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"Año del Diálogo y Reconciliación Nacional"

Ciencias contables financieras


Docente:
Curso: Desarrollo Económico

EL INFORME DE DESARROLLO GUMANO ACERCA DE LA DISTRIBUCION DEL


INGRESO EN AMERICA LATINA

Florinda Alhuay Urquizo

1
DEDICATORIA

Primeramente agradezco a dios por haberme


permitido llegar hasta este punto y haberme dado
salud, ser el manantial de vida y darme lo necesario
para seguir adelante día a día para lograr mis
objetivos, además de su infinita bondad y amor.

2
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................. 4
EL INFORME DE DESARROLLO GUMANO ACERCA DE LA DISTRIBUCION DEL
INGRESO EN AMERICA LATINA ........................................................................................... 5
POBREZA, DESIGUALDAD Y SUS DETERMINANTES ....................................................................... 5
GASTO PÚBLICO SOCIAL Y EQUIDAD ............................................................................................. 8
PUNTOS DE PARTIDA PARA UNA POLÍTICA DISTRIBUTIVA ......................................................... 11
REDISTRIBUCIÓN Y PODER POLÍTICO ......................................................................................... 14
ASISTENCIA AL DESARROLLO Y DISTRIBUCIÓN ........................................................................... 19
CONCLUSIONES ........................................................................................................................... 21
BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................................................. 22

3
INTRODUCCIÓN

Al paso del tiempo la pobreza ha sido preocupación de muchas culturas y se ha


enfocado desde diferentes planos para encontrar su solución, sin embargo, en pocas
ocasiones la analizamos de manera real. Lo cierto es que la pobreza económica ha sido
uno de los principales aspectos a estudiar por los economistas y estudiosos de ciencias
sociales. De hecho, nos parece que es el objetivo de la economía en la medida en que,
como en la medicina, debemos pensar en el ser humano y en la solución de sus
problemas básicos. No es posible que en la actualidad desviemos nuestra atención
sobre otros elementos que nos parecen relevantes; pero que no son la esencia del
estudio económico, tal es el caso del crecimiento de las economías, que a decir verdad,
no necesariamente impacta sobre el bienestar de la gente.

Por ende, trataremos el estudio de la pobreza y la distribución de la riqueza desde una


óptica holística que nos indique las diferentes aristas que comprende este fenómeno y
lo explique. Para ello, utilizaremos distintas corrientes del pensamiento económico
basadas en el funcionalismo, marxismo, estructuralismo, etc. Estas herramientas nos
van a permitir descubrir con mayor profundidad los problemas que enfrenta la
humanidad y en específico, nos ocuparemos del flagelo de la pobreza en América
Latina, que tiene su origen en la codicia o como dice Smith: en el egoísmo de la gente.
Y en los múltiples factores que vamos a ir detallando paso a paso.

Por otro lado, y como consecuencia de nuestra perspectiva teórica, consideramos que
para llegar a formas más elevadas de desarrollo, debemos aplicar la
transdisciplinariedad que nos aproxime a la riqueza humana; al florecimiento humano,
apoyándonos en la psicología, la antropología social y la filosofía. Soportes que nos
permitan analizar las diferentes corrientes del debate internacional, y que nos
proporcionen las alternativas al problema de la pobreza y pobreza humana.

4
EL INFORME DE DESARROLLO HUMANO ACERCA DE LA DISTRIBUCION
DEL INGRESO EN AMERICA LATINA

La gran desigualdad social ha sido una característica frustrante del desarrollo


económico latinoamericano. No en vano América Latina se ha caracterizado por ser la
región del mundo con los más elevados índices de desigualdad en la distribución del
ingreso. Los niveles de pobreza, aunque inferiores a aquellos típicos de otras partes del
mundo en desarrollo, siguen siendo extremadamente elevados y, para el conjunto de la
región, se encuentran hoy por encima de los niveles que se observaban antes de la
crisis de la deuda. Estas son las condiciones que se enfrentan hoy a los nuevos
elementos que han alterado la dinámica económica y social de la región. Entre ellos
cabe mencionar cuatro: las reformas estructurales emprendidas en todos los países, el
proceso de globalización que las ha acompañado, la recuperación de) crecimiento
económico y las nuevas reformas iniciadas en el frente del gasto social y de los servicios
sociales, como parte de las llamadas reformas de "segunda generación".

Este artículo plantea algunas hipótesis sobre los efectos de estos nuevos
acontecimientos sobre la pobreza y la desigualdad y analiza sus implicaciones para la
política social.

