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“Pasa con ellas [las palabras oriente y occidente] lo que decía San Agustín que
pasa con el tiempo: ¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo
preguntan, lo ignoro. Eso pasa con el oriente. Si me lo preguntan, lo ignoro pero
buscaremos alguna aproximación, alguna respuesta si quiera aproximativa a
esta pregunta”. J. L. Borges, Borges Literal. Ciclo de conferencias – Teatro
Coliseo 1977, Buenos Aires, Umbriático, 2006, conferencia del 22 de junio de
1977.
1. Introducción.
filosoí fico que nos excede. Sin embargo, es algo que se puede constatar y representa un
verdadero desafíío a los jueces, quienes deben esforzarse por conocer, dentro de sus
posibilidades, el estado de la discusioí n para luego tomar decisiones y fundarlas en
esos conocimientos y convicciones, tratando de que ese producto no sea arbitrario,
que guarde coherencia, que esteí fundado en el derecho aplicable y valorando las
pruebas del caso.4 Ello no estaí librado a la buena voluntad de los jueces ni depende de
su capacidad intelectual, sino que es un mandato derivado del principio republicano
de gobierno (art. 1 CN). Esta tarea tambieí n debe ser ejercida prudentemente y con los
pies sobre la tierra, si se nos permite la expresioí n. Muchas de las decisiones que toman
repercuten en la habilitacioí n o no de poder punitivo, cuyas expresiones maí s
irracionales han demostrado tener potencia masacradora y genocida. De allíí la
obligacioí n de ejercer la jurisdiccioí n con prudencia o, si se prefiere, con cautela, como
ya preveíía el jesuita Spee en el siglo XVII5.
4
Por supuesto que resulta humanamente imposible el conocimiento de cada opinión emitida sobre un tema.
Por eso afirmamos que se trata de un esfuerzo en este sentido.
5
Zaffaroni, Eugenio Raúl, La palabra..., 1ra ed., Buenos Aires, Ediar, 2011, pg. 40. Por el momento sólo ha
llegado a nuestras manos la traducción al inglés: Spee von Langenfeld, Friedrich, Cautio criminalis, or a book
on witch trials, Estados Unidos, University of Virginia Press, 2003.
6
Donna, Edgardo Alberto, “Culpabilidad y prevención”, pg. 171.
7
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 327.
8
Gómez Urso, Juan Facundo, “Culpabilidad, vulnerabilidad y pena. Disensos respecto de la "culpabilidad por
vulnerabilidad"”, en Revista de derecho penal y criminología, Buenos Aires, La Ley, Volumen: 2012-11, pp. 20-
35.
3
En su recordado debate con Nino sobre las penas 9, Zaffaroni menciona que le
despiertan particular curiosidad aquellas crííticas que le hacen decir lo que no piensa.
Supone que a sus autores les agradaríía que lo pensase para luego imputarle lo que
afirman que piensa, etiquetarlo y recobrar la calma colocaí ndolo en una vitrina
entomoloí gica, rodeado convenientemente de antipolillas. No sabemos si el texto que
mencionamos es uno de esos casos pero nos ha llamado la atencioí n la imputacioí n de
conceptos, ideas y consecuencias bastante alejadas de las expresadas por Zaffaroni en
su obra.
9
Debate entre Carlos Nino y Eugenio Raúl Zaffaroni, No hay derecho, II, 4 (1991), pp. 4-8; II, 5 (1992), pp. 5-8;
y III, 8 (1993), pp. 25-26. Esos textos también han sido recopilados en un volumen titulado Un debate sobre
la pena, Buenos aires, Ediciones del instituto, 2004.
10
Por culpabilidad normativa nos referimos a la llamada “teoría normativa pura”, es decir, aquel modelo de
conexión punitiva entre el injusto y la pena que toma como base del juicio de reproche la exigibilidad de otra
conducta, el poder hacer otra cosa. Es la culpabilidad de acto, en la que el objeto del reproche lo constituye
el injusto y no la conducción de vida. Véase Parma, Carlos, Culpabilidad. Lineamientos para su estudio,
Ediciones Jurídicas Cuyo, 1999, pg. 48. Sobre la historia y los diferentes conceptos que se han propuesto
véase en nuestro idioma, entre tantos: Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho Penal.Parte General, 2da ed, Buenos
Aires, Ediar, 2002, pg. 657 y ss; Righi, Esteban, La Culpabilidad en materia penal, 1ed, Buenos Aires, Ad-Hoc,
2003; Roxin, Claus, Culpabilidad y Prevención, Madrid, Reus, 1981; Del mismo autor, Derecho Penal. Parte
General, T. 1, 1ed, Madrid, Civitas, 1997, pg. 794 y ss; Frank, Reinhard, Sobre la estructura del concepto de
culpabilidad, Montevideo, BdeF, 2002; Schünemann, Bernd, “La culpabilidad: estado de la cuestión”, en
AA.VV., Sobre el estado de la teoría del delito, 1ra ed., Madrid, Civitas, 2000, pg. 93 y ss; Donna, Edgardo
Alberto, Teoría del delito y de la pena, T. 1, 2da ed., Buenos Aires, Astrea, 1996, pg. 133 y ss: del mismo autor,
“Culpabilidad y prevención”, en AA.VV. De las penas. Homenaje al profesor Isidoro de Benedet, Buenos
Aires, De palma, 1997; Jakobs, Günther, Derecho Penal. Parte General, 2da ed., Madrid, Marcial Pons, 1997,
pg. 566 y ss; el mismo autor, “Culpabilidad y prevención”, en Estudios de derecho penal, Madrid, Civitas,
1997, pg. 76 y ss; Binding, Karl, La culpabilidad en Derecho Penal, Buenos Aires, BdeF, 2009; Parma, Carlos
Culpabilidad. Lineamientos para su estudio, Ediciones Jurídicas Cuyo, 1999; Goldstein, Raúl, La culpabilidad
normativa, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1960;
11
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “En busca de las penas perdidas”, 4ta reimpresión, Buenos Aires, Ediar, 2005, pg.
