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Hacia una filosofía de la liberación latinoamericana

Su se domestica el presente según el modelo normativo de un pasado abstracto y


perimido, nos hallamos ante el “tradicionalismo”, que, en nuestro particular contexto
cultural, defiende la Cristiandad hispánica. Si domestica el presente según la imagen de un
futuro ajeno, inexorablemente pre-determinado, se trata de la actitud liberal-lustrada con
todas sus variantes progresistas. Si, finalmente, se consagran los respectivos presentes de
la historia como lo válido de por si, incuestionable y autosuficiente, nos enfrentamos a los
sacralizadores del statu quo. Estos tres tipos de falsas conceptualizaciones, que reducen
nuestra cultura a un mero “ser-como”, elimina toda posibilidad de emergencia de lo
nuevo adviniente. Al pensar im-propiamente el curso de la temporalidad, ocluyen la
historia y encubren las “posibilidades reales” de construir un “mundo” ontológicamente
nuevo; posibilidades que están gestando en nuestro concreto aquí y ahora. (10)

La lectura de nuestra historia de la filosofía, por el contrario, debe ser efectuada de modo
que mantenga la tensión dialéctica de los tres momentos de la temporalidad, asumiendo
la radicalidad del proceso. Esta nos exige releer el pasado desde la novedad emergente de
un futuro que se manifiesta ya como “posibilidad real” actuante en la concretez de
nuestra historia. Sólo reiterando de este modo lo sido (siempre presente en lo que está
siendo, de allí que no sea posible abolirlo ni refugiarse en cómodos “antis” con los que se
pretenda pasar el Jordán que nos exima de las culpas heredadas), podemos despejar un
nuevo horizonte de comprensión que posibilite un filosofar auténtico en nuestra América.
(10)

La filosofía, como todo producto cultural, tiene su historia. Vamos a de-struir la aparente
obviedad de este enunciado, indagando todos los supuestos que encierra.

“Destrucción” viene del vocablo latino ‘struo’ que quiere decir “reunir, juntar, ensamblar”
y de la partícula ‘de’ que unida al término anterior significa, no aniquilamiento y ruinas,
sino “desmontar, separar, discernir”. (12)

El término alude [destrucción], pues, a la necesidad de hacer propia una historia que fue
estructurada como ajena. Como ya lo señalara Martin Heidegger, de-strucción significa
“abrir nuestro oído, liberarlo para aquello en la tradición se nos asigna como el ser del
ente”. De este modo, la tarea de-structiva nos conduce a una inédita filosofía de la
liberación, que, superando la repetición acrítica y aséptica de “temas”, asuma el riesgo de
escombrar las solidificaciones de la “tradición” y de poner en evidencia las condiciones
socio-culturales del “logos” que encubrió nuestro ser histórico. Con ello pretendemos
abrirnos paso a través de lo dado, desde nuestro hoy a la repetición de un mañana propio.
(12)

Es menester superar las dos lecturas culturales típicas de la Modernidad:


a) La mecanicista, que considera a las formaciones doctrinales como meros reflejos
mecánicos de ineluctables procesos estimados como “objetivos”.
b) La idealista, contraparte dialéctica de la anterior, que presenta la evolución
filosófica como una mera concatenación de sistemas conceptuales, escamoteando,
con ello, los nexos históricos concretos que articularos dichos sistemas.

En el choque, lo originario precolombino no fue des-cubierto, sino, lisa y llanamente


conquistado. Y no podría ser de otro modo. Las conduciones estructurales de la cultura
europea exgigían tal tipo de comportamiento. Frente a la leyenda “negra” de la conquista
y a la leyenda “rosa” de los hispanistas, proponemos otra alternativa teórica que ve en las
peculiares condiciones de las civilizaciones precolombinas y de la Cristiandad hispánica el
factor decisivo del curso histórico que tomaron las cosas en América desde el arribo de
Colón. (13)

[En relación a la modernidad] La primacía del sujeto y la ideología de la voluntad de


dominio en su doble vertiente de voluntad de poder y de voluntad de riqueza) tonalizan su
textura cultural. Esta Modernidad europea se constituye desde sus orígenes en un juego
dialéctiico de una relación bipolar, que implicaba un polo imperial y dominador, por un
lado, y una base dependiente y dominada, por el otro. Su cultura era, consiguientemente,
una cultura de dominación basada en la violencia y concebida como una totalidad clausa
cuyo motor inmanente era la guerra. Aquí Heráclito se da la mano con Felipe II, y el Ser de
Parmínedes se baña de sangre. (13)

La simbiosis de lo espiritual con lo temporal que caracteriza al ideal de Cristiandad, dará


sus frutos más logrados en las colonias españolas y portuguesas de América. Para ellas, el
modo europeo de la fe era la fe, la cultura nord-atlántica fue siempre la cultura y su
“logos” el “logos”. La cruz y las riquezas, las armas espirituales y las temporales,
marcharon aunadas en la magna empresa de conquistar y colonizas “ad maiorem gloriam
Dei”. Con sus recursos se alhajaba la nobleza y se alimentaron las primeras usinas de la
Civilización Moderna. Con sus riquezas se engrandecieron las metrópolis y se financió el
Capital europero. Y eso fue subestimado tanto por Marx como por Adam Smith.

Lo originario precolombino es velado, desde el primer momento del encuentro con el


pensar nord-atlántico, en función de los intereses de dominación. La consciencia que
arriba a nuestras tierras es consciencia de Cristiandad y, para colmo, moderna; esto es,
fundada sobre el sujeto y orientada por una apodíctica voluntad de dominio. Esta
voluntad signa todos sus productos culturales, desde la ciencia hasta la filosofía;
concibiendo a los entes como cosas manipulables a su antojo y, mediata o
inmediatamente, destinadas al mercado. (14)

Al afán redentor y político, agregaron una no despreciable cuota de interés pecuniario.


Porque, como decía previsoramente el Gran Almirante, “del oro se hace tesoro, y con él
quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso”. El
servicio a Dios mediante la propagación de la fe cristiano-romana, y a la Corona
expandiendo su poderío político, se combinó convenientemente con la procura de ese
metal precioso de virtudes tan prodigiosas como “abrir las puertas del paraíso en el cielo y
las puertas del mercantilismo capitalista en la tierra”. (15)

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