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4.

EL CONTRATO

Contrato es el acto jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su consentimiento para
crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales (art. 957 CCiv.).
Se trata de una fuente clásica de las obligaciones, cuya trascendencia en los negocios jurídicos
permanece en el tiempo y se extiende a todo tipo de sistemas jurídicos. Y según venimos
comentando, en el derecho vigente, se promueve un balance entre la autonomía de la voluntad y
el orden público en materia contractual. Algunos de los principios jurídicos esenciales aplicables
a la materia son los siguientes: a. Libertad de las partes: éstas tienen la facultad de celebrar y
configurar el contenido del contrato dentro de los límites impuestos por la ley, el orden público,
la moral y las buenas costumbres (art. 958 CCyCN). En este sentido, las normas legales son
supletorias de su voluntad, a menos que sean de carácter indisponible (conf. art. 962 CCyCN),
como sucede con variadas disposiciones protectorias de los derechos del consumidor, según
fuentes de la más alta jerarquía normativa (arts. 42 y 43 de la Constitución Nacional; ley 24.240,
de Defensa del Consumidor, y el propio Código, desde ahora). b. Efecto vinculante: Todo contrato
válidamente celebrado es obligatorio para las partes. En ciertos supuestos pueden generarse
ventajas a favor de terceros, pudiendo éstos exigir el cumplimiento de obligaciones nacidas de
contratos de los cuales no participaron. Para ello, deberá mediar aceptación del beneficiario antes
de su revocación (conf. art. 1027CCiv.). A su vez, y con estrecha relación con el principio de
libertad de las partes, el contrato sólo puede ser modificado o extinguido conforme a su contenido,
por acuerdo entre los contratantes o en los supuestos previstos por la ley (art. 959 CCyCN). No
pueden los jueces modificar sus estipulaciones, a menos que lo requiera alguna de las partes y la
ley lo autorice, o bien lo exijan razones de orden público (960 CCiv.), como suele suceder en el
supuesto de control judicial de 33 cláusulas de adhesión abusivas, en ciertos contratos de
consumo. En estos supuestos, podrá decretarse la nulidad o bien estarse a la conservación del
vínculo, según las circunstancias. Entre casos muy variados, nuestra jurisprudencia ha
considerado abusivas las cláusulas que prevén que la postergación y/o reprogramación de un
espectáculo por parte del organizador, descarta de plano cualquier responsabilidad a su cargo;
aquellas que establecen aumentos sustantivos en las cuotas del seguro de salud, en función de la
mayor edad de sus afiliados y las que fijan una bonificación en el cargo de activación de servicios
de telefonía celular, condicionada a la permanencia del contratante como cliente de una misma
empresa. c. Buena fe: se trata de una pauta rectora para la celebración, interpretación y ejecución
de los contratos, que implica que éstos obligan no solamente a aquello que esté formalmente
expresado, sino a todas las consecuencias que puedan considerarse comprendidas en ellos, con
los alcances en que razonablemente se habría obligado un contratante cuidadoso y previsor (art.
961CCiv.). Cabe señalar que el nuevo Código extiende el ámbito de aplicación de la buena fe y
la convierte en principio de todo el derecho, o más bien la reconoce como enunciado normativo
amplio, comprensivo de cualquier ejercicio de un derecho, que luego se complementa con reglas
específicas aplicables a distintos ámbitos. Se la considera así un supraprincipio jurídico que
influye sobre todos los estamentos de la ciencia del derecho y como tal, prevalece para ajustar las
relaciones, de modo tal que todas deben medirse por él. Se incluye tanto la buena fe objetiva, en
el sentido de la exigencia de un comportamiento leal, que resulta esencial para el comercio y los
contratos, que de otro modo sería imposible celebrar y que muchas veces asumen gran
informalidad (ej., cuando se materializan mediante fax, e-mails u otros medios electrónicos;
cuando se hacen pagos con tarjeta de crédito mediante un llamado telefónico, etc.). También se
requiere la buena fe subjetiva, llamada también "buena fe creencia", que permite proteger a
quienes obran en base a la confianza que suscita un derecho aparente (ej.: cuando no es posible
percatarse de un error no reconocible) (Highton). En el nuevo Código se ha unificado la
regulación esencial de los contratos civiles y comerciales, incorporándose, a su vez, la regulación
de los contratos de consumo (arts. 1092 a 1122 CCyCN). Estos últimos no han sido tratados como
un tipo especial más (ej., compraventa, locación, consumo), sino como una fragmentación del
tipo general de contratos, que influye sobre los tipos especiales (ej., compraventa paritaria y
compraventa de consumo).