264; Schünemann, Bernd, “La culpabilidad: estado de la cuestión”, en AA.VV., "Sobre el estado de la teoría
del delito", 1ra ed., Madrid, Civitas, 2000, pg. 95; Donna, Edgardo Alberto, “Teoría del delito y de la pena”, T.
1, 2da ed., Buenos Aires, Astrea, 1996, pg. 213, “Culpabilidad y prevención”, en AA.VV. “De las penas.
Homenaje al profesor Isidoro de Benedetti”, Buenos Aires, De palma, 1997, pg. 173;
4
llamaba scuola classica di diritto criminale 12, en la que incluyoí a autores no positivistas
provenientes de las corrientes maí s dispares 13, pues habíía llegado la hora de la escuela
positiva, que daríía a la pena su verdadera funcioí n –la defensa social- y la rebautizaríía
como “medida”. La escuela clásica era descalificada por este autor como metafísica14
por partir de postulados nacidos de la mente del filoí sofo y que estaban disociados de
la experiencia y la observacioí n. Este mote es bien propio de esta escuela. El meí todo de
la escuela positiva, con la ayuda de ciencias como la medicina y la psiquiatríía, haríía
posible conocer mejor al delincuente, que a su vez reemplazaríía al delito como objeto
de estudio. Una de las primeras ideas en caer seríía la del ser humano libre, racional y
responsable, que funda el reproche en la culpabilidad. La culpabilidad fue
reemplazada por peligrosidad. La medida -pena- estaríía determinada por la
peligrosidad del autor y no en el delito, que ni siquiera seríía un presupuesto necesario
para aplicarla15. Para Ferri la responsabilidad se funda por el hecho de vivir en
sociedad pues el ser humano era considerado una ceí lula del organismo social 16.
palabra “ciencia”, que utiliza entre comillas cuando se pretende conferir ese estatus a
algo tan poco lineal como la complejidad del mundo políítico, social, psicoloí gico y
antropoloí gico. Lo sintetiza diciendo que no se pueden abarcar desde los microscopios
las razones del espííritu22.
22
Aniyar de Castro, Lola, “El regreso…”, pg. 133.
23
Aniyar de Castro, Lola, “El regreso…”, pg. 140.
24
Rose, Steven, “Biología y conducta. ¿Genes criminales?”, en El País del 23 de diciembre de 2000.
25
Claramente esto no es mucho más serio que la inexistente familia Kallikak de Goddard, de cuyo estudio
pretendió demostrar la debilidad mental hereditaria en la criminalidad juvenil para luego postular medidas
eugenésicas. Al respecto, ver Zaffaroni, Eugenio Raúl, La palabra…, pg. 109.
6
burda (delitos que involucran agresiones, delitos relacionados con sustancias ilíícitas,
delitos sexuales) pero nunca a la criminalidad de cuello blanco? ¿Existiraí el gen del
dictador genocida? ¿Encontraraí n alguna anomalíía cerebral que determine a los
duenñ os de bancos y otros mercaderes a defraudar a los consumidores
incesantemente? ¿Existiraí la glaí ndula del políítico corrupto? ¿No habríía que
preguntarse por la biotipologíía del empleador explotador? Asíí como hay gente
preocupada por que sujetos determinados a los delitos sexuales esteí n tras las rejas,
seríía justo que tambieí n se preocuparan por evitar que personas determinadas a
convertirse en genocidas o grandes estafadores ocupen posiciones de poder o
manejen nuestro dinero. Tomando en cuenta que estos uí ltimos causan tanto o maí s
danñ o que los primeros, parece justo comenzar con ellos. Esto tambieí n nos habla de
selectividad. En este sentido el discurso cientíífico es selectivo. En tanto no se resuelva
esta contradiccioí n, cualquier determinismo biologista utilizado para fundar la
imposicioí n de una pena resulta selectivo, arbitrario, clasista y repudiable sin
necesidad de entrar en el anaí lisis de sus postulados “cientííficos”.
26
Zaffaroni, Eugeni Raúl, La palabra…, pg. 89.
27
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 55.
28
Aniyar de Castro, Lola, “El regreso…”, pg. 146.
29
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 141.
7
Si estos discursos nos convencen, podrííamos concluir que la dogmaí tica penal
se encuentra herida de muerte y acabar el debate antes de comenzarlo pero ello seríía
una actitud irresponsable en este estado del conocimiento humano y del saber penal.
Esto ha ocurrido no una sino varias veces en la historia de los discursos
criminoloí gicos. Es soí lo un nuevo capíítulo, un nuevo intento de los meí dicos por
apoderarse de la cuestioí n criminal y que, desde el resurgir del poder punitivo, puede
rastrearse hasta Wier30. Sin excedernos del objeto de este trabajo síí podemos decir
que muchos de estos discursos de la corporacioí n meí dica son tributarios del racismo
biologista, del darwinismo social, que se encuentran influidos por factores de poder
que hacen dudar de su neutralidad, que ignoran los aportes de otras disciplinas, que
conllevan consecuencias autoritarias en los planos social, juríídico y políítico, y que su
incorporacioí n al discurso juríídico para legitimar el poder punitivo importa el
abandono de su objetivo reductor pues las consecuencias de semejante ligereza son la
reproduccioí n de la selectividad punitiva y una formidable amenaza a las libertades
individuales.
¿Queí clase de prevencioí n habraí que disponer para las personas supuestamente
determinadas a conductas delictuales? ¿Dejan de ser humanos con autonomíía para
convertirse en cosas peligrosas? ¿Habraí que impedir que nazcan o que se
reproduzcan? ¿Habraí que reemplazar la pena por “medidas”? ¿Se aplicaraí n medidas
sin delito por el mero estado peligroso? ¿Se prescribiraí n tratamientos coercitivos en
defensa de la sociedad? Cuando las caí rceles se sigan llenando de pobres, ¿elaboraraí n
los cientííficos un discurso racionalizando una suerte de determinismo bioloí gico-
clasista? Si las investigaciones que comentamos son cientííficas, ¿por queí nos dan la
impresioí n de que resultan beneficiosas para quienes ya detentan el poder y
perjudiciales para los excluidos de siempre? ¿Por queí seraí que en los discursos de la
jerarquizacioí n humana siempre pierden los mismos?
postularemos la existencia del libre albedríío pero creemos que es preciso que los
juristas cuiden el poco poder que poseen y no lo cedan a la corporacioí n meí dica con el
uí nico objeto de legitimar un poder que no manejan.
