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Prodavinci
Juan Carlos Santaella: Rafael, quisiera iniciar este diálogo con una anécdota
bien particular. Estando yo en Salamanca, España, fui invitado por esa
universidad a leer algunos poemas de poetas venezolanos contemporáneos. A
mí se me ocurrió, en medio de un gran auditorio integrado por estudiantes y
profesores de literatura, leer tu largo y ya emblemático poema Derrota. Para
mi asombro y consternación, el efecto que produjo en el público fue realmente
impactante. Durante el tiempo que duró la lectura no se escuchó ningún
ruido, ni siquiera la respiración de nadie. Después de concluida la lectura, la
Ya que ha hecho su aparición la palabra verdad, no puedo dejar de señalarle algo que
me asombra: lo poco que ella le interesa a la gente.
Además el próximo milenio comenzó hace tiempo, con el uso del átomo, el viaje a la
luna, los descubrimientos de la física, el desarrollo de las comunicaciones, el
derrumbe del comunismo, para mencionar sólo algunos de los acontecimientos que
nos ha tocado presenciar y de los cuales muchas personas no se han enterado.
En el terreno espiritual existe hoy una mezcla que descamina a millares de seres.
Como se observa en las librerías, al lado de corrientes de pensamiento serias,
abundan demasiadas tonterías pseudomísticas que sólo crean más ilusión en los ilusos
con promisiones de todo género. Pero no hay tierras prometidas, la única es el
presente.
¿Qué rol le toca jugar hoy al escritor, cuando observamos que poco a poco él
ha perdido un cierto poder en la sociedad? ¿Es un momento, acaso, para el
cultivo inevitable de la soledad, retirarnos a nuestros propios dominios
interiores?
El escritor tuvo mucho peso tal vez hasta el siglo pasado; todavía conserva un poco de
su aura, a veces recibe homenajes, premios, becas, mas no es oído, salvo por la
minoría que lo lee, significante, pero minoría al fin. De ahí su poco alcance, sobre todo
en sociedades donde la cultura no tiene mayor desarrollo. Su labor es crítica,
despertadora, formativa. Si hay un escritor conformista, está entre las rarezas de este
mundo. Se le remunera mal, especialmente en países como el nuestro donde parece
que la cultura se tiene como adorno y no por cosa esencial.
Como las gratificaciones externas son para él secundarias, pues le importa ante todo
su trabajo, no le es difícil replegarse. Te voy a copiar unas palabras de Jacob
Burckhardt citadas por Alfonso Reyes en el prólogo de Reflexiones sobre la historia
universal:
De paso: les recomiendo a los lectores el prólogo de Reyes, está entre lo mejor que
escribió.
¿Qué piensas del silencio? Alguien decía cierta vez que él se entendía mucho
menos cuando hablaba que cuando callaba, lo cual demuestra, una vez más,
que lo único que hacemos cotidianamente es malversar las palabras.
La palabra brota sobre un trasfondo de silencio, lo que indica que éste es el
fundamento y aquella lo propiamente humano. El silencio está más allá, es cósmico.
No me refiero, claro, al simple callar que generalmente está lleno de ruido y la música
de nuestro hablar interior.
Por lo demás sigo pensando en el buen lenguaje como fortaleza frente a la incultura,
tal vez la principal fortaleza, por lo que debemos procurar que no caiga.
De la poesía recuerdo una frase atribuida a Heidegger que decía, poco más o
menos, que para qué poetas en estos tiempos de miseria. Comprendiéndola en
su lógico contexto, esa misma expresión tal vez pudiera revelarnos algo de
esta época obscenamente pragmática, imbuida de un atroz racionalismo
económico. ¿Tendrá vigencia, asimismo, aquella frase de José Martí que dice
“hágase primero el pan y después el verso”?
