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Política de derechos humanos: memoria colectiva y conciencia social

Paulo Buttice y Marcos Borello


Diciembre 2008
Resumen

El trabajo analiza el alcance que deben tener las políticas de la memoria y toma como
paradigmáticas las actuales políticas de derechos humanos llevadas a cabo en
Argentina para ponderar su efectividad como impulsoras de la memoria colectiva y la
conciencia social. Asimismo, estudia los mecanismos de represión ideológica de la
última dictadura y cómo hoy son todavía visibles en la sociedad y dificultan el
compromiso social y la acción colectiva. Por último, aborda la memoria como un
elemento esencial para atenuar dicha dificultad.

Palabras clave: memoria colectiva, conciencia social, derechos humanos, acción


colectiva, cambio social.

Abstract

The work analyzes the scope that must have the policies of the memory and it captures
like paradigm the current policies of human rights carried out in Argentina to consider its
efficiency as promoters of the collective memory and the social conscience. Likewise, it
studies the mechanisms of ideological repression of the last dictatorship and also how
they are today still visible in the society and how they impede the social commitment
and the collective action. Finally, it approaches the memory as an essential element to
attenuate the above mentioned difficulty.

Keywords: collective memory, social conscience, human rights, collective action, social
change.

1
La importancia de un alcance efectivo de la memoria

El tema-eje a cuyo alrededor girarán las cuestiones a reflexionar en los párrafos


siguientes puede resumirse en un conjunto de consideraciones acerca del alcance
efectivo que deben tener tanto la memoria colectiva como la conciencia social como
elementos indispensables para un desenvolvimiento dinámico de agencias de acción
colectiva. La memoria es un factor que determina crucialmente la experiencia de los
actores sociales en la resignificación de la historia, y su falta (o deformación, destinada
a silenciar) ocasiona la ausencia en la sociedad de conciencia social, identidad
colectiva, solidaridad y el fracaso, en fin, de toda empresa destinada a generar
cohesión social y mitigar la marginación social. Ambos objetivos son presentados como
fundamentales en los discursos de Cristina Kirchner y primeros en la lista de prioridades
de su agenda política.

Dentro del debate general acerca de la memoria colectiva, el presente artículo trata en
particular la política de derechos humanos llevada a cabo, en concordancia con dichos
objetivos, por el matrimonio Kirchner en los últimos años. La reapertura de las causas a
los represores de la dictadura de 1976-1983 es el hecho recogido en estas líneas para
su replanteamiento, pues constituye el principal paradigma actual en Argentina entre
todas las acciones políticas impulsoras de la memoria y el consenso.

La brújula utilizada para este ensayo se encontró situada en las coordenadas de una
realidad social de un país cuyas longitudes son representadas por la exclusión social, la
pobreza, la inequidad, la neocolonización, la dependencia, la desesperanza y por
latitudes determinadas por el imperialismo, el neoliberalismo, la especulación, el capital
extranjero. El norte, donde estas coordenadas confluyen y manifiestan sus relaciones,
es el objetivo-guía que nos permitirá desandar, en el presente ensayo, el camino de
nuestro pasado a través de estos parámetros que incluyen otras múltiples inscripciones
que los atraviesan y condicionan a lo largo de la historia, y que nos situarán en una

2
dirección que se presenta como necesaria para lograr gran parte de la comprensión de
las características de la sociedad argentina actual.

Es por ello que en concordancia con respecto al tema que hoy nos toca – memoria
colectiva y conciencia social como determinantes y productos de la experiencia de los
actores sociales en la resignificación de la historia – el norte de la propuesta que en
páginas siguientes desarrollaremos consiste en replantear y reivindicar la memoria para
que sea conceptualizada efectivamente por el lector como una visión histórico-crítica
que se ocupe de integrar todos los elementos que sean posibles de recordar para
comprender cabalmente el proceso del que fuimos parte y somos producto.

Así, este norte no es el resultado de un capricho; por el contrario, es establecido como


resultado de las citadas coordenadas y a partir de la percepción de una necesidad
esencial para nuestra sociedad: suplir la falta de memoria y conciencia social,
impulsada por la desintegración, el individualismo y por la máxima de vivir el presente a
la que nos invita la propaganda promotora del consumo de productos destinados a
reproducir y acrecentar la acumulación capitalista y la concentración del poder
imperante en el marco de la globalización y el neoliberalismo a los que nuestra
sociedad se ha integrado ferozmente de manera inadecuada a través de decisiones
irresponsables de los encargados de turno.

Esta actitud sincrónica (vivir el presente) respecto a un supuesto pero ilusorio mundo de
oportunidades, facilidades, comodidades, entretenimiento y sobreabundancia de la
información que rige nuestras vidas nos cosifica en tanto instrumentos de la lógica de
mercado y nos envuelve en una concepción acrítica de la realidad. Ésta debe
reemplazarse por una actitud social conciente, responsable y comprometida a la que
sólo puede llegarse viendo, en cambio, la diacronía que concierne a nuestra historia y
que involucra nuestro presente.

