imaginarias, vestigios del pasado Cada país tiene la suya. En la nuestra, en sus breves y
o fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos desgarradas, agresivas, chispeantes sílabas, parecidas a la
fantasmas y vestigios son reales, al menos para nosotros. momentánea luz que arroja el cuchillo cuando se le
Su realidad es de un orden sutil y atroz, porque es una descarga contra un cuerpo opaco y duro, se condensan
realidad fantasmagórica. Son intocables e invencibles, ya todos nuestros apetitos, nuestras iras, nuestros entusiasmos
que no están fuera de nosotros, sino en nosotros mismos. y los anhelos que pelean en nuestro fondo, inexpresados.
En la lucha que sostiene contra ellos nuestra voluntad de Esa palabra es nuestro santo y seña. Por ella y en ella nos
ser, cuentan con un aliado secreto y poderoso: nuestro reconocemos entre extraños y a ella acudimos cada vez
miedo a ser. Porque todo lo que es el mexicano actual, que aflora a nuestros labios la condción de nuestro ser.
como se ha visto, puede reducirse a esto: el mexicano no Conocerla, usarla, arrojándola al aire como un juguete
quiere o no se atreve a ser él mismo. vistoso o haciéndola vibrar como un arma afilada, es una
manera de afirmar nuestra mexicanidad.
busca de El Dorado, y que en días de la Revolución novela El reino de este mundo (1949) que no apareció en
Francesa —¡vivan la Razón y el Ser Supremo!—, el algunas ediciones, aunque hoy lo considero, salvo en
compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras algunos detalles, tan vigente como entonces. El
de Patagonia buscando la ciudad encantada de los Césares. surrealismo ha dejado de constituir, para nosotros, por
Enfocando otro aspecto de la cuestión, veríamos que, así proceso de imitación muy activo hace todavía quince años,
como en Europa occidental el folklore danzario, por una presencia erróneamente manejada. Pero nos queda
ejemplo, ha perdido todo carácter mágico o invocatorio, lo real maravilloso de índole muy distinta, cada vez más
rara es la danza colectiva, en América, que no encierre un palpable y discernible, que empieza a proliferar en la
hondo sentido ritual, creándose en torno a él todo un novelística de algunos novelistas jóvenes de nuestro
Tal es la locura latina que el editor de una prestigiosa revista literaria se da cuenta que, a cuadras de su oficina, en pleno
campus, deambulan tres jóvenes escritores latinoamericanos. El señor se presenta y, sin más ni más,
establece un literary-lunch semanal en la cafetería que mira el río. La idea, dice, es armar un número especial de su
prestigiosa revista literaria centrado en el fenómeno latino. Los tres jóvenes (bueno, no tan jóvenes) quedan
relativamente extasiados. Se dan cuenta que, sin esfuerzo ni contacto alguno, van a ser publicados en “América” y en
inglés. Y sólo por ser latinos, por escribir en español, por haber nacido en Latinoamérica, ese "pueblo al
sur de los Estados Unidos", como sentenció el grupo rock Los Prisioneros.
Las cosas agarran prisa y el programa de escritores contacta a gente del departamento de lenguas y arman un taller de
traducción. Antes que termine el semestre, los cuentos y trozos de novelas de los tres latinos son entregados al ávido
editor. Los otros participantes extranjeros, algunos bastante más establecidos y añosos que los codiciados latin-boys,
observan atónitos y asumen que quizás el lugar es el adecuado pero el momento definitivamente no. Adiós a los asiáticos
y los centroeuropeos. Welcome all Hispanics.
Pues bien, el editor lee los textos hispanos y rechaza dos. Los que desecha poseen el estigma de "carecer de realismo
mágico". Los dos marginados creen escuchar mal y juran entender que sus escritos son poco verosímiles, que no se
estructuran. Pero no, el rechazo va por faltar al sagrado código del realismo mágico. El editor despacha la polémica
arguyendo que esos textos "bien pudieron ser escritos en cualquier país del Primer Mundo". Esta anécdota es, como
dijimos, real aunque los nombres y las nacionalidades fueron omitidas para proteger a los inocentes. Creemos, además,
que ilustra el conmovedor grado de ingenuidad de ambas partes interesadas.
Para dejar un registro histórico: ese día, en medio de la planicie del medioeste, surgió McOndo. Su inspiración más
cercana es otro libro: Cuentos con Walkman (Editorial Planeta, Santiago de Chile, 1993), una antología de
nuevos escritores chilenos (todos menores de 25 años), que irrumpió ante los lectores con la fuerza de un recital punk. Ese
libro, que ya lleva más de diez mil ejemplares vendidos sólo en el territorio chileno, fue compilado por
nosotros dos a partir de los trabajos de los jóvenes que asistían a los talleres literarios que ofrecía la Zona de Contacto, un
suplemento literario-juvenil que aparece todos los viernes en el diario El Mercurio de Santiago. Como dice la franja que
anuncia la cuarta edición, la moral walkman es "una nueva generación literaria que es post-todo: post-modernismo,
post-yuppie, postcomunismo, post-babyboom, post-capa de ozono. Aquí no hay realismo mágico, hay realismo virtual".
David Toscana, representante de México en Iowa, leyó el libro y tuvo la idea de armar un Cuentos con Walkman
internacional. Aceptamos el desafío y decidimos, a diferencia del primero, incluirnos en el libro. Quizás no hay excusas
pero aquí estamos. Ya que íbamos a estar detrás, por qué no adentro también.
Aunque por momentos sentimos que no íbamos a ninguna parte, al final llegamos a la meta. Como todo libro que vale,
McOndo es incompleto, parcial y arbitrario. No representa sino a sus participantes y ni siquiera. Es nuestra idea, nuestro
volón. Sabemos que muchos leerán este libro como una tratado generacional o como un manifiesto. No alcanza para
tanto.Seremos pretenciosos, pero no tenemos esas pretensiones.
Como en todo acto creativo, lo más entretenido (y agotador) fue coordinar y encontrar a los autores que cabían dentro del
canon preestablecido. El primer desafío de muchos fue conseguir una editorial que confiara en nosotros, nos convidara
infraestructura y redes de comunicación y, por sobre todo, nos asegurara una distribución por toda Hispanoamérica para
así tratar de borrar las fronteras, que hicieron de esta antología no sólo una recopilación sino un viaje de descubrimiento y
conquista. No fue fácil puesto que tuvimos que atravesar una maraña de burocracia y mala fe, además de erradas
ideologías de distribución, increíbles aranceles y simple desidia. En todas las capitales latinoamericanas uno puede
encontrar los best-sellers del momento o autores traducidos en España, pero ni hablar de autores iberoamericanos.
Simplemente no llegan. No hay interés. Recién ahora algunas editoriales se están dando cuenta que eso de escribir en un
mismo idioma aumenta el mercado y no lo reduce. Si uno es un escritor
latinoamericano y desea estar tanto en las librerías de Quito, La Paz y San Juan hay que publicar (y ojalá vivir) en Madrid.
Cruzar la frontera implica atravesar el Atlántico.
Como en toda antología que se precie de tal, la elección de quienes participan en este libro es dudosa, antojadiza y teñida
del favoritismo que se le tiene a los amigos. En McOndo hay mucho de esto; no podía ser de otra manera.
