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6/10/2016 Gubernamentalidad en Foucault.

Crítica al modelo soberanía-gobierno

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Gubernamentalidad en Foucault. Crítica al


modelo soberanía-gobierno
 
Gisela Cadirola 
Cecilia Mc Donnell*
 
Introducción
El presente trabajo intentará precisar el distanciamiento que Foucault enuncia entre soberanía y
gobierno, distanciamiento que es posible hacia mediados del siglo XVIII cuando deja de ser
operativo el modelo de la soberanía. Ya en el siglo XVII la potencia de dar muerte que simbolizaba
el monopolio del poder del soberano muta con la noción de población hacia una administración de
los cuerpos y una gestión calculadora de la vida que ha de emprenderse como tarea de gobierno.
Así, surge un nuevo tipo de poder que se desarrolla en dos formas vinculantes: una
anatomopolítica y una biopolítica de la población. En este contexto intentaremos mostrar la
mutación producida hacia lo que Foucault denomina arte de gobernar. Desde el siglo XVI la
economía se concebía como ciencia de gobierno, a partir de ciertos factores que desarrollaremos
luego –en especial la emergencia de la población como actor político– en los siglos XVII y XVIII el
arte de gobernar deviene en una ciencia política, un proceso de gubernamentalización del Estado.
A fin de acercarnos a esta cuestión tomamos como hilo conductor la clase sobre
gubernamentalidad incluida en el curso Seguridad, territorio y población, dictado en el Collège de
France durante los años 1977 y 1978. Allí se distinguen tres posibles definiciones no excluyentes:
1) Gubernamentalidad entendida como el conjunto de instituciones cuyos procedimientos, análisis,
cálculos y tácticas tienen como meta la población, como forma de saber a la economía política y
como instrumento técnico esencial a los dispositivos de seguridad. 2) Gubernamentalidad como
línea que conduce hacia la preeminencia del gobierno (en tanto tipo de poder) por sobre todas las
otras formas de poder, lo cual ha derivado por un lado en el desarrollo de una serie de aparatos
específicos de gobierno y, por el otro, en el desarrollo de una serie de saberes. 3)
Gubernamentalidad como el resultado de un proceso por el cual el Estado de justicia de la Edad
Media se convirtió en Estado de gobierno en la Modernidad (pasando por la instancia intermedia de
un Estado administrativo).
En términos formales, el trabajo se divide en tres apartados, en primer lugar trataremos la
problemática del gobierno, el distanciamiento del par gobierno/soberanía y las razones de lo que
Foucault llama bloqueo y desbloqueo del arte de gobernar. En segundo lugar, abordamos las dos
tecnologías de poder en el polo que recae sobre la vida de los individuos y en el de la población.
Por último, intentaremos mostrar cómo estos procesos conducen a una progresiva
gubernamentalización del Estado, a partir de un momento específico donde emerge un nuevo actor,
la población que modifica el modelo del ejercicio del poder, se deja de lado (aunque incorporándolo)
el modelo de la soberanía jurídica por un arte de gobernar poblaciones, entendida ésta como un
«grupo de seres vivos que son atravesados, comandados, regidos, por procesos de leyes
biológicas» (FOUCAULT, 1991: 18).
 
I
Antes de comenzar con la problemática del gobierno, consideramos necesario presentar la manera
por la cual fue entendida la soberanía con y desde Maquiavelo, pues la intención de nuestro autor
será precisar el distanciamiento fundamental de soberanía y gobierno.