Estos reparos síí merecen mayor atencioí n. Creemos que en el caso argentino el
problema se encuentra resuelto en el Coí digo Penal, toda vez que allíí soí lo se requiere la
posibilidad exigible de comprensioí n de la antijuridicidad del injusto 33. De todas
formas, esta realidad de la que nos informa Baratta definitivamente influiraí en el
grado de reproche, que disminuiraí en la medida en que el sujeto haya debido realizar
un mayor esfuerzo para internalizar esos valores. No creemos que se trate de un dato
que nos obligue a desechar el concepto normativo de culpabilidad pero síí es preciso
incorporar este saber para mejor conocer cuaí l era el aí mbito de autodeterminacioí n con
que contaba el sujeto al momento del hecho.
32
Baratta, Alessandro, Criminología…, pg.71.
33
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual..., pg. 532.
34
Donna, Edgardo Alberto, Teoría del delito, pg. 213. Señala Cerezo Mir que algunos aspectos sí pueden ser
comprobados, tales como si el autor pudo o no prever, en la concreta situación, el curso externo de su acción
y las repercusiones de la misma, así como si el autor, de acuerdo a su personalidad, pudo comprender el
desvalor o lo ilícito de su conducta. Cerezo Mir, “Culpabilidad y pena”, en Problemas Fundamentales del
Derecho Penal, Tecnos, Madrid, 1982, citado por Romeo Casabona, Carlos, "Principio de culpabilidad,
prevención delictiva y herencia genética.", en Revista de Derecho Penal, Buenos Aires, Instituto de ciencias
penales, pg. 183-202.
35
Schünemann, Bernd, “La culpabilidad: estado de la cuestión”, en AA.VV., Sobre el estado de la teoría del
delito, 1ra ed., Madrid, Civitas, 2000, pg. 95.
36
Puede apreciarse el cambio ya a comienzo de los 70’s en Roxin, Claus, Culpabilidad y prevención en el
derecho penal, que cuenta con una traducción al español de Francisco Muñoz Conde, Madrid, Reus, 1981. En
Latinoamérica es notoria la influencia de Jakobs, quien en 1976 aportó a la cuestión en su “Culpabilidad y
prevención”, cuya traducción al español puede encontrarse en Jakobs, Günther, Estudios de derecho penal,
Madrid, Civitas, 1997, pg. 76 y ss. Sobre la cuestión, véase: Donna, Edgardo Alberto, “Teoría del delito…”, pg.
215; del mismo autor, “Culpabilidad y prevención”, en AA.VV. De las penas. Homenaje al profesor Isidoro de
Benedet, Buenos Aires, De palma, 1997, pg. 174; Schünemann, Bernd, “La culpabilidad: estado de la
cuestión”, en AA.VV., Sobre el estado de la teoría del delito, 1ra ed., Madrid, Civitas, 2000, pg. 95.
9
saberes que nos resultan convenientes no es una actitud muy cientíífica. Algunas veces
es inevitable tener la impresioí n de que la coherencia intrasistemaí tica pasoí a ser el
maí ximo valor entre los penalistas y que es lo uí nico que le queda de cientíífico a ese
discurso con tantas pretensiones. Sorprende leer que esta extranñ a clase de juristas se
formulan terribles acusaciones con un insoportable grado de soberbia por pequenñ as
fallas sistemaí ticas mientras parecen no percibir las terribles consecuencias que sus
postulados tienen sobre la realidad o que son tributarios de las corrientes filosoí ficas
maí s autoritarias. Nos abstendremos de adentrarnos en estas cuestiones porque
excederíía el objeto de este texto y porque el estudio de semejante laberinto discursivo
requiere una preparacioí n que va mucho maí s allaí del conocimiento del ya complejo
entramado de la dogmaí tica penal moderna. De todas formas, hacia el final nos
detendremos soí lo en una de estas propuestas preventivistas pues forma parte de la
críítica que motiva estas reflexiones.
El objetivo de esta parte del texto no era dirimir la cuestioí n sobre el problema
del libre albedríío, sino llamar la atencioí n sobre el peligro detraí s del uso apresurado de
este mote de metafísica. Es preciso recordar de doí nde proviene esta críítica. Desde
estas paí ginas preferimos adoptar una postura maí s prudente antes de ceder
nuevamente nuestro poder a la corporacioí n meí dica. Postulamos que el jurista
prudente debe hacer una seria depuracioí n genealoí gica antes de incorporar a su
discurso esta clase de elementos tributarios de lo peor que vio nuestro saber juríídico
penal. Es, si se quiere, un paso previo y elemental antes de intentar profundizar en
este aspecto del problema y no quedar atrapados en la telaranñ a discursiva.
Con las teoríías de la “reaccioí n social” o del labelling approach los discursos
sobre la cuestioí n criminal cambiaron el foco de atencioí n, que estaba dirigido sobre las
causas del delito, la conducta desviada y el delincuente, para comenzar a ocuparse de
los mecanismos de reaccioí n y seleccioí n de la poblacioí n. El cambio comenzoí antes
gracias a los estudios de Sutherland sobre la criminalidad de cuello blanco y el
“descubrimiento” de una cifra negra del delito. Esto puso en evidencia que la
criminalidad permeaba todos los estratos sociales y que habíía delitos o conductas
ilíícitas llevadas a cabo por las clases maí s pudientes que no formaban parte de las
estadíísticas oficiales37. Las razones de esto pueden ser muy variadas: el prestigio del
autor, la complejidad de la maniobra que dificulta su descubrimiento e investigacioí n,
la ausencia de un estereotipo que llame la atencioí n de las agencias policiales, la
duracioí n de los procesos que acaban en la prescripcioí n de la accioí n penal, el
entrenamiento en maniobras maí s complejas, la cercaníía con el poder y la capacidad de
influenciar a los agentes del sistema penal, las asociaciones diferenciales, etc., etc. A
ello hay que agregar la selectividad propia de la criminalizacioí n primaria en la
definicioí n de las conductas ilíícitas, especialmente en nuestros díías en que la
criminologíía mediaí tica presiona al poder políítico para ocuparse maí s de los delitos
como el robo, el secuestro extorsivo y el homicidio en detrimento de la criminalidad
econoí mica.