A pesar de las maravillas de la comunicación, el país desde donde surge esta antología sigue estando entre el cerro y el
mar. La comunicación con el exterior, por lo tanto, fue difícil, atrasada, escasa, y surgió a un ritmo más lento del que
esperábamos. Los contactos existían, pero más a nivel de amistad en países como Argentina, España y México. El resto
del continente era territorio desconocido, virgen. No conocíamos a nadie. Llegamos a pensar que América Latina era un
invento de los departamentos de español de las universidades norteamericanas. Salimos a conquistar McOndo y sólo
descubrimos Macondo. Estábamos en serios problemas. Los árboles de la selva no nos dejaban ver la punta de los
rascacielos.
No conocíamos siquiera un nombre en muchos de los países convocados. Nos topamos con panoramas como que los
libros de ciertas estrellas literarias no estaban disponibles en el país fronterizo. Los suplementos literarios de cada una de
las capitales no tenían ni idea de quienes eran sus autores locales. Podíamos escribir en el mismo idioma, tener la misma
edad y las antenas conectadas, pero aún así no teníamos idea quiénes éramos.
Cuando decidimos lanzar nuestras señales de humo recurrimos a todo lo imaginable: amigos, enemigos, corresponsales
extranjeros, editores, periodistas, críticos, rockeros en gira, auxiliares de vuelo, mochileros que salían de vacaciones.
Recurrimos al fax, a DHL, a la incipiente Internet. Apostamos por el correo tradicional (estampillas con la cara de
próceres muertos) y el correo electrónico (bits, no átomos) y abusamos del teléfono (usamos discado directo, cambiamos
varias veces de carrier dependiendo de las ofertas del mes y nos aprendimos todos los códigos de los países).
Poco a poco, comenzó a aparecer eso que sabíamos que existía, aunque estaba oculto en auto-publicaciones de segunda o
ediciones de pocos ejemplares. De alguna manera comprobamos que el fenómeno editorial joven en Latinoamérica es
irregular, a veces mezquino y en la mayoría de los casos, sufrido. La mayoría de los textos que recibimos eran ediciones
feas, publicadas con esfuerzo y con poca resonancia entre sus pares.
El criterio de selección entonces se centró en autores con al menos una publicación existente y algo de reconocimiento
local. Esta opción algo severa descalificó a ciertos autores y países de un brochazo. Exigimos,
además, cuentos inéditos. Podían versar sobre cualquier cosa. Tal como se puede inferir, todo rastro de realismo mágico
fue castigado con el rechazo, algo así como una venganza de lo ocurrido en Iowa.
El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quienes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal
(¿quién soy?). Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. Suponemos que ésta es una de las
herencias de la fiebre privatizadora mundial. Nos arriesgamos a señalar esto último como un signo de la literatura joven
hispanoamericana, y una entrada para la lectura de este libro. Pareciera, al releer estos cuentos, que estos escritores se
preocuparan menos de su contingencia pública y estuvieran retirados desde hace tiempo a sus cuarteles personales. No son
frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la
carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh.
La decisión final tuvo que ver con los gustos de los editores y la editorial, además de las presiones de ciertos agentes
literarios, la cambiante geopolítica (nos tocó guerras y relaciones diplomáticas tensas), el azar de los contactos y eso que
se llama suerte.
Hay autores vagando por el continente y la península que tuvimos que rechazar porque ya teníamos muchos
representantes de ese país (Argentina, México, España) o porque la demanda excedió la oferta. Otros autores
representativos están ausentes porque no pudieron llegar a tiempo, estaban bloqueados o no tenían nada que ofrecer.
Existen, por cierto, muchos países que faltan y deberían estar presentes. Hicimos lo posible. Reconocemos nuestra
incapacidad. A lo mejor sí debimos viajar por cada uno de los países pero no tuvimos ni el presupuesto ni el tiempo.
Quizás confiamos demasiado en las embajadas y en los agregados culturales que, dicho sea de paso, fueron incapaces de
ayudarnos. Una embajada dijo que sólo había poetas en su país (lo que resultó ser falso) y en otra nos aseguraron que el
autor más joven de su territorio era un chico de 48 años que, para más remate, era inédito.
No nos cabe duda que cuando este libro se edite, vamos a encontrarnos con la ingrata sorpresa de que un autor
McOndiano está dando mucho que hablar y ni siquiera sabíamos que existía. Son los riesgos que uno corre. Casi todos los
autores aquí incluidos son absolutos desconocidos fuera de su país. Y muchos son apenas conocidos en su propia casa. Así
y todo, pensamos que la muestra es grande, variada y comulga absolutamente con nuestro criterio de selección.
Sabemos que hay carencias y errores, pero también hay aciertos y sorpresas. estamos consientes de la presencia femenina
en el libro. ¿Por qué? Quizás esto se debe al desconocimiento de los editores y a los pocos libros de escritoras
hispanoamericanas que recibimos. De todas maneras, dejamos constancia que en ningún momento pensamos en la ley de
las compensaciones sólo para no quedar mal con nadie. Optamos por establecer una fecha de nacimiento para nuestros
autores que nos sirviera de colador y acotara una experiencia en común. Nos decidimos por una fecha que fuera desde
1959 (que coincide con la siempre recurrida revolución cubana) a 1962 (que en Chile y en otros países, es el año en que
llega la televisión). La mayoría, sin embargo, nacieron algún tiempo después.
Otra cosa en que nos fijamos: todos los escritores recolectados han publicado antes de los treinta con un relativo éxito.
Han creado polémicas, revueltas y exageraciones críticas con lo que escriben. Sobre el título de este volumen de cuentos
no valen dobles interpretaciones. Puede ser considerado una ironía irreverente al arcángel
San Gabriel, como también un merecido tributo. Más bien, la idea del título tiene algo de llamado de atención a la mirada
que se tiene de lo latinoamericano. No desconocemos lo exótico y variopinta de la cultura y costumbres de nuestros países,
pero no es posible aceptar los esencialismos reduccionistas, y creer que aquí todo el mundo anda con sombrero y vive en
árboles. Lo anterior vale para lo que se escribe hoy en el gran país McOndo, con temas y estilos variados, y muchos más
cercano al concepto de aldea global o mega red.
El nombre (¿marca-registrada?) McOndo es, claro, un chiste, una sátira, una talla. Nuestro McOndo es tan
latinoamericano y mágico (exótico) como el Macondo real (que, a todo ésto, no es real sino virtual). Nuestro país
McOndo es más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, tv-cable y barriadas. En McOndo
hay McDonald´s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y
malls gigantescos. En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar, claro que en el nuestro cuando la gente
vuela es porque anda en avión o están muy drogados. Latinoamérica, y de alguna manera Hispanoamérica (España y todo
el USA latino) nos parece tan realista mágico (surrealista, loco, contradictorio, alucinante) como el país imaginario donde
la gente se eleva o predice el futuro y los hombres viven eternamente. Acá los dictadores mueren y los desaparecidos no
retornan. El clima cambia, los ríos se salen, la tierra tiembla y Don Francisco coloniza nuestros inconscientes.
Existe un sector de la academia y de la intelligentsia ambulante que quieren venderle al mundo no sólo un paraíso
ecológico (¿el smog de Santiago?) sino una tierra de paz (¿Bogotá?, ¿Lima?). Los más ortodoxos creen que lo
latinoamericano es lo indígena, lo folklórico, lo izquierdista. Nuestros creadores culturales sería gente que usa poncho y
ojotas. Mereces Sosa sería latinoamericana, pero Pimpinela, no. ¿Y lo bastardo, lo híbrido? Para nosotros, el Chapulín
Colorado, Ricky Martin, Selena, Julio Iglesias y las telenovelas (o culebrones) son tan latinoamericanas como el
candombe o el vallenato. Hispanoamérica está lleno de material exótico para seguir bailando al son de El cóndor pasa o
Ellas bailan solas de Sting. Temerle a la cultura bastarda es negar nuestro propio mestizaje. Latinoamérica es el teatro
Colón de Buenos Aires y MacchuPichu, Siempre en Domingo y Magneto, Soda Stereo y Verónica Castro, Lucho Gatica,
Gardel y Cantinflas, el Festival de Viña y el Festival de Cine de La Habana, es Puig y Cortázar, Onetti y Corín Tellado, la
revista Vuelta y los tabloides sensacionalistas.
