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Término CRIMIPEDIA: Escuela clásica

(2014)
CRIMIPEDIA: Escuela clásica

ESCUELA CLÁSICA

IRIS CANTELI MÉNDEZ

RESUMEN

La Escuela Clásica asumió el legado liberal, racionalista y humanista de la


Ilustración, especialmente su orientación iusnaturalista, de donde deduce todos
sus postulados.

Concibe el crimen como un hecho individual, aislado, como mera


infracción de la ley: es la contradicción con la norma lo que da sentido al delito,
sin que sea necesaria una referencia a la personalidad del autor.

Se sintetiza las ideas clásicas de algunos de sus autores principales, como


son el Marqués de Beccaria, con su obra de los delitos y las penas, y Jeremy
Bentham con Introducción a los principios de la moral y la legislación. Y por
último, aparece una breve reseña a la Escuela Clásica en España.

CONTENIDO

Antes de la publicación de la famosa obra lombrosiana que suele citarse como


“partida de nacimiento” de la Criminología empírica moderna se habían
formulado ya numerosas “teorías” sobre la criminalidad. Teorías dotadas de un
cierto rigor y pretensiones de generalización, que trascienden las meras
concepciones o representaciones populares, fruto del saber y la experiencia
cotidianos. En esta “etapa precientífica” existen dos enfoques claramente
diferenciados, por razón del método de sus patrocinadores: por una parte el que
puede denominarse clásico, producto de las ideas de la Ilustración, de los
reformadores, y del Derecho Penal “clásico”: modelo que acude a un método
abstracto y deductivo, formal. De otra, el que cabe calificar de “empírico”, por ser
de esta clase las investigaciones sobre el crimen llevadas a cabo, de forma
fragmentaria, por especialistas de las más diversas procedencias ( fisonomistas,
frenólogos, antropólogos, psiquiatras, etc. teniendo todos ellos en común el
sustituir la especulación y la inducción ( método empírico inductivo).

La filosofía de la elección racional, que sustenta la teoría del delito, y de la


pena, se fraguó a partir de las ideas que motivaron los grandes cambios sociales y
políticos producidos en Europa y América entre finales del siglo XVIII y la primera
mitad del siglo XIX. Tanto la Revolución francesa como los procesos de
independencia de los Estados Unidos y de los países Latinoamericanos se forjaron
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en las nuevas ideas de los pensadores de la Ilustración, entre los que destacaron
Hobbes, Locke, Montesquieu, Voltaire y Rousseau. A partir de ellos comenzaron a
ser conceptos clave del mundo moderno el racionalismo, la igualdad de todos los
hombres, la libertad, el contrato social en pro del bien común y de la convivencia,
la justicia sobre la base del respeto a las leyes y la participación de los ciudadanos
en los asuntos públicos.

Especialmente importante para la teoría clásica es el concepto del


contrato social, que es inherente al paradigma criminológico del consenso. Según
el paradigma del consenso las leyes serían la expresión del acuerdo existente
entre los ciudadanos en relación con el bien común. Las leyes resolverían de este
modo las posibles discrepancias que pudieran surgir entre los intereses generales
( de la sociedad) y los de los individuos, Rousseau (1772-1778) describió la idea
del “ contrato social” ( previamente concebida por el filósofo británico Thomas
Hobbes, 1588-1678), en los siguientes términos ( Rousseau,1995 [1772] (14-15):
Hay que “ encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda
fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y gracias a la cual cada
uno, en unión de todos los demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan
libre como antes. Este es el problema fundamental que resuelve el contrato
social. (…) “Estas cláusulas bien entendidas se reducen todas a una sola, a saber:
la alineación total de cada asociado con todos sus derechos a toda la comunidad.
Porque, en primer lugar, al entregarse cada uno por entero, la condición es igual
para todos y, al ser la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla
onerosa para los demás”.