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El soberano debe ser entendido, para Foucault, a la manera del Príncipe maquiaveliano, a saber: el
soberano no forma parte del reino sino que es exterior a él, es decir que no hay pertenencia
fundamental, esencial, natural ni jurídica entre el príncipe y el principado (en todo caso el principado
no es más que una posesión del príncipe); la relación príncipe-principado, debido a la primer
característica, siempre será una relación frágil y constantemente amenazada; por último, hay un
imperativo que debe regir todo el accionar del príncipe y, consiguientemente, todo ejercicio de
poder: mantener, reforzar y proteger el principado que le pertenece. Es justamente por esto que
Maquiavelo intentará explicitar en su libro dedicado a Lorenzo De Medici no sólo los peligros a los
que todo príncipe puede llegar a enfrentarse, sino que además intentará proveer al príncipe con un
arte que le permita manipular las relaciones de fuerza inherentes a un principado, de modo de
mantener lo más protegido posible su vínculo con el territorio y sus súbditos. Ahora bien, debe
quedar en claro que este saber hacer del príncipe no es, para el francés, el arte de gobernar.
El problema del gobierno estalla –nos dice Foucault– en torno a una serie de problemáticas que
han caracterizado al siglo XVI: «¿Cómo gobernarse, cómo ser gobernados, cómo gobernar a los
otros, por quién se debe aceptar ser gobernados, qué hacer para ser el mejor gobernante posible?»
(FOUCAULT, 2006: 110).
Desde mediados del siglo XVI a fines del siglo XVIII se desarrolla la etapa de los tratados del arte
de gobernar, etapa de la literatura anti maquiavélica. En este periodo surgen problemas
relacionados con un crecimiento demográfico inusitado ligado a uno de tipo económico. La novedad
que acarrean es la aparición de un nuevo sujeto de gobierno: la población[1]. La literatura
antimaquiavélica se caracteriza por representar una continuidad en las formas de gobierno en todos
los ámbitos de la vida. La ciencia de las formas del gobierno se subdivide en tres instancias: la
primera, el gobierno de sí mismo que atañe a la ciencia de la moral; la segunda, el gobierno debido
de la familia que corresponde a la ciencia de la economía; y por último, el gobierno del Estado, que
compete a la política. En su aplicación, el arte de gobernar consiste en un movimiento de
continuidades ascendentes y descendentes. La continuidad ascendente es la pedagogía del
príncipe, según la cual, para el buen gobierno del Estado, primero es preciso saber gobernarse a sí
mismo, luego a la familia y, como consecuencia de estos saberes, se llegará al buen gobierno del
Estado. Respecto a la continuidad descendente –que Foucault llama policía– se sostiene que de un
Estado bien gobernado puede inferirse el buen gobierno de los padres sobre su familia, bienes y
propiedad y, dado un buen gobierno en materia económica, se infiere el éxito de un buen gobierno
de los individuos sobre sí mismos. En ambos movimientos, el elemento central es el gobierno de la
familia. Es decir, el desafío esencial del período del arte de gobierno consistiría en la introducción
de la economía en el ejercicio político (FOUCAULT, 2006:120). Ahora bien, en el siglo XVIII, se
opera una mutación por la cual pasará a designar un nivel de realidad, un campo de intervención
para el gobierno. A partir de aquí, ésta será la significación de gobernar y ser gobernado. Mutación
que no fue posible hasta fines del siglo XVIII pues el arte de gobernar permanecía bloqueado por
dos modelos fundamentales que toman el mismo elemento esencial: la economía. El primero,
abstracto y rígido: el modelo de la soberanía como un problema y una institución (el Estado). El
segundo, un modelo estrecho, débil e inconsistente: el gobierno del Estado entendido en analogía
al gobierno de la familia.
Ahora bien, el arte de gobernar se diferencia de la soberanía maquiaveliana en el hecho básico de
que no hay un solo gobernante (el príncipe) sino que hay múltiples instancias de gobierno (se
puede gobernar a un pueblo, a una familia, a las almas, etc.). Por otro lado, es inherente al Estado
el hecho de que exista tal multiplicidad gobiernos y no uno solo (se rompe de este modo la
trascendencia del soberano respecto al principado). En su forma incipiente, este arte de gobierno
que comenzó a desarrollarse con la literatura antimaquiaveliana, estuvo claramente ligado a lo que
podría caracterizarse como una oikonomía, es decir, como la antigua economía familiar en la que el
padre de familia se ocupaba de administrar el hogar de una manera determinada. Lo que
pretendían los detractores de Maquiavelo era, justamente, transpolar esta micro-administración a
una macro-administración estatal. Esto implicaba tener un control equiparable al que tenía el
administrador del hogar y de los bienes, pero sobre los súbditos y las riquezas. Si bien puede
decirse que así comenzaba el desarrollo del arte de gobierno, este hecho constituyó, no obstante,

