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Nasrudín es un personaje fuera de lo normal.

Un Mulla, un sabio sufí que se oculta


detrás de acciones que muchos lo toman por loco y otros por tonto. Pero mas allá de
todo eso está lo que realmente es. Para tod@s aquell@s que conozcan sus peculiares
historias, por lo menos para mí, nunca se cansa de escucharlas. En cambio para aquellas
que aun no lo han escuchado ya va siendo hora de conocer a nuestro inigualable
personaje. El Mulla Nasrudín.

Lejos de presumir y alardear de su sabiduría, siempre intenta escabullirse o parecer,


como ya he dicho, tonto o loco. Pues sino escuchen lo que le ocurrió una vez.

Esta historia comienza cuando Nasrudín llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de
Medio Oriente.
Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio
para escucharlo. Nasrudín, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se
propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.
Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:
-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.
La gente dijo:
-No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!
Nasrudín contestó:
-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están
preparados para escucharlo.
Dicho esto, se levantó y se fue.
La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre
se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los
presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudín se alejaba, dijo en voz alta:
-¡Qué inteligente!
Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no
sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a
repetir:
-Qué inteligente.
-Qué inteligente.
Hasta que uno añadió:
-Si, qué inteligente, pero... qué breve.
Y otro agrego:
-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a
venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos
perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este
hombre que dé una segunda conferencia.
Entonces fueron a ver a Nasrudín. La gente había quedado tan asombrada con lo que había
pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él
era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.
Nasrudín dijo:
-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una
conferencia. Jamás podría dar dos.
La gente dijo:
-¡Qué humilde!
Y cuanto más Nasrudín insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente
insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño,
Nasrudín accedió a dar una segunda conferencia.
Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente
aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudín se paró frente al público e
insistió con su técnica:
-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.
La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la
anterior conferencia; así que todos dijeron:
-Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.
Nasrudín bajó la cabeza y entonces añadió:
-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.
Se levantó y se volvió a ir.
La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había
sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:
-¡Brillante!
Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:
-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!
-Qué maravilloso
-Qué espectacular
-Qué sensacional, qué bárbaro
Hasta que alguien dijo:
-Si, pero... mucha brevedad.
-Es cierto- se quejó otro
-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.
Y en seguida se oyó:
-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su
sabiduría!
Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudín para pedirle que diera una
tercera y definitiva conferencia. Nasrudín dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia
conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de
origen.
La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por
todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudín
aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia. Por tercera vez se paró frente al
público, que ya eran multitudes, y les dijo: -Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a
hablar. Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría.
El hombre de primera fila dijo: -Algunos si y otros no. En ese momento, un largo silencio
estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudín con la mirada.
Entonces el maestro respondió: -En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben. Se
levantó y se fue.

En realidad no se sabe si realmente sabe o no sabe. Si su sabiduría reside en su inocente


picardía o en su naturalidad frente a las clemencias de cada situación en las que se ve
envuelto.

"Un sabio forastero llegó a Aksehir. Deseaba desafiar al hombre más docto de la ciudad y le
presentaron a Nasrudín.
El sabio trazó un círculo en el suelo con un palo. Nasrudín cogió el mismo palo y dividió el
círculo en dos partes iguales.
El sabio trazó otra línea vertical para dividirlo en cuatro partes iguales. Nasrudín hizo un gesto
como si tomara las tres partes para sí y dejara la cuarta para el otro. El sabio sacudió la mano
hacia el suelo. Nasrudín hizo lo contrario.
Se acabó la competencia y el sabio explicó:
- ¡Este señor es increíble!, le dije que el mundo es redondo, me contestó que pasa el ecuador
terrestre por el medio. Lo dividí en cuatro partes, me dijo "las tres partes son de agua, la cuarta
es de tierra". Le pregunté "¿por qué llueve?", me contestó "el agua se evapora, sube al cielo y se
convierte en nubes".
Los ciudadanos deseaban conocer la versión de Nasrudín:
- ¡Qué tipo más glotón!, me dijo: "si tuviéramos una bandeja de dulce de hojaldre", yo le dije "la
mitad es para mí".
Me preguntó "¿si lo dividiéramos en cuatro partes?", yo le contesté "me comeré las tres partes".
Me propuso "¿si le echáramos pistachos molidos?", yo le dije "buena idea, pero se necesita un
fuego alto. Quedó vencido y se fue...”

