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HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO


Las cuestiones econoó micas han preocupado a muchos intelectuales a lo largo de los
siglos. En la antigua Grecia, Aristoó teles y Platoó n disertaron sobre los problemas relativos a la
riqueza, la propiedad y el comercio. Durante la edad media predominaron las ideas de la Iglesia
catoó lica apostoó lica romana, se impuso el Derecho canoó nico, que condenaba la usura (el cobro de
intereses abusivos a cambio de efectivo) y consideraba que el comercio era una actividad inferior
a la agricultura.
La economíóa, como ciencia moderna independiente de la filosofíóa y de la políótica, data de
la publicacioó n de la obra Investigacioó n sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones
(1776), del filoó sofo y economista escoceó s Adam Smith. El mercantilismo y las especulaciones de
los fisioó cratas precedieron a la economíóa claó sica de Smith y sus seguidores del siglo XIX.

Mercantilismo

El desarrollo de los modernos nacionalismos a lo largo del siglo XVI desvioó la atencioó n de
los pensadores de la eó poca hacia coó mo incrementar la riqueza y el poder de las naciones Estado.
La políótica econoó mica que imperaba en aquella eó poca, el mercantilismo, fomentaba el
autoabastecimiento de las naciones. Esta doctrina econoó mica imperoó en Inglaterra y en el resto
de Europa occidental desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII.
Los mercantilistas consideraban que la riqueza de una nacioó n dependíóa de la cantidad de
oro y plata que tuviese. Aparte de las minas de oro y plata descubiertas por Espanñ a en el Nuevo
Mundo, una nacioó n soó lo podíóa aumentar sus reservas de estos metales preciosos vendiendo maó s
productos a otros paíóses de los que compraba de ellos. El conseguir una balanza de pagos con
saldo positivo implicaba que los demaó s paíóses teníóan que pagar la diferencia con oro y plata.
Los mercantilistas daban por sentado que su paíós estaríóa siempre en guerra con otros, o
preparaó ndose para la proó xima contienda. Si teníóan oro y plata, los dirigentes podríóan pagar a
mercenarios para combatir, como hizo el rey Jorge III de Inglaterra durante la guerra de la
Independencia estadounidense. En caso de necesidad, el monarca tambieó n podríóa comprar
armas, uniformes y comida para los soldados.
Esta preocupacioó n mercantilista por acumular metales preciosos tambieó n afectaba a la políótica
interna. Era imprescindible que los salarios fueran bajos y que la poblacioó n creciese. Una
poblacioó n numerosa y mal pagada produciríóa muchos bienes a un precio lo suficiente bajo como
para poder venderlos en el exterior. Se obligaba a la gente a trabajar jornadas largas, y se
consideraba un despilfarro el consumo de teó , ginebra, lazos, volantes o tejidos de seda. De esta
filosofíóa tambieó n se deducíóa que, cuanto antes empezaran a trabajar los ninñ os, mejor para el paíós.
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Un autor mercantilista teníóa un plan para los ninñ os de los pobres: "cuando estos ninñ os tienen
cuatro anñ os, hay que llevarlos al asilo para pobres de la regioó n, donde se les ensenñ araó a leer
durante dos horas al díóa, y se les tendraó trabajando el resto del díóa en las tareas que mejor se
ajusten a su edad, fuerza y capacidad".

Fisiocracia

Esta doctrina econoó mica estuvo en boga en Francia durante la segunda mitad del siglo
XVIII y surgioó como una reaccioó n ante las políóticas restrictivas del mercantilismo. El fundador de
la escuela, François Quesnay, era meó dico de cabecera en la corte del rey Luis XV. Su libro maó s
conocido, Tableau EÉ conomique (Cuadro econoó mico, 1758), intentaba establecer los flujos de
ingresos en una economíóa, anticipaó ndose a la contabilidad nacional, creada en el siglo XX. Seguó n
los fisioó cratas, toda la riqueza era generada por la agricultura; gracias al comercio, esta riqueza
pasaba de los agricultores al resto de la sociedad. Los fisioó cratas eran partidarios del libre
comercio y del laissez-faire (doctrina que defiende que los gobiernos no deben intervenir en la
economíóa). Tambieó n sosteníóan que los ingresos del Estado teníóan que provenir de un uó nico
impuesto que debíóa gravar a los propietarios de la tierra, que eran considerados como la clase
esteó ril. Adam Smith conocioó a los principales fisioó cratas y escribioó sobre sus doctrinas, casi
siempre de forma positiva.
Adam Smith en su famoso tratado “La riqueza de las naciones”, Adam Smith sosteníóa que
la competencia privada libre de regulaciones produce y distribuye mejor la riqueza que los
mercados controlados por los gobiernos. Desde 1776, cuando Smith escribioó su obra, su
razonamiento ha sido utilizado para justificar el capitalismo y evitar la intervencioó n
gubernamental en el comercio y el cambio. Seguó n Smith, los empresarios privados que buscan su
propio intereó s organizan la economíóa de manera maó s eficaz "como por una mano invisible".