Latinoamérica es, irremediablemente, MTV latina, aquel alucinante consenso, ese flujo que coloniza nuestra conciencia a
través del cable, y que se está convirtiendo en el mejor ejemplo del sueño bolivariano cumplido, más concreto y eficaz a la
hora de hablar de unión que cientos de tratados o foros internacionales. De paso, digamos que McOndo es MTV latina,
pero en papel y letras de molde.
Y seguimos: Latinoamérica es Televisa, es Miami, son las repúblicas bananeras y Borges y el Comandante Marcos y CNN
en español y el Nafta y Mercosur y la deuda externa.
Vender un continente rural cuando, la verdad de las cosas, es urbano (más allá que sus sobrepobladas ciudades son un
caos y no funcionen) nos parece aberrante, cómodo e inmoral.
El trasfondo tras la ilusión del realismo mágico para la exportación (que tiene mucho de cálculo) lo aclara el poeta chileno
Oscar Hahn en una introducción a una antología de cuentos ad-hoc: "Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en
tierras de América fue recibido con gran alborozo y veneración por los isleños, que creyeron ver en él a un enviado
celestial. Realizados los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española, procedió a congraciarse con los
indígenas, repartiéndoles vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años después, los
descendientes de esos remotos americanos decidieron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público
internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que
transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de
dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo".
Lo que nosotros queremos ofrecerle al público internacional son cuentos distintos, más aterrizados si se quiere, de un
grupo de nuevos escritores hispanoamericanos que escriben en español, pero que no se sienten representantes de alguna
ideología y ni siquiera de sus propios países. Aun así, son intrínsecamente hispanoamericanos. Tiene ese prisma, esa
forma de situarse en el mundo.
En estos cuentos hay mas cepillado de dientes y excursiones al campo (bueno, al departamento o al centro comercial) que
levitaciones, pero pensamos que se viaja igual.
Los autores incluidos en McOndo son, como ya lo hemos reiterado (y lamentado) levemente conocidos en sus respectivos
países. Esto tiene su lado positivo puesto que no tienen una reputación internacional que proteger. No sienten, como
escribió el crítico David Gallagher en el suplemento literario TLS de Londres, "la necesidad de sumergirse en las aguas de
lo políticamente-correcto. Puesto que no tienen la ventaja de vivir afuera, difícilmente sabrían qué elementos usar para
escribir una novela políticamente correcta".
Es cierto que no todos los autores antologados viven dentro de sus países (aunque muchos tienen la intención de regresar y
pronto); aún así, estos escritores han producido textos que fueron escritos desde el interior para lectores internos. Como
bien acota Gallagher, refiriéndose específicamente al caso de Chile, "no le están escribiendo a una galería internacional,
por lo tanto, no tienen que mantener el status-quo del estereotipo de cómo debe o no debe ser el retrato (de
Hispanoamérica) para la exportación".
España, en tanto, está presente porque nos sentimos muy cercanos a ciertos escritores, películas y a una estética que sale
de la península que ahora es europea, pero que ya no es la madre patria. Los textos españoles no poseen ni toros ni
sevillanas ni guerra civil, lo que es una bendición. Los nuevos autores españoles no sólo son parte de la hermandad
cósmica sino son primos muy cercanos, que a lo mejor pueden hablar raro (de hecho, todos hablan raro y usan palabras y
jergas particulares) pero están en la mismo sintonía. La pregunta que inició la búsqueda de este libro fue si estábamos en
presencia de algo nuevo, de una nueva literatura o de una nueva perspectiva para ver la literatura. Pregunta que parece ser
el afán de toda nueva horneada de escritores. Las respuestas después de tener el libro terminado fueron sólo dudas. Como
es típico, lo más interesante, novedoso y original no está en la primera línea del mercado y aún menos entre el oficialismo
literario.
El verdadero afán de McOndo fue armar un red, ver si teníamos pares y comprobar que no estábamos tan solos en ésto. Lo
otro era tratar de ayudar a promocionar y dar a conocer a voces perdidas no por antiguas o pasadas de moda, sino
justamente por no responder a los cánones establecidos y legitimados.
Comprobamos que cada escritor ha elegido el camino que más le acomodaba, con los temas que consideraba más
adecuados. ¿Trabajo inútil entonces? Creemos que no: debajo de la heterogeneidad algo parece unir a todos estos
escritores, y a toda a una generación de adultos recientes. El mundo se empequeñeció y compartimos una cultura bastarda
similar, que nos ha hermanado irremediablemente sin buscarlo. Hemos crecido pegados a los mismos programas de la
televisión, admirado las mismas películas y leído todo lo que se merece leer, en una sincronía digna de considerarse
mágica. Todo esto trae, evidentemente, una similar postura ante la literatura y el compartir campos de referencias
unificadores. Esta realidad no es gratuita. Capaz que sea hasta mágica.
Santiago de Chile,
marzo 199
Manifiesto antropófago
Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre, ley del antropófago.
Estamos cansados de todos los maridos católicos recelosos llevados al drama. Freud acabó con el enigma de la mujer y
con otros miedos de la psicología impresa.
Lo que atropellaba a la verdad era la ropa; el impermeable entre el mundo interior y el mundo exterior. La reacción
contra el hombre vestido. El cine americano informará.
Hijos del sol, madre de los vivientes. Encontrados y amados ferozmente, con toda la hipocresía de la nostalgia, por los
inmigrantes, por los traficados y por los turistas. En el país de la cobra grande.1
Fue porque nunca tuvimos gramáticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano,
suburbano, fronterizo y continental. Perezosos en el mapamundi de Brasil.
Una conciencia participante, una rítmica religiosa.
Contra todos los importadores de la conciencia enlatada. La existencia palpable de la vida. Y la mentalidad pre-lógica
para que la estudie el Sr. Lévy-Bruhl.
Queremos la Revolución de los indios Caribes. Mayor que la Revolución Francesa. La unificación de todas las revueltas
eficaces en la dirección del hombre. Sin nosotros, Europa ni siquiera tendría su pobre declaración de los derechos del
hombre.
La edad de oro anunciada por América. La edad de oro. Y todas las girls.
Filiación. El contacto con el Brasil Caribe. Où Villegaignon print terre.2 Montaigne. El hombre natural. Rousseau. De
la Revolución Francesa al Romanticismo, a la Revolución Bolchevique, a la Revolución Surrealista y al bárbaro
tecnificado de Keyserling. Caminamos.
Nunca fuimos catequizados. Vivimos en medio de un derecho sonámbulo. Hicimos a Cristo nace en Bahía. O en Belém
de Pará.
Contra el padre Vieira3. Autor de nuestro primer préstamo para ganar una comisión. El rey-analfabeto le dijo: ponga eso
en el papel sin mucho bla-bla-bla. Se hizo el préstamo. Gravamen al azúcar brasileño. Vieira dejó el dinero en Portugal y
nos trajo el bla-bla-bla.
