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El marxismo es la repuesta a esa necesidad.

£3 es un tas-
trumento de comprensión de la. historia^ ha descubierto el pa­
pel que las clases sociales, sus intereses y sus luchas, tieaeai en
el devenir social. Consecuentemente ha señalado la misión que
a la clase obrera le corresponde desempeñar en la sociedad ac­
tual, como dase interesada, objetivamente en la Revolución So­
cialista, como agente de la transformación del régimen, capi­
talista. /
luchas de clases, hasta ahora, habían sido inconscien­
tes medios del desarrollo social. Mas, ahora, el marxismo, hit he­
cho que la clase obrera adquiera <k>nciencia de su papel revolu­
cionario y le permite,dirigir, entonces, conscientemente su ac­
etó» política. Por eso, la Lucha de Clases, entre proletariado y
burguesía es La lucha de clases por excelencia, la Lucha de Cla­
ses con mayúsculas, la única lucha de clases emprendida cons­
cientemente por una de ellas: el proletariado, provisto de una
-conciencia teórica acerca de sí y de su fondón histórica, qué no
otra cosa es él marxismo, que la teoría revolucionaria de la
ctaee obrera.
13 marxismo es, pues, el “momento” teórico de la praxis
social y al núsmo tiempo la suprema teoría de esa misma praxis.
Marx expresó este pensamiento fundamental suyo en su
famosa frase: “Los filósofos hasta fetho*a no han hecho obra
cosa que interpretar al mundo, ahora les correeponde transfor­
inarlo”. Lenin lo confirma con su no menos conocido aforismo:
"Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria” (103).
De ahí por qué Mondolfo, con justa razón, propone para el
marxismo la denominación de teoría crítico-práctica deja: his­
toria, expresión que denota el rasgo característico de su; pensa­
miento que acabamos de comentar.
S3 marxismo, de acuerdo con k> anterior,,no debe ser con-
(160) ‘‘En esta antinomia la burguesía es la tesis, el proletariado lia ^ntii-
' tesis; de manera que el proletariado es la clase capaz de superar la
antinomia, es el momento 'dialéctico que debe crear la síntesis, es la
-palanca de la revolución liberadora que sobrepasará, que superaré la
contradicción' fundando la sociedad sin clases; pero para precipitar y
dirigir esta solución necesaria es indispensable que el proletariado
adquiera conciencia dé su existencia de clase y de su papel histórico
burguesía",
de “sepulturero de la que pase del ser en si a.la concien­
cia de si”. _ ■
pág.
René Maublanc, ob. cit., 61.
"Cuando él proletariado, por medio de la luriba de clases, cambia,
su posición en la sociedad y, por tanto, toda suestructura social, al
conocer ese cambio de la situación social,eá. decir, de sí mismo, se
encuenrtra no sólo frente a un 'nuevo objeto dfe comprensión, sino que
cambia su posición de sujeto cognoscente. fca teoría sirve para pro­
porcionar al proletariado la conciencia de su posición social, es decir,
conisderarse a si mismo a la vez como objeto y sujeto en el proceso
social” . (lyuokáes, Geschiehte und Klaásenbewusstsein, citado por Karl
Mannheim, “Ideología y Utopia”, pág. 112).
“La teoría revolucionaria es la generalización de las experiencias
del movimiento proletario en todos los paises. Pierde naturalmente su
propia esencia si no entra en relación con la práctica revolucionaria,
lo mismo que la práctica camina a tientas si no la ilumina la teoría
revolucionaria, .pues ella sola puede dar confianza al movimiento, ser­
virle de guia, prestarle vigor, y hacerle comprender las relaciones
internas que existen entre los acontecimientos, y sólo él ayuda en la \
práctica a aclarar el proceso y la dirección de los movimientos de
/clase en la actualidad y en próximo futuro”
(José Stalin, “Cuestiones del LenWüsno", pág. 23)............
siderado como un justificativo para que la clase obrera se eva­
da de actuar frente a las condiciones reales y novedosas que en
cada momento crea el devenir social y se niegue a construir una
adecuada actitud frente a todos y a cada uno de los problemas,
de la vida social, por menudos que ellos sea», para refugiarse
en la contemplación estática y estéril de' la “revolución- socia­
lista ideal”.
Por el contrario, el marxismo debe servir de instrumento
para que la clase obrera afronte realistamente todas las contin­
gencias de la vida social, y de garantía que frente a ella adopte
una actitud concreta en función de sus objetivos de dase, sin
caer tampoco en un menguado oportunismo practicista que pier­
da de vista la linea laxga del movimiento.
“El comunismo, dice Marx, no es para nosotros una condi­
ción que habrá de establecerse, ni un ideal al habrá de aco­
modarse la realidad. Damos el nombre de comunismo al movi­
miento real que suptíme las condiciones actuales. Las condicio­
nes bajo las cuales procede ese movimiento son el resultado de
las que prevalecen ahora,” (104).

(104) KaTl Marx, citado por Kart Matmfegtei "ftiMtagía y tftopi** pí¡g. n i.
CAPITULO V
INTERVENCIONISMO, COKPOlíATIVISMO Y FASCISMO
1 .—Reacción burguesa frente a la crisis capitalista.
Planteada la lucha de clases, por el proletariado, en un
plano consciente y revolucionario se organizó a lo largo de la
segunda mitad del pasado siglo el movimiento obrero, en forma
de movimiento político socialista.
La organización social capitalista y su Estado democrático-
liberal se encontraron entonces ante dos grandes problemas,
para afrontar a los cuales, no contempla su estructura social ni
su pensamiento, ninguna solución acorde con ellos mismos: por
un lado la crisis cada vez más profunda de su sistema económi­
co manifestada en la anarquía de la producción (105); por otro
lado, la presencia, cada vez más combativa y poderosa, del so­
cialismo revolucionario, que surgió de su interior con fuerza
arrolladora y que pretende destruir la esencia misma del ré­
gimen.
Las complicaciones que estos hechos produjeron y produ­
cen en el funcionamiento típico del sistema económico y políti­
co del capitalismo, son trascendentales. Ellas demuestran que no
adviene espontáneamente el “bien común” gracias al libre jue­
go de los intereses individuales, y que el movimiento obrero or­
ganizado sindical y políticamente, viene a ser una negación de
la forma mecánica e idílica con que la teoría política liberal pre­
tendía que se gestara el Estado y se realizara su acción “per
omitendo”.
Las clases ligadas al orden social existente, que hasta la
primera guerra mundial conservaban todavía su optimismo res­
pecto al funcionamiento y porvenir del sistema capitalista, co­
menzaron a perderlo, producida aquella catástrofe. (En Esta­
dos Unidos se conservó ese estado de ánimo hasta la gran cri­
sis del año 1929).
La expansión creciente de los mercados y la penetración im­
perialista en las colonias y semi colonias, que había logrado con
anterioridad a 1914, disimular e impedir las manifestaciones de
(105) “La anarquía de la producción, esto es, la multiplicidad de producto­
res que decidían autónomamente lo que debía producirse, y el hecho
de ser un sistema de producción no con propósitos sociales conscien­
temente determinados, sino de lucro”. (Maurice Dobb, Economía Polí­
tica y Capitalismo, pfeg 83).
las crisis orgánicas del sistema, se vieron bruscamente conver­
tidas en otras tantas causas de -trastornos bélicos entre poten­
cias imperialistas entre si ]y, entre ias potencias coloniales y ios
movimientos nacionales de liberación de los países dependientes.
La burguesía empezó a perder la connanza en sí misma
y en su “orden”. La que antaño fuera una ciase pujante, pro­
gresiva, confiada en ios destinos del hombre, con le en las cien­
cias, la razón y el progreso indefinido de la humanidad, se vio
de improviso presa de una angustia sombría por su porvenir. El
mundo que ella había creado en función de la razón, de la cien­
cia y del progreso, se mostraba díscolo, violentamente irracio­
nal y anticientífico y amenazaba en una de sus horribles contra
dicciones económicas y bélicas, arrastrar a la humanidad a un
caos en el que el progreso, tan penosamente conquistado por
ella, podía ser defmitivamente destruido.
¿Se produjo, así, la desintegración espiritual de la burgue­
sía; ahora ya 110 cree en la razón, en la ciencia y el progreso,
hoy se entrega a toda clase de irracionalísimos, se convierte a
cualquiera religión, por más inverosímil que sea, cree en cual­
quier mito, por más ilusorio y falaz que parezca.
En el campo filosófico surgen ahora toda suerte de irra-
cionalismos, desde el pragmatismo de James, hasta el intuido-
msmo de Bergson, pasando por las oscuras filosofías de la an­
gustia, las tremebundas doctrinas que hacen la apología de la
guerra y de la violencia, que veneran la sangre y la raza, y las
que dirigen sus ojos hacia el ocultismo, la astrología, y las mís­
ticas prácticas de oriente.
La causalidad ahora no existe, el mundo no puede ser co­
nocido por el hombre, la técnica es una invención diabólica, y la
civilización moderna es una monstruosa desviación, que hay
que destruir luego si no queremos que ella nos aniquile a nos­
otros.
Siente nostalgia la desintegrada burguesía contemporánea
por la vida pastoril y bucólica de los campesinos, añora y sueña
con una nueva Edad Media, se aíerra a cualquiera cosa que le
dé fe, confianza, no ya en su porvenir en esta tierra, sino des­
pués de la muerte, en la otra vida.
¡Qué diferencia entre esta burguesía decadente de hoy en
día con. la clase impetuosa y altiva de hace cien o doscientos
años atrás, la de Newton, Laplace y Robespierre!
En el campo político y de la actividad del Estado, esta nue­
va situación y característico estado de ánimo de la burguesía,
halla su correspondientes traducción.
Entre las múltiples variedades de pensamiento y organiza­
ción política, con que ella pretende afrontar las nuevas condicio­
nes sociales, nos referiremos sólo a tres, en las que pretende­
mos incluir a las más interesantes, tanto por su significación
teórica, como por su importancia práctica.
2. —El Intervencionismo.
La actitud que llamamos intervencionismo, es la más po­
bre en su contenido teórico pero, al mismo tiempo, la más so­
corrida de las respuestas con que el Estado democrático liberal
aborda la crisis social y política contemporánea.
— 129 —
El intervencionismo no implica ni supone un sistema cohe
rente de pensamientos que le sirva ú© ideario. INIo hay mía filo­
sofía del intervencionismo. Este no es sino el producto de la ac­
ción esporádica y circunstancial del Estado cierno-liberal para
solucionar los problemas inmediatos que se le presentan.
Los fines que se persigue con la intervención del Estado en
la vida económica podemos sintetizarlos en ios siguientes:
a) Elevar el standard de vida, y la seguridad social de las
clases que viven de un¡ sueldo o de un salario, por medio de una
legislación del Trabajo que consulte las pertinentes medidas
sobre salarios, seguros sociales, asignaciones familiares, ñidem-
nizaciones por accidentes, condiciones de trabajo, regulación de
precios, etcétera.
b) Elevar la productividad del trabajo de un país, y ace­
lerar su industrialización mediante la llamada política de fo­
mento a la producción: créditos, enseñanza técnica, creación de
nuevas industrias, etc.
E sta segunda modalidad de la acción del Estado interven­
cionista se desarrolla particularmente en los países de escasa
capitalización, y tiene por consiguiente, caracteres muy especia­
les que la distinguen de la modalidad aludida en primer lugar.
En efecto, la política de protección de los trabajadores y
que signamos con la letra a ), es producto, por una parte, de la
presión de las clases populares para conseguir mejores condicio­
nes de vida, y por otra, de concesiones hechas por la clase ca­
pitalista para afirmar su sistema social y evitar mayores tras­
tornos que lo destruyan.
La política de fomento a la producción es, por el contrario,
una actividad por la que' el Estado coadyuva en ei hecho a la
función capitalizadora, que históricamente le corresponde a la
burguesía. La circunstancia de que esta política de fomento es­
tá inspirada en sólo propósitos le lucro capitalista o que per­
siga conscientemente desarrollar la producción en función de la
satisfacción de las necesidades reales de un país, depende de la
medida en que el criterio político y económico socialista y la
presión de las organizaciones populares influya en su orienta­
ción. En todo caso, una política de fomento a la producción, en
mayor o menor grado es objetivamente progresista e interesa a
los propósitos históricos de la ciase obrera y al socialismo.
Lo que caracteriza esencialmente a las dos modalidades de
política intervencionista es que ésta no afecta las relaciones ca­
pitalistas de producción, se mantiene siempre dentro de los
moldes clasistas, y no intenta su destrucción, aun cuando se
proponga “dirigir integralmente la economía de un país”, pro­
pósito que necesariamente tiene que frustrársele por no ser con­
ciliables una adecuación integral de la economía a las necesida­
des sociales, con las relaciones capitalistas de producción. Lo
que no obsta para que las conquistas obtenidas mediante esta
política sirvan de punto de apoyo para conseguir medidas más
revolucionarias en su contenido, como las nacionalizaciones y
otras de esta índole, que pueden ir condicionando la transfor­
mación del capitalismo en socialismo.
Desde el punto de vista de la teoría política, lo que carac­
teriza al Estado interventor es que éste no realiza concepción
alguna racional y coherente de sí mismo. Es el mismo Estado
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liberal el que entra a realizar las nuevas funciones, sin altera­
ciones substanciales en su estructura. No existe una teoría po­
lítica del Estado interventor, ni existe tampoco una estructura
propia e institucional del mismo.
Como en la construcción del Estado liberal no se encuen­
tran los materiales adecuados para servir de medios a las nue­
vas funciones sociales y económicas que las circunstancias exi­
gen del Poder Político, resulta que es necesario “parchar su es­
tructura” y crear dentro de su mecanismo interno, reparticio­
nes destinadas a efectuar dichas tareas, ya sea dentro del po­
der ejecutivo, en forma de ministerios y oficinas, ya sea como
instituciones semi autónomas, como las llamadas semi fiscales
que tienen a su cargo tareas específicas, pero con cierta depen­
dencia del poder ejecutivo.
Las clásicas asambleas parlamentarias se ven cada día, así,
más al margen de la nueva actividad estatal. Y como la agita­
ción “política” gira, en gran parte, alrededor de las luchas elec­
cionarias para elegirlas, resulta que se produce, en último tér­
mino, un divorcio entre la función del Estado mediante la cual
interviene en el mundo económico, y la actividad tradicional­
mente “política” que se orienta casi en su totalidad en función
de la generación de los clásicos poderes del Estado.
Se crea, de esta manera, en forma más o menos desorde­
nada y al margen de las instituciones tradicionales del Estado,
un complicado mecanismo de instituciones semi autónomas de
acción económico-social que escapan a un control organizado y
consciente de parte del Estado y de los poderes en que se tra ­
duce la lucha electoral y partidista.
Para poder armonizar la actividad de los Poderes Públicos
y la de las referidas instituciones se han ideado, dentro de los
marcos del Estado liberal, varios procedimientos. Nos referire­
mos a los dos principales:
El primero consiste en asesorar a las comisiones parla­
mentarias, en que se dividen las Cámaras para el estudio de las
materias sometidas a su consideración, con elementos técnicos
y representativos de la actividad económica del país.
El otro procedimiento consiste en crear un Consejo de Eco­
nomía Nacional, en el que los referidos elementos técnicos y
económicos, estén representados, para que ejerza tina función
rectora sobre toda la actividad económica social del Estado.
Prescindiendo de las corruptelas y prácticas viciosas que en
los Estados demo-liberales modernos dificultan todo intento de
organizar sistemáticamente el aparato clásico del Estado con las
instituciones de acción económico-social, podemos encontrar una
razón de fondo que impide que las medidas señaladas más ade­
lante y otras semejantes, sean verdaderamente eficaces.
Como dentro del mecanismo del Estado liberal, la soberanía
reside en el pueblo y se expresa mediante el sufragio universal,
resulta que si no se quiere abandonar aquel sistema, todas las
comisiones técnicas asesoras de las Cámaras y los Consejos de
Economía, sólo pueden llegar a tener un papel meramente con­
sultivo y en definitiva secundario en la orientación de una polí­
tica definida de los Poderes del Estado, ya que la facultad de
“decisión”, lo compete sólo, en el sistema liberal, a los órganos
representativos de la “voluntad popular”. Lo que no obsta para
V
— 131 —
que en el hecho tales órganos pooo o nada se preocupen de
acordar semejante tarea.
Esto quiere decir que no será el criterio del organismo téc­
nico consultivo el que prevalecerá en último término, sino el de
las fuerzas y “combinaciones políticas” con mayor influencia en
el poder legislativo, lo que significa quitarle toda efectividad
a la labor de las referidas comisiones o consejos en la dirección
de la economía de un país.
Cabe entonces concluir que ios intentos para organizar la
política económico-social en un Estado liberal mediante la in­
tervención decisiva de los parlamentos, no obstante los conse­
jos o comisiones que pudieran asesorarle, no pueden corregir las
deficiencias y desarmonías que ha producido en la vida econó­
mica de los países, la intervención esporádica de las diferentes
reparticiones e instituciones creadas accidentalmente para di­
rigirlas .
Esto quiere decir que dada la estructura del Estado demo-
liberal, éste es incapaz de asimilar orgánicamente y de contener
en su seno las nuevas funciones de intervención en la vida eco­
nómica de un país que ias exigencias sociales le han impuesto
realizar.
Significa lo anterior que toda la política económica desa­
rrollada por un Estado liberal es absolutamente ineficaz y que
no cabe por su intermedio realizar una política eficiente y pro­
gresista? No. En La medida que en el seno de las mismas insti­
tuciones liberales, en el ejecutivo y en el parlamento, asi como
en el resto de las instituciones exista y prime un criterio socia­
lista organizado, en la medida en que la acción de esos organis­
mos esté conscientemente inspirada en la transformación orgá­
nica de la sociedad, en esa misma medida, la intervención en la
economía ejercida por un Estado liberal puede y debe constituir
un punto de apoyo para nuevas y más penetrantes conquistas
y llegar a significar una fase de la lucha integral por la trans­
formación del régimen capitalista en socialista.
En la medida en que el Estado pase a ser un instrumento
del interés de la clase obrera, por la naturaleza de su acción ob­
jetivamente revolucionaria, en esa misma medida deja de ser
ya expresión de la “voluntad soberana de la nación” para deve­
nir instrumento de la voluntad de la clase obrera (106). Toda
la organización liberal clásica y sus instituciones parlamentarias
pueden llegar a ser, así, una caparazón artificial y mixtificado­
ra que debe ser destruida y reemplazada por una nueva organi­
zación del Estado que conscientemente se defina como instru­
mento de la clase obrera y que adecúe a ésta su función, su es­
tructura y su organización interna.
Esto quiere decir que la intervención del movimiento socia­
lista en la política económica de un Estado liberal para “solu­
cionar” sus “problemas”, aislada y esporádicamente, sin más
mira que el resultado inmediato, sin perspectiva revolucionaria
(106) .cuando""el Estado refleja, según la expresión del opúsculo sobre
Feuerbach. “todas las necesidades de la sociedad civil”, éste no es el
instrumento de la clase que tiene el dominio económico: es el reflejo
de las necesidades de las distintas clases, en la medida en que éstas
logren hacer valer su propia voluntad, y fuerza”. (Rodolío Mondolío,
“El Materialismo Histórico en Federico EngeLs”, pág. 303).
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en su acción, y sin comprenderla como “momento” en el proce -
so de integral transformación social, es sólo un oportunismo
menguado que no tiene de socialista sino el nombre, y que ob­
jetivamente significa una traición a la misión revolucionaria del
proletariado.
Una intervención estatal en la economía dirigida conforme
lo exige la voluntad política de la clase trabajadora es más que
una simple intervención, significa en realidad una planificación
de la economía de acuerdo con los objetivos políticos que le in­
teresan como clase. Esta planificación no persigue sólo organi­
zar la economía por organizaría, sino hacerlo desde un punto de
vista revolucionario que ve en la planificación un medio para
poder transform ar la estructura económica del sistema. Una in­
tervención planificadora de esta naturaleza es cualitativamente
diferente de la simple acción esporádica y circunstancial del Es­
tado liberal para afrontar accidentales contingencias; una in­
tervención de esta especie es un “momento” en el proceso revo­
lucionario, una posición conquistada en la batalla por el Socia­
lismo.
3 .—K1 Corporativistno.
No lia escapado a los teóricos de la política en ios medios
vinculados al orden capitalista ia impotencia orgánica del insta­
do liberal para ejercer funciones de planificación e Intervención
en el desarrollo económico de la sociedad.
Los teóricos han reparado en que un Estado construido so­
bre el supuesto de que el bienestar común surge automática­
mente del libre ejercicio de la actividad económica privada, no
puede sin contradecirse consigo mismo, realizar una política eco­
nómica que limite la libertad de los individuos y que pretenda
inconscientemente imponer por ese modo un orden, no ya es
pontánearnente producido, sino directamente querido y realiza­
do por la voluntad del poder político.
Ha llegado la teoría política de esos sectores, a decantar
el concepto, objetivamente correcto por lo demás, que un Esta­
do activo en lo económico-social y que pretenda influir y deter­
minar en ese plano, no puede consecuentemente estar basado en
el supuesto de un “pueblo” como conjunto indiferénciado de in­
dividuos en quienes se omite totalmente su calidad económica
y funcional en la sociedad.
El Estado demo-liberal no ha sido concebido como idea, ni
realizado como institución, para intervenir, orientar y dirigir la
economía. La crisis política contemporánea no es sino el resul­
tado de la yuxtaposición accidental dentro del Estado demo-li­
beral, de órganos que ejercen esa función.
De aquí nace la necesidad de idear un nuevo tipo de Es­
tado que en su conformación interna sea capaz de cumplir eí
nuevo cometido histórico que se le ha impuesto. Para ello es
preciso que ese Estado represente, no ya al “pueblo soberano”,
sino a las efectivas y reales funciones económicas y no econó­
micas que hacen la vida y la actividad concreta de un pueblo
determinado.
Esta tendencia teórica y práctica que trata de sustraer ai
“pueblo” su calidad de titular de la “soberanía”, para otorgar-
eslo, en mayor o menor grado, a las diferentes agrupaciones
—Corporaciones—, de individuos que ejercen, ya sea como obre­
ros, empleados, patrones, profesionales, etc., una función en la
sociedad, es la que recibe el nombre de Corporativismo o Cor-
poratismo.
Estamos en presencia de otra de las respuestas con que la
sociedad actual pretende solucionar la crisis en que se encuen­
tra. Se diferencia el Corporativismo del Intervencionismo, des­
de luego, en que el primero es una tendencia que envuelve una
teoría, un pensamiento nuevo acerca del Estado y que pretende,
en consecuencia, reemplazar al Estado liberal por otro, que ten­
ga la característica señalada poco más arriba, mientras que el
intervencionismo es sólo una actitud práctica, no conceptualiza-
da y que se ejerce por medio del mismo Estado demo-liberal, no
teniendo un sentido en sí, sino a través del resultado del pro­
ceso a que conduce.
Detengámonos brevemente en los conceptos de Corporación
y soberanía corporativa que son los esenciales dentro del es­
quema teórico que analizamos.
La sociedad, para el Corporativismo, no está mecánicamen­
te compuesto de individuos aislados, sino lo está de agrupacio­
nes de individuos que realizan las variadas funciones con que se
satisfacen las necesidades sociales. Estas funciones son algunas
de naturaleza económica, como la de proveer a la sociedad de
alimentación o vestuario, y otras, de naturaleza no económica,
como aquellas relativas a la defensa exterior del Estado, al man­
tenimiento del orden interno, a la educación nacional, etc.
Dentro de este criterio la Iglesia, la Familia, el Ejército, la
Magistratura, etc., son otras tantas realidades sociales que
cumplen determinadas funciones y que integran orgánicamente
el todo social.
Alrededor de cada una de estas funciones se agrupan los
miembros dfHn sociedad según sea la naturaleza de su actividad.
Cada una de las agrupaciones funcionales que componen la
socieded está dotada naturalmente de la facultad de regirse en
su actuación, es depositaría, pues, de “soberanía” propia. Esta
agrupación profesional, gremial o funcional, en cuanto se cons­
tituye en organismo que ejerce su propia “soberanía”, recibe el
nombre de Corporación. En estos organismos corporativos re­
side, entonces, la “soberanía”, que se extiende hacia todo aque­
llo que dice relación con su función social, tanto en sus relacio­
nes internas,, como en sus relaciones con el resto de la sociedad.
La Corporación de la Salud Pública, por ejemplo, debiera re ­
gir autónoma mente su constitución interna y normar las condi­
ciones de trabajo de sus componentes (soberanía interna), y al
mismo tiempo, regir a todos los ciudadanos del país en lo refe­
rente a sus relaciones con la autoridad sanitaria y los derechos
y obligaciones que tengan en. esta materia (soberanía exteran).
La Corporación debe ser, pues, el poder legislativo de la función.
No reconoce el Corporativismo el principio de la soberanía
popular unitaria, y lo reemplaza por el de la soberanía social
múltiple de las diferentes Corporaciones representativas de las
actividades nacionales. La función social es para el Corporati­
vismo la fuente de toda autoridad y de todo derecho.
Si cada Corporación, económica o no económica, es titular
— 134 —
¿6 “soberanía”, cabe preguntarse cuál será para el Corporativis-
mo, la naturaleza específica del Estado.
El Corporativismo considera al Estado desde un doble pun­
to de vista.
En primer lugar considera al Estado como una Corpora­
ción, semejante a las demás, cuya función consistiría en el man­
tenimiento del orden público externo y en el manejo de las re*
la dones exteriores, en el aspecto internacional.
En segundo lugar, considera al Estado como una Super
Corporación que tiene por objeto armonizar en un plano supe­
rior, las actividades de las Corporaciones y determinar, en ge­
neral. la orientación político-económica de la nación. Para tales
efectos el supremo órgano legislativo del Estado debe reunir
en su seno a los personeros de todas las Corporaciones repre­
sentativas de la vida social, en una especie de Parlamento Cor­
porativo .
Todo el poder político, en síntesis, reside en último térmi-
r.o en las agrupaciones profesionales y entidades sociales cons­
tituidas en Corporación.
Tal concepción del Estado recibe el nombre de Corporati­
vismo puro o integral. Pero también se han ideado fórmulas de
transacción entre esta especie de Estado Corporativo y el Es­
tado demo-liberal. La una, llamada por Mainoiescu, Corporati­
vismo mixto, consulta, al lado de una cámara legislativa, elegi­
da por sufragio universal, y representativa de los partidos po­
líticos, otra, elegida por las Corporaciones y representativa de
las agrupaciones económicas y culturales. El supremo poder le­
gislativo reside, en este caso, en ambas cámaras, cuyo funcio­
namiento, debiera ser semejante al de las Cámaras de los E sta­
dos demo-liberales con Parlamento bi-cameral.
La segunda modalidad transaccional consulta un órgano re­
presentativo de las agrupaciones profesionales, económicas y
culturales, pero sólo con carácter consultivo y no decisorio. Es
la modalidad, llamada por Mainoiescu, Corporativismo subordi­
nado. Estamos aquí en presencia, creemos nosotros, de una sim­
ple especie del Estado demo-liberal a la que ya aludimos al re­
ferirnos a los intentos de hacerlo más apto para realizar una
política económica, pero sin alterar en lo substancial, su estruc­
tura, ni los supuestos teóricos en que descansa. En efecto, en
el presente caso, el poder resolutivo del Estado continúa radi­
cado en un organismo que representa la “voluntad soberana del
pueblo” y que es elegido por sufragio universal.
La concepción corporativista del Estado prescinde absolu­
tamente de los partidos políticos. Y no sólo prescinde de consi­
derarlos, sino aún más, presupone su supresión, como entes per­
judiciales e inoperantes, carentes de toda eficaz significación
en el mecanismo de acción política.
Justifica la doctrina corporativista este aserto en la si­
guiente forma. Para ella, la sociedad es un todo convergente en
el que sus diferentes organismos deben estar dispuestos de ma­
niera que armonicen los unos con los otros, en función de la idea,
del bienestar común, del destino nacional, o de otros conceptos
semejantes. El logro de estos motivos centrales de la existencia
política, exige que a ellos se subordinen jerárquicamente, los
diversos organismos sociales, y exige también, en ellos, un reco­
— 135 —
nocimiento implícito de esta manera de ver las cosas, a fin de
que se dispongan en conjunto a reáüzar aquellos objetivos.
Los partidos políticos, son, precisamente, entidades que por
definición, podríamos decir, están en contradicción con estos
principios. Ellos no son organismos cuya acción converja a un
mismo punto y se subordine a una idea común. Por el contra­
rio, las partidos políticos representan intereses e ideologías
opuestas las unas de las otras, representan líneas divergentes en
el actuar humano y luchan por distintos objetivos, todo lo cual
se contrapone a la idea de la sociedad como un todo orgánico al
que deban subordinarse intereses y pensamientos particulares.
Si el organismo político tiene por objeto homogeneizar la
vida social con el fin de poder realizar, ya sea el bien común o
el destino nacional, es lógico que los individuos no se agrupen
políticamente en función de sus intereses e ideas que los opo­
nen los unos a los otros, como lo son los partidos, y por el con­
trario, es conveniente que se agrupen en función de aquello que
los une y aglutina, como lo son las diferentes profesiones y ac­
tividades en que se divide e integra el trabajo común y solida­
rio de la sociedad. Esta es la razón por qué los grupos funciona­
les y las Corporaciones son más convenientes que los partidos
para servir de base política en la que se afirme el Estado Corpo­
rativo. Si desde el punto de vista económico las agrupaciones
corporativas funcionales, incluyendo patrones y obreros, repre­
sentan lo unificador y lo convergente, las agrupaciones sindica­
les y políticas clasistas representan lo disociador y lo divergen­
te en el organismo social. Los intereses, por ejemplo, de obre­
ros y patrones de la industria X, en cuanto juntos integran de­
terminada categoría funcional resultante de la división del tra ­
bajo, no se oponen sino que se complementan entre sí-, Pero los
mismos obreros y patrones de aquella industria, en cuanto per­
tenecen a distintas clases con intereses opuestos, se encuentran
en posición contradictoria. Por eso el Corporativismo, por una
parte, acepta a los sindicatos obreros y patronales, como inte­
grantes y subordinados a la Corporación respectiva, y les niega,
por otra, el derecho de organizarse nacionalmente con autono­
mía e independencia.
El Corporativismo no advierte, dentro de la limitación de
su perspectiva, que en esa oposición clasista que trata de disi­
mular y armonizar, se esconde en el fondo una lucha entre el
verdadero interés organizador de la. sociedad ba jo las condicio­
nes creadas por el capitalismo, que lo es aquél del proletariado,
y el interés capitalista, representativo del desorden de la socie­
dad actual. No advierte que las causas profundas del caos que
trata de combatir se encuentran en la estructura capitalista de
la sociedad a la que precisamente trata, en último término, de
defender. Y decimos que la trata de defender porque desde lue­
go, el sistema corporativista, al desconocer la existencia de las
agrupaciones políticas obreras y al quitarles independencia a los
organismos sindicales,'subordinándolos al interés de la función
económica respectiva, liquida así a las fuerzas que luchan por
transform ar el régimen capitalista. Ello significa limitar la ac
ción de los obreros a una defensa particular de sus intereses in­
mediatos, dentro de la Corporación que integran, restándole to­
da trascendencia revolucionaria a su actividad. Para ello esta-
— 136 —
blece y enmarca jurídicamente la acción sindical obrera dentro'
de esos estrictos moldes. Carecen, pues, los obreros, dentro de
una Corporación, de toda significación política, en cuanto ésta
implica una acción suya en pro de la liquidación de las relacio­
nes burguesas de producción. Para consolidar esta situación
propugna el Corporativismo porque la dirección económica de
cada, rama industrial, agrícola o comercial, quede en poder de
los capitalistas y la reafirma aún más, dando representación al
Estado en su composición, con lo que termina por dejar en des-
cuíbietro su carácter objetivo de teoría reaccionaria al servicio
del capitalismo.
Todo esto, sin perjuicio de que dentro de una Corporación
puedan llegar los obreros a obtener mejores condiciones de vida
que las que gozan en un régimen de absoluta y libre concurren­
cia. El Corporativismo está construido sobre el supuesto que
capitalistas y proletarios deben sacrificar algo de sus preten­
siones en aras de un interés superior al de ambos, el interés de
la sociedad, o el interés de la nación, considerados como entes
más valiosos que el de los hombres mismos que la constituyen.
Tal apreciación, hermana indisolublemente al Corporativismo
con las teorías fascistas, como veremos más adelante.
Al intentar el Corporativismo substituir el sistema demo­
crático liberal por otro, que signifique una más efectiva inter­
vención de los hombres y de las fuerzas sociales, como entes
concretos en el Estado, desconoce precisamente en los hombres
y en las fuerzas sociales, aquella calidad que los convierte en
representantes y agestes de los verdaderos intereses cuyo pre*
dominio, en definitiva, sirven para definir el carácter y la .natu­
raleza de trna sociedad determinada.
Pero al mismo tiempo que desconoce la existencia del inte­
rés de las clases, recurre y erige en supremo interés el de un
ente que como tal, no tiene interés alguno, el de la nación o el
de la sociedad. Mas, si liquidar al movimiento político obrero
revolucionario, por una parte, y al afirmar el interés nacional
por la otra, lo que defiende objetivamente en definitiva es el
interés de la sociedad capitalista, es el sistema de relaciones de
propiedad y producción contra cuya existencia impide luchar.
Llegamos así, lo que no es por lo demás muy difícil, a de­
terminar el real carácter de la teoría política corporativista,
que no es el que ella tiene de sí misma, sino el que su función
objetiva revela en el plano de la política contemporánea.
El Corporativismo, como teoría, no ha tenido otro papel que
el de servir de armazón teórico-política a los movimientos reac­
cionarios de los sectores interesados en mantener el régimen
capitalista. Los casos de Portugal, Italia y España abonan nues­
tra afirmación. Y aún. en nuestro mismo Chile se acude al Cor­
porativismo para mostrarlo como el régimen político ideal cuan­
do en el fondo se persigue un objetivo reaccionario. Así, en el
folleto “El Corporativismo”, de don Guillermo González Eche-
nique. el autor señala como único medio de evitar el nredomi
nio cada vez mayor de la masa “inculta y amoral” en los pode­
res del Estado, a aue couduce necesariamente el sufragio uni­
versal, al Corporativismo, entendido como sistema que dé re ­
presentación decisiva a las entidades culturales, morales y re­
ligiosas en las funciones públicas. Propicia el señor González la
— 137 —
representación paritaria de patrones y obreros en los poderes
públicos. Los Corporaciones no económicas de la naturaleza ya
señalada, decidirían con sus votos las divergencias que pudie­
ran producirse.
Tienen él misimo carácter los intentos de reemplazar el su­
fragio universal por un sistema de voto calificado en el que las
personas de mayor riqueza, instrucción, etc., reúnen mayor po­
der electoral que el ciudadano que carece de esas calidades. To­
das estas teorías, no son objetivamente otra cosa, que armas
defensivas del capitalismo en contra del movimiento obrero so­
cialista, lo que no obsta para que muchos de sus propugnadores
no adviertan este sentido reaccionario en sus postulados. La li­
mitación conceptual, la falta de perspectiva y la dependencia
que la situación social y la formación intelectual producen en
ciertas personas, es mucho mayor que lo que generalmente se
cree (107).
En resumen, nosotros afirmamos que el valor del Corpora-
tivismo como fuerza actuante en el devenir social contemporá­
neo. estriba en su carácter objetivo de pensamiento político con­
trarrevolucionario.
Nace el Corporativismo como un pensamiento crítico del
Rstado liberal burgués en decadencia, como tal, pretende res­
ponder, en cierto modo, a la crisis y a la inquietud espiritual de
nuestra época. Pero, en el hecho, por no expresar teóricamente
el interés de la única clase eme puede superar esa crisis y orien­
tar esa inquietud, existe solamente, en la historia contemporá­
nea. en cuanto sirve y es utilizado para la defensa del régimen
capitalista,
4 .—El Fascismo.
El Corporativismo es primordialmente una teoría política,
una nueva concepción acerca de lo que debe ser la naturaleza,
formación v funciones del Estado. El breve comentario que nos
ha merecido, ha sido formulado, precisamente, por el conteni­
do teórico y conceptual que encierra. Mas, en este carácter de
esquema teórico y conceptual, su potencialidad histórica ha sido
prácticamente nula. No ha sido en el mundo de los hechos el
Corporativismo, una de aquellas ideas-fuerzas que mueven a los
hombres a la acción y que con su presencia moldean el pano­
rama social y político contemporáneo. Por el contrario, cuando
algún movimiento político ha, usado como plataforma de lucha
fundamental ]a substitución del Estado demo-liberal por otro de
índole corporativista, o simplemente ha pretendido dar repre­
sentación en los organismos directivos del Estado a las fuerzas
v “culturales” o “morales” de la nación, o ha patrocinado un sis­
tema de voto calificado, lo que ha ocurrido es que fácilmente
se ha advertido el móvil reaccionario que en el fondo han alber­
gado tales actitudes. En estos casos las masas populares han
intuido con rapidez el carácter reaccionario de tales propósitos,
destinados a coartarles la influencia que mediantet el mecanismo
del sufragio universal han logrado tener en la marcha del E s­
tado .
(107) Ver Karl Manmheim, ob. cit.
— 138 —
Loe vastas sectores sociales que sienten la ineficacia del
Estado ceno--i be ral para abordar las cuestiones que se le ofre­
cen por solucionar, han permanecido en general indiferentes,
sin emoargo, irente a los esquemas lógicamente depurados que
¿es presentan los teóricos corporativistas para reestructurar el
organismo político.
Y es que la crisis social contemporánea no es sólo una cri­
sis política. Es también una crisis del sistema económico social,
de toda una ideología, de toda una manera de pensar y de toda
una manera de vivir.
La crisis del capitalismo en escala mundial, como sistema
económico, y de su ideología, como superestructura que apoya y
justifica ese sistema, produce por una parte las condiciones de
su solución en el movimiento social que usa como arma teórica
de comprensión y de transformación de la sociedad al marxis­
mo; y produce en todos los sectores sociales que no se colocan
en ese punto de vista, una estado de anarquía y de disolución
ideológica y espiritual, correlato de la anarquía y de la disolu­
ción del capitalismo como sistema económico.
Ya aludimos al estado de ánimo en que esta situación se
tradujo y se traduce en los sectores burgueses y vinculados a
ellos. Estos ya no confían en sí mismos, no creen en el porvenir
de su sistema, al observarlo peligrosamente tambalearse ante
los embates violentos de sus propias contradicciones internas y
ante los no menos poderosos ataques que le dirige el movimien­
to obrero.
La convergencia mental de los espíritus, de la que hablaba
Comte, y que se produjo en cierta medida a mediados del siglo
pasado alrededor de las ideas de Progreso, Ciencia, Democracia
y Libertad, se ha desvanecido ya completamente al observarse
los frutos irracionales que ha producido la organización social
apoyada en tales supuestos e ideas.
El fenómeno en referencia no afecta sólo a la burguesía co­
mo clase económica propiamente dicha. La ideología burguesa
ha sido hasta ahora la ideología, prácticamente, de toda la so­
ciedad. Las clases medias y aún las mismas masas proletarias
han vivido durante largo tiempo, en función del sistema de va­
lores engendrado por la acción histórica de la burguesía. Toda
la sociedad ha sido cultora, de las ideas de Libertad y de Pro­
greso, de Democracia y de Igualdad, toda la sociedad ha pen­
sado al sistema de vida en función del lucro personal y utilita­
rio. como la única manera de vivir. Ello no obstante, como lo
adelantamos en capítulos anteriores, la gran mayoría de los
hombres no han podido realmente vivir en esa forma, dada su
condición de proletarios.
Sólo han escapado a esta situación anínima y psicológica,
los muy reducidos sectores obreros que han alcanzado una gran
cultura política y que han comprendido racionalmente al m ar­
xismo, como teoría de la praxis social, y los núcleos también
reducidos, y mucho más de lo que se cree, de intelectuales que
«e han colocado en el punto de vista de la ciase obrera revolu­
cionaria, a través de su asimilación del pensamiento socialista
marxista.
La sociedad burguesa en disolución —y al decir sociedad
burguesa comprendemos a todas las capas medias y proletarias
— 139 —
que han pensado y vivido en función de un sistema de valores
creados por la burguesía—, ha requerido violentamente para
subsistir, sobre todo después de la primera guerra mundial y
durante la crisis subsecuente que le siguió, de una fe en nue­
vos valores, de nuevas ideas fuerzas que la animen y le den al­
gún sentido a su existencia angustiada.
Este clima espiritual de desesperación es particularmente
grave en las clases medías que, vinculadas estrechamente en
forma ideológica y económica al pensamiento y a los intereses
de la burguesía, se debaten en una aflictiva situación, que hace
aún más desconcertante su desgarramiento interno. El desdén
por el pueblo organizado y sus concepciones políticas, la limita­
ción intelectual y las estrechas perspectivas que caracterizan a
la pequeña burglesía, le impiden situarse en el único punto de
vista que puede ofrecer alguna salida a su problema y al de to­
da la sociedad: el punto de vista del socialismo revolucionario.
Se produce entonces, en toda la sociedad y particularmente
en sus sectores medios, como respuesta a la crisis porque atra­
viesa, un renacimiento notorio de la religiosidad, una atracción
irresistible hacia todo lo irracional y místico, en general, una
actitud anímica ansiosa y necesitada urgentemente de algún
mito que la oriente, de alguna idea en la que pueda creer, de al­
gún fetiche en el cual confiar.
El panorama que presentamos, si bien tiene proyecciones
universales, en cuanto universal es la crisis del capitalismo, al­
canza particulares relieves en algunos países, que por situacio­
nes especiales, han visto agudizarse los problemas que aquejan
a toda la sociedad. Es así como, en los países derrotados o pseu-
do-victoriosos en la primera guerra mundial. Alemania e Ita­
lia especialmente, donde la crisis interna se manifestó con ca­
racteres violentísimos, se tradujo la actitud anínima que comen­
tamos, en un movimiento político alrededor de un mito, refle­
jo político de tal actitud, que es lo que en esencia define al Fas­
cismo .
Entendemos por mito fascista, todo ente concebido y apre­
ciado por los sectores de la sociedad, cuya situación comenta­
mos. como de trascendencia y valor absolutos, que proporciona
móviles intelectuales y emocionales y da un sentido a la exis­
tencia humana, y alrededor del cual deben subordinarse todos
los intereses, y organizarse todas las instituciones sociales.
La emergencia del mito fascista, como idea fuerza agluti­
nadora de los sectores sociales a que hemos hecho referencia, y
la constitución en función suyo, de un movimiento político de
importancia, como para llegar a adquirir por la fuerza o el con­
sentimiento el control del aparato del Estado, dependen de va­
rios factores de distinta índole.
En primer lugar dependen de la intensidad con que la cri­
sis económica, política y moral afecte a un país. Así es como,
en los países de Europa Central, en los que la crisis de post­
guerra alcanzó pavorosos caracteres, fué donde apareció el fas­
cismo y donde su camino hacia el triunfo le fué grandeemnte
facilitado.
Dependen también de la mayor o menor fuerza orgánica del
capitalismo para resistir dentro de los marcos democráticos
burgueses, la crisis social. Un país en el cual el capitalísimo se
— 140 —