La escuela clásica

Como cuerpo de teoríóa econoó mica coherente, la economíóa claó sica parte de los escritos de
Smith y continuó a con la obra de los economistas britaó nicos Thomas Robert Malthus y David
Ricardo; y culmina con la síóntesis de John Stuart Mill, discíópulo de Ricardo. Aunque eran
frecuentes las divergencias entre los economistas claó sicos que hubo en los 75 anñ os que van
desde la publicacioó n de Investigacioó n sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones
de Smith (1776), hasta los Principios de economíóa políótica de Mill (1848), los economistas
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pertenecientes a esta escuela coincidíóan en los conceptos principales. Todos defendíóan la


propiedad privada, los mercados y creíóan, como decíóa Mill, que "soó lo a traveó s del principio de la
competencia tiene la economíóa políótica una pretensioó n de ser ciencia". Compartíóan la
desconfianza de Smith hacia los gobiernos, y su fe ciega en el poder del egoíósmo y su famosa
"mano invisible", que hacíóa posible que el bienestar social se alcanzara mediante la buó squeda
individual del intereó s personal. Los claó sicos obtuvieron de Ricardo el concepto de rendimientos
decrecientes, que afirma que a medida que se aumenta la fuerza de trabajo y el capital que se
utiliza para labrar la tierra, disminuyen los rendimientos o, como decíóa Ricardo, "superada cierta
etapa, no muy avanzada, el progreso de la agricultura disminuye de una forma paulatina".
El alcance de la ciencia econoó mica se amplioó de manera considerable cuando Smith
subrayoó el papel del consumo sobre el de la produccioó n. Smith confiaba en que era posible
aumentar el nivel general de vida del conjunto de la comunidad. Defendíóa que era esencial
permitir que los individuos intentaran alcanzar su propio bienestar como medio para aumentar
la prosperidad de toda la sociedad.
En el lado opuesto, Malthus, en su conocido e influyente Ensayo sobre el principio de la
poblacioó n (1798), planteaba la nota pesimista a la escuela claó sica, al afirmar que las esperanzas
de mayor prosperidad se escollaríóan contra la roca de un excesivo crecimiento de la poblacioó n.
Seguó n Malthus, los alimentos soó lo aumentaban adecuaó ndose a una progresioó n aritmeó tica (2-4-6-
8-10, etc.), mientras que la poblacioó n se duplicaba cada generacioó n (2-4-8-16-32, etc.), salvo que
esta tendencia se controlara, o por la naturaleza o por la propia prudencia de la especie. Malthus
sosteníóa que el control natural era 'positivo': "El poder de la poblacioó n es tan superior al poder
de la tierra para permitir la subsistencia del hombre, que la muerte prematura tiene que, frenar
hasta cierto punto el crecimiento del ser humano". Este procedimiento de frenar el crecimiento
eran las guerras, las epidemias, la peste, las plagas, los vicios humanos y las hambrunas, que se
combinaban para controlar el volumen de la poblacioó n mundial y limitarlo a la oferta de
alimentos.
La uó nica forma de escapar a este imperativo de la humanidad y de los horrores de un
control positivo de la naturaleza, era la limitacioó n voluntaria del crecimiento de la poblacioó n, no
mediante un control de natalidad, contrario a las convicciones religiosas de Malthus, sino
retrasando la edad para casarse, reduciendo asíó el volumen de las familias. Las doctrinas
pesimistas de este autor claó sico dieron a la economíóa el sobrenombre de 'ciencia luó gubre'.
Los Principios de economíóa políótica de Mill constituyeron el centro de esta ciencia hasta
finales del siglo XIX. Aunque Mill aceptaba las teoríóas de sus predecesores claó sicos, confiaba maó s
en la posibilidad de educar a la clase obrera para que limitase su reproduccioó n de lo que lo
hacíóan Ricardo y Malthus. Ademaó s, Mill era un reformista que queríóa gravar con fuerza las
herencias, e incluso permitir que el gobierno asumiera un mayor protagonismo a la hora de
proteger a los ninñ os y a los trabajadores. Fue muy críótico con las praó cticas que desarrollaban las
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empresas y favorecíóa la gestioó n cooperativa de las faó bricas, por parte de los trabajadores. Mill
representa un puente entre la economíóa claó sica del laissez-faire y el Estado de bienestar.
Los economistas claó sicos aceptaban la Ley de Say sobre los mercados, fundada por el
economista franceó s Jean Baptiste Say. Esta ley sostiene que el riesgo de un desempleo masivo en
una economíóa competitiva es despreciable, porque la oferta crea su propia demanda, limitada
por la cantidad de mano de obra y los recursos naturales disponibles para producir. Cada
aumento de la produccioó n aumenta los salarios y los demaó s ingresos que se necesitan para poder
comprar esa cantidad adicional producida.