Destaca Baratta que la imagen que surge de las estadíísticas oficiales sobre la
criminalidad han desviado las teoríías de la criminalidad hacia los estratos sociales
inferiores y que, inclusive, ello ha derivado en una definicioí n corriente de criminalidad
que atribuye mayormente la delincuencia a esos estratos. Senñ ala que esta connotacioí n
no soí lo recae sobre estereotipos que influyen y guíían a los organismos oficiales en sus
37
Baratta, Alessandro, Criminología crítica…, pg. 101; Véase también: Sutherland, Edwin H., El delito de
cuello blanco, Madrid, La Piqueta, 1999.
10
pesquisas, tornaí ndolas de ese modo socialmente “selectivas”, sino tambieí n en la del
ciudadano de a pie38. Sobre este punto Baratta parece omitir la formidable influencia
de la criminologíía mediaí tica. Zaffaroni explica que la selectividad es una consecuencia
inevitable de la imposibilidad de realizar en la criminalizacioí n secundaria el programa
que dispone la criminalizacioí n primaria. Frente a esta posibilidad, las agencias
policiales, como toda burocracia, hacen lo que les resulta maí s sencillo, en este caso,
perseguir estereotipos39. El problema se magnifica si a ello sumamos todos los
prejuicios presentes en la sociedad -fomentados desde los medios y la políítica
demagoga-.
Si definimos como criminal a toda conducta que infringe una norma penal,
entonces deberííamos concluir que la mayoríía de la poblacioí n realiza conductas
criminales. Sin embargo, es posible constatar que las prisiones estaí n repletas de
personas pertenecientes a los sectores maí s marginales de la sociedad. La criminalidad,
explica Baratta, no es un comportamiento sino un “bien negativo”, del mismo modo
que el patrimonio es un bien positivo y, como tal, estaí sometido a mecanismos de
distribucioí n a los bienes positivos. Concluye con Sack que “el comportamiento
desviado es aquel que otros definen como desviado. No es una cualidad o una
caracteríística que concierna al comportamiento como tal, sino que es atribuida al
comportamiento”40.
miserias, estoy aquíí entre rejas pero no veo a ninguno de los que comercializan la
misma sustancia por toneladas”. Auí n en los casos -excepcionales- de retiro de
cobertura de poder seraí posible constatar que el sistema penal mantiene su
estructural selectividad.
Se verifica asíí una terrible contradiccioí n: Por un lado resulta clara la naturaleza
eí tica de la culpabilidad normativa, que se remonta hasta la eí tica aristoteí lica 42; al
mismo tiempo el reproche soí lo es formulado a unos pocos seleccionados,
pertenecientes a los estrados maí s marginados de la sociedad. Es decir que no soí lo el
reproche se formula de manera desigual, sino que escoge a aquellos maí s
desamparados y con menos recursos para reprocharles el injusto. No se trata de una
desigualdad azarosa, sino selectiva y que escoge a los maí s vulnerables. El problema
eí tico, entonces, es doble: el trato desigual y la seleccioí n de los maí s vulnerables para
aplicarles el trato cruel. El proceder del estado -consistente en la seleccioí n de algunos
vulnerables- no es eí tico pero toma de la eí tica tradicional elementos para formular el
reproche que soí lo es eí tico en cuanto a su forma 43. Esta críítica, que pone de manifiesto
el defecto eí tico en el reproche de culpabilidad, tambieí n parecíía herir de muerte a la
culpabilidad normativa.
Zaffaroni, Alagia y Slokar mencionan el extraordinario caso del bon juge Paul
Magnaud, presidente del Tribunal Correccional de Chaâ teau-Thierry, que introdujo en
sus sentencias consideraciones relacionadas con la equidad y valoroí datos
relacionados a la miseria y carencias que padecíían las personas que teníía ante síí.
Parece ser que esto no era muy comuí n allaí por el 1900, en pleno auge del positivismo
criminoloí gico con Lacassagne a la cabeza de la escuela francesa, y generoí cierta
controversia. Recibioí ataques de polííticos y perioí dicos 45. Otros senñ alan que sus
sentencias no se apartaban sensiblemente de la corriente general de la jurisprudencia
francesa de su eí poca pero lo cierto es que en sus sentencias Magnaud hacíía una clara
evaluacioí n de la culpabilidad del imputado con una juiciosa apreciacioí n de las
circunstancias en cuestiones de mendicidad, lesiones, delitos contra la propiedad,
falso testimonios, homicidios imprudentes y, especialmente, en casos de menores 46. Se
lo acusoí de ignorar la letra de ley, de no basarse en la doctrina y de apartarse de la
42
Righi, Esteban, “La culpabilidad en materia penal”, 1ra ed., Buenos Aires, Ad-Hoc, 2003, pg. 20.
43
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 653.
44
Marat, Jean Paul, “Plan de legislación criminal”, Buenos Aires, Hammurabi, 2000, pg. 68. Véase también,
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 283.
45
Véase la carta dirigida por Magnaud al periódico La Republique Française, publicada en Las sentencias del
Magistrado Magnaud reunidas y comentadas por Henry Leyret, 2da edición corregida y comentada, Madrid,
Hijos de Reus, 1909, pg. 332.
46
Dassen, Julio, “El juez Magnaud. Ex Presidente del Tribunal Correccional de Château-Thierry”, en J.A. Año
1965-III, mayo-junio, sec. doct., pg 112.