El espíritu se niega a concebir el espíritu sin cuerpo. El antropomorfismo. Necesidad de la vacuna antropofágica. Para el
equilibrio contra las religiones del meridiano. Y las inquisiciones exteriores.
Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del pensamiento que es dinámico. El
individuo víctima del sistema. Fuente de las injusticias clásicas. De las injusticias románticas. Y el olvido de las
conquistas interiores.
El instinto Caribe.
Muerte y vida de las hipótesis. De la ecuación yo parte del Cosmos a la ecuación Cosmos parte del yo. Subsistencia.
Conocimiento. Antropofagia.
1
La cobra grande es una figura mitológica indígena, una boa temida porque voltea embarcaciones y lleva a los náufragos hacia el
fondo del río.
2
Nicolas de Villegaignon, almirante francés, desembarcó en Brasil en 1555 y permaneció allé doce años. Él llevó a Europa al
“caníbal” que entrevistó Montaigne.
3
Antônio Vieira (1609-1697), padre jesuita portugués que vivió en Bahía y que escribió sermones, cartas y ensayos.
Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue el Carnaval. El indio vestido de senador del Imperio. Fingiendo que era
Pitt. O figurando en las óperas de Alencar lleno de buenos sentimientos portugueses.
Catiti Catiti
Imara Notiá
Notiá Imara
Ipeju.4
La magia y la vida. Teníamos la relación y la distribución de los bienes físicos, de los bienes morales, de los bienes
honoríficos. Y sabíamos superar el misterio y la muerte con el auxilio de algunas formas gramaticales.
Pregunté a un hombre lo que era el Derecho. Él me respondió que era la garantía del ejercicio de la posibilidad. Ese
hombre se llamaba Gali Matías. Me lo comí.
Sólo no hay determinismo donde hay misterio. ¿Pero qué tenemos que ver nosotros con eso?
Contra las historias del hombre que comienzan en el Cabo Finisterre. El mundo sin fecha. Sin firma. Sin Napoleón ni
César.
La fijación del progreso por medio de catálogos y aparatos de televisión. Sólo la maquinaria. Y los transfusores de
sangre.
Contra la verdad de los pueblos misioneros, definida por la sagacidad de un antropófago, el Vizconde de Cairu: -Es la
mentira repetida muchas veces.
Pero no fueron los cruzados quienes vinieron. Fueron los fugitivos de una civilización que estamos comiendo, porque
somos fuertes y vengativos como el Jabutí.5
Si Dios es la conciencia del Universo Increado, Guarací es la madre de los vivientes. Jaci6 es la madre de los vegetales.
No tuvimos especulación pero teníamos adivinación. Teníamos Política que es la ciencia de la distribución. Y un
sistema social planetario.
Las migraciones. La fuga de los estados tediosos. Contra las esclerosis urbanas. Contra los Conservatorios y el tedio
especulativo.
El pater familiae y la creación de la Moral de la Cigüeña: Ignorancia real de las cosas + habla de imaginación +
sentimiento de autoridad ante la prole curiosa.
Es necesario partir de un profundo ateísmo para llegar a la idea de Dios. Pero la caraiba no lo necesitaba. Por que tenía a
Guarací.
El objetivo creado reacciona con los Ángeles de la Caída. Después Moisés divaga. ¿Pero qué nos importa eso?
Antes de que los portugueses descubrieran al Brasil, Brasil había descubierto la felicidad.
Contra el indio de antorcha. El indio hijo de María, ahijado de Catalina de Médicis y yerno de D. Antonio de Mariz.7
4
En tupí. “Luna Nueva, oh Luna Nueva, instiga en Cualquiera recuerdos de mí”, en O Salvagem de Couto Magalhāes.
5
Tortuga terrestre aparentemente inofensiva pero astuta y vengativa en las leyendas (Héctor Olea).
6
La palmera del Amazonas.
7
Es –según lo consigna Haroldo de Campos- una alusión irónica a Peri, héroe de la novela “indianista” O Guarací (1857) de José de
Alencar. La mención de Catalina de Médicis es una referencia a Caramaru quien, supuestamente, fue protegido por ella.
La alegría es la prueba del nueve.
En el matriarcado de Pindorama.
Somos concretistas. Las ideas se apoderan, reaccionan, queman gentes en las plazas públicas. Suprimamos las ideas y
las otras parálisis. Por las rutas. Creer en las señales, creer en los instrumentos y en las estrellas.
La lucha entre lo que se llamaría Increado y la Criatura – ilustrada por la contradicción permanente entre el hombre y su
Tabú. El amor cotidiano y el modus vivendi capitalista. Antropofagia. Absorción del enemigo sacro. Para transformarlo en
tótem. La humana aventura. La terrenal finalidad. Pero, sólo la puras élites consiguieron realizar la antropofagia carnal,
que trae en sí el más alto sentido de la vida y evita todos los males identificados por Freud, males catequistas. Lo que
sucede no es una sublimación del instinto sexual. Es la escala termométrica del instinto antropófago. De carnal, él se
vuelve electivo y crea la amistad. Afectivo, el amor. Especulativo, la ciencia. Se desvía y se transfiere. Llegamos al
envilecimiento. La baja antropofagia aglomerada en los pecados del catecismo – la envidia, la usura, la calumnia, el
asesinato. Plaga de los llamados pueblos cultos y cristianizados, es en contra de ella que estamos actuando. Antropófagos.
Contra Anchieta cantando las once mil vírgenes del cielo, en la tierra de Iracema, - el patriarca João Ramalho fundador
de São Paulo.8
Nuestra independencia aún no ha sido proclamada. Frase típica de D. Juan VI: - Hijo mío ¡pon esa corona en tu cabeza,
antes que algún aventurero lo haga! Expulsamos la dinastía. Es necesario expulsar el espíritu de Bragança, las
ordenaciones y el rapé de María de la Fuente.
Contra la realidad social, vestida y opresora, catastrada por Freud – la realidad sin complejos, sin locura, sin
prostituciones y sin las prisiones del matriarcado de Pindorama.
Oswald de Andrade
En Piratininga
Año 374 de la deglución del Obispo Sardinha9
8
El padre jesuita Anchieta (1534-1597) llega a Brasil en 1553 y en 1595, escribe autos sacramentales y una gramática del portugués
y el tupí. Joāo Ramalho (1493-1580) fundó Borda do Campo (actual San Pablo) en 1553 y antes de morir se fue a vivir con los
tupiniquins.
9
El infortunado Sardinha (?-1556) –que se traduce “sardina”- fue el primer obispo de Brasil. De regresoa Portugal, su barco
naufragó en el río Coruripe donde sirvió de alimento a los nativos.
Hoy, gracias a la técnica, es posible reproducir la raza humana sin ayuda de los hombres (y, también, sin la ayuda de las
mujeres). Es necesario empezar ahora, ya. El macho es un accidente biológico: el gene Y (masculino) no es otra cosa que
un gene X (femenino) incompleto, es decir, posee una serie incompleta de cromosomas. Para decirlo con otras palabras, el
macho es una mujer inacabada, un aborto ambulante, un aborto en fase gene. Ser macho es ser deficiente; un deficiente
con la sensibilidad limitada. La virilidad es una deficiencia orgánica, una enfermedad; los machos son lisiados
emocionales.