Escuela clásica de economía

Thomas Malthus, David Ricardo y John Stuart Mill, junto a Adam Smith, forman la
denominada escuela claó sica de economíóa. Los cuatro creíóan en la propiedad privada, el libre
mercado y la competencia. Malthus, Ricardo y Mill, sin embargo, alentaban la regulacioó n
gubernamental de la economíóa en ciertos casos. Thomas MalthusMalthus ofrecioó una teoríóa
pesimista de la economíóa, centrada en la escasez de recursos y el crecimiento de la poblacioó n.
Malthus creíóa que la poblacioó n humana crece en progresioó n geomeó trica (1, 2, 4, 8,...) mientras
que los recursos, en concreto los recursos agríócolas, crecen soó lo en progresioó n aritmeó tica (1, 2, 3,
4,...); por ello, a la larga, la escasez de alimentos debe reducir al hambre a la mayoríóa de la gente.
Defendioó una limitacioó n moral, sugiriendo que la gente se casara tarde y formara familias
pequenñ as. Malthus tambieó n reconocioó el papel de las plagas, guerras y epidemias en la
contencioó n de la superpoblacioó n. Por estas ideas, la economíóa adquirioó el nombre de "la ciencia
luó gubre".

Marxismo

La oposicioó n a la escuela de pensamiento claó sico vino de la mano de los primeros autores
socialistas, como el filoó sofo social franceó s, Claude Henri de Rouvroy conde de Saint-Simon, y del
utoó pico britaó nico Robert Owen. Sin embargo, fue Karl Marx el autor de las teoríóas econoó micas
socialistas maó s importantes.
Para la perspectiva claó sica del capitalismo, el marxismo representoó una seria recusacioó n,
aunque no dejaba de ser, en algunos aspectos, una variante de la temaó tica claó sica. Por ejemplo,
Marx adoptoó la teoríóa del valor trabajo de Ricardo. Con algunas matizaciones, Ricardo explicoó
que los precios eran la consecuencia de la cantidad de trabajo que se necesitaba para producir
un bien. Ricardo formuloó esta teoríóa del valor para facilitar el anaó lisis, de forma que se pudiera
entender la diversidad de precios. Para Marx, la teoríóa del valor trabajo representaba la clave del
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modo de proceder del capitalismo, la causa de todos los abusos y de toda la explotacioó n
generada por un sistema injusto.
Exiliado de Alemania, Marx pasoó muchos anñ os en Londres, donde vivioó gracias a la ayuda
de su amigo y colaborador Friedrich Engels, y a los ingresos derivados de sus ocasionales
contribuciones en la prensa. Desarrolloó su extensa teoríóa en la biblioteca del Museo Britaó nico.
Los estudios histoó ricos y los anaó lisis econoó micos de Marx convencieron a Engels de que los
beneficios y los demaó s ingresos procedentes de una explotacioó n sin escruó pulos de las
propiedades y las rentas son el resultado del fraude y el poder que ejercen los fuertes sobre los
deó biles. Sobre esta críótica se alza la críótica econoó mica que desemboca en la certificacioó n histoó rica
de la lucha de clases.
La 'acumulacioó n primitiva' en la historia econoó mica de Inglaterra fue posible gracias a la
delimitacioó n y al cercamiento de las tierras. Durante los siglos XVII y XVIII los terratenientes
utilizaron su poder en el Parlamento para quitar a los agricultores los derechos que por tradicioó n
teníóan sobre las tierras comunales. Al privatizar estas tierras, empujaron a sus víóctimas a las