5. EL DELITO

En el Código Civil de Vélez Sarsfield, se definía el delito como el hecho ilícito ejecutado a
sabiendas y con intención de dañar la persona o los derechos de otro (art. 1072). Esta figura
supone un acto voluntario de parte del agente, es decir, realizado con discernimiento, intención y
libertad, y una conducta dolosa que resulta preciso corroborar, de tal modo de hacer responsable
al sujeto por este tipo particular de ilícito y por sus consecuencias. En el nuevo texto legal
aparecen algunas referencias a esta fuente, por ejemplo, en el art. 1724, referido a los factores
subjetivos de atribución de responsabilidad, cuando se expresa: "El dolo se configura por la
producción de un daño de manera intencional o con manifiesta indiferencia por los intereses
ajenos". Asimismo, cuando el art. 1749 se refiere a los responsables directos de un daño, por
acción u omisión, evidentemente en forma implícita, remite a conductas 34 dolosas o culposas.
Además, con relación a la acusación calumniosa, se establece que sólo se responde por los daños
causados, si se hubiere obrado con dolo o culpa grave (art. 1771).

6. EL ILÍCITO CULPOSO

Esta fuente de las obligaciones, antes denominada "cuasidelito", se refiere a actos voluntarios
ilícitos, realizados sin intención de dañar, pero que ocasionan un perjuicio a otro en su persona o
bienes, por haberse actuado con negligencia, impericia o imprudencia. Se trata de una figura que
se caracteriza por dos cualidades igualmente negativas: no se quiere dañar, pero tampoco se actúa
con el cuidado que las circunstancias exigen. El Código Civil de Vélez Sarsfield se ocupó de este
instituto, en un título denominado "De las obligaciones que nacen de los hechos ilícitos que no
son delitos", cuyo art. 1109 expresaba: "Todo el que ejecuta un hecho, que por su culpa o
negligencia ocasiona un daño a otro, está obligado a la reparación del perjuicio. Esta obligación
es regida por las mismas disposiciones relativas a los delitos del derecho civil". En cambio, el
nuevo legislador ha seguido las corrientes doctrinarias actuales considerando innecesario regular
esta categoría híbrida (ver Fundamentos del Anteproyecto, al tratarse la gestión de negocios y el
empleo útil). De todos modos, se define ahora la culpa al tratarse los factores subjetivos de
atribución de responsabilidad: "...La culpa consiste en la omisión de la diligencia debida según la
naturaleza de la obligación y las circunstancias de las personas, el tiempo y el lugar. Comprende
la imprudencia, la negligencia y la impericia en el arte o profesión" (art. 1724 CCyCN). Luego,
son múltiples las referencias a este concepto, en materias diversas, pero no se observa una
definición al estilo del antiguo art. 1109CCiv. VS, que sin duda ha perdido interés ante la
unificación de los regímenes contractual y extracontractual de responsabilidad.

7. LA LEY

Según hemos anticipado, la doctrina ha discutido si debía considerarse a la ley (como derecho
positivo expreso), una fuente autónoma de las obligaciones. Algunos autores sostuvieron que la
ley no crea por sí sola obligación alguna, sino que son los hechos humanos o naturales los
presupuestos indispensables del nacimiento de cada obligación. En cambio, otros juristas
señalaron que, en definitiva, la ley es fuente mediata de todas las obligaciones. Por último, hubo
quienes interpretaron que la ley era una fuente residual, es decir, comprensiva de las situaciones
o relaciones jurídicas no incluidas en otras fuentes descriptas (Compagnucci de Caso). Se ha dicho
así que son obligaciones de fuente legal las derivadas del derecho de familia (como por ejemplo
la obligación de pagar alimentos entre ciertos parientes); las provenientes de las relaciones de
vecindad (ej., aquellas derivadas de las restricciones y límites al dominio); y la de abonar tributos;
entre otras.