El hombre es un egocéntrico total, un prisionero de sí mismo incapaz de compartir o de identificarse con los demás,
incapaz de sentir amor, amistad, afecto o ternura. Es un elemento absolutamente aislado, inepto para relacionarse con los
otros, sus reacciones no son cerebrales sino viscerales; su inteligencia sólo le sirve como instrumento para satisfacer sus
inclinaciones y sus necesidades. No puede experimentar las pasiones de la mente o las vibraciones intelectuales,
solamente le interesan sus propias sensaciones físicas. Es un muerto viviente, una masa insensible imposibilitada para dar,
o recibir, placer o felicidad. En consecuencia, y en el mejor de los casos, es el colmo del aburrimiento; sólo es una burbuja
inofensiva, pues unicamente aquellos capaces de absorberse en otros poseen encanto. Atrapado a medio camino en esta
zona crepuscular extendida entre los seres humanos y los simios, su posición es mucho más desventajosa que la de los
simios: al contrario de éstos, presenta un conjunto de sentimientos negativos – odio, celos, desprecio, asco, culpa,
vergüenza, duda – y, lo que es peor: plena consciencia de lo que es y no es.
A pesar de ser total o sólo físico, el hombre no sirve ni para semental. Aunque posea una profesionalidad técnica – y muy
pocos hombres la dominan – es, lo primero ante todo, incapaz de sensualidad, de lujuria, de humor: si logra
experimentarlo, la culpa lo devora, le devora la vergüenza, el miedo y la inseguridad (sentimientos tan profundamente
arraigados en la naturaleza masculina que ni el más diáfano de los aprendizajes podría desplazar). En segundo lugar, el
placer que alcanza se acerca a nada. Y finalmente, obsesionado en la ejecución del acto por quedar bien, por realizar una
exhibición estelar, un excelente trabajo de artesanía, nunca llega a armonizar con su pareja. Llamar animal a un hombre es
halagarlo demasiado; es una máquina, un consolador ambulante. A menudo se dice que los hombres utilizan a las mujeres.
¿Utilizarlas, para qué? En todo caso, y a buen seguro, no para sentir placer.
Devorado por la culpa, por la vergüenza, por los temores y por la inseguridad, y a pesar de tener, con suerte, una
sensación física escasamente perceptible, una idea fija lo domina: joder. Accederá a nadar por un río de mocos, ancho y
profundo como una nariz, a través de kilómetros de vómito, si cree, que al otro lado hallará una gatita caliente esperándole.
Joderá con no importa qué mujer desagradable, qué bruja desdentada, y, más aún, pagará por obtener la oportunidad. ¿Por
qué? La respuesta no es procurar un alivio para la tensión física ya que la masturbación bastaría. Tampoco es la
satisfacción personal – no explicaría la violación de cadáveres y de bebés.
Egocéntrico absoluto, incapaz de comunicarse, de proyectarse o de identificarse, y avasallado por una sexualidad difusa,
vasta y penetrante, es psíquicamente pasivo. Al odiar su pasividad, la proyecta en las mujeres. Define al hombre como
activo, y se propone demostrar que lo es (demostrar que se es un hombre). Su único modo de demostrarlo es joder (el
Gran Hombre con un Gran Pene desgarrando un Gran Coño). Consciente de su error, debe repetirlo una y otra vez. Joder,
es pues un intento desesperado y convulsivo de demostrar que no es pasivo, que no es una mujer; pero es pasivo y desea
ser una mujer.
Mujer incompleta, el macho se pasa la vida intentando completarse, convertirse en mujer. Por tal razón acecha
constantemente, fraterniza, trata de vivir y de fusionarse con la mujer. Se arroga todas las características femeninas: fuerza
emocional e independencia, fortaleza, dinamismo, decisión, frialdad, profundidad de carácter, aformaciafirmación del yo,
etc. Proyecta en la mujer los rasgos masculinos: vanidad, frivolidad, trivialidad, debilidad, etc. Preciso es señalar, sin
embargo, que el hombre posee un rasgo brillante que lo coloca en un nivel de superioridad respecto a la mujer: las
relaciones públicas. (Su tarea sido la de convencer a millones de mujeres de que los hombres son mujeres y que mujeres
son hombres) Para el hombre, las mujeres alcanzan su plenitud con la maternidad; en cuanto a la sexualidad que nos
impone, refleja lo que le satisfacería si fuera mujer.
En otras palabras, las mujeres no envidian el pene, pero los hombres envidian la vagina. En cuanto el macho decide
aceptar su pasividad, se define a sí mismo como mujer (tanto los hombres como las mujeres piensan que los hombres son
mujeres y las mujeres son hombres) y se convierte en un travestí, pierde su deseo de joder (o de lo que sea; por otra parte
queda satisfecho con su papel de loca buscona) y se hace castrar. La ilusión de ser una mujer le proporciona una
sexualidad difusa y prolongada. Para el hombre, joder es una defensa contra el deseo de ser mujer. El sexo en sí mismo es
una sublimación.
Su obsesión por compensar el hecho de no ser mujer y su incapacidad para comunicarse o para destruir, le ha permitido
hacer del mundo un montón de mierda. Es el responsable de: La Guerra: El sistema más corriente utilizado por el hombre
para compensar el hecho de no ser mujer (sacar su Gran Pistola) es obviamente ineficaz: la puede sacar un número
limitado de veces y cuando la saca, lo hace a escala masiva, para demostrar al mundo que es un hombre. Debido a su
impotencia para sentir compasión o para comprender o identificarse con los demás antepone su necesidad de afirmar su
virilidad a un incontable número de vidas, incluida la suya. Prefiere morir iluminado por un resplandor de gloria que
arrastrarse sombriamente cincuenta años más. La simpatía, la cordialidad y «la dignidad»: Cada hombre sabe, en el fondo,
que sólo es una porción de mierda sin interés alguno. Le domina una sensación de bestialidad que le avergüenza
profundamente; desea no expresarse a sí mismo sino ocultar entre los demás su ser exclusivamente físico, su egocentrismo
total, el odio y el desprecio que siente hacia los demás hombres y que sospecha que los demás sienten hacia él. Dada la
constitución de su sistema nervioso muy primitiva, y susceptible de resentirse fácilmente a causa del más mínimo
despliegue de emoción o de sentimiento, el hombre se protege con la ayuda de un código social perfectamente insípido
carente del más leve trazo de sentimientos o de opiniones perturbadoras. Utiliza términos como copular, comercio sexual,
tener relaciones (para los hombres, decir relaciones sexuales es una redundancia), y los acompaña de gestos
grandilocuentes.
El dinero, el matrimonio, la prostitución, el trabajo y el obstáculo para lograr una sociedad automatizada: Nada,
humanamente, justifica el dinero ni el trabajo. Todos los trabajos no creativos (practicamente todos) pudieron haberse
automatizado hace tiempo. Y en una sociedad desmonetizada cualquiera podría obtener lo mejor de cuanto deseara. Pero
las razones que mantienen este sistema, basado en el trabajo y el dinero, no son humanos, sino machistas:
1. El coño: El macho que desprecia su yo deficiente, vencido por una ansiedad profunda e intensa, y por una honda
soledad cada vez que se encuentra consigo mismo, con su naturaleza vacía, se vincula a cualquier mujer, desesperado, con
la vaga esperanza de completarse a sí mismo, y se alimenta de la creencia mística de que, por el mero hecho de tocar oro
se convertirá en oro; anhela la constante compañía de la mujer. Prefiere la compañía de la más inferior de las mujeres a la
suya propia o a la de cualquier otro hombre quien sólo le recuerda su propia repulsión. Pero es preciso obligar o engañar a
las mujeres, a menos que sean demasiado jóvenes o estén demasiado enfermas, para someterlas a la compañía del varón.