3
Tal actitud encuentra sus principales dificultades en nuestra historia argentina a partir
del punto de inflexión que constituyó una experiencia crucial para los actores sociales
argentinos y que tendría luego, a través de la imposición del miedo, una devastadora
resignificación silenciadora de la historia: el golpe de Estado de 1976, con el factor
económico neoliberal como su principal motivo, con la instauración del miedo como su
condición de existencia, y con la represión ideológica como su masivo legado.

Dichas dificultades son hoy principalmente el producto de estos tres determinantes que
hoy se observan en las escasísimas expectativas de participación en espacios públicos
que encuentra nuestra sociedad, lo que a su vez ocasiona la falta de conciencia social:
un desinterés por el conocimiento, la memoria colectiva y la identidad nacional. No
obstante estas dificultades que hoy siguen presente, confiamos en que pueden
superarse si identificamos sus causas y vislumbramos sus consecuencias. Como primer
paso, este ensayo se propone elaborar un replanteamiento del alcance que debe tener
tanto la memoria como las políticas destinadas a promoverla.

La política de derechos humanos como impulsora de la memoria colectiva

Las políticas de la memoria más significativas llevadas a cabo en los últimos años en
Argentina se concretaron presentándose como “políticas de derechos humanos”, pero
afectan de manera decisiva a la memoria colectiva actual. Dichas políticas fueron
concretadas en acciones como, principalmente, la reapertura de causas a los
represores de la dictadura de 1976-1983. Éstas son indiscutiblemente necesarias y
positivas para la sociedad. Sin embargo, se considera de capital importancia la revisión
del alcance de este tipo de medios considerados como impulsores de una memoria
colectiva.

La reapertura a las causas de los represores de la última dictadura militar puede


considerarse analíticamente con dos aspectos diferentes (indisociables, sin embargo,
en su manifestación en la realidad). Por un lado, los juicios a diferentes responsables

4
de actos de terrorismos de estado se presentan como hechos concretos. El juzgamiento
a personas que cometieron delitos de lesa humanidad corresponde al aspecto del
funcionamiento de la justicia en términos de un efectivo Estado de derecho. Por otro
lado, estos juicios están rodeados de un sentido de memoria colectiva, revisión histórica
y sentimiento de justicia sobre lo sucedido. Este orden simbólico, no menos importante
que el enjuiciamiento concreto, es fundamental que sea percibido como un
entendimiento íntegro de lo sucedido para comprender mejor el terrorismo de estado, y
no sólo como un recuerdo que exalte las atroces violaciones a los derechos humanos
cometidas. Este aspecto simbólico es el que se relaciona con el carácter propiamente
político, lo que es evidenciado en los discursos kirchneristas que hacen de este tema
una de sus banderas fundamentales que sostienen en vistas a lograr consenso en la
sociedad civil.

Por sentido concreto consideramos las diferentes acciones particulares referentes a la


justicia en la revisión de la dictadura iniciada en el golpe de estado de 1976: los juicios
individuales, las investigaciones criminológicas, los diferentes casos concretos que son
mostrados y elevados a conciencia (por ejemplo en la publicación del libro Nunca Más),
y las acciones en busca de memoria por parte de las agrupaciones en defensa de los
Derechos Humanos mediante las cuales se evocan los múltiples delitos.

El sentido simbólico, en tanto, es lo que recubre a estos hechos concretos: los


sentimientos cruzados que procuran la búsqueda tanto de justicia como de
comprensión. Este aspecto es el movilizado por una memoria colectiva en cuyo seno
debe cultivarse de manera estratégica desde la política una cabal comprensión de
cómo fue posible el terrorismo de Estado y no sólo qué fue lo que sucedió. Semejante
empresa no debe adjudicarse solamente a los hechos concretos de la política de
Derechos Humanos que ponen en evidencia la violación a tales derechos, aunque ello
sea base y fundamento en el fomento de una efectiva memoria colectiva. Si se busca la
resolución de una etapa tan dolorosa sólo en los juicios a los principales responsables
de la última dictadura, esta memoria se acabaría con los juzgamientos.

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No se debe olvidar que la memoria debe ser política de Derechos Humanos de manera
constante y en muchos más ámbitos que la sola reapertura a las causas, por más que
éste sea fundamental. Además, por supuesto, dicha política concierne a la
responsabilidad del Estado en tanto que promueve la integración de la nación
fomentando una identidad nacional. También, y es este el verdadero aspecto crucial,
favorece la transparencia en la comprensión de nuestra realidad social actual, lo cual es
fundamental para que el país goce de una verdadera vida democrática.

Hacia una memoria íntegra, activa y constante

El análisis desea centrarse sobre el citado aspecto simbólico. Se pretende discutir qué
alcance tienen estos juicios concretos considerados como elementos para desarrollar
una íntegra memoria de lo sucedido. Es indiscutible la necesidad de dichos juicios para
que los crímenes no resulten impunes y para reivindicar la credibilidad de las garantías
legales que nos brinda el Estado. Sin embargo, una vez concluida esta instancia
jurídica, se corre el riesgo de considerar saldada la historia, y así concluir una memoria
analítica de lo sucedido, olvidando que este proceso tuvo más responsables que los
enjuiciados y más determinantes a tener en cuenta.