12
jurisprudencia. Jimeí nez de Asuí a se referíía a eí l en estos teí rminos: “al personalizarse en
el Juez Magnaud, llamado entre los franceses el “bon juge”, la supuesta tendencia de lo
que luego denominoí se derecho libre, los juristas como Manzini, y hasta socioí logos
como Ferri, han fruncido su docto entrecejo. Incluso se ha negado por Goldmann que
el juez pueda resolver las cuestiones sociales con interpretaciones que “fuerzan” la ley.
No negamos que, en muchos casos, Magnaud ha sido bondadoso y pietista usurpador
de la facultad legislativa, pero no merece los duros calificativos de Manzini; al
contrario, es merecedor de subidos elogios, sobre todo en las sentencias en que, sin
confundirse con los legisladores ha hecho una aguda interpretacioí n legislativa” 47.
Pareciera ser que la escuela claí sica y la positiva comparten algo en comuí n: su rechazo
a la interpretacioí n de la ley. De la lectura de los fallos de Magnaud puede apreciarse
que, maí s que una usurpacioí n de las facultades de legislador, el problema yacíía en la
necedad de sus contemporaí neos. Quizaí Magnaud carecíía de los instrumentos
Internacionales de Derechos Humanos que hoy tenemos. Seguramente le hubieran
simplificado mucho la tarea.
En 1989, hace maí s de 20 anñ os, aparece En busca de las penas perdidas 54, un
libro en el que Zaffaroni presenta los lineamientos generales de un pensamiento penal
agnoí stico, que descree -con base en el conocimiento criminoloí gico acumulado hasta el
momento- de la capacidad del poder punitivo de solucionar conflictos sociales, y
donde se asigna al derecho penal una nueva funcioí n reductora de las pulsiones maí s
irracionales de ese poder. Allíí tambieí n se entregan los primeros trazos de una
dogmaí tica penal coherente con este pensamiento, que se concretaraí con el comienzo
del nuevo milenio, en coautoríía con Alejandro Alagia y Alejandro W. Slokar, en su
Derecho Penal-Parte General. Es en esta obra donde los autores exponen maí s
acabadamente su concepto de culpabilidad penal que incluye en su sííntesis un
momento de anaí lisis que denominaron culpabilidad por vulnerabilidad 55, sobre cuyos
presupuestos baí sicos volveremos para luego poder proceder a tratar algunas crííticas.
Creemos que, como toda tarea de contencioí n del poder punitivo, se trata de un
unfinished56 porque siempre podraí mejorarse y porque no faltaraí n quienes, intentando
resucitar dinosaurios o clonaí ndolos con especies nuevas, postularaí n las ventajas del
poder punitivo para la sociedad o el individuo. Tanto es asíí que, para Zaffaroni, el
traí nsito por los discursos sobre la cuestioí n criminal se asemeja maí s a visitar un
zooloí gico que al paseo por museo paleontoloí gico 57.
53
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 334.
54
Zaffaroni, Eugenio Raúl, En busca de las penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico penal,
Buenos Aires, Ediar, 1989.
55
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal... pg. 650 y ss; Véase también: Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual de
Derecho Penal. Parte General, 1ra ed., Buenos Aires, Ediar, 2005, pg. 505.
56
Zaffaroni, Eugenio Raúl, En busca..., pg. 104; “La palabra…”, pg. 269; “Derecho penal..”, pg. 83.
57
Zaffaroni, Eugenio Raúl, La palabra…, pg. 47.
58
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 651.
59
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal…, pg. 141
60
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual de derecho penal. Parte General, 1ra ed., Buenos Aires, Ediar, 2005, pg.
504.
61
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 332.
62
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 333.
14
63
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual…, pg. 505.
64
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal…, pg. 675.
65
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual…, pg. 505.
66
Juan Manuel Fernández Buzzi y Martín Daniel Lorat, “La culpabilidad por la vulnerabilidad como medida de
la pena, ¿o la crueldad estatal en su “justa” medida?”, disponible en el portal de Derecho Penal Online
(http://www.derechopenalonline.com/derecho.php?id=13,41,0,0,1,0)
67
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 652.
68
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 331.
69
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 652.
70
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 331.
15
dialeí ctica respecto del maí ximo senñ alado por la culpabilidad por el acto,
contraponieí ndosele. Esta tarea se cumple con un nuevo momento de anaí lisis que los
autores llamaron “culpabilidad por vulnerabilidad”. “Con esto –nos dicen los autores-
el derecho cumple su cometido ético, pues agota su espacio de poder para evitar que el
estado de derecho se limite soí lo a usar elementos formales de la eí tica tradicional para
reprochar personalmente a los que el poder punitivo ha seleccionado previamente” 71.
La sííntesis resultante es la culpabilidad penal.
71
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 653.
72
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 655.
73
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 654.
74
Si bien la cuestión fue encausada como un problema de insignificancia y plazo razonable, puede apreciarse
que el Dr. Slokar no omitió referencias a la selectividad y el estado de vulnerabilidad del imputado en el voto
que emitió en la causa Nº 15.556, caratulada "G.H.H., s/ recurso de casación", CFCP, Sala II, rta. El
31/10/2012. Un ejemplo de aplicación -a nuestro juicio, incorrecta- de la doctrina bajo estudio es lo resuelto
en la Causa nº 1.105/382 del registro del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 1 de La Plata, seguida a Carlos
Gabriel Ronco por el delito de robo calificado por el uso de armas y por su comisión en poblado y en banda
en concurso real con resistencia a la autoridad. En aquella ocasión el tribunal valoró como agravante el
escaso grado de vulnerabilidad, el cual dedujo de “sus condiciones sociales, culturales y laborales”, así como
del hecho de que el imputado provino de un “grupo familiar organizado, estable, con sólidos lazos afectivos y
adecuado desempeño de roles parentales”. El texto del fallo se encuentra publicado en
http://www.defensachubut.gov.ar/?q=node/2392. Véase además http://www.pagina12.com.ar/2001/01-
11/01-11-07/pag20.htm
16
Claramente este anaí lisis no excluye los datos relacionados a las condiciones sociales o
individuales del agente que pudieron haber contribuido o haberlo conducido a
realizar el injusto. Podemos afirmar que no han desterrado estos datos hacia la
culpabilidad por vulnerabilidad, dejando en la culpabilidad por el acto un anaí lisis
meramente normativo, aislado de las vivencias del sujeto.