8. LA GESTIÓN DE NEGOCIOS

8.1. Aspectos elementales

En ocasiones, una persona que no es representante legal de otra, ni está obligada por un mandato,
realiza espontáneamente una gestión útil para esta última. No hay acuerdo de voluntades y más
precisamente, no hay encargo o autorización para la realización del negocio o de la acción, que
entonces el gestor asume espontáneamente. El art. 1781 del nuevo Código Civil y Comercial de
la Nación, sigue regulando autónomamente esta figura y brinda una definición a su respecto,
fijando sus alcances de manera precisa al establecer que "Hay gestión de negocios cuando una
persona asume oficiosamente la gestión de un negocio ajeno por un motivo razonable, sin
intención de hacer una liberalidad y sin estar autorizada ni obligada, convencional o legalmente".
Sobre el fundamento de esta figura, se afirma que en la vida negocial cotidiana, lo habitual es que
cada uno atienda sus propios asuntos, es decir que el sujeto del interés coincide con el del negocio
que se regula (Betti, Compagnucci de Caso). Como consecuencia de ello, la ley protege y a su
vez mantiene el principio de no injerencia en la esfera jurídica ajena. Pero con carácter
excepcional, se admite la posibilidad de intromisión en los asuntos de otro, sea por razones de
equidad (Pothier); porque así lo establece la ley (Llambías) o por una cuestión de altruismo
(Compagnucci de Caso, Pasquau Liaño, Puig Brutau), entre otras razones. Constituyen ejemplos
clásicos de la gestión de negocios, el pago de una deuda ajena, el ingreso a la casa del vecino
ausente para el cierre del dispositivo de agua luego de haber estallado una cañería, el cuidado de
una persona desamparada, el hecho de alimentar a un animal de otro y la corrección de un niño
ajeno (ejemplo del jurista Ennecerus, que ha perdido actualidad en función de un cambio de
paradigma en materia de derecho de familia). Las normas del mandato le resultan aplicables, al
menos en las siguientes circunstancias (art. 1790 CCyCN): a. En forma supletoria: cuando no
hubiere una norma específica de derecho para regular una situación de hecho que involucra a esta
figura. b. Cuando el dueño del negocio ratifica la gestión: en este supuesto, se producen los efectos
del mandato entre las partes y frente a terceros, desde que la gestión se inició, aun si el gestor
creyó estar haciendo un negocio propio. La doctrina tradicional discutió cuál era la esencia de la
gestión de negocios, postulándose que se trataría de un cuasicontrato (como acto voluntario lícito,
al cual la ley asigna similares efectos que al mandato, sin que exista acuerdo de voluntades), una
representación impropia (actuando el gestor a su nombre), o bien una figura autónoma basada en
la equidad. En cualquier caso, hay una fuente legal que habilita la gestión, cuyas disposiciones
también se aplican a supuestos como la ausencia o impedimento de expresar la voluntad por parte
de uno de los cónyuges (en los términos del art. 460 CCyCN), a la administración de los bienes
de un cónyuge por el otro (conf. art. 474 CCyCN) y a los actos otorgados por un coheredero en
representación de otro ausente, o impedido transitoriamente de actuar (conf. art. 2326 CCyCN).

8.2. Requisitos

Para que la actividad desplegada para otro pueda encuadrar bajo la figura de la gestión de
negocios, deben prestarse los siguientes requisitos:

a. Realización útil de un negocio lícito ajeno: el gestor debe realizar uno o varios actos oficiosos
o útiles para otro, consistentes en simples actos materiales lícitos o bien en actos jurídicos. Así
por ejemplo, si Guillermo como gestor paga una deuda impositiva al contado y sin quita alguna,
cuando Elisa, dueña de la propiedad sobre la cual recae el tributo, obtuvo previamente un plan de
pagos sin intereses, no habrá utilidad concreta para ella. Consecuentemente, él sólo podrá
recuperar la suma que correspondiere en base a la figura del enriquecimiento sin causa. La licitud
se impone, por cuanto el derecho no debe amparar reintegros o reembolsos fundados en la utilidad
que un acto prohibido por la ley, contrario a la moral, a las buenas costumbres, al orden público
o lesivo de los derechos ajenos o de la dignidad humana, pueda tener para un sujeto (conf. art.
279 CCyCN).

Se interpreta además, que esta figura exige intención de realizar tal negocio ajeno. Sobre el
particular, se ha discutido si el animus constituye un elemento estructural de este tipo de gestión,
y consecuentemente requisito para el nacimiento de las obligaciones del gestor y del dueño
(Sánchez Jordán), o bien sólo un requisito necesario para el nacimiento de una de dichas
pretensiones, que es la correspondiente al gestor (Pachioni). El Código Unificado parece adherir
a esta segunda postura, al disponer que la ratificación de la gestión implica la aplicación de las
reglas del mandato, "...aunque el gestor crea hacer un negocio propio...".

b. Ausencia de una liberalidad: No debe tratarse de un caso de disposición de la propia actividad


a favor de otro, queriendo no obtener nada a cambio. Es justamente por ello que el gestor tendrá
derecho a algún tipo de reintegro o retribución por los gastos incurridos y en ciertos supuestos,
también por la tarea realizada.

c. Falta de autorización, mandato o de representación legal: Esta figura no se basa en un acuerdo


entre partes, sino que la actividad debe realizarse a instancias del gestor. Ello es así aunque puedan
variar sus alcances al ratificar el negocio el gestionado (art. 1790 CCyCN). Tampoco se aplican
las reglas de este instituto a quien actúa para su empleador en virtud de la relación laboral; ni se
considera gestor de negocios al padre, tutor, curador, administrador, etcétera.

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