Estas ideas de la Ilustración supusieron, en primer lugar, una nueva


concepción de la organización social en su conjunto. Pero, además, se
proyectaron también en una manera diferente de interpretar los delitos, así como
en nuevos modos de prevenirlos y de castigar a los delincuentes. La síntesis
criminológica de las ideas de la Ilustración fue expresada fundamentalmente por
dos pensadores, cuyas obras tuvieron una gran difusión: el italiano Cesare
Beccaria y el británico Jeremy Bentham.

La obra principal de Cesare Bonesana, Marqués de Beccaria, De los delitos


y de las penas, publicado en 1764, tuvo una gran influencia en el pensamiento
penal de su tiempo y lo sigue teniendo en la actualidad. Y ello pese a, como ha
sucedido con otros libros destacados de la ciencia del pensamiento humano,
estuvo incluido por la Iglesia Católica en el Índice de Libros Prohibidos. (Vol. et al.,
2002). Dicha obra, hoy en día es denominada como escuela clásica, nació en su
día como una propuesta auténticamente revolucionaria en contra de la
arbitrariedad, la ilegalidad y los abusos de poder que caracterizaban a la justicia
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de su tiempo. Más aún, algunos de los planteamientos formulados por Beccaria


no han sido todavía asimilados por algunas sociedades y legislaciones penales del
mundo occidental. Tres ejemplo de ello son sus propuestas de que las leyes
penales, para ser eficaces, deberían ser claras y comprensibles para los
ciudadanos, que la justicia debería aplicarse con celeridad y que debería abolirse
la pena de muerte. Pese a la clarividencia de los alegatos de Beccaria, estas tres
prescripciones se hallan todavía muy lejos de la realidad penal de muchos países.

La parte segunda de esta obra se refiere a las teorías explicativas de la


delincuencia. Por contra, el libro de Beccaria no es un tratado teórico sobre la
delincuencia, más bien es un ensayo sobre cómo debe prevenirse y reducirse la
delincuencia, a lo largo de la obra podemos entrever la concepción beccariana del
delito.

En resumen, las principales ideas de Beccaria (1983) sobre la delincuencia


y la manera de prevenirla son: el contrato social y la necesidad de castigo, las
leyes son la forma en que los hombres se unieron en sociedad, sacrificando una
parte de su libertad individual en pro de la seguridad común. Las penas
constituyen los motivos sensibles necesarios contra aquéllos que infringen las
leyes. La tendencia al placer como motivador del delito, los hombres delinquen
debido a la elocuencia de las pasiones, que los impulsan al logro del placer y a la
evitación del dolor. La gravedad de los delitos, la naturaleza del delito reside en su
nocividad social. “El daño de la sociedad es la verdadera medida de los delitos”
(Pág.66). De acuerdo con la naturaleza humana existen dos tipos de delitos: los
delitos atroces, que atentan contra la seguridad de la vida, y los delitos menores,
que menoscaban la seguridad de los bienes, que son producto de una convención
social. Los hombres tienen menor inclinación para llevar a cabo los primeros que
los segundos. El estudio científico de los delitos, la sociedad debería estudiar
mediante las ciencias, las fuentes de los delitos y, antes de aplicar penas, utilizar
los medios necesarios para prevenirlos. La libertad y la educación previenen la
delincuencia, la tendencia a delinquir es inversamente proporcional a la libertad y
a la educación de que disfrutan los hombres: hombres libres, que estudian y
reflexionan sobre lo que les rodea, estarán menos inclinados a la voluptuosidad, al
libertinaje y la crueldad que los hombres esclavos. El fin de las penas, las penas
tienen como objetivo “impedir que el reo ocasione nuevos males a los ciudadanos
y retraer a los demás de cometer otros iguales” (Pág.73). Proporcionalidad entre
delitos y penas, para resultar más eficaz, la pena debe ser superior al bien que
nace del delito coherente con la propia naturaleza de éste: al robo debe oponerse
la esclavitud temporal en obras públicas, al robo con violencia el trabajo común y
además alguna pena corporal, y a las injurias, la infamia, que humille “el orgullo

