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© Universidad Distrital Francisco José de Caldas
© Centro de Investigaciones y Desarrollo Científico
© Ricardo García Duarte, Jaime Andrés Wilches Tinjacá,
Hugo Fernando Guerrero Sierra, Mauricio Hernández Pérez
(Editores)
Editorial UD
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Carrera 24 No. 34-37
Teléfono: 3239300 ext. 6202
Correo electrónico: publicaciones@udistrital.edu.co
Introducción
De la paz signada hacia los retos de un país
excluido por el conflicto armado 25
Mauricio Hernández Pérez
Jaime Andrés Wilches Tinjacá
Hugo Fernando Guerrero Sierra
Primera parte
La institucionalidad de la paz 33
Segunda parte
La región olvidada, el territorio potenciado 161
Tercera parte
El acuerdo y sus partes, la paz y sus actores 287
Cuarta parte
Comunicar la paz:
hacia la reconstrucción del relato nacional 435
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Quinta parte
La paz, un asunto local, una preocupación global 519
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Prácticas de memoria y paz de las
víctimas del conflicto armado en
Tumaco (Nariño)
Karen Betancourt*
José Luis Foncillas**
Freddy A. Guerrero***
Introducción
La paz implica condiciones de orden estructural, por supuesto con direcciona-
miento estatal en tanto que este es el último responsable de ese derecho supre-
mo que se asocia al papel clásico de garantizar la seguridad en sus contornos
interestatales, así como al interior del territorio mismo. Sin embargo, esta paz
estructural redunda en abstracciones si no son materializadas en lo local y en
las experiencias concretas, y si además de las condiciones materiales que la
harían posible no se aborda en contextos específicos, con los procesos comuni-
tarios, en las prácticas de enfrentamiento a las violencias presentes; también si
no se consideran las expectativas de futuro diferenciadas culturalmente.
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de Cali, titulada Prácticas de memoria de las víctimas del conflicto armado en el mu-
nicipio de Tumaco, en la que se indaga el derecho a la memoria y el sentido de
construcción social de la misma por parte de algunas víctimas del municipio
de Tumaco.
Se parte de considerar que efectivamente el tema de la memoria adquiere re-
levancia en cuanto que las medidas de reparación simbólica han sido diseñadas
en Colombia, principalmente desde enfoques y conceptualizaciones jurídicas
y psicológicas configuradas por profesionales, muchos de ellos del centro po-
lítico administrativo y académico del país, lejos de las zonas de conflicto. Esto
significa que se corre el riesgo de que al ser aplicadas no sean relevantes para
las víctimas y por tanto no lleguen a ser aceptadas ni crear condiciones para la
convivencia como fundamento de una paz asociada a la reconciliación (riesgo
que debe afrontar la Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convi-
vencia y la no repetición) y cuyos sujetos, eje de ese resurgimiento de condicio-
nes de paz y democracia, son precisamente las víctimas.
Aproximarse a las prácticas de memoria de las víctimas del conflicto arma-
do en Tumaco, hace visible las significaciones que los tumaqueños expresan
por diversos dispositivos para dar sentido a las preguntas sobre qué pasó, el
porqué de lo sucedido, y de forma paralela, realizar reclamos públicos sobre
justicia y no repetición; sin duda, exigencias desde un contexto y características
culturales propias. Se pretendió indagar entonces sobre las prácticas de memo-
ria que han sido efectuadas por las víctimas de Tumaco y que resultan signifi-
cativas para ellas, así como de otras prácticas que no han podido ser ejecutadas
pero que serían deseables, proponiendo futuros diálogos entre la población
víctima y el Estado para encontrar medidas de reparación simbólica adecuadas
para remediar lo dañado y fundamentar desde allí escenarios de paz posibles.