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una clara traba en el desarrollo del arte de gobernar, por lo que las antiguas formas de soberanía
continuaron desarrollándose sin mayores obstáculos por una buena cantidad de décadas.
Una primera y rudimentaria definición de gobierno dada por La Perrière[2], como recta disposición
de las cosas tendiente a un fin conveniente, dispara una serie de observaciones que dan cuenta de
una separación que empezaba a operar entre gobierno y soberanía. En primer lugar, se observa
que en la definición de soberanía que había sido dada por Maquiavelo, el poder se ejercía no sobre
las cosas sino, ante todo, sobre un territorio y, como corolario, sobre las personas que lo habitaban.
El territorio representa el fundamento mismo del principado o de la soberanía. El gobierno, en
cambio, se refiere a los hombres y las cosas, lo cual quiere decir que el territorio deja de ser el
elemento clave, para pasar a ser una variable más entre muchas. Se gobierna –el poder se ejerce–
sobre las cosas. La pretensión de gobierno, entonces, va a ser dirigida tanto al individuo en
particular y entendido como ser viviente como así también a la población en general.
De la definición de La Perrière se desprende, asimismo, la finalidad a la que ha de dirigirse un
gobierno. Ésta no será ya el bien común, como era el caso de la soberanía, sino la disposición de
las cosas para un fin conveniente, es decir, se utilizarán tácticas que tiendan a tal fin. Con ello, la
oposición gobierno/soberanía se acentúa debido a que los instrumentos que utilicen una y otra para
alcanzar sus respectivos fines serán distintos: las leyes en el caso de la soberanía y las tácticas en
el caso del gobierno (FOUCAULT, 2006: 126). De este modo, la aparición de la población subvierte
la lógica del poder soberano y le permite argumentar a Foucault una separación de los términos
soberanía y gobierno. La estadística se convertirá en el factor técnico por excelencia, permitiendo
descubrir regularidades propias del fenómeno de la población que, a su vez, producirá efectos
económicos específicos. Asimismo, a partir del siglo XVIII, la familia aparecerá como un elemento
dentro del fenómeno global de la población. Ello implica, primero, el desplazamiento del modelo de
familia a la instrumentalización de la familia, redirigiendo la noción de economía familiar, pues: «Al
permitir cuantificar los fenómenos propios de la población, la estadística pone de relieve la
especificidad de ésta, irreductible [al] pequeño marco de la familia» (FOUCAULT, 2006: 131). La
familia deja de ser un modelo y pasa a ser un segmento, aunque privilegiado, que se convertirá en
un instrumento para el gobierno de las poblaciones. En segundo lugar, la población se convierte en
el fin último del gobierno: mejorar el destino de la población, aumentar su riqueza, su longevidad, su
salud, etc. En este sentido, el arte de gobernar que resulta de la disociación de la soberanía y el
gobierno, conlleva el empleo de tácticas y técnicas absolutamente nuevas. En tercer lugar, la
población será el objeto de saber específico del gobierno. Este saber es lo que se conoce como
economía política: ciencia que se constituye en torno al surgimiento de la población y a las
relaciones que de ella se derivan, entre población, territorio y riquezas.
La mutación principal de la que se hablaba al comienzo del trabajo se produce en este desbloqueo
del arte de gobernar que, a su vez, permite el tránsito hacia una ciencia de la política. El objeto del
arte de gobernar consistirá, así, en «qué forma jurídica, qué forma institucional, qué fundamento de
derecho podría darse a la soberanía que caracteriza un Estado» (FOUCAULT, 2006: 133). De este
análisis se infiere no un abandono, sino una profunda reformulación de la problemática de la
soberanía y una revalorización de la importancia de las disciplinas en la gestión y administración de
la población en tanto fin último del gobierno. Precisamente, la idea de un gobierno de la población
agudiza aún más el problema de la fundamentación de la soberanía y de la necesidad del
desarrollo de las disciplinas. Entendido de esta forma, el proceso de gubernamentalización del
Estado implicaría un nuevo juego de visibilidad del poder, donde la soberanía y las disciplinas se
reorganizan en el marco general de la problemática del gobierno, gobierno que se dirige al ejercicio
del poder sobre la conducta individual de los hombres y sobre la población.
En suma, el modelo de la soberanía tradicional, esto es jurídica-institucional, no sirve en la
perspectiva foucaultiana para analizar las relaciones de poder, pues se sostiene en tres núcleos
universalistas: el soberano, las leyes (el derecho) y los ciudadanos o súbditos; bajo el amparo de
estos conceptos se desarrolla la tradición que concibe al gobierno como gobierno del Estado,
entendiendo con ello el gobierno en su sentido político. Foucault abandona este modelo para
enfocar las relaciones de poder fuera de estas instituciones, fuera del orden jurídico-estatal,
desplazándolo al gobierno de los hombres (FOUCAULT, 2008: 239).
 