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de los fanáticos con el orgullo de los espectadores”. Prontitud y certeza de la


pena, cuanto más segura, “más pronta y más próxima al delito cometido sea la
pena, tanto más justa y más útil será” (Pág.89). “Uno de los mayores frenos del
delito no es la crueldad de las penas, sino su infalibilidad (…) (Pág.101). La
probabilidad de delinquir disminuirá en la medida en que en el intelecto humano
se establezcan mayores asociaciones entre los comportamientos de los hombres y
las consecuencias que les sobrevienen. Suavidad del sistema penal, la suavidad del
sistema penal deberá ser directamente proporcional al estado de desarrollo social
que tiene una determinada comunidad. “Más fuertes y sensibles deben ser las
impresiones sobre los ánimos endurecidos de un pueblo recién salido del estado
salvaje,(…) Pero a medida que los ánimos se amansan, en el estado sociedad
aumenta la sensibilidad y, al aumentar ésta, debe disminuir la fuerza de la
pena (…)” ( Págs.145-146). Rechazo de la pena de muerte, la pena más eficaz no es
la pena de muerte, que no debería aplicarse, sino la perdida de libertad. El ladrón
y el asesino experimentarían un menor temor por el momento final de la horca o
la rueda para no infringir unas leyes frecuentemente injustas, que el temor que
sentirán ante la idea de la esclavitud en la cárcel. “Quien teme el dolor obedece las
leyes; pero la muerte extingue en el cuerpo todas las fuentes del dolor” (Pág.121).
Además, la aplicación de la pena de muerte puede constituir un “funesto”
ejemplo para los ciudadanos a quienes las leyes conminan a respetar la vida
humana. La pena de muerte solamente debería aplicarse en casos extremos,
como los delitos políticos. La cárcel, según Beccaria, no constituye una disuasión
suficiente cuando la persona condenada “aún privada de libertad, siga teniendo
tales relaciones y tal poder que comprometa la seguridad de la nación”
(Pág.104). Prevenir el delito no penalizando lo innecesario, un modo de prevenir
los delitos es no penalizar aquello que no es necesario, ya que “ampliar la esfera
de los delitos equivale a aumentar la probabilidad de cometerlos”: las buenas
leyes sólo deberían castigar los verdaderos delitos y no un sinfín de “acciones
indiferentes que las malas leyes llama delitos” (Pág.138). Prevenir el delito
mediante recompensas de su contrario, las leyes deberían también prevenir los
delitos recompensando las buenas acciones de los hombres.

La obra de Beccaria contiene, desde el punto de vista criminológico, una


teoría sobre el control social y no sobre la delincuencia y sus causas. Sus
reflexiones estuvieron centradas en el código y procedimiento penal que debe
tener una sociedad de derecho. Sin embargo, aunque trata solamente de cómo
organizar la repuesta social a la delincuencia, se basa implícitamente en una
teoría de la motivación delictiva, adoptada de los filósofos utilitarios de la época,
que, como Helvétius (1715-1771), consideraban que el egoísmo era el motivo
principal de las acciones humanas.
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Trascurridos veinticinco años de la aparición del impactante libro de Beccaria, el


inglés Jeremy Bentham publicó en 1789 su Introducción a los principios de la
moral y la legislación, obra menos conocida y divulgada que la de Beccaria, pero
que pasa por ser otro de los alegatos fundamentales de la escuela clásica.