La investigación fue desarrollada atendiendo a la metodología cualitativa,
con el método fenomenológico. No se parte de una hipótesis a demostrar, sino
de una pregunta problema de referencia: ¿cuáles son las prácticas de memoria
de víctimas del conflicto armado en el municipio de Tumaco y su relación con
la construcción de escenarios de paz (cultura de paz)? Por supuesto, el inte-
rrogante anclado a los derechos de las víctimas obliga al uso de categorías de
los derechos humanos (DD.HH.), aunque esto no impide la atención sobre las
categorías que van emergiendo a lo largo de la indagación, las cuales resultan
fundamentales para las interpretaciones sobre el sentido de estas prácticas.
Un aspecto importante en esta pesquisa remite también al sentido de satis-
facción de estas prácticas, considerando que las acciones de reparación sim-
bólica y material no solo deben llevar al cumplimiento de formalidades, sino
a generar un contexto de complacencia que permita condiciones y en donde
parte de la justicia sea alcanzada en el reconocimiento de la injusticia misma.
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Prácticas de memoria
En la indagación sobre las prácticas de memoria se identificaron un conjunto de
ellas que fueron sistematizadas de acuerdo con el tipo de práctica; se consideró
la definición ya dada y se incluyeron aquellas que parecieran en principio más
vinculadas a las prácticas cotidianas ajenas a la memoria. No obstante la inten-
cionalidad de la memoria les daba el sentido, como por ejemplo la oración, que
se constituye de esta forma no solo en dispositivo religioso y psicosocial para
el encaramiento del duelo, sino que configura un mecanismo de representación
mnemónica importante para una parte de los entrevistados.
En segunda instancia se clasificó, de acuerdo con el hecho, si estas prácti-
cas circulan en el ámbito público o privado. Esto sirve como indicador de las
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persona asesinada, mostrar que la víctima fue un buen padre, un buen esposo,
un buen hijo. En palabras de Miriam Paloma, cuya madre fue asesinada por
paramilitares cuando tenía cuatro años: “Me gustaría que la sociedad conociera
y recordara a mi madre, para que sepan que ella era una buena madre y una
buena persona” (entrevista a Miriam Paloma, 9 de agosto de 2015).
Amalia, cuyo padre fue asesinado por Los Rastrojos, al hacer memoria insis-
te en que su papá era una buena persona: “Recordamos a mi padre como una
excelente persona, buen padre, buen hijo, buen marido, buen vecino, le gustaba
servir a la comunidad, perteneció al Comité nacional de cacaoteros durante
siete años y él luchaba por el gremio” (entrevista a Amalia, 2 de septiembre de
2015).
Este mismo anhelo de hacer memoria pública se encuentra en la buena ima-
gen del familiar asesinado; en el deseo de Salomón de que la historia de su hijo
desaparecido sea recordada y que otras personas lo recuerden como alguien
bueno. Con setenta años, manifestaba en tono sereno y complacido: “Es muy
bonito cuando colocan las fotografías en el parque (en la Galería fotográfica de
la Memoria) y después algunos vecinos o conocidos nos dicen: ‘vi a tu hijo en
el Parque Nariño, y me recordé de él y de cómo era’ y nos narran algún detalle.
Eso nos da alegría porque vemos que la gente se acuerda de él” (entrevista a
Salomón, 26 de noviembre de 2015).
Estas funciones de la memoria se muestran satisfactorias para sus promoto-
res en tanto la práctica misma da cumplimiento a este deseo y por lo tanto su
ejecución misma lo garantiza; es una suerte de performatividad, pues al reali-
zar la práctica se conoce y se recuerda a la madre, al padre, al hijo.
En la mayoría de los casos se generó una doble victimización, asesinaban
y se justificaba el hecho al atribuirse a la víctima acusaciones respecto de su
pertenencia o de simpatía con los bandos armados contrarios al del perpetra-
dor. Las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), autoras del mayor número
de asesinatos desde 1999 hasta 2007 en Tumaco, argumentaban sus asesinatos
diciendo que esas personas tenían vínculos con la guerrilla; este ha sido un es-
tigma muy doloroso para muchos de los familiares.
