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La década de los 90 enmarco un ambiente de profundos cambios políticos y económicos en todos

los países de América latina y del caribe, muchos de ellos apenas empezaban a superar las profundas
crisis producto de una larga lista de gobiernos autoritarios, otro gran número de países trataba de
sobreponerse al caos político y delictivo causado por diferentes movimientos insurgentes que en
esta época se encontraban en su auge, todo esto acompañado de una profunda crisis económica y
social. En este contexto de profunda coyuntura social y política diversos gobiernos de centro y sur
América decidieron adoptar el modelo económico neoliberal que prometía ser la solución a todos
los problemas de la región; dicho modelo promovido por EEUU y diferentes organizaciones
internacionales como el banco mundial, el fondo monetario internacional, la OCDE entre otros, se
sustentaba bajo las premisas de apertura económica, de escaso control e injerencia gubernamental
en los distintos procesos económicos nacionales y de igual forma promovía la descentralización de
diferentes funciones del gobierno así como también la delegación al sector privado de obligaciones
gubernamentales. Este gran cambio en el espectro político y económico de latino América influyó
en todos los ámbitos de desarrollo de las diferentes naciones, entre ellos la salud y la política social
de los estados; ya que el neoliberalismo traslado la empresa privada y los intereses económicos al
sector social y de esta forma la salud y la protección social quedaron limitadas a las leyes del
mercado: oferta y demanda, además los países sobre los cuales pesaba una gran deuda externa se
vieron en la obligación de reducir costos en salud y política social para hacer frente a los exorbitantes
intereses.

Colombia no fue ajena a este proceso y en el año de 1991 el presidente Cesar Gaviria decide
establecer la política de apertura económica y neoliberal la cual quedo consignada en la nueva
constitución proclamada ese mismo año; en concordancia con el nuevo modelo económico
adoptado en el año de 1993 se proclama la ley 100 la cual se conoció como la reforma de seguridad
social que no solo se encargó de la atención en salud sino también del ámbito pensional y de los
riesgos laborales. Dicha ley estableció dos regímenes de atención, el contributivo y el subsidiado, y
enfatizó en la prestación de una serie de servicios enmarcados en lo que llamaron plan obligatorio
de salud. Desafortunadamente la diferenciación entre los dos regímenes de atención lejos de
igualarse en calidad y beneficios como proponía la ley ha configurado un programa asistencial
discriminatorio y desigual, agudizado aún más la crisis social del país. Por otra parte la adopción de
este modelo ha afectado el desarrollo de una adecuada relación médico – paciente ya que los
pacientes son tomados no como seres humanos que requieren atención sino como clientes que
pagan por un producto industrial, estableciendo una nueva relación en la que el paciente se limita
a ser un patrón predominantemente económico y donde el concepto de productividad desplaza a
un segundo plano la moralidad hipocrática y destruye de manera abrumadora la autonomía
médica, pues se limita la medicina a un frívolo juego de intereses económicos y se olvida su
verdadero objetivo misional.

De igual forma la ley delego la responsabilidad social del estado a entidades privadas denominadas
entidades prestadoras de salud (EPS), que no son más que mediadores que se dedican a
comercializar con la salud y el bienestar de los ciudadanos y que han sido vehículos de la corrupción
política lo cual repercute en una ineficiente e incompetente prestación de los servicios de salud.

Además el modelo neoliberal institucionalizado mediante la ley 100 promueve un ambiente


competitivo entre diferentes centros que ofrecen los servicios de salud, sin embargo esta
competencia se realiza en un ambiente irregular, imperfecto y oligopólico lo cual ha producido que
el personal de salud deba dar más importancia a intereses económicos que a su verdadera misión
social, lo cual ha producido un deterioro en las cualidades científicas y humanas de una parte de
dicho persona lo cual se ve reflejado en la creciente pérdida de credibilidad y legitimidad de los
médicos y demás personal de salud.

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