Digo picardía, porque una vez, Nasrudín fue acusado con otro reo de haber robado al erario
público. Había dudas de quien sustrajo el dinero... si fue Nasrudín o el otro reo.
Nasrudín, siempre astuto le planteo a su abogado.
-- ¿Por que no le enviamos un regalo caro al juez para facilitar el proceso de descargo?
--Tu eres loco...ese juez es muy integro y te condenaría irremediablemente.
Al otro día, el juez sin escuchar muchos argumentos y de manera tajante condeno al otro reo.
Entonces, al salir de la corte el abogado de Nasrudín le pregunto:
-- ¡Que sorpresa! yo juraba que este caso lo perderíamos y que tu Nasrudín saldrías condenado.
Fue una suerte que le enviaste el regalo caro...
Nasrudín contesto:
--No, pero no pude evitar enviárselo a nombre del otro reo.

Aunque no lo hace intencionadamente, solo que el ve las cosas de diferente manera.


Como el día que Nasrudín decidió que podía beneficiarse aprendiendo algo nuevo y fue a
visitar a un renombrado maestro de música:
- ¿Cuánto cobra usted para enseñarme a tocar la flauta? - preguntó Nasrudín.
- Tres piezas de plata el primer mes; después una pieza de plata por mes - contestó el maestro.
-¡Perfecto! - dijo Nasrudín; - comenzaré en el segundo mes.

Aunque de vez en cuando parece tonto,


Todos los días Nasrudín iba a pedir limosna a la feria, y a la gente le encantaba hacerlo tonto
con el siguiente truco: le mostraban dos monedas, una valiendo diez veces más que la otra.
Nasrudín siempre escogía la de menor valor.
La historia se hizo conocida por todo el condado. Día tras día grupos de hombres y mujeres le
mostraban las dos monedas, y Nasrudín siempre se quedaba con la de menor valor. Hasta que
apareció un señor generoso, cansado de ver a Nasrudín siendo ridiculizado de aquella manera.
Lo llamó a un rincón de la plaza y le dijo:
—Siempre que te ofrezcan dos monedas, escoge la de mayor valor. Así tendrás más dinero y no
serás considerado un idiota por los demás.
—Usted parece tener razón — respondió Nasrudín — Pero si yo elijo la moneda mayor, la gente
va a dejar de ofrecerme dinero para probar que soy más idiota que ellos. Usted no se imagina la
cantidad de dinero que ya gané usando este truco. No hay nada malo en hacerse pasar por tonto
si en realidad se está siendo inteligentemente.
Porque en inteligencia va bien servido.
«Un hombre invitó a Nasrudín a salir de caza con él, pero le dio por montura un caballo
demasiado lento. El Mullá Nasrudín no dijo palabra. Muy pronto los demás se distanciaron y se
perdieron de vista. Poco después comenzó a llover fuertemente. No había refugio alguno en esa
zona y todos los participantes de la cacería terminaron empapados. Nasrudín, sin embargo, en
cuanto comenzó a llover se quitó todas sus ropas y se sentó encima de ellas. Cuando cesó la
lluvia, se vistió y regresó a la casa de su anfitrión para almorzar. Nadie comprendía por qué
estaba seco. No obstante sus veloces caballos, no habían podido hallar refugio en la llanura.
Fue el caballo que me dio, dijo Nasrudín.
Al día siguiente le dieron un caballo rápido y su anfitrión se reservó para sí el lento. Llovió
nuevamente. El caballo iba tan despacio que el anfitrión se mojó más que nunca mientras
regresaba a su casa a paso de tortuga. Nasrudín repitió la misma operación que la vez anterior y
regresó a la casa seco».
Una vez Nasrudín paseaba por el mercado cuando un hombre se le acercó.
–Sé que eres un gran maestro sufí- dijo. –Esta mañana mi hijo me ha pedido dinero para
comprar una vaca. ¿Debo ayudarle?
–Ésta no es una situación de emergencia, así que aguarda una semana antes de ayudar a tu hijo.
–Pero ahora estoy en condiciones de ayudarle. ¿Qué diferencia hay entre ayudarle ahora y
dentro de una semana?
–Una diferencia muy grande – respondió Nasrudín. –La experiencia me ha demostrado que la
gente sólo aprecia las cosas cuando se les hace dudar de si conseguirán o no lo que desean.