En éstos últimos se vio sumida toda una sociedad en su conjunto, pudiéndola


considerar en este sentido como también responsable o, al menos, involucrada. Esta
visión de responsabilidad social, es preciso dejarlo en claro, no deja de tener en cuenta
a la sociedad argentina como víctima de las atrocidades cometidas durante el Proceso.
Sin embargo, resulta de capital importancia suavizar esa concepción de la sociedad
víctima tan arraigada en Argentina como producto de la teoría de los dos demonios tan
vigente aún hoy: lo importante es no olvidar tener en cuenta a aquella sociedad de la
década de los 70 como sujeto político que en gran parte dio la bienvenida a la
dictadura, si bien no imaginaba el accionar de sádicos psicópatas que encontraron en
ese contexto su posibilidad de existencia.

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Respecto a la consigna “ni olvido, ni perdón”, volvemos a remitirnos a los dos aspectos
que anteriormente consideramos que conciernen a la reapertura de la causa a los
represores: el “ni perdón”, en el sentido concreto como necesario enjuiciamiento en el
marco del cumplimiento de la ley, y el “ni olvido” como un hecho simbólico que busca
reivindicar a la memoria como un elemento indispensable para que la sociedad se
desarrolle en un marco de justicia. En estos dos aspectos afirmamos la necesidad de,
en el primer sentido, continuar las investigaciones que desemboquen en la
identificación de los responsables de los actos de lesa humanidad, y en el segundo
sentido, continuar (y más aún: impulsar, acrecentar, desarrollar) efectivas políticas de la
memoria. Es preciso que estas políticas continúen en este sentido, no solamente
materializada en juicios, sino también mediante acciones que fomenten un pensamiento
analítico. Con esto recalcamos nuevamente que no debe dudarse de la necesidad de
los juicios, pero tampoco debe acabarse con ellos una memoria activa y constante.

El terror que obstaculiza el recuerdo y el accionar del actual sujeto social

El debate de este ensayo se desarrolla con el presupuesto de que las políticas de la


memoria fueron llevadas a cabo hasta el momento de manera limitada e insuficiente. Lo
demuestra la publicación y amplia repercusión del libro Nunca Más, hecho
paradigmático como símbolo de la memoria que con sobreabundancia de imágenes del
terror logra de manera ampliamente efectiva una toma de conciencia para censurar
actos de lesa humanidad. Este aspecto es considerado muy positivo; sin embargo, el
libro carece en su totalidad de un tratamiento histórico de la dictadura como resultado
de un proceso que involucró a toda la sociedad: esto se puede considerar negativo si
entendemos que el informe Sábato es uno de los mayores símbolos de la memoria (de
aquel período en que tuvo lugar la última dictadura militar) donde muchos buscan
comprensión y del cual sólo pueden concluir deduciendo una teoría como la de los dos
demonios.

7
Como analogía, el tratamiento limitado que los medios masivos de comunicación
brindaron a los juicios de los represores redunda en el mismo efecto de censurar
definitivamente los hechos concretos de violación de los derechos humanos llevados a
cabo pero sin más explicaciones que la alusión a estos horrorosos crímenes. Como
hecho simbólico de estos últimos años y que ha alcanzado mayor difusión, la reapertura
de los juicios se presenta hoy como el principal motivador de la memoria, pero es
insuficiente para alcanzarla de manera efectiva sin una difusión que se ocupe de darle
una lectura histórico-crítica más profunda. Ello no hubiera favorecido al rating, y lo
saben muy bien los pocos en quienes se ha concentrado el poder de los medios a
causa de la secuela dejada, precisamente, por la política neoliberal instaurada a la
fuerza en el último gobierno de facto. Estos pocos no pueden hacer otra cosa que
interesarse por su enriquecimiento si encuentran un libre desenvolvimiento en el
contexto de una sociedad desintegrada.

La razón por la que un contexto explicativo en el tratamiento de la información por los


medios no hubiera favorecido a lograr una amplia audiencia es porque el miedo, que
acalla gran parte de lo ocurrido en el período anterior de la vuelta de la democracia en
1983, ha sido manipulado a partir de dicha fecha, desde los gobiernos que se
sucedieron hasta el de hoy, para lograr una aceptación pasiva de la sociedad (el “no te
metas”, todavía vigente) de las políticas implementadas, y se ha impuesto y reproducido
hasta hoy en la cotidianeidad de los individuos con la rememoración continua del terror
vivido, el cual fue además altamente favorecido sobre todo por los mismos medios que,
a través de casi todos estos años que sucedieron al regreso de la democracia, pusieron
énfasis en el relato de capturas, torturas y desapariciones; además, correlativamente,
fue decisivo para ello la notoria y significativa acción de los organismos de defensa de
los derechos humanos desde antes de terminado el período del gobierno de facto hasta
nuestros días (se volverá a su análisis en párrafos siguientes). Entonces, esta
concepción de la época de la dictadura se encuentra altamente difundida y legitimada
en la memoria colectiva y el imaginario social, y así el individuo argentino presta

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rápidamente atención cuando se habla de torturas en la televisión, la radio o los
periódicos.