encuentra en proceso ascensional es capaz de resistir loe emba­


tes dei movimiento obrero y de las contradicciones económicas,
sin que se produzcan las condiciones morales y psicológicas que
generan al fascismo. Este factor, entre otros, explica el por qué
del relativo fracaso de las organizaciones norteamericanas de
corte fascista, como el Ku Klux Klan, a pesar de la gran crisis
del año 1929 y la capacidad de recuperación del capitalismo que
se evidenció en la administración Roosevelt.
Depende también, el triunfo del fascismo, de la mayor o
menor unidad, potencia, organización y conciencia de la clase
obrera, agrupada en partidos y sindicatos y provista de una só­
lida concepción marxista y revolucionaria. La división de la cla­
se obrera en Alemania e Italia, así como la falta de una pro­
funda y sentida conciencia revolucionaria en el seno de las ma­
sas, favoreció, indiscutiblemente, al fascismo en dichos países.
Depende, por último, el éxito del fascismo, del carácter y
psicología de cada pueblo, que hace a los unos más dispuestos a
dejarse arrastrar por las pasiones y los mitos, y a los otros más
reacios para adoptar tales actitudes. Pueblos como el inglés y
los escandinavos, acostumbrados por otra parte a una regular
evolución institucional, son por naturaleza poco aptos para de­
jarse caer en estados de desesperación, y, en consecuencia, de­
jarse arrastrar por los movimientos fascistas.
Lo que define y distingue al mito fascista y al fascismo es
su aptitud para mover a los pueblos desesperanzados a la ac­
ción. y a la lucha política, es su capacidad para engendrar fe y
para exigir sacrificio, es la posibilidad que, en consecuencia, en­
vuelve de organizar en función suya a una sociedad despeda­
zada. Para ello recurre generalmente el fascismo a uno de los
más nobles y caros sentimientos humanos, el amor a la Patria
y el deseo ferviente que cada hombre tiene de verla grande y
próspera. El fascismo eleva lo que sólo es una realidad social
de valor relativo, lo que sólo es un propósito que debe perse­
guirse en función de las diversas circunstancias del movimiento
social, a la categoría de valor máximo y de propósito absoluto.
Le atribuye, luego, a estos entes así divinizados, un interés tras-
cedente, cuya forma se le busca en las tradiciones nacionales,
explotando, así, un poderoso sentimiento popular de fuerte con­
tenido emocional.
En Alemania recurrió el fascismo a la idea de la “conser­
vación de la raza germánica”, como medio de lealizar una ta­
rea providencial y rectora que le estaría reservada por el desti­
no, dada su condición de raza superior; en Italia recurrió a la
idea del Estado Fascista, como realizador de un ideal ético tras­
cendente y restaurador del Imperio Romano; en España recu­
rre hoy en día a la idea de la defensa de la cristiandad contra
el comunismo y de la misión Imperial y Católica de la Hispa­
nidad.
El fascismo, ya en el poder, donde las condiciones sociales
han predispuesto su éxito, substituye violentamente a.1 Estado
democrático liberal por el nuevo tipo de Estado ideado por él.
Ya no es el Poder Público una organización incolora, laica
e indefinida que sólo asegura a los hombres el libre ejercicio de
sus derechos, respetando sus diferentes y opuestas ideologías.
Pasa a ser el Estado fascista el realizador de una misión supe­
— 141 —
rior y trascendente a los individuos, pasa a ser el ejecutor de
una tarea nacional, a cuya consecución impele a colaborar a to­
dos los hombres y a todas las organizaciones sociales. La so­
ciedad debe organizarse, en consecuencia, en función del cum­
plimiento de esta tarea y de aquella misión. Y debe, en primer
lugar, desterrar de su seno a ias asociaciones humanas que tie­
nen otros fines que ios suyos; no debe permitir agruparse a
quienes no comulguen con su propia verdad, que es la Verdad
Absoluta. Y debe también, impedir toda actividad política o so­
cial que escape a la realización de los propósitos del Estado.
Se vuelve de esta manera el Estado fascista en contra de
los partidos políticos y de las organizaciones smdicales, a las
que destruye inmisericordemente. Se vuelve en contra de las
sociedades secretas, y trata de controlar ias conf esiones religio­
sas. Pretende integrar todas las organizaciones sociales dentro
de un esquema en el que todo armoniza, con el fin, la idea y la
estructura del Estado fascista.
Los derechos individuales dejan de ser absolutos: el Esta­
do sólo los protege en cuanto su ejercicio sincroniza con su pro­
pia finalidad y actuación, no ya por “omisión”, sino ahora lie*
na de contenido y positividad.
La libertad, como derecho innato del ciudadano, es decco-
nocida; no es ya el individuo el portador de derechos, lo es aho­
ra la Nación, el Estado o la Raza. El individuo sólo puede tener
derechos para coadyuvar a la realización del destino que le es­
tá encomendado al Estado,
La actividad política, constreñida a ejercerse en el sentido
indicado, encuentra su único camino de expresión en el Partido
Unico, medio institucional que relaciona al individuo con el
Estado.
La economía nacional también se organiza en función de los
fines del Estado, casi siempre bélicos o prebélicos. Los indivi­
duos en cuanto actúan en el campo económico pasan a integrar
organizaciones como el Frente del Trabajo en Alemania, los
Sindicatos Verticales en España, o los sindicatos fascistas en
Italia, cuya estructura y propósitos consuenen, en cada caso,
con los del Estado todopoderoso.
Valga, a este respecto, mucho de lo que expresamos ai
tratar del Corporativismo. Ya advertimos que este teoría po­
lítica hermana indisolublemente con el fascismo.
Lo que distingue, sí, definidamente, a la una del otro, es
su diferente perspectiva y amplitud. El Corporativismo es, ante
todo, una teoría política que pretende organizar el Estado al­
rededor de las agrupaciones profesionales, para lo cual recu­
rre a la idea del destino nacional, como meta y fin de esta
organización, pero acentúa, en su perspectiva, la noción de or­
ganización profesional, el aspecto político de la cuestión. El
fascismo, por el contrario, es sólo secundariamente un fenó­
meno político; es, antes que todo, una actitud humana, acti­
tud de fe ciega e irracional en un mito, con el que reviste y
engalana la idea del destino y del interés nacional; actitud de
entrega y sometimiento absoluto a las exigencias de la reali­
zación del mito. Y este carácter que implica toda una filoso­
fía, es lo que le permite llegar al corazón de las masas y gal­
— 142 —
vanizarlas en un movimiento político eficiente, lo que nunca
na. alcanzado el Corporativismo.
Producida la convei'gencia nacional alrededor del mito, ei
fascismo procede a organizar efectivamente a la sociedad, xo
que tampoco lia logrado en país alguno el Corporativismo,
y para ello recurre, a menudo, a ideas corporativistas, pero en
este caso, este recurso es sólo accidental.
En Alemania, por ejemplo, no ha hecho uso de él, y aún
en Italia, donde lo empleó, no hizo descansar, sin embargo, al
Estado en la armozón corporativa, sino en el mito fascista, co­
mo idea-fuerza, y en el partido fascista como organización.
El secreto ael éxito relativo que el fascismo alcanzo en
algunos países, tan relativo que ya es en mucno historia, es-
tnoa en su capacidad para poder oxrecer un "destino” a la
sociedad desorientada, para aarie un “sentido a la atormenta­
da existencia contemporánea. Y consecuentemente, la causa de
la atracción que ejerció y ejerce sobre vastos sectores sociales,
se explica por la posibilidad de organización que ofrece a la
anarquizada sociedad, en función del mito que éi erige y
defiende.
Sabe responder así, el fascismo, formalmente, a la necesi­
dad objetiva que existe en la sociedad actual de darle conte­
nido y positividad al Estado, de superar el concepto anacróni­
co de un Estado laico, tolerante y negativo. Sabe responder,
iormalmente, a la necesidad objetiva que existe en la socie­
dad actual de superar el concepto del derecho subjetivo como
poder absoluto, en el campo privado, y de la übertad ideológi­
ca absoluta, en el campo político. Ambas han degenerado, el
uno en el abuso del derecho, y la otra, en el libertinaje y anar*
quía política e intelectual. \
Y han degenerado en este sentido, en la medida que el mo­
vimiento socialista revolucionario no ha crecido orgánicamen­
te, no se ha desarrollado ideológicamente y se ha mostrado
incapaz de dar él la solución, la única efectiva, a la crisis con­
temporánea. El caso alemán, por ejemplo, es decidor a este
respecto. El enorme volumen electoral de los partidos obreros,
demostró en aquél país sin embargo, no corresponder a una
efectiva madurez ideológica y política del proletariado. La
causa del desbande de sus militantes y su paso al nacional so­
cialismo, evidenció su incapacidad para interpretar, como tenía
el deber de hacerlo, las necesidades integrales de un pueblo,
desde un punto de vista revolucionario y socialista.
El fascismo es la solución, o más bien dicho, la pseudo so­
lución burguesa a la crisis capitalista. El socialismo es su real
y lógica solución histórica. Cuando el fascismo crece y cuan­
do triunfa, es cuando el socialismo se ha esterilizado, cuando
ha devenido un partido más en la democracia liberal, cuando
no ha sabido ni podido ofrecer la gran solución a la debacle
capitalista. Gran solución, que no está dada en ninguna parte,
que no está escrita en ningún texto, y que sólo se conquista y
se logra a través de un permanente trabajo de organización
partidaria y de un estudio consciente de la realidad social,
para poder así, interpretar lo que ésta efectivamente necesita,
y encontrar el camino para satisfacerla.
— 1A3 —

Decimos que ei fascismo es ia pseudo solución de la cri­


sis capitalista, porque precisamente es la solución burguesa
a esa misma crisis. Porque no advierte la contradicción misma
del sistema capitalista, consistente en el antagonismo entre
la forma social de producción y la forma privada de apropia­
ción. Porque al no advertirla no puede resolverla y lo único
que puede hacer es disimularla, alejando la verdadera solu­
ción y en consecuencia, objetivamente, oponiéndose a ella.
Do ahí resulta el carácter reaccionario, esencialmente
reaccionario del fascismo.
El interés de la Patria, en cuanto no se hace coincidir
con el interés de las ciases que objetivamente representan la
solución dei antagonismo social existente, no tiene ningún
sentido histórico ni mayor transcendencia. El único papel que
puede representar es ei de pantalla y de velo para ocultar el
verdadero interés de quienes pueden darle un sentido progre­
sivo y humano a la Patria.
Y esto es io que hace el fascismo, al identificar el interés
de la Patria con el de la realización de un mito que no signifi­
ca superación del capitalismo, ni puede lógicamente significar­
lo. Decimos que no puede lógicamente significarlo, porque,
precisamente, en aras de ese mito pseudo patriótico, ofrece en
holocausto a las organizaciones sindicalesy políticas obreras,
sacrifica la libertad espiritual de éstos y de toda la sociedad,
liquidando así, el pensamiento revolucionario y embriagando
a la colectividad en un vago y sentimental sueño de ilusoria
grandeza patria, que le impide buscar y encontrar racional­
mente el único y verdadero camino para esa grandeza.
No sólo esto. Un movimiento fascista, por la misma ex­
tracción social de la mayoría de sus componentes, por el ca­
rácter amorfo que reviste en cuanto a sus miras y objetivos
concretos e inmediatos, por la mayor o menor resistencia que
debe vencer de los sectores obreros organizados y conscientes
y de los núcleos intelectuales y políticos liberales, encuentra
muy reducidas posibilidades de alcanzar el poder, y en el caso
de alcanzarlo, de mantenerse en él, si no se alia o por lo me-
nos neutraliza a los sectores del alto capitalismo, que son los
que le pueden proporcionar los medios económicos para su
acción. Es muy difícil que pueda el fascismo triunfar, com­
batiendo intransigentemente, tanto al capitalismo liberal, como
al movimiento obrero revolucionario. Pero aun en el supuesto
que la desorganización social y política y el ambiente en gene­
ral, favorezcan de tal modo su acción que le permitan derro
tar a ambos, la garantía y estabilidad para su dominio políti­
co aparece muy precaria, si no entra en relaciones, más o me­
nos estrechas, con el alto capitalismo. Estos sectores, que en
cierto modo recelan en sus comienzos del fascismo, por la li­
mitación que pretende ejercer en su actividad económica, com­
prenden después, que el fascismo es en el fondo una fuerza
que defiende su situación privilegiada en la sociedad. Y es así
como, históricamente, se advierte que llega un momento en la
evolución del movimientos fascista, antes o después de su
triunfo, en el que se vincula, sobretodo económicamente, con
los trusts capitalistas y en forma simultánea se observa que
comienza a postergar y olvidar aquellos puntos programáticos,
_ 144 —
un tanto extremistas, con que tanto especuló demagógicamen­
te y de ios que recogió apreciables finitos.
El Estaao fascista, ai suprimir violentamente a ias fuer­
zas interesadas en la destrucción de la base estructural del
capitalismo, se convierte en su más sólido püar de existencia,
pese a los mayores o menores sacrificios que pueda exigir del
capital para realizar su política. Estos son el precio que el alto
capital paga para su defensa.
La coincidencia señalada entre la estructura lógica del
fascismo, como ideología reaccionaria, y su comportamiento
práctico, como agente de la reacción, no es accidental. Es sólo
la expresión, en la realidad, del hecho que el fascismo sea una
“solución” a la crisis capitalista, dentro de los moldes orgáni­
cos de su mismo sistema, y producto de la desintegración ideo­
lógica de la misma burguesía.
No obstante que pudiera parecer un tanto alejado del te­
ma esencialmente político de nuestro trabajo, trataremos bre­
vemente, para afirm ar el carácter reaccionario del fascismo, al­
gunos de sus rasgos que lo definen, en ese sentido, en su as­
pecto filosófico.
El socialismo como tendencia social, y el pensamiento so­
cialista como su arma teórica, deben entenderse como el es­
fuerzo positivo del hombre en las condiciones actuales, para
emanciparse de las cadenas que lo limitan y alienan, y asi po­
der lograr, un mayor enriquecimiento de su existencia y una
mayor libertad, en cuanto ésta traduce el dominio lúcido y
consciente del hombre sobre el mundo. El socialismo es, así hu­
manista por el contenido de su acción liberadora y por la natu­
raleza del pensamiento que orienta e inspira esa acción.
En contraposición al socialismo, el fascismo es una ten­
dencia reaccionaria, no solo por el papel que juega en la histo­
ria, sino también, y por eso mismo, por las raíces ideológicas
que lo inspiran.
Detengámonos en algunos de estos rasgos filosóficos.
a) IrraeioiiaJiísmc.—Ya comentamos cómo el ambiente
ideológico en el que nace el fascismo es de desconfianza en el
poder de la razón humana. Pero no porque un determinado es­
tadio en la evolución del pensamiento, cual es el racionalismo
burgués, se muestra incapaz de superar sus propias limitacio­
nes, se puede abandonar totalmente el intento de una compren­
sión y racional más profunda del mundo.
El fascismo niega y desprecia el pensamiento racional, no
cree en su posibilidad de superación. La fe irracional en un mito
es su fuente de energía, las corrientes sentimentales, son su
fuente de inspiración.
b) Pesimismo.—Al negar el fascismo la potencialidad de*
pensamiento humano, al recurrir a la fuerza y a los sentimien­
tos como supremos instrumentos del “éxito”, niega también ia
posibilidad de superar sus actuales limitaciones. No busca la sa­
lida al mal orgánico de la sociedad, sino que sádicamente se
sumerge y embriaga en la contradicción misma. Hace la apolo­
gía de la guerra y de la violencia, cree que los hombres eterna­
mente estarán envueltos en antagonismos irreconciliables; las
- 145 —
Ciases sociales son para el fascismo fenómenos “naturales” que
no podrán desaparecer. De ahí su ética biológica del “vivir pe­
ligrosamente”, de ahí su crueldad sistemática, de ahí también
su idea spengleriana de la trágica e inhumana conformidad con
el destino dolorido de la humanidad. Bajo el aparente optimis­
mo de los jóvenes entusiasmados que desfilan eufóricos tras
grandes estandartes y bosques de banderas, se esconde en el
fondo el negro pesimismo del pensamiento burgués decadente
acerca del futuro del hombre. M pesimismo que el pensamiento
burgués de la época tiene acerca del destino de la humanidad
no es sino un síntoma de la proximidad de nuevos horizontes
para el mundo, más amplios que los suyos, y que engendran en
quienes trascienden su limitada perspectiva el verdadero opti­
mismo, el optimismo revolucionario.
c) Fetichismo— El fascismo no cree en el Hombre, en su
poderío racional, y en consecuencia tampoco cree en la posibi
lidad de superar su actual disgregación íntima en estados ene
migos, clases antagónicas, etc. Necesita en consecuencia trans­
ferir su reconocimiento ético y valorativo, del Hombre, a otro
ente cualquiera. Raza, Estado o llámesele como se le llame. Con­
suma así su crimen desde el punto de vista ético. Cuando el
hombre es eneuentra avocado precisamente a una de las tareas
que mayor riqueza, unidad y variedad le pueden proporcionar,
reafirmando su calidad de centro, eje y supremo valor de la
existencia, el fascismo reniega de él para subordinarlo y sacri­
ficarlo a un nuevo Moloch, a un gran fetiche tan o más inhu­
mano que los otros muchos que en su trágica historia ha crea ■
do la humanidad.
No es difícil, pues, advertir en la filosofía del fascismo, si
así podríamos llamarla, su carácter reaccionario y anti-huma-
nista, que desenmascara su naturaleza íntima y objetiva de ac­
titud burguesa en el período del capitalismo en descomposición.
Quizás extrañe que nos hayamos referido al fascismo es­
pecialmente en un plano social en general y luego filosófico, sin
reparar en los esquemas políticos desarrollados por sus cori­
feos teóricos, especialmente de los países en que alcanzó su efí­
mero triunfo, como son los de Schmitt, Renzi, Huber. Gentile,
etc. Hemos procedido así, desde luego, porque al abordar el es­
tudio del fascismo lo hemos hecho analizándolo en función de
ia crisis social de nuestra época, no interesándonos mayormen­
te en los referidos sistemas políticos, que, podríamos decir, son
objeto de lo que llamaríamos la “técnica” de la teoría del Es­
tado, y que en último término son sólo justificativos conceptua­
les de una realidad social más profunda, que es a la que nos­
otros hemos dirigido nuestra atención.
En síntesis, no consideramos nosotros al fascismo como la
forma política del capitalismo en decadencia, en la época del
imperialismo y del monopolio, criterio con que se le juzga en
algunos círculos marxistas, ni tampoco como un fenómeno ex­
presivo de las condiciones peculiares de algunos países de la
Europa Central, especialmente, como se sostiene por otros. Lo
juzgamos más bien, como una consecuencia política de una ac­
titud de ciertos sectores ligados a los intereses e ideología del
capitalismo, que logra traducirse en ese plano cuando concurren
en mayor o menor grado ciertas y determinadas circunstancias.
CAPITULO VI

LA REVOLUCION SOCIALISTA IDEAL Y EL CONCEPTO


IDEAL DEL ESTADO PROLETARIO

1.—Planteamiento preliminar.
En el capítulo anterior hemos examinado las tendencias
sociales que se producen en el seno de la sociedad capitalista pa­
ra solucionar la crisis orgánica por que atraviesa. Tendencia la
una, obrera y socialista que tiende a subvertir el orden social
existente y reemplazarlo por una sociedad sin clases; tenden­
cias las demás, que en una forma u otra defienden, en el fondo,
los supuestas fundamentales del orden capitalista.
Correspéndenos, ahora, estudiar el aspecto teórico-político
de la Revolución Socialista, entendiendo con esto dos series de
cuestiones: las unas relativas a las relaciones del movimiento
socialista con el Estado, dentro del marco capitalista, y las
otras, relativas a la forma y a la suerte que corre la institu
ción estatal durante y después de la Revolución Socialista, Am
has series de cuestiones, por lo demás, profundamente vincula­
das entre sí.
En el transcurso lleno de variadas alternativas, siempre
nuevas e imprevistas, del movimiento social, han aparecido en­
contradas opiniones y tendencias, no ya con respecto al conte­
nido mismo de la Revolución Socialista, en lo que todos están
de acuerdo, sino con respecto, precisamente, a los problemas
que nosotros abordaremos: las relaciones del movimiento socia­
lista con el Estado capitalista, y el carácter de las formas po­
líticas que utilizará el Socialismo en y después de la Revolución,
Fara defender cada una de estas opiniones, se ha acudido prin­
cipalmente, por sus sostenedores a la exégesis erudita de los
textos clásicos del marxismo, pretendiendo cada cual, ser el ver­
dadero intérprete del pensamiento de los fundadores del Soeia
hsmo científico. Los documentos expresivos de las querellas en-
tre revolucionarios y reformistas, entre stalinistas, trotzkistas
y socialistas, en cuanto dicen relación con estas materias, se en­
cuentran plagados de “citas” a ios textos “sagrados”, lo que
hace su estudio cansado y aiburridor, a la vez que de un rendi­
miento muy escaso.
Nosotros, para desarrolar el tema de la teoría de la Revo­
lución en su aspecto político, o sea en lo relativo al Estado, que
es aquel en que principalmente inciden las disputas referidas,
no usaremos ese procedimiento, sino que emplearemos otro mé­
todo, que entramos a explicar y que, en substancia, es el mis­
— 148

mo empleado por Marx en su obra “El Capital” para estudiar al


capitalismo, en. especial, en lo referente a la teoría del valor.
Consiste este método, que por lo demás hemos aplicado en
mayor o menor grado a lo largo de todo este trabajo, en estu­
diar un fenómeno cualquiera, que se presenta en el mundo so­
cial, a través de un proceso de aproximaciones sucesivas a la
realidad, partiendo de 1a- consideración abstracta, primero, de
las condiciones que nunca pueden faltar en él y que lo definen,
para así precisar su esencia, y continuando después por la con­
sideración de cada vez mayor número de circunstancias que
modifican la esencia del fenómeno, para así precisar, no ya la
esencia de su contenido ideal, sino que su significación práctica
en el devenir mismo de los acontecimientos históricos.
Al estudiar Marx la teoría del valor comienza, en la prime­
ra parte de su obra, por alejar y no tomar en cuenta, toda una
serie de circunstancias que concurren en el devenir real del fe­
nómeno, pero que sólo modifican accidentalmente su esencia, sin
desconocerla. Precisa, en esta forma, su teoría del valor-tra­
bajo, pretiriendo de su análisis factores tan importantes a pri­
mera vista en su determinación, como lo son la oferta y la de­
manda. Pero luego, en el tercer volumen de su obra, introduce
ya las circunstancias de la oferta y la demanda, factores que
alteran en no pequeña parte, la expresión real del valor-traDajo
en los precios. Ello ha dado margen para que muchos sosten­
gan que hay contradicción entre el primer y el tercer volumen
de “El Capital”, sin reparar que el mismo tema ha sido consi­
derado en las dos ocasiones, en distintos niveles de abstracción,
y que, en consecuencia, los resultados del análisis en el más
bajo nivel de abstracción, tienen que diferir de aquéllos soste­
nidos en el mismo análisis, pero en un alto nivel de abstracción.
Para apreciar la importancia que tiene el adoptar un método
seguro al estudiar las formas y modalidades políticas de la Re­
volución, recordemos algunas de las cuestiones planteadas que
preocupan constantemente a los teóricos y políticos que se ocu­
pan de ellas, sin que se haya llegado, hasta ahora, a una defi­
nitiva solución. ¿Es o no necesario en toda Revolución Socialis­
ta, que se atraviese por un período de Dictadura del Proletaria­
do? ¿Es de la esencia del proceso revolucionario que se atra­
viese por una etapa previa a la sociedad sin clases y sin Esta­
do? ¿No será posible, en algunas condiciones, pasar directamen­
te a la democracia socialista o, substituirla por una Dictadu­
ra de Trabajadores? ¿Es de la esencia de la Revolución que se
haga violentamente, o cabe efectuarla por medios pacíficos?
¿Tiene o no algún valor para el movimiento socialista la polí­
tica de reformas que pueden llevarse a cabo dentro de los m ar­
cos capitalistas ? ¿ Es la forma soviética la única modalidad de
Dictadura del Proletariado? ¿Es esencial la existencia de un
solo partido en el período de Dictadura del Proletariado?
Todas estas interrogantes no se pueden contestar definiti­
vamente, si no se plantea, en primer lugar, la cuestión desde los
siguientes puntos de vista:
1) Las formas políticas del socialismo, y no sólo éstas, si
no que el mismo movimiento socialista y la sociedad que re­
sulta de su acción, son el producto lógico, necesario e inelucta­
ble del desarrollo máximo del capitalismo, como sistema econó­
mico y social.
— 149 —
2) L eus formas políticas del socialismo, en algún momen­
to y en algún país determinado, y no sólo éstas sino que el mo­
vimiento socialista en las mismas condiciones y la sociedad que
resulta de su acción, están determinadas, en consecuencia, por
el grado de desarrollo que el capitalismo haya alcanzado en
aquellas condiciones.
3) Las modalidades de lucha y realización socialista difie­
ren entre sí, por lo menos, tanto como difieren las modalida­
des y el grado de desarrollo que en las diversas condiciones ha­
ya alcanzado el capitalismo.
No creemos necesario insistir acerca del por qué el Socia­
lismo asta condicionado en su apariencia y en su existencia por
el capitalismo. Ya nos referimos a este punto al analizar el So­
cialismo, como producto contradictorio nacido de la sociedad
capitalista y como solución real de la crisis orgánica de esta
últim a.
Pero sí creemos necesario considerar, ahora, una cuestión
que en nuestras reflexiones anteriores no habíamos todavía plan­
teado. ¿Cómo es posible que se pueda hablar de movimiento so­
cialista en un país en el que no se han producido las condicio­
nes de su aparición, y con ello, las posibilidades reales para que
pueda substituir al capitalismo? En otras palabras, ¿cómo es
posible que tengan virtualidad histórica y que no queden en el
campo de las “utopías” los intentos de realización socialista en
un país en el que el capitalismo no ha dado todavía todos sus
frutos ?
Ello es posible en virtud de la siguiente razón. Una ves que
el socialismo ha sido concebido como posibilidad concreta de
superar el sistema capitalista en los países de evolución econó­
mica avanzada, se plantea en los países de evolución económica
retrasada, la tarea de desarrollar sus fuerzas productivas, pero
ya no dentro de los moldes clásicos del capitalismo liberal, ni
dentro de sus consecuentes formas político-jurídicas, sino que
a través de medios económicos y formas políticas específicas y
adecuadas que deben constituir otros tantos jalones y etapas de
ia lucha por el Socialismo.
Todo lo anterior significa que, para resolver con justeza el
problema de las formas políticas del movimiento social y del
Socialismo, es necesario, previamente, determinar las; formas
políticas y las modalidades correlativas a la Revolución Socia­
lista en una sociedad capitalista integralmente desarrollada, pa­
ra de ahí ir, por el procedimiento de las aproximaciones suce­
sivas, determinando las modalidades políticas concretas que se
van requiriendo a medida que bajamos del alto nivel de abstrac­
ción y tomamos en cuenta más y más factores y circunstancias
específicas.
Nuestra primera tarea será, pues, sobre la base de las con­
diciones sociales que proporciona el capitalismo integralmente
desarrollado, descubrir las implicancias políticas que la revolu­
ción tiene, en esas circunstancias (108). Después, en la imposi­
bilidad de contemplar las múltiples complicaciones con que la
(108) El m aterial que utilizaremos para el estudio de la Revolución socia­
lista ideal o típica, se encuentra bastante elaborado, principalmente
en el “Manifiesto Comunista”, y además, en ciertas partes del “Anti-
Dúliring”, en “El Estado y la Revolución” de Lenin; en “Miseria de
la Filoscíía” de Marx, y en “La Revolución Traicionada”, de Trotzky.
— 150 —
vida real modifica aquellas condiciones, nos limitaremos en un
grado mayor de aproximación a la realidad, a analizar, sobre la
base del resultado del análisis anterior, las modalidades políti­
cas que la revolución adopta en las condiciones generales del
mundo social, contemporáneo e histórico, especialmente referi­
das a los países ya económicamente evolucionados.
2 .— La Revolución Socialista Ideal y sus formas políticas:
La í>icíac!ura del Proletariado.