ciudades y a las faó bricas.
Sin tierras ni herramientas, los hombres, las mujeres y los ninñ os teníóan que trabajar para
conseguir un salario. Asíó, el principal conflicto, seguó n Marx, se producíóa entre la denominada
clase capitalista, que detentaba la propiedad de los medios de produccioó n (faó bricas y maó quinas)
y la clase trabajadora o proletariado, que no teníóa nada, salvo sus propias manos. La explotacioó n,
eje de la doctrina de Karl Marx, se mide por la capacidad de los capitalistas para pagar soó lo
salarios de subsistencia a sus empleados, obteniendo de su trabajo un beneficio (o plusvalíóa),
que era la diferencia entre los salarios pagados y los precios de venta de los bienes en los
mercados.
Aunque en el Manifiesto Comunista (1848) Marx y Engels pagaban un pequenñ o tributo a
los logros materiales del capitalismo, estaban convencidos que estos logros eran transitorios y
que las contradicciones inherentes al capitalismo y al proceso de lucha de clases terminaríóan por
destruirlo, al igual que en el pasado habíóa ocurrido con el extinto feudalismo medieval.
A este respecto, los escritos de Marx se alejan de la tradicioó n de la economíóa claó sica
inglesa, siguiendo la metafíósica del filoó sofo alemaó n George Wilhelm Friedrich Hegel, el cual
consideraba que la historia de la humanidad y de la filosofíóa era una progresioó n dialeó ctica: tesis,
antíótesis y síóntesis. Por ejemplo, una tesis puede ser un conjunto de acuerdos econoó micos, como
el feudalismo o el capitalismo. Su contrapuesto, o antíótesis, seríóa, por ejemplo, el socialismo,
como sistema contrario al capitalismo. La confrontacioó n de la tesis y la antíótesis daríóa paso a una
evolucioó n, que seríóa la síóntesis, en este caso, el comunismo que permite combinar la tecnologíóa
capitalista con la propiedad puó blica de las faó bricas y las granjas.
A largo plazo, Marx creíóa que el sistema capitalista desapareceríóa debido a que su
tendencia a acumular la riqueza en unas pocas manos provocaríóa crecientes crisis debidas al
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exceso de oferta y a un progresivo aumento del desempleo. Para Marx, la contradiccioó n entre los
adelantos tecnoloó gicos, y el consiguiente aumento de la eficacia productiva, y la reduccioó n del
poder adquisitivo que impediríóa adquirir las cantidades adicionales de productos, seríóa la causa
del hundimiento del capitalismo.
Seguó n Marx, las crisis del capitalismo se reflejaríóan en un desplome de los beneficios, una
mayor conflictividad entre trabajadores y empresarios e importantes depresiones econoó micas.
El resultado de esta lucha de clases culminaríóa en la revolucioó n y en el avance hacia, en primer
lugar, el socialismo, para al fin avanzar hacia la implantacioó n gradual del comunismo. En una
primera etapa todavíóa seríóa necesario tener un Estado que eliminara la resistencia de los
capitalistas. Cada trabajador seríóa remunerado en funcioó n de su aportacioó n a la sociedad.
Cuando se implantara el comunismo, el Estado, cuyo objetivo principal consiste en oprimir a las
clases sociales, desapareceríóa, y cada individuo percibiríóa, en ese porvenir utoó pico, en razoó n de
sus necesidades.