Por esa misma razoí n no coincidimos con Vitale 81, quien reprocha a Zaffaroni
haber abandonado en su uí ltima obra de parte general el concepto de co-culpabilidad.
Como se dijo maí s arriba, la importancia de la co-culpabilidad estaí dirigida al anaí lisis
de la inexigibilidad de otra conducta con fundamento en los condicionamientos
sociales pero no contempla el problema de la selectividad del sistema penal, pues su
correctivo funciona descargando al sujeto la responsabilidad del estado por no
brindarle un espacio social adecuado para su desarrollo personal -condicionando asíí
su conducta- mas omite el anaí lisis propio de la forma en que ese sujeto fue
seleccionado por el sistema penal, lo que importa tomar en consideracioí n su estado de
vulnerabilidad y el aporte del sujeto para colocarse en la situacioí n concreta de
vulnerabilidad. Creemos que los correctivos propios de la co-culpabilidad no han sido
abandonados pues, como se senñ aloí , son valorados en su correcta ubicacioí n.
Ahora bien, todo este esfuerzo por lograr una construccioí n tendiente a relevar
los datos biograí ficos del sujeto no lo hace menos “vulnerable en sentido amplio”. Ni el
saber penal ni el juez penal pueden ocuparse de esto, aunque forme parte del estado
encargado de darle amparo y atender sus necesidades. Su acotado poder soí lo le
permite hacerse cargo de estos datos, incorporarlos al discurso y relevarlos en sus
sentencias. No puede darle una vivienda; no puede volver atraí s el tiempo para darle
una infancia con todas las necesidades cubiertas y sus derechos realizados; no puede
garantizarle un ingreso digno; no puede brindarle una educacioí n que le proporcione
mayores posibilidades; no puede ensenñ arle un oficio, etc. Lo que síí puede hacer es
impedir que el mismo poder que por accioí n u omisioí n colocoí al sujeto en una
situacioí n de vulnerabilidad luego se aproveche de ella para ejercerlo represivamente,
81
Vitale, Gustavo, “Culpabilidad como límite a la pena (co-culpabilidad y esfuerzo por la vulnerabilidad)”,
publicado en la Revista Pensamiento Penal, edición 100, 16/03/2010, pg. 19.
19
valieí ndose de una situacioí n en la que previamente lo colocoí 82. Como se veraí maí s
adelante, no nos resulta aceptable adoptar una postura paternalista para intentar
modificar su personalidad, menos auí n alucinar que todo ello lo puede lograr mediante
el trato cruel.
Por lo tanto, consideramos que esta parte del reclamo del Profesor de Mar del
Plata ya se encuentra satisfecho en el texto. Podrííamos, con fines argumentativos,
preguntarnos si hay necesidad de incluir una nueva causal geneí rica de inexigibilidad
por vulnerabilidad que agrupe a estos casos pero esto síí nos resulta innecesario,
superfluo y nos parece que soí lo aportaríía maí s confusioí n.
Maí s arriba vimos que Zaffaroni, Alagia y Slokar optaron por mantener una
culpabilidad de tipo normativa pero no sin hacerse cargo de las crííticas que esta idea
ha merecido. Se trata de una culpabilidad por el acto basada en la eí tica tradicional que
opera como indicador del maí ximo de pena que podríía habilitarse en el caso concreto.
Hemos resenñ ado brevemente algunas de las objeciones que se le formularon a ese
concepto claí sico de culpabilidad normativa. Entre ellas se hizo referencia a la omisioí n
en la dogmaí tica penal de los datos aportados por las ciencias sociales que dan cuenta
de la forma selectiva en que opera el poder punitivo y que constituye un dato
estructural, que puede aumentarse o reducirse pero no suprimirse. Esta críítica
afectaba directamente la legitimidad del reproche; poníía en evidencia su falla eí tica.
Era preciso encontrar alguna clase de compensacioí n a nivel de la culpabilidad que
tomase en consideracioí n los datos sobre la selectividad para reducir la irracionalidad
del poder punitivo, reetizar el derecho penal y relegitimar su funcioí n reductora. Su
omisioí n se enfrenta contra la eí tica maí s elemental. Afirman Zaffaroni, Alagia y Slokar
que de lo que se trata es de legitimar la funcioí n reductora y no el poder punitivo 83. La
legitimidad del saber juríídico penal reposa sobre su capacidad limitante del poder
punitivo84. Sin embargo, como acabamos de ver, esta compensacioí n no podíía llevarse a
cabo dentro del anaí lisis de la culpabilidad por el acto. Era preciso llevar ese problema
a otro lado.
87
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 338.
88
Vitale, Gustavo, “Culpabilidad como límite…”, pg. 28.
89
Al respecto resulta esclarecedor el estudio de Adrian J. García Lois, La selectividad del sistema penal.
Presupuestos teóricos – Delitos e institutos del derecho penal y procesal penal, Buenos Aires, Cathedra
Jurídica, 2011.
90
Vitale, Gustavo, “Culpabilidad como límite…”, pg. 2.
22
91
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 92.
92
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 267.
93
Ibídem.
94
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 364.
95
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual de derecho penal…, pg. 65.
96
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 653.
23
Luego de este anaí lisis es posible que nos encontremos con que la culpabilidad
normativa tradicional -auí n con los correctivos apuntados- afirme que en el caso era
exigible una conducta diferente, mientras que la culpabilidad por vulnerabilidad nos
indique que la magnitud de la pena que puede habilitarse en el caso es juríídicamente
irrelevante como consecuencia de haber descontado del reproche el elevadíísimo
estado de vulnerabilidad del que partioí el sujeto, sin necesidad de apelar a los
ejemplos del agente provocador o del delito experimental, que soí lo son ejemplos
extremos. Lo central aquíí seraí determinar coí mo ejerce su contrapeso la valoracioí n del
estado de vulnerabilidad del sujeto al momento de serle descontado de su reproche.