2. Proporcionar al hombre (incapaz de relacionarse con los demás) ilusión de utilidad, le permite justificar su existencia
excavando agujeros y volviéndolos a llenar. El tiempo ocioso le horroriza pues dispone de una sola solución para llenarlo:
contemplar su grotesca personalidad. Incapacitado para relacionarse o amar, el hombre trabaja. Las mujeres anhelan las
actividades absorbentes, emocionantes, pero carecen de la. oportunidad o de la capacidad para ello y prefieren la ociosidad
o perder el tiempo a su gusto: dormir, hacer compras, jugar al bowling, nadar en la piscina, jugar a las cartas, procrear,
leer, pasear, soñar despiertas, comer, jugar consigo mismas, tragar píldoras, ir al cine, psicoanalizarse, viajar, recoger
perros y gatos, repantingarse en la playa, nadar, mirar la t.v., escuchar música, decorar la casa, dedicarse a la jardinería,
coser, reunirse en clubs nocturnos, bailar, ir de visitas, desarrollar su inteligencia (siguiendo cursos), y absorber cultura
(conferencias, teatro, conciertos, películas artísticas). Así, muchas mujeres, incluso en caso de una completa igualdad
económica, prefieren vivir con hombres o mover el culo por las calles, es decir disponer de la mayor parte de su tiempo, a
pasar varias horas diarias aburriéndose, estultificadas realizando, para otros, trabajos no creativos embrutecedores que las
convierten en máquinas, o, en el mejor de los casos – si logran acceder a un buen empleo –, codirigentes del montón de
mierda. La destrucción total del sistema basado en el trabajo y en el dinero, y no el logro de la igualdad económica en el
seno del sistema masculino, liberará a la mujer del poder masculino.
3. El poder y el control: No pudiendo dominar a las mujeres por medio de sus relaciones personales, el hombre aspira al
dominio general por medio de la manipulación del dinero, así como de todo lo susceptible de ser controlado con dinero, en
otras palabras, manipulándolo todo y a todos.
4. El sustituto del amor: Incapaz de dar amor o afecto, el hombre da dinero. Se siente maternal. La madre da la leche. Él
da el pan. Él es el Gana-Pan.
5. Proveer al hombre de un objetivo. Incapaz de gozar del presente, el hombre necesita una meta por delante, y el dinero le
proporciona un objetivo eterno. Pensad en lo que se puede hacer con 80 trillones de dólares, invertidos, y en tres años
tendréis trescientos trillones.
6. Proporcionar al hombre la máxima oportunidad para manipular y controlar a los demás: la paternidad.
La paternidad y la enfermedad mental (temor, cobardía, timidez, humildad, inseguridad, pasividad): Mamá desea lo mejor
para sus hijos. Papá sólo desea lo mejor para Papá, es decir, paz y tranquilidad; desea que respeten sus caprichos de
dignidad, desea presentarse bien (status) y desea la oportunidad para controlar y manipular a su aire., lo cual se
denominará guiar si se trata de un padre moderno. En cuanto a su hija, la desea sexualmente, entrega su mano en
matrimonio: el resto es para él. Papá al contrario de Mamá, nunca cede frente a sus hijos, pues debe, por todos los medios,
preservar la imagen de hombre decidido, dotado de fortaleza, de perenne fuerza y rectitud. Nunca alcanza su meta, y, por
tanto, le domina la falta de confianza en sí mismo y en la propia capacidad para lidiar con el mundo, y acepta pasivamente
el status quo. Mamá ama a sus hijos, aunque a ven s se encolerice con ellos, pero Ja cólera se evapora en un instante y,
aún cuando persista, no obstaculiza el amor ni una profunda aceptación. Papá, en cambio, emocionalmente enfermo no
ama a sus hijos: los aprueba si son buenos, es decir, si son simpáticos, respetuosos, obedientes, serviles a su voluntad,
tranquilos, y mientras no provoquen inoportunas alteraciones de ánimo siempre tan desagradables y molestas para el
varonil sistema nervioso de Papá, facilmente perturbable. En otras palabras, si son tan pasivos como los vegetales, si no
son buenos – en el caso de un padre moderno, civilizado (a veces es preferible el bruto furioso anticuado, a quien se puede
despreciar por su ridiculez) – Papá no se enfada, pero expresa su desaprobación, actitud que, a diferencia de la cólera
persiste e impide la aceptación profunda, dejando en el niño un sentimiento de inferioridad y una obsesión por la
aprobación que durará toda la vida; el resultado es el temor al propio pensamiento, motivo inductor a buscar refugio en la
vida convencional.
Si el niño desea la aprobación paterna, debe respetar a Papá, y dado que Papá es una basura, el único medio para suscitar
respeto filial es mostrarse distante, inalcanzable, y actuar siguiendo el precepto según el cual la familiaridad alimenta el
desprecio, precepto, por supuesto, cierto, si se es despreciable. Comportándose de manera distante y fría puede aparecer
como un ser desconocido, misterioso, y, por lo tanto, inspirar temor (respeto).
Desaprobar las escenas emotivas produce el temor a sentir una emoción fuerte, el temor a la propia furia y al odio, y el
temor a enfrentarse con la realidad, ya que la realidad revela la rabia y el odio; este miedo, unido a la falta de confianza en
sí mismo y al conocimiento a la propia incapacidad para cambiar el mundo o para conmover aunque sea mínimamente el
propio destino, conduce a la estúpida creencia de que el mundo y la mayoría sus habitantes son agradables, y que las más
banales y triviales actividades son una gran diversión y producen un profundo placer.
El efecto de la paternidad en los niños, particularmente, es convertirlos en Hombres, es decir, defenderlos de todas sus
tendencias a la pasividad, a la mariconería, o a sus deseos de ser mujeres. Todos los chicos quieren imitar a su madre,
fusionarse con ella, pero Papá lo prohíbe. Él es la madre, Él se fusiona con ella; así, ordena al niño, a veces directamente y
otras indirectamente, no comportarse como una niñita, y actuar como un hombre. El muchacho, que se caga en los
pantalones delante de su padre, que – dicho de otro modo – le respeta, obedece y se convierte en un verdadero pequeño
Papá, el modelo de la Hombría, el sueño americano: el cretino heterosexual de buena conducta.
El efecto de la paternidad en las mujeres es convertirlas en hombres: dependientes, pasivas, abocadas a las tareas
domésticas embrutecedoras, simpáticas, inseguras, ávidas de aprobación y de seguridad, cobardes, humildes, respetuosas
con la autoridad de los hombres, cerradas, carentes de reacciones, medio muertas, triviales, estúpidas, convencionales,
insípidas y completamente despreciables. La Hija de Papá, siempre tensa y temerosa, sin capacidad analítica, sin
objetividad, valora a Papá y a los demás hombres con temor (respeto). Incapaz de descubrir el vacío tras la fachada
distante, acepta la definición masculina del hombre como ser superior, y la definición de la mujer, y de sí misma, como
ser inferior, es decir, como hombres, eso que, gracias a Papá realmente es.
La expansión de la paternidad, resultado del desarrollo y de la mejor distribución de la riqueza (que el patriarcado necesita
para prosperar) ha provocado el aumento general de la estupidez y el declive de las mujeres en los Estados Unidos
después de 1920. La estrecha asociación entre riqueza y paternidad ha servido para que las chicas peor seleccionadas, es
decir las burguesitas privilegiadas, logren el derecho a educarse.
En suma, el papel de los padres ha sido corroer el mundo con el espíritu de la virilidad. Los hombres poseen el don de
Midas negativo: todo cuanto tocan se convierte en mierda.