En otra ocasión cuando Nasrudín era magistrado, se presentó a él una mujer con su hijo.

- Este muchacho -le dijo- come demasiado azúcar. No me puedo permitir el lujo de darle todo lo
que él quiera. Por ello te pido formalmente que le prohíbas comerlo, ya que a mí no me
obedece.
Nasrudín le pidió que volviera al cabo de siete días. Cuando ella volvió, aplazó de nuevo su
decisión hasta la semana siguiente.
- Muy bien- dijo al muchacho-. Te prohíbo tomar más de tal y tal cantidad de azúcar al día.
La mujer le preguntó entonces porqué había necesitado tanto tiempo para dar una orden tan
sencilla.
-Porque, señora, he tenido que comprobar si yo mismo podía reducir mi ración de azúcar antes
de ordenar a otra persona que lo haga.

Y es que la sabiduría va junto a la locura (sana claro está)

Cierta mañana Nasrudín - el gran místico sufí que siempre fingía ser loco - envolvió un
huevo en un pañuelo, se fue al medio de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí.
- ¡Hoy tendremos un importante concurso! - dijo - ¡Quien descubra lo que está envuelto en
este pañuelo, recibirá de regalo el huevo que está dentro!
Las personas se miraron, intrigadas, y respondieron:
-¿Cómo podemos saberlo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!
Nasrudín insistió:
- Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado de un
líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe
fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos,
Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?
Todos los habitantes pensaban que Nasrudín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta
era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros.
¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística
de los sufís? Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor tal vez
fuese algún preparado de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el
ridículo.
Nasrudín preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio.
Entonces él abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.
- Todos vosotros sabíais la respuesta - afirmó - y nadie osó traducirla en palabras.
Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son dadas
generosamente por Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y
terminan no haciendo nada.

Y nosotros los cuerdos, ¿Qué podemos hacer ante tales locuras?


Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudín. A la mañana
siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?".
"Mi capa cayo al suelo". Respondió Nasrudín.
Pero: "¿Una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron:
"Por supuesto, sí usted está dentro de ella, como yo lo estaba"

Pero cuando menos te lo espera te suelta una de estas. Nasrudín inicio un viaje hacia tierras
lejanas, motivo por el cual se consiguió una cimitarra y una lanza. En el camino, un bandido
cuya única arma era un bastón, se le hecho encima y lo despojo de sus pertenencias.
Cuando llego a la ciudad mas próxima, el Mulla contó su desgracia a sus amigos, quienes le
preguntaron como había sucedido que el, estando armado con una cimitarra y una lanza, no
hubiera podido dominar a un ladrón armado con un modesto bastón.
El replico: El problema fue precisamente que yo tenía las dos manos ocupadas, una con la
cimitarra y la otra con la lanza. ¿Como creen ustedes que hubiera podido salir airoso?
La interpretación de esta historia se vuelve evidente al conocer otra acerca del erudito...

Nasrudín consiguió trabajo de barquero. Cierto día, transportando a un erudito, el


hombre le pregunta:
-¿Conoce usted la gramática?
-No, en absoluto - responde Nasrudín.
- Bueno permítame decirle que ha perdido usted la mitad de su vida - replica con
desdén el erudito.
Poco después, el viento comienza a soplar y la barca esta a punto de ser tragada por las
olas. Justo antes de irse a pique, el Mulla pregunta a su pasajero:
- ¿Sabe usted nadar?
- ¡No! - contesta, aterrorizado, el erudito.
- Bueno, ¡permítame decirle que ha perdido usted toda su vida!
Esta segunda historia se relaciona directamente con la anterior. Nos dice: ¿De que
sirve tener un conocimiento si no sabemos aplicarlo a la realidad?
En otras palabras, ¿de que sirve armarnos de un saber inútil?
Después de haber leído ambas historias, me pregunto: ¿Que se? ¿De que hablo? ¿Es
necesario instruirse? Si, es importante hacerlo, pero hay que indagar de que sirve el
conocimiento adquirido y saber deshacernos del que es inútil.
Por mi parte prefiero utilizar el conocimiento para desarrollar una técnica personal que
conozca a fondo y se aplique a la realidad, en vez de coleccionar miles de
conocimientos que no aplicare nunca.
¿De que sirven todas las teorías sobre la sexualidad, el amor, el bien, la oración, etc., si
jamás la aplico?
Es como ocultarse atrás de ese saber, para no hacer nada.