La exaltación de imágenes del terror no es en sí mismo un aspecto negativo: su


desventaja es que opaca el recuerdo del tipo de sociedad argentina que existía a
principios de los 70 (cuyo análisis también se desarrollará en párrafos siguientes), todo
un ejemplo a seguir en la actualidad exceptuando la violencia como medio para lograr
los fines y forma de hacer política. Pero la desventaja principal es que desalienta todo
intento de “subversión”, toda actitud crítica comprometida con la sociedad, todo acto de
impugnación de ideologías dominantes del sujeto social que se encuentra manipulado
con estas imágenes: él sólo sabe en lo que no tiene que meterse para que “nunca más”
suceda lo que sucedió.

Es por ello que debe evitarse también el olvido de los aspectos más importantes, siendo
éstos los que descubriremos al entender el proceso que desembocó en la dictadura,
más sus condiciones de posibilidad de existencia a lo largo de siete años, con todas las
inscripciones y características que presentó. Dichos aspectos son los que
verdaderamente debemos elevar a la conciencia para que efectivamente “nunca más”
suceda lo que sucedió. La amplia difusión del Nunca Más y la analogía recién explicada
de la reapertura de las causas a los represores pueden considerarse, en el sentido de
exaltar y abundar en imágenes del terror, la continuidad de la instauración del miedo
(comenzada en el golpe de Estado de 1976) si es que carece de una visión histórica
íntegra y crítica como acompañante.

La vigencia de la cultura del miedo

No debemos correr el riesgo de recordar sólo el peor aspecto de la dictadura, el terror


organizado, olvidando las causas que nos llevaron a dicha etapa, porque las
repercusiones de esta cultura del miedo siguen presentes aún hoy en muchos hechos y
características sociales que lo evidencian: se perciben fácilmente en una sociedad que

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todavía se encuentra corrompida por el miedo y encuentra muchas dificultades para
producir individuos concientes y comprometidos socialmente. La “normalización” con
que se recuerda el regreso de la democracia en 1983 tiene graves limitaciones: la
concentración del poder producida por las políticas neoliberales impuestas por la
dictadura sólo continuaron agravándose en los años subsiguientes.

Esta continuación es posible a partir de la dependencia que sufre la sociedad a causa


de la deuda externa (incrementada, como se sabe, de manera desmedida a partir del
golpe de 1976), pero también fundamentalmente por el miedo que pervive en la
sociedad por el recuerdo de la década de los 70 conceptualizada en la memoria sólo
como una época de extrema violencia y no como una época de, entre tantas otras
cosas, compromiso social, de deseos de transformación, de participación en el espacio
público, de pensamiento crítico, de identidad nacional, de interés por la lectura, la
reflexión y la memoria, de una gran distribución de la riqueza y de, prácticamente,
inexistencia de pobreza, desempleo y exclusión social, si comparamos estos factores
con los índices actuales. La exaltación de imágenes del terror no permite asociar
rápidamente estas características con la memoria de aquella época.

Fue característico del gobierno de Alfonsín, pero aún hoy resulta muy frecuente en los
discursos presidenciales la presencia de alusiones a la década de los 70 recordando
sólo su lado negativo, que si bien fue indeciblemente nefasto, no debe opacar a las
características antes citadas que hoy deben recuperarse, aunque desarrolladas en un
marco de paz que, aunque no lo parezca, está muy lejos de ser imposible. Dichas
alusiones que apoyan, difunden y legitiman las definiciones oficiales de la realidad son
manipuladas y tienen efectos devastadores en la sociedad, que, aterrorizada por volver
a vivir una época semejante, hace la cruz al regreso del desorden, el caos y la
violencia, pero con ello también se hace la cruz, muchas veces inconcientemente, al
regreso del compromiso social, la identidad nacional, el pensamiento crítico, la memoria
colectiva, la conciencia social. Toda idea de cambio, toda teoría del conflicto es
pensada, luego de la instauración del terror del gobierno de facto hasta hoy, como

10
peligrosa. La frase “no te metas” es característica de los 70 pero actualmente tiene
plena vigencia y desfavorece significativamente la concretización de un cambio social –
tan necesario actualmente – que sólo puede ser llevado a cabo por una efectiva acción
colectiva.

Con respecto a las reminiscencias legadas por la última dictadura, resulta oportuno citar
la sentencia de Romero1 por su claridad, inteligencia e ineludible importancia en la
generación de una verdadera e íntegra conciencia social:

Digamos de una vez por todas que hemos sufrido una rotunda derrota cultural,
que nos han constituido y nos siguen constituyendo como sujetos de la cultura
del miedo y el economicismo utilitarista instaurados desde la dictadura cívico
militar, y que éstas son estrategias fundamentales de control y disciplinamiento
social del neoliberalismo, imprescindibles para que hayamos aceptado las
políticas económicas y culturales que nos vienen destruyendo desde por lo
menos tres décadas.

