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El árbol que me acompañó durante la vida y la muerte

Y allí estaba yo, preguntándome una y otra vez que fue lo que hice mal conmigo misma. En
qué momento dejé de luchar...En qué momento se me escapó literalmente la vida de las manos.
¿ Mi nombre? Violeta, 33 años, puedo decir que solía tener una vida más de éxitos que de
fracasos, pero la vida ha cambiado, cambia y seguirá cambiando. Tengo 2 hermosos hijos,
Manuel y Abigail y un marido, Alex. Con él, he estado gran parte de mi vida. Aproximadamente
17 años han pasado desde los que me pidio matrimonio debajo de un árbol de almendras gigante,
en el patio de mi hogar, mientras las estrellas y la luna adornaban el momento.

Siempre creí que la mejor parte de estar vivos, es esa milésima de segundo en la cual estas
pasando un buen rato con tus amigos,familia, etc. Y te das cuenta de cuan afortunado eres, te das
cuenta de cuan fuerte las personas a tu alrededor se están riendo y están disfrutando de la
compañía de los/as otros/as , y en ese momento eres feliz. Eso era lo que sentía constantemente.
5 meses atrás seguía teniendo ese sentimiento, jugaba en el patio de mi hogar, con mis hijos, el
mismo hogar que me ha albergado durante toda mi vida. Allí estaba yo, con ellos y mi esposo. Él
acaba de colgar un columpio en el Almendro que tenemos, el mismo árbol que nos unió hace casi
dos décadas atrás. Era un día soleado y las flores blancas de éste brillaban con todo su fuerza.

Un mes después, todo cambió, comencé a sentir molestias en mi estomago, pero tengo 33 años,
por ende, este tipo de cosas no se toman muy enserio. Previo a esta edad e incluso hasta los 40,
muchos/as tenemos la mala costumbre de sentirnos invencibles, pensamos que nada malo nos
puede pasar y que tenemos una vida entera para poder disfrutar de nuestros seres queridos y de lo
que queramos hacer en general. Pero lamentablemente la vida quiso demostrarme lo contrario.

Alex, me acompañó/obligó a ir al doctor. Tras una semana de chequeos y exámenes, la debilidad


de mi cuerpo, mi perdida de apetito y la mirada del doctor me lo dijo todo.
Un tumor estaba afectando mi aparato digestivo. Lamentablemente, era maligno. Tenía cáncer de
estómago y una pila de miedos matándome por dentro. Y llegó ese momento, así como en las
películas, en las cuales se te viene aquella pregunta a la mente. Esa en la cual el doctor te da tu
“fecha de vencimiento”. La mía era en tres meses. Tres meses para decir adios. Tres meses para
dejar toda una vida atrás, para romper los corazones de mis hijos, mi esposo y de toda la gente a
mi alrededor. Tres meses para aprovechar la vida o para hundirme. En el trayecto de vuelta a
casa lo decidí, decidí hundirme antes de incluso llegar al final.

Hoy escribo esto, debajo del almendro que me “vio” crecer. Suena extraño, pero en plena
época de primavera, se le están cayendo las hojas. Como a mi , pero en una forma diferente.
27 años atrás, cuando apenas era una niña de 6 años, jugaba al igual que Manuel y Abigail, entre
medio de sus ramas y me sentía la dueña del mundo, me sentía grande y sentía que nada podía
afectarme. Hoy, lamentablemente, ya no siento eso. El cáncer no me ha dado esa posibilidad.
Y me volví a hacer la pregunta de cuándo fue relamente que ni el cuerpo ni la mente me
decían que siguiese avanzando. Cuándo dejé de luchar realmente. Si fue cuando entré a la
Unidad de Cuidados Intensivos entre la vida y la muerte , pidiendo a gritos ayuda o si fue cuando
acostada en mi cama, en posición fetal, mirando por el ventanal gigante de mi cuarto , veía que
mis hijos jugaban con las hojas que se habían caído del árbol que me había acompañado toda la
vida. No quedaba ninguna en las ramas de éste. En ese instante, llorando , pensaba en que pronto
no volvería a verlos jamás, en que ellos crecerían sin mi, y yo no iba a estar,

También pensaba en que Alex se iba a despertar cada mañana sin mi a su lado, intentando
comprender por qué la vida le había hecho vivir esta situación, una invitación al infierno por
unos meses, o por toda la vida. Todo dependía de su fortaleza.

Pasaron los meses y cada vez me iba sintiendo más débil. Ya no tenía la fuerza para levantarme
y usualmente mi día consistía en mirar a través de la ventana de mi cuarto, reflexionado en si
había hecho todo lo que tenía que hacer durante mi vida , en si había tomado las decisiones
correctas , en sí la había aprovechado al máximo o no. Ya no habían flores en mi almendro allá
afuera, pero tampoco las había dentro de mi cuerpo. Mi árbol se iba muriendo conmigo y yo lo
podía percibir. Quizá a él tampoco le quedaban ganas de luchar y la debilidad de su ramas lo
hacían sentir inútil. La vida se nos acaba a nosotros . Y la vida seguía para los/as demás.

Llegando la fecha inesperada, pasé la mayor parte de mis días en el hospital, conectada a
jeringas para que sintiera un poco menos de dolor. Ellos no sabían era que el dolor no era solo
físico, era también mental.
Hoy por la mañana vino Alex y me contó que Abigail va cada día a “hablar” con el almendro .
Él cree que debido a esa razón están brotándole hojas de nuevo, según él, los árboles absorben
vida, pero también absorben la muerte. Todo depende de cual de las dos tenga una energía más
fuerte.
Tras escuchar la última analogía del hombre que me había amado durante casi todo mi vida, me
fui, dejé atrás este mundo y todo lo que había vivido en el. Esperando que mis hijos algún día me
perdonen por no haber estado en sus graduaciones o en sus matrimonios, o simplemente por no
poder estar allí para decirles dónde dejaron sus juguetes favoritos. Y así dejé un agujero injusto y
cruel en varias almas. El cáncer me mató, pero al menos lo que yo amaba seguirá floreciendo.

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