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II
Foucault observa que hay una suerte de inversión, o al menos de transformación, en el ejercicio del
poder bajo la forma de administración estatal regida por la estructura tradicional de la soberanía y
una nueva forma de ejercer el poder que emerge a fines del siglo XVII, principios del XVIII,
principalmente, gracias a la aparición de la población como objetivo e instrumento del poder y el
saber estatal en tanto economía política.
En los siglos XVII y XVIII ni la teoría del derecho ni las prácticas disciplinarias consideraban la
población como factor decisivo. En líneas generales, ello responde a que en el ámbito jurídico
predominaba la consideración del individuo como individuo y de la sociedad en tanto cuerpo social
constituido. Por otro lado, las disciplinas mantenían una relación práctica con el individuo y su
cuerpo (no como especie viva). La emergencia de la población como un elemento de análisis nos
direcciona hacia este nuevo tipo de poder que se ejerce sobre un cuerpo múltiple, necesariamente
innumerable (ni sobre el cuerpo social ni sobre el cuerpo individual). La población como un nuevo
actor político surgido a consecuencia del crecimiento demográfico y la progresiva industrialización
de los países occidentales, hizo que el modelo de la soberanía deje de ser operativo tanto en el
nivel del detalle como en el de la masa. La teoría de la soberanía en las sociedades de los siglos
XVI y XVII le otorgaban al soberano el derecho de «hacer morir o de dejar vivir» (FOUCAULT, 1998:
164), es decir, su poder residía no sobre la vida sino en virtud de la muerte que puede exigir. Este
poder, como luego veremos, se reemplaza con el poder de «hacer vivir o de arrojar hacia la
muerte» (FOUCAULT, 1998: 167), poder sobre la vida que se desarrolla a partir del siglo XVII en
dos formas vinculantes que Foucault llama una anatomopolítica y una biopolítica de la población (o
biopoder). Insistimos, con esta nueva idea de un gobierno de la población no se abandona la
cuestión de la soberanía, sino que esta misma problemática se presenta con mayor fuerza bajo la
nueva perspectiva dada por la población, por lo que a su vez requiere una profundización de las
disciplinas. Las disciplinas se consideran como las técnicas políticas sobre el cuerpo individual, y la
biopolítica es la forma de poder que se ejerce como técnica del gobierno sobre las poblaciones.
Ahora bien, la potencia de dar muerte que simbolizaba el monopolio del poder del soberano muta
con la noción de población hacia una administración de los cuerpos y una gestión calculadora de la
vida que ha de emprenderse como tarea de gobierno. Las tecnologías del poder sobre la población
en general y sobre el hombre en tanto ser viviente aparecen recubiertas sobre esta nueva forma de
poder que es el hacer vivir. Este poder implica a su vez la regularización de la vida a través de las
disciplinas de gestión y administración de la población, lo que se traduce en dos formas de
tecnologías del poder, de un lado las disciplinas, del otro los mecanismos de regulación.
A partir del siglo XVII, decíamos, se desarrolla lo que el francés llama una anatomopolítica del
cuerpo humano. El poder, en este caso, se halla atravesado por los procedimientos de las
disciplinas, las cuales tienen por objeto al cuerpo humano considerado como máquina. Lo que
podría llamarse la tecnología disciplinaria del trabajo, cuya principal función era la distribución
espacial de los cuerpos individuales, su respectiva vigilancia y la organización de un campo de
visibilidad. Aquí se trata de adiestrar los cuerpos para que sean más dóciles, más útiles, más aptos,
más eficaces. Es en este sentido que, en la anatomopolítica, puede hablarse de técnicas de
individualización del poder que permiten, como decíamos, tratar al cuerpo humano como una
máquina. Las disciplinas que se han utilizado para lograrlo son, ante todo, el ejército y la escuela.
En uno y otro caso, lo que antes constituía una multiplicidad informe, a partir del siglo XVII pasa a
ser un conjunto de individuos disciplinados que ocupan un lugar estratégicamente determinado. Es
decir:
 