La frase es de Hölderlin. Se encuentra en su poema “Pan y vino”. Parte del verso dice:
“Para qué poetas en tiempos de indigencia” (wozu Dichter in dürftiger zeit). Se
refiere, claro, a indigencia espiritual, que Hölderlin veía sobre todo en el eclipse de lo
sagrado, que ya comenzaba en su época. Él echaba de menos la religiosidad pagana;
su poema está dirigido a Dionisos, el “dios tonante al que le debemos la alegría del
vino”, que por cierto nada tiene que ver con el alcoholismo, pues el beber dionisíaco
tiene un sentido religioso, y a ese dios los poetas le “ofrecen himnos graves”; compara
a éstos con sus sacerdotes, pero luego ocurre un giro: “en la espera se avecina –dice–
el dios sirio”, lo cual nos recuerda también el drama de Nietzsche dividido entre
Dionisos y Cristo. Alguien que conoce muy bien a Hölderlin me dice que la famosa
pregunta es retórica. Habría, pues, que averiguar un poco más sobre su sentido. Tú
sabes que sobre este poeta, poco conocido en vida, se ha escrito ya casi tanto como
sobre Goethe. Su bibliografía es abrumadora.
Me parece oportuno recordar dos aspectos más del pensamiento de Hölderlin. Él “se
lamenta –dice uno de sus traductores, José Miguel Mínguez– de la incapacidad de los
hombres para sentir lo divino”, lo cual tiene más vigencia hoy, y se rebela contra el
peso de lo colectivo que subyuga al ser humano. Esto último nos importa
especialmente porque ese peso es enorme en nuestro país. Ojalá que la gente aquí
fuera más individual, no individualista; es decir, que tenga una manera propia de
pensar y de ser, pero sin cerrarse, con la apertura que nos caracteriza frente a todo.
No es preciso ser del Caracas o del Magallanes, hay seis equipos más.
Respecto a tu otra pregunta: por supuesto, sin pan no hay verso, como dice nuestro
Martí.
Uno hasta se pregunta si ha habido gobierno, y no porque desee una dictadura, sino
porque piensa que la democracia puede y debe ser fuerte, y aquí lo ha sido sólo con
los débiles. También es lícito dudar de que exista Estado, a pesar de sus enormes
dimensiones, puesto que la justicia no funciona.
Al político le interesa sobre todo el poder, para según él hacer esto y lo otro, pero lo
que es medio suele convertirse en fin. Burckhardt –tengo que citarlo de nuevo– tiene
una frase sencillísima y tajante que es como el resumen de su concepción de la
historia, sobre la que algo sabía: “El poder es malo”.
Claro que la enfermedad del poder no ataca sólo al político. Se encuentra latente o
manifiesto por doquier, en cualquier hijo de vecino, en un portero, en un policía, en
una secretaria, en un funcionario, en una oficina, en una junta de condominio; hasta
en la pareja o en la familia muestra su faz.
Yo vivo cerca de El Hatillo. En esta zona los edificios y las urbanizaciones están
brotando si planificación. ¿Hay negocios detrás de esta proliferación anárquica? El
transporte es pésimo, quizá porque existe sólo una línea; las colas son cada vez más
grandes. Las autoridades parecen no preocuparse por la calidad de vida, ni los
habitantes, pues aceptan todo sin chistar.
“espíritu de seriedad, sentirse poseído por una alta misión, miedo a los otros,
acompañado de loco afán de gustar a todos, impaciencia ante la realidad…
mayor respeto a los títulos académicos que a la sensatez o fuerza racional de
los argumentos, olvido de los límites (de la acción, de la razón, de la
discusión) etcétera. Un buen test para detectarla: poder contestar a la
pregunta sobre qué hemos hecho frente a los terribles males del mundo con
la cuerda modestia de Albert Camus: Para empezar, no agravarlos. Si eso nos
parece poco, mal síntoma”.
Nada tiene de raro, pues, que en esta entrevista te haya dicho alguna estupidez; pero
siempre estoy dispuesto a los chequeos que aconseja Savater, a revisarme, porque a
veces no es fácil verla. Uno puede estar cometiendo alguna y no se da cuenta.
Entrevista de Juan Carlos Santaella a Rafael Cadenas, parte de esta entrevista fue publicada en El
Universal, c. 1997. Curaduría: Josefina Núñez.