Los neoclásicos

La economíóa claó sica partíóa del supuesto de escasez, como lo muestra la ley de
rendimientos decrecientes y la doctrina malthusiana sobre la poblacioó n. A partir de la deó cada de
1870, los economistas neoclaó sicos como William Stanley Jevons en Gran Bretanñ a, Leó on Walras en
Francia, y Karl Menger en Austria, imprimieron un giro a la economíóa, abandonaron las
limitaciones de la oferta para centrarse en la interpretacioó n de las preferencias de los
consumidores en teó rminos psicoloó gicos. Al fijarse en el estudio de la utilidad o satisfaccioó n
obtenida con la uó ltima unidad, o unidad marginal, consumida, los neoclaó sicos explicaban la
formacioó n de los precios, no en funcioó n de la cantidad de trabajo necesaria para producir los
bienes, como en las teoríóas de Ricardo y de Marx, sino en funcioó n de la intensidad de la
preferencia de los consumidores en obtener una unidad adicional de un determinado producto.
El economista britaó nico Alfred Marshall, en su obra maestra, Principios de Economíóa (1890),
explicaba la demanda a partir del principio de utilidad marginal, y la oferta a partir del coste
marginal (coste de producir la uó ltima unidad). En los mercados competitivos, las preferencias de
los consumidores hacia los bienes maó s baratos y la de los productores hacia los maó s caros, se
ajustaríóan para alcanzar un nivel de equilibrio. Ese precio de equilibrio seríóa aquel que hiciera
coincidir la cantidad que los compradores quieren comprar con la que los productores desean
vender.
Este equilibrio tambieó n se alcanzaríóa en los mercados de dinero y de trabajo. En los
mercados financieros, los tipos de intereó s equilibraríóan la cantidad de dinero que desean prestar
los ahorradores y la cantidad de dinero que desean pedir prestado los inversores. Los
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prestatarios quieren utilizar los preó stamos que reciben para invertir en actividades que les
permitan obtener beneficios superiores a los tipos de intereó s que tienen que pagar por los
preó stamos. Por su parte, los ahorradores cobran un precio a cambio de ceder su dinero y
posponer la percepcioó n de la utilidad que obtendraó n al gastarlo. En el mercado de trabajo se
alcanza asimismo un equilibrio. En los mercados de trabajo competitivos, los salarios pagados
representan, por lo menos, el valor que el empresario otorga a la produccioó n obtenida durante
las horas trabajadas, que tiene que ser igual a la compensacioó n que desea recibir el trabajador a
cambio del cansancio y el tedio laboral.
La doctrina neoclaó sica es, de forma implíócita, conservadora. Los defensores de esta
doctrina prefieren que operen los mercados competitivos a que haya una intervencioó n puó blica.
Al menos hasta la Gran Depresioó n de la deó cada de 1930, se defendíóa que la mejor políótica era la
que reflejaba el pensamiento de Adam Smith: bajos impuestos, ahorro en el gasto puó blico y
presupuestos equilibrados. A los neoclaó sicos no les preocupa la causa de la riqueza, explican que
la desigual distribucioó n de eó sta y de los ingresos, se debe en gran medida a los distintos grados
de inteligencia, talento, energíóa y ambicioó n de las personas. Por lo tanto, el eó xito de cada
individuo depende de sus caracteríósticas individuales, y no de que se beneficien de ventajas
excepcionales o sean víóctimas de una incapacidad especial. En las sociedades capitalistas, la
economíóa claó sica es la doctrina predominante a la hora de explicar la formacioó n de los precios y
el origen de los ingresos.