Partimos de la base que el Socialismo y la Revolución So­


cialista son resultantes necesarios del desarrollo máximo e in­
tegral del capitalismo.
En la realidad, sin embargo, tal desarrollo máximo del ca­
pitalismo, no se ha producido, porque han interferido en su evo­
lución, factores en cierto sentido ajenos a él mismo, y que han
modificado, apreciablemente, sus formas de expresión, aleján­
dolas de aquellas que habrían ocurrido si esos factores en cier­
to sentido, ajenos a él, no hubieran intervenido.
¿Cuáles son esos factores, en cierto sentido ajenos al capi­
talismo? Nos limitaremos a señalar tres de esos factores, que
creemos, son los más importantes.
En los países en que el capitalismo alcanza cierto desarro­
llo, se produce naturalmente, de parte de la clase obrera, un
movimiento de auto-defensa y aún, de ofensiva dentro de los
marcos capitalistas, a través de su organización sindical y de
la lucha política. Esta acción de auto-defensa que puede trocar­
se en ofensiva, tiende a obtener un mejor tratamiento de los
obreros por el capital, ya sea por medio de jornadas mínimas
de trabajo, salarios mínimos, o simplemente aumento de sala­
rios, ya sea estableciendo sistemas de previsión, ya sea median­
te el reconocimiento del derecho de huelga, etc. Tales Objetivos
han alcanzado en casi todos los países capitalistas consagración
legislativa y norman, hoy en día, las relaciones entre el capital
y el trabajo. A ello ha contribuido, también en parte, como lo
dejamos dicho en anterior oportunidad, las concesiones que el
capitalismo ha debido hacer para asegurar su subsistencia, en
estos aspectos accidentales.
El conjunto de normas legislativas de esta especie, llama­
do genéricamente Derecho Económico, significa, en el fondo, un
factor que altera el desenvolvimiento normal del capitalismo,
basado en la libre concurrencia. La presencia de este factor im­
plica que el sistema económico capitalista deja de estar regido
absolutamente por el mecanismo de la libre concurrencia. El
mercado de trabajo deja de estar regido, integralmente, por la
ley de bronce del salario, y las remuneraciones que mediante el
derecho económico se consigue, influyen, entonces, en el mer­
cado capitalista, con mayor importancia que la que tendrían si
imperara el liberalismo absoluto. Por otra parte, el derecho eco­
nómico actúa en sentido contrario al de la tendencia acumula­
tiva del capital, y altera, así, notoriamente, la vigencia de la ley
de concentración de capitales. No se produce, en estas nuevas
condiciones, con la facilidad que algunos previeron, la monopo­
lización de la actividad económica, ya que la acumulación capi­
talista, su supuesto, se encuentra en parte neutralizada por la
ficción cada vez más intensa del Estado en la vida económica.

V
— 151 —
En estas condiciones, deja también, la iniciativa privada, de ser
el motor decisivo del desarrollo de las fuerzas pi'oductivas, des­
de que las garantías a la actividad económica privada se ven
considerablemente disminuidas por el derecho económico.
La intervención del Estado en la economía significa, pues,
en los países capitalistas, un factor que ha impedido que el ca­
pitalismo se desarrolle hasta el máximo de sus posibilidades,
pues la libre concurrencia, que es el mecanismo mediante el cual
se desenvuelve, sufre visibles restricciones.
En Tos países semi coloniales y dependientes, a los que el
capitalismo adviene en forma imperialista, la tendencia subyu­
gante y monopolizadora del capital, se ve resistida con mayor
o menor potencia, por los movimientos nacionales de liberación
que procuran sacudir el yugo extranjero, imponiendo condiciones
al capital imperialista, gravándolo con fuertes impuestos, exi­
giendo garantías para los obreros nativos, fomentando por me­
dio del Estado el desarrollo de las industrias y capitales nacio­
nales, etc.
Este segundo factor, aunque en menor proporción que el
anterior, también influye en que no se desarrolle al máximo, en
escala mundial, la tendencia monopolizadora del capitalismo.
Por último, en la sexta parte del mundo, Rusia y sus de­
pendencias, con la Revolución de Octubre y la socialización sub­
secuente de los medios de producción, cesan de regir, por lo
menos en considerable grado, las leyes económicas capitalistas,
rompiéndose así, por este nuevo factor, el imperio mundial del
capitalismo y de sus normas clásicas de convivencia social.
Hemos calificado a estos factores como “ajenos en cierto
sentido al capitalismo”. ¿Por qué decimos “ajenos” ? Porque de
Iüs leyes mismas del funcionamiento económico del capitalismo
no resultan necesariamente los fenómenos indicados. Pero sólo
,''on “ajenos en cierto sentido”, porque la causa que produce y
genera la aparición de los hechos sociales indicados, está en úl
timo término también condicionada por el capitalismo. Expli­
quémonos. Las tres situaciones sociales que hemos señalado co­
mo interferientes en el desarrollo capitalista, son a su vez reac­
ciones que el mismo capitalismo ha generado cuando alcanza
ciertos niveles en su expansión. No son estas situaciones, pues,
ajenas en forma absoluta al capitalismo; son productos del mis­
mo capitalismo, que lo modifican, opacan algunos de sus rasgos,
y neutralizan algunas de sus consecuencias necesarias.
¿En qué sentido interfieren estos factores a las tendencias
del capitalismo? Para contestar esta pregunta es necesario es­
tudiar cuál es la naturaleza y los caracteres de la sociedad ca­
pitalista integral, en cuanto ella realiza totalmente las posibili­
dades que encierra el sistema, con prescindencia de los efectos
modificantes que han producido en ella las situaciones a que
hemos aludido.
Las tendencias propias del desenvolvimiento de una socie­
dad capitalista pura, nos indican y definen la dirección del mo­
vimiento, la trayectoria del sistema.
El carácter del proceso de circulación capitalista, nos seña­
la desde ya, el primer rasgo esencial de su sistema económico,
a la vez que nos evidencia su tendencia principal: la expansión
indefinida del valor, en el circuito D-M-D, y su consecuencia, la
acumulación progresiva de riqueza. Esta tendencia se convierte
en el fin de la circulación y en el móvil de la acción del capi­
talista en cuanto actúa como tal. Nosotros, ahora, supondremos
que su actividad se realiza integralmente con este carácter, re-
sultando así, que el proceso inacabable de la obtención de ga­
nancias es el exclusivo fin subjetivo que persigue, y la acumu­
lación incesante de riqueza, el único resultado objetivo que ob­
tiene. Si reparamos que el movimiento económico capitalista ha­
cia el acrecentamiento del capital se realiza por la acción de los
intereses privados en libre y despiadada competencia entre sí,
nos es posible advertir las siguientes tendencias en la evolución
del capitalismo:
1) Tendencia hacia el progreso cuantitativo y cualitativo
de las fuerzas productivas y de la técnica empleada en ellas.
Esto significa que el sistema capitalista tiende a aumentar
cada vez más la capacidad productiva de la sociedad y su ap­
titud para satisfacer las necesidades humanas.
2) Tendencia hacia el aumento indefinido en la extensión
de los mercados de consumo. Uno de los medios de mantener
y hacer txiunfar una actividad capitalista es la incorporación de
siempre nuevos mercados para sus productos, arrebatándoselos
a empresas y monopolios rivales.
3) Tendencia hacia el monopolio, es decir, tendencia a ia
concentración cada vez en más pocas manos de la propiedad y
dirección de las actividades económicas, en la medida que la li­
bre concurrencia va dejando al margen del proceso productor a
las empresas económicamente débiles y técnicamente deficientes.
4) Tendencia hacia la proletarización, es decir, tendencia
a que todos los individuos que no han podido vencer en la li­
bre concurrencia —los pequeños industriales y prestadores de
servicios—, se conviertan en asalariados de las cada vez menos
y más poderosas empresas monopolistas.
Esto quiere decir que el desarrollo del capitalismo tiende a
diferenciar a los hombres nítidamente en dos clases, una cada
vez más numerosa de proletarios, y otra cada vez más reducida
de capitalistas.
Si suponemos ahora que estas cuatro tendencias esenciales
del capitalismo se realizan hasta sus últimas consecuencias, se
nos ofrecerá el siguiente cuadro de la sociedad capitalista inte­
gralmente desarrollada.
1) En primer lugar, se han desenvuelto las fuerzas pro­
ductivas en el seno de la sociedad, hasta sus máximas posibili­
dades. Esto quiere decir que desde el punto de vista de la téc­
nica y del capital, se dan en este tipo de sociedades todas las
condiciones para satisfacer las necesidades humanas.
2) En segundo lugar, se ha producido la unificación mun­
dial en un solo mercado consumidor de las actividades pro­
ductoras .
3) En tercer lugar se ha producido la concentración de la
propiedad de las fuerzas productivas en el mínimo número de
personas posibles. Se llega así aT monopolio absoluto de la in­
dustria.
4) En cuarto lugar, se ha producida la proletarización del
máximo número de personas posibles, adquiriendo todas, el ca­
rácter de asalariadas del capital monopolista.
El acrecentamiento incesante del capital y su capacidad de
obtener siempre mayores utilidades, considerado este último
— 153 —
factor como el móvil de la actividad económica capitalista, es
una posibilidad que existe y se realiza, mientras dura la libre
competencia entre los mismos capitalistas para obtener nue­
vos mercados y para satisfacer las necesidades siempre mayo­
res, de los cada vez más extensos mercados, que van cayendo en
la órbita del monopolio triunfante. En efecto, desde el momen­
to en que un concurrente se ve derrotado por otro que lo ab­
sorbe, el mercado del primero va a incrementar el cíel último,
proporcionándole a éste la condición y el móvil para subsistir,
para hacer utilidades. Pero desde el momento en que el último
concurrente cae vencido y su mercado es absorbido por el del
triunfador, la libre concurrencia se destruye a sí misma. “Es el
momento en que el combate termina por falta de combatientes,
el resultado, evidentemente; es un monopolio para quien no tie­
ne rivales” (109).
Si bien, mientras la Ufare concurrencia entre múltiples ca­
pitalistas ofrece la posibilidad de existencia de un mercado
efectivo para los artículos producidos —dado que en este caso
se cuenta con un poder comprador, ya de los mismos capitalis­
tas, ya de los asalariados cuando el nivel de salarios se eleva
por sobre lo necesario para la subsistencia del trabajador—,
cuando la libre competencia cesa, por el monopolio absoluto so
breviniente, entonces la posibilidad de existencia de ese merca­
do desaparece. En efecto, al unificarse la economía mundial en
un solo mercado de un solo monopolio, que al mismo tiempo es
el único comprador de trabajo, se opera la vigencia absoluta
de la ley de bronce de los salarios, y el precio del trabajo entra
a determinarse por la cantidad de dinero necesaria para la sub­
sistencia biológica del proletario. Y en tales condiciones, el m er­
cado para los productos de la gran industria desaparece. En
este momento las fuerzas productivas alcanzan un desarrollo
suficiente para satisfacer todas las necesidades humanas, y al
mismo tiempo, la demanda efectiva de artículos en el mercado
monetario se coloca muy por debajo de esa capacidad de pro­
ducción .
Esto significa que el circuito de circulación D-M-D se inte­
rrumpe fatalmente; no hay dinero para comprar las mercan­
cías: la mayor parte del dinero ha ido a engrosar el capital, que
por definición y por estar en poder del mínimo número de per­
sonas posibles, se encuentra en la imposibilidad de traducirse
en el mercado.
Cortado el circuito de circulación capitalista, el sistema se
encuentra delante de una crisis orgánica, insuperable dentro de
sus propios límites estructurales. Su consecuencia lógica es la
paralización del proceso productor, el fin de toda actividad eco­
nómica. Sólo la destrucción de las fuerzas productivas y el re­
torno a etapas económicas ya con mucho superadas, es capaz
de sslvar al capitalismo en tan críticas condiciones.
Veamos ahora cuáles son las implicancias políticas del desa­
rrollo integral del capitalismo y de sus crisis orgánica defini­
tiva. Examinemos cómo estos hechos afectan al Estado.
Durante la vigencia del sistema de la libre competencia por
los mercados y por las materias primas, se mantienen las con­
diciones que parcelan políticamente al mundo capitalista en di-
(109) Gabriel Devilíe, ‘Principios Socialistas”, pág. 123.
— 154 —
ferentes Estados. Señalaremos varios factores que concurren a
producir este efecto.
1) La oposición de intereses entre las burguesías en lucha
de loe diversos países capitalistas, oposición que puede hasta
asumir caracteres bélicos. El Estado aparece aquí como el ins­
trumento de realización de esta oposición. El Estado existe —en
cuanto cumple esta función—, en virtud de la oposición entre
las categorías amigo-enemigo, de que habla Schmitt.
2) La oposición de intereses entre el capitalismo de ios
países de capitalismo avanzado y el de los países dependientes
que tienden a desarrollarse autónomamente. Se trata aquí de la
oposición entre el imperialismo y los movimientos nacionales de
liberación.
La acentuación de las diferencias entre las diferentes na­
cionalidades, correlato de estas oposiciones, proporciona la base
psicológica y emocional que requiere la parcelación del mundo
en Estados distintos.
3) En general, el desigual desarrollo del capitalismo en
el período de la vigencia real de la libre concurrencia, que se
traduce en diferentes estructuras clasistas, diferentes niveles
de vida y condiciones de trabajo y, en consecuencia, distintas si­
tuaciones sociales expresivas de las múltiples diferencias de los
países entre sí.
Llegado el momento de la cesación de la libre concurrencia,
con la victoria absoluta del monopolio capitalista único, que
derrota y absorbe a los demás monopolios, con la unificación
mundial del mercado de consumo, con la proletarización del ma­
yor número de personas y su sometimiento a las mismas con­
diciones de vida y trabajo impuestas por el funcionamiento au-
mático de las leyes económicas capitalistas, llegado ese momen­
to, desaparecen las condiciones que mantienen la parcelación
política del mundo.
A la unificación y centralización económica a través de un
gigantesco monopolio, corresponde la unificación y centraliza­
ción política en un solo Estado.
La función política que distingue como Estado a este pro­
ducto necesario de la evolución económica capitalista es la de
ser la fuerza organizadora de la sociedad en los marcos capi­
talistas. El derecho en que se expresa el Estado y que norma
las relaciones sociales en este sistema, no es sino la forma de
organización de la sociedad al servicio del interés de la clase
capitalista.
Si analizamos la significación del Estado en las condiciones
supuestas, podemos advertir fácilmente su esencia misma, ya,
que en él se realiza plenamente su función distintiva, y desapa­
recen las notas accidentales con que aparece revestido en las
diferentes circunstancias históricas, y que son las que produ­
cen las discrepancias teóricas, cuando se trata de precisar su
contenido esencial.
E s así como la función de realizar, como afirma Schmitt,
la oposición de un conglomerado humano con otro, representar
sus intereses y defenderlos, no es posible que se presente en el
Estado mundial capitalista que analizamos. Aquí no cabe que
realice esa función, pues no hay sino un solo Poder Político, que
no puede por lo tanto oponerse a otros, inexistentes.
Es así como, también, el carácter de agente del interés so-
— 155 —
eial de la comunidad, del bien comn, que para muchos es la nota
distintiva del Estado, no puede tampoco presentarse en las cir­
cunstancias supuestas. Al casar la libre concurrencia y al ha­
berse desarrollado ai máximo las posibilidades económicas y téc­
nicas de la sociedad, el interés privado y la propiedad privada
de los medios de producción, no retienen ni conservan ningún
papel progresivo. Ya la iniciativa privada ha dado todo lo que
podía dar de sí. El Poder Público, que interpreta en el caso su­
puesto ai interés privado y mantiene la propiedad monopolista
sobre los medios de producción, aparece nítidamente como un
aparato de coerción destinado a mantener las relaciones propie­
tarias de producción que favorecen a ese interés. Interés, repe­
timos, que en las supuestas circunstancias, no sólo no cumple
ninguna función social, sino que por el contrario, ha producido
la crisis orgánica y definitiva del sistema, el que se encuentra
destruido internamente por la paralización del proceso produc­
tor, impidiendo así la utilización racional de las energías pro­
ductivas de la sociedad. En otras palabras, no sólo el Estado no
se nos aparece como agente del bien común, sino que precisa­
mente aparece como causa directa y exclusiva del caos social.
Sólo le queda al Estado, como función positiva, en el es­
quema conceptual que analizamos, en el momento mismo de la
crisis orgánica y definitiva del capitalismo, la de ser instru­
mento de opresión de la sociedad proletarizada por el capital
monopolizado al máximo, la de ser instrumento de opresión de
una clase —-en este caso el capital abstracto e impersonal—,
sobre otra —en este caso, la humanidad entera.
Esto no significa que en otras circunstancias el Estado no
haya en realidad servidio objetivamente de agente de progreso,
no obstante su papel opresor; como en realidad lo fué durante
el período ascensional del capitalismo a pesar de ser órgano de
dominio de la burguesía sobre el proletariado. Pero esto sí sig­
nifica, que el carácter progresivo del Estado no es de su esen­
cia, pues puede faltar en algunas circunstancias, como lo son
aquellas a que nos venimos refiriendo, y que el carácter de opre­
sor clasista, no le puede faltar nunca, ya que en el caso en co­
mento, es la única función que desempeña. Y aún más. En el
momento en que el Estado expresivo de la sociedad capitalista
integralmente desarrollada, alcanza su máxima realidad como
fuerza organizadora en un plano mundial, en ese mismo momen­
to, el Estado alcanza también su máxima realidad como ins­
trumento de opresión, convirtiéndose sola y absolutamente en
un gigantesco aparato de esclavización de toda la humanidad
por el interés inhumano, impersonal y abstracto del capital,
propietario y beneficiario único del sistema económico mundial.
Repárese en que el capital, en las condiciones supuestas, es in­
humano e impersonal en forma absoluta: su interés no es el de
ninguna persona concreta, pues a todas las ha reducido a pro­
letarios, y sólo sigue existiendo como sujeto atributivo de la vo­
luntad política del Estado, mas no de una clase compuesta de
personas de “carne y hueso”.
Repárese también, que en las condiciones supuestas, rige
plenamente la ley de bronce del aslario, en cuya virtud, no obs­
tante la potencia de las fuerzas productivas, el proletariado
—en e.jte caso toda la humanidad—, está sometido a las míní-
— 156 —
mas condiciones de vida posibles, compatibles con su sola sub­
sistencia biológica.
La sociedad capitalista que describimos, como concepto, se
nos aperece como inevitablemente empujada a su autodastruc-
ción, como única salida a la crisis orgánica que ha producido la
plena realización de su contradicción interna. Sin embargo, ese
trágico desenlace para la sociedad capitalista, se concibe como
inevitable si suponemos que continúa regida por las relaciones
de producción capitalistas. Mas, ios mismos efectos producidos
por el desarrollo integral del capitalismo y que determinan su
bancarrota absoluta, son al mismo tiempo las condiciones que
permiten superar esa bancarrota, sobre la base de un nuevo ti­
po de relaciones de producción. Estas nuevas relaciones de pro­
ducción hacen posible la utilización racional de las fuerzas pro­
ductivas, con miras, no ya al lucro capitalista, sino con miras
a la satisfacción de las necesidades humanas.
¿Cuáles son las condiciones creadas por el capitalismo que
posibilitan la substitución de las relaciones de producción basa­
das en la propiedad privada y en el lucro privado, por un siste­
ma de relaciones de producción basado en nuevas formas pro­
pietarias ?
La primera condición que posibilita este cambio es el alto
nivel de productividad del trabajo alcanzado durante el capita­
lismo. Esta condición asegura la posibilidad de satisfacer las ne­
cesidades humanas con los medios económicos y técnicos crea­
dos por el capitalismo.
La segunda condición que posibilita ese cambio, es la exis­
tencia de necesidades humanas a las cuales satisfacer con el
aparato económico heredado del capitalismo. Esta condición ase­
gura la presencia de un mercado para consumir los artículos
producidos. La clase obrera, con la cual prácticamente se con­
funde, en las circunstancias supuestas, la humanidad toda, por
su mismo carácter de productora de aquello que se trata de
consumir, aparece lógicamente interesada en su consumo, inte­
rés que no logró satisfacer durante el capitalismo. Ello se com­
prende más, si en un plano más real y menos abstracto, pensa­
mos que la clase obrera, por su mismo género de vida se en­
cuentra en íntimo contacto con la civilización y siente en sí la
necesidad de vivir en forma distinta y superior de lo que lo pue­
de hacer con los medios de que dispone.
Lo que en la sociedad capitalista impide que se relacione or­
gánicamente la producción con el consumo, es la existencia de
relaciones de producción que tienen por fin el lucro, y no el uso;
el acrecentamiento del capital, y no la satisfacción de las nece­
sidades humanas. Esto se traduce en que la capacidad adqui­
sitiva de la clase obrera, en el mercado capitalista, sea mínima,
con relación a su capacidad efectiva de absorción de productos
en el mercado de las necesidades humanas. No necesitamos ex­
plicar que este fenómeno es la consecuencia lógica de la vigen­
cia, en una sociedad capitalista típica, de la ley de bronce del
salario.
De las circunstancias anotadas se desprende que, en una
sociedad capitalista como la que analizamos, la clase obrera se
encuentra objetivamente interesada en colocar a las fuerzas
productivas en situación de satisfacer sus necesidades, lo que
implica necesariamente, que .se encuentra también interesada en
— 157 —
cambiar las relaciones de producción capitalistas, por otras que
permitan la utilización racional de las energías humanas. Ello
se consigue, haciendo pasar los medios de producción del patri­
monio privado del monopolio único, al de la sociedad entera; en
otras palabras, expropiando, absoluta y definitivamente, ai ca­
pital. Ello permite el empleo de los medios de producción en be -
neficio de la sociedad. Pierden éstos su carácter de “capital”,
o sea, de instrumentos de explotación del trabajo humano, y
pasan a ser instrumentos del dominio y utilización de la natu­
raleza por el hombre.
La conciencia de la clase obrera de la necesidad social de
socializar los medios de producción para emanciparse del capi­
talismo, unido a la posibilidad física de realizar ese acto por la
unidad y potencia que le da su condición de tal, constituyen las
condiciones subjetivas de la Revolución.
Analizaremos a continuación, el significado político de la
Revolución Socialista, como acto político, obrero y revoluciona­
rio por excelencia, acto que surge de la conjunción de las con­
diciones objetivas y subjetivas ya señaladas.
Decimos que la socialización de los medios de producción, o
sea, que la Revolución Socialista es un acto político, por cuan­
to los caracteres de este acto son aquéllos que definen, precisa­
mente, lo esencial en la acción del Estado, lo esencial en la ac­
ción política. Recordemos cuáles son esos caracteres y veamos
si inciden en el acto revolucionario.
En primer lugar, la acción del Estado consiste en “organi­
zar” la sociedad en determinada forma. El acto revolucionario
socialista es un medio de organizar la sociedad sobre la base de
nuevas relaciones de producción: la propiedad de los medios de
trabajo no pertenece ya al patrimonio privado, sino que pasa
a pertenecer al patrimonio social; el móvil de la actividad pro­
ductora no es yá él lucro personal, sino el beneficio social di­
recto. La socialización de los medios de producción en las con­
diciones supuestas, constituye, pues, una organización de la so­
ciedad en función de las nuevas situaciones económicas, técni­
cas y humanas creadas por la organización capitalista, que ha­
bía devenido en desorden absoluto.
Hacemos notar su carácter de desorden absoluto, por cuan­
to al definir el orden, dijimos que consistía en la disposición de
elementos conforme a un fin determinado. Ahora bien, en el
caso de la sociedad capitalista integralmente desarrollada, su
finalidad objetiva, el acrecentamiento del capital, es ineoncilia
ble con la disposición de los medios, vale decir, con las relacio­
nes capitalistas de producción, dado que estas relaciones impli­
can el que no se pueda consumir el producto de la actividad
económica, imposibilitándose, por lo tanto, todo proceso pro­
ductor y, en consecuencia, todo aumento de capital.
En segundo lugar se caracteriza la acción del Estado por
ser de naturaleza coactiva, es decir, por imponerse la organiza­
ción social, utilizando la fuerza como medio de sujeción. El ac­
to revolucionario es contradictorio con relación al propósito ob­
jetivo de la sociedad capitalista; se opone al interés de la bur­
guesía como clase, en este caso, al interés del monopolio único,
en el que la burguesía está reducida a su mínima expresión, y
subsiste más como un centro de imputación de actos, que como
agregado social. Pues bien, así como la existencia de cualquier
— 158—

tipo de sociedad clasista requiere de ia posibilidad del uso de la


violencia a través de la coacción jurídica, como instrumento de
estabilización social; así, en el presente caso, ia destrucción de
ia sociedad capitalista por el acto revolucionario supone la po­
sibilidad del uso de la violencia proletaria como medio de impo­
ner ia organización colectivista de la sociedad. ¿De qué depen­
de el que esta posibilidad se transforme en realidad?'Así, como
la realización de la coacción jurídica, depende de la transgre­
sión de la ley, asi también, la realización de la violencia prole­
taria depende de la oposición física que pueda presentar el ca­
pitalismo para aceptar la nueva organización social.
En tercer lugar se caracteriza la acción del Estado porque
es ejercida en interés de alguna clase representativa en algún
momento del interés social. No creemos necesario en este caso,
insistir en demostrar el carácter clasista del acto de socializa­
ción de los medios de producción, en cuya virtud la clase obre­
ra se emancipa de las condiciones de inhumanidad que la defi­
nen como tal, y conquista las condiciones verdaderamente hu­
manas de vida. Tampoco nos parece necesario insistir en que la
acción de la clase obrera significa, concretamente, la liberación
de toda la sociedad de las cadenas del capitalismo que obstacu­
lizaban su desarrollo y la condujeron hacia su propia des­
trucción.
El hecho de que el acto político se realice al servicio de una
clase, significa, correlativamente, que oprime a otra. En nues­
tro caso, el acto de socialización de los medios de producción im­
plica, no sólo la opresión, sino aún más, la liquidación de la bur­
guesía, como clase. Desaparecida la propiedad privada de los
medios de producción, desaparece también la clase propietaria
de ellos.
Llegamos, así, a la conclusión que la Revolución Socialista
es un acto político, el acto político obrero por excelencia. Deci­
mos acto político obrero “por excelencia”, porque en las condi­
ciones ideales qeu suponemos, la clase obrera no ha tenido in­
tervención política alguna, hasta la Revolución misma, lo que
quiere decir que la única actividad política que es esencial a la
clase obrera es la de organizar la sociedad en moldes colecti­
vistas.
El sujeto atributivo de la actividad política es lo que lla­
mamos Estado. La Revolución Socialista, entonces, al atribuir­
se a un sujeto político, requiere de un Estado del cual sea ex­
presión. Tal sujeto político de la Revolución Socialista, es lo que
constituye el Estado Proletario. Su función es realizar la vo­
luntad histórica del proletariado a través de la liquidación de la
burguesía como clase, y la instauración sobre sus ruinas, de la
sociedad sin clases.
Como todo Estado, el Estado Proletario es una dictadura,
una imposición a través de la fuerza organizada de un orden
social determinado. De aquí, la denominación que generalmente
se usa para referirse al Estado Proletario, y que teóricamente
és adecuada y correcta: Dictadura del Proletariado.
Examinemos ahora, los efectos de la revolución social y
política realizada por el proletariado, en una sociedad capita­
lista integralmente desarrollada.
La condición económica determinante de la nueva sociedad
es el alto nivel de productividad del trabajo y, en consecuencia,
— 159 —
su gran riqueza, condición que ha heredado del régimen eapi
talista.
Dice Engels: “Mientras el trabajo global de la sociedad no
rinde más que lo estrictamente indispensable para cubrir las
necesidades más elementales de todos y acaso, un poco más;
mientras, por tanto, el trabajo absorbe todo el tiempo o casi to­
do el tiempo de la inmensa mayoría de los miembros de la so­
ciedad, ésta tiene que dividirse necesariamente en clases” (110).
Agrega Rodolfo Mondolfo: “Ahí donde no pueden ser satisfe­
chas las necesidades de todos, nace la contradicción de las vo­
luntades, y en la acción, el conflicto de las fuerzas, y la apro­
piación violenta aparece para establecer las diferencias de re­
partición que constituyen las distinciones de clases” (111). En
consecuencia, agregamos nosotros, la división de la Sociedad en
clases antagónicas se opera como la única salida para que la
sociedad desarrolle, a través de la explotación del trabajo de ia
mayoría, su capacidad productora y su riqueza potencial.
Podemos concluir, pues, que si la insuficiencia en la pro­
ducción y la escasez de la riqueza social constituyen la base ma­
terial de la división clasista, el máximo desarrollo de las fuer­
zas productivas es la condición objetiva para la abolición de las
clases, que es lo que la Revolución Obrera persigue mediante
la expropiación de la propiedad burguesa” (112).
El principal carácter distintivo de la sociedad generada por
la Revolución Obrera en el medio capitalista más avanzado, es
la abolición de las clases. Estamos en presencia de una sociedad
sin clases.
El alto nivel de la productividad del trabajo en la sociedad
sin clases implica, a su vez, una transformación de la natura­
leza de las relaciones del trabajo con el trabajador.
Escribe Trotzky: “La base material del comunismo debe
consistir en un desarrollo tan alto de la potencia económica del
hombre, que el trabajo productivo, dejando de ser una carga y
una pena, no necesite de ningún aguijón y que la repartición de
los bienes, dados en abundancia constante, no exija otro con­
trol que los de la educación, de la costumbre o de la opinión pú­
blica” (113). Agrega Engels: “Sobre sus ruinas (las de la so­
ciedad capitalista), deberá implantarse una organización de la
producción en la que de un lado, ningún individuo pueda desen­
tenderse de su parte en el trabajo productivo, que es condición
natural de la existencia humana, y en la que, de otra parte, el
trabajo productivo se convierta de medio de esclavizamiento, en
medio de emancipación del hombre, brindando a todo individuo
la posibilidad de desarrollar y ejercitar en todos los sentidos to-
(110) Federico Engels, “Anti-Düihring”, pág. 261.
(111) Rodolfo Mondolfo, ob. cit., pág. 290.
(112) “El carácter distintivo del comunismo no es la abolición de la propie­
dad en general, sino de la propiedad burguesa”. “No queremos de
ninguna manera abolir esta apropiación personal de los productos del
trabajo, indispenasbles para la conservación y la reproducción de la-
vida humana (propiedad de los bienes de consumo), esta apropiación
no deja ningún beneficio que confiera poder sobre el trabajo de otro.
Lo que queremos es suprimir este triste modo de apropiación, que
hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital, y no viva
sino en tanto lo exijan los intereses de la clase dominante”. Marx y
Engels, “Manifiesto Comunista”, págs. 19 y 20. (Lo que aparece entre
paréntesis es nuestro).
(113) León Trotzky, “La Revolución Traicionada”, pág. 52.
— 160 —
das sus capacidades, así físicas como espirituales, y convirtien­
do de ese modo, lo que hoy es una carga, en un goce” (114).
Todo esto significa que en la sociedad resultante de la Re­
volución Obrera, las normas de repartición de la riqueza usua­
les del capitalismo, según las cuales se retribuye al trabajo se­
gún su cantidad y calidad, perderán su vigencia. El principio
que regirá la repartición y que representa el segundo rasgo dis-
tintivo de la sociedad sin clases generada sobre la base de un
capitalismo integralmente desarrollado, será “de cada cual se­
gún su capacidad, a cada cual según su necesidad”.
La vigencia de tal principio supone una abundancia tal de
productos, un nivel tan alto de riqueza social, que haga innece­
sario la existencia de un derecho que consagre estímulos y pri­
vilegios en la repartición, a aquellos que trabajen más y me­
jor. La vigencia de tal principio supone, correlativamente tam­
bién, una actitud psicológica frente al trabajo de parte de los
hombres, del todo diferente de la que existe en las sociedades
pobres, y por ende, clasistas. El trabajo, en la sociedad comuni­
taria que sucede lógicamente al capitalismo integral, se confun­
de con la actividad misma del hombre; es, no solamente, “un
medio de vida, sino la primera necesiadd de la vida misma”.
El tipo de sociedad caracterizado más arriba y que se nos
presenta como el producto lógico y consecuente de la Revolu­
ción Obrera en un medio capitalista integral, ha sido denomina­
da por Marx, “sociedad comunista” o también, “fase superior
«te la sociedad comunista”. Subrayamos estas denominaciones
con el objeto de evitar que se produzcan confusiones con el sig­
nificado de estos términos, lo que ocurre muy a menudo.
Esta breve incursión por los terrenos de la sociedad comu­
nista, reparando en algunos de sus caracteres específicos, ha
tenido por objeto precisar más, el concepto de Estado Proleta­
rio o Dictadura del Proletariado y que hemos ya definido como
el instrumento político de la Revolución Obrera, como el sujeto
atributivo de la voluntad organizadora de la sociedad sobre ba­
ses colectivistas.
Analizamos ya las razones en virtud de las cuales el con­
tenido conceptual de la Revolución Obrera tiene un significado
político e implica la existencia de un Estado Proletario. De ahí
concluimos que, como tal Estado, el poder proletario era en su
esencia, una dictadura, como toda otra forma de Estado, que
realizaba la voluntad política y el interés de una clase social con
una misión histórica determinada.
Nos referiremos, ahora, sobre la base de los caracteres se­
ñalados de la sociedad comunista, a los rasgos propios y sui
generis de la Dictadura del Proletariado, que la distinguen de
todas las dtras formas de Estado.
Al estudiar la naturaleza del Estado expresamos que éste
era un poder que impone y realiza coactivamente un orden so­
cial favorable al interés de alguna clase social, clase social que
en algún momento ha debido representar el interés histórico de
la humanidad.
De este concepto podemos concluir que es posible advertir
dos “momentos” en la acción del Estado: un “momento” revo­
lucionario, por el cual el interés de una clase oprimida aflora ai
(.114) Federico Eogels, “Anti-Dühring”, pág. 272. El paréntesis es nuestro.
— 161 —
terreno político y deviene en interés organizador de la socie­
dad, imponiendo un orden social que la favorece; y un ‘‘mo­
mento” no revolucionario, estático, en el que el Estado, conver­
tido ya en instrumento de la nueva clase dominante, realiza y
mantiene mediante la coacción jurídica, el nuevo orden social,
oprimiendo a otras clases cuyo interés desconoce e ignora y que
comienzan a desarrollarse en su seno.
Llamamos al primer “momento”, revolucionario, por cuan­
to implica la substitución de un sistema de relaciones de pro
ducción, por otro; la transformación cualitativa de ia organiza­
ción social.
Llamamos al segundo “momento”, no revolucionario o es­
tático, porque envuelve sólo la continuación de la nueva orga­
nización social dentro de sus correspondientes relaciones de pro­
ducción, revolucionariamente conquistadas. Ello no obstante,
en este segundo “momento”, es también ,1a violencia ejercida a
través del derecho, la que hace posible esta continuidad social
que momento a momento choca y contraría las aspiraciones de
los no favorecidos por el nuevo orden.
En nuestro caso, la Dictadura del Proletariado sólo reali­
za el “momento” revolucionario del Estado. En efecto, su ac­
ción consiste en transformar las relaciones burguesas de pro­
ducción. Una vez realizada esta función, al desaparecer la bur­
guesía desaparecen también las clases. Liquidadas las clases, no
nay necesidad de un derecho que proteja alguna nueva forma
de repartición de la riqueza. No hay necesidad de que la fuerza
se organice para imponer una norma de repartición; como di­
ce Trotzkv. la repartición no exige otro control que los de la
educación, la costumbre o la opinión pública, lo que se explica,
por la base material de riquezas sobre la que se construye la
nueva sociedad .
En una sociedad en la que la actividad humana se rige por
el principio “de cada cual según su capacidad y a cada cual se­
gún su necesidad”, es la naturaleza misma del hombre la que
orgánicamente entra a regir el funcionamiento de la sociedad.
No es el interés de una clase, sino el interés humano, traducido
en las necesidades reales y concretas, el límite y la condición
que regula la actividad humana y la organización social. No hay
aquí, pues, exigencia de un poder coercitivo, independiente de la
sociedad, para que ésta pueda desenvolverse. No hay en esta
sociedad, propiamente, Estado, sino otra forma de ordenamien­
to colectivo, que no sirve interés de clase alguna, que no opri­
me a clase alguna, y que sólo expresa el poder, las necesidades
y la naturaleza del hombre.
De todo esto se infiere que en una sociedad comunista sin
clases, no hay Estado, su sistema de ordenamiento no es ya
coactivamente impuesto por una clase, sino conscientemente que­
rido y prácticamente realizado por la humanidad toda.
La Dictadura del Proletariado termina, pues, en el momen­
to mismo que por su acción liquida a la burguesía como clase,
y en consecuencia, también, al proletariado como clase. El Es­
tado Proletario no existe sino en cuanto revoluciona la sociedad
burguesa; después se extingue como Estado y cede su paso a
nuevas formas no políticas de organización social.
Esta es la razón por qué Marx denominaba al Estado pro­
letario, Dictadura Revolucionaria del Proletariado. Su esencia
— 162 —
’niaaia consiste en ser revolucionario, sólo existe en su “momen­
to” revolucionario.
Hemos determinado, así, desde un punto de vista, el ca
rácter específico del Estado Proletario, con relación a los de­
más Estados, consistente en su exclusivo carácter revolucionario.
Desde ei punto de vista de la duración temporal de la Dic­
tadura del Proletariado, las mismas consideraciones anteriores
nos hacen concluir que se prolonga tanto cuanto demore la so­
cialización de los medios de producción. En las condiciones su­
puestas que nosotros elegimos para analizar estas cuestiones,
dicho período se reduce al mínimo de tiempo posible, si pensa­
mos que los medios de producción están concentrados en el má­
ximo grado y que el acto revolucionario sólo consiste en ei
traspaso jurídico de la propiedad burguesa a la colectividad, la
que ya de hecho los poseía.
Decantado ya el rasgo eminentemente revolucionario del
Estado Proletario, nos referiremos ahora a un segundo carácter
suyo que lo distingue de las demás formas de Estado.
Los Estados representativos de cualesquiera de las clases
anteriores al proletariado, han sido siempre instrumentos de
opresión de la maj’oría por una minoría. Este hecho no es ac­
cidental, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas, el pro
ceso de capitalización ha exigido que sea sólo una minoría la
que aproveche del trabajo de la mayoría. Por el contrario, es
de la esencia de los regímenes clasistas, que sea sólo una mino­
ría la clase dominante.
Esto significa que las formas políticas clasistas y entre
ellas, el Estado capitalista, no han sido ni son democráticas en
su esencia, es decir, no han ddo ni son instrumentos de acción
“del pueblo, y para el pueblo”, entendiendo por éste a la inmen­
sa mayoría de la población. Solo han sido democracias para las
minorías, cuanto han permitido el despliegue de las posibilida­
des de las clases dominantes (115).
La Dictadura del Proletariado es una forma política que
sirve el interés de la clase obrera, la inmensa mayoría de la po­
blación, y es ejercida por esta clase en cuanto ha devenido cla­
se dominante.
El diferente carácter del Estado Proletario a este respecto,
con relación a las otras formas políticas, ha sido precisado por
Lenin en los siguientes términos:
“En la sociedad capitalista tenemos una democracia castrada,
mezquina, falsificada, una democracia sólo para los ricos, para
las minorías. La dictadura del proletariado, el período de tran­
sición al comunismo, aporta por primera vez la democracia para
el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión
de la minoría, de los explotadores. Sólo el comunismo puede crear
una democracia completa, y cuanto más completa sea, antes de­
jará de ser necesaria, y se extinguirá por sí misma”.
“Democracia para la mayoría (gigantesca del pueblo y repre­
sión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia para los
explotadores, he ahi la modificación que sufrirá la democracia
en la transición del capitalismo al comunismo” (116).
(115) Hacemos presente al emitir este último juicio, que estamos analizando
conceptos, y no realidades concretas. Al referirnos a la democracia
y a la Dictadura del Proletariado, lo hacemos suponiendo condiciones
ideales, de las cuales sólo en parte participan los organismos políticos
concretos de la hora presente.
(116) Lenin, “El Estado y la Revolución”, págs. 80-81.
— 163 —
Concluimos nosotros que el segundo rasgo diferencial de la
Dictadura del Proletariado, con relación a las demás formas
políticas, es su carácter ampliamente democrático.
Se puede distinguir, en tercer lugar, la naturaleza política
del Estado Proletario, de las otras formas de Estado, por los
distintos efectos que produce en relación con las clases: todos
los Estados, excepto el Estado Proletario, en la medida en que
realizan su cometido histórico, van oprimiendo cada vez más a
una clase determinada. El Estado Proletario, en la medida que
cumple su misión, va liberando cada vez más, no sólo a la cla­
se obrera, sino que a toda la humanidad de toda forma de opre­
sión. Mientras el resultado de la acción de los Estados es, ge­
neralmente, una firme y definida oposición de clases, el resul­
tado de la acción del Estado Proletario es la abolición de todas
las clases y la supresión de la oposición de intereses entre los
hombres entre sí. La clase obrera no puede emanciparse, sino
emancipando con ella a toda la sociedad.
Para terminar este análisis, dejemos a Marx que sintetice
los últimos conceptos que nos han preocupado: “La condición
de la emancipación de la clase trabajadora es la abolición de
todas las clases, así como la condición de la emancipación del
tercer estado, del orden burgués, fué la abolición de todos loa
estados y de todos los órdenes”. “La clase trabajadora reem­
plazará en el curso de su desarrollo, la antigua sociedad civil
por una asociación que excluirá las clases y sus antagonismos,
y no habrá ya entonces Poder Político propiamente dicho, pues­
to que el Poder Político es precisamente el resumen oficial del
antagonismo en la sociedad civil”. “Entre la sociedad capitalista
y la sociedad comunista media el período de la transf ormación
revolucionaria de la primera en la segunda. A este período co
rresponde también un período político de transición, cuyo Esta­
do no puede ser otro que la dictadura revolucionaria y demo­
crática tlel proletariado” (117).
3 .—La ¡Dictadura del Proletariado, la Democracia y la l i ­
bertad»
El clima mental producido por la guerra que acaba de ter
minar, concebida por las masas a través de la propaganda co­
mo una lucha entre “la libertad y la opresión”, por una parte,
y las condiciones reales de vida existentes en la U .R .S .S . y
las regiones por ella ocupadas, que están lejos de satisfacer loa
anhelos libertarios del espiritu progresista de Occidente, por la
otra, han generado en muchos sectores del movimiento obrero
socialista, una concepción errónea del verdadero alcance y sig­
nificado de lo que es la Dictadura del Proletariado, como forma
polítiea' de la revolución.
Por eso creemos conveniente detenernos un tanto en escla­
recer algunos conceptos relativos a la Dictadura del Proleta­
riado y sus relaciones con la democracia y la libertad, nuevos
fetiches humanos que los acontecimientos han puesto a la orden
del día y, que de no ser cuidadosamente analizados a la luz de!
marxismo, pueden originar peligrosas desviaciones doctrinarias,
cuyas consecuencias prácticas a la postre pueden comprometer
los valores humanos que se quieren defender con ese criterio.
(117) Carlos Marx, cit. por Lenin en “El Estado y la Revolución”, pag. 77.
— 164 —
En este análisis descenderemos un tanto del nivel de abs­
tracciones en que nos colocamos para hacer las reflexiones
anteriores, y supondremos que la transformación revolucio­
naria de la sociedad capitalista en comunista, implique un
proceso más o menos largo, durante ei cual se opere la socia­
lización del capital. Esta suposición implica el que el capital
no esté absolutamente monopolizado, y que, en consecuencia,
no sea sólo un ente impersonal, sino que se encuentre en po­
der de una burguesía concreta y monopolista.
fíe traduce la desviación a que aludimos poco más arriba,
en oponer ios conceptos de “democracia” y ‘‘dictadura”. Se
pretende, en consecuencia, ligar el movimiento oDrero y la Re­
volución Socialista al concepto de democracia, declarándose
por muchos en bancarrota ei concepto de Dictadura del Pi'o-
ietariado, que, en el mejor de los casos, sería una modalidad
política típicamente rusa, cuando 110 se dice que es una mons­
truosa desviación del verdadero pensamiento marxista.
ha. antinomia entre "democracia'' y “dictadura” es, desde
el punto de vista marxista, completamente inaceptable. Para
el marxismo, como creemos haberlo dejado en claro, todo Es­
tado es, por definición, una dictadura. El significado que el
marxismo atribuye ai término “dictadura”, el sentido que
atribuye a la idea de “dictadura”, y que es el que emplea, en
consecuencia, al designar como dictadura del Proletariado a
la forma política de la Revolución Socialista, es el de una im­
posición coactiva de un sistema dado de relaciones de clase,
de un derecho y de un modo de repartición de las riquezas.
El adjetivo “coactiva” no quiere decir otra cosa sino que el
sistema de relaciones de producción está expresado en forma
de derecho, es decir, que no puede alterarse su vigencia por
persona alguna sin quedar sometida a la coacción física apo­
yada en el derecho. Quiere decir esto, que no se puede alterar
el sistema, de relaciones de producción por un individuo que
quiera sustraerse al imperio de la norma jurídica con respec­
to suyo, sin que caiga sobre él, el peso de los organismos es-
taduales encargados de mantener el régimen jurídico existen­
te. Quiere decir esto que no se puede pretender por una o va­
rias personas, tampoco, alterar el régimen social vigente en
su base jurídica, sin que dejen de incurrir en un delito en
contra de la seguridad interior de un Estado. Ya vimos que
fia morigeración que experimenta la realización de este con­
cepto en el mundo histórico, se debe al concurso, en la prác­
tica, de un nuevo factor que no consideramos en nuestro es­
quema puro. Este factor es la influencia que la clase obrera
y el movimiento revolucionario ejercen en el Estado capita­
lista, el cual, en cuanto efectivamente permite actividades
contrarias a su existencia, modifica o templa su perfil cla­
sista definido, sin que deje de ser por ello en lo esencial, ex­
presión de la voluntad burguesa, entretanto no advenga la
Revolución.
Todo esto significa que por dictadura, en sentido marxis­
ta, no hay que entender arbitrariedad, sino todo lo contrario,
el imperio de una legalidad firmemente establecida, que no
por ser interesada y clasista, deja de ser legalidad, y deja de
excluir la intervención del arbitrio incontrolado. Por el con­
trario, el imperio de una norma legal clasista, es inconcilia-
— 165 —
ble con el imperio de la arbitrariedad, que por definición no
se sujeta a interés definido alguno, como lo son los de las
clases, sino sólo a los mutables caprichos de gobernantes más
o menos tiránicos.
Todo esto significa que por más libertades que permita
un Estado determinado a sus súbditos para actuar en su se­
no, no pierde por ello, en su esencia, su carácter dictatorial
que subsiste mientras continúa organizando con su acción, una
sociedad en un sentido clasista definido.
Los gobernantes soviéticos no se contradicen al sostener
que la democracia soviética, consagrada en la última Consti­
tución. es una forma de la Dictadura del Proletariado, y que
dicha Carta, al significar el establecimiento de la “democra­
cia”, deja en vigor el régimen de dictadura de la clase obre­
ra,' (118). A la inversa, demuestran, con ello tener, por lo me­
nos, más claros los conceptos que muchos de sus detractores.
La diferencia que hay, sí, entre los Estados sedicentes
democráticos y la Dictadura del Proletariado, es que mien­
tras aquéllos adquieren conciencia de lo que son a través de
una ideología de alcances limitados que oculta su verdadero
carácter dictatorial, ésta, la Dictadura del Proletariado, ad­
quiere conciencia de sí, por medio del marxismo y confiesa,
en consecuencia, desmiradamente, su carácter clasista, su esen­
cia violenta y dictatorial.
La segunda diferencia que a este respecto encontramos
entre ambos tipos de Estado —y a la cual ya nos referimos—
es que mientras el Estado burgués es por su esencia sólo una
democracia para la minoría, el Estado Proletariado !o es pa­
ra la enorme mayoría de la población que, por medio suyo,
actúa directamente en su propio interés.
La manifestación más evidente del desconocimiento de las
tesis marxistas fundamentales de parte de los impugnadores
del concepto “anticuado” de Dictadura Proletaria” es que pre­
tenden contraponerla al concepto de “democracia obrera”, co­
mo forma política de transición hacia la sociedad comunista.
La violencia organizada que implica la dictadura, es ejer­
cida en el período de Dictadura Proletaria, en contra de la
burguesía, con un doble objetivo: primero, el de destruir la
oposición física que pueda ella ofrecer a la socialización de los
medios de producción; segundo, el de impedir que trate de
subvertir el orden revolucionario y conquistar asi, Las posicio­
nes perdidas. Como se ve, aquí no hay ninguna restricción
esencial a la actividad política de la clase obrera, en cuanto
tal clase; por el contrario, ia única forma en que pueda reali-
sarse esa.política es precisamente, bajo las condiciones de la
Dictadura Proletaria. Esto significa que la clase obrera puede
y tiene el derecho de determinar las modalidades de su acción
política, democráticamente, es decir, recogiendo y escuchando
las genuinas y verdaderas aspiraciones de sus componentes,
expresadas con amplia y absoluta libertad. Así, y sólo asi, a
través de un proceso de esclarecimiento democrático, es posi­
ble que se objetive y se concrete el sentido y la dirección del
interés obrero.
Vemos que no sólo no es incompatible el concepto de Dic­
(118) J. Stalin, “Cuestiones del leninism o”, pág. 622.
— 166 —
tadura del Proletariado con el de democracia obrera, sino que
por el contrario, ésta última es condición para que pueda exis­
tir la primera. Sin democracia obrera no hay manera de po­
der objetivar realmente el interés proletario. Sin democracia
dbrera el interés proletario se conviete en un mero concepto
que puede ser esgrimido como justificativo verbal para cual­
quier aventura o disparatada medida.
La Dictadura del Proletariado —ha dicho a'gún autor—
es la expresión lúcida y consciente del poder en favor del in­
terés obrero. Expresión lúcida y consciente significa actitud
racional, actitud humana. Implica, por lo tanto, un comporta­
miento ético, “decente”, como dicen los anglosajones: implica
una valoración adecuada de lo humano como supremo valor
de la existencia. La lucidez y la conciencia excluyen el proce­
dimiento artero, la mentira y la arbitrariedad. Significa, por
el contrario, el uso del poder con vistas a fines humanos; sig­
nifican la racionalización de la vio’encia. La lucidez y la con­
ciencia exigen que se respete al hombre en cuanto tal, con sus
necesidades y con sus pensamientos; exigen libertad y demo­
cracia para la clase obrera, como medio de que ésta constitu­
ya, exprese e imponga su genuina voluntad política.
La asociación de ideas que se hace al evocar, junto con
el concepto de Dictadura del Proletariado, el de tiranía y el
de despotismo, es absolutamente arbitrario y encuentra su ex­
plicación debido al indiscutible carácter tiránico y despótico
del régimen soviético, que se autodefine como “dictadura del
proletariado”.
Sin embargo, no debe creerse aue es la calidad material
de obrero la que inviste al hombre en las condiciones de la
dictadura del proletariado, de derechos políticos. Es la direc­
ción de la actividad política del individuo lo que le da sentido
y eficacia política: si un obrero actúa como instrumento cons­
ciente o inconsciente, de los enemigos de la Revolución, sufre,
como ente político, la misma “capitis diminutio”, que la bur­
guesía como clase. Lo que no obsta a que como obrero, en su
sindicato, tenga todos los derechos y deberes de los demás.
Si desde el punto de vista de la clase obrera la Dictadu
ra del Proletariado significa para ella la más amplia y conse­
cuente democracia, en su acción político-revolucionario, y ei
más amplio y consecuente, reconocimiento de su libertad para
colaborar constructivamente en la actividad social, desde el
punta de vista de la burguesía la situación es bastante dife­
rente.
Siendo el objetivo de la Dictadura del Proletariado la li­
quidación de la burguesía como clase, es evidente que la bur­
guesía, como factor político, no puede tener derechos políticos
en el Estado obrero. No puede tener derechos políticos porque
ellos significarían darle la posibilidad de sabotear la construc­
ción del socialismo.
Más, la liquidación de la¡ burguesía como clase, que supo­
ne su “capitis diminutio” política, no quiere decir liquidación
física de la burguesía. Quiere decir que será expropiada, que
dejará de ser clase burguesa y que en tanto deje de ser tal,
su actividad política no será en sí contradictoria con los fines
del Estado Proletario. Quiere decir, que en tanto la burguesía
intente destruir el orden revolucionario, en cuanto se rebele,
— 167 —
en cuanto trate de actuar políticamente como tal, en esa mis­
ma medida será violentamente reprimida, aun con la liquida­
ción física.
Como se ve, se evidencia aquí el carácter dicta/torial que
como todo Estado, tiene el Estado proletario; pero se advier­
te, al mismo tiempo, que su carácter dictatorial es sólo po­
lítico .
El hombre, en general, en las condiciones de -a Dictadu­
ra del Proletariado, cualesquiera que sea su clase, su ideolo­
gía o condición, tiene libertad absoluta para actuar, asociarse,
escribir, propagar sus ideas y, en suma, manifestarse espiri­
tualmente con la limitación de que el ejercicio de esa ibertad
no sea políticamente comprometedora de la estabilidad real y
efectiva del orden revolucionario. Se trata, aquí, de una limi­
tación de la libertad que es formalmente común a todos 'os
Estados, cualesquiera que sea su tipo, y que defienden, me­
diante ella su propia existencia. Nada hay, pues, de extraordi­
nario en que el Estado obrero limite las actividades que pue­
dan ejercerse en su contra.
Lenin, al referirse al tema de la literatura y la Revolu­
ción, postula la más absoluta libertad de conciencia, de pala­
bra y de prensa para los miembros de la sociedad en la*Dic­
tadura del Proletariado (119). La Imitación a la libertad hu­
mana entra a intervenir en cuanto políticamente esa libertad
se usa como recurso político contra la existencia del régimen
proletario y en cuanto ese recurso amenaza efectivamente su
estabilidad.
Si un sedicente Estado Proletario se ve en la necesidad
de restringir permanente y sistemáticamente la actividad hu­
mana, de coartar las manifestaciones libres del espíritu, es
porque su debilidad interna es tan grande que para él, signi­
fica un peligro el desenvolvimiento y el despliegue de las po­
sibilidades espirituales del hombre. Lo que a su vez significa
que no estaríamos en el supuesto caso, en presencia de un
verdadero Estado Proletario, porque éste, en cuanto más rea­
liza su función revolucionaria, menos va necesitando imponer
tales limitaciones y más debe ir año jando las cadenas políti­
cas e ir abriendo paso al libre desarrollo indiscriminado de
las expresiones del pensamiento y de la actividad social.
, El análisis teórico de la Dictadura del Proletariado, en
ias condiciones ideales de su realización, nos lleva a concluir
que, por una parte, tal tipo de Estado es el medio por el cual
se expresa la clase obrera revolucionaria, en una genuina de­
mocracia proletaria y que, por otra, es el instrumento para
impedir la libertad de opresión que exige la burguesía para
su realización como clase. Burguesía, a la que por lo demás,
libera en su humanidad, al destruirla como clase.
La coerción del pensamiento y el aniquilamiento de la
personalidad que con tanta facilidad como inconsecuencia se
asocia a la idea de Dictadura del Proletariado, nada tiene que
ver con ase sistema político. Por el contrario, la clase obrera
tiene menos que nadie temor de que se exprese libremente el
(119) Véase Lenin, “Por una literatura revolucionaria”, incluida en el vo­
lumen "Sobre la literatura y el arte”, publicación de un conjunto de
artículos y ensayos de Lenin y Stalin, pág. '88.
— 168 —
pensamiento y de que se libere y despliegue la personalidad.
Ella sólo constriñe la actividad política de sus enemigos de­
clarados, pero no se atemoriza porque éstos continúen prac­
ticando sus ritos religiosos, defendiendo y divulgando sus pos­
turas ideológicas, o asociándose con fines no subversivos.
La clase obrera cree y practica la libertad, sabe que ella
es el más eficaz instrumento para que en la sociedad se cree
y se construya el Socialismo, y para que al mismo tiempo,
desaparezcan, natural y orgánicamente, despreciadas por la
vida y por la historia, las últimas manifestaciones ideológicas
de las clases en descomposición.
E sta es la razón porque Lenin defendió la libertad reli­
giosa, la libertad de pensamiento y de expresión para la bur­
guesía derrotada —en cuanto la Dictadura proletaria estu­
viera tan afianzada que no temiera por su inmediata estabili­
dad política—, en los siguientes términos: “La libertad de pa­
labra y de prensa debe ser completa, es necesario que la li­
bertad de asociación sea también completa. Estoy obligado a
acordarte, en nombre de la libertad de palabra, el pleno dere­
cho de gritar, de mentir y de escribir lo que te plazca” (120).
Resumiendo, podemos decir que, con respecto a la bur
guesía, la Dictadura del Proletariado significa:
1) Su destrucción como clase a la par que su liberación
como hombres.
2) Su destititución política y la privación de su derecho
a intervenir en el Estado.
3) El reconocimiento de su libertad espiritual y de las di­
versas formas de manifestación.
4) La limitación en el ejercicio de esta última libertad y
de los derechos que provengan de ella, en cuanto sean ejerci­
dos con vista a la destrucción del orden revolucionario y efec­
tivamente amenacen su existencia.
La Dictadura del Proletariado confiesa, de esta manera,
su perfil clasista y definido. A diferencia del Estado burgués,
cuya propia teoría lo concibe como soberano y realizador de
la voluntad del pueblo, respetuoso de sus derechos y despro­
visto de finalidad en su actuación, el Estado Proletario supe­
ra esa neutralidad engañosa y se orienta, positivamente, h a ­
cia !a realización de' objetivos concretos que no disimula en ex­
presar y en función del cual organiza sus instituciones.

&

(120) V. I. Lenin, “Por una literatura revolucionaria", pág. 86.


CAPITULO v n
LA REVOLUCION Y EL ESTADO CAPITALISTA EN LAS
CONDICIONES HISTORICAS DE LA SOCIEDAD
CONTEMPORANEA
1.—Consideraciones previas.
m
En el capítulo anterior analizamos las formas políticas
-

conceptuales de la Revolución Obrera y el Estado Proletario,


en las condiciones ideales provenientes de un supuesto desa­
rrollo integral y puro de la sociedad capitalista.
Nos corresponde ahora estudiar modalidades más concre­
tas de la Revolución y de sus formas políticas, no ya toman­
do en cuenta sólo aquellas condiciones necesarias, generales y
abstractas que definen una sociedad capitalista ideal, sino re­
firiéndolas a condiciones históricas que se dan como hechos
en la realidad social contemporánea. Descenderemos ahora, en
nuestro análisis, de nuestro elevado nivel de abstracción, a
planos más concretos y particulares.
Si hubiéramos de continuar nuestro estudio en un plano
de estricta rigurosidad metódica, debiéramos contemplar se­
paradamente, luego de las condiciones generales y abstractas
de la Revolución, cada uno de los factores que interfieren la
linea típica del capitalismo, y desprender de ahí, en cada ca­
so, la nota específica que toma la Revolución y el rasgo co­
rrespondiente que debe caracterizar al Estado, como forma
política revolucionaria.
Pero, en la imposibilidad de hacerlo así, por razones de
brevedad, hemos preferido referimos a la situación histórica
en que se encuentra, en general, la sociedad contemporánea,
considerada en un plano mundial.
Como se comprenderá, las condiciones determinantes de
la actual situación social, económica y política mundial, de­
penden en gran medida de la situación de los países capita­
listas de avanzado desarrollo económico. Nuestro estudio, en
Consecuencia, tendrá especial validez en lo relativo a esos
países.
En cuanto a la teoría de la Revolución y del Estado Re­
volucionario en países como los semicoloniales y dependien­
tes, entre ellos nuestra América Latina, las conclusiones a que
lleguemos serán sólo de relativa validez. La forma especial
del desarrollo capitalista en estos países, en gran medida cau­
— 170
sado por la penetración imperialista, nos advierte desde ya,
las modalidades especificas que debe tom ar en ellos, su evolu­
ción económica y política.
Sin embargo, no obstante la decisiva importancia que
tiene para nosotros, chilenos y latinoamericanos, la teoría po­
lítica marxista referida a nuestro medio, la hemos dejado de
lado en nuestro estudio, concretándonos exclusivamente al aná­
lisis de la Revolución y del Estado, en las condiciones sociales
predominantes, en una escala mundial.
Al adoptar este criterio hemos tenido presente, por lo
demás, que dada la actual unidad e interdependencia mundia­
les, creadas por el capitalismo, la línea larga y decisiva del
proceso histórico y social, se resolverá en términos y en escala
mundiales; y el sentido que esta línea tome, será el factor
determinante en cada uno de los países del orbe. Hemos tenido
también presente la circunstancia, de que todos los países del
mundo, en cuanto devienen capitalistas, experimentan, si no
iguales, por lo menos semejantes situaciones.
Al adoptar este criterio hemos tenido presente, por lo
políticas en los países dependientes de hoy en día, se concre­
ta en la teoría del llamado Estado Antiimperialista, la que por
la importancia que reviste para nuestra patria, así como por
el esfuerzo de elaboración teórica que exige, no estamos en
condiciones de incluir en el presente trabajo.
2.— Condiciones reales de la sociedad capitalista ooatern-
poránea.

El panorama que la realidad actual de la sociedad capi­


talista nos ofrece, en un plano mundial, podemos caracteri­
zarlo, para los efectos que nos interesa, por la presencia de
múltiples Estados nacionales de desigual desarrollo económi­
co; por el desenvolvimiento más o menos avanzado de 3as
fuerzas productivas dentro de cada uno de ellos y dentro del
marco de las relaciones capitalistas de producción ; por la exis­
tencia de un más o menos fuerte movimiento obrero, organi­
zado sindical y políticamente, que lucha por conseguir, con re­
lativo éxito, mejores condiciones de vida; y por la subsisten­
cia de los males orgánicos del capitalismo, traducidos en las
guerras, crisis y otras manifestaciones de la anarquía de la
producción.
Si reparamos en la multiplicidad de Estados nacionales, en
que se expresa políticamente la sociedad contemporánea, po­
demos desde ya concluir las diferencias esenciales que ésta
tiene, con relación a la sociedad capitalista integral, que ideal­
mente describimos en el capítulo anterior.
La circunstancia de que subsistan en la sociedad actual
los Estados nacionales, como sujetos distintos de poder polí­
tico, significa que no se han desarrollado hasta sus últimas
consecuencias, las posibilidades capitalistas. Esto quiere decir
que no se ha llegado al monopolio único y absoluto de la ri-
quezai-que. en consecuencia, no hay un sólo mercado mun­
dial, sino variedades suyas, según sea el monopolio proveedor
y la esfera de influencia en que se encuentra el mercado de
consumo; que tampoco, por lo tanto, se ha llegado a identifi­
car el interés de la burguesía mundial en un solo sujeto, ya
— 171 —
que subsiste la rivalidad, y la competencia entre los diferentes
grupos nacionales en que se encuentra parcelada.
Todo esto nos demuestra que el proceso de acumulación
capitalista no ha podido desarrollarse hasta su máximo.
¿Y cuál es la causa de que asi haya ocurrido?
Desde luegc —y esta es la razón que particularmente nos
interesa—, porque las leyes del funcionamiento del sistema
capitalista han dejado de regir en forma absoluta e incondi-
Cúonada.
Los hombres, para que la vigencia del capitalismo sea
absoluta, debieran existir como entes económica y políticamen­
te autónomos, sin otro vínculo entre sí que ei proveniente da
la división del trabajo, sin asociaciones que puedan por su fuer­
za estorbar el libre juego de intereses y opiniones.
Sin embargo, en las condiciones sociales de los Estados
capitalistas más o menos avanzados, las primeras contradic­
ciones del sistema produjeron violentas reacciones que modi­
ficaron la línea típica de desenvolvimiento de la economía y
del Estado capitalista. En efecto, en el terreno económico, la
ignominiosa opresión que el capitalismo ejerció sobre las ma­
sas europeas, provocó en éstas, de inmediato, una enérgica re­
acción que se tradujo en su agrupación sindical y en la lucha
mediante ella, por mejores condiciones de vida. En el terreno
político, la- conciencia adquirida por la clase obrera a través
iel marxismo, de la naturaleza y destino del régimen capita­
lista, produjo también, de inmediato, su reflejo político en la
constitución de los partidos obreros socialistas. Estos parti­
dos, por el sólo hecho de existir, ya significaron la negación
de los presupuestos mismos del Estado liberal, que no admite
dentro de su conformación interna, actividades ejercidas por
medio de asociaciones políticas que coartan la libertad ciuda­
dana, y que, más aún, rechazan sus supuestos políticos e ideo­
lógicos, y pretender destruir sus supuestos económicos.
La lucha de clases, que de acuerdo con el esquema del ca­
pitalismo, estudiado en el capítulo anterior, existe sólo en
potencia hasta que se produce Ja crisis decisiva y final del
sistema, aparece históricamente realizándose desde los albo­
res mismos del capitalismo, en forma cada vez más enérgica
y consciente. Desde el momento en que triunfó la primera huel­
ga, ya las leyes del capitalismo perdieron su vigencia absoluta,
ya el proceso de acumulación capitalista se apartó de su pro­
pio y lógico desenvolvimiento interno.
La clase obrera en su acción sindical, al lograr romper los
marcos de la ley del bronce, ha dejado al mismo tiempo en esa
misma medida de representar en forma absoluta, al “hombre
deshumanizado y explotado” . Se han ido desarrollando en ella,
por la misma razón, tendencias pequeño burguesas, y el incen­
tivo del lucro, en mayor o menor medida, ha comenzado a ju­
gar un papel en su actuación cotidiana. Recordemos que la cla­
se obrera en cuanto tal, en un sistema capitalista puro, no tra*
baja sino para mantener su existencia física al servicio del
eapitál.
Paralelamente a esta alteración real de la naturaleza de 1a
clase obrera, la burguesía, por su parte, ha respondido a las
condiciones concretas que se le han ido presentando, en una
forma que difiere bastante de la típica y lógica forma de actúa-
— 172 —
ción que resulta de la consideración de su papel en una socie­
dad capitalista pura. Es así, como, en vez de guiarse en cada
momento para determinar la orientación de su actividad por el
principio del lucro inmediato, ha debido ceder posiciones en mu­
chos casos, con el objeto de fortalecer las bases fundamentales
del sistema capitalista. El fascismo, como respuesta burguesa
al movimiento obrero revolucionario, nos demuestra cuánto di­
fiere su actitud en un medio como el que analizamos, del libe­
ralismo puro, que fué eu originaria y auténtica expresión po­
lítica .
El Estado, no obstante reflejar sustancialmente las rela­
ciones capitalistas de producción, no expresa ya, en las condi­
ciones actuales, prístinamente el interés burgués, sino que se
convierte en el campo de batalla de las organizaciones políticas
clasistas por su predominio.
Todas estas circunstancias alteran también la consecuen­
cia absoluta del régimen capitalista puro: el desarrollo máxi­
mo de las fuerzas productivas, efecto positivo de la libre com­
petencia, la cual se ve interferida fuertemente por la acción in­
terventora del Estado en la economía.
3 .—La Organización Política de la clase obrera. El Partido
de dase.
'En el esquema conceptual de la sociedad capitalista inte­
gralmente desarropada, la Revolución Obrera se realiza en un
solo acto. Durante todo el período capitalista sólo se acrecientan
las condiciones que hacen posible la instauración de la sociedad
comunista sin clases y sin Estado, condiciones que permiten,
llegado el colapso del capitalismo, la irrupción de la clase obre­
ra al plano político mediante la socialización de los medios de
producción.
Este acto revolucionario, a ia vez, acto político de la cia­
se obrera, que se confunde en su esencia con la Dictadura, del
Proletariado, se realiza, en el plano ideal a que hicimos refe­
rencia en el capítulo anterior, en condiciones ta’es, que la cla­
se obrera se confunde prácticamente con la sociedad toda.
Es la sociedad, la que por la Revolución expropia al capi­
tal, que ya de hecho ella manejaba, conocía y comprendía, pa­
ra utilizarlo racionalmente en la satisfacción de sus necesida*
des. Necesidades éstas, que la sociedad sentía, pero que no te­
nía la posibilidad de satisfacer, dada la estructura económica
del régimen.
La Revolución se nos aparece, pues, como el acto natural
de la sociedad, por el cual ésta procede a satisfacer sus nece­
sidades, rompiendo el marco capitalista que lo impedía. Apa­
rece como un acto no sólo natural, sino también espontáneo y
democrático, en cuanto expresa una necesidad norial sentida
por toda la sociedad.
En las condiciones sociales del mundo contemporáneo, la
situación es bastante diferente. La clase obrera ha adquirido
en parte conciencia de su función política y de su destino como
clase, antes de que se produjere el colapso definitivo del capita­
lismo. Ella no se identifica con la sociedad toda; es'ta última se
presenta parcelada en diferentes Estados de desigual desarro­
llo económico; continúan existiendo grupos representativos de
— 173 —
los restos de los intereses feudales; la pequeña burguesía no
se ha proletarizado completamente, sectores obreros llevan
una vida típicamente pequeño-burguesa, y dejan con ello de re­
presentar al “hombre alienado y deshumanizado” ; los campesi­
nos no se han confundido con el proletariado; y la misma bus-
guesía aparece fragmentada en fracciones rivales.
Por otra parte la necesidad ded acto revolucionario no apa­
rece con la naturalidad y espontaneidad que anotamos más arri­
ba como características de la Revolución Obrera ideal. La cla­
se obrera no siente de manera natural y espontánea, que sea
la expropiación del capital, la única solución de su problema;
sólo la comprensión teórica de su función histórica en la so­
ciedad puede llevarla eoncientemente a actuar en un plano re­
volucionario .
Por último, en las condiciones a que hacemos referencia,
la política de la clase obrera exige una permanente creación de
una línea política que pueda conjugar su acción en forma tal.
que haga de su actitud frente a cualquier problema concreto,
un avance hacia la finalidad revolucionaria.
La necesidad de hacer comprender teóricamente a la clase
obrera su misión histórica, la necesidad de elaborar una línea
política para cumplir sus objetivos frente a la realidad social
concreta, y la necesidad de luchar en un plano político por la
realización de la línea elaborada, exigen la existencia de una
institución social que cumpla estas finalidades y que organice en
función de estos fines a la clase obrera.
Esta institución social, que pretende ser el sujeto atribu­
tivo de la voluntad histórica de la clase obrera en un momento
determinado, es lo que llamamos “organización política revolu­
cionaria” y lo que corrientemente se denomina, “partido de
clase” o “partido obrero” .
De acuerdo con lo expuesto, la organización política revolu­
cionaria tiene una finalidad subjetiva, hacer consciente la lucha
de clases del proletariado mediante su asimilación de la teoría
revolucionaria, y una finalidad objetiva, elaborar y realizar una
línea o actitud política que conduzca ai proletariado a la con­
secución de sus objetivos de clase, afrontando realistamente el
complejo de circunstancias que hacen la realidad social, en un
país y en un momento determinado.
La necesidad de la creación de la conciencia política obre­
ra y la necesidad de creación y de realización de una línea po­
lítica, son consecuencias de la ausencia de las condiciones ob­
jetivas necesarias para que la Revolución Social se produzca
como la resultante orgánica del desarrollo integral del capita­
lismo. La Revolución Social que concebimos como resultado de
la crisis orgánica y decisiva del capitalismo y que describimos
en el capítulo anterior, no necesita de una organización políti­
ca especial, de un partido de clase; es la sociedad toda, confun­
dida con el proletariado, la que en aquellas condiciones, realiza
natural y espontáneamente el acto revolucionario, obedeciendo
ios impulsos de las mismas necesidades humanas.
De todo lo anterior resulta que la organización política re­
volucionaria de 1a, clase obrera, su partido de clase, no es lo
mismo que la clase obrera, es su parte consciente y directora,
es su vanguardia revolucionaria.
Las relaciones que se deben mantener entre la vanguar
— 174 —
día revolucionaria con la dase obrera en general, con la masa,
son de confianza mutua, no de imposición ni de violencia, sino
de dirección consciente.
La existencia de esta relación de confianza entre el prole­
tariado y su partido, y la existencia de una dirección conscien­
te y basada en el consentimiento del proletariado, por su van­
guardia organizada políticamente, dependen de una condición
de hecho: la justeza de la línea política del partido, circuns­
tancia ésta, que a su vez depende de su capacidad para recoger
e interpretar las aspiraciones de las masas y para dirigirlas
acertadamente.
Si esto no ocurre, se produce fatalmente un fenómeno de
perniciosas consecuencias para el movimiento obrero; la división
política del proletariado en diferentes partidos. La ciase obre­
ra tiene en todo el mundo un interés solidario y único: Ja des­
trucción del capitalismo y la construcción de la sociedad sin
clases. Si de hecho la clase obrera se divide nacional e interna-
cionalmente en diferentes organizaciones, ello acusa una falla
en la organización que experimenta esta división. No hay ma­
durez teórica en ella para apreciar justamente el moiriento, hay
incapacidad para ¡traducir con justeza y precisión la línea poli-
tica, hay desconfianza en la masa para con ella por no haber­
la llevado al éxito, o, hay repulsa en contra suya por haberla
desoído en sus aspiraciones y por haberle impuesto violenta y
arbitrariamente una política errónea.
Dijimos que el interés de la clase obrera era uno y solidario.
Esto quiere decir que no es el inmediato interés económico de
los gremios obreros lo que define su trascendencia histórica, su
calidad revolucionario y su carácter emancipador de la huma­
nidad. En este aspecto de las “reivindicaciones económicas”,
puede muy bien un gremio tener aspiraciones contradictorias
con el de otro gremio de su misma clase. El considerar, como
se lo hace a menudo por dirigentes sindicalistas, al interés re­
volucionario de la clase obrera, como aquél interés que tienen
los trabajadores en mejorar sus condiciones de vida dentro del
régimen capitalista, es un profundo error teórico de funestas
consecuencias prácticas. Más adelante volveremos sobre este
punto, a propósito de las relaciones entre la acción política y
la acción sindical.
¿Significa esta unidad orgánica de la acción política obre­
ra a través de la institución eme pretende representarla, que
no caben en su seno discrepancias, y diferentes opiniones para
apreciar una situación determinada ?
No, por el contrario, para que pueda crearse una línea po­
lítica consecuente es preciso que ella, deba gestarse en un pro­
ceso de discusión democrática, de libre intercambio de puntos
de vista, de esclarecimiento amplio: ello asegura, si los cimien­
tos teóricos de la organización son fuertes, el éxito en la línea
para apreciar y para actuar frente a una situación determinada.
La condición que asegura que la organización revoluciona­
ria pueda desenvolverse de acuerdo con estos principios, es la
‘‘d emocracia interna”. Ella garantiza el derecho de todo miem­
bro de la organización, para participar en la elaboración de la
línea política, el derecho a participar en su realización y cum­
plimiento y el derecho a la autocrítica a la organización en su
conjunto y a sus directivas, por las deficiencias y fallas acu­
— 175 —
sadas, ya sea en la formación o aplicación de la línea política.
Por “democracia interna, no debe, pues, entenderse fundamen­
talmente el sistema de predominio de las mayorías, sino más
bien un sistema de respeto y aprovechamiento integral de la per­
sona y derechos de cada uno de loe militantes, lo que a su vez
implica un proceso selectivo de dirigentes y de escrupuloso so"
metimiento a su autoridad. El sistema de mayorías es sólo un
recurso técnico, una fórmula ideada para que puedan adoptar­
se resoluciones sin mayores tropiezos, pero 110 es la caracterís­
tica esencial de la democracia obrera. Una línea política es jus­
ta por su condición intrínseca de penetración, profundidad teó­
rica y virtualidad práctica, y no por haber sido aprobada por
determinada mayoría. Que el procedimiento menos arbitrario,
y menos susceptibles de errores para determinar su adopción,
sea el de las mayorías, es cosa muy distinta.
Para que las posibilidades que abre la democracia interna
dentro de una organización revolucionaria, puedan ser conve-
nien!teniente aprovechadas, se requiere para su complemento de
una segunda condición: el centralismo democrático, condición
ésta que es una consecuencia de la democracia interna, y que
exige acatamiento a las resoluciones democráticamente acep­
tadas, impone una .severa disciplina interior y determina la
obligación en que se encuentran los miembros de la organiza­
ción de respetar y obedecer a las autoridades y directivas.
La posibilidad de que se planteen en el seno de la organi­
zación los diferentes puntos de vista de sus miembros para
apreciar alguna cuestión es la condición para que pueda existir
una unidad interna firme y una disciplina consciente y volun­
taria. Otra cosa es la existencia de tendencias más o menos per­
manentes dentro del partido. Estas tendencias permanentes só­
lo se justifican en cuanto constituyen elementos para poder fi­
jar con certeza una posición justa, la que necesita para ser
adoptada en circunstancias difíciles, de un análisis crítico, de­
mocrático y exhautivo. Pero cuando estas tendencias comien­
zan a expresar divergencias fundamentales y se transforman
en fracciones internas, pasan a constituir gérmenes peligrosos
de división y anarquía interna, que deben ser superadas a tra­
vés de un esclarecimiento definitivo de las divergencias fun­
damentales en cuestión. Sólo en períodos excepcionalmente os­
curos en su significación política, como los que hoy vive el so­
cialismo mundial, justifica la existencia en su organización de
tendencias permanentes en cierto grado, ya que esta circuns­
tancia puede y debe servir precisamente como contribución a la
elaboración dé un planteamiento amplio y profundo que sea ca­
paz de superar orgánicamente esa división (121) .
(121) Se preguntaba Trotzky en cierta ocasión: “¿La critica que hace la
Oposición, no comprometerá la autoridad de la URSS, en el movi­
miento obrero mundial”? Y él mismo se contestó: “La (manera misma
de plantear la cuestión, no es nuestra. Es propia de la gente de la
r'"" Iglesia, de los sacerdotes, de los dignatarios y generales, cuando ellos
plantean la cuestión de la autoridad. La Iglesia Católica exige que la
suya sea reconocida por los creyentes sin murmuración. El revolucio­
nario lo sostiene todo en actitud de crítica, más adicto se muestra pa­
ra luchar en íavor de lo que él ha contribuido directamente a crear
y fortalecer. La crítica a los errores de Stalin puede evidentemente
hacer descender su autoridad “hinchada” que no admite murmuracio­
nes. Pero en esta clase de autoridad no se basan ni la Revolución ni
la República. Un? critica franca, la verdadera reparación de los erro-
—176 —

De lo anterior se concluye que la condición que asegura y


hace posible la unidad política de la clase obrera en una sola
organización revolucionaria, es su carácter amplia, sincera y
genuinamente democrático. Ello permite la contribución perso­
nal de cada uno a la creación y realización de la política parti­
daria ,elio garantiza el respeto y el aprovechamiento de la li­
bertad creadora. Si esa unidad ha fracasado en el devenir his­
tórico del movimiento obrero, ha sido porque la organización
política revolucionaria no ha sabido establecer y practicar con­
secuentemente la democracia interna en su seno. -La democra­
cia interna proporciona las herramientas necesarias para recti­
ficar los errores cometidos y para perfeccionar y pulir orgáni­
camente la línea política del movimiento obrero.
La unidad política de la clase obrera, se nos presenta, así,
como la resultante orgánica de un proceso de maduración teó­
rica y de enriquecimiento empírico de la organización revolu-
cionaria. La unidad política de la clase obrera 110 se impone, so
conquista prácticamente, ganándose la confianza de las masas,
educándolas políticamente, creando y aplicando una línea que
vaya realizando en la medida que las circunstancias lo permi­
tan, los objetivos revolucionarios.
Nada tiene que ver la organización política y revoluciona­
ria del proletariado, entendida como sistema orgánico de par­
ticipación democrática en la obra revolucionaria, y que deviene
en organización única de la clase obrera en cuanto cumple su
misión, con el sistema totalitario e inhumano del “partido úni­
co”, impuesto por la violencia, el terror, el engaño y la men­
tira, en la Unión Soviética y en los países que quedan en su es­
fera de influencia, no obstante el ropaje “democrático” que vis­
ten éstos últimos.
En cuanto a su composición, ¿sólo puede, una organización
política obrera, estar integrada por elementos de extracción
obrera?
Al definirse la organización política de la clase obrera como
su vanguardia consciente y revolucionaria, ya se quiere decir
que no basta la sola calidad de obrero para militar en las filas
de una organización revolucionaria. Se precisa además de parte
suya una conciencia política que le permita comprender, por
sobre las circunstancias accidentales, el verdadero objetivo po­
lítico de su dase.
Por la misma razón, personas que no son obreros, pero que
han alcanzado la comprensión teórica del significado del movi­
miento obrero socialista, pueden y deben integrar la organiza*

res mostrarán al proletariado mundial, la fuerza interior de un régi­


men, que en circunstancias de lo más peligrosas, mantiene en sí las
garantías que le permiten encontrar el camino- justo. En este sentido
la crítica de la Oposición y las consecuencias que ella entraña y en­
trañará mañana eoi gran medida, elevan en último término, la auto­
ridad de la Revolución de Octubre y la fortalecen por la confianza,
no ya ciega, sino revolucionaria del proletariado internacional". (León
Trotzky, “La Révolution Défigurée”, págs. 160 y. 161; la traducción es
nuestra).
La confirmación empírica del concepto expuesto por Trotzky, la
podemos encontrar nosotros, en la sólida democracia británica, que
aún en los momentos más angustiado de su historia, como algunos de
la pasada guerra, supo mantener en plena vigencia sus instituciones
iamocráticas, y pudo así afrontar con la confianza integral del pueblo
.as diflcUes contingencias por que atravesó.
— 177 —
ción política del proletariado. Lo que define políticamente a una
persona, es su conducta política objetiva; no lo es su extrac­
ción social, ni aún siquiera la situación que pueda ocupar en
la sociedad. Engels, uno de los creadores de la teoría marxista
y decisivo organizador de las primeras agrupaciones revolucio­
narias del proletariado, fué un industrial más o menos acau­
dalado. Todos los miembros de la sociedad capitalista, al vivir
según los “status” sociales que esta sociedad contiene, por este
solo hecho afirman y mantienen el funcionamiento y la estabi­
lidad del régimen. Sólo el sentido y la dirección de su vida po­
lítica, el interés de la clase a través de cuyo objetivo se sirve,
viene a imprimirle ya un rasgo reaccionario, ya revolucionario
a la actitud política de una persona.
Este fenómeno, de que personas no proletarias, asuman
puntos de vista políticos consonantes con el de la clase obrera,
no es sino el producto de la desintegración de la misma clase
burguesa, que experimenta la influencia de la teoría y de la
acción revolucionaria, y que no puede proporcionar a sus com­
ponentes, ningún justificativo racional a su “orden” .
EÜ Manifiesto Comunista se refiere a este hecho en la si­
guiente forma:
“En fin, cuando la lucha de clases se aproxima al momento
decisivo, la disolución de la vieja clase dominante y de toda la
vieja sociedad toma un carácter tan violento y tan significativo,
que una pequeña fracción de la burguesía se separa de ella y se
une a la clase revolucionaria a la que pertenece el porvenir. En
otro tiempo una parte de la nobleza je puso al lado de la bur­
guesía. Hoy, una parte de la burguesía se une al proletariado, y
esta parte sale especialmente de la burguesía intelectual, de los
pensadores de la clase media, que han comprendido teóricamente
la marcha del movimiento histórico moderno” (122).
4 .—Acción política y aoción sindical.
No son los partidos políticos, las únicas organizaciones de
la clase obrera. Históricamente los han precedido en su apari­
ción y lógicamente los suponen, otro tipo de organización obre­
ra: los sindicatos. Estos constituyen el más depurado instru­
mento del llamado movimiento económico de la clase obrera,
modalidad de acción obrera del todo diferente por su finalidad,
a la que se realiza por intermedio de las organizaciones políti­
cas o partidos.
¿Qué persigue el movimiento económico de la clase obrera
y cuál es la finalidad propia de los sindicatos?
La finalidad genérica dei movimiento económico de la cla­
se obrera es obcener de los capitalistas mejores condiciones de
vida. El arma de lucha para conseguir este objetivo, y que per­
mite al proletariado suplir su situación de inferiorridad frente al
capital y colocarlo en condiciones de relativa igualdad frente a
él, para la celebración del contrato de trabajo, es la asociación
sindical.
Aparece evidente que la finalidad del movimiento sindical
no es política, por cuanto no tiende a subvertir el sistema ca­
pitalista de relaciones de clases y de propiedad. Por el contra­
rio en un plano de abstracciones, pudiéramos decir, con mayor
(122) Carlos Marx y Federico Engels, “Manifiesto Comunista”, pág. 35.
— 178 *

yaaón que, en cuanto mero movimiento de carácter económico,


ed sindicalismo contribuiría a sostener y afirmar al régimen ca­
pitalista. En efecto, ál conseguir para ios obreros mejores con­
diciones de vida, la acción sindical iría disminuyendo y hacien­
do menos intensa la contradicción final del sistema .Como con­
secuencia de esto, los éxitos de ia lucha sindica;! harían nacer
poderosas tendencias pequeño-burguesas en el seno del movi­
miento obrero, el que perdería de esta manera su carácter real
y concreto de sujeto y agente de la Revolución Social.
Frente al problema de las relaciones entre la acción políti­
ca de la clase obrera y su acción sindical, nos encontramos con
dos posiciones desviadas teóricamente.
La una, que pudiéramos llamar desviación sindicalista de
derecha, supervalora la importancia del movimiento sindical,
desestimando '.la trascendencia de la lucha política del proleta­
riado. Se encuentra encarnada en el movimiento obrero norte­
americano, especialmente en la “American Federation of La-
bour” . Sostienen los sindicalistas de derecha, que la lucha de
clase obrera por mejorar sus condiciones de vida a través de
la acción sindical, es el único camino positivo para hacer algo
en su interés. Olvida esta tesis que por más valiosas que sean
las conquistas obtenidas en el plano económico por los obreros
mediante ¡la acción sindical, ellas no logran romper las reía-
ciones capitalistas de producción. Y al no lograrlo, no subsa­
nan en lo más mínimo las contradicciones matrices del régimen:
la anarquía de la producción, las crisis económicas, las cesan­
tías, la inseguridad, las guerras, etc., contradicciones que pre­
cisamente afectan en forma especial y directa a la clase obrera.
Por otra parte, la mejoría en las condiciones de vida que pue­
dan obtenerse en algunos países, se paga en no pequeña pro-
porción por la mayor explotación que se somete en los países
dependientes a los nativos e indígenas. Olvida esto tesis que el
sistema capital mai emplea y dilapida las energías productivas
de la sociedad, al someter la producción a las leyes del mer­
cado capitalista y al propósito de lucro; ello significa desviar
1a. orientación de la producción de su lógico objetivo, cual es
la satisfacción de las necesidades humanas.
Resulta de todo esto que, objetivamente, la tendencia sin­
dicalista a que nos venimos refiriendo cumple un palel contra­
revolucionario al desviar a la clase obrera de su misión his­
tórica.
La segunda posición desviada teóricamente al respecto, y
oue llamaremos, extremista de izquierda, es aquella que consi*
dera absolutamente ineficaz la acción sindical, y que, aún más,
la conceptúa como contrarevolucionaria en cuanto al obtener
para los obreros mejores condiciones de vida, impide que se
produzcan las condiciones subjetivas de la Revolución y em­
bota el espíritu combativo del proletariado. Esta opinión parte
de un supuesto totalmente erróneo. La Revolución no se pro­
duce históricamente sobre las condiciones conceptuales de una
sociedad capitalista integralmente desarrollada, que ya exami­
namos en el capítulo anterior, sino sobre .las condiciones rea­
les existentes en un momento determinado. Desde el momen­
to mismo en que el movimiento sindical existe y comienza a in­
fluir en el funcionamiento del sistema económico, el movimien­
to político no puede olvidarlo ni desconocerlo. Si prescinde de
— 179 —
él, el movimiento político en cuestión llegará a ser un grupo
aislado, ineficaz y académico, al lado del cual seguirán su cur­
so los. acontecimientos sociales, sin que pueda tener en ellos
influencia alguna. Devendrán, quienes sostienen esta tesis en
un grupo, sin raíces en la realidad social, que podrá ofrecer in­
terés a los estudiosos de las “teorías políticas”, pero que no lo­
grará imprimir rumbo alguno al movimiento social. La orfan­
dad e ineficacia que en la lucha social contemporánea han ca­
racterizado a las tendencias que se colocan en este punto de
vista constituye el mejor desmentido a su “teoría”. La histo­
ria las ha despreciado.
¿Cuál es, finalmente el planteamiento correcto que cabe ha­
cer desde el punto de vista marxista al problema de las reía-
i ciones entre acción política y acción sindical?
Cabe primeramente establecer que ambos frentes de lucha,
no son contradictorios, como lo pretende la tendencia “izquier­
dista” ya bosquejada.
Esto quiere decir que pueden obtenerse dentro de los mar­
cos capitalistas ventajas para la clase obrera por medio de la
acción sindical, sin que esto implique una afirmación del régi*
men capitalista, sin que esto implique un embotamiento de la
energía y combatividad revolucionaria y un alejamiento de sus
posibilidades de realización.
¿Cómo se explica esta afirmación, si anteriormente había­
mos aseverado que, objetivamente, las conquistas logradas por
los obreros mediante la acción sindical, afirmaban el régimen
capitalista?
Es posible resolver esta contradicción si pensamos, que, en
la misma medida que la lucha sindical mejora ía situación de los
obreros, en esa misma medida contribuye a vincularlos entre sí,
a elevar su nivel cultural, a crear en ellos conciencia de clase,
a vincularlos con las organizaciones que tienen por objeto la
subversión del sistema social imperante.
Esto significa que, en la misma medida que la lucha sin­
dical y las conquistas logradas por este medio dentro de los
marcos capitalistas, alejan a la clase obrera de su carácter de
agente ideal de la Revolución, también ideal, que supone a la
clase obrera absolutamente explotada, en esa misma medida
contribuye a constituirla en agente real y concreto de la Revo­
lución, también real y concreta.
Esto significa que para que el sindicato no llegue a ser un
instrumento de estabilización social, debe, a la par de su carác­
ter de medio de lucha económica, convertirse en escuda de edu­
cación política.
Este es el concepto leninista del sindicato, como escuela re­
volucionaria. “Los sindicatos son la escuela del comunismo. Des­
tacan de su seno a los mejores hombres para la labor dirigen­
te. Sirven de enlace entre los élementos avanzados y rezagados
de la clase obrera. Unen a las masas obreras con su vanguardia
revolucionaria, pero no son una organización del Partido” (123).
Concebido el sindicato en esta forma se nos presenta, pri­
mariamente como una asociación de obreros de una misma fá­
brica o profesión en defensa de sus intereses gremiales; y, se-
(123) V. I. Lenin, cit. por J. Stalin, “Cuestiones del Leninismo”, pág. 146.
— 18Ó —
citfidariamente como una escuela revolucionaria de la clase obre­
ra, en los siguientes sentidos:
a) Cultural, en cuanto propende a la incorporación de los
obreros a la vida cultural, poniéndolos en contacto con los valo­
res artísticos, científicos, etc., lo que Ies permite alcanzar la
madurez necesaria para la comprensión de su misión histórica;
b) Técnico, en cuanto propende al dominio técnico por los
obreros de la actividad en que trabajan, preparándolos para la
dirección de las empresas; y
c) Político, en cuanto permite a los obreros Ja informa­
ción política necesaria y los prepara para su acción en este
sentido.
Las funciones educativas del sindicato, incorporan a la da-
se obrera a la actividad política, pero no significan que el sin­
dicato deba convertirse en organismo político. No, en él tienen
cabida todos los obreros, cualesquiera que sea su actitud polí­
tica, confesión ráligioea, etc. Tampoco debe sujetarlos a disci­
plina política alguna. En síntesis, no debe ser un instrumento
político, sino una escuela para la política. Este carácter suyo
exige que reine en él, él respeto por todas las opiniones, la
práctica consecuente de la democracia. Los sindicatos desde
este punto de vista, deben ser también, verdaderas escuelas de
democracia.
En lo que llevamos expuesto, va ya precisado lo que debe
entenderse, con un criterio marxista, por “independencia del mo­
vimiento obrero” y por “democracia sindical” .
S i estos principios no se respetan, si el sindicato subordi'
na su actuación a algún partido político, si desaparece de su
seno la democracia sindical, entonces se interrum pe la “cadena
de transmisión” (124) entre la masa y su organización políti­
ca, se aparta esta última de la primera y deja de ser su ins­
trumento, para convertirse, por él contrario, la dase obrera en
instrumento del partido.
Ya expresamos, que no es el interés gremial de los obreros,
—aquel que fundamentalmente representa el sindicato—, el que
le confiere trascendenda y significación al movimiento obrero,
Riño su interés político de clase.
El interés gremial puede en determinadas condiciones, en­
contrarse en contradicción con el interés político de clase ded
•proletariado. Así, p. ej., es corriente que en el transcurso del de­
sarrollo de las fuerzas productivas durante el capitalismo, se
plantee la necesidad de racionalizar y mecanizar alguna indus-
tria, lo que origina graves problemas a ios obreros que median­
te aquellas medidas han de quedar parados. El interés gremial
de los obreros afectados exige que se opongan a dichas medi­
das, para proteger el interés de los obreros presuntamente afec­
tados. Sin embargo,, el interés poüítico de la dase obrera, que
requiere para su realización del desarrollo de las fuerzas pro­
ductivas, no se ve afectado por este problema; por el contra*
rio, en cuanto la mecanización de una industria proporciona
una condición más para el socialismo, ella lo favorece. Ello sin
perjuicio, como es lógico, que se utilice el sindicato para pedir
v obtener que se arbitren medidas que proporcionen a los afec­
tados otra ocupación o los indemnicen por el perjuicio que ex­
perimentan .
(124) Expresión de Lenin para calificar la función del stndiacto.
— 181 —
Otro ejemplo: la fuerza de los gremios obreros es muy des*
igual; depende su potencia de la importancia de la actividad co­
rrespondiente. La fuerza del gremio ferroviario es muy supe­
rior a la que tienen los trabajadores de industrias secundarias,
de las que se puede fácilmente prescindir. En el terreno exclu­
sivamente gremial, tanto en un sistema .capitalista, como en uno
socialista, ios gremios poderosos, debido a la importancia de la
actividad en que trabajan, pueden presionar por la huelga, a que
se les de garantías de toda clase, que no podría obtener por el
mismo medio un gremio de una actividad secundaria. Esto quie­
re decir, que puede de este modo un gremio poderoso obtener
tales ventajas mediante su acción sindical, que ellas lleguen a
significar en el hecho un injusto gravamen a los obreros de
otras ramas industriales, que no pueden conseguir las mismas
ventajas, pero sobre los cuales repercute el mayor costo de la
vida, originado por las conquistas obtenidas por el gremio po­
deroso. Se evidencia también mediante este ejemplo, que el me­
ro interés gremial puede encontrarse en contradicción con el in*
terés del proletariado como clase, el que aspire a una equitati­
va distribución de la riqueza, no en razón de la mayor fuerza
que dispongan los gremios para presionar a la sociedad, sino en
razón del trabajo realizado o de las necesidades del trabajador,
según los casos.
Sólo el interés de clase del proletariado puede servir para
organizar en función suya a la sociedad. El interés gremial no
tiene esa propiedad, y, en consecuencia no puede traducirse en
el campo político, como tal interés, sino sólo en cuanto se sub­
ordine al interés de la clase, como todo distinto y superior o los
gremios que la componen. El interés de la clase obrera, alrede­
dor del cual .se organizará la nueva sociedad, es su interés po
Utico de clase, no su interés económico gremial. Su arma de li­
beración es en consecuencia la organización nolítica, y no el
sindicato. Las reivindicaciones económicas debe ser el “produc­
to accesorio” de la lucha política revolucionaria y no pueden
pasar a constituir el objetivo esencial del movimiento obrero,
si no se quiere que se desarrollen en éste peligrosas tendencias
pequeño-burguesas, que lo despojan de su función histórica de
agente de la Revolución.
Por la misma razón, no pueden ser los sindicatos, los orga­
nismos sobre los cuales se construye el Poder Obrero; es sobre
la base de las organizaciones políticas revolucionarias que se
irá condicionando y creando el conjunto institucional que ha de
servir de instrumento formal a la Dictadura del Proletariado.
5 .—El Estado capitalista y el movimiento revolucionario.
El problema de “las reformas”.
El Estado capitalista, en el esquema ideal desarrollado en
el capítulo anterior, es, hasta su derrumbe, la más fiel expre­
sión de las relaciones capitalistas de producción “químicamente
puras” . Sus instituciones reflejan prístinamente él ideal políti­
co liberal y burgués.
Sin embargo, en las condiciones reales de la sociedad con­
temporánea de los países capitalistas más o menos avanzados,
las contradicciones mismas del sistema han provocado reaccio­
nes en su contra que en último término, han hecho abandonar
— 182 —
al Estado capitalista, tanto su “tipicidad clásica” con que es­
taba contraído institucionalmente, como su contenido de ac­
ción “por omisión”, que lo caracterizó en sus comienzos.
Ya al examinar anteriormente, el intervencionismo, aludi­
mos a estas modalidades nuevas de acción estatal. Dijimos en
aquella ocasión que los factores que habían producido estas
transformaciones en el Estado, eran, por una parte, la presión
de las masas, sindical y políticamente organizadas y, por otra,
la intención del mismo Estado capitalista de solucionar algu­
nos de los problemas que se le presentan y que podrían con­
vertirse a la larga, en causas de profundos trastornos revolu­
cionarios en su contra. Dijimos también ya, que estos nuevos
aspectos de la acción estatal, no alteraban en su raíz, el carácter
de clase del Estado capitalista, no afectaban su estructura ñor»
mativa realizadora del capitalismo.
Ello no obstante, no estamos ya en presencia de un Esta"
do capitalista como aquél que examinamos en el capítulo ante­
rior, desprovisto de todo otro ingrediente que no sea la traduc­
ción de la voluntad de la dase burguesa. Estamos ahora en pre­
sencia de un Estado liberal capitalista '“reformado”. Y dentro
de las reformas no debemos sólo incluir las medidas de defensa
del interés económico de la clase obrera, traducidas en un “de­
recho social o del trabajo”, sino aún también aquellas medidas
que tienen una apariencia socialista, como las nacionalizacio­
nes de servicios públicos y de algunos monopolios.
¿Qué relación tienen estas reformas con la Revolución?
El criterio para abordar la cuestión es el mismo que utili­
zamos para apreciar las relaciones entre la acción política y la
acción sindical. Es casi el mismo problema apreciado desde do3
distintos puntos de vista.
Las reformas, en el régimen capitalista pueden ya, consti­
tuir medidas de consolidación del sistema y tener un carácter
reaccionario, ya constituir “momentos” en la acción revolucio­
naria integral, según sea el sentido objetivo de la política que
las inspira y de la que forman parte.
Una medida reformista, puede ser reaccionaria o revolu­
cionaria según sea el sentido y la dirección que tomen en el con-
iunto de los acontecimientos sociales. Tomemos algunos ejem­
plos: las medidas de nacionalización y la legislación obrera im­
puestas por Bismark en el Estado alemán, a fines del pasado si­
gilo y, las medidas de nacionalización que reailizan hoy en día
Estados como el inglés y el checoeslovaco, verbigracia.
Para Bismark, .su política “socializadora”, y en general to­
da su política del trabajo, eran medidas para fortalecer el ca­
pitalismo alemán, para asentar firmemente el dominio de la cas­
ta militar e imperialista prusiana. Eran esas medidas, un. ins­
trumento para contener y neutralizar el crecimiento del Partido
Social-demócrata. Eran un pretexto para atacarlo y colocarlo
en la ilegalidad. Eran medidas que en definitivas alejaban a
Alemania de la Revolución.
El laborismo inglés o el socialismo checo, al nacionalizar
algunas industrias básicas de sus respectivos países, al crear un
completo sistema de seguros sociales, pretenden, por el contra­
rio, crear pivotes, puntos de apoyo para el socialismo en cons­
trucción. Pretenden afirmarse en esas conquistas, en esas re­
formas, para después poder ir más allá de ellas mismas, a tra-
— 183 —
ves de una política audaz y con perspectivas progresistas. Esas
reformas, en los mencionados países, no son pues, reaccionarían,
sino revolucionarias, no en sí mismas, sino en relación con el
movimiento total que las arrastra y que les imprime ese ca­
rácter .
Aún más, puede una medida reformista, levada a cabo con
propósito reaccionario, llegar a ser objetivamente revoluciona­
ria, si el movimiento social sabe y puede aprovecharla en pro
de sus fines, si tiene la suficiente fuerza para incorporarla co­
mo fase en su propia lucha y para sus propios objetivos. Tal,
creemos, es el caso, —y perdónesenos la alusión a cuestión de
tanta actualidad, pero que creemos extraordinariamente decido­
ra—, que hoy cabe plantearse con respecto a la política “social”
y “antiimperialista” del actual gobierno argentino-. Tenemos la
impresión de que sus propósitos no son precisamente los de
preparar un proceso de definitivas reformas sociales, en fun­
ción del socialismo. Sin embargo, las medidas que ha tomado en
algunos sentidos, pueden alcanzar objetivamente un. carácter
revolucionario, en la medida que el movimiento social y político
argentino sea lo suficientemente fuerte, como para apoyarse en
ellas, con miras a proyectarlas hacia adelante con un sentido
progresista y revolucionario, que está muy lejos de coincidir con
las intenciones de los grupos gobernantes .
Stalin ha definido con precisión ila concepción revoluciona'
ria de las reformas, oponiéndola a la concepción reaccionaria y
“reformista” de las mismas. “Para el reformista —ha dicho—,
las; reformas son el todo ; a él la revolución sólo la interesa como
medio para charlas, para desorientar. Por eso con la táctica re­
formista, bajo las condiciones del Poder burgués, del capitalis­
mo, las reformas se convierten inevitablemente en instrumen­
tos de consolidación de este Poder, en instrumento de descom*
posición de la Revolución”. “Para el revolucionario —continúa—
oor el contrario, es la labor revolucionaria, y no las reformas,
lo principal; para él, las reformas son un producto accesorio de
la revolución. Por eso, con la táctica revolucionaria, bajo las
condiciones de existencia del Poder burgués, del capitalismo, las
reformas se transforman, naturalmente en instrumentos de des­
composición de este Poder, en instrumentos de fortalecimiento
de la Revolución, en puntos de apoyo para el desarrollo ulterior
del movimiento revolucionario” (125).
6 .—El Estado capitalista y el movimiento revolucionario.
El problema de “la colaboración”.