POBREZA, DESIGUALDAD Y SUS DETERMINANTES

La "década perdida" fue un período de marcado deterioro en materia de pobreza


en América Latina. La región retrocedió en este terreno, en efecto, y en 1990 sus
niveles de pobreza eran superiores incluso a los existentes a comienzos de los
años setenta. En los noventa, por el contrario, la recuperación del crecimiento
económico ha impulsado una importante mejoría en esos indicadores, aunque el
promedio regional se encuentra aún por encima de los niveles prevalecientes
antes de la crisis. De este modo, mientras en 1980 el 35% de los hogares se
encontraba en situación de pobreza, y en 1990 dicha proporción se ubicaba en
el 41%, en 1994 se mantenía en el 39%.

En términos de distribución del ingreso) la década de los años ochenta fue


también de deterioro. La expectativa de que la renovación del crecimiento
económico revertiría dicha tendencia no se ha materializado, de manera que los

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niveles de desigualdad se encuentran hoy por encima de los ya elevados que
existían antes de la crisis de la deuda (BID, 1997; CEPAL, 1997).

Estas tendencias globales esconden, como es obvio, patrones heterogéneos en


los distintos países de la región. Según los estudios comparativos existentes, en
sólo uno de ellos —Uruguay— tanto los niveles de pobreza como los de equidad
han mejorado en relación con los que se observaban a comienzos de los años
ochenta. En varios otros —Brasil, Panamá y, de acuerdo con algunos estudios,
Colombia— los niveles de pobreza han bajado, pero no han mejorado los de
equidad. El caso chileno es más complejo: la pobreza se ha reducido
notablemente en relación con los niveles de mediados de los años ochenta y
quizás con los de comienzos de dicha década (para los cuales no existen
estimaciones), pero apenas ha regresado a los de comienzos de los años
setenta; en tanto que la desigualdad en la distribución del ingreso es superior a
la de entonces y ha sido renuente a disminuir durante el período reciente de
fuerte reducción de la pobreza.

La explicación de estas tendencias ha dado lugar a una importante controversia


sobre los efectos del comportamiento macroeconómico, de las reformas
estructurales y de la globalización sobre los indicadores, sociales. A partir del
ensayo pionero de Morley (1994), diversos trabajos han confirmado que la
pobreza tiende a reducirse con el crecimiento económico, lo que explicaría, por
lo tanto, el comportamiento favorable que ha tenido dicha variable con el mayor
crecimiento que ha acompañado el proceso de reformas. Por el contrario, existe
un creciente cuerpo de estudios que indica que la liberalización económica y la
globalización han tendido a deteriorar la distribución del ingreso.

Uno de los autores que ha venido aseverando esto con mayor énfasis en los
últimos años es Albert Berry, Este autor ha mostrado en varios trabajos que
existe información en el último cuarto de siglo según la cual la aplicación de
medidas de liberalización económica ha estado asociada con deterioros, a veces
considerables, en la distribución del ingreso (por ejemplo, véase

Berry, 1997). Esta información proviene, según el autor, de las experiencias de


Argentina, Chile, Colombia, México, la República Dominicana y Uruguay, en
tanto que Costa Rica es una excepción. El trabajo comparativo de Robbins

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(1996) indica también que los procesos de apertura comercial tuvieron efectos
desfavorables sobre la equidad en varios países de la región.

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GASTO PÚBLICO SOCIAL Y EQUIDAD

Según se desprende de la sección anterior, uno de los grandes desafíos de


América Latina consiste en demostrar que el nuevo modelo de desarrollo es
compatible con la corrección gradual de las grandes desigualdades sociales
existentes. De no lograrse este objetivo, las bases políticas de las reformas —
que han sido sólidas hasta ahora, en gran medida porque el retorno a la
estabilidad macroeconómica ha sido visto como positivo por el conjunto de la
población— podrían deteriorarse. Lo que es igualmente grave, tal vez se
generarían tensiones sociales que podrían afectar la gobernabilidad y erosionar
las bases de los consensos políticos que han permitido el fortalecimiento de la
democracia en la región, sin duda otro de los grandes logros de los últimos años.

La experiencia internacional muestra resultados sorprendentes sobre el manejo


de los riesgos sociales que implica la globalización. El estudio de Rodrik

(1997), ya citado, indica que la mayor apertura de las economías ha estado


compensada en el pasado por mayor protección social del Estado a la población,
lo que se ha reflejado en una relación positiva entre el grado de apertura y el
tamaño del Estado. Esta apreciación, según dicho autor, es válida tanto para la

Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) como para una


muestra amplia de 115 países.

Esto parecería indicar que la tensión distributiva generada por los procesos de
apertura se ha abordado hasta ahora intercambiando liberalización económica
por mayor protección del Estado a través de una política social más activa.