La disciplina trata de regir la multiplicidad de los hombres en la medida en que esa multiplicidad
puede y debe resolverse en cuerpos individuales que hay que vigilar, adiestrar, utilizar y,
eventualmente, castigar. (FOUCAULT, 2008: 220).
 
En la segunda mitad del siglo XVIII aparece otro tipo de tecnología de poder que se ejerce en el
nivel de la masa. Si bien no se trata de técnicas disciplinarias, ello no quiere decir que las excluya o
elimine sino que las engloba. En primer lugar, esta tecnología del poder dirigida a la población se
sitúa en otro nivel, se aplica a la vida de los hombres, «al hombre ser viviente» (en el límite, al
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hombre-especie); en segundo lugar, sus instrumentos –como veremos– son distintos. Este tipo de
poder dirigido al hombre-especie es lo que se denomina biopoder. Aquí el ejercicio del poder es
masificador, no individualizador, pues está destinado a la multiplicidad de los hombres, no al
hombre como cuerpo individual sino los fenómenos de la masa global, fenómenos propios de la
vida que se expresan y vuelven relevantes en el nivel de las masas, los cuales pueden convertirse
en constantes sólo en tanto se los considere colectivos y en la medida en que transcurren en la
duración, esto es, son fenómenos de serie. Por otro lado, las técnicas que aplica este poder sobre
la población se corresponden a mecanismos de regulación con funciones diferentes a las prácticas
disciplinarias. Los mecanismos reguladores operan tratando de encontrar un equilibrio al campo
aleatorio de los fenómenos globales. Mecanismos que, como los disciplinarios, tienden a maximizar
y extraer las fuerzas, sólo que sus caminos son completamente diferentes. La tecnología de poder
que se creó para poder controlar esa maquinaria de individuos fue, justamente, la biopolítica: una
tecnología de seguridad, regularizadora. De este modo la biopolítica es la tecnología mediante la
cual se incluyó la vida biológica en los intereses y accionares de la política. En este sentido, al
biopoder se asocia la estadística como saber encaminado a la medición de procesos como la
natalidad, mortalidad y longevidad como indicadores de un tipo de ejercicio del poder dirigido a la
masa de la población y tendiente a preservar la vida.[3] Que esta tecnología del poder que se
ejerce sobre el fenómeno global de la población se exprese bajo la forma de regularización quiere
decir que se expresa como un poder de hacer vivir en contraposición al ejercicio del poder
soberano. El corolario de la expresión de este nuevo poder se observa en la paulatina
descalificación de la ritualización de la muerte: la muerte pasó a ser eso que se oculta, que
avergüenza, casi en el extremo del tabú. Las razones de este desplazamiento Foucault las atribuye,
precisamente, a una transformación de las tecnologías de poder. En la medida en que el poder de
hacer morir va perdiendo el lugar, es que comienza a llenar el derecho de hacer vivir, de prolongar
la vida. Lo que es preciso comprender es que este nuevo tipo de poder se ejerce no sobre la
muerte sino sobre la mortalidad como fenómeno global de la población, como fenómeno
estadístico. En este sentido, el poder que se ejerce a partir del siglo XVIII (el biopoder) abandona la
muerte en tanto se convierte en lo más privado. Las estadísticas cobran un interés especial, ya que
es lo que posibilitará el desarrollo de tal población en relación a ciertos objetivos determinados,
objetivos que, por lo demás, han sido impuestos por la nueva forma de gobierno dominante: el
Estado Moderno. Mediante esta forma se logró controlar a la población para conseguir objetivos
diversos, que van desde la producción de riquezas hasta la producción de nuevos individuos.
Las disciplinas y las regulaciones, la anatomopolítica y la biopolítica, se convierten pues en las
formas paradigmáticas de ejercer el poder sobre los individuos. En la articulación de una y otra
forma, se encuentran los aparatos de subjetivación que el Estado ha logrado gubernamentalizar por
medio de diversas instituciones. De este modo el imperativo hacer morir o dejar vivir ya no tiene
sentido en el contexto del Estado Moderno. Ahora, el Estado debe ocuparse de controlar y conducir
a los individuos, sean considerados como cuerpos-máquinas o como conjunto de seres vivientes.
Ya no puede simplemente dejarlos vivir: tiene que hacerlos vivir. En el contexto actual el control
sobre la vida biológica se vuelve crucial para determinar qué vidas son cualificadas para vivir o, en
caso contrario, arrojarlas hacia la muerte.
 
