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Índice
Sinopsis Capítulo 24
Capítulo 1 Capítulo 25
Capítulo 2 Capítulo 26
Capítulo 3 Capítulo 27
Capítulo 4 Capítulo 28
Capítulo 5 Capítulo 29
Capítulo 6 Capítulo 30
Capítulo 7 Capítulo 31
Capítulo 8 Capítulo 32
Capítulo 9 Capítulo 33
Capítulo 10 Capítulo 34
Capítulo 11 Capítulo 35
Capítulo 12 Capítulo 36
Capítulo 13 Capítulo 37
Capítulo 14 Capítulo 38 3
Capítulo 15 Capítulo 39
Capítulo 16 Capítulo 40
Capítulo 17 Capítulo 41
Capítulo 18 Epílogo
Capítulo 19 Agradecimientos
Capítulo 20 Próximo Libro
Capítulo 21 Sobre la Autora
Capítulo 22 Créditos
Capítulo 23 ¡Visítanos!
Sinopsis

El ex francotirador de la Marina Seth Harlan está decidido a demostrar que


todavía puede hacer su trabajo a pesar de su continua batalla con el trastorno de
estrés postraumático (TEPT). Cuando un viejo amigo se pone en contacto con
AVISPONES para rescatar a un soldado en cubierto, la estabilidad de Seth es
forzada. Él sabe demasiado bien lo que es pudrirse dentro de un campo enemigo,
rezando por un rescate y esperando la muerte. Y no está dispuesto a abandonar a
un hombre.

La fotógrafa periodista Phoebe Leighton acaba de encontrarse en medio de


una compra de armas. Formar equipo con un grupo variopinto de mercenarios es
la última cosa que quiere hacer, sobre todo cuando se da cuenta que Seth Harlan es
asignado a la misión. Él puede despertar la pasión que ella creía muerta, pero
Phoebe esconde un secreto que podría destruirlo.

Con una bomba en la mezcla, la misión de AVISPONES es de repente, mucho


más que sobre un soldado abandonado. En una carrera contra el reloj, Seth, Phoebe
y el resto del equipo luchan por detener a un despiadado jefe militar inclinado al
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poder, la venganza... y la muerte.

Avispones #2
Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes; las personalidades más sólidas
están plagadas de cicatrices.

—Khalil Gibran

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Capítulo 1

Provincia de Kunar, Afganistán

Tehani Niazi sabía que la bomba atada a su pecho estaba destinada a


explotar. El conocimiento estaba justo allí en los ojos de los guerreros dejados para
protegerla; la miraban como si ya estuviese muerta. Y tal vez lo estaba. Moría un
poco por dentro cada vez que su esposo detenía sus intentos de escapar de él.

Un sudor frío erizó la piel de Tehani y la heló hasta los huesos, pero no se
atrevió a temblar, demasiado aterrada de disparar el dispositivo. No quería
terminar como Bita. El marido de ellas le había atado una bomba la semana pasada
y la había enviado a la embajada estadounidense en Kabul, como castigo por su
infertilidad, a pesar de que ninguna de sus esposas había quedado embarazada
aún y Tehani estaba empezando a sospechar que el problema venia de su extremo

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y no del de ellas. Aún así, él había dicho que el único camino para que Bita
recuperara su honor era convertirse en una mártir. Y Bita le había creído.
Prácticamente le había rogado que le permitiera demostrar su lealtad.

Pobre y estúpida Bita.

Pero Tehani no era Bita y ella no creía que su palabra fuera ley. No era más
que un horrible hombre que tomaba esposas cuando eran demasiado jóvenes, y
pensaba en ellas como objetos para ser utilizadas hasta que se cansaba de ellas.

Ella no era desechable. No era un objeto. Ella era Tehani Niazi, de dieciséis
años de edad. Tenía un hermano, una cuñada, y un sobrino. Quería ir a la escuela y
estudiar leyes para asegurarse de que hombres como su marido fueran castigados.
Tenía sueños, metas, y ninguna de ellas incluía morir por Jahangir Siddiqui.

Excepto que, ¿cómo iba a escapar esta vez?

El viento silbaba a través de los pasillos del antiguo recinto militar que
Jahangir había reclamado cuando los norteamericanos la abandonaron. Apretó sus
dientes, negándose a estremecerse mientras el frio maltrataba su piel expuesta. El
delgado vestido rojo no era adecuado para el invierno en las montañas, y había
perdido su bufanda para la cabeza mucho antes de que los hombres de su marido
la capturaran. Si huía otra vez, el frío la terminaría tan fácilmente; si no igual de
rápido, como la bomba.
Además, correr no era una opción esta vez. Dos hombres habían sido dejados
para montar guardia en su puerta durante la noche. Ellos fueron quienes la habían
despertado hace sus quince minutos y le pusieron un chaleco que llevaba la
bomba. Ahora se encontraban en sus puestos una vez más, de espaldas contra sus
súplicas de ayuda. Ambos creían en los objetivos de su marido y pronto le
cargarían en un auto y la llevarían a un restaurante en Kabul popular entre los
extranjeros.

Querían matar a la gente.

Tehani se quedó mirando la maraña de cables y objetos metálicos redondos


que componían el chaleco. No podía darle sentido a nada de eso, pero la idea de
que pronto sería responsable de la muerte de decenas de personas le llenó su
estómago de ácido. Se tragó un sollozo.

Tal vez podría hacerla estallar aquí. Por lo menos entonces sólo mataría a los
hombres leales a su marido y no a personas inocentes que sólo esperaban por
almorzar en un restaurante.

Sí. Eso es lo que haría.

Si iba a morir de una manera o de otra, prefería fastidiar a su marido en su 7


camino al cielo.

Con mano temblorosa, tocó uno de los cables de color, siguiendo su camino
desde un cilindro a una caja pequeña en la parte inferior del chaleco. Si sacaba éste,
¿detonaría la bomba? Agarró el alambre, pero lo soltó sin tirar y miró hacia sus
guardias. Tal vez debería esperar hasta que más hombres la rodearan. Dos
hombres no harían ningún daño a los planes de su marido. En la mente de él, los
guerreros eran tan desechables como las esposas que se portaban mal. ¿Pero si
eliminaba a una docena o más? Sus planes no serian arruinados, pero le tomaría
tiempo sustituir a los hombres que había perdido.

Más bien le gustaba la idea de retrasarlo.

El movimiento en la puerta llamó su atención y dejó caer su mano del


alambre, metiéndola debajo de su muslo no sea que uno de sus guardias se diese
cuenta de lo que estaba haciendo. En el pasillo, los dos estaban hablando con
alguien. La conversación era amortiguada, pero no tenía duda de que era la orden
para llevarla a Kabul.
Una vez más, agarró el alambre cuando sus guardias se alejaron y una
sombra llenaba su puerta. Se imaginó a Jahangir allí de pie, cerró los ojos y dio un
tirón al cable.

No ocurrió nada.

Las lágrimas ardían en senderos por sus mejillas y agarró otro cable y otro.

Todavía nada.

La sombra en la puerta maldijo entre dientes y caminó a zancadas en un haz


de luz proyectado en el suelo por el sol naciente. Se agachó frente a ella y la agarró
de las muñecas.

—Tehani, no lo hagas. No está activada.

Ella parpadeó hasta que la sombra de la cara borrosa apareció a la vista.

Zakir.

A diferencia de algunos de los otros hombres, él mantenía su oscura barba

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bien recortada y cuidaba su apariencia. Sus ojos eran de un rico, marrón tan
oscuro, que parecían negros, pero no estaban sin alma como los de su marido.
Siempre le había gustado él y la traición le dejó un sabor amargo en la boca. ¿Cómo
pudo haber estado involucrado en este último tormento?

—No está activada —dijo en voz baja de nuevo—. Me aseguré de que no te


haría daño.

Él miró por encima del hombro, y luego se puso de pie, moviéndose tan
rápido que le tomó a su cerebro un segundo completo ponerse al día con él. La
tomó en sus brazos y la tenía medio cuerpo fuera de la ventana antes de que
incluso pensara en luchar contra él. Ella envió volando un puño y él lo esquivó,
pero no fue lo suficientemente rápido. Lo golpeó a un lado de su cabeza.

—¡Maldición!

Tehani se congeló y lo miró fijamente, desgarrada entre la sorpresa y el terror.


No sabía muchas palabras en inglés, pero había oído esa con la suficiente
frecuencia. Y la manera en que lo dijo le recordó a los soldados estadounidenses
que habían visitado su pueblo. El mismo acento y todo.

—¿Quién eres tú? —susurró.


—Tienes que confiar en mí —dijo Zakir en impecable pashto, y se preguntó si
tal vez lo había oído mal hace un momento. Él nunca había hablado antes en
inglés. Por lo que sabía, él no entendía nada más de esa lengua que ella. Tal vez
había recogido la palabrota de los soldados, también.

Ante el sonido de voces en el pasillo, él miró hacia la puerta y volvió a


maldecir. Esta vez, no había error en la lengua.

Ella arremetió contra él.

—¡Eres americano!

Él evitó el golpe y agarró su muñeca antes de que pudiera volver a intentarlo.

—Tehani, basta. ¿Quieres irte de aquí?

Ella lo miró fijamente, apenas comprendiendo sus palabras. ¿Irse? Por


supuesto que quería irse, pero ya lo había intentado varias veces y era imposible.
Tenía que estar jugando una mala pasada.

—¿Quieres ir a casa? —preguntó, mirando directamente a sus ojos. No hubo


engaño en su mirada y su instinto le dijo que podía confiar en él, incluso antes de
que él añadiera—: Yo puedo ayudarte.
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Ella asintió, su corazón tronando en su garganta ante la posibilidad.

—Voy a bajarte por la ventana —dijo—. Corre por los árboles. Estaré justo
detrás de ti.

***

El sargento Zak Hendricks bajó a la chica al suelo y saltó tras ella,


maldiciendo al aterrizar fuerte en un pie y se torció el tobillo. Tehani patinó hasta
detenerse a medio camino entre la zona de muerte del complejo y la línea de
árboles. Ella volvió la mirada hacia él con ojos grandes y asustados. Él le hizo señas
con la mano para que se adelantara y salió cojeando tras ella, moviéndose
malditamente lento.

Tendría suerte si no conseguía un tiro en su culo.


Caray, iba a recibir un buen sermón por poner la misión en riesgo de esta
forma. Si no hubiera sentido la necesidad de jugar al caballero de brillante
armadura antes de hacer su escape, ya se habría largado a estas alturas. El
problema era que a él le gustaba la chica. Y, como las otras esposas de Siddiqui,
ella era tan sólo una niña. A los dieciséis años, ella era una de las esposas más
viejas, pero todavía demasiado joven para estar casada. Demasiado joven para
convertirse en una mártir de una causa que, probablemente, ni siquiera entendía.
Pero a diferencia de las otras esposas, ella era inteligente y tenía temple.
Afganistán necesitaba más chicas como Tehani si tenía alguna posibilidad de pasar
a la era moderna. Así que, temerario como era, había decidido que ella se iba con
él. Eso significaba que tenía que elevar sus planes, pero todo eso estaba bien para
él. Había terminado de jugar al adorador esbirro del mal genio de Siddiqui. Tenía
la información que necesitaba. Era hora de cortar y correr.

Si pudiera correr. Su tobillo enviaba punzadas de dolor a través de la


pantorrilla con cada paso y lo sintió hinchándose dentro de su bota. No estaba
roto, pero definitivamente era un esguince.

Al menos nadie en el complejo había dado la alarma todavía.

Incluso cuando el pensamiento cruzó su mente, gritos sonaron a su espalda. 10


Bueno, maldición. Hasta ahí llego eso.

Tehani esperó por él justo dentro del límite de los árboles, temblando y con el
rostro blanco. Eso tiró de sus fibras sensibles, pero no podía tomarse el tiempo para
consolarla. Tampoco podía cargarla. La agarró del brazo y la arrastró detrás de él
hasta que llegó al lugar en un camino frondoso dónde había escondido un vehículo
anoche.

Ignorando el latido en su tobillo, arrastró a Tehani al interior, luego saltó al


asiento del conductor. Tan pronto como se fueron dando tumbos por la ladera de
la montaña a buen ritmo, agarró la caja de guantes y su teléfono satelital. Cuando
marcó, lo único que consiguió fue un oído lleno de estática. Esperó hasta que
despejaron los árboles y volvió a intentarlo.

—Habla Zak. Necesito una extracción ahora.

Más estática, pero le pareció oír una voz por debajo de ella.

—Repito, habla el sargento Zak Hendricks. He terminado. Sáquenme de aquí.

—Sargento —dijo la voz deformada—. Necesi… coordenadas…


Él recitó su posición, pero no creyó que hubiese pasado porque ahora ni
siquiera escuchaba la estática. Golpeó el pedazo de teléfono de mierda contra el
volante.

Tehani hizo un sonido de angustia y volvió la mirada. Ella se acurrucaba


contra la puerta, mirándolo como si fuera una serpiente en la hierba.

—¿Eres americano?

—Sí, lo soy.

Sus hombros se relajaron un poco.

—¿Vas a detener a mi marido?

Ese era el plan, pero no iba a pasar si no lograba volver en una sola pieza.

—Sí. Él es un hombre malo. No puede estar en el poder.

—Lo sé. Él debe ser detenido.

Él le sonrió.

—Chica valiente. —Pero la sonrisa se desvaneció cuando se fijó en lo que les


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esperaba por la montaña. El segundo al mando de Siddiqui ya había establecido
hombres para un punto de control de carretera.

Maldita sea.

Zak detuvo el vehículo y tamborileó los dedos sobre el volante. No podía ir


allí. No con Tehani en el auto. Siddiqui lo mataría y la usaría para matar a civiles.

El problema era, que Zak no podría irse a pie tampoco. Con la forma en que
su tobillo latía al ritmo de su corazón, no llegaría lejos, y si no aparecía por ese
puesto de control, los hombres comenzarían a peinar la montaña. A pesar de que el
pueblo de Tehani estaba a sólo unos kilómetros de distancia, nunca lo lograrían.

A menos que…

Él pudiera comprarle a ella algo de tiempo.

Supuso que iba a hacer la rutina del caballero de brillante armadura de


nuevo. Metió la mano bajo la túnica y sacó lo archivos y la memoria flash que
había atado a su pecho.

—¿Sabes dónde estás?


Echó un vistazo a su entorno. Asintió. Señaló hacia el sureste.

—Mi pueblo está por ese camino.

—¿Puedes llegar a casa?

—¿Por mí cuenta? —preguntó ella, con un temblor en su voz—. Creo que sí,
pero ¿qué hay de ti?

—Yo voy a distraer a estos hombres, voy a asegurarme de que tienes tiempo
para escapar. —Empujó los archivos en sus manos—. Lleva esto contigo y dáselo al
primer soldado estadounidense que veas. Es muy importante. ¿Puedes hacer eso?

Asintiendo, se escondió bien la memoria USB en su vestido, luego metió los


archivos por su vientre. Él se inclinó sobre el asiento para empujar la puerta y
abrirla.

—Vete. Cuídate.

—Zakir. —Ella vaciló—. ¿Esto es por la bomba nuclear?

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La sorpresa lo atravesó.

—¿Cómo sabes de eso?

—No sé lo que es —admitió—. He escuchado a los hombres hablando y están


entusiasmados con eso. Creo que va a hacerle daño a mucha gente.

—Será si Siddiqui logra poner sus manos en ella. Es por eso que es tan
importante darles esos archivos a los soldados estadounidenses, ¿de acuerdo?
Serán capaces de detenerlo.

Ella se mordió el labio inferior.

—No voy a verte de nuevo, ¿verdad?

—No. —Zak tragó el repentino bulto bloqueando su garganta—. No lo harás.

—¿Vas a morir?

—Probablemente.

Sus hombros se enderezaron.

—No voy a defraudarte.


—Lo sé. Vete ahora. —Zak la vio salir gateando del vehículo y zambullirse
detrás de una roca al lado del camino. Cerró la puerta, tomó aire, lo dejó salir
lentamente, y cambió la marcha. Le había dicho a Tehani la verdad; había una muy
buena probabilidad de que no sobreviviera los próximos minutos.

E incluso si lo hacía, iba a desear como el infierno no haberlo hecho.

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Capítulo 2

Everglades, Florida

Dos semanas después

La bota de Seth Harlan pisó tierra blanda donde hace segundos había habido tierra
firme, y su pie resbaló.

Ay, mierda.

Vio la caída aproximarse, pero tenía cero posibilidades de frenarse con la capa de
suciedad del fangoso pantano. Apenas tuvo tiempo de reaccionar más allá de levantar su
rifle para que no terminara atascado con lodo. Aterrizó de lado con un chapoteo sin gracia
en un charco de agua estancada. El hedor era increíble, el sabor aún peor, pero se quedó
donde estaba. Escuchado. Le dijo a su corazón que se calmara de una puta vez antes de
que se saliera de su pecho y diera su posición.

El agua se agitaba a su alrededor. Los insectos zumbaban, los pájaros graznaban. En 14


la distancia, un pájaro carpintero golpeteaba a un ritmo entre cortado en un árbol. Más
cerca, una rana soltó un croar rugiente. Él agudizó el oído, tratando de recoger pasos,
voces; cualquier señal de que su posición había sido comprometida. Pero los ruidos
naturales ahogaban lo que no era natural, por lo que estaba tan seguro como podría que su
caída no había arrastrado ninguna atención no deseada.

El otro miembro del equipo de inserción Alfa, Jean-Luc Cavalier, se agachaba detrás
del follaje en el césped seco, obviamente esperando a que él se pusiera las pilas. Todavía
estaban a un buen par de kilómetros del objetivo. Tendrían que arrastrar el culo si él iba a
lograr llegar a la posición antes de que la fuerza de oposición llegara con su "rehén".

No podía echar a perder otra misión de entrenamiento.

—Alfa Dos, yendo hacia ti —dijo por la radio, porque la última cosa que necesitaba
era asustar a Jean-Luc y terminar esta misión con fuego amigo antes de que comenzara.

—Entendido, Alfa Uno —contestó la voz de Jean-Luc.

Él se arrastró en posición vertical y avanzó con dificultad por el barro, con cuidado
de no hacer más ruido del necesario. Costó unos valiosos minutos que no tenían, pero
finalmente llegó hasta Jean-Luc, que cayó detrás de él, y aceleró el ritmo para compensar
el tiempo perdido. Este era su espectáculo, otra prueba lanzada a él por Gabe Bristow, el
comandante de AVISPONES, y él no iba a meter la pata fallando su plazo para llegar a su
posición.
Utilizando imágenes de satélite de la zona, él y Jean-Luc habían repasado el plan de
cabo a rabo, al derecho y al revés, antes de dejar la seguridad de su base de operaciones.
Como a ochocientos metros del objetivo, le hizo señas a Jean-Luc para que fuera a la
izquierda, y él se fue por la derecha. Sabía exactamente donde tenía que establecer su
escondite, y sabía exactamente dónde se colocaría Jean-Luc, y cómo se desarrollaría su
incursión si el dato que Gabe les había dado era correcto.

A medida que se acercaba al objetivo, Seth se mantuvo bajo y avanzó lentamente.


Quinientos metros más adelante, una choza se alzaba del pantano, luciendo como algo
salido de Deliverance1. Estaría tan poco sorprendido de escuchar música de banjo comenzar
a sonar en cualquier segundo. Si estuviera con su antiguo equipo, Bowie, su observador,
habría incluso tarareado algunos compases de la famosa espeluznante escena "Duelo de
Banjos" y habrían compartido una risa silenciosa sobre ella.

Pero Bowie estaba muerto.

También el resto de su antiguo equipo.

Ahora, aquí estaba, esforzándose por atravesar un pantano sin un observador


de tiro, haciendo lo que era normalmente un trabajo de dos personas él solo. Todo
por un nuevo equipo que no lo aceptaba ni confiaba en él.

Todavía, se recordó. Habían llegado a un acuerdo. 15


La cabaña estaba tranquila. Nada se movía. El dato decía que dos "secuestradores"
supuestamente llegaban con su objetivo a las 14002. Su misión era neutralizar a los
secuestradores y rescatar al rehén. Tenía que ser rápido y silencioso, y tenían que estar en
camino a su punto de extracción antes del anochecer.

Seth se arrastró más cerca, ahora a menos de cuatrocientos metros del lugar, y
encontró una buena posición de disparo detrás de un grueso tronco, medio podrido.
Estirándose sobre su barriga, utilizó algo de la flora local para cubrir su rifle y a sí mismo.

Luego se instaló para esperar.

El zumbido de los insectos se hizo más fuerte, casi ensordecedor, y sospechó que un
enjambre se había reunido sobre su cabeza, pero no apartó la mirada de su mira
telescópica para confirmar sus sospechas. A media hora de la vigilia algo con muchas

1 Deliverance (titulada Defensa en España, Amarga pesadilla en México y Perú y La violencia está
en nosotros en Argentina) es una película de 1972 producida y dirigida por John Boorman. Está
basada en la novela del mismo nombre de James Dickey, quien tiene un pequeño papel de sheriff
en el film. El guion fue escrito por él mismo y por John Boorman (a pesar de no figurar en los
créditos).
2 En el Horario Militar estándar, que se basa en la rotación de la Tierra: 2400 horas probablemente

corresponde a un día terrestre estándar (donde 0000 es la medianoche y 1200 es el mediodía), por lo
que las 1400 serian las dos de la tarde.
patas se arrastró por su espalda, y el lodo cubriéndolo de pies a cabeza comenzó
endiabladamente a picar. Sin embargo, no movió ni un músculo.

Esperó. Observó. Escuchó. Tal como había sido entrenado para hacer en la escuela
de francotiradores.

Permanecer alerta y vigilante durante largos períodos de inacción era siempre la


parte más difícil de la misión de un francotirador. Nunca había tenido muchos problema
con eso antes, pero… bueno, sep, eso era antes. Ahora le tomaba todas sus fuerzas no
inquietarse o ceder a la sensación progresiva de paranoia que le daban ganas de echar un
vistazo alrededor. Él sabía que no había nadie detrás de él. Todos los sentidos que poseía
se lo decían. Pero su corazón se aceleró y su instinto le dijo que tenía que comprobar, tenía
que asegurarse. Odiaba tener la espalda descubierta para los ataques. Así fue como él
había perdido a su equipo original.

El sonido de un motor llamó su atención, apartándolo de la constante, y persistente


paranoia. El alivio fluyó a través de él. Finalmente algo más en que enfocarse. Escaneó los
árboles a través de su mira.

Nada. Ningún bote, aunque el sonido continuó acercándose. Y entonces, ahí estaba.
Un hidrodeslizador volando al ras del agua turbia, despejó un bosquecillo de árboles y

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subió hasta la orilla cerca de la choza.

Dos secuestradores, justo como su informante había indicado. Uno manejando la


embarcación, otro escaneando los alrededores sosteniendo un fusil AK-47, ambos
camuflajeados y con el rostro pintado.

—Alfa Uno a Alfa Dos —susurró Seth, rompiendo finalmente el silencio de radio—.
Tengo los ojos en dos secuestradores llegando en bote. Sin señales del rehén.

—Entendido —dijo la voz de Jean-Luc en su oído.

—¿Estás en la posición, Alpha Dos?

—Afirmativo.

—Mantén tu posición. —Y así como así, mientras las palabras salieron de sus labios,
ellas lo transportaron fuera del pantano. Se oyó gritar esas palabras, la orden haciendo eco
entre sus orejas.

—¡Mantengan sus posiciones!

El calor que le rodea ya no se movió a través de sus pulmones como la sopa; en


cambio, era un calor seco, como respirar arena, resecando su garganta con cada inhalación.
El zumbido en los oídos no era de insectos, sino de balas, mientras caían sobre su Humvee
varado desde arriba. Sus hombres restantes; Bowie, Link, Rey, Cordero, se apresuraron a
encontrar una cobertura y devolver el fuego. El cabo Joe McMahon ya estaba muerto,
desplomado sobre el volante.

—¡Seth! —La voz de pánico de Omar Cordero llenó su cabeza—. Estamos bajo ataque.
¡Mierda! Hay cientos de ellos.

—No tengo comunicación, señor —gritó Link.

—¿Sus órdenes? —preguntó Rey. Joven y aterrorizado, él estaba prácticamente temblando en


sus botas.

Seth no había esperado la emboscada, no había preparado a sus hombres para la posibilidad de
la misma. Y con su vehículo inhabilitado por una GC3, fueron presa fácil cuando otra ola de rebeldes
pulularon por la montaña.

Maldita sea, no podrían mantener sus posiciones.

—¡Retrocedan! ¡Lleguen a un terreno más alto!

—Vayan —dijo Bowie—. Atraeré su fuego. ¡Ve, ve, ve!

—¿Alfa One? Alfa One, ¿me copias?

La voz de Jean-Luc en su oído trajo a Seth de vuelta bruscamente al aquí y ahora con
fuerza vertiginosa. Su aliento cortó dentro y fuera de sus pulmones y un sudor frío y
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pegajoso recubrió su piel, erizándole la piel a pesar del aire bochornoso del pantano.

Mierda.

Por pura fuerza de voluntad, calmó su respiración, sofocó el persistente temor y


horror. Su paranoia se había amplificado hasta el nivel de terror de alerta roja, pero no iba
a ceder a los juegos de su mente y mirar detrás de él. En este punto, cualquier movimiento
innecesario podría delatarlo.

Él. Podía. Hacer. Esto.

—Uno a Dos —dijo, y su voz sonaba como si hubiera hecho gárgaras con fragmentos
de vidrio. No se molestó en despejar la ronquera—. No copio. Dilo de nuevo. Cambio.

—Tengo la confirmación visual de nuestro rehén. ¿Quieres participar?

Seth reenfocó su mira. Los dos secuestradores sacaron a una figura encapuchada del
bote y prácticamente lo lanzaron por encima del borde. Tropezó cuando aterrizó y plantó
la cara en el barro del pantano hasta que sus captores lo alzaron de nuevo bruscamente. El
tipo se sacudió contra las cuerdas que ataban sus manos, trató de liberarse y correr. Sus

3 GC, siglas de, granada cohete.


hombros se sacudían bajo una camisa de trabajo húmeda y enfangada como si no pudiera
respirar.

—Alfa Uno, ¿quieres participar?

Otra respiración. Dentro y fuera. Maldita sea. Tenía que enfocarse. No era el cautivo
aquí, pero si esto fuese una situación real, él era lo único que se interponía entre el rehén y
el tipo de recuerdos que mantenía a un hombre despierto toda la noche jugando al póquer
en línea. Escaneó la distancia, calculó, y deseó endiabladamente haber tenido un
observador para volver a comprobar sus cálculos. Tenía un disparo.

—Uno a Dos, en movimiento.

Bien. Momento de la verdad.

El corazón de Seth latía con tanta fuerza que no escuchaba nada más que el ruido
sordo del golpeteo de la sangre en sus oídos. Un sudor frío le corría como un río por la
espalda, pero forzó a sus manos a estabilizarse mientras revisaba el alcance, ajustó los
diales por última vez, y se ocultó en su posición boca abajo hasta que sus huesos le
sostenían en lugar de sus músculos. Su rifle descansaba en una ranura natural en el tronco
en frente de él. Preparado. Esperando su orden para hacer su trabajo.

Apuntó, respiró hondo. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Tenía al secuestrador


directamente en el punto de mira. Todo lo que tenía que hacer era respirar y dejar que el
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rifle se encargara. Respirar y apretar… su… dedo.

Algo redondo se clavó en la base de su cráneo.

Agua del Ártico se derramó a través de sus venas, enviando escalofríos a través de
su cuerpo. Conocía la sensación de un cañón contra su cabeza demasiado bien, había
vivido con eso día tras día durante quince meses, preguntándose cada vez si sería la
última en que sus captores lo atormentaran con la posibilidad de la muerte.

—Bang —dijo su atacante, y él se estremeció. La boca del cañón fue retirada de su


cabeza e Ian Reinhardt estaba allí de pies, con su habitual ceño fruncido firmemente en su
lugar—. Estás muerto, Harlan. Así como tu equipo. Otra vez. Tienes el récord de más
equipos asesinados de un operador.

La puerta de la cabaña se abrió de golpe y Gabe Bristow salió cojeando al claro y sin
su bastón.

—Reinhardt, suficiente.

Ian gruñó y se cargó al hombro su rifle de paintball.

—Los hombres del jefe llegando en tu rescate una vez más, novato. ¿Cuándo te
crecerán las putas bolas y te defenderás tu mismo?
Seth se puso en pie.

—Retrocede, Reinhardt.

—¿O qué? ¿Me pondrás una bala? Fallas la mitad del maldito tiempo. —se burló
Ian—. ¿Dónde está el Héroe Francotirador del que los medios de comunicación no
paraban de hablar? Porque es malditamente seguro que no lo he visto.

Un sabor amargo llenó la boca de Seth como siempre lo hacía cuando alguien
mencionaba la amplia cobertura de noticias de su rescate. La mitad de las agencias de
noticias lo habían alabado como una especie de héroe y la otra mitad habían hurgado en
su pasado, en busca de cualquier mota de polvo que pudieran encontrar. Algunos de los
más despiadados tabloides; uno en particular, incluso había insinuado que había estado
fuera sin permiso y matado a sus hombres, y todo el rescate fue toda una conspiración
gigante del gobierno para encubrir sus crímenes.

Periodistas de mierda. No tenía cariño por ellos.

—¡Reinhardt! —dijo Gabe, su voz toda Comandante SEAL de la Marina—. Al suelo


y dame cien. Ahora.

—Sí, señor. —Ian mostró una sonrisa llena de malicia y casi con alegría se dejó caer
en la posición de flexión de brazos allí mismo, en el barro.
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Mientras Ian contaba las repeticiones, Seth escaneó los restos de su misión de
entrenamiento mientras el resto del equipo se reunió en el claro.

Harvard, que había estado desempeñando el papel de rehén, estaba de pié junto a
Marcus Deangelo y Jesse Warrick, los dos secuestradores. Jean-Luc emergió de la maleza
sin pintura en él para indicar que había sido golpeado, pero eso no duraría. Se suponía
que Seth había sido puesto de observador de Jean-Luc y también proporcionar fuego de
cobertura. Sin él, Jean-Luc estaba prácticamente muerto.

—Muy bien, caballeros —dijo Gabe, dirigiéndose al grupo mientras Quinn, el XO4
del equipo, salía de la choza donde él y Gabe habían estado observando desde los
monitores—. ¿Qué salió mal?

—El Francotirador Héroe no estuvo consciente de su entorno —dijo Ian entre


flexiones. Hizo una pausa en la posición y añadió—, lo había estado siguiendo durante
dos kilómetros, incluso desde que tropezó en el barro. Estuve parado justo detrás de él
durante unos diez minutos. Él nunca lo notó.

4 El XO: o delegado es el segundo a bordo de un barco. El término proviene del hecho de que el XO
posee a menudo los deberes de ver que las órdenes del Comandante en Jefe o el CO se llevan a
cabo. Estos oficiales son responsables de asegurarse de que todas las tareas sean realizadas e incluso
asumir el mando si el CO queda incapacitado.
El estómago de Seth cayó cuando la mirada de Gabe se posó en él. Levantó la
barbilla y se enfrentó a su Comandante, teniendo cuidado de no permitir que nada de la
culpabilidad que giraba en su interior se mostrara en su rostro.

—Lo eché a perder.

—Sí, Harlan. Lo hiciste.

—No le hice caso a mis instintos. No sucederá la próxima vez.

Gabe hizo un sonido evasivo y se dirigió a todo el equipo.

—Empaquen, caballeros. Hemos terminado aquí por hoy.

Hubo un montón de golpes de simpatía, algunas maldiciones, y algunas risas


mientras todo el mundo se dirigía al bote. Seth cargó su rifle y siguió la estela del grupo.
Nadie habló con él, lo que estaba muy bien por lo que a él concernía. Tenía esa sensación
en lo profundo de sus entrañas; y maldito sea si lo ignoraba otra vez, de que la actitud
desdeñosa de Gabe significaba que él la había jodido demasiadas veces para el gusto del
ex SEAL.

Estaba acabado.

20
Capítulo 3

Aldea Niazi, Afganistán

A medida que el sol se hundía detrás de la cresta de la montaña congelada


por la nieve en la distancia, Phoebe Leighton levantó la cámara y miró a través del
lente. Su dedo se cernía sobre el disparador, pero no tomó la foto. No era una toma
correcta. Todavía no.

El valle estaba seco y frío con el invierno acercándose, y los rayos de color
rosa y dorado del sol atrapaban las partículas de suciedad en el aire, surcaban el
cielo con las motas de polvo. Las sombras alargadas proyectadas por las montañas,
derramaban la oscuridad sobre el valle. Aún así, esperó. No sabía por qué; nunca
lo hacía hasta que lo veía.

Allí.

Un granjero solitario subía por la ladera hacia el esqueleto de un tanque


21
abandonado de la guerra entre la Unión Soviética y los combatientes mujaidines.
Un perro de pastoreo desaliñado daba brincos a su paso, y cuando se detuvo para
atar al animal a lo que quedaba del arma principal, su instinto le dijo que era la
captura que había estado esperando. Apretó el obturador y tomó varias fotos en
rápida sucesión.

Dramático. Inolvidable. Una dicotomía entre pasado y presente,


perfectamente representativo de este hermoso y agreste país atrapado en una
guerra entre la tradición y la modernización.

Bajando la cámara, se quedó mirando más allá del hombre y su perro hacia el
pueblo. En algún lugar ahí abajo, una muy valiente chica de dieciséis años, estaba
defendiendo sus derechos, derechos que las chicas en América daban por sentado.
Ya Phoebe estaba sorprendida por la joven Tehani Niazi y ella aún tenía que
conocerla.

—¿Estás lista? No queremos estar en estas colinas después del anochecer.

Phoebe miró sobre su hombro a Zina Ojanpura, una trabajadora humanitaria


estadounidense que planeaba llevar a la chica a un refugio en Kabul. Zina era una
mujer bonita con el cabello largo y de un pálido rubio y vividos ojos verdes que
brillaban aun más por la bufanda dorada y roja envuelta en su cabeza.

En un impulso, Phoebe levantó la cámara, su intestino diciéndole que esta era


otra foto que había estado esperando.

Cliksh.

Contra el telón de fondo del paisaje rocoso, y desigual, Zina era una imagen
sorprendente. Una colisión de oriente y occidente; al igual que la guerra que había
asolado este país durante demasiados años.

Zina hizo una mueca.

—Realmente me gustaría que no hicieras eso.

—Entonces deja de ser tan malditamente hermosa. De verdad, nadie debería


verse como una modelo de pasarela después de hacer senderismo por las
montañas durante tres días. —Phoebe metió la cámara en su bolso y se ajustó su
propia bufanda para volver a cubrir el lío de rizos rojos que había dejado de tratar
de domar hace dos días—. Bien. Vamos a encontrarnos con Tehani.

Zina asintió y lideró el camino de vuelta hacia sus guías, dos de los agentes
22
de policía del distrito local, quienes esperaban impacientemente con su pequeña
caravana de caballos. Phoebe no estaba cómoda del todo en caballo, pero no había
carreteras en esta parte del país por lo que el único modo disponible de transporte
tenía cuatro patas y pezuñas. Y un caballo era sin duda preferible a un burro.

—Estoy contenta de que la familia de Tehani nos contactara —dijo Zina


mientras guiaban sus monturas por la colina—. Es un progreso, al menos. Podrían
muy fácilmente haberla obligado a volver a su marido.

Dieciséis años de edad y ya casada. Era asqueroso y resulta que pasaba


mucho más de lo que el resto del mundo sabía. Pero tal vez la historia de Tehani
sería la que finalmente llegar a los oídos occidentales. Tal vez esta valiente chica
sería el vehículo para el cambio.

—Gracias de nuevo por invitarme —dijo Phoebe, llevando su montura a la


altura de la yegua de Zina—. Realmente lo agradezco.

—No, el agradecimiento es mío. Admiro tu trabajo y lo que estamos tratando


de hacer para estas mujeres. Tú cuentas sus historias sin prejuicios, ni agenda.
Honestamente, es refrescante. Hoy en día, el periodismo de guerra es casi tan
corrupto como; bueno, el gobierno afgano.
—¿Mi trabajo? —se burló ella—. Muchacha, yo sólo soy una cuenta historias.
Es tu trabajo lo que está haciendo la diferencia aquí. Las chicas como Tehani no
tendrían a nadie a quien acudir si no fuera por ti. Las cosas que tu grupo ha
realizado en tan poco tiempo son increíbles. Valiente. Desinteresado. Y por eso te
tomé la foto. Cuando te miro, veo todo eso y quiero que mi público lo vea,
también.

Las mejillas de Zina se llenaron de una bonita sombra de rosa, y caray, deseó
tener su cámara. Hablando sobre lo desinteresado; una foto de ese momento fugaz
habría capturado a la perfección la esencia de Zina Ojanpura y el refugio de
mujeres que había fundado por su propia cuenta.

Oh, ni modo.

Algunos momentos eran demasiado perfectos para capturarse en una foto.

Phoebe exploró las casas de barro, mientras llegaban bien a la aldea en la


comunidad. Las casas casi estaban apiladas una encima de la otra, a menudo con
poco más que una manta cubriendo cada puerta delantera. Aún así, esto no era un
lugar soñoliento con todo el mundo escondido en el interior por miedo. Los niños
corrían arriba y abajo de la colina, dándole patadas a un balón. Las madres se
sentaban en las puertas mirando a sus hijos mayores con ojos cansados mientras
23
calmaban a los bebés quisquillosos y cosían. Frente a una de las casas, unos viejos
estaba apilados junto a un tablero de ajedrez muy querido, fumando y riendo. No
vio a muchos hombres sanos y asumió que estaban en las colinas con sus cabras. O,
posiblemente, se habían unido a los talibanes, que todavía estaban muy vivos en
estas colinas. O, peor aún, se habían convertido en traficantes de opio.

¿Cuántas de estas agotadas mujeres eran viudas del opio? Odiaba adivinar.

—Aquí estamos —dijo Zina después de una conversación rápida con sus
escoltas policiales, y detuvo su caballo delante de una casa en ruinas. Un hombre
estaba en la puerta, con la piel bronceada y arrugada, curtida por el despiadado
clima afgano. Él las miró con recelo.

—Salaam alaikum5 —dijo Zina y desmontó. Phoebe hizo lo mismo, pero dejó
que la socorrista tomar la delantera. Ella estaba aquí sólo para documentar lo que
pasó e hizo todo lo posible para pasar a un segundo plano.

—¿Está aquí para llevarse a mi hermana? —preguntó el hombre.

5 Salaam alaikum, (‫)ع ل يـ كن ال سـ الم‬, del árabe y el musulmán, significa, "la paz sea contigo/ustedes".
Phoebe sintió que sus cejas subieron hasta la línea del cabello. ¿Hermana?
Guau. Había creído al hombre por un tío por su apariencia.

Ella levantó su cámara.

—¿Me permite? —preguntó ella en pastún6.

Él la miró con abierta desconfianza, pero luego su rostro se iluminó cuando


vio la cámara. Él asintió y sonrió, adoptando una pose contra la puerta. Su sonrisa
de dientes separados mostró su juventud de una manera que su aspecto degradado
no podía.

Cliksh.

—Hemos venido desde Kabul. Del refugio de mujeres —explicó Zina.

El joven avejentado asintió, su sonrisa desvaneciéndose.

—Ella estará a salvo allí.

La conversación empezó a llamar la atención de los demás en la aldea. El

24
grupo de ancianos había dejado de reír y les miraba con el ceño fruncido de
desaprobación.

Bajo el peso de sus miradas, el hermano de Tehani movió los pies con
nerviosismo. Le hizo un gesto a la casa.

—Vega. No es seguro hablar aquí.

La sala principal era pequeña, con una alfombra adornada extendida por el
suelo y almohadas esparcidas a lo largo de las paredes. Una mujer se sentaba en
una almohada, su chador envuelto alrededor de su cabeza para cubrir todo excepto
sus ojos. En su regazo estaba sentado un niño, observando todo con fascinación
inocente. Vertía té chai en pequeños vasos y se los pasó a todos en la sala. Por lo
general, el ritual del chai incluía una pequeña charla antes de entrar en materia,
pero aparentemente estaban bastante nerviosos como para evitar esa parte de la
costumbre.

—Mi esposa, Darya —dijo el hermano de Tehani—. Y mi hijo. Yo soy Nemat.


Voy a buscar a Tehani. Hemos estado escondiéndola. —Desapareció por una
puerta cubierta con una tela con flores impresas.

6 El pastún o pashtún (‫[ پ ښ تو‬Paxto], pronunciado /paʂˈto, paçˈto, puxˈto/) es la lengua materna de
los pastunes del sur y centro de Asia. Este idioma forma parte de las lenguas iranias orientales y
desciende directamente del idioma avéstico, la lengua irania más antigua preservada.
Phoebe aprovechó la oportunidad para preguntarle a la mujer si le importaría
que le tomara una foto. Ella asintió, pero estaba tímida por ello y no miró
directamente a la cámara. Nada utilizable para la historia, pero las fotos harían
buenas adiciones a la colección personal de Phoebe.

Nemat regresó con una chica en un vestido rojo manchado y rasgado. Su


oscuro cabello descubierto rodeaba sus hombros y evaluó a todos los presentes en
la habitación con oscuros ojos demasiado cansados de la vida para pertenecer a
una chica de su edad. A diferencia de su cuñada, ella no era tímida. Se dirigió
directo a Zina y levantó la barbilla en un gesto de desafío.

—Yo no quiero casarme —dijo en pastún—. Quiero ir a la escuela.

—Lo harás —respondió Zina en el mismo idioma, su rostro se iluminó de


alegría.

Oh, bueno, allí había una foto…

Phoebe levantó la cámara. Cliksh.

La mirada de Tehani fue a la cámara y en ese instante, lució tan joven y


vulnerable. 25
—¿Está tomándome fotos?

—Sí —dijo Phoebe, también en pastún—. ¿Está bien?

—No lo sé. ¿Qué vas a hacer con ella?

—Mostrársela a otras chicas que, como tú, están en malas situaciones para
que no pierdan la esperanza, por lo que tal vez ellas hablen por sí mismas.

Tehani lo pensó por un momento y luego una brillante sonrisa cruzó su cara.

—Eso me gusta.

—Pensé que quizás te gustaría.

—Quiero ayudar a otras chicas como yo. —Se volvió nuevamente hacia
Zina—. ¿Podemos irnos esta noche?

—Mañana por la mañana. Tu hermano ha accedido a hospedarnos esta la


noche.

Ella asintió y se concentró en Phoebe de nuevo.


—¿Qué hay con mi marido? ¿Le contara a la gente de sus crímenes? ¿Acerca
de las bombas?

—Shh —le regañó Nemat, su fácil sonrisa fraternal disolviéndose en una


expresión de verdadero miedo—. Te dije que no hablaras de eso.

Phoebe echó un vistazo hacia Zina, quien hundió los dientes en su labio
inferior y aunque se quedó en silencio, no tenía necesidad de expresar su
preocupación. Su expresión lo decía todo.

Mierda. Esta conversación no estaba yendo a ninguna parte buena. Phoebe se


arrodilló al nivel de la chica.

—¿Qué bombas, Tehani?

—Un montón de bombas, pero…

—No hablaremos de esto nunca más —declaró Nemat, su voz alzándose por
el pánico.

Tehani frunció el ceño hacia su hermano.

—Sí que hablaré de ello. Zakir murió tratando de advertir a los soldados 26
americanos. Él me dijo que era muy importante.

Con su corazón latiéndole con fuerza en lo alto de la garganta, Phoebe dejó la


cámara y enfocó toda su atención en la muchacha.

—¿Quién es Zakir?

—No lo sé a ciencia cierta. Creo que era estadounidense. Él me ayudó a


escapar, pero podría estar muerto ahora.

—¡Shh! —dijo Nemat—. Tehani, suficiente. No hablamos de eso. ¿Quieres


que tu tía y primo bebé mueran? ¿Quieres que yo sea asesinado? ¿Después de que
te hemos protegido?

—No, lo siento. —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras negaba con la


cabeza—. Yo sólo quería ayudar. No quiero que nadie más muera. —Volvió la
mirada suplicante hacia Phoebe—. Mi esposo solía atarnos bombas a nosotras. A
veces estaban activadas, pero la mayoría de las veces no lo estaban. Nunca
supimos a ciencia cierta, pero cuando se cansaba de una de nosotras, nos enviaba a
algún lugar y nos volaba. Él todavía tiene otras esposas.
Phoebe quería estirar sus brazos y abrazar a la muchacha, consolarla, pero no
estaba lo suficientemente segura de las costumbres locales y no se atrevió a
sobrepasar sus límites. Al menos no hasta que Tehani estuviese a salvo en el
refugio en Kabul. Entonces, nada era predecible.

—Tú has ayudado —le aseguró—. Solamente por decirnos al respecto, ayudas.

—Creo que es mejor que nos vayamos esta noche —dijo Zina en Inglés y
Phoebe asintió. Tan peligrosas como eran las montañas por la noche, por como
sonaban las cosas, era infernalmente mucho más peligroso quedarse en este pueblo
por más tiempo de lo que debían.

No tomó mucho tiempo empacar las cosas de Tehani. Tenía poco más de dos
vestidos y unas bufandas para la cabeza, una de las cuales usaba para cubrir su
cabello. También lleva una carpeta manchada de la que se negó a desprenderse, así
como el chaleco que había estado usando cuando hizo su escape. Alguien había
retirado el material explosivo, pero aún así la vista del chaleco era como una
patada en el estómago, dejando a Phoebe sin aliento mientras lo fotografió.

Zina intentó convencer a Nemat y a su esposa para que se unieran a ellos,


pero él se negó rotundamente. 27
—Mi esposa está embarazada. No puede hacer un viaje así. No lo voy a
permitir.

La esposa de Nemat simplemente desvió la mirada y no dijo nada, no ofreció


ninguna opinión propia, pero Phoebe captó la mirada de anhelo en su expresión
antes de que bajara la cabeza.

Cuando dijeron sus adioses, la pena por al joven, quien en realidad no era
mucho mayor que Tehani, inundó el corazón de Phoebe. Tal vez de dieciocho años
y ya casada, con un hijo y otro en camino.

Ella no volvió a hablar hasta que se dirigían a las afueras de la aldea con sus
escoltas policiales y Tehani se escondía debajo del chadari que Zina había puesto.

—Es un vicioso ciclo sin fin, ¿no es así? —preguntó en Inglés—. Esa pobre
muchacha está embarazada de nuevo y apenas es un adulto a sí misma.

Zina dio un profundo suspiro que movió sus hombros.

—No puedes salvar a todos, Phoebe.


Pero eso no la frenaba de querer intentarlo. Sus dedos apretaron las riendas
de su caballo, el viejo cuero crujió ante su agarre.

—¿Quién es el marido de Tehani?

La cabeza de Zina se volvió, pero debido al chadari, su expresión era ilegible.

—Ella no va a decirlo y no quiero saberlo. Tú tampoco deberías. Ese tipo de


información no hará más que ponernos a nosotros y al refugio en peligro.

Phoebe asintió. Eso lo sabía. Pero maldita sea, odiaba esa sensación de total
impotencia.

—Si es tan poderoso como creo que es, la gente necesita saber que es
peligroso.

—Estos aldeanos ya lo saben.

—Pero ¿qué pasa con el resto del mundo?

—Si no les afecta directamente, la mayoría de la gente no le importa. Lo

28
sabes. Es la naturaleza humana.

Cuando alcanzaron la cima de la colina por el antiguo tanque donde el perro


aún estaba atado, Phoebe detuvo su caballo y volvió la mirada hacia la pequeña
aldea. Nada de esto le sentaba bien y, con las tripas revueltas, sacó su cámara.

Cliksh. Cliksh. Cliksh.

Ese viejo cliché de que una imagen es mejor que mil palabras era
absolutamente cierto. El poder imponente de la foto era una de las razones por las
que Phoebe había renunciado a su carrera para un tabloide sensacionalista, en
donde había estado en la vía rápida después de escribir una pieza polémica sobre
uno de los héroes de guerra del país. Su matrimonio había estado desmoronándose
en ese momento, pero eso no importó porque Phoebe finalmente estaba recibiendo
la atención que había pensado que se merecía. Ni que decir que su artículo inició
una investigación y denigró a un hombre que no lo había merecido.

El pensamiento envió una punzada familiar de culpabilidad a través de ella y


cuando guardó la cámara, sacó la portada de la revista que guardaba en su bolso
como un recordatorio de por qué se había vuelto a la fotografía en primer lugar.
Un recordatorio de Kathryn Anderson, la ambiciosa periodista sin corazón que
solía ser, y por qué se había separado a sí misma de esa persona yendo de vuelta a
su nombre de soltera y adoptando su segundo nombre como su primero.
Pasó sus dedos sobre la impresión arrugada de Seth Harlan arrodillado ante
la tumba de uno de sus hombres caídos. Lucía… torturado. Solo. Y ella le había
hecho eso a él, había vuelto al mundo en contra de él con sus palabras.

La primera vez que había visto la portada, había sido como tener una cinta
adhesiva como venda en los ojos siendo arrancada de repente; dolorida,
desorientada, aterrada. Ella se había ido a casa ese día, se había echado un vistazo
a sí misma en el espejo, y no le había gustado lo que había visto en absoluto. Había
llamado y dejado su trabajo en ese mismo instante y en algún lugar en el camino,
había encontrado su verdadera vocación.

Las fotos podrían hacer que las personas cambiaran de opinión. Hacerlos reír.
Llorar. Y, sí, incluso preocuparse cuando normalmente no lo haría.

Levantó la vista de la portada de la revista y vio cómo los últimos rayos de


luz solar jugaban sobre el pueblo. Zina probablemente tenía razón. El mundo no se
preocupaba por Tehani o por chicas como ella, pero Phoebe podría cambiar eso,
¿no?

Todo lo que haría falta era la foto correcta.

Y ella mejor que nadie sabía el poder de la fotografía. 29


Capítulo 4

Key West, Florida

Alguien estaba en su casa.

Seth dejó caer su bolsa junto a la puerta y el tunk de la lona al golpear las
baldosas hizo eco a través de la habitación. Una nueva oleada de adrenalina lo sacó
del estado de aturdimiento como de zombi en el que había estado funcionando
desde que terminó la misión de entrenamiento. El equipo había logrado salir del
pantano justo al caer la noche y luego había sido otra hora en auto al hotel en
Miami donde todo el mundo se estaba quedando. Podría haber conseguido una
habitación para pasar la noche en vez de hacer el viaje a casa en Key West de tres
horas; pero no. Él había querido estar en casa, había necesitado la comodidad de su
propio espacio.

Excepto que alguien estaba en su casa. ¿Cómo era eso posible? En respeto a 30
su constante estado de paranoia, había comprado el mejor equipo de seguridad
para el hogar en el mercado, y el panel de la pared junto a la puerta estaba
iluminado en verde. Todos los sistemas funcionando.

Escaneó el interior, identificando las oscuras formas familiares de la mesa de


comedor, sof{, sillas, TV, piano…

Allí.

Una sombra bloqueaba el recuadro de pálida luz arrojada en el suelo por las
puertas del patio. No dentro de la casa entonces. Por la piscina.

Seth se agachó y llegó a su arma en su bolso, sin apartar los ojos de la sombra.
Su corazón martilleaba, pero su mano se quedó firme mientras atravesaba
lentamente la sala de estar hacia las puertas corredizas de cristal. La sombra pasó
otra vez y distinguió la silueta de un hombre paseándose por el patio.

Levantó el arma y abrió la puerta, activando la alarma que había restablecido


al entrar en la casa.

—¡Lárgate de aquí o te dispararé.


El hombre hizo una pausa, luego, lentamente, levantó sus manos, cerró los
dedos detrás de la cabeza, y se dio la vuelta. Greer Wilde, su mejor amigo el
hermano mayor de Jude, se encontró con su mirada de manera uniforme con ojos
inyectados en sangre.

—Estoy desarmado.

—Santa mierda, Greer. —Exhaló fuerte, bajó su arma—. Pensé que tenías más
juicio que colarte en la casa de un hombre psicótico.

—No eres más psicótico que yo —dijo Greer, dejando caer las manos a los
costados.

Seth gruñó y entró para apagar los lamentos de la alarma.

Habiendo vivido con el trastorno de estrés postraumático durante dos años,


había visto las señales de ello en Greer en la boda de Jude hace dos semanas. Se
había ofrecido a ser el consejero del tipo en caso de que tuviera que desahogarse;
sin juicio, sin hacer preguntas. Greer ya lo había llamado una sola vez después de
una particularmente mala pesadilla, pero había cerrado el pico en cuanto se había
calmado lo suficiente como para pensar con claridad. Honestamente, Seth no había
esperado oír del ex Ranger del ejército de nuevo después de esa última llamada. 31
Seth le indicó que entrara y se fue a la cocina para preparar el café.

—Dudo que recorrieras todo el camino hasta Key West para hablar de una
pesadilla.

—No —dijo Greer—. No más pesadillas. Estoy bien ahora.

—Mentira. Luces como el infierno. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste?

Greer liberó un largo suspiro y se pasó una mano por la cara.

—Van treinta y seis horas hasta ahora.

—Jesucristo. —Seth había estado estirando el brazo para agarrar un par de


tazas en el armario junto a la nevera, pero se detuvo en seco y fue por su teléfono
en el bolsillo en su lugar—. Ya está. Voy a llamar a Jude y le voy a decir lo que está
pasando contigo. Tus hermanos te conseguirán la ayuda que necesitas ya que eres
demasiado terco para conseguirla tu mismo.

—No. Maldición, no hagas eso —dijo Greer—. Te juro que no he tenido más
pesadillas. He estado demasiado ocupado para dormir.
—¿Ocupado haciendo qué?

Greer no dijo nada más por unos cinco segundos ininterrumpidos. Luego,
con una maldición agotada, murmuró:

—No tienes idea de cuántas leyes estoy rompiendo en estos momentos. Estoy
aquí porque necesito que me pongas en contacto con Gabe Bristow. Sé que está en
alguna parte de Florida y tengo que hablar con él. Esta noche.

—¿No es tu hermano amigo de él? ¿Por qué simplemente no consigues su


número de…?

—Porque Vaughn está en el hospital e incluso si él no lo estuviera, no podría


hablar con él sobre esto. No debería estar hablando contigo sobre esto, pero
necesito la ayuda de AVISPONES. Uno de mis hombres está en problemas y el
gobierno no está haciendo una maldita cosa para ayudarlo. Era una operación
totalmente negable.

Totalmente negable.

Una operación encubierta.

Seth gimió.
32
—¿Tus hermanos saben que todavía estás en servicio activo?

—No, no lo hacen, y no lo necesitan.

—Sí, bueno, yo no quiero estar cerca cuando se enteren. —Se iba a armar un
buen lio cuando los hermanos de Greer descubrieran que todavía estaba recibiendo
cheques del Tío Sam y Seth de seguro que no quería estar en el medio de esa
contienda gestándose en la familia Wilde—. No lo entiendo. ¿Por qué mentirles?

La mandíbula de Greer se tensó.

—¿Me puedes poner en contacto con Bristow o no?

—Sí. Espera. —Él se desplazó entre sus contactos hasta que encontró el
número de Gabe, luego hizo rodar el teléfono por el mostrador.

Greer marcó el número en su celular y sin decir una palabra más, se fue,
como un espectro atravesó el patio y saltó sobre la valla de casi dos metros que
rodea el patio trasero.

Seth se le quedó mirando.


La maldita valla era demasiado fácil de violar. ¿Por qué no había pensado en
eso antes?

Sensores de movimiento, decidió. Él recubriría la valla con sensores de


movimiento en su primera oportunidad.

La cafetera sonó cuando terminó de colar, recordándole que había puesto una
jarra. Se preparó a sí mismo una taza recargada de azúcar para esa sacudida
adicional para permanecer despierto. Infierno, podría muy bien echarle también 5-
hour Energy7. Tomó un sorbo, probando el brebaje. En cierto modo sabía como
lodo de café del día anterior con sabor a uva súper dulce, pero funcionaba. Prefería
ser un lío de nerviosismo que arriesgarse a cerrar los ojos.

Sí, él había acusado a Greer por no dormir. No significaba que tenía que
tomar su propio consejo.

Agarró su portátil de donde la había dejado enchufada en el mostrador de la


cocina, y se la llevó junto con su taza hasta el patio porque seguro como la mierda
que no iba a sentirse seguro dentro de la casa cuando sabía que el patio estaba
abierto a ataques. En una noche sin luna, el agua de su piscina era tan oscura y
poco atractiva como el pantano lo había sido. En algún lugar cercano, una guitarra
tocaba una canción alegre.
33
Escogió una de las hamacas de la piscina y encendió su laptop, instalándose
para su rutina nocturna de dejar limpios a otros insomnes jugando póker.
Innumerables noches sin dormir habían transformado al hombre que nunca había
apostado en su vida en un genio del póker, y cayó fácilmente en el ritmo del juego.
Pasó el tiempo. Perdido en las cartas en la pantalla hasta que sonó su teléfono,
sobresaltándolo haciéndolo volcar su taza. Los restos fríos de café se derramaron
sobre la mesa y juró mientras lo secaba con una toalla dejada de su último baño, lo
más cercano a la mano.

Pero oye, tenía que darse crédito por no saltar del susto ante el inesperado
sonido.

Progreso.

Otro repique. Tiró la toalla, ahora húmeda, en la cesta en su camino al


interior, luego miró el teléfono, mientras daba saltos sobre el mostrador de la
cocina. Su padre solía decir que nada bueno salía nunca de una llamada telefónica
después de la medianoche, y por eso su toque de queda al crecer había sido las

7
5-hour Energy es una bebida Energizante.
once y cincuenta y cinco p.m. y ni un segundo más tarde. Su padre nunca quiso
recibir una llamada después de la medianoche.

Su papá había recibido una, sin embargo. Una llamada de-medianoche que
llegó en medio del día, en forma de una visita por los infantes de marina
uniformados, diciéndole que su único hijo era un prisionero de guerra.

Nope. Seth cerró ese pensamiento casi antes de que se formara


completamente. No vayas allí. Nada de pensar en el miedo y el dolor que había
causado. Nada de pensar en el miedo y el dolor que había soportado. Nop. Nop.
Nop. Había superado todo eso ahora. Progreso, ¿recuerdas?

Debido a toda la cosa de, después de la medianoche, consideró ignorar el


teléfono. Pero él no era su padre con niños por los que preocuparse, y no era un
cobarde que se escondía de malas noticias. ¿Un caos neurótico traumatizado? Muy
bien, había aceptado eso. ¿Cobarde? De ninguna puta manera.

El nombre de Gabe se mostró en el identificador de llamadas. Pulsó el botón


de responder.

—¿Hola? —Mierda, realmente necesitaba comenzar a hablar más a menudo,


aunque fuera sólo para sí mismo. Su voz sonaba como si se hubiera tragado una 34
caja de clavos y hecho gárgaras con un vaso de arena.

—Harlan —dijo Gabe; no, más bien exigió. El tono le recordó a Seth a un
sargento de instrucción, llevándolo de vuelta a los viejos tiempos en el
entrenamiento básico. Jesús, había sido un arrogante imbécil tan idealista por aquel
entonces, sin la menor idea de cuánto estaba a punto de joderse su vida.

Como le gustaría poder volver atrás.

Él contuvo el aliento.

—Sí, estoy aquí. —Entonces esto era todo, el hacha cayendo sobre su
incipiente carrera como contratista militar privado. Excepto que… ¿por qué Gabe
esperaría hasta casi las tres de la madrugada para llamar? No tenía sentido a
menos que estuviera a punto de ser reprendido por dar el número de teléfono
privado de Gabe.

—Estoy enviando un helicóptero por ti. Súbete y trae tu culo de vuelta a


Miami lo más rápido posible.

Espera. ¿Qué? Esto no sonaba como un despido.


—¿Señor?

—Tenemos una misión.

Mierda. ¿Ellos no estaban mandando su culo a empacar?

—Uh, gracias, señor.

—No me llames señor —dijo Gabe por lo que tenía que ser la milésima vez
durante su breve amistad—. Y si tienes a alguien a quien darle las gracias, debería
ser Quinn. Salió en tu defensa; de nuevo. Sigues estando a prueba en lo que a mí
respecta y todavía tengo dudas sobre tu capacidad para funcionar en combate,
sobre todo ahora.

Aunque eso no fue una rotunda aprobación, era mejor de lo que esperaba, y
se tragó las ganas de agradecer a Gabe de nuevo.

—¿Tiene esto algo que ver con Greer Wilde?

—Sí. —Hizo una pausa y en ese pesado momento de silencio, parecía que el
mundo contenía el aliento. Seth seguro que lo hizo. Tenía la sensación de que no le
iba a gustar lo que venía después. Gabe no era por lo general del tipo que vacilaba,
y cuando volvió a hablar, su tono de voz era tan suave como Seth nunca lo había
35
oído—. Vamos a Afganistán.

Oh, mierda no.

Las palabras se estrellaron contra él como un tren a alta velocidad y el


teléfono casi se cayó de sus dedos entumecidos. Sacudió su cabeza negando a
pesar de que Gabe no podía verlo. Probablemente sea una buena cosa que Gabe no
pudiera verlo, porque no estaba manteniendo la compostura. Un bulto del tamaño
de un tanque se hinchó en su garganta, sólido y asfixiante, mientras un temblor
recorrió su espalda, las garras heladas del verdadero miedo se clavaron en su
espalda. No puedes pedirme esta mierda a mí, quiso gritar.

En cambio, el único sonido que salió de su garganta fue:

—¿Afganistán? —dijo en una voz ronca. Era la primera vez que había
mencionado el nombre del país en voz alta en dos años, y raspó a través de sus
cuerdas vocales.

—Sé la enormidad de lo que te estoy pidiendo —dijo Gabe en voz baja, casi
leyendo su mente—. Y en cualquier otra circunstancia, yo sería el primero en decir,
maldición no. Pero estas no son circunstancias normales y esta no es una misión que
esté dispuesto a rechazar. Así que, ¿te apuntas para esto? —preguntó después de
un largo silencio—. Dime ahora mismo, si no.

Seth tragó. Él no estaba roto. Podía hacer esto.

—Sí. Sí, estaré listo.

36
Capítulo 5

El equipo no estaba feliz de verlo. Nadie lo dijo en voz alta, pero las
tomaduras de pelo en tono amistoso y chistes subidos de tono que podía oír desde
donde se encontraba en el pasillo se detuvieron cuando Seth finalmente entró en la
sala de conferencias del hotel. No es que los culpara. Después de la fallida misión
de entrenamiento, él tampoco estaría feliz de verse a sí mismo si estuviera en sus
zapatos. El silencio en la sala quedaba como una bota demasiado apretada.

Finalmente, la puerta se abrió y entró Gabe con Quinn, y Greer Wilde.

Greer no lucía mejor de lo que lo hacía anoche. En todo caso, las bolsas
alrededor de sus ojos oscuros eran más pronunciadas, las líneas grabadas en la
frente hablaban de grandes cantidades de estrés.

—Muy bien, señores, vamos a empezar. —Gabe sacó una carpeta de su


mochila y la abrió sobre la mesa, y luego hizo un gesto hacia Greer con la

37
barbilla—. La mayoría de ustedes probablemente ya lo conocen, pero para aquellos
que no, este es Greer Wilde. Estará a cargo de esta sesión informativa. ¿Greer?

Greer asintió. Cuando se adelantó, Jesse Warrick se reclinó en su asiento e


inclinó su sombrero vaquero en saludo.

—Pensé que dejaste este tipo de trabajo, Wilde.

—No es por falta de intentos —murmuró Greer—. ¿Cómo estás, Jesse?

—Mejor que tu por esa pinta.

—Una mala semana. —Greer se detuvo en la parte delantera de la sala y se


quedó mirando hacia el otro extremo de la mesa, sus ojos aterrizando brevemente
sobre Seth antes de recoger una foto de la carpeta abierta. La fotografía mostraba a
un hombre sin sonrisa en un turbante con oscuros ojos ilegibles y barba bien
recortada—. Este hombre es Zakir Rossoul. —Sacó otra foto y sostuvo las dos lado
a lado. La segunda mostraba al mismo hombre, sin barba y sonriente, llevando la
boina de color canela de un Ranger del ejército sobre su cabello al rape—. También
conocido como el sargento Kakir "Zak" Hendricks. Es un afgano-americano
segunda generación, condecorado ex Ranger del ejército, y… —Greer hizo una
pausa y se aclaró la garganta antes de continuar—. Durante los últimos dieciocho
meses, Zak ha estado trabajando encubierto en Afganistán. Se suponía que debía
permanecer allí hasta abril, pero hace dos semanas recibimos una llamada de él a
través del teléfono satelital. —Él sacó una pequeña grabadora del bolsillo y pulsó
el botón de reproducir. Estática llenó la habitación, rota intermitentemente por una
voz profunda, sin acento.

—Repito, este es el sargento Zak Hendricks. He terminado. Sáquenme de aquí.

—Este es el último contacto que recibimos de él —dijo Greer y extendió un


mapa sobre la mesa—. Él trató de darnos sus coordenadas, pero la llamada falló.
Lo mejor que podemos imaginar, es que su última posición fue aquí. —Tocó un
punto alto de las montañas cerca de la frontera con Pakistán, luego levantó la vista
hacia el equipo—. Lo queremos de vuelta y tratamos de encontrarlo, pero ya que
era una misión totalmente negable, nuestro gobierno no está haciendo una maldita
cosa por ayudar a traerlo a casa. No es aceptable.

Varios de los chicos murmuraron su acuerdo.

—¿Cuál era su misión? —preguntó alguien.

Greer vaciló, obviamente, sopesando sus palabras siguientes, considerando


cuanto divulgar.

—En cinco meses, Afganistán elegirá un nuevo presidente. Lo que suceda 38


durante esa elección afectará el calendario para la retirada de las tropas
estadounidenses. Ahora, tanto como nos gustaría ver a todos nuestros chicos de
vuelta a casa, no queremos dejar el país en manos de un líder extremista que le
tenga ganas a los EE.UU. Y por desgracia, varios de los candidatos a la presidencia
son exactamente eso. La mayoría tienen la oportunidad de ganar de una bola de
nieve, pero hay un hombre que tiene a Washington preocupado. Su nombre es
Abdul Rab Jahangir Siddiqui. Él es pastún, y popular entre los conservadores
religiosos. Ya tiene el oído de la administración actual y ha pasado los últimos años
metiendo en el Tribunal Supremo y la Asamblea Nacional a sus amigotes. Hay
rumores de sus simpatizantes talibanes y sospechas de que está detrás de varios
atentados suicidas que han matado a soldados de paz extranjeros y a líderes anti-
talibanes. La misión de Zak era conseguir acercarse a Siddiqui y desenterrar toda la
suciedad que pudiera. Su misión secundaria, en caso de que Siddiqui saliera
elegido, era asegurarse de que el hombre nunca llegara a la oficina, pero algo salió
mal. No sabemos qué o cómo. Todo lo que sabemos es lo que escucharon en esa
grabación. Zak pidió una extracción, pero para cuando tuvimos a los hombres en la
zona no había ni rastro de él.
Mientras Greer hablaba, las fotos de Zak Hendricks recorrieron la mesa,
finalmente aterrizando las dos en frente de Seth. Él bajó la mirada hacia el hombre
sonriendo, y su estómago se retorció.

—¿Cómo sabemos si ya no está muerto?

—No lo hacemos —admitió Greer—. Pero me parece recordar otra situación


no hace tanto tiempo, donde un equipo de SEALs fue a las montañas con
información cuestionable, todo para rescatar a un infante de marina perdido…

Todos los ojos en la sala giraron en dirección a Seth. Él apretó la mandíbula.

—Eso fue bajo, Greer.

—Sí, pero no estoy jugando limpio. Yo ya estoy rompiendo todo tipo de leyes
metiendo a AVISPONES en esto, pero maltita sea. Zak es uno de mis mejores
amigos y no puedo abandonarlo allí.

Gabe Bristow se puso de pie y palmeó a Greer en el hombro.

—Será mejor que te vayas de vuelta al D.C. antes de que cualquiera se dé


cuenta de que te has ido. Ya lo tenemos. Traeremos a Zak a casa.
39
—Gracias —dijo con firmeza Greer y se dirigió a la salida. Se detuvo junto a
la silla de Seth—. Siento traer a colación lo de tu situación, pero tienes que ver las
similitudes.

Seth lo hacía, pero el resentimiento aún ardía en su pecho y no podía dar


ninguna respuesta más que un gesto brusco. Si Greer Wilde estaba buscando el
perdón, tendría que seguir buscando.

Gabe esperó para continuar la sesión de información hasta después de que la


puerta se cerrara detrás de Greer, luego pasó una pila de papeles delgada
alrededor de la mesa.

—Esta es toda la información que tenemos sobre los jugadores claves en este
momento —dijo—. Concedido, no es información procesable; todavía, pero vamos
a tener una mejor oportunidad de conseguir algo para usar una vez en el país.
Cuando estemos en el aire, Harvard reunirá la información que le sea posible del
sargento Hendricks, Siddiqui y preparará un informe exhaustivo que espero que
todos se lean y sapan de memoria. —Miró a Harvard para su confirmación.

El ex-analista de la CIA y todo un genio de la informática, asintió.

—Entendido.
Gabe continuó.

—Jean-Luc, cuando aterricemos, te llevarás a Seth para hacer contacto con los
activos locales de HumInt, un hombre con el nombre de Hamid Fahim.

—Espera —dijo Jean-Luc—. ¿Por qué Seth? —Luego hizo una mueca e inclinó
la cabeza medio en-disculpa—. Sin ánimo de ofender Seth, pero prefiero tener a
uno de los chicos que conozco a mis espaldas por si las cosas se van a la mierda.

—Es una pena —dijo Gabe—. Seth es tanto un miembro de este equipo como
el resto de ustedes. Será tratado como tal. No somos chicos de la fraternidad y no
habrá novatadas a cada tipo nuevo que contrate. No toleraré esa mierda. ¿Soy
claro, caballeros?

—Sí, señor —respondieron todos, aunque con poco entusiasmo.

Gabe les dio un momento para dejar que captaran el decreto.

—Después de que Jean-Luc y Seth hayan asegurado los suministros y una


casa de seguridad por parte de Fahim, estableceremos una base de operaciones de
avanzada con acceso a internet de manera que Harvard pueda seguir trabajando. A
partir de ahí, nuestro primer curso de acción será localizar y plantar un rastreador 40
GPS en el vehículo de Jahangir Siddiqui. Él es la clave para la información factible
que necesitamos. ¿Alguna pregunta?

Algunos de los chicos lanzaron preguntas, pero estaban guiándose con


limitada información y Gabe admitió que no tenía las respuestas.

Marcus Deangelo, un ex agente del FBI, tamborileó sus dedos sobre la mesa.

—Sabes, odio ser Debbie Downer8 aquí, pero no estoy muy cómodo con pisar
los dedos de los pies de los militares. El FBI en Colombia era una cosa —dijo,
refiriéndose a la primera misión del equipo juntos, de la cual Seth no había sido
parte—. Ellos estaban equivocados. Demonios, incluso mi ex compañero pensaba
igual, razón por la qué arriesgó su carrera para ayudarnos.

—Sí, ¿cuando Giancarelli va a renunciar a Bureau y venirse al lado oscuro? —


preguntó Jean-Luc.

8Debbie Downer es un personaje del programa de televisión estadounidense Saturday Night Live,
una comedia semanal, en vivo, que muestra situaciones humorísticamente extrañas, parodias
políticas, burlas a los famosos del mundo de cine, y más. Debbie Downer (interpretada por la
comiquísima Rachel Dratch) es una de los personajes icónicos. Es la típica aguafiestas y gracias al
éxito de este sketch su nombre forma parte del vocabulario estadounidense.
Marcus soltó un bufido.

—Lo está considerando, pero no va a suceder a menos que su esposa diga que
está bien. Y ella no lo hará.

Jean-Luc hizo un sonido de chasquido con la lengua en desaprobación.

—El hombre está sometido.

—¿Puedes culparlo? —preguntó Marcus—. Has visto a su esposa, ¿verdad?

—Buen punto. Si yo tuviera una mujer tan guapa como Leah Giancarelli en
mi cama cada noche…

—Le pedirías a su hermana que se les una para un trío —dijo Quinn,
inexpresivo.

Jean-Luc sonrió.

—Mierda, sí. El sentido común, mon ami9. El sentido común.

Incluso Quinn esbozó una sonrisa ante eso.

Seth se quedó en silencio a través de todo y hojeó los folletos. Las estadísticas
41
de Zak Hendricks, hoja de servicios, historia familiar… Nada de eso les ayudaría a
encontrar al hombre.

Cerró la carpeta y la apartó.

—El ejército no hará nada hasta que el sargento Hendricks aparezca


sangrando en un canal de noticias de Al Jazeera. Y si era una operación en cubierta,
probablemente ni siquiera entonces.

—Ese es el consenso general, sí —estuvo de acuerdo Gabe después de un


instante de silencio, y luego miró a Marcus—. Es por eso que no estoy tan
preocupado por herir los sentimientos de los militares aquí. Si el sargento
Hendricks fue capturado por los amigos talibanes de Siddiqui, planean hacer un
muy público y muy gráfico ejemplo de él. Ellos no toman prisioneros. Hasta la
fecha, sólo hay dos prisioneros de guerra conocidos en A-stan10. Un soldado ha
estado cautivo desde 2009 y está siendo utilizado como moneda de cambio para la
liberación de prisioneros talibanes. Y un Marin… —Se interrumpió abruptamente.
Ropa crujió y asientos rechinaron cuando todo el mundo se giró para mirar a Seth.

9 Mon ami, del francés, significa amigo mío en español.


10 A-stan, una forma de abreviar Afganistán.
Las siete miradas se arrastraron sobre la piel de Seth como arañas con patas
de agujas, y una gota de sudor corrió por la parte posterior de su cuello. Lo odiaba,
odiaba ser el centro de atención, odiaba que Gabe simplemente hubiera reducido
su vida a nada más que un ejemplo, en una sesión informativa. Pero él no era un
cobarde y si querían usarlo como ejemplo, entonces que así sea.

Se tragó el creciente pánico, se impulsó de su asiento, y muy deliberadamente


bajó la capucha de su sudadera. Luego tiró de la cosa por la cabeza, la lanzó sobre
la mesa, y extendió los brazos. Siempre llevaba mangas largas en público, pero si
querían mirar, bien podrían obtener toda la imagen de mierda, ¿no? Cicatrices y
todo.

Se reunió con cada una de sus miradas con un reto propio.

Harvard visiblemente tragó y apartó la mirada primero, ajustándose las gafas


y teniendo un gran interés en la pantalla de su portátil. Marcus lo miró con lástima,
Jesse con ojo de evaluación de un profesional médico. Jean-Luc se removió
incómodo y por un momento, Seth casi se compadeció de él. Al Fiero Cajún no le
iba bien las cosas pesadas y en este momento, un elefante de cuatrocientos
cincuenta kilos se sentó en el centro de la mesa. Quinn asintió una vez en su
dirección, un gesto de respeto. Gabe se situaba en la parte frontal de la mesa, en 42
silencio y con cara de piedra. Ian, con un brazo sobre el respaldo de la silla a su
lado, rodó los ojos.

Seth dejó caer los brazos, pero no se estiró para tomar su sudadera.

—Sé cómo trabajan estos militantes. Si aún no han cortado la cabeza del
sargento Hendricks y aún no han emitido una demanda de rescate, entonces lo
están torturando. —No pudo evitar que su voz se rompiera en esas dos últimas
palabras, pero siguió adelante, determinado a ser de alguna utilidad para el
equipo—. Tal vez están tratando de conseguir información de él, tal vez no. De
cualquier manera, Gabe esta en lo cierto. Están haciendo de él un ejemplo; "Miren
al infiel, tan débil, tan roto. Estos son los hombres que desean nuestro país, que
quieren corromper a nuestras mujeres y nuestra cultura. ¿Ven? Podemos vencerlos
f{cilmente. Somos poderosos. Al{ est{ de nuestro lado…" y así sucesivamente.
Aún mejor si pueden mantenerlo con vida y hacer un centenar de ejemplos de él,
día tras día tras día.

Nadie habló.

Seth agarró su sudadera de la mesa, pero se detuvo antes de ponérsela.


—Honestamente, en nombre del sargento Hendricks, espero que vayamos
tras un cuerpo. Espero que haya sido una muerte rápida y fácil porque yo no le
deseo esto… —Hizo un gesto a su pecho—… a nadie, excepto a los cabrones que
me lo hicieron a mí.

43
Capítulo 6

Kabul, Afganistán

El bazar era un lugar vibrante, lleno de movimiento y color que puso los
dientes de Seth en el borde. Los vendedores que podían permitirse mesas estaban
bajo los paraguas brillantes, a la sombra del sol y el viento. Aquellos que no podían
sólo desplegaban sus productos sobre mantas en el suelo o en carretillas oxidadas,
vendiendo de todo, desde cabezas de ovejas a frutos secos, tela, e incluso juguetes.

Los sonidos eran apenas tanto un asalto a los sentidos abrumados de Seth
como las escenas. Los vendedores gritaban en una rápida sucesión de pastún o
Dari. O, en ocasiones, incluso en un inglés roto, cuando veían a un occidental.
Mucha charla, regateo. Risas. Gritos. La bocina desde las calles atestadas mientras
los autos zigzagueaban entre los peatones. Las motos pasaban con velocidad a

44
través del tráfico estancado. La música tradicional llenaba el aire, parecía venir de
todas partes y de ninguna al mismo tiempo.

Todo se combinaba en un lodazal en la mente de Seth que lo tenía a punto de


saltar del susto. No pudo evitar mirar sobre su hombro cada vez que alguien se
presionaba demasiado cerca detrás de él. No pudo controlar el sobresalto que le
hacía tensarse a cada contacto o ruido fuerte.

Maldición, tenía que superar esto. Kabul era un lugar relativamente seguro; o
al menos tan seguro como cualquier ciudad de este país olvidado de Dios pudiera
ser. La lógica dictaba que no tenía nada que temer aquí. Esto simplemente era la
gente promedio de todos los días, en su vida normal. Al igual que los ciudadanos
en América, algunas de estas personas no tenían ningún interés en la política y sólo
querían que la guerra sin fin terminara. No todo el mundo tenía una agenda
política. O incluso religiosa.

No todos eran el enemigo.

Esta era otra prueba, se recordó a sí mismo, y tomó una calmada respiración a
través de la nariz, inhalando los olores de las personas, especias, humo, basura y
gases de tubos de escape. De todos los hombres que Gabe podría haber enviado al
mercado para encontrarse con Fahim, había escogido a Seth para ir con Jean-Luc, a
pesar de que varios de los chicos habían paseado por Afganistán y todos tenían al
menos un conocimiento básico de pastún. Sin duda lo suficiente para ir al mercado
y encontrarse con un activo que supuestamente hablaba perfectamente el inglés.

Así que por supuesto que esto era una prueba. Con buena razón, Gabe quería
ver si podía soportar estar de vuelta aquí, y él estaría condenado antes de fallar.

Tenía que controlarse. Mantenerse alerta. Permanecer enfocado.

Y, sobre todo, permanecer malditamente en calma.

A medida que se habrían paso zigzagueando a través del mercado, Jean-Luc


estaba en su alegría habitual, tan cómodo como estaba a mitad de camino del
mundo de su amada Nueva Orleans. Riendo, bromeando, hablando con los
lugareños en impecable Dari. Por el momento, tenía un animado debate con un
adolescente sobre el precio de una bufanda.

Seth como que lo odiaba por su actitud displicente.

—Pequeño ladrón —dijo con buen humor Jean-Luc y regresó al lado de Seth
con su bufanda duramente ganada.

—Pagaste demasiado por ella.


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—Lo sé. Como dije, el chico es un pequeño ladrón. —Pero él sonreía mientras
enrollaba la bufanda en su cuello—. Tengo que admirarlo por ello. Además, ¿qué
voy a hacer con un puñado de billetes afganos si terminamos corriendo por las
montañas? Ahí arriba, sólo es bueno para papel higiénico. ¿Pero una bufanda?
Bueno, mon ami, eso es útil.

—Buen punto. —Así que había un método para la locura de Jean-Luc,


después de todo. A causa de su propensión a bromear más que nadie en el equipo,
a veces era difícil recordar que albergaba un intelecto a nivel de genio detrás de esa
sonrisa pícara.

Pero aún así, estas pequeñas excursiones de compras estaban tomando


demasiado tiempo. Y Seth se ponía más nervioso con cada segundo que pasaba.
Hora de hacer su trabajo y lárgate de aquí.

—Ahora busquemos a Fahim y…

—Ooh. Brillante. —Jean-Luc se desvió de la ruta de acceso a la manta de otro


vendedor de mercancías.

Seth se detuvo y lanzó un suspiro.


—Eres tan malo como un cuervo emplumando su nido.

Un repentino recuerdo de Emma se balanceó a la superficie de su mente. Ella


había exclamado sus oohs y aahs con su mierda brillante cuando habían elegido un
anillo de compromiso antes de su despliegue con las fuerzas. De hecho, más o
menos de la misma manera en que Jean-Luc era ahora.

—Cancela eso —dijo Seth—. Eres como una mujer comprometida en una
joyería.

Jean-Luc levantó una mano, los nudillos adornados con diferentes anillos de
diferentes tamaños.

—Ayy, mira, tienes mucho que aprender, saltamontes. Las mujeres adoran lo
que brilla. Yo adoro a las mujeres. Por lo tanto, compro brillantes para darle a las
mujeres y consigo echar un polvo.

—Jesucristo. ¿Todos tus pensamientos giran en torno a echar un polvo?

—Más o menos. ¿No lo es el de cada uno?

—No. —Él no había pensado en el sexo desde… bueno, desde aquella noche
después de que comprara el anillo para Emma. Y en honor a la verdad, la idea de
46
desnudarse y sudar alguna vez con cualquiera otra vez, hizo que la bilis subiera a
su garganta. Ni soñarlo.

—Mira, eso es lo que está mal con el mundo hoy en día —dijo Jean-Luc—.
Todo el mundo est{ tan… reprimido. En lo político, religioso, emocional, sexual.
Todo el mundo tiene que decir, que se joda, y dejar que todo se vaya, pasar un
buen rato, y simplemente vivir.

—Sí, seguro. Ese es el problema con… —La paranoia se arrastró hasta la parte
trasera del cuello de Seth y se volvió para escanear el mercado. ¿Era él, o se había
espesado la multitud? Miró cada rostro, buscando el más mínimo indicio de
intenciones malévolas. Salvo por una mujer que parecía estar mirando hacia él; era
difícil decirlo con seguridad a través del velo de su tradicional chadari azul, nadie
prestaba ninguna atención indebida hacia él. Así que tal vez no era nada. Infierno,
con su historial de arrebatos paranoicos, probablemente no era nada. Pero juraba
que había sentido ojos poco amistosos en su espalda hace un momento y no iba a
ignorar su instinto de nuevo. No después de la manera en que Ian lo había
sorprendido en el pantano allá en Florida.

Golpeteó el brazo de Jean-Luc.


—Tenemos que irnos.

—¿Sí? —La sonrisa relajada del Fiero Cajún se desvaneció, pero a menos que
fueras cercano y personal con él, nadie se habría dado cuenta del ligero cambio en
su comportamiento. Él continuó examinando la selección de anillos como si todo
fuera aún miel sobre hojuelas—. ¿Qué has visto?

—Nada. —Y ¿no le hacía eso sentirse estúpido?—. Sólo… un presentimiento.

—No tienes el mejor historial con los instintos, ya sabes.

—Sí, pero… —Seth se interrumpió, divisando a un hombre de pie a un lado


de la multitud, con un teléfono en su oreja. Tenía una conversación muy intensa
con alguien en el otro extremo de la línea y no dejaba de mirar en su dirección.

Bueno, mierda.

Todos los tipos de campanas de alarma sonaron en la cabeza de Seth. Era más
que una corazonada ahora. Era un maldito hecho y una extraña sensación de calma
se apoderó de él, de la talla de la que no había sentido en años.

—Aguanta. Algo está pasando hacia tus ocho11. Tenemos que encontrar
cubierta. Ahora.
47
—Entendido. —Jean-Luc no discutió y dejó caer los anillos, para gran
decepción del vendedor. Él asintió hacia la parte interior del bazar y, sin decir una
palabra, se dirigió directo hacia los toldos extendidos como abanicos de colores
desde el lado del edificio de barro. Las maldiciones del hombre con el teléfono
celular llegaban por encima del ruido del ambiente y trató de seguirlos, abriéndose
paso a empujones entre la multitud.

—¿Lo ves? —preguntó Seth.

—Sí, buena atrapada. Supongo que ser un bastardo paranoico tiene su


utilidad. —Encontraron un escondite detrás de una cabina vacía de vendedor justo
dentro del edificio y esperaron, espaldas presionadas contra la pared.

El hombre pasó corriendo, ahora gritando al teléfono. Su voz se desvaneció


cuando desapareció entre la multitud.

11
Las Ocho: es una posición militar. Hace referencia a las manecillas de un reloj, siendo ellos el
centro del mismo, como si estuvieran parados en el centro de un gran reloj, por lo que las 6 sería
detrás de ellos, las 3 a la derecha, las 9 a la izquierda, las 12 enfrente, y así sucesivamente.
—Merde. —Jean-Luc metió la mano en su morral en busca del teléfono
satelital que había recibido de Harvard antes de salir el avión—. No tenemos
mucho tiempo antes de que descubran que aún estamos dentro. Voy a poner a
Gabe al tanto. Algo acerca de todo esto apesta. Nadie debería saber lo que somos o
por qué estamos aquí. Sigue vigilando, saltamontes.

Mientras Jean-Luc intentaba contactar con su comandante, Seth salió de los


límites de la cabina lo suficiente para ver lo que estaba pasando a su alrededor.
Mantuvo los ojos en movimiento como había sido entrenado, siempre escaneando,
observando, evaluando. Vio a la mujer con el velo azul otra vez; por lo menos
pensó que era la misma mujer, pero no vio al tipo con el teléfono celular. Sin
embargo, eso no significaba que estaban libres y despejados. Obviamente su fan
número uno tenía amigos que estaban dispuestos a unirse a la fiesta.

Sea cual sea la fiesta.

Jean-Luc colgó el teléfono.

—Pedazo de mierda. No tengo nada. Larguémonos de aquí. La única persona


que sabía que íbamos a estar aquí era Fahim, así que, o alguien llegó a él o él nunca
estuvo de nuestro lado, para empezar. 48
—Maldita sea. Necesitamos los suministros. —Ya que era por lo general
mucho más fácil asegurar el suministro dentro del país que pasar por la molestia
internacional de traer el propio, Fahim habían sido la tabla de salvación de la
misión—. Al subir a las montañas, estaremos metidos hasta el fondo en la mierda
del enemigo. Sin armas, es un suicidio. Y yo he estado allí, hecho eso, conseguido
la maldita camiseta manchada de sangre, y no voy a subir por una repetición,
muchas gracias.

—Encontraremos otro proveedor —dijo Jean-Luc sin mucha preocupación—.


Confía en mí. Los planes de respaldo de Gabe tienen planes de respaldo y si hay
una cosa buena de este equipo, es la improvisación. ¿Despejado?

Seth revisó la zona. Allí estaba la mujer otra vez. ¿Estaba… siguiéndolo?

—Despejado.

—Muy bien. —Jean-Luc se desempolvó las manos—. Así que, ¿qué opinas de
algo de escape y evasión?

Esa mujer…
Algo le molestaba en el fondo de su mente. Lo más probable es que fuera la
paranoia de nuevo, pero tenía que estar seguro.

—No, todavía no. Espera aquí un segundo.

Jean-Luc soltó un bufido.

—A la mierda con eso. ¿Alguna vez viste una película de terror? El guapo
siempre muere primero cuando se separan y soy demasiado joven para morder el
polvo. Estamos pegados.

Seth rodó los ojos y se zambulló entre la multitud.

Jean-Luc estuvo justo en sus talones.

—Oye, párate ahí. Si no te conociera mejor, pensaría que acabas de sonreír.


¿Te dolió?

Le mostró el dedo al Fiero Cajún sobre su hombro. Pero, sí, él estaba


sonriendo. Se sentía realmente muy bien ser parte de un equipo de nuevo.

49
***

No podía ser él.

Phoebe sacudió su cabeza en negación y se quedó mirando la berenjena que


sostenía. ¿Qué demonios? No necesitaba berenjenas. La puso de vuelta sobre la
mesa y, distraída, continuó pasando los últimos proveedores que ofrecían
diferentes tipos de verduras.

¿Podría ser él?

Ella levantó la vista en el mismo momento en que el hombre de la sudadera


con capucha miró en su dirección y por un latido, pensó que sus miradas se
encontraron. Por supuesto, eso era una tontería. Su rostro estaba cubierto por el
chadari y aunque ella podía ver el exterior, él no podría ver el interior. Aún así, sus
ojos azules se quedaron en ella durante un latido más de lo necesario antes de
continuar su exploración de la multitud.
Maldita sea, no podía decirlo con esa capucha sobre su cabeza. Lucía igual
que él, pero ¿por qué iba a estar de vuelta en Afganistán? Sin duda este era el
último lugar en la tierra que él visitaría.

Su mente tenía que estar jugándole una mala pasada. No era la primera vez
que pensaba que había visto a Seth Harlan en una multitud, y no sería la última.

La culpa era así de desagradable.

El hombre y su amigo rubio desaparecieron en el interior, donde se vendía


pan y frutos secos. No le hacía falta tampoco, pero…

Lo siguió.

Porque si era él, podría finalmente… ¿hacer qué? ¿Pedir disculpas? Sí, eso le
sentaría bien. Hola, Seth. No me conoces, pero yo escribí algunas cosas realmente horribles
sobre ti hace dos años y simplemente quería decir que lo siento mucho por arruinar tu
credibilidad…

Bien.

Es muy probable que no fuera él de todos modos, pero al menos ahora tenía
una distracción de la frustración agitándose bajo su piel. Había llevado sus fotos de
50
Tehani; con el rostro borroso para preservar la identidad de la joven, por supuesto,
y el chaleco bomba al Ministerio de Asuntos de la Mujer y no había llegado a
ninguna parte. Fue como si a nadie le importara que el marido de Tehani,
obviamente un hombre de poder, estaba usando a sus jóvenes esposas como
terroristas suicidas cuando se cansaba de ellas.

No lo entendía. ¿Cuál era el punto de tener un Ministerio de Asuntos de la


Mujer, si ni siquiera podía conseguir pasar más allá de la recepción para hablar con
el ministro? Simplemente tendría que intentarlo de nuevo mañana. Y al día
siguiente. Y el día después de eso. Si todo lo demás fallaba, lo llevaría ante el
público ella misma. Si había una cosa que podía hacer bien, era crear una tormenta
mediática.

Lo cual, por supuesto, trajo a su mente de nuevo a Seth Harlan.

Deteniéndose junto a la puerta, Phoebe buscó al hombre de la sudadera con


capucha. Los dos hombres deberían ser bastante fáciles de detectar. Rubios como
su amigo tendían a destacar aquí en una tierra llena de gente de piel morena y
cabello oscuro. De hecho, también lo hacían los hombres con los ojos azules.
Excepto que no podía encontrarlos. Mucha gente deambulaba de arriba abajo
del pasillo, pero ninguno era el hombre de ojos azules o su compañero.

Ella frunció el ceño. Bueno, espera un segundo. No podrían haber


desaparecido.

A menos que su mente realmente estuviese jugándole trucos.

Vagó de vuelta al exterior y miró alrededor. Nop. Quienquiera que fuese, se


había escabullido. Suspirando para sí misma, decidió que estaba demasiado
cansada y frustrada para seguir comprando y atravesó el mercado con la intención
de volver al refugio.

Cruzar las calles en Kabul era un poco como una versión de la vida real de
Frogger12. Un movimiento en falso y ¡splats! Juego terminado. Llegar al otro lado de
una pieza siempre tomaba paciencia y no mucho de habilidad. A diferencia de los
nativos que salían como una flecha, sin importar lo que se disparaba en sus
caminos, Phoebe prefiere ir a lo seguro y esperar una ruptura en el tráfico. A veces
se tardaba un rato, pero la espera era mejor que acabar como un panqueque de
carretera.

Mientras estaba parada en la acera, sintió una presencia amenazante 51


demasiado cerca detrás de ella. Una alarma se arrastró por su espalda y jugueteó
nerviosamente con la correa de la bolsa en su hombro. Por lo general no tenía
problemas en salir sola en Kabul; mientras llevara el chadari, los hombres la veían
como una mujer musulmana modesta y la dejaban tranquila. Era cuando llevaba
solamente un pañuelo en la cabeza que se metía en problemas. Su cabello cobrizo
claro y piel pálida destacaba en una multitud, así que tanto como odiaba el chadari
como un símbolo de la opresión, también proporcionaba un mínimo de seguridad.
Comprendió por qué muchas mujeres temían renunciar a eso, incluso después de
que el régimen talibán cayera.

Finalmente, hubo un momento de calma en el tráfico y salió disparada entre


un pesado autobús y un taxi. El que fuera que estaba detrás de ella se mantuvo en
su trasero y su sombra cayó sobre ella mientras el sol se hundía a sus espaldas.

Probablemente, sólo alguien que iba en la misma dirección que ella. No hay
nada de que ponerse nerviosa. Y sin embargo, no podía evitar la sensación de ojos

12 Frogger es un videojuego publicado, originalmente como arcade, en 1981. Es un clásico de los


videojuegos, que sigue siendo popular y del que pueden encontrarse muchas versiones en Internet.
El objetivo del juego es guiar una rana hasta su hogar. Para hacerlo, la rana debe evitar autos
mientras cruza una carretera congestionada y luego cruzar un río lleno de riesgos.
fijos en la parte posterior de su cabeza. El corazón se disparó en un galope de
pánico y el sudor se le metía en los ojos bajo su velo.

Oh mierda. Si estaba siendo seguida, no podía llevar a esta persona al


refugio.

Tomando una decisión instantánea, se lanzó al otro lado de la carretera,


apenas evitando una moto que saltó a la acera para rodear el tráfico estancado.
Con un chillido de sorpresa, dejó caer su canasta y se tambaleó hacia atrás.

Un brazo se envolvió en su cintura desde atrás y la tiró contra un duro cuerpo


delgado mientras una gran mano le tapaba la boca.

52
Capítulo 7

Esa misteriosa calma regresó, casi como si una capa de hielo hubiese caído
entre Seth y el mundo. Tiró de la mujer forcejeando hacia un rincón. Escuchó a
Jean-Luc gritar su nombre y le ordeno que se detuviera, pero que carajo. Esta
mujer sabía algo y él estaba más que dispuesto de averiguar qué.

—¿Quién está detrás de nosotros? —demandó, haciéndola dar la vuelta y


empujándola contra la pared. No había hablado pastún desde su rescate hace
veintiún meses, y las palabras se sentían tanto extrañas como familiares en su
lengua. Esta era una lengua que dudaba que el tiempo borrara alguna vez de su
memoria—. ¿Quién eres? ¿Por qué nos está siguiendo?

Detrás de él, Jean-Luc juró en una larga cadena de cajún francés. Una mano
agarró su hombro.

—Jesucristo, Seth. Déjala ir. Sigue con eso, y vas a tener a algún marido o

53
hermano o padre cabreado viniendo tras tu cabeza.

—Nah. Ellos simplemente la castigarían a ella. —Y no se sentiría culpable por


eso. No lo haría. Ella era el enemigo.

La mujer se quedó inmóvil. Odiaba no poder medir sus expresiones y tirar


del velo. Un par de ojos claros lo miraban fijamente, redondeados en estado de
shock. Interesante color, en alguna parte de los confines del verde y azul. Apostaba
que en una mejor iluminación, el azul de su chadari resaltaba el azul de sus iris.

Le dio a su cabeza una sacudida rápida para desalojar el pensamiento


completamente sin importancia. Cristo, su cabeza estaba bien jodida.

—Dios mío. Eres tu —dijo. En inglés. Con la insinuación de un ligero acento


de… la clase alta de Nueva Inglaterra.

Espera. ¿Qué?

Él la soltó y dio un paso atrás cuando ella se quitó el chadari en un


encogimiento de hombros, lo dobló y lo metió en el bolso que llevaba al hombro.
Ella era una cosita pequeña con el cabello rizado que, al igual que sus ojos, no era
exactamente un color sino un equilibrio entre marrón claro y rojo. Lo llevaba
recogido en una coleta baja, al final del cual se sacudía en el centro de la espalda.
Okay. No es exactamente lo que había esperado.

Ella lo miró como si estuviese enfrentándose cara a cara con un fantasma.

—No puedo creer que estés aquí. Pensé que tal vez tú fueras tú; me refiero a
que, por supuesto que tú eres tú. Pero cuando te vi, yo… —Se interrumpió, negó
con la cabeza—. No tengo mucho sentido.

—No, no lo tienes y tienes que empezar. ¿Quién eres?

Ella tomó aire y echó hacia atrás los hombros.

—Mi nombre es Phoebe Leighton. Soy fotógrafa independiente trabajando en


una historia sobre el refugio de mujeres aquí en Kabul. —Hizo un gesto vago hacia
la calle, pero él no le quitaba los ojos de encima.

—Jesús. Debí imaginarme que eras una maldita periodista.

—¿Discúlpame?

—Actúas como si me conocieras —dijo él, ignorando su indignación—. Pero

54
yo nunca te he conocido a ti.

—Por supuesto que te conozco.

—¿Cómo? —Y allí estaba esa mirada, la preocupada que atravesaba el rostro


de la gente cuando se preguntaban si estaba loco. Apretó los dientes—. ¿Cómo?

—Porque —dijo lentamente—, todo el mundo en Estados Unidos sabe quién


eres. O, al menos, cada periodista en los Estados que se precie lo hace. Eres Seth
Harlan, el héroe francotirador. El único prisionero de guerra rescatado alguna vez
de Afganistán. Lo que nos lleva a la pregunta, ¿por qué estás aquí?

Héroe francotirador. Cristo, cómo odiaba ese ridículo apodo emitido por los
medios de comunicación.

—Estoy de vacaciones.

Phoebe resopló y levantó una ceja hacia Jean-Luc, quien se había mantenido
sorprendentemente con la boca cerrada todo este tiempo.

—Ahora tú, guapo, no lo sé.

Jean-Luc sonrió.
—Estoy más que dispuesto a echarte una mano con eso, cher13.

Ella se echó a reír.

—Apuesto a que lo estas. Entonces. Seth. —Ella reorientó esos increíbles ojos
azul-verdes hacia él—. ¿Hemos terminado de agredir a las mujeres inocentes
ahora? Porque gracias a ti, los comestibles del refugio están situados en medio de
la calle y tengo que volver y comprar más.

—Yo no lo creo. —Él la tomó del brazo mientras trataba de hacer un escape.
Fue rápida y casi se le escapa. La empujó contra la pared otra vez, esta vez
manteniendo su mano en su delgado hombro—. ¿Qué tienes que ver con los
hombres que nos seguían?

—¿Qué hombres? —preguntó con exasperación, tratando de quitárselo de


encima.

—Eso es lo que nos gustaría saber —dijo Jean-Luc. Debió decidir jugar al poli
bueno en este interrogatorio, lo cual se ajustaba muy bien con Seth. No le gustaba
la forma en que su estómago se sacudía cada vez que ella volvía esos ojos hacia él,
y tratarla como un chico malo enfriaba un poco la sensación. Volvió a sujetarla
cuando intentó una maniobra de zambullirse y huir. 55
Ella hizo un pequeño ruido de angustia.

—No sé de lo que estás hablando.

—Ese hombre nos estaba siguiendo y tu también. ¿Me estás diciendo que no
hay conexión entre ustedes en absoluto? Porque soy un bastardo paranoico…

—Él lo es —dijo Jean-Luc.

Seth ignoró la interrupción.

—… y tengo momentos difíciles con las coincidencias.

Ella empuñó su mano libre en su cadera, obviamente, cambiando de táctica y


pasando a la defensiva. Una vez más, bien para él. En sus días de fútbol, había sido
conocido por su capacidad para romper las líneas defensivas.

Ella frunció el ceño.

13
Cher, chère [ʃƐr] del francés significa querida en español.
—Bueno, eso esta malditamente muy mal porque yo no conozco a los
hombres de los que hablas. Ya te he dicho por qué te estaba siguiendo. Creí
reconocerte.

—Y ¿sueles seguir a las personas que reconoces?

—No estaba segura a ciencia cierta hasta ahora y… ¿qué puedo decir? La
curiosidad mató a Phoebe. Es una maldición.

Jean-Luc dio un resoplido ahogado que sonó sospechosamente como una


risa. Seth volvió la cabeza y lo fulminó con la mirada.

Jean-Luc se encogió de hombros.

—¿Qué? Es una guerrera. Me atraen las mujeres luchadoras.

—A ti te atraen todas las mujeres. —Él miró a Phoebe de nuevo, se encontró


mirando hacia sus labios fruncidos. Lo que estaba mal. Se obligó a mirarla a los
ojos, notó un destello de…

Pánico.

La pequeña mentirosa de mierda. 56


No podía empezar a suponer por qué eso lo cabreó tanto. Tal vez porque el
nudo marchito de humanidad que le quedaba había querido que estuviera
diciendo la verdad.

Él apretó su agarre en su brazo hasta que ella tomó un brusco aliento.

—Deberíamos llevarla con nosotros de vuelta. Está ocultando algo.

Ella trató de sacudir su brazo.

—¡No lo hago!

Ambos la ignoraron.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jean-Luc.

—Está en sus ojos. —Si algo bueno resultó de su cautiverio, fue su habilidad
para leer a la gente y juzgar las motivaciones. Hubo algunos días en que su
capacidad había sido lo único que lo mantuvo cuerdo. Siempre pudo decir cuando
sus captores estaban de humor para hacerle daño y fue capaz de separarse de su
cuerpo, hasta cierto punto, encerrarse en el interior de su propia cabeza. Pudo
decir también cuando lo dejarían en paz e incluso estimar el tiempo que tendría
antes de que regresaran. Había valorado los días en que lo habían dejado
encadenado en una habitación oscura y se aferraba a…

Recuerdos.

Jesús, los recuerdos.

Su agarre se aflojó y Phoebe aprovechó la oportunidad para liberarse, usando


su estatura pequeña a su favor y agachándose debajo de su brazo extendido.

—¡Mierda! ¡Agárrala!

Jean-Luc lo intentó, pero ella ya estaba forjándose un camino entre la


multitud.

Maldiciendo, Seth se dio a la persecución, excepto que su tamaño más grande


se lo impidió. Ella fue capaz de zambullirse, apretujarse, y esquivar a la gente
mientras que él sólo podía empujarlos a un lado o atropellarlos. Pero al menos era
fácil de hacerle un seguimiento a esa cola de cabello cobrizo flotando tras ella,
brillando en los últimos rayos de color rosa de la puesta del sol. Y otros más; los
hombres en el mercado notaron su ropa inmodesta y ahora estaban tratando de
detenerla también, finalmente deteniéndola al lado de la manta del frenético 57
vendedor de joyería.

La conmoción creó un vacío en la multitud y Seth se lanzó en una explosión


de velocidad en los últimos dieciocho metros. Lo cual, mierda, fue un gran error.
Para cuando él la alcanzó, se estaba moviendo demasiado rápido, no tenía
suficiente público para parar, y las leyes de la física lo patearon. Su impulso hacia
adelante los envió a ambos derrapando sobre la manta de baratijas cuando
disparos rompieron el aire sobre sus cabezas. Su bolsa voló y golpeó en su costado
como un ladrillo cuando lanzó su peso hacia los lados. A pesar de que se llevó la
peor parte de la caída, ella todavía dio un gemido ahogado de dolor cuando
aterrizaron. Humedad caliente se derramó sobre su mano en el brazo de ella. Su
rostro, a milímetros por encima del de él, se había vuelta blanco, sus pupilas en
estado de shock. Su pulso se agitaba violentamente en la base de la garganta.

Ella estaba sangrando.

Algún cabrón le había disparado.

En torno a ellos, el caos se desató. La multitud gritó y se dispersó cuando los


disparos continuaron en el tat-tat-tat-boom de un arma automática.
El corazón de Seth se alojó en su garganta, lo cual fue una muy buena cosa, ya
que mantuvo a su estómago de rebelarse ante cada disparo.

Sus hombres gritando.

Muriendo.

—Me disparaste —susurró Phoebe con incredulidad y el temblor en su voz lo


arrastró de un golpe de vuelta al presente justo cuando los disparos salpicaron a
centímetros de ellos.

Phoebe gritó. Él la puso de pie y la empujó en la dirección de los edificios


cercanos.

—¡Muévete!

Balas danzaron en sus talones mientras seguía. Cuando ella se volvió en un


pánico ciego para correr en la dirección opuesta, él agarró la parte posterior de su
camisa y la arrastró fuera de la multitud en estampida hacia una estrecha abertura
entre dos edificios. Apenas había espacio suficiente para ellos dos de pie lado a
lado y el callejón que apestaba a orina, pero la cubierta era cubierta. Él lo tomaría
parado aquí que en la zona de muerte. 58
Seth la inmovilizó contra la pared con su cuerpo y apretó la cara contra su
pelo, con la esperanza de que la capucha de su sudadera ocultara el brillo cobrizo
de los transeúntes. Con un poco de suerte, las profundas sombras de la noche y su
sudadera oscura los ocultarían por completo.

Si los chicos malos no tenían visión nocturna. O capacidades térmicas.

Mierda, mierda, mierda.

Le temblaban las manos y él las aplanó en la pared a cada lado de la cabeza


de Phoebe. La adrenalina después de consumida. Sólo adrenalina. Estaría bien en
un segundo…

Sí, claro.

Estaba a un disparo más de perder por completo su control de mierda. Su


garganta se cerró, sus pulmones se paralizaron, y el dolor apretó su corazón como
si quisiera hacer estallar la cosa de su pecho. La pared era lo único que lo sostenía.
La pared… y la mujer temblando atrapada entre ella y su cuerpo.

Él aspiró y el olor cítrico dulce de su cabello invadió sus sentidos, intoxicante


y extrañamente calmante. A pesar de que el corazón de Phoebe tronaba contra su
pecho, el suyo desaceleró y se enfocó en el duelo de sensaciones. Su ritmo era
demasiado rápido y; sí, probablemente eso lo convertía en un malnacido, pero su
terror lo relajó. Estaba asustada por lo que él no podía estarlo. Ella lo necesitaba.

—Me disparaste —murmuró contra su camiseta, su voz poco más que una
acusación apagada.

Seth se echó hacia atrás para hacer un balance de su condición. Llevaba una
camisa desabotonada de algodón sobre un top, y la manga se había rajado por la
trayectoria de una bala, dejando un rasguño en la parte superior del brazo. Su piel
pálida estaba irritada e inflamada alrededor de la herida, pero el flujo de sangre ya
estaba deteniéndose a un goteo. Doloroso, pero no grave.

—Yo no te disparé.

—¿Quién más podría haber sido? —demandó, su conmoción hirviendo


dando paso al mal temperamento.

—Buena pregunta.

—Tú eras el único persiguiéndome. —Lo empujó, pero él no se movió—. ¡Me


tacleaste! 59
—Y he salvado tu vida. Esa bala era para tu cabeza. ¿A quién has cabreado
últimamente aparte de mí?

—¡A nadie!

—Llámame cínico, pero me resulta difícil de creer. ¿Por qué huiste de mí en


primer lugar?

—¿Por qué hui? —Su tono destilaba incredulidad, incluso mientras las
lágrimas corrían a raudales a través de la suciedad manchando su rostro. Acunó su
brazo herido contra su vientre—. ¿En serio? Me estabas maltratando. ¿Por qué no
huiría?

Seth apretó los dientes y la soltó, retrocediendo tanto como su estrecho


espacio permitía. La conmoción en el mercado se había calmado y necesitaba
encontrarle el sentido a esa situación de allí.

—Quédate aquí.

—¿Dónde voy a ir?

Apuntó su dedo hacia su nariz.


—Quédate.

Su barbilla se alzó.

—No soy un perro.

—Quédate. Aquí —repitió. Ella murmuró un hujum. Imaginándose que era la


mejor respuesta que iba a conseguir, se arrastró hasta la boca del callejón y
comprobó asomándose por la esquina. El tiroteo había cesado y la multitud había
desaparecido en su mayoría. Las sirenas de la policía aullaban en la distancia no
muy lejana. Varios cuerpos yacían en el suelo, pero jodidas gracias que ninguno de
ellos era Jean-Luc.

Phoebe se asomó por debajo de su brazo cuando el primer auto patrulla se


detuvo en la escena.

—Oh, gracias a Dios. Es la policía. —Trató de apretujarse para pasarlo.

—Maldita sea. —La agarró por la camisa y tiró de ella hacia atrás, una vez
más, inmovilizándola con su peso corporal—. Esto no es algo bueno.

—¿Me estás tomando el pelo? Si no me disparaste; lo que, por cierto, como


que todavía lo dudo, entonces tengo que reportar el incidente para que puedan
60
encontrar a la persona que lo hizo.

—A ellos les importa una mierda que alguien te disparara.

—Por supuesto que lo harán. Son la policía.

Él la miró con incredulidad, pero su expresión testaruda no cambió.

—Jesús. De verdad no lo entiendes, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo has estado en


Afganistán?

Finalmente, un parpadeo de incertidumbre se mostró en sus ojos azul-


verdosos.

—Un par de semanas.

Figúrate. Odiaba ser el que rompiera sus anteojos color de rosa, pero alguien
tenía que hacerlo antes de que ella se matara a sí misma.

—No puedes confiar en nadie aquí.

—¿Incluyéndote a ti?
—Sobre todo yo, pero entre yo y los policías, soy el menor de dos males.

—Ll{mame cínica…

Ignoró el tener sus propias palabras lanzadas de vuelta hacia él.

—Tenemos que salir de aquí. Dijiste que te estás quedando en un refugio.


¿Dónde está?

Ella negó con la cabeza.

—No te puedo llevar al refugio. La mayoría de las mujeres que viven allí se
paralizan ante los hombres.

Él suspiró.

—Bien, entonces te vienes conmigo. ¿A menos que quieras decirme lo que


est{s escondiendo…?

—No estoy escondiendo nada.

—Sí, pues yo no te creo. —Él cerró una mano alrededor de su brazo sano—.
Vámonos. Y actúa natural. 61

***

Actúa natural, había dicho. Como si fuera completamente natural ser un


rehén.

Phoebe trató de soltarse de su agarre, pero no sirvió de nada. El dolor


palpitaba desde su herida hacia la sien y su estómago se revolvió con náuseas,
debilitando su fuerza. No es que hubiera tenido alguna oportunidad de
escapársele aun con sus fuerzas en plena potencia. Cualesquiera que fueran sus
problemas mentales, el hombre estaba constituido como un guerrero, todo
músculos tallados.

Lo que lo hacía aún más peligroso.

Podía gritar. Atraer la atención de los agentes de policía en esa dirección.


Mientras la guiaba firmemente hasta la calle en la dirección opuesta del mercado,
miró hacia atrás. Había varias patrullas por ahí ahora y tenían toda la zona
bloqueada. Al menos dos ambulancias se situaban en la calle y un poco más allá,
los curiosos y medios de comunicación habían comenzado a reunirse por las
barricadas.

Si gritaba, traería mucha más atención hacia Seth que sólo a la policía. Bien.

Abrió la boca, pero la cerró de nuevo sin hacer un sonido. Un hombre estaba
parado cerca de una de las barricadas y escudriñaba la multitud mientras hablaba
por un teléfono celular. Ella lo había visto una vez antes. O, no. Dos veces. La
primera vez fue justo antes de que se fijara en Seth y su amigo rubio. La segunda,
cuando estuvo tratando de escapar de ellos. Este tipo había sido uno de los
hombres que trató de detenerla.

¿Era este uno de los hombres de los que Seth había estado preguntándole?
Seth pensó que el hombre había estado siguiéndolo, pero si ese era el caso, ¿por
qué habían estado tan decididos a detenerla a ella?

El hombre la vio y se embolsilló su teléfono en el revestimiento de su


chaqueta. Y su mano se quedó allí, descansando en algo mientras entraba en un
trote.

Oh Dios, tenía una pistola.


62
—Uh, ¿Seth?

Él la miró, luego notó al hombre.

—Mierda. Muévete. —Alargando su paso justo antes de lanzarse en una


carrera, prácticamente la arrastró a su paso. Luchó por mantener el ritmo hasta que
una mirada furtiva sobre su hombro le indicó que el hombre les ganaba terreno. Él
llevaba la pistola a plena vista ahora.

El miedo era un maldito gran motivador.

Ella se adelantó, permaneciendo al lado de Seth, zigzagueando a través de


estrechos callejones, lanzándose a través de concurridas calles. Cuando él dio un
repentino giro a la izquierda, su agarre en su brazo resbaló y ella tropezó. Cayó de
manos y rodillas en la tierra dura, con el pecho agitado, los pulmones quemándose
por el exceso de ejercicio. La sangre goteaba de su herida y el dolor del brazo
bajaba hasta los dedos.

Seth se estiró para ayudarla a levantarse.

—Vamos.
Notó lo que la rodeaba por primera vez desde que comenzaron a correr, pero
no tenía idea de dónde estaba, nunca había visto estas intersecciones de las cuatro
vías vacías antes. Los edificios que la rodeaban parecían residenciales, deteriorados
y si tuviera que adivinar, esta no era parte de la ciudad de la que muchos ojos
occidentales veían. Volvió a mirar el camino por donde habían venido. El hombre
de la pistola no estaba por ninguna parte.

Seth se quedó allí, con la mano extendida, jadeando tan fuerte como ella. Él
movió los dedos.

—Phoebe. Tenemos que seguir avanzando.

Podría tratar de huir, escapar de él. Pero la calle por delante, estrecha y
empapada en sombras poco acogedora, no se parecía a cualquier lugar en el que
quisiera estar sola. El sol había desaparecido por completo detrás de las montañas
ahora y con gruesas nubes grises rodando sobre sus cabezas, lo que prometía ser
una noche oscura y fría.

Que Dios la ayudara, no quería enfrentar eso sola.

Aceptó su mano.
63
Capítulo 8

Jesse Warrick dio unos golpecitos en la puerta de la habitación compartida de


Gabe y Quinn y esperó. No oyó ningún movimiento en el interior, pero sabía que
su comandante estaba allí tratando de cerrar los ojos ante este nuevo desastre de
operación. Sólo esperaba que Quinn no estuviera allí también, o de lo contrario
esto iba a hacer una conversación malditamente incomoda. Demonios, incluso
podría terminar en una pelea a puñetazos entre él y Quinn de nuevo como la
convocatoria similar que tuvieron en mayo.

La puerta se abrió. Gabe tenía su teléfono a la oreja, pero le hizo un gesto a


Jesse para que entrara en la pequeña habitación. Más por costumbre que por
modales, se quitó el sombrero vaquero mientras pasaba por el umbral. Se pasó una
mano por el cabello y miró a su alrededor.

64
El avión había sido eviscerado y rediseñado este verano por HumInt Inc. para
adaptarse mejor a las necesidades de AVISPONES y ahora se incluía una sala de
guerra decorada, una cocina, y seis de estas pequeñas habitaciones. Era una
disposición típica de dormitorio de estudiantes con dos camas sorprendentemente
confortables; una réplica de la suya y de Marcus en la habitación de al lado.
Excepto que donde la suya lucía habitable con su cama deshecha y un poco de
ropa desparramada del bolso, la habitación de Gabe estaba inmaculada. Su bolso
se situaba sin deshacer en el colchón bien hecho y sus botas esperaban en el
extremo de la cama como si un par de pies ya se paraban en ellas en posición de
firmes. El lado de Quinn de la habitación era tan distintivo.

No era una sorpresa. Ninguno hombre era más exigente que los dos ex
SEALs.

—Pasará un tiempo antes de que pueda ponerme en contacto de nuevo —dijo


Gabe al teléfono—. Ya sabes cómo se ponen las cosas cuando empiezan a moverse.
—Una pausa. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa—. Sí, ma’am. —Otra
pausa, y todo lo relacionado con el hombresote se suavizó—. También te amo,
Aud. Mantente alejada de los problemas, mientras yo no esté, ¿okay? Y puedes
decirle a Raffi que eso va doblemente para él. Hermano o no, patearé su culo si no
cuida de ti.
Un dolor hueco se abrió en el centro del pecho de Jesse y centró su atención
en su sombrero, quitando el polvo imaginario de la visera. Escuchar a escondidas
una conversación de marido y mujer, le hacía sentir como un fisgón, un intruso en
un momento íntimo para ellos. Y maldita sea si eso no lo recordaba las
conversaciones similares que solía tener con Lacy, en la época que había estado con
la Fuerza Delta y todavía podían hablarse el uno al otro sin que entraran en una
discusión. No es que realmente extrañara a su ex esposa. Había demasiado
resentimiento eclipsando los buenos recuerdos para que la extrañara. Pero le hizo
anhelar tener a alguien que lo esperara en casa además de sus caballos.

Y Dios, extrañaba a su hijo con una intensidad que dolía.

En ese momento, mientras trataba de no espiar la conversación de Gabe y de


Audrey, comenzó a hacer planes para llevar a Connor a Disneyland tan pronto
como lograra regresar a los Estados Unidos. Llevaba prometiéndole el viaje al niño
durante años. Bueno ya era hora de dar el paso y hacerlo realidad.

Gabe finalmente colgó, se deslizó el teléfono en el bolsillo de la pierna de sus


pantalones camuflajeados, y cojeó hasta el final de la cama. Recogió sus botas
rápidamente.

—Entonces, ¿qué pasa, Jess?


65
—¿Cómo está tu esposa? —Jesse se maldijo a sí mismo cuando la pregunta
salió de sus labios. Eso no había sido lo que quiso decir y lo cubrió agregando—:
¿No es un poco temprano en Costa Rica?

—Son las 0700, pero ella dice que lo ha estado haciendo por un tiempo. Le
llegó la inspiración. —Gabe se encogió de hombros, pero una sonrisa indulgente
jugó en los bordes de su boca dura—. ¿Qué puedo decir? Los artistas tienen horas
más extrañas que los SEALs.

—Está preocupada por ti.

Gabe exhaló, el sonido algo cercano a una sonrisa resignada.

—Sí. No va a dormir hasta que lleguemos a casa. Piensa que debería estar en
un escritorio debido a… —Su voz de desvaneció y palmeó el bastón apoyado
contra la pared.

Jesse decidió no hacer comentarios. Gabe sabía perfectamente que estaba de


acuerdo con Audrey. El hombresote no estaba haciéndole ningún favor a su pies al
corretear por ahí jugando al héroe, pero decirlo sólo haría la conversación por
venir más difícil.

Jesse señaló la bolsa en el suelo.

—¿Dónde está Quinn?

—Él y Marcus están adquiriendo tácticamente un vehículo para nosotros.

Bueno. Significaba que Quinn no estaría entrando en un corto plazo.

—¿Te preocupa que no hayamos recibido noticias de Jean-Luc y Harlan


todavía?

—Casi —admitió Gabe—. Sí.

—¿Crees que fue una buena idea enviar por ahí a Harlan?

—Él es una parte de este equipo —dijo Gabe rotundamente, pero era difícil
pasar por alto el tácito hasta que decida lo contrario en sus palabras.

—Sí, por supuesto que sí. Pero no crees que él est{ un poco… —Había
planeado terminar esa frase con "roto", pero se fue desvaneciendo. No quería ser el 66
idiota hablando mierda sobre un tipo que había vivido un infierno y vuelto a salir
airoso. Y a pesar de todos los problemas de Seth Harlan, el francotirador no era la
persona de quien había venido a hablar con Gabe en primer lugar—. Nah, olvida
eso.

—Entonces —dijo Gabe después de un segundo de silencio—. ¿Qué


necesitas?

Como si no lo supiera.

—Hablar contigo sobre Quinn.

Gabe sacó los cordones de la bota y deslizó su pie. Tratando de seguir siendo
casual, pero Jesse vio la forma en que se tensó cuando preguntó:

—¿Qué pasa con él?

—Honestamente, no es el chico a quien estaría enviando por ahí para


cualquier cosa más dura que un paseo en pony. Probablemente ni siquiera eso. —
La mirada que obtuvo como respuesta habría chamuscado a un hombre inferior,
pero él no estaba dispuesto a retroceder. No sobre esto—. Lo siento, Gabe. Sé que
él es como un hermano para ti, pero el historial médico de Quinn le hace un
pasivo. No podemos tenerlo en el campo. Ya tengo que estar manteniendo un ojo
de águila sobre Harlan en caso de que él no pueda lidiar con las cosas. ¿Qué pasa si
Harlan experimenta un episodio psicótico y Quinn se desmaya sobre nosotros?
Estaremos con dos hombres menos. Si esto sucede en medio de un tiroteo… —No
terminó ese pensamiento. No lo necesitaba. Su significado llegaba con voz alta y
clara: se lo meterían hasta el fondo a todos. Duro y sin juego previo.

—Escucho lo que dices, Jess. Lo hago —dijo Gabe y tiró de los cordones
apretándolos, haciendo el trabajo rápido del nudo antes de agarrar su otra bota.
Tomó más cuidado en deslizar esa en su pie malo—. Pero he estado observando a
Quinn desde que expresaste tus preocupaciones en julio. No he visto ningún
indicio de efectos persistentes de su lesión cerebral. ¿Y tú? ¿Además de esa vez que
se desmayó en Colombia?

Jesse apretó los labios. Debería mentir. Él había estado manteniendo los ojos
bien abiertos esperando otro apagón como el que había presenciado en Bogotá y no
había visto ni una maldita cosa, pero a su forma de pensar sólo porque la luna
desaparecía durante el día no significa que ya no existiera. Las cuestiones médicas
de Quinn eran una cosa muy real, incluso si los síntomas no se presentaban justo
ahora.
67
Sin embargo, él no se atrevía a mentirle de plano a Gabe. Respetaba
demasiado al tipo.

—Una lesión como la suya no se curará por si sola espontáneamente —se


evadió—. Te lo dije antes, es un maldito milagro que esté vivo y funcionando.
¿Después de ser lanzado a través de un parabrisas yendo a setenta? Su cerebro
debería ser papilla.

—Pero, ¿has visto algún indicios más de que Quinn no es apto para esta
operación?

—Cristo, Gabe. ¿Sabes en qué tipo de posición estás poniéndome? No puedo


estar de acuerdo en que él este de servicio activo. Va en contra de todo lo que he
sido entrenado para hacer.

—¿Has visto algún indicios más de que Quinn no está en condiciones? —


pronunció cada palabra.

—No. No lo he hecho.

Gabe no hizo más que parpadear.


—Entonces sólo tengo tu opinión; la que evalúo, pero en este caso se basa en
un incidente que sucedió una vez hace seis meses, ¿correcto?

—Es mi opinión profesional medicina —dijo Jesse entre dientes. El calor se


disparó por la parte posterior de su cuello, pero tomó aire por la nariz y exhaló con
fuerza para disipar la ira. Había sido expulsado de la Fuerza Delta por su
temperamento. No iba a ser expulsado de AVISPONES por la misma razón,
incluso aunque su comandante tuviera la cabeza tan metida en el culo de un
caballo, que estaba probando el heno.

Por otra parte, si los diez años de lealtad de Jesse al Ejército le habían
enseñado alguna otra cosa, era que por lo general, en el caso de los comandantes,
los culos de caballo eran la norma. Incluso los soldados rasos se mordían la lengua
y seguían las órdenes, sin importar cuán estúpidas sean.

Por supuesto, había pensado que Gabe Bristow era más listo.

Se enderezó y metió el sombrero en la cabeza.

—¿Estás ordenando que ignore mi entrenamiento?

—Te estoy diciendo que no puedo pedirle a mi XO que dimita sólo porque 68
piensas que es una carga. Sobre todo porque tú crees que es una carga. Tengo que
tomar en cuenta tu historia con él. Ustedes nunca han sido del mismo parecer y
necesito algo más que sólo porque tú lo dices. Tengo que ver la prueba.

—Francamente, señor, no es mi juicio el que está nublado por sentimientos


personales aquí. No daré mi consentimiento. Si se pone en peligro a sí mismo o a
alguien más, eso recae sobre ti. —Jesse se acercó a la puerta, pero se detuvo a
mitad de camino e inclinó el ala de su sombrero en una especie de saludo
sarcástico—. Y vete a la mierda, Gabe.

Caminó de regreso a la sala de guerra, donde Harvard estaba trabajando


arduamente en su portátil tratando de precisar el paradero de Jahangir Siddiqui. El
resto del equipo debía estar todavía en sus literas. Ninguno de ellos había dormido
más de tres horas en las pasadas veinticuatro y Jesse estaba comenzando a sentir la
tensión del agotamiento. Probablemente debería haberse acostado durante una
hora mientras se encontraban atrapados aquí dándole vueltas a sus pulgares, pero
estaba demasiado preocupado por la situación de Quinn. El tipo iba a hacer que lo
mataran o a alguien más. Jesse de seguro que no quería a un narcolépticos
vigilando sus seis en una situación extremadamente peligrosa.
—Hey —dijo Harvard, alzando su mirada desde la pantalla cuando Jesse
pateó en frustración un bolso abandonado—. ¿Algún problema?

—No —murmuró. Simplemente que tenían un jefe con un pie cojo, un


segundo-al-mando con una lesión cerebral traumática, y un francotirador con un
grave TEPT. No hay ningún problema en absoluto.

Jesús.

Jesse se dejó caer en una silla frente a Harvard y frunció el ceño a través de la
mesa. Si Gabe no hacía nada con respecto a Quinn, a lo mejor necesitaba tomar el
asunto en sus propias manos, decirle al resto del equipo lo que estaba pasando. Iba
en contra de su formación divulgar los problemas médicos de un hombre, pero no
podía ver ninguna otra manera de forzar a Gabe a tomar medidas.

Abrió la boca, pero un golpeteo en la puerta del avión lo detuvo. Se levantó


para desbloquear la puerta, esperando ver a Jean-Luc y a Seth regresando con el
contacto local de HumInt Inc., Fahim. En su lugar, Jean-Luc entro dando tumbos,
magullado y ensangrentado, su ropa estaba desgarrada. Casi se derrumbó en los
brazos de Jesse.

—¿Qué demonios te ha pasado? —Jesse lo bajó hasta el suelo y ordenó a 69


Harvard que fuera por su maletín.

Jean-Luc hizo una mueca y se descolgó una bolsa de lona del hombro.

—Alguien disparó en el mercado.

—Jesucristo. ¿Te dispararon?

—No. Me encontré a uno de los tiradores y tuvimos una ronda hasta que me
dio en el riñón y me dejó para ser pisoteados por la multitud. —Juró en cajún y se
agarró el costado—. Y me pisotearon.

—¿Dónde está Seth? —preguntó Harvard, volviendo con el botiquín.

—No lo sé. —Jean-Luc se sentó y escupió una bocanada de sangre—. Antes


de que se desatara el infierno, estábamos siendo perseguidos por los dos tiradores
y una mujer. Seth parecía pensar que la mujer estaba ocultando algo cuando la
interrogamos. Ella se alejó de nosotros, él la persiguió, y fue entonces cuando
empezó el tiroteo. Le perdí la pista.

—Muy bien —dijo Jesse después de darle a Jean-Luc un examen rápido—.


Vas a estar dolorido, pero nada parece roto. Si te mareas o comienzas a tener dolor
o hinchazón en el abdomen o empiezas a orinar sangre, me lo dices cajún. No
sigas. ¿Entiendes?

Jean-Luc ofreció una débil sonrisa llena de sangre.

—Oui14. Soy un cobarde cuando se trata de dolor.

—Bien. —Agarró varias toallitas antisépticas y comenzó a limpiar las heridas


superficiales, cuando una sombra bloqueó su luz.

Gabe estaba parado por encima de ellos y tomaba nota de la condición de


Jean-Luc, su rostro era sombrío.

—¿Y Seth?

—DEA15 —respondió Jesse.

—¿Y Fahim? ¿Se reunieron con él?

—No —dijo Jean-Luc, siseando ante la picazón de las toallitas antisépticas. El


tipo realmente era un cobarde—. Lo encontré desplomado sobre el volante de su

70
auto a una cuadra del mercado. Disparo en la cabeza a quemarropa. Esto estaba en
su baúl. —Empujó la bolsa de lona hacia los pies de Gabe.

Gabe se inclinó para abrirla. Armas. Radios.

—Bueno, es un comienzo. —Le tendió la mano y entre él y Jesse, lograron


levantar a Jean-Luc del suelo—. Traigamos a los chicos para otra sesión
informativa. Necesitamos un nuevo plan de juego.

14
Oui, es francés, significa sí en español.
15
DEA, siglas de Desaparecido En Acción.
Capítulo 9

Cuando se negó a llevar a Seth al refugio, Phoebe pensó que irían a otro lugar
con comodidades como agua y calefacción. Ciertamente no esperaba trepar al
esqueleto de un edificio en una parte desierta y bombardeada de Kabul.

—¿Qué estamos haciendo?

—Nadie nos buscará aquí. —Seth le tendió una mano para ayudarla a pasar
sobre un montón de escombros. Odiaba aceptar alguna cosa de él, pero estaba
adolorida y todavía aterrorizada de su anterior encuentro con la muerte y no
confiaba en su equilibrio.

Un flacuchento perro callejero con ojos salvajes levantó la cabeza y gruñó


cuando pasaron. Se estremeció.

—Parece que nadie ha vivido en esta calle en años.

—Ese es el punto. —Él le lanzó una mirada suspicaz por encima de su


hombro—. Perdimos al tirador, pero necesito asegurarme de que no tiene algún
71
tipo de rastreador sobre ti antes de que te lleve de vuelta con mi equipo. Si él viene
a buscarte aquí, sabré que te ha marcado porque no tiene razón para estar aquí de
otra manera.

Subieron otra pila de escombros y entraron en una habitación que parecía que
una vez fue una zona de estar, con tapices hechos jirones que aún cubrían las
paredes en su mayoría intactas. Seth se acercó a la pared que daba al frente de la
calle, la cual tenía un agujero gigante. Comprobó la calle, observando por un largo
tiempo. Él no parecía inclinado a hablar, por lo que mantuvo la boca cerrada.

Hablar con él era peligroso de todos modos. No podía bajar la guardia o


podría averiguar… cosas… que preferiría que él no supiera. Como por ejemplo
que ella había usado su tragedia personal para impulsar su carrera.

Finalmente, su postura se relajó y se sentó en un pedazo de concreto. Buscó


algo en sus bolsillos.

—Maldición. Perdí mi teléfono.

Phoebe se arrastró cuesta abajo por la pared hasta que su trasero golpeó el
suelo polvoriento, repentinamente demasiado cansada para permanecer de pie.
—Yo no tengo tampoco.

—Entonces, ¿qué tienes en ese bolso?

Pasó el bolso delante de ella y levantó la solapa.

—Sólo mi cámara. Ni siquiera tengo mi billetera o pasaporte conmigo.

—Por supuesto que tendrías una cámara —dijo, la censura espesando su


voz—. Ni siquiera pienses en tomarme una foto.

Ella hizo una mueca.

—Realmente odias que sea periodista, ¿no?

—No tengo ningún amor por los medios de comunicación.

Bien. Después de todo por lo que había pasado; todo por lo que ella le había
hecho pasar, ¿cómo podría culparlo por eso? La culpa le apretaba la garganta, casi
estrangul{ndola, y abrió la boca para decir… ¿qué? "Lo siento" no era suficiente.
"Todo es mi culpa", probablemente sería un buen lugar para empezar, ¿pero y si

72
confesaba y la dejaba aquí, sola? Realmente no quería estar sola en un lugar
extraño cuando había hombres armados persiguiéndola. Así que, en su lugar,
inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—Zina va a preocuparse por mí.

—¿Zina?

—Una amiga. La fundadora del refugio, Zina Ojanpura.

Seth hizo un sonido de desaprobación.

—Eso va a meterte en problemas.

Sus ojos se abrieron de golpe y los entrecerró en la oscuridad hacia él.

—¿Por qué?

—Eres demasiado abierta. No tienes que ofrecer voluntariamente toda esa


información. Podrías simplemente haberlo dejado en "una amiga". En cambio, me
dices su nombre y su ocupación. Ahora bien, si yo quisiera, podría localizar a Zina
Ojanpura y al refugio. Si yo fuera un tipo malo, podía hacer mucho más.

—Tú no eres un tipo malo. —Un tipo malo habría salvado su propio cuello en
el mercado. Un tipo malo la habría dejado para valerse por sí misma cuando se
cayó en aquel cruce de caminos, y tenía una sensación de que Seth se habría
quedado con ella incluso si ella hubiese tomado la decisión de correr en la
dirección opuesta.

—Simplemente loco, ¿eh? —dijo con un dejo de auto desprecio tiñendo su


tono.

Ella soltó una risa nerviosa.

—Bueno, no, pero…

—Está bien. Yo sé lo que soy. —Volvió a ponerse de pie—. Déjame ver tu


brazo.

Phoebe retrocedió.

—Ya está bien.

Una linterna se encendió, iluminando su rostro antes de oscilar rápidamente


el pequeño rayo sobre su brazo. Con las cejas juntas y los labios aplanados en una
línea sombría, parecía… preocupado.

—Todavía estás sangrando. 73


—Sólo un poco.

Se quedó quieto por un segundo, y luego apagó la luz. Ella sintió un


movimiento en la oscuridad, escuchó crujir la ropa. Su imaginación llenó los
espacios en blanco. Tenía un cuerpo duro, pero no tan voluminoso como lo había
sido en las fotos que había visto de él cuando era un Infante de la Marina. Se
imaginó los esbeltos músculos flexionarse mientras sacaba la camiseta por su
cabeza.

¡Dios mío, encontraba esa imagen mental mucho más atractiva de lo que tenía
derecho! Aunque todo estaba en su cabeza, bajó la mirada hacia su regazo. La
sensación de revoloteo en su vientre no era un cosquilleo de la conciencia sexual.
Nop, no en absoluto. Era el hambre. De comida. No había comido nada desde el
desayuno, después de todo.

La linterna llegó de nuevo y se encontró con sus botas plantadas directamente


en frente de ella. Abarcó con su mirada las largas líneas de sus piernas, sus
estrechas caderas, y el contorno definido de su pene en la parte delantera de sus
pantalones. No excitado, sólo… allí. Y grande.

Él cambió su peso sobre sus pies.


Mierda. Estaba con la boca bierta hacia su entrepierna, ¿no? El calor se
precipitó en su rostro mientras luchaba por encontrar algo más; cualquier cosa, que
mirar. El problema era que, con la linterna de bolsillo ofreciendo sólo un escaso
haz, él era todo lo que podía ver. Por lo menos él todavía llevaba la sudadera,
gracias a Dios. En su mano tenía una camiseta blanca que debía haber estado
usando debajo.

O él no se dio cuenta del descarado escrutinio que le dio a su cuerpo o


prefirió ignorarlo. Se arrodilló delante de ella y se puso a trabajar rasgando una tira
de la camisa. Cuando él tomó su brazo herido, ella se apartó de nuevo.

—Phoebe. —La exasperación tiñó su voz—. No voy a lastimarte.

Oh, sabía eso, pero no estaba dispuesta a permitirle hacer algo tan íntimo
como vendar sus heridas. Aunque él no le haría daño, ella definitivamente
terminaría lastimándolo.

Ella agarró la tela de su mano.

—Gracias, pero puedo hacerlo yo.

—¿Sí? ¿Cómo planeas atarlo? 74


Sin perder el ritmo, con una sola mano envolvió la tira en su brazo, formado
un nudo flojo, luego agarró el extremo con los dientes y apretó.

Sus cejas se levantaron en sorpresa.

—Okay. No esperaba eso.

—Niña Scouts —admitió—. No soy una damisela en apuros completamente


indefensa.

—Y yo nunca ataqué tus habilidades para cuidar de ti misma. Tu honestidad,


sí. Habilidades, no. —Apagando la luz, tomó el camino de vuelta a su asiento y se
establecieron en silencio. Los minutos pasaron.

—No estoy escondiendo nada —espetó. Al menos nada que él pensara que
estaba escondiendo.

Y ahí estaba esa culpa de nuevo, masticando en la parte posterior de su


conciencia.
—Tus ojos dicen lo contrario —dijo después de un bostezo—. Pero sí creo que
no tienes nada que ver con los hombres en el mercado. Estaban tras de ti, no de
nosotros. Simplemente parecía que nos estaban siguiendo porque tú lo estabas.

—¿Por qué me seguirían? Yo estaba de compras.

—Obviamente, cabreaste a alguien. —Otro bostezo, y su voz adquirió un


murmullo somnoliento en la oscuridad—. Alguien con el poder suficiente para
hacer que convenientemente desaparezcas.

Ella empezó a protestar, pero su boca se le secó. El marido de Tehani. Ella


había sospechado desde el principio que era un hombre con poder. ¿Se habría
enterado de sus intentos de descubrir su identidad? Su sangre se coaguló con hielo.
Ella sabía lo que el hombre era capaz de hacer, y la idea de que pudiera estar
detrás de ella la hizo muy contenta de que no estuviera sola en este momento.

—¿Seth?

No hubo respuesta.

Ella entrecerró los ojos hacia él, distinguiendo sus vagos rasgos en la pálida
luz de la luna derramándose desde un agujero en el techo. Su barbilla descansaba 75
sobre su pecho y su mano colgaba por el borde de su asiento de concreto.
Respiraba lento y constante.

Fuera de combate.

Temblando, Phoebe se abrazó a sí misma, cuidando de no templar su brazo


herido, y se dispuso a esperar la noche.

***

Jahangir Siddiqui odiaba la necesidad de este viaje, odiaba regresar a las


montañas que lo había criado. Era un lugar desolado, lleno de recuerdos de
muertes, y volver a ellas después de todos estos años estableció un peso en su
estómago.

En el asiento del conductor, Askar, su soldado, puso fin a una llamada en el


teléfono vía satélite y miró por el espejo retrovisor.

—Señor, los hombres del mercado se han reportado.


Finalmente, una buena noticia.

Desde que dejó la comodidad de su casa en la ciudad, había estado tan


envuelto en un sentido enfermo de nostalgia, que casi se había olvidado de la
periodista estadounidense, Phoebe Leighton, quien había estado haciendo
demasiado preguntas equivocadas a las personas equivocadas. Cuando uno de sus
leales soldados en el Ministerio de Asuntos de la Mujer contactó con él esta
mañana para decirle que ella afirmaba tener pruebas fotográficas vinculadas a un
funcionario público con la ola de atentados suicidas, había decidido que era hora
de deshacerse de ella. Los hombres que había enviado a seguirla tenían órdenes de
matar o capturar; particularmente no le importaba de una manera u otra.

—¿Está viva? —preguntó.

—Sí.

La noticia disparó una emoción de poder a través de él y se endureció en


respuesta. Así que tal vez sí le importaba, después de todo.

—Bien. Has que la lleven a mi casa en Kabul. Me encargaré yo mismo.

Askar permaneció en silencio. Demasiado silencio. 76


El zumbido sexual se desvaneció y su presión arterial se elevó a las alturas. Se
inclinó hacia delante en su asiento.

—La capturaron.

Una declaración, pero Askar respondió como si hubiera hecho una pregunta.

—No, señor. Dos hombres americanos intervinieron.

Siddiqui se recostó de nuevo y se pasó una mano por la barba. Un golpe


fuerte en el camino le hizo mirar por la ventana hacia el precipicio en el valle, a
escasos centímetros de los neumáticos del vehículo. La altura no le molestaba.
Había crecido en estas montañas, había afilado sus dientes en este terreno
accidentado. Lo que le molestaba era que más allá del valle, las montañas
apuntaban hacia el cielo como blancos pechos gigantes. Pensó que podía ver la
cicatriz de tierra muerta en la cara oculta que solía ser una aldea. Su aldea. Sus
manos comenzaron a temblar y cerró los dedos en un puño.

Malditos americanos.

Askar miró en el espejo de nuevo, sus características aún completamente


impasible.
—Sin embargo, los hombres encontraron a Fahim.

—Ah. —Siddiqui sacudió sus manos y se hizo girar desde la ventana, algo de
su ira disolviéndose—. El amigo del traidor. Supongo que ha sido despachado por
sus mentiras.

—Está muerto —confirmó Askar sin un atisbo de cualquier tipo de emoción


en sus ojos negros.

—Me pregunto cómo se sentirá Zakir sobre eso. Quiero hablar con él a
primera hora.

—Sí, señor.

Más adelante, un camino sin salida terminaba en una pared de barro y una
abollada puerta de metal. El complejo. Suspiró mientras la puerta se abrió. Le hizo
bien a su corazón saber que ahora poseía el mismo puesto de avanzada
estadounidense que había ordenado el ataque a su aldea hace diez años.

Una vez dentro del patio, Askar apagó el vehículo, pero no se movió de su
asiento.

Siddiqui hizo una pausa antes de abrir la puerta.


77
—¿Hay algo más?

—La aldea Niazi. ¿Todavía los quieres castigados?

Hizo una pausa y tomó varios segundos para considerarlo, ya que las
decisiones tomadas apresuradamente rara vez salían bien. La aldea Niazi se
situaba en una lengua de tierra rocosa que ni siquiera era buena para el cultivo de
la amapola. Su único valor residía en la parada de descanso que proporcionaba
para sus mensajeros de droga en la ruta hacia y desde Pakistán, lo cual era la única
razón por la que él se molestó en reclamarla bajo su protección. Sin embargo, los
aldeanos invalidaron esa protección cuando escondieron a su mujer de él.

—Sí —respondió finalmente—. Y tiene que parecer que los americanos lo


hicieron. —Necesitaba una razón suficiente para iniciar una guerra cuando fuera
elegido en unos pocos meses, y no había ninguna mejor que las muertes de los
pacíficos, e inocentes habitantes de la montaña—. Puedes encargarte que eso
suceda, ¿verdad?

—Sí, señor. —Askar empujó la puerta y agarró su rifle desde el asiento del
pasajero. Le dio la vuelta al vehículo y abrió la puerta de Siddiqui.
Los sonidos de pelea llamaron la atención de Siddiqui desde el otro lado del
edificio principal. Y luego vinieron los gritos de dolor. Atravesó el patio hacia el
ruido, Askar siguiendo su sombra, y encontró a Zakir Rossoul desnudo, las manos
y los pies atados a un conjunto de postes abierto de brazos y piernas. Los hombres
se turnaban para golpear con un bastón la parte trasera de su prisionero y cada
golpe provocaba otro grito de angustia de sus labios resecos.

—¿Ha hablado ya? —preguntó Siddiqui mientras observaba el espectáculo.

—No —dijo Askar.

—Supongo que eso significa que no estamos intentándolo con la fuerza


suficiente. —Observó la tortura por un momento más—. ¿Quién crees que es,
Askar? ¿Quién crees que lo envió? ¿Los estadounidenses?

—Si es así, es muy bueno. Él no ha dicho una palabra de inglés.

—Tal vez le pertenece a uno de mis competidores entonces. Necesitamos que


empiece a hablar. —Dio un paso adelante—. Suficiente.

Sus hombres se alejaron, con sus cabezas inclinadas. Uno le ofreció el bastón.
Lo tomó y se acercó a Zakir Rossoul. El traidor. El mentiroso. El ladrón. El infiel 78
que se hizo pasar por un hombre honrado.

Con la punta del bastón, levantó la barbilla del prisionero.

—¿Estás listo para decirme quien te envió a espiarme?

La cabeza de Zakir rodó hacia su hombro como si su cuello fuera demasiado


débil para sostenerla. Sus enrojecidos ojos marrones estaban nublados, pero aún
desafiantes, y escupió en dirección de Siddiqui. O lo intentó, pero tenía la boca
demasiado seca y sólo hizo un sonido patético de pfft. Sin embargo, ese tipo de
comportamiento no sería tolerado. Siddiqui clavó el bastón en su estómago y sus
rodillas cedieron. Su cuerpo se balanceó hacia delante, frenándose por sus brazos
atados.

Siddiqui agarró su barbilla y levanto su cabeza.

—Tu amigo Fahim habló tan bien de ti cuando nos conocimos. Me aseguró
que eras un hombre honrado, un soldado dispuesto a morir por ver a Afganistán
surgir de las cenizas y recuperar el poder que los occidentales nos han robado.
Fahim ha pagado por sus mentiras.

Zakir hizo una mueca, pero no dijo nada.


Dando un paso atrás, Siddiqui se limpió la mano en su túnica y compuso una
expresión contemplativa en su rostro.

—Askar, ¿Fahim no tiene una familia?

—Sí, señor. Una mujer y dos hijas pequeñas.

—Les deberíamos enviar nuestras condolencias.

Zakir tiró contra sus ataduras.

—¡No!

La paciencia se le agotaba, Siddiqui golpeó a su prisionero con el bastón de


nuevo.

—¡Entonces dime quién te ha enviado!

Zakir se quedó en silencio.

Con un movimiento de su cabeza, se alejó de la patética excusa de un


hombre.

—He visto suficiente aquí. —Su helicóptero estaba esperando para llevarlo de
79
regreso a la civilización y planeaba estar en ella en los próximos quince minutos—.
Askar, quiero que te quedes y te encargues de este interrogatorio. Y envía algunos
hombres a matar a la familia de Fahim.

Askar lo siguió de vuelta al vehículo como el perro fiel que era.

—¿Quieres que mate a Zakir tambien? Podríamos grabar su ejecución, para


provocar a las multitudes.

Siddiqui sonrió, el orgullo llenó su pecho. Askar era de sangre fría y sin
complejos al respecto. El soldado perfecto.

—No. Todavía no. Más tarde o más temprano, hablará.

—¿Y si no lo hace?

—Si no lo hace… —Siddiqui se detuvo antes de subirse al asiento del


conductor y miró hacia el sur, donde la aldea Niazi se situaba, tranquila y sin
pretensión. Sonrió—. Entonces morirá con los aldeanos que le ayudaron a robarse
a mi esposa.
Capítulo 10

Phoebe se despertó con un sobresalto ante los gritos, el espeluznante sonido


de un hombre sufriendo las atrocidades más horribles imaginables. No recordaba
haberse dormido y al principio su entorno desconocido envió un pánico
deslizándose sobre su piel. Se sentó, fría desde el centro de su ser, su brazo
lesionado estaba rígido y protestando por cualquier tipo de movimiento. La suave
luz temprana de la mañana se filtraba a través del agujero en la pared, motas de
polvo se elevaron cuando Seth se agitó con tanta fuerza que se cayó del bloque de
hormigón donde había estado sentado. Pero en vez de despertarlo, el impacto
discordante sólo incrementó sus forcejeos.

Phoebe se levantó y se dirigió hacia él, pero se lo pensó mejor cuando su


sombra cayó sobre su rostro y comenzó a gritar de nuevo. Se alejó de un salto de su
brazo oscilante, el corazón se alojó en su garganta. En una ocasión había oído que
no era bueno despertar a alguien en medio de un terror nocturno, y honestamente,
la idea de lograr acercarse lo suficientemente para tocarlo ahora mismo apretaba su
pecho hasta que tuvo problemas para arrastrar una respiración. Pero, Dios 80
querido, él estaba sufriendo. Su apuesto rostro estaba desencajado por un dolor
muy real mientras revivía algo que nadie jamás debería tener que vivir alguna vez.

¿Cómo podría permanecer atrás y no hacer nada?

Ella avanzó con cuidado.

—¿Seth?

Él gritó.

Olvídate de la precaución. Tomando una respiración fortificante, se arrodilló


junto a él, envolvió los brazos en torno a su torso que se sacudía, y simplemente lo
sostuvo. Su corazón sonaba como si estuviera a punto de explotar debajo de su
oreja y cada sacudida de su cuerpo enviaba el dolor a través de su brazo herido.
Lágrimas nublaron su visión, pero se aferró, susurrando una letanía consoladora.
No tenía sentido, pero era lo único que podía pensar en hacer.

—Shh. Está bien, Seth. Ahora estás a salvo.

Él se quedó inmóvil.

Ella siguió hablando.


—Todo está bien. Despierta y mírame. Estás a salvo.

Poco a poco, sus ojos se abrieron en contra de la luz de la mañana y se


movieron alrededor de la habitación. Sus respiraciones se volvieron jadeos
desiguales y su rostro estaba ceniciento, cubierto con una delgada capa de sudor.

—¿Ves? Ahora estás a salvo. —Él parecía estar conteniendo la respiración,


por lo que añadió—: Respira. Está bien. Abre bien los pulmones y respira.

Él exhaló con fuerza y la tensión salió de sus músculos.

—Allí vas. Sigue respirando.

Levantó la mano, la punta de los dedos rozaron ligeramente su mejilla antes


de contenerse. Maldiciendo entre dientes, se apartó de ella y se puso de pie. Con
suciedad manchando su ropa y la cara, y sus ojos mostrando demasiado blanco,
parecía una antigua criatura salvaje, más animal que humano.

Quería consolarlo, pero cuando ella se acercaba, él rehuía.

—No me toques —dijo con voz ahogada que no sonaba como la suya propia.
Él levantó una mano como para mantenerla a raya.
81
—Okay. Lo siento. —Phoebe se abrazó a sí misma. La sangre fluía de su
herida de bala reabierta, haciendo que su camiseta se adhiriera a su brazo. Lo
ignoró—. Tuviste una pesadilla.

—Ya sé esa mierda.

Ella retrocedió ante el veneno en su tono.

—¿Est{s… bien?

Él se echó a reír, pero fue un sonido desagradable.

—Nunca estaré bien otra vez.

Oh, maldita sea. El calor invadió sus mejillas.

—Lo siento —repitió, porque no sabía qué más decir.

Su mirada se encontró bruscamente con la suya y le pareció ver un atisbo de


ablandamiento en el azul hielo. Por lo menos sus ojos ya no pertenecían a un
animal salvaje.
—No. —Suspirando, se frotó la parte posterior del cuello—. Era una legítima
y educada pregunta que hacerle a una persona que ha despertado de una mala
pesadilla —dijo, casi como si se recordara a sí mismo el hecho—. Sólo que soy un
bastardo que ya no sabe cómo manejar una conversación civilizada. Me disculpo.

—No lo hagas. —Ella no fue plenamente consciente de decir la palabra en voz


alta hasta que él se dio la vuelta y la miró a la cara de nuevo—. Quiero decir, no
tienes que disculparte por nada.

Sus facciones se oscurecieron.

—Y tú no tienes que darme ningún tipo de tratamiento especial sólo porque


conoces mi triste historia. Si estoy siendo un idiota, me lo dices. Es la única manera
que yo… —Se detuvo en seco y le dio un rodeo para pasarla—. Tenemos que
empezar a movernos.

No estaba muy segura de lo que la hizo extender la mano y agarrar la suya,


pero todo su cuerpo se puso rígido. Ella se apartó y juntó sus manos
entrelazándolas, para evitar seguir buscando la forma de tocarlo.

—Es la única manera que ¿tu…?


82
Seth se le quedo mirando durante un largo momento, sus ojos pasando sobre
cada centímetro de su rostro como si estuviera tratando de entenderla. O
memorizar sus rasgos; especialmente su boca, en la que se centró por un poco más
de lo necesario antes de apartar la mirada. Ella se humedeció los labios
repentinamente secos.

—¿Seth? Es la única manera que tú… ¿qué? —Ella podía ver sólo su perfil,
bañado por los dorados rayos de la mañana. Pese a las innumerables cicatrices,
tenía un rostro sorprendentemente bonito. No había otra palabra para eso, con esas
largas pestañas oscuras y grandes ojos azules que probablemente lo sacaron de
todo tipo de travesuras cuando era niño.

Su garganta se movió.

—Es la única manera que aprenderé a ser humano otra vez.

Se alejó, dejándola boquiabierta detrás de él en atónito silencio. ¿De verdad


creía que ya no era humano? Sí, había sobrevivido lo inimaginable, y pasado por
sus gritos, en las garras de una pesadilla que no quería imaginar. Y, sí, él estaba
desgastado en los bordes, una herida abierta andante con problemas psicológicos
en abundancia. Pero aún tenía un corazón latiendo. Pensamientos, sentimientos,
miedos. Él todavía era humano, y alguien debería demostrárselo.

Dio dos pasos en la dirección en que había desaparecido antes de detenerse a


sí misma. No. No le correspondía a ella ayudarlo. Como Zina señalaba con
frecuencia, no podía salvarlos a todos, tanto como deseaba lo contrario. Y después
de lo que ella le había hecho a Seth, sería absurdo tratar siquiera.

Distancia. Tenía que mantener las distancias.

Endureciendo su corazón en contra de la necesidad de ayudarlo, agarró su


bolso, pasó por encima de la pila de escombros, y se reunió con él en la calle
abandonada. Las ruinas de otros edificios bombardeados similares a su escondite
proyectan sombras tristes al cruzar la agrietada calle y parecía que no había otra
alma viviente en kilómetros. Sorprendentemente, existía esta ciudad fantasma
dentro de los límites de la bulliciosa ciudad de Kabul; un triste recordatorio de las
guerras que habían asolado el país durante muchos años.

—Es hermoso en una triste e inquietante manera, ¿no es así? —Ella sacó su
cámara y tomó algunas fotos de los prometedores rayos rosados de la mañana que
jugaban entre la destrucción. No podía esperar para meter estas fotos en
Photoshop. Tenía que desaturar los decrépitos edificios y resaltar los rojos en la
83
luz, variando los tonos del rosa al naranja…

Seth gruñó.

Ella apartó la mirada de su visor.

—¿No lo cree?

—No.

Ella estudió su entorno de nuevo. Estaba equivocado. El pueblo fantasma


poseía la misma naturaleza de la belleza como un desierto. Desolado, devastado
por los elementos, e impresionante.

—¿Cómo puedes mirar este lugar y no verlo?

—Veo la guerra. Destrucción. Muerte.

—Por supuesto. Pero debajo de todo eso…

—No. No hay nada en este país que me parezca hermoso.


—¿Nada? —Se giró para encontrar su mirada fija en ella, caliente como una
caricia, y su vientre se agitó con una especie de excitación nerviosa. Él realmente
tenía los más hermosos ojos, el mismo color intenso de un cielo sin nubes del
Caribe en medio del verano.

Pero entonces él se fijó en su brazo y dio un respingo, rompiendo la


intensidad del momento. Se había olvidado de la herida de bala, pero ahora que
había atraído su atención, se hizo muy consciente del dolor palpitante. También
estaba sangrando de nuevo.

Él empezó a caminar.

—Vámonos.

—¿Dónde?

—A algún lugar donde pueda ponerme en contacto con mi equipo.

Sus pasos eran largos, lleno de propósito, y se esforzó por mantener el ritmo.

—¿Tu equipo? ¿Todavía estás en el ejército entonces? —No podía ver cómo
eso fuera posible, sin embargo. Claro, no sabía mucho acerca de cómo funcionaba
el ejército, pero estaba segura de que no permitirían que un hombre con la historia
84
de Seth se les uniera.

—No —dijo, y parecía estar haciendo un esfuerzo consciente para no mirarla.

—Entonces eres un mercenario. O, espera, creo que el término preferido es


¿contratista militar privado? —Su labio ni siquiera se crispó en una sonrisa como
ella había esperado. Resopló con exasperación—. ¿Dónde está tu equipo?

—No tengo idea. Dudo que todavía estén en el mismo lugar, por lo que tengo
que contactar con ellos.

—Muy bien. —Su estómago dejó escapar un gruñido vergonzosamente


ruidoso—. Bueno, ¿podemos al menos conseguir algo de comida primero? No he
comido desde el desayuno de ayer.

Él dejó de moverse y parpadeó hacia ella como si hubiera hablado en griego


antiguo.

—¿Comida?

—Ni siquiera pasó por tu mente, ¿verdad?


—No. —Sus hombros se hundieron, curvándose hacia su centro, dándole a
ella un vistazo del alma torturada que había visto durante la pesadilla. Luego se
enderezó en toda su estatura de nuevo—. Ya no disfruto de comer, así que no, no
lo pensé. Lo siento.

¿No le gustaba comer? ¿Cómo era eso posible? Todo el mundo; cada cosa con
un pulso le gusta la comida. Y si él no comía, ¿con qué sobrevivía?

Su expresión boquiabierta debió transmitir sus pensamientos, porque dijo:

—Batidos de proteínas, sobre todo. Y sí como. Es sólo que no me gusta.

—Pero… ¿por qué no?

Él se encogió de hombros y empezó a caminar de nuevo.

—No tengo dinero afgano, pero voy a encontrar algo para ti.

Muy bien, así que no iba a responder. Lo suficientemente justo. Eran


prácticamente extraños, después de todo. Él no tenía que decirle nada. Y, además,
se suponía que debía estar manteniéndolo a distancia, no llegar a conocerlo mejor.
Ese camino sólo daba lugar a problemas. Así las cosas, cada vez que la miraba, se
aterrorizaba de que viera a través de ella, que de alguna manera sabría las cosas
85
horribles que había hecho.

Así que, la distancia era buena.

Envolvió sus brazos alrededor de ella, sintiendo el frío de nuevo por primera
vez desde que se despertó. A pesar de toda la lógica de lo contrario, todavía picaba
que no confiara en ella. Lo que, sí, ella sabía que era una forma completamente
ridícula de sentirse, pero ahí estaba.

Su estómago gruñó de nuevo.

Dios, estaba muerta de hambre. Y fría. Y su brazo ardía como el infierno.

—¿Sigo siendo tu prisionera? —gritó detrás de él.

La respiración de Seth se trabó y se detuvo como si se hubiera estrellado


contra un muro invisible. Cuando él se dio la vuelta para mirarla, su tez estaba
pálida.

—No eres una prisionera.


Se veía tan herido, Phoebe se maldijo en silencio. Ella se formó como
periodista y aunque ahora principalmente estaba en la fotografía, todavía debía
tener suficiente dominio del inglés para no enviar al pobre hombre en un ataque de
pánico.

Vamos, muchacha, ¿qué pasa con el parloteo? Debes comportarte.

Ya que reconocer su pánico probablemente sólo lo avergonzaría, se encogió


de hombros y pasó junto a él como si nada.

—Entonces sígueme. Te llevaré al refugio.

Él dudó. Se imaginó que estaba tomándose un momento de recuperar su


compostura, pero muy pronto, él estuvo a su lado de nuevo, en silencio y con cara
de piedra. Con sus cicatrices y esa expresión cuidadosamente en blanco, se veía
francamente amenazante.

Mierda. Zina iba a estar tan enojada.

86
Capítulo 11

Oh, chico, ella había estado tan equivocada. "Enojada" ni siquiera comenzaría
a describirla.

Phoebe nunca había visto a la mujer generalmente amable tan lívida, y


honestamente, era un poco aterrador. Zina podía lucir como una modelo de
pasarela pero sonaba más como una leona protegiendo a sus cachorros. En un tono
que desafiaba a Seth a discutir, ella le ordenó que le diera información de contacto
de su equipo y se quedara en el patio. Luego, con una mirada furiosa hacia Phoebe,
entró echa una furia. Ella no azotó la puerta frontal; eso sería demasiado indigno y
asustaría a sus chicas, pero el suave clic del cierre detrás de ella fue de alguna
manera aún peor.

Phoebe se mordió el labio y miró a Seth, que había soportado la fuerza furiosa
del vendaval de Zina sin ni siquiera un parpadeo.

87
—Lo siento. Sabía que estaría enojada, pero pensé que lo descargaría en mí.

Él asintió. Su mandíbula se apretaba con tanta fuerza que juraba que escuchó
sus dientes traseros molerse, pero no por enojo. Una fina capa de sudor brillaba en
su piel a pesar del día frío y sus manos temblaban a sus costados.

Dios mío, estaba aterrorizado y tratando de no mostrarlo. ¿La diatriba de


Zina había traído otro flashback?

Ella quería acercarse, entrelazar sus dedos con los de él, hacerle saber que no
tenía nada que temer. No, maldita sea. Se suponía que debía mantener las
distancias. Por el bien de ambos.

Corrió hacia la puerta principal.

—Voy a hablar con ella.

No esperó una reacción y se lanzó al interior. Haciendo una pausa en el


vestíbulo, se apoyó contra la fría madera de la puerta y maldijo en voz
baja. Mantener su distancia iba a ser más difícil de lo que pensaba. Seth Harlan
había robado un pequeño pedazo de su corazón hacía dos años cuando resistió
estoicamente el azote público causado por su artículo, y ella no quería
distancia. Quería ayudarlo. Quería compensar el dolor que le había causado.
—¿Es él un soldado estadounidense? —le preguntó una voz en pastún.

Sorprendida, Phoebe se apartó de la puerta y vio a Tehani Niazi bajando las


escaleras.

—¿Quién? —preguntó, aunque sabía exactamente quién.

—Estaba viendo desde la ventana —admitió Tehani—. Se ve como un


soldado.

—Él es… —¿Cómo explicar la diferencia entre Seth y el tipo de soldado al que
se refería Tehani? No creía que supiera lo suficiente de su lengua como para
hacerlo, en cualquier caso—. Sí. Lo es.

Tehani cruzó el vestíbulo para estar delante de Phoebe, con las manos detrás
de su espalda.

—¿Puedes llevarme a verlo?

—Oh. —Ella hizo una mueca, imaginando la reacción de Zina. No, gracias—.
No creo que sea una buena idea.

Pero Tehani no se desanimó. Ella levantó la barbilla, dando una muestra de la 88


línea obstinada que corría a través de su núcleo.

—Tengo algo que necesito darle.

Phoebe extendió la mano y enderezó el pañuelo que se había deslizado en la


cabeza de Tehani. Que fuerte, valiente, y determinada chica. Era imposible no
amarla.

—Está bien. Te lo presentaré, pero mantengámoslo en secreto, ¿de acuerdo?

Tehani asintió.

Phoebe empezó a abrir la puerta, pero luego pensó mejor sobre llevar a una
afgana a conocer a un ex marine traumatizado sin saber lo que la chica quería
darle. Lo último que él necesitaba después de enfrentarse a Zina era sorprenderse.

—Tehani —dijo, apartando la mirada de la chica de la puerta—. Primero,


¿podrías mostrarme qué tienes para él?

Tehani sacó una maltratada carpeta de detrás de su espalda y se la


tendió. Phoebe la reconoció como la misma que se había llevado junto con sus
pocas pertenencias de su pueblo. Había sido tan protectora con ella que no había
querido que nadie siquiera la tocara. Que la chica confiara lo suficiente ahora como
para dejarle ver el interior hizo que los ojos de Phoebe ardieran con emoción
contenida.

—Gracias. —Abrió la tapa irregular y se agarró el pecho—. Dios mío. ¿De


dónde has sacado esto?

—Zakir me lo dio. Él me dijo que tenía que dársela a un soldado


estadounidense. Dijo que era muy importante.

Phoebe hojeó las páginas, entonces empezó otra vez y leyó con más cuidado
para asegurarse de que realmente estaba viendo lo que ella creía. No, no estaba
delirando. Esto era de hecho un informe militar de al menos dos docenas de
acuerdos de armas y varias bombas suicidas, entre ellos la mujer no identificada
que intentó bombardear la embajada de Estados Unidos hace tres semanas. Fechas,
nombres y lugares, todo escrito por una mano precisa y a veces acompañado de
fotografías. Y un nombre en particular saltó de la página y la golpeó en la cara.

Jahangir Siddiqui.

El principal candidato a la próxima elección presidencial de Afganistán.


89
Santa. Mierda.

***

Seth soltó un suspiro y conscientemente se obligó a relajarse cuando la puerta


se cerró detrás de Phoebe. Sacudió las manos, y ejercitó su mandíbula. No podía
decir qué parte del encuentro le había molestado. No era que él pensara que Zina
podía hacerle daño, ni siquiera que ella estuviera enfadada con él por interrumpir
la existencia pacífica del refugio. Ella tenía todo el derecho a estar enojada.

Aún así, lo había arrojado de vuelta a un lugar muy oscuro. Y ahora que
podía pensar con claridad, eso realmente le molestó. ¿Qué había sucedido con toda
su mierda del progreso?

La puerta de entrada de la vivienda se abrió y Phoebe corrió hacia él con una


chica pisándole los talones. No dijo nada cuando llegó a él, simplemente empujó
una carpeta abierta en sus manos y con los ojos muy abiertos, pinchó con el dedo
las páginas.
—¿Qué?

Ella abrió la boca con una gran exhalación como si hubiera estado
conteniendo el aliento.

—Jahangir Siddiqui es el marido de Tehani.

Trató de leer la primera página en la carpeta, pero ella seguía golpeándola


salvajemente.

—Bueno. ¿Quién es Tehani?

—Soy yo —dijo la chica en pastún.

Agarró la mano de Phoebe antes de que atravesara el papel por su excitación.

—¿Esta chica es la esposa de Siddiqui?

—Sí, y él está detrás de la ola de atentados suicidas. Mira. Está usando a sus
esposas. Y mira. Está comprando armas, fabricando bombas. —Empujó los papeles
de nuevo—. ¡Y tenemos la prueba! Tenemos que decirle a alguien. Tenemos que

90
detenerlo.

—No.

Su boca se cerró.

—¿No?

—No —repitió—. Todavía no, al menos. Es demasiado peligroso. ¿De dónde


sacaste esa información? —Se veía como un informe militar altamente clasificado.

—Zakir me lo dio —dijo Tehani.

Un poco de emoción estrujó el intestino de Seth.

—¿Zakir quién?

—Zakir Rossoul. —Ella frunció el ceño mientras pensaba—. Pero no creo que
ese sea su verdadero nombre. Lo escuché hablando por su radio en inglés cuando
me ayudó a escapar y se llamó a sí mismo... —Vaciló—. Sargento Zak Hendricks.

Bingo.

Seth cerró la carpeta.

—Tenemos que traer a mi equipo aquí ahora.


—Espera —dijo Tehani y metió la mano en el bolsillo de su vestido.

Seth no pudo evitar el endurecimiento automático de sus hombros. Maldita


sea, esta chica no le haría ningún daño. Tenía que dejar de saltar por sombras o iba
a cometer un error. Y un error en este país significaba la muerte.

La muchacha le tendió la mano, una pequeña unidad flash en su palma.

—Zakir me dijo que era muy importante que le diera esto a un soldado
estadounidense porque mi marido está tratando de comprar una bomba nuclear.

Le tomó un segundo traducir esa última parte y él miró a Phoebe por


confirmación.

—¿Acaba de decir bomba nuclear?

—Sí —susurró Phoebe—. Lo hizo.

91
Capítulo 12

¿Este era el equipo de Seth?, ¿los hombres a los que se suponía confiaba que
vigilaran su espalda?

Ellos no eran lo que Phoebe esperaba. Mientras los siete hombres desfilaron al
entrar en el patio, Zina escoltó de vuelta a Tehani al interior antes de volver a
montar guardia junto a la puerta como una mamá osa. Todos los hombres
irradiaban diversos grados de desaprobación mientras pasaban a Seth. Un hombre
en un sombrero de vaquero lucia esa mirada fija que los médicos utilizaban para
evaluar durante la lectura de una placa de rayos X, como si Seth fuera un hueso
roto que había que establecer. Otro hombre con el pelo brutalmente corto y un
rostro malvado, que ladeó con desprecio como un gran matón de la escuela ante la
vista de la presa de la escuela media y, por supuesto, él comenzó con las burlas, tan
pronto como despejó la puerta principal.

—Hey, Héroe. Pensé que corriste a casa llorando.

Seth soportó la burla en un silencio estoico y ninguno de los otros dijo nada 92
para callar al matón, ni siquiera el hombre ceñudo con el bastón que parecía estar a
cargo del grupo variopinto.

¿Cómo podía poner alguna confianza en estos hombres cuando obviamente


no lo respetaban? ¿No se dan cuenta de que él ya pensaba en sí mismo como
infrahumano y su frialdad hacia él no hizo más que reforzar esa creencia?

No, probablemente no. Eran hombres, después de todo. Y esto parecía ser
una lucha de poder que Seth no tenía ninguna esperanza de ganar.

Phoebe sufría por él.

Con la cabeza bien alta, Seth se colocó delante del hombre con el bastón como
un prisionero frente a frente con su verdugo.

—Gabe, tengo una pista sobre Hendricks.

—Eres tan bueno, puedes hacer todos nuestros trabajos ahora, ¿es eso, héroe?
—se burló el mezquino.

—Está bien, Reinhardt — dijo Seth—. ¿Quieres compartir lo que averiguaste


del sargento Hendricks primero? — Esperó un latido. Cuando la única respuesta
que recibió del otro hombre fue la contracción de un músculo, añadió—: ¿Eso es un
no? Entonces vete a la mierda y déjame hablar.

Así se hace, Seth. Phoebe le dio un chocar los cinco mental incluso mientras un
pequeño pedazo de su corazón se rompía. Ella le había hecho esto a él, lo convirtió
en un paria entre los mismos hombres que deberían estar en su red de apoyo. Dios,
si tan sólo pudiera volver atrás en el tiempo y decirle a su estúpida yo más joven
que quemara ese artículo porque la notoriedad que ella iba a conseguir no valía la
pena la destrucción de la vida de un hombre.

Seth le entregó la carpeta y la unidad flash a su Comandante.

—Si esto es correcto, y no han movido aún al sargento Hendricks, entonces


él probablemente será llevado a un antiguo puesto de avanzada estadounidense
en las montañas.

El hombre con el bastón, Gabe, abrió la carpeta y su rostro se convirtió en


piedra.

—¿De dónde has sacado esto?

—Muy bien —dijo Zina, todavía de pie en la puerta principal, manteniéndola 93


abierta—. Usted tiene a su hombre. Ahora te agradecería que te fueran.

Gabe la enfrentó.

—¿De dónde proviene esta información?

—Una chica aquí en el refugio me la dio a mí —respondió Seth—. Es la


esposa de Siddiqui y afirma que Zak Hendricks la ayudó a escapar del complejo
antes de ser capturado. Todavía puede estar allí.

Gabe asintió y se volvió a Zina.

—Tienes que dejarme hablar con esta chica.

Zina cruzó los brazos sobre su pecho. Su mirada asesina habría despellejado
un hombre inferior.

—No. ¿Y quién diablos te crees que eres, viniendo a mi propiedad y


diciéndome lo que tengo que hacer?

—Lo siento, ma'am —dijo, pero si lo decía en serio, el sentimiento no se


mostró en su rostro cincelado—. Mi nombre es Gabe Bristow. ¿Y usted es?
—Zina Ojanpura. Dirijo este refugio.

—Sra. Ojanpura, dirijo un equipo de rescate de rehenes con fondos privados


y hemos sido contratados para llevar a Zak Hendricks a casa. Una de sus chicas
sabe dónde está. Necesitamos su ayuda para encontrarlo.

—No —dijo ella con firmeza y soltó la puerta. Golpeó al cerrarse con un ruido
metálico—. Si lo que dices es verdad y Tehani sabe algo acerca de este hombre
desaparecido, entonces lo llevaremos a las autoridades correspondientes.

—Con el debido respeto, las autoridades competentes de este país no dan una
mierda por un estadounidense desaparecido. De hecho, estamos bastante seguros
que esos llamados autoridades correspondientes son la razón de que sea un rehén.

Zina cerró los ojos y exhaló una larga y lenta exhalación.

—Entiendo eso y me gustaría poder ayudar, pero no puedo arriesgar a las


chicas de esa forma. Soy todo lo que tienen, y han pasado suficiente. Así que me
temo que lo mejor que puedo hacer es llevar la información a la embajada.

Gabe asintió.

—Es lo que hay que hacer, pero él todavía no verá la libertad de nuevo en
94
cualquier momento pronto. La embajada no actuará en su información de
inmediato. Ellos se quedaran sentados, sopesando los pros y los contras de la
acción, hasta que algo o alguien finalmente fuerce sus manos. —Su mirada se
dirigió brevemente a la Seth—. Lo que puede llevar meses.

—A veces más —confirmó Seth en voz baja—. Y un mes en manos del


enemigo es toda una vida.

Así que, ¿cómo se sintieron quince meses para él? Phoebe se estremeció al
imaginarlo.

Zina se mordió el labio inferior.

—Yo no puedo participar. No puedo correr el riesgo de represalias por parte


de una de las facciones terroristas locales.

—Lo entiendo —dijo Gabe—, pero ¿quién está velando por la seguridad de
Zak Hendricks? Sólo estamos nosotros.

Zina vaciló, visiblemente desgarrada entre el deseo de ayudar y sabiendo que


no debería correr el riesgo. Por fin, sus hombros se enderezaron.
—Lo siento. No puedo ayudarte.

—Yo puedo —dijo Phoebe en el siguiente silencio.

Los ojos de Seth fueron bruscamente hacia ella, una clara advertencia, aunque
no sabía por qué le importaba. No le hizo caso.

—Tehani una vez mencionó que el complejo del que se escapó sólo está a
unas pocas millas más arriba en la montaña desde su aldea. Tomé fotos de los
alrededores cuando nos fuimos.

Gabe la observó. Maldita sea, el hombre era intimidante incluso cuando ella
tuvo la sensación de que estaba tratando de contenerse.

—¿Quién eres?

—Phoebe. Phoebe Leighton. Soy una fotoperiodista independiente. —Ella le


tendió la mano y rogó que no viera lo nerviosa que la ponía—. Me enfoco en los
derechos humanos de las historias de interés; mujeres en su mayoría, por lo que
estaba en el pueblo con Zina. Estoy trabajando en un ensayo fotográfico sobre
niñas novias.

—Okay —dijo Gabe. Tenía un fuerte agarre y su mano casi envolvía la suya—
95
. Phoebe. ¿Tuvo contacto con Hendricks?

—No. Ninguna de nosotras lo hizo. Apenas acabamos de oír hablar de él de


Tehani. Ella no ha dicho una palabra sobre esto desde que llegó aquí. Creo que ella
estaba demasiado asustada de su marido para hablar con nadie más que un
soldado estadounidense. Estaba convencida de que tenía que ser un soldado
americano, así que cuando vio a Seth… —Ella se encogió de hombros—. Y ya sabes
el resto. Aquí están ustedes.

Finalmente, una suavidad se mostró en las características del muchachote.

—¿Puedes proteger a la chica? —le preguntó a Zina.

—Hacemos todo lo posible —dijo Zina.

—¿Alguna vez te enfrentas a las represalias?

—¿Si su marido descubre que estábamos protegiéndola de él? Sí, él vendría


tras el refugio —respondió Zina con una calma que desmentía el estado constante
de preocupación en el que Phoebe sabía que vivía—. Y no puedo contar con el
gobierno para protegernos como se supone que deben. Los hombres como Jahangir
Siddiqui tienen mucho dinero y los utilizan para pagar tantos funcionarios del
gobierno como sea posible. La clave para mantener segura a Tehani es asegurarse
de que no se entere de que está aquí. Ahora, ¿ve por qué no puedo correr el riesgo
de involucrarme con su misión?

—Sí, lo entiendo. Pero eso no niega el hecho de que mi equipo y yo todavía


tenemos un trabajo que hacer. —Él se pasó una mano por la cara y, por primera
vez, Phoebe se dio cuenta de lo cansados que todo el lote parecían. Todos estaban
con cara de sueño y perezoso, y si trataban de ir en contra de alguien como
Siddiqui ahora, conseguirían ser asesinados.

—Escucha —dijo Gabe—, sé que quieres que nos vayamos.

Cruzando los brazos sobre el pecho, Zina asintió.

—Y lo entiendo, pero tengo una propuesta para ti. Nuestro contacto local se
ha visto comprometido y no tenemos un lugar seguro donde trabajar.

Ah, eso explicaba por qué lucían como un casting para una película de
zombis.

—Entonces —continuó Gabe—, si dejas que mis hombres se queden aquí el


tiempo suficiente para planificar nuestra misión, me aseguraré de que tu refugio 96
reciba una donación considerable.

Los ojos de Zina se estrecharon.

—¿De…?

—¿Importa?

—Lo hace si se trata de dinero ensangrentado. Sé que sus intenciones son


nobles señor Bristow. Sin embargo, no importa cómo usted y su equipo cobren,
siguen siendo mercenarios.

—Sólo rescatamos personas. Eso es todo lo que hacemos.

—¿Y obtener un beneficio mientras lo hacen? —desafió Zina, pero Gabe


estuvo impertérrito.

—No, no en realidad —admitió—. Somos totalmente financiados por nuestra


empresa matriz, HumInt, Inc., que es una filial de Empresas Quentin. Estoy seguro
de que incluso aquí, usted ha oído hablar de Tucker Quentin.

Phoebe se echó a reír.


—¿Quién no?

Zina la miró sin comprender.

—Oookay, al parecer tú no sabes. ¿Dónde has estado durante los últimos diez
años, Zee? ¿Marte?

Zina resopló.

—Ocupada. ¿Quién es y por qué debería importarme?

Phoebe tomó un segundo para acceder a los detalles sobre el hombre en su


memoria. Durante su período como escritora sensacionalista, había escrito un
montón de historias sobre él y su turbulenta vida familiar.

—Tucker Quentin es el hijo de una estrella de cine de acción y ex modelo.


Hizo un poco de interpretación cuando era niño, pero comenzó a meterse en
problemas temprano en su adolescencia. Le dio un giro a su vida en la
universidad, se unió a los militares y tuvo una carrera corta pero ilustre como un
Ranger del Ejército. Cuando dejó el Ejército, comenzó su primer negocio y ahora es
un multi-multi millonario con los ojos puestos en una carrera política.

—Está bien, señora Tabloide —dijo Zina rodando los ojos.


97
Calor floreció en las mejillas de Phoebe y ella evitó cuidadosamente la mirada
de Seth. Si ella lo miraba ahora, estaba obligada a soltar que también había escrito
historias poco halagadoras sobre él por esa misma revista.

—Yo, uh, supongo que cuando Gabe dice, "donación" quiere decir que viene
de Quentin. —Ella miró a Gabe para su confirmación.

—Lo hago —estuvo de acuerdo—. Tuc ha destinado una cuenta de gastos


fuerte para mi equipo, que soy capaz de poner en uso a mi discreción.

—¿Para sobornos?

Ah, esa era Zina. Siempre sospechosa. Pero dado el estado actual del país que
había adoptado como suyo, un poco de sospecha era saludable. Esperado, incluso.

—Para los gastos —corrigió Gabe—. Lo cual, no voy a mentir, a veces pueden
incluir sobornos. Pero ese no es el caso aquí. Esta disposición será más como una
donación en agradecimiento por alojamiento, con la ventaja añadida de un sistema
incorporado en fuerza de protección. Nosotros le podemos ofrecer seguridad a la
vivienda, siempre y cuando estamos en el país.
—¿Cuánto de la donación estamos hablando?

—Digamos que… —Su mirada viajó hacia el refugio, trazó el lado del
edificio. Sin duda esos agudos ojos color avellana notando el techo flácido y
astillado, paredes de barro descoloridas por el sol, y tenía que saber si su precio era
justo, que Zina sería incapaz de decir que no.

—Cien mil, Americano. ¿Eso suena justo?

—Oh, Dios mío. —Zina en realidad se tambaleó hacia atrás en estado de


shock, como si él le había asestado un golpe físico—. Oh Dios mío. ¿Cuánto tiempo
necesitaran quedarse?

—Sólo un día para reunir suministros y datos. Tenemos que llegar hasta ese
complejo lo más rápido posible. Zak Hendricks está viviendo en un rtiempo muy
limitado.

—Es una oferta increíble, Zee. —Phoebe no podía creer que estaba
dudando—. Piensa en lo que puedes hacer con ese dinero. ¿Contratar al refugio un
guardia de seguridad a tiempo completo? ¿Comprar más libros y ropa, ropa de
cama nueva? ¿Atención médica? ¿Arreglar el techo?
98
—Maldito seas —le dijo a Gabe y levantó una mano temblorosa a la sien—.
Puedes quedarte si pagas la primera mitad por adelantado.

Él asintió.

—Lo suficientemente justo.

—Pero si traen el peligro a la puerta de mi casa, no hay trato. No me importa


si me pagas un millón de dólares, ¿entiendes?

—Sí, ma'am. —Hizo un gesto a los chicos parados detrás de él—. Permítanme
presentarles al equipo. Zina, Phoebe, éste es Quinn, mi segundo al mando.

Un hombre de aspecto solemne con cabello corto rubio oscuro asintió hacia
ellas.

—Sra. Ojanpura. Señora Leighton.

Oh, tan serio. ¿Alguna vez sonríe? Por la línea dura de su mandíbula, el rictus
severo de su boca, y la mirada gris directa, Phoebe supuso que no. Aun así, sería
un modelo fantástico y ella moría de ganas por tomarle una foto.

Gabe continuó:
—Y Marcus, nuestro negociador de rehenes.

—Damas. — Marcus dirigió una sonrisa asesina a las dos, y sin embargo, de
alguna manera, lo hacía parecer como que estaba destinada exclusivamente para
ella. Se preguntó si Zina sentía lo mismo y le echó un vistazo. Nope. Zina no estaba
impresionada.

Tampoco se impresionó con el lingüista, Jean-Luc; el rubio que había estado


con Seth en el mercado. Lucía un poco peor por la ropa, el rostro magullado, su
labio roto, pero todavía se inclino en una forma deliciosamente encantadora sobre
la mano de Zina.

Gabe pasó por el resto del equipo. Jesse, un vaquero de pura cepa que
aparentemente serbia como médico. Ian, el tipo escalofriante con la burla
constante, quien era su experto en bomba; ¿y por qué eso no sólo le aterrorizaba
sino que tampoco le sorprendía a Phoebe? Él no dijo nada cuando fue presentado,
lo que no le rompió el corazón. Había visto la forma en que atacaba a Seth cada vez
que abría la boca y preferiría no estar en el extremo receptor de su mordedura.

Frunció el ceño ante el pensamiento, y echo un vistazo hacia Seth. Preferiría


que él no estuviera allí tampoco. No se merecía ese tipo de tratamiento después de
todo lo demás que ya había sobrevivido.
99
Phoebe sintió ojos en ella y se movió para encontrar a un chico joven con
gafas mirándola. Mierda. La había atrapado mirando fijamente a Seth y
probablemente había visto todo tipo de emociones atravesando su rostro en ese
momento. Pero en lugar de hacer un escándalo, fingió como si no hubiera visto
nada y se convirtió en una sonrisa sana cuando Gabe le presentó formalmente
como Eric Physick, el especialista en tecnología.

—Llámame Harvard —dijo y estrechó la mano de Zina, demorándose sobre


la de ella por un momento más de lo necesario.

Figurate, Phoebe pensó con un suspiro interno. Todos los chicos cayendo por
la bonita rubia. Caramba, era la escuela secundaria de nuevo. Aunque tenía que
admitir, si fuera a escoger un chico para su amiga, Harvard parecía el mejor ajuste
que Marcus o Jean-Luc. Obviamente inteligente, un poco raro a juzgar por su lado
de cerebrito, con su camiseta de "tenemos una pi", y completamente adorable.
Infierno, él era el tipo de chico que escogería para sí misma porque no le atraían
mucho los del tipo, altos, melancólicos, hechos-para-el-sexo-y-la-lucha.

Realmente no lo hacía.
Tan casualmente deslizó una mirada en dirección a Seth y una sacudida de
conciencia le hizo contener el aliento. Él la estaba mirando y había una oscuridad
indescifrable en sus ojos. ¿Lujuria? ¿Ira tal vez? O probablemente una mezcla de
ambos. Hizo contacto visual sin vergüenza ni disculpa. De la misma manera, se
imaginó, miraba a través de una mira telescópica antes de apretar el gatillo. Y ella
era su objetivo.

Distancia, se recordó a sí misma cuando su pulso dio un aleteo inoportuno.


Tenía que mantener las distancias.

100
Capítulo 13

—Q, ¿puedo hablar contigo un segundo?

Ante la voz de Gabe, Quinn se apartó de las imágenes de satélite establecidas


en la mesa y se estiró. Hizo una mueca. Había estado repasando las imágenes toda
la mañana con Harvard, tratando de comparar las fotos que Phoebe había
proporcionado de la Aldea Niazi y las indicaciones para llegar al complejo
proporcionadas por Tehani. Hasta el momento, no había tenido suerte. Había
demasiadas montañas de mierda y todas parecían iguales.

Sentarse quieto y concentrarse en las imágenes borrosas durante tanto tiempo


habían puesto rígido su hombro malo y le dio un furioso dolor de cabeza. Había
querido tomar algunas de las píldoras que su médico le había dado para las
migrañas, pero no había querido que Harvard lo viera.

Sí. Estaba lamentando esa decisión ahora.

Gabe estaba en la puerta de su improvisada sala de guerra e hizo un gesto 101


con su cabeza de sígueme.

Algo estaba pasando.

Siguió a Gabe por el pasillo, a través del edificio, y salió al patio trasero,
donde los chicos estaban cargando los dos todo terrenos que él y Marcus habían
robado ayer. Apostaba a que si su anfitriona supiera que tenía dos vehículos
robados en su propiedad, los sacaría de una patada, dinero o no.

El cambio de la casa opaca al sol brillante se sintió como agujas pinchando las
retinas de Quinn y se tragó una oleada de náuseas.

Gabe entrecerró los ojos.

—¿Estás bien?

No. No, no estaba bien. No había estado ni en el mismo código postal de bien
desde su accidente automovilístico el año pasado.

—Sí. Un poco deshidratado. ¿Qué sucede?

—Cuando vayamos a las montañas mañana, te quedarás aquí en el refugio.


Oh, mierda. ¿Sabía Gabe sobre los dolores de cabeza y los apagones? Echó un
vistazo a las facciones de su mejor amigo. Gabe era un bastardo inescrutable en sus
mejores días, pero había conocido al tipo durante tanto tiempo que por lo general
no tenía ningún problema en entenderlo.

Pero no esta vez.

La expresión de Gabe estaba completamente hermética y ni siquiera una


brizna de sus pensamientos se mostraba. Si supiera sobre los apagones, él lo diría
claramente, sin jueguecitos estúpidos. Esa era la manera de Gabe. Pero si no lo
sabía, ¿por qué dejar a Quinn atrás en una operación? Especialmente cuando había
participado en varios rescates en estas mismas montañas mientras todavía era un
SEAL.

Maldita sea, quería discutir. Quería despotricar contra la mano de mierda que
el destino le había dado. Pero ¿de qué serviría eso? Gabe sólo pensaría que había
perdido la cabeza. Lo cual, ciertamente, no estaba tan lejos de la verdad.

—¿Por qué? —preguntó en su lugar y cada músculo de su cuerpo se tensó


con temor por la respuesta.

Gabe miró hacia la casa. 102


—Algunas razones. Si todos nos vamos, el refugio será vulnerable y la
protección era una de las condiciones de Zina para permitir que nos quedáramos
aquí. Le prometí que mantendríamos el refugio seguro mientras estemos en el país.

Así que esto no tenía nada que ver con sus problemas médicos después de
todo. Quinn se dijo a sí mismo que debía relajarse y asintió.

—Sí, me preguntaba cómo manejaríamos eso.

—Alguien tiene que quedarse y cuidar de estas chicas.

—Entendido. —Pero no podía sacudirse la sensación de que Gabe lo estaba


maniobrando, con mucho tacto, para mantenerlo fuera de la línea de fuego por
alguna razón. Como este verano cuando Gabe le había entregado la asignación de
guardaespaldas de la familia de un senador en El Paso, Texas…

Mara.

Quinn cerró los ojos y apretó el puente de su nariz. Si su cráneo no estuviera


ya palpitando, golpearía su cabeza contra la pared un par de veces para sacudirse
el recuerdo de esa mujer. Maldita sea, no iba a pensar en ella nunca más. Fue solo
una maldita noche.

Bien, es cierto, su aventura de una noche con la hija del senador Escareno no
había sido un momento brillante de auto-control de su parte, pero esa no era la
razón de que ella siguiera invadiendo sus pensamientos.

Pero allí estaba ella. Sonrisa tímida. Grandes ojos oscuros. Curvas como una
estrella de cine de los viejos tiempos. Suave cabello negro que se había sentido tan
jodidamente bien entre sus dedos cuando él había sostenido su cabeza y tomado su
tentadora boca con su…

No.

Él empujó con fuerza a Mara Escareno lejos de su mente, lo cual parecía estar
haciendo demasiado a menudo últimamente, y se reorientó en el problema en
cuestión. El refugio. Zak Hendricks. Siddiqui.

Abrió los ojos.

—Dijiste que tenías algunas razones. ¿Cuáles son las otras?

—Harvard —dijo Gabe—. No puede ir a esas montañas.


103
Bueno, definitivamente no era la respuesta que esperaba oír.

—Sooo, aguántalo ahí, retrocede. ¿Harvard? Si hubieras dicho Seth, bueno, no


me gusta, pero sí, podría estar de acuerdo contigo. No está manejando esta
situación tan bien como esperaba que hiciera. ¿Pero Harvard?

Gabe sacudió la cabeza.

—Mi instinto me dice que está todavía demasiado verde. No ha recibido


suficiente capacitación aún y no está listo para el combate real. Además, es más útil
para nosotros con la computadora.

—Sin duda, pero no le va a gustar quedarse atrás.

—Y a mí no me gusta la idea de llevarlo a casa en una bolsa para


cadáveres. Él es sólo un niño.

—No es más joven que nosotros en nuestra primera misión —le recordó
Quinn.

—Y no ha pasado por el tipo de entrenamiento que nosotros.


—Tienes razón en eso. —A pesar de sus esfuerzos durante los últimos seis
meses, el equipo no estaba cerca de donde ellos querían estar en conocimientos de
entrenamiento—. Lo he dicho antes, tenemos que considerar seriamente comprar
un centro de entrenamiento.

—Lo sé —dijo Gabe—. Le he mencionado la posibilidad aTuc, pero un centro


de entrenamiento nos costaría millones y tenemos que contratar a un piloto de
primera. Por no hablar que tendríamos que contratar personal para la
instalación. Eso no es posible en este momento.

Sí, Quinn lo sabía. Aún así, era frustrante. Los chicos tenían potencial para ser
operadores excelentes, si solo tuvieran la capacitación y el equipo adecuado. Pero
el, si solo, no iba a funcionar ahora.

—Entonces —dijo, volviendo al tema original—, si me voy a quedar aquí con


Harvard, ¿significa que planeas llevarte a Seth contigo?

Gabe soltó un suspiro entre dientes.

—Debería decir que no. Todas mis reservas acerca de él siguen en pie, pero
no puedo pasar por alto su intimo conocimiento del enemigo, tampoco. Por mucho
que prefiera dejarlo atrás, infiernos, enviarlo de vuelta a los Estados donde podrá 104
obtener la ayuda psiquiátrica que necesita, parte de mí teme que la información
que tiene pueda trazar la línea entre el éxito y el fracaso.

—Sigo pensando que no le das el crédito suficiente —dijo Quinn—. Seth es un


sobreviviente. Un luchador. Cuando llegue a su máximo potencia, va a
sorprenderte.

—Lo creeré cuando lo vea —dijo Gabe, aunque su tono dejó muy claro que
pensaba que iba a ver a un cerdo volando primero.

—Idiota obstinado —murmuró Quinn.

—Quién eres tú para hablar, imbécil.

Al frente, una carcajada partió el aire. La de un hombre, baja y ruidosa, y la


de una mujer, alta y clara.

Gabe inclinó la cabeza hacia el sonido.

—¿Ha habido suerte comparando las fotos de Phoebe con las imágenes del
satélite?

—Nope.
—Maldita sea. —Gabe se pasó una mano por la cara—. Preferiría dejarla
atrás. No quiero correr hacia otra situación como la de Audrey en Colombia.

Quinn resopló.

—Es mejor que no sea otra Colombia. Audrey te castrará si llegas a casa con
otra esposa.

Gabe le dio un puñetazo en el hombro. Su hombro malo. Duro. Dolió como


una perra pero de alguna manera, lo hizo sentir como que todo estaba bien en el
mundo.

—Me refería a Seth y Phoebe —dijo Gabe.

Más risas en el frente. La puerta de un auto se cerró y las voces se


desvanecieron. Al parecer, el equipo había acabado de cargar y había entrado en la
casa. Lo que significaba que tenían que cortar esta conversación y entrar allí para la
reunión previa a la misión.

—Sí —dijo Quinn con un largo suspiro—. También lo he notado.

—¿Crees que debería estar preocupado porque eso interfiera? Soy el primero
en admitir que no estaba en mi mejor momento en Colombia, cuando Audrey me
105
noqueó. Y ni siquiera estaba en un terreno mental inestable en ese momento.

Quinn le dedicó algo de seriedad a la cuestión mientras seguía a Gabe hacia


la casa. Gabe tenía un punto sobre lo de "noqueado", pero al mismo tiempo…

Se detuvieron fuera de la habitación que habían reclamados como su base de


operaciones y notaron a Seth sentado de espaldas en la esquina, viendo a
alguien. Después de seguir la dirección de su mirada, Quinn se dio cuenta de que
ese alguien era Phoebe. Se sentaba junto a él, hojeando una pila de fotos,
ocasionalmente escogiendo una para mostrarle.

Sí. Algo no estaba bien. Una chispa. Un chisporroteo. Era casi como ver a
Gabe y Audrey volviendo a conocerse.

—Hey, mira. —Él dio un codazo a Gabe en el costado e hizo un gesto hacia la
pareja.

Gabe gimió.

—Es peor de lo que pensaba.


—No —dijo Quinn, bajando la voz mientras observaba—. No lo
creo. Míralo. Est{… relajado. —Claro, estaba de espaldas a la esquina, pero
cualquier operativo que se preciara elegiría la misma posición en la
habitación. Pero los hombros de Seth no estaban tensos y no parecía estar listo para
atacar ante el primer ruido. Tenía las piernas flexionadas, los brazos descansando
casualmente sobre las rodillas, sus manos colgando hasta que Phoebe empujaba
una foto hacia él. La tomaba, la estudiaba, entonces se la entregaba de nuevo. A
veces incluso murmuraba un comentario.

¿Pero el mayor indicador de que se sentía cómodo a su alrededor? La


capucha de su sudadera estaba plana contra su espalda, su cabeza estaba
descubierta.

Quinn lo miró, viendo todas esas mismas observaciones registrarse en la cara


de su mejor amigo.

—Bueno, genial —murmuró Gabe.

—Parece que ella podría mantenerlo en equilibrio.

—Genial —dijo Gabe de nuevo.


106
Quinn empezó a avanzar, pero Gabe lo agarró del brazo antes de entrar en la
habitación y lo arrastro de vuelta a la sala, fuera del alcance del oído de los chicos.

—Una cosa más antes de ir allí.

—¿Sí?

Gabe se pasó la lengua por los dientes, pareciendo sopesar sus palabras antes
de hablar.

—¿Leíste todos los informes de Hendricks?

—Sí, lo hice. ¿Hay alguna razón por la que no hayamos informado a los
hombres sobre esa situación de mierda todavía?

—Porque nuestro enfoque tiene que estar al cien por cien en el sargento
Hendricks. El arma nuclear… —Él se pasó una mano por la cabeza y exhaló con
fuerza—. Francamente, no tenemos suficiente mano de obra para manejar algo
así. Somos un equipo de rescate de rehenes, no una unidad de lucha contra el
terrorismo.

Quinn asintió.
—Estoy totalmente de acuerdo, pero ¿qué vamos a hacer al respecto? No
podemos dejar que Siddiqui haga ese acuerdo.

—No pienso hacerlo, lo que me lleva a la última razón para que te quedes
aquí. Nuestro antiguo equipo está en Bagram en este momento.

—Sí, no voy a preguntar cómo lo sabes.

—Mejor que no —dijo Gabe con una sonrisa tensa—. Pero es bueno saber que
tenemos un oído comprensivo en este país. Puedes pasar la información de
Hendricks al comandante Bennet sin decirle cómo entramos en posesión de ella.
Bennett debería ser capaz de ponerla en las manos adecuadas a tiempo para
detener el acuerdo.

El estómago de Quinn se apretó incómodamente ante la mención de su ex


Comandante. Nunca había tratado con el tipo a nivel personal, pero
profesionalmente, Bennett era un SEAL sólido. Así que tal vez era sólo la idea de
ver al antiguo equipo de nuevo. Todos habían sido de apoyo desde el retiro
médico de Quinn, pero cuando el tiempo pasó, se habían alejado. Él no había
estado en Bagram desde… bueno, desde que regresó de la operación que rescató a
Seth. Prometía ser una reunión incómoda en el mejor de los casos. 107
Él asintió de todos modos.

—Saldré a primera hora de la mañana.


Capítulo 14

—Oh, ésta. Bueno, hay una historia interesante detr{s de ésta…

Phoebe empujó otra foto en su mano, pero Seth no podía apartar los ojos de
ella más que para poder darle la más breve de las miradas. Y, francamente, no
quería hacerlo. Ahora que no estaba persiguiéndola como una criminal y
manteniéndola como su prisionera; por lo que nunca se perdonaría a sí mismo, ella
era tan… vibrante. Animada. Llena de alegría y risas.

Su opuesto exacto en todos los sentidos.

Sus ojos brillaban mientras hablaba de sus fotos y las historias detrás de ellas.
Una ceremonia de matrimonio en la India. Una mujer saudita en un burka y
tacones altos. Una pequeña chica de Nepal ataviada con un vestido rojo para la
ceremonia de su compromiso matrimonial. Recordó los detalles de cada foto con
tal viva precisión, se sentía como si hubiera estado allí con ella, viendo los

108
acontecimientos.

—Ésta —dijo y le dio otra impresión. Mostraba la silueta de un hombre


atando a un perro a un tanque oxidado. El sol poniente iluminaba la aldea detrás
de él en un toque de rosas y naranjas—. La tomé justo antes de que nos
encontráramos con Tehani. Esa es su aldea.

—Es… —No podía encontrar la palabra adecuada para describir la foto—.


Impresionante.

Sus ojos se iluminaron.

—¿Eso crees? Es mi favorita hasta ahora.

—Sí. Quiero decir, es una imagen increíble. Eres muy talentosa. —Y ella tenía
una manera única de ver el mundo, buscando la belleza y la esperanza donde no
debería haber ninguna. Pero eso no significaba que tenía que volver a subir a esas
montañas.

Le regresó la foto a ella.

—Deberías quedarte atrás.

Ella negó con la cabeza.


—No sucederá, por lo que puedes olvidarte de tratar de convencerme. Tehani
me pidió que comprobara a su familia, mientras estemos allí y no tengo planes de
decepcionarla. Tal vez incluso pueda convencer a su cuñada para volver al refugio.

Tanta esperanza en su voz. ¿Cómo puede una persona contener tanto


optimismo? ¿Sobre todo en un lugar tan oscuro como este agujero de mierda de
país?

—Además —añadió—, no es que me vaya hasta el complejo con ustedes. Voy


a estar a salvo en la aldea.

Movimiento en la puerta llamó su atención, y sus músculos al instante se


tensaron por puro reflejo. Ni siquiera podía recordar la última vez que no se tensó
ante un movimiento inesperado. Probablemente en algún momento antes de que él
hubiese dejado el aeródromo de Bagram con su antiguo equipo en su última
misión, la cual se había ido a la mierda. Hace una vida y media, por lo menos.

Gabe entró cojeando en la habitación, Quinn arrastrándose en su estela. Poco


después, el resto del equipo se presentó, Harvard en la retaguardia con su
computadora portátil, la siempre presente que era como una extensión de su
cuerpo. Cerró la puerta tras de sí y la claustrofobia dobló sus manos húmedas
alrededor de Seth.
109
—Respira —le recordó Phoebe suavemente.

Dejando salir el aliento atrapado en sus pulmones, se puso la capucha de su


sudadera. Sintió los ojos de los chicos sobre él y, mierda, ¿todos sabian que
utilizaba la capucha como una manta de seguridad? La parte de atrás de su cuello
se calentó. Volvió a quitarse la capucha y se comprometió a quemar la sudadera en
su primera oportunidad. De aquí en adelante, eran camisetas, chaquetas. No más
capuchas para esconderse detrás.

Él no era un niño necesitado de consuelo, por el amor de Dios.

Gabe rompió el silencio.

—Muy bien, caballeros. Escuchen. Así es como esta operación va a funcionar.


—Desplegó un mapa grande y lo pegó en la pared—. Phoebe, ¿deseas empezar con
nuestro itinerario?

—Claro que sí. —Ella se levantó y destapó el resaltador de Harvard le pasó


mientras caminaba hacia el mapa. —Mañana por la mañana, vamos a conducir
hasta Asadabad, en la provincia de Kunar. —Hizo un círculo en la ciudad—. Y eso,
por desgracia, es el final de la carretera asfaltada. Mi técnico…

—¿Técnico? —Interrumpió Marcus—. Lo siento, pero eso suena un poco


ilegal.

—Déjaselo al ex Fed16 —murmuró Ian.

—Hey, deja de molestarlo —dijo bruscamente Jesse—. Al menos él tiene una


conciencia y no un hoyo negro como alma.

—No es ilegal en absoluto —dijo Phoebe, alzando la voz sólo lo más mínimo
por encima de la discusión. Los manejó a todos ellos con la gracia y la paciencia de
un maestro de escuela trayendo una clase rebelde al orden, y un repentino
estallido de orgullo atrapó a Seth con la guardia baja.

—El técnico —continuó una vez que tuvo de nuevo el silencio—, es reportero
y habla para una persona local que ayuda a lubricar las relaciones con los
lugareños. Ya he contactado a mi técnico en Asadabad y él arregló un lugar para
que pasemos la noche en la aldea Akhgar, la cual esta a poco más de once
kilómetros en el valle… —señaló al mapa—… aquí. Tendremos que tomar caballos
porque no hay carreteras. Desde Akhgar, son otros dieciséis, o veinte kilómetros 110
montañas adentro a la aldea Niazi.

Gabe y Quinn se miraron y toda una conversación parecía pasar entre ellos en
ese instante. Quinn juró en voz baja.

Con un gesto sombrío de acuerdo, Gabe volvió al frente de la sala y se quedó


junto a Phoebe.

—Señores, esto es una mierda grave. Quinn y yo conocemos esta área. Hemos
perdido una gran cantidad de SEALs aquí y todavía está bajo el control talibán. —
Miró a Phoebe—. No puedo creer que tú y Zina se fueran hasta allí con sólo una
escolta policial. Jesucristo, mujer. Deberías haber ido con una caballería.

Ella dejó escapar un suspiro, su frustración clara.

—No, estás perdiendo el punto. Lo hicimos porque subimos ligeros. Si


hubiéramos llevado una caballería, no habrían pensado dos veces antes de
disparar contra nosotros. En su lugar, parecíamos dos mujeres musulmanas
modestas viajando con nuestros maridos y nos dejaron tranquilos. Por eso sugiero
que algunos de ustedes lleven un chadari. —Ella salió de la habitación y regresó

16
FED: término de Agente Federal/Agente del FBI.
segundos más tarde con un puñado de tela azul—. El resto de ustedes deben usar
ropa masculina local. Necesitamos lucir lo menos amenazante como sea posible. Si
entramos blandiendo las armas, probablemente no vamos a lograr salir.

—¿Quieres que nos vistamos como mujeres? —preguntó Jean-Luc.

—¿Eso es un problema para ti?

Él sonrió y tomó el velo que ella le entregó.

—No, mon cher17, estoy siempre listo para un poco de morbosidad. Aunque
tengo que decir, el intercambio de género es uno nuevo.

Ella rio.

—Eres incorregible.

—Eso es lo que dijo la madre de Marcus anoche.

La broma se estrelló contra Seth como un puñetazo en el estómago y él


observó a través de una neblina mientras Marcus se acercó y golpeó a Jean-Luc en

111
la cabeza. Excepto que él no vio a Marcus y a Jean-Luc. Por el contrario, dos de sus
ex compañeros de equipo, Aaron "Bowie" Bowman y Omar Cordero, tomándose el
pelo el uno del otro en el comedor en Bagram. Los dos nunca se quedaban sin las
bromas de mamás, a pesar de su guerra en curso de superar al otro.

—Hey, Cordero. Tu mama es tan sucia que su agua del baño se considerar un arma
química.

—¡Oye, Bowie! Tu mamá es tan blanca, que ella hace que Pillsbury Doughboy18
parezca puertorriqueño.

Suaves dedos rozaron su mejilla, sacudiéndolo de nuevo al presente. No


Cordero y Bowie. Marcus y Jean-Luc. Él parpadeó y miró a los ojos preocupados
de Phoebe. Ella terminó de repartir los velos, dejando uno para sí misma, y había
regresado a su lugar a su lado para ajustar su velo para que cubriera su bolso.

Ella no dijo nada, no llamó la atención sobre su desliz mental en ninguna


forma. Sólo sonrió e inclinó la cabeza, indicando a Gabe, quien todavía estaba junto
al mapa.

17Mon cher: Francés, significa, querida mía.


18 El Pillsbury Doughboy, popularmente llamado Poppy Fresco (Poppin' Fresh en inglés), es un
logotipo y a su vez la mascota de la empresa de dulces y repostería Pillsbury Company. Fue creado
por Leo Burnett. En Latinoamérica también es conocido como Masin.
Correcto. Gabe estaba de vuelta a los detalles de la operación.

Se obligó a prestar atención y aprenderse cada palabra de memoria. Él no


subiría a esas montañas sin preparación una segunda vez.

Phoebe se sentó junto a él y, para su gran sorpresa, entrelazó sus dedos con
los de él. Era… reconfortante. M{s de lo que la capucha fue alguna vez. Su piel se
sentía suave contra su piel de cicatrices rugosa y causó todo tipo de cortocircuitos
en sus funciones superiores. ¿Cómo se sentiría al tener esas manos en su pecho? Y
luego desliz{ndose hacia abajo…

La conferencia de equipo de Gabe se convirtió en nada más que el ruido de


fondo mientras cada célula de su ser se concentraba en la sensación de la mano de
Phoebe, tan pequeña en la suya. Aparentemente frágil, pero él ya lo sabía. Era
fuerte, probablemente incluso más fuerte que él. Nada podría romperla a ella, y
con ese conocimiento llegó una extraña sensación de paz. No había manera de que
pudiera dañar a esta mujer o corromperla con su oscuridad. Y tal vez…

¿Era posible que lo inquebrantable tuviese la capacidad de arreglar lo roto?

Cristo, con la forma en que un simple toque de ella lo iluminó, casi lo creyó.
Ella lo completaría de nuevo y entonces… 112
No. Joder, no. Sacudió la cabeza y liberó la mano de su agarre. Pensar así era
ridículo. Peligroso.

Equivocado.

Y él tenía que centrarse en la maldita sesión informativa.


Capítulo 15

El olor flotando de platos tradicionales afganos procedentes de la cocina hizo


que el estómago de Seth se revolviera, pero se detuvo al pie de la escalera y miró
hacia el sonido de voces apagadas en el comedor. Debería ir allí, pero no podía
imaginarse sentándose en una mesa con los chicos y poner comida en su boca
como si fuera una cena de la gran familia feliz.

De ninguna manera.

—Hey, ahí estás.

Se quedó helado al oír la voz de Phoebe desde lo alto de las escaleras y miró
alrededor por una salida. La puerta principal se situaba al frente de él, la
improvisada sala de guerra del equipo hacia la izquierda, el comedor a la derecha.
Cualquiera de estos dos últimos lugares lo dejaría atrapado, por lo que la puerta
era su única opción. Se dirigió hacia ella.

—Oye, espera. ¡Seth! ¿Adónde vas? ¿No tienes hambre? 113


—No —respondió y se dijo a sí mismo no importa qué, él no miraría hacia
atrás. Si lo hacía, ella le atraparía de nuevo en esa extraña forma en que lo había
hecho.

—Tienes que tener hambre. No has comido en todo el día.

A mitad de camino hacia la puerta, vaciló. La nota de preocupación en su voz


golpeó el centro muerto en su estómago vacío y un poco de su voluntad de evitarla
se marchitó.

—Por favor —dijo ella directamente detrás de él y le puso una mano en el


hombro—. ¿Podrías parar por un minuto y hablar conmigo? Tú me has estado
evitando desde la sesión informativa.

Abrió la boca para negarlo, pero el ceño fruncido que le dio habría hecho que
un mentiroso patológico derramara la verdad del susto.

—Sí —dijo en su lugar, y el entrecejo de ella se arrugó.

—¿He dicho o hecho algo que te ofenda? Si lo hice, lo siento.


—No. —Jesús, no había querido que ella pensara eso. Honestamente, pensó
que ella estaría aliviada de ser librada de él. Él no resplandecía exactamente por
compañía en el mejor de los días, y los dos últimos los había clasificado entre sus
peores. Todos los signos, sonidos y olores familiares de este maldito país lo tenían
tan descentrado que se sentía como una granada a la espera de que alguien tirara
de su gancho.

Cuando no dijo nada más, la mano de Phoebe dejó su hombro.

—¿Gabe habló contigo acerca de esos informes?

Desconcertado por el cambio de tema repentino, se apartó de la puerta.

—Sí, lo hizo.

Ella puso su labio inferior entre sus dientes.

—¿Estás de acuerdo con su decisión de no decir a los demás acerca de la


bomba?

—Me dijo que lo tiene bajo control y que no quiere nada apartando el enfoque
del equipo de la misión. Estoy de acuerdo que Hendricks tiene que ser nuestra
primera prioridad, pero también estoy seguro de que Gabe no se quedaría
114
simplemente sentado sin hacer nada si hubiera una amenaza inminente de una
bomba entrando en juego.

—¿No crees que la haya?

Dudó.

—Creo que la habrá si no se hace nada para detener a Siddiqui.

Phoebe se apartó los rizos de su cara. Era la primera vez que había llevado el
cabello suelto y sus dedos le picaban por hundirse en todos esos tirabuzones.

—Sigo pensando que deberíamos hacer públicos esos informes. Siddiqui no


puede seguir adelante con sus planes si todo el mundo lo sabe. Además, él no va a
ser elegido.

—Te estás olvidando del blanco enorme que podrás pintar sobre tu espalda
tan pronto como lo hagas público.

—No, no lo estoy —le respondió un tanto remilgada—. Voy a informar de


forma anónima.
—Nada es anónimo. Él encontrará al responsable y va a querer venganza. Y
peor aún, en ese momento no tendrá nada que perder. —Cuando ella no parecía en
absoluto disuadida, él la agarró por los hombros—. Escúchame, esto no es
América. No tienes derecho a la seguridad aquí. Nadie está a salvo en Afganistán.

Levantó las manos para cubrir las suyas y dio a sus dedos un apretón antes
de apartarse de su alcance.

—Eres muy paranoico.

—La paranoia te mantiene vivo.

—Y solo.

El golpe verbal dio en el blanco y aspiró bruscamente.

—Estoy bien solo.

—No deberías estarlo.

—Y tú no deberías estar aquí —replicó. Ella estaba golpeando demasiado

115
cerca del nervio expuesto que corría a través del centro de su ser—. Deberías estar
en algún suburbio agradable volviendo a casa con un par de niños pelirrojos y un
esposo que te adore. Tu decisión más importante debería ser que hacer para la cena
de esta noche.

Phoebe se rio en voz baja.

—No quiero esa vida.

—¿Por qué no?

—Me necesitan aquí. Alguien tiene que contar las historias de estas niñas o
nadie jamás las escuchará.

—¿Y esas historias son lo suficientemente importantes como para arriesgar tu


vida?

Algo brilló detrás de sus ojos, ¿culpa?, y miró hacia el comedor mientras las
notas musicales de la risa de las niñas flotaban hacia fuera.

—Toda persona tiene pecados que expiar. Una vez creí que si exponía los
horrores del mundo, si salvaba suficientes mujeres y niñas haciendo que la gente
tome conciencia de lo que está pasándoles, podría compensar lo mío. —Ella
sacudió la cabeza, sus rizos rebotando. Cuando lo miró de nuevo, su sonrisa era un
poco triste—. Entonces sí. Quedarse aquí y contar sus historias es absolutamente lo
suficiente importante como para arriesgar mi vida.

—Jesús. No hay escala cárnica que te permita equilibrar las malas acciones
con el bien.

Ella levantó una ceja.

—¿No es eso lo que estás tratando de hacer al venir aquí?

Otro golpe directo. Ella sí que sabía dónde apuntar esas palabras agudas.

—No.

—Y yo tampoco. Sé que nunca haré el suficientemente bien para compensar


el daño que he causado.

¿Cómo es que le dio la sensación de que esas palabras estaban destinadas


específicamente para él? Teniendo en cuenta que sólo se conocían por poco más de
un día, eso no tenía sentido. Probablemente su paranoia hablaba de nuevo.

116
—No puedo imaginarte haciendo daño a muchas personas.

—Te sorprenderías. Y, sí, cuando empecé en este camino, lo veía como una
forma de redimirme. ¿Pero ahora? Arriesgaría con gusto mi vida para defender a
estas chicas únicamente porque si no lo hago, nadie más lo hará.

—No puedes salvarlos a todos, Phoebe.

—Puedo intentarlo.

Impresionante. Tonto como el infierno y probablemente una manera


francamente suicida para pensar, pero, sí, impresionante. Con toda honestidad, no
creía haber conocido a alguien como Phoebe Leighton. Quería tocarla, quería sentir
la suavidad de su piel bajo sus dedos.

—No me puedes salvar.

La expresión en su rostro decía que tenía la intención de hacer precisamente


eso, y hubo otra sensación de incomodidad en lo profundo de los recovecos
congelados de su pecho que no quería nombrar o explorar. Se volvió hacia la
puerta.

—Me tengo que ir.


—Tienes que comer —corrigió ella, le agarró del brazo y tiró con fuerza
suficiente que lo atrapó con la guardia baja. No había estado preparó para ello y se
tambaleó tras ella.

El murmullo de las conversaciones y tintineos de la vajilla se hizo más fuerte.


En el interior del comedor, bajo la dirección suave de Zina, varias de las chicas
mayores hablaban nerviosamente por ahí, sirviendo platos de naan, un pan plano,
y tazones de sopa al equipo. Los hombres se sentaron en torno a la mesa,
visiblemente incómodos con el servicio, pero tratando de ser educados.

Todos los ojos en la sala se volvieron en su dirección cuando Phoebe lo


arrastró por la puerta, y el olor de la comida le golpeó con toda su fuerza. Un
temblor lo recorrió, zapateando en algo oscuro y retorcido en su núcleo. Quería
golpear a alguien. No sabía por qué y maldita sea sí iba a analizar la fuente de la
intensa rabia, pero quería golpear algo hasta que sus nudillos sangraran y se
hincharan y el zumbido dentro de su cráneo se detuviera.

Lo que significaba que debía irse. Él no era apto para el público en general en
este momento.

Rompió el agarre de Phoebe y se alejó de la mesa. En su visión periférica, vio


curvarse el labio de Ian con disgusto.
117
—¿Demasiado bueno para comer con nosotros, héroe? ¿O tienes otro rarito
ataque de pánico?

Esa. Era. La. Mierda.

Antes de que se diera cuenta de que se había movido, tenía sus manos
alrededor de la garganta de Ian.

—No me llames maldito héroe.

Las chicas gritaron. Los hombres también. Manos se arrastraron por sus
brazos, sus hombros, pero él mantuvo su agarre y vio el rostro delante de él
transformarse en uno que reconoció y sin embargo, no acababa de recordar. Uno
de sus torturadores volvió a la vida. El que había apodado Diablo. El que
disfrutaba de matarlo de hambre alternativamente, luego lo forzaba a comer hasta
que vomitaba y le hacía comerse eso también.

El miedo arañó su garganta y apretó con más fuerza. Él no iba a ser


alimentado a la fuerza por este bastardo. No otra vez. Nunca más.
Las características de Diablo se distorsionaron y cambiaron a las de Ian, luego
de vuelta a Diablo, e Ian de nuevo hasta que ya no podía decir la diferencia entre el
pasado y el presente. Ian. Su torturador. Ellos eran uno y el mismo y tenía que
detener el dolor.

Sólo. Haz. Que. Eso. Pare.

***

Sillas se dispersaron cuando los hombres se levantaron para contener la


lucha. Sopa salpicó por el suelo, naan fue aplastado bajo varios pares de botas. La
mesa raspó el suelo, empujada contra la puerta de la cocina por todos los cuerpos
apiñados. Atrapada en la cocina, Zina golpeó la puerta y gritó. Varias chicas se
acurrucaban en la esquina de miedo.

Phoebe se acercó a ellas primero, callándolas y consolándolas lo mejor que


pudo.

El rostro de Ian se estaba volviendo de color rojo brillante. Jesse y Quinn


118
trataban de tirar de Seth hacia atrás mientras que Jean-Luc y Marcus trataban de
liberar a Ian. Gabe utilizó su corpulencia para abrirse paso a empujones a la
contienda, echó hacia atrás su puño, y lo estrelló contra la mandíbula de Seth.

—¡No! —Phoebe se zambulló hacia Seth cuando sus piernas cedieron y se


desplomó, pero ella no lo alcanzó antes de que cayera al suelo. Arrodillándose a su
lado, levantó la cabeza y lo acunó en su regazo. Su labio estaba dividido y
sangrando. Él la miró con aturdidos ojos azules; la mirada de un hombre que no
tenía idea de lo que estaba pasando o por qué.

Jesse se arrodilló, pero ella lo empujó.

—¡No lo toques! Creo que todos lo han lastimado lo suficiente.

—¿Él está lastimado? —graznó Ian y se enderezó inestablemente, frotándose


las marcas brillantes de color rojo alrededor de su garganta—. Señora, él
malditamente acaba de tratar de matarme.

—Y tú lo pediste, ¿no?

Su mandíbula se tensó.
—Sí, te vi atizándolo todo el día. Todos ustedes lo hacen, en pequeñas
maneras, aquí y allá, pero Ian es el peor. ¿Y adivina qué? Pincha a una serpiente el
tiempo suficiente y la serpiente te devolverá el mordisco. Juro por Dios que no sé
cómo planean rescatar a nadie cuando ni siquiera pueden reunirse para cenar sin
altercados y derramamiento de sangre.

Sintió un tirón en la mano y echó un vistazo hacia abajo, sorprendida de ver a


Seth apretándole la mano.

—Lo siento —susurró él.

—Ellos deberían disculparse, no tú. —Ella clavó a los hombres con una
mirada asesina y la mayoría de ellos tuvieron la decencia de parecer avergonzados.
Ian, por otro lado, no parecía tener un hueso arrepentido en su cuerpo. Él gruñó,
sacudió la sopa de su chaqueta. Cómo cualquier persona en el equipo lograba
confiar en él lo suficiente como para poner sus vidas en sus volátiles manos, no
tenía ni idea.

En el otro lado de la habitación, Zina finalmente logró abrir la puerta


bloqueada de la cocina con un poderoso empujón que movió la mesa varios
centímetros. Le echó un vistazo a la escena ante ella, se metió debajo de la mesa, y
se acercó con sus ojos escupiendo rabia.
119
—Lárguense.

Maldita sea. Phoebe trató de levantarse para ir a apagar este último incendio,
pero Seth todavía tenía un asimiento de su mano como si no planeara dejarla ir en
algún momento de los próximos cincuenta años.

Okay. Ella les había replicado a todos desde el borde mientras estaba sentada
en el suelo. Ningún problema. Simplemente llámenla la Mujer Maravilla.

—¡Fuera! —gritó Zina cuando nadie se movió, y su pelo cayó de su ordenado


moño—. Les permití quedarse en mi casa con mis chicas contra mi buen juicio.
Ahora probaron que debería haber escuchado a mis instintos. Fuera.

—Zina. —Ella trató de levantarse de nuevo, pero nop, nada de eso. Seth
alzaba la mirada hacia ella, paralizado, casi de la misma manera que había hecho
esta mañana, como si quisiera memorizar cada detalle de sus características.

Y tenía que centrarse en la situación. No en sus tristes y hermosos ojos azules.


—Zina —lo intentó de nuevo—. Detente y piensa lo que estás tirando. Cien
mil dólares harían cosas tremendas para el refugio. Para tus chicas. Sólo tienes que
tolerarlos durante unos días y esto no va a suceder de nuevo, ¿verdad, muchachos?

Consiguió un rotundo, "No, ma'am", de todo el mundo menos Ian. Y Seth,


quien todavía estaba mirándola fijamente.

—¿Ves? Ellos se comportaran.

Como para probar su punto, Gabe ordenó a sus hombres que empezaran a
limpiar el desorden y todo el mundo, incluyendo a Ian esta vez, enderezaron las
sillas y limpiaron la sopa derramada.

Era interesante observar que Ian escuchaba a Gabe e incluso parecía respetar
a su Comandante. Tal vez era por eso que estaba en el equipo.

Zina los observaba, todavía temblando de ira. Luego miró a Phoebe.

—¿Por qué confías tanto en ellos?

Buena pregunta. Una para la cual ella no tenía una respuesta.

Seth la salvó de tratar de llegar a una. Como si de pronto se diese cuenta de 120
que aún estaba con la cabeza en su regazo, se puso en pie rápidamente y salió de la
habitación sin decir una palabra a nadie.

Ella vaciló, mirando de Zina a los hombres, y luego al pasillo donde Seth
había desaparecido. Quería seguirlo, pero ¿trataría Zina de echar a patadas a los
chicos de nuevo si se iba?

—Está bien. —Zina agitó una mano—. Ve tras él. Sé que lo deseas.

Ese fue todo el ánimo que necesitaba. Se puso de pie, siguió el camino que él
había tomado a través del ala de salones del edificio, y lo encontró de pie en el
patio trasero, una figura solitaria silueteada por la luz plateada de la luna. Sus
hombros se movían con un profundo suspiro y la capucha de su sudadera cayó
cuando frotó sus manos sobre su cabeza, y luego se arrodilló en el suelo. Ella se
dirigió hacia él.

El hombre estaba tan malditamente solo. ¿Cómo podrían los miembros de su


equipo no ver lo mucho que necesitaba a alguien? Un amigo. Un confidente. Tal
vez incluso un hombro para llorar.
Pero ese hombro nunca podría ser el suyo, se dio cuenta con una punzada de
culpa, y se congeló. Si él supiera lo que había hecho, no querría verla, por no
hablar de confiar en ella. Necesitaba un amigo que ya no lo hubiese traicionado.

Phoebe dio un paso atrás, con la intención de irse y mantener la poca


distancia que aún estaba entre ellos, pero su talón hizo crujir la grava. Sus hombros
se tensaron.

Mierda. Ahora sabía que ella estaba detr{s de él y tenía que decir… algo.
Cualquier cosa.

121
Capítulo 16

—No deberías estar aquí atrás.

Seth se tensó ante la suave voz de Phoebe, tan cerca detrás de él que
probablemente podría girarse y tomarla entre sus brazos, besarla, y perderse a sí
mismo en la bondad pura que componía a Phoebe Leighton hasta que todos sus
malos recuerdos desaparecieran.

No lo hizo.

En su lugar, él se puso de pie y puso más distancia entre ellos antes de


enfrentarla.

—¿No estoy admitido en el patio?

—No. Quiero decir, sí, por supuesto que lo estás. Pero Afganistán. No
deberás haber vuelto.

Su estómago se retorció. Sin duda ella tenía razón. Su última contracción 122
incluso le dijo que ella no le recomendaba exponerse a la terapia por su tratamiento
de TEPT. Él estaba demasiado perjudicado.

Y aún así…

—Tengo que estar aquí —dijo él. Deseó poder explicar mejor su arraigada
necesidad, pero no habían palabras, excepto por esas mismas que ella le había
dado en el vestíbulo.

—¿Por qué? ¿Por esos hombres de allí? —Ella apuntó hacia la casa—. Ellos no
te respetan. No confían en ti.

—No por ellos —dijo él suavemente.

—¿Por el equipo que perdiste? —Cuando él no pudo conseguir una


respuesta, ella suspiró—. Oh, Seth. Es eso, ¿no? Crees que estás haciendo esto por
los hombres que perdiste.

Él se estremeció.

—Sí. Por ellos.


—¿Crees que les haces honor de algún modo por estar aquí? —preguntó ella
y sacudió su cabeza en respuesta a su propia pregunta—. No lo haces. Solo echas
sal en la herida, ¿y para qué? ¿Qué estás tratando de probar, Seth?

Sus palabras golpearon la dolorosa veta de la verdad que no era su asunto


indagar.

—No puedes entenderlo.

—Quizás no. No conocí a tus hombres, pero si eran buenos amigos, odiarían
verte atormentarte a ti mismo de este modo.

Ella tenía razón. Cordero había sido grande en perdonar y olvidar, y Bowie
siempre se había avocado a vivir el momento, mirar hacia delante, y no vivir en el
pasado. Ambos probablemente hubieran pateado su trasero todo el camino de
regreso a los Estados ahora mismo.

Cuando él no respondió, Phoebe dio un paso atrás como si planeara irse, y


una sacudida de alarma lo hizo temblar hasta la médula. Él no quería que ella se
fuera. No quería estar solo.

Estiró su mano y agarró la de ella. 123


—Gracias.

Su ceño se frunció.

—¿Por qué?

Ella lo estaba mirando, la luna bañando sus rasgos en una suave luz blanca. O
quizás era su luz interna, brillando tan pura y brillante. Un faro para un hombre
ahogándose como él.

Impresionado, su mano se levantó por su propia voluntad y casi tocó su


mejilla antes de contenerse a sí mismo, sus dedos tan cerca, sentía el calor
irradiando de su piel en la fría noche.

Sus pestañas se fusionaron y la anticipación zumbaba de ella. Demasiadas


imposibles posibilidades cargaban el aire entre ellos.

Seth dejó caer su mano. Quizás era un jodido cobarde después de todo,
porque justo entonces, temía tocarla más que cualquier otra cosa.

Phoebe inhaló y se apartó.


—Um, aún no me dices por qué me agradeces.

Retrocediendo un paso, él inclinó su cabeza. Indicando la puerta de la casa.

—Te paraste en mi defensa allí.

—Por supuesto que sí —dijo ella como si fuera un hecho—. Alguien tenía que
hacerlo.

—No muchas personas lo harían.

—Bueno. Ian es un matón y si hay una cosa que no puedo tolerar, es a los
matones. —Su expresión se suavizó—. Pero estuviste mal también. Responder a un
matón con violencia solo alimenta la parte de él que está rota. Él sigue
provocándote porque quiere que te rompas. Quizás para probar que estás peor que
él o quizás incluso porque quiere que le des pelea, lo ataques, lo hieras. De
cualquier manera, no puedes darle lo que quiere.

—Suena como si supieras una cosa o dos acerca de matones.

—Lo hago. —Una pequeña sonrisa se inclinó en la comisura de su boca—. Era


la chica nerd de la secundaria. Anteojos, frenillos, cabello rizado, todo el paquete
estereotipado nerd. Siempre tenía mi nariz en un libro, particularmente no me
124
importaba como me veía, participando en cosas como el club de ajedrez y el equipo
de debate.

Su descripción puso una imagen en su mente de una joven, y torpe Phoebe


con la misma valentía e incluso menos tacto. Una luz, una sensación extraña anuló
todas las emociones girando dentro de él. Casi cosquilleó en el centro de su pecho.
¿Era… diversión? Había pasado mucho tiempo desde su última experiencia con
algo cercano, tenía problemas para ubicarlo. Pero sí. Diversión.

Quería aferrarse a la sensación, extender este momento para siempre, y


buscar algo que decir para mantener su conversación.

—Apuesto a que eras asesina en debate.

—De hecho sí. —Su mandíbula se levantó con una especie de petulancia, de
orgullo que él encontró adorable—. Mi equipo ganó el debate en el estado de
Massachusetts por tres años consecutivos.

En algún punto durante su conversación, él no estaba seguro cuando,


comenzaron a caminar, deambulando dentro de las paredes de la propiedad.
Seth vio un andrajoso balón de fútbol en el suelo y se agachó para recogerlo.
Lo lanzó de mano a mano.

—Era atleta en la secundaria. No había deporte que no pudiera conquistar.

—Lo sé. No me habrías mirado dos veces.

Infortunadamente, ella probablemente estaba en lo cierto. Pero mirarla ahora


con sus rizos elásticos alborotados alrededor de su cabeza y sus ojos azules llenos
de diversión antes sus recuerdos de la secundaria, él no podía ver como no la
notaría.

—No sé sobre eso.

—Oh, por favor —dijo ella rodando los ojos—. Apuesto que eras el chico rico,
mariscal de campo, rey del baile, y con una reina del baile, animadora colgada de
tu brazo. No me hubieras hablado a menos que necesitaras comprarme un trabajo
Inglés.

La mandíbula de Seth se endureció ante la referencia a su ex prometida, pero


se negaba a dejar que el recuerdo de Emma arruinara… lo que sea que esto fuera.
El primer momento de luz, la conversación más fluida que había tenido en mucho 125
tiempo.

Él levantó la pelota y la disparó en su dirección.

—Te hago saber que, tenía un promedio de A en Inglés.

Ella la atrapó con facilidad y la lanzó de vuelta.

—¿Así que eres de la rara raza de atletas inteligentes? ¿No estás en la lista de
especies en peligro de extinción?

—Estamos tan en peligro de extinción como la nerd que puede manejar una
pelota. —Él la lanzó al piso y la pateó.

—Oh, yo sé cómo manejar todo tipo de pelotas. —Ella la paró con el pie y
sonrió—. Solo déjame decirte que la universidad cambió las cosas para mí.

Él se quedó inmóvil mientras un calor olvidado encendió su sangre y llenó


áreas de su anatomía que no tenía sentido que se llenasen.

¿Ella se estaba insinuando…?


No. No podía ser. Tenía que estar malinterpretándola. Su sonrisa era toda
dulzura inocente y, realmente, ¿por qué carajo ella querría a alguien tan mental y
físicamente marcado como él?

Mientras estaba allí debatiendo, la bola lo pasó rodando.

Phoebe plantó sus manos en sus caderas.

—¿No hay deporte que no puedas conquistar, eh?

Él buscó una respuesta.

—Estaba distraído.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

Tú, quería decir, pero no podía forzar las palabras a traspasar sus labios.
Todo en ella lo distraía. Deslumbrante. Maravillosa.

Cristo, esta mujer.

Todos lo habían tratado con guantes de seda desde que volvió a los Estados.
Salvo por Ian, incluso los chico de su equipo lo trataban de manera diferente, 126
caminando sobre cáscaras de huevos a su alrededor, lo cual lo ponía al límite tanto
como a ellos. ¿Cuántas veces él había querido gritarles que lo trataran como un
compañero normal? Por el amor de Dios, él no iba a romperse si alguien hacía una
broma mórbida, pero todas las formas de bromas siempre cesaban cuando fuera
que él entraba a la habitación.

Pero esta mujer. Ella no lo trataba como si fuera a romperse. Ella conocía sus
problemas y dejaba que él lidiara con ellos, pero lo trataba como… como un ser
humano. Era un cambio refrescante de todos los demás en su vida estos pasados
dos años, podría besarla por ello.

Y esa era la segunda vez que besarla cruzaba su mente.

No. Besar no estaba en el menú. Tan intrigante como era la idea, incluso sin
sexo rozar sus labios con los de ella parecía prohibido de alguna manera. Como
cruzar una línea de la que jamás podría regresar.

Phoebe cerró la distancia que los separaba y antes de que él notara sus
intenciones, ella se puso de puntillas y presionó sus labios en los de él. Todo tipo
de chispas se encendieron en su sangre, chisporroteando en sus terminaciones
nerviosas, al mismo tiempo congelándolo en una especie de temor frío y
explotando con tanto calor, que el sudor rompió a través de su cejo.
Ella permaneció besándolo unos segundos más de lo necesario y dejó el sabor
a dulce y especias en sus labios. Como el té chai al que los Afganos eran tan
aficionados. Su corazón retumbó en su pecho y le tomó un montón de fuerza de
voluntad no traerla de regreso por otro, profundo beso.

Ella liberó un tembloroso suspiro que nubló el aire y descansó sus manos en
su pecho. Tenía que sentir los latidos de su corazón, pero no dio indicios.

—¿Mudo? —preguntó ella.

Él dio un paso lejos de ella.

—Esto no puede pasar.

—¿Por qué no?

—Porque estoy… herido. Estoy loco.

Sus ojos se cerraron como si sus palabras le dolieran.

—No, no lo estás. Estás traumatizado y te has dado cuenta que solo necesitas

127
abrirte y hablar con alguien. Cualquiera.

Ahora su corazón estaba latiendo por una razón completamente diferente. La


idea de hablar sobre ese pequeño trozo de infierno…

—No puedo.

—Algún día necesitarás hacerlo, y voy a escucharte cuando ese día llegue.

Voy a escucharte…

Las palabras sacudieron una pequeña perla del hecho que él no podía creer
que hubiera olvidado: ella era una periodista. Por supuesto que estaría dispuesta a
escuchar. Ella no quería salvarlo, quería una primicia. Él no podía confiarle ningún
detalle. Cometió ese error una vez antes, contando partes de su historia, la historia
de su equipo, a reporteros, solo para verlo explotar en algo grandioso o feo o
francamente irreconocible.

Jamás de nuevo.

Él se alejó otro paso de ella, su sangre enfriándose.

—¿Dispuesta a escucharme así podrás salpicar mi nombre en lo encabezados?


¿Ir a la TV nacional y contar mi historia de muerte una vez más? ¿O eres una de
esos llamados periodistas que les gusta hurgar en la mugre?
Todo el color se drenó de su cara.

—Yo…

—Sí, es eso, ¿no? —Y ahí estaba pensando que ella era especial en algún
modo. Quizás incluso alguien en quien el podría confiar.

Enojado consigo mismo, la dejó parada en el medio del patio. ¿Confiar en


ella? Qué mierda. No puedes confiar en nadie excepto en ti mismo en este mundo
de mierda.

Y en su caso, ni siquiera en eso.

128
Capítulo 17

Phoebe se quedó mirando tras él. ¿Cómo pasaron de charlar sobre sus
experiencias muy diferentes de la secundaria a él acusándola de, bueno,
exactamente lo que ella había hecho con él hace dos años? Pero él no lo sabía. No
podía saber acerca de las cosas horribles que ella había escrito sobre él porque
había sido conocida como Kathryn Anderson en aquel entonces. Nadie de su nueva
vida lo sabía. En lo que a ella se refería, Kathryn Anderson estaba muerta y
enterrada y nunca sería resucitada.

Sin embargo, debería decirle a Seth la verdad. A juzgar por su reacción, él


nunca iba a hablar con ella de nuevo, y Dios, el pensamiento de su ira no permitida
abrió un vacío dolor en su vientre. Pero él tenía que saber.

Ella lo siguió al interior y casi chocó con su espalda cuando abrió la puerta.
Estaba allí parado, con los hombros caídos, las botas arraigadas al suelo, como si
no pudiera moverse más lejos.

—Estoy siendo un idiota otra vez, ¿no? —Él la miró, la vergüenza ardiendo 129
en su mirada—. Lo siento. Me haces… sentir cosas que no he sentido en mucho
tiempo. Eso me asusta muchísimo y he tenido suficientes encogimientos para saber
que tengo una tendencia a atacar a las cosas que me asustan. Así que, uh… sí, era
innecesario. No quiero herirte. Me… gustas.

Ella abrió la boca para decirle que tenía todo el derecho de atacarla, excepto
que:

—Tú también me agradas, Seth —surgió en su lugar. Maldita sea. Pero no le


podía decir la verdad. No cuando su confesión puso a revolotear su corazón como
un pájaro loco enjaulado.

Sus labios se torcieron.

—No puedo imaginar por qué. No soy exactamente simpático.

En un impulso, ella dio un paso adelante y envolvió sus brazos alrededor de


su cintura, abrazándolo con fuerza. Su columna vertebral era como una barra de
acero, inmovible, inflexible. Ella apoyó la mejilla contra su pecho y lo aspiró, una
fragancia masculina en algún lugar entre el cuero y un especiero.

—Eres demasiado duro contigo mismo, ¿lo sabes?


Sus brazos finalmente se cerraron a su alrededor, aunque torpemente.

—Lo sé.

Ella se hundió en el abrazo, esperando que él se relajara, y por el momento,


nada más importaba.

—Ya has llevado más que tu parte justa de golpes por los demás. Parece una
tontería ser hiriente contigo mismo también, ¿no?

—Tal vez —admitió después de un latido y frotó la mejilla contra la parte


superior de su cabeza. Su tentatividad le rompió el corazón. ¿Dónde estaba el
Marine confiado y engreído que sabía que podía ser? ¿Estaba todavía en alguna
parte, enterrado bajo las cicatrices, luchando contra los demonios y desesperado
por la libertad?

Así lo creía y quería ayudarlo a encontrar su camino a la salida.

—No hay tal vez sobre ello, Seth. —Levantó la cabeza para sonreírle—. No
seas tan duro contigo. Es lo único que te pido.

Su boca descendió sobre la de ella, suave al principio, luego persuadiendo.


No lo había esperado, y la sorpresa llenó su vientre de mariposas. Ella se abrió a él
130
y sus lenguas se mezclaron, su invasión una pantomima del sexo.

Mierda, esto era una mala idea.

Muy mala idea.

No importa lo que su cuerpo quería, no, demandada. Ella debería poner un


alto a esto porque, porque el sexo sólo causaba problemas.

Sus palmas rozaron su columna, dejando un rastro calienta a su paso que


envió un incendio repentino a través de sus terminaciones nerviosas. Él vaciló en la
pendiente en la parte baja de su espalda como si se debatiera la conveniencia de
continuar el camino hacia el sur.

Oh diablos. ¿Por qué no? Necesitaba una liberación tanto como ella lo hacía,
obviamente los dos estaban atraídos y eran adultos. Ella nunca se había entregado
a una aventura antes, pero la necesidad provocada por un sencillo desliz de sus
manos la convenció de que una aventura era una idea genial.

Se frotó contra él, aplastando sus senos contra su pecho, y el sonido que hizo
cuando él rompió el beso debe haberlo convencido para seguir adelante porque
bajó la cabeza otra vez y la apoyó contra la pared. Su erección clavándose en su
bajo vientre y se apoderó de su trasero, levantándola hasta que no tuvo más
remedio que envolver sus piernas alrededor de su cintura.

—Oye. —En el otro extremo de la sala, Quinn dio un giro de media vuelta en
puntillas tan rápido, que puso en vergüenza a las bailarinas.

Seth levantó la cabeza, con una expresión clásica de ciervo-deslumbrado en


su rostro, sus manos aun agarrando su trasero. Él la bajó torpemente y maldijo
cuando su cremallera, empujada por una erección muy obvia, atrapó el borde de
su suéter.

—Lo siento. Continúen. —Quinn hizo un gesto con la mano por encima del
hombro—. Me alegra ver que estás bien.

—Sí —dijo Seth, su voz más áspera de lo habitual—. Estoy, uh, bien.

—Obviamente —murmuró Quinn y vivazmente regresó al comedor.

Phoebe se rio y hundió el rostro en el pecho de Seth.

—Actúa como si nos hubiera sorprendió desnudos.

Aunque si fuera sincera consigo misma, otros cinco minutos y Quinn podría 131
haber logrado un buen vistazo.

Ella retrocedió y bajó la mirada hacia la cremallera, todavía enredada en el


tejido de su suéter. Soltándose de él, ella metió la cabeza y tiró del suéter,
dejándola sólo en una camiseta sin mangas y el vendaje alrededor de su brazo. Ella
se enderezó y se echó a reír. Lucía ridículo allí parado con un suéter colgando de la
parte delantera de sus pantalones.

Él frunció el ceño.

—No es divertido.

—En realidad… sí, lo es. —Ella sofocó otra risita detrás de su mano, pero
luego la dejó caer cuando un músculo palpitó en su mejilla. Él estaba aguantando
una sonrisa y quería verla, quería que él se diera cuenta de que no tenía que
ocultar su risa de ella.

—¿Cómo se supone que voy a entrar ahí y hacer frente al equipo de esta
forma? —preguntó—. ¿Crees que me dieron un mal rato antes?

—Oh, cálmate. —Ella se arrodilló y trabajó en liberar el suéter. Cuando lo


levantó triunfante, se dio cuenta de que él estaba mirando hacia el techo.
—¿Qué?

—Uh. —Se aclaró la garganta—. Lo siento por…

—¿Qué? ¿Tu erección?

El color trepó de su cuello a la cara.

—Sí.

—¿Por qué te estás disculpando? Es una reacción normal cuando un chico


besa a alguien por el que se siente atraído.

—No para mí. No más.

Esta vez, cuando se alejó, ella no se molestó en perseguirlo. Suspiró y se puso


el suéter de un tirón.

¿Qué haría falta para llegar a él?

***
132
Quinn tenía un dolor de cabeza.

Gracias al jodido refugio que sólo había sido capaz de escatimar unas cuantas
lámparas para su cuarto de guerra improvisado o de lo contrario el dolor de cabeza
podría haberse graduado de ay-ay-ay a pon-una-bala-en-su-cráneo-sólo-para-que-
se-detenga. Como estaba en este momento lo podía manejar.

Él apartó la mirada de las imágenes de satélite esparcidas en la mesa frente a


él, porque estaba empezando a ver doble, un signo seguro de una migraña
inminente. Vio el puñado de fotos que Phoebe había proporcionado de la aldea, lo
que le recordó en lo que había atrapado a Phoebe y a Seth haciendo contra la pared
por el salón de clases del refugio. Lo cual, a su vez, le hizo pensar acerca de por
qué Seth y Phoebe habían estado en ese pasillo, para empezar.

Esa escena en la cena había sido un maldito desastre.

Demonios, tal vez había sido un error traer a Seth al equipo. Gabe parecía
pensar así, y después de esta noche, no podía negarse que la cabeza del chico
estaba jodida.
Pero si vas por esa lógica, Quinn no debería estar en el equipo, ya sea porque
su cabeza estaba más jodida que la de él. Por supuesto, Gabe no sabía nada de los
apagones que había sufrido desde qué despertó del coma después de su accidente
de auto un año y medio atrás. Nadie sabía, a excepción de Jesse, que había
conseguido una copia de sus registros médicos en julio y le había instado a decir a
Gabe acerca de la lesión cerebral traumática.

Y lo había planeado. Infierno, había incluso abierto la trampa para


derramarlo en más de una ocasión, pero cada vez, las palabras se quedaban
atrapadas en su garganta. Había perdido a su equipo SEAL, lo más parecido que
había tenido a una familia. Ahora tenía a AVISPONES y, por mucho que a veces lo
irritaban, temía la idea de perder a ese montón de gentuza. ¿Qué iba a tener
entonces si no los tenía?

Nada.

Ni propósito. Ni familia.

Además, las únicas operaciones que el equipo había hecho desde mayo eran
misiones de entrenamiento. Y puestos de trabajo de guardaespaldas ocasionales,
como este verano cuando cuidaron de la familia del senador Escareno en El Paso… 133
Mara.

No. Jesucristo, no. ¿Por qué esa mujer seguía apareciendo en su cabeza?

Alejándose de la mesa, se paseó por la pequeña habitación y forzó a alejar los


recuerdos de la hermosa hija del senador Escareno. Su enfoque tenía que estar al
cien por ciento en esta misión.

Su última misión.

Él dejó de pensar en eso y frotó sus manos en su rostro. Le dolía no volver a


estar en el campo de nuevo, pero… sí. Era lo correcto. No podía seguir poniendo a
sus hombres, sus amigos, en peligro. Así que cuando el equipo regresara a los
Estados Unidos, él tendría que confesar acerca de sus problemas médicos. Y
luego…

Bueno. Honestamente, no había considerado el "y luego" en esa parte.

Pasos crujieron en las escaleras en el vestíbulo, arrastrándolo de sus


pensamientos deprimentes, y dejó caer las manos. No podía ser ninguna de las
chicas saliendo a escondidas en el medio de la noche, todas estaban demasiado
asustadas por una cosa u otra para salir del refugio, así que tenía que ser uno de
los chicos.

Seth apareció en la parte inferior de las escaleras como una larga, y delgada
sombra. Tenía puesta la capucha de su sudadera, y su cabeza giró a la izquierda,
luego a la derecha, sus ojos explorando en busca de amenazas. Todo su cuerpo
estaba tan tenso como una cuerda de guitarra, vibrando con la energía nerviosa.

Maldita sea. No se veía como si estuviera centrado.

Después de un momento de incertidumbre, finalmente se movió y salió al


vestíbulo y Quinn no pudo evitar hacer una comparación mental, entre el
francotirador y un ciervo que una vez había visto en un viaje de caza con su padre
adoptivo cuando tenía catorce años. El ciervo había sentido su presencia en esa
mañana helada de invierno, pero no podía verlos en la pantalla de árboles. Había
crujido por la nieve en un paso elegante y cuidadoso a la vez, congelando todos los
demás, las orejas erguidas, ojos oscuros escaneando.

Seth se movió con la misma gracia vigilante como el venado. Como si tuviera
que correr ante el más leve susurro del movimiento, al igual que el ciervo cuando
Quinn se deslizó hacia adelante en la pantalla para tener una mejor visión. 134
Cristo, Quinn esperaba estar haciendo la decisión correcta acerca de este tipo.

Él levantó la mano en señal de saludo.

—Hey, Harlan.

Seth se congeló y durante unos largos cinco segundos, Quinn pensó que
podría hacer una carrera para huir de él como el ciervo. Luego tomó un aliento que
movió sus hombros y se volvió hacia la sala de guerra.

—¿Estás bien? —preguntó Quinn.

Seth tragó saliva y asintió.

—Pesadillas —dijo con ronca voz—. Han, uh, empeorado desde que llegué
aquí.

Quinn recogió varias de las fotos y pasó a través de ellas. Era inútil. Él no las
iba a hacer coincidir con las imágenes del satélite, no importa el tiempo que las
mirara. Él las arrojó de nuevo y dijo sin pensar:

—Caray, por la forma en que te habían atado, dejándote simplemente para


pudrirte… tienes derecho a unas cuantas pesadillas.
En su visión periférica, vio a Seth quedarse muy quieto.

—¿Tú estabas ahí?

Mierda. Al darse cuenta del error, Quinn se enfrentó al chico. Sabía que Seth
no lo recordaba, y él de seguro que no había tenido la intención de tocar el tema,
pero el gato estaba fuera de la bolsa ahora.

—Sí. Yo fui parte de la misión.

—Tú eres uno de los SEALs que me sacó de… de… —La garganta de Seth
trabajó—. ¿Es por eso que sigues adelante dando la cara por mí con Gabe? ¿Porque
estabas jodidamente allí?

—Sí. Parcialmente. —Él nunca olvidaría entrar en esa casa de barro, el olor de
la muerte como una bofetada en la cara a pesar del brutal pleno frío de invierno, y
encontrar a Seth Harlan encadenado a la pared en un cuarto trasero, pudriéndose
en su propia suciedad. El rostro demacrado de Seth había sido un revoltijo
hinchado irreconocible de manchas negras, azules y amarillas y alguien lo había
cortado recientemente abriendo su garganta. En ese momento, el futuro no había
lucido prometedor para el joven Marine. Mientras que el frío le había impedido
desangrarse, estaba hipotérmico y séptico, sufriendo de deshidratación, y al borde 135
de la inanición, y tenía heridas infectadas en todo el pecho, la espalda, las piernas y
la ingle. De hecho, Quinn había pensado que no iba a sobrevivir el viaje de regreso
a un hospital amigo, por no hablar de hacer una recuperación completa y tratar de
encontrar trabajo en el sector privado.

Seth tenía espíritu. Podría estar roto como sus psiquiatras clamaban, pero lo
tenía a montones, y eso era raro. Además, lo roto podría generalmente ser
arreglado.

Y sí, esa esperanza era exactamente el por qué Quinn siguió empujando para
mantener a Seth en el equipo. No dejaba de pensar en sí mismo, cómo la Naval lo
había arrojado a la acera por algo más allá de su control, si no fuera por
AVISPONES, estaría perdido en este momento. Había conseguido su segunda
oportunidad. ¿Cómo no iba a ofrecerle lo mismo a Seth?

Seth se quedó en algún punto de la pared del fondo, con la mandíbula


cerrada lo suficientemente apretada para hacer una contracción muscular en la
sien. Sin duda estaba reviviendo el rescate desde su final, tratando de visualizar
cuál de los salvadores sin rostro, ataviados de blanco había sido Quinn.

Por último, exhaló con fuerza y se reorientó en el aquí y ahora.


—Probablemente debería decir gracias por sacarme de allí.

—No estoy en busca de gracias.

—Bien. —Él asintió—. Eso es bueno. Porque yo no puedo d{rtelas. Es que…


no puedo.

—No te culpo. —Quinn esperó, dándole un poco de tiempo y espacio para


recomponerse.

Cuando Seth pareció firme de nuevo, Quinn tomó las fotografías y se las
tendió.

—¿Reconoces algún punto de interés en estas fotos? —Valía la pena


intentarlo. El hombre había sido arrastrado por toda las montañas durante quince
meses.

Seth aceptó la pila, pasando de una a otra, luego sacudió la cabeza y se la


devolvió con una mano temblorosa.

Dios. Un francotirador con las manos temblorosas.

Quinn dudó antes de alejar las fotos. 136


—Seth, hombre. Dime la verdad, ¿estás listo para esto? No hay vergüenza en
ello si no lo estas, pero necesito saberlo ahora. Necesito saber que puedo poner un
rifle en tus manos y enviarte a las montañas sin tener que preocuparme por la
seguridad de Gabe, o la tuya, o la del resto del equipo. Necesito saber ahora que
puedes manejar esto.

Seth se quedó mirando a sus manos por mucho tiempo. Tanto que Quinn se
figuró que el juego estaba terminado y el francotirador estaría brincando a los
Estados Unidos por la mañana.

Finalmente, sus manos se cerraron en puños. Cuando levantó la vista, Quinn


vio exactamente lo que había esperado ver. Fuego. Determinación. Espíritu.

—Puedo manejarlo —dijo Seth—. Voy a traer a Hendricks a casa, sin


importar qué.

Y Quinn le creyó.
Capítulo 18

Mientras su convoy de dos vehículos rebotaba por el desierto, Phoebe dio un


vistazo a Seth en el asiento a su lado, usando su pañuelo en la cabeza ocultando la
acción a pesar de que no era necesario. Su mirada se mantuvo pegada a la ventana,
sus manos en puños sobre las rodillas. Él había estado en silencio desde que
habían dejado el refugio antes del amanecer de esta mañana y no podía dejar de
preocuparse por él. ¿Qué debía de estar pasando por su cabeza? ¿Estaba él
recordando la última vez que hizo este viaje a través de las montañas?

Después de tres horas, el silencio se estaba volviendo demasiado. Necesitaba


conversación, pero obviamente Seth no estaba de humor para ello. Eso la dejó con
solo otra opción.

Se inclinó hacia adelante de su asiento.

—¿Gabe?

Él dirigió la vista hacia el retrovisor y se reunió con su mirada brevemente. 137


—¿Si?

—Vi que le dabas algo a Quinn antes de que dejáramos el refugio. ¿Qué era?
Si no te importa que te pregunte.

—No me importa —él respondió, sorprendiéndola. Esperaba que el


imponente hombre le hiciese callar por fisgona—. Era una nota para mi esposa y
una para mi hermano. Es algo que hacemos. Por si acaso.

Por el rabillo del ojo vio a Seth estremecerse. Él probablemente habría escrito
una de esas, ¿no? Muy probablemente una por cada uno de los cinco compañeros
que había perdido. Dios, ella no se podía imaginar llevar un peso como ese.

—No sabía que estabas casado —dijo, determinada a no terminar esa


conversación con algo tan deprimente—. ¿Está ella también en el ejército?

Gabe resopló.

—Infiernos no. Es una artista.

—¿De verdad? ¿Tienes una foto de ella?


—Siempre. —dijo Gabe y mostró un destello de una sorprendentemente
atractiva sonrisa. Rebuscó en un bolsillo delantero del chaleco, el más cercano a su
corazón, y sostuvo la foto entre dos dedos—. Esta es Audrey.

Phoebe estudió a la mujer con el cabello castaño claro y ojos color caramelo.
Se sentaba en una playa de blanca arena llevando un traje de baño cubierto en un
revoltijo de estampados de animales que no cualquier mujer podría llevar. Le
quedaba bien a ella, sin embargo, y okay, Phoebe puede que hubiese sentido el
más pequeño deje de celos por eso. Con su cabello rojo y piel pálida, los
estampados de animales no eran sus amigos.

En la foto, Audrey Bristow mantenía su mano en alto en su cara, como si el


fotógrafo la hubiese fotografiado mientras se colocaba el pelo detrás de la oreja.
Una multitud de pulseras colgaban de su muñeca. Su gran sonrisa parecía natural
y fácil, como si fuera algo que hacía a menudo.

Phoebe no estaba segura de lo que esperaba que la esposa de Gabe pareciese,


pero esta colorida y vivaz mujer no lo era.

—Es adorable —dijo y en serio. Le devolvió la foto, vio sus ojos suavizarse
mientras la observaba antes de guardarla. 138
Ayyy. Bajo su gruñón exterior, él era sólo un gran viejo osito y ella quiso
abrazarlo un pelín por su desvergonzada adoración hacia su esposa. Le sonrió a
Seth, esperando que el compartiese su diversión, pero él no estaba ni poniéndole
atención a la conversación entre ella y Gabe. Él se quedó mirando fijamente a algo
en sus manos, sus hombros hundidos como si no quisiese que nadie más lo viese.

¿Qué era eso?

Ella se acercó más, miró por encima de su hombre, e inmediatamente deseó


haberse mantenido en su lado del auto. El objeto que sostenía tan fuerte era una
fotografía, desgastada por los bordes y seriamente desteñida, y la escondió cuando
se dio cuenta que ella estaba mirando. A pesar de eso, ella reconoció a la
maravillosa mujer rubia.

Emma. Su ex novia.

Él todavía tenía su foto.

Phoebe se quedó observando el exterior de su ventana al interminable paisaje


color beige del desierto, un bulto se asentó en el medio de su garganta. No importa
lo duro que intentara tragárselo, se quedaba allí, caliente, e inolvidable.
No debería importar que aún llevara la foto de la mujer. ¿Por qué le
importaba? Él no le había prometido nada y ellos no compartieron nada más que
algunos besos. Además, ella quería mantener la distancia, ¿no?

Entonces ¿por qué estaba luchando contras las lágrimas con cada pestañeo?

***

Seth sabía que la había cagado en el auto. No debería de haber mirado la


fotografía de Emma, no debería haberle dejado a Phoebe verla. Pero la
conversación de Gabe sobre las cartas de "por si acaso" había provocado un
incendio de angustia en su estómago que había sido incapaz de aplacar. Solo una
cosa pudo alguna vez haberle calmado cuando estaba de esa forma y así que,
malditas las consecuencias, había sacado la foto.

Ahora Phoebe lo estaba ignorando. Habían pasado horas desde que habían
abandonado los autos a favor de los caballos y empezó su viaje a lo largo del rio en
uno de los valles más peligrosos del país, pero ella seguiría sin hablar más de lo 139
necesario.

¿Cómo podría explicar lo que significaba para él la foto? No la conservaba


por las razones que seguramente ella pensaba, pero él nunca tendría nada de
suerte explicando su apego a la maldita cosa. ¿Ella entendería si él trataba? ¿O lo
condenaría como Emma hizo por su apego al fantasma de una relación hace
tiempo muerta?

Estudió la parte trasera de la cabeza de Phoebe mientras su caballo caminaba


lentamente por delante de él. Su a veces revoltoso cabello estaba bien guardado,
oculto bajo la tela azul de su chadari, y él deseó poder ver sus rizos. Tocarlos. Le
encantó tener sus manos en ello más de lo que debería, y le fascinaba la manera en
la que volvían a rizarse. Él se imaginó jugando con los rizos más a menudo de lo
que quería admitir, pero eso se estaba convirtiendo en su ensoñación favorita. Eso
lo calmó y seguro como el infiero que él podría usar algo relajante ahora. Desde
que se subió en la silla, era un manojo de nervios, cada pequeño ruido le hacía
apretar los dientes.

Tal vez era porque el pasado estaba muy cerca, flotado bajo la superficie, pero
cuando su caravana siguió la curva en el rio y se enfrentó a una pila de piedras,
todo el aire salió de los pulmones de Seth con una sensación vertiginosa de déjà
vu.

—¡Seth! —Era la voz de Cordero—. ¡Estamos bajo ataque! ¡Jodida mierda! Hay
cientos de ellos.

—No tengo comunicación, señor —la voz de Link.

—¿Tus ordenes? —dijo la de Rey.

—Atraeré su fuego. ¡Vamos, vamos, vamos! — Bowie.

Oh, mierda. Él recordaba este lugar.

Y muerte.

Mucha muerte.

—¡Maldita sea, no vamos a morir aquí, Marines! —Su propia voz resonó en su
cabeza, gritando esas falsas palabras una y otra vez mientras observaba a Bowie
recibir un disparo en la pierna y caerse por un acantilado…

Una mano se posó en su muslo y él tiró con tanta fuerza que su caballo trotó 140
hacia los lados fuera del sendero, relinchando una protesta ante el agarre que tenía
de las riendas.

—Hey, está bien. —Phoebe volteó la parte delantera de su velo—. Sólo soy
yo.

Cristo. Soltó las riendas y se frotó la cara con las dos manos, sorprendido de
encontrar sus mejillas húmedas. El resto del equipo aún no se había enterado que
él se había parado y estaban a medio campo de futbol de distancia.

Phoebe agarró sus caídas riendas y chasqueó la lengua, guiando ambos


animales de vuelta a la relativa seguridad del camino.

—¿Estás bien ahora? —preguntó.

Ni de cerca.

—Sí.

Ella le entregó las riendas.

—¿A dónde fuiste?

—Un lugar el cual no quiero volver a visitar.


—¿Dijiste que habías recordado algo?

¿Había dicho eso? Tragó saliva y con son las rodillas impulsó a su caballo a
trote. Él no iba a volver a discutir la última posición de su equipo con ella o alguien
más. Ni siquiera se lo había contado completamente todo al psiquiatra.

La yegua de Phoebe mantuvo fácilmente su paso.

—¿Habías estado antes en este área?

—No.

—Seth. —Ella atravesó su caballo en el camino delante de él, forzándole a


detenerse o chocar con ella—. Mantener embotellado ese tipo de trauma sólo lo
hará peor. Háblame.

La ira surgió dentro de él, devorando el dolor en su calor, y se aferró a ella,


sosteniéndola con las dos manos. La ira era m{s cómoda de sentir que… todo lo
demás.

—Eso es todo lo que los del tipo periodistas quieren hacer. Es siempre hablar,
hablar, hablar de toda la mierda que ya sabes.
141
Su barbilla se levantó en defensa, pero no antes de notar el vislumbre de
dolor que cruzó su cara.

Ay, maldito sea. Ella no era como esos periodistas, aquellos que habían
arrastrado su nombre y los de su equipo por el barro. Él sabía eso y, mierda, estaba
arremetiendo contra ella otra vez por miedo. Tenía que dejar de hacer eso. Ella no
merecía su ira y eso no iba a cambiar nada.

—Lo siento. —murmuró.

—Sólo quiero… conocerte mejor —dijo e instó a su caballo hacia atrás,


despejando el camino—. Y averiguar por qué estabas llorando ahora. Odié verte
así.

Una negación instantánea saltó a sus labios, pero la humedad todavía se


aferraba a sus pestañas por lo que sería un poco como negar que el cielo fuera azul.
Aun así, su ego sufrió un golpe importante porque había visto sus lágrimas.

—Me acordé de ver morir a un buen amigo —dijo, grava recubriendo su


voz—. Más que un buen amigo, en una zona muy parecida a ésta. Es un recuerdo
en el que no me he permitido pensar en mucho tiempo, pero vi esas rocas allá atrás
y... —Se calló.
—¿Vas a contarme de tu equipo? No sobre sus muertes —añadió
rápidamente—. Sólo… hablar de ellos. H{blame de Aaron Bowman.

Vio a Bowie cayendo sobre el borde del acantilado de nuevo. Y otra vez. Y
otra vez…

Su pecho se apretó y respiró hondo para aliviarlo.

—Aaron Bowman, le llamábamos Bowie, como el cuchillo. Era uno de mis


mejores amigos. Siempre sonriendo, y riendo. —Si él cerraba los ojos y se aislaba
del mundo, podía a veces casi oír la risa distintiva de Bowman—. Bowie habría
sacado de repente estos hilarantes chistes y sólo sacudías tu cabeza ante las cosas
que se le ocurrían. Él y Cordero siempre estaban diciendo chistes de mamás. En
realidad, era un poco molesto.

—¿Cómo era Omar Cordero ? —preguntó Phoebe.

Hablar de los chicos así debería haber abierto todas sus heridas, debería
haber lastimado mucho más. En cambio algo en su interior se alivió al contestar su
pregunta.

—Cordero era… sólido. Confiable. Muy orgulloso de su herencia 142


puertorriqueña. Tenía una gran familia, hermanos, hermanas, tías, primos. La
familia de su esposa era igual de grande y aun así, querían un bebé. Ellos habían
estado tratando y él se enteró que estaba embarazada sólo unos días antes…

—Y ¿Garrett Rey? —urgió Phoebe cuando su voz se desvaneció.

Seth arrastró otro aliento, y lo dejó escapar. Centrado en la sensación del


caballo andando con paso pesado, un reconfortante bulto sólido bajo la silla.

—Él y McMahon fueron los dos chicos nuevos, la primera vez en Afganistán.
En su mayoría reservados, pero eran buenos chicos. Sólo niños…

—¿Y Brandon Link?

Sus párpados se sentían gomosos, la garganta rasposa. Él se pasó una mano


por la cara.

—Link era inteligente. Amaba los aparatos, muy parecido a Harvard. Trató
muy duro de conseguir apoyo ese día…

No tengo comunicaciones, señor.

No. No podría hacerlo, después de todo. No podía hablar de esto.


Chasqueó las riendas y espoleó a su caballo al galope, de repente la necesidad
de estar tan lejos de esas rocas como podía.

Una vez más, Phoebe lo alcanzó con facilidad, pero esperó hasta que se
desaceleró a un paseo antes de hablar.

—No te hace menos hombre, ya sabes. ¿Llorar por amigos perdidos? Sólo
significa que tienes un corazón. Que eres humano.

Sí, claro. Ella realmente no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Al igual
que cada otro periodista que había conoció.

Se inclinó y tiró de la brida de su caballo hasta que el animal se detuvo.

—Vamos a dejar algo claro. Mi humanidad me fue despojada hace mucho


tiempo.

En vez de cabrearse como él esperaba, sus ojos se suavizaron.

—Eso no es cierto. —Ella se inclinó sobre el espacio entre ellos y ahuecó su


mandíbula—. Me gustaría que pudieras verte a ti mismo a través de mis ojos.

Abrió la boca con la intención de decirle lo ridículo que sonaba, pero todos 143
los pequeños vellos a lo largo de la parte trasera de su cuello se pusieron firme
repentinamente. Las orejas de los caballos se movieron y el de Phoebe esquivó en
agitación.

Nada de paranoias inducidas por flashback entonces. No podría ser si los


caballos lo sintieron también. Alguien los estaba siguiendo. Giró en su silla a
tiempo para ver a dos pastores de cabras zambullidos fuera de la vista detrás de las
rocas.

Pastores de cabras con una preocupante falta de cabras.

Su ritmo cardíaco se intensificó mientras la adrenalina disparaba su sangre


con la clásica respuesta de lucha o huida. Y no iba a huir más de estas personas.
Silbó para conseguir la atención del resto del equipo.

—¡Gabe!

Los ojos de Phoebe se abrieron y ella se volvió también, pero, por supuesto,
los pastores ya habían desaparecido.

—¿Qué pasa?
Cascos tronaron hacia ellos y Gabe tiró de su enorme semental para una fácil
parada a centímetros de distancia.

—¿Qué?

—Una cola.

Gabe escaneó las crestas sobre el valle y juró en voz baja.

—¿Dónde están sus cabras?

—Ese es el problema.

—Vamos. —Él giró su caballo y le dio un talonazo para galopar a toda


velocidad con Phoebe y Seth justo detrás de él.

—¡Pónganse a cubierto! —ordenó Gabe mientras se acercaban al equipo, pero


la horden llegó un segundo demasiado tarde.

Seth oyó un silbido sobre sus cabezas, un sonido que se repetía en sus sueños
cada maldita noche. Por todos los derechos, debería haber estado meando sus

144
pantalones del terror, y reviviendo el momento en que una granada propulsada
por cohete explotaba en frente del Humvee de su equipo, matando
instantáneamente a McMahon. Ese sonido de silbido y la siguiente explosión lo
había perseguido durante años, pero ahora, en lugar de cerrarse, algo así como una
pieza faltante del rompecabezas se ciñó a su posición dentro de su cerebro y la
calma glacial descendió.

—¡Cuerpo a tierra! —Agarró a Phoebe sacándola de su silla y espoleó a su


caballo a una carrera antes de que el cohete detonara contra los acantilados a
metros de distancia de donde había estado ella. Su caballo se asustó y salió
disparado como una bala hacia el río en el centro del valle. Las rocas y el polvo
explotaron en el aire y toda la montaña se estremeció mientras el acantilado
comenzó a desmoronarse. Las balas siguieron la granada en rápida sucesión,
levantando pequeñas nubes de polvo al chocar. La montura de Ian se sacudió en
pánico, arrojándolo con fuerza al suelo.

Seth estableció a Phoebe abajo detrás de una roca, sacó de un tirón su pistola
9 mm de su funda en la pierna, y se la tendió a ella.

—¿Sabes cómo usarla?


El velo de su chadari se había soltado de su cara. Sangraba por un rasguño a lo
largo de su sien, demasiado blanco se mostraba en sus ojos, y temblaba como una
palmera en un huracán. Ella negó con la cabeza.

—Mierda. —Hizo una rápida demostración—. Apunta, a los malos, no a los


buenos, y aprieta el gatillo. Sólo si tienes que protegerte, ¿entendido?

Ella asintió de nuevo y agarró el arma en un apretón con los nudillos blancos.
Pateó su caballo al galope, cargó de vuelta a la batalla e hizo balance de la situación
mientras cabalgaba.

Marcus había perdido su caballo también, pero se había quitado el chadari que
había estado usando, subido a una buena posición de disparo en lo alto de un lado
del valle, y llovido balas sobre sus atacantes. Gabe y Jesse todavía tenían sus
monturas y utilizaron las velocidades de los animales para atraer el fuego enemigo
lejos de Jean-Luc, quien estaba rodeando por detrás al grupo de combatientes
distraídos con un cuchillo en la mano. Ian todavía no se había movido desde el
punto en el que aterrizó. ¿Lesionado? ¿Muerto? Seth no podía decirlo de esta
distancia y vaciló.

¿Ayudar a Jean-Luc a lograr caer sobre el enemigo? 145


¿O ayudar a Ian?

Se debatió por un completo nanosegundo antes de saltar de su caballo.


Agarró su morral y el bolso del rifle, luego envió al asustado animal corriendo a
casa con un golpe en su parte trasera.

Él no iba a perder a ningún maldito compañero de equipo más. Incluso si este


compañero de equipo en particular era un dolor enorme en su culo.

Corrió al lado de Ian, esquivando una bala que vino alarmantemente cerca de
su pie. Enganchado la mano en el cuello del chaleco que Ian llevaba bajo su túnica
afgana holgada y sin contemplaciones tiró al hombre para cubrirlo detrás de una
elevación natural en la tierra. La pendiente no aportó mucho en la forma de la
cubierta, pero era mejor que nada.

—¿Te dieron?

—Sin Aliento —jadeó Ian—. Bala. En. Chaleco.

Seth jaló al frente de su túnica y, efectivamente, una bala se había metido en


una de las placas de Kevlar del chaleco. Sacudió la cabeza, dejó caer la túnica.
—Bastardo afortunado. —Abrió la cremallera de su estuche y empujó un
telescopio de alto poder en la mano de Ian—. Tengo que ayudar a Jean-Luc.
Señálame la dirección correcta.

Mientras ensamblaba las piezas de su rifle con movimientos rápidos, y bien


ensayados, Ian gimió y rodó sobre su estómago. Siseó cuando respiró.

—Joder, eso duele.

—No es tan malo como podría haber sido. Los chicos malos, Reinhardt.
¿Dónde están? —Seth raptó hasta la parte superior de la subida y metió un
proyectil rápidamente en la cámara del rifle—. Y no me señales hacia Jean-Luc. Me
gusta el chico.

—No lo has escuchado cantar todavía —murmuró Ian y acercó el telescopio a


su ojo. Seth miró a través de su propia mira, que no era tan poderosa. Aun así, vio
a Jean-Luc aniquilar a un insurgente con un cuchillo en la garganta. Rápido.
Tranquilo. Mortal.

¿Quién sabía que el tranquilo Fiero Cajún era capaz de eso?

—Tango, a las dos en punto. Turbante blanco —dijo Ian. 146


—¿Cuál es la distancia?

—Seiscientos metros.

Seth juzgó el viento, mentalmente hizo los cálculos, hizo los ajustes, y se
relajó en su posición detrás de su rifle. Maldita sea, pero se sentía bien, un poco
como volver a casa. Respiró. Exhaló y apretó el gatillo.

—Le diste —dijo Ian con no poca sorpresa. Bajó el telescopio—. Le volaste la
cabeza.

—Un disparo, un muerto. Cualquier otra cosa es una pérdida. —Él expulsó el
cartucho vacío, cargando la recámara con una ronda fresca—. Encuentra los otros.

La esquina de la boca de Ian se disparó en una media sonrisa sardónica y


levantó el telescopio de nuevo.

—Esto no quiere decir que somos amigos. Sigo pensando que estas de
manicomio, Héroe.

—Y sigo pensando que eres un malnacido, así que estamos a mano. Ahora
encuéntrame al otro objetivo.
147
Capítulo 19

Aldea de Akhgar

Oh Dios, Phoebe estaba más agradecida que nunca de ver la civilización de


nuevo, incluso si era este pequeño pueblo a lo largo del río. Pero después de haber
utilizado este lugar como una parada en el pasado, conocía a la gente de allí, sabía
que iban a rendir sus vidas por sus visitantes si los talibanes venían a buscar.

Normalmente, la idea pastún de nanawatai o "asilo" la hacía sentirse


incómoda porque significaba que su presencia ponía a todos en el pueblo;
hombres, mujeres, y niños, en riesgo. Pero no después de hoy. No, ahora estaba tan
malditamente agradecida de tener esa capa adicional de protección. Ya que los
talibanes no querían enemistarse con la gente del lugar, por lo general respetaban
cuando los aldeanos promulgaban el nanawatai. Eso significaba que ella y los

148
chicos tendrían paz esta noche antes de que se adentraran más en territorio
enemigo mañana.

Ella planeaba disfrutar de la paz.

El policía de la aldea; uno de los hombres que la había escoltado a ella y a


Zina la primera vez, no estaba feliz de que regresaran. Afirmó oír rumores que
salían de las montañas sobre gente muriendo allí por docenas. Por el bien de la
familia de Tehani, esperaba que eso no fuera cierto.

Aun así, el policía cedió su hogar para que usaran. No había mucho en la
construcción de barro, una sala principal con varias habitaciones más pequeñas en
la parte trasera. Nada de agua corriente y el baño consistía en una zanja detrás de
la casa. Ningún alojamiento de cinco estrellas, pero cada una de las habitaciones
tenía una cama real con sábanas y mantas y Phoebe estaba bastante preparada para
colapsar en una.

Jean-Luc y Marcus ya habían caídos hecho polvo en sacos de dormir en la


sala de estar. Pues que hagan lo que quieran, pero ella quería un colchón.

Jesse había establecido un centro de tratamiento improvisado y estaba en el


proceso de envolver un vendaje alrededor del pecho tatuado de un Ian gruñente.
Al parecer, la bala había roto una costilla cuando impactó en su chaleco y había
estado en un tremendo dolor desde entonces, lo que no había hecho nada para
mejorar su personalidad de por si excelente.

—Oye —dijo Jesse y la miró mientras pasaba—. ¿Estás bien, cariño?

Ella le sonrió.

—Ese acento encantador no funcionará en mí, vaquero. Soy una chica de


ciudad.

Sonrió.

—Mal-dición.

Ian se limitó a gruñir. Él parecía preferir que le sacaran los dientes con una
cuchara antes que estar en cualquier lugar en la misma zona que el médico, y
realmente, Jesse no parecía en absoluto emocionado con su paciente tampoco. Era
increíble que aún no se hubieran arrancado las cabezas el uno al otro, y sospechaba
que se estaban tolerando entre sí sólo porque Gabe le había ordenado a Ian que
fuera a que lo remendaran. Definitivamente existía una historia entre ellos y más
que un poco de resentimiento. Tal vez Seth sabía por qué se odiaban.

Por otra parte, Ian parecía estar resentido en igualdad de oportunidades. A


149
ella realmente no le gustaba demasiado el hombre.

—Hablando en serio —dijo Jesse, aleccionador—. ¿Estás bien? ¿Ninguna


lesión?

—Estoy bien. —Gracias a Seth, añadió en silencio. La había asombrado. Pasaba


tanto tiempo luchando contra sus demonios internos que, al igual que el resto del
equipo, ella había temido cómo reaccionaría cuando se enfrentara a un enemigo
real. Pero ese día, demostró que no tenían nada de qué preocuparse. En el fragor
de la batalla, había estado más cómodo en su propia piel de lo que lo había visto
nunca.

Lo cual, sinceramente, era algo aterrador.

—¿Viste a Seth? —preguntó a los dos hombres y, para su sorpresa, Ian


respondió.

—Lo vi entrar en uno de los dormitorios. Dijo que necesitaba espacio.

—Por favor, dime que no le dijiste alguna mierda. —Una habitación era para
ella y por acuerdo tácito entre los hombres, Gabe consiguió la otra; probablemente
debido a la lesión que le obligaba a usar un bastón la mayor parte del tiempo.
Había oído a los hombres discutiendo con buen humor por el tercer y último
dormitorio, pero Ian no tenía un hueso amable en su cuerpo.

La mandíbula de Ian se apretó.

—Me sacó de la zona de muerte. El hombre quiere espacio, recibe el espacio.


—Con eso, apartó a Jesse, agarró su camisa, y se dirigió a una bolsa de dormir
vacía ya dispuesta en el suelo.

De acuerdo. No era la respuesta que esperaba. ¿Era posible que hubiera


juzgado mal por completo al cascarrabias Ian Reinhardt?

Jesse resopló con exasperación y comenzó a empacar su equipo médico.

—¿Me informarás si Seth necesita algún tratamiento? No me permitirá


revisarlo.

El calor inundó las mejillas de Phoebe. ¿Estaba insinuando que ella se


acercaría lo suficiente a Seth para ver alguna lesión? Bueno, era un pensamiento
agradable. No el de las posibles lesiones, por supuesto. ¿Pero en cuanto a acercarse
a Seth? Ay caramba, eso sí que lo deseaba. A pesar de su buen juicio, la idea misma
de tener contacto piel a piel con él la llenaba con un tipo de anhelo femenino que 150
no había sentido en años.

Ella prometió a Jesse que le informaría sobre cualquier lesión y comprobó las
habitaciones de una en una. Gabe estaba en la primera, la puerta de madera abierta
al pasillo. Se sentaba en la cama con su pierna mala elevada y la foto de su esposa
en la mano. Decidió no molestarlo y se deslizó por delante de su puerta a la
siguiente, que resultó ser una habitación vacía. En el último dormitorio, la puerta
de madera mal ajustada estaba entreabierta y echó un vistazo por la rendija. No
para espiar ni nada, pero si él parecía realmente necesitar espacio, se lo
proporcionaría.

Seth se arrodillaba en el suelo junto a un cuenco poco profundo, salpicándose


agua en la cara, y nunca había visto en su vida hombre alguno parecer tan solo.

—¿Seth?

Ante su voz y el suave golpe en la puerta, sus hombros desnudos se tensaron


y se apartó del cuenco.

—¿Qué quieres?
—Lo siento. No me di cuenta que estabas aseándote. Regresaré. —Está bien,
era una pequeña mentirijilla, pero no quería que él supiera que le había estado
observando. Se detuvo a mitad de camino de salir por la puerta y miró hacia
atrás—. Pero para que conste, cuando alguien llama a la puerta, tú deberías decir
"entre", no "¿qué quieres?"

Él suspiró y se pasó la mano por la cabeza, limpiando el exceso de agua que


le humedecía el pelo corto.

—Espera. Tienes razón. Estoy siendo un idiota.

Cuando se puso de pie, ella lo miró de nuevo y consiguió un vistazo de un


hombre casi desnudo. Sólo llevaba calzoncillos y él estaba…

Lleno de cicatrices.

Santa mierda. Ella dio varios pasos hacia él antes de darse cuenta de lo que
estaba haciendo. Extendió la mano, pero lo pensó mejor antes de tocarlo cuando él
se estremeció. Luchando contra una oleada feroz de ira que trajo lágrimas a sus
ojos, apretó los puños a los costados. Por supuesto, ella había conocido algunos de
los detalles de lo que le habían hecho, ¿pero tenerlo todo exhibido ante ella como
un mapa de tortura? Maldita Sea. Ella ni siquiera tenía la mitad de una pista de lo 151
que había soportado.

—Seth —suspiró—. Lamento mucho lo que te hicieron.

—Por favor, no lo hagas. —Se dio la vuelta y agarró la camisa limpia doblada
sobre la cama—. No te quiero mirándome de esa manera. Se compadecen lo
suficiente por mí en casa. No necesito que lo hagas también.

—No me compadezco de ti. —Para demostrarlo, levantó las manos hasta sus
hombros, permitiendo que sus manos se deslizaran hacia abajo sobre la piel áspera
de sus brazos—. Estoy asombrada por ti. Mira a lo que has sobrevivido y sin
embargo aquí estás, de nuevo en el lugar que sucedió. Ni siquiera puedo empezar
a comprender el valor que debe haber requerido el regresar aquí.

—Tenía que hacerse.

—No. No es así. —Pero que lo pensara le hacía uno de los hombres más
honorables que había conocido alguna vez. Trazó una cicatriz en forma de C
elevada en sus bíceps—. ¿Todavía duelen?

Él negó con la cabeza.


—En realidad no. A veces se siente como si mi piel no fuera lo
suficientemente grande para mi cuerpo, pero es más una irritante molestia que un
dolor.

—¿Verás a un especialista al respecto?

—Ya no más. No hay nada más que los médicos puedan hacer. —Se encogió
de hombros—. Estoy tan curado como puedo. Sólo tengo que vivir con eso ahora.

Pero vivir con ello no le debería causarle molestias. Y ahora que lo pensaba,
incluso podría tener algo para ayudarle.

—Acuéstate. Vuelvo enseguida.

Sin esperar una respuesta, corrió fuera de la habitación y agarró su mochila


del lugar donde la había dejado en la parte principal de la casa. Consiguió que
Jesse le enarcara una ceja, y le dijo:

—Él no está lesionado —antes de volver para encontrar que Seth no se había
movido. Él todavía estaba de pie junto a la cama, con las manos a los costados.

Señaló el colchón.
152
—Adelante. Recuéstate.

La delgada cicatriz blanca en la frente se frunció cuando sus cejas se unieron.

—¿Disculpa?

—En la cama. Sobre tu estómago. —Ella bajó la mochila de su hombro y


rebuscó; ajá. Allí estaba. Ella sacó la botella de loción que su madre le había dado
antes de irse a Afganistán.

Su boca se abrió y cerró. Se abrió otra vez. Se cerró. Se aclaró la garganta y


muy casualmente apretó los puños juntos delante de sus pantalones cortos,
asumiendo una especie de postura en posición de descanso como si protegiera sus
bienes.

—Eh, Phoebe, no estoy seguro de a dónde vas con esto pero…

—Alto. —Ella puso los ojos en blanco ante él—. No voy a saltar sobre ti ni
nada. —No, a menos que lo pidas, añadió en silencio e inmediatamente se maldijo
por ello. Esto en cuanto a mantener las distancias. Le hizo un gesto hacia la cama—
. Vamos. Mi madre es una terapeuta de masaje y he aprendido algunos trucos con
los años. Además, ella me dio esta loción realmente genial —Movió la botella de
un lado a otro—, que suaviza la piel como no creerías. Podría ser capaz de ayudar
con esa tirantez de la que estabas hablando.

Su expresión se alivió, pero aún no se movió.

—No tienes porque ayudarme.

—Quiero hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque lo necesitas.

Una vez más, su ceño se frunció.

—¿Es esto una especie de compulsión tuya?

—Solo quiero que te sientas mejor. —Plantó las manos en las caderas y
frunció el ceño—. ¿Es eso un delito? ¿Qué pasa con el sermón?

—No te entiendo —murmuró.

Ella dejó caer los brazos con exasperación.


153
—¿Qué hay que entender? Estoy ofreciendo darte un masaje.

Él no dijo algo más, pero no tuvo que hacerlo. Esa mirada cautelosa en sus
ojos lo decía todo. ¿Había sido tan dañado por su cautiverio que la simple bondad
escapaba de su comprensión?

Dios.

Su garganta se apretó. Le demostraría a él que la bondad existía.

Comenzando con un masaje.


Capítulo 20

Se acercó a él, le tomó la mano y lo condujo los pocos pasos a la estrecha


cama. Sus labios se juntaron en una línea sombría, pero se sentó donde le indicó y
con rigidez llevó sus piernas al colchón. Cuando se tendió boca abajo, sus pies
colgaron del extremo de la cama por varios centímetros. Volvió la cabeza en la
almohada para mirar mientras ella se quitaba los zapatos y desechaba la chaqueta
y el suéter. A diferencia de Kabul, donde sólo estaban a cuatro con cuarenta y
cuatro centígrados, o en las montañas, donde era aún más frío, este pueblo se
situaba lo suficientemente bajo en altitud y lo suficientemente al sur que la
temperatura todavía flotaba de mitad hacia arriba de los veintiuno. Había estado
sofocada desde que habían llegado aquí y se sentía increíble perder unas cuantas
capas.

Ella se arrodilló en el borde del colchón y vaciló. Dios, su espalda. Incluso sus
cicatrices tenían cicatrices.

—¿Te lastimara si me siento sobre ti?


154
Levantó su cabeza y… ¿eso era un brillo de humor en sus ojos azules?

—Sí, porque eres un elefante normal.

Su corazón dio un pequeño bailoteo feliz ante su sarcasmo, pero por mucho
que le encantaba que finalmente se hubiese relajado lo suficiente para bromear, no
podía dejar que se saliera con esa. Lo golpeó en la cadera con el dorso de su mano.

—¿Querías que te dijera cuando estás siendo un imbécil? Bueno, ahí lo tienes.
Prueba A.

Algo que podría haber sido una sonrisa tembló en la comisura de sus labios.

—Por supuesto que no vas a hacerme daño, Phoebe. Eres, ¿qué? De uno
sesenta, cuarenta y nueve, o ¿cincuenta y uno? ¿Qué puede hacerme una cosita
como tú que ya no se haya hecho?

Yyyyy allí se fue el momento de la ligereza.

—Tenemos que trabajar en tu sentido del humor. —Pasó una pierna por
encima de su cintura y se sentó a horcajadas en su espalda, con fuerza, porque,
bueno, dañado o no, él se lo merecía por el comentario de elefante.
Él resopló, luego le dirigió una mueca por encima del hombro.

—Sin dureza.

Ella utilizó su brazo como una trompa y bramó.

—Muy astuta —murmuró él y metió la cara en la almohada. Sospechaba que


ocultando una sonrisa. Algún día cercano, vería su sonrisa. Y tal vez él incluso la
diera libremente, sin sentir que tenía que sofocarla. Pero por ahora, marcaría esa
sonrisa escondida como un punto en la columna de la victoria. Era un progreso.

Phoebe roció algo de la loción en su palma, ahuecó sus manos juntas, y sopló
en ella para calentarla. Empezó en su cuello y se abrió paso por su espina dorsal.
Bajo las cicatrices, era todo esbelto músculo, constituido como un corredor. Solía
ser más voluminoso, lo sabía. Había visto fotos de él de la escuela secundaria,
cuando le habían ofrecido una beca completa de Notre Dame con una beca de
fútbol. Ella también había visto fotos de él y su desafortunado equipo directamente
antes de que salieran de su última misión. Y, honestamente, a ella le gustaba su
cuerpo más ahora, cicatrices y todo. Le gustaba la forma en que sus músculos se
sentían bajo sus dedos mientras trabajaba su piel.

Espera. No. No deberías estarle gustando su cuerpo en absoluto. 155


Excepto, maldita sea, que lo hacía. Y en respuesta, su cuerpo se estaba
calentando en todos los lugares correctos y el gemido de puro placer masculino
que retumbó de su garganta no ayudó. Su respiración era superficial hasta que casi
estuvo jadeando.

Ya estaba mojada para él, lo cual era un poco embarazoso porque sabía de
hecho que el sexo era absolutamente la última cosa en su mente. Por lo menos él no
podía sentir su excitación a través de sus vaqueros.

Enfócate.

Simplemente tenía que enfocarse, como cuando lo hacía en una sesión de


desnudo. Sólo el tema era importante. Su pose, la forma en que la luz jugaba en su
piel. Todo lo demás era sólo ruido de fondo y tenía que embutirlo y enfocarse.

En Seth.

Correcto. Enfocarse en él realmente no había sido el problema desde que él


había irrumpido en su vida. ¿Centrándose en nada más que en él por su parte?
Había logrado meterse bajo su piel, le invadía cada pensamiento, y no podía
deshacerse de él.
Trazó su marcada columna vertebral, expandió las manos hacia afuera en la
parte baja de la espalda. Oh, pero él tenía un espléndido cuerpo, incluso con las
cicatrices. Le encantaría incluso meterlo en su estudio allá en casa. Él era
determinación y lealtad personificada y haría una adición increíble a la colección
Emoción al Desnudo que había estado trabajando durante los últimos años.

Por otra parte, no quería que el mundo lo viera desnudo. Ella quería verlo
desnudo.

No, no, no. Enfócate.

Necesitando un momento de distracción, se inclinó y agarró la botella de


loción que había apoyado contra la pared al lado de su cabeza. Su mano salió
disparada, largos dedos cerrándose alrededor de su muñeca. Por unos cinco
segundos completos, él no se movió, no dijo nada, simplemente se aferró a su
muñeca, y ella contuvo el aliento. Luego, lentamente, llevó su mano hasta la boca y
le besó la palma.

El calor crepitó por su brazo desde el contacto de sus labios y ella exhaló
temblorosamente.

—¿Seth? 156
Sus labios rozaron su muñeca interna y jadeó, sus muslos involuntariamente
se apretando en su cintura. ¿Quién sabría que las muñecas eran tan sensibles? Ella
ciertamente no, pero cuando él abrió la boca y añadió un roce experimental de la
lengua, la caricia se disparó directamente a su sexo.

Mientras nadaba en la sensación de lujuria embriagadora, Seth cambió sus


posiciones, y de repente se encontró escondida debajo de su cuerpo. Ella abrió los
muslos para acunar sus caderas, dando la bienvenida a su peso y al bulto creciente
en la parte delantera de sus pantalones cortos presionando contra su núcleo.

¿Esto realmente estaba sucediendo?

Él respondió a su pensamiento levantándola en brazos y tirando de su


camiseta sin mangas. Hizo el trabajo por debajo del cierre del sujetador y tiró la
prenda a un lado, luego bajó la cabeza contra su pecho como un hombre
hambriento de intimidad y incitó su pezón con la lengua. Casi fue un asalto; de la
mejor manera posible, con todos sus sentidos zumbando por el bombardeo. Él
estaba agitado e impaciente y a ella le encantó cada segundo, dándole ánimos con
gemidos para que tomara lo que necesitaba de ella.
Y él lo necesitaba, igual que había necesitado el masaje. Estaba desenfrenado,
tenso, aún en lo alto de la adrenalina por su escapada por un pelo del valle. Ella no
se hacía ilusiones de que esto no era más que un acto de liberación de cualquier
cosa y ella estaba bien con eso. Más que bien si seguía utilizando sus dientes para
tirar de su pezón como lo estaba haciendo ahora mismo.

—¡Seth! —jadeó su nombre, agarró la cabeza contra su pecho, y se arqueó


hacia él, cabalgando en las olas de calor que se vertían de él hacia ella.

Él liberó su pecho y se impulsó hasta las rodillas. Ojos azules ardientes con
lujuria insatisfecha examinaron su cuerpo, pero no la tocó de nuevo.

Con una maldición violenta, saltó de la cama y se paseó por el pie de ella.
Hacía un espectáculo impresionante con sus músculos, las cicatrices y la erección
que sobresalía de sus caderas cubierta por una delgada capa de algodón. Ella lo
miró por varios latidos, aturdida, todavía esperando que volviera a ella y la
enviara a volar con su boca y manos. Y más. Oh, sí, por favor más. Tal vez él estaba
buscando una provisión de condones, ya que sin duda los necesitaban antes que
las cosas se fueran más lejos.

La capa de sudor sobre su piel comenzó a enfriarse y la bruma de lujuria se


aclaró de su mente. Él no iba a volver a la cama.
157
Ella se sentó.

—¿Qué pasa?

Dejó de caminar y se quedó mirando a sus pies.

—Sólo he estado con una mujer. —La parte de atrás de su cuello enrojecido
ante la admisión y no quiso mirarla.

—Um… —Ella luchó por comprender por qué eso era un problema—. Está
bien. Yo sólo he estado con mi ex marido y un novio de la universidad. Así que si
est{s nervioso por…

—No. —Si el cuello se ponía más rojo se prendería en fuego—. Jesús, no. Eso
no es… No soy un novato —dijo bruscamente—. Sé lo que estoy haciendo. Incluso
solía ser bueno en eso.

Sí, le creía eso absolutamente. Sólo con las manos y los labios, la había
arrastrado más cerca de llegar al clímax de lo que nunca había estado sin la ayuda
de un vibrador.
—Supongo que no entiendo a qué te refieres. —Pero tan pronto como las
palabras salieron de su lengua, su significado se hizo dolorosamente claro; él
estaba hablando de su ex-novia. La mujer cuya foto aún llevaba por ahí.

Sí. Eso apagó cualquier chispa restante de lujuria.

Phoebe encontró el borde de la manta y la arrastró sobre sus pechos


desnudos.

—Esto, uh, no va a pasar entre nosotros, ¿verdad? —Resignada, se sentó en el


borde de la cama y sostuvo la manta al frente. Todavía podía sentir el calor
persistente de su boca en su pezón y su cuerpo zumbaba con anticipación, pero
también podía ver la señal de advertencia. Todavía no estaba listo para la
intimidad. Había que preguntarse si alguna vez lo estaría.

—No —dijo, y sus hombros se hundieron—. Lo siento, Phoebe. Nunca


debería haber comenzado en primer lugar, pero no he… desde antes. El masaje se
sentía tan bien y la urgencia… —Hizo una pausa, y se aclaró la garganta—.
Honestamente, yo ni siquiera sé si todo sigue funcionando como debería.

Un nudo se elevó hasta su garganta, pero ella se lo tragó de vuelta y avivó


una sonrisa. 158
—A mi me parece que todo está funcionando bien.

Él agarró su erección a través de sus pantalones cortos como si quisiera


esconderla de ella.

—Estoy desfigurado. Con cicatrices.

—No me importa —susurró.

Él la miró en silencio durante tanto tiempo, la vergüenza calentaba sus


mejillas.

—Tú eres… —Parecía buscar la palabra adecuada, pero no encontró nada y


sacudió su cabeza—. ¿Cómo puedes tener tanta compasión? ¿No es agotador
preocuparse tanto?

—No es tan agotador como pretender no preocuparse por nada.

Embrujados ojos azules cayeron a su boca. Un segundo más tarde, él se


inclinaba hacia abajo, acortando la distancia entre sus labios. La besó con
reverencia, como un hombre adorando algo invaluable. Y no pudo evitarlo, su
corazón se derritió en un charco.
Este hombre. ¿Qué había en él que la hacía temblar?

Ella no lo debería desear. No debería permitirse desearlo. No con todo…

Seth agarró la parte posterior de su cuello y le inclinó la cabeza con la presión


de su pulgar contra su mandíbula, inclinando su boca hacia la suya para
profundizar el beso. Su lengua se deslizó sobre su labio inferior, pidiendo permiso
con gentileza, y ella se abrió para él, sus dedos clavándose en sus hombros. Besarlo
era…

Dios, ni siquiera podía encontrar las palabras para describir las sensaciones
que él encendía con sólo un toque de sus labios. Todo lo que sabía en ese segundo
era la ardiente necesidad de acercarse a él. Sentir más de su boca y sus manos.
Unírsele.

Sin malos recuerdos. Sin culpa. Simplemente ellos dos dando y recibiendo
placer el uno del otro.

Cuando se inclinó sobre ella, Phoebe se recostó en la cama y lo arrastró con


ella. Sus músculos instantáneamente se tensaron y agruparon bajo sus dedos como
si estuviera preparándose para echarse a correr, pero ella se aferró, no dispuesta a
permitirle retroceder por segunda vez. 159
—Por favor, quédate —susurró en los milímetros separando sus bocas y
recorrió una de las cicatrices en su hombro—. No me importa que tengas cicatrices.
No me importa lo que te hicieron en el pasado o lo que tuviste que hacer para
sobrevivir. No cambia nada para mí. Aún te deseo, al hombre yaciendo a mi lado,
aquí mismo, ahora mismo, en este momento. ¿Puedes vivir el momento para mí,
sólo por esta vez?

Gimiendo, enterró su cara en el hueco de su cuello. Permaneció así durante


mucho tiempo, sin moverse, y ella lo abrazó, pasando sus manos a lo largo de la
curva de su espalda. Toda esa masa muscular se movió bajo sus dedos. Luego sus
labios, suaves en la parte inferior de su mandíbula, acariciaban la línea de su
garganta hasta el borde de la manta y una emoción bailoteó por su vientre. Tiró de
la manta, dejando al descubierto sus pechos al aire fresco. Sus pezones
inmediatamente se arrugaron y él rodeó con su lengua uno y luego el otro, hasta
que ella se arqueaba de la cama.

—Más. —Ella se estiró entre sus cuerpos y encontró su longitud poniéndose


más dura contra su muslo. Cuando lo tocó, su erección se estremeció en respuesta
y se asomaba por la banda de sus boxeadores. Bajó la mirada, la anticipación era
como mariposas en su torrente sanguíneo.
Pequeñas cicatrices, circulares cubrían la cabeza acampanada de su pene.

Quemaduras.

Se olvidó de todo lo demás. El calor, la necesidad, la promesa del placer


erótico. Las lágrimas le nublaron la vista. El hombre había sufrido tanto. Y en ese
momento, no quería nada más que darle placer para ayudarlo a aliviar su dolor.
Ella envolvió sus dedos en torno a su eje…

Seth se quedó inmóvil, luego se alejó tambaleándose como si sus bragas


estuvieran en llamas y él no quería correr el riesgo de más quemaduras.

—No puedo hacer esto. —Sin mirarla, volvió a meterse en sus boxeadores,
encontró sus pantalones camuflajeados, y se los puso de un tirón. Luego la camisa.
Después agarró sus botas y estaba a mitad de camino a la puerta antes de que ella
se desenredara a sí misma de la manta y saltara de la cama. Lo agarró de la mano.

—Seth, espera. ¿Qué pasa?

Él se detuvo, pero no miró hacia ella.

—No soy un polvo por lástima.


160
Ella no podría haber estado más sorprendida si éll hubiera dejado caer una
bomba a sus pies.

—¿Un polvo por l{stima? ¡No! Seth, eso no…

—Entonces, ¿por qué lloras?

Oh, Dios. Ni siquiera se había dado cuenta de que las lágrimas le estaban
goteando por el rostro. Ella se limpió los ojos con su mano libre, eliminando las
gotas infractoras.

—Porque me duele por ti. Por lo que pasaste. Pero eso no cambia nada.
Todavía deseo…

—No. —Él la inmovilizó con una muerta mirada glacial—. Si estás tan
desesperado por echar un polvo, pídeselo a uno de los chicos que no esté dañado
para hacerlo. El mujeriego de Jean-Luc. Marcus, también, para el caso. Diablos, ni
siquiera me importa si lo intentas con Ian. —Liberó su mano de su agarre y abrió la
puerta—. Cualquier otro excepto yo.
***

Seth se odió a sí mismo al momento en que se apartó de su pálida expresión


afectada. No sabía por qué le había dicho eso a ella. Fue un comentario idiota que
encabezó su ya enorme lista de idioteces y debería regresar y pedir disculpas.

No pudo.

En el pasillo, metió los pies en las botas sin molestarse en atar los cordones, y
luego caminó hacia la sala principal. Había dejado su equipo en el dormitorio, pero
como sea. No es como si no hubiera dormido en un piso de tierra antes. Incluso
como si durmiera más.

—Hey, Seth —la voz de Gabe lo llamó al pasar uno de los dormitorios. Se
detuvo, pero se preguntó si se libraría fingiendo que no había oído.

Probablemente no.

Al final, dio marcha atrás y se asomó en la habitación.

—¿Sí? 161
Gabe estaba sentado en la cama con su pierna mala elevada y eso era;
infierno, una especie de shock para ver. Cierto, Gabe caminaba con un bastón a
menos que el equipo estuviera entrenando o en una misión, pero la discapacidad
siempre le había parecido casi como una ocurrencia tardía. Nunca había sido tan
evidente como lo fue en este momento con el gran hombre postrado en la cama, su
tobillo encerrado en un molde blando y apoyado sobre almohadas.

—Buen disparo el de hoy —Gabe asintió en señal de aprobación—. Estoy


empezando a ver por qué Quinn es tan firme sobre dejarte por ahí. Dijo que me
sorprenderías y lo has hecho.

—Gracias, señor. —Tomó una gran cantidad de fuerza de voluntad no


saludar al hombre. Después de todo, el teniente comandante Gabe "Muro de
Piedra" Bristow era material de leyendas. Tenía toda una ensalada de frutas de
medallas y probablemente todavía estaría ganándoselas si no fuera por el accidente
de auto que acabó con su carrera SEAL el año pasado. Había que preguntarse si el
hombre se resentía de donde había terminado. No lo parecía. Él parecía estar en
paz sentado allí, contento con las órdenes de reposo en cama durante la noche por
Jesse, el médico siempre sensato.
Entonces, ¿cuál era su secreto?

Gabe no dijo nada más y, no queriendo quedarse parado ahí como un idiota,
Seth comenzó a retroceder, seguro de que había sido despedido.

—¿Qué crees que enfrentaremos mañana?

¿Gabe Bristow quería su opinión? Esto era un cambio y no pudo mantener su


expresión de sorpresa en secreto.

—Uh… m{s de lo que enfrentamos hoy. Y probablemente caer{n sobre


nosotros con fuerza una vez que descubran los cuerpos de sus amigos en el valle.

Gabe asintió.

—Estoy de acuerdo. Lo hicimos a la manera de Phoebe; tratando de ser


silenciosos y respetuosos, pero creo que lo de hoy demuestra que necesitamos un
enfoque más agresivo. Mañana, entraremos como agentes, no como los niños
jugando a disfrazarse con vestidos de sus madres.

—Sí, señor.

—Y te voy a poner a cargo de Phoebe. 162


Otra sacudida, y no necesariamente agradable.

—¿Yo?

—Ella confía en ti. Te escuchará.

—Uh, señor, usted la ha conocido, ¿verdad? No estoy tan seguro de que


escuche a nadie más que a sí misma.

—Te escuchó hoy —indicó Gabe—. Le dijiste que se quedara quieta, se


mantuviera cubierta, y ella lo hizo. Podría haber terminado muy mal para ella si no
lo hubiera hecho. —Sus labios se adelgazaron en una línea sombría—. Para ser
honestos, preferiría dejarla aquí. Va a ser duro mañana y no quiero que quede
atrapada en el fuego cruzado. ¿Hay alguna manera de que puedas convencerla de
quedarse atrás?

Seth se estremeció, el recuerdo de sus últimas palabras hacia ella llenó su


pecho con pesado pesar.

—No. Eso no va a suceder. Acabo de… hacerla enojar… un pelín. No me va a


hablar, ni que me disculpe.
Una amplia sonrisa dividió la cara de Gabe.

—Si ella es en algo parecida a mi esposa, probablemente, ni siquiera entonces.


—Él se puso serio—. Discúlpate de todos modos. Es una orden.

—Sí, señor.

Gabe se apoyó en la pared detrás de él. Apretó la mandíbula mientras


cambiaba su pie malo, pero por lo demás, no dio ninguna indicación de que
tuviera dolor.

—Muy bien, escucha. No tengo que decirte que esta misión es personal para
cada hombre en este equipo. Diablos, es más personal para ti que para cualquiera
de nosotros, ¿no es así?

Seth no se atrevía a hablar, temeroso de lo que pudiera salir de su boca, por lo


que simplemente asintió.

—Y vamos a llevar a casa a Hendricks. Te prometo eso, pero… —Señaló en la


dirección general de la habitación de Phoebe—… No quiero que el rescate de
Hendricks sea a costa de la vida de esa mujer.

Un escalofrío de miedo se arrastró por la espalda de Seth.


163
—Ni yo.

—Así que haz lo necesario para mantenerla a salvo, ¿me oyes?

—Entendido, señor.

—Bueno. —Gabe hizo un gesto con la mano en despido—. Oh, y, ¿Harlan?


Corta ya con la mierda de 'señor'.
Capítulo 21

Kabul

—¡Paulie, espera!

Quinn se congeló a mitad de camino hacia la puerta principal del refugio


cuando su entorno se aclaró bruscamente con vívida realidad.

¿Qué carajo? ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo? Y, ¿cómo lo acababa de


llamar Zina...?

Se dio la vuelta y la encontró de pie bajo el arco entre el vestíbulo y el


comedor, masticándose la uña del pulgar.

—¿Cómo acabas de llamarme?

—Um, Paulie. —Como si se diera cuenta que estaba royéndose la uña hasta lo
último, ella hizo una mueca y cruzó los brazos sobre su pecho—. Has estado
164
insistiendo en que es tu nombre desde que volviste esta mañana.

—¿Paulie? —Se sentía como una palabra extranjera en su lengua. Sí, había
sido suyo una vez, pero no había sido Benjamin Paul Jewett Jr. o Paulie en casi
veinte años. Ni siquiera había pensado en sí mismo con ese nombre desde que se lo
cambió legalmente a Travis Benjamin Quinn, por su abuelo materno y sus padres
adoptivos—. No, soy Quinn. Llámame Quinn.

Sus ojos prácticamente se desorbitaron de su bonito rostro.

—Bueno. Tengo que preguntar, ¿est{s bien? Has estado actuando extraño… e
insistiendo que te llame por un nombre diferente por las últimas horas. Eso no es
normal y no te quiero cerca de mis chicas si… —Pareció buscar las palabras
adecuadas—. Si no estás sano.

—Si yo estoy loco, ¿quiere decir?

—Puede que crea que todo tu equipo esté loco, así que eso no es mucho decir.
—Ella sacudió la cabeza, resopló y se volvió para regresar al comedor—. Sólo trata
de evitar a las chicas tanto como sea posible, ¿de acuerdo?
—Sin problemas. —Prefería pegarse un tiro en el pie que lidiar con una
multitud de chicas adolescentes.

Él salió y aspiró una bocanada de aire fresco y seco de noviembre.

Apagones de mierda.

Sabía que el estrés era un factor desencadenante y debería habérselo esperado


después de su visita a Bagram esta mañana. El comandante Bennett no le había
dado la bienvenida con los brazos abiertos. De hecho, la respuesta de Bennett
básicamente se reducía a:

—Gracias, pero yo sé de tu lesión cerebral y realmente no confía en una cosa


que salga de tu boca. Bueno verte de nuevo, sin embargo. Que tengas un buen día.

Ahora había conseguido lo que debía sentirse ser Seth, que todo el mundo
que te rodea piense que estás loco. Y sin ser libre para revelar cómo llegó la
información sobre el arma nuclear, probablemente había sonado fuera de sus
cabales.

Tal vez lo estaba.

¿Paulie?
165
¿Qué fue todo eso? ¿Una especie de regresión? Sus médicos habían
mencionado algo acerca de caer en estados de fuga disociativa, pero le habían
dicho que era un posibilidad. También le habían dado un montón de otras
posibilidades a lo largo de su recuperación, a partir de su primer pronóstico de que
sería un vegetal para el resto de su vida. Bueno, los había sorprendido
infernalmente cuando abrió los ojos un mes más tarde, sacado sus IVs, y tratado de
salir de la cama para encontrar a Gabe y asegurarse de que estaba bien.

Así que a la mierda los documentos y sus posibilidades. Incluso admitieron


que no sabían mucho sobre el área en su cerebro que había sido dañado cuando su
cabeza había tenido un encuentro-cercano-y-personal con el parabrisas del auto. Se
conocía a sí mismo e incluso en un estado de fuga o lo que sea que eran los
apagones, no regresaría al infierno que había sido su infancia.

Zina había oído mal. Tan simple como eso.

Incapaz de llegar a un acuerdo, volvió a entrar y se dirigió a la sala de guerra


para reportarse con Harvard. Gracias a Dios que el chico se había pegado a su
equipo durante toda la mañana. Lo último que Quinn necesitaba era otro testigo de
su cordura deshilachándose.
Efectivamente, Harvard todavía estaba en la posición exacta que Quinn le
había dejado, encorvado sobre su pantalla. Sólo que ahora, su cabello estaba en
puntas por las múltiples pasadas de una frustrada mano.

—Hey. ¿Ha habido suerte localizando a Siddiqui?

—Ninguna —dijo Harvard con un movimiento de cabeza—. Y créeme, tengo


todos mis oídos digitales en la tierra.

—¿Dónde diablos está? Se está lanzando para presidente. ¿No debería estar
en campaña o algo así?

—No, es demasiado pronto. La campaña no comenzará en serio hasta dentro


de unos meses.

Y ya entonces, tendrá asegurada un arma nuclear.

—Maldita sea.

—Hey —Harvard le gritó cuando él se volvió para irse—. ¿Qué está pasando
contigo?

Quinn se detuvo en seco. Mierda. ¿Harvard había sido testigo del apagón, 166
después de todo? Recompuso su expresión educada en una máscara en blanco
antes de enfrentarse otra vez al chico.

—¿Qué quieres decir? No pasa nada.

—No me vengas con esa actitud de todo-esta-bien. Tuve bastante de eso de


mis padres mientras crecía. —Él se quitó las gafas y se frotó los ojos con el pulgar y
el índice. Cuando deslizó sus gafas de vuelta en su lugar, él clavó a Quinn con una
mirada agotada que le envejeció bien pasados sus veinte cuatro años—. Soy joven.
Lo entiendo. Pero por el amor de Dios, yo no soy un niño. Soy tan miembro de este
equipo como lo eres tú y sé que Gabe te envió a Bagram esta mañana. ¿Qué fue
eso?

Así que no estaba hablando sobre el apagón. El alivio dejó mareado a Quinn.

—Bien. Buen punto. —Gabe no había querido decir a los hombres acerca de
la posibilidad de la bomba, no queriendo dividir su atención mientras estaban
profundamente en territorio enemigo, pero Harvard no estaba en las montañas y
necesitaba saberlo—. Esto no va más allá de esta sala.

—Por supuesto.
Quinn cerró la puerta.

—En los informes de Zak Hendricks, menciona que Siddiqui está a la pesca
para comprar una gran maleta nuclear. El acuerdo se supone será pronto.
Probablemente en los próximos días.

—Es por eso que fuiste a Bagram —dijo Harvard, asintiendo. Si la noticia le
hizo temblar, no lo demostró—. Querías ayudar para lidiar con la bomba.

—Sí, pero las cosas no salieron según lo planeado allí. No podía decirles
dónde había conseguido la información y no estaban dispuestos a fiarse de mi
palabra. Ahora, es una posibilidad que todavía lo comprueben, pero siento que
todo esto está sobre nosotros.

—No somos una unidad anti-terrorista —dijo Harvard con un suspiro de


cansancio—. Pero no podemos sentarnos y no hacer nada. Mierda. —Enderezó sus
hombros y se volvió hacia su portátil—. Bien. Permíteme volver al trabajo. Te
llamaré tan pronto como tenga un bloqueo en Siddiqui.

—Gracias. —Quinn salió de la habitación y se encontró cara a cara con un


puñado de chicas risueñas, lideradas por Tehani. Su sangre se heló.
167
Jesucristo. Preferiría enfrentarse con mil combatientes talibanes que estas
cuatro niñas preadolescentes. Sobre todo porque Zina le dijo que las evitara.

Intentó dar un paso para rodearlas, pero Tehani le bloqueó el paso, no


importa en qué dirección se moviera. Las otras tres niñas sostenían sus pañuelos en
la boca y se rieron. La cabeza de Tehani estaba descaradamente descubierta, el liso
y negro cabello colgaba libre sobre los hombros.

—Lleva-algunos —dijo lentamente en Inglés y le señaló, lo que activó a las


otras chicas de nuevo—. bo-bonito cabello ama-rillo. —Ella se palmeó la parte
superior de la cabeza.

—Uh… —Echó un vistazo a la izquierda y derecha. Maldita sea, ¿dónde


estaba una emboscada enemiga cuando un chico necesita una?—. ¿Gracias?

Tehani sonrió.

—Tú… hacer… buen marido.

Sooo, páralo ahí. Sí. Definitivamente tiempo para hacer una salida rápida. Él
estaba empezando a sudar y no tenía dudas de que podían oler el miedo en él.

Una vez más, trató de rodearlas.


—Tengo trabajo que hacer.

Ella dijo algo en pastún. Sabía trozos de la lengua, lo suficiente como para
recoger la palabra "protector", y la culpa hundió sus garras en la parte trasera de su
cuello. Se detuvo a varios pasos de distancia y se enfrentó al grupo de nuevo.

—Nadie las va a lastimar, siempre y cuando yo esté por aquí, ¿okay?

No creyó que lo entendieran, pero no importaba. Tehani sonrió y las otras


chicas farfullaron entusiasmadamente a su espalda mientras se alejaba.

168
Capítulo 22

Oh, sí, ella todavía estaba enojada. No es que Seth la culpará por ello. Él se
merecía el tratamiento del silencio y probablemente más.

Phoebe apenas había mirado hacia él en todo el día, a pesar de que ahora
montaban el mismo caballo desde que ambos, el suyo y el animal del Ian habían
escapado durante el tiroteo de ayer. El pueblo le había proporcionado a Ian un
burro, el cual, como Jean-Luc señaló, tenía la misma personalidad brillante que el
técnico de bombas.

Phoebe había sacado una foto del par ideal y se rió de eso con los chicos;
hasta que Gabe le ordenó viajar con Seth. Ella había protestado, por supuesto, pero
era a la manera de Gabe o la carretera, y sus argumentos habían tenido una muerte
rápida.

Al menos el viaje transcurrió sin incidentes. Ningún lugareño hostil más, que

169
era ya sea un golpe de suerte increíble o un signo de cosas malas por venir. Seth
sospechaba esto último, aunque él no lo dijo en voz alta. No tenía sentido
arruinarlo si acababan de logar tener suerte.

Seth trató de entablar una conversación con ella varias veces durante el viaje
de un día de duración. Él trató de disculparse también, pero ella no se lo estaba
tragando. ¿Qué tenía que hacer para demostrar que realmente lo sentía?
¿Humillarse? Sip, probablemente, pero eso era un poco difícil de hacer desde la
parte trasera de un caballo cuando su pasajero no hablaría con él.

Él estaba reflexionando sobre las ideas cuando su variopinta caravana se


detuvo en la cima de una loma y Phoebe se puso rígida en la silla, casi
noqueándolo en su barbilla con la parte superior de su cabeza.

—Espera. Detente.

Él detuvo su montura finalmente y ella bajó.

—Oh Dios mío. El perro todavía está aquí. —Ella salió disparada hacia las
ruinas de un antiguo tanque soviético.

Gabe se dio la vuelta cuando todos los demás también se detuvieron.

—¿Qué es?
—Dijo algo acerca de un perro.

—¿Qué perro? —preguntó alguien, pero Seth no se molestó en tomarse el


tiempo para responder. Le entregó las riendas del caballo a Gabe y corrió tras ella.

Phoebe estaba de rodillas delante de un perro desaliñado y le hablaba con


dulzura en pastún mientras extendía una mano. El animal se estremeció
violentamente y se puso de pie, con la cola metida entre las patas. Aunque en su
lado flaco, él tenía la poderosa estructura de un pastor alemán mientras sus orejas
estaban en posición vertical. Su cuerpo era de un color marrón rojizo y su rostro
estaba completamente negro, como si él llevara una máscara.

—Oh, pobre cosita. Alguien que me traiga agua, —dijo bruscamente sobre su
hombro y frotó la cabeza del perro—. Vi que su dueño lo ató aquí cuando Zina y
yo llegamos. Eso fue hace días.

Seth se puso en cuclillas junto a ella y agarró el collar vacío todavía


encadenado al cañón principal del tanque. Al parecer, el perro se había soltado,
pero no se había escapado.

—Tal vez su dueño lo ata aquí todos los días. Mira, sus platos están justo allí.
—Sin embargo, los platos de metal abollados estaban vacíos y al revés, como si el 170
perro les hubiera dado con sus patas cuando se quedó sin comida y agua.

Phoebe negó con la cabeza.

—Algo está mal. —Aceptó la botella de agua que Jesse le tendió y volteó el
plato del perro llenándolo—. ¿Crees que él puede comer una de tus raciones de
campaña?

Seth estaba ya a un paso por delante de ella, rebuscando en su mochila la


comida preparada, un guiso de carne de vacuno etiquetada. Él no se molestó con
calentarlo y desgarró la bolsa, vertió el contenido en el segundo recipiente. El perro
lo devoró, así que agarró otro.

—¿Uh, Phoebe? —la llamó Jean-Luc y ambos echaron un vistazo hacia él. Él
estaba parado al borde de la colina, con la mirada fija en la aldea—. ¿Esto luce
como la última vez que estuviste aquí?

Ella le dio al perro una última palmadita en la cabeza y se levantó.

—Oh. Mi. Dios.

—Voy a tomar eso como un no —dijo Jean-Luc murmurando.


Seth se unió a ellos y se encontró mirando hacia abajo a un pueblo fantasma.
O no, no estaba completamente abandonado. Otros animales vagaban entre las
chozas de barro, incluyendo un rebaño de cabras sin atención.

Realmente no era una buena señal.

—Oh Dios. La familia de Tehani. —Phoebe dio un giro brusco y saltó sobre su
caballo, instándole a correr con un —Hiah. Hiah.

Mierda.

Seth agarró la montura de Jean-Luc y se subió a la silla. Él la alcanzó con


facilidad en el borde del pueblo, probablemente debido a que su caballo había
estado llevando a dos jinetes y ya estaba agotado. Pero cuando él agarró sus
riendas y calmó a su animal parándolo, ella simplemente saltó y siguió corriendo a
pie.

—Phoebe, no lo hagas.

Si ella lo oyó, no dio muestras y corrió hacia una de las casas de barro. Corrió
a la puerta principal y se fue de habitación en habitación, gritando:

—¡Darya! ¡Nemat!
171
Seth estaba en la puerta sin hacer ningún comentario hasta que ella regresó a
la sala principal, con un harapiento oso de peluche aferrado a su vientre.

—Phoebe, ellos no están aquí.

Lágrimas manchaban su cara sucia.

—Algo está mal. Ellos dejaron todo lo que poseen. No son nómadas. Esta es
su casa. ¿Por qué iban a dejar todo atrás? —Ella abrazó el oso más fuerte y se
quedó mirando un pañuelo de cabeza olvidado en el suelo—. ¿Tal vez decidieron
ir a Kabul después de todo? Tal vez estén de camino hacia el refugio para ver a
Tehani en este momento. —Sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí
misma.

Seth luchó para encontrar una respuesta reconfortante; excepto que de


ninguna manera la familia de Tehani se iba a ir a Kabul sin llevarse al menos
algunas de sus pertenencias, y él no estaba dispuesto a mentirle. Algo
estaba muy mal aquí.

—No me gustaba esto —dijo Gabe detrás suyo y él echó un vistazo sobre su
hombro para encontrar al resto del equipo de pie allí presenciando el ataque de
nervios de Phoebe. Él se enfrentó a ellos, pero se colocó en la puerta para ofrecerle
un poco de privacidad.

—Sip, a mi tampoco. Ella está en lo correcto. Estas personas no son


nómadas. Ellos no se irían de repente así a menos que se vieran obligados.

Gabe asintió y les indicó a los hombres para que entraran a la casa. Después
de un segundo de vacilación y el toque tranquilizador de la mano de Phoebe en su
espalda, Seth se hizo a un lado para dejarlos pasar.

Todo el mundo estaba apagado y sombrío a medida que empacaban en la


pequeña sala principal. Seth se mantuvo bastante pegado a Phoebe, poco dispuesto
a dejarla fuera de su vista.

Ian fue el último en entrar y el perro trotó detrás de él, moviendo la cola.

—¿Qué? —dijo con desprecio cuando todo el mundo lo miró boquiabierto


con expresiones que van desde la incredulidad a la sospecha—. Soy un bastardo,
no un monstruo. No es como si fuera a atarlo dejarlo allí atrás. Nadie debe ser
encadenado de esa forma. —Un latido aprobatorio incómodo de silencio pasó
antes de que levantará la barbilla y se encontrara con los ojos de Seth—. Y me
refiero a eso. Nadie. 172
Seth abrió la boca, pero no estaba muy seguro de qué decir en respuesta. A su
lado, Phoebe le tocó el hombro y le dio a Ian una cálida sonrisa.

—Eso fue amable de tu parte.

Ian gruñó.

—Yo no hago cosas amables.

—Muy bien, señores —dijo Gabe—. Basta de charla. Sé que están cansados
del largo viaje de hoy, pero tenemos que seguir hasta el recinto. Ahora bien, según
Tehani, nos dirigimos tres millas al noreste de aquí. Va a ser una subida empinada
y estaremos a pie, por lo que deberíamos planear llegar al recinto en algún
momento en medio de la noche. Pasaremos tiempo en el reconocimiento y si
parece que nuestro objetivo está dentro, haremos planes para entrar antes del
amanecer. Phoebe.

Ella levantó la mirada ante el sonido de su nombre.

—Tú te vas a quedar aquí.


Ella abrió la boca, sin duda para protestar, pero Seth la tomó la mano y le dio
un fuerte apretón de advertencia. Fue suficiente distracción, dándole tiempo para
pensar antes de comenzar a discutir, y debió de ver la lógica de Gabe porque
estuvo de acuerdo.

—Rehidraten y comprueben sus equipos. Asegúrense que nada pueda hacer


ruido —dijo Gabe al equipo—. Partimos en diez. Y Phoebe, asegúrate de que el
perro se quede aquí contigo.

Ella asintió y agarró al perro por el collar que le habían vuelto a poner,
rascando al desliñado animal detrás de la oreja.

—Lo tengo. Ustedes tenga cuidado ahí arriba.

El equipo se enfiló hacia fuera. Seth empezó a seguirlos, pero ella soltó al
perro y se lanzó a pasarlo, bloqueando su camino.

—Eso va doblemente para ti —dijo en voz baja—. No quiero verte regresar


con algo más que un moretón. Y tengo la intención de comprobarte, también. A
fondo.

Sus manos delineando su cuerpo, hundiéndose en sus pantalones cortos… 173


Joder. El calor se reunió en la base de su columna vertebral y había una
notable, repentina falta de espacio en la parte delantera de sus pantalones. Él se
aclaró la garganta y dio un paso atrás, resistiendo la urgencia de ajustarse a sí
mismo.

—¿Tú no estás, uh, todavía enojada?

—Oh, lo estoy. Fuiste un completo idiota anoche.

Él hizo una mueca.

—Lo sé.

Phoebe acortó la distancia entre ellos y estrechó sus mejillas en sus palmas,
obligándolo a mirarla.

—Pero eso no significa que quiero verte lastimado, así que vuelve en una sola
pieza, ¿de acuerdo?

Él no estaba seguro de qué decir a eso; había pasado una eternidad desde que
alguien aparte de su familia se preocupara lo suficiente por él para importarle su
seguridad, así que en vez de responder, se inclinó y presionó sus labios a los de
ella.

No fue suficiente.

Él la agarró por las caderas y la atrajo contra él, inclinando la boca para un
mejor ángulo sobre los de ella. El beso hizo una serie de cosas extrañas en su
interior. Su pulso se disparo, lo hizo consciente de cada latido de su corazón, cada
expansión de sus pulmones cuando arrastraba el aire en su interior. Incluso el roce
de la ropa contra su piel era demasiada sensación. Él se sentía a la vez frío y
caliente, cubierto de piel de gallina, y la oleada de calor a lo largo de su columna
vertebral se unió en sus testículos como una necesidad dolorosa. Había pasado
mucho tiempo desde que él había estado en el interior de una mujer. Si medio se le
hubiese dado una oportunidad, él la habría desnudado justo ahí en la casa
abandonada, enterrándose a sí mismo en su cuerpo dispuesto, y pasado las
siguientes horas saciándose.

Está bien, varios minutos. Había pasado un largo tiempo y su capacidad de


resistencia, probablemente, no era lo que solía ser, pero no importaba en este
momento porque él tenía una misión y ella iba a quedarse aquí, donde era seguro.

Tal vez cuando esto terminara…


174
El pensamiento lo hizo sacudirse hacia atrás de sorpresa.

Phoebe abrió los ojos y escudriñó su rostro.

—¿Qué está pasando dentro de esa cabeza tuya?

Eso le gustaría saber a él. En los tres años desde que fuera tomado cautivo,
había vivido hora a hora, día a día, sin pensar en el futuro. Porque antes de
AVISPONES, no tenía futuro. E incluso entonces había visto su trabajo con el
grupo como un puente inestable, siempre balanceándose, constantemente al borde
del colapso. Se había despertado cada mañana esperando que Gabe llamara y le
dijera que su última metedura de pata era la última.

Phoebe era constante. Ella era sólida y real, un punto focal en el que él podía
fijarse. Él tenía un futuro con ella. Probablemente no iría más allá de una noche
juntos, tal vez una aventura, pero eso no importaba. Ella le daba algo a lo que
aspirar.

Bajó la cabeza otra vez y puso cada onza de reverencia que sentía hacia ella
en su beso.
—Harlan —gritó Gabe desde el exterior—. Nos estamos moviendo.

Maldita sea, él no quería moverse. Quería quedarse aquí por el resto de su


vida.

Cuando por fin se apartó, los ojos de Phoebe permanecieron cerrados, pero
una pequeña sonrisa jugueteó en las comisuras de su boca.

—Hmm.

Él rozó sus labios sobre su sien.

—Recuerda donde estábamos. Quiero retomarlo aquí cuando regrese.

—¡Harlan! —gritó Gabe de nuevo.

—Joder. ¡Aguarda!

Sus párpados se abrieron y sus ojos se volvieron todos suaves mientras ella
delineaba la línea de su mandíbula con un dedo, terminando en la hendidura de su
barbilla.

—¿Estás seguro? 175


—Sip. —Él tragó saliva. Su corazón estaba tronando en su pecho como si
acabara de correr una milla en cuatro minutos—. Me gustaría intentar lo de anoche
de nuevo. Sin la parte en la que me puse como loco.

Ella sonrió y empezó a decir algo, pero Marcus asomó la cabeza por la puerta
principal.

—Oye, Gabe se ha enojado.

Phoebe lo soltó y dio un paso atrás, sin dejar de sonreír.

—Mejor vete.

Él asintió y llegó a la puerta antes de que ella añadiera:

—También, me gustaría intentar lo de anoche, así que por favor mantente


seguro ahí.

Él no pudo evitar la sonrisa cuando se unió al equipo al frente y se inclinó


para recoger sus cosas. Cuando se enderezó, se dio cuenta de que todos lo miraban
como si acabara de salir de la casa completamente desnudo. Y a pesar de que
estaba completamente vestido, en ese segundo se sintió despojado. Expuesto.
—Muy bien, caballeros —dijo Gabe, cortando el momento incómodo en su
habitual manera sensata—. Vámonos. Tenemos una caminata por delante de
nosotros. Y, ¿Harlan? La próxima vez que te diga que te muevas, será muchísimo
mejor que te muevas. ¿Entendido?

—Sip —murmuró Seth y aseguró su equipo en su espalda. Saltó hacia arriba


y abajo varias veces para asegurarse de que nada tintineara o se soltara.

Los hombres se enfilaron detrás de Gabe.

Seth vaciló, mirando hacia atrás mientras cerraba la final de la línea. Phoebe
se arrodilló delante de la casa de barro, los brazos envueltos alrededor del perro
mientras los observaba irse. Su pañuelo en la cabeza caía suelto sobre los hombros,
su cabello un derroche de cobre en el moribundo sol de la tarde. Ya la temperatura
había bajado por unos diez grados, y la noche prometía ser una fría.

—Encuentra algunas mantas —le gritó—. No hagas un fuego. No querrás


correr el riesgo de llamar la atención sobre ti misma.

Ella asintió y levantó una mano en despedido.

Ella estaba a salvo aquí. 176


Respirando, Seth obligó a la paranoia a bajar y corrió para alcanzar al
equipo. Él tenía un trabajo que hacer y tenía que sacarla de sus pensamientos por
las próximas horas.

Distracción igualaba a muerte en estas montañas.


Capítulo 23

A primera vista, el antiguo puesto militar parecía fuertemente fortificado,


empotrado contra la montaña y rodeado por un alto muro de barro con alambre de
púas por los tres lados. Cuando había pertenecido a los estadounidenses,
probablemente había sido casi malditamente impenetrable, pero ahora la pared se
había derrumbado en varios lugares y gran parte de la alambrada había sido
eliminada, probablemente como chatarra. Uno de los cinco edificios del lado
interno de la pared había sido arrasado, y otro parado en ruinas maltrechas. Sólo el
más grande parecía estar en uso en este momento, y los otros dos se situaban
oscuros y silenciosos. Una estrecha carretera serpenteaba por la ladera de la
montaña desde el complejo y un 4x4 maltratado esperaba en la puerta principal.

Desde la posición elevad de Seth en un árbol a unos doscientos metros cuesta


arriba, contaba seis guerrilleros talibanes alrededor de una fogata en frente del
edificio principal, el cual estaba iluminado por dentro como el Times Square 19.
Parecían estar participando en algún tipo de festín, lo que no tenía sentido. Este no
era un día de fiesta y estos no eran hombres ricos, pero la disposición en la manta 177
delante de ellos era uno abundante.

A menos que fuera una última cena.

Los terroristas suicidas. Esos seis guerrilleros talibanes estaban preparándose


para convertirse en mártires.

Y probablemente había por lo menos seis hombres más en el interior del


edificio, ya que cada bombardero necesitaría un manejador, alguien para detonar a
distancia en caso de que los mártires se echaran atrás en el último segundo. Por lo
tanto, doce hombres por completo.

Seth se reubicó sobre su extremidad y exploró las estrechas rendijas de las


ventanas, esperando confirmar el número exacto para Gabe. Cuanta más
información, mejor será la probabilidad para el equipo, pero no podía ver nada
más que sombras y fugases movimientos.

19 El Times Square es una intersección de Manhattan (Nueva York). Está situada en la esquina de
la Avenida Broadway y la Séptima Avenida. Al igual que la Plaza Roja de Moscú, Piccadilly Circus
en Londres o la Plaza de Tian'anmen en Pekín, Times Square se ha convertido en un ícono mundial y
símbolo de la ciudad de Nueva York que se caracteriza por su animación y por la publicidad
luminosa.
Cada pocos minutos, el amortiguado pop de un arma de fuego se escuchaba y
los guerrilleros aclamaban una ovación.

El estómago de Seth se revolvió y el sudor humedeció su camisa a lo largo de


su columna vertebral. Lo que sea que estaba sucediendo en el interior de ese
edificio era feo.

Le dio unos minutos más hasta que el siguiente disparo envió un escalofrío
recorriendo su piel. Maldita sea, tenían que entrar allí y ver a qué; o a quién, esos
tipos le estaban disparando. ¿Y si estaban usando al sargento Hendricks como
prácticas de tiro? O peor.

La desaparición de los aldeanos realmente le molestaba.

Y el zumbido paranoico en la parte posterior de su cerebro no se quitaría, sin


importar cuán enfáticamente le dijera que dejara de joder.

Tenía que hablar con Gabe, pero habían sido ordenados en un silencio de
radio. Ellos no tenían canales seguros y no podían correr el riesgo de que los
talibanes escucharan, dejándolo con sólo una opción: tenía que abrirse paso hasta
la posición de Gabe.
178
Esperar más tiempo para atacar el complejo era un enorme error de cálculo.

Se colgó el fusil a la espalda, saltó del árbol y aterrizó con mucho más ruido
del que esperaba. Se agachó en la base del árbol y contuvo el aliento, escuchando
cualquier cosa fuera de lo común.

Excepto por otro disparo y las aclamaciones desde el recinto, la montaña


estaba en silencio.

Se movió lentamente, abriéndose paso a través de la densa maleza hasta que


otro disparo lo detuvo en seco. Fue seguido por un segundo, luego una pausa y
dos más en rápida sucesión.

Y ¿eso fue… un grito? Débil, se extendió por los {rboles como el lamento de
un fantasma. El vello en la nuca de Seth se erizó.

Ellos estaban torturando a alguien allí abajo; más probablemente al sargento


Hendricks.

Y al paso que se estaba moviendo, no iba a llegar hasta Gabe antes de que el
tirador se quedara sin objetivos. Miró a su alrededor, en busca de otras opciones. A
la tenue luz de la luna medio llena, vio la gruta donde se suponía que Jean-Luc
estaba escondido. Dejó caer su mochila y caminó agachado hacia la boca de la
pequeña cueva.

—Cajún —susurró—, aproximándome a ti

—Entendido. —La voz de Jean-Luc salió flotando, sonando como un eco.

Un segundo después, se pegó contra la pared de la cueva al lado de Jean-Luc.


Un arroyo de montaña se precipitaba en algún lugar cercano, pero sin el beneficio
de la luz de la luna, estaba demasiado oscuro para ver el agua. El frío rocío
empañaba su rostro sin embargo, y la caverna amplificaba el sonido, lo que
proporcionaba cobertura perfecta para sus voces.

Jean-Luc le tocó el hombro.

—¿Qué pasa?

—Necesito tu bufanda.

—¿Puedo preguntar por qué? —Incluso mientras lo decía, él comenzó a


desenrollar la tela de su cuello—. Pagué una buena cantidad por esto.

—Voy a envolverla en mi cabeza y caminar al complejo como si fuera de allí. 179


Jean-Luc se quedó helado.

—¿Repítelo? —Sin duda él tenía esa expresión en su rostro de, estas-jodida-y-


completamente-loco, demasiado oscuro para decirlo con seguridad, y en todo caso,
Seth estaba acostumbrado a ver esa expresión dirigida a él. Ya no le molestaba.

—Ya me has oído.

En lugar de tratar de convencerlo de lo contrario, Jean-Luc simplemente


chasqueó la lengua y le entregó el pañuelo.

—Tienes pelotas, mon ami.

En realidad no. La idea de caminar a las manos del mismo grupo que lo
torturó durante quince meses lo tenían temblando en sus botas, pero no veía
ninguna otra opción.

—No podemos asaltar el lugar. ¿Ves el festín que han preparado? Es su


última cena. Esos hombres se están preparando para hacerse mártires. No tienen
nada que perder y nos mataran. Pero tenemos una ventaja. Yo conozco a estas
personas. Me pasé más de un año viviendo con tipos como ellos. Puedo hacerme
pasar por uno de ellos el tiempo suficiente para entrar y crear una distracción para
darles una oportunidad de agarrar a Hendricks.

—¿Estás seguro de que está ahí?

—Sí. —No podía explicar cómo, pero sabía que Zak Hendricks estaba
detenido en algún lugar dentro de esa pared en ruinas, al igual que él sabía que
esta era su única oportunidad de sacarlo.

Finalmente, Jean-Luc se encogió de hombros.

—Hey, todo está bien conmigo. Adoro una buena misión suicida. Pero —
añadió, arrastrando la voz—, dudo que Phoebe vaya a sentir lo mismo cuando le
diga que fuiste y te dejaste matar.

Phoebe.

Jesús, ni siquiera había considerado…

Y no podía empezar ahora.

180
Endureciendo su corazón contra el dulce recuerdo de sus labios en los suyos,
rápidamente envolvió la bufanda en su cabeza y la cara.

—Sólo avísale a Gabe. Dile que hay por lo menos doce hombres en su
interior, tal vez más.

Jean-Luc silbó entre dientes.

—Sabes que si sobrevives a esto, él te va a matar.

—Sí, bueno, tendrá que ponerse en la fila.

***

Ninguna cantidad de entrenamiento en el mundo podría haber preparado a


Zak para la cantidad de dolor en el que estaba. Moverse dolía. Respirar dolía. Creía
que hasta parpadear dolía, si su ojo izquierdo no estuviera cerrado por la
hinchazón y el ojo derecho no se lo tuviera abierto con cinta adhesiva.

Lo que sea que estaban a punto de hacer, no querían que se lo perdiera.


Adelante, pensó. No podían hacerle mucho más daño y él no iba a hablar, así
que lo que sea que habían planeado…

El segundo al mando de Siddiqui, un frío bastardo que se hacía llamar


solamente por el nombre de Askar, o "soldado" en inglés, entró en la habitación,
arrastrando algo detrás de él.

No, no algo, Zak se dio cuenta cuando su ojo bueno se enfocó. Alguien. Un
anciano frágil con los ojos hundidos y sin dientes.

Askar agarró una silla que estaba contra la pared y la colocó justo enfrente de
Zak, luego obligó al hombre a sentarse. Sacó una pistola de debajo de su túnica y
apuntó a la sien del sollozante hombre, luego observó a Zak sin siquiera un atisbo
de emoción.

—¿Quién eres traidor?

Así que habían renunciado a torturarlo a él para obtener información. Ahora


se movían hacia la población civil. Cristo Todopoderoso.

—Déjalo ir. —Con su lengua tan seca que se pegó al cielo de su boca,
encontró difícil de articular las palabras en pastún, pero moriría antes de 181
pronunciar una palabra en inglés en frente de estos hombres. No podían saber que
era estadounidense. Eso era todo lo que había.

Askar ni siquiera parpadeó cuando apretó el gatillo. Zak trató de apartar la


mirada, pero Askar agarró un puñado de su cabello y le obligó a mirar.

Una y otra vez, un aldeano tras otro. Un círculo de preguntas, las negativas, y
la muerte. Y luego trajeron a una mujer. Ella era joven y agarraba a un niño contra
su pecho.

—No lo hagas —susurro Zak con un nudo en la garganta.

Askar apretó la pistola a su sien.

—¿Para quién trabajas?

Zak casi se rompió. Él abrió la boca para soltarlo todo, decirles todo, desde su
nombre a la razón por la que se había infiltrado para congraciarse con Siddiqui. Él
podría tomar todo el dolor y la humillación que le lanzaran, pero no podía
quedarse de brazos cruzados mientras que las mujeres y niños eran asesinados a
sangre fría.
Pero la mirada en el rostro de Askar mientras sostenía la pistola en la sien de
la mujer paró a Zak de emitir un sonido. El pequeño y su madre estaban ya
muertos en los ojos de ese soldado. Todos ellos lo estaban, y nada de lo que Zak
dijera iba a cambiar ese destino. Él podría derramar todos los secretos de estado
que supiera, y aún sería incapaz de salvar a alguno de los habitantes del pueblo de
una bala.

—¡Maldito malparido! —Aprovechando una reserva de fuerza que no sabía


que tenía, le dio una patada con las piernas encadenadas. Su silla se desequilibró,
pero también le dio a Askar en las bolas, y la bala destinada a la mujer dio en el
techo.

—¡Corre!

Ella no escuchó. Se aferraba a su hijo, sollozando a grandes tragos.

Después de un momento, Askar se enderezó. Haciendo una mueca de dolor,


él no hizo caso a la mujer y al niño y cojeó hacia la silla volcada de Zak. Aún así, no
había atisbo de emoción. Ni ira, sólo una evaluación plana.

—¿Por qué te arriesgas a morir para salvar a una mujer que no conoces?
182
Zak apretó los dientes. La caída había enviado a su cuerpo ya-dolorido a
volar a nuevas alturas de dolor, pero no iba a dejarle saber cuánto daño se había
hecho a sí mismo. Se encontró con la mirada impasible del soldado con tanto
desafío como pudo reunir.

—Si no sabes aún la respuesta a eso, entonces eres incapaz de entender y


prefiero no perder mi último aliento explicándolo.

Askar se le quedo mirando, ojos oscuros sin pestañear. El bastardo castrado


emocionalmente realmente no entendía. Levantó la pistola.

Así que este era el final.

Zak esperaba que toda la cosa de "la vida pasando delante de sus ojos"
empezara, pero realmente no quería verlo. Él había hecho un montón de mierda de
la que no estaba orgulloso, como sabotear su matrimonio al salir del país cada vez
que podía, porque era demasiado cobarde como para decirle a Jillian que no estaba
funcionando. Y después pasando los últimos cinco años desde su divorcio
perdiéndose a sí mismo con cualquier mujer dispuesta que llegaba. También había
matado más veces de las que quería contar. Todo en nombre de la democracia y la
libertad, pero a veces la gente en el extremo receptor de sus asesinatos no habían
sido totalmente culpables de amenazar esos valores.

Pero había hecho mucho bien, también. Había servido a su país con lo mejor
de su habilidad y no lo había traicionado al derramar sus secretos. Cuando estaba
en casa, trataba de ser un buen hijo para sus padres, un buen hermano y tío. Y
había salvado a Tehani. Eso tenía que contar para algo, y sostuvo el rostro de la
chica en primer plano en su mente mientras esperaba por la bala que acabara con
su vida.

No vino.

—Entonces ya sabes —dijo Askar—, no salvaste a la mujer o a su hijo. Todo


este recinto y la aldea de abajo están a punto de ser arrasados por un ataque aéreo.
Y en caso de que te entretengas con las nociones heroicas…

El cañón de la pistola se alejó de su cabeza y se dirigió a su rótula.

183
Capítulo 24

Seth dejó a Jean-Luc y dio marcha atrás por la montaña a un cuarto de milla
antes de finalmente entrar a la carretera fuera de la vista de la puerta principal.
Caminó con frío propósito hacia el recinto, manteniendo su ritmo rápido, pero no
entró en pánico. Le dolían los músculos por el esfuerzo de no moverse
nerviosamente. Aparentar nerviosismo sería muy obvio para cualquiera que
mirara su aproximación.

Al final resultó que, nadie estaba vigilando, todos demasiado ocupados con
su comida o lo que estaba sucediendo en el edificio principal. Al menos no tenía
que preocuparse por un guardia de gatillo fácil acabando con él antes de que
lograra entrar. La puerta incluso estaba entreabierta como treinta centímetros.

Bueno, demonios. Tal vez el equipo podría haber allanado el lugar sin sufrir
ninguna baja. Estos tipos, obviamente, no estaban tan preocupados por la
seguridad.

Sorprendentemente, el corazón de Seth no se salió de su pecho mientras 184


caminaba por el patio abierto apenas a seis metros del comedor de los aspirantes a
mártires. Estaba calmado, centrado. Así que se centró en lograr entrar al edificio
principal, de hecho, estuvo a punto de escapar cuando uno de los hombres gritó
hacia él.

—¿Qué estás haciendo?

Se obligó a hacer una pausa cuando lo único que quería hacer era correr, bajó
la mirada hacia el hombre que había gritado e infundió su tono con impaciencia.

—Siddiqui me envió para asegurarse de que todo va según lo previsto.

A los hombres no pareció gustarles eso, quejándose de la misma manera en


que los hombres se quejaban de sus jefes en todo el mundo.

—¿Cree que no vamos a seguir adelante? —preguntó uno de ellos. Era tan
joven, ni siquiera lo suficiente para tener una barba completa, y tan dispuesto a
morir.

—No, él sabe que ustedes permanecerán fiel a la misión.

—Entonces, ¿qué dijo? —exigió otro.


—Él me dio un mensaje para ustedes —soltó Seth, el sudor empapando su
franela a pesar del frío de la noche. Todos ellos dejaron de comer y parecieron
interesados en lo que tenía que decir.

Mierda. ¿Y ahora qué? Su respuesta intuitiva era intentar convencerlos de que


el plan había sido cancelado, pero dudaba de que fuera a funcionar y mentalmente
se lanzó por otra cosa. Sólo una cosa más le vino a la mente:

—Y matarlos dondequiera que los encuentres, y expúlsalos de donde te


hayan expulsado; porque aguantar la opresión es peor que la masacre; pero no
luches contra ellos en la Mezquita Sagrada, a no ser que primero te ataquen allí;
pero si te atacan, mátalos. Tal es la recompensa de aquellos quienes suprimen la fe.

El pasaje del Corán provocó una ronda de aplausos y se tragó una oleada de
bilis. Vomitar no sería un buen plan, pero esas palabras habían sido machacadas en
él durante cuatrocientos sesenta largos días y decirlas ahora hicieron que su
estómago amenazara con revolverse.

Uno de los hombres se levantó.

—Nos sentimos honrados de ofrecer nuestras vidas si esto significa el fin de


la opresión de los infieles. 185
—Y Alá recompensa a los fieles. —Sus labios estaban entumecidos; su lengua
se sentía como madera—. Tengo preparativos de último minuto que ver. Vayan.
Disfruten de su comida.

Sin esperar una respuesta, se lanzó en el interior. Tan pronto como estuvo
solo, se dobló por la cintura, tragando compulsivamente para evitar retomar su
último batido de proteínas. Sus captores habían utilizado ese versículo y otros
como ese para justificar las cosas que le hicieron, al igual que los hombres al frente
la usaban para justificar el asesinato de quién sabe cuántos inocentes.

Después de su rescate, había leído el Corán de principio a fin, y encontró


consuelo en el hecho de que en realidad no promovía el terrorismo. Igual que los
extremistas cristianos que tuercen la Biblia para satisfacer sus propósitos, sus
captores habían tomado esos pasajes fuera de contexto y los esgrimían como armas
contra todos los no musulmanes.

Enderezándose, tomó aire por la nariz y lo dejó escapar en un largo suspiro.


Todavía tenía un trabajo que hacer, una distracción que crear.
Metió la mano bajo la túnica holgada y encontró una de las granadas en su
cinturón. Le quitó el seguro, se volvió hacia la puerta, y volvió a vivir sus días de
fútbol mientras lanzaba la granada en medio de la cena de los aspirantes a
mártires. Él medio pensó que conseguiría una especie de perversa satisfacción del
acto, pero al escuchar los gritos de pánico en los segundos antes de que la granada
explotara, se imaginó el rostro sin barba del joven y deseó infernalmente que las
cosas pudieran haber sido diferente para la chico.

Disparos salpicaron el lado del edificio. Y aquí llegaba el enjambre de


AVISPONES, justo en el momento correcto.

Un hombre con una negra barba salvaje salió dando tumbos de un cuarto por
delante, arma en mano.

—¿Qué está pasando? —gritó—. ¿Ha empezado? ¡Es demasiado pronto!

Seth agarró al tipo por la túnica.

—¡Estamos bajo ataque!

Él parpadeó como si no entendiera y abrió la boca, pero todo lo que salió fue
el sonido de un humph cuando Seth metió un cuchillo en su corazón y lo dejó 186
deslizarse hasta el suelo.

Otro hombre salió al pasillo y esta vez, Seth no se molestó en el papel de


amigo. Agarró la AK-47 del muerto y levantó el arma.

—¡Baja el arma, hijo de puta! ¡Las manos arriba!

El hombre giró en su dirección y sus ojos se encontraron. Su dedo se congeló


en el gatillo.

Algo en esos ojos muertos, mirando desde el interior sobre una barba espesa
de color marrón oscuro…

Conteniéndose a sí mismo antes de que se deslizara al pasado, apretó su


dedo. El Barbudo esquivó la bala y corrió internándose más en las entrañas del
edificio. Seth lo dejó ir, y tomó un segundo para conseguir centrar correctamente
su cabeza.

Mierda. Ese momento de vacilación podría haber sido el último.


Probablemente debería haber sido su pasado, pero por alguna razón, el Barbudo
no había apretado el gatillo tampoco.
La puerta se sacudió a sus seis y él se dio la vuelta, listo para disparar hasta
que vio a Marcus y a Jesse. Bajó la boca del cañón hacia el suelo y levantó una
mano.

—¡Aliado!

—Hermano —dijo Marcus, bajando su propia arma—. Estás jodidamente


loco.

—Hey, logramos entrar, ¿no?

—Gabe está que escupe clavos —dijo Jesse.

—No lo dudes. —Se apartó de ellos y levantó su arma de nuevo para


adentrarse más en el edificio—. A mí. No he limpiado esta zona todavía.

—Entendido —dijeron al mismo tiempo y se apiñaron detrás de él. Una por


una, comprobaron cada habitación en el pasillo. La mayoría estaban vacías con un
olvidado escritorio ocasional o algún otro residuo de la vida anterior del edificio
como un puesto de avanzada estadounidense. A veces encontraron sacos de
dormir o pilas de herramientas, pero sin más guerrilleros talibanes.

El pasillo terminaba en un conjunto de puertas dobles y en forma de T desde


187
allí. Despejaron las dos alas cortas, sin encontrar nada, excepto una salida lateral
abierta, la cual aseguraron, y luego se reunieron de nuevo en el centro. A juzgar
por las palabras impresas en las puertas, la habitación en el otro lado era el antiguo
comedor. Algún fan de Los Muertos Vivientes hace mucho tiempo había pintado con
espray "No Abrir". Muerte en el interior de las abolladas puertas metálicas.

—Espera —dijo Marcus cuando Seth estiró la mano para probar la manija—.
¿No crees que…?

—¿En serio? —Jesse le dio un golpe en la parte trasera de la cabeza—. Miras


demasiada televisión, compañero.

—Sólo digo. —Hizo la señal de la cruz sobre su pecho y dio un gran paso
hacia atrás.

—No sabía que eras un hombre religioso, Marcus. —Seth intentó abrir la
puerta. Estaba atascada. Se echó al hombro su fusil y lanzó todo su peso contra
ella.

—No lo soy —dijo Marcus—. Soy italiano. Y si los zombis salen a borbotones
de ahí, ustedes dos están por su cuenta. No tolero a los zombis.
La puerta cedió unos centímetros y Seth encontró su linterna y alumbró a
través de la grieta. Había muertos en el interior; sólo que no del tipo caminante. Al
menos diez cuerpos que podía ver cubrían el suelo. Uno de los hombres había
vivido lo suficiente para arrastrarse hasta la puerta, pero había sucumbido a sus
heridas centímetros de la libertad y su cuerpo ahora la bloqueaba.

—Chicos, creo que encontramos a los aldeanos desaparecidos. Ayúdenme a


empujar.

Marcus y Jesse añadieron su peso y juntos, lograron mover el cuerpo lo


suficiente para deslizarse al interior.

Jesse comprobó el pulso del hombre antes de sacudir la cabeza y pasar por
encima del cadáver.

—Comprueben si hay sobrevivientes.

—Nada —dijo Marcus, un momento después.

—Ninguno todavía. —Seth se apartó del cuerpo de un hombre viejo,


divisando otro encadenado a una silla volcada a unos pocos metros de distancia, y
se dirigió hacia ella. La sorpresa lo recorrió cuando una pequeña cabeza asomó 188
sobre el hombro del hombre.

—Espera, tengo movimiento por aquí. Maldición, es un niño. Un niño


pequeño. Y una mujer. Tengo dos sobrevivientes.

Sollozando, el chico abrió los brazos. Seth lo levantó y lo pasó a Jesse, quien
se encargó del niño, ya que sólo un padre con experiencia podría, murmurando
suaves palabras de consuelo mientras revisaba por lesiones.

—Está sano —dijo Jesse—. ¿La madre?

Seth se puso en cuclillas frente a ella y le habló en voz baja en pastún. Ella
miraba sobre su hombro, sin comprender.

—Viva, consciente, pero en un estado grave de shock.

Jesse asintió y se arrodilló para atenderla.

—Marcus, llévate al chico de aquí, y luego vuelve por la mujer.

Marcus manejó al chico con mucho menos confianza, pero tuvo cuidado de
mantener su cara apartada de la carnicería mientras cruzaba la habitación.
—Tiene que haber más aldeanos en alguna parte —dijo Seth después que el
chico estuvo fuera del alcance del oído—. Tal vez incluso sobrevivientes. Tenemos
que mantener…

El hombre atado a la silla a sus pies gimió.

Seth se giró y utilizó su pie para empujar la silla de su lado. Incluso a pesar
de la cara estropeada del hombre, lo reconoció al instante.

—Es Hendricks. ¡Jesse! El sargento Hendricks está aquí. —Se arrodilló y


comenzó a trabajar en las cuerdas que sujetaban a Zak a la silla. El tipo había
recibido una paliza y una de sus piernas era una pulpa sangrienta en la rodilla.

Jesse le echó un vistazo y juró.

—Necesito mi bolso. Mantenlo estable y hablando. —Luego alzó en brazos a


la mujer y se fue, dejándolos solos en medio de la carnicería.

—Hey, Zak. Mi nombre es Seth. Estamos aquí para llevarte a casa, ¿de
acuerdo?

Un oscuro ojo inyectado de sangre se abrió en un revoloteo. Un pedazo de


cinta adhesiva estaba pegado a sus pestañas, y Seth lo quitó cuidadosamente.
189
—¿De qué rama eres? —susurró Zak.

—Marines —respondió Seth automáticamente, luego hizo una mueca y


añadió—: Bueno, solía serlo.

—Me dijeron… operación completamente negable. Pensé… nadie… iba a…


venir.

—Nadie oficial, pero no estamos trabajando para el gobierno. Greer Wilde


nos ha enviado.

El fantasma de una sonrisa se mostró en los labios hinchados y agrietados de


Zak.

—Debería haberme imaginado que él no me dejaría atrás. Esos Wildes son


buenos tipos. Todo el lote completo. —Hizo una mueca cuando sus ataduras se
soltaron y sus manos cayeron como piedras al suelo—. Dile a Greer que no le di
una maldita cosa a Siddiqui. Sin importar lo que hicieron sus hombres… no hablé.
No hablé.
—Te creo. —Una mirada a la habitación y a la condición de Zak, decía mucho
de su lealtad. Nadie que lo viera ahora podría dudar de él, y el respeto de Seth se
disparó a las nubes. No era fácil mantenerse firme bajo tortura. Seth, seguro como
la mierda que no lo había hecho.

—Hey. —Agarró la cara de Zak en sus manos sucias cuando la cabeza del
soldado colgó lánguida—. Hey, hombre, le dirás eso a Greer tu mismo. ¿Bien? Yo
sé lo fácil que sería darse por vencido ahora mismo. Lo sé. He estado donde te
encuentras. Te sientes a salvo y piensas, "Está en manos de otra persona ahora".
Pero dejas de luchar ahora y nunca volverás a ver suelo americano.

Su parpado se abrió, pero él no estaba viendo a Seth. Miraba fijamente a un


punto en el techo y por un horripilante minuto, se quedó tan quieto que Seth pensó
que lo habían perdido.

Luego parpadeó y tomó aliento.

—¿A salvo?

Oh, mierda. Seth se tragó el nudo en su garganta.

—Sí, hombre. Estás a salvo. 190


—¡No! —Él se sentó de golpe, sus dedos clavándose en el bíceps de Seth—.
No es seguro. No es seguro en absoluto. Tenemos que irnos. Tenemos que tomar a
los aldeanos y al chico y salir. Siddiqui va a bombardear este recinto y el pueblo.

Cada célula de Seth se congeló al instante.

—¿Qué quiere decir con que va a bombardear la aldea?

—Él quiere que se vea como un ataque estadounidense.

—¿En la aldea Niazi, de donde todas estas personas vinieron?

Zak miró a los cuerpos como si estuviera viéndolos por primera vez y las
lágrimas se escaparon de su ojo bueno.

—Él los está castigando por esconder a Tehani.

—¿Cuándo?

Zak miró hacia las estrechas rendijas que servían de ventanas. El cielo se
había puesto de un color azul-gris pálido e hizo una mueca.

—Al amanecer.
***

Askar se aplastó contra un árbol cuando toda la montaña tembló bajo sus
pies. El ataque aéreo, justo a tiempo. Él echó una mirada hacia arriba, vio al
complejo recibir dos bombas más, y se preguntó si los americanos estaban todavía
en el interior; especialmente el que no había sido capaz de disparar. Todo en él se
había rebelado ante la idea de matar al hombre y no podía entender por qué.
¿Quizás porque el rostro que había visto en el soldado había pertenecido a un
hombre muerto?

Con manos temblorosas, levantó el borde de su túnica y limpió la capa de


sudor en su frente, luego se quedó mirando hacia el recinto de nuevo.

Un fantasma.

Acababa de encontrarse cara a cara con un fantasma de… ¿dónde? ¿Su


pasado? Pero él no tenía un pasado. Su mente corría, luchaba por armar las piezas
irregulares de memoria que de alguna manera se sentía tanto reales como 191
imaginaria.

Un fantasma.

¿Un amigo…?

No. No, eso no estaba bien. Sus amigos estaban todos muertos, asesinados
por los americanos. Él sacudió su cabeza y se alejó tambaleándose del árbol.

Tenía que reportar el ataque a Siddiqui. Y esperar como el infierno que no


arremetiera por la violación de la seguridad.
Capítulo 25

El corazón de Seth se alojó en su garganta mientras coronaba la cima donde


habían dejado los caballos. Había oído las bombas golpear la instalación detrás de
él, todavía podía oír los motores de los aviones zumbando a medida que
desaparecían sobre la montaña, pero esperaba que la aldea…

La aldea había desaparecido, nada más que un montón de escombros se


propagaba a través del valle.

Llegaba demasiado tarde.

No. No, no aceptaría eso. Tal vez Phoebe no había estado en la casa. O,
posiblemente, ni siquiera en el pueblo. Ella no tenía la mejor trayectoria con
respecto a escuchar órdenes, así que podría haber estado vagando por ahí,
tomando fotos, completamente ajena a lo aterrado que estaba ahora.

Y el perro estaba vivo, caminando entre los escombros. Eso tenía que
significar que Phoebe salió a tiempo, también. 192
Él ahuecó las manos alrededor de su boca.

—¡Phoebe!

Sin respuesta.

Se deslizó por la ladera, saltando sobre las rocas y trozos de barro que solían
ser la pared de la sala de estar de alguien. El perro lo persiguió, ladrando,
pisándole los talones, como si le dijera que fuera más rápido. Patinó hasta
detenerse frente a lo que quedaba de la casa de la familia de Tehani.

—¡Phoebe!

Nada.

Acostándose en el suelo, miró a través de un pequeño agujero entre los


escombros. No podía ver absolutamente nada.

—¡Phoebe!

Todavía no había respuesta.

Mierda, mierda, mierda.


Tenía que agrandar el agujero. Tenía que ir allí y sacarla infernalmente
rapido. Comenzó a cavar con las dos manos, apartando trozos de madera y otros
residuos. El perro bailaba a su alrededor, tirando de su pierna del pantalón.

La estructura se estremeció y grandes tablillas de barro seco cayeron de las


paredes forzándole a retroceder. El techo se movió peligrosamente, piezas
llovieron. Una columna de polvo se disparó en el aire cuando la casa se movió,
colapsó sobre sí misma, y se asentó.

A la mierda. Destrozaría el lugar pieza por pieza si tenía que hacerlo, pero iba
a sacarla de allí. Cavó más rápido, con las manos recubiertas de polvo y sangre de
las heridas que se abrían en sus nudillos y palmas. No importaba. Había sufrido
peores dolores. Lo único que importaba era conseguir sacar a Phoebe.

Le había prometido a Gabe que cuidaría de ella.

Varios pares de manos se cerraron alrededor de sus tobillos y lo arrastraron


lejos de la casa. Lejos de Phoebe.

No, él no podía dejarla. Estando con ella… por primera vez en años, había
sido capaz de simplemente vivir. Se había sentido vivo y entero cuando estaba con
ella y no renunciaría a ella. Era su conexión con la humanidad, con la vida. Lo 193
bueno para apaciguar las piezas corruptas de su alma.

—¡Phoebe!

Ninguna respuesta.

Excepto las manos sobre él, tirando de él hacia alguna parte en contra de su
voluntad.

Dentro de su mente, el pasado chocó con el presente y gritó hasta que su voz
dejó de funcionar. Todavía estaba en cautiverio. Nunca había sido rescatado y esas
manos sobre él no eran amables. Ellos lo arrastraban hacia el centro de la aldea
para seguirle humillando, para más torturas. Todo lo demás, sus nuevos
compañeros, la misión para rescatar a un soldado en cubierto, el sabor del beso de
Phoebe; todo había sido nada más que un truco cruel de su imaginación.

Alguien se puso en cuclillas en frente y él atacó. El hombre se agachó y su


sombrero de vaquero salió volando.

Espera. ¿Sombrero de vaquero? No era un turbante.

Seth parpadeó.
Durante mucho tiempo, no pudo dar sentido a la cara que sus ojos le
mostraban. Una mandíbula fuerte cubierta con el rastrojo de varios días. Amables
ojos azules. Cabello castaño recogido en una cola de caballo. No era uno de sus
captores. Cuando su cerebro finalmente comprendió y asignó un nombre a la cara,
la vergüenza ardió como un carbón encendido en sus entrañas. JesseWarrick. Un
amigo. Algo así.

—Oye. Oye. —Jesse chasqueó los dedos delante de su cara—. Seth.


Concéntrate en mí. ¿Estás de nuevo con nosotros? No me hagas sedarte, amigo.

Era libre, tenía amigos. Libre.

Y sin embargo, su cuerpo se negó a escuchar a la lógica. Le tomó cada onza


de autocontrol en él dejar de luchar en contra de su agarre, y sus músculos se
retorcieron con la inactividad forzada.

Jadeando, miró las caras sombrías que lo rodeaban. Gabe sostenía sus brazos
retorcidos a su espalda en un ángulo doloroso y Jean-Luc y Marcus cada uno
tenían una de sus piernas clavadas a la tierra. Una vez más, recuerdos de ser
contenido amenazaron con destrozarle la cordura en pedazos, pero él aguantó,
centrado en el aquí y ahora. 194
Amigos.

Estos eran los chicos buenos.

Los. Chicos. Buenos.

Su mirada se fue bruscamente a la casa derrumbada.

—¿Phoebe?—graznó con una voz que no sonaba como la suya—. ¿Dónde


está?

El agarre de Gabe se aflojó.

—No sabemos —dijo. ¿Y eso era comprensión en su tono?—. Pero la casa se ha


ido, Seth. No hay manera de entrar.

—Estoy bien ahora. Déjenme ir. —Las manos que le sostenían se apartaron y
se puso de pie, con los ojos clavados en la pequeña abertura que había tratado de
agrandar.

Vamos, Phoebe. Sal de ahí.


Lo que quedaba de la casa se movió de nuevo, más losas de barro se
derrumbaron en el interior.

La desesperación lo puso de rodillas al mismo tiempo que un viento frío se


deslizaba por la montaña y pateó remolinos de polvo en el aire a su alrededor. Sus
ojos se humedecieron, pero se negó a mirar a otro lado.

Los hombres murmuraban a sus espaldas. Él no les hizo caso. Pero entonces
Gabe, de todas las personas, se instaló a su lado en el suelo.

—Sé lo que estás sintiendo en este momento —dijo Gabe suavemente—.


Durante nuestra última misión, pensé que perdí a Audrey.

Seth no se molestó en echarle un vistazo.

—Pero no lo hiciste.

—No. No lo hice.

—Y yo no he perdido a Phoebe. Ella todavía está allí. No sé por qué, por qué
no me responde, pero, ella saldrá. —Tendría esperanza, como ella le había dicho, y
se aferraría a ella con cada célula de su ser porque esa protectora, inteligente y
valiente mujer era la primera cosa buena que había entrado en su vida en un
195
tiempo muy largo.

Estúpido de él necesitar de tanto tiempo para verlo, pero se aseguraría


absolutamente de que ella supiera que si; no, tenía que tener esperanza. Cuando la
sacaran.

—Lo siento tanto, Seth. —Gabe le apretó el hombro—. Tenemos que seguir
avanzando. Zak no está en condiciones de permanecer en estas montañas.

—Vayan. Yo no me voy de aquí.

Las palabras conjuraron otro flashback, uno que ahora se daba cuenta había
visitado muchas veces en sus sueños. Catorce meses después de su cautiverio, sólo
él y Omar Cordero quedaban. Despertar con los gritos espeluznantes que duraron
toda la noche hasta que sus captores finalmente arrojaron el cuerpo inerte de
Cordero a la habitación.

El aliento estertor de la muerte inminente.

Seth asegurándole que conseguirían liberarse.

No. Yo no me voy de aquí, teniente. Dile a Teresa que la amo y que lo siento.
Seth dejó caer la cabeza entre las manos. Nunca había ido a ver a la esposa de
Omar. Nunca le había dicho que los pensamientos finales de su marido habían
sido para ella.

No había sido capaz de salvar a alguno de sus hombres.

Y no podía hacer nada para ayudar a Phoebe.

Un entumecimiento horrible le inundó, similar a la fría indiferencia que había


sentido durante semanas después de su rescate.

—Se ha ido, ¿verdad?

Gabe exhaló lentamente, pero no respondió. Él no tenía que hacerlo.


Demasiado tiempo había pasado sin un sonido de ella y cada uno de los hombres
que estaban allí sabía lo que eso significaba. Si Phoebe estuviera viva y atrapada,
estaría pidiendo ayuda a estas alturas.

—¿Pero Zak? —dijo Seth con voz áspera—. Aún hay esperanza para él.

—Sí —dijo Gabe—. Todavía hay esperanza. Está en mal estado y


probablemente perderá su pierna, pero si lo llevamos a un hospital tan pronto
como sea posible, va a sobrevivir. Gracias a ti.
196
Enderezándose, Seth se limpió los ojos. Nadie se burló por las lágrimas, ni
siquiera Ian, que estaba de pie a un lado del grupo, con los brazos cruzados sobre
el pecho, mirando al suelo.

Increíble. De alguna manera Phoebe había logrado ganarse incluso a ese


imbécil.

Sólo eso servía para demostrar cuan realmente era de especial.

Él podía haberle fallado a Omar Cordero, pero, maldita sea, iba a hacer lo
correcto por Phoebe.

—Vamos a regresar por ella —dijo—. Ella no se quedará aquí. Regresaremos


con el equipo adecuado para escavar y sacarla.

Y si era lo último que hacía, se aseguraría de que el mundo llorara su pérdida


con él.
Capítulo 26

Kabul

Quinn se incorporó en la cama, cada sentido entrenado que tenia estaban en


alerta máxima. No podía poner su dedo en lo que le había avisado: la casa estaba
en silencio, todo el mundo profundamente dormido, y él no escucho ningún
sonido desconocido.

Pero algo.

Algo…

¿Qué?

Balanceó sus piernas sobre el borde de la cama y miró la hora en su teléfono:


cinco y veinte. Cuando había hecho su ronda hace veinte minutos, no había visto
nada fuera de lo normal, pero no iba a esperar otros cuarenta minutos para 197
comprobar de nuevo cuando cada fibra de su ser le decía que algo. No. Estaba.
Bien. Agarró su rifle y bajó por el pasillo hasta la puerta de Harvard.

Golpeó los nudillos contra la madera.

—Harvard.

Un golpe seco. Voces. Al menos dos, tratando de estar callados. Luchando.

¿Qué carajos?

El ritmo cardíaco de Quinn se acelero y levantó su arma, listo para irrumpir


en la habitación y acabar con cualquiera que estuviera en el otro lado.

La puerta se abrió y Harvard asomó la cabeza.

—Oh, Quinn. Hola. ¿Qué pasa? —Estaba sin camisa, mostrando los músculos
esbeltos que los últimos meses de entrenamiento habían añadido a su cuerpo
antes-palo-de-escoba, y su pantalón colgaba bajo en sus caderas, desabrochados.
Tenía el cabello revuelto como si él, o alguien más, hubiese estado pasando sus
dedos a través de él toda la noche.
Bueno, mierda. No es de extrañar que él no hubiera dado batalla por
quedarse atrás en el refugio.

Quinn cargo su fusil en el hombro.

—Puedes salir, Zina. Sé que estás ahí.

El rojo floreció a través de las mejillas de Harvard cuando Zina llegó a la


puerta en bata, con el cabello igual de desordenado, con los labios hinchados, las
mejillas enrojecidas por la barba incipiente.

—Uh… —dijo Harvard, frotando la parte posterior de su cuello como un


adolescente atrapado en el acto por el querido padre.

Quinn resopló ante esa imagen mental. Sí, claro. Como si él alguna vez
calificaba para ser el padre de cualquiera. Él levantó las manos.

—Sin juicios aquí.

Después de todo, ¿cómo podía tirar piedras después de su aventura de una


noche este verano con…?

Mara. 198
Maldita sea. Allí estaba de nuevo. Él había estado haciendo un buen trabajo
con bloquearla de su mente también.

—¿Pasa algo malo? —preguntó Zina, apretando la bata de baño en su pecho.


Si ella estaba en absoluto avergonzada, no lo demostró, pero tal vez eso se debía a
que la preocupación iluminó sus bonitas facciones.

—No lo sé —admitió Quinn—. Tengo esta sensación… y probablemente no


sea nada —añadió, cuando sus ojos se abrieron—. Sin embargo, quería a Harvard
para realizar una verificación de las cámaras de seguridad que instaló.

—Absolutamente —dijo Harvard—. Danos un minuto.

La puerta se cerró y Quinn escuchó sus murmullos, el inconfundible sonido


de un beso. Sí, tal vez él debía darles un poco más de espacio. Se acercó a la parte
superior de la escalera y miró hacia abajo a la primera planta oscura.

Harvard reapareció unos minutos más tarde.

—Las cámaras no muestran actividad.


Maldita sea. Haciendo una mueca, se frotó la sien donde un dolor de cabeza
comenzaba a palpitar. Si todo estaba seguro, ¿por qué se sentía tan incómodo?
Probablemente sólo es su cabeza agitada, inducida por un trauma, pero aún no se
sentía bien en volver a la cama.

—Voy a caminar por los jardines. Por si acaso.

—Muy bien —dijo Harvard—. Y ya que estoy despierto, echaré un vistazo a


algunas cosas en la red. A ver si no puedo desenterrar más información de
Siddiqui o la bomba que quiere comprar.

La culpa pinchó la nuca de Quinn.

—No, no hagas eso. Vuelve con Zina.

—Nah, eso ya pasó.

Lo dijo tan despreocupadamente, que Quinn se quedó boquiabierto por la


sorpresa. Nunca había vinculado a Harvard por el tipo de una sola noche. Esa fue
más la especialidad de Jean-Luc. Y la suya.

—¿Tu relación acaba de empezar?


199
—No es una relación. Tuvimos sexo y ahora se acabó. ¿Qué? —le dijo a la
defensiva cuando Quinn siguió mirando—. Es una liberación de estrés
perfectamente natural si ambas partes conocen y están de acuerdo con los términos
en los que entran.

—Lo haces sonar como un… contrato de préstamo. Es sexo.

—Lo qué es una especie de contrato entre dos adultos de consentimiento


sexual.

Quinn parpadeó. No podía entrarle en la cabeza ¿Dónde diablos aprendió


este chico sobre polvos, de un libro de texto de Derecho?

—Pero es sexo. Nunca es así de ordenado y limpio. Es sucio y áspero y las


consecuencias son…

Ahora era Harvard quien parpadeaba hacia él como un búho, y se dio cuenta
que estaba revelando mucho más sobre su propia jodida vida sexual que educando
a Harvard sobre lo que debe ser una relación sexual saludable.

—Uh, ¿podemos pretender que toda esta conversación nunca sucedió?


—Sí —dijo Harvard, arrastrando la voz—. Funciona para mí. Yo te haré saber
si dejo caer algo m{s…

Una campana sonó en la habitación de Harvard y corrió hacia ella. Quinn


esperó un segundo, y luego comenzó a ir hacia la planta baja cuando no parecía
que volvería.

—Espera —dijo Harvard, llegando a la parte superior de las escaleras. Agitó


un papel en una mano y sonrió—. Tengo asegurado el auto de Siddiqui. Está
situado en el estacionamiento de un restaurante a sólo poco más de tres malditos
kilómetros de aquí. ¿Qué te parece si vamos a implantar un rastreador en esa
cosa?

200
Capítulo 27

Cristo, había tanta muerte en estas montañas. Tantos cuerpos, los suficientes
para perseguir los sueños ya con problemas de Seth durante siglos.

Su garganta se cerró cuando estaba junto a su caballo en la colina que


dominaba la aldea destruida. Tan pronto como Jesse lograra estabilizar a Zak y
alistara para viajar, estarían partiendo. Y entonces…

No. Se dio la vuelta y siguió ensillando su caballo. No podía pensar en


Phoebe, tenía que centrarse en otra cosa. No tenía la capacidad para lidiar con el
borde afilado de la pena que amenazaba con cortar el entumecimiento de shock.

Entonces lo vio. La alforja llevando la ropa de Phoebe, su cámara. Ella nunca


tuvo la oportunidad de recuperar nada de eso…

Entonces ¿por qué colgaba abierta?

¿Quién coño la había revisado?


201
Él hizo un barrido visual del contenido. Su bufanda, la roja que había usado
durante el viaje de Kabul a Asadabad, estaba desaparecida.

Un movimiento en la aldea de abajo le llamó la atención y él agarró el rifle, se


asomó a través de la mira.

Ian se abrió paso entre los escombros hacia el perro, que todavía no había
dejado su lugar en frente de una de las casas medio colapsadas, lo más probable es
que fuera la casa de su antiguo propietario. Y en la mano de Ian había un trozo
de…

La bufanda roja.

Moviéndose rápido y en silencio, Seth maniobró por la ladera y llegó a la casa


justo cuando Ian se inclinó sobre el pobre animal olvidado.

Él levantó su arma.

—¿Qué estás haciendo, sádico hijo de puta?

Ian miró hacia atrás con una ceja levantada.

—Tienes correctamente la parte del hijo de puta.


—Sí, no quieres jugar conmigo, Reinhardt. He tenido un jodido mal día.
Devuélveme la bufanda o término con tu miserable existencia, y va a ser una de las
pocas cosas por la que no voy a perder el sueño.

Ian le envió una sonrisa maliciosa y se arrodilló.

El dedo de Seth se tensó en el gatillo, pero luego se relajó cuando la cola del
perro se movió. Ian habló en voz baja y hundió las manos en el pescuezo del
animal, dándole al perro un buen masaje que lo hizo batir su espesa cola, y luego
sostuvo el pañuelo bajo la nariz del perro y dijo con firmeza:

—Phoebe. Eso es Phoebe.

Seth bajó su rifle.

—¿Qué estás haciendo?

—Tratando de darle el aroma de Phoebe. —Ian se quedó centrado en el


perro—. Lo que pasa es que he trabajado con algunos perros detectores de bombas
en el pasado y este chico no está entrenado, pero es inteligente y ya tiene un apego
a ella. Podríamos ser capaces de utilizarlo para encontrarla.

Los pulmones de Seth le dolían, su pecho tan apretado que respirar se


202
convirtió en una tarea.

—Está muerta —dijo con voz ahogada que no sonaba como la suya propia.
Miró al otro lado del pueblo hacia la casa de la familia de Tehani, ahora nada más
que un montón de escombros.

—Nadie puede sobrevivir a eso.

—No creo que ella estuviera en la casa de Tehani —dijo Ian y señaló con el
pulgar por encima del hombro—. Vamos, es Phoebe de quien estamos hablando.
¿De verdad crees que simplemente se sentaría y esperaría a que volviéramos? No.
Ella estaba explorando en busca de los habitantes del pueblo, y creo que estaba en
esta casa cuando las bombas cayeron. Es por eso que el perro no va a dejar este
lugar. Él sabe que ella está ahí.

Seth se quedó mirando la casa semi-derrumbada. La ruina no era tan grave


como la casa de Tehani y si Phoebe estaba atrapada dentro, Jesús, podría ser
recuperable. Una peligrosa burbuja de esperanza se expandió en su pecho.

—Haz lo que necesites. Detendré a Gabe.


***

Phoebe comenzó a despertarse ante un sonido fuerte de rasguño. Sus oídos


resonaban y un palpitante y vertiginoso dolor de cabeza le dio náuseas. Sangre,
mucha de ella, recubría su cara, obstruyen la nariz con el olor del cobre y la
muerte. Su lengua sabía a suciedad y estaba tan seca, pegada al techo de la boca.

¿Qué pasó?

Ella cerró los ojos, se esforzó por recordar… algo. ¿Había estado en algún tipo
de accidente? ¿Desastre natural?

No. No, eso no estaba bien. Ella estaba en Afganist{n…

Con Seth.

Había sido el último pensamiento a destellar en su mente antes de que su


inconsciencia se la tragara. ¿Dónde estaba él? ¿Estaba bien?

203
Levantó la cabeza. Le dolía endiabladamente, pero al menos todavía tenía
una cabeza para levantar, definitivamente una marca en la columna de los pros.
Sus brazos y piernas, todo parecía funcionar también, aunque dolorosamente. Otra
verificación positiva.

En la columna de los contra, no podía moverse más de unos pocos


centímetros en cualquier dirección. Tampoco su garganta reseca funcionaba lo
suficiente para formar una llamada de auxilio. Ella intentó una y otra vez, pero no
produjo ningún sonido. Le pánico recubría su lengua y empujó los escombros
bloqueándola. No quería morir. Aquí no. Así no. No cuando un hombre lleno de
cicatrices y torturado pasaría el resto de su vida ahogándose en la culpa por su
fracaso percibido por protegerla, a pesar de que no había manera de que pudiera
haber sabido…

Bomba.

Eso es correcto. Ella había estado buscando a través de las viviendas vacías,
en busca de pistas sobre el paradero de los aldeanos, cuando un avión había
dejado caer bombas sobre el pueblo.

Y a pesar de que Seth no podía saber que iba a pasar, iba a destruirse a sí
mismo si ella moría aquí.
Y no quería ni pensar en lo que haría a sus padres, su hermano pequeño.
Nate estaba en la secundaria, aún tan joven, y él nunca lo admitiría en voz alta,
pero él levantaba la vista hacia ella con la adoración de un héroe.

No iba a dejar caer a Nate. No dejaría a Seth autodestruirse.

Desesperada, arañó el barro. Excavado por todo lo que valía la pena y logró
mover un trozo de pared derrumbada. Un agujero se abrió, casi lo suficientemente
grande. Tal vez, si se aplastaba y se movía lentamente, podría ser capaz de
atravesarlo a la seguridad. O a otra prisión de barro. No tenía idea de lo que había
al otro lado, pero tenía que intentarlo y empujó hacia adelante con las piernas.

Dios, qué no daría por una botella de agua.

Más raspado sonaba desde fuera. Era el mismo sonido que la había
despertado y forzó sus oídos. Escuchando. Escuchando.

¿Seth?

Quería gritar su nombre, pero no importaba cuánto aire empujara fuera de


sus pulmones, lo mejor que podía hacer era el sonido de un pequeño gemido.

No espera. Ese gemido no era de ella.


204
Se movió y su pierna se topó con un cuerpo caliente, peludo. ¿Un perro? ¡Sí!
Él se deslizó a su lado hasta que estuvieron nariz a nariz y le dio una mojada
lamida de hola.

La alegría la atravesó. Tanque el Perro Maravilla. El animal increíble había


venido a buscarla. Lo abrazó fuertemente, se deleitó con la calidez de su abrigo
desaliñado. Él ladró entusiasmadamente y el sonido hizo que la cabeza le diese
vueltas, pero no le importó. No estaba sola.

Buen chico, Tanque.

Con dedos entumecidos, se desató el pañuelo de su cuello y lo ató alrededor


del perro. Ella lo empujó para que saliera. Le tomó varios intentos, pero finalmente
logró que el terco animal se meneara hacia afuera de la misma manera que había
venido. Observó su progreso, luego se contoneó hasta girarse y pudo ver el camino
que él había usado. Él había cavado un agujero en una de las pesadas losas de
pared que la había mantenido atrapada.

Oh, Tanque. Que chico tan brillante.

Besaría a ese perro cuando saliera.


Cada terminación nerviosa de su cuerpo gritaba mientras se empujaba a sí
misma a través del agujero, pero vio la luz y fue suficiente para mantenerla en
marcha. Entonces oyó la voz de Seth:

—Esa es su bufanda. Ató su bufanda alrededor de su cuello.

—Mierda —dijo alguien, ¿Ian tal vez? Pero, no, debía estar delirando porque
Seth e Ian se odiaban por razones que nunca había sido capaz de precisar. Y ella
iba a hablar con ellos sobre eso también. Podrían ser amigos. No sabía mucho de
Ian, pero tuvo la sensación de que tenían mucho más en común de lo que
cualquiera de ellos se daba cuenta. Tal vez si Ian tenía un amigo no sería tan idiota
todo el tiempo. Tontos hombres obstinados.

Caramba, estaba cansada. Y no importa lo lejos que se arrastrara hacia la luz,


parecía moverse más y más lejos.

Espera. ¿No se suponía que tenía que evitar la luz? Entrar en la luz era malo,
¿verdad?

Su cabeza se giró y se detuvo, apoyándola en su antebrazo. Realmente quería


un poco de agua y una manta caliente, pero se conformaría con una siesta. Una
siesta era buena. 205
—Necesitamos a Gabe. Y todos los demás. De alguna manera, tenemos que
levantar esta casa de ella. Phoebe, si puedes oírme, espera, ¿de acuerdo? Estamos
llegando por ti. Te lo prometo.

Seth.

Tenía que mantenerse en movimiento, si no era por su bien que fuera por el
suyo. Él no podía perder a otra persona que le importaba. Y él se preocupaba por
ella, incluso si no estaba dispuesto a admitirlo todavía. Ella se preocupaba por él
también, aunque no estaba dispuesta a admitirlo, tampoco. Pero tenían algo. Tal
vez incluso algo especial, algo que vale la pena.

Nunca lo sabría si se detenía ahora.

Reuniendo su última gota de fuerza, empujó hacia adelante con todo lo que
tenía y la luz de repente la cegó.

La luz del sol.

Era libre.
Manos fuertes agarraron sus muñecas y Seth la arrastró hasta fuera de la
suciedad y los escombros, hacia sus brazos.

—La tengo —gritó y la abrazó contra su pecho—. ¡Chicos, está viva y la


tengo!

Ella sonrió y clavó los dedos en la parte delantera de su camisa, enterrándose


en su fuerza y calidez. Mientras caía de nuevo en la inconsciencia, el mejor sonido
que jamás había escuchado en su vida la siguió.

Seth estaba riendo.

206
Capítulo 28

Aldea Akhgar

La próxima vez que Phoebe se despertó, estaba abrigada. Calentita, envuelta


en mantas y el olor de cuero y especias de un hombre familiar. Segura en el abrazo
de los fuertes brazos que la sujetaban cerca de un pecho duro. Bajo su oído, un
corazón vibraba lento y constante, arrullándola para volver a dormir.

Seth la tenía. Ella estaba bien ahora. Ambos estaban bien.

Cuando se despertó de nuevo, la cama estaba vacía, pero ella sintió una
presencia en la habitación con ella. No Seth. De alguna manera, lo sabía
instintivamente antes de que abriese los ojos. Aún así, no era un extraño.

Volvió la cabeza en la almohada y se encontró a Ian sentado en el suelo, con


las rodillas flexionadas, la espalda contra la pared. Su mano derecha descansaba en
la piel del perro que la había salvado.
207
Tanque, recordó nombrarlo. Tanque el Perro Maravilla.

Ian la miró y por primera vez vio algo más que un ceño fruncido o una mueca
en su rostro austero. Un lado de su boca se levantó y esos ojos casi negros, por lo
general tan llenos de ira, se suavizaron.

—Hey —dijo y se puso de pie. Tanque lo hizo también, y se quedó justo en


sus talones, mirándolo con adoración como si fuera el hombre más maravilloso del
mundo. Y tal vez él no era el más maravilloso, pero los perros eran conocidos por
ser buenos jueces de carácter, así que no podía ser del todo malo, ¿verdad?

Phoebe se empujó en posición vertical mientras él cruzaba para estar al lado


de su cama. Tanque puso sus grandes patas arriba en el colchón, pero luego miró
hacia Ian como pidiendo permiso. Ian silbó entre los dientes e hizo un gesto hacia
la cama. La cola del perro se movió y él saltó. Se acostó y avanzó lentamente hacia
adelante hasta que su nariz le tocó el brazo. El perro parecía limpio ahora,
saludable y feliz. Ian debió haberlo bañado.

Sonriendo, le frotó la cabeza.


—Te debo un beso, Tanque. —Ella se echó hacia atrás, sorprendida al oír el
croar que salió de su boca. ¿Esa era su voz? Mierda, sonaba horrible y trató de
aclarar su dolor de garganta.

Sin que se le pidiera, Ian cruzó la habitación hasta un paquete en el suelo, de


Seth, y encontró una botella de agua en uno de los bolsillos. Él incluso giró la tapa
antes de entregársela a ella.

Oh, Dios, el agua sabía increíble. No estaba fría, pero no le importaba y bebió
la mitad de la botella en un suspiro.

—¿Tanque? —preguntó él.

Ella asintió y se pasó una mano sobre su boca.

—Así es como lo llamé.

—Me gusta.

Le dio de vuelta el agua.

208
—Parece que le gustas.

—Sí, estúpido perro callejero. —Hubo un leve toque de afecto en su voz


cuando tapó la botella y la dejó a un lado. Rascó la oreja del perro—. Traté de
empujarlo de vuelta a los aldeanos, pero no se iba a quedar con ellos. No sabe lo
que es bueno para él, obviamente.

La cola del Tanque golpeó contra su pierna y le acarició el brazo con la nariz.
Levantó la mano y él se movió más cerca.

—No es estúpido. Él es leal.

—Sí —concordó Ian—. Lo es.

Ambos se quedaron mirando al perro durante varios largos segundos hasta


que Ian se removió incómodamente.

—Iré a buscar a Seth. No quería dejarte, pero ese explotador de Jesse le obligó
a conseguir algo de comida. Él no ha tocado nada desde que te encontramos.

¿Desde que la encontraron? Ay, caramba, eso no suena bien.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera?


—La mayor parte del día. Y aunque Jesse es un soberano idiota, él tenía
razón. Seth tiene que comer algo, mantener su fuerza. Estamos marchando de aquí
mañana a primera hora.

—¿Dónde estamos?

—De vuelta en Akhgar, pero los aldeanos están empezando a hacer ruidos de
que nosotros estamos alargando más de la cuenta nuestra bienvenida y Zak está lo
suficientemente bien para hacer el viaje.

—¿Encontraron a Zak Hendricks?

—Seth lo hizo. —Él vaciló—. También encontramos a los aldeanos


desaparecidos. Estaban todos muertos a excepción de una joven mujer, su nombre
es Darya, y su hijo. ¿Crees que el refugio en Kabul los aceptará?

¿Darya estaba viva? Oh, gracias a Dios. La garganta de Phoebe se cerró


incluso cuando el alivio la hizo sentirse débil.

—Zina no los echará. Son la familia de Tehani.

Ian asintió.
209
—Bien.

—Me gustaría verlos.

—Están a salvo y probablemente deberías descansar un poco más. Tenemos


una larga caminata.

—Ian —lo llamó mientras él le decía al perro que se quedara y se volvió hacia
la puerta—. ¿Por qué no te llevas bien con nadie? Seth, Jesse. Los dos únicos chicos
que pareces tolerar son Gabe y Quinn.

—No estoy aquí para hacer amigos.

—¿Por qué estás aquí?

Su mano, apoyada en el marco de la puerta, se apretó hasta que sus nudillos


se blanquearon de la presión. Se quedó en silencio durante tanto tiempo, que no
creía que contestara. Luego miró por encima del hombro y en sus ojos oscuros, vio
profundidades de la desesperación que no podía empezar a comprender.

—Porque no tengo otra opción.


***

Seth se topó con Jesse cuando abandonaba la habitación mientras se


apresuraba con el cabello todavía goteando de su baño rápido en el río cercano.

—¿Como está? ¿Está bien?

—Ella está bien —dijo Jesse. Parecía agotado, pero entre el cuidado de Phoebe
y Zak, tenía todo el derecho a estarlo—. Está magullada y dolorida, pero la verdad,
esta un millón de veces mejor de lo que podríamos haber esperado. Tuvo suerte.

—Gracias.

Jesse le dio una sonrisa cansada y le dio una palmada en el hombro antes de
regresar a la sala principal.

Seth esperó un segundo antes de abrir la puerta de la habitación, tomándose


el tiempo para alisar el cabello mojado y enderezar su ropa.

210
Phoebe se incorporó en la cama con la cabeza del perro en su regazo.

—Hola.

—Hey. —Seth se acercó a su lado y por un momento deseó haber traído un


regalo, el perro merecía cientos de dulces todos los días por el resto de su vida. Sin
él y la rapidez de pensamiento de Ian, ella probablemente hubiera muerto
enterrada debajo de la casa.

Pero no había muerto. Y, maldita sea, él no iba preocuparse por todos los
debería, podría, habría del pasado. Ella estaba aquí ahora, en este momento. Con
él. Segura.

Se sentó en el borde del colchón, examinando cada pulgada de su cara. A


pesar de que Jesse acababa de asegurarle que sus lesiones no eran graves, él quería
oír las palabras de sus labios.

—¿Estás bien?

—Estoy bien, Seth. Me vendría bien un baño, sin embargo. —Cuando sonrió,
el resorte de la tensión enrollado tan fuertemente dentro de él finalmente se
desenroscó y dejó caer su frente en su hombro. Ella necesitaba un baño, a pesar de
sus esfuerzos con un paquete de toallitas húmedas mientras dormía, el olor de
barro todavía se aferraba a ella, cubriendo el dulce sabor cítrico que había llegado a
asociar con ella.

Phoebe levantó una mano y le acarició la mejilla y de repente se dio cuenta de


que él no se había afeitado en… Mierda. M{s de una semana. La barba insipiente
tenía que lastimar su piel erosionada.

Él retrocedió, encontró su mano con la suya, y entrelazó sus dedos.

—¿Te gustaría ayuda para limpiarte? —Sus ojos se abrieron y, maldita sea,
estaba arruinando todo esto, ¿no?—. Er, quiero decir, si no te sientes cómoda,
puedo encontrar una mujer del pueblo para…

Ella negó con la cabeza.

—Te quiero a ti.

Seth no perdió el doble sentido embalado en esas tres palabras, pero optó por
ignorarlo. Por ahora. Había llegado a darse cuenta de que algo estaba pasando
entre ellos, sin importar si estaba dispuesto a abandonar el pasado o no.

No más debería, podría, habría.


211
Lo que sentía por Phoebe era profundo, como un dolor en su sangre, y eso lo
asustaba endiabladamente. Aquí estaba esta increíble, valiente, y hermosa mujer,
que lo quería a pesar de sus cicatrices, a pesar de su estabilidad mental a veces
inestable, e incluso a pesar de su tendencia a ser un soberano y completo idiota.

Lo qué le recordó…

Se inclinó y le dio un beso en la frente.

—Lo siento mucho por lo que te dije la última vez que estuvimos solos en
esta habitación. Fue un golpe bajo y yo… estoy avergonzado de mí mismo por ello.

Ella desenredó los dedos de los suyos y estiró las manos para ahuecar sus
mejillas de nuevo. Él se apartó antes de que ella hiciera contacto.

—No lo hagas. No me he afeitado. Te lastimaras las manos.

Ella resopló y apretó su cara de todos modos, rosando la yema del pulgar
sobre su labio inferior.

—Eres un hombre tonto a veces.

—Sé que lo que te dije te hizo daño.


—No importa ahora.

—Lo hace. No era mi intención hacerte daño, pero cuando me pongo todo
angustiado como lo estaba esa noche, un montón de mierda sale de mi boca y me
alejo de todo el que significa algo para mí.

Su mano cayó de vuelta a su lado como si hasta ese pequeño movimiento la


agotara.

—¿Eso es lo que pasó con tu familia? ¿Los alejaste? Yo sabía que habías sido
cercano a ellos una vez. Vi la foto de ellos después de que recibieron la noticia de
tu rescate.

Esa foto. Era una de esas imágenes mostrándose en todo el mundo, su ma, pa,
y hermana de rodillas en un sollozo abrazo, y lo mataba un poco más cada vez que
se publicaba o difundía. Los había hecho atravesar tanto dolor, y seguía haciéndolo
porque, incluso dos años más tarde, no podía reunir el valor para ir a casa.

Él se quedó mirando al perro, incapaz de mirarla por la vergüenza quemando


en su interior. De todas las cosas que había hecho mal en los últimos años, lo que
más lamentaba era la distancia que había puesto entre él y su familia.
212
—Sí —admitió—. Es mi culpa que no hablemos más. No podía soportar su
pena, su preocupación. Es sólo… —Él suspiró. Buscando una manera de
explicarlo—.eso me exasperaba hasta que fue más fácil alejarse y evitar sus
llamadas. Luego dejaron de llamar tanto. Todavía consigo unas cada pocas
semanas, pero siempre es difícil, como si no supieran qué decirme. Y no tengo ni
puta idea de qué decirles a ellos. Así que hacemos una pequeña charla durante
unos minutos y eso es todo.

—Seth. —Su voz era poco más que un susurro y finalmente se armó de valor
y se encontró con su mirada. Ella cerró la distancia entre ellos y rozó sus labios
sobre los suyos—. Nada de lo que digas me va a alejar. Por eso, cuando lo necesites,
lánzame lo peor de ti. No voy a ir a ninguna parte. Excepto —añadió, y una lenta, y
sexy sonrisa cruzó sus labios—, al baño.

Odiaba reventar su burbuja.

—No hay agua corriente aquí.

Con un gemido, se dejó caer sobre el colchón.

—Oh, no es justo. Estaba tan ansiosa por sumergirme en una tina de agua
caliente. Me duele por todas partes.
Maldito este pueblo y su falta de comodidades civilizadas. Odiaba la idea de
ella lastimada de cualquier manera, lo que le recordaba el masaje que le había dado
la última vez que estuvieron aquí, y una bombilla se encendió en su cabeza.

Se inclinó y le dio un beso en la frente.

—Dame unos minutos. Tengo una idea.

Le tomó más tiempo reunir los suministros de lo que había previsto, y


cuando regresó a la habitación, la encontró profundamente dormida, con los
brazos envueltos alrededor de Tanque, quien estaba perfectamente contento de ser
su compañero de abrazo.

Ian una vez le había llamado loco lame-ventana y sí, él tenía que estarlo,
porque en este momento, estaba envidioso de un perro.

Silbó suavemente. Tanque no le hizo caso. Silbó de nuevo, más fuerte, y el


perro dio un carraspeo molesto antes de contonearse para salir de sus brazos y
andar con paso pesado de la habitación.

—Ve a encontrar a Ian —le dijo Seth y cerró la puerta a sus tristes ojos de
cachorro. 213
Cuando se volvió, vio a Phoebe sonriendo adormilada hacia él.

—Debes estar hecho de hielo para resistir esa cara patética.

—Nop. Sólo decidido de darte un baño relajante.

Sus ojos se iluminaron.

— ¿Me encontraste un baño?

—Uh… algo así. — Se acercó a la olla pesada de agua tibia que había dejado
en el suelo junto a la cama y agarró una esponja.

Phoebe se echó a reír.

—¿Vas a darme un baño de esponja?

—Sí —dijo, con la voz volviendose ronca a pesar de sus mejores esfuerzos
para detenerlo—. Voy a hacerlo.

—Bueno, ¿y tú? ¿Puedo darte un baño?

Su garganta trabajó mientras él tragó saliva.


—Yo, uh, salté en el río y me lavé antes.

—Oh Dios mío. ¿El río? ¿No estaba eso frío?

—Congelado —Se agachó y tiró del dobladillo de su camisa—. ¿Necesitas


ayuda con tu ropa?

—Hmm, sí. —Una sonrisa soñadora jugó sobre sus labios—. Eso creo.

Seth se sentó a su lado para ayudarla a tirar de su túnica prestada por la


cabeza. No mires, se dijo. No mires. No…

Oh, mierda. Sus pezones se destacaban a través del material de su sostén,


prácticamente rogando por su boca. Quería darle un tirón hacia abajo a las copas y
ver esos picos rosados de nuevo. Quería su boca sobre ellos, y esta vez, no se
dejaría enrollarse interiormente.

Con manos temblorosas, le desató la cintura de sus pantalones holgados


afganos.

—Levanta.

Ella obedeció, levantando las caderas de una manera sugerente que 214
prácticamente gritaba, "¡Sexo! ¡Quiero! ¡Ahora!"

No. No vayas allí. Cerró esa línea de pensamiento peligroso y sacó


lentamente el material por sus piernas. Luego ella se acostó, vestida sólo con un
sujetador y bragas medio transparentes. Y ella prácticamente lo desvestía con la
mirada.

Muy bien. Podía hacer esto y ser un caballero al respecto.

Ah. Bien. Dice el chico con cada gota de su sangre corriendo hacia el sur.

No se trataba de sexo. Se trataba de ayudarla a que se sienta mejor, y tenía


previsto regresar el favor de su masaje para calmar sus dolores y molestias. Claro,
él no sería tan bueno en eso como ella había sido. Sus manos eran ásperas y su
toque ni de cerca en el mismo estadio de béisbol de gentiles, pero que lo intentaría.
Y si podía siquiera quitarle de encima un nudo de tensión, lo llamaría una victoria.

Excepto, ahora que él vio el alcance de sus lesiones, tal vez un masaje no era
una buena idea. Vividos moretones púrpuras y negros manchaban su caja torácica,
manchando sus brazos y piernas.
—Cariño —susurró, rozando suavemente sus dedos a lo largo de sus
costillas—. Jesús, mírate.

—No me duele. Jesse me dio algo. En realidad, me siento muy bien en este
momento. —Ella arrastró un dedo por la parte delantera de su pecho—. Y tú estás
todavía con demasiada ropa.

Él se echó hacia atrás. Un caballero. Tenía que ser un caballero. Sobre todo
ahora que sabía que Jesse le había dado algo para el dolor, algo que, obviamente, la
había golpeado. No estaba a punto de tomar ventaja de ella.

—Vamos a limpiarte antes de que esta agua se enfríe.

215
Capítulo 29

Phoebe rodó los ojos y se dejó caer sobre su vientre con frustración mientras
él se ocupaba de los preparativos de su baño. Ahora que su cuerpo ya no le dolía
cada-maldita-parte gracias a las maravillosas pastillas que Jesse le había dado,
había otro dolor que necesitaba atender, uno bajo en su vientre que había estado
creciendo constantemente durante días.

Ella. Deseaba. A. Seth.

Más aún ahora que había engañado a la muerte.

Aún así, él la rechazó. ¡Y después de que se había más o menos lanzado a sí


misma contra él! Por el amor de todas las cosas sexy, ¿cuánto le iba a tomar hacerle
entender que ella necesitaba esto de él más de lo que necesitaba un baño de
esponja?

Sin embargo…

Él mojó la esponja en el agua humeante, la escurrió, y la pasó por su espalda


216
entre sus omóplatos. Y bueno, eso se sentía increíble. Más que increíble. Era como
el chocolate si el chocolate fuera una sensación. Decadente. Calmante. Un pedacito
de cielo.

—Mmm.

—¿Te gusta eso?

—Umm-hmm —murmuró contra la almohada.

Él mojó, escurrió, pasó la esponja sobre sus hombros, por sus brazos, luego
hizo una pausa para desenganchar el broche de su sostén. El agua chapoteó
cuando él sumergió y exprimió de nuevo, luego la esponja tibia fue pasada por su
columna vertebral desde la mitad de la espalda a la pretina de sus bragas. La piel
de gallina corrió por su piel a su paso y sus pezones se endurecieron, de repente
tan sensibles que las copas de su sujetador la irritaban. Ella se liberó de los tirantes
de sus hombros y ella misma se quito la cosa, luego se acurrucó de nuevo,
abrazando la almohada y saboreando cada golpe de la esponja. Por sus brazos, sus
piernas. Cosquilleando los costados a lo largo de sus tiernas costillas magulladas.
—Date la vuelta —demandó Seth y ella sonrió ante la tensión en su voz.
Sirviéndole enseguida. Por mucho que estuviera disfrutando de su baño, ellos
podrían estar haciendo otra cosa agradable mutuamente en este momento. Ella se
dio la vuelta y le encantó la forma en que su mirada se posó sobre sus pechos
desnudos antes de recobrarse a sí mismo y negar con la cabeza.

Otra inmersión de la esponja en el agua. Otro escurrir. Luego él acarició el


círculo de su clavícula, tomándose su tiempo mientras trabajaba hacia bajo hasta el
valle entre sus pechos. Él se quedó sobre sus pezones, dando vueltas en cada uno y
mirando con ojos oscurecidos de lujuria mientras ellos se fruncían dolorosamente
con su atención.

Oh, Dios, él la estaba torturando. Ella iba a estremecerse si él no la tocaba


pronto, realmente tocarla, carne con carne, sin el amortiguamiento de la esponja.
Gimiendo para darle ánimos, ella se arqueó a la caricia.

La esponja dejó su pecho y continuó bajando a través de su tenso vientre.


Quería gritar de frustración, pero justo cuando abrió su boca, él llegó a la pretina
de sus bragas y las arrastró por sus piernas. Entonces la esponja regresó a ella,
cálida mientras pasaba por sus muslos internos. Su aliento se atascó en sus
pulmones. Su cuerpo se arqueó con cada suave pasada de la esponja sobre sus 217
partes más íntimas. Y cuando la esponja la dejó, hizo un sonido malditamente
cercano a un gemido.

—Seth.

—¿Qué quieres, cariño? —él preguntó con una voz sexy, y áspera que la tuvo
mojada con necesidad. Él arrojó la esponja a un lado y aterrizó en el agua con un
chapoteo—. Dime qué quieres que haga.

—Tócame.

—¿Así?

Ella jadeó cuando sus dedos la separaron y uno se hundió profundamente.

—Sí. —Ella empujó sus caderas hacia él, necesitando más—. Traté de decirte
antes. Te deseo. Muchísimo.

Su pulgar rozó su clítoris, enviando un temblor a través de sus muslos. Ella


apretó las piernas en torno a su mano, sosteniéndolo allí antes que él tuviera
alguna idea estúpida de frenarse a sí mismo de nuevo. Pero no se apartó. En su
lugar, deslizó un segundo dedo uniéndose al primero, acariciándola y enviándola
más cerca de llegar al orgasmo con un ritmo lento, y provocador. Él dibujó círculos
alrededor de su clítoris con el pulgar hasta que sus caderas se mecían contra su
mano y un gemido escapó de su garganta.

—Por favor, Seth. Por favor.

Él saltó de la cama y por un momento horrible, ella temió que fuera a dejarla
de nuevo. ¿Qué había de malo con ella? ¿Era realmente tan inferior en
comparación a Emma? ¿Por qué quería desesperadamente a alguien que no podía
corresponderle?

Pero entonces Seth regresó y se sentó en el borde del colchón desatando sus
botas. Él puso varios paquetes en la mesilla de noche.

Condones.

Gracias a Dios.

Sonriendo con alivio, ella agarró uno.

—¿De dónde vienen éstos?

—Jean-Luc. —Una bota golpeó el suelo. Luego la otra. 218


—Oh, podría besar a ese hombre.

Seth se levantó, sacó la camisa por su cabeza.

—No te atrevas.

—¿Por qué no? —Ella se estiró perezosamente y disfrutó del espectáculo


mientras él trabajaba en el botón y la cremallera de sus pantalones—. ¿Eres del tipo
celoso?

Sus pantalones cayeron al suelo también y él metió los pulgares en la pretina


de sus boxers. Sólo entonces dudó, la incertidumbre arrastrándose en sus ojos.

Oh diablos, no. Él no iba a parar ahora.

Phoebe se sentó, enganchó sus dedos en el elástico, y tiró abajo sus boxers, a
la vez que sostenía su mirada. ¿Por qué no lo entendía? No le importaba como
lucía. No importaba, porque ella lo deseaba a él.

Todo de él. Cicatrices y todo.


Tomó su erección en su mano, sintió la rugosidad del tejido de la cicatriz a lo
largo de su eje, pero nunca rompió el contacto visual mientras lo guiaba a su boca.
Él sabía a sal, a hombre y le gustó más de lo que pensó que haría.

Ella chasqueó la lengua sobre la cabeza de su pene, probando, explorando. Él


bajó la mirada por la longitud de su cuerpo hacia ella con una expresión de
asombro puro en su rostro, pero él no se retorcía de éxtasis.

¿No estaba haciéndolo bien? Ella nunca había tomado a un hombre en su


boca antes, pero estaba bastante segura de que tenía la esencia del acto. No había
mucho de eso, pero él no debería estar…

Mierda. Sus cicatrices.

¿Por qué no lo había considerado antes? El tejido engrosado y áspero


probablemente lo hizo mucho menos sensible que otros hombres.

Experimentalmente, ella utilizó un poco sus dientes, arrastrándolos


ligeramente sobre su eje. Sus músculos abdominales se apretaron y sus ojos
rodaron hacia atrás. Al fin, él gimió.

Así estaba mucho mejor. A ella le gustaba verlo perder el control, disfrutó de 219
la carrera vertiginosa del poder femenino que llegaba con el conocimiento de que
ella jugaba un papel en su perdición.

La parte inferior de su pene tenía muy poca cicatrización y trazó su lengua a


lo largo de la carne inmaculada desde la raíz hasta la punta. Su espalda se arqueó,
una fina capa de sudor estalló sobre su piel, y su mano temblaba mientras se
enredaba entre su cabello. Sí, le gustaba eso. Ella lo hizo de nuevo y un temblor lo
sacudió.

Con la mano envuelta en su cabello, él la apartó y la levantó en sus brazos.

—Te necesito. Condenadamente muchísimo —él dijo entre dientes. Él agarró


uno de los preservativos y lo hizo rodar sobre sí. Antes de que pudiera suplicar, él
levantó sus caderas en sus grandes manos y se dirigió a sí mismo hasta la raíz.

Sí. Finalmente.

Su cabeza se inclinó hacia atrás y sus ojos se cerraron mientras la llenaba. Él


era lo suficientemente grande que pensó que podría lastimarla si ella no estuviera
tan excitada. Como lo estaba, se sentía llena, la presión intensa y deliciosa, y quería
más. Lo rodeó con sus piernas, clavó los talones en su culo. Lo instó a moverse.
—Por favor —dijo ella.

Seth se retiró el tiempo suficiente para recostarla en la cama, pero ella apenas
tuvo tiempo para echar de menos el contacto, porque tan pronto como ellos
estuvieron en posición horizontal, él estuvo en su interior otra vez. Y, Dios, todo
sobre esto se sentía bien, su peso fijándola al colchón, sus caderas moviéndose con
movimientos perezosos entre sus muslos como si tuvieran todo el tiempo del
mundo para ello. Cuando él se inclinó y se apoyó en sus antebrazos, el cambio en
el ángulo la excitó. Más profundo, más extenso, avivando la presión que se
construía, y todo hizo erupción de un salto de calor y sensación que le roba el
aliento.

Él dejó caer su frente en su hombro y, con un gemido estremecedor, se


hundió por última vez, uniendo sus cuerpos de manera muy junta, haciéndole
preguntarse si alguna vez lograría sacarlo de su sistema.

O incluso si alguna vez querría eso.

Ella lo sostuvo a través de su clímax, sus labios acariciando su oído, hasta que
toda la tensión se drenó de sus músculos y se desplomó. Él era pesado, pero no
podía importarle menos y lo sostuvo más apretado. 220
Ella pasó una mano tranquilizadora sobre su cabello corto, gustándole el roce
del rastrojo bajo su palma. Aun así, él debería dejarlo crecer de nuevo. Ella había
visto fotos de la forma en que él solía usarlo antes de unirse a los Marines, con
largo desenfado y perpetuamente despeinado, y le encantaría pasar sus dedos a
través de su cabello de color marrón claro.

A medida que sus respiraciones se estabilizaban, Seth levantó la cabeza y


encontró su boca en un beso dolorosamente dulce.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz poco más que áspera. Él apartó un mechón
de su cara—. ¿Te lastimé? No fui suave. O… —Él hizo una mueca—. Lento.

Ella se rió. ¿Lastimarla? Ni siquiera cerca. No cuando su cuerpo se estremecía


con las secuelas que abrigaban su orgasmo. Pero él necesitaba la tranquilidad. Ella
entendió eso. Su estrecho roce con la muerte había despertado sus instintos
protectores.

—No —dijo ella, complaciéndolo—. No me has hecho daño y yo no lo quería


suave o lento. Esta vez.
Él soltó un explosivo suspiro y se salió de ella, liberando sus cuerpos todavía
unidos. Al instante ella se sintió despojada por la pérdida y quiso la conexión de
nuevo.

Seth desechó el condón, y luego bajó una mano en la olla de su agua de baño,
probando la temperatura. No humeaba más, pero él debió haber decidido que
todavía estaba lo suficientemente caliente porque usó la esponja para limpiarla
suavemente entre sus piernas de nuevo. Era dulce. Él era dulce.

—Gracias.

—De nada. —Él se lavó con mucho menos cuidado, luego recogió sus
pantalones y calzoncillos del suelo. Algo revoloteó de su bolsillo. Él se quedó
inmóvil y miró la foto arrugada, una expresión de terror cruzando su rostro antes
de que él la agarrara y alizara las nuevas arrugas de ella.

La foto de Emma.

Todo la calidez del cosquilleo después del sexo se drenó de Phoebe,


dejándola entumecida. Por un corto tiempo, se había olvidado que el sexo sólo se
había tratado de liberación y no tenía derecho a un ataque del monstruo de ojos
verdes. Pero maldita sea, él manoseaba la foto de la mujer como si fuera la joya 221
más preciada de la Tierra.

—Seth. —Su voz salió más estrangulada de lo que ella quería. Había tratado
de ser casual, pero el nudo en la garganta lo hizo imposible—. Está bien.

Él la miró, la culpa pintada ahí en sus rasgos, y rápidamente metió la foto en


su bolsillo. Tiró de sus pantalones.

—Voy a irme.

—Espera. —Ella salió de la cama y trató de atraparlo, pero él ya había


desaparecido por la puerta.

Una mezcla horrible de vergüenza y tristeza la arrastró hasta el borde del


colchón y se cubrió la cara con las dos manos.

Dios, podría ser tan tonta e ingenua a veces. Porque en el fondo en un rincón
de su corazón, y a pesar de todas sus reservas de acercarse demasiado, ella había
esperado más de él que sólo sexo.
Capítulo 30

Phoebe se despertó a la mañana siguiente con un coro de gemidos masculinos


seguido por algunas simpáticas maldiciones. Se sentó en la cama y miró a su
alrededor, esperando con toda expectativa ver a Seth con ella. La habitación estaba
vacía.

Cierto. Después de encontrar la foto de Emma, él salió y nunca regresó.

Sacó las piernas de la cama y los músculos que no se habían ejercitado en


mucho tiempo se tensaron, recordándole la noche anterior. Las manos de Seth
sobre ella. Su boca. Su cuerpo…

No.

Sinceramente, no quería el recordatorio.

Se trenzó el cabello y ató el pañuelo sobre su trenza rizada. Una cosa que
amaba sobre el campo, la necesidad de llevar pañuelos en la cabeza. Ahorraba
toneladas de tiempo en arreglarse cuando no tenía que luchar con su cabello cada
222
mañana.

Se deslizó en el pasillo y oyó la voz de Seth entre las otras que provenían de
la sala principal. Siguió el sonido.

Seth se sentaba en el suelo con Jean-Luc, Marcus, y Jesse, una paquete de


cartas y pilas de fichas de póquer en frente de ellos. Ian se sentaba en la esquina
con la mano apoyada en la espalda de Tanque, observando el partido en silencio.
Gabe no estaba en la habitación, pero sí otro hombre con el cabello oscuro y barba.
Una IV colgaba de un clavo en la pared y se vertía en su brazo. Debía ser el
sargento Zak Hendricks.

La pila de fichas de Seth era la más grande, los otros tres hombres casi con
sus últimas. Él estaba dejándolos limpios, lo que era probablemente la razón de
todos los quejidos. Bien por él. Después de la forma en que todos le habían tratado,
se merecía un poco de revancha.

La vio y su mandíbula se apretó.


Bueno. Ella tomó una respiración para darse fuerzas. Hora de ser un adulto.
Sí, la noche anterior había terminado con una nota amarga y no pensaba dormir
con él otra vez, pero eso no significaba que no podían seguir siendo amigos, ¿no?

Se acercó y sonrió al grupo.

—¿Póker?

—Seth está haciendo trampas —declaró Jean-Luc.

Seth frunció el ceño.

—No lo hago.

—Sí, claro. Estás escondiendo ases bajo la manga.

—No estoy usando mangas.

Phoebe dio un respingo. Eso era cierto; no llevaba mangas, iba con las
cicatrices en sus brazos al descubierto ante el mundo. Era la primera vez que lo
había visto alguien más aparte de ella sin su sudadera.

Jean-Luc miró su camiseta como si todavía no lo creyera. 223


—Estás utilizando vudú entonces. No hay otra explicación.

—No —murmuró Seth—, solo vendí mi alma al diablo.

—Suficientemente cerca.

—He terminado —dijo Marcus, tirando sus cartas—. Si seguimos adelante,


Lanzador me quitará la camiseta a continuación.

—¿Quién dice que la quiero? —replicó Seth.

A pesar de que apenas había reconocido su presencia, la calidez por él le


recorrió el pecho. Le gustaba verlo bromear con el grupo.

Unos minutos más tarde, Gabe se acercó y la charla murió repentinamente.


Los hombres finalizaron su juego sin terminar y todo el estado de ánimo en la sala
cambió de lúdico a puro negocio.

—Muy bien, señores —dijo Gabe—. Vamos a hacer una sesión informativa
rápida antes de que levantemos el campamento. —Su mirada se posó brevemente
en Zak, quien dio una leve inclinación de cabeza. Gabe soltó un suspiro y se
pellizcó el puente de su nariz—. Hay algo del informe inicial de Zak que no les he
contado. Mantenerlo en secreto fue una decisión consciente, pero después de
interrogar a Zak anoche y hablar con Quinn vía teléfono satelital esta mañana, me
doy cuenta de que fue un error.

La bomba.

Mierda, Phoebe se había olvidado por completo de eso hasta este momento.
Ella miró a Seth, vio la misma comprensión llenar su rostro.

—¿Zak? —dijo Gabe—. ¿Te sientes lo suficientemente bien como para


informarlos? Sabes más de esto que yo.

A pesar de que se veía a un tiro de piedra de la muerte, Zak asintió.

—Que alguien me ayude a sentarme.

Entre Jesse y Marcus se las arreglaron para tirar de él en una posición sentada
sin empujar demasiado su pierna arruinada. En el momento en que lo habían
asentado contra la pared con una almohada apoyada en la espalda, él respiraba
con dificultad y una fina capa de sudor revestía su frente.

Pasó un momento antes de hablar.


224
—No sé cuánto les habló Greer Wilde de mi misión aquí, pero básicamente
fui puesto en el lugar como medida de precaución. Mi mamá nació aquí y sé el
idioma, las costumbres, así que me enviaron a trabajar para Siddiqui esperando
que pudiera encontrar algo que le atara a varios actos recientes de terrorismo o, si
todo lo demás fallaba, estaba para eliminar el problema a toda costa. Pero cuando
llegué allí y descubrí lo que había planeado… —Se calló, evidentemente agotado, y
Gabe retomó la sesión informativa.

—La Guerra Fría —dijo Gabe—. ¿Les suena? Bien, entonces es probable que
también sepan que ambas partes han admitido producir ojivas nucleares del
tamaño de una maleta grande, varias de las cuales hicieron su camino en el
mercado negro después de la caída de la Unión Soviética.

—Jesucristo —dijo Ian—. ¿Estamos hablando de que La Maleta está aquí?

—¿Qué es La Maleta? —Preguntó Phoebe.

—La mayoría de los maletines nucleares no son muy poderosos —explicó


Ian—, pero no es el caso de ésta. Tiene energía suficiente para acabar con una
ciudad pequeña, y eso sin incluir las consecuencias. —Él miró a Zak—. Pensé que
se había perdido.
Zak abrió su ojo bueno y sacudió la cabeza.

—No, nunca estuvo perdida. Es difícil hacerle un seguimiento porque


cualquier persona puede llevarla a cualquier lugar. En un avión. En un edificio del
gobierno. Es prácticamente indetectable, incluso con los últimos avances en
seguridad. Su última ubicación conocida fue Transnistria, una república separatista
de Moldavia, que está todavía viviendo en la era soviética. Al parecer, tienen
enormes cantidades de municiones soviéticas almacenadas en las fábricas de todo
la república, incluyendo varias de las armas nucleares desaparecidas y La Maleta.
Lo que es peor, un traficante de armas Tranistriano conocido, Nikolai Zaryanko, ha
estado en conversaciones con Siddiqui durante semanas ahora. Zaryanko no tiene
ninguna agenda política, ni lealtades. Solo le interesa ganar dinero y la venderá al
mejor postor. Y Siddiqui planea ser el mejor postor. Ellos van a hacer el negocio en
dos días. No podemos dejar que eso suceda.

—Obviamente —dijo Gabe después de un duro momento de silencio—, no


somos una unidad anti-terrorista y no tenemos la mano de obra para manejar algo
como esto, pero Quinn ya ha tratado de poner la situación en conocimiento de los
militares y ellos no están escuchando. Así que tendremos que manejar esto y he
llamado por la ayuda. Un helicóptero va a llegar dentro de una media hora para
que nos lleve a Kabul así podremos llevar a Zak a un hospital y tramar nuestro
225
próximo movimiento. ¿Alguna pregunta?

Nadie habló.

Muy bien, si no iban a preguntar lo obvio, Phoebe lo haría.

—Si tenemos la prueba de que Siddiqui no sólo está implicado en todos estos
actos horribles, sino también planificando activamente un ataque terrorista, ¿por
qué no usar mis contactos y llevar la información a la prensa? Hazlo público y no
será capaz de estornudarla sin que alguien le esté vigilando. ¿Eso no le detendría?

Seth la fulminó con la mirada desde el otro lado de la habitación.

—Ya te dije por qué no va a funcionar.

—¿Por qué? ¿Porque me pondría a mí en peligro?

—Sí.

—¿A diferencia de las cientos de miles de personas en peligro si La maleta


queda en posesión de Siddiqui?

Un músculo palpitó en su mandíbula.


—No lo harás.

Exasperada, se enfrentó a Gabe.

—Sé que ves mi punto.

—Lo hago —dijo Gabe lentamente, mirando a Seth mientras hablaba. Vaciló,
que era tan atípico del hombretón, sabía que ya había perdido este argumento
antes de abrir la boca de nuevo—. Pero no creo que sea una buena idea. Acabamos
que recuperarte, Phoebe. Ninguno de nosotros está dispuesto a arriesgar tu vida.

Oh, no podía hablar en serio.

—No debería ser su decisión si arriesgo mi vida o no. Y no es la decisión de


Seth tampoco —añadió cuando Gabe envió otra mirada en la dirección de Seth—.
Él no me posee ahora que hemos dormido juntos. Yo tomo mis propias decisiones.

—De-acuerdo —dijo Jean-Luc, aplaudiendo. Se levantó—. Y con esa nota,


tengo que ir al baño y empacar antes de que el helicóptero llegue.

El resto del equipo lo siguió en rápida sucesión, incluyendo a Seth. Lo que


dejaba sólo a ella, Zak Hendricks, Ian, y a Tanque en la habitación.
226
Ian se puso en pie e instó a Tanque a que lo siguiera. Se detuvo a su lado.

—Dale a Seth cierto espacio, ¿de acuerdo?

Todavía furiosa, ella lo miró con incredulidad.

—Tú estás diciéndome a mí que le dé un poco de espacio.

—Sí, lo hago.

Al salir, ella apretó los dedos en las cuencas de sus ojos, en un esfuerzo para
aliviar un poco la presión que iba construyéndose allí.

—Qué idiota.

—Interesante equipo tienes aquí —murmuró Zak.

—No son míos. —Dejó caer su mano de su cara y dejó escapar un suspiro—.
Bueno, uno de ellos es mío. Más o menos.

—¿Seth?

No se molestó en confirmar o negarlo y él no insistió. En cambio, dijo:


—Sabes, él es la razón de que esté vivo en este momento.

Oh Dios. Se dio la vuelta para marcharse.

—Por favor, no me digas los detalles. No quiero saberlos.

—Está bien. Pero para lo que valga —añadió cuando ella alcanzaba la
puerta—, estoy de acuerdo con él. No quieres la diana de Siddiqui pintada en tu
espalda.

227
Capítulo 31

El ruido del rotor del helicóptero hizo que la mitad de los habitantes del
pueblo se escondieran de miedo y la otra mitad mirara con asombrada fascinación
mientras el helicóptero aterrizaba en un claro justo al sur de Akhgar. Una de las
últimas personas en el mundo que Phoebe esperaba ver saltó del ave.

Tucker Quentin.

Santa mierda.

Ella instintivamente extendió la mano hacia su cámara, pero Gabe le envió


una mirada que decía, no te vayas jodidamente a atrever, y se dirigió al encuentro del
multimillonario. Aun así, el dedo del obturador picaba por tomar una foto. Claro,
había dado vuelta a una nueva página y abandonado el lado sensacionalista,
paparazzi, del periodismo, pero el tipo de dinero que las revistas ofrecían por fotos
de Tuc Quentin tentaría incluso a un santo. Especialmente imágenes de Tuc

228
Quentin en una zona de guerra, donde no tenía ninguna razón aparente de estar.

—Hollywood —dijo Gabe y le tendió una mano a modo de saludo—. No te


esperaba personalmente.

—Ya estaba en la zona atendiendo asuntos personales —dijo Tuc y aceptó el


apretón de manos.

Bueno, tal vez ella no había vuelto por completo a una nueva página, porque la
emoción zumbaba en su sangre ante la posibilidad de obtener la primicia de su
vida. ¿Qué tipo de negocio tendría uno de los hombres más ricos de los EE.UU. en
una zona de guerra, mientras vestía con uniforme y llevaba un fusil al hombro?

Sintió ojos en la parte posterior de la cabeza y miró por encima del hombro.
Seth la estaba mirando fijamente. La repugnancia abierta en su rostro extinguió
todas las chispas de emoción y la llenó de una vergüenza mordaz. Siempre había
odiado que ella fuera un miembro de los medios de comunicación, ¿no? Y ni
siquiera le había dicho acerca de las piezas mordaces que había escrito sobre él.
Cuando lo hiciera, nunca hablaría con ella de nuevo, lo cual, sí, era exactamente
por qué lo seguía postergando. No quería que él la odiara.

Dios, pero debería haberlo dicho antes de ayer por la noche. Había sido un
error no hacerlo.
Mal del estómago por la culpa, cruzó los brazos frente a ella y volvió a
centrarse en la conversación de Gabe y Tuc.

—¿Esta todo el mundo? —preguntó Tuc, escudriñando el grupo—. No


podemos permanecer mucho tiempo en el suelo. Demasiados talibanes en esas
colinas con lanzacohetes antitanques.

—Tenemos dos más —respondió Gabe—. El sargento Hendricks, además de


una mujer y un niño que estamos llevando a un refugio.

—Y el perro —Ian tomó la palabra, con la mano apoyada en la cabeza de


Tanque—. Él viene con nosotros.

Para su sorpresa, Tuc no ofreció ninguna protesta.

—Está bien. Juntémoslos y vámonos.

—¿Qué pasa con mis chicos en el refugio? —preguntó Gabe—. ¿Los pusiste al
tanto de todo?

Tuc asintió.

—Lo hice, y envié un par de hombres para ayudarles a reforzar la seguridad 229
allí. Después de que llevemos a Hendricks a un hospital, el resto de ustedes va a
venir conmigo a una casa de seguridad donde tendremos un mejor acceso a la
tecnología. Ah, y ¿por qué no mencionaste que mi activo local había sido
comprometido?

—Es la última cosa en mi mente en este momento —admitió Gabe.

—Sí, bueno, alguna advertencia habría sido agradable. Tuve que hacer mi
salida a tiros debido a una emboscada en su casa.

Phoebe se sobresaltó. ¿Tucker Quentin acaba de decir que había logrado salir
de una emboscada a tiros? Okay, sí, él solía ser un Ranger del ejército, pero le
restaba tanta importancia a ese aspecto de su pasado que la imagen mental de él
yendo todo Rambo hacia algunos terroristas la tomó con la guardia baja.

Ella debía de haber hecho un sonido de sorpresa, porque Tuc giró en su


dirección, luego miró a Seth. Su mandíbula se deslizó hacia un lado y por un
segundo horrible, ella tuvo la sensación de que estaba a punto de derramar todos
sus secretos.

Pero ¿cómo lo sabría?


Ella se mordió el labio, su corazón martilleando mientras su mirada se posaba
en ella de nuevo. Por favor no lo hagas.

Se pasó la lengua por los dientes, luego se apartó.

—Hemos estado aquí demasiado tiempo. Tenemos que movernos.

***

Cuando TucQuentin dijo "casa de seguridad" lo que quería decir era una
extensa mansión de varios millones de dólares que Seth adivinaba había sido
construida probablemente con los beneficios de las ventas de opio. Tuc lo confirmó
cuando se amontonaron en el ascensor de la pista de aterrizaje en la azotea.

—Se lo quitó a un capo de la droga —dijo casualmente y apretó el botón para


bajar cuando Phoebe le preguntó sobre la casa.

230
—Oh, estoy segura de que estuvo feliz por eso —dijo Phoebe.

—Estoy seguro de que no le importa de una u otra manera. Se fue en unas


largas vacaciones.

Traducción: Tuc y sus hombres habían hecho que el ex propietario de la casa


desapareciera. Seth se preguntaba si ella entendía su significado y le echó un
vistazo para ver su mirada fija en el multimillonario de la misma manera
asombrada, algo codiciosa, que había tenido allá en el pueblo cuando el hombre
había bajado del ave al principio.

Cosa qué enfureció a Seth como el demonio. Otra vez. En esa ocasión apenas
se contuvo de acechar en su dirección y lanzarla sobre su hombro, en un intento de
apropiación impulsado por la testosterona. Ahora, en los estrechos confines del
ascensor, pensó seriamente en hacerle daño corporal a Tuc.

¿Y qué si los tabloides habían apodado aTuc como el hombre más sexi del
mundo? Y, sí, y qué si era todo lo que Seth no era. Salvajemente rico. Libre de
cicatrices. Y si tenía algún pasado, lo escondía muy por detrás de esa sonrisa
educada suya de Hollywood.

Phoebe todavía no tenía derecho a mirar fijamente al tipo como si quisiera


lamerlo por entero.
Cuando el ascensor llegó al piso principal, Tuc abrió la puerta y miró a
Phoebe.

—Esta es tu parada.

Ella frunció el ceño.

—Um, no. No lo creo.

—Yo sí. —Él asintió hacia Jesse, quien le pasó el niño dormido a ella—. Zina
ya está con la madre del niño. Está preocupada por ti. Toma al niño y habla con
ella.

Hombre inteligente, pensó Seth con una pequeña cantidad de respeto a


regañadientes. Golpearla con la única cosa que no podía rechazar: Zina. Sacarla del
camino mientras la mantenía a salvo. Era más de lo que había sido capaz de hacer
por ella. Sin embargo, otro punto a favor en la columna de Tuc.

—Bien. —Ella resopló y acunando al niño entró en lo que parecía una enorme
sala de estar.

—Y envía a Quinn y Harvard al sótano —le dijo Tuc antes de dejar que la
puerta se cerrara—. Ella es una luchadora.
231
Varios de los chicos gruñeron en acuerdo. Seth sólo se quedó mirando a la
parte posterior de su cabeza y trató de averiguar si eso era un cumplido o un
insulto. De cualquier manera, quería acabar con el tipo.

Unos pisos más abajo, las puertas se abrieron de nuevo y Tuc guio el camino
a una larga sala de juntas sin ventanas. O, más acertadamente, una sala de guerra.
Pantallas cubrían toda una pared. Algunas de sus personas trabajaban en
computadoras de la más alta tecnología, como algo salido de una película de
ciencia-ficción. Harvard tendría un friki-gasmo por todos los juguetes de lujo en
este lugar.

Tuc agarró un mando a distancia, apuntó a la pantalla grande, y se elevó un


plano 3D de los pisos de una mansión casi tan grande como en la que se
encontraban.

—Mis hombres —les presentó Tuc, señalando a los dos hombres que estaban
detrás de las terminales de computadoras—. Rex, mi médico. Devlin, mi chico de
las computadoras.
El larguirucho de los dos, Rex, esbozó una gran sonrisa con dientes como un
cocodrilo considerando su próxima comida. Devlin, con sus oscuros ojos
ligeramente rasgados, era uno de esos tipos silenciosos e ilegibles. En realidad,
parecido a Quinn.

Hablando de eso, la puerta del ascensor se abrió y Quinn se unió a ellos,


seguido de Harvard.

—¿Cómo está el sargento Hendricks? —preguntó Quinn y se sentó en una


mesa larga delante de las pantallas. El resto del equipo también se sentó alrededor
de la mesa.

—Vivirá —dijo Gabe.

—Bien. Otro punto en la columna de la victoria.

—Todavía no. —Gabe se unió a Tuc en la parte delantera de la sala para


estudiar el mapa—. ¿Qué estamos mirando?

—Una de las casas de Jahangir Siddiqui —dijo Tuc. Con un movimiento de su


muñeca, volvió la imagen en una vista por satélite aérea.

Marcus silbó.
232
—¿Por qué no podemos tener juguetes como este?

—Porque AVISPONES está hecho para ser ligero y rápido de viajar, entrar y
salir. Tú ya tienes casi todo lo que necesitas para hacer el trabajo. Por lo general —
Tuc añadió después de un instante—. No es el caso en esta ocasión. No tienes el
equipo adecuado o suficiente mano de obra por lo que estamos aquí para echarles
una mano.

—Gracias —dijo Gabe.

Tuc asintió una vez, entonces nuevamente cambió la vista de la mansión de


Siddiqui.

—Gracias al rastreador que Quinn plantó en su auto, sabemos que aquí es


donde se aloja y creemos que es donde se reunirá con Zaryanko para hacer el
negocio de la bomba.

—Okay —dijo Gabe—. Entonces hablemos de la logística. ¿A qué nos


enfrentamos, sabio-militar?
Capítulo 32

—¿Qué quieres decir con que el complejo fue atacado? ¿No era ese el plan?

Frío como siempre, Askar no se inmutó por la rabia de Siddiqui. Él se


mantuvo firme y habló como si no hubiera destruido una perfectamente buena
tarde con su informe.

—Era un equipo de seis estadounidenses, señor. Creo que estaban tras el


traidor.

Con los músculos temblando, Siddiqui paseaba por el vestíbulo de su casa. A


pesar de que Zakir Rossoul no había hablado, se había dado cuenta que el hombre
tenía lazos con los norteamericanos. Y él sabía que ellos probablemente venían en
busca de su camarada, pero ¿cómo podrían haber encontrado las instalaciones con
tanta rapidez?

A menos.

Él dejó de caminar.
233
—Tehani. Ella debe haberles dicho dónde buscar.

—Tiene sentido —dijo Askar.

Siddiqui se volvió hacia él.

—Encuentra a mi esposa. Estoy seguro de que está con esa puta


estadounidense periodista que ha estado husmeando. Encuéntralas a las dos y
tráemelas. Están arruinando mis planes.

—Sí señor.

—¿Acaso los estadounidenses llegaron a Rossoul antes de que lo mataras?

—Yo no lo maté —dijo Askar sin inflexión—. Lo dejé para que las bombas lo
terminaran, pero si lo encontraron primero, él no habría vivido lo suficiente para
decirles nada.

—Esperemos que no. Ve a limpiarte, luego ven a verme en mi oficina en cinco


minutos. Tenemos una reunión.
Esperó hasta que Askar desapareció por las escaleras, dándose varios
minutos para calmarse antes de dirigirse a su oficina y pegar una sonrisa de
bienvenida en su cara. Era importante que él no pareciera despeinado o demasiado
ansioso.

—Señor Zaryanko —le dijo a su visitante en Inglés—. Es un placer conocerle


por fin en persona.

El hombre de pie delante de su escritorio ofreció una sonrisa lobuna. Llevaba


un traje de negocios gris oscuro, su largo cabello oscuro recogido en una cola de
caballo en la parte posterior de su cuello.

—Por favor —dijo, su pesado inglés con acento ruso—. Llámame Nikolai.

Siddiqui tendió una mano.

—Jahangir. Tome asiento.

Nikolai se sentó.

—Si no le ofende, yo prefiero usar su apellido. Más fácil para mi lengua rusa
pronunciar.
234
Siddiqui asintió y se sentó en la silla de cuero frente a Nikolai en lugar de
poner el espacio de un escritorio entre ellos. Un movimiento de poder como ese
podría ofender a un hombre como Nikolai Zaryanko, y necesita mantener al
hombre feliz si sus planes tenían éxito.

—Pido disculpas por mi tardanza. Una de mis mujeres me estaba dando


problemas.

—Ah, ustedes los musulmanes. No puedo imaginarlo. Una esposa es


demasiado y tiene cuatro.

—Una esposa rusa, tal vez —dijo Siddiqui, manteniendo su sonrisa


firmemente en su lugar a pesar de la indignación rugiendo a través de él—. Una
mujer afgana conoce su lugar.

—Eso lo hacen —Nikolai estuvo de acuerdo—. He tenido varias mujeres


afganas en mis burdeles. Siempre son muy populares entre los clientes. Muy...
hmm, ¿cómo se dice? Complacientes. Se les entrena bien.

Siddiqui se relajó en su silla.

—Si no le importa, me gustaría hablar de negocios.


Nikolai hizo un gesto con la mano en un impertinente gesto de que
continuara que revolvió el estómago de Siddiqui. Sin embargo, él continuó
sonriendo. Necesitaba a este hombre, pero no iba a hacer esa necesidad conocida.
Eso sólo aumentaría el precio.

Su puerta de la oficina se abrió y Askar se deslizó en la habitación, silencioso


como un fantasma. Sería tan fácil darle a su perro de ataque personal la señal para
matar y tomar lo que quería, excepto que su ventana de oportunidad se cerraría
rápidamente y matando a Nikolai sólo retrasaría el acuerdo. Por mucho que le
doliera pagar el precio exuberante que estaba seguro que Nikolai pediría, más
demora podría resultar aún más costosa.

—Muy bien, tienes mi oído. —Se inclinó hacia delante en su asiento y


entrelazó sus manos entre las rodillas—. ¿Qué se necesita para tener La Maleta en
mi poder a finales de la semana?

Nikolai destelló esa sonrisa lobuna de nuevo. El precio que nombró era
exorbitante.

Siddiqui se recostó en su silla.

—Eso es un robo. 235


—Es el precio de hacer negocios. —Nikolai se levanto—. Y no, no voy a
negociar. Si usted no está dispuesto a pagar, sé de una gran cantidad de otras
personas que sí.

Siddiqui lo vio caminar hacia la puerta y no se movió, esperando poner en


evidencia a Nikolai. Pero el ruso salió de la habitación.

Él hablaba en serio. En realidad no estaba dispuesto a negociar.

Mierda.

Siddiqui se impulsó de su silla.

—Hazle volver —ordenó a Askar y un momento más tarde, su soldado


dirigió a un divertido Nikolai a través de la puerta.

—¿Cambio de opinión?

—Tienes un trato —dijo Siddiqui—. Pero tenemos que hacer que esto ocurra
hoy.
236
Capítulo 33

Dos días.

De acuerdo con la investigación de Tuc, tenían dos días para prepararse. El


equipo pasó incontables horas en la sala de guerra, procesando escenarios. Que si
esto, que si aquello, cubriendo todas sus bases. Pasaron el tiempo justo llevando a
cabo una corta misión de entrenamiento con Tuc y sus hombres.

Sin margen para el error.

La tarde antes de la incursión, realizaron un último ejercicio de


entrenamiento, un simulacro en una mansión abandonada similar a la de Siddiqui.

Se llevó a cabo sin ningún contratiempo.

De vuelta en el helicóptero, Seth se relajó en su asiento, en las nubes por el


trabajo bien hecho, sintiéndose más ligero de lo que lo había hecho en años. Lo
había logrado. No se había congelado ni una vez durante ninguna de las misiones.
237
De hecho, tenían una oportunidad de sacar esto adelante.

Él no era el único acelerado, tampoco. El estado de ánimo en el helicóptero


había dado un giro de 180 grados desde que embarcaron, ahora los hombres
bromeaban y reian, liberando cuarenta y ocho horas sin descanso de tensión.

Quinn, en el asiento frente a Seth, sonrió bajo la suciedad y la capa de pintura


de la cara.

—Hey, Estrella —dijo por encima del ruido del rotor y se inclinó hacia
delante—. Buen disparo. Sabía que les enseñarías a esos hijos de puta.

—¿Cuáles? Los malos o estos idiotas —preguntó, inclinando la cabeza hacia


el resto del equipo.

—Todos ellos.

—¡Oorah!

Quinn le tendió un puño. Seth lo encontró a mitad de camino y golpearon sus


nudillos mientras el ave comenzaba su descenso. Miró hacia la puerta y vio a
Phoebe de pie en el techo al lado de Tuc Quentin, protegiéndose los ojos de la
brisa. Su camisa suelta ondulaba en su cuerpo, mostrando alternativamente
destellos de piel en su vientre y adhiriéndose en sus curvas.

Toda su exuberancia se fundió a lo largo de su columna vertebral y se le clavó


en las pelotas. Instantánea. Erección.

Tan pronto como los rieles del helicóptero tocaron la azotea, él saltó.

Tuc les dio una ronda de aplausos.

—Buen trabajo, chicos.

Pero el enfoque de Seth se había reducido a una sola persona, la mujer frente
a él que parecía desgarrada entre el deseo de sonreír y las ganas de abofetearlo. Y
sacro infierno, eso no debería haberlo excitado pero si se ponía más duro justo
ahora iba a tener problemas para caminar.

Ella abrió la boca cuando él se acercó y deslizó una mano alrededor de la


parte posterior de su cuello, arrastrándola hacia él, cubriendo su boca con la suya.
Reclamando. Marcando.

Él se tragó su jadeo y los dedos de ella se clavaron en sus hombros, pero no


peleó. Perfecto. Estaba harto de pelear con ella. Y pelear consigo mismo por ella. Él
238
quería la cómoda intimidad que habían tenido juntos en el pueblo antes de que él
se hubiera vuelto loco de nuevo.

La deseaba.

Él retrocedió con ella hasta el ascensor sin siquiera levantar su boca de la


suya. Vagamente escuchó algunos aplausos y comentarios lascivos detrás de ellos
y les saco el dedo a los chicos por encima del hombro. La risa retumbó mientras las
puertas se cerraban.

Solos.

Por fin.

Él ahuecó su cintura, metiendo sus manos debajo de su camisa, llenando sus


manos con sus pechos. Sus pezones estaban erectos bajo la tela de su sujetador y
deslizó sus dedos dentro de la copa, buscando esos hermosos pequeños picos con
el pulgar. Ella tembló bajo su toque, quitó la boca de la suya en un gemido cuando
las puertas del ascensor se abrieron de nuevo en el segundo piso.

Maldita sea, ¿había algún sonido más sexy que eso?


Cama. Él tenía que meterla en su cama. Lograr desnudarla. Y enterrarse tan
profundamente en su interior como pudiera.

—Soo, detente —jadeó ella y golpeó una mano contra su pecho cuando él la
iba a recoger en sus brazos—. Espera un condenado minuto. —Ella se tomó un
momento para recuperar el aliento. Luego le clavó el dedo índice en su esternón—.
Por los últimos dos días, me has tratado como si yo fuera contagiosa, evitándome a
toda costa. ¿Y ahora estás tratando de acorralarme en un rincón oscuro y tener sexo
conmigo? Yo no lo creo, amigo.

Ella se escabulló de sus brazos y atrapó la puerta del ascensor antes de


quedar encerrada con él de nuevo. Él no fue lo suficientemente rápido y tuvo que
subir hasta el piso. Salió de la cabina tan pronto como las puertas se abrieron de
nuevo y corrió escaleras abajo en picada a la habitación que le habían dado a ella
en el segundo piso, viéndola en su puerta.

—Phoebe.

Su barbilla se levantó con indignación, ignorándolo y una vez más, no fue lo


suficientemente rápido. Llegó allí justo cuando la puerta se cerró en sus narices. Él
probó el pomo, la encontró cerrada, y frunció el ceño a la madera. 239
—Phoebe, abre.

—Nop. Estás siendo un idiota.

Oh, sin duda estaba lamentando el día en que le dijo a ella que podía decirle
eso.

—Vamos. ¿Podemos hablar?

—Podríamos haberlo hecho si tu lengua no hubiese estado en mi garganta.


Vete. Voy a tomar una ducha.

Él gimió y apretó la frente contra la puerta. Phoebe. En la ducha. No es la


imagen que necesitaba cuando incluso podía martillar clavos con su pene. La
maldita cosa no había mostrado ningún interés en cualquier mujer durante años y
ahora de repente no se comportaba cuando lo necesitaba.

Voces se hicieron eco por el pasillo y se apartó de la puerta, siguiendo el


sonido hasta que encontró la sala de juegos, donde Jean-Luc y Marcus habían
empezado una partida de billar.
—Hey, hombre —dijo Marcus y se enderezó de la mesa para entizar su taco—
. Eso fue un rapidito. Pensamos que no volveríamos a verte hasta justo antes de la
hora de partir.

—Ella no me dejó entrar a su habitación.

—Que mierda. Bueno, no somos tan bonitos pero puedes pasar el rato con
nosotros durante la noche. Estamos celebrando el buen pronóstico de Zak. Y
aprovechando nuestras excelentes habitaciones mientras podamos.

—No se puede beber siquiera —murmuró Jean-Luc y levantó una botella de


agua en brindis—. Órdenes directas de nuestro estimado capitaine ya que todavía
tenemos una misión que cumplir. Así pues, ¿listo para una partida de billar? No,
espera. —Él frunció el ceño—. ¿Juegas billar como juegas al póker? Porque si es así,
incluso yo no soy tan estúpido como para jugar contigo.

—El pool no es mi juego —admitió Seth, mirando la mesa—. Nunca fui muy
bueno en geometría.

—Muy bien entonces. Retiro lo dicho. ¿Quiere unirte a nosotros, mon ami?

—Nop. —Golpeado con una idea repentina, le hizo señas con un dedo a 240
Marcus. Que lo condenaran si dejaba que Phoebe se mantuviera lejos de él. Ahora
que tenía la cabeza bien otra vez, tenían que hablar—. Te necesito, Deangelo.

—Bueno, me siento halagado, Harlan. Pero prefiero a mis compañeras un


poco m{s… no sé. —Se metió el taco bajo el brazo y delineó una figura de reloj de
arena en el aire—. Con curvas.

—Mmm, y con el cabello más largo —dijo Jean-Luc.

—Labios más grandes —agregó Marcus.

—Piernas esbeltas.

—Y ningún pene —dijo Marcus.

—Toda vagina —estuvo de acuerdo Jean-Luc y los dos se rieron como un par
de chicos borrachos de fraternidad, chocando sus tacos.

Seth rodó los ojos, pero se encontró con que estaba luchando contra una
sonrisa. Jesús, no había sonreído tanto en este año. O reído. O frunció el ceño.
Llorado. Temido.

Amado.
Sí, todo tipo de emociones que había mantenido encerradas en su interior
repentinamente estaban saliendo a la superficie. No estaba muy seguro de qué
hacer con todas ellas, o incluso la forma de comenzar a clasificarlas. Lo único que
sabía con certeza era que tenía un poco de humillación que hacer.

—Tú no idiota —dijo cuando las risas se calmaron—. Te necesito para abrir
una cerradura.

—Oh. Eso lo puedo hacer.

Cuando Marcus recostó su taco en la pared, Seth no pudo evitar añadir:

—Además, ya sabes que no puedes manejar tanta sensualidad.

Marcus se detuvo en seco y su boca se abrió. Intercambió una mirada


sorprendida con Jean-Luc. La expresión en sus dos caras decía claramente: Mierda,
Seth Harlan haciendo una broma.

—¿Qué? —dijo un poco a la defensiva—. Tengo sentido del humor.

Jean-Luc finalmente se echó a reír.

—Es agradable ver que hace acto de presencia. 241


Yyyyy silencio incómodo.

—¿Sobre esa cerradura? —Marcus le indicó que liderara el camino—. No


hagas trampa en mi ausencia, cajún.

—Ni lo soñaría —dijo Jean-Luc y oyeron el chasquido de su taco golpeando


una pelota al salir de la habitación.

Marcus se encogió de hombros.

—Ah, él estaba ganando de todos modos.

***

Phoebe salió del cuarto de baño de su dormitorio, todavía disfrutando del


lujo del agua caliente mientras el vapor perfumado la siguió por la alfombra. El
calor había hecho maravillas para todos los dolores persistentes y los que
quedaron de su experiencia cercana a la muerte y se sentía un tanto humana otra
vez.

La casa de Tuc era un palacio comparado con el refugio con sus duchas de
agua fría y la pobre presión del agua. Y en comparación con las condiciones de
vida rústicas en las montañas, el agua caliente, jabón, e incluso la alfombra de felpa
debajo de sus pies se sentía francamente decadente. Es cierto, la ducha había sido
un factor en su decisión de quedarse aquí en vez de volver al refugio.

Bueno, la ducha y Seth. A pesar de que no debería haber tenido algo que ver
con eso, ya que ella había pasado los últimos dos días convenciéndose a sí misma
que el abrupto final de su relación había sido una buena cosa. Lo cual era.
Impotente contra la fuerza de la atracción, había sido incapaz de mantener su
distancia de él, a pesar de conocer todas las razones por las que debería. Pero
mientras su mañana incómoda anterior continuara anclando una cuña entre ellos,
no era un problema. Él la evitaba, y sus secretos se mantenían a salvo. Ella
permanecía a salvo. No había más riesgo de enamorarse de él, lo cual había estado
peligrosamente cerca de hacerlo, maldita sea, y nunca tendría que revelar que ella
una vez había arremetido contra él con la prensa. Nunca tendría que hacerle daño.

O al menos eso había sido su plan hasta que él la besó en la azotea. Gracias a 242
Dios que había vuelto en sí antes que las cosas progresaran a cosas pesadas. Y
gracias a Dios esta habitación tenía una cerradura en la puerta.

Deteniéndose frente a una gigante cómoda, abrió el cajón superior en busca


de bragas, agradecida de que Zina hubiese traído sus cosas cuando ella recogió a
Darya y a su hijo. Era agradable tener su propia ropa de nuevo. Acababa de
escoger unas de algodón azul funcional cuando la puerta se abrió de golpe detrás
de ella.

La puerta bloqueada.

Ella chilló y dejó caer las bragas. Casi dejó caer su toalla también, pero se las
arregló para atrapar la tela que se resbalaba y la sujetó en torno a sus pechos de
nuevo cuando Seth entro bruscamente como si la habitación fuera suya.

Ella lo miró boquiabierta.

—¿Cómo has…?

Marcus estaba parado en el pasillo, enrollando su conjunto de ganzúa. Él hizo


un gesto culpable. Ella le lanzó una mirada asesina. Él se encogió de hombros. Seth
cerró la puerta, bloqueando su vista, pero ella continuó frunciéndole el ceño a la
madera.

Agr. Iba a tomarle una foto tan poco favorecedora a Marcus en una posición
comprometedora, no sería difícil porque, hola, este era Marcus Deangelo, por todas
las cuentas, el segundo más-grande-puto en el equipo. Luego ampliaría la foto
hasta un retrato de tamaño natural y se la enviaría a su madre. Eso le enseñaría por
abrir cerraduras de las habitaciones de las damas.

Seth se movió hacia su línea de visión.

—Tenemos que hablar.

Oh, no. Hablar era una mala idea. Apretó bien la toalla y volvió su mirada
fulminante hacia él.

—Tienes que irte.

—No me iré hasta que aclaremos algunas cosas entre nosotros.

Una burbuja de pánico se expandió en su pecho y retrocedió, tropezando un


poco en sus propios pies al estirarse a ciegas detrás de ella para llegar a la puerta
del baño. Si se encerraba allí, él finalmente se daría por aludido y se iría, ¿no?
243
—Vete. Por favor. —Ella se apartó en un giro, pero su brazo se cerró a su
alrededor desde atrás. Él la levantó y la giró trayéndola a su pecho, abrazándola
con fuerza durante mucho tiempo. El corazón de él dio un vuelco contra su oreja,
haciéndola pensar en su tiempo juntos en la cama. Los recuerdos se combinaron
con el deslizamiento de sus suaves manos bajando por la espalda calentándola de
adentro hacia afuera.

—Seth, no —protestó ella, pero su voz salió débil y vergonzosamente sumisa


y no tenía la fuerza de voluntad para alejarlo cuando sus brazos se sentían tan bien
a su alrededor—. Por favor, sólo… vete.

—Muy bien —dijo después de un momento, pero no la soltó—. Si dejas que


me explique primero.

—No tienes que…

—Sí, lo hago. Por varias cosas. —Él respiró hondo y finalmente volvió a
alejarla a la longitud de su brazo extendido—. Comenzando con ese momento en el
techo y en el ascensor, fue un desliz de mi parte. Yo estaba en un subidón de
adrenalina y tú estabas parada allí junto al Tuc luciendo tan bonita, y tu
enamoramiento con él saltó a algo…

Ella se quedó boquiabierta.

—¿De qué demonios estás hablando? ¿Cual enamoramiento con Tuc?

—¿Cuál enamoramiento? —Se hizo eco incrédulamente—. ¿Estás


bromeando? Es obvio. Te babeas cada vez que él entra en una habitación.

Ella le apartó las manos de sus hombros con un golpe.

—Porque quiero una foto suya. ¿Sabes cuánto pagan las revistas por fotos de
él? Lo suficiente como para establecer a Zina y al refugio en un lugar como este y
queda suficiente para viajar por el mundo. ¡Dos veces!

Su boca se abrió y se cerró como un pez.

—Oh.

—Sí, Oh, tú estúpido.

—Pero tú… —Sacudió la cabeza como si intentara aclarar sus pensamientos— 244
. No, no importa. Ese no es el punto. Nos estamos saliendo del tema. Tengo que
disculparme por el otro día. Por la forma en que me fui. Fue… yo, eh, no
pretendía… no podía… ay, mierda. —Hizo una pausa, se pasó una mano adelante
y atrás por el cabello un par de veces, e hizo una mueca—. Escucha, me deje llevar
por los nervios de nuevo, pero eso no fue excusa para largarse como si no
significaras nada para mí. Porque lo haces. Significas algo. —Levantó la mirada
hacia la de ella—. Más que algo, en realidad.

—Pero… ¿y qué pasa con Emma?

Su frente se arrugó en una expresión de genuina confusión.

—¿Emma? Ella no tiene nada que ver con esto.

—Lo hace si tú todavía la amas.

—¿Qué? No, yo no la amo.

Ella no se molestó en ocultar su duda.

—¿Ah no?
—No. —Pero luego dejó escapar un suspiro—. Okay, admito que extraño lo
que tuve con ella y me gusta la idea de lo que podríamos haber sido. Pero eso es
todo. Yo no la quiero. No la he visto en años y apenas la conozco ahora.

—¿Entonces por qué cargas su foto por allí?

Su mano cubrió el bolsillo de su chaleco antes de contenerse y la dejó caer a


su lado.

—Es… difícil de explicar.

—Inténtalo.

Él no dijo nada. Y más de nada. Tanto de esa nada, de hecho, que se imaginó
que la conversación, y la relación, estaban terminadas oficialmente. Porque a pesar
de todas sus protestas de lo contrario, quería hablar con él. Sin la comunicación,
nunca tendrían nada más que sexo. Si había aprendido alguna otra cosa de su ex
marido, era esa dura realidad.

Se inclinó para recuperar sus bragas caídas, luego abrió el cajón de la cómoda
para encontrar algo más sustancial de llevar que una toalla.

—Como he dicho, tienes que irte.


245
Seth le tocó el hombro.

—No puedo explicarlo. Sólo… sé que ya no la quiero. Soy un hombre de una


sola mujer, y ahora mismo, esa mujer eres tú.

Suspirando, se dio por vencida en tratar de mantener su ira. ¿Cómo podía


estar enojada después de una admisión como esa? Eso significaba que tendría que
confesarse con él por lo de su pasado, pero no ahora. En este momento, ella sólo
quería abrazarlo.

—¿Qué voy a hacer contigo? —Se dio la vuelta y caminó hacia sus brazos—.
Gastas demasiado tiempo y energía deteniéndote en todas las partes malas de la
vida, que te pierdes las buenas. Nosotros dos juntos, esa era una de las buenas. —
Ella le besó la barbilla—. Y podemos tenerlo otra vez si quieres.

—Yo sí quiero —susurró junto a su oído—. Eso tiene que ser obvio. No puedo
controlarme a tu alrededor. Es como si mi pene tuviera mente propia.

Ella deslizó una mano entre ellos, encontrándolo duro, y lo apretó


suavemente a través de la tela de sus pantalones.
—Hmm. Y explícame, ¿por qué eso un problema?

246
Capítulo 34

¿Problema? ¿Qué problema?

Seth se estremeció violentamente ante su toque. Cuando ponía su mano sobre


él de esa manera, su único problema era la ropa que le impedía enterrarse hasta las
bolas en el interior de ella. Empuñó el material en la parte baja de su espalda
mientras ella seguía acariciándolo, la caricia enloquecedoramente ligera, casi
inexistente entre el efecto adormecedor de sus cicatrices y la amortiguación de las
sensaciones a través de sus pantalones. Y casi demasiado. Tan herido como él
estaba y aún montando los efectos de la adrenalina por la exitosa operación de
entrenamiento, estaba casi a tres segundos de explotar. Y, tenía que estar dentro de
ella cuando lo hiciera.

—Cariño. —Él le agarró la mano. Una parte de él quería alejarla. Otra parte
quería que la ligera y dulce acaricia nunca terminara y presionó sus caderas hacia
delante, empujando en su palma suave—. Si hacemos esto, no puedo ir con calma.
No esta vez. Estoy demasiado hinchado, y te voy a inclinar sobre esa cama y darte
duro hasta que estés gritando.
247
Ella inhaló bruscamente justo antes de que su boca cubriera la suya. Él le
mostró lo que quería decir con el beso, usó sus dientes para demostrar lo mucho
que lo necesitaba, su lengua para mostrar cómo iba a tomar el control. Cuando por
fin la soltó, sus respiraciones entraban y salían de sus pulmones entrecortadamente
y levanto la mirada hacia él con los ojos aturdidos.

—¿Me lo prometes? —Ella dio un paso atrás y dejó caer la toalla, dejando al
descubierto su cuerpo desnudo para él. Ella era demasiado buena para ser verdad.
Toda piel blanca satinada con una espolvoreada débil de pecas sobre sus hombros.
Sus pezones se engrosaron y se oscurecieron cuando él se les quedo mirando, y su
boca se hizo agua por una probada de esos capullos apretados. Era delgada en la
cintura y las caderas, con una mata de vello cobrizo en el vértice de las piernas
como el mismo que en su cabeza. Ella apretó los muslos juntos cuando su mirada
se instaló allí, y, demonios no, ella no iba a ocultaba su excitación de él. Quería ver
su reluciente humedad, lista para tomarlo. Él la atrajo hacia si, la giró de espaldas a
su pecho, y se estiró a su alrededor para encontrar su clítoris. Ella gritó algo que
podría haber sido su nombre y sacudió sus caderas, moviendo su culo contra su
pene.

Jesús.
Necesitaba entrar en ella.

Él le abrió las piernas con el pie y usó su mano libre para desabotonarse.

—Seth —jadeó ella—. Estoy tan… cerca… —Ella se sacudió rápido contra sus
dedos y un estremecimiento de liberación debilitó sus rodillas. La atrapó con un
brazo alrededor de su cintura y la llevó a la cama, inclinándola sobre el colchón
justo como había prometido.

—Sostente de algo —dijo, y sus dedos se clavaron en la manta. Él se agarró a


sí mismo en la mano, encontrando su entrada, y entró un milímetro en su calor.
Ella empapó la punta con su excitación, recordándole que necesitaban un condón.
Maldita sea. Se aguanto agónicamente mientras buscaba a través de los muchos
bolsillos de sus pantalones. Sabía que tenía uno en alguna parte…

—Seth —gimió—. Muévete. —Ella abrió más las piernas, tomándole en


profundidad y casi haciendo el condón innecesario. Contuvo el aliento cuando el
calor se fundió en la parte baja de su espalda y sus bolas se apretaron.

Demasiado cerca.

Condón, pensó de nuevo una vez que logró controlar la marea creciente de su 248
orgasmo por el momento. Continuó su búsqueda, prácticamente vaciando sus
bolsillos en el suelo hasta que encontró la maldita cosa en el bolsillo de la pierna y
se retiró de ella para ponérselo.

—No —gritó Phoebe y se arqueó para mantenerlo.

Él aplastó una mano en su espalda, sosteniéndola firme mientras se


envainaba a sí mismo, y luego la agarró por las caderas y se estrelló de nuevo. Y
otra vez. Y otra vez. Ella hundió la cara en el colchón y gritó, su sexo
contrayéndose a su alrededor. Él se inclinó hacia delante y le mordisqueó la piel en
la base de su cuello y otro escalofrío le atormentó, estuvo a punto de deshacerlo.

Joder, se sentía bien.

Enderezándose, levantó sus caderas y estableció un ritmo hasta que sus


músculos temblaron y ella gritó de nuevo. Su orgasmo apretándose en torno a su
pene arrancandole su propia liberación con tal fuerza, que nubló la línea entre el
placer y el dolor.

Gimiendo, él presionó la cara contra la piel sudada y resbaladiza de su


espalda baja.
—Oh. Mi. Dios —gimió ella, estremeciéndose con los temblores residuales—.
Nunca me volveré a mover. Y estoy bien con eso.

Seth arrastró una profunda bocanada de aire y se retiró de ella. Tenía razón:
ella no se movió. En todo caso, comenzó a deslizarse por el borde de la cama, como
el Jell-O descongelándose. Él la agarró por detrás y la impulsó hasta que yació
sobre el colchón sobre su vientre.

—Ya vuelvo —le dijo, todavía respirando con dificultad—. Me voy a encargar
de esto.

—Mmm-hmm.

Sí, ella ya estaba en camino al país de los sueños. Seth sonrió, una especie
primitiva de satisfacción llenó su pecho que no tenía nada que ver con su propia
liberación y todo que ver con la satisfacción de su mujer.

Su mujer.

A él, le gusta un pelín el sonido de eso.

El aire en el cuarto de baño era aún grueso con la humedad de su ducha.


Arrojó el condón, pero cuando se detuvo en el lavamanos para lavarse las manos,
249
él alcanzó a verse a sí mismo en el tocador. Todavía llevaba su rostro pintado y
todas sus armas. ¿Y ella había permitido que la tocara luciendo así?

Rápidamente arrojó las armas y fundas, poniéndolos en el mostrador del


baño. Luego vinieron los pantalones, la camisa. Corrió a la ducha, se enjabonó y
enjuagó lo más rápido posible, su enfoque completamente en volver a la cama, con
Phoebe.

Tenía la tarde libre y no planeaba perder un segundo de ella.

Enjuagándose otra vez, cerró el grifo y salió de la ducha con mampara de


cristal. Abrió el armario de ropa para agarrar una toalla y se encontró cara a cara
con un espejo de cuerpo entero en la parte posterior de la puerta.

Mierda.

Había una razón por la que sólo tenía un pequeño espejo en el tocador de su
casa. Él no había querido ver esto, todo el panorama de su tortura en un cruel
reflejo.

Miró hacia sus manos, casi como si las viera por primera vez. Sus manos
estaban ásperas de rasguños que nunca había sanado correctamente. Ronchas
abultadas cubrían la parte trasera de las manos por la delgada vara que sus
captores utilizaban para golpear sus nudillos. Todavía tenía las marcas en sus
muñecas por el cable del que había colgado más horas de lo que recordaba. Las
finas rayas en sus costillas por las cuchillas de los múltiples objetos punzantes.
Quemaduras circulares de cigarrillos. Una marca en la cadera, la palabra en pastún
para infiel. La irregular rugosidad de la cicatriz que cruzaba su cuello de cuando
Diablo le rajó la garganta.

Habían planeado que muriera antes de que los SEALs llegaran a él. Sin duda,
él debería haberlo hecho. No sabía cómo había vivido y por mucho tiempo se había
preguntado, ¿por qué él? ¿Por qué no habían sido recuperados nunca los cuerpos
de Bowie o Link? O ¿Joe McMahon, que había sido bolado en piezas tan pequeñas
que para cuando el tiroteo había terminado todo lo que habían tenido que enterrar
era un brazo y sus placas de identificación? ¿Garrett Rey, que había durado sólo
cuatro días en cautiverio? O, ¿Omar Cordero? ¿Por qué no podía haber aguantado
unos jodidos días más?

¿Por qué, de todos ellos, tenía Seth Harlan que haber sobrevivido?

Manos suaves acariciaron la extensión de sus hombros, bajaron por la


espalda, y luego rodearon su cintura. Phoebe apoyó la mejilla en su bíceps y 250
encontró su mirada en el espejo. Junto a él, su piel era la blancura perfección y sólo
destacó cuán monstruoso realmente parecía.

—¿Estás bien? —susurró.

Incapaz de ingeniar una respuesta inmediata, tragó saliva. Negó con la


cabeza.

—¿Cómo puedes encontrar esto atractivo?

Ella agarró la toalla olvidada de sus dedos entumecidos, frotando


suavemente sus hombros, el pecho, el estómago. Luego enrolló la toalla en su
cintura y metió el extremo adelante y entrelazó sus dedos con los suyos.

—¿Podemos intentar algo que he estado muriendo por hacer desde que nos
conocimos?

Confundido por el cambio de tema, él le permitió llevarlo a la habitación sin


protestar. Ellos ya habían hecho la cosa más íntima que dos personas podían hacer
juntos. ¿Qué otra cosa podría estar "muriendo" por hacer?
En el borde de la cama, ella lo empujó en el pecho hasta que se sentó, luego,
ignorando su propia desnudez, sacó la cámara de su bolso en una gran cómoda.

Al diablo con eso. Él se levantó de un salto.

—No lo creo.

Ella frunció el ceño por encima de su hombro mientras le montaba una lente a
la cámara.

—Confía en mí, Seth. Por favor.

¿No creía que él confiaba en ella?

Bueno, demonios.

—Muy bien —dijo con un suspiro—. Con la condición de que nadie excepto
nosotros las vea.

Ella sonrió y tuvo la distintiva sensación de que acababa de ser utilizado.

—Trato.

Hombre, ¿en qué se estaba metiendo? Auto-consciente, se frotó la parte


251
trasera de su cuello, el cual se había puesto caliente al tacto. Ahora se estaba
sonrojando. Genial.

—Uh, ¿qué quieres que haga?

—Acuéstate boca abajo. No, espera. —Ella guindó su cámara alrededor de su


cuello y se acercó a la cama. Considerándolo por un segundo, y luego tiró del
cubrecama y las sábanas arrugadas—. Aquí vamos. Acuéstate de lado aquí, con el
brazo metido debajo de la cabeza. Oh, y deshazte de la toalla. Ya está. —Ella lo
colocó y dio un paso atrás. Se movió rápidamente hacia delante, arrastrando la
sábana sobre su pene, apenas cubriéndolo, y retrocedió de nuevo, la cabeza
inclinada, calculando y arrugando la frente. Como si él fuera ganado que estaba
evaluando para su compra.

—¿Qué hago con este? —Levantó su brazo libre. Sintiéndolo un poco como si
estuviese en medio y no estaba seguro de dónde ponerlo.

—Simplemente actúa natural —dijo y levantó la cámara, tomando algunas


fotos de un área de su anatomía que realmente preferiría no fuera capturada en
una foto—. ¿Dónde lo pondrías normalmente cuando estás de costado?
Si ella estaba buscando ponerlo más incómodo con su cuerpo, lo estaba
consiguiendo. Pero dos podían jugar a este juego. Si tenía que estar incómodo, ella
también.

—Entre tus piernas —respondió.

Un rubor rosado llenó sus pechos y se deslizó hasta su cuello y sus mejillas.

—Bueno, Seth. Pero no estoy siempre en la cama contigo. Sólo relájate.


Olvídate de la cámara, olvida posar. ¿Cómo te recostarías naturalmente si te fueras
a dormir ahora?

Se dejó caer sobre su espalda, abrió las piernas, apoyó una mano en su pecho
y tiró el otro brazo sobre la cabeza.

—Eso. Quédate así.

Cerró los ojos, y respiró. Escuchó el clic, clic, clic, de su cámara.

—Muy bien, perfecto. Ahora voltéate y ponte cómodo sobre tu estómago.

252
Se dio la vuelta, arrastrando la sábana con él, y envolvió sus brazos alrededor
de una de las almohadas. Sintió a Phoebe desplazarse a la parte superior de la
cama por su hombro. Más clic, clic, clic. Algunas veces, ponía la cámara tan cerca de
él, que su aliento rozaba su piel y le ponía la piel de gallina mientras miraba por el
visor. Su pene se animó, presionando dolorosamente en el colchón.

Y luego, no fue sólo su aliento, sino sus labios y su lengua delineando


suavemente las cicatrices que cruzaban su espalda.

Él gimió y giró la cabeza para capturar su boca. Arrodillada junto a él como lo


estaba, con las piernas lo suficiente abiertas, tenía una vista perfecta de los labios
rosados de su sexo. Él pasó los dedos por su raja, la encontró húmeda, y se
sumergió en su interior. Ella rompió el beso con un gemido y arqueó la espalda,
montando sus dedos hasta que estuvo jadeando, esforzándose por alcanzar el
clímax. Su cámara seguía colgando de una correa alrededor de su cuello y
golpeaba ligeramente contra su vientre con cada subida y la caída de su cuerpo.
Descaradamente, ella tomó su placer de él y el suyo propio creció con cada gemido
suave y sexy de su garganta.

Cuando él rozó su pulgar sobre su clítoris, ella se corrió en su mano. Cabeza


echada hacia atrás, los ojos fuertemente cerrados.

Cristo, era hermosa.


Se llevó los dedos a la boca y los chupó, el sabor de su excitación como miel
en su garganta. No era suficiente. Agarrando sus caderas, la levantó y la volvió a
colocar para que quedara a horcajadas sobre su cara. Ella jadeó y trató de
levantarse, pero él la mantuvo inmóvil y la saboreó. Ella vibró sobre él y sus
protestas se desvanecieron en gemidos mientras su lengua salía y se sumergía
dentro de ella, luego rodeó su clítoris. Cuando se corrió de nuevo, su nombre
estaba en los labios y una emoción primitiva se disparó a través de él, apretándole
las bolas.

Cristo, no iba a aguantar mucho más tiempo.

Phoebe se rió entrecortadamente y un rubor rosado llenó sus mejillas de


nuevo mientras se tendía junto a él.

—Bueno, eso fue inesperado.

Él se rodó hasta ponerse de lado y se agarró el pene, acariciándose a sí


mismo. Ella miraba con ojos hambrientos, luego, le cubrió la mano con la suya y
apretó lo suficientemente fuerte. Él maldijo mientras su cuerpo se levantó del
colchón y su liberación salió a chorros entre sus dos palmas.

—Mierda. —Se puso de pie rápidamente y agarró la sabana—. Lo siento. 253


Déjame…

Phoebe hizo un ademan con la mano y se chupó los restos de su orgasmo de


los dedos. Y, que lo condenen si eso no era la cosa más erótica que había visto en
su vida. Si él no se hubiera corrido justo lo suficientemente fuerte para ver las
estrellas, no tenía ninguna duda de que habría estallado de nuevo ante la simple
vista. Cayó sobre la cama, exhausto, saciado, y sin embargo increíblemente
excitado de nuevo.

—Phoebe, eres… no tengo palabras. Me vas a matar, probablemente.

Riéndose, ella tomó la cámara alrededor de su cuello y la dejó en la mesita de


noche, luego se acurrucó a su lado. Su cabeza descansó en su hombro.

—Eso es algo, ¿no? Después de todo lo que has pasado.

—Muerte por sexo. —Él enredó sus dedos en sus rizos. No eran suaves, sino
elásticos, y le gustaba la forma en que se sentían en torno a sus dedos. Tiró de un
rizo—. No hay mejor manera de irse.

—Imagina el elogio.
Él hizo un gran arco en el aire con la mano.

—Aquí yace Seth. Sobrevivió una guerra sólo para morir por mucho sexo.

Ella resopló y hundió la cara en su cuello.

—Eso es tan malo. No debería reírme.

—Yo quería que te rieras. Ese era el punto.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Phoebe se sobresaltó ante el golpe de un puño en su puerta. Seth


simplemente levantó la cabeza y frunció el ceño ante la interrupción.

—Hey. —Le sonrió—. Un ruido inesperado y no saltaste.

—Un progreso —dijo.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

—¡Oigan, tortolitos!

—Vete a la mierda Marcus. —Se recostó de nuevo, contento de ignorar a su 254


compañero de equipo. Tiró otro rizo de Phoebe hasta que estuvo totalmente recto,
y luego lo dejó ir y lo vio rebotar.

Ella carraspeó.

—¿Vas a hacer eso toda la noche?

—Sep. —Para demostrarlo, enrolló otro en su dedo y lo arrastró hacia fuera.

—Me pareceré a un arbusto en llamas para cuando hayas terminado. Un


arbusto llameante muy rizado.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

—Hey, hombre, te compadezco —gritó Marcus a través de la puerta—. Odio


el coitus interruptus tanto como cualquiera, pero Gabe me dijo que forzara la
cerradura de nuevo si es necesario y no me gustaría mucho. Así que vístete y lleva
tu culo abajo, ¿de acuerdo? Dispondrás de quince minutos.

Phoebe suspiró.

—Eso suena bastante importante.


—Por desgracia. —Había esperado más de un par de horas con ella antes de
que el equipo saliera. Quiso quedarse en esta habitación y disfrutar de la calidez
que causaba en su pecho y deleitarse con el sentido de la paz que sólo le daba
yacer a su lado.

Sí, era egoísta. Y sí, se sentía como una mierda por pensarlo, pero por primera
vez en años, él estaba… contento. Relajado, incluso.

Se apoyó en un codo y sonrió hacia ella. Excepto que ella no le devolvió la


sonrisa. Se quedó mirando fijamente la puerta, mordiéndose su labio inferior con
preocupación.

—Hey. —Arrastrando un dedo ligeramente a lo largo de su mandíbula, y


dirigió su mirada hacia él—. Si estás preocupada por la operación, no lo estés. Lo
lograremos.

—Oh —dijo, y liberó su labio como si de repente se diera cuenta del gesto
nervioso—. No, no es eso, tengo fe completa en que detendrás a Siddiqui.

—Entonces, ¿qué pasa?

Ella abrió la boca. Ningún sonido surgió. 255


Su estómago se apretó de miedo y él se sentó.

—Phoebe, ¿qué pasa?

Ella negó con la cabeza.

—No es importante en este momento.

—¿Estás segura?

—Sí. Absolutamente. Podemos hablar cuando vuelvas. —Ella saltó de la


cama—. Debería ducharme de nuevo. No quiero enfrentar a los chicos con el
cabello desaliñado por el sexo. —En la puerta del baño, miró sobre su hombro y
finalmente sonrió—. Eres bienvenido a unirte a mí.

—Sí, okay. Estaré allí en un segundo. —Él puso los pies en el suelo, pero eso
fue todo lo lejos que fue. Se quedó viendo al cuarto de baño abierto. El agua se
abrió, salpicando contra el suelo de baldosas. La puerta de la ducha se cerró.

Sin embargo, no se movió.


La primera vez que arrinconó a Phoebe en el mercado, había estado tan
seguro de que ella estaba mintiendo, ocultando algo. Cuando había llegado a
conocerla en los días subsiguientes, se había convencido de que su impresión
inicial no era más que su paranoia hablando.

Pero la mirada en sus ojos hace un momento…

Maldita sea. Debería haber confiado en sus tripas.

256
Capítulo 35

Seth nunca se unió a ella.

Para cuando se dio cuenta de que no lo haría, la habitación estaba vacía. Sus
cosas se habían ido.

Phoebe se paró en el centro de la habitación, enganchó una toalla a su


alrededor, su cabello goteando sobre la alfombra, y rememoró los últimos diez
minutos en su mente. Él había sido dulce y casi juguetón cuando Marcus llamó a la
puerta.

Entonces, ¿qué cambió para que la dejara sin una palabra?

Como si no lo supiera.

Maldita sea. Phoebe agarró algo de ropa limpia e hizo un trabajo rápido de
ponérselos a tirones. Salió por la puerta en el instante siguiente, su cabello todavía
goteando.
257
Ella no debería haber abierto la boca para decirle sobre el artículo. Al menos
todavía no, pero había lucido tan contento yaciendo junto a ella, jugando con su
cabello, y había sido superada con una culpa asfixiante. Su coordinación del
tiempo era una mierda sin embargo, lo cual era la única razón por la que se había
echado atrás de contarle. No podía lastimarlo de esa forma justo unas horas antes
de irse a poner su vida en riesgo.

Cuando ella llegó a la sala de reuniones, se encontró con el equipo


arreglándose, preparando suficiente equipo para librar una pequeña guerra. Un
temblor tintineó por su columna ante el coro de clics de todos los chasquidos en la
habitación, recargando las armas, balas en las cámaras.

Oh, Dios. No se suponía que debían partir por unas horas más.

—¿Qué está pasando?

—La misión está en marcha —dijo Gabe, apenas deteniéndose cuando cargó
su arma y la pasó a zancadas—. A movernos caballeros.

El equipo se enfiló.
—Espera. —Phoebe tomó la mano de Seth. Claro que los hombres habían
estado entrenando sin parar para esta incursión, pero no podía reprimir el miedo
hasta los huesos que se apoderó de ella. Se puso de puntillas para darle un beso en
la boca—. Por favor, ten cuidado.

Él le dio una sonrisa tensa y luego se fue sin prometer nada.

Phoebe se hundió en una de las cómodas sillas en la mesa de trabajo llena de


papeles y la pared de pantallas en la parte delantera de la habitación parpadeó a la
vida. Cámaras de casco, se dio cuenta cuando vio a Seth en una. Ellos estaban en la
azotea, subiendo al helicóptero, y sus voces provenían de un altavoz en algún
lugar mientras cada uno de los hombres comprobaba su radio. Su corazón se
encogió ante el "chequeo de radio, cambio" de Seth

Por favor, que este seguro.

—Señorita Leighton.

Ella se tensó ante el sonido de la voz de Tuc en la puerta.

—Señor. Quentin —dijo, pero no apartó la mirada de las pantallas y vio como
Seth recorrió el últimos chequeo de su equipo—. ¿Por qué no está ahí afuera con 258
ellos?

—Ojalá pudiera. Por desgracia, tengo una de esas caras reconocibles y de


acuerdo a los tabloides, estoy en mi yate en algún lugar del Caribe, bebiendo
cócteles con cierta supermodelo, no recuerdo cuál se supone que es la de esta
semana. Aún así, odiaría desilusionar a cualquiera de esa bonita idea.

Por supuesto. No podrían tener a los tabloides sabiendo de su segunda vida


secreta como mercenario. Un sabor amargo le llenó la boca, pero decidió no hacer
comentarios.

Tuc se acercó y agarró un teclado. Segundos más tarde, la cámara de casco de


Seth apareció en la pantalla grande.

—¿Mejor?

Un temor enfermizo la llenó cuando Seth se ató a sí mismo en el helicóptero y


la cámara empezó a temblar con el despegue. ¿Podría realmente sentarme aquí y
verlo hacer esto? No. Pero ¿iba a dejar esta habitación hasta que estuviese a salvo
de nuevo? Absolutamente no. Estaría con él en cada paso del camino, incluso si eso
le daba un ataque al corazón.
Necesitando una distracción, miró a Tuc.

—Allá en la aldea, me conocías antes de conocernos. ¿Cómo?

—Tengo mis maneras. —Él mostró su sonrisa de Hollywood y asintió hacia


las cámaras—. Entonces. ¿Tú y Seth?

En la pantalla, Seth sacó una foto del bolsillo de su chaleco.

Oh, no. No podía verle con la foto de Emma con tanta ternura de nuevo. No
cuando el recuerdo de hacer el amor con él era tan fresco en su mente.

Ella giró su silla para enfrentar Tuc.

—Estoy asumiendo que también sabe acerca de mi antiguo trabajo.

—Así es.

—¿Vas a decirle sobre el artículo?

—Sí —dijo Tuc sin un pestañeo de remordimiento. Bastardo sin corazón—. Es


decir, a menos que planees hacerlo tú.

Abrió la boca para decir que lo hizo, pero no salió ningún sonido. Era una
259
mentira de todas formas, podría admitir para sí misma que nunca iba a decirle, a
pesar de su intención. Mira cuántas oportunidades ya había dejado pasar. Ella
negó con la cabeza.

—No puedo. Él me odiara.

—Si te estás acostando con él, se merece saber.

—Sí, pero, ya no es tan sencillo. Cuando escribí ese artículo, yo no lo conocía.


No era m{s que otra tr{gica historia jugosa. Y ahora…

—Ahora lo haces —terminó Tuc—. Es por eso que merece saberlo antes de
que las cosas avancen más entre ustedes dos. Él ya está en un inestable terreno
mental.

—Dios, odio la forma en que todos ustedes piensan eso. Él no es más


inestable que Ian. O ¿qué pasa con Quinn? Porque ese tipo tiene un poco de
pasado traumático a cuesta. Y no me puedes decir que Jean-Luc no tiene
problemas del tamaño de Disneylandia que está tratando de librar durmiendo con
toda la población femenina.

Tuc sonrió.
—Piensas tan bien de todos.

—Así es —replicó ella—. Pero Seth no está más roto que el resto de ellos y
estoy harta de oír a todo el mundo despedazándolo una y otra vez.

—¿Y qué hay de mí? ¿Estoy roto? ¿Tengo problemas?

Ella soltó un bufido.

—Tú eres el niño del cartel de los problemas. Tienes un caso clásico del
síndrome de niño estrella de Hollywood, pero en lugar de una fiesta de entradas y
salidas de rehabilitación, has aumentado la cosa directo hasta un nuevo nivel de
locura.

—Tal vez —admitió con un pequeño encogimiento de un solo hombro—.


Pero yo salvo a la gente.

—Tú mueves a la gente por ahí como piezas de ajedrez. ¿Todo esto? —Hizo
un gesto con la mano a la habitación con sus aparatos de alta tecnología—. Esto es
tú juego a ser Dios y es repugnante.

Las cejas rubias de Tucker se levantaron.


260
—No te agrado, ¿verdad?

—No, no lo haces. Me gustaron las películas de tu padre, sin embargo.


Odiado las tuyas.

—Auch —dijo sin ni siquiera una sombra de indignación en su tono—. Pero


te dejaré entrar en un pequeño secreto. Las odiaba, también. Nunca quise actuar.
Se esperaba de mí porque era la profesión de mi padre. Pero todo esto, ¿lo que
llamas jugar a ser Dios? Esto es lo que se me da bien. Planear una estrategia, las
maniobras. Yo lo uso para salvar a la gente, para darles a hombres buenos
segundas oportunidades. ¿Qué es exactamente lo que hace usted, señorita
Leighton?

Con eso, dejó el teclado y la dejó sola.

Echando humo, empujó su silla para seguirlo y cantarle sus cuatro cosas. Sí,
había hecho algunas cosas poco éticas en el pasado, pero eso no dictaba su valía.
Había hecho mucho bien desde entonces y si él pensaba que podía librarse con
disminuir todo lo bueno porque…

Ella se detuvo en seco con la mano extendida para empujar la puerta.


Oh, ¿era una idiota crédula o qué?

Tuc había dicho eso a propósito, sabiendo que la haría enojar y se sentiría en
la necesidad de aclararle las cosas. Él no creía que debería estar vigilando la misión
y esta era su forma de distraerla.

Bastardo manipulador.

Bueno, él había dicho que era bueno en la estrategia. No hay duda sobre eso
ahora.

Se dio media vuelta y fue de nuevo a la silla. La cámara del casco de Seth
mostraba a los chicos todos de pie, Quinn por la puerta con su mano a través de
una asa en el techo. Arrojó una cuerda del helicóptero y agitó un brazo. El primer
hombre agarró la cuerda y saltó. Seth fue tercero en la fila y contuvo el aliento
hasta que sus pies estuvieron en el suelo, con el rifle en la mano, y se trasladó hacia
la cubierta.

El alivio fluyó a través de ella en una ola agotadora y se dejó caer en el


asiento de cuero. Esta iba a ser una larga noche.

Detrás de ella, la puerta se abrió. 261


—No funcionó, ¿eh? —dijo Tuc con una nota de resignación. Le entregó una
taza de café y luego se sentó en la silla junto a la de ella.

—Casi —admitió y sopló la parte superior de la taza antes de tomar un sorbo.

—No me puedes culpar por intentarlo. No es necesario que veas esto.

—Sí, lo es.

—Supongo que sí. —Se enfrentó a la pantalla y levantó su propia taza—.


Jesús, quisiera estar allí.
Capítulo 36

La mansión de color arena parecía vacía a través de la mira de Seth. Ubicada


en la ladera de una montaña, frente a un desierto salpicado de poco más que un
espolvoreo de maleza, era una posición muy defendible para cualquier persona
desde dentro, si hubiese alguien en el interior, lo cual era una ventaja importante
para los chicos malos. El terreno circundante no ofrecía un montón de cobertura
para aquellos que buscan atacar el lugar, no muy bueno para los chicos buenos.

Recostado sobre su vientre detrás de un aumento natural en la tierra, Seth


continuó buscando señales de vida.

—¿Alguna cosa? —preguntó Ian. Habían estado acostados en la tierra como


por ocho horas. Esperando. Observando.

—No. ¿Y tú?

—Nada. Esta espera apesta.

—Simplemente quieres estar ahí para poder poner tus manos en esa bomba
262
—dijo Seth.

—Sí, tienes razón. Las bombas son lo que hago, así que si alguien va a
manejarla, debería ser yo. En cambio, me tengo que quedar aquí en el medio del
desierto de niñera tuya.

—Tal vez si no fueras un hijo de puta tan volátil, Gabe confiaría en ti para
estar más cerca de la acción. Además —añadió Seth y limpió una gota de sudor de
la frente con la manga—, yo necesitaba un ayudante y tu eres sorprendentemente
bueno en eso.

Ian hizo un sonido burlón. Varios minutos pasaban en silencio y luego


preguntó:

—¿Crees que estamos saltando a las sombras? Si este acuerdo iba a pasar, ¿no
crees que habría pasado bajo el amparo de la oscuridad?

—No lo sé. Siddiqui no tiene el control de esto. Todo va sobre el reloj de


Zaryanko. Tal vez trató de poner en marcha el acuerdo ayer por la noche y las
cosas no se concretaron. —Seth apoyó su frente contra su brazo y cerró los ojos por
un segundo. Tuvo que apartar la mirada de la retícula antes de que la imagen del
punto de cruz se grabara en su retina—. Tarde o temprano van a mostrarse.

Ian gruñó.

—Estoy empezando a dudarlo. Pasamos los últimos dos días entrenando para
asaltar la casa de Siddiqui en Kabul y mira cómo terminó eso. Estamos sentados
aquí horneando nuestros culos vigilando una pocilga abandonada.

—Los planes cambian todo el tiempo, Ian. Ya lo sabes, y la información de


Tuc era sólida.

—Sí, bueno. No sé cuanto confío en ese hombre.

—No confías en nadie.

—La lista es corta —admitió Ian.

—¿Sí? —Seth fijó su ojo nuevamente en la mira—. Nombra una persona en la


que confíes implícitamente.

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—Como si fueras el indicado para hablar de confianza, Hero.

Él no tenía que mirar al chico para saber que la siempre presente sonrisa
burlona de Ian estaba firmemente en su lugar. La escuchó alto y claro en su voz.

—Confío en Phoebe.

—Eso no es confianza, es lujuria.

Dice el hombre que no reconocería la intimidad si le mordiera el culo. Seth resopló,


sin molestarse en discutir sobre eso porque simplemente desperdiciaría su aliento.
Ian no era capaz de entender su relación con Phoebe.

—Todavía no has nombrado a nadie —señaló—. Y deja de llamarme Héroe.

—¿Vas a seguir con esto todo el día, Héroe?

—Tú eres un duro hijo de puta —gruñó Seth—. Y, sí, creo que lo haré. Nada
mejor que hacer, que hacerte enojar hasta que los chicos malos aparezcan.

Ian siseó un suspiro enojado.

—Está bien. Tank.

—Los perros no cuentan.


—Sí, lo hacen. Poseen una especie de lealtad que la mayoría de los hombres
no pueden ni siquiera imaginar.

Muy bien. Tenía un punto.

—Estoy hablando de seres humanos. Sé que respetas a Gabe y a Quinn, pero


¿Confías en ellos?

Silencio.

Seth dejó que se preocupara de eso y continuó la exploración en busca de


signos de vida en el edificio objetivo. Hasta donde podría decirlo, no había nadie
en el interior, y la esperanza que había tenido después de su último entrenamiento
comenzaba a esfumarse. Tal vez ellos estaban saltando a las sombras.

—Tu —murmuró Ian—. Confío en ti.

Sobresaltado, Seth echó un vistazo hacia él.

—¿Por qué yo?

264
—Salvaste mi culo y no tenias que hacerlo, así que tienes mi confianza. Y por
eso es que le pedí a Gabe que me dejara vigilar para ti. Te debo. Tan simple como
eso.

Seth abrió la boca, no exactamente seguro de lo que pensaba decir, pero no


importó porque el sonido de los vehículos aproximándose lo salvó de tener que
responder. Miró a través de su mira. Una fila de SUVs retumbaban hacia la casa
abandonada, levantando nubes de polvo a su paso.

—Tengo tres SUVs entrando desde el este.

—Sí, los veo —dijo Ian y pasó la información por la radio. La voz de Gabe
volvió, diciéndoles que mantuvieran su posición y reportaran si conseguían
visualizar La Maleta.

Los SUVs retumbaron hasta detenerse frente a la mansión y varios hombres


con bufandas envueltas en sus rostros se bajaron. Todos llevan M4s, a excepción de
un hombre que parecía ser su líder. Llevaba una bolsa de francotirador sobre su
hombro e hizo un gesto con una mano mientras que les ordenaba a sus hombres
que aseguraran el perímetro. Luego, el francotirador se volvió y pareció mirar
directamente hacia la posición de Seth y de Ian, pero no había manera de que
pudiera verlos, escondidos como estaban detrás de la elevación bajo una red de
camuflaje. Lo más probable es que el francotirador estuviera escaneando el
horizonte, posiblemente buscando los vehículos de Nikolai Zaryanko, ansioso por
terminar de una vez.

Aún así, una sensación escalofriante de déjà vu clavó sus garras en la parte
trasera de la mente de Seth. Le dio a su cabeza una pequeña sacudida. No podía
dejarse atrapar por el pasado ahora.

—Debe ser Askar —dijo Ian, todavía mirando a través de sus binoculares—.
¿Puedes alcanzar al hijo de puta?

—¿Cuál es el alcance?

—Cuatrocientos sesenta metros.

—Sí, lo tengo. Pregúntale a Gabe si quiere comprometerlos ahora o esperar.

Ian se puso en la radio. Un momento después, las órdenes de Gabe volvieron.


Esperar. Seth relajó el gatillo y siguió viendo como Askar y sus hombres
comenzaron a apilar bolsos de lona en la arena.

—Mierda —dijo Ian—. Eso es mucho dinero. ¿Crees que sean billetes
americanos?
265
—No vayas allí. Eso es una pendiente resbaladiza.

—No lo ago. —Parecía ofendido—. Estoy más centrado en asegurarnos que


esa bomba no termine en manos del enemigo. Si lo hace, el 9/11 se verá como nada
más que un aperitivo para el plato principal.

No era un pensamiento agradable, pero una certera opinión por todo lo que
habían aprendido sobre La Maleta en los últimos días.

—El 9/11 es por lo que me convertí en un infante de la marina.

—Es por eso que me uní al EDE de la marina de guerra —dijo Ian, su nativo
acento de Nueva York más evidente de lo habitual—. Quería hacer volar a esos
hijos de puta del mapa. Nadie ataca a mi ciudad y se sale con la suya.

Askar y sus hombres arrastraron el dinero en efectivo al interior, luego


tomaron posiciones de guardia en el frente. Y durante mucho tiempo, nada
sucedió.

El viento levantaba la arena, oscureciendo la visión de Seth hasta el punto


que temió que tendría que correr el riesgo de exponerse y moverse, pero con el
tiempo se asentó y tuvo un disparo claro de nuevo.
Y aún así, no pasó nada.

Por una buena hora esperaron, tirados en la arena del desierto. Incluso los
guardias al frente de la propiedad comenzaron a inquietarse, las tensiones
corriendo altas.

A pesar del calor, un escalofrío raspó sus garras por la columna vertebral de
Seth. Apartó el ojo de la mira, echó un vistazo sobre su hombro. A menos de
doscientos metros de distancia, la luz solar se reflectó en algo. No podía ver a
nadie en las ondas de calor que irradiaba de la tierra, pero alguien definitivamente
esperaba por ahí con algo de metal.

—Mierda. Tenemos compañía.

—Sí, así es —dijo Ian y levantó los binoculares cuando otro SUV retumbó
hacia la casa—. ¿Zaryanko?

—Así parece.

Seth movió su rifle y utilizó la mira para volver a centrarse en la zona en la


que había visto el destello. Movimiento. Poco a poco se arrastraba hacia adelante.
Dos hombres. No, tres. 266
—Tenemos tres tangos a nuestra seis.

—Confirmación visual de Zaryanko —dijo Ian—. Y tiene La Maleta. ¿Dijiste


tres?

—Tenemos que eliminarlos. Están haciendo un barrido, buscando algo.


Probablemente a nosotros. Debimos haber sido visto de alguna manera.

—Podemos eliminarlos. Nos expondremos.

—Si no lo hacemos, ellos nos expondrán. —Seth se puso en la radio—. Muro


de Piedra, aquí Lanzador. Esté advertido, tenemos tres tangos subiendo a nuestras
seis. Tenemos que participar. ¿Lo copia?

—Copiado —dijo Gabe después de una pausa, sonando no muy feliz por
eso—. Fuego a voluntad.

Ian sonrió.

—Consigue algo mejor. Eras una estrella del fútbol, ¿no? —Levantó una
granada—. ¿Todavía puedes lanzar?
—Maldición, claro. Cúbreme. —Seth quitó el seguro y rompió la cubierta al
levantarse y lanzó la cosa en un arco. Aterrizó en medio de los tres hombres y él se
dejo caer al suelo, perdiéndose la visión de la loca carrera para escapar de los tipos.

¡Bum!

—Despachados —dijo Ian cuando estalló el caos hacia el edificio—. Ahora


comienza el espectáculo.

Seth se colocó detrás de su rifle de nuevo. Los hombres de Zaryanko habían


entrado en pánico ante el sonido de la granada y comenzaron a recoger a los
hombres de Askar. Zaryanko gritó hacia Askar hasta que una bala le envió en
busca de cobertura, dejando La Maleta a la intemperie.

Después de una rápida mirada de evaluación en el tiroteo, Askar se acercó,


quitó la caja de metal de la arena, y la metió hacia uno de los SUVs. Uno de los
hombres de Zaryanko se estrelló contra él por detrás y trató de llevarse la caja. Él
se enderezó y sacó una pistola. El otro hombre dio marcha atrás, las manos en alto,
después de haber perdido su arma en algún momento de la confusión.

Askar le disparó al tipo justo entre los ojos.


267
Jesús. Tomaba una clase especial de frialdad dispararle así, a quemarropa, a
un hombre desarmado y que se rendía.

Cuando el cuerpo se desplomó, Askar echó a correr.

—¿Lo tienes? —preguntó Ian.

—Sí.

—¡Entonces dispara!

El primer disparo se fue alto y Askar se agachó detrás de la puerta del SUV,
usándola como escudo mientras se lanzaba en el asiento del conductor. Las ruedas
del vehículo giraron, levantando polvo antes de finalmente ganar tracción. Dio un
giro de ciento ochenta y pisó el acelerador, se dirigió directamente hacia Ian y Seth.

Ian soltó una sarta de maldiciones.

—Nos ha encontrado. ¿Tienes otro tiro?

—No. Se queda agachado. —Seth ajustó su objetivo a la rueda del lado del
conductor y apretó el gatillo. El neumático estalló y el SUV giró varias veces antes
de chocar de lado contra una duna de arena. Askar salió rápidamente por la duna
sin soltar La Maleta.

Seth lo tenía. Unos ciento cincuenta metros, un disparo en la cabeza perfecto,


uno que podía hacer con los ojos cerrados. Excepto que él tenía su ojo en la mira y
claramente vio la cara de Askar cuando un viento caliente y seco batió su bufanda
apartándola.

Y Seth se quedó inmóvil, un sentido de familiaridad escalofriante le impedía


apretar el gatillo.

—¿Qué estás haciendo? —exigió Ian.

Seth se frotó los ojos con una mano, divisándolo otra vez, y disparó, pero era
demasiado tarde. Askar ya había reclamado otro vehículo y se iba rebotando a
través del desierto a una velocidad vertiginosa.

—Maldicióoon. —Quedándose allí, Ian vio la camioneta hasta que se perdió


de vista, y luego golpeó un puño contra su pierna, levantando una pequeña nube
de polvo—. Tuviste un puto flashback, ¿no?

—No. —No podía explicar lo que había sido, pero no fue un flashback—. 268
Sólo… dudé. Había algo familiar en él.

—Familiar o no, él está de camino para llevar esa maleta con Siddiqui.
¡Maldita sea! —dijo Ian de nuevo y agarró su radio—. Detonador a Muro de
Piedra. Informo, no estamos en posesión de La Maleta. Repito, no tenemos la
bomba.

***

En algún momento del largo período de inactividad, Phoebe se había


quedado dormida en la cómoda silla de oficina. No había pensado que dormir
fuera posible, con cada hora que pasaba, su nivel de ansiedad subía cada vez más y
más alto. Pero con el tiempo, el cansancio se impuso y sus ojos se cerraron por su
propia voluntad.

¡Bum!

Ella se despertó, casi cayéndose de la silla, sus brazos y piernas se enredaron


en la manta que la cubría. Estaba sola en la sala de guerra, pero sólo tuvo un
momento para preguntarse dónde había ido Tucker antes de que una ráfaga de
disparos resonara.

Seth.

Su corazón le tronaba en la garganta, mientras exploraba cada cámara de


casco, tratando de entender el caos desarrollándose en piezas de las pantallas.
Gabe y Quinn estaban disparando, gritándose en jerga militar el uno al otro, ambos
nunca se habían visto más vivo que cuando sus vidas estaban en peligro
inminente.

Oh Dios. ¿La esposa de Gabe pasaba por esta aprehensión que revuelve el
estómago cada vez que él salía a una misión? ¿Cómo lo soportaba?

Jesse estaba refugiándose detrás de un vehículo, envolviendo una venda en el


brazo de alguien, mientras que Jean-Luc y Marcus proporcionaron fuego de
cobertura. ¿Seth? No, ese era Harvard con el brazo herido, y tan pronto como Jesse
terminó el vendaje, él agarró su arma. Los cuatro salieron en una carrera en
cuclillas hacia donde Gabe y Quinn se encontraban.

Ella exhaló un suspiro explosivo y finalmente vio a Seth en la cámara de Ian.


Estaba tendido boca abajo en el suelo, quieto con el dedo en el gatillo. Él estaba en 269
problemas y no había nada que pudiera hacer, excepto observar, haciéndose la
media luna por las uñas clavándose en sus palmas.

—Vamos, Seth —susurró—. Vamos, bebé. Puedes hacer esto.

Como si sus palabras hubiesen llegado a sus oídos, él volvió en sí


bruscamente de donde sea que la memoria lo mantuvo congelado y disparó, pero
ya era demasiado tarde. El vehículo al que había estado apuntando se había ido.

Entonces la voz de Ian llegó por la radio. No tenían la bomba. Ellos no habían
tenido éxito.

Lo que significaba que ahora la tenía Siddiqui.

Con el estómago revuelto, Phoebe se alejó de las pantallas, y vio las múltiples
copias del informe original de Zak Hendricks esparcidos sobre la mesa. Agarró
una de las carpetas, se la metió en la cintura de sus vaqueros bajo la camisa, y
corrió hacia la puerta.

El equipo había tratado a su manera y fracasado.

Y si no hacia algo ahora, un montón de gente inocente iba a morir.


270
Capítulo 37

La sesión informativa apestaba. Toda la misión había apestado, y ahora


estaban de vuelta al principio. Todo porque Seth se había congelado de nuevo.

Si esto no había sellado su destino ante los ojos de Gabe Bristow, nada lo
haría.

Salió de la sala de guerra adelantando al resto del equipo, necesitando una


ducha para lavar el hedor del fracaso. Necesitando…

A Phoebe.

Sí, Cristo, alguna vez tenía que verla.

Mientras esperaba el ascensor, Tucker Quentin emergió del hueco de la


escalera en el otro extremo del pasillo y se acercó como las células de un tornado
girando sobre las llanuras de Iowa, oscuro y pronosticando la muerte. Seth hizo un
esfuerzo para proyectar las vibras. No necesitaba otra regañada cuando todavía
estaba dolido de la última.
271
Si Tuc notaba sus vibraciones, no le importaba. Él estampó un sobre de
manila en el pecho de Seth.

—Tienes que ver lo que tu novia ha estado haciendo.

Seth agarró el sobre antes de que se deslizara al suelo.

—¿Qué?

Pero Tuc ya se alejaba hecho una furia, entrando a la sala de guerra con
suficiente fuerza que la puerta golpeó contra la pared.

El ascensor se abrió y Seth entró, el sabor amargo del temor recubriendo su


lengua. Se quedó mirando el sobre. No debería mirar. Sólo debería tirarlo. Al igual
que las viejas heridas, algunas cosas eran mejor dejarlas sin abrir.

La cabina se detuvo en la sala de estar, muy probablemente donde Tuc había


estado antes de decidir usar las escaleras. Seth clavó el botón de su piso de nuevo,
pero una imagen en el televisor de pantalla grande a través de la sala le llamó la
atención.
—… El candidato presidencial afgano Jahangir Siddiqui se ha negado hasta
ahora a comentar sobre estas denuncias…

¿Qué carajo?

Él se apresuró entre las puertas antes de que se cerraran y cruzó la habitación


en varios pasos largos para detenerse delante de la pantalla.

—Fuentes de la embajada —continuó el reportero, una pizca de emoción


zumbaba a través de las matices graves en su voz—, dicen que la evidencia en
contra de Siddiqui es demasiado fuerte para ignorarla y esperan que el gobierno
afgano actual no tendrá más remedio que responder. Hasta el momento, no se han
encontrado armas nucleares.

Phoebe.

Jesucristo, ¿qué había hecho?

El calor pasó por su cuerpo, pero la ira no duró cuando el frío miedo se
apoderó de él y sus rodillas se volvieron de goma. Se desplomó en la mesa de café
y sólo recordó el sobre cuando se cayó de sus dedos entumecidos y aterrizó con un
suave plaf a sus pies. 272
Él lo miró fijamente durante mucho tiempo antes de finalmente recogerlo.
Abrió la solapa, lo volcó, y el artículo que se deslizó lo lanzó atrás en el tiempo a
uno de sus momentos más oscuros después de su rescate.

Mentiras.

Tantas mentiras.

Pero mentiras retorcidas para darles sentido.

Y Phoebe las había escrito.

***

Phoebe vaciló mientras se acercaba a la habitación que había compartido con


Seth. Había hecho exactamente lo que él le había dicho que no hiciera, había hacho
pública la información de Hendricks y ahora la cara de Siddiqui estaba
extendiéndose por los principales medios de noticias como un reguero de pólvora.
A pesar de que le había dicho a su fuente que mantuviera su nombre fuera de esto,
no era tan ingenua como para pensar que eso significaba que estaba a salvo. Tenía
que abandonar Afganistán. Probablemente también debería pasar a la
clandestinidad, al menos hasta que Siddiqui fuera capturado.

Pero todo eso estaba en el futuro.

Ahora mismo, en este momento, tenía que enfrentar a Seth. Y decir adiós.

El pensamiento arrastró sus pies el resto del camino a su puerta, cada paso
más cerca la dejaba con una dolorosa desesperación por tocarlo por última vez.
Hubiera querido tener tiempo para hacer el amor con él de nuevo, crear un último
y dulce recuerdo que podría sostener cerca cuando el dolor de su desaparición
llegara a ser demasiado. Porque lo echaría de menos. Probablemente para el resto
de su vida.

A menos que…

¿Y si él sentía lo mismo? Por supuesto, él iba a estar enojado con ella ahora
mismo, pero, ¿y si él quería que continuara lo que hay entre ellos? No sería fácil
con ella en la clandestinidad y su trabajo enviándolo por todo el mundo, pero tal
vez podrían hacer que funcionara. Incluso si era sólo una relación física, ella viviría 273
con eso. Mejor que no tenerlo en su vida en absoluto.

La esperanza echó raíces y floreció en su corazón.

Su puerta ya estaba entreabierta y la empujó el resto del camino. Él estaba


sentado en el borde de la cama, todavía vestido con su uniforme de combate,
manchado con polvo.

Y sostenía la imagen de Emma. Una vez más, él se volvía hacia el fantasma de


una mujer que ni siquiera le ama más. Una mujer a la que dijo no amar.

El paso de Phoebe vaciló cuando un sollozo brotó de su garganta. Se lo trago


con fuerza, pero un chillido consternado todavía se escapó.

La cabeza de él se levantó.

—Lo siento —dijo ella, retrocediendo hacia la puerta—. No puedo.

—¿No puedes qué?

—Seguir fingiendo que su foto no me molesta.


Él se quedó mirando fijamente la foto aún apretada en su mano, la culpa
llenando su cara antes de vaciar cuidadosamente su expresión. ¿No simplemente
enfatizaba eso el hecho contundente de que nunca sería tan perfecta como su
versión idealizada de Emma? Nunca estaría a la altura del pedestal donde había
colocado a la mujer. E incluso por mucho que se preocupara por él, probablemente
incluso lo amaba, no se destruiría a sí misma al tratar de igualar el recuerdo de
Emma.

—Tú no lo entiendes —dijo.

—Tienes razón, no lo hago. —Las palabras salieron repentinamente con


hiriente ira, que no podía controlar—. No entiendo por qué estás tan obsesionado
con una mujer que te engañó, que estaba calentando la cama de otro hombre
cuando tú estabas por aquí luchando por atravesar el infierno. Una mujer que te
dejó casi tan pronto como regresaste a los Estados y se comprometió, incluso antes
que salieras del hospital. ¿Qué es tan genial sobre esa mujer? ¿Qué la hace tan
perfecta que tienes que cargar con su foto por ahí?

¿Qué la hace mucho mejor que yo? Quiso gritar, pero no lo hizo. Aun así, la
cuestión obstruyó el aire entre ellos como un humo tóxico.

Él no respondió. En cambio, recogió un sobre de papel manila y lo arrojó


274
hacia ella. Golpeó contra su pecho, pero no logró atraparlo antes de que se
deslizara al suelo. Papeles se derramaron a sus pies y cada célula de su ser se
convirtió en hielo sólido.

El titular. Ese maldito titular.

¿Cuán heroico es el "héroe" francotirador? El asesinato, la corrupción y el


encubrimiento de la década.

—¿Quieres explicar eso, Phoebe? —exigió—. ¿O debería llamarte Kathryn


Anderson? Imagina mi sorpresa cuando Tuc me entregó el sobre y me enteré de
que la mujer con la que he estado durmiendo no sólo me mintió sobre su nombre,
sino que también me pasaste por las brasas públicamente.

Lágrimas le nublaron la visión, y corrieron por sus mejillas.

—Yo no mentí sobre mi nombre. Es Kathryn Phoebe Leighton. Anderson era


mi nombre de casada. —Una bola de dolor se formó en la parte posterior de la
garganta y tragársela se convirtió en una tarea imposible—. Y yo… yo iba a
decírtelo.

Él se burló.

—¿Sí? ¿Cuándo? ¿Después de que me hicieras comer de tu mano?

—¡No! —Mal del estómago, se abrazó a sí misma y buscó las palabras


correctas, algo, cualquier cosa para explicarle. Pero realmente, ¿qué había que
explicar? Había omitido decirle algo que había merecido saber—. Lo siento. Seth,
lo siento mucho. Yo no quería hacerte daño. Hacernos… daño.

—Supe desde el principio que estabas ocultando algo. Debería haber confiado
en mi instinto. —Él se echó a reír, y no fue un sonido agradable—. Dijiste un
montón de mierda que sobre mí y mi equipo y yo era capaz de pasar por alto la
mayor parte de eso, ¿pero ese artículo? Ese maldito artículo fue el peor porque
tenía sentido. Todo era una mentira, tomando las muertes de mis hombres y
retorciéndolas en una agenda política, pero no fue sensacionalista. Fue presentada
como hechos y la gente lo creyó. La esposa de Omar Cordero lo creyó y hasta hoy,
ella no quiere hablar conmigo. Por tu culpa, nunca tuve la oportunidad de decirle
que las últimas palabras de él, sus últimos pensamientos, fueron para ella. Y ahora
estás en eso de nuevo, llevando los informes de Zak a los medios de comunicación.
275
¿Los torciste también? ¿Que Zak pareciera el malo de la película?

Phoebe alzó una mano temblorosa a su boca, cada nueva palabra golpeando
como un golpe físico.

—No, yo no podría… no he dicho una palabra sobre Zak. Sólo estaba


tratando de detener a Siddiqui.

—Sí, bueno. Él no va a ser presidente ahora, así que ahí está. Pero todavía
tiene el arma nuclear y ahora se ha escondido, por lo que sólo tuviste éxito en
detenerlo. Y haciéndolo enojar.

—Tú lo encontrarás.

Él hizo un feo sonido de burla.

—No es mi trabajo encontrarlo.

Segundos pasaron y Seth no parecían inclinado a decir más. Se levantó y


cruzó hacia el lado opuesto de la habitación, rodando los hombros como para
sacudirla de sus recuerdos. Fue un gesto completamente desdeñoso. No, no sólo
desdeñoso, sino uno no verbal de, No quiero volver a verte de nuevo.
Phoebe no lo culpaba por su ira, pero después de todo lo que habían
compartido, no podía terminar así. Todas estas palabras despiadadas no podrían
ser sus últimos momentos con él.

Temblando, se arriesgó a dar un paso adelante.

—Seth…

—No. —Se dio la vuelta y señaló con el dedo a la cara. Sus labios se retiraron
en una horrible mueca—. ¿Quieres saber lo que hace a Emma mucho mejor que tú?
Ella nunca me mintió. Sí, ella comenzó a salir con otro hombre mientras yo no
estaba, pero pensó que yo estaba muerto y Matt estuvo allí para ayudarla a superar
la pérdida. Cuando llegué a casa, ella me dijo de una que se había enamorado de él
y quería casarse con él. Y sí, tal vez tuve problemas para enfrentar la ruptura, pero
ese fui yo, no ella. No es una mentirosa, ni una tramposa, y aún mejor, nunca
contaminó la opinión de toda la población en contra de un hombre que estaba
demasiado enfermo y lesionado para defenderse.

Ella hizo una mueca, pero dio un paso hacia él.

—Quédate jodidamente lejos de mí. —La empujó con el hombro al pasarla,


pero se detuvo en la puerta para mirar hacia atrás. Su expresión se cerró de golpe. 276
No más daño. No más ira. Sus ojos se volvieron glaciales—. Si alguna vez veo
cualquiera de tus nombres en otro artículo sobre mí o mis hombres, podrás estar
malditamente segura de que tendrás noticias de mi abogado.

Sus rodillas cedieron y la desesperación la arrastraron al piso.

—Kathryn Anderson está muerta.

—Bien.

Y así, se dio cuenta, lo estaba Phoebe Leighton. Al menos en lo que a él


concernía.
Capítulo 38

Una ligera nieve comenzó a caer cuando Phoebe se bajó del auto
proporcionado por Tucker Quentin, flanqueada a ambos lados por Quinn y
Harvard. Ninguno de los otros chicos de AVISPONES había querido acompañarla
de vuelta al refugio. No podía culparlos por eso, pero tampoco iba a lamentar su
decisión de hacerse pública. Aún creía que era su mejor opción, no sólo porque
tanto el pueblo estadounidense como el afgano merecían saber acerca de una
amenaza muy real, sino porque también era la forma más rápida de asegurarse de
que la carrera política de Siddiqui muriera.

Y lo hizo.

Bajo tremenda presión de la ONU y su propio pueblo, el presidente afgano


había renunciado finalmente al asiento de Siddiqui en la Asamblea Nacional y su
nombre había sido retirado de las elecciones presidenciales. Cualesquiera que
fueran sus planes, iba a tener dificultad para verlos llegar a buen término, ahora
que la ONU planeaba lanzar una investigación sobre sus acciones.
277
Así que no se arrepentía de ello. Sólo deseó haber tenido tiempo para poner a
los chicos de su parte antes de hacerlo público.

Se volvió hacia los hombres y les ofreció una sonrisa que probablemente se
veía tan forzada como se sentía en sus labios.

—Gracias. Voy a estar bien desde aquí.

Quinn negó con la cabeza.

—No lo creo. Veremos hasta que entres y nos asegúrenos de que el perímetro
sea seguro.

—Además —añadió Harvard—, no me importaría ver a Zina de nuevo.

Quinn le envió una mirada de reojo que sólo podría ser descrita como
petulante. O por lo menos tan petulante como el hombre con cara de póquer logró.

—Pensé que había pasado, terminado, todo limpio y ordenado. Como un


contrato.

—Uh… —Harvard se puso como un tomate y se apresuró por delante de


ellos para abrir la puerta.
—Sí, eso es lo que pensé —dijo Quinn.

—¿Un contrato? —preguntó Phoebe, pero estaba demasiado cansada y


exprimida emocionalmente para estar realmente curiosa. Siguió a Quinn al patio y
esperó mientras él hacía un barrido visual de la zona.

La comisura de su boca se disparó en una pequeña sonrisa.

—Es una larga historia.

—Una que él no va a contar —añadió Harvard con una mirada mordaz a su


compañero de equipo mientras cerraba con llave la puerta—. O si no voy a
convertirlo en un meme de Internet. Con gatitos. Y unicornios.

Quinn realmente se estremeció.

—No te preocupes, H. Tú… ¡mierda! ¡Abajo! —En una precipitación de


movimiento, agarró a Phoebe y casi la tiró detrás de uno de los autos destartalados
del refugio. Ella vio a Harvard colapsar donde había estado parado un segundo
antes de que escuchara el disparo real que lo llevó al suelo. La sangre se extendió
en una piscina de color rojo oscuro debajo de él, y no se movió.

Ella trató de darle sentido a lo que acababa de suceder. Un minuto, Harvard


278
estaba allí parado siendo adorablemente torpe y al siguiente…

Ella se llevó una mano a la boca.

—Oh, Dios.

—Quédate aquí por la rueda —dijo Quinn—. No levantes la cabeza. —


Agachándose bien bajo, se apresuró al lado de Harvard y lo levantó como carga de
bombero, salvándolo de una segunda bala que dio en el suelo donde su cabeza
había estado no menos de un segundo.

Dejó a Harvard detrás del auto y le lanzó un teléfono celular.

—Llama para pedir ayuda. —Se inclinó sobre Harvard, le revisó el pulso y las
vías respiratorias, luego, se quitó la chaqueta y la usó para detener el flujo de
sangre—. Phoebe. ¡Oye! Enfócate. Necesitamos ayuda. Llama a Gabe. A Seth. A
alguien.

Ella había estado agarrando el teléfono con ambas manos, congelada,


mirando la sangre. Ayuda. Sí. Ellos necesitaban ayuda. Arrancó su mirada de la
grisácea tez de Harvard y trató de marcar. Temblaba tanto, que tomó dos intentos
de golpear los botones, pero finalmente, estaba sonando.
Una sombra cayó sobre ellos y alzó la vista a tiempo para ver a un hombre
oscilar la culata de su arma en un arco hacia la cabeza de Quinn.

—¡Cuidado!

Su advertencia llegó demasiado tarde. El rifle conectó con un crujido


repugnante y Quinn se desplomó inconsciente, sobre el cuerpo de Harvard.

Al darse cuenta de que todavía sostenía el teléfono, ella gritó en él, no muy
segura si alguien siquiera estaba en la otra línea.

—¡Seth! ¡Ayuda! ¡Estamos siendo atacados! Estamos…

El hombre le arrebató el teléfono, lo tiró al suelo y lo pisó. El crujido de


plástico sonó como una bala y se estremeció, luchando por alcanzar la manija de la
puerta del auto. Si pudiera entrar…

Él la agarró por el cuello y la empujó contra el auto. La parte de atrás de su


cabeza se estrelló contra la puerta y su visión se volvió blanca durante cinco largos
segundos. Cuando se despejó, él estaba justo en frente de ella, tan cerca que notó
los toques de cobre y verde en sus iris de color marrón.

Sus agrietados labios retrocedieron en una mueca de desprecio, revelando


279
unos dientes que no habían visto un cepillado en años.

—Seth. Esta. Muerto.

El pánico se disparó a través de ella. ¿Seth muerto? ¿Cómo podría estar


muerto?

No. No, no lo estaba. Seth estaba en la casa de seguridad de Tuc, enojado,


pero vivo.

—Estás mintiendo.

—Seth. Esta. Muerto. —Sus dedos se apretaron alrededor de su tráquea, y ella


dejó de luchar.

Inglés.

Hablaba perfecto inglés.

Perfecto ingles americano.


—¿Quién eres tú? —Se quedó mirando esos ojos marrones salpicados de
cobre-y-verde mientras las lágrimas comenzaron a chorrear en su áspera barba. Él
no parecía darse cuenta.

—¡Askar!

Ambos se sacudieron ante la voz y toda la emoción en su mirada se


desvaneció en un parpadeo. Era como si hubiera bloqueado todo en su cabeza,
dejando nada más que una cáscara vacía que respiraba.

—Tengo a la mujer —dijo en pastún y la enderezó de un tirón.

—¡No! ¿Qué estás haciendo? ¡Tú eres americano! Tú. Eres. Americano. Por
favor, no hagas esto. —Él no mostró ningún indicio de que entendía una palabra
de lo que dijo y la empujó hacia la puerta principal de la vivienda, donde Jahangir
Siddiqui esperaba con una maleta plateada en la mano.

280
Capítulo 39

—¡Seth! ¡Ayuda! ¡Estamos siendo atacados! Estamos…

La línea se cortó.

Las rodillas de Seth cedieron y se habría derrumbado si dos pares de manos


no lo hubiesen atrapado.

—¡Seth! —La voz de Cordero, tan clara que juró que el hombre estaba parado
junto a él de nuevo—. Estamos bajo ataque. ¡Mierda! Hay cientos de ellos.

Sus hombres. Ellos no deberían haber muerto. No deberían incluso haber


estado de camino a la base de operaciones de avanzada en esas montañas. Él los
había ofreció como voluntarios para la misión cuando el equipo de Jude Wilde fue
sacado.

Y todos habían muerto. Todos menos él.

Las manos en sus brazos lo bajaron en un asiento y cuando su trasero golpeó 281
el cuero, volvió en sí mismo.

Estamos siendo atacados…

No la voz de Cordero esta vez. Phoebe.

Phoebe.

Seth salió disparado de la silla, enviándola al suelo en la sala de guerra.

—¿Qué demonios te pasa Harlan? —dijo Gabe desde su asiento en la mesa,


donde había estado tratando de descifrar un nuevo plan de ataque con Tucker.

—Esa fue Phoebe. —Tenía la boca tan seca que apenas consiguió pronunciar
las palabras—. En el teléfono de Quinn. Ella dijo que están bajo ataque.

Gabe se puso de pie y se inclinó sobre la mesa.

—¿Dónde están?

Con el pecho apretado, Seth echó un vistazo en torno a la habitación, vio el


entendimiento y el temor aparecer en el rostro de cada hombre.

—Chicos, creo que Siddiqui está en el refugio. Fue tras Phoebe.


Por un instante, no paso nada. Ninguna reacción, ningún movimiento,
ningún sonido. Ni siquiera el susurro de un aliento contenido.

Gabe se apartó de un empujón de la mesa.

—Nuestros chicos nos necesitan. ¡A moverse!

***

Phoebe hizo una mueca cuando Siddiqui le ató un trozo de cuerda con fuerza
alrededor de sus muñecas a la espalda. Se había establecido en el comedor del
refugio y tenían tanto a Zina como a Tehani atadas también.

Dios, ¿cuánto tiempo habían estado aquí de esta manera, atrapadas, a merced
de este hijo de puta?

Después de comprobar el nudo de sus ataduras por última vez, Siddiqui se

282
enderezó y sus labios rozaron su mejilla, enviando un estremecimiento de asco
puro a través de ella.

—Tú, Phoebe Leighton, no has sido nada más que un dolor en el costado
desde que llegaste a mi país.

Dios, odiaba a ese hombre repugnante. Ella le devolvió la mirada con un reto
propio.

—Yo también soy la razón por la que estás corriendo asustado ahora.

—¿Me veo asustado? —se burló.

—Deberías. ¿Qué hiciste con Quinn y Harvard?

—Phoebe —dijo Zina, una súplica en su voz—. Por favor, no lo provoques.

—¿Esos son sus nombres? —Se rió—. No te preocupes. Ya están aquí,


encerrados con las putas de este llamado refugio. Todos ustedes morirán juntos.
Supongo que ya sabes lo que es la maleta detrás de ti.

No iba a mirar por encima de su hombro, se negó a darle la satisfacción de su


miedo.

—¿Así que tú gran plan es hacer estallar por completo la ciudad de Kabul?
La sonrisa que atravesó su rostro era francamente escalofriante.

—Una vez que Askar regrese con nuestro helicóptero, sí. Esta ciudad, nuestro
gobierno, está lleno de traidores e infieles, pero si Kabul es diezmado en un ataque
nuclear, ¿quién crees que va a ser culpada por esto? ¿America? Oh, eso espero. Y
luego, en la lucha por señalar con el dedo, los talibanes vendrán para restaurar y
recuperar el poder que Occidente les robó.

Phoebe negó con la cabeza.

—Lo único que vas a conseguir con este plan es matar a un montón de gente
inocente. ¿Y cuántos de ellos eran tus partidarios?

Él hizo un gesto con la mano.

—Por supuesto que lamento que se pierdan vidas afganas, pero esto es la
guerra. Detonaré esta bomba. —Él se lanzó hacia delante como una serpiente al
ataque, agarró un puñado de su cabello, y tiró su cabeza hacia atrás—. Y ¿adivina
quién va a estar en la zona cero?

—¡Déjala en paz! —gritó Tehani en pastún y pateó con sus pies atados. Sus
piernas eran demasiado cortas para alcanzarlo, pero eso no importaba. A los ojos 283
de Siddiqui, el acto de desafío fue suficiente como para justificar un castigo y él
soltó a Phoebe para darle un revés a la chica. Su labio se abrió.

—Y tú, pequeña puta —dijo en pastún—, siempre fuiste más problemas de lo


que valía la pena.

—Prefiero ser una puta que ser tu esposa. —Tehani pateó de nuevo y él
atrapó su pie, apretando su tobillo hasta que ella gritó.

—Eso se puede arreglar. —Siddiqui soltó la pierna de la chica y agarró un


rollo de cinta adhesiva—. Pero primero vas a aprender a estar callada.

—Oh Dios mío —sollozó Zina cuando él comenzó a envolver la cinta en la


cabeza de Tehani, amortiguando sus gritos.

Phoebe vio movimiento por el rabillo del ojo y miró hacia el vestíbulo. Askar
estaba allí parado, mirando, y su aliento se quedó atrapado en sus pulmones.

Oh Dios, esto era todo. Estaba de vuelta con el helicóptero, él y Siddiqui se


irían y…

Askar presionó su dedo contra los labios en la señal universal de silencio, y


ella notó con un sobresalto que se había afeitado la barba.
Americano.

Askar era estadounidense.

Ella asintió ligeramente para mostrar que entendía y él se fundió de nuevo en


las sombras del vestíbulo sin alertar a Siddiqui de su presencia.

¿Estaba de su lado ahora?

Su corazón se desbocó cuando Siddiqui bloqueó su visión y sacó un trozo de


cinta. Justo antes de que la presionara sobre su boca, ella le sonrió.

—Ya has perdido, Siddiqui. Tú simplemente no lo sabes todavía.

***

Luz borrosa, demasiado brillante apuñaló las retinas de Quinn y parpadeó


contra el asalto. El dolor de cabeza fue instantáneo, pero ya sea por la falla o su
lesión anterior era una incógnita. Un poco de ambas cosas, probablemente. 284
Menos mal que tenía una maldita cabeza dura.

Cabello oscuro-marrón suave le hizo cosquillas en la mejilla y él entrecerró


los ojos, tratando de enfocar su borrosa visión. Una mujer se inclinaba sobre él, una
de ojos oscuros y piel café con leche. Ella habló, pero no pudo distinguir las
palabras a través del zumbido en sus oídos. Sonaban melódicas, sin embargo.
Como el… ¿Español?

—¿Mara?

¿Qué estaba haciendo aquí? Ella no es de aquí y sin embargo, extendió la


mano y le tocó la cara, incapaz de resistir la tentación de tener su piel bajo sus
dedos otra vez.

Excepto que, no, esto no estaba bien. La piel de Mara era sedosa, no la áspera
y cicatrizada carne debajo de sus dedos ahora.

Y Mara no pertenecía aquí.

La mujer se apartó de su toque y el horror llenó sus características. Espera, no


una mujer. Una chica, se dio cuenta cuando su cerebro maltrecho volvió a estar
conectado. Una de las chicas del refugio. Su cabello estaba descubierto y enredado.
Su cara…

Jesucristo.

Quinn se disparó en posición vertical. Era Saboora, la única chica en el


refugio que se negaba a quitarse su burka, incluso en la comodidad de su propia
casa. Ahora entendía por qué. Estaba horriblemente desfigurada, le faltaba la
mitad de su nariz y las cejas. La pupila de uno de sus ojos estaba decolorado y
ciego. Viejas heridas de quemaduras, sanadas hace tiempo.

—Saboora —susurró, y su voz sonaba como si hubiera inhalado una nube de


ceniza. Tosió, luego lo intentó de nuevo—. ¿Dónde está Phoebe? ¿Harvard? —No
podía pensar en las palabras en pastún que necesitaba para comunicarse, pero ella
parecía entender muy bien. Señaló al otro lado de la habitación, una de las aulas
del refugio, y él se puso de pie, tambaleándose un poco mientras se abrió paso
hacia el lugar donde yacía Harvard. Dos de las chicas mayores se sentaban en sus
rodillas a su lado, trabajando para detener el flujo de sangre. Su piel tenía el mismo
color y la consistencia de la cera de vela.

El corazón de Quinn se fue en picada a su estómago. 285


—¿Está respirando?

Una de las chicas levantó la vista. Quinn no podía recordar su nombre, pero
recordó a Zina diciendo algo sobre que era una de los éxitos del refugio, habiendo
sido aceptada en la escuela de enfermería.

—Sí —dijo ella en Inglés—. Necesita hospital.

Quinn se tambaleó y cayó de rodillas junto a Harvard. La sangre del chico


empapó sus perneras y se maldijo a sí mismo por perder el conocimiento cuando
más se necesitaba.

—Harvard, aguanta, chico.

Para su sorpresa, los ojos de Harvard se abrieron una rendija.

—Gabe tenía razón sobre mí. Demasiado… verde.

—No, no del todo. Eres un luchador nato y yo te querría a mis seis cualquier
día. Hey, Eric, ¿me oyes? Cualquier día. Así que sigue luchando y te
conseguiremos ayuda.
Quinn se puso a trabajar poniendo en uso sus limitados conocimientos
médicos del campo de batalla y miró la herida, una de entrada y salida que había
entrado en la parte alta del lado izquierdo y salió por la espalda de Harvard cerca
de su omóplato. Afortunadamente, el agujero no era demasiado desigual a ambos
lados y su hemorragia había disminuido considerablemente, pero sólo Cristo sabía
el daño interno. Un montón de mierda importante allí que la bala podría haber
arrancado.

Al otro lado de la habitación, el pomo de la puerta traqueteó.

Quinn se estiró automáticamente hacia su arma. Desaparecida. Por supuesto.

Y estaba en una maldita aula.

Manteniendo sus ojos en la puerta, retrocedió hacia la mesa del profesor y


comprobó los cajones. La cosa más mortal que había era un clip para papel.
Tendría que ir mano a mano con el que entrara.

Apretó un dedo a los labios, indicándoles a las chicas que guardaran silencio,
sin hacer ruido y se acercó a la puerta. Esta se abrió a la izquierda, por lo que se
recostó en la pared a la derecha y esperó.
286
La puerta se abrió un milímetro, y entonces quien la abrió se fue.

¿Qué carajo?

El sudor le corría por la columna vertebral, Quinn le dio unos buenos cinco
minutos antes de moverse, empujando con mucho cuidado la puerta más atrás.
Visualmente revisó el pasillo a la izquierda, lo que llevó a una puerta trasera que
dejaba salir al patio. Era su mejor oportunidad de escapar.

Al abrir la puerta un poco más, miró a la derecha y se tensó ante la sombra


esperando al otro extremo del pasillo.

Askar.

Quinn no sabía si sería capaz de soportar al bastardo insensible en un mano-


a-mano. Tal vez en un tiempo, pero había sido demasiado maltratado en los
últimos años y no tenía los reflejos que solía. Pero ¿qué otra opción tenía? Si lo
conseguía, liberaría a las chicas y podría llevar a Harvard con ellas mientras
buscaba a Phoebe. Si no lo hacía…

Bueno. Había tenido una buena carrera.


Salió al pasillo, con las manos levantadas. Por un minuto interminable, Askar
no se movió. No sacó su arma. Simplemente se quedó allí, mirando. Se había
afeitado recientemente la barba tupida y, a excepción de los puntos raspados por la
máquina de afeitar, la mitad inferior de su rostro estaba tan blanca como el culo de
un irlandés en medio del invierno.

Este era el enfrentamiento más extraña en el que Quinn había estado alguna
vez. Tenía la sensación de que la cabeza del tipo estaba más jodida que la suya.

Dejó caer las manos. Aún así, Askar se quedó donde estaba.

Bien. Manteniendo la mirada en Askar, les hizo un gesto a las chicas para que
salieran del aula y les señaló hacia la puerta del patio. La última en surgir fue
Saboora y la Chica Enfermera, que arrastraban detrás de ellas a Harvard en el
burka de Saboora.

Inteligentes muchachas.

Askar ladeó ligeramente la cabeza como un perro confundido, pero todavía


no hizo ningún movimiento para detenerlos.

Quinn dio un paso hacia atrás. Y luego otro. Y otra. Justo cuando estaba a 287
punto de salir corriendo por la puerta a la libertad, Askar pareció tomar una
decisión. Él levantó su rifle en una clase de gestos de, ¿ves esto? Muy lentamente, se
arrodilló y colocó el arma en el suelo, luego se enderezó y lo pateó al final del
pasillo.

Quinn lo detuvo con el pie, la incredulidad rugiendo a través de él cuando


Askar se alejó. De ninguna jodida manera acaba de suceder eso.

Agarrando el rifle, Quinn lo revisó para ver si estaba cargado y funcional. Lo


estaba y no se molestó en darle vueltas a los motivos de Askar para ayudarlos. Sólo
se daría a sí mismo un peor dolor de cabeza.

Se volvió y apresuró a través del patio, y se topó con el cañón de un M-4. El


hombre en el otro extremo, vestido con uniforme de combate, estaba favoreciendo
una de sus piernas.

Gabe.

—Aliado —dijo Quinn y bajó su arma.

—Aliado —Gabe hizo eco para el beneficio del resto del equipo. Luego
agregó—: Jódete, Q. ¿Cuántas veces vas a tratar de ser asesinado este año?
—Por lo menos dos más. Y tú no eres quien para hablar, imbécil.

—Jódete —repitió Gabe, pero había una sonrisa en su voz—. Los hombres de
Tuc tienen a Harvard y a las chicas aseguradas. ¿Estás bien para seguir o necesitas
un médico?

Cristo, quería entrar en el ataque, pero su cabeza todavía palpitaba en ritmo


con su corazón y su estómago se revolvió. No recordaba lo que ocurrió en los
momentos después de que Harvard recibiera un disparo, sólo podía suponer que
había perdió el conocimiento de nuevo. Y debido a eso, había puesto en peligro a
Phoebe.

Extendió su arma.

—Estoy fuera.

Gabe vaciló. Aunque su rostro estaba cubierto en su mayoría, Quinn sabía


que su expresión estaba emitiendo una gran cantidad de ¿qué coños?

—Tengo una conmoción cerebral —añadió, lo que podría ser verdad—. La


visión apesta.

Por último, Gabe aceptó el arma, y pasó la correa por encima de su cabeza,
288
ordenó a los hombres que entraran con un movimiento de la mano. Él agarró el
hombro de Quinn y apretó.

—Ve a que revisen tu cabeza.

—Entendido —dijo Quinn aunque no tenía sentido.

Él ya sabía exactamente lo jodido que estaba su cerebro, y ningún médico iba


a arreglarlo.
Capítulo 40

Después de que Gabe, Ian, y Jean-Luc bajaran rápido por la cuerda al patio,
Seth, Marcus, y Jesse cayeron del helicóptero en el techo.

Ambos equipos esperaron que el helicóptero saliera de rango antes de


moverse, y los segundos que tardó volvieron medio loco de impaciencia a Seth.
Necesitaba calmarse, por lo que utilizó el tiempo para suavizar su respiración,
relajar los hombros y bajar su ritmo cardíaco.

En el mundo de un francotirador, toda impaciencia lograba que te mataran.

Finalmente, la voz de Gabe susurró:

—Adelante —en su auricular.

Mientras los tres se dirigieron en silencio por el acceso al techo del refugio, la
adrenalina corría por su sangre, quemando el hielo con el que había estado
funcionando desde que se dio cuenta de que Phoebe estaba en peligro.
Experimentó un momento de preocupación, sin el hielo, ¿lo derrotarían sus
289
demonios? ¿Escucharía las voces de sus hombres gritándole de nuevo?

Pero, no.

No había paranoia. No más recuerdos traumáticos. Sólo el conocimiento de


que tenía un trabajo que hacer.

Ellos no fueron detenidos en ningún momento durante su descenso desde el


techo, jodidas gracias. Las escaleras podrían ser un lugar mortal cuando no podías
ver quien estaba esperando en el siguiente rellano. Emergieron en el pasillo del
segundo piso oscuro, despejando cada una de las habitaciones mientras pasaban.
La habitación de Phoebe olía a ella y un nudo se formó en su garganta.

Ella tenía que estar bien. No aceptaría ningún otro resultado.

Al salir de su habitación, Jesse agarró la parte frontal de su chaleco.

—¿Estás bien para esto, Harlan?

La irritación aniquiló el borde más agudo de su miedo.

—No estaría aquí si no lo fuera, Matasanos.


La expresión de Jesse seguía sin estar convencida. Seth sacudió el agarre del
médico y se dirigió hacia las escaleras. ¿No se había probado cuando fueron
atacados en las montañas? ¿O en el complejo? ¿Qué haría falta para que estos
chicos confiaran en él?

Nada tenía que preocuparle por ahora. En este momento, su objetivo era
encontrar a Phoebe.

Suaves sonidos flotaban desde el piso inferior y Seth le hizo señas para
retroceder a Jesse y Marcus cuando Jahangir Siddiqui cruzó el vestíbulo de abajo, y
se dirigió hacia el comedor. Llevaba un objeto con forma de teléfono celular.

Mierda.

Agachándose por la pared en la parte superior de las escaleras, Seth les hizo
señas a Jesse y Marcus para que se acercaran más.

—Siddiqui está aquí y estoy el noventa y nueve por ciento seguro de que
tiene la bomba. Está llevando un interruptor del hombre muerto. No podemos
dispararle.

—Gabe tiene que saberlo —dijo Marcus. 290


—Sí, pero, ¿nos arriesgamos usando la radio si él lo tiene amañado para
detonar por control remoto?

Los tres se miraron el uno al otro por un latido y llegaron a la misma


conclusión. No había elección. Salvo que ninguno de ellos quería hacerlo.

—¿Piedra, papel o tijera? —sugirió Marcus y perdió rápidamente. Dos veces.


Haciendo una mueca, golpeó el botón para hablar en la radio atada a su chaleco.

No pasó nada.

—La ciudad todavía está aquí —dijo Jesse, exhalando con fuerza.

—Por ahora —agregó Seth. Escuchando a medias mientras Marcus informaba


a Gabe, se asomó por la pared y vio a Siddiqui cruzar el vestíbulo de nuevo. Se
movía como un pájaro agitado en una jaula, impaciente pero sin poder salir.
¿Estaba esperando algo?

Seth no estaba dispuesto a quedarse y averiguarlo.

Cuando Siddiqui desapareció en el comedor de nuevo, Seth hizo su


movimiento, usando las escaleras lo más rápido y silenciosamente como fue
posible. Marcus y Jesse se quedaron justo a sus seis y apoyados en la pared
compartida entre el comedor y el vestíbulo. Seth agarró un espejo de mano del
bolsillo de su chaleco y estudió la situación.

Jesús.

Siddiqui había empujado la mesa y sillas fuera del camino, creando un


espacio abierto en el centro de la sala, donde Phoebe, Zina, y Tehani se sentaban
apiñadas, las muñecas y los tobillos atados con una cuerda, y amordazadas con
varias capas de cinta adhesiva envuelta en sus cabezas. La bomba estaba en el
suelo en medio de ellos.

Tehani se quedó mirando la espalda de Siddiqui con odio en sus ojos


entrecerrados. Las mujeres mayores se controlaban bastante bien, aunque Phoebe
había estado llorando recientemente. Sus ojos estaban hinchados y rojos, y sus
lágrimas habían dejado senderos en sus mejillas sucias.

Aguanta cariño.

Como si escuchar sus pensamientos, levantó la cabeza y miró en su dirección.


Dejó que el espejo atrapara la luz una vez. Un riesgo, sí, pero quería que ella
supiera que estaba aquí. 291
Siddiqui notó que ella tenía los ojos muy abiertos y se dio la vuelta.

—¿Qué es? —Desde su posición justo al otro lado de la pared, no había forma
de que él fuera a ver alguna cosa, pero Seth no se atrevió a tomar otro riesgo. En
silencio retiró el espejo y gesticuló hacia Jesse y Marcus, diciéndoles que localizó a
las chicas y la bomba.

Siddiqui se dirigió hacia el vestíbulo, pero se detuvo cuando la puerta se


abrió.

—Ah, ahí estás. Ya era hora.

Mierda. Seth compartió una mirada con su equipo. Cualquier persona que
entrara por esa puerta iba a detectarlos alineados en la pared y les hizo una seña
para que estuvieran listos.

Todo el infierno estaba a punto de desatarse.

***
Askar sonrió cuando entró por la puerta y vio a los tres mercenarios que ya
estaban en posición para derribar a Siddiqui.

Tenía que darles crédito. Eran buenos. Lo había sospechado cuando asaltaron
el complejo, pero ahora lo sabía con certeza.

Por supuesto, él prácticamente les había tendido una alfombra de bienvenida.

Su mirada se posó brevemente en el primer mercenario en la línea y su pecho


se apretó con una sacudida terriblemente dolorosa de… algo. Él no se había
permitido sentir emociones en tanto tiempo, que ni siquiera podía conseguir un
nombre para la experiencia ahora.

El mercenario bajó su arma ligeramente.

Askar parpadeó en reconocimiento y no los delató mientras pasaba a


Siddiqui. El jodido enfermo mantenía a las tres mujeres cautivas alrededor de la
maleta abierta como niñas exploradoras alrededor de una fogata.

Cautivo.
292
De repente, esa palabra tuvo un significado totalmente nuevo, uno del que se
había dado cuenta recientemente que todavía se aplicaba a él. Sacó un cuchillo, se
agachó y empezó a cortar las cuerdas de las mujeres.

La mirada de completa confusión en el rostro de Siddiqui no tenía precio.


Sacó una pistola de debajo de su túnica.

—¡Detente!

Una vez que las mujeres estuvieron libres, Askar le entregó a la pelirroja su
cuchillo.

—Corran.

No tuvo que decírselo dos veces. Ella agarró a la chica de la mano y salió
corriendo con la otra mujer justo detrás de ella. Siddiqui trató de atraparlas, pero
mírate eso. Entre la pistola y el dispositivo del hombre muerto, él no tenía ninguna
mano libre.

—¡Este no es el plan! —Parpadeando con indignación, Siddiqui giró la pistola


en su dirección—. Tú sigues órdenes, Askar. ¿Qué diablos es esto?
—Mi venganza.

Siddiqui finalmente miró su cara, realmente la miró, y sus ojos se abrieron. La


pistola se tambaleó.

—Askar. ¿Qué le pasó a tu barba?

—Yo no soy tu soldado —respondió en un inglés que sentía oxidado en su


lengua—. No siempre he recordado eso. —Aún en cuclillas, agarró el rollo de cinta
adhesiva que Siddiqui había utilizado para amordazar a las mujeres y sacó una
tira. El sonido que hizo fue el de una vida cada vez más desgarrada—. Pero ahora
que lo hago, tengo algo americano que decir. Jódete.

Se abalanzó.

El arma corcoveó y el dolor ardió en el pecho de Askar, pero agarró el


detonador y envolvió la cinta alrededor de la mano de Siddiqui.

Los mercenarios irrumpieron en la habitación, las armas apuntando. Más de


tres, pero sólo uno de ellos importaba. Askar buscó y se encontró con los ojos de
Seth.

Ahora recordaba a Seth Harlan.


293
Su fuerza comenzó a filtrarse de sus brazos. Él no iba a ser capaz de sostener
a Siddiqui por mucho más tiempo y lo hizo girar, proporcionándole a Seth con un
blanco fácil.

—Por el amor de Dios, Teniente. ¡Dispárale!

***

Seth disparó. La bala atravesó el corazón de Siddiqui, poniendo fin a su vida


antes de caer al suelo.

Ian corrió hacia el detonador, pero no había necesidad. La cinta lo sostuvo. Se


acercó a la bomba y se arrodilló. La estudió por un momento, luego dejó salir el
aliento lentamente y eliminó el interruptor, una pieza de metal del tamaño de
pelota de golf.

—Desarmado.
—Gracias —dijo Askar y se derrumbó, la sangre brotaba de su boca. Él jadeó,
sus labios volviéndose azules al mirar hacia Seth—. Realmente pensé que era uno
de ellos. Luego te vi en el complejo y empecé a recordar… lo que nos pasó.

Seth miró a la cara desnuda del hombre. Estudió cada línea, cada cicatriz.
M{s delgado, m{s viejo, curtido por demasiado tiempo en climas duros… pero
conocía esa cara y sus rodillas cedieron ante la comprensión.

Se hundió al suelo.

—¿Bowie?

La sangre manchaba los dientes de Aaron Bowman cuando sonrió.

—Tu mam{ es tan gorda…

Jesucristo. Era él.

Seth se atragantó con un sollozo y estrechó la mano extendida del hombre.

—Sí, ¿qué tan gorda es, Bowie?

—Ella es tan gorda… que se enamoró y se rompió. 294


—Ay, hombre. No es tu mejor opción.

—Lo sé. Es todo… lo… que tengo. —Sus ojos se salieron de foco y comenzó a
hacer un sonido de mal agüero en lo profundo de su pecho.

Seth envió una mirada de pánico sobre su hombro a Jesse.

—¿No puedes hacer algo?

Jesse dio un paso adelante y se quitó el casco. No tenía que decir una palabra.
Su respuesta estaba escrita en su rostro.

—Por el amor de Dios, por lo menos dale algo para el dolor.

Asintiendo, Jesse se arrodilló y le administró una inyección de morfina, con


las manos firmes de un médico experimentado del campo de batalla. Luego se
levantó de nuevo y se alejó.

—Estaremos afuera.

—¿Teniente? —susurró Bowie.


—Aquí estoy. —Seth apretó con más fuerza cuando la mano en la suya se
aflojó.

—Lo siento.

—Nah. No hagas eso.

—Me rompieron. Las cosas que me hicieron… —Su voz se desvaneció y sus
ojos adquirieron la mirada vidriosa y lejana de un hombre ya con la mirada fija en
el mundo de los espíritus.

La visión de Seth se volvió borrosa.

—Hey, Bowman, no importa. Aaron, ¿puedes oírme? No me importa lo que


has hecho, ¿okay? No lo hace. Sin importar qué, estoy aquí para ti, amigo. Tengo tu
seis, ¿de acuerdo? Semper Fi20.

Sus rasgos se suavizaron y sonrió de nuevo.

—Oorah, Teniente.

295
Un momento después, arrastró una última jadeante respiración. El golpeteo
se detuvo y su pecho se quedó inmóvil.

Seth le soltó la mano y se echó hacia atrás, entumecido por completo. Vacío.
No creía que pudiera sobrevivir al proceso de duelo por segunda vez y esperó por
la angustia, el dolor desgarrador, como si alguien estuviera rasgando su corazón
del pecho.

Excepto que nunca llegó.

Este hombre tenía la cara y la voz de Bowie, pero seguía siendo más Askar
que Aaron. Seth ya se había despedido del verdadero Aaron Bowman, que siempre
fue rápido con una broma y una sonrisa, que había salido de su camino para no
lastimar a nadie. Seth se negó a recordarlo como esta cáscara rota de ser humano.

Roto.

Sí. Así lucía lo roto. Maldad tan oscura, que torcía a un buen hombre en
alguien irreconocible.

Y Seth se dio cuenta de que él nunca lo había sido. Fue dañado, tal vez, pero
nunca se rompió. Y estaba sanando.

20Latin: Semper Fidelis, Semper Fi, y Semper Fi, Mac, es el saludo universal de la Infantería de
Marina.
Debido a Phoebe.

Y AVISPONES. Su equipo. Sus amigos.

Salió del comedor, dejando su pasado allí tendido en el suelo con el hombre
que había sido uno de sus mejores amigos. Cuando el brusco aire de la noche
aguijoneó sus mejillas húmedas, el alivio llenó su pecho y por primera vez en tres
años, sus pulmones se abrieron y él realmente podía respirar.

Phoebe se lanzó a través del patio, su cabello un rayo de fuego en la


oscuridad. Ella se estampó con la fuerza suficiente para sacudir todo ese aire recién
descubierta de sus pulmones. Sus dedos apretaron su camisa en la espalda y
enterró el rostro en su chaleco mientras los temblores sacudían su cuerpo.

Quinn se separó del equipo y la siguió a un ritmo más lento, parándose


varios centímetros de distancia.

—No podía mantenerla atrás sin lastimarla. Y pensé que me matarías si lo


hacía.

Seth apoyó la mejilla en la parte superior de su cabeza.

—Hombre inteligente.
296
Una fugaz sonrisa tocó la boca de Quinn antes de que su mirada se desviara
hacia el refugio.

—Vamos a asegurarnos de que el cuerpo de Bowman regrese a los Estados


Unidos. No importa lo que ha hecho, él es un prisionero de guerra. Es uno de los
nuestros y se va a casa.

Seth asintió, por un momento, incapaz de articular palabra a través del nudo
en la garganta.

—Su madre estará agradecida de tenerlo finalmente de vuelta. Pero ella no


necesita saber todos los detalles.

—No, no —concordó Quinn—. ¿Estás bien?

—Sí. Estoy bien. —Y, se dio cuenta con un leve sobresalto, que estaba
diciendo la verdad—. Oye, ¿Quinn? Gracias.

Sus ojos se estrecharon en interrogación.

—¿Por qué?
—Rescatarme de aquellas montañas. —Contra su pecho, Phoebe soltó un
sollozo tembloroso y le acarició el cabello con la mano.

Los labios de Quinn se apretaron, su manzana de Adán se balanceó. Su voz,


cuando habló, tenía una nota de tensión.

—Te dije una vez antes que yo no busco las gracias.

—Pero las estoy dando. Me sacaste de allí, luego me diste una segunda
oportunidad cuando nadie más lo haría. No puedo expresar lo suficiente mi
gratitud.

Con un tieso asentimiento, Quinn se retiró. Fue una respuesta tan clásica de
Quinn, Seth se rió y negó con la cabeza. Algún día, ese tipo tendría que enfrentarse
a sus emociones o iba a terminar como Askar, frío e insensible hasta la medula.

Y eso era un pensamiento inquietante.

Seth lo apartó, centrándose en cambio en la mujer en sus brazos.

—Phoebe, ¿estás bien?

Ella se echó hacia atrás lo suficiente como para levantar la mirada hacia él. 297
Las lágrimas empapaban sus pestañas.

—Sí. Muerta de miedo —admitió con una media sonrisa—, pero bien. ¿Y tú?
Tenía tanto miedo de que esto trajera recuerdos y…

—Lo hizo —dijo—. Recuerdo más ahora de lo que nunca y estoy seguro de
que va a atormentarme cuando intente dormir, pero lograré superarlo.

Repentinamente como si recordara que las cosas seguían turbias entre ellos,
ella dejó caer los brazos de su cintura y dio un paso atrás.

—No tienes que pasar por eso solo.

—Sé que no. Tengo al equipo.

Ella se estremeció como si la hubiera abofeteado.

—Entonces, ¿eso es todo? Nos arruiné para siempre, ¿no es así?

Seth estiró la mano para apartar sus lágrimas, pero se contuvo antes de
tocarla con la mano ensangrentada.
—No para siempre —dijo, deseando infernalmente poder perdonar y olvidar.
Pero la herida todavía estaba demasiado cruda y eso sumado con Bowie…

Era demasiado.

—Dame un poco de tiempo, ¿de acuerdo?

—Okay —dijo, y se abrazó a sí misma.

—Okay —repitió estúpidamente, porque no podía pensar en otra cosa. Se


miraron el uno al otro durante varios segundos.

Finalmente, ella tomó aire, lo dejó escapar, y se puso de puntillas para besarle
la mejilla.

—Adiós, Seth.

Mierda, pensó mientras ella se alejaba. Ese adiós había sonado jodidamente
definitivo.

298
Capítulo 41

Era casi mediodía para cuando Seth regresó a su habitación de la reunión


informativa, y papel crujió bajo su bota cuando él cruzó el umbral. Levantó el pie y
bajó la mirada.

Malditos sobres de manila.

Su instintiva respuesta inmediata fue tirarlo a la basura. Nada bueno llegaba


en un sobre de papel manila. Entonces vio su nombre escrito con letra femenina en
el frente.

La letra de Phoebe.

Sólo la había visto escribir algo una o dos veces antes, pero ya conocía la
alegre caligrafía tan bien como sus propios garabatos casi ilegibles.

Dejó caer sus cosas justo ahí en la puerta. A pesar de que Phoebe había
deslizado el sobre por debajo de la puerta, probablemente todavía debería
ignorarlo. Necesitaba una ducha y tal vez incluso se echaría una siesta, aunque eso
299
no sonaba ni de cerca tan atractivo como lo había hecho cuando Phoebe estaba
acostada a su lado.

Maldita sea.

Llámalo masoquista, pero él tenía que saber lo que había dejado. Él lo recogió
y rasgó la cosa, abriéndola sin finura, el vertido el contenido en su palma.

Fotos.

No, no sólo cualquier foto. Las fotos de desnudo que había tomado la última
vez que habían dormido juntos.

Con las manos repentinamente temblorosas, se deslizó por la puerta hasta


que su culo golpeó la alfombra. Sus cicatrices estaban al frente y al centro en las
fotos, pero en lugar de la fealdad que lo saludaba cada vez que miraba en el espejo
del baño, había una especie de cruda belleza y una fuerza sombría reflejada en las
fotos en blanco y negro. También amor. No sólo en sus ojos mientras él la
complació, sino en cada cuadro cuidadosamente compuesto.

Jesús.
¿Qué estaba haciendo? ¿Toda esa mierda de tiempo que necesitan? Ese era él
siendo un soberano idiota, y por qué ella no se lo había dicho en su cara, nunca lo
sabría.

Se levantó de un salto, abrió la puerta y la encontró de pie en el otro lado,


puño en alto para llamar.

—¡Oh, Dios mío! —Ella se llevó una mano al pecho y se le quedó mirando
como si estuviera loco. Lo cual estaba. Luego, recobrando la compostura, dio un
paso atrás—. Sé que dijiste que necesitabas tiempo y eso lo entiendo. Me voy de
Afganist{n esta noche, pero no podía irme sin disculparme por…

Él levantó las fotos.

—¿Es así como me ves? No, mírame. —Él la agarró de la barbilla, la hizo
encontrarse con su mirada cuando trató de apartarla—. Una vez dijiste que
deseabas que me viera a través de tus ojos. ¿Es así como me ves?

Tragó saliva. Negó con la cabeza.

—No. Así no es como te veo. Es la forma en que eres.

—¿Estás enamorada de mí? —preguntó sin rodeos, aunque ya sabía la


300
respuesta. Lo vio en las fotos, pero quería oírselo decir.

Las lágrimas llenaron sus ojos, y se desbordaron.

—Sí. Muchísimo.

—Bien. —Seth la atrajo hacia su cuerpo y reclamó su boca, al instante


recordando la forma, el sabor, como se movían sus labios contra los suyos.

¿Cómo podía pensar que iba a estar bien siquiera por un momento sin esto?
¿Sin ella?

Ella jadeó cuando finalmente él se levantó para tomar aire y enganchó un


dedo debajo de su barbilla de nuevo, miró fijamente sus ojos aturdidos.

—También te amo, Phoebe. Por eso es que… —Él la dejó de pie en la puerta y
fue a buscar el artículo donde lo había dejado en la cama. Lo sostuvo en alto para
que ella viera y rasgó los papeles por la mitad—. Ya he terminado de vivir en el
pasado.

Una vez más sus ojos se llenaron de lágrimas.


—Pero te he lastimado.

—Tú no me conocías entonces. Sólo estabas haciendo el trabajo que se te dijo


que hicieras. Igual que yo cuando me llevé a mis hombres a las montañas. Me
dijiste que no podía seguir responsabilizándome de lo que les sucedió y tenías
razón. Así que ahora estoy diciéndote lo mismo a ti. Déjalo ir. Kathryn Anderson
está muerta. Vamos a dejarla de esa manera. —Cruzando de regreso y
deteniéndose delante de ella, él ahuecó sus mejillas y retiró las lágrimas—. ¿Te
quedarás conmigo? Por favor. Ayer por la noche se abrió una maldita tonelada de
malos recuerdos y no quiero estar solo. No necesito tiempo. Te necesito a ti.

***

¿Cómo podía decirle que no a eso?

Sin decir una palabra, le permitió tirar de ella a la habitación. Una vez dentro,
le soltó la mano para cerrar y bloquear la puerta. Probablemente debería decir
algo, pero su mente estaba en blanco por la conmoción. No esperaba esto. 301
En. Lo. Absoluto.

Él afirmó que la amara, y tal vez lo hizo, pero simplemente no podía ver
cómo él la perdonaría alguna vez por las cosas horribles que había escrito sobre él
cuando ni siquiera podía perdonarse a sí misma. Si le hacía preguntas ahora, ¿se
preguntaría él si ella estaba indagando para una historia? ¿Alguna vez sería capaz
de confiar en ella con sus secretos? ¿Cómo podrían construir cualquier tipo de
relación con tanta carga emocional entre ellos?

Seth exhaló una media sonrisa y caminó hacia ella. Sus grandes manos se
cerraron alrededor de sus hombros y los frotó.

—Estás pensando extremadamente fuerte.

—Sólo… esto no va a funcