Você está na página 1de 16

Los caciques muisca y la transición al régimen colonial en el altiplano cundiboyacense

durante el siglo XVI (1537-1560)1

Jorge Augusto Gamboa M.


Instituto Colombiano de Antropología e Historia

En las siguientes páginas me propongo hacer una serie de reflexiones sobre el papel que jugaron
los caciques muisca durante los primeros años de la dominación española en el altiplano
cundiboyacense. El análisis se ha concentrado el periodo comprendido entre 1537 y 1560 porque
constituye un momento crucial, en el cual se definieron las líneas principales de las relaciones
entre los diferentes actores de la sociedad colonial y por ser la época menos conocida, debido a la
escasez de información. Después de 1560 los datos se hacen más abundantes, tanto en los
archivos como en las crónicas.

La base de esta investigación es la documentación más temprana disponible en al Archivo


General de la Nación (Bogotá) y el Archivo Histórico Regional de Boyacá (Tunja). Estos datos
se han complementado con la revisión de algunos documentos publicados como las “Relaciones”
elaboradas por personas que participaron en las guerras de conquista del Nuevo Reino de
Granada y el análisis de los principales cronistas del siglo XVI. Con esto, se quiso seguir la idea
que aplicó John Murra, a finales de los años 50, en su importante trabajo sobre la sociedad inca:
tener en cuenta para su análisis solamente a aquellos cronistas que hubieran tenido algún contacto
directo con la realidad que se quería analizar2.

Dentro del conjunto de relaciones de la conquista, se pueden destacar aquellas recopiladas por
Juan Friede3 y Hermes Tovar4, que fueron escritas por algunos de los soldados que hicieron parte
de los primeros grupos de conquistadores. En cuanto a los cronistas del siglo XVI que vivieron
en la región, cabe destacar autores como fray Pedro Aguado, quien escribió en la década de
15705 y Juan de Castellanos, quien redactó un largo poema épico-histórico hacia 15906. Aunque
no fueron testigos de los hechos, se han tomado algunos datos de las crónicas de fray Pedro

1
En: Varios autores. Muiscas, representaciones, cartografías y etnopolíticas de la memoria (Bogotá: Centro
Editorial Javeriano, 2004), en prensa. Este trabajo hace parte de un proyecto más amplio sobre las autoridades
indígenas muisca entre los siglos XVI y XVIII que cuenta con el apoyo financiero del Centro de Estudios
Hispanoamericanos de la Fundación Carolina (España) y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
2
Esta idea está expresada en el prólogo de La organización económica del Estado Inca, México, Siglo XXI, 1979.
Murra solo pudo trabajar en esa oportunidad con base en crónicas y documentos ya publicados, debido a que no tuvo
acceso a los archivos de los países andinos.
3
Juan Friede, Documentos inéditos para la historia de Colombia (en adelante citado como DIHC), 10 t., Bogotá,
Academia de Historia, 1960 y Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada (en adelante
citado como FDHNRG), 8 t., Bogotá, Banco Popular, 1976.
4
Hermes Tovar, comp., Relaciones y visitas a los Andes, 4 t., Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica,
1992 y No hay caciques ni señores, Barcelona, Sendai, 1992.
5
Fray Pedro Aguado, Recopilación Historial, 4 t., Bogotá: Presidencia de la República, 1956 [ca. 1574]. En especial
el tomo 1.
6
Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, Bogotá: Gerardo Rivas Editores, 1997 [1ª ed. 1589].

1
Simón (c. 1627)7 y de El Carnero de Juan Rodríguez Freile (c. 1636)8. Los investigadores
familiarizados con el tema podrán notar que se ha preferido no usar como fuente de primera
mano la muy citada obra de Lucas Fernández de Piedrahita, ya que se trata de un texto demasiado
tardío, escrito hacia 16889. Esta obra, más que un testimonio directo elaborado por un
protagonista de los hechos, lo que nos presenta es la forma en que la sociedad colonial
neogranadina de finales del siglo XVII concebía su pasado prehispánico y los años de la
conquista.

En la primera parte de esta ponencia se hablará del papel que cumplieron los caciques durante la
guerra de conquista, aproximadamente entre 1536 y 1540. Durante estos cuatro años, el dominio
español se consolidó en la región y se fundaron las dos ciudades principales (Santafé y Tunja),
que definieron la división político-administrativa que prevaleció a lo largo del periodo colonial
La segunda parte estará dedicada a discutir algunas interpretaciones sobre los cambios que se
dieron en las instituciones tradicionales de gobierno, planteadas por los investigadores que han
analizado el periodo de la colonia temprana. El año de 1540 marca el término de la guerra y el
inicio de una nueva etapa. Es el momento en que se presentan los últimos intentos serios por
parte de los caciques muisca para organizar una respuesta frente al invasor. A partir de este
momento adoptarán una política de cooperación y convivencia que se prolongó durante muchos
años. Las estrategias usadas por los caciques para adaptarse a la nueva situación y mantener su
rango dentro de la sociedad entre 1540 y 1560 serán analizadas en la última parte de esta
ponencia.

I. El papel de las autoridades indígenas durante la conquista

La actitud que adoptaron las comunidades muisca a mediados de 1537 cuando vieron entrar a los
hombres de Jiménez de Quesada a su territorio, fue de sorpresa y cauteloso recelo. Al comienzo
hubo pocos enfrentamientos armados y los recién llegados fueron recibidos con ofrendas y
regalos o se les dejó el campo libre, retirándose de su camino. Pero a medida que se fueron
conociendo unos a otros, las cosas cambiaron. Los excesos cometidos en la búsqueda de oro y
esmeraldas hicieron que algunos caciques se enfrentaran abiertamente a los intrusos, con pobres
resultados militares, y que otros emprendieran la huida con su gente. Sin embargo, algunos de
ellos supieron medir correctamente hacia dónde se inclinaba la balanza y decidieron ofrecer su
amistad a los españoles, con el fin de evitar la muerte y el saqueo de sus pueblos. Estos caciques
vieron igualmente la oportunidad de aprovechar a los poderosos guerreros extranjeros, con sus
perros, armas y caballos, como una ventaja nada despreciable en las guerras que mantenían desde
hacía mucho tiempo en contra de sus vecinos.

Esta estrategia de alianza ha sido ampliamente documentada en otras regiones de América. Por
ejemplo, los kurakas de Huamanga, al sur del Perú, se proclamaron “amigos de los españoles”

7
Fray Pedro Simón, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, 7 t., Bogotá:
Banco Popular, 1981 [1627]. En especial el tomo 3.
8
Juan Rodríguez Freile, El Carnero, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1997 [1636].
9
Lucas Fernández de Piedrahita, Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, 2 t. Bogotá:
Instituto de Cultura Hispánica, 1973 [1ª ed. 1688].

2
una vez que constataron la derrota militar de los incas, bajo cuyo gobierno se sentían oprimidos.
La Conquista les permitió deshacerse de sus antiguos jefes y promover sus intereses bajo un
nuevo esquema de poder10. En la provincia de Quito, al norte del Imperio, en ciertas zonas que no
llevaban más de 30 años bajo el dominio del Cuzco, los españoles fueron vistos como
libertadores. Por toda la región se dio un renacimiento de las particularidades e intereses locales.
El investigador Udo Oberem ha estudiado con detalle el caso de un cacique quiteño, llamado
después de su bautismo don Sancho Hacho, quien después de ofrecer su alianza a los
conquistadores se vio involucrado en las guerras civiles que sacudieron al Perú en la década de
1540 y siempre supo estar de lado de los ganadores. Esto acrecentó el poder que tenía desde antes
de la conquista y le aseguró un lugar importante en la nueva sociedad colonial11. De acuerdo con
Steve Stern, otro factor importante a tener en cuenta, es que los encomenderos se vieron
obligados a seguir las costumbres de reciprocidad y redistribución que imperaban en las
comunidades andinas, actuando como jefes generosos y recompensando a los señores étnicos pos
sus servicios y su lealtad. Los españoles eran concientes de su dependencia de los kurakas, y
trataban de agradarlos y mantener con ellos buenas relaciones. Eran ellos quienes conocían los
recursos naturales y humanos de cada región, al tiempo que gozaban de la autoridad para
movilizar las gentes para el trabajo12.

En el caso de los muisca, todos los cronistas coinciden en señalar que antes de la llegada de los
españoles, los conflictos entre los cacicazgos eran bastante frecuentes. En algunos relatos,
envueltos en una bruma legendaria, se cuenta cómo el cacique de Tunja había conquistado a otros
y mantenía constantes guerras con sus vecinos por el deseo de expandir su territorio. Fray Pedro
Aguado, menciona que durante la visita realizada en 1551 por Juan Ruíz de Orejuela, los indios
de la provincia contaron que en un principio cada pueblo era independiente y tenía su “señor
natural”. Luego Tunja comenzó a “tiranizar la tierra” y a someter a otros caciques, obligándolos a
pagar tributo, haciéndose más poderoso cada día13. La situación fue similar en los casos de
Bogotá, Duitama, Sogamoso, Guatavita y los demás caciques mayores o usaques14. Las
comunidades sometidas vieron en la llegada de los conquistadores españoles una oportunidad de
librarse de jefes que consideraban odiosos e ilegítimos. También fue una oportunidad para
utilizar el poder de los extranjeros en las luchas por la sucesión de los cacicazgos o en las guerras
que mantenían entre ellos.

Los relatos que traen los cronistas sobre la forma en que fueron sometidas las dos
confederaciones principales son bastante ilustrativos. Se cuenta que a medida que los españoles
se adentraban en el territorio de Bogotá, algunos caciques empezaron a dar mantas y comida a los
cristianos. El zipa ordenó entonces que mataran a algunos y a otros les rasgó sus mantas y se las
puso en el cuello diciéndoles: “Id a los cristianos, que os vengan a vengar” 15. Esta ofensa los

10
Steve Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española. Huamanga hasta 1640,
Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 63.
11
Oberem, Op.cit., Don Sancho Hacho…, pp. 15-28.
12
Stern, Op.cit., Los pueblos indígenas…, pp. 68-70.
13
Aguado, Op.cit., Recopilación…, p. 408.
14
Simón, Op.cit., Noticias historiales…, pp. 155 y siguientes.
15
“Relación de la conquista del Nuevo Reino de Granada por Juan de San Martín y Antonio de Lebrija” [1539], en:
Juan Friede, Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y fundación de Bogotá (1536-1539), Bogotá: Banco de la
República, 1960, p. 236.

3
hizo aliarse con los hombres de Jiménez de Quesada, en un proceso que se repitió una y otra vez.
Por ejemplo el señor de Chía no dudó en ayudar a los españoles, pretendiendo que lo apoyaran en
sus aspiraciones a suceder al zipa, ya que había una costumbre antigua que así lo establecía y
temía ser despojado de su derecho. También Tuna y Suba usaque lo hicieron. Aguado cuenta que
este último estaba enfermo y a punto de morir. Los españoles lo convencieron de hacerse
cristiano y fue el primero de los nobles que se bautizó16. Según Castellanos, la estrategia de estos
caciques aliados era tratar de dirigir a los españoles hacia las tierras de los panches, sus
enemigos, y así librarse de los intrusos. Sin embargo, nunca lo lograron17. En medio de las
guerras, el zipa Thisquesuzha resultó muerto en confusas circunstancias y lo sucedió un capitán
suyo llamado Sacresaxigua, Saxagipa o Sagipa, de quien se decía que no tenía derecho al mando.
La lucha prosiguió durante algún tiempo, pero los caciques que le apoyaban eran cada día menos.
Aguado dice que lo consideraban como un cruel tirano, “más cruel y riguroso que el muerto” y
todos aborrecían su gobierno18. Al final, Sagipa negoció la paz con Jiménez de Quesada a cambio
de que se le reconociera como el zipa legítimo, en contra de las pretensiones del cacique de Chía,
aliado de los conquistadores desde el comienzo, y de que le ayudaran en la guerra contra los
panches19. Pero su amistad con los españoles duró poco. Los soldados obligaron a Jiménez de
Quesada a abrirle un juicio sumario para torturarlo con el fin de que confesara dónde había
escondido un supuesto tesoro que tenía su antecesor. Se hablaba de más de 10.000 marcos de oro
(unos 2.300 kg) y 10.000 esmeraldas, pero murió en medio del tormento sin revelar su
paradero20.

El cacique de Tunja también fue traicionado por los jefes que había sometido y sus subalternos.
Cuando llegaron las tropas españolas a su territorio dio la orden de que los desviaran hacia
Somondoco y Duitama, contándoles que allí había oro y esmeraldas, y prohibió que revelaran la
ubicación de su cercado. Sin embargo, un cacique deseoso de venganza porque le había matado a
su padre reveló el secreto de su paradero y guió a Jiménez de Quesada. Al llegar al sitio del
cercado lo tomaron preso y saquearon todo el lugar. El botín fue superior a los 140.000 pesos de
oro (unos 644 kg)21.