III
La noción de gobierno que define Foucault es ciertamente más amplia que la concepción tradicional
debido a que no se restringe a un gobierno de tipo político exclusivamente. Por el contrario, el
gobierno en el sentido foucaulteano incluye todas aquellas formas que permiten regular y
administrar la conducta de las personas con vistas a ciertos principios u objetivos determinados. Es
posible hablar de gobierno en estos términos por el hecho de que tales formas de conducción se
encuentran institucionalizadas en procedimientos y aparatos concretos. Si bien el Estado ha
logrado monopolizar una gran parte de las formas de gobierno, esto no quiere decir que sea
precondición del gobierno. Todo lo contrario: en todo caso, es el gobierno el que constituye una
condición para la existencia misma del Estado.
Recordamos que la investigación central de Foucault a lo largo de toda su obra gira en torno al
sujeto, a los modos de subjetivación del ser humano en la cultura occidental. En este sentido, es
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preciso analizar tanto las tecnologías de poder que actúan sobre los individuos objetivándolos,
como el modo en que un ser humano se convierte a sí mismos en sujeto (FOUCAULT, 2008: 227).
Puede decirse que este es el sentido y la relevancia que Foucault le otorga a su extensiva
definición de gobierno. Así, se estudiarán tanto las prácticas y técnicas que se dirigen a sujetos
individuales dentro de instituciones particulares como las que se dirigen en sentido global al Estado
de Gobierno. La gubernamentalidad, en este sentido, no puede desligarse de la relación poder-
gobierno, ya que su objeto de estudio se refiere a las formas de gobierno y, como ya se ha dicho,
en la Modernidad ha sido el Estado el que ha monopolizado tales prácticas. Es por esto que el
cuestionamiento y la crítica a tales conceptos, dentro del marco de la Modernidad, siempre serán
de carácter político[4].
La gubernamentalidad, tal como la define Foucault, y según ha sido el disparador inicial de nuestro
trabajo, refiere a las técnicas de gobierno que sirven de base a la formación del Estado Moderno.
En este sentido, la noción de gubernamentalidad es el punto de partida que el filósofo francés elige
para abordar el problema del Estado y la población. Al comienzo de nuestro trabajo habíamos
presentado las tres definiciones vinculantes de gubernamentalidad, ahora nos parece apropiado
recordar aquella última que la presentaba como el resultado de un proceso por el cual el Estado de
Justicia (Edad Media) pasa a convertirse en Estado Administrativo (siglos XV-XVI) y luego, poco a
poco, comienza a gubernamentalizarse en la forma del Estado actual denominada por Foucault
Estado de Gobierno[5]. En definitiva, lo que intenta mostrar Foucault es que lo relevante en nuestra
modernidad, en nuestra actualidad, no es tanto la estatización de la sociedad sino, justamente, lo
que él llama el proceso de la gubernamentalización del Estado.
Los elementos que permiten el surgimiento de una gubernamentalización del Estado se encuentran
principalmente en el modelo arcaico pastoral-cristiano, que se apoya en técnicas de diplomacia
militar y que crece como instrumentalización de la policía. Vivimos –dice Foucault– en la era de la
gubernamentalidad descubierta en el siglo XVIII. Lo que ha permitido el surgimiento del Estado
Moderno y, consiguientemente, lo que le permite sobrevivir en nuestros días, es el fenómeno de
gubernamentalización del Estado, que es, a su vez, lo que determina qué es (y qué no es) estatal,
privado, público, etc. En este sentido, los límites y la supervivencia del Estado no pueden
entenderse sino a partir de las tácticas de gubernamentalización, a pesar de su carácter
sumamente paradójico, ya que constituyen al mismo tiempo la salvaguarda del Estado y el dominio
de la lucha política. En las bases del Estado Moderno encontramos, entonces, el espacio real del
juego político: la lucha y la confrontación.
Es considerando a la noción de gobierno en este sentido que, creemos, se hace absolutamente
relevante para un análisis crítico del desarrollo de las distintas formas de subjetivación que se han
puesto en práctica en occidente a partir de la constitución del Estado Moderno hasta nuestros días.
Al poner el eje en la gubernamentalidad es posible salir del problema específico del Estado y su
funcionalidad considerándolo como un objeto previamente dado, y desplazar la problemática al
análisis crítico de las tecnologías de poder y las tácticas y estrategias que se ponen en juego en el
campo de verdad en el que se desarrolla el Estado como objeto de saber. Este análisis crítico
conlleva un diagnóstico si no negativo, al menos complejo de la realidad en la que vivimos. Es por
esto que leer el análisis foucaulteano en clave política es crucial ya que, de otro modo, podría
provocar un efecto anestesiante. No obstante, algo que Foucault remarcará continuamente es el
hecho de que deben promoverse nuevas formas de subjetividad, pero para lograrlo es
imprescindible, en una primera instancia, que nuestra actualidad se convierta en el objeto filosófico
por excelencia. Esto no implica, desde ya, desarrollar un recetario de acciones a realizar. Todo lo
contrario: lo de debe hacerse no puede ser determinado desde arriba, sino que debe ser el
resultado de múltiples y variadas reflexiones que se deriven de los problemas planteados desde el
análisis filosófico. El efecto anestesiante, en este sentido, estaría dado con la determinación de lo
que debe hacerse. Es por esto que la crítica, nos dice Foucault, «debe ser un instrumento para los
que luchan, resisten y no quieren más a lo existente» (FOUCAULT, 1983: 229). El desarrollo crítico
del Estado tendrá en vistas, entonces, liberar al individuo del Estado y de sus formas de
individualización, formas que nos han sido impuestas desde hace siglos (FOUCAULT, 1988: 10).
 