El gasto social es, sin duda, el componente más importante a través del cual el
Estado incide sobre la distribución del ingreso. Hay, en efecto, muchas pruebas
de que el efecto del gasto social sobre la distribución secundaria del ingreso es
significativo. Además, a largo plazo, la mayor inversión en capital humano
permite incidir sobre uno de los determinantes estructurales de la distribución del
ingreso. Los estudios existentes muestran que una mayor asignación de
recursos a la educación, que permita mejorar la distribución de capital humano

8
en la sociedad, puede tener efectos sobre la distribución del ingreso muy superior
a los que se han estimado en los estudios de incidencia distributiva de corto plazo
(véase por ejemplo BID, 1997, Como nota de cautela, cabe resaltar que hay
también pruebas de que un gran esfuerzo en materia de educación tenderá a
traducirse en rentabilidades decrecientes de la inversión en ella, por lo cual sus
consecuencias redistributivas (aunque no aquellas sobre el crecimiento) puede
estar algo sobreestimadas. Quizás puedan lograrse también efectos importantes
si los esfuerzos se orientan a mejorar la distribución de activos, pero ésta es un
área muy poco explorada que debe recibir una mayor atención, y que incluye la
redistribución de activos sin generar distorsiones en la actividad económica
(como los avances institucionales para canalizar crédito a pequeñas empresas
o microempresas sin alterar el mercado crediticio, o los nuevos esquemas de
reforma agraria que utilizan activamente el mercado de tierras).

Los datos disponibles para América Latina sobre la distribución secundaria del
ingreso indican que, en términos absolutos, los sectores de mayores ingresos se
benefician más del gasto social. Sin embargo, como proporción de los ingresos
de cada estrato, los subsidios que se canalizan a través de dicho gasto son
mayores para los sectores más pobres de la población. Este patrón global es el
resultado de los impactos distributivos muy diferentes que tienen los distintos
tipos de gastos. La focalización hacia los pobres (es decir, la proporción del gasto
que se destina a los pobres en relación con la proporción de la población en
estado de pobreza) es elevada cuando se trata de gastos en salud, educación
primaria y, en menor medida, educación secundaria (gráfico 3). Por el contrario,
los gastos en seguridad social y en educación superior tienen una tendencia
generalmente regresiva. Los gastos en vivienda se encuentran en una situación
intermedia, ya que benefician especialmente a estratos medios de la distribución
del ingreso.

Estos resultados indican que existe un amplio margen para influir positivamente
en la distribución del ingreso a través del gasto social, pero también para mejorar
la focalización de éste, como lo señala un reciente estudio de la CEPAL. La forma
como se financia no es, por supuesto, irrelevante: un financiamiento con
impuestos directos tiende a ser más progresivo que un financiamiento con
impuestos indirectos y, lo que es igualmente importante, un financiamiento

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inadecuado, que se traduzca en una aceleración inflacionaria, puede derrotar
sus efectos redistributivos favorables (CEPAL, 1998, cap. VI).

La evolución del gasto social en América Latina, según este mismo estudio
(véase también CEPAL, 1997), La década de los ochenta se caracterizó por un
colapso de la inversión social. Debido al doble efecto de la menor proporción del
PIB destinada al gasto social y de la disminución del ingreso por habitante, el
gasto social real per cápita se redujo en un 24%. En los años noventa, uno y otro
factor han operado en el sentido positivo, por lo cual en 1995 el gasto social per
cápita superaba ya en un 18% los niveles reales prevalecientes antes de la crisis.
Este escenario positivo debe matizarse, sin embargo, de dos maneras
diferentes. En primer término, sigue habiendo grandes disparidades entre países
de la región en la prioridad otorgada al gasto social, con lo cual en muchos de
ellos el gasto social es todavía cuantitativamente insatisfactorio. En segundo
lugar, una proporción muy elevada del crecimiento del gasto social,
especialmente en los países donde éste es alto, se ha destinado a seguridad
social (y, más específicamente, a pago de pensiones), el componente que está
distribuido de manera menos progresiva.

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PUNTOS DE PARTIDA PARA UNA POLÍTICA DISTRIBUTIVA

Dos estrategias fundamentales se ofrecen para mitigar las marcadas diferencias


actualmente existentes en los ingresos y hacer que los pobres participen en
mayor grado de los frutos del crecimiento económico. Una de ellas se relaciona
con la rectificación de la distribución "espontánea" de los ingresos - determinada
por el desarrollo de la producción, a través de medidas estatales de los tipos más
diversos, dirigidas a reencauzar los recursos. La segunda consiste en modificar
el proceso de desarrollo de tal manera que la mano de obra disponible tenga
plena participación en el progreso alcanzado en el terreno de la productividad.
Solamente la segunda de esas estrategias es apta para la eliminación del
fenómeno de la marginalidad que es una de las causas principales de la pobreza
en los países latinoamericanos. Con la primera estrategia (que ha de ser
combinada con la segunda, a los efectos de asegurar un éxito cabal de la política
distributiva), es posible, sin embargo, combatir a corto plazo con mayor eficacia
precisamente las asperezas más flagrantes de la actual estructura de la
marginalidad.