Al derrumbarse las grandes confederaciones muisca, las comunidades locales, con sus caciques a
la cabeza recuperaron su independencia y empezaron a establecer alianzas individuales con los
españoles. Esto les dio derecho a exigir un tratamiento privilegiado. Por ejemplo, durante un
pleito adelantado en 1556, Guecha, “cacique y señor natural de Guatavita”, como se presentaba a
sí mismo, insistía ante los oidores de la Real Audiencia en el papel fundamental que había jugado
en los tiempos de la conquista y exigía que no se le despojara de uno de los cacicazgos que
poseía. El procurador de la Audiencia, redactó un documento en su nombre donde decía:

16
Aguado, Op. cit. Recopilación…, pp. 270-271.
17
Castellanos, Op. cit. Elegías de varones…, p. 1180.
18
Aguado, Op. cit. Recopilación…, pp. 310.
19
Ibídem, p. 1213.
20
Friede, DIHC, tomo 5, pp. 113-115.
21
Castellanos, Op. cit. Elegías de varones…, p. 1196.

4
[…] en entrando los cristianos en esta tierra, sabiendo que venían por mandado de
Su Majestad, yo salí; y el primer señor que dio la obediencia a Su Majestad fui yo,
donde por mi respecto vinieron otros muchos caciques de paz…22

Guecha y su procurador argumentaban que por esta razón no solo debían respetarle sus dominios,
sino procurar acrecentárselos, lo cual se volvió un argumento común en esta clase de juicios.
Todos los caciques involucrados en pleitos de esta clase intentaron obtener ventajas invocando su
temprana conversión al catolicismo y el auxilio brindado a los primeros conquistadores en contra
de sus vecinos y jefes, ahora considerados como tiranos. Poco importaba si esto había sido
realmente así. Recibieron regalos de los españoles y pidieron que se les eximiera o rebajaran los
tributos, alegando que los antiguos zipas les pedían demasiado. También procuraron evitar que se
desmembraran sus cacicazgos para formar encomiendas pequeñas e incluso algunos caciques
mayores lograron que se les dieran más comunidades para gobernar.

Pero los españoles no estaban dispuestos a ceder demasiado. Al terminar la primera fase de la
guerra, en 1538, se repartieron las primeras encomiendas a los conquistadores y empezó el cobro
de tributos. Esto generó bastante descontento, sobre todo en la provincia de Tunja. Aguado
cuenta que en 1540 corrieron rumores de que los sacerdotes indígenas estaban incitando al
pueblo en contra de sus nuevos amos y estaban fraguando una conspiración encabezada por los
caciques. Se decía que cada señor y cada capitán, con su gente habían acordado atacar por la
noche al encomendero y quemarlo vivo en su casa con su familia. En el complot también estarían
involucrados los criados e indios ladinos, que debían esconder las armas y caballos para que los
cristianos no pudieran defenderse. Según el cronista, una india de Duitama había sido la
delatora23. Los hombres de Jiménez de Quesada reaccionaron rápidamente. El conquistador se
encontraba ausente, arreglando algunos asuntos en España y el gobierno del Nuevo Reino se
había dejado en manos de su hermano Hernán Pérez de Quesada. Este aprovechó la costumbre
que tenían los muisca de hacer un mercado en el cercado de Tunja, y convocó a los caciques
principales con engaños. Cuando los tuvo allí, los tomó prisioneros y los asesinó para dar
escarmiento a los demás y sofocar la supuesta conspiración. Esta matanza originó un fuerte
levantamiento del cacique de Guatavita y de otros usaques que tuvo que ser duramente
reprimido. Este sería el último intento serio y organizado de resistir militarmente a los españoles.

A partir de ese momento las quejas por exceso de tributos y malos tratos comenzaron a llevarse
ante las instituciones judiciales españolas recién establecidas. La mayoría de los documentos que
se han conservado en el Archivo General de la Nación de la década de 1540 consisten en
demandas de los caciques contra sus encomenderos por estos motivos. Las instituciones
coloniales empezaban a consolidar su legitimidad a través de la aplicación de la justicia, papel
que los zipas cumplían antiguamente. Por ejemplo en 1544, Alonso Luis de Lugo visitó los indios
de Cómbita, quienes acusaron al encomendero Mateo Sánchez Cogolludo por varios delitos24. El
cacique se presentó ante el gobernador y puso una queja formal, porque le pedían demasiado oro
y mantas. También denunció que un capitán llamado Mocha había sido azotado, crucificado y se
lo habían comido los perros del encomendero. Todo por no querer entregarle su oro. El visitador
tranquilizó a los indios prometiendo que haría justicia. Luego los reunió para hacerles una
22
A.G.N. (Bogotá), Caciques e Indios 24, fol. 29 r.
23
Aguado, Op. cit. Recopilación…, pp. 339.
24
A.G.N. (Bogotá), Caciques e Indios 24, 560-664.

5
“plática”, por medio de una intérprete llamada Magdalena, en la que les pidió ser buenos
cristianos y no hacerle sacrificios al sol ni a la luna. Así dio inició la investigación. Varios
testigos fueron citados y todos corroboraron los hechos, pero Sánchez se defendió acusándolos de
mentir por no querer pagar tributos; argumento que llegaría a ser un lugar común en estos juicios.
Dijo luego que eran indios rebeldes, que se huían constantemente y que incluso había tenido que
ir a sacarlos de un peñol donde se habían “encastillado”. Había tenido que darles camisas, paños,
bonetes de Castilla, cuchillos, tijeras, zapatos y cuentas de collar para el cacique, sus hijos y sus
capitanes para poderlos apaciguar. El juicio se prolongó durante cuatro años. En octubre de 1548
la justicia condenó a Sánchez a destierro perpetuo de las Indias y la pérdida de todos sus bienes25.
Pero este fue un caso excepcional. La mayoría de las veces, las quejas fueron desestimadas y las
penas no pasaron de pequeñas multas.

II. Los cacicazgos muisca y la transición al régimen colonial (1540-1560)

Los autores que han estudiado la evolución de las estructuras de poder indígena en América
después de la conquista española, coinciden en señalar que la estrategia de los españoles
consistió en suplantar los niveles más altos de la autoridad, al tiempo que conservaban la
organización política local. Estas formas locales llegaron incluso a fortalecerse bajo el nuevo
esquema de poder.

Estudios como los de Steve Stern y Udo Oberem sobre los Andes, han mostrado que las noblezas
locales y los jefes regionales, aprovecharon la coyuntura para recuperar el terreno perdido
durante el tiempo en que estuvieron sometidos por el Tawantinsuyu26. La presencia española,
además, amplió la gama de actividades, a medida que se daba una reorganización de la sociedad
en términos hispanos. Los kurakas vieron surgir nuevas oportunidades económicas para ellos y
sus comunidades y tuvieron desde el comienzo una actitud “abierta” frente a la cultura y la
religión europeas. Sin embargo, durante muchos años, la economía inicial del Perú colonial
siguió dependiendo casi en su totalidad de las tradiciones andinas para obtener productos y mano
de obra. Los kurakas jugaron aquí un papel central. Organizaban a sus sujetos para el trabajo y
satisfacían las demandas de los encomenderos, en un delicado equilibrio, porque si se excedían
en las demandas podían perder el apoyo de sus pueblos27.