Su máxima necesidad es sentirse guiado, abrigado, protegido y admirado por mamá (los hombres esperan que las mujeres
adoren aquello que los petrifica de horror: ellos mismos). Exclusivamente físico, aspira a pasar su tiempo (que ha perdido
en el mundo defendiéndose sombriamente contra su pasividad) dedicado a actividades básicamente animales: comer,
dormir, cagar, relajarse y hacerse mimar por Mamá. La Hija de Papá, pasiva y cabezahueca, deseosa de aprobación, de
una palmada en la cabeza, del respeto del primer montón de basura que' pasa, deja reducirse fácilmente a la categoría de
Mamá, estúpida suministradora de consuelo para las necesidades físicas, respaldo de los cansados, paño para frentes
simiescas, aliciente para el ego mezquino, admiradora de lo despreciable: una bolsa de agua caliente con tetas.
Reducidas a la categoría de animal, las mujeres del sector más atrasado de la sociedad, la clase media privilegiada y
educada, despojo de la humanidad donde papá reina como ser supremo, intenta desarrollarse por medio del trabajo, y en la
nación más avanzada del mundo, en pleno siglo XX, van de un lado a otro con los críos colgando de las tetas. ¡Y no es por
los niños (aunque los expertos sentencien que Mamá debe quedarse en casa y arrastrarse como una bestia) sino por Papá!
La teta es para Papá, para que pueda aferrarse, los sufrimientos del trabajo son para Papá, para que pueda seguir
prosperando (como está medio muerto, necesita estímulos poderosos).
La necesidad de reducir a la mujer a un animal, a Mamá, a un macho, es psicológica y práctica. El macho es simplemente
una muestra de la especie, susceptible e ser intercambiable por cualquier otro macho. No posee una individualidad
profunda, pues la individualidad se origina en la curiosidad, en aquello que se encuentra fuera de uno mismo, que lo
absorbe, aquello con lo que uno se relaciona. Los hombres, totalmente absorbidos por ellos mismos, capaces sólo de
relacionarse con sus propios cuerpos y de experimentar únicamente sus sensaciones físicas, difieren entre sí unicamente
por el grado y por la forma de intentar defenderse contra su pasividad y contra su deseo de ser mujeres.
La individualidad femenina, se impone ante el hombre, pero él es incapaz de comprenderla, incapaz de establecer un
contacto con ella que lo asusta, le conmociona y llena de espanto y de envidia. Así, la niega, y se dispone a definir a
cualquiera, él o ella, en términos de función o de uso, asignándose desde luego para sí las funciones más importantes –
médico, presidente científico – a fin de darse una identidad, si no una individualidad, y convencer, a sí mismo y a las
mujeres (le ha ido mejor convenciendo a las mujeres) que la función femenina es concebir y dar a luz a los hijos, relajarse,
confortar y alabar el ego del hombre; que por su función es un ser intercambiable con cualquier otra mujer. Pero en
realidad, la función de la mujer es comunicarse, desarrollarse, amar y ser ella misma, y resulta irreemplazable por otra; la
función del macho es la de producir esperma. En la actualidad existen bancos de esperma.
La violación de la intimidad: El hombre, avergonzado de lo que es y de casi todo lo que hace, tiende bastante a mantener
en secreto todos los aspectos de su vida, pero no guarda ningún respeto por la vida privada de los demás. Vacío,
incompleto, carente de realidad propia, necesita permanentemente la compañía de la mujer, y no ve nada de malo en el
hecho de inmiscuirse o introducirse en los pensamientos de la mujer, no importa quien sea, en cualquier parte y en
cualquier momento; pero se siente indignado e insultado si se le llama la atención respecto a lo que hace, se siente
confundido... no puede comprender que alguien pueda preferir un minuto de soledad a la compañía de cualquier cretino.
Al desear convertirse en una mujer, se esfuerza por estar siempre rodeado de mujeres – las únicas que lo aproximan a su
deseo –; y se las ingenió para crear una sociedad basada en la familia – una pareja hombre-mujer y sus hijos (el pretexto
para la existencia de la familia) que, virtualmente, viven uno encima del otro, violando inescrupulosamente los derechos
de la mujer, su intimidad, su salud.
El aislamiento, los suburbios y la imposibilidad de la comunidad: Nuestra sociedad no es una comunidad, es una colección
de unidades familiares aisladas. El hombre se siente desesperadamente inseguro, temeroso de que su mujer le abandone si
se expone ante otros hombres o a algo que remotamente se parezca a la vida, de modo que intenta aislarla de los otros
hombres y de la mediocre civilización reinante. La lleva a vivir a los suburbios para encerrarla en un conjunto de
pabellones donde parejas con sus hijos se absorben en una mutua contemplación. El aislamiento le da la posibilidad de
mantener la ilusión de ser un individuo, se convierte en un individualista rudo, un gran solitario; confunde la
individualidad con la claustración y la falta de cooperación.
Pero hay otra razón para explicar este aislamiento: cada hombre es una isla. Atrapado en sí mismo, emocionalmente
aislado, incapaz de comunicarse, al hombre le horroriza la civilización, la gente, las ciudades, las situaciones que
requieren capacidad para comprender y establecer relaciones con los demás. Papá huye, como un conejillo asustado, se
escabulle, y arrastra el rechoncho culo hacia el páramo, hacia los suburbios. O, en el caso del hippie – ¡Se va lejos, chico!
– hacia el prado donde puede joder y procrear a sus anchas y perder el tiempo con sus abalorios y sus flautas.
El hippie, cuyo deseo de ser un Hombre, y un rudo individualista, es más débil que el del término medio de los hombres, y
se excita ante la sola idea. de poseer cantidad de mujeres a su disposición, se revela contra la crueldad de la vida del
Gana-Pan y contra la monotonía de la monogamia. En nombre de la cooperación y del reparto, forma una comuna o una
tribu, que, a pesar de sus principios de solidaridad y en parte por su causa (la comuna, una extensión de la familia, es un
ultraje más de los derechos de la mujer, viola su intimidad y deteriora su salud mental) no se parece a una comuna más
que el resto de la sociedad.
La verdadera comunidad está formada por individuos – no simples miembros de una especie, o parejas – que respetan la
individualidad y la intimidad de los demás, y al mismo tiempo, obran con reciprocidad mental y emocionalmente –
espíritus libres que mantienen entre sí una relación libre – y cooperan para alcanzar fines comunes. Los tradicionalistas
dicen que la unidad básica de la sociedad es la familia, para los hippies en cambio, es la tribu; nadie menciona al
individuo.
El hippie habla mucho acerca de la individualidad, pero su concepto al respecto no difiere del que puede tener cualquier
otro hombre. Desearía regresar a la naturaleza, a la vida salvaje; regresar al desierto, reencontrar el hogar de los animales
peludos de los que él forma parte, lejos de la ciudad, o al menos donde se perciban algunas huellas, un vago inicio de
civilización, para vivir al nivel primario de la especie y ocuparse en actividades sencillas, no intelectuales: criar cerdos,
joder, ensartas abalorios. La actividad más importante de la comuna – en ella se basa – es la promiscuidad. El hippie se
siente atraído por la comuna principalmente porque ofrece la perspectiva de libertad sexual, el coño libre, la más
interesante comodidad para compartir, la que se puede poseer sin miramientos; pero, ciego y avaricioso, no piensa en
todos los demás hombres con quienes deberá compartirlo, ni tampoco repara en los celos y la posesividad propia del
coñazo que ellos son, en sí mismos.