Bibliografía
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-                                          FOUCAULT, M., “Debate con los historiadores”, en TERÁN O. ed., El
discurso del poder, Buenos Aires: Folios Ediciones, 1983, pp. 216-232.
-                                          ________________, “El juego de Michel Foucault”, en Varela J. y Alvarez-
Uría F. eds., Saber y Verdad, Madrid: La piqueta, 1985, pp. 127-162.
-                                          ________________, “El sujeto y el poder”,enDreyfus, L. y Rabinow, P.,
Michel Foucault más allá del estructuralismo y la hermenéutica, México: Editorial UNAM D.F., 1988,
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-                                          ________________, Las redes del poder, Buenos Aires: Almagesto, 1991,
pp. 7-20.
-                                          ________________, “V. Derecho de muerte y poder sobre la vida”, en
FOUCAULT M., Historia de la sexualidad. La voluntad del saber, México: Siglo XXI, 1998, pp. 163-
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-                                          ________________, “Clase 1º de febrero de 1978”, en FOUCAULT M.,
Seguridad, territorio, población, Buenos Aires: F.C.E., 2006. pp. 109-138.
-                                          ________________, “Clase del 17 de marzo de 1976”, en FOUCAULT M.,
Defender la Sociedad, Buenos Aires: F.C.E., 2008. pp. 217-237.
-                                          GRINBERG, S. M., “Gubernamentabilidad: estudios y perspectivas”, en
Revista Argentina de Sociología, Volumen 5, Nº 8, 2007, pp. 95-110.