En el centro de México, las comunidades locales, conocidas como altépetl, con sus jefes o
tlatoques a la cabeza, también salieron fortalecidas, luego del derrumbe del imperio de la Triple
Alianza, derrotado por las tropas de Hernán Cortés y sus aliados indígenas. Pero en este caso
hubo mayores cambios en las formas tradicionales de poder. Se introdujo de forma muy temprana
el sistema municipal español que los nahuas aceptaron con entusiasmo y adaptaron a sus
necesidades. En esto colaboró el hecho de que ya existieran instituciones que fácilmente pudieron
asimilarse con el cabildo español. Había consejos de ancianos, jueces y, sobre todo, un grupo de
escribanos y letrados (los tlacuilos) que llevaban registros pintados, acerca de la historia, la
literatura, el calendario, la religión, los tributos y otros asuntos cotidianos. Estos indios
25
Ibídem, 589v.
26
Oberem, Op. Cit., Don Sancho Hacho…, p. 17.
27
Stern, Op. Cit., Los pueblos indígenas del Perú…, p. 70.

6
aprendieron rápidamente a escribir su idioma con caracteres españoles y a manejar el sistema
jurídico castellano, aunque con la introducción de las modificaciones necesarias para adaptarlo a
su cultura y a las particularidades de cada localidad28.

En el caso de los muisca del Nuevo Reino de Granada se presentó una situación similar a la del
Perú. Los niveles más altos de la jerarquía social fueron reemplazados por los españoles, al
tiempo que se fortalecían los jefes locales de rango intermedio. Según la historiadora Martha
Herrera, la Real Audiencia de Santafé entró a ocupar el lugar de los zipas, mientras que los
caciques mayores o usaques fueron reemplazados por encomenderos y corregidores. Esta
situación se puede representar de un modo algo esquemático con el siguiente gráfico29:

Zipas Real Audiencia

Usaques Encomenderos -Corregidores

Cacicazgo local (psihipqua) Cacicazgo local

Capitanía mayor (zybyn)

Capitanía menor (uta) Capitanías

ORGANIZACIÓN POLÍTICA ORIGINAL ORGANIZACIÓN POSTERIOR A 1550

La documentación revisada indica, además, que la estructura política tendió a simplificarse,


quedando únicamente caciques y capitanes. Es probable que el modelo de organización política

28
James Lockhart, Los nahuas después de la conquista. Historia social y cultural de la población indígena del
México central, siglos XVI-XVIII, México: FCE, 1999, pp. 27-89.
29
Martha Herrera, “Autoridades indígenas en la Provincia de Santafé, siglo XVIII”, en Revista Colombiana de
Antropología, vol. XXX, (1993), 7-35. Ideas que luego fueron retomadas y ampliadas en: Poder local, población y
ordenamiento territorial en la Nueva Granada –Siglo XVIII- (Bogotá: Archivo General de la Nación, 1996) y
Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes
Centrales Neogranadinos. Siglo XVIII (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2002)

7
que los investigadores han propuesto para los muisca no sea el que realmente existió en tiempos
prehispánicos, sino un acomodamiento posterior a la conquista. Sin embargo, el estado de la
investigación que se viene adelantando aún no permite ser demasiado contundentes con estas
apreciaciones. Por otro lado, hubo un proceso de fragmentación y posterior recomposición de las
grandes unidades políticas o confederaciones de cacicazgos, que también fue señalado por
Martha Herrera. Según ella, la necesidad de recompensar a los miembros de las huestes
conquistadoras llevó a las autoridades a fragmentar las comunidades, pero después de algunos
años, con el establecimiento de las Real Audiencia en 1549, las autoridades promovieron un
proceso de recomposición de las grandes unidades, ya que esto facilitaba su control
administrativo30. Pero este proceso no debería ser visto únicamente como fruto de los intereses de
los blancos, como lo presenta la autora. Seguramente también influyeron las gestiones de los
mismos usaques o caciques mayores, interesados en aumentar la cantidad de sus sujetos.

Herrera argumenta que los caciques locales cobraron importancia en los años posteriores a la
conquista porque fueron usados como intermediarios con el fin de acceder a la mano de obra. De
este modo se volvieron una pieza importante del sistema colonial. La autora también esboza una
teoría para explicar por qué desaparecieron a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, y
fueron reemplazados por otras formas de autoridad similares a las que existían en los pueblos de
blancos y mestizos. Según ella, las autoridades tradicionales sobrevivieron mientras cumplieron
el papel de facilitar el acceso de los sectores dominantes a la mano de obra indígena. Pero en el
siglo XVIII, cuando aumentó la presión sobre las tierras de las comunidades, los caciques se
hicieron innecesarios, e incluso contraproducentes, y fueron desplazados por tenientes,
gobernadores, alcaldes y otras figuras introducidas por las autoridades coloniales31. Sin embargo,
esta hipótesis debe ser revisada con cuidado. En primer lugar considera la presencia de un tipo u
otro de autoridad como una imposición externa, que solo sirve para los intereses de los blancos.
Por otro lado no queda claro en qué beneficiaba la desaparición de los caciques a los blancos
interesados en las tierras de los indios. Aunque aún es prematuro plantear una hipótesis
alternativa, resulta claro que los cambios en las instituciones nativas de gobierno también fueron
fruto de la evolución interna de las propias comunidades y su adaptación a lo largo del periodo
colonial a las diferentes coyunturas que atravesaron.

La mayor parte de los investigadores que han estudiado los años posteriores a la conquista
comparten la idea de que las instituciones políticas tradicionales se convirtieron en títeres al
servicio de los intereses del Estado colonial y los sectores blancos dominantes. La antropóloga
Marta Zambrano, por ejemplo, sostiene que los conquistadores mantuvieron los jefes de las
comunidades muisca como intermediarios entre ellos y los indios colonizados, usando el tributo y
las obligaciones laborales prehispánicas en su propio beneficio32; mientras que Eduardo
Londoño, argumenta que los españoles conservaron en parte la estructura de los cacicazgos, pero
a costa de la pérdida de su autonomía y lo que él denomina su “vitalidad tradicional”. En tono
romántico describe una situación de caos y desesperanza. Según él, como carecían de un

30
Herrera, Op. Cit., Poder local…, pp. 26.
31
Herrera, Op. Cit., “Autoridades indígenas...”, p. 35.
32
Marta Zambrano, Laborers, rogues and lovers: Encounters with Indigenous Subjects through Jural Webs and
Writing in Colonial Santafé de Bogotá, tesis para obtener el título de Ph.D. en Antropología, Urbana (Illinois),
University of Illinois, 1997, p. 22.