El autor afirma que: “la cultura del miedo pervive en el uso político que nuestra clase
dirigente hace de los miedos sociales, y que esa manipulación hace posible, en gran
parte, la continuidad y profundización del “plan económico” abierto desde 1976, es
decir, contribuye decisivamente a crear el grado de consenso social necesario, la
aceptación resignada, pasiva, de buena parte de nuestra sociedad.” Tal afirmación es
explicada con total claridad por dicho autor a lo largo de su libro Culturicidio, donde
expone la historia de la educación argentina entre 1966 y 2004 y pone de relieve
principalmente los mecanismos culturicidas que tuvieron lugar en dicho período –
situando la última dictadura (y la cultura del miedo impuesta en ella) como el
desencadenante o “verdadero huevo de la serpiente” – a través de los cuales: “han
aniquilado la subjetividad social del pueblo argentino, han ilegalizado, proscrito,
desaparecido y luego exhumado en la hoguera de las vanidades posmodernas del
mercado, las creaciones y los valores culturales y morales mediante los cuales se

1
Francisco Romero, Culturicidio. Historia de la educación argentina (1966-2004), Córdoba, Librería de la
Paz, 2005.

11
experenciaba, percibía y representaba el mundo y sus sentidos, pensándolo como
esfuerzo, construcción, como desafío de transformación del orden social”.

Es necesario abrir un pequeño paréntesis en este párrafo para agradecer muy


especialmente a Francisco “Tete” Romero, que, aclaramos, no tuvo ni siquiera
conocimiento de la producción de estos escritos, pero sus ideas influyeron
decisivamente en casi la totalidad de las cuestiones aquí desarrolladas. Su obra
Culturicidio se presenta como un libro fundamental a recurrir por su amplia y profunda
lectura de la realidad, capacidad de síntesis, inteligencia en los razonamientos, claridad
en los conceptos y consistencia en la argumentación, pero sobre todo por hacer un
decisivo aporte a la recuperación de la memoria colectiva y la conciencia social, cuya
falta sintetiza un gran porcentaje de los factores que dificultan la comunicación efectiva
y pacífica para la resolución democrática, mediante la acción colectiva, de los
problemas que sufre la sociedad argentina contemporánea.

Los peligros de que se cierre a la memoria, al menos, el proceso que comenzó antes
que el golpe de 1976, y que fue la instauración de la violencia política (que luego se
presentó como justificando la Doctrina de Seguridad Nacional en el discurso de los
militares) en la Argentina con todas sus respectivas repercusiones, son ampliamente
desfavorables para la sociedad. Esto es así porque con esta memoria en forma
restringida se dificulta el pensamiento crítico y un razonamiento que debe involucrar
cada acto que todos llevamos a cabo socialmente, principalmente en los ámbitos
cotidianos laboral y familiar, y que debe evitar que vuelva a suceder un golpe de Estado
semejante con sus consiguientes atrocidades. El razonamiento se ve limitado por la
falta de efectivas políticas de la memoria que, irónicamente, olvidan lo esencial:
entender qué factores sociales fueron los que desembocaron en la tragedia. Con esto
no se pretende afirmar la teoría de los dos demonios ampliamente conocida.

Por el contrario, la memoria colectiva debe centrarse en el entendimiento de cómo una


sociedad dio cabida a un gobierno de facto que le instauró un régimen de terror. Lo que

12
realmente no debe repetirse es la proliferación de ideologías intransigentes como si de
dogmas se tratasen, porque es entendible, si bien no justificable, la aceptación que
recibió un golpe inconstitucional en esas condiciones sociales de tanta incertidumbre e
inseguridad. Si bien en aquella época la comunicación fue evidentemente,
relacionándola con la de nuestros días, mucha más activa y abarcaba un porcentaje
muchísimo mayor del total de la sociedad argentina, así también las pasiones cegaron
el hecho de que un proyecto de país no puede llevarse a cabo sin tolerancia. Tal
fenómeno se observó en casi todos los ámbitos, pero fue paradigma de ello la acción
política de las organizaciones guerrilleras que carecían de objetivos claros y no estaban
dispuestas a realizar mínimas concesiones. Muy lejos está de justificarse con ello una
“doctrina de seguridad nacional” como la impuesta en 1976, que abarcaba muchos más
objetivos oscuros y muy bien escondidos en el discurso de los militares, y que además
se desarrollaba en el inaceptable marco de un gobierno inconstitucional, pero así fue
posible la instauración de tal poder que pudo permitirse tantos “excesos”.

La represión ideológica

Entonces se hace necesario afirmar que tampoco deben quedar fuera de análisis las
posibilidades de existencia que esta dictadura encontró. En este sentido la memoria
colectiva poco avanzó en el entendimiento de cómo una sociedad no advirtió, o calló,
crímenes de lesa humanidad. La represión ideológica se articuló con un sistema
estratégico muy efectivo para disciplinar a la sociedad y sosegar todo intento de
sublevación. Para su análisis, citamos a Pilar Calveiro2 en su observación sobre cómo
los campos de concentración, instaurados en la Argentina de la última dictadura militar,
fueron posibles:

Las cabezas dan unas órdenes con las que no toman contacto. Los ejecutores
se sienten piezas de una complicadísima maquinaria que no controlan y que
puede destruirlos. El campo de concentración aparece como una máquina de
destrucción, que cobra vida propia. La impresión es que ya nadie puede

2
Pilar Calveiro, Poder y desaparición, Buenos Aires, Colihue, 2004.

13
detenerla. La sensación de impotencia frente al poder secreto, oculto, que se
percibe como omnipotente, juega un papel clave en su aceptación y en una
actitud de sumisión generalizada. (…) Por último, la diseminación de la disciplina
en la sociedad hace que la conducta de obediencia tenga un alto consenso y la
posibilidad de insubordinación sólo se plantee aisladamente.

