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Para la medición de los diferentes criterios del SM, se tomaron en primer lugar el
grupo etario – en este caso adultos de la tercera edad, es decir según lo establecido
por la ONU, a partir de los 65 años en adelante –de quienes se evaluó presión arterial,
medidas antropométricas y pruebas bioquímicas: perfil lipídico y glucemia. La presión
arterial se midió con esfigmomanómetro aneroide previamente calibrado, con el sujeto
en reposo sentado de 3 a 5 minutos y con la espalda apoyada y el brazo descubierto y
soportado a nivel del corazón y sin ropa apretada.
Los indicadores antropométricos fueron peso, talla y circunferencia de la cintura (CC). Con
los dos primeros, se calculó el índice de masa corporal (peso/talla2), expresado en kg/m2.
Todas las medidas fueron tomadas siguiendo las recomendaciones internacionalmente
aceptadas.
El síndrome metabólico fue definido según el Panel de Tratamiento de Adultos (ATP III)
basada en la asociación de al menos tres de los siguientes factores de riesgo: obesidad
abdominal, disminución del colesterol HDL y aumento de triglicéridos, presion arterial alta e
hiperglicemia; y la definición de International Diabetes Federation (IDF) que considera el
perímetro abdominal una condición necesaria para definir el síndrome metabólico asociada
a 2 criterios adicionales entre hipertigliceridemia, disminución del colesterol HDL, aumento
de la Presión arterial e hiperglucemia.
MUESTRA:
Al hablar de forma general y como referencia obtenida la prevalencia de casos asociados a
síndrome metablico a nivel nacional, esta investigación, al ser del tipo cuantitativa
experimental anterógrada, la muestra será tomada de artículos originales de los cuales nos
hemos basado para la metodología.
Así pues, se incluyeron en el estudio 312 adultos mayores, 159 (51%) eran mujeres y 153
(49%) eran varones, la media de la edad fue 72 ± 6,9 años (rango 60 a 98 años).
RESULTADOS:
Se incluyeron en el estudio 312 adultos mayores de la comunidad, 159 (51%) eran mujeres
y 153 (49%) eran varones, la media de la edad fue 72 ± 6,9 años (rango 60 a 98 años);
123 (39,4%) presentaba hipertensión arterial, 52 (16,7%) diabetes mellitus y 71 (22,8%),
antecedente de dislipidemia. El 67,3% contaba con algún tipo de seguro.
La prevalencia nacional del síndrome metabólico fue 16,8%. Este porcentaje nacional solo
fue superado por Lima Metropolitana (20,7%) y el resto de la costa (21,5%). La menor
prevalencia se dio en la sierra rural, con 11,1%. Los datos sugieren que en aquellos
ámbitos donde está menos presente la transición epidemiológica se encuentran menos
expuestos a las alteraciones en sus indicadores.
En cuanto a lo que concierne al género, indudablemente el femenino es el más afectado;
la presencia del síndrome metabólico fue 26,4%, lo que significa que, aproximadamente,
una de cada cuatro mujeres en el Perú ya lo presentaba. Con relación al género
masculino, solo lo tuvo 7,2%.
Según los ámbitos, Lima Metropolitana y el resto de la costa fueron los que tuvieron mayor
prevalencia para ambos géneros.
Si se relaciona el síndrome metabólico con el estado nutricional dado por el IMC (normal,
sobrepeso y obesidad), se observa que la presencia del síndrome metabólico tiene un
comportamiento lineal: a mayor IMC más síndrome metabólico. La diferencia de género
también se dio como el gráfico
anterior. Se muestra muy claramente los valores altos de síndrome metabólico en las
personas con sobrepeso y mucho mayor en los con obesidad; en el género femenino, una
de cada dos obesas
tenía el síndrome metabólico. Lo interesante fue la presencia de síndrome metabólico en
personas con un IMC considerado normal.
Dentro de los 5 factores de riesgo utilizados para el diagnóstico de síndrome metabólico,
primó la mayor cantidad de personas del género femenino que tuvieron la circunferencia
de la cintura (50,9%) y el CHDL (86,8%) en niveles superiores a lo estipulado en el ATP III,
con relación a lo encontrado en el género masculino (10,7 y 25,6%, respectivamente). Lo
contrario sucedió para la presión arterial. Donde prácticamente no existieron diferencias
fue en los triglicéridos y en la glicemia.
Para este trabajo, se ha elegido el criterio del ATP III, que es el que mejor se acomoda
para estudios epidemiológicos; e incluso para los clínicos, ya que estos prefieren un
instrumento simple que les permita evaluar a pacientes y realizar mejor su tratamiento