Después de esta aclaración sobre las relaciones entre las


reformas y la Revolución, estamos en condiciones de abordar el
problema de la llamada “colaboración”.
¿Cómo se ha planteaido corrientemente este problema en
el seno de las organizaciones políticas revolucionarias?
El problema de la “colaboración” se ha planteado corrien­
temente, preguntándose si puede o no. un partido revoluciona­
rio, participar con alguna responsabilidad en el gobierno de un
Estado capitalista.
Como puede apreciarse, teniendo en cuenta las considera-
(125) José Stalin, “Cuestiones del Leninismo”, pág. 81.
— 184 —
ciones anteriores, el planteamiento del problema en la forma
mencionada está hecho con criterio antidialéctico. El plantea­
miento adolece del defecto que, formulado como está, utiliza
conceptos lógicos de una vigencia real sólo relativa.
Es evidente que una organización política revolucionaria
no puede colaborar en ningún gobierno de Estados capitalistas,
s.i éste expresa y lisa y llanamente el interés capitalista. Es el
caso del Estado capitalista puro, en una sociedad capitalista
pura, ccrno los examinamos en el capítulo anterior.
Pero en cuanto algún Estado concreto se hace agente de
reformas más o menos sustanciales, en esa misma medica deja
de participar absolutamente del carácter de Estado capitalista
puro. Ya hemos visto el doble carácter que pueden tener estas
reformas, según sea la orientación de conjunto, la dirección to­
tal de la política en que están insertas.
Ahora bien, si un partido revolucionario puede desde el
gobierno del Estado, producir esas reformas e incorporarlas co­
mo “momentos” a la trayectoria revolucionaria que consciente­
mente quiere provocar, si todo ello es posible, no hay ninguna
razón que impida la llamada “colaboración”, colaboración que
no será en este caso para consolidar el régimen capitalista, si­
no para lo contrario, para contribuir a su transformación.
¿De qué depende que se presenten estas circunstancias? De­
pende en primer lugar del complejo de factores objetivos, exter­
nos e internos del Estado en cuestión, que puedan o no aconse­
jar la “colaboración”. Y depende en segundo lugar, de las cir­
cunstancias subjetivas del Partido, de su fortaleza, unidad, con­
ciencia revolucionaria, comprensión justa por sus dirigentes del
momento histórico y de las tareas que procede realizar, de su ca­
pacidad para llevarlas a cabo y proyectarlas más allá de sí
mismas, en un proceso cada vez más acelerado hacia el cumpli­
miento total de los objetivos revolucionarios.
Se trata, pues, no de una cuestión “doctrinaria”, como an­
tidialécticamente se la plantea por algunos, sino de una cuestión
de hecho, que sólo puede resolverse mediante un análisis de los
mencionados factores objetivos y subjetivos que incidan en el
caso en cuestión.
Si cualquiera de las condiciones precisadas para que la in­
tervención de una organización política revolucionaria, en un
Estado capitalista sea fructífera, falta, la colaboración se con­
vierte automáticamente en un retroceso social considerable,
consolida la base social, política y económica del régimen, des­
orienta al movimiento obrero, corrompe a sus dirigentes y ter­
mina por destruir la herramienta misma de la Revolución. Esto
es lo que ha ocurrido con las tristementes célebres eo’aboracio-
nes “socialistas” y social demócratas en muchos países del mun­
do. Estas colaboraciones han facasado, no porque se haya vio­
lado un princioio doctrinario que no existe, sino porque han fal­
tado los requisitos de hecho, objetivos y subjetivos para que
la colaboración tenga éxito.
La alusión repetida que se hace al dogma de la no colabo­
ración, obedece a que se piensa en un Estado capitalista inte­
gral, con respecto al cual la Revolución consiste sólo en un acto
de socialización de la riqueza, ejercido per el Poder Proletario
absoluto, momentánea y efímeramente constituido en Dictadu­
ra. Pero ya hemos repetido con majadería, que en el mundo ac­
tual, tal eventualidad no se producirá. Y esto lo aseveramos en
forma categórica, porque las tendencias orgánicas del capitalis­
mo, que son las que conducirían a que se produjera esa situación,
se han visto fuertemente interferidas en su evolución por los
múltiples factores ya señalados en anteriores consideraciones.
La Revolución histórica no se efectuará a través de un so­
lo acto, querido y realizado por el proletariado, confundido con
la sociedad toda, sino en forma de proceso revolucionario más
o menos largo; la Revolución histórica no aparecerá espontánea­
mente surgida de la sociedad capitalista, como se concibe a la
Revolución ideal, sino como una reacción original del proleta­
riado, producida y provocada por su acción política a través de
r u s organizaciones de dase.
El proceso de la Revolución comienza con la construcción
del partido revolucionario y termina sólo con la instauración
definitiva de la sociedad sin clases y sin Estado.
A los partidos revolucionarios no les corresponde, pues,
idear esquemas conceptuales sobre la mejor manera de realizar
una tarea en condiciones que no existen, sino en aprovechar las
coyunturas y circunstancias creadas por el mismo capitalismo,
oara proyectarlas de acuerdo con su perspectiva revolucionaria,
hada siempre nuevas y más decisivas situaciones.
7 —El Estado capitalista y el movimiento revolucionario.
13 problema del “legalismo”.
Cuestión semejante, la dd “legalismo”, a la de la “colabo­
ración”, pero que precisa de algunas consideraciones especiales.
Se puede plantear el asunto del “legalismo” en la siguien­
te forma: ¿Se encuentra comprometido el movimiento revolu­
cionario con el régimen jurídico de una sociedad capitalista, de
modo que sólo deba utilizar los recursos legales estatuidos por
ese régimen para apoderarse del Estado, como fase para im­
poner después una nueva organización a la sociedad?
La respuesta es evidentemente negativa. No se encuentra
ligado el movimiento obrero revolucionario a la legalidad bur­
guesa, y puede, en consecuencia usar otros medios de acción,
que los permitidos por la legislación imperante en un Estado
capitalista, para realizar sus objetivos políticos de dominio del
Estad1©.
¿Cual es la justificación teórica de este aserto?
Ya hemos visto que todo Estado y la organización jurídica
que involucra es la expresión de la voluntad histórica de una
dase social. Y esto a pesar de que la ideología de esa clase pue­
da justificar racionalmente a ese Estado y su forma de gene­
ración por cualquier procedimiento o elucubración lógica. El he­
cho de que en la democracia capitalista el gobierno del Estado
sea elegido directa o indirectamente por sufragio universal y
aparezca así investido del “mandato soberano del pueblo”, no
altera en lo más mínimo nuestra aseveración. El carácter de
clase de un Estado no se determina ni por su forma de dec-
ción, ni por la extracción social de sus gobernante, ni por la
ideología que ésto.s últimos dicen sustentar, sino sólo y exclu­
sivamente por la orientación clasista de sus política.
La legalidad burguesa no es un ordenamiento jurídico que
se desprenda de las necesidades reales de la sociedad, en consi­
— 186 —
deración a ellas, sino que se fundamenta en Jas necesidades de
clase de la burguesía, necesidades que respondieron a lo que
la sociedad requería en determinada época, pero que hoy no
coinciden con las exigencias sociales, sino que se encuentran en
oposición con ellas.
La forma de generación del Estado no tiene así universal
validez ni obligatoriedad con respecto al proletariado, pues só­
lo expresa la forma particular del pensamiento político de la
burguesía, pensamiento que traduce sólo su limitado interés de
clase.
Tanto es así que, como ya vimos, el pensamiento político
burgués clásico confundió los conceptos de propiedad burguesa
v de ciudadanía, de tal manera que el sufragio universal y el
reconocimiento de los partidos antiburgueses, fueron impuestos
por el movimiento social y significaron en el fondo una conce­
sión de la burguesía en retirada.
Ahora bien, la conquista del sufragio universal, el recono­
cimiento de las organizaciones sindicales y políticas del prole­
tariado y la posibilidad de que éstas alcanzaren representación
oarlamentaria y legislativa no tienen otro valor que el de ser
instrumentos de lucha de la clase obrera. No significan pues,
nue el proletariado comprometa, al utilizar estos recursos, el
derecho histórico que tiene su voluntad política de regir la so­
ciedad.
La clase obrera no tiene otra razón ni fundamento, no ne­
cesita otra fuente de legitimación para justificar su derecho
a alcanzar el Poder y a. disponer de él en cuanto sus fuerzas lo
permitan, que la posibilidad que tiene de realizar una tarea que
la sociedad exige para desarrollarse y progresar. En esto re­
side la fuente del derecho a gobernar que inviste el proletaria­
do constituido políticamente. Si considera el proletariado orga­
nizado los medios que le franquea el Estado burgués, y los uti­
liza en su servicio, lo hace sólo en cuanto constituyen armas
para realizar su acción, no dándole con ello ;patente alguna de
legitimidad exclusiva..
En consecuencia, en cuanto esos medios legales, no le sir­
ven para sus efectos políticos, pueden las organizaciones polí­
ticas de la clase obrera recurrir para obtener sus fines a cualquier
otro medio. La clase obrera se encuentra, pues, investida del
“Derecho a la Revolución”, del derecho a desconocer la vigen­
cia. con respecto a sí, de instituciones políticas expresivas de
un interés que no es el suyo, ni hoy día tampoco, el de la so­
ciedad .
Esto quiere decir, en segundo lugar, que el movimiento po­
lítico obrero puede utilizar como medio de alcanzar interven­
ción en el Estado, cualquier procedimiento, desde el '“‘democrá­
tico” del sufragio universal, hasta el de la sublevación armada
en contra de las autoridades “legítimamente constituidas” .
El criterio para adoptar uno u otro procedimiento, es una
cnesMójí de hecho, y no una cuestión de “doctrina” .
“Lo que decide no es el método, sino su justa aplicación,
ia orientación marxista de los acontecimientos, la organización
potente, la. confianza de las masas conquistadas por larga expe­
riencia, una dirección perspicaz y resuelta. El resultado de todo
combate depende del momento y las condiciones del conflicto,
de la relación de fuerzas. El marxismo está lejos de afirmar
— 187 —
ene el conflicto armado es el único método revolucionario, lina
panacea buena para todas las condiciones” (126).
Esto quiere decir que si el movimiento político del proleta­
riado utiliza el sufragio universal, o cualesquiera otra institu­
ción de la legalidad burguesa, ello no le da tampoco legitimidad
a su Poder, de tal manera que una vez en él, una de las prime­
ras medidas del proletariado constituido políticamente, debe ser
la abolición del sufragio universal, como fuente de su autori­
dad y de “soberanía”, sin perjuicio que pueda emplear la téc­
nica del sufragio como medio de autocontrol para pulsear la
opinión colectiva o para otros efectos accidentales.
8 .—La esencia revolucionaria del molimiento político de la
clase obrera. El problema de “la violencia”.
Podemos ahora determinar, a modo de resumen, en qué
consiste el carácter revolucionario que reviste la lucha por el
socialismo, y su instrumento de realización, la organización po­
lítica del proletariado.
Tanto se usa y abusa del término “revolucionario”, que
pocos son los partidos políticos que no se autocaliifican como
tales.
De las consideraciones que preceden se desprende que la lu­
cha por el socialismo es revolucionaria en un doble sentido: ma­
terial y formal.
El contenido de la lucha por el socialismo es revolucionario
porque pretende transform ar cualitativamente la organización
social capitalista y substituirla por otra, de orientación absolu­
tamente diversa. El socialismo pretende realizar una “Revolu­
ción Social”, esto es una subversión de las relaciones de clases
v de propiedad.
No todo cambio producido en una sociedad puede calificar­
se, desde este punto de vista, como revolucionario sino sólo aque­
llos que implican una aliteración de las relaciones de produc­
ción, aquéllos que implican la substitución del interés de una
clase por el de otra, como interés a cuyo servicio se organiza la
sociedad.
La forma de 1a, lucha por el socialismo es revolucionaria,
porque no se considera obligada a respetar las normas legales
vigentes sobre generación de los Poderes Públicos, y poraue en
el caso de emplear los recursos consagrados por esas normas,
lo hace con la intención de desconocerlas después, al menos, en
su carácter de legitimadoras de la autoridad.
Para oue un partido pueda con propiedad denominarse re­
volucionario se requiere que concurran en él estas dos condi­
ciones copulativas. No basta que aspire a cambiar la organiza­
ción social para pretender serlo. Si se considera obligado a res­
petar la legalidad en su acción política, de hecho, limita y ha­
ce objetivamente estéril su “intención” revolucionaria. Tampoco
es suficiente el que una organización política persiga, sus fines,
desconociendo la obligatoriedad de las normas legales de Dere­
cho Público, para oue pueda calificarse de revolucionarias. Los
nartidos fascistas, las milicias y guardas blancos son organiza­
ciones que usan procedimientos extralegales y sin embargo, no
(126) Iveón Trotzky, “Lucha contra el Fascismo”, cit. por Humberto Men­
doza, en " ...Y ahora ”, pág. 300,
— 188 —
son revolucionarias, porque no tienen como objetivo la reali­
zación de una Revolución Social, en el sentido ya precisado.
Forma y contenidos revolucionarios se condicionan recíproca­
mente entre sí (127).
La Revolución aparece, pues, en este doble sentido, como
violenta, en cuanto afirma y realiza la transformación cualitati­
va de la sociedad, tanto en lo relativo a las relaciones de clase
v producción, como en lo relativo a las instituciones políticas
en que se expresa.
La circunstancia que esta violencia “teórica” se traduzca
o no, en violencia en contra de Jas personas, problema que tan­
to preocupa al filisteismo (128), es una cuestión de hecho, que
depende de la mayor o menor resistencia física que las clases inte­
resadas en mantener el capitalismo, opongan a la Revolución So­
cial en marcha.

(127) ‘‘S omos el Partido Socialista y nuestro objeto es la transformación


revolucionaria de la estructura social, es decir, del régimen de la pro­
ducción y de la propiedad. Trabajamos por esa transformación no só­
lo en interés del individuo, sino también en interés de la colectividad,
porque nosotros consideramos ambos intereses como absolutamente so­
lidaria. Es esta transformación esencial de la estructura social, esta
■mutación (apara emplear una palabra grata al vocabulario de la bio­
logía transformista), lo que para nosotros constituye la revolución. Es
en este sentido en que he dicho y repetido que no hay dos especies
de socialismo, uno de ellos revolucionario y oteo no”.
"Creemos que esta transformación es revolucionaria aunque se
leve a cabo por medios legales; y a la inversa no sería revolucionario
un levantamiento popular victorioso que no buscara esta transforma­
ción social”.
(León Blum, palabras de un discurso suyo pronunciado en ei
XXXVIII Congreso del Partido ¡Socialista Francés (S .F .I.O .), y pu­
blicado en “¡Espartaco", (Revista teórica y política bimestral del Co­
mité Central del Partido Socialista Chileno, Santiago de Chile, N.° 1,
correspondiente a Marzo y Abril de 1947, pág. 8).
(128) Expresión muy usada por Engels, al referirse a la mojigatería peque-
ño-burguesa, que se asusta “biológicamente” ante todo lo que tras­
ciende sus horizontes intelectuales.
CAPITULO v m
EL ESTADO PROLETARIO EN LAS CONDICIONES DE LA
SOCIEDAD CONTEMPORANEA: EL ESTADO SOCIALISTA
Y LA SOCIEDAD SOCIALISTA
1 . — Generalidades acerca de la forma y contenido del Es­
tado Proletario e¡n
las condiciones sociales contempo­
ráneas.

Nos hemos preocupado en el capítulo anterior de la natu­


raleza y modalidades de la acción revolucionaria en -las socie­
dades capitalistas más o menos desarrolladas.
Tócanos ahora tratar acerca de esa acción revolucionaria,
en cuanto define los caracteres del Estado Proletario, que sur­
ge de la lucha revolucionaria en el seno del capitalismo histó­
rico.
Puede abordarse el tema desde un doble punto de vista: ya
sea el del contenido del Estado Proletario, ya sea el de su for­
ma institucional. Nos referiremos primero a su contenido y lue­
go a su forma institucional, no sin antes hacer una advertencia
previa.
El contenido y la forma, ya lo dijimos, no son categorías
independientes entre sí. Ambas están dialécticamente relaciona­
das, y reaccionan recíprocamente la una sobre la otra. En nues­
tro asunto ello equivale a decir que el contenido de la acción de
un Estado sólo viene a realizarse plenamente, cuando su forma
institucional sincroniza y se adapta para realizar dicho conte­
nido; y que la forma de un Estado sólo puede constituirse de-
finidamente, en cuanto realiza un contenido político determi­
nado.
La forma, —dice Lenin,— no es una simple cubierta exte­
rior del contenido, le da un sentido definido, una dirección. Sin
embargo, condicionada como está, la forma, tiene cierta inde­
pendencia relativa con respecto al contenido. “Cuando esta in­
dependencia relativa, en virtud de una u otras causas, se con­
vierte en independencia absoluta, la forma puede adquirir el ca­
rácter de una autosuficiencia ilimitada y cumpiLir funciones com­
pletamente distintas de las que le corresponde de acuerdo con
la naturaleza de su contenido, es decir, la forma puede llenarse
de un contenido extraño a ella” (129).
Traducida esta disgresión a la materia de que nos ocupa-
(129) M. Roseatal, "El M étodo D ialéctico M arxUta", p ig . 178.
— 190 —
mos, ella quiere decir que, no obstante depender en cierta me­
dida el contenido de la acción política de la forma institucio­
nal del Estado, goza sin embargo esta forma de relativa auto­
nomía, de tal manera que las instituciones de un Estado A,
pueden, sin embargo, servir para realizar ciertas tareas de un
contenido político B; y, que al realizarse las tareas de conteni­
do político B a través de una forma institucional A, ésta últi­
ma se transforma en B, en la medida que vaya adaptándose a
su nuevo contenido.
De no ser así ocurrida que el proletariado debería dirigir
exclusivamente su acción hacia la estructuración de un Estado
en una forma adecuada para realizar sus fines políticos, dejando
de lado toda acción sustantiva para influir y determinar en la
realización de medidas que concuerden con el contenido de sus *
objetivos políticos. Se olvidaría al proceder de esta manera an­
tidialéctica, que al utilizar una forma política para realizar un
contenido político extraño a ella, se está indirectamente destru­
yendo esa misma forma y precipitándose la construcción de una
nueva, más adecuada al contenido.
Sintetizando podemos concluir:
A) Que el contenido político de un Estado, en nuestro ca­
so de un Estado obrero, sólo puede realizarse hasta sus últimas
consecuencias en un Estado cuyas instituciones estén condicio­
nadas para ese efecto;
B) Que, sin embargo de lo anterior, puede servir la for­
ma del Estado capitalista, para realizar con cierta medida los
objetivos políticos de la clase obrera, que constituyen el conte­
nido de su Estado, y
C) Que la acción política de contenido obrero, realizada
a través de instituciones que no fueron creadas para responder
a sus intereses, contribuye a la creación de nuevas formas ins­
titucionales, adecuadas a la naturaleza de su contenido.
Todo esto significa que el proceso de construcción del Es­
tado Proletario comienza ya, con la organización política de la
clase obrera en sus partidos de clase, se continúa a través de
la realización de sus objetivos históricos, presionando primero
al Poder Público y conquistándolo después, para terminar só­
lo con la instauración de la sociedad sin clases y sin Estado.

2 .— Contenido político del Estado Proletario en las condi­


ciones de la sociedad contemporánea: El Estado So­
cialista y la Sociedad Socialista.

El objetivo único y exclusivo de la Dictadura del Proleta­


riado en una sociedad capitalista integralmente desarrollada se
confunde totalmente con la socialización de los medios de pro­
ducción monopolizados al máximo, mediante el acto político re­
volucionario. ;
Los objetivos políticos que las circunstancias concretas van
exigiendo del movimiento obrero socialista, en el mundo capita­
lista contemporáneo, difieren y se alejan de aquellos implicados
en el esquema conceptual de la Revolución pura, en la misma
medida que la realidad capitalista difiere y se aleja de su esen­
cia conceptual.
Ya nos referimos anteriormente en qué consistían esas di­
ferencias y de donde provenían. Diferencias todas éstas, que
— 191 —
son sólo modalidades en relación con el objetivo propio y polí­
tico del movimiento obrero; la expropiación del capital, hacia
cuya consecución se dirige el proletariado, donde sea que exis­
te como fuerza política.
Examinaremos cuáles son esas modalidades de la acción po­
lítica obrera, en cuanto se traducen en el contenido del Es­
tado Proletario.
En primer lugar, la circunstancia de que el capitalismo no
se destruye ni se derrumba en un solo acto, en el plano inter­
no de un país, en tal forma que la socialización del capital exige
un lapso de tiempo más o menos largo, durante el cual la bur­
guesía continúa influyendo como fuerza social, implica la nece­
sidad de un organismo permanente, de tipo coercitivo, destina­
do a preservar el orden revolucionario en el interior y a impe­
dir trastornos y sublevaciones en su contra.
En otras palabras, la coacción natural, ejercida por la so­
ciedad entera para destruir el capitalismo, que nos presentaba
nuestro esquema de la Revolución Ideal, se trueca en las con­
diciones sociales históricas, en una coacción organizada y más
o menos permanente, que necesita de un poder o fuerza social,
independiente de la sociedad y, que no es sino el Estado Prole­
tario. Repárese en que este Estado Proletario, cuya naturaleza
extraemos del análisis de la realidad social no tiene la efímera
existencia del Estado Proletario en las condiciones ideales del
capitalismo, donde sólo era un mero sujeto atributivo de un ac­
to puro, simple e instantáneo, sino que se nos impone como un
Poder real, de existencia prolongada, que realiza en un lapso
de tiempo apreciable su acción socializadora y que entre tanto,
ejerce una efectiva y permanente coerción contra la burguesía
expropiada. La Dictadura del Proletariado en las condiciones su­
puestas en este capítulo y que son las que en mayor o menor
grado se presentan en la realidad, realiza así .su función coac­
tiva a través de un derecho que protege el orden revoluciona­
rio, de las amenazas interiores. Nos remitimos aquí a la última
parte del capítulo acerca de la “Revolución Socialista Ideal”
donde analizamos con mayores detalles la naturaleza de esta
acción coercitiva.
En segundo lugar, la circunstancia de que en el plano inter­
nacional no se provoque una Revolución de alcances universales,
sino que ésta tienda a realizarse a través de un proceso multi­
forme y no sincronizado, en las diferentes regiones del globo,
hace necesario que en los Estados en que el movimiento obrero
haya alcanzado influencia decisiva o la totalidad del Poder, se
disponga de una organización de tipo militar que les permita
defenderse o precaverse de posibles agresiones de Estados ca­
pitalistas. La existencia de un ejército supone también la de un
poder social, distinto de la sociedad misma, que en nuestro caso
es el Estado Proletario. Como se ve, aquí también las diferen­
cias entre el esquema ideal de la Revolución, que se nos presen­
ta con proyecciones mundiales, y la Revolución histórica, con­
duce a la imposición de una nueva función al Estado Proleta­
rio histórico, de la que carece su concepto ideal: la de proveer
a la defensa militar de las conquistas revolucionarias en con­
tra de sus enemigos externos.
Podría creerse que las dos funciones privativas de. los Es­
tados revolucionarios que van naciendo del capitalismo históri­
— 1Ó2 —
co, aparte de la función expropiadora que les es eomún con el
Estado revolucionario Mea!, son simples adecuaciones de la Re­
volución a las circunstancias concretas, sin mayor trascenden­
cia. Sin embargo, no es así por las razones que entramos a ex­
plicar.
Si la sociedad comunista, resultante de la Revolución Obre­
ra, tiene un alto valor ético y humano, es, precisamente porque
no constriñe la libertad humana y porque elimina a los intereses
de grupo, que como los de las fuerzas armadas, absorben gran
parte de la riqueza social, condicionando desfavorablmente !a
utilización y distribución racional de la riqueza.
Ahora bien, las nuevas funciones del Estado Proletario,
a que nos referimos, significan'precisamente constricción de la
libertad, la primera, y mantención de una organización militar
independiente del resto de la sociedad, la segunda. Sólo puede
justificarse el ejercicio de estas funciones por el Estado Prole­
tario, en cuanto deviene en un “momento” de la Revolución mun­
dial, en cuanto la alientan y en cuanto le permiten luego a la
nueva sociedad deshacerse de tan peligrosa herencia que recibe
del mundo burgués. Sólo se justifica la persistencia del Estado
a través de su dictadura política y de la organización militar
subordinada a él, en cuanto este Estado policial y militar va
dejando de serlo en la medida que va contribuyendo al desenla­
ce definitivo de la Revolución, en su interior y en el mundo
entero.
Desde el momento en que ello no ocurre, la Dictadura del
Proletariado deja de ser progresiva y revolucionaria para tro­
car en una nueva forma de opresión, con novedosa y simuladora
etiqueta, pero no por ello menos opresión.
Deja la Dictadura del Proletariado de ser progresiva, por­
que limita la libre expresión de la actividad humana, única con­
dición que garantiza el avance y el sentido liberador a la socie­
dad nacida de la Revolución. Deja de ser revolucionaria, porque
al no contribuir al desenlace progresivo de la Revolución mun­
dial y al permitir en su seno la aparición de intereses de gru­
po, como los burocráticos-militares, crea de hecho un obstácu­
lo para la plena aplicación de las normas comunistas de re­
partición de las riquezas.
Si bien la persistencia en las condiciones de la Dictadura
del Proletariado dé ciertas limitaciones a las actividades que
comprometen la estabilidad del orden revolucionario, y la exis­
tencia de una organización militar distinta de la sociedad, son
condiciones necesarias de Ja Revolución en el medio capitalista
contemporáneo, al mismo tiempo estas necesarias funciones del
Estado Proletario son fuentes peligrosísimas de degeneración
suya y de desvirtuaeión total de sus finalidades históricas.
Sólo la flexibilidad dialéctica de las organizaciones políti­
cas revolucionarias, su genuina inspiración y sentimientos liber­
tarios, su raigambre democrática y humanista, pueden sortear
con éxito, estas dificultades y garantizar la supervivencia dd
sentido revolucionario en la Dictadura del Proletariado ejerci­
da en las condiciones reales de la sociedad contemporánea. El
fracaso de estas tentativas y la degeneración subsecuente del
Estaldo Obrero en una tiranía opresiva de la condición humana
ejercida por una casta burocrático-militar, encuentra en el tris­
— 193 —
te destino de la Unión Soviética un ejemplo trágico y aleccio­
nador.
Sólo la más consecuente democracia interna en el seno de
las organizaciones revolucionarias, el más amplio y exigente
control democrático a las autoridades en su aplicación de la le­
galidad revolucionaria, pueden garantizar la perspectiva y el
desenlace constructivos de la Dictadura Proletaria tal como se
nos ofrece por realizar históricamente, evitando así la desvir-
tuación de su propósito libertario y humanista: la emancipa­
ción del hombre a través de la conquista de la verdadera Li­
bertad.
La más decisiva e importante consecuencia que se despren­
de del incumplimiento de la misión integral del capitalismo en
las sociedades históricas contemporáneas, es el limitado des­
arrollo que han alcanzado las fuerzas productivas de la socie­
dad, y, en consecuencia su incapacidad real para satisfacer to­
talmente las necesidades humanas. No ya esto en un sentido
cualitativo, —que tal limitación proveniente de la orientación
de la producción hacia ei lucro capitalista es aun inherente a
una sociedad capitalista integralmente desarrollada según sus
propias leyes—, sino en ei sentido cuantitativo de que las ener­
gías productivas, aún bien orientadas, son insuficientes para lle­
nar lo que las necesidades humanas requieren para su satis­
facción .
Por las razones a que en otra oportunidad hacíamos men­
ción, el socialismo aparece y se desenvuelve triunfalmente en
un medio en el cual la riqueza colectiva no es todavía la sufi­
ciente para permitir que, suprimidas las clases mediante la ex­
propiación del capital, rija con plena vigencia el principio co­
munista de la distribución: “de cada cual según su capacidad, a
cada cual según su necesidad” .
Y no sólo las condiciones materiales de las fuerzas produc­
tivas se oponen a la aplicación de la máxima comunista que im­
prime carácter a la sociedad sin clases, sino que también se opo­
nen a ella los hábitos psicológicos de las personas. En efecto,
si bien no es condición inherente a la naturaleza humana el que
la persona deba y pueda trabajar sólo en virtud de una compen­
sación personal proporcionada al esfuerzo realizado, no es me­
nos cierto que desde el advenimiento del capitalismo la econo­
mía funciona sobre el mecanismo contractual del contrato de
trabajo, en virtud del cual el salario se da como una compen­
sación o precio por el esfuerzo realizado. Y no sólo esto. La
burguesía no sólo actúa movida por el principio de la compen­
sación, sino que lo hace más par el incentivo del lucro, por la po­
sibilidad de ganar najus y poder así, no sólo vivir vegetativamen­
te, sino también capitalizar. Ahora bien, la intervención de la
oíase obrera a través de sus movimientos económicos en el me­
canismo del funcionamiento capitalista le ha contagiado en par­
te considerable con el hábito psicológico ligado al modo burgués
de vida, que centra la actividad humana en el “tener” y no en
el “ser”, en el dinero y no en el desarrollo pleno de la perso­
nalidad.
Dejemos a Straohey que explique más completamente el pen­
samiento que esbozamos:
“En realidad (los socialistas) tienen un conocimiento más
exacto de la naturaleza humana que estos úllimos (los capita-
— 194 —
listas), porque los socialistas son los descubridores de los móvi­
les que, dentro de límites amplios, impulsan a la naturaleza hu­
mana. No solamente son capaces de percibir con mayor sagaci­
dad que nadie, las semejanzas actuales de los seres humanos, si­
no que están libres también de la ilusión de que los seres huma­
nos han sido siempre iguales a como son en la actualidad, y han
de permanecer iguales en el futuro.
¡Por haber 'hecho de la historia una ciencia, están en. condi­
ciones de percibir y explicar el hecho de que'la naturaleza hu­
mana, tanto de los esclavos como de los patricios de la antigüe­
dad clásica, era notablemente diferente de la de los señores de
la Edad Media, así como de que la de estos últimos era a su vez
diferente de la de los capitalistas actuales o los trabajadores asa­
lariados. En una palabra, están convencidos de que no existe la
naturaleza humana, abstracta, independletne de las condiciones
de tiempo y lugar. Por el contrario la naturaleza humana se mo­
difica invariablemente por cualquier cambio importante en la
sociedad en que viven. Indudablemente, sin embargo, lo que más
importa, si se trata d el.establecimiento de un nuevo sistema eco­
nómico, son las semejanzas actuales de los seres humanos. A este
respecto todos hemos sido moldeados por cerca de dos siglos de
capitalismo, y antes de eso, por muchos siglos de feudalismo y
de transición lenta y confusa del feudalismo al capitalismo.
En la actualidad una de las características de los seres hu­
manos contemporáneos, obligados a cambiar en ese sentido, es
que están acostumbrados a trabajar por una compensación per­
sonal. Esta es una característica que aunque pueda parecer hoy
día un rasgo eterno de la naturaleza humana, históricamente de
hecho, data sólo de los últimos siglos y se ha forjado simplemen­
te como resultado de las condiciones económicas de la época mo­
derna. Por ejemplo, esa idea del salario no pudo ocurrírsele a
un esclavo, ya que no era remunerado individualmente por su
trabajo, sino mantenido como instrumento de producción, en la
miama forma en que se alimenta de combustible una máquina o
se da de comer a un animal. Es decir, que la concepción de que
el hombre tendrá estímulos para trabajar si se le ofrecen com­
pensaciones mayores, es un producto del desarrollo del sistema
económico de los últimos quinientos años.
Durante este período, la principal tarea política de la huma­
nidad ha sido la de romper barreras feudales que obstaculizaban
a las ifuerzas de producción siempre en ascenso. La naciente cla­
se capitalista cumplió esta misión infundiendo a los hombres la
esperanza del enriquecimiento personal, a cambio de mayor tra­
bajo. El enriquecimiento personal fué considerado una consecuen­
cia inevitable —hija de las leyes de la naturaleza descubiertas
por los economistas—, del crecimiento de la industria y del aho­
rro. Pero esta presunción sólo era verdad dentro de límites muy
estrechos. En general, sólt> resultó cierta para aquellos que esta­
ban en condiciones de adquirir o manejar algunos de los medios
de producción; en otras palabras, resultó cierta para los capita­
listas, pero no para los trabajadores.
Pero la concepción máiS amplia de que una compensación in­
dividual mayor es un estímulo necesario y útil para obtener ma­
yor trabajo, ha llegado a convertirse indudablemente en una
convicción firmemente arraigada en todos nosotros. En la época
capitalista e inmediatamente después, es parte de la natnraleza
humana esperar y pedir esta mayor compensación individual, a
pesar de que no- haya sido así la naturaleza humana en épocas
anteriores, ni deba serlo en épocas futuras.
Este aspecto particular de la naturaleza humana contemporá­
nea es un factor que no puede descuidarse al desarrollar cual­
quier nuevo sistema de producción. Si intentáramos, en estos mo­
mentos dar pago igual a cambio de trabajo desigual, violaríamos
una de las ideas de justicia más fuertemente arraigadas. Si el
trabajador calificado no recibe mayor compensación que el que
no lo es; si el técnico altamente calificado, después de años de
preparación, no recibe más que el muchacho que comenzó ba­
rriendo la ¡fábrica, casi todos nosotros sentiríamos que se había
perdido un incentivo importante y natural para mejorar el tra­
bajo, aparte de haberse cometido una grave injusticia.
— 195 —
Y dentro de nuestro tiempo y circunstancias, tendríamos ra
xón. A pesar de que los recursos productivos de la humanidad
se han desarrollado enormemente, no lo han sido hasta el punto
de que nos eximan de variar las compensaciones de aquellos cu­
ya contribución para la sociedad varía también. Cualquier inten
to en la actualidad de imponer salarios rígidamente iguales (o
proporcionados a las necesidades, con prescindencia de su cali­
dad y cantidad) para los trabajadores, demostraría incompren­
sión de las circunstancias reales en que vivimos, pues induda­
blemente tal igualdad rígida estorbaría y quebrantaría el desa­
rrollo ulterior de la producción. Hombres y mujeres, tales como
son en la actualidad, no trabajarían con eíicacia o empeñosamen­
te si no supieran que el mejor trabajo, el más intenso, puede pro­
porcionarles compensaciones mayores” (130).
Los hábitos psicológicos a que nos hemos referido, no obs­
tante que habrán de desaparecer orgánicamente en una socie­
dad en que los medios de existencia permiten su aprovecha­
miento según las necesidades de cada individuo, sin hacer de­
pender su distribución de la calidad y cantidad del trabajo rea­
lizado, encuentran todavía en las sociedades relativamente po­
bres, una decisiva y capital utilidad.
La socialización de la riqueza, que presume su existencia,
es la tarea del proletariado; la creación de la misma, función
previa a la anterior, es la tarea que correspondió cumplir a la
burguesía. Mas, si se colectiviza la economía de un país en el
que la riqueza no basta para asentar la sociedad comunista, es
evidente que se necesita proseguir, con posterioridad a la colec­
tivización, el desarrollo de las fuerzas productivas, para que
pueda cumplirse con la función capitalizadora que la burguesía
no alcanzó y no pudo realizar. Y esto a su vez requiere de la
existencia de alicientes que muevan a los hombres a trabajar,
que Jos determinen a producir. Estos alicientes e incentivos no
son otros que los que la sociedad colectivista recibe como he­
rencia del capitalismo en los hábitos psicológicos de los indi­
viduos: la retribución del trabajo según su cantidad y calidad.
Se ¡ruede asi movilizar la energía humana utilizando como re­
sorte para su aplicación a las tareas productivas, la repartición
de la riqueza según la máxima “de cada cual según su capaci­
dad, a cada cual según su trabajo”, máxima esta que recibe el
nombre de “socialista”, para distinguirla de la máxima “comu­
nista”, que rige en una sociedad cuya producción haya alcan­
zado a limites tales que le permitan satisfacer todas las nece­
sidades humanas.
Si mientras la base material del comunismo, que lo es la
riqueza desarrollada al máximo, no se da como condición real
en una sociedad, y se precisa para aumentar la producción que
los hombres perciban diferentes ingresos adecuados a la natu­
raleza del trabajo realizado, resulta entonces, como consecuen­
cia, que se requiere durante este período de normas jurídicas
que consagren objetiva y coactivamente esta desigualdad de
ingresos y el principio socialista de repartición que la inspira.
En otras palabras, hay necesidad durante este período de tran­
sición, de un derecho económico que induzca a los hombres a
trabajar, aprovechando sus hábitos heredados del captaJismo
v protegiendo en esta forma el sistema de repartición socia­
lista.
(130) John Strachey, “Teoría y práctica del socialismo”, páigs. 101-103; lo
que está entre paréntesis es nuestro.
— 196 —
“El desarrollo de las fuerzas productivas, —escribe Marx—,
es prácticamente la condición primera absolutamente necesa-
• lia del comunismo; por que sin él se socializaría la indigencia,
y la indigencia haría resucitar la lucha por lo necesario” (131),
y en consecuencia, añadimos nosotros, resucitaría la apropia­
ción privada de la insuficiente riqueza existente, como medio
de evitar de que otros se beneficien de ella. Volverían así a
dividirse nuevamente las sociedades en clases y a reaparacer lo
que se pretendió aniquilar.
Para que este retorno a la antigua situación no ocurra, es
que se impone en toda sociedad capitalista en la que no se ha­
yan dado las condiciones económicas del comunismo, mantener
durante su período de transformación las indicadas normas de
repartición, denominadas socialistas.
“Por tanto, —escribe Lenin—, en la primera fase la socie­
dad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo)
no se suprime completamente el “derecho burgués” ; se supri­
me sólo parcialmente, sólo a medida de la transformación eco­
nómica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los
medios de producción. El “derecho burgués” reconoce la pro­
piedad privada de los individuos sobre los medios de produc­
ción. El socialismo los convierte en propiedad social. En este
sentido,— y sólo en este sentido—, desaparece el “derecho
burgués” .
“Pero este derecho persiste, a pesar de todo, en otra de sus
partes, persiste como regulador para la distribución de los pro­
ductos y la distribución del trabajo entre los miembros de la
sociedad. “El que no trabaja no come” ; este principio socialis­
ta es ya una realidad; “a igual cantidad de trabajo, igual can­
tidad de productos” ; también es ya una realidad socialista.
Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime to­
davía el “derecho burgués”, que da una cantidad igual de pro­
ductos a hombres que 110 son iguales y por una cantidad des­
igual de trabajo” .
“Esto es un defecto, —dice Marx—, pero un defecto inevi­
table en la primera fase del comunismo, pues, sin caer en uto-
pismo, no se puede pensar que al derrocar el capitalismo, los
hombres comiencen a trabajar inmediatamente para la sociedad
sin sujeción a ninguna norma de derecho; además la abolición
del capitalismo no sienta de repente las premisas económicas
para este cambio” .
“Otras normas fuera de las del “derecho burgués” no exis­
ten. Y entre tanto persiste la necesidad del Estado, que, velan­
do por la propiedad social sobre los medios de producción, ve­
lará por la “igualdad de trabajo y por la igualdad en la dis­
tribución de los productos” .
“El Estado se extingue en tanto no hay ya clase capitalis­
ta, que, por tanto pueda reprimir”.
“Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues
persiste aún la protección del “derecho burgués”, que sanciona
la desigualdad de hecho. Para que él Estado se extinga por
completo, hace falta que impere el comunismo completo” .
“De donde se deduce que bajo el colectivismo (o sea una
vez efectuada la expropiación), no sólo subsiste durante un cier-
\ (131) Carlos Marx, citado por León Trotzky, “La Revolución Traicionada”,
pág. 61.
— 197 —
to tiempo el derecho burgués, sino que subsiste incluso el Es­
tado burgués sin burguesía” . “Esto podrá parecer una parado­
ja o nn simple juego dialéctico de la inteligencia, que es de lo
que acusan profusamente a los marxistas, gentes que no se
ha impuesto el menor esfuerzo para descubrir el contenido ex­
traordinariamente profundo del maxismo” .
“El derecho burgués, en materia de repartición de los ar-
tícuos de consumo, presupone también inevitablemente, como es
natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un
aparato coercitivo capaz de imponer sus normas” (132).
No menos claro que Lenin es Trotzky para referirse a las
tareas que históricamente se imponen al Estado Proletario, de­
bido al relativo atraso de las fuerzas productivas materiales
sobre las que debe construirse.
“El capitalismo ha preparado las fuerzas y las condiciones
de la Revolución Social: técnica, ciencia, proletariado. Sin em­
bargo, la sociedad comunista no puede suceder inmediatamen­
te a la sociedad burguesa. La herencia material y cultural del
pasado es demasiado insuficiente. En sus comienzos el Estado
obrero no puede permitir a cada uno trabajar según “sus capa­
cidades”, en otros términos, cuanto pueda y quiera, ni recom­
pensarse cada uno según sus necesidades, independientemente
del trabajo realizado. En interés del crecimiento de las fuerzas
productivas, hay que recurrir a las normas habituales del sala­
rio, es decir, a la repartición de los bienes, según la cantidad
y calidad del trabajo individual” (133).
“Aun en América, sobre las bases del capitalismo más avan­
zado (que históricamente se conoce), el Estado socialista no
podría dar a cada uno todo lo que necesita y se vería obligado,
por lo tanto, a estimular a todo el mundo a producir lo más po­
sible. La función de estimulador le corresponde naturalmente,
y no puede dejar de recurrir, modificándolos y suavizándolos,
a los métodos de retribución del trabajo elaborados por el ca­
pitalismo. En este sentido preciso, Marx escribía en 1875 que
“el derecho burgués es inevitable en la primera fase de la so­
ciedad comunista (socialismo), bajo la forma que reviste al
nacer de la sociedad capitalista después de un parto doloroso.
El derecho no puede elevarse nunca por encima del régimen
económico y del desarrollo cultural condicionado por este mis­
mo régimen” (134).
“Ei Estado que asume la tarea de la transformación socia­
lista de la .sociedad, estando obligado a defender por la imposi­
ción la desigualdad, es decir, los privilegios de la minoría, per­
manece en cierto grado siendo burgués, aunque sin burguesía.
Palabras que no implican elogio ni censura, llaman sólo las co­
sas por su nombre”.
“Las normas burguesas de la repartición, acelerando el cre­
cimiento de la potencia material, deben servir a los fines so­
cialistas. Pero el Estado adquiere inmediatamente un doble ca­
rácter: proletario, en la medida en que defiende la propiedad
colectiva de los medios de producción; burgués, en cuanto a que
la repartición de los bienes tiene lugar con ayuda de los mode­
los capitalistas, con todas sus consecuencias. Definición tan con-
(132) íV. I. Lenin, “El Estado y la Revolución”, págs. 84, 85, 89 y 90.
(133) León Trotzky, “La Revolución Traicionada”, pág. 52.
(134) León Trotóky, la misma obra, pág. 58. El paréntesis es nuestro.
— 198 —
tradictoria espantará tal vez a los dogmáticos y a los escolás'
ticas; no nos quedará sino lamentarlo” (135).
En síntesis, la necesidad en que se encuentran una econo­
mía y una sociedad colectivista, no lo suficientemente ricas co­
mo para establecer el oomunsimo, de imponer a los hombres
normas de repartición y sistemas de ingresos, no determinados
por sus necesidades, sino por su trabajo efectivo, exige la pre­
sencia de una fuerza social, independiente de la sociedad mis­
ma, que imponga estas normas en forma de un derecho espe­
cial. Esta fuerza social es el Estado Proletario.
Aparece ante nosotros, así, una tercera función del Estado
Proletario, en las condiciones sociales de la actualidad, función
que no es propiamente “proletaria” : la de organizar en función
de fines ajenos a las necesidades humanas, la distribución de la
riqueza, por medio de normas de repartición heredadas del ca­
pitalismo .
A este Estado, proletario, en cuanto socializa los medio»
de producción y defiende la propiedad colectivizada, y burgués,
en cuanto conserva el modelo capitalista de repartición, es al
que se denomlüia Estado Socialista. A la sociedad constituida
según este patrón es a la que Marx y Lenin llamaron “Socie­
dad Socialista” o “primera fase” o “estadio inferior del comu­
nismo”. Las norma® de repartición, heredades del capitalismo,
pero usadas y modificadas en su objetivo por el Estado Socia­
lista, se denominan también, como ya lo advertimos, norma»
socialistas de repartición.
La necesidad de aumentar la potención productiva de la
sociedad, unida a un conjunto de circunstancias especiales que
pueden concurrir, como ser la carencia de maquinarias, etc., pue­
den aún exigir del Estado Proletario la mantención o el otorga­
miento de la propiedad privada de ciertos medios de produc­
ción y de cambio, con el objeto de que el incentivo de lucro
de los particulares pueda suplir o colaborar con éxito al E s­
tado en la realización de ciertas actividades económicas.
Es lo que ocurrió en la Unión Soviética, la que por medio
de un sistema de concesiones a empresas capitalistas extran­
jeras, particularmente americanas, persiguió la industrializa­
ción bajo moldes capitalistas, de su riqueza petrolífera. E s lo
aue ocurrió también en la Unión Soviética, en el período de la
N. E. P. (Nueva Política Económica), durante el cual se es­
tableció el comercio privado en toda la Unión, con el objeto
de oxigenar el mercado, que se afixiaba en manos del Es­
tado .
Reparamos con esto, en una cuarta función no propiamente
proletaria del Estado proletario, función aue ya es burguesa,
no sólo en cuanto al procedimiento de la distribución, sino que
lo es también en cuanto al contenido propietario de la forma
de producción, típicamente capitalista.