Economía keynesiana

John Maynard Keynes fue alumno de Alfred Marshall y defensor de la economíóa


neoclaó sica hasta la deó cada de 1930. La Gran Depresioó n sorprendioó a economistas y políóticos por
igual. Los economistas siguieron defendiendo, a pesar de la experiencia contraria, que el tiempo
y la naturaleza restauraríóan el crecimiento econoó mico si los gobiernos se absteníóan de intervenir
en el proceso econoó mico. Por desgracia, los antiguos remedios no funcionaron. En Estados
Unidos, la victoria en las elecciones presidenciales de Franklin D. Roosevelt (1932) sobre
Herbert Hoover marcoó el final políótico de las doctrinas del laissez-faire.
Se necesitaban nuevas políóticas y nuevas explicaciones, que fue lo que en ese momento
proporcionoó Keynes. En su imperecedera Teoríóa general sobre el empleo, el intereó s y el dinero
(1936), aparecíóa un axioma central que puede resumirse en dos grandes afirmaciones: (1) las
teoríóas existentes sobre el desempleo no teníóan ninguó n sentido; ni un nivel de precios elevado ni
unos salarios altos podíóan explicar la persistente depresioó n econoó mica y el desempleo
generalizado. (2) Por el contrario, se proponíóa una explicacioó n alternativa a estos fenoó menos que
giraba en torno a lo que se denominaba demanda agregada, es decir, el gasto total de los
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consumidores, los inversores y las instituciones puó blicas. Cuando la demanda agregada es
insuficiente, decíóa Keynes, las ventas disminuyen y se pierden puestos de trabajo; cuando la
demanda agregada es alta y crece, la economíóa prospera.
A partir de estas dos afirmaciones geneó ricas, surgioó una poderosa teoríóa que permitíóa
explicar el comportamiento econoó mico. Esta interpretacioó n constituye la base de la
macroeconomíóa contemporaó nea. Puesto que la cantidad de bienes que puede adquirir un
consumidor estaó limitada por los ingresos que eó ste percibe, los consumidores no pueden ser
responsables de los altibajos del ciclo econoó mico. Por lo tanto, las fuerzas motoras de la
economíóa son los inversores (los empresarios) y los gobiernos. Durante una recesioó n, y tambieó n
durante una depresioó n econoó mica, hay que fomentar la inversioó n privada o, en su defecto,
aumentar el gasto puó blico. Si lo que se produce es una ligera contraccioó n, hay que facilitar la
concesioó n de creó ditos y reducir los tipos de intereó s (sustrato fundamental de la políótica
monetaria), para estimular la inversioó n privada y restablecer la demanda agregada,
aumentaó ndola de forma que se pueda alcanzar el pleno empleo. Si la contraccioó n de la economíóa
es grande, habraó que incurrir en deó ficits presupuestarios, invirtiendo en obras puó blicas o
concediendo subvenciones a fondo perdido a los colectivos maó s perjudicados.
John Maynard Keynes planteoó soluciones para superar la Gran Depresioó n en su obra
Teoríóa general sobre el empleo, el intereó s y el dinero (1936). Keynes creíóa que el elevado
desempleo era el resultado de la falta de demanda de productos y servicios. Sugirioó que los
gobiernos se hicieran cargo del deó ficit invirtiendo en obras puó blicas y otros proyectos para
incrementar la demanda y el consumo. Las propuestas de Keynes influyeron y respaldaron la
políótica del New Deal del presidente Franklin Roosevelt, incluidas las oficinas de empleo, que
crearon trabajos en obras puó blicas para los desempleados.

Economía analítica

Tanto la teoríóa neoclaó sica de los precios como la teoríóa keynesiana de los ingresos han
sido desarrolladas de forma analíótica por matemaó ticos, utilizando teó cnicas de caó lculo, aó lgebra
lineal y otras sofisticadas teó cnicas de anaó lisis cuantitativo. En la especialidad denominada
econometríóa se une la ciencia econoó mica con la matemaó tica y la estadíóstica. Los econoó metras
crean modelos que vinculan cientos, a veces miles de ecuaciones, para intentar explicar el
comportamiento agregado de una economíóa. Los modelos economeó tricos son utilizados por
empresas y gobiernos como herramientas de prediccioó n, aunque su grado de precisioó n no es ni
mayor ni menor que cualquier otra teó cnica de previsioó n del futuro.
El anaó lisis operativo y el anaó lisis input-output son dos especialidades en las que
cooperan los expertos en anaó lisis econoó mico y los matemaó ticos. El anaó lisis operativo subraya la
necesidad de plantear los problemas de una manera sistemaó tica. Por lo general, se trata de
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coordinar los distintos departamentos y las diferentes operaciones que tienen lugar en el seno
de una corporacioó n que dirige varias faó bricas, produciendo muchos bienes, por lo que hay que
utilizar las instalaciones de forma que se puedan minimizar los costes y maximizar la eficiencia.
Para ello se acude a ingenieros, economistas, psicoó logos laboralistas, estadíósticos y matemaó ticos.
Seguó n su propio inventor, el economista estadounidense, de origen ruso, Wassily
Leontief, las tablas input-output "describen el flujo de bienes y servicios entre todos los sectores
industriales de una economíóa durante determinado períóodo". Aunque la construccioó n de esta
tabla es muy compleja, este meó todo ha revolucionado el pensamiento econoó mico. Hoy estaó muy
extendido como meó todo de anaó lisis, tanto en los paíóses socialistas como en los capitalistas.

Bibliografía

Francisco Mochoó n y Victor A. Beker, "Economíóa, principios y aplicaciones", editorial McGrawn


Hill.

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