Creemos que cuando el sujeto realice una contribucioí n menor -sin llegar a ser
insignificante- partiendo de un elevado estado de vulnerabilidad, un correcto anaí lisis
de la culpabilidad por vulnerabilidad debe lograr disminuir considerablemente la
magnitud de la pena que podraí habilitarse y, en algunos casos impedir que se habilite
cualquier ejercicio de poder punitivo. Supongamos que un sujeto se dedica a la
comercializacioí n de estupefacientes al menudeo en un barrio marginal. Se trata de un
personaje muy conocido para los agentes policiales de la zona, al que cada tanto
detienen en actividad prevencional o porque no pagoí su “cuota” o porque alguí n
competidor lo denuncioí . Conocen a toda su familia, sus amistades, clientela y lugares
que frecuenta. Porta un estereotipo que lo hace objetivo sencillo para la burocracia
policial y su lejaníía del poder hace que no represente ninguna amenaza su detencioí n;
97
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Lectio doctoralis…”, pg. 337.
98
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 655.
99
Fernández Buzzi y Lorat, op. cit.
24
demuestra su esfuerzo por hacer lo accesible a todo tipo de puí blico. Decir que su
teoríía no se entiende es verdaderamente una acusacioí n injustificada.
Entonces, ¿cuaí l es el objeto del reproche? ¿Queí es lo que se reprocha? Asíí como
en la culpabilidad por el acto se reprocha un injusto conforme a un cierto aí mbito de
autodeterminacioí n -y no la lesioí n a la norma, la desobediencia al derecho, el
quebrantamiento del orden juríídico , el defecto en la motivacioí n o algo por el estilo-,
del mismo modo al momento de analizar la culpabilidad por vulnerabilidad el
reproche no radica en la valoracioí n de una conducta contraria al esfuerzo del poder
juríídico por contener el poder punitivo. No se trata de que el agente deba responder
por haber atentado contra el derecho penal 101. Dicho en otras palabras, no existe una
lesioí n al derecho penal reductor. Si de eso se tratara, Zaffaroni, Alagia y Slokar estaríían
incurriendo en el mismo error que critican a otros autores, a saber, la elevacioí n de un
instrumento -en este caso, el derecho penal- al nivel de un valor en síí, un bien juríídico.
Esto no es asíí. El injusto sigue siendo el mismo, soí lo que en este momento de anaí lisis,
en esta contracara dialeí ctica respecto de la culpabilidad por el acto, el juzgador
valoraraí el aporte realizado por el agente para colocarse en la situacioí n concreta de
100
Fernandez Buzzi y Lorat, Op. Cit.
101
Por cierto que en el programa contenido en Derecho Penal. Parte General, el único que responde es la
agencia judicial.
26
vulnerabilidad. Este aporte no es otro que su injusto, realizado con un cierto aí mbito de
autodeterminacioí n y de cuyo reproche le es descontado su estado de vulnerabilidad.
Cuando los autores dicen que este reproche es contrario al esfuerzo del derecho penal
reductor, entendemos que soí lo nos estaí n senñ alando el criterio con el cual se debe
realizar la contraseleccioí n. Nos estaí n diciendo que es racional no agotar el esfuerzo
reductor en quienes han colaborado para ser seleccionados. No se reprocha una
“infidelidad” al saber juríídico penal. No se trata de un reproche legitimante del poder
punitivo, sino legitimante del derecho penal pues agota su poder reductor
administraí ndolo racionalmente mediante la contraseleccioí n 102. El injusto, objeto del
reproche, sigue siendo el mismo, soí lo que ahora se valora como aporte del agente para
ser seleccionado. Esta actividad no es otra que el injusto que ya quedoí afirmado al
verificar la antijuridicidad de la accioí n y que ahora ha atravesado el filtro de la
culpabilidad normativa despojada de su falla eí tica en este nuevo momento de anaí lisis.
En otras palabras, este aporte, si bien es contrario al esfuerzo juríídico reductor del
poder punitivo, no da lugar a un nuevo injusto que deba reprocharse.
Del juego dialeí ctico entre la culpabilidad por el acto y este nuevo momento de
anaí lisis llamado culpabilidad por vulnerabilidad surge la sííntesis llamada culpabilidad
penal. Recieí n en este momento, luego de haber realizado un gran esfuerzo reetizante,
el Derecho Penal se alejaraí un poco maí s de ser esa schifosa scienza que denostaba
Carrara, para convertirse en algo menos repugnante pues habraí servido al juzgador en
la elaboracioí n de una sentencia como herramienta de contencioí n de las pulsiones maí s
irracionales del poder punitivo y asíí apuntalar el estado de derecho, protegiendo los
bienes de toda la poblacioí n dentro de su real capacidad. Auí n asíí no hay que olvidar
que esta compensacioí n “no legitima eí ticamente el poder punitivo, pero rebaja su cuota
de ilegitimidad hasta niveles menos irracionales y, sobre todo, hasta donde le es
posible”103.
102
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 654.
103
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 653.
104
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal…, pg. 131.
27
105
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Derecho penal..., pg. 677.
106
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual de derecho penal…, pg. 574.
107
Zaffaroni-Alagia-Slokar, Manual de derecho penal…, pg. 532.
28
¿Queí tratamiento debe darse a este error? Creemos que, de verificarse algo
semejante en la realidad, podríía recibir el tratamiento de un error exculpante especial,
toda vez que no se trataríía de la inexigibilidad de la comprensioí n proveniente de un
error que recae sobre el conocimiento de la prohibicioí n, ni su alcance, ni sobre la
comprensioí n de la prohibicioí n. Tampoco se trata de alguno de los supuestos de
errores indirectos de prohibicioí n. Podríía decirse que el supuesto bajo estudio
constituye un error de prohibicioí n especial que consiste en la falsa suposicioí n de que
la conducta antijuríídica no constituye aporte alguno a la autocolocacioí n en una
situacioí n concreta de vulnerabilidad.