Estas versiones de los actores victimizantes se difundieron ampliamente en
un contexto social donde esos grupos armados eran muy poderosos, tanto en lo
criminal como por sus vínculos con la institucionalidad y la fuerza pública. Es
por ello que sus argumentos se difundieron masivamente y fueron asimilados
por muchas personas desinformadas como verdaderos, llegando a convertirse
en algo que se daba como un hecho, incluso en los casos donde los actores vic-
timizantes no dieron ninguna justificación del asesinato. Se escuchaba la frase
usual que había sido promovida por los grupos armados: “En algo andaría
metido, a nadie lo matan por nada” (diario de campo, 17 de marzo de 2015).
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Fueron tan difundidas esas versiones que como mínimo sembraron la duda en
la población en general y el dolor y la doble victimización en los familiares de
las víctimas.
Las personas entrevistadas en este proyecto vivieron en Tumaco y por eso
sienten este estigma social que flota, aún hoy, en el ambiente. Es también por
ese estigma generalizado que los familiares tienen el deseo de dignificar el
nombre en el ámbito público. El testimonio de Miriam Paloma, cuya madre fue
asesinada, es elocuente en este sentido:
También quiero que el que le disparó a mi mamá se retracte, pues en una de-
claración dijo que mi mamá era una guerrillera como para que le bajaran la
pena y eso empañó el nombre y la memoria de mi mamá y de alguna manera
la mía. Creo también que es importante decir que el Estado tuvo que ver con
la muerte de mi mamá puesto que los señores del Ejército fueron los que ven-
dieron declaraciones de mi mamá, quien estaba colaborando con la justicia,
por tanto, deben investigar al que manejaba el batallón en esa época para que
también pague. (Entrevista a Miriam Paloma, 29 de agosto de 2015)
Lo que queremos saber, todos los que estamos aquí, es el verdadero móvil que
causó la muerte a nuestro familiar. ¿Ustedes se pueden imaginar todo el daño
que causaron a mi familia cuando asesinaron a Jaime Enrique Angulo?, un ser
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Este testimonio expresa con elocuencia ese deseo de las víctimas de que se lim-
pie el nombre manchado de su familiar y que se narre la verdad, algo que va-
loran como necesario para su satisfacción. Es a su vez representativo, pues si
los mecanismos judiciales de justicia y verdad permitieran idealmente reparar
a las víctimas, se observaría que la demanda de la verdad está sustentada por
la plenitud de la verdad, por el arrepentimiento de los victimarios y el recono-
cimiento de los efectos del daño; lo que se demanda, por las conclusiones del
testimonio, no satisface lo deseado, por lo tanto la insatisfacción se da no solo
en el plano judicial, sino en el personal: “Por eso no quiero escuchar, señora
Magistrada, a estos señores”.
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Otro ejemplo que ilustra este tema es el caso de Manuel Rodríguez, que
desde el asesinato de su hijo, Dubian David Rodríguez, en 2013, ha insistido
en escenarios públicos en que se limpie el nombre de su hijo. Fue significativo
que en un acto de memoria organizado en Tumaco por la Corte Constitucional,
el 5 de noviembre de 2013, Manuel tomó el micrófono y le reclamó al alcalde
Víctor Gallo, presente en ese momento junto a los Magistrados de la Corte, que
se retractara del pronunciamiento radial donde afirmó que la muerte de su hijo
había sido por un ajuste de cuentas, versión mantenida por la Policía Nacional
y que el alcalde había repetido en un medio local.
Manuel Rodríguez es uno de los pocos casos en Tumaco que ha vencido el
miedo, ha seguido el caso en la Fiscalía y ha perseverado en la búsqueda de jus-
ticia por el asesinato de su hijo. Esto lo hace a pesar de haber recibido múltiples
amenazas en su contra; lo más significativo es que manifiesta que lo hace por-
que su anhelo es que se conozca la verdad. Es un caso excepcional de valentía,
pero no es excepcional lo que, a nivel de satisfacción expresa, un deseo de que
se conozcan las verdaderas causas del asesinato de su hijo, “que se limpie el
nombre de mi hijo”.