Los hombres no pueden cooperar en el logro de un fin común, porque el fin de cada hombre es todos los coños para sí. De
ahí que la comuna esté condenada al fracaso. Preso del pánico, el hippie atrapará a la primera mentecata que lo empuje y
la arrastrará a los suburbios lo más rápidamente posible. El macho no puede progresar socialmente, pero, en cambio,
oscila entre el aislamiento y la promiscuidad.
La autoridad y el gobierno: El hombre que, carece del sentido de lo verdadero y de lo falso, carece de conciencia moral,
(sólo puede ser producto de la capacidad para ponerse en el lugar de los demás) carece de fe en su yo inexistente, es
necesariamente competitivo y, por naturaleza, incapaz de cooperar, siente la necesidad de una guía y de un control
procedente del exterior. Por lo tanto, inventa a las autoridades – sacerdotes, especialistas, jefes, líderes, etc.– y al gobierno.
Quiere que la hembra (Mamá) le guíe, pero es incapaz de prestarse a ello (después de todo, él es un hombre), quiere
desempeñar el papel de la Mujer, usurpar su función de Guía y Protectora, se encarga de que todas las autoridades sean
siempre hombres.
No existe ninguna razón para que una sociedad formada por seres racionales capaces de cooperar entre sí, autosuficientes
y libres de cualquier ley o condición natural capaz de obligarles a competir, deban tener un gobierno, leyes o líderes.
La filosofia, la religión y la moral basados en el sexo: La incompetencia del hombre para relacionarse con los demás o con
las cosas es causa de que su vida carezca de objetivos y sentido (según el pensamiento masculino la vida es un absurdo),
así inventa la filosofía y la religión. Está vacío, mira hacia afuera, no sólo en busca de una guía o de un control, sino
también de la salvación y del sentido de la vida. Le resulta imposible realizar la felicidad en la tierra: inventó el Cielo.
Puesto que no puede comunicarse con los otros, y sólo vive para el sexo, para el varón el mal es la licencia sexual que le
compromete en prácticas sexuales desviadas (no viriles, es decir, las que no lo defienden contra su pasividad y sexualidad
total, característica que amenazan, si se las fomenta, con destruir la civilización, pues la civilización está absolutamente
basada en la necesidad del hombre de defenderse contra estas características, en cuanto a la mujer (según los hombres) el
mal radica en cualquier tipo de comportamiento capaz de inducir a los hombres a la licencia sexual, es decir impedir a las
necesidades del macho estar por encima de las suyas y negarse a hacerse la loca.
La religión no solamente brinda al hombre un fin (el Cielo) y ayuda a mantener a la mujer ligada a él, además presenta
rituales mediante cuya práctica el hombre puede expiar la culpa y la vergüenza experimentada por no ser capaz de
defenderse suficientemente contra sus impulsos sexuales; en especial, se trata de la culpa y la vergüenza de ser hombre.
La mayoría de los hombres, en su inmensa cobardía, proyectan sus debilidades intrínsecas en las mujeres; las califican de
debilidades típicamente femeninas y se atribuyen la auténtica fuerza femenina. La mayoría de filósofos, no tan cobardes,
reconocen ciertas carencias en el hombre; sin embargo no llegan a admitir el hecho de que estas carencias existen sólo en
los hombres. Así, denominan a la condición del hombre masculina, la Condición Humana; formulan su problema de la
nada, que les horroriza, como un dilema filosófico; otorgan un nivel de jerarquía a su animalidad, pomposamente bautizan
a su nada Problema de Identidad, y con grandilocuencia proceden a charlar acerca de la Crisis del individuo, de la Esencia
del ser, de la Existencia que precede a la Esencia, de los Modos Existenciales del Ser, etc. etc.
La mujer, en cambio, no solamente ni se cuestiona su identidad o su individualidad, sino que por instinto sabe que el único
mal consiste en herir a los demás, y que el verdadero significado de la vida es el amor. Los prejuicios (racial, étnico,
religioso, etc.):
El hombre necesita víctimas propiciatorias para poder proyectar sobre ellas sus fracasos y sus insuficiencias, y sobre las
que pueda desahogar sus frustraciones por no ser mujer.
La sexualidad: El sexo no interviene en una relación, por el contrario, se trata de una experiencia solitaria, no creativa, una
absoluta pérdida de tiempo. La mujer, con gran facilidad – más de la que ella misma cree – puede condicionar su impulso
sexual, ser completamente fría y cerebral y libre para perseguir relaciones y actividades más valiosas; pero el macho, que
parece incitar sexualmente a las mujeres y que constantemente busca excitarlas, arrastra a la mujer muy sexuda al frenesí
de la lujuria, arrojándola a un abismo sexual del cual muy pocas mujeres logran escaparse. El macho lascivo excita a la
mujer lúbrica; tiene que hacerlo: cuando la mujer trasciende su cuerpo, se eleva por encima de la condición animal, el
macho, cuyo ego consiste en su falo, desaparecerá.
El sexo es el refugio de la estupidez. Cuanto más estúpida es una mujer, más profundamente encaja en la cultura del
hombre; para resumir, cuanto más encantadora, más sexual. Las mujeres más bellas de nuestra sociedad provocan el
delirio de los maníacos sexuales. Pero al ser tremendamente atractivas no se rebajan a joder – es tosco –, hacen el amor,
establecen una comunión por medio de los cuerpos y de las relaciones sensuales; las más literatas afinan su tono con las
palpitaciones de Eros y logran aferrarse al Universo; las religiosas tienen una comunión espiritual con la Divina
Sensualidad; las místicas se fusionan con el Principio Erótico y se mezclan con el Cosmos, y las cabezas ácidas entran en
contacto con las células eróticas, vibran.
Por otra parte, aquellas mujeres que no se han integrado tanto en la Cultura del macho, las menos hermosas, las almas
toscas y simples para quienes joder es joder, y son demasiado infantiles para el mundo adulto de los suburbios, de las
hipotecas, de los lloriqueos y de la caca de bebés, demasiado egoístas para cultivar maridos y niños, demasiado inciviles
para respetar a Papá, a los Grandes o a.la profunda sabiduría de los Ancianos; que sólo confían en sus propios instintos
animales, que equiparan la Cultura a la mierda, cuya única diversión es vagabundear en busca de emociones y
excitaciones, que provocan escenas desagradables, vulgares, desconcertantes; odiosas, violentas brujas dispuestas a
atropellar a cuantos les irritan, que clavan un cuchillo en el pecho del hombre o le hunden un picahielos en el culo después,
si saben que pueden largarse, en suma, aquellas que, según los parámetros de nuestra cultura, son SCUM... estas mujeres
son desenvueltas y cerebrales y están dispuestas a la sexualidad.
Liberadas de los prejuicios de la simpatía, de la discreción, de la opinión pública, de la moral, del respeto a los culos,
siempre horribles, sucias, viles, las SCUM llegan... a todas partes... a todas partes... lo han visto todo – todo el tinglado, el
coito, la chupada, la del coño y de la polla, han presenciado todos los números habidos y por haber, han paseado todas las
calles y se han tirado a todos los puercos... es necesario haberse hartado del coito para profesar el anti-coito, y las SCUM
han vivido toda clase de experiencias, ahora están preparadas para un espectáculo nuevo; quieren vibrar, despegar, surgir.
Pero la hora de SCUM todavía no ha sonado; SCUM permanece aún en las tripas de nuestra «sociedad». Pero, si nada
cambia y la Bomba no estalla y acaba con todo, nuestra sociedad reventará por sí sola.