- La gente preguntó al Mula Nasrudín "¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente,
en la parte trasera, o al lado?"
Nasrudín contestó:
"¡No importa donde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!"

Aunque él eso del ataúd y la muerte siempre lo ha visto desde una perspectiva
totalmente incondicional.
Nasrudín subió a un árbol para aserrar una rama. Alguien que pasaba al ver como lo
estaba haciendo le avisó: "¡Cuidado!... Esta mal sentado, en la punta de la rama... ¡Se ira
abajo con ella!”
¿Piensa que soy un necio que deba creerlo? ¿O es usted un vidente que pueda predecir
mi futuro?, preguntó el Mula.
Sin embargo, poco después la rama cedió y Nasrudín terminó en el suelo. Entonces
corrió tras el otro hombre hasta alcanzarlo: "¡Su predicción se ha cumplido!... Ahora
dígame: ¿Como moriré?..."
Por más que el hombre insistió, no pudo disuadir a Nasrudín de que no era un vidente.
Por fin, ya exasperado le gritó:
-- ¡Por mi podrías morirte ahora mismo!
Apenas oyó estas palabras, el Mula cayó al piso y se quedo inmóvil. Cuando lo
encontraron sus vecinos lo depositaron en un féretro.
Mientras marchaban hacia el cementerio, empezaron a discutir acerca de cuál era el
camino más corto. Nasrudín perdió la paciencia y, asomando su cabeza fuera del ataúd,
dijo:
-- ¡Cuando estaba vivo solía tomar por la izquierda; es el camino mas rápido!...

O cuando la esposa de Nasrudín estaba por morir y dijo:


-- Nasrudín: recuerda por lo menos una cosa. Sé que volverás a casarte; no tiene sentido
negarlo, no trates de engañarme. Sé que te volverás a casar, pero tienes que prometerme
algo: que no le darás mi ropa a ninguna otra mujer.
Nasrudín, un poco lloroso, le contestó:
-- ¡Jamás! Nunca la regalaré. Y, de cualquier manera, no le entraría a Fátima: es
demasiado delgada.

Aunque el amaba realmente a su esposa, cierto día llamaron a la puerta de Nasrudín a


golpes. Cuando abrió sus vecinos le gritaron.
- Nasrudín corre, que tú esposa se ha caído al río-
Y todos salieron a toda prisa hacia el río. La gente, al ver tal alboroto corrían también
para ver que podían hacer. Una vez en el río, Nasrudín sin pensarlo dos veces se lanzó
al río y comenzó a nadar contra corriente.
Todos los que estaban en la orilla no daban a crédito lo que estaban viendo. Así que le
gritaron.
- ¿Pero que haces nadando contra corriente? Tendrás que nadar para abajo, pues se la
habrá llevado la corriente.
El Mulla gritando mientras sacaba la cabeza del agua les decía.
- como se nota que no conocéis a mi mujer-

En otra ocasión la esposa del Mulla estaba enfadada con él. Por eso le llevó la sopa
excesivamente caliente, y no le avisó que podría quemarse. Pero ella también sentía hambre, y
en cuanto la sopa estuvo servida, tomó un sorbo. Lágrimas de dolor anegaron sus ojos. Pero aún
seguía esperando que el Mulla se quemara.
- Querida, ¿qué te sucede? - preguntó Nasrudín.
- Pensaba en mi pobre y vieja madre. Le gustaba esta sopa cuando vivía.
Nasrudín tomó un sorbo hirviente de su taza. Las lágrimas corrieron por sus mejillas.
- ¿Estás llorando, Nasrudín?
- Sí, lloro al pensar que tu pobre madre ha muerto dejando a alguien como tú en el reino de los
vivos

Y es que antes de que se casara Nasrudín conversaba con un amigo.


- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudín. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el
desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada
de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahn; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y
el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y
conocedora de la realidad material. - ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.

Nasrudín, estaba viajando por un país vecino con su fiel burro, y fue a ver el psiquiatra
jefe de aquel país y le dijo:
- Tengo un gran problema.
De manera que el psiquiatra se quitó sus gafas de psiquiatra y le preguntó a Nasrudín:
- Bien, ¿cuál es el problema?
Nasrudín contestó:
- A veces cuando viajo tengo un dolor de fondo muy intenso. Así que el psiquiatra
asintió:
-Ajá, sí, claro...
Hablaron durante media hora y el psiquiatra emitió su diagnóstico:
- Su problema es que usted odia a su madre. Váyase y vuelva mañana. Nasrudín estaba
bastante impresionado con lo que había dicho el psiquiatra, y puesto que era una
persona bastante simple, fue a ver a su madre y dijo:
- Madre, me han dicho que el problema de mi dolor de fondo es que te odio. Y su madre
cogió un palo enorme y le arreó una paliza.
Nasrudín fue a ver a su mujer, y le contó su visita al doctor:
- Fui a un psiquiatra y me explicó que mi madre era el problema, que esa era la razón de
mi padecimiento. Después fui a ver a mi madre y le expliqué que ella era la causa de mi
dolor de fondo porque la odiaba, y ella me pegó.
Así que su mujer replicó:
- A veces tu madre tiene muy buenas ideas - y le pegó también.
Nasrudín volvió al psiquiatra al día siguiente y le contó la historia. El psiquiatra se puso
muy contento y dijo:
- Ah, qué interesantísimo, no solamente tenemos aquí el problema de dolor de fondo
debido a que usted odia a su madre, sino que también tiene usted complejo de
persecución. Todo el mundo le pega. Vuelva mañana.
De manera que Nasrudín fue a ver a su hija y le contó su problema:
- Cuando viajo con mi burro, tengo este dolor de fondo extraordinariamente fuerte. Fui
a ver a tu abuela y me pegó, fui a ver a tu madre y me pegó, y nada ha cambiado porque
a veces tengo que quedarme en casa a causa del dolor. ¿Vas a pegarme como el resto de
mujeres de la familia?
La hija pensó un momento y contestó:
- No, pero voy a darte un consejo. Anda detrás de tu burro y no delante, porque cuando
vas andando ensimismado, tu burro te muerde los fondillos.

A nuestro amigo le gusta de viajar. De entre todos los pueblos que el mulla Nasrudín visitó
en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy
bien los números. Nasrudín encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana
siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia
del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que
estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les
llevaba otra hora más.
"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudín al granjero de la casa en
la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta
cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil
cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el
burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo,
plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más
cada año."
"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudín admirado. "¿Por qué, entonces, no
construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el
camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir
un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al
día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por
el agua."
"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en
el pueblo."
"Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada
día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez
horas al día, estaría acabado en un año."
"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis
el canal?
"Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi
casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia,
sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y
él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con
tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en
el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo
conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi
granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por
semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos
años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos
estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los
números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros
participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez
desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a
participar." "Vale", dijo Nasrudín, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para
comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"
"Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal
esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de
trabajo correspondiente."
"Lo entiendo", dijo Nasrudín. "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."
"Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se
beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."
"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudín.
"Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos
escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la
mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.
Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada
uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su
chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."
"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudín. Se quedó
pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la
montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace
ya veinte años."
"Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."

De regreso a su casa, Nasrudín pasó delante de una gruta, vio un yogui meditando, y le preguntó
qué quería alcanzar con su búsqueda espiritual.
–Contemplo los animales, y he aprendido de ellos muchas lecciones que pueden cambiar la
vida de un hombre.
–Pues a mí en una ocasión un pez me salvó la vida.
El yogui se quedó asombrado: ¡sólo a un santo podría salvarle un pez la vida! Le preguntó
cómo había sucedido tal milagro, pero Nasrudín quería aprender antes todo lo que el yogui
sabía.
El yogui, convencido de que se encontraba delante de un gran sabio, le enseñó lo que había
aprendido a lo largo de aquellos años. Cuando hubo acabado, le rogó:
–Ahora que el señor conoce todo lo que la vida me enseñó, me gustaría que me contase cómo
le salvó la vida el pez.
–Es muy sencillo – respondió Nasrudín. –Estaba muriéndome de hambre cuando lo pesqué, y
gracias a él pude sobrevivir tres días más.

Estando ya en su casa, cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudín, atraído por la gran
fama de este y deseoso de ver de cerca al hombre más ilustre del país. Le llevo como regalo un
magnifico pato.
El Mulla, muy honrado, invito al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una
exquisita sopa preparada con el pato. A la mañana siguiente, el campesino regreso a su campiña,
feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante.
Algunos días mas tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron
por la casa de Nasrudín.
- Somos los hijos del hombre que le regalo un pato - se presentaron.
Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.
Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mulla.
- ¿Quienes son ustedes?
- Somos los vecinos del hombre que le regalo un pato.
El Mulla empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo
buena cara e invito a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mulla.
- Y ustedes ¿quienes son?
- Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regalo un pato.
Entonces el Mulla hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato,
apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y lleno cuidadosamente los tazones de
sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamo:
- Pero... ¿que es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida!
Mulla Nasrudín se limito a responder:
- Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos
de los vecinos de los vecinos del hombre que me regalo el pato.

En un momento dado, existe una verdad. Enseguida, todos la quieren conocer, pero reciben la
versión de la versión de la verdad. Y en el fondo, nada pueden aprender de ella.
Ciertas verdades son la sopa en la cual no hay ni sombra del pato.

Otro día, un hombre fue a ver a Nasrudín y le dijo:- Dicen, Mulá, que eres un hombre
sabio, competente y erudito. Yo estoy muy ocupado y tengo un montón de cosas que
hacer y tú siempre estás hablando de la existencia y del poder de Dios. ¡Oye!, no tengo
demasiado tiempo, así que muéstrame a Dios.
Nasrudín se quitó el zapato, golpeó al hombre en la cabeza y siguió hablando con sus
amigos.
El hombre fue chillando a ver al juez y se quejó:
- Hice a Nasrudín una pregunta perfectamente normal y él me pegó en la cabeza.
El juez llamó a Nasrudín y le dijo:
- Nasrudín, esto no está bien. El hombre te hizo una pregunta perfectamente normal y tú
le has hecho daño.
Entonces Nasrudín contestó al juez:
- ¡Si él me muestra el dolor, yo le mostraré a Dios!

Nasrudín estaba sin trabajo y preguntó a algunos amigos a qué profesión podía dedicarse.
Ellos le dijeron:- Bueno, Nasrudín, tú eres muy capaz y sabes mucho sobre las propiedades
medicinales de las hierbas. Podrías abrir una farmacia. Fue a casa, pensó en ello y dijo:- Sí, es
una buena idea, creo que soy capaz de ser farmacéutico. Claro que Nasrudín estaba pasando por
uno de esos momentos en los que deseaba ser muy prominente y muy importante:- No voy a
abrir solamente un herbolario o una farmacia que se ocupe de hierbas, voy a abrir algo enorme y
a producir un impacto significativo. Compró una tienda, instaló las estanterías y vitrinas, y
cuando llegó el momento de pintar el exterior colocó un andamio, lo cubrió con sábanas y
trabajó detrás de él. No le dejó ver a nadie qué nombre le iba a poner a la farmacia, ni cómo
estaba pintando el exterior.
Después de varios días, distribuyó folletos que decían: "La gran inauguración es mañana a las
nueve".
Todas las personas del pueblo y de los pueblos de los alrededores vinieron y se quedaron de pie
esperando frente a la nueva tienda. A las nueve en punto salió Nasrudín, y con gesto teatral
quitó la sábana que cubría la fachada de la tienda, y había allí un enorme cartel que decía:
"FARMACIA CÓSMICA Y GALÁCTICA DE NASRUDÍN", y debajo, con letras más
pequeñas: "Armonizada con influencias planetarias". Muchas personas quedaron muy
impresionadas, y él hizo muy buenos negocios ese día. Por la tarde, el maestro de la escuela
local fue y le dijo:
- Francamente, Nasrudín, esas afirmaciones que usted hace son un poco dudosas.
- No, no, - dijo Nasrudín -. Todas las afirmaciones que hago acerca de influencias planetarias
son absolutamente ciertas: cuando el sol se levanta, abro la farmacia y cuando el sol se pone, la
cierro.