A modo de resumen haremos el siguiente esquema del con­


tenido político de las funciones del Estado Proletario, tal co­
mo se le «frecen por realizar en el medio social proveniente de
la sociedad capitalista contemporánea:
(135) León Trotzky, la misma obra, pág. 59.
— 199 —
1 . — Punción típicamente proletaria:

Socialización de los medios colectivos de producción y de


cambio. Expropiación del capital.
Calificamos a esta función de típicamente proletaria por­
que es la realización del acto político obrero por excelencia: la
expropiación de la burguesía.
2.-—Fundones no típicamente proletarias:
a) Defensa del omeai revolucionario en centra de las ame­
nazas internas en su contra, provenientes de los sectores bur­
gueses no expropiados todavía., o de la burguesía expropiada y
contrarrevolucionaria, por medio de la privación de los derechos
poéticos a la burguesía.
Calificamos a esta función de “no típicamente proletaria”
por cuanto el acto político obrero por excelencia que define al
Estado Proletario en una sociedad capitalista integral, es de efí­
mera duración y no supone la persistencia de la burguesía,
ni la posibilidad de su recuperación política o económica, ya que
en esas condiciones, la naturaleza misma de ?a sociedad hace
imposible que se realice esa posibilidad.
Calificamos a esta función de “no típicamente proletaria”,
porque supone la persistencia de la violencia organizada en el
Estado, como realizador de un orden coactivo, siendo así que
el orden social proveniente de la Revolución Proletaria en un
medio capitalista integral, es natural y no coactivo: el orden
social comunista y libertario, sin clases y sin E stdo.
b) Befensa del orden revolucionario en contra de las ame-
nasas externas en su contra, provenientes de Estados capitalis­
tas subsistentes más o menos agresivos, por medio de la crea­
ción de una organización militar especializada.
Calificamos a esta función de “no típicamente proletaria”,
por cuanto el acto político obrero por excelenica que define al
Estado en una sociedad capitalista integral es de proyecciones
universales, como que en esas condiciones todo el mundo se ha
unificado a través de la monopolización de la riqueza. No e»
susceptible en las condiciones supuestas que se produzcan Re­
voluciones parciales e independiecntes las unas de las otras.
c) Desarrollo de las fuerzas productivas y estímulo a la
producción, mediante el empleo de las normas de repartición he-
rríladas de! capitalismo y basadas en el principio de la compen­
sación pecuniaria por el trabajo realizado: “De cada cual según
ski capacidad y a cada cual según su trabajo”.
Calificamos a esta función de “no típicamente proletaria”,
por cuanto el acto político obrero por excelencia que define
s.l Estado Proletario en una sociedad capitalista integral, supo­
ne ya un desarrollo tan intenso de las fuerzas productivas y
tan elevado nivel de la riqueza social, que la sociedad resultan­
te de 1a Revolución puede regirse naturalmente, sin necesidad
de un derecho restrictivo por el principio: “De cada cual según
su capacidad, a cada cual según su necesidad” .
d) Mantención en determinadas actividades económicas en
determinadas circunstancias y bajo determinadas codiciones, del
modo burgués de produción, con propiedad individual del capi­
tal, como medio de acelerar el desarrollo de las fuerzas produc­
tivas aprovechando el incentivo de lucro de los particulares.
— 200 —
Calificamos a esta función, de supervivencia del capitalis­
mo por cuanto ella hace permanecer, en parte, vigente el mo­
do capitalista de producción. Esta función es más accidental al
Estado Proletario que las anteriores, y puede concebirse fácil­
mente que no se necesita recurrir a ella, en ciertos medios ca­
pitalistas contemporáneos de avanzado desenvolvimiento eco­
nómico.
3 .— Determinación del carácter proletario de un Estado.
la degeneración del Estado Socialista. El caso sovié­
tico.

¿Qué razón hay para calificar de proletario a un Estado


que ejerce funciones como las detalladas en el número anterior,
muchas de las cuales tienen más caracteres propios burgueses
que proletarios?
¿Cómo puede concebirse como Dictadura del Proletariado, un
Estado que en gran medida actúa fuera de los objetivos polí­
ticos propios de la clase de la que pretende ser instrumento?
Teóricamente podemos postular que el carácter proletario
del régimen social no lo da cada una de sus funciones, consi­
deradas aisladamente, sino que lo da el conjunto de todas ellas
desenvueltas en el tiempo, lo da el resultado a que conducen.
No sólo la existencia prolongada de limitaciones a los de­
rechos políticos de una parte de la sociedad y la persistencia
de un ejército y de una burocracia permanente como entidades
distintas de la sociedad, son oportunidades peligrosas de dege­
neración del Estado Proletario.
También lo son, y quizás en mayor medida, las dos últimos
funciones señaladas al Estado Proletario y que se ve impelido a
realizan para suplir la insuficiencia productiva de la sociedad.
La distribución de la riqueza según las normas heredadas de
las sociedades clasistas, en una economía colectivizada, consti­
tuye una permanente fuente de resurgimiento de las clases so­
ciales en forma de burocracias privilegiadas. Es una necesidad
ineludible el adoptar este procedimiento, pero ello envuelve al
mismo timpo un riesgo que no es posible desconocer.
Mientras más pobre sea una sociedad, mayores posibilida­
des existen de que bajo apariencias “socialistas” se encubran
y se gesten nuevas divisiones clasistas.
Mientras más inculta sea una sociedad, lo que va ligado a
su pobreza, mayores posibilidades hay de que bajo la justifi­
cación de la “dictadura del proletariado” se escurran en su se­
no arbitrariedades de todo orden y se encubran tiranías y fa­
voritismos .
La Revolución histórica es una paso audaz hacia adelante,
no exento de riesgos y de peügros. Por el contrario, mientras
más audaz es el paso, mietras más se alejan las condiciones
reales del medio, de las condiciones ideales de la Revolución,
mayores son sus posibilidades de fracaso.
Sólo hay una garantía para impedir que el fracaso se pro­
duzca y ella es la conciencia teórica revolucionaria, la orga­
nización, la potencia y la democracia interna del partido revo­
lucionario como sostén del Estado. Es por eso que dijimos an­
teriormente qué el proceso de la Revolución comienza a reali­
zarse cuando se construye la organización política de la clase
— 2 01 —
obrera. Todo lo que se trabaje por fortalecerla y mejorarla en
todo sentido afianzará después, objetivamente, él éxito de la
Revolución.
"‘La fisonomía definitiva del Estado Obrero, —dice Trotzky
—, debe definirse por la relación cambiante entre sus tenden­
cias burguesas y socialistas. La victoria de ésta última debe
significar la supresión irrevocable del gendarme (alude a la re­
presión coactiva), en otros términos la reabsorción del Estado
en una sociedad que se administre a sí misma” (136) .
Esto quiere decir que será la historia la que en definitiva
nos podrá decir si un Estado, sedicente proletario, lo será en
definitiva. Si cada una de las funciones no típicamente proleta­
rias se ve obligado a ejercer, le significan otros tantos pa*
sos hacia adelante, hacia la sociedad sin clases, y eliminan
nuevas vallas en su marcha revolucionaria, ello querrá decir
que desde la perspectiva histórica del comunismo, podrá defi­
nirse ese período como Dictadura del Proletariado, no obstante
el aparente zigzagueo de su recorrido. Es el desenlace lo que lo
califica en definitiva. El todo dialéctico es más real que las
partes.
Desde este punto de vista la evolución sinuosa del camino
revolucionario, puede considerarse en su conjunto, cualesquiera
que hayan sido los avances y retrocesos parciales, como la Dic­
tadura del Proletariado, si ha sido la voluntad política del pro­
letariado interesada en la instauración, de la sociedad sin cla­
ses, la que ha gobernado en definitiva los acontecimientos, la
Que se ha aprovechado de los retrocesos y ha capitalizado los
éxitos en función de propia finalidad política.
“La dictadura del Proletariado es un puente entre la so­
ciedad burguesa y la sociedad comunista. Su misma esencia,
pues, le confiere un carácter temporal. El Estado que realiza
la dictadura tiene como tarea derivada, pero de todo punto pri­
mordial, la de preparar su propia abolición. El grado de ejecu­
ción de esta tarea derivada, evidencia en cierto sentido cuál es
el éxito de la idea matriz: la construcción de una sociedad sin
clases y sin contradicciones materiales” (137).
Si el aparato burocrático del Estado Proletario se aisla e
independiza cada ves más del resto de la sociedad, en vez de
irse confundiendo con ella; si el ejército profesional se separa
cada vez más del concepto de “pueblo armado”, si las diferen­
cias de ingresos entre los miembros de la sociedad por su dife­
rente trabajo aumentan en vez de disminuir; si comienzan a
generarse contradicciones de intereses entre sus miembros, si
la represión política no se desvanece haciéndose innecesaria y,
por el contrario se le usa como pretexto para coartar la liber­
tad a la sociedad toda; si ésta lejos de aumentar su dominio
consciente sobre sí misma, democráticamente, va siendo cada
vez más dependiente de fuerzas extrañas a sí misma; si, en
síntesis no se ven indicios de que el Estado comienza a extin­
guirse, sino por el contrario se refuerza progresivamente su
existencia; si todo esto ocurre, ello es señal de que, a través
de sus tareas no proletarias, el Estado Obrero ha dejado escu­
rrirse las tendencias anárquicas individualistas y ellas por so­
bre y a través del mismo Estado han aflorado en forma de nue-
(136) León Trotziky, “La Revolución Traicionada”, pág. 59.
Q37) León Trotzky, “La Revolución Traicionada”, pág. SO.
vas clases, nuevas opresiones y nuevas cadenas para la huma­
nidad. Todo ello indica que, por las vías señaladas se ha estado
desarrollando bajo apariencias “socialistas”, una nueva fase de
la lucha por la existencia individual, que es compañera insepa­
rable de la pobreza y que adopta formas más brutales y des­
piadadas, mientras más bajo sea el nivel de riqueza y de cul­
tura en una sociedad.
'El Estado Proletario que a través de sus propias funcio­
nes ha permitido su degeneración, no es ya proletario por el
contenido de su política, sino sólo una nueva forma de opre­
sión humana, encubierta en ropajes “socialistas”. Ello viene a
manifestar el fracaso de la voluntad revolucionaria del prole­
tariado, objetivada por sus organizaciones políticas y traducida
en el Estado, al no haber podido sortear los obstáculos que se
le han presentado y al haber caído vencido por los gérmenes
anárquicos e individualistas, incubados en el atraso material
y cultural que albergaba en su seno. Ello viene a significar que
en el transcurso de la lucha por liquidar ese atraso material y
cultural, se ha deslizado traidora y certeramente la enredadera
de las divisiones clasistas, encubierta ahora en formas buro­
cráticas. Ello viene a significar que la represión de los inten­
tos de recuperación del capitalismo ha hecho sus víctimas en la
Libertad y en la Democracia, imposibilitando así toda rectifr
cación y sepultando con ellas, que son su objetivo final y su
instrumento precioso, la finalidad misma del proceso revolu­
cionario.
La Revolución triunfa cuando en la medida que se va rea­
lizando, se va liberando la sociedad, va adquiriendo ésta más
conciencia y dominio sobre sí. La colectivización en sí misma,
no tiene ningún valor ético y humano en especial, es un mero
hecho que interesa a la estructura propietario-civilista de la
sociedad. Sólo interesa éticamente al hombre, la colectiviza­
ción, en cuanto afirma el dominio “lúcido y consciente” de la
sociedad sobre sí, en cuanto posibilita la autoadministración de
la organización social, en cuanto proporciona a todos los hom­
bres los medios para realizar su destino personal y les permite
aprovecharse para ello de los recursos que le ofrece el proceso
social y productor.
Mas, si el proceso revolucionario conduce a que sea un
sector privilegiado quien gobierna la sociedad, con prescinden-
cia de las m asas; si del proceso revolucionario resulta que un
sector social se va apropiando más y más del fruto del traba­
jo colectivo, dejando desprovisto al resto de la sociedad de los
recursos materiales y de la libertad espiritual necesaria para
realizar la personalidad de cada hombre, todo ello viene a sig­
nificar que la colectivización ha perdido todo sentido progre­
sivo y liberador para convertirse en condición de una nueva
forma de división clasista: por una parte los burócratas ad­
ministradores y gobernantes de la sociedad que se aprovechen
del trabajo social, y por otra, una masa ajena por completo a
la determinación de su destino y privada de los medios necesa­
rios para contribuir al desarrollo social y para desenvolver sus
propias posibilidades.
Tal es, a nuestro juicio el panorama que ofrece .la Unión
Soviética, donde la primera Revolución Obrera del mundo ha
degenerado en una sociedad de tipo sur géneris, afirmada en
el dominio de una dase burocrático-militar y en la privación de
derechos y libertades para el pueblo.
El trágico desenlace de la Revolución de Octubre es per­
fectamente explicable. El hilo del capitalismo, después de la
primera guerra se cortó por lo más delgado. Y lo más delgado
era precisamente un país en el cual no se habían dado las pre­
misas económicas y culturales del socialismo. Sólo pudo haber
tenido un sentido progresivo, revolucionario y liberador, la Re-
ttolución de Octubre, si hubiera significado, como lo creyó
Lenin, el comienzo de la “era de las revoluciones proletarias”.
Sólo así, el proletariado de Occidente pudo haber proporciona­
do al Estado Soviético los medios para llevar adelante su gran­
diosa experiencia, sin necesidad de hipertrofiar sus funciones
no proletarias, a través de las cuales se han desarrollado los
elementos de su degeneración. La teoría de Stalin del “socia­
lismo en un solo país”, aplicada a un país extraordinariamente
retrasado con relación a las condiciones ideales de la Revolu­
ción, ha demostrado su fracaso en la práctica. En vez de haber
sido la Revolución rusa sólo un aporte relativo, y condicionado
aí desenlace de la Revolución mundial, que era lo único que
podía salvarla e infundirle un verdadero carácter progresivo,
se convirtió precisamente en lo contrario, en el fin y el obje­
tivo del movimiento obrero que continuó creyendo en ella en
forma irracional. Se subordinó lo esencial a lo accidenta.], no
se supo comprender en escala mundial el sentido limitadísimo
que tiene una revolución en un país eme no tiene en su inte­
rior las fuerzas suficientes para hacerla fecundar.
El día que la Revolución alemana fracasó, y el día aue Ru­
sia dió las espaldas a Occidente, exigiéndole su sacrificio en
aras suyas, ese mismo día quedó sellado irrevocablemente et
destino de 1a, Revolución de Octubre (138) (139).
(13-S) Para un análisis, desde un punto de vista revolucionario de la expe­
riencia rusa, consúltense especialmente las obras tantas veces citadas
en este trabajo de Trotzky. “La Revolución Desfigurada” y “La Re­
volución Traicionada”, la obra de Víctor Serge, “El Destino de una
Revolución” y en forma muy particular las obras de Arthur Koescler,
“El ¡mito soviético”, “El Yogui y el Comisario”, y “Le cero et l’infi-
ni” . Las obras de este último autor son particularmente interesantes
porque están inspiradas en las nuevas concepciones humanistas cfel so­
cialismo revolucionario”, surgidas últimamente y que superan la es­
trechez dogmática con que casi siempre se consideró al “problema* ru­
so” en las polémicas tradicionales entre trotzikystas y stalinistas.
(139) "Al basarse únicamente en la teoría marxista de la dictadura del pro­
letariado, Lenin no ha podido sacar todas las deducciones impuetsas
por la condición atrasada y el aislamiento del país, ni en su obra ca­
pital sobre la cuestión (El Estado y la Revolución) ni en el programa
del Partido”.
“Esta subestimación manifiesta de las dificultades futuras se ex­
plica por el hecho de que el programa se fundaba enteramente y sin
reservas, en una perspectiva internacional. “La Revolución de Octu­
bre ha realizado en Rusia la dictadura del proletariado... La era de
la Revolución comunista proletaria universal se abre”. Tales son las
primeras líneas del programa. Los autores de este documento no se
proponían únicamente la edificación del “socialismo en un solo país’’
(esta idea no se le había ocurrido hasta entonces a nadie y a Stalin
menos que a nadie) y no se preguntaban qué carácter adquiriría el Es­
tado soviético si tuviera que desempeñar sólo durante veinte años la
labor económica y cultural, ya largo tiempo realizada por el capitalismo
¡ñamado”. (León Trotzky, “La Revolución Traicionada'" pág. 63).
4 .—Forma institucional del Estado Proletario. La organi­
zación política de ía cfci.se obrera, los órganos de poder
y los mecanismos de control.
La forma institucional de un Estado no es en sí determi-
nante de su contenido. Como ya concluimos al examinar la opo­
sición dialéctica entre las categorías de contenido y forma, la
primacía le está concedida a la primera.
El movimiento revolucionario al operar sobre las socieda­
des concretas, con hechos e instituciones políticas existentes,
va conformando, en tanto lucha por la realización de sus obje­
tivos políticos de clase, las formas políticas de que se va sir­
viendo para eMo. En esta tarea es de capital importancia el
aprovechamiento de las instituciones políticas existentes con
virtualidad histórica que pueden llegar a constituir los órga­
nos de poder en los nuevos niveles en que se plantea el aconte­
cer político. “Engels —dice Lenin—, no sólo no revela indiferen­
cia en cuanto al problema de las formas del Estado, sino que
por el contrario, se esfuerza en analizar con escrupulosidad ex­
traordinaria, precisamente, las formas de transición, para des­
cubrir con sujeción a las circunstancias concretas de cada ca­
so, de qué y hacia oué evoluciona la forma transitoria de que
se trata” (Í40).
Resulta así del todo imposible detenerse a examinar las
múltiples formas que las instituciones políticas van tomando
en el transcurso del proceso revolucionario. Ellas cambian de
país a país dependen tanto de la propia estructura institucional
vigente en cada uno, como de las tareas específicas que en ellos,
le toca abordar a la Revolución. Sólo la práctica realista pue­
de en definitiva determinar qué instituciones políticas de un
país son susceptibles de llenarse con un nuevo contenido revolu­
cionario, cuáles son caducas e inoperantes, en fin, en cuales pue­
de apoyarse la construcción del socialismo, y a cuáles debe
destruir.
Tomando en cuenta estos antecedentes previos, que relati-
vizan todo lo que podamos decir a continuación, considerare­
mos brevemente, de acuerdo con la experiencia revolucionaria
las instituciones fundamentales que, bajo una u otra aparien­
cia, han de servir de formas para la realización de los propó­
sitos del Estado Proletario, en las condiciones generales del
mundo contemporáneo.
Se ha dicho por los ideólogos del liberalismo que el fin del
Derecho Constitucional es el de precisar ios atributos del poder
y el de señalar las garantías de la libertad. En otras palabras,
se pretende delimitar la órbita de acción de los entes básicos de
la sociedad, concebida.a la manera liberal: el individuo como
ente primario, y el Estado como ente derivado y servidor de
aquél.
Bien sabemos lo mixtificador de tal concepción política.
El respeto a las libertades se presenta como el fin de la organi­
zación política, aún cuando la libertad, en su profunda signifi­
cación, no exista para los hombres reales, sino en su aspecto de
libertad económica para los burgueses, libertad a cuyo ejerci­
cio subordina la burguesía el verdadero goce de los demás de­
rechos que se les reconoce.
Ü40) V. I. "Lenin, “El Estado y la Revolución”, pág\ 8*,
— 205 —
Para el marxismo el fin de la organización política y, es­
pecíficamente de la Dictadura del Proletariado, es la conquis­
ta histórica de la libertad, no como un simple derecho formal,
sino como la posibilidad concreta de realización de las virtuali­
dades de cada hombre y de toda la sociedad.
La libertad aparece como el fin y el objetivo del Estado
Proletario.
Pero no sólo eso. La libertad es también el medio para po­
der conseguir ese fin. Mas no la libertad vacía y hueca de las
Cartas Liberales, sino la libertad para poder aportar reflexiva­
mente el concurso personal al cumplimiento de los propósitos
del Estado Obrero. Libertad, no absoluta, sino “dirigida”, pla­
nificada, como dice Manheim (141).
E sta nueva forma de concebir la libertad, significa políti­
camente, el derecho para intervenir en la creación y en la apli­
cación de la línea política del Estado, el derecho para demandar
y exigir el cumplimiento de ios fines que dice perseguir, el de­
recho para corregir sus deficiencias, el derecho para criticar a
los dirigentes y hacer efectiva sus responsabilidades y, lo que
es muy importante, el derecho para exigir que se respete por el
Estado el ejercicio de estos derechos.
La libertad, como fin del Estado Proletario, es la siempre
mayor posibilidad de realizar las potencialidades humanas, la
siempre creciente seguridad integral de cada individuo, la siem­
pre más efectiva expresión de lo que el hombre piensa, siente,
y quiere, que se va obteniendo en la misma medida que ese
Estado va cumpliendo su tarea.
La libertad, como medio de construcción socialista es el ins­
trumento necesario y eficaz para que la realización de la tarea
del Estado vaya realmente significando mayor libertad, y para
que no degenere en una nueva forma de presión y esclavitud so­
cial, en el imperio de la arbitrariedad, en el sacrificio estéril de
todo el proceso revolucionario.
Para el marxismo, entonces, el Derecho Político de un Es­
tado Obrero no es sino: a) La fórmula jurídica adecuada para
que el Estado pueda construir la sociedad sin clases y conquis­
tar así la libertad; y b) La fórmula jurídica adecuada para ha­
cer que estos objetivos no se desvirtúen, mediante el reconoci­
miento de los derechos políticos, dirigidos hacia la creación y la
aplicación de la línea política revolucionaria, y hacia la vigi­
lancia estricta del cumplimiento de la legalidad revolucionaria,
(derecho a la crítica, respeto por las opiniones, “habeas cor-
pus”, derecho a exigir cuenta y hacer efectivas las responsabi­
lidades, etc. (142).
(141) Véase las obras de Karl Mannheim, “Libertad y Planificación” “ Diag­
nóstico de nuestro tiempo”. Este autor, por caminos diversos a los del
marxismo, concluye ta/mibién en el mismo sentido, sosteniendo la ne­
cesidad de planificar la libertad, si queremos conservarla.
(142) Las observaciones que anteceden hacen ver cuán carente de todo sen­
tido y cuán alejada de la ortodoxia marxista es la “teoría” formula­
da por el aprismo (y que ha alcanzado cierta resonancia en todos los
medios socialistas), para vincular al socialismo con la libertad, exp re­
sada en la consigna “Ni pan sin libertad, ni libertad sin pan”. Esta
consigna implica la existencia de un doble objetivo para la revolución,
por una parte el bienestar material, significado por “el pan”, y por la
otra, un don espiritual, simbolizado con la palabra “libertad”. Se pre­
sume a estos conceptos, contradictorios, inconscientemente, y se les pre­
tende conciliar mediante esa fórmula. No se advierte por los creado-
— 206 —
Si concebimos al Estado, como poder revolucionario en una
sociedad capitalista ideal, integralmente desarrollada, su forma
institucional se nos presenta como absolutamente simple y abso­
lutamente divorciada de todo nexo con las instituciones del Es­
tado capitalista, que han devenido es exclusivos instrumentos
del capital monopolista. El acto político proletario en las condi­
ciones supuestas, no es sino la natural respuesta de la sociedad
a la crisisdecisiva en que se encuentra avocada. No se necesita
en estas circunstancias de ninguna institución u organismo que
prepar-e la Revolución, la concibe o la haga madurar. Ella apa­
rece como el fruto espontáneo de la sociedad capitalista.
En las condiciones reales del capitalismo histórico la sitúa"
eión se complica bastante.
El acto político del proletariado deviene en una complica­
da línea política de trayectoria más o menos larga y dle elabo­
ración reflexiva y delicada. Esta circunstancia unida al hecho
de que la línea política no es sentida naturalmente por clase
obrera, sino que necesita ser explicada, propagada y difundida,
condiciona y origina a la primera institución política del Esta­
do Proletario: la organización política de la clase obrera, como
sistema orgánico y democrático de participación consciente en
la acción política revolucionaria.
No es la organización política de la clase obrera, cuya na­
turaleza y caracteres analizamos en el capítulo anterior, lo mis­
mo que el Poder Obrero, el Estado Obrero. Estos términos de­
signan al órgano de poder que realiza los objetivos políticos. La
organización política revolucionaria precisa cuáles son esos ob­
jetivos y los presenta, por decirlo así, al Estado para que éste
los cumpla.
La segunda institución política del Estado Obrero, es, pues,
el órgano de poder, el Estado Obrero propiamente dicho.
La forma como el partido, o más bien dicho, la organiza­
ción política revolucionaria impone su voluntad en el Estado,
varía fundamentalmente según las circunstancias. La experien­
cia fusa, desde luego, nos ofrece tres modalidades diferentes de
producirse esa relación.
La primera forma de relación entre la organización políti­
ca revolucionaria y el órgano de poder es el simple control y
dominio de hecho de la primera sobre el segundo; situación que

res de esta “teoría”, que la libertad, como objetivo final del socialis­
mo, sólo puede existir en la sociedad sin clases; y que mientras ésta
no se realice totalmente, la libertad no es sino el instrumento que de­
be ponerse al servicio de la lucha revolucionaria, careciendo fuera de
esa lucha de toda significación y trascendencia.
El mismo comentario nos merece la tesis, a todas luces reformis­
ta, de quienes definen el movimiento socialista contemporáneo, contra­
poniéndolo al sovietismo totalitario, como un intento de llegar al co­
lectivismo, sin lesionar ni tocar la libertad. A nuestro juicio no se tra­
ta de “hacer concesiones” a la libertad, ni menos aún de evitar su sa­
crificio, como si fuera una deidad que se ofende y mal mira con el
movimiento revolucionario. Se trata, por el contrario, de darle un con­
tenido a la libertad, que antes y en principio no tenía, fuera de ser
libertad de explotación; se trata de incorporarla como elemento vivifi­
cador, como fuente de creación y de energía, como garantía de serie­
dad en la lucha y en el Estado revolucionario. Sólo la libertad “diri­
gida” hacia la Revolución tiene sentido al constituir un “momento” en
la conquista progresiva de la ¡Libertad, con mayúscula, en la medida
qtue ésta se conquista progresivamente, momento a momento durante
la construcción de la sociedad sin clases.
— 207 —
se presentó en Rusia luego del triunfo de la Revolución, y que
es una consecuencia necesaria de la toma del Poder en forma
revolucionaria.
La segunda modalidad de relación entre la organización po­
lítica revolucionaria y el órgano de poder, se produce cuando ía
primera es tan fuerte, y su influencia es tan poderosa en las ma­
sas, que éstas pueden democráticamente elegir a sus represen­
tantes en el Poder, sin que ello desvirtúe los fines revoluciona­
rios. E sta modalidad se observó en Rusia desde 1918 en adelan­
te, cuando el partido bolchevique logró el control absoluto de los
Soviets, elegidos democráticamente por los trabajadores. Se dió
tíe esta manera una forma regular a la generación del Poder.
Quedan al margen de toda intervención en este mecanismo de
generación de los órganos de poder, los elementos adversos y
contrarios a los propósitos revolucionarios. La primera consti­
tución soviética, de 1918, consagra este principio al privar de
derecho a sufragio público, a los burgueses y terratenientes.
La tercera modalidad a través de la cual la organización
política revolucionaria impone su voluntad en el Estado propia­
mente dicho, consiste en la generación de los órganos de poder
mediante el sufragio universal. Supone este procedimiento que,
o la burguesía haya sido totalmente liquidada como clase, o que
el control de hecho de la organización revolucionaria sobre la
población sea de tal naturaleza que quede excluida la utiliza­
ción contrarrevolucionaria del derecho a sufragio. Este meca­
nismo de generación de los órganos de poder es el que preten­
de encontrarse en vigencia en la U. R. S. S. hoy en día,, y que
fué estatuido por la Constitución de 1936.
Repárase en que estas dos últimas situaciones utilizan el
mecanismo del sufragio; pero no como expresión de ninguna
soberanía, sino sólo como un mero resorte técnico, adecuado en
ciertos casos, y no en todos, para dar oportunidad al pueblo de
intervenir directamente en la determinación de las personas que
realicen su política de clase. Es así como estas elecciones no
significan una manifestación de la “voluntad de la nación”, ni
de las opiniones políticas de los sufragantes. La línea política
general se discute, se crea y elabora democrática y orgánica­
mente en el seno de la organización política revolucionaria; y,
el electorado, que con el sufragio elige a los miembros de los
órganos de poder, sólo determina la persona de sus represen­
tantes, pero no confiere mandato político alguno. Como se ve,
para que estas consultas democráticas armonicen con el resto
del sistema se requiere que la organización revolucionaria ten­
ga la confianza de las masas y pueda así dirigirlas naturalmente,
sin recurrir a medios coactivos.
Repárase también que, cualquiera que sea el mecanismo
ideado para relacionar la voluntas obrera, objetivada en su or­
ganización política, con el Estado, ningún papel les correspon­
de a este respecto a los sindicatos. Estos, como ya lo analiza­
mos al examinar las relaciones entre la acción política y la sin­
dical, representan los intereses gremiales, que carecen de toda
proyección política. En la U. R. S. S. jamás se ha confundido
a los sindicatos, organismos representativos de los particulares
intereses gremiales, con los Soviets, organismos que, por lo me­
nos teóricamente, son los representantes de los intereses ge­
nerales de los trabajadores. ^
— 208 —
Esto no significa que los sindicatos no puedan intervenir
orgánicamente en la Administración. Por el contrario, la Ad­
ministración debe estar integrada por los representantes de laa
actividades económicas agrupados en sindicatos. Pero esta re­
presentación no es política, no dice relación con las cuestiones
que requieren un punto de vista clasista para solucionarlas, si­
no con ias cuestiones de orden técnico u organizativo que no im­
plican ni originan posibilidades distintas de solución, según sea
el punto de vista clasista, y por ende, político, en que se coloque.
Si los órganos de poder han de ser instituciones especial­
mente creadas al efect», en el Estado Proletario, como lo fue­
ron los Soviets rusos, o si han de encontrar sus raíces y oríge­
nes en alguna institución existente, es cuestión que sólo la pra­
xis revolucionaria resolverá definitivamente, aprovechando y
tomando en cuenta los factores especiales de cada caso.
Los órganos de poder, cualesquiera que sea su modalidad
accidental, constituyen la institución esencial del Estado Pro­
letario. A ellos les incumbe:
a) Dar vigencia jurídica y promulgar las leyes que le sir­
ven ae medios para realizar los objetivos revolucionarios. El
contenido de estas leyes traduce la línea política elaborada por
la organización política revolucionaria.
Lor órganos de poder del Estado Proletario son el asiento,
pues, del Poder Legislativo, en cuanto promulgador de las le*
yes. Como hemos dicho la inspiración de la legislación la reco­
gen los órganos de poder de la voluntad obrera, objetivizada en
la línea política de su organización revolucionaria.
b) Hacer cumplir las leyes revolucionarias, sancionando
su violación, por medio de un aparato ejecutivo y jurisdiccional.
Los órganos de poder son, pues, el asiento de los llamados
Poderes Ejecutivo y Judicial.
Además de estas funciones legislativas, ejecutivas y juris­
diccionales, los órganos de poder del Estado Proletario ejercen
la dirección de la actividad administrativa y gobiernan su rea­
juste a las nuevas condiciones políticas.
La Administración bajo el sistema capitalista es consecuen-
eialmente, en cuanto favorece el desenvolvimiento económico ca­
pitalista, un instrumento político. Ya esclarecimos el punto al
tratar en los primeros capítulos de las relaciones del Estado con
la Administración. Al socializarse la economía la funció» ad­
ministrativa se extiende considerablemente y las actividades an­
tes ejercidas privadamente se convierten en verdaderos servicios
públicos, con lo que se asimilan a la Administración. E sta se
desarrolla cada vez más en la medida que se cumple la tarea #
socializadora. El desarrollo de la Administración se opera, pues,
al mismo ritmo y en inversa relación con la liquidación del sis­
tema económico capitalista. De aquí se desprende el por qué
en este período de transformación social la actividad adminis­
trativa debe estar sujeta a un control político del Estado Pro­
letario, ya que la extensión de la Administración viene a con­
fundirse con la realización de los objetivos políticos socializa-
dores.
Esta necesaria subordinación de lo administrativo a lo po­
lítico en las condiciones del Estado Proletario, y en tanto éste
exista, no significa que la Administración pierda su especifici­
dad, su naturaleza en sí, independiente del Estado. No, la es-