Bentham establece los siguientes principios sobre la conducta humana y


el control penal (1991). El placer y el dolor, el comportamiento de los hombres se
haya sometido a dos dueños soberanos: la evitación del dolor y la obtención de
placer. Ellos determinan lo que hacemos, lo que decidimos y lo que pensamos, y
constituyen la única medida de lo correcto y lo incorrecto. Condiciones de las que
depende el placer y el dolor, los placeres y los dolores serán mayores o menores
según su intensidad, su duración, su certeza o incerteza, su proximidad o lejanía,
su fecundidad ( o probabilidad de que un placer o dolor le sigan otros del mismo
signo), su pureza ( o probabilidad de que les sucedan consecuencias de signo
contrario), y su extensión, o el número de personas a quienes afectan. El principio
de utilidad, por ello el principio básico que rige el comportamiento humano es la
utilidad, que aprueba o desaprueba las acciones según que tiendan al logro de la
felicidad o a la prevención de la infelicidad, ya sea de los individuos concretos o de
la comunidad en su conjunto. El interés común no es otra cosa que la suma de los
intereses individuales. Fuente del dolor y del placer, el placer y el dolor pueden ser
suministrados a los hombres desde cuatro fuentes sancionadoras distintas: la
física, fuente de placeres y dolores naturales, la moral o popular, en la que el
papel básico lo juegan los otros ciudadanos, la religiosa, de la mano de un ser
superior, y la política, administrada por el juez. Esta última es la única que pueden
determinar las leyes, mediante las penas. Finalidad de las leyes, todas las leyes
tienen como objetivo principal prevenir el daño que puede infringirse a un
individuo o a una comunidad, compensándolo mediante una pena, con cuatro
propósitos concretos de ambición decreciente: Prevenir, si fuera posible, la
comisión de toda clase de delitos. Si no fuera posible prevenirlos, al menos inducir
al delincuente a cometer un delito menos dañino. Si decide cometer el
delito, disponerle a no hacer más daño del necesario. Efectuar la prevención del
modo más barato posible. La proporción entre los delitos y las penas, para el logro
de estos objetivos Bentham establece una serie de reglas que deberían regir la
proporcionalidad entre los delitos y las penas. Las más importantes son las
siguientes:

· Regla primera: El valor de la pena no debe ser menor en ningún caso que
el suficiente para compensar el beneficio del delito.

· Regla segunda: Cuanto mayor sea el daño del delito, mayor es la gravedad
de la pena con la que podrá ser compensado.
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· Regla tercera: Cuando dos delitos entran en competencia, la pena por el


delito mayor debe ser suficiente para inducir a un hombre a preferir el
menor.

· Regla cuarta: La pena se debe ajustar de tal manera a cada delito concreto
que para cada parte del daño debe haber un motivo que impida al
delincuente la realización de este daño.

· Regla quinta: La pena no debe ser en ningún caso superior a lo necesario


para que esté en conformidad con las reglas aquí expuestas.

Además, estas nuevas ideas tuvieron una pronta oportunidad histórica de


ser puestas en práctica gracias a los cambios sociales que se derivaron de la
Revolución Norteamericana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789. De este
modo, los principios de la obra de Beccaria constituyeron el fundamento del
código penal francés de 1791, tras la revolución (Vol et al., 2002).

La escuela clásica constituye el fundamento de los modernos sistemas


jurídicos-penales aplicados en todo el mundo. Asumió el legado liberal,
racionalista y humanista de la Ilustración, y especialmente su orientación
iusnaturalista.

Deduce todos sus postulados del “iusnaturalismo” que la caracteriza.


Concibe el crimen como hecho individual, aislado, como mera infracción de la ley:
es la contradicción con la norma jurídica lo que da sentido al delito, sin que sea
necesaria una referencia a la personalidad del autor (mejor sujeto activo de ésta)
ni a la realidad social o entorno de aquél, para comprenderlo. Lo decisivo es el
hecho mismo, no el autor. Y el mandato siempre justo de la ley, igual para todos y
acertado que el delincuente infringe en una decisión soberana y libre.