8
liderazgo legítimo y de la posibilidad de llevar a cabo una lucha armada contra el invasor, a los
muisca solo les quedaba:

“...la magia o la fe en sus propias tradiciones religiosas para defenderse del


avasallamiento cultural... o para consolarse al menos, pero aún estos recursos
seguirán siéndoles reprimidos durante la época colonial”33.

Por su parte, Carl Langebaek, considera en una reciente publicación que esta “resistencia
cultural” no se basó en la conservación de mitos y ceremonias prehispánicos, como lo sugiere
Londoño, sino en un proceso de rápida adaptación y cambio, de acuerdo con las circunstancias
impuestas por la situación colonial. Su énfasis en señalar que muchos de los rasgos que los
investigadores han considerado como “tradicionales” son en realidad el fruto de las nuevas
circunstancias resulta bastante acertado. Sin embargo, insiste en ver a los caciques como simples
agentes de los españoles, manipulados desde el exterior por intereses ajenos a las comunidades.
Según él, las autoridades indígenas fueron los primeros indios que adoptaron las costumbres
españolas y sacaron provecho de las nuevas oportunidades económicas para enriquecerse. Eso les
valió la pérdida de respeto y legitimidad. Su éxito individual se logró a costa de su liderazgo. Por
lo tanto, se creó un vacío de poder que fue llenado por sacerdotes de menor rango que
adquirieron una importancia inusitada y lideraron la “resistencia” a finales del siglo XVI34.

Si se aprecia con cuidado, Langebaek invierte los procesos de desarrollo planteados por los otros
autores. Para Herrera y Londoño, los caciques se fortalecieron a raíz de la conquista, mientras
que los sacerdotes fueron perseguidos hasta desaparecer. Pero Langebaek argumenta que fueron
los caciques quienes perdieron su liderazgo, mientras los chamanes se fortalecían. Cabe señalar
que todas las investigaciones y evidencias documentales disponibles desmienten las ideas de
Langebaek, por lo menos en lo que respecta al hecho de que los jefes fueran los primeros en
adoptar las costumbres españolas y a su supuesta pérdida de autoridad en las segunda mitad del
siglo XVI35. El rol que cumplen durante los siglos XVI y XVII en el altiplano es fundamental y
se aprecia en la gran cantidad de documentos en que aparecen representando a sus comunidades.
Martha Herrera incluso ha documentado la presencia de caciques en una fecha tan tardía como
1734, es decir, casi doscientos años después de la Conquista36. Además, el hecho de que hablaran
castellano y supieran moverse en el mundo de los blancos representaba una gran ventaja para las
comunidades en su relación con el Estado colonial y no existen evidencias de que esto le haya

33
Eduardo Londoño, Los cacicazgos muisca a la llegada de los conquistadores españoles. El caso del Zacazgo o
“Reino” de Tunja, trabajo de grado para obtener el título de antropólogo, Bogotá, Universidad de los Andes, 1985,
p. 71.
34
Carl Langebaek, “Resistencia indígena y transformaciones ideológicas entre los muiscas de los siglos XVI y
XVII”, en: Felipe Castañeda y Mattias Vollet (eds.), Concepciones de la Conquista. Aproximaciones
interdisciplinarias, Bogotá: Uniandes, 20001, pp. 281-328.
35
Otro autor que plantea una desaparición de los caciques relativamente temprana es J. Michael Francis, quien ubica
este proceso en las primeras décadas del siglo XVII, argumentando que su autoridad prácticamente se había
desintegrado en el momento de la visita de Juan de Valcárcel a Tunja en 1636. Sin embargo, a mi modo de ver, estos
años son precisamente aquellos en que los caciques lograron consolidar su poder. Ver: J. Michael Francis, The
Muisca Indians Under Spanish Rule, 1537-1636, Tesis para obtener el título de doctor, Cambridge, 1997, p. 82.
36
Herrera, Op. Cit., Poder local..., pp. 127-131.

9
restado autoridad, ni que hayan sido vistos como un sector “alienado de los intereses de la
comunidad”, como lo sostiene Langebaek37.

Tal vez Langebaek llegó a esta conclusión por haberle hecho demasiado caso a las quejas
amargas de algunos caciques citados por los cronistas a finales del siglo XVI y comienzos del
XVII, que añoraban los tiempos en que ejercían una autoridad absoluta y sus indios eran más
obedientes. La llegada de los españoles sí representó una pérdida de poder para ellos, pero en un
sentido diferente al que se ha planteado. El monopolio de la justicia les fue arrebatado por los
tribunales españoles, ante los cuales se acostumbraron los indios a elevar sus quejas, aún en
contra de sus propias autoridades. También se abrieron nuevas oportunidades de movilidad
geográfica y social, que permitieron a muchas gentes escapar de sus pueblos, establecerse en las
ciudades españolas o simplemente ir de un lugar a otro, escapando del control de sus caciques.

En síntesis, todas las interpretaciones que se acaban de mencionar cometen el grave error de
considerar a las autoridades indígenas tradicionales como títeres sin voluntad en manos de los
blancos. Con esto olvidan que estos personajes no podían hacer a un lado los intereses de las
comunidades que gobernaban. En esto radicaba su prestigio y autoridad. Un mal cacique podía
correr el riesgo de ser desprestigiado, despojado de su cargo o simplemente abandonado por su
gente. Como lo ha señalado James Lockhart, las instituciones indígenas que sobrevivieron a la
conquista y se arraigaron no lo hicieron únicamente porque servían a los blancos, sino porque
también sirvieron a los intereses de las propias comunidades38. Esto, además, no era incompatible
con la búsqueda de provecho individual y de riquezas adelantado por la nobleza indígena.

III. Los caciques muisca y sus intereses frente al Estado colonial (1540-1560)

La Corona española mantuvo una política frente a los jefes nativos en toda América que se
orientaba en dos frentes. Por un lado mantuvo y fortaleció su autoridad como “señores naturales”
de la tierra, tratando de incorporarlos al aparato administrativo. Pero al mismo tiempo se
diseñaron normas tendientes a controlar los posibles abusos que cometieran, limitando su poder.
En ambos casos, la Corona dejó muy en claro de donde provenía el fundamento último de la
autoridad. Si analizamos las Cédulas Reales expedidas a lo largo del siglo XVI y hasta mediados
del XVII se puede apreciar esta doble orientación de la política, que terminaba por darle a los
caciques un tratamiento similar al de los encomenderos: se premiaban sus servicios y lealtad,
considerándolos de alguna manera como funcionarios de la Corona, pero se les impedía ejercer
un dominio absoluto sobre sus sujetos para evitar una posible fragmentación del Estado39.

Un conjunto de normas definían que los señores de la tierra tenían todo el derecho a mantener su
gobierno, sus formas de sucesión y otras costumbres, con tal de que no atentaran contra la moral
cristiana y las buenas costumbres. Incluso se recomendaba que se introdujeran caciques en

37
Según la expresión de Langebaek, Op. Cit., “Resistencia indígena...”, p. 293.
38
Lockhart, Op. Cit., Los nahuas..., p. 15.
39
Las cédulas reales que se refieren a los caciques fueron reunidas en el título 7 del libro 6 de las Leyes de Indias.
Ver: Recopilación de leyes de los reynos de las Indias mandadas a imprimir y publicar por la majestad católica del
Rey don Carlos II [1681], 4 tomos, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1973.

10
aquellas comunidades que no los tuvieran para facilitar las labores de las autoridades españolas.
Además, se crearon escuelas especiales para sus hijos, con el fin de enseñarles la doctrina
cristiana y las primeras letras. Su nobleza era reconocida con el título de “don”, lo cual los
equiparaba a los hidalgos. Eso implicaba que ellos y sus parientes estaban exentos de tributos y
que tendrían un fuero especial para que sus delitos sólo pudieran ser juzgados por las Audiencias
Reales. Pero al mismo tiempo se les prohibía cobrar tributos demasiado altos, tener varias
mujeres, esclavizar a sus sujetos, aplicar penas de muerte o ejercer el cargo sin licencia de las
autoridades coloniales. Cuando cometieran algún delito, se recomendaba a los jueces ponerles
penas corporales, para evitar que sus sujetos terminaran pagando las multas, y cuando se
sirvieran de ellos en cualquier trabajo debían reconocerles un salario. Debido a un pleito en el
que se vieron involucrados dos famosos caciques muisca, Diego de Torres y Alonso de Silva,
también se prohibió en 1577 que los mestizos ocuparan estos cargos, debido a la imagen negativa
que tenían. Finalmente, en cada región del Imperio español se tomaron medidas especiales, de
acuerdo a la situación local. Desde 1540, Jiménez de Quesada prohibió que les siguieran dando
perros a los caciques amigos para sus guerras, porque también podrían ser usados en contra de los
españoles40. En los años siguientes la Real Audiencia tuvo que ratificar estas órdenes y dar
instrucciones para que no usaran hierbas ponzoñosas en sus flechas. Solo se permitió en 1558 que
los indios de la provincia de Muzo y las comarcas aledañas las usaran, pero solamente en defensa
propia y labores de cacería41.

Desde finales de la década de 1550 ya se aprecia claramente que los caciques comenzaron a
aprovecharse de las nuevas oportunidades que les brindó la llegada de los conquistadores. Sin su
colaboración los nativos no obedecían a los encomenderos y era imposible movilizarlos para el
trabajo. Los indios eran necesarios en prácticamente todas las actividades, tanto en el campo
como en la ciudad. Esto los ubicaba en una posición privilegiada que supieron utilizar. En las
actas del cabildo de Tunja han quedado registradas las estrategias que tenían que idearse los
encomenderos para que los indios trabajaran en el mantenimiento de las calles, puentes y
caminos. En 1556 las obras de la catedral tuvieron que ser detenidas porque los trabajadores
llevados desde los distintos pueblos no acudían a sus labores sin la supervisión de los jefes. El
cabildo tuvo entonces que reorganizar el sistema de trabajo, de manera que cada diez días viniera
un grupo de un pueblo distinto bajo la dirección de su cacique42. Por otro lado, la mano de obra
indígena también era vital en el transporte de víveres hacia las ciudades recién fundadas desde las
tierras de cultivo cercanas o desde los puertos fluviales que conectaban la región con el Río
Magdalena y la Costa Atlántica. Aquí también los caciques aprovecharon su papel de
intermediarios y proveedores de mano de obra. De hecho, los documentos más antiguos de la
notaría de Tunja donde aparecen indígenas consisten en “conciertos”, o contratos firmados ante
los alcaldes, en los cuales ciertos caciques “alquilan” algunos de sus indios como cargueros,
cobrando por sus servicios, en franca contradicción con las leyes que prohibían este tipo de
transacciones. Al parecer, los jefes repartían el oro o las mantas que les daban entre ellos y los
trabajadores. Por ejemplo, por alquilar 27 indios para llevar cargas hasta un lugar llamado Las

40
Archivo General de Indias (Sevilla), Papeles de buen gobierno del Nuevo Reino de Granada, legajo 196, fol.
1079v. Edición 114-115. Microfilmes depositados en el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Bogotá).
41
Libro de acuerdo de la Audiencia Real del Nuevo Reino de Granada, edición de Enrique Ortega, Bogotá, Archivo
Nacional de Colombia, 1948, p. 94.
42
Archivo Histórico Regional de Boyacá (en adelante citado como A.H.R.B.), Tunja, Libros del cabildo de Tunja 2,
fols. 97v-100.

11
Juntas en 1560, un cacique cobró 35 mantas, que le fueron entregadas en presencia del alcalde43.
Es de suponerse que cada indio recibió una manta y quedaron 8 para él.

El derrumbe del régimen político prehispánico permitió que algunos capitanes se fueran de unos
pueblos a otros con toda su gente, a servir a otros caciques. Así afloraron conflictos que se habían
mantenido latentes desde la época de los zipas. También se presentaron casos de usaques que
intentaron ampliar sus dominios tomando caciques, capitanes y tierras de sus vecinos. Lo notable
aquí es que se aprecia que la justicia española se convirtió en una instancia ante la cual
empezaron a resolverse esos conflictos, papel que antiguamente cumplieron los zipas. De hecho,
casi la totalidad de los documentos que se conservan de la década de 1550 consisten en demandas
y pleitos adelantados por los caciques del altiplano por estos motivos, seguidos de quejas por
cobros excesivos de tributos e incluso acusaciones de homicidios entre unos jefes y otros. Al
parecer fue durante esta década que el sistema jurídico español comenzó a ser usado en pro de
sus intereses, una vez que fue comprendido y asimilado.

El desmembramiento de cacicazgos para formar encomiendas se convirtió en una fuente


constante de conflictos. Muchos jefes tradicionales se quejaron amargamente de que los blancos
los habían despojado de algunos de sus sujetos y capitanes para formar encomiendas. Este
proceso se ha visto siempre como fruto de la política de los conquistadores pero nunca se ha
tenido en cuenta que detrás de esta reorganización de las comunidades también estaban algunos
caciques ambiciosos, que aprovecharon el poder de los encomenderos y su influencia en la Real
Audiencia para aumentar sus dominios. Esto se aprecia en el hecho de que en las demandas
quienes adelantan todas las gestiones, traen testigos y brindan la información necesaria son los
nativos. Los encomenderos actúan apoyando a los caciques, pero se nota que a veces su papel
queda relegado en un segundo plano.

En 1551, por ejemplo, el cacique de Icabuco y su encomendero promovieron un pleito contra


Alonso Domínguez por un capitán llamado Ochonoba (apodado por los españoles “el zipa
chiquito”) que las autoridades le habían quitado en años anteriores para aumentar la encomienda
de Domínguez44. Estos conflictos llegaron a ser tan intensos que en algunos casos se habló de
verdaderas “guerras” entre los pueblos, como sucedió en 1559, cuando llegaron noticias a la Real
Audiencia de las luchas entre Socha y Chitagoto por un capitán llamado Ubeyta. Durante varios
años se nombraron jueces para ir a investigar lo sucedido pero siempre se presentaba algún
inconveniente. Daba la impresión que el cabildo de Tunja pretendía impedir la investigación,
para favorecer al encomendero de Chitagoto, que era uno de sus miembros. Cinco años después
de los hechos, la Real Audiencia seguía intentando sin éxito que alguna autoridad en esa
provincia se hiciera cargo del asunto45. En otras ocasiones el origen de las diferencias no fueron
las disposiciones de las autoridades coloniales, sino la iniciativa de los capitanes que se iban de
sus pueblos. Por ejemplo en 1551 el capitán Morcote y toda su gente, abandonaron las tierras del
cacique Sogamoso para ir a servir a Pedro Niño. El capitán dijo que Niño le había ofrecido
mejores tierras y que no le iba a cobrar tributos, pero al final incumplió su promesa. Por eso

43
A.H.R.B. (Tunja), Notaría Segunda 2, Fols. 53v-54r.
44
A.G.N. (Bogotá), Encomiendas 11, fols. 8-303.
45
A.G.N. (Bogotá), Archivo Bernardo J. Caicedo, caja 24, doc. 5, 21 folios.

12
accedió a regresar y Niño fue obligado a devolverle al cacique de Sogamoso los tributos que le
había dado el capitán46.

Al parecer, la estrategia de algunos usaques, o caciques mayores, consistía en apoderarse de los


capitanes e indios de sus vecinos, prometiéndoles que no les cobrarían tributos y les darían
buenas tierras para cultivar. Luego, cuando el asunto era llevado ante la justicia aprovechaban las
influencias de los encomenderos y procuraban dilatar el asunto, hasta que la otra parte decidiera
llegar a un arreglo amistoso para evitar los costos de juicio. En 1558, por ejemplo, se enfrentaron
Fumeque usaque y el cacique de Chioachi por un capitán que el primero le había “sonsacado” y
por unas tierras que le tenía ocupadas al margen del río Absa. El asunto se tramitó en la Real
Audiencia de Santafé, pero al mismo tiempo los usaques reunieron a sus caciques y a su gente y
se enfrentaron en varias escaramuzas que dejaron dos o tres muertos y varios heridos. El asunto
solo se calmó cuando un juez enviado por la Audiencia reunió a los caciques en una ceremonia
donde se tomó chicha y se reestablecieron los linderos que habían sido fijados por los antiguos
zipas. Tanto el pleito como su solución tuvieron un aire muy prehispánico47. En otro caso
interesante, sucedido en 1556, el usaque de Guatavita promovió un pleito contra Súnuba y su
encomendero Diego de Paredes porque pretendían sonsacarle un cacique llamado Sozaquira, con
toda su gente. Después de un juicio de más de tres años, Súnuba y Paredes fueron obligados a
devolver a Sozaquira a su antiguo usaque48. En el desarrollo de la investigación, se descubrió que
Súnuba había sido un capitán de Guatavita que después de la Conquista se había convertido en
cacique mayor, con el apoyo de su encomendero, quien le ayudaba a sonsacar capitanes y sujetos
a sus vecinos. Ya en la Audiencia se había tramitado en 1551 un pleito con el cacique de
Machetá y otro con el de Tenza y su encomendero por unos indios que le habían quitado. En esa
ocasión para evitar más “guerras” entre ellos, habían llegado a un acuerdo amigable, ante el
cabildo de Tunja, cediéndole los indios en disputa49.

Otra forma en que la justicia española fue de alguna manera usada en pro de los intereses de los
caciques y las comunidades fue adelantando pleitos contra los blancos por falsos maltratos y
excesos en el cobro de tributos. En la mayoría de los juicios conservados en el Archivo General
de la Nación los abusos parecen haber sucedido efectivamente y los alegatos de los
encomenderos sobre las mentiras de los indios fueron el argumento más común. Sin embargo, se
han encontrado algunos procesos donde los acusados parecen tener la razón y se alcanza a notar
una cierta estrategia de los caciques para perjudicar a sus encomenderos y dilatar el pago de
tributos. Por ejemplo, en 1558, el jefe de Onzaga acusó al encomendero de haber asesinado al
cacique anterior cinco años atrás y de haberlo maltratado. En el transcurso de las investigaciones,
los mismos indios de Onzaga, incluyendo a sus hermanos y parientes, desmintieron al cacique y
lo acusaron de haber sido él quien ordenó la muerte de su antecesor para quedarse con su esposa
y el cacicazgo. Además, se supo que cada vez que llegaba la época del pago de tributos tenía la
costumbre de denunciar al encomendero para que pasara un tiempo preso y dilatar la entrega por
algunos meses. Un indio llamado Cursupa, hermano del cacique dijo que se habían puesto de
acuerdo para acusar al español porque le tenía “mal corazón”, y para que pasaran algunas “lunas”
sin pagar el tributo. Confiaban en que si lo denunciaban en Santafé:
46
A.G.N. (Bogotá), Encomiendas 24, fols, 587-615.
47
A.G.N. (Bogotá), Encomiendas 30, fols., 287-364 y 1023-1024.
48
A.G.N. (Bogotá), Caciques e Indios 22, fols. 1-239.
49
A.H.R.B. (Tunja), Notaría Primera 3, fols. 11-13.

13
“...los señores zipas (la Real Audiencia) lo enviarían a llamar y le castigarían y le
sacarían oro...”50

En un caso similar que se presentó en Tenza durante el mismo año de 1558, el cacique puso dos
demandas paralelas contra el encomendero. Una para que se le rebajaran los tributos y otra
acusándolo de malos tratos. Esta última reiteraba quejas que se venían poniendo desde años
anteriores. Después de un largo juicio, la Audiencia absolvió al encomendero y ratificó el monto
de los tributos. Sin embargo, la entrega se dilató por más de 80 días y el español permaneció
cinco meses en la cárcel51.