Sobre esta cuestioí n resta agregar que el hecho de que los autores no nos hayan
aportado su parecer sobre las consecuencias de la culpabilidad por vulnerabilidad en
la teoríía de los errores exculpantes no constituye una refutacioí n. Quien se interesase
por refutarla, normalmente completaríía los espacios en blanco para demostrar las
incoherencias o las consecuencias indeseables a los que lleva el modelo bajo estudio.
Desde nuestro punto de vista, es preferible adoptar una actitud maí s prudente. En este
sentido, preferimos ensayar respuestas coherentes, estar atentos ante posibles errores
y realizar todas las reformulaciones necesarias para que la dogmaí tica penal cumpla
con los objetivos polííticos propuestos, siempre en el entendimiento de que nos
encontramos frente a un unfinished. El problema que acabamos de abordar
seguramente amerite otro estudio especíífico para extraer de eí l todas sus
consecuencias.
estudio. En este sentido no caben dudas de que esta corriente penal rechaza el
abandono de la sociedad (y sus vulnerables) frente a las pulsiones del poder punitivo
y les ofrece la proteccioí n imperfecta que su limitado poder puede proporcionarle.
Sobre las crííticas a estas teoríías, no nos detendremos pues son bien conocidas y
compartidas, tanto por sus crííticos de “derecha” como de “izquierda” 108. Lo que síí
deseamos destacar es que nos resulta extranñ o que se esgrima en favor de las
ideologías re una pretendida conveniencia desde el punto de vista de los sujetos
vulnerables. Si algo logran las ideologías re es profundizar la selectividad del sistema
penal. Pieí nsese en una persona que ha tenido contacto con el sistema penal -que
estuvo preso-, que soí lo ha conocido la miseria de la sociedad, que no logra conseguir
trabajo, que carga con una historia llena de violencia y carencias, que soí lo ha tenido
entrenamiento en la delincuencia burda, etc. Imagíínense a esta persona, mal vestida y
peor alimentada, tratando de convencer al juez por segunda vez de que no precisa de
su benevolente prevencioí n especial positiva. Imagíínenselo diciendo “Muchas gracias
por su prisioí n pero no la quiero; entiendo que usted considere que la Constitucioí n le
ordene hacerme el bien mediante el trato cruel pero preferiríía que dejen de tratarme
de esta forma. ¿No habraí n querido decir otra cosa los que escribieron ese texto?”.
Imagíínenselo tratando de demostrar que se encuentra inserto pacííficamente en la
sociedad que lo rechaza como basura. Difíícil, ¿no?
Una teoríía que alucina que la prisioí n es un bien para el individuo deberíía
concluir que en el primer caso la necesidad de pena seraí amplíísima, mientras que en
el segundo caso no podraí menos que dejarlo en libertad y pedirle disculpas por las
molestias ocasionadas. En el actual estado del conocimiento humano es reprochable
reproducir discursos legitimantes del poder punitivo cuyo autoritarismo ha venido
denunciaí ndose hace tiempo.
108
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Los objetivos del sistema penitenciario y las normas constitucionales”, en El
Derecho Penal Hoy – Homenaje al Prof. David Baigún, ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1995, pp. 117 y ss.
30
No caben dudas de que el saber del derecho penal debe estar sujeto siempre a
lo que informe el saber del derecho constitucional 110. Esto no estaí discutido. Es cierto
tambieí n que de una lectura superficial de algunos instrumentos internacionales de
derechos humanos, que actualmente gozan de jerarquíía constitucional, parecen
indicarnos que el fin constitucional de la pena privativa de libertad es la prevencioí n
especial positiva111. En este punto es dable recordar que, si bien no pueden
contradecirse, los fines de la pena y de su ejecucioí n no son lo mismo. Una lectura maí s
detenida y no contradictoria de los citados Instrumentos Internacionales nos indica
que las disposiciones en cuestioí n se refieren a los fines esenciales de la ejecucioí n de la
pena112. Agrega Zaffaroni que imponer a los suscriptores de una Convencioí n regional
una determinada concepcioí n del derecho penal excede en mucho el marco
iushumanista de su contenido.
sistema penal115. No se trata de hacer que deje de delinquir o que aprenda a delinquir
mejor, sino que “pueda tomar conciencia del rol que le asigna el poder punitivo y no se
someta a la seleccioí n criminalizante asumiendo voluntariamente el rol, o sea, que deje
de ponerle la cara al sistema penal”116. Se trata de proporcionarle, de ofrecerle -nunca
imponerle- la asistencia para que deje de autoagredirse colocaí ndose en la situacioí n de
alto riesgo de vulnerabilidad penal. Por supuesto que, para que este fin sea realizable,
es condicioí n elemental mejorar las condiciones de seguridad, higiene y violencia de
las prisiones117. Habraí otros casos -los menos- en los que la prisionizacioí n no
responde a un elevado estado de vulnerabilidad en los que el sistema penal deberaí
limitarse a brindar un trato humano.
8. Reflexiones finales.
Nuevamente los fines de la pena y la culpabilidad demuestran su ííntima
relacioí n. Es inevitable tener la impresioí n de que muchas de las crííticas que abordamos
estaí n en realidad dirigidas a la teoríía agnoí stica de la pena y soí lo indirectamente
contra el modelo de culpabilidad que hemos estudiado. Eso explicaríía algunas de las
injustas acusaciones que hemos leíído, pese a que los objetivos baí sicos parecen no
encontrarse en discusioí n.
Llevan la razoí n Fernandez Buzzi y Lorat cuando afirman que “a esta teoríía
limitante y contentora del poder punitivo, las crííticas que pueden formularle las
teoríías legitimantes de aquel, no son susceptibles de causarle cuestionamientos
esenciales, ya que se produce, a partir de los lineamientos de aquella, un quiebre
estructural con las concepciones propias del prevencionismo, tanto desde el punto de
vista normativo, como desde el relacionado con la admisioí n del dato de realidad que la
operatoria penal debe -necesariamente- reconocer y admitir” 118.
115
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Los objetivos…”, pg. 125.
116
Zaffaroni, Eugenio Raúl, ibídem.
117
Zaffaroni, Eugenio Raúl, ibídem.
118
Fernandez Buzzi y Lorat, Op. Cit.
32
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