El punto de partida decisivo para la modificación de la estructura de la


productividad es la política de inversiones, la cual ha de ser utilizada para crear
en el menor tiempo posible un número suficiente de puestos de trabajo, cuyo
nivel mínimo de productividad no diste excesivamente del promedio nacional.
Una acción concomitante puede desarrollarse en el terreno de la política
educacional, la política salarial y de precios, la legislación laboral y la política
relativa a la propiedad. La estrategia de la redistribución correctiva, en cambio,
se apoya fundamentalmente en la aplicación de impuestos a los ricos, por una
parte, y la provisión de servicios y/o bienes subvencionados para la parte más
pobre de la población, por otra. Aquellas medidas que influyen sobre la
distribución funcional del ingreso entre el trabajo y el capital (directamente la
política de salarios y de precios, e indirectamente la política que se siga con
respecto a la actividad competitiva, así como el fomento de las organizaciones
de trabajadores y de consumidores), tienen efectos correctivos tan sólo en el
terreno de la estructura actual de la productividad, por lo cual - haciendo

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abstracción de efectos indirectos que se hacen sentir dentro de plazos más
largos - difícilmente mejoren la situación de los que no tienen acceso a
actividades productivas. Consideraciones similares son válidas para la política
de propiedad (a excepción de la redistribución de tierras).

Según ya hemos mencionado, una lucha radical contra la pobreza en América


Latina debe servirse de la política de inversiones. Esto significa, en primerísimo
término, que una proporción, lo más alta posible, de los recursos disponibles ha
de ser destinada a la acumulación de capital. Cuanto más se invierta, tanto más
empleos productivos podrán crearse, y tanto más pronto será posible procurar
una ocupación productiva al potencial de mano de obra en su totalidad. El
segundo imperativo se refiere al destino que se asigna a los medios de inversión.
Desde el punto de vista de la distribución es menester otorgar preferencia a
aquellas inversiones que, con determinada movilización de capital, proporcionen
ocupación al mayor número posible de trabajadores o que confieran una
productividad más elevada a ocupaciones marginales. Esta regla conserva su
validez hasta que el subempleo estructural sea superado y ya nadie esté
obligado a dedicarse a ocupaciones marginales y poco productivas.

De esto resultan de inmediato varias exigencias en cuanto al destino de los


medios de inversión:

1.) Hay que ampliar la producción de bienes cuyo proceso de fabricación


implique una movilización relativamente intensa de mano de obra.

2.) Cuando se instalen nuevas capacidades de producción, hay que emplear


tecnologías que aparejen una movilización relativamente intensa de mano de
obra, es decir, evitar mecanizaciones y automatizaciones superfluas.

3.) Las inversiones destinadas a aumentar la productividad han de ser


combinadas siempre con adecuadas ampliaciones de la producción en el plano
de la economía global. Tales inversiones han de concentrarse, en general, en
áreas cuya productividad inicial se sitúe por debajo de los valores promediales.
Pero aun ajustando el destino de los medios de inversión a los criterios arriba
expuestos, no se podrá evitar una acentuación transitoria de las diferencias en
los ingresos, cuando aquella parte de la población marginal que, a consecuencia
de una insuficiente capacidad de inversión, permanezca, por de pronto, en su

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condición, por no poder ser absorbida de inmediato, se vea expuesta, sin
protección, a los efectos laterales inflacionarios del crecimiento económico, o
bien a los desplazamientos que se operen en los términos de intercambio
internos, o cuando el incremento de la productividad beneficie
preponderantemente no los salarios de los propios ocupados, sino los ingresos
de los empresarios. Para evitar ambas cosas, es necesario tomar medidas
redistributivas correctivas, aparte de las medidas centrales que se adopten en el
marco de la política ocupacional.