Pero detrás de esta estigmatización de las víctimas como supuestos miem-
bros del grupo armado contrario hay una lógica perversa que justifica los ase-
sinatos, y es el argumento de que, si la persona pertenecía a un grupo armado
ilegal, entonces sí era lícito su asesinato. Esta lógica también ha sido utilizada
en Tumaco por las FARC y por la fuerza pública. Fue muy esclarecedora en este
sentido la intervención de la magistrada Uldi Jiménez en uno de los momentos
de la ya mencionada audiencia de febrero de 2014. Cuando el postulado Jorge
Enrique Ríos respondió a una de las víctimas, argumentando que había asesi-
nado a su esposo porque pertenecía a la guerrilla, la magistrada lo interrumpió
y afirmó enfáticamente que nada justificaba un asesinato, además le pidió que
no siguiera justificando ningún homicidio diciendo que fue perpetrado por te-
ner vínculos con la guerrilla.
Esa argumentación perversa de los grupos armados se ha instaurado en el
inconsciente colectivo. Es común escuchar en las calles la frase “lo mataron
porque pertenecía a un grupo armado”, denotando cierta aceptación del asesi-
nato de personas pertenecientes a algún grupo ilegal. Como manifestó la Corte
Constitucional: “La dignidad humana (es) entendida como intangibilidad de
los bienes no patrimoniales, integridad física e integridad moral, vivir sin hu-
millaciones” (sentencia T-881 de 2002).
Los asesinatos o las desapariciones cometidas fueron en primer lugar un
daño físico, el peor que se puede realizar, quitar el bien más precioso, que es
la vida, y nada puede justificar ese hecho. Pero en segundo lugar es un daño a
la “integridad moral”, a su nombre, a su memoria, a su dignidad, acusándole
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bienestar cuando las prácticas de memoria permiten “que otros tomen concien-
cia del daño que se produjo a su familia” (diario de campo, 12 de septiembre
de 2015). Es un deseo sentido por los allegados el que la sociedad conozca lo
que vivieron los familiares de la víctima, el dolor por el que tuvieron que pasar,
como una manera de disminuir la indiferencia y generar solidaridad, con la
esperanza de que eso contribuya a la no repetición.
Otro deseo relacionado con la satisfacción, manifestado por siete de las víc-
timas (diario de campo, agosto y septiembre de 2015), es el que los victima-
rios conozcan las consecuencias que provocaron sus actos violentos, desde un
convencimiento de que, si conocen esas consecuencias dolorosas a través de
fotografías y relatos, esto puede redundar en un cambio de actitud y una de-
jación de las armas. En una primera oportunidad esta afirmación pareció sor-
prendente durante la investigación, no obstante al ser repetida por diferentes
personas se encuentra que puede tener una base objetiva y pragmática, ya que
las víctimas conocen a los victimarios, muchos viven en sus mismos barrios de
habitación, por esto es probable ponderar los efectos que la memoria puede
tener sobre ellos.
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las personas que trabajaron con ella reviste el mantener viva la memoria y los
ideales de esta líder nariñense.
La actual directora de la Pastoral Social de la diócesis de Tumaco, afirma:
En estas prácticas hay una fuerte intencionalidad pedagógica, que tiene el obje-
tivo de educar a las nuevas generaciones desde la indignación sobre los hechos
violentos. Pero además, tanto en Yolanda como en Miller, sus propósitos de jus-
ticia y defensa del bien común trascienden la persona misma y se constituyen
en afrenta a las ideas y prácticas que representaban y representan.
