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No se detiene aquí el menudo problema que nos plantea “la opinión” de nuestros
discípulos contemporáneos. El docente, que no queda perplejo ante el desparpajo
estudiantil de pretender despachar al preceptor con aquello de que “es que yo leí
en el libro de la vida profe”, trata de sortear el escollo y seguir adelante, pero
inmediatamente se consigue con un nuevo obstáculo.
Como es natural inferir detrás de ese “dar la opinión” aparece la poco o nula
disponibilidad para leer y para enfrentarse, con seriedad y disciplina, a las ideas
planteadas por un autor. Quien esto escribe se ha dedicado a explorar las distintas
variables que se pueden conseguir de esta problemática en el aula de clase con
estudiantes de educación en la UPEL-Maracay.
Acordado esto se llegó a la tercera semana de clase y docente abrió con la pregunta:
¿cuál es el planteamiento central del autor en el prólogo leído a lo largo de la
semana? La respuesta fue silencio total y reiterado en todas secciones antes
mencionadas. Para tratar de facilitar el intercambio el docente reformuló la pregunta:
¿cuál es la idea central de lo leído? Unos pocos estudiantes se adelantaron a
intervenir. La regla general fue que para ellos la idea principal o el planteamiento
general del autor era la idea que desarrollaba en las dos primeras páginas. Hay que
acotar que el análisis concienzudo de dicho prólogo arroja doce aspectos
desarrollados por el autor que construyen luego la idea global que el autor quería
exponer, que no era sino anunciar que su libro a analizar de manera general y
esencial el asunto educativo.
Se les llamó la atención a los grupos de lo inexacto del análisis por ellos expresado;
a esto respondieron algunos estudiantes que “la idea principal de un texto depende
de la interpretación de cada uno”, o dicho de otra manera, cada quien tiene su
“opinión”. Se les inquirió también acerca del método que habían empleado para leer
el material asignado, inicialmente no se comprendió la pregunta por lo que el
docente tuvo que explicar que es un “método” (estamos hablando de estudiantes de
segundo semestre que vienen de cursar, y aprobar materias tales como introducción
a la investigación, introducción a la filosofía, etc., y que además, no debemos
olvidarlo, vienen de once años de bachillerato); sólo así respondieron algunas
voces: “me acosté en mi cama puse música y me puse a leer”; “leí mientras viajaba
en la camioneta de pasajeros”. Se les pregunto también cuanto tiempo le habían
dedicado a la lectura, a lo cual contestaron: “diez minutos”, “media hora”, etc. Nunca
más de dos horas.
Es evidente que de una aproximación al texto como esta que acabamos de describir
no se puede esperar ningún análisis sólido y sostenible; ¿consecuencia de esto?,
el estudiante, para tratar de salir del atolladero, comienza a aventurar afirmaciones
sin fundamento alguno pero, además, trata de imponerle al docente la creencia de
que lo que está diciendo es resultado de la lectura que supuestamente ha hecho;
como efecto de esto tenemos que lo que el estudiante llama expresar “su opinión “
no es sino un conjunto de lugares comunes y frases hechas que no conducen, ni
parten, de lugar alguno. La sesión de clase se precipita así a una deriva en la que
se habla de todo y no se habla de nada; allí todos opinan pero no se concreta ni se
concluye nada que tenga cierta definición; derrapamos pues a lo que mi viejo y
experimentado profesor de administración y curriculum llamaba la más pura y burda
“opinática”, término que nunca pude conseguir legalizado por las academias en el
diccionario pero que dibuja muy bien el caso al que nos referimos.
La pregunta que corre la cortina a este punto es: ¿es esta una significación
novedosa del vocablo “opinión”? ¿Qué se ha entendido por tal hasta ahora?
Comencemos desde lo más más básico, veamos cuál es la definición que nos trae
el diccionario. Según la edición más actualizada del DRAE que conseguimos en
línea. “Opinión” vendría de ser: “1. f. Dictamen o juicio que se forma de algo
cuestionable y 2. f. Fama o conceto en que se tiene a alguien o algo”
(http://buscon.rae.es/drae/). Como podemos apreciar nos estamos batiendo en las
arenas movedizas de la subjetividad que en dictamen ……..espacio que no se lee
en la copia……… Aquí la equivalencia entre juicio (termino que nos tentaría a
pensar en rigurosidad y solidez) y manera de pensar no deja lugar a dudas, la
opinión viene a ser pues una postura muy ligera en la cual caben muchas cosas,
incluso contradictorias entre sí.