)
— 209 —
pecificidad de ia Administración en las condiciones del Estado
Proletario se traduce en que ella puede y debe integrarse aten­
diendo sólo a la calidad técnica de las personas y con interven­
ción de los intereses funcionales organizados en sindicatos, sin
que haya necesidad de reparar en la calidad política de las per­
sonas, o en su pertenencia a la organización política revolucio­
naria .
Hacemos notar especialmente que todos los miembros de
la sociedad, en cuanto desempeñan una actividad social útil de­
terminada, tienen derecho a través de sus respectivos organis­
mos sindicales a participar en la gestión administrativa. La
“capitis diminutio” que en el aspecto político sufren algunas
•personas en las condiciones del Estado Proletario, no afecta
su derecho a intervenir en la marcha administrativa de la so­
ciedad.
La especificidad de lo administrativo con relación a lo po­
lítico, se manifiesta también en las condiciones del Estado Pro­
letario, en que mientras más el Estado deja de ser, en cuanto
realiza su tarea política, aproximándose a la sociedad sin cla­
ses, en esa misma medida ia administración se desarrolla, y se
gobierna con más autonomía.
Señalamos más atrás los objetivos del Derecho Político en
el Estado Proletario: la organización del poder en tal forma que
pudiera cumplir' sin tropiezos su tarea revolucionaria, y aña­
dimos a este objetivo, otro, que es su consecuencia lógica y
complementaria y que, hasta cierto punto está, comprendido en
el anterior: la imposición de un mecanismo jurídico que impi­
da la degeneración del Estado Obrero, que mantenga las con­
quistas revolucionarias, las proyecte en sentido libertario y per­
mita la constante superación democrática de la sociedad.
Las variedades de estos mecanismos político-jurídicos, que
llamamos, de control del poder, dependen con mucho de la tra­
dición política e institucional del país de que se trata, del gra­
do de su desenvolvimiento económico y de su adelanto cultu­
rad. En países de arraigada tradición y convicciones democrá­
ticas, como Inglaterra la importancia de los mecanismos de
control del poder durante el proceso revolucionario aparece un
tanto limitada. No ocurre lo mismo en países pobres, incultos
y de ninguna tradición democrática. En éstos, la garantía de
de que el proceso revolucionario conduzca a un fin progresivo
y no degenere a la manera soviética u otra que pueda apare­
cer, ia constituye precisamente la existencia de un eficaz sis­
tema institucional de control del poder. La trágica experien­
cia de la U. R. S. S. se debe en no pequeña medida a la inefi­
cacia e inoperancia de los referidos organismos.
Hemos hecho mención, ya, a dos básicas instituciones po­
líticas de la Dictadura del Proletariado: la organización polí­
tica revolucionaria y los órganos de poder. Los mecanismos po­
líticos de control, constituyen el tercer pilar del edificio de la
Dictadura Proletaria.
Como la voluntad política obrera se expresa a través del
trabajo combinado de la organización política de la clase obre­
ra y de los órganos de poder, estrictamente hablando, los me­
canismos de control deben tanto aplicarse a la una como a los
otros. Para la organización política revolucionaria, los referi­
dos mecanismos forman parte de su propia estructura interna
— 2 10 —
y deben velar por el correcto desenvolvimiento democrático en
su seno. Pero puede hasta ser necesario, según los casos, que
un órgano independiente de la misma organización se preocu­
pe por el fiel respeto de la democracia interna. En los partid
dos revolucionarios existen para cumplir esta función los “Tri­
bunales de Disciplina” u organismos similares, que pueden has­
ta poner en jaque a las autoridades ejecutivas del Partido (143).
Ello no obstante la función capital de los mecanismos de
control debe ejercitarse sobre los órganos de poder —especial­
mente los ejecutivos— del Estado.
La función propia de los mecanismos de control debe ser
la de exigir el cumplimiento de la legalidad revolucionaria. De
ahí se desprenden sus atribuciones fiscalizadoras, su misión de
salvaguardia!' el respeto a las normas procesales, especialmen­
te el llamado derecho de “habeas corpus”, su facultad de exi­
gir el reconocimiento y el respeto a la libertad espiritual, al
derecho a la crítica, etc. y su facultad de acusar a las autori­
dades tanto estatales o partidarias, su derecho a la investiga­
ción y a exigir que se rinda cuenta por todos los organismos v
funcionarios responsables de violaciones a la legalidad y de
atropello a las garantías individuales establecidas.
A los organismos políticos de control corresponden funcio­
nes que hoy en día se encuentran diseminadas en una serie de
instituciones. Así en el caso de Chile, la facultad fiscalizadora
reside esencialmente en la Cámara de Diputados; la de obser­
var la legalidad de los decretos y de examina,r las cuentas, en
la Contraloría General de la República; la de acusar a ciertos
altos funcionarios en el Congreso; la de velar por la libertad
individual, en las ¡Cortes de Apelaciones, etc.
Obsérvese que en principio la misión que asignamos a las
instituciones de control, no es propiamente jurisdiccional o ju­
dicial, la que sólo es un aspecto de la función ejecutiva que in­
cide cuando es discutido el sentido de la aplicación de la ley.
Los tribunales de justicia, son pues, órganos de poder, no de
control. Ello sin perjuicio de que necesiten de la debida inde­
pendencia en sus funciones frente a otros órganos de poder pa­
ra poder actuar con libertad e imparcialidad. El modo de poder
hacer efectiva esta independencia de los órganos de poder ju­
diciales, condición indispensable para que todo el aparato del
Estado funcione regularmente, es un problema de técnica cons­
titucional que no interesa para nuestros efectos.
Parecerá quizás arbitrario que elevemos nosotros a la ca­
tegoría de institución política fundamental, en la misma jerar­
quía que la organización política revolucionaria y los poderes
del Estado, a estos mecanismos de control. Pero no es así. He­
mos repetido con insistencia que la defensa de la libertad, co­
mo instrumento de creación revolucionaria, y como producto
de la acción revolucionaria es la condición necesaria para que
todo el proceso no se desvirtúe. De ahí la importancia de la
función que comentamos, de ahí su carácter objetivamente re­
volucionario .
(143) En la Unión Soviética la función de velar por la unidad y el respeto
a todos los derechos en y íoiera del Partido bolchevique» estaba encar­
gada a la Comisión de Control, que desde 1923 en adelante se convir­
tió en un organismo carente de todo poder real.
— 211 —
Del carácter objetivamente revolucionario de la función
política de control, fluyen naturalmente dos interesantes notas
suyas de apreciable interés teórico y práctico.
En primer lugar es interesante reparar que si bien la fun­
ción de control, como herramienta de la Dictadura Proletaria,
es parte del aparato político del Estado Obrero y en último
término coadyuva al correcto funcionamiento suyo, no es me­
nos cierto que dicha función, considerada independientemente,
no tiene en sí un contenido de clase determinado y, en conse­
cuencia, no cabe atribuirle sólo al proletariado organizado po­
líticamente, el patrimonio exclusivo de su ejercicio.
En efecto, la función de control no implica imposición de
ninguna clase de normas que puedan tener un carácter políti­
co; esta tarea queda reservada a los órganos de poder en rela­
ción con la organización política revolucionaria; éstos últimos
son instrumentos del interés obrero, en los que no cabe inge­
rencia alguna en materia política de quienes se oponen o no
tienen conciencia de ese interés.
Mas, no es ésta la situación de las instituciones de control.
Por el contrario, tanto más eficaz será su labor, cuanto mayor
sea su independencia. Esto significa que en la generación de los
órganos de control no existen las limitaciones que afectan a
la de las otras instituciones políticas del Estado Proletario.
Es también consecuencia de la naturaleza especial de esta
función y condición para su buen funcionamiento el que las per­
sonas por intermedio de las cuales se realice, estén dotadas de
un “fuero” que les permita desempeñar libre e independiente­
mente su cometido.
En resúmen, es posible que los “diputados” aforados que
ejerzan esta función puedan ser elegidos por sufragio univer­
sal, sin limitaciones, y puedan ser contrarios en su actitud po­
lítica a la orientación del Estado. Todo esto no obsta para que
puedan cumplir su misión, sino al contrario asegura su celo pa­
ra desempeñarla.
Es claro que los referidos “diputados” no representan po­
der político alguno, ni son depositarios de soberanía de ningu­
na especie; constituyen en cuanto realizan su función, uno de
los resortes del Estado Obrero, utilizados por él para salva-
guardiar en último término el sentido democrático y liberta­
rio de su trayectoria.
Es interesante observar que en este período de convulsión
política y de reajuste institucional en que vivimos, las Cáma­
ras Populares o de diputados, en las que están representados
•los diversos sectores de la opinión pública, han devenido en el
hecho en instituciones principalmente fiscalizadoras y de con­
trol político, dejando de lado su función legislativa, que en el
hecho la realiza casi exclusivamente el Ejecutivo.
CAPITULO IX
LA SOCIEDAD COMUNISTA SIN CLASES Y SIN ESTADO
1.—La sociedad socialista y la sociedad comunista»
Hemos analizado en los capítulos anteriores cómo de las
entrañas mismas de la organización capitalista de la sociedad
nacen los supuestos y condiciones de la sociedad comunista sin
clases y sin Estado. Al mismo tiempo, hemos reparado en que
las características concretas en que se desenvuelve la sociedad
capitalista contemporánea, imponen una etapa de organización
social previa al comunismo y que guarda en sí todavía aprecia-
bies residuos de los regímenes clasistas: la sociedad socialista.
A modo de resumen haremos un esquema de los caracte­
res de estos dos regímenes sociales, para señalar después sus
proyecciones políticas.
Caracteres de la sociedad socialista:
a) Sistema de producción planeado con fines de uso. —
Esto significa que el fin de la actividad económica querida v
desarrollada por los hombres es la satisfacción de las necesi­
dades humanas. Por consiguiente, bajo las condiciones de Ha so-
eiedad socialista, la producción se orienta conscientemente para
servir en forma directa aquellas necesidades. A diferencia de
este sistema, en la organización social capitalista el móvil v
fin directo de la producción es el lucro personal de los posee­
dores de los bienes de producción, estando así, sólo mediata­
mente relacionada la actividad productora con el consumo, a
través del mercado monetario. Este mercado no expresa las ne­
cesidades reales de la sociedad, sino las necesidades de los po­
seedores del dinero, de los dueños del capital.
b) Propiedad colectiva de ios medios de producción.—'Es­
ta característica de la sociedad socialista es la que hace posible
la planificación racional de la economía. El sistema capitalis­
ta está basado, por el contrario en la propiedad privada de los
medios de producción.
c) Distribución de la riqueza según la cantidad y calidad
del trabajo empleado.
Este sistema de distribución no es sino una aplicación del
aforismo “de cada cual según su capacidad, a cada cual según
su trabajo”. La, norma socialista de repartición contiene un
fuerte ingrediente capitalista, aún cuando constituye, ello no
— 214 —
obstante, una aproximación a las normas comunistas de re­
partición .
Caracteres de la sociedad comunista.

a) Sistema de producción pSanaedo con fines de uso. —


En la sociedad comunista se puede realizar plenamente esta for­
ma de producción planeada. En efecto, en una organización so­
cial de tipo socialista, por el hecho de determinarse los ingresos
individuales de acuerdo con el trabajo realizado, y no de acuer­
do con las necesidades, se reparten las riquezas con relativa
prescindeneia de las efectivas necesidades de uso de los indivi­
duos. lo que a su vez implica una producción no absoluta y to*
talmente orientada por esas necesidades. Debe en este caso to­
marse en cuenta los requerimientos del mercado monetario, que
no es lo mismo que el “mercado” de necesidades. Sin embargo,
el mercado monetario en una sociedad socialista refleja mucho
más las necesidades sociales que uno capitalista: en la socie­
dad socialista el Estado puede determinar a voluntad la capa­
cidad de consumo de la población, dentro de ciertos límites, me*
diante una política de precios y salarios. Además nunca se ale­
ja en una economía socialista, tanto como en una economía ca­
pitalista, la capacidad económica de la población, de sus nece­
sidades reales de consumo.
b) Propiedad colectiva de los medios de producción.— Du_
rante la sociedad comunista la economía continúa basada en él
colectivismo.
c) Distribución de la riqueza según las necesidades de ca­
da individuo.—Se aplica en el régimen comunista la máxima “de
cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesida­
des” . Esta característica de la sociedad comunista es su ras­
go diferencial de todas las anteriores formas de organización
social.

2.— Significación de la sociedad comunista.

La condición primera de existencia de la sociedad comunis'


ta, su supuesto esencial es el elevado nivel de desarrollo de las
fuerzas productivas económicas y técnicas.
Esta condición de la infraestructura económica hace posi­
ble la abolición de las clases sociales, es decir, permite la vi­
gencia de un sistema de relaciones de producción en el que los
hombres no necesiten aprovecharse del trabajo de otros para
asegurar el desenvolvimiento y el progreso sociales.
La existencia de las clases, depende, como ya dejamos es­
tablecido en los primeros capítulos, de la insuficiencia de la ri*
queza social con relación a las necesidades reales y potenciales
de todos los hombres. Esta insuficiencia económica exige un
sistema de relaciones de producción y una organización social
que, asegure la estabilidad de la sociedad, mediante la sujeción
de un sector de ésta, por definición mayoritario, a otro sector,
en esencia minoritario. Esta sujeción se traduce en que la cla­
se o sector dominante y minoritario, aprovecha del fruto del
trabajo de la clase o sector mayoritario y explotado, mediante
la propiedad que tiene, ya sea sobre los individuos mismos del
sector explotado —esclavitud— ya sea sobre los medios e ins­
trumentos de trabajo; capitalismo,
La sociedad comunista significa, con relación a la carac'
terística señalada de las sociedades clasistas, la emancipación
del trabajo, corno forma genérica y característica de la activi*
dad humana. El trabajo, de medio que es, en las sociedades cla­
sistas, de subsistencia biológica y de opresión humana para la
mayor parte de la sociedad, se trueca en la sociedad comunis­
ta en instrumento consciente del poderío social, en medio d©
vida humana y en contenido de la libertad. La sociedad comu­
nista constituye el reencuentro feliz del hombre con el trabajo,
trabajo que hasta ella se le había alienado en forma de capr
tal, de producto ajeno, en forma de actividad enajenada y des­
agradable .
La sociedad comunista significa la “organización de la vi­
da humana y de los medios de esta vida, racionalmente arde-
nados al servicio del hombre. Los individuos no deben ser so­
metidos ni permanecer aislados. Su relación con la totalidad
debe ser tal que encuentren en ella las condiciones de su desa­
rrollo y que cada uno pueda proponerse alcanzar al Hombre
Total” (144).
La sociedad comunista constituye la apropiación por el
hombre de la naturaleza y de su propia naturaleza; constituye
la realización de la “humanidad” en cuanto Libertad conquis-
tada sobre el dominio de los determinismos; la sociedad comu­
nista constituye el Valor supremo que da un sentido a la his­
toria, valor que no es ajeno al hombre como lo son los valorea
de las religiones, sino que es el hombre mismo, que en el co~
munisrno se identifica realmente con la sociedad.
La conquista histórica de la sociedad comunista es la “rei­
vindicación total” del universo por el hombre, que se expresa
en ella como síntesis integral de todos sus “momentos”, el fí­
sico, el biológico y el espiritual. En la sociedad comunista ad"
viene el “Espíritu” a la naturaleza, pero no como producto de
intervención providencial, sino como producto acabado y va­
lioso de la Historia (145).
3 .—Derecho, Estado y Administración en la sociedad
comunista.
Para estudiar el destino que corre el derecho en la socie-
dad comunista, procede previamente analizar su naturaleza en
la fase inferior del comunismo, en la sociedad socialista.
Citamos a Lenin, quien a su vez se remite a Marx, en las
consideraciones que hace sobre el derecho en una sociedad ba­
sada en la propiedad privada de los medios de producción, pe­
ro en la que la riqueza se distribuye según el trabajo realiza-
do por cada hombre.
“Aquí (en la sociedad socialista) —dice Marx—, tenemos
realmente un “derecho igual”, pero esto es todavía un “derecho
burgués”, que como todo derecho, supone la desigualdad. Todo
derecho supone la aplicación de un rasero igual a hombres dis­
tintos, a hombres que en realidad no son iguales entre sí; por
tanto el “derecho igual” es una infracción a la igualdad y a la
(144) !N. Gutterman y H. ÍLefevre, ob. cit., pág. 41.
(145) De estas consideraciones fluyen interesantísimas conclusiones de ca­
rácter filosófico, que nosotros sólo alcanzamos a insinuar. Remitimos al
lector interesado a la obra citada de Guttenmari y Leíevre.
— 216 —
justicia”. En realidad cada cual obtiene, si. ejecuta una parte
del trabajo social igual que el otro, la misma parte de la pro­
ducción social” .
“Sin embargo, —añade Lenin— los hombres no son todos
iguales” (146) . Los hombres tienen distintas necesidades.
Refiriéndose a la sociedad socialista, concluye Marx, según
la cita que de él hace Lenin: “Con el mismo rendimiento del
trabajo y ¡por consiguiente con la misma participación en el fon­
do social de consumo, unos obtienen de hecho más que los
otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos es­
tos inconvenientes, el derecho tendría que ser no igual, sino
desigual” (147) . lEs decir, agregamos nosotros, dejaría de ser
derecho. “Consiguientemente la primera fase del comunismo no
puede proporcionar- todavía justicia ni igualdad, subsisten las
diferencias de riqueza, (de hecho), pero no será ya posible la
explotación del hombre por el hombre, puesto que no será po_
sible retener en propiedad privada los medios de producción, las
fábricas, las máquinas, la tierra, etc. Destruyendo la frase con­
fusa y pequeño-burguesa de Lassalle sobre la “igualdad” y la
“justicia” en general, Marx muestra el curso de desarrollo de
la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada
a destruir sólo aquella “injusticia” que consiste en que los me-
dios de producción sean de propiedad individual, pero que no
estará en condiciones de destruir también de golpe la otra injus­
ticia, consistente en la distribución de los artículos de consu­
mo “según el trabajo” (y no según las necesidades”) (148) .
De las reflexiones que anteceden se desprende una conclu-
sión capital acerca de la naturaleza del derecho, que nosotros
deliberadamente habíamos preterido en el capítulo correspon­
diente .
Todo derecho, afirma Marx, significa la aplicación de un
rasero igual a hombres distintos, en otras palabras, todo de­
recho significa la aplicación de un “status” social idéntico a si"
tuaciones individuales diferentes. Por mucho que pretenda el
derecho acercarse y reflejar prístinamente la realidad, siem­
pre tendrá la norma jurídica como atributo, la generalidad, o
sea su calidad que la hace aplicable a un número indeterminado
e indefinido de casos, siendo que todas las situaciones sociales
a las que pueda afectar son siempre específicas y únicas.
La idea de Justicia concebida ya por Justiniano y sentida
con mayor o menor precisión a través de la hisotria, como la
firme y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que es suyo,
implica en el fondo la profunda aspiración humana a que se re­
tribuya y ofrezca por la sociedad a cada hombre, lo que este
merece, según su propia naturaleza, condición y necesidades. El
derecho, como sistema normativo contiene siempre un “momeir
to” de injusticia, reducible a un mínimo, pero del cual no puede
desprenderse nunca totalmente, sin dejar con ello de ser dere­
cho. “Sumun jus, suma injuria”, el conocido afiramo rom ano
hace alusión a esta necesidad de “injusticia” que siempre lleva
consigo el derecho, por más justo que pretenda ser. La misma
raíz etimológica de la palabra “derecho”, en todos los idiomas,
que supone algo recto, invariable e incondicionado, traduce esta
característica del derecho, consistente en su incapacidad de po-
(146), (147) y (148) V\ J. Lenin, “El Estado y la Revolución”, págs. 83-84.
der amoldarse a la realidad lo necesario como para que todas
las situaciones sociales e individuales, tengan su correspondien-
te “status”, sancionado y contemplado por él. EL derecho, con­
tradice, así, la aspiración humana de justicia que pretende que
para cada hombre y en cada caso, haya un “status” social, ade­
cuado absolutamente a su especificidad.
La circunstancia de que en la sociedad socialista se retri*
buya a cada hombre según el trabajo realizado, -con preterición
de sus necesidades individuales, pese a la mayor justicia que
envuelve con respecto a las formas clasistas de sociedad, está
denunciando la naturaleza injusta, jurídica, y por ende política
y estatal de su organización social. La justicia de la sociedad
socialista se revela en la abolición de las clases; su injusticia, en
la forma de repartición de las riquezas.
En la sociedad comunista, por el contrario, se realiza ple­
namente el ideal de justicia, al entrar a regirse la distribución
de las riquezas entre los hombres, según las necesidades de ca­
da uno. Las necesidades humanas no son algo ajeno al hombre
mismo, como lo son las normas qUe regulan la distribución en
las sociedades no-comunistas, sino por el contrario, son la ex­
presión del hombre entero, como ser social, son y constituyen
al hombre en su esencial social.
Si la repartición de aquello que el hombre necesita se hace
a base de factores ajenos al hombre mismo y a sus necesidades,
como ocurre en las sociedades clasistas y en la sociedad socia­
lista, es supuesto necesario para ello la existencia de un siste­
ma normativo que establezca los cánones de distribución de la
riqueza y su realización; el derecho.
La concepción de Justicia, intuitiva y consustancial al hom­
bre, y significada en la expresión justiniánea con las palabras
“dar a cada uno lo que es suyo”, se frustra en las sociedades
clasistas: y, “lo que es suyo” que genuinamente es aquello que
merece el hombre por lo que es en sí, como realidad concreta
y atributo de deseos, necesidades y aspiraciones, se traduce en
las sociedades de clases en aquello que al hombre ofrece, no su
ser sino la norma ajena a él, el derecho que lo limita, la socie­
dad que lo constriñe.
En la sociedad comunista la Justicia se reencuentra a sí
misma; en ella “lo que es suyo”, lo que es de cada hombre, no
es lo que a él le asigna una realidad que se le opone, sino lo que
requieren sus propias posibilidades para realizarse. Es eviden­
te que es más suyof para el hombre, aquello que necesita su ser
para realizarse, que aquello que le otorga un sistema normati­
vo que limita sus posibilidades, y que se le impone como un
ente ajeno e independiente.
Si la repartición de las riquezas se efectúa según lo requie­
re la, naturaleza misma del hombre, no se necesita entonces de
ese sistema normativo que llamamos derecho, sino sólo un su­
puesto nivel económico, técnico y cultural, a que ya hemos he­
cho referencia como condición primera y esencial de la socie­
dad comunista. No hay, pues, en la sociedad comunista, un de­
recho en el sentido económico, como lo existe en las sociedades
que la anteceden.
Si en una sociedad no hay clases con intereses opuestos,
ni hay tampoco un sistema normativo especial de distribución de
las riquezas; no hay ni se necesita tampoco de una fuerza so­
218 —
cial que imponga el predominio de'uno de esos intereses y que
regule la distribución en forma distinta de la requerida por las
necesidades humanas, proporcionando a ese sistema la coacti­
vidad que le es consubstancial. En otras palabras en una socie­
dad comunista no hay Estado.
El Estado nace con las clases, como producto necesario de
la pobreza social. Desaparece con las clases, una vez enrique"
cida la existencia humana por el trabajo milenario de genera­
ciones y generaciones. Ello no obstante, durante la sociedad
socialista, abolidas ya las clases, subsiste sin embargo el Es­
tado. Esto se explica si reparamos que la sociedad socialista
pretende proseguir, utilizando algunos medios heredados del ca­
pitalismo, como lo son las normas de repartición según el tra­
bajo, la tarea capitalizadora no cumplida íntegramente por la
burguesía.
La sociedad comunista sin clases, no por carecer de organi­
zación política a través de un 'Estado, deja de constituir por
ello una forma de organización social. Como ya lo adelantamos,
no toda forma de organización social ha de ser política.
Una sociedad se organiza políticamente desde el momento,
en que con relación al sentido de su constitución interna y a la
gestión de sus intereses, se ofrecen diversas posibilidades de so*
lución, contradictorias entre sí, y que exigen para resolver esa
disyuntiva, de un poder distinto de la sociedad en su conjunto.
Decimos que este poder tiene que ser distinto de la sociedad
en su conjunto, porque siempre una de estas posibilidades con­
tradictorias involucra el desconocimiento de las aspiraciones y
necesidades de un sector social en beneficio de otro.
Mientras la sociedad no disponga de la riqueza suficiente
para colmar las necesidades de todos sus componentes, la úni­
ca forma en que puede subsistir y progresar es escindiéndose en
clases y sujetándose a un sistema organizativo que limite para
los más sus posibilidades de vida en beneficio de los menos,
permitiendo de esta manera la concentración de la riqueza y la
creación de nuevos medios de producción. En otras palabras, la
insuficiencia productiva de la sociedad exige que ésta se cons­
tituya políticamente mediante la adopción de aquella de las dis­
posiciones sociales posibles, que implique la opresión de un sec­
tor social por otro. El acto por el cual se escoge esa situación y
luego se realiza, es el acto político que define al Estado.
Desde el momento en que no se presenta esta disyuntiva a
la sociedad, o sea, desde el momento en que la organización de
la sociedad deja de implicar la elección entre varias soluciones
que afectan la satisfacción de las necesidades de algún sector
social, desde ese momento la gestión de los intereses sociales
deja ¡de ser un asunto político, para convertirse en una cuestión
simplemente técnica y administrativa. En la sociedad comunis­
ta “la coerción sobre los hombres es reemplazada por la admi­
nistración técnica de las cosas, por la gestión de los negocios so­
ciales por la sociedad entera. Esta democracia total ya no es
un régimen político; es la desaparición de lo político como tal,
es decir de la existencia de varias posibilidades en la gestión
de los negocios divergentes e incompatibles, de tal manera que se
necesite de un poder coercitivo para escoger e imponer una de
estas posibilidades” (149).
(149) N. Gutterman y H. Lefevre, ob. cit., pág. 140,
— 219 —
No existen en la sociedad comunista autoridades políticas,
sino sólo autoridades técnico-administrativas, las que a través
de los servicios públicos satisfacen las necesidades sociales.
La administración, encuentra su pleno florecimiento en la
sociedad comunista. Pero no ya una administración como aque­
lla existente en los regímenes clasistas. En éstos, la adminis­
tración estaba sujeta al control político y participaba del ca­
rácter político en cuanto estaba dirigida y centralizada en el
Estado. Extinguido orgánicamente el Estado, la administración,
a la vez que se desenvuelve y extiende por todo el ámbito social,
recupera su plena autonomía, se descentraliza y se libera de
todo otro control que no sea el de sí misma. La gestión admi­
nistrativa deviene en gestión social autónoma de los intereses
afectados por ella. Toda actividad social, en las condiciones de
Ja sociedad comunista, puede regirse a sí misma soberanamente.
El concepto de “soberanía funcional” que hoy postula el corpo-
rativismo y que no encuentra asidero real en la sociedad capi­
talista, adquiere toda su virtualidad en la sociedad comunista.
AUí no sólo cada actividad o función social se gobierna a sí
misma, sino que la sociedad toda, en su conjunto, es también
democráticamente soberana y dueña de su destino. Por vez
primera el interés suyo se identifica con el interés de cada una
de sus funciones y personas que la integran.
En la sociedad comunista se armonizan y confunden hom­
bre y sociedad. La soberanía humana sobre la sociedad ya no
es soberanía “política”, es simplemente el dominio natura.! del
hombre sobre la sociedad, la naturaleza y su propia naturale­
za, dominio no basado en la violencia física, traducida en Es*
tado, que es atributo de los grados inferiores del ser, sino fun­
damentado en la plena realización de los atributos humanos:
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ZUMÍFE.UDE, ALBERTO.—“El Ocaso de la. Democracia”. Editorial Zig-Zag.
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PROLOGO ..................................................... 3 CAPITULO V
INTRODUCCION ........................................ 7
El. ESTADO i" LA ADMINISTRACION
PRIMERA PARTE 1.—Naturaleza de la Administración ...
REALIDAD. S<5CIEDAD Y 2.—Las clases sociales y la Administra­
ESTADO ción
31.—Relaciones entre Estado y Adminis­
CAPITULO I tración: actividad política y aativi-
dad administrativa ...............................
ANTECEDENTES FILOSOFICOS
CAPITULO VI
1.—El Marxismo y sus aspectos. El Ma­
terialismo D ialéctico........................... 11 EL ESTADO Y EL GOBIERNO
2.—El M aterialismo.................................... 12
3.—La Dialéctica ....................................... 14 1.—Noción de Gobierno. Diferencias
4.—Materialismo, dialéctica y metafísica 16 con el E stado.........................................
CAPITULO II CAPITULO VII
LA SOCIEDAD HUMANA EL ESTADO Y LA AUTORIDAD
1.—Especificidad de lo social ............ 17 1.—Noción de autoridad. Sociedades au­
2.—ÍES. hombre y la sociedad. 18 toritarias y saciedades políticamente
3.—La realidad social concebida como organizadas............................ ................
un to d o .......................................... 20 2.—El Estado ¡y la autoridad en el pen­
4 .—Los orígenes de la naturaleza hu­ samiento de S eh m itt...........................
mana: el Trabajo.......................... ... 21
5 .—La concepción materialista de la CAPITULO VIII
h istoria............................ ..................... . 26
CAPITULO III EL ESTADO Y LA NACION
EL ESTADO Y LO POLITICO 1.—Importancia del te m a ..........................
2.—Naturaleza de las nacicnalidades ...
1. —Generalidades. El Estado como ente 3.—Relaciones entre lo político y lo na­
cultural. Objeto do nuestro trabajo 31 cional
2.—Condiciones de existencia y origen CAPITULO IX
del E stado............................ ... ... 35
CAPITULO IV EL ESTADO COMO DICTADURA
DE CLASE
EL ESTADO Y EL DERECHO
I .—.El Estado y los antagonismos so­
1. —Orden social y re-den jurídico . . ... 49 ciales ........................................................
2.—Naturaleza del D erech o.................... 51 2.—Sentido de la dictadura clasista ...
3.—Derecho y Errnom ía........................ 54 3.—Proyección del sentido clasista del
4.—Relaciones c :c Estado y Derecho 56 Estado c i la política externa............
SEGUNDA PARTE 8.—La Dictadura del Proletariado, la
democracia y la libertad ... .. . ... 183
EL ESTADO DEMOCRATICO LI­
BERAL. LA DICTADURA DEL CAPITULO VII
PROLETARIADO Y LA SOCIEDAD LA REVOLUCION Y EL ESTADO CA­
81.\ CLASES Y SEN' ESTADO PITALISTA EN LAS CONDICIONES
CAPITULO I HISTORICAS DE LA SOCIEDAD
CONTEMPORANEA
EL ESTADO EN LA EDAD MEDIA 1.—Consideraciones p rev ia s.................. 169
1.—A claración p re lim in a r ............................ 99 2.—Condiciones reales de la sociedad
2.—-Naturaleza de la Edad M edia.......... 109 3.—La capitalista contemporánea................ 170
3 .—Lo político en la Edad M e d ia ....... 101 obrera. Lc-s organización política de lá clase
partidos de cía a ........ '.72
CAPITULO II 4.—Acción política y acción sindical ... 177
5.—El Estado capitalista y el novimiea-
LA SOCIEDAD CAPITALISTA Y EL to revolucionario. El problema de
ESTADO DEMOCRATICO LIBERAL las “reformas” .................................... 181
6.—El Estado capitalista y el movimien­
to revolucionario. El problema de
1.—El capitalism o y su función social 103 “la colaboración” ................................ 183
—-Forma,.ion cei E¿iaao dem ocrático 7.—-El Estado capitalista y el movimien­
l i b e r a l ............................................................ 107 to revolucionario. El problema del
¿ . —Teo-'ia burguesa del Estado dem o­ “legalismo” ..................................... 185
crático l i b e . a l .......................................... 109 8.—La esencia revolucionaria del movi­
4 .—V aloración y critica de ia teoría po­ miento político de la clase rbrera.
lítica liberal burguesa ........................ 113 El problema de “la violencia ’ ... 187
CAPITUliO III
I CAPITULO VIII
LA CIUSIS DELCAPITALISMO 119 FL ESTADO PROLETARIO EN LAS
CONDICIONES HISTORICAS DE LA
CAPITULO IV SOCIEDAD CONTEMPORANEA: EL
ESTADO SOCIALISTA Y LA SO­
EL SOCIALISMO CIEDAD SOCIALISTA
1.—El Socialismo como respuela de la 1.—Generalidades acerca de la forma y
sociedad a la crisis capitaLsta ... 121 contenido del Estado Proletario en
2.—La clase cbreia como ageniu del so­ las condiciones históricas de la so­
cialismo .................................. ..... .. . 122 2.—Contenido ciedad contem poránea.................... 189
3.-—El marxismo como arma teórica del político del Estado prole­
socialismo y del movimiento obrero tario en las condiciones históricas de
revolucionario ........................................ 123 la sociedad contemporánea: el Esta­
do Socialista y la Sociedad Socialista 19JJ
CAPITULO V 3.—-Determinación del carácter proleta­
rio de un Estado. La degeneración
INTERVENCIONISMO, CORPORA- del Estado Socialista. El caso sovié­
TIVISMO Y FASCISMO tico .................................... .................... 200
4.—Forma institucional del Estado Pro­
letario. La organización política de
1.—Reacción burguesa frente a la crisis la clase obrera, los órganos rie poder
capitalista................................................ 127 y los mecanismos decon trol............ 204
2.—£1 Intervencionismo.................. 128
3.—Ei Carporativismo .............................. 132 CAPITULO 1JÍ
4.—-El Fascism o.................................... 137
LA SOCIEDAD COMUNISTA SIN
CAPITULO VI CLASES Y SIN ESTADO
LA REVOLUCION SOCIALISTA 1.—La Sociedad Socialista y la Sacie­
IDEAL Y EL CONCEPTO IDEAL dad C om unista................................. ... 213
DEL ESTADO PROLETARIO 2.—Significación de la Sociedad Comu­
nista 214
1.—Planteamiento preliminar ............. 147 3.—Derecho, Estado y Administración
2.—La Revolución Socialista ideal y sus en la SociedadComunista ................ 215
formas políticas: la Dictadura del
Proletariado........................................... 150 BIBLIOGRAFIA.................._ . ............. 221

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