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El pálido clima
El pálido clima de un retrato antiguo ha poblado de nombres mi memoria.
Bandada de nombres que recorren mi infancia y mi juventud.
Algunos se prenden de una fecha o de una hora. Otros transitan por un canto; muchos que miran desde
viejas palabras que recién reconozco brillan como nuevas.
Viejo silencio detenido, tú vigilas los gestos del presente y me enseñas a no espantarme de los sueños.
Desde el recuerdo
Desde el recuerdo, maduran en mis ojos los colores del pueblo y pinta más alto y más azul y más
amanecer el canto del gallo, es más poema el camino del alba y más cercana la misa y los pasos de la
abuela en la campana.
Desde el recuerdo, nuestra infancia se alza en vuelo sobre el diciembre de los trigos y beben los
gorriones nuestros pensamientos puros en las palabras del agua.
Desde el recuerdo es más sin nombre el mundo en el silbo alfalfero detrás de la manada.
Desde el recuerdo, la realidad en el zaguán, en pregón, en cantarilla, en leche.
Desde el recuerdo, la última mañana: montes azules, escarchas en los andenes, humo del tren que
arremolina mi pena en una quebrada, y en la lejanía, un adiós en las manos pobres de rumbos de un
chacarerito, un adiós que decía "Cómo me llevaran!".
Desde el recuerdo, un adiós en colores.
Mi alegría está en el canto, está en la vida, está en el color.
En mi sangre corre fuerte una esperanza,
Mi alegría es el azul libre del cielo y también las pequeñitas alas de un pájaro.
Mi alegría ve Navidades de dioses nuevos en las manos de los pastores y redenciones en sus ojos.
Mi alegría se sobra en el mundo.
Caima (poemas)
El 2003 se cumplieron cien años del nacimiento de la escritora Blanca del Prado (Arequipa 1903 – Córdoba,
Argentina, 1979). Ni ceremonias ni homenajes recordaron la fecha a pesar de la extraordinaria pureza de su
voz lírica y de que en su obra la presencia del Perú es piedra angular. Tal vez el que gran parte de la vida de
Blanca transcurriera en Córdoba, donde publica casi todos sus libros, explique el olvido. Pero no lo justifica
por cierto. Las líneas que siguen quieren precisamente recordar la figura y la obra de una poeta que no debe
ser olvidada.
Blanca del Prado, que había nacido en Arequipa en 1903, se trasladó más tarde a Lima donde frecuentó
asiduamente a José Carlos Mariátegui, quien no sólo la distinguió con una amistad especial sino que
reconoció la calidad de su poesía (varios textos de Blanca figuran en las páginas de Amauta). Es en ese
entorno donde conoce al pintor argentino de origen italiano José Malanca con quien se casa en 1930. Poco
después el matrimonio se instala en Córdoba, donde había nacido Malanca. En esta ciudad, su segunda
patria, pero con el pensamiento y el corazón puestos en su Arequipa y en el Perú, se escribe la obra de
Blanca del Prado.
Blanca, poeta
Dos líneas sostienen temáticamente la estructura de la poesía de Blanca del Prado en sus primeros
libros: Caima, (1933), Los días de sol, 1938. Una es la aproximación entrañable, casi religiosa al paisaje natal.
La otra, una evocación nostálgica de personajes y circunstancias de su querida Arequipa. Los libros
siguientes, En todos los olvidos, (1946), y Cuentos Poemáticos, (1947), renuevan esta visión mágica del
mundo natural y aunque no se la mencione, el recuerdo de la tierra sigue jugando papel importante. Los dos
últimos libros –Yo no quiero mirar la primavera, (1968), y Elegías, (1979)– dan cuenta de un cambio mayor. Y
es que en 1967, al morir su esposo, la cristalina voz de Blanca se oscurece, el tono elegíaco predomina y
revela la intensidad de un gran amor al que la muerte del amado ha sumido en la desolación. Lo que no
cambia es la forma. De comienzo a fin su obra está escrita en prosa poética, modalidad difícil que Blanca
maneja con maestría admirable.
“Desde el recuerdo, maduran en mis ojos del pueblo” es el inicio de un texto. Y este verso podría servir de
cifra a Caima, conjunto de delicadas prosas poéticas que brotan cálidas de una memoria que la lejanía aviva y
la nostalgia estremece. El libro, trabajado con gran amor por las palabras, revela también un tino especial para
jugar con su sonoridad: “Rosa, jardín, paloma, viento, niña, nube, cielo, azul, sol, agua, canto...” se lee en el
poema apropiadamente titulado Canto. Confiesa Blanca que enseñó estas “candorosidades” a Mariátegui,
quien las calificó de poemas y así se animó a publicarlas.
Los días de sol renueva la comunión de Blanca con el paisaje y algunos personajes característicos. Pero el
libro ofrece varias novedades: el sentimiento maternal ya insinuado al final de Caima por un lado, la utilización
de la forma narrativa en dos pequeños relatos por otro. Y la aparición inesperada de un hermoso canto a los
muertos de la guerra civil española: Qué silencio tan alto se ha formado en mis palabras, porque no existe un
nombre que fulmine el pesar de España. Es el silencio de los miles de muertos en España.
La memoria del corazón está detrás de muchos de los textos de En todos los olvidos, conjunto de prosas
poéticas en las que la amorosa consideración del paisaje es –rasgo característico en la obra de Blanca– el
motivo principal. El tema del tiempo comienza a aparecer con fuerza (Sobre el tiempo, Corazón de la tarde, En
las márgenes del tiempo) y no falta alguna arte poética como El pálido clima o Cuando todo se torna canción
algunos días.
Unas palabras finales para Elegías. Testimonio de inmenso dolor ante la muerte del esposo, estas prosas
poéticas están lejos de la queja sensiblera o el lamento melodramático. Estamos sólo ante la pena honda
transfigurada en alta poesía. Yo no quiero mirar la primavera, el intenso poema inicial da la tónica del libro: Yo
no quiero mirar la primavera, yo no quiero mirar siquiera la paloma llevando esos días azules en el pico. Ido el
amado todo parece perder sentido.
Las prosas poéticas de Blanca del Prado constituyen sin duda una estancia importante en el proceso de la
poesía peruana del siglo XX. Y su vida consagrada al amor y a la poesía son ejemplares. No hay que
olvidarlo.