Como complemento a esta importante cuestión, resulta esclarecedor citar ahora a Eva
Gilberti3, quien destaca la existencia de cuatro mecanismos psicológicos esenciales
para el mantenimiento de la cultura del terror como método para lograr la disciplina
social. El primero de ellos es la negación, que se sostiene en verbalizaciones como
“aquí no pasa nada”; luego, la desmentida, a partir de frases como “no hay
desaparecidos, búsquenlos en Europa”; en tercer lugar, los razonamientos como “por
fin hay orden”; y por último, la identificación con el discurso, los valores y las presiones
como “por algo será” o “en algo habrán andado”.

El funcionamiento constante y estereotipado de estos mecanismos provoca – según lee


Romero a Eva Gilberti – un alivio transitorio de la angustia, pero en detrimento de la
capacidad creadora y la manifestación de los sentimientos, y estimula la desconfianza
paranoide hacia todo aquello que no coincida con lo aprobado por el poder. Así se
destruyó la subjetividad cultural, el pensamiento crítico y el deseo de transformación
social. Estos últimos valores son los que precisamente deben recuperarse en la
actualidad, aunque no sea fácil porque el terror instaurado fue de tal magnitud que
posee hoy amplias repercusiones, sobre todo en aquella generación que en su juventud
vivió el Proceso.

Entonces es de importancia vital que no sea transmitida a la nueva generación el relato


de la experiencia en los mismos términos con los que fue vivida: con el silencio o la
justificación obligada por el miedo. Es decir que la tarea que deben llevar a cabo los
que experimentaron aquella época en que tantas atrocidades fueron cometidas es

3
Eva Gilberti, “Diferencia y represión”, El Periodista de Buenos Aires. Dossier: El tiempo del desprecio. A
diez años del 24 de marzo de 1976, Buenos Aires, Marzo 1986.

14
despojarse de un pensamiento que debieron censurar de manera obligada, para volver
a adoptar hoy una posición fuertemente crítica.

El papel de los organismos de defensa de los derechos humanos

Es preciso referirnos ahora a la acción de los organismos de defensa de los derechos


humanos creados durante la dictadura y que, a pesar de haber encontrado a lo largo de
su historia múltiples debates internos, siguen desde comienzos de los 80 hasta hoy con
el mismo y primordial objetivo: enjuiciar a los responsables directos del genocidio y las
torturas. Desde la visión de los protagonistas de los organismos de los derechos
humanos, según afirma Elizabeth Jelin4, se llevan a cabo las acciones: “como si un
futuro de Nunca Más se pudiera derivar del recuerdo constante del terror
experimentado durante la dictadura”. Es oportuno entonces citar un párrafo de un
ensayo de dicha autora, en vistas a esclarecer la cuestión:

A pesar de que todos los organismos coinciden en enmarcar el problema de los


derechos humanos en el contexto de un conflicto social de vastos alcances, ni
aún en las demandas más exigentes se solicita castigo más que para quienes
hubieran planeado, dirigido o participado directamente en los actos mismos de la
represión (…). El reclamo de castigos penales es para los responsables directos;
el juicio a los responsables indirectos deberá ser dirimido en el plano político y
en el inevitable “juicio de la historia” (…), juicio cuya realización no hay poder a
quien reclamar, ni haría falta, porque de todos modos ocurrirá.

Casi nadie contradice hoy el merecido reconocimiento hacia estas organizaciones, su


voluntad, valentía y perseverancia, y la justicia necesaria que buscaban, pero es
necesario criticar fuertemente aquella última afirmación citada, observada por Jelin en
el discurso de las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos: “de todos
modos ocurrirá”, así como el “inevitable juicio de la historia”. Estas frases invitan a
cruzarse de brazos y confiar en el destino; tal acción, está de más decirlo, no ha tenido
buenos resultados a lo largo de nuestra historia ni de la de nadie, como lo demuestran
4
Elizabeth Jelin, “La política de la memoria: el movimiento de derechos humanos y la construcción
democrática en la Argentina”, AAVV. Juicio, castigos y memorias. Derechos Humanos y justicia en la
política argentina, Buenos Aires, Nueva Visión, 1995.

15
muchísimos hechos que deberíamos recordar considerándolos como sucesos que
ocurrieron porque los que tuvieron la posibilidad de evitarlo no lo hicieron. Tal es la
conceptualización con la que, para que realmente no vuelva a ocurrir un hecho
semejante, proponemos que se piense la década de los 70: a la sociedad como sujeto
conciente y activo de la historia, no como simple víctima.

Es claro que no puede afirmarse que el juicio de la historia “de todos modos ocurrirá”.
Por el contrario, son necesarias activas políticas de la memoria que procuren que dicho
“juicio” sea llevado a cabo. Éste consiste en una forma de “saldar” la historia (que sin
embargo nunca podrá ser saldada teniendo en cuenta las atrocidades cometidas) que
va mucho más allá que la condena a los responsables de los crímenes, y que se hará
visible al impulsar una efectiva memoria colectiva que genere la conciencia social
necesaria para derribar definitivamente el legado triunfante del último gobierno de facto:
no debe dejarse que perviva la instauración del miedo y por consiguiente la represión
ideológica, posibilitando así que los sujetos sociales argentinos no duden en criticar las
definiciones oficiales de la realidad, que no repriman sus deseos de intervenir
activamente y lograr el cambio social que es tan necesario actualmente.