Cierto día Nasrudín cabalgaba a lomos de un hermoso corcel blanco como las nevadas
colinas del volcán. Viajaban a través del desierto y la sed los agobiaba cada vez más y
más... tuvieron que detenerse al vislumbrar un enorme oasis lleno de agua y refrescantes
sombras de palmeras altas y poderosas, mas estas palmeras y esta providencial humedad
se desvanecieron apenas se apeó y fue a acercarse el a beber de primero el Mulá...
-- No comprendo que sucede-- musitó frustrado.
Preso del desconcierto y un poco descorazonado prosiguió su viaje. De pronto notó que
el paisaje cambiaba de manera drástica. Hermosos matorrales y hasta con flores por
doquier matizando un hermoso pastizal. Verde fue la alfombra que se desenvolvió a sus
pies, regocijando a su cabalgadura y a él mismo; comieron de la abundante vegetación y
disfrutaron de los frugales árboles que se dispersaban por todo alrededor. No habían
terminado de saciarse cuando nuevamente el paisaje comenzó a diluirse como si se de
una gran película se tratase; nuevas imágenes poblaran ahora la pantalla: un frondoso
bosque tropical era ahora el escenario donde se postraban los dos incansables viajeros;
un arroyo de agua refrescante entonaba una bella melodía y las copas cerradas de los
árboles apenas figuraban un poco de sol a través de las pequeñas rendijas que dejaban
atravesar algo de luz.
No acababa de salir de su asombro el Mulá Nasrudín, cuando un frío intenso invadió sus
pies, el escenario dio un giro y una espesa y negra neblina sumió todo en una oscuridad
total y silenciosa. Entonces tomó la manta tirada al suelo, cobijó sus pies y siguió
roncando.

Un ladrón entró en su casa. Mulla estaba durmiendo, no de verdad, sólo con los ojos cerrados,
medio abriéndolos y viendo lo que el ladrón estaba haciendo. Pero él no creía que se debiera
interferir en el trabajo de la gente. El ladrón no estaba interfiriendo en su sueño, ¿por qué tenía
él que interferir en su profesión? ¡Que hiciera lo que tuviera que hacer! el ladrón estaba un poco
inquieto porque ese hombre parecía raro. Mientras vaciaba la casa, a veces algo se le caía de las
manos con estrépito, pero Mulla permanecía completamente dormido. Una sospecha apareció en
la mente del ladrón: que esta clase de sueño sólo es posible si el hombre está despierto. "¡Qué
hombre tan extraño! No dice nada ¡Estoy vaciándole la casa entera!"Todos los muebles estaban
afuera, todas las almohadas estaban afuera, todo lo que había en la casa estaba fuera... Y cuando
el ladrón estaba recogiendo todo, atándolo para llevárselo a casa de repente sintió: "Alguien me
está siguiendo". Miró hacia atrás; era el mismo hombre que estaba dormido. Él dijo, "¿Por qué
me estás siguiendo?"Mulla respondió, "No, yo no te sigo; estamos cambiando de casa. Lo has
cogido todo. ¿Qué voy a hacer en esta casa? O sea que yo también voy contigo".
Este "irse por lo fácil" es el camino oriental; incluso con la muerte, Oriente se ha apegado a la
idea... solamente un cambio de casa. El ladrón estaba preocupado, dijo: "Perdóname, toma tus
cosas". Mulla dijo: "No, no es necesario. También yo pensaba en cambiarme de casa, ésta está
casi en ruinas. No se puede tener peor casa que ésta. Y, de todos modos, soy un hombre muy
perezoso. Necesito que alguien me cuide y tú te lo has llevado todo. ¿Por qué me dejas aquí?"El
ladrón se asustó... había estado robando toda su vida, nunca se había cruzado con un hombre así.
Dijo: "Puedes coger tus cosas". Mulla contestó:
"No, no cambiaremos nada. Tendrás que llevarte las cosas; en caso contrario, iré a la policía.
Me estoy portando como un caballero, no te estoy llamando ladrón, solamente eres un hombre
que me está ayudando a cambiar de casa".

Y esta es parte de la historia de nuestro amigo el mulla Nasrudín, ojala aprendamos


aquello que nos ha querido enseñar con sus locuras, aunque tan solo sea a reírnos. Y
colorín colorado esta historia se ha acabado.

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