Falta en la Escuela Clásica un planteamiento “etiológico”, ya que su


premisa iusnaturalista la conduce a referir el origen del acto delictivo a una
decisión “libre” de su autor, incompatible con la existencia de otros factores o
causas que pudieran determinar el comportamiento de éste. Es, pues, más una
concepción “reactiva” que “etiológica” y, a lo sumo, sólo puede ofrecer una
explicación “situacional” del delito. El propio iusnaturalismo de la Escuela Clásica
es irreconciliable con supuestas diferencias cualitativas entre los ciudadanos
honestos y los delincuentes (tesis, por el contrario, que mantendrá el
positivismo): sus remisas filosóficas la llevan empero a sustentar el dogma de la
“equipotencialidad”.

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Su punto débil no fue tanto la carencia de una genuina teoría de la


criminalidad (etiología) como el intento de abordar el problema del crimen
prescindiendo del examen de la persona del delincuente y del medio o entorno
social de éste. Como si pudiera concebirse el delito a modo de abstracción
jurídico-formal. Por otro lado, y fiel a los postulados del liberalismo individualista
de su tiempo ( legalista y humanitario), fue absolutamente incapaz de ofrecer a
los poderes públicos las bases e información necesaria para un programa político-
criminal de prevención y lucha contra el crimen, objetivo de especial importancia
en un momento de crisis económica y social, y de inseguridad generalizada. Optó
por la especulación, por los planteamientos filosóficos y metafísicos, por los
dogmas (libertad e igualdad del hombre, bondad de las leyes, etc.), deduciendo de
los mismos sus principales postulados.

Cuyas ideas principales pueden resumirse en las siguientes propuestas:

1. Las acciones humanas – también las delictivas- tienden en esencia al logro


del placer y a la evitación del dolor; en ello radica el principio de utilidad
del comportamiento.

2. Todos los seres humanos tienen, por principio, las capacidades suficientes
para decidir sobre sus actos, incluidos los delictivos.

3. Cuando alguien realiza un delito es debido a los beneficios placenteros


que espera obtener de su acción.

4. La finalidad principal de la justicia penal es compensar o contrarrestar


mediante un castigo los beneficios que el delincuente espera obtener del
delito. Por tanto, la pena debe implicar un perjuicio de mayor entidad que
el beneficio del delito.

5. Procediendo de esta manera, asociando al delito males mayores que los


bienes que produce, cabría esperar que los ciudadanos no delincan, y,
también, que aquéllos que ya han delinquido no repitan su acción. En
otras palabras, se buscan dos resultados: primero, que el conjunto de los
ciudadanos tengan motivos bastantes para no delinquir porque los males
son muchos; y segundo, que los que ya lo hayan hecho anteriormente,
cuenten con la experiencia del castigo para no volver a cometer ningún
delito. La doctrina penal denomina el primero de estos
propósitos prevención general, y el segundo prevención especial sobre el
delincuente.

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La Escuela Clásica parte de la concepción del hombre como un ser libre y


racional que es capaz de reflexionar, tomar decisiones y actuar en consecuencia.
En sus decisiones, básicamente realiza un cálculo racional de las ventajas e
inconvenientes que le va a proporcionar su acción, y actúa o no según prevalezcan
unas u otras; en su terminología, “el placer y el dolor” son los motores de la
conducta humana. Cuando alguien se enfrenta a la posibilidad de cometer un
delito, efectúa un cálculo racional de los beneficios esperados (placer) y los
confronta con los perjuicios (dolor) que cree van a derivarse de la comisión del
mismo; si los beneficios son superiores a los perjuicios tenderá a cometer la
conducta delictiva. Esta es una idea básica del utilitarismo, de acuerdo con la cual,
las acciones deben juzgarse según aumenten o disminuyan la felicidad de los
sujetos y más en general, según contribuyan a la mayor felicidad del mayor
número de personas.