Las políticas de la memoria

Las políticas de la memoria, que deben ser llevadas a cabo principalmente por los
medios masivos de comunicación, las organizaciones de defensa de los Derechos
Humanos y fundamentalmente por el Estado por razones ya explicadas, deben estar
relacionadas con fomentar un pensamiento crítico para una efectiva memoria histórica.
En este sentido pueden considerarse, en primer lugar y fundamentalmente, la búsqueda
de una integración nacional a través de una memoria que nos identifique, concomitante
con el fortalecimiento de nuestra democracia. Así también, por ejemplo, el
replanteamiento del modelo educativo y los planes de estudio en escuelas primarias y
secundarias, la promoción de ámbitos de discusión tanto en la Universidad como más
allá de ella en actividades de extensión, o la realización de actividades de investigación

16
social que efectúen una comparación histórica de la actualidad con los años antes,
durante y después del Proceso, poniendo en evidencia las acciones políticas, sociales,
económicas y culturales de aquel entonces, teniendo en cuenta sobre todo a la
sociedad en su conjunto, favoreciendo así una íntegra comprensión de nuestro
“pasado-presente”.

Pero fundamentalmente la idea esencial que quiere transmitir este ensayo y que debe
guiar a las políticas de la memoria es la siguiente: tanto medios masivos, organismos
de defensa de derechos humanos, como el Estado y todas las instituciones,
principalmente las educativas, que intervengan de alguna forma en traducir en palabras
a la historia, deben seguir rememorando activamente lo terrible que fue la dictadura,
pero siempre, sin excepción, brindarle un contexto explicativo que no busque sólo
denunciar crímenes que afectaron al cuerpo físico de seres humanos, sino que también
denuncie el crimen que desde hace 33 años se sigue reproduciendo: la represión
ideológica. Así, la difusión de imágenes del terror tendrá un efecto inverso: su objetivo
no será promover el miedo (tanto como denuncia de crímenes físicos como estrategia
de captación de audiencia), sino extirparlo y así alentar ideas de cambio, compromiso y
participación, que hoy encuentran tantas dificultades. De esta manera podrá llegar el
“inevitable juicio de la historia” que auguraron los organismos de defensa de los
derechos humanos, y que de inevitable no tiene nada: debe trabajarse duramente para
que se concrete, y deberá ser actualizado constantemente pues el compromiso social
no puede acabarse nunca si se quiere mantener un orden social justo, solidario y
humanista.

Romero afirma y propone: “sólo será posible que nos descolonicemos culturalmente si
somos capaces de repensar los sentidos de nuestras prácticas docentes desde la
emergencia de un Discurso Pedagógico Propio – nacional y latinoamericano -, que nos
permita desocultar las falencias del discurso y las prácticas del neopositivismo
neoliberal.” Con respecto a éste último factor, el autor analiza: “la noción de mercado se
funda en el prestigio y consenso que alcanza la “certeza de inevitabilidad de las leyes

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económicas”, en el proceso de desarrollo. Plantea que las leyes económicas tienen un
comportamiento similar al de las ciencias naturales, de las cuales proviene el modelo de
ciencia. Asimila la sociedad, en tanto objeto de conocimiento, a la naturaleza. Y a través
de la naturalización del mundo social el objeto se descubre como “estable”.
Desaparecen las condiciones históricas, sociales y culturales como conjunto potencial
de transformaciones.”

Ahora bien, es necesario esclarecer definitivamente la relación que tienen las políticas
de derechos humanos con las políticas de la memoria y con el quehacer del sujeto
social conciente. Es frecuente la discusión que hoy en día se desarrolla en torno a la
cuestión: ¿la política de derechos humanos de los Kirchner es o no selectiva? Ello
importa poco si se tiene en cuenta que los crímenes no resultaron impunes y que la
justicia al fin ha llegado y podemos confiar un poco más en su funcionamiento. Pero lo
que es importante recordar es lo que observa en una entrevista Vicente Zito Lema5,
luego de afirmar que el interés por los derechos humanos no parece ser real en el
matrimonio Kirchner:

¿Cómo van a olvidar que no se puede separar el terror de Estado de esa época
del terror de Estado cotidiano de tantos niños que mueren de hambre? O mis
amigos olvidaron sus propios discursos y prácticas o tengo que sospechar que
las necesidades políticas menores de estos tiempos los están desviando de su
verdadera manera de entender lo que siempre para nosotros fue muy claro: no
se pueden defender los derechos humanos políticos, no se puede hablar de
terrorismo de Estado haciendo una lectura arqueológica, si a la vez no se pelea
con el mismo énfasis para que los derechos humanos que diariamente se violan
y se conculcan en este tiempo constitucional tengan también el amparo y la
preocupación total del gobierno.

En esas palabras, en relación con todo lo que ha sido desarrollado en este ensayo, se
pone verdaderamente en evidencia la relación que deben tener las políticas de
derechos humanos con las políticas de la memoria, y así éstas denotan su íntima
conexión funcional: así se confirma definitivamente la grave limitación que sufren la
5
Patricia Rodón, “Los Kirchner usan los derechos humanos por conveniencia política”, MDZ Online, 9 de
noviembre de 2008, http://www.mdzol.com/mdz/nota/82514.

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memoria y el imaginario social argentino, así termina por esclarecerse la relación
indisociable entre memoria colectiva y conciencia social, y así también se hace al fin
visible la lectura del pasado que el presente de hoy nos demanda.

Las nefastas violaciones a los Derechos Humanos que se llevaron a cabo en la última
dictadura no deben volver a repetirse y el juzgamiento a los represores, es claro pero
resulta necesario recordarlo, está lejos de garantizarlo. La verdadera garantía se
encuentra en desandar el camino que describe Romero:

Nos han ganado la cabeza y por eso nos han robado el poder de las palabras.
Primero desaparecieron los cuerpos de los sujetos sociales y políticos que
amenazaban el sistema de dominación y los libros desde los cuales se escribía y
leía esa contracultura, unión peligrosa de ideas y voluntad colectiva de acción.
Después nos alteraron drásticamente el sentido de las palabras, descalificaron
ningunearon lo público, lo estatal, lo colectivo, “desmadrecieron” la nación, como
diría poéticamente Juan Gelman; entonces desaparecidas eclipsadas las
utopías, mutilaron suprimieron el deseo de leer y con ello, la memoria, la
imaginación y la libertad.

Conclusiones: memoria colectiva y conciencia social

Este artículo se propuso realizar una revisión del alcance de las políticas de la memoria
de la actualidad argentina. Análisis que, en lineamientos generales, presenta a modo de
ejemplos diferentes fenómenos que se recubren de un simbolismo integrador que
puede suponer un riesgo de concebir cerrada la más nefasta etapa de nuestra historia
actual. Diferentes citas fueron presentadas como ejemplos de análisis que trascienden
lo ya conocido y pretenden comprender factores ocultos que determinaron y dieron
condición de existencia al gobierno de facto que comenzó en 1976; por otro lado,
fenómenos que por considerarse concluidos pueden obstaculizar la comprensión de un
presente no desligado del pasado. Los autores citados demuestran que es posible un
análisis profundo que trascienda la mera descripción de los hechos, permitiendo
comprender determinantes de una historia activa donde la memoria no se conforme,
solamente, con los juicios a los principales responsables del genocidio argentino.

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De las ideas propuestas en este artículo puede generarse la conciencia social
necesaria que genere un interés por nutrir la memoria, conformando un recuerdo
íntegro que involucre a los hechos concretos presentados como fotografías del horror
necesariamente unidas por la comprensión más acabada posible. De lo contario, se
puede correr el riesgo de entender a la dictadura de 1976-1983 como un episodio
exento de una sociedad que le dio cabida.

La memoria debe recorrer el camino de la historia como un proceso que transita hasta
nuestros días. Cuando se habla de la generación de la dictadura, término válido para su
ubicación temporal, puede obstaculizar el análisis de una historia muy reciente. Las
generaciones nacidas en democracia no están exentas de las determinaciones que el
último gobierno de facto imprimió en nuestra sociedad.

Cuando se plantea la necesidad de una memoria no reducida a lo concreto, creemos


que es principalmente el Estado a través de sus políticas de la memoria quien debe
guiar el camino. Desde el año 2003 hasta la actualidad las políticas de memoria
recobraron un protagonismo necesario en la sociedad argentina. La reapertura de las
causas de los responsables visibles de la última dictadura debe ser lo que motorice, y
no concluya, una memoria que nos comprometa como protagonistas de la historia.

Diferentes dificultades pueden encontrarse al intentar que una sociedad en su conjunto


participe de una memoria activa y acabada, pero esto no debe impedir su búsqueda. No
debe seguirse el camino más fácil de la mera presentación de imágenes o casos
concretos que demuestren el horror; hechos que deben ser elevados a conciencia, pero
recubiertos de una comprensión histórica que no permita que esas imágenes se
transformen en una amenaza para toda idea de cambio gestada en la sociedad.

La sociedad debe consolidar una memoria crítica; este objetivo no es un imposible si es


política activa de Estado. Una divulgación crítica de nuestro pasado reciente puede ser

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posible. Los planes de estudio en los niveles medios de educación tienen el deber de
estimular la comprensión de una etapa muchas veces aprendida como otro segmento
de una historia lejana. Esa comprensión-memoria debe diferenciarse conceptualmente,
en la conciencia de los individuos, de la historia pasada por su cercanía con nuestro
presente en tanto afecta decisivamente a la acción colectiva; memoria que debe ser tal
y no la aprehensión de sucesos históricos desprovistos de significación para nuestra
sociedad.

No se puede conceder una mínima victoria a los deseos de aquel gobierno de facto,
cayendo en el silencio de una sociedad acrítica que asiente; no debemos creer que la
historia se resuelve con más historia por que perdemos la conciencia de nuestro
protagonismo y es allí donde se posibilitan las más nefastas dominaciones. Es la
memoria continua, analítica y activa la que debe mostrarnos a través de una
resignificación histórica los sucesos que ensangrentaron más de siete años de historia
argentina, y que nos constituirá como sujetos sociales concientes de nuestro
protagonismo en la historia y comprometidos con nuestra realidad.

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