Estas prácticas de memoria denotan un deseo de que ese crimen no quede
en el anonimato y la impunidad (CNMH 2013), entendiendo que esta se ubica
en el orden moral y no jurídico; en el sentido de lo que afirma Wiesel (1990): “la
memoria del mal debe ser un escudo contra el mal”, una herramienta pequeña
pero poderosa que tienen las víctimas en su lucha contra la impunidad. Esto
se ha dado en Tumaco, ya que las prácticas de memoria han empoderado a los
familiares de las víctimas, moldeando actitudes que han contribuido a fomen-
tar los derechos humanos, impidiendo justificar la violencia. Un ejemplo de la
fuerza que puede tener ese repudio moral es que las propias AUC afirmaron
que fue el repudio social e institucional tras el asesinato de Yolanda Cerón, el
que ocasionó su decaimiento en Tumaco y puso un freno a sus hechos delictivos
(testimonio del postulado Jorge Enrique Ríos en la audiencia de afectaciones de
Justicia y Paz, enero de 2014).
Los líderes y lideresas víctimas se constituyen así en unas figuras que apelan
y construyen la memoria colectiva, son la bisagra que vincula las representa-
ciones privadas con las públicas, son el referente simbólico y alegórico que con-
densa tanto el conjunto de hechos de violencia como la demanda igualmente
múltiple de justicia, son en cierto sentido la figura inversa del chivo expiatorio,
a este se le sacrifica para resolver simbólicamente la crisis, en nuestro caso estos
líderes y lideresas son los receptores en sus existencias de la crisis del conflicto;
su sacrificio no se torna reparador sino demandante de justicia.
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Las palabras de Salomón coinciden con las de otros entrevistados que quieren
verdad y justicia. Otras entrevistas recogidas, afirman: “las fotos de las víctimas
que se exponen en la Casa de la Memoria son para mí un reclamo de justicia”
(diario de campo, 21 de agosto de 2015). A pesar de que muchas de las víctimas
no creen que se vaya a llegar prontamente a una verdad judicial, el hecho de
hacer públicas esas historias es un reclamo asertivo de ese deseo; como afirma
Mate (2011), es para ellas justicia, porque se hace público que lo que pasó no
fue justo.
El deseo de justicia desborda los alcances que la memoria puede otorgar,
por lo que no satisface suficientemente el deseo; aunque estas prácticas no con-
lleven la reparación material del daño, sí son reparación simbólica, porque re-
conocen la vigencia del derecho de las víctimas, a pesar de que pase mucho
tiempo y nunca sea posible una reparación total (Mate, 2011). Es de notar que
en otros casos del país, como la masacre de Trujillo, la memoria ha sido un ins-
trumento de denuncia que ha permitido que muchos años después se llegara a
condenas judiciales, por lo que la memoria es un instrumento que puede llevar
a la consecución de la justicia esperada.
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especial los ejercicios de memoria. Para las víctimas es necesaria una repara-
ción material, pero si se limita a lo económico puede tener efectos degradantes,
como un trato meramente paternalista que los convierte en meros receptores de
ayuda. Se hace por tanto necesaria una simultaneidad entre medidas económi-
cas y simbólicas.
La construcción de la memoria es una oportunidad para crear puentes entre
el Estado y la sociedad civil, y así fortalecer y recuperar la confianza en la ins-
titucionalidad y en un Estado Social de Derecho. Trabajar de manera conjunta
para reestablecer escenarios, diseñar herramientas, rutas y políticas públicas,
en vista a hacer memoria recogiendo la mirada de las víctimas y su dignifica-
ción, es un camino para construir paz y respeto a los derechos humanos. De
las experiencias relatadas se hace evidente que en los procesos de memoria las
iniciativas y las acciones de las comunidades han precedido las estatales. De
ahí la importancia que el Gobierno reconozca, valide y acoja estas prácticas,
máxime con la puesta en marcha en 2017 de la Comisión para el esclarecimiento
de la verdad, la convivencia y la no repetición como mecanismo del más tardío
proceso de justicia transicional en Colombia.