Preguntando a la filosofía
Quizá valga la pena, para valorar en su justa medida el problema que estamos
dirimiendo, remontarnos al nacimiento del pensamiento occidental, suelo sobre el
que aún pisamos y, sin darnos cuenta la gran mayoría de las veces, nos movemos
epistemológica y ontológicamente. El filósofo griego Parménides nos anuncia muy
poéticamente en uno de los pocos fragmentos que de él conservamos lo siguiente:
Bienvenido seas, joven a quien acompañan las aurigas inmortales, y a quien este
carro trae hasta mi morada. Porque no es una suerte funesta la que te hizo tomar
este camino tan alejado de los caminos frecuentados por los mortales, sino el amor
a la justicia y a la verdad. Es necesario que aprendas a conocerlo todo, tanto el
inconmovible corazón de la bien redondeada verdad, como las opiniones de los
hombres. A estas no hay que concederles ninguna convicción verdadera. No
obstante, es necesario que las conozcas también, a fin de saber por medio de una
información que lo abarque todo, qué juicio debes formarte sobre la realidad de
estas opiniones. (subrayado nuestro). (Fragmentos y números de Diels, Fragmente
der Vorsokratiker, R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos: edad antigua,
Herder, Barcelona 1982, 5ta ed.. p. 13-16, citado por Diccionario de filosofía CD-
RO. Copyrigth © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. Todos los
derechos reservados, ISBN 84-254-1991)
Podemos notar acá como el pensador griego establece en su texto una clara
distinción entre lo que es la “opinión” y lo que es la “verdad”. Es cierto que el discurso
parmenídeo sólo se comprende desde su visión aristrocrática de la realidad y que
cuando habla, o escribe, está combatiendo la entrada, en el juego político – social,
de las clases que querían desplazar a la aristocracia que, como descendientes
directos de los fundadores de la polis, se sentían como los gobernantes legítimos y
naturales. Más allá de eso que evidentemente tiene su peso, podemos constatar
que tanto en el mundo griego como en el nuestro, la opinión, como moneda de uso
corriente, tiene un rasgo característico que les une: va a estar basada siempre en
la creencia, en el pre-juicio, que no es sino la generalización de ciertos rasgos, como
cuando decimos, por ejemplo, que todo aquel que tenga ojos rasgados es chino,
excluyendo de ese conjunto al resto de los asiáticos que pudieran contar en su
fisionomía con esa característica.
- Una cosa es pues, el conocimiento y otra distinta la opinión; cada cual con su
propio sentido.
- “Exactamente” (República, libro V, 477 a-b. Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid 1981, p. 164-165. Citado por Textos de Diccionario Herder de filosofía).
También Platón nos dice acá cómo la opinión es una posición intermedia que no es
ni saber ni no saber; nos movemos pues en la pura indefinición, en la ambivalencia
que no nos aporta la más mínima seguridad. La opinión, tanto Platón como en
nuestra época, se maneja en el mundo de las puras “apariencias”. Es verdad,
sostendrá Platón, que como conocimiento de las apariencias no puede ser
simplemente desechada, puesto que esta es la primera aproximación sensorial que
tenemos del mundo, pero, según Platón, el filósofo se caracteriza precisamente por
no ser amigo de la opinión; dicho de otro modo, si algo define al sabio es el buscar,
en forma continua y sostenida, la inalterable esencia.
De lo que llevamos dicho podemos derivar pues que la opinión es un saber muy
poco seguro que, en nuestros días, atenta una y otra vez contra ese proceso, tan
típicamente nuestro, que es el aprendizaje y que conlleva a su vez, a consolidarnos
como personas, como sujetos en continua formación y crecimiento. Pero, en lo
concreto, ¿contra qué conspira esa opinión que se va convirtiendo en esa suerte de
pesada niebla que lo oscurece y deforma todo? Atenta, por ejemplo, contra el
proceso de “pensar”. Puesto que partimos siempre del supuesto de que todos
pensamos, debemos formularnos la pregunta: ¿qué significa pensar? ¿”Piensa” el
que apela a la “opinión” para zanjar una situación problemática? Esa es
probablemente la cuestión.
¿Qué estamos entendiendo acá por “pensar”? de partida diremos que pensar es lo
que el docente debe enseñar a hacer a sus discípulos; es esa la tarea por
excelencia; en el camino tendrá también que informar, orientar, acompañar, instruiré
incluso que modelar, aun cuando no se lo proponga, pero su papel fundamental es
enseñar al otro a usar su intelecto. Lo que estamos entendiendo acá por pensar es
ese proceso en el cual, frente a las múltiples posibilidades y objetos que me
presenta mi entorno, que tengo frente a mí; de cara a las distintas problemáticas
que me plantea la cotidianidad, yo soy capaz de asumir una postura; soy capaz de
asumir una posición. La realidad es que la escuela nuestra no nos ha enseñado
esto, ni parece que lo esté haciendo en la actualidad.
Muchos de los que hoy administran nuestra educación, o fueron grandes críticos del
sistema escolar en el pasado reciente, o fueron beneficiados y entusiastas
defensores de todo ese “movimiento antipedagógico” al que se le puede poner fecha
de nacimiento en el verano francés del 69´. Hemos sido testigos en los últimos
tiempos de cómo se ha pretendido hacer la “revolución educativa” prescindiendo de
buena parte del conocimiento, experiencia e historia que nos precede.
Este estado de cosas, como es de inferir, nos aleja mucho más de cualquier
posibilidad que nos diga de una educación que promueva el pensamiento, la
reflexión, el conocimiento fundamentado y sustentable. No puede entonces ser
ninguna sorpresa el que el resultado de una escolarización como al que hemos
descrito sea una generación de estudiantes, e incluso profesionales, que sólo
cuentan con la “opinión” (en el sentido antes desplegado) para poder expresarse.
Una, vamos a llamarla, “didáctica del pensar”, pasaría entonces por dejar de lado
los romanticismos y los discursos anti-academicistas de cuño “izquierdoso”; así
también habría que desechar las rigideces y conservadoras prácticas “derechosas”
(espero que los puristas del lenguaje perdonen las transgresiones, aunque si no las
perdonan tampoco es que vaya a dejar de disfrutar el arroz con pollo del almuerzo).
Implicaría además un compromiso real del docente y de los estudiantes en “leer”,
“comprender” y “discutir” a los autores y a los textos,recordando aquello que nos
decía Freire de que leer no es pasear la mirada por las palabras, sino que es más
bien re-leer e incluso re-escribir el texto.
Todo esto nos coloca frente a un gran reto: o nos tomamos en serio lo que implica
ofrecer a nuestras jóvenes generaciones un ambiente escolar en el que realmente
se trabaje en el tema de conocimiento y del aprendizaje o seguimos sumergidos en
una escuela, en una sociedad y en una “opinión pública”, que, todas juntas, terminan
siendo una gran mentira. No se trata pues de tumbar las escuelas, se trata más bien
de re-pensarlas, de re-significarlas, de darles contenidos, contenidos que estén
ligados al estudio serio de la cultura occidental y de la cultura venezolana;
entendiendo por cultura no sólo lo exquisitamente intelectual ni tampoco lo
puramente folklórico o rural, o pasado. Entendiendo aquí por cultura todo lo que
hace, dice y piensa un pueblo en el contexto; esto es, lo bueno y lo malo.
Quizá así podamos salir de ese marasmo de opinión, del “todo vale” y de
indiferencia en el que nos hemos ido sumergiendo institucional, académica y
socialmente (basta escuchar a algunos colegas que liquidan el problema diciendo:
“yo no me doy mala vida”). Sólo así, a nuestro modo de ver, dejaremos de negar y
re-negar de nuestra propia inteligencia. En buena medida, el programa que aquí
pudiésemos trazar sería el de la irreverencia frente a lo académico, frente a los
autores, frente a las verdades incuestionables y a los hechos consumados; las
afirmaciones que se legitiman porque las dice un líder carismático; o alguien con
poder; acá necesariamente todos estos despropósitos deben ser puestos en
cuestión. Pero no hay que olvidar que, ser irreverentes no significa para nada ser
caprichoso: pues éste último es arbitrario, pretencioso y narcisista. Definitivamente
no es de eso de lo que estamos hablando.