Ya la Escuela Clásica reconoció que este cálculo no es perfecto desde un


punto de vista racional, sino que pueden influir otros elementos, y que existen
diferencias individuales entre distintas personas. En todo caso, insiste en que lo
fundamental para comprender el fenómeno delictivo es este balance de los
beneficios y los perjuícios que probablemente va producir la comisión del hecho
ilícito, y que este procedimiento de la elección racional es aproximadamente el
mismo para todas las personas, con algunas excepciones, como es el caso de los
niños o de los locos – que no son muy importantes cuantitativamente. Entre los
posibles beneficios se cuenta no sólo, por ejemplo, los bienes materiales o el
dinero que pueda obtenerse, sino que la propia comisión del delito es muchas
veces, en sí misma, una fuente de satisfacción, y de hecho la comisión de delitos
es en ocasiones divertida para su autor.

En el lado del dolor, - que es lo que se quiere evitar – la pena criminal que
se impondría en caso de ser descubierto y detenido es el componente más
importante. Como sabemos, el delincuente, de acuerdo con la Escuela Clásica,
sopesa las potenciales ventajas (placer) y los potenciales inconvenientes (dolor)
que cree que le va proporcionar la comisión de un hecho delictivo y, cuando
prevalecen las primeras, tiende a llevarlo a cabo. Se trata, así, de un sujeto
racional que es relativamente libre en sus decisiones.

En este marco, la Escuela Clásica destaca la importancia de las penas para


la prevención del delito. Ello es coherente con su concepción del hombre y del
delito, ya que la pena que va a ser impuesta al culpable en caso de cometer el
delito y ser descubierto y condenado es un mal y representa, por lo tanto, un
perjuicio manifiesto que debería desequilibrar la decisión natural a favor de la no
comisión del delito. Así se afirma que el fin de la pena, “no es otro que impedir al
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reo hacer nuevos daños a sus conciudadanos, y apartar a los demás de cometer
otros iguales”; de modo que en esta declaración se incluyen dos finalidades
(negativas) de la pena; la prevención especial y la general.

a) De acuerdo con este pensamiento, es natural suponer que cuando se impone


una sanción a quien ha cometido un hecho delictivo, éste temerá más la pena la
próxima vez que se represente la posibilidad de delinquir, habida cuenta de que
ya ha experimentado la detención y la imposición de la pena, de modo que los
perjuicios de la comisión del delito tendrán un peso que tenderá a que se decida
por no delinquir (prevención especial negativa).

b) A la vez, también parece lógico que, con la aplicación de sanciones, cualquier


otro sujeto al que se le presente la oportunidad de cometer un hecho delictivo
tenderá a pensar que si es descubierto sufrirá una sanción, la cual constituye un
claro perjuicio que puede compensar los potenciales beneficios de la conducta
prohibida ( prevención general negativa). Este efecto tenderá a prevenir el delito
en los sujetos que observen cómo se castigan los delitos que se cometen.

c) De este planteamiento, sin embargo, no puede inferirse que la Escuela


Clásica desconociese otros posibles factores preventivos de la delincuencia, y así
Beccaria afirma expresamente que “el más seguro […] medio de prevenir los
delitos es perfeccionar la educación”.

Lejos de proponer penas exageradas, según la Escuela Clásica, para que


las leyes y sanciones penales prevengan eficazmente el delito han de ser raciones.
De este modo, el planteamiento preventivo encaja perfectamente en el propósito
principal de reformar las leyes penales y procesales de la época: lo que es
jurídicamente racional también previene más eficazmente el delito.

El derecho tiene que ser en primer lugar lógico si es que quiere prevenir el
delito, de manera que el legislador es descrito como un arquitecto sabido que
construye un sistema racional, en contraste con la situación imperante en la
época. Y no sólo eso, sino que, leyes irracionales tendrán efectos criminógenos, es
decir, que favorecerán la comisión de delitos. Por ejemplo, penas excesivamente
graves tenderán a producir un efecto de brutalización puesto que el delincuente
puede cometer nuevos delitos, incluso muy graves, con tal de escapar de la
policía, evitar que alguien le delate.

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Las leyes y las sanciones deben ser públicas y conocidas por el mayor
número posible de personas; es de esperar que sólo si las mismas son conocidas
puedan ser tenidas en cuenta por los potenciales delincuentes a la hora de decidir
si cometen un delito o no. Las tres características más importantes que deben
reunir las sanciones para prevenir eficazmente el delito, de acuerdo con la Escuela
Clásica, son: certeza, prontitud y severidad.

· No todos los delitos son castigados. Pues bien, las sanciones serán tanto
más eficaces cuanto más segura o probable sea su imposición al infractor.
Si el número de delitos que se castiga es relativamente elevado y, por lo
tanto, las posibilidades del castigo son elevadas, los perjuicios que habrá
de tener en cuenta el delincuente potencial serán más bien altos; si, por el
contrario, es difícil que una conducta delictiva sea castigada, tenderá a
delinquir con mayor facilidad. (Certeza).

· Si los castigos se imponen al poco tiempo de la comisión del hecho


delictivo, o sea con prontitud, tendrán un efecto preventivo mayor que si
se imponen tras un cierto lapso. Ello es debido a que el hombre busca
placeres y procura evitar sufrimientos, pero sobre todo próximos en el
tiempo: cuanto más inmediatos, más peso tienen. Por este motivo, una
acción que potencialmente proporcione un placer inmediato, tenderá a
ser elegida si la sanción o dolor anejo están más distanciados.

· Por último, penas severas por su duración o por la intensidad del


sufrimiento que provocan, tenderán a ser más efectivas que las leves
puesto que significan un dolor o perjuicio mayor. Ahora bien, estos
autores también destacan que es fundamental que la sanción guarde
proporcionalidad con el delito que castigan. La Escuela Clásica, pues, no
sólo no propone el recurso a sanciones crueles o al castigo de los
inocentes, sino que antes al contrario representa en general una reacción
contra los abusos y se esfuerza en denunciar su inutilidad y su injusticia.

Quizá el ámbito más específico de la Escuela Clásica, al menos tal y como


se ha desarrollado en la práctica, en especial en el continente Europeo e
Iberoamérica, sea el metodológico. Si, como hemos visto, lo decisivo para que se
cometa un delito es que el cálculo de los beneficios y los perjuicios produzca un
balance favorable a los primeros y si esta elección es racional y característica de
todas las personas y para todas las acciones, entonces las diferencias individuales
entre las personas o las distintas situaciones tienen un carácter más bien
secundario. Así, la metodología clásica se preocupa sobre todo de estudiar este
proceso de elección. Por lo tanto, la clase social de las personas, las características
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de su familia, la educación que han recibido, sus vínculos con la sociedad o sus
relaciones con sus pares son secundarias, ya que independientemente de todo
eso, el cálculo racional es muy semejante para todas las personas, y éstas
tenderán a delinquir cuando el balance favorezca la comisión del hecho prohibido.
En ningún caso se afirma que estas variables sean irrelevantes, sino que no son lo
decisivo. De modo, que el cultivo de la ciencia del derecho penal representa otro
de los puntos que reclama con insistencia esta Escuela. Su metodología propia es
sobre todo el razonamiento lógico-deductivo. El propio Beccaria habla
expresamente de “palpables verdades que […] no son necesarios para
descubrirlas ni cuadrantes ni telescopios, sino que están al alcance de cualquier
mediocre de inteligencia”.

La aportación de la Escuela Clásica pertenece más al ámbito de la


Penología que al estrictamente criminológico. Su teoría sobre la criminalidad no
persigue tanto la identificación de los factores que determinan la misma (análisis
etiológico) como la fundamentación, legitimación y delimitación del castigo. No
por qué se produce el delito, sino cuándo y por qué castigamos el crimen. Este
enfoque reactivo tiene una fácil explicación histórica: La Escuela Clásica tuvo que
enfrentarse, ante todo, al viejo régimen, al sistema penal caótico, cruel y
arbitrario de las monarquías absolutas. No le podía corresponder a ella aún la
misión ulterior de investigar las causas del crimen para combatirlo. Era menester,
primero, racionalizar y humanizar el panorama legislativo y el funcionamiento de
sus instituciones, buscando un nuevo marco, una nueva fundamentación al
mismo. En consecuencia, la Escuela Clásica se enfrenta demasiado tarde con el
problema criminal: se limita a responder al comportamiento delictivo con una
pena justa, proporcionada y útil, pero no se interesa por la génesis y etiología de
aquél ni trata de prevenirlo y anticiparse al mismo.

Desde un punto de vista político-criminal, los estrechos planteamientos


de la Escuela Clásica, formalistas y acríticos, son especialmente tranquilizadores
para la opinión pública y no menos funcionales para el poder constituido.
Legitiman el uso sistemático del castigo como instrumento de control del crimen,
justificando la praxis y sus eventuales excesos. Para las autoridades, la teoría
pactista del contrato social consolida el statu quo y resulta atractiva, porque
recuerda el insustituible rol de las estructuras de poder, el carácter egoísta e
irracional del crimen, la peligrosidad de los miembros de la “lower class” en torno
a los cuales suelen concentrarse las tasas más elevadas de criminalidad, etc. Todo
ello, además, sin cuestionar las bases del contrato social, la bondad o injusticia del
mismo, los desequilibrios y desigualdades reales de las partes que suscribieron

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dicho convenio tácito y los costes diferenciales que entraña para los diversos
grupos y subgrupos del cuerpo social.

LA ESCUELA CLÁSICA EN ESPAÑA

De los delitos y las penas fue traducida por primera vez al castellano en España
por de las Casas en 1774. Como muchas obras de la Ilustración, su lectura fue
prohibida tres años después “sin distinción de personas o idiomas”. Tanto la obra
como las propias ideas de los ilustrados tuvieron un influjo enorme entre nuestros
autores. En Manuel de Lardizábal es fácil encontrar muchas de las ideas que antes
hemos visto. Así se destaca la importancia de que una nación se dote de buenas
leyes criminales, se subraya el valor preventivo de las penas; a la vez que se
apunta la necesidad de que las mismas sigan con prontitud al delito; se afirma la
escasa incidencia de las sanciones leves, con lo que se reclama la importancia del
factor severidad en las penas, aunque para añadir enseguida que las penas
atroces pueden sufrir un efecto criminógeno e incluso dar lugar a delitos más
graves; o, coherentemente, se recupera la idea de proporcionalidad.

Como destaca Cerezo Mir, es sin embargo decisivo resaltar que la


Ilustración tuvo unas características particulares en España, tratando de
compatibilizar las ideas de ésta con las del cristianismo. Por eso se comprende,
por ejemplo, que Lardizábal mantenga muchos puntos críticos respecto a
Beccaria, y muchos más respecto a otros pensadores; o que distintos autores
puedan parecer contradictorios. En el propio Lardizábal se observa una profunda
preocupación por la rehabilitación del delincuente, en consonancia con un cierto
recelo hacia las penas privativas de libertad y sus diversas modalidades entonces
existentes y la consiguiente apuesta por las Casa de corrección.

Las ideas de la Escuela Clásica han mantenido una enorme influencia en el


pensamiento criminológico español e iberoamericano hasta nuestros días: se
insiste en que también el delincuente es una ser racional; se propugna una
metodología lógico-deductiva sin datos empíricos que la respalden y, pese a todo,
se toman sin rubor decisiones empíricas; o se destaca el papel de las penas y de la
policía en el control y prevención del delito.

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BIBLIOGRAFÍA

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