Al igual que las mujeres de la Asociación Nacional de Familiares de Secues-
trados, Detenidos y Desaparecidos (Anfasep) en Perú, reclamaban al Estado y
a la sociedad ser reconocidas no solo como víctimas indefensas y frágiles, sino
como personas ciudadanas activas defensoras de los derechos humanos y la
justicia, es de considerar que la memoria en Tumaco tiene capacidad de posi-
cionar políticamente a las víctimas como agentes de una sociedad sin violencia,
reconociendo en ellas sus luchas y apoyando las consignas que adelantan. Es
necesario cambiar el imaginario que se tiene de las víctimas y empezar a con-
siderarlas actores en la construcción de una cultura de paz y de respeto a los
derechos, entre otras maneras, a través de sus trabajos de memoria.
Una política pública de memoria para Tumaco no puede ser elaborada desde
el centro del país, debe ser un ejercicio territorial donde participen directamen-
te las víctimas. Es insuficiente reducir la memoria a la creación de monumen-
tos, que muchas veces son pensados desde parámetros ajenos a los territorios y
sin ser consultados con las poblaciones afectadas.
Estas iniciativas se deben construir en clave de pluralidad, pues cada terri-
torio ofrece unas características y modos de vida particular. No es lo mismo la
memoria de la zona andina del departamento de Nariño, con población mestiza
e indígena, que de la zona costera, donde la población es mayoritariamente
afrocolombiana, pues utilizan distintos lenguajes o códigos para representarse
y realizar las exigencias al Estado. Solo de esta manera las medidas que se lle-
guen a adoptar tendrán un sentido reparador.
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las víctimas que piden dignificación será clave para que realmente se produzca
o no. Además de diseñar correctamente un instrumento de política pública se
debe contar con los recursos para su ejecución. En la etapa del posacuerdo, esta
se convierte en una oportunidad de acercarse a la realización de este propósito
en la construcción de los planes de desarrollo, quedando como objetivo del ente
territorial la contribución a los procesos de reparación simbólica de las víctimas
de Tumaco.
Es importante recalcar que el Congreso de la República expidió la Ley 1734
de 2014, por medio de la cual se crea la Cátedra de la paz, de carácter obligatorio
en los establecimientos educativos del país; no obstante es necesario hacerla via-
ble en los currículos escolares y universitarios. Es imperioso crear herramientas
pedagógicas que permitan obtener la comprensión del porqué de las condiciones
que han hecho posible la violencia, esto con el propósito de la no repetición. Las
víctimas esperan así que la sociedad que supere el conflicto armado sea erigida
sobre el duelo compartido (Hite, 2013). Un equipo de profesionales deberá darse
a la tarea de construir instrumentos pedagógicos de memoria y trabajar temas
como la dignificación de las víctimas y la memoria de los líderes.
Si bien el énfasis en las prácticas de memoria y las recomendaciones tienen
un componente de demanda de justicia, no es esta de carácter vengativa o retri-
butiva, sino parte de las condiciones de construcción de paz; una paz positiva
con justicia social y materialización de oportunidades para el desarrollo de una
cultura de paz desde la cual están comprometidas las prácticas de memoria de
gran parte de los pobladores de Tumaco.
Finalmente, para investigaciones regionales en el suroccidente colombiano
implica considerar iniciativas que cruzan variables, como hechos victimizantes,
enfoques diferenciales y contextos que hacen posible cierto tipo de prácticas de
memoria, así como su apropiación pública y los efectos en términos de movi-
lización y demanda de transformaciones y resistencias. Estos aspectos permi-
tirán reconocer los márgenes estatales y las posibilidades de transformación
en territorios que han sido víctimas del conflicto, pero también de la exclusión
histórica y social.
Referencias
Agamben, G. (2005). Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Homo sacer
II. Valencia: Pre-textos.
Alexander, J. C. (2003). Cultural Trauma and Collective Identity. In The Meanings of
Social Life: A Cultural Sociology. Oxford: Oxford Scholarship Online.
Beristain, M. (1999). Reconstruir el tejido social. Barcelona: Icaria.
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