Consideraciones finales

En 1560, dos décadas después de la Conquista, muchas cosas habían cambiado en las provincias
de Tunja y Santafé. El dominio español se había consolidado y las ciudades fundadas por los
conquistadores crecían cada día con nuevos colonos, mestizos e indios que llegaban de las
comunidades ubicadas en los alrededores. Los grandes zipas y usaques habían desaparecido y su
lugar lo ocupaban la Real Audiencia, los corregidores y los encomenderos. Sin embargo, en el
ámbito local, aún en lugares relativamente cercanos a los centros del poder, ciertas cosas
mantenían un aire tradicional y en algunos sentidos no habían cambiado. Las viejas disputas entre
caciques vecinos se seguían resolviendo por los medios habituales del ritual y la guerra, aunque
la justicia española cada día se hacía más presente. El proceso de legitimación de la nueva
organización política y administrativa avanzaba a paso lento pero firme y cada vez eran más los
indios que aprendían a servirse del aparato judicial para reclamar sus derechos o intentar
satisfacer sus intereses. Pero aún en los tribunales la lengua que predominaba en los asuntos
indígenas era el muisca. Las multas se fijaban en los únicos medios de intercambio que habían
conocido: mantas sencillas y pintadas; los tiempos seguían midiéndose por lunas y las cantidades
por güetas52.

Ningún cambio significativo se apreciaría antes de la década de 1570. A partir de ese entonces la
presencia de formas culturales de origen español se hace más frecuente por razones que todavía
no son claras. Tal vez influyó el hecho de que se establecieran escuelas para hijos y sobrinos de
caciques en las capitales de provincia a partir de 1565 o las campañas más agresivas de
evangelización de esa década, el aumento de las migraciones y, en general, los mayores contactos
entre blancos e indios. Sin embargo la explicación de estos cambios desborda por ahora los
objetivos que me había trazado en esta ponencia.

50
A.G.N. (Bogotá), Caciques e Indios 24, fol. 420v.
51
A.G.N. (Bogotá), Juicios criminales 101, fols. 378bis-420.
52
Unidad de base 20 en el sistema de numeración muisca. Ver: “Diccionario y gramática chibcha”. Manuscrito
anónimo de la Biblioteca Nacional de Colombia (trascripción y compilación por María Stella González de Pérez),
Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1987.

14
BIBLIOGRAFÍA CITADA

A Fuentes primarias

1. Archivos

Archivo General de la Nación (Bogotá).


Archivo Histórico Regional de Boyacá (Tunja).

2. Colecciones documentales

“Diccionario y gramática chibcha”. Manuscrito anónimo de la Biblioteca Nacional de


Colombia (trascripción y compilación por María Stella González de Pérez), Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1987.
FRIEDE, Juan: Documentos inéditos para la historia de Colombia, 10 t., Bogotá, Academia de
Historia, 1960.
________. Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada, 8 t., Bogotá,
Banco Popular, 1976.
Libro de acuerdo de la Audiencia Real del Nuevo Reino de Granada, edición de Enrique Ortega,
Bogotá, Archivo Nacional de Colombia, 1948.
Recopilación de leyes de los reynos de las Indias mandadas a imprimir y publicar por la
majestad católica del Rey don Carlos II [1681], 4 tomos, Madrid: Ediciones Cultura
Hispánica, 1973.
TOVAR, Hermes (comp.): Relaciones y visitas a los Andes, 4 t., Bogotá, Instituto Colombiano de
Cultura Hispánica, 1992.
________. No hay caciques ni señores, Barcelona, Sendai, 1992.
TOVAR, Mauricio: Fuentes documentales para la historia indígena de Colombia: 1541-1825, 16
T., Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1988.

3. Crónicas y relaciones de la conquista

“Relación de la conquista del Nuevo Reino de Granada por Juan de San Martín y Antonio de
Lebrija” [1539], en: Juan Friede, Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y
fundación de Bogotá (1536-1539), Bogotá: Banco de la República, 1960.
AGUADO, Fray Pedro: Recopilación Historial, 4 t., Bogotá, Presidencia de la República, 1956.
CASTELLANOS, Juan de: Elegías de varones ilustres de Indias, Bogotá, Gerardo Rivas
Editores, 1997 (1ª ed. 1589).
FERNÁNDEZ DE PIEDRAHITA, Lucas: Noticia historial de las conquistas del Nuevo Reino de
Granada, 2 t., Bogotá, Instituto de Cultura Hispánica, 1973 (1ª ed. 1688).
RODRÍGUEZ FREILE, Juan: El Carnero. Según el otro manuscrito de Hierbabuena (ed., introd.
y notas Mario Germán Romero), Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1997 (1ª ed. 1859).
SIMÓN, Fray Pedro: Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias
Occidentales, 7 t., Bogotá, Banco Popular, 1981 (1ª ed. 1627).

15
B. Fuentes secundarias

CASATAÑEDA, Felipe y Matthias VOLLET, eds. Concepciones de la Conquista.


Aproximaciones interdisciplinarias, Bogotá, Uniandes, 2001.
FRANCIS, J. Michael. The Muisca Indians Under Spanish Rule, 1537-1636, Tesis para obtener
el título de doctor, Cambridge, 1997.
HERRERA, Martha. “Autoridades indígenas en la Provincia de Santafé, siglo XVIII”, Revista
Colombiana de Antropología, vol. XXX, (1993), 7-35.
________. Poder local, población y ordenamiento territorial en la Nueva Granada, Siglo XVIII.
Bogotá: Archivo General de la Nación, 1996.
________. Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del
Caribe y en los Andes Centrales Neogranadinos. Siglo XVIII. Bogotá: Instituto
Colombiano de Antropología e Historia, 2002.
LANGEBAEK, Carl. “Resistencia indígena y transformaciones ideológicas entre los muiscas de
los siglos XVI y XVII”, en Felipe CASTAÑEDA y Mattias VOLLET, eds., Concepciones
de la Conquista. Aproximaciones interdisciplinarias, Bogotá, Ediciones Uniandes, 2001,
281-328.
LOCKHART, James. Los nahuas después de la conquista. Historia social y cultural de la
población indígena del México central, siglos XVI-XVIII, México, FCE, 1999.
LONDOÑO, Edurardo. Los cacicazgos muisca a la llegada de los conquistadores españoles. El
caso del Zacazgo o “Reino” de Tunja, trabajo de grado para obtener el título de
antropólogo, Bogotá, Universidad de los Andes, 1985.
MURRA, John. La organización económica del Estado Inca, México, Siglo XXI, 1979.
OBEREM, Udo: Don Sancho Hacho, un cacique mayor del siglo XVI, Quito, Abya-Yala, 1993.
STERN, Steve J.: Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española.
Huamanga hasta 1640, Madrid, Alianza Editorial, 1986.
ZAMBRANO, Marta. Laborers, rogues and lovers: Encounters with Indigenous Subjects
through Jural Webs and Writing in Colonial Santafé de Bogotá, tesis para obtener el
título de Ph.D. en Antropología, Urbana (Illinois), University of Illinois, 1997.

16

Você também pode gostar