Un tercer elemento que - aparte del monto de las inversiones y el destino de los
medios de inversión - ha de tomarse en cuenta a los efectos de una política de
pleno empleo productivo, es la oferta de mano de obra. Aquí se presentan dos
tareas:

(a) Hacer disminuir la abundante oferta de mano de obra no calificada y

(b) capacitar el potencial total de mano de obra para desempeñar los empleos
productivos existentes y los que sean creados en el transcurso del desarrollo. La
ampliación del sistema educativo, es decir, la prolongación del período de
instrucción en general y la incorporación pareja de todas las capas de la
población al sistema educativo, cumple ambas finalidades, puesto que demora
la entrada de la nueva generación al proceso de producción y aumenta el
potencial productivo de la mano de obra, al tiempo que produce una nivelación
de las oportunidades como ninguna otra medida de política distributiva podría
hacerlo. Para el punto

(a) cabe recurrir, asimismo, a la reducción del tiempo de trabajo en general


(disminuyendo las horas semanales y reduciendo la edad jubilatoria), así como,
eventualmente, la ampliación del servicio militar (ejemplo: Cuba).

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REDISTRIBUCIÓN Y PODER POLÍTICO

Los órdenes de distribución existentes pueden ser considerados, en parte, el


resultado directo de las condiciones de poder imperantes en las sociedades
latinoamericanas. En algunos países las clases bajas están enteramente
sometidas al dictado de sus empleadores o a los dueños de la tierra, sin
influencia alguna sobre el Estado para poder lograr redistribuciones correctivas.
En otros países, algunos sectores de trabajadores, a través de medidas de lucha
económica y de presión política pudieron conseguir aumentos salariales y
medidas estatales de redistribución a su favor. A esa presión desde abajo se
agregaba, en muchos casos especialmente en los comienzos de la legislación
social latinoamericana, un apoyo paternalista por parte de gobiernos populista-
autoritarios. Los niveles salariales y los privilegios de los diferentes grupos de
trabajadores (disposiciones acerca de la jornada de trabajo, seguro social,
estabilidad en el empleo, acceso con rebajas de precio a los productos de las
firmas respectivas, etc.) reflejan los variados grados de poder de los sindicatos
involucrados. También en el destino dado a los recursos redistribuidos por el
Estado cabe reconocer la variada intensidad de la presión política de los
diferentes grupos de la población. Las llamadas inversiones sociales están
concentradas fundamentalmente en las grandes ciudades, especialmente las
capitales, mientras que el interior se ve postergado (excepción destacada: Cuba
después de la revolución). De acuerdo con ese esquema, por otra parte, vastos
sectores de la clase media pudieron asegurarse ocupación en los aparatos
estatales caracterizados por su hipertrofia. En algunos casos, finalmente,
sectores inicialmente postergados, lograron organizarse y conquistar cierta
participación en los recursos distribuidos por el Estado y/o la protección estatal.

Ahora bien, el fenómeno de la evolución extremadamente desigual de la


productividad, y el del subempleo estructural derivado de tal circunstancia, que
es una de las causas fundamentales de la pobreza en los países
latinoamericanos, no puede ser atribuido a constelaciones de poder entre grupos

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de intereses, ni tampoco ser eliminado por medio de la incorporación plena de
las capas marginadas a ese sistema. El poder de grupos determina la
distribución de los ingresos dentro de los límites fijados por la estructura de la
producción. Nacidos ellos los mismos de esa estructura de la producción, los
diversos grupos de intereses luchan por ventajas inmediatas que han de
producirse a corto plazo, en la distribución funcional de los ingresos, en los
términos de intercambio internos y en el otorgamiento de privilegios por parte del
Estado. La compensación de los desniveles de la productividad es objeto de la
presión directa de intereses a lo sumo en aquellos casos en que esté en juego
la redistribución de tierras o la provisión de recursos (créditos, infraestructura,
protección frente a la competencia) para ramos económicos rezagados. La
presión de intereses que parte de los pobres, no apunta, sin embargo, a una
política de inversiones, capaz de eliminar a largo plazo las causas de la pobreza,
al absorber en actividades productivas la población apta para trabajar, restando
la mano de obra superflua a otros ramos de la producción sin posibilidades de
desarrollo.

Según se ha señalado, tal política de inversiones requiere, en el sistema


capitalista, como presupuesto básico, el aliciente de salarios bajos (incluso las
prestaciones accesorias vinculadas a los salarios). Esta exige, al mismo tiempo,
la eliminación de todos aquellos factores que puedan ejercer un efecto disuasivo
o perturbador sobre las inversiones privadas. En tal sentido se requiere -
paradojalmente - una política definidamente favorable a los empresarios y - en
consecuencia - una limitación del poder sindical. Pero una rápida ampliación de
producciones con intensa movilización de mano de obra exige al mismo tiempo
una reactivación y reestructuración de la demanda o, eventualmente, incluso de
la reacción por parte de la oferta. Esto implica la necesidad de decisivas
intervenciones correctivas del Estado en el proceso de desarrollo espontáneo.
En el caso extremo la rectificación necesaria se traduce en la nacionalización de
medios de producción, es decir, en grandes transformaciones del orden socio-
político. Por otra parte, una política redistributiva eficaz exige, además de la
eliminación del subempleo estructural, la ampliación de los servicios estatales, a
fin de lograr una atenuación inmediata de los síntomas de marginalidad y una
reducción del costo social del período de transición. Esto afecta directamente los

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intereses de los ricos y en muchos casos también los de la clase media e incluso
los de los obreros mejor remunerados, ya que estos sectores han de solventar
los mayores gastos sociales del Estado.