* Universidad Nacional de Rosario


[1] A su vez, estos problemas se dan al tiempo en que aparecen dos circunstancias particulares en
la historia: uno, la concentración estatal (es decir, el pasaje del orden feudal al Estado territorial,
administrativo); dos, el movimiento de dispersión y disidencias religiosas (la Reforma y la
Contrarreforma que cuestionan la dirección espiritual hacia la salvación en la tierra). Así, en el
cruce de estos movimientos es que se plantean las problemáticas mencionadas, la del gobierno en
general.
[2] Foucault extrae la definición que analiza de un texto que G. de La Perrière escribe en 1555, Le
Miroir politique, contenant diverses manières de gouverner et policer les républiques.
[3] Ejemplo de ello puede nombrarse el paso de las epidemias a las endemias, y en esta forma de
encarar las enfermedades masiva se observa el fenómeno que nombramos, la enfermedad como
un fenómeno de población, lo cual quiere decir que la muerte deja de ser algo así como un
fenómeno natural sino que pasa a ser un problema permanente al que debe dársele solución. Lo
relevante del caso es que a fines del siglo XVIII, este fenómeno problemático conduce a que la
medicina tenga por función la higiene pública, lo que sigue en su desarrollo a una organización y
administración de los recursos y saberes tendientes al aprendizaje de la higiene y la medicalización
de la población.
[4] Esto no implica, aclaramos nuevamente, que el concepto de gobierno deba restringirse
exclusivamente a las formas políticas de ejercerlo. Es el mismo Foucault quien aclara que debe
entenderse al concepto de gobierno en un sentido más amplio. Pero en el caso concreto de la
Modernidad, es el Estado el que ha logrado capturar las formas de gobierno, haciendo que el
análisis de las mismas tomen un carácter eminentemente político.
[5] Foucault aventura una tipología aproximativa de las grandes economías del poder en Occidente:
primero tendríamos un Estado de Justicia (nacido en una territorialidad de tipo feudal,
correspondería a una sociedad de la ley); en segundo lugar, un Estado Administrativo (nacido en
una territorialidad de fronteras en los siglos XV-XVI que correspondería a una sociedad de
reglamentos y disciplinas); y en último lugar, un Estado de Gobierno (éste ya no se define
esencialmente por la territorialidad –que no es más un elemento–, sino por la masa de la población,
su volumen, su densidad). Este es el Estado de nuestras sociedades modernas, un Estado que se
apoya esencialmente sobre la población, se refiere a la instrumentalización del saber económico y
la utiliza. Se trata, entonces, de una sociedad controlada por los dispositivos de seguridad.
Coloquios y seminarios
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