Surge entonces la interrogante de cuáles fuerzas políticas han de sostener a un


gobierno empeñado en realizar una política económica opuesta a la presión
inmediata de los intereses tanto de los empresarios como de los trabajadores
estables. El planteo estratégico necesario "desde arriba" (que parte de una élite
cuya acción responde a los objetivos de una política distributiva de largo plazo)
se combina más fácilmente con la presión política "desde abajo" (que parte de
grupos de intereses sociales) en el caso de la estrategia exportadora basada en
una intensa movilización de mano de obra, y en el caso de una estrategia
socialista de inversiones estatales directas. La primera tiene relativamente poco
que temer de parte de los empresarios, puesto que ella aplaza conscientemente
la redistribución funcional. Pero también aquí una política social concomitante,
dirigida a combatir los síntomas, exige un control de la presión que responde a
los intereses de los empresarios y que tratará de evitar esa carga. La estrategia
socialista de desarrollo puede apoyarse en vastos sectores de las clases bajas,
siempre que tenga lugar una movilización política adecuada. Pero en todo caso
corresponde prioridad al esquema estratégico autónomo, el que no se genera a
consecuencia de la presión de intereses, sino que desde arriba ha de llegar a un
acuerdo con los intereses de grupo - orientados hacia la consecución de ventajas
a corto plazo - a fin de alcanzar eficacia política.

A manera de tesis cabe ahora extraer algunas conclusiones de carácter general


para diversas constelaciones políticas: (a) Un régimen que tenga necesidad de
contar con la adhesión de los trabajadores organizados sólo puede eliminar el
subempleo estructural a condición de que sea lo suficientemente radical (y
disponga del poder necesario) como para colocar las inversiones en amplio
grado bajo control estatal directo. (b) Un gobierno que dependa del apoyo de las
clases medias (empleados que perciben remuneraciones elevadas e
independientes), puede practicar una política ocupacional exitosa tan sólo por la
vía de la ampliación de las exportaciones. (c) Cualquier gobierno que no esté en
condiciones de introducir cambios significativos en la estructura capitalista de la
propiedad, tiene que subordinar en amplia medida la redistribución funcional al

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objetivo del pleno empleo productivo y mantener, por consiguiente, bajo control
a los trabajadores. La tesis (a) tal vez sea susceptible de atenuación, dada la
posibilidad de un "pacto social" que a través de una moderación voluntaria de
reivindicaciones obreras como contrapartida de cierta renuncia a ganancias por
parte de los empresarios proporcione una base segura para una estrategia de
ampliación del consumo de las masas. Pero de acuerdo con las experiencias
recogidas hasta el presente, son sumamente reducidas las posibilidades de éxito
de un pacto de tal naturaleza, máxime cuando los verdaderos beneficiarios son
las capas marginales las que, sin embargo, no tienen participación expresa en
él.

Las consideraciones precedentes se relacionaban con las limitaciones más


generales al margen político de que dispone una política redistributiva
fundamental (la cual, en las condiciones dadas actualmente en América Latina,
tiene que ser siempre, en primer término, una política ocupacional). A tal efecto
hubo que recurrir forzosamente a categorías socio-políticas bastante groseras
que como tales apenas se ajustan a la complejidad de la realidad
latinoamericana. Para poder dar una respuesta más precisa a la interrogante
acerca de las posibilidades políticas y los límites de una política redistributiva
efectiva, es menester recurrir a una observación empírica sistemática. Hay que
investigar a qué procesos concretos ha respondido hasta ahora en los diferentes
países la no concreción (o eventualmente la concreción) de dicha política
distributiva. A tal efecto puede resultar útil efectuar una distinción analítica entre
el proceso en el cual un esquema político- económico orientado en tal sentido
adquiera relevancia política, es decir, se convierta en el objetivo de la acción de
un gobierno, y la pugna entre ese objetivo de gobierno y los intereses de los
diversos grupos sociales. En la realidad, naturalmente, ambos procesos están
estrechamente entrelazados.

De importancia decisiva para el primer aspecto resulta la estructura general de


los objetivos de un gobierno, el diagnóstico de la situación económica en que se
base aquella, sus compromisos de intereses y su definición ideológica. Dentro
de tal estructura de objetivos, la superación del subempleo estructural puede
tener un mayor o menor grado de prioridad. Un régimen, p. ej., que aspire en
primer término a transformaciones del orden político, y que conciba tales

17
transformaciones como finalidad en sí, estará difícilmente inclinado a realizar una
política de pleno empleo dentro de los cánones capitalistas, sino que supeditará
la adopción de tales medidas al logro previo de sus objetivos políticos prioritarios.
Un gobierno que haya llegado al poder a través del conflicto entre los grupos de
intereses establecidos y los partidos y que conciba su tarea política
fundamentalmente en los términos de esa oposición de intereses y de los
indicadores de "éxito", vigentes en ese ámbito, tampoco estará interesado en
una política distributiva eficaz a largo plazo, pero que, a corto plazo, resulte
impopular. Si bien la política distributiva aquí expuesta está supeditada a un
continuo crecimiento económico, desde el punto de vista de la estructura actual
de la producción y de los patrones de crecimiento que le son inherentes resulta
un conflicto de objetivos entre la distribución y el crecimiento, ya que habría
necesidad de introducir cambios fundamentales en el modelo de crecimiento
"espontáneo" que prevalece actualmente. Tal circunstancia bien puede colocar
a un gobierno ante la alternativa político-económica de liberar en el mayor grado
posible las fuerzas de crecimiento contenidas en el sistema existente
(acelerando de esta manera el desarrollo desigual, circunscrito a enclaves), o
bien frenarlas a través de medidas modificativas de las estructuras (poniendo de
esta manera en riesgo el crecimiento que parece posible).

Un aspecto importante de la investigación se relaciona con el proceso político


por el cual élites con estructuras de objetivos diferentes son llevadas al poder o
alejadas de él. En esto y en la cuestión de cuáles son las condiciones de
practicabilidad de los programas de política económica, es menester tomar en
cuenta la multiplicidad de grupos de intereses existentes, las coaliciones entre
ellos y la forma en que los intereses socio-económicos se traducen en acción
política.

Todo el análisis se superpone en áreas esenciales a la investigación de las


condiciones políticas que requiere el desarrollo económico en general, y
viceversa, puesto que este último constituye la base necesaria (aunque no la
garantía) para una redistribución que a largo plazo tenga éxito.

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ASISTENCIA AL DESARROLLO Y DISTRIBUCIÓN

¿De qué manera la asistencia al desarrollo, otorgada por el extranjero, puede


responder a los requerimientos de una distribución más pareja del producto
social en América Latina? La respuesta más generalizada es: en la medida en
que apoye una estrategia de desarrollo, dirigida a alcanzar el pleno empleo
productivo.

1.) La destinación de recursos otorgados en el marco de la asistencia al


desarrollo, a áreas de producción caracterizadas por una intensa movilización de
mano de obra, o a proyectos de infraestructura que benefician a sectores o
núcleos de población rezagados, no tiene mucho valor por sí misma, cuando
esos proyectos positivos desde el punto de vista de la política distributiva
integran una estrategia más amplia (haya sido ésta formulada explícitamente o
no) que conduce a una mayor acentuación de las diferencias de la productividad
y con ello, de un desarrollo circunscrito a enclaves.

2.) Dentro de una estrategia dirigida a la absorción rápida de la totalidad de la


mano de obra en actividades productivas, resultan eficaces desde el punto de
vista de la política distributiva, incluso aquellos proyectos que - sin tener por sí
mismos efectos niveladores sobre la productividad contribuyan a asegurar la
estrategia global en cuanto a recursos y, sobre todo, en el campo de la economía
exterior.

En otras palabras, para una asistencia al desarrollo, orientada hacia la política


distributiva (asistencia que esté dirigida fundamentalmente a atender las
necesidades de los sectores pobres de la población) no tiene tanta importancia
que se fomenten directamente empresas artesanales en lugar de fundiciones de
acero, o cooperativas campesinas en vez de centrales nucleares, como que los
recursos otorgados complementen un esfuerzo global nacional que conduzca a
un mejoramiento efectivo de la situación de los grupos pobres de la población, y
no adornen simplemente con medidas de política distributiva una estrategia de
desarrollo cuyo efecto global se traduzca en una profundización de las
desigualdades estructurales.

19
Aparte de ese principio básico para una utilización adecuada - desde el punto de
vista de la política distributiva - de recursos otorgados en el marco de la
asistencia al desarrollo, se presentan, sin embargo, otras dos modalidades de
aplicación, a través de las cuales la asistencia al desarrollo extranjera puede
tener efectos modificativos sobre la política nacional de desarrollo en el sentido
de una distribución más equitativa:

1.) La asistencia a proyectos puede vincularse a condiciones por las que el


proyecto en su conjunto beneficie un mayor número de personas (p. ej.,
sustituyendo métodos de producción que implican una movilización
relativamente intensa de capital por otros que impliquen una movilización
relativamente intensa de mano de obra - todo ello en el marco de las
posibilidades tecnológicas y condiciones de eficiencia - o logrando la puesta en
práctica de una reforma agraria antes de la iniciación de proyectos de desarrollo
agropecuario).

2.) Pueden fomentarse proyectos positivos desde el punto de vista de la política


distributiva, que ocupan una posición marginal en el conjunto de las inversiones
nacionales y que no serían llevados a cabo sin la asistencia al desarrollo
extranjera. En tal caso la asistencia al desarrollo se orienta por otras prioridades
que la política nacional de desarrollo, o contribuye a realizar parcialmente
prioridades que el gobierno del país receptor - por falta de posibilidades de
control sobre el comportamiento inversor privado - no puede imponer por sí
mismo. El rescate de proyectos marginales, en una estructura de inversiones por
lo demás negativa desde el punto de vista de la distribución, no podrá tener, sin
embargo, en ningún caso, sino efectos aislados que sólo alcanzarán a los
beneficiarios inmediatos de tales proyectos.

20
CONCLUSIONES

En comparación con el promedio general del mundo en desarrollo, en el


período1960-2000 América Latina en su conjunto se caracterizó por niveles
relativamente altos de desarrollo humano y de avances en este campo, pero por
comportamientos menos favorables en materia de crecimiento económico. En
1960, a comienzos del período, la esperanza de vida de América Latina era
bastante superior a la del resto del mundo en desarrollo. Es posible que esto se
haya debido a que la región alcanzó la independencia política mucho antes y por
lo tanto hubo un mayor compromiso con el desarrollo humano, en especial por
parte de las elites. Al mismo tiempo, entre las regiones fue la latinoamericana la
que registró la mayor desigualdad en la distribución del ingreso (Berry, 1998).

Nuestros esfuerzos por estimar la solidez de diversos eslabones en las cadenas


A y B indican que aquellos entre el crecimiento económico y el desarrollo humano
varían más en América Latina que a nivel mundial. El coeficiente de gasto social
sale bien parado, pero el crecimiento del PIB no siempre se tradujo en una
mejora significativa del desarrollo humano, lo que indica que en cada país se
dieron situaciones concretas que afectaron la solidez de la cadena. Por otra
parte, los eslabones de la cadena B, que va de desarrollo humano a crecimiento
económico, demostraron aproximarse más a los resultados de carácter global,
con niveles iniciales de desarrollo humano que influyeron de manera significativa
en el crecimiento económico.

Respecto de ambas cadenas nos vimos limitados en lo que podíamos


comprobar, ya que dispusimos de menos datos de países sobre algunas
variables y de un menor número de observaciones.

Los casos de países analizados ilustran de qué manera las circunstancias


concretas influyeron en la solidez de los diversos eslabones de las cadenas A y

B. Nuestro estudio abarcó tres países que se situaron en el cuadrante de


desempeño virtuoso en el período en su conjunto (Chile, Costa Rica y México) y
tres que cayeron en el de desempeño vicioso (Guyana, Jamaica y Nicaragua).

Por lo que respecta a los tres casos exitosos, el crecimiento alto acompañado de
un elevado coeficiente de gasto social se tradujo en mejoras del desarrollo

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humano (México en los años sesenta y setenta, y Chile en los sesenta). Un
camino alternativo para alcanzar el éxito, ilustrado por Costa Rica, es el de lograr
un crecimiento moderado y relativamente bien distribuido, acompañado de
coeficientes de gasto social muy altos y adecuados coeficientes de prioridad. En
el período intermedio (1975-1990), Chile mostró un tercer camino para llegar al
éxito, que se caracteriza por gasto social muy bien focalizado, con crecimiento
disparejo durante gran parte del período y un coeficiente de gasto social sólo
moderado. Posteriormente, Chile se situó dentro del grupo de crecimiento
elevado y adecuado coeficiente de gasto social.

BIBLIOGRAFÍA
http://hdr.undp.org/sites/default/files/rhdr-2010-rblac.pdf

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http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0864-
34662003000100003
https://www.cepal.org/es/publicaciones/40010-desarrollo-economico-la-
america-latina-algunos-sus-principales-problemas
http://revistas.usta.edu.co/index.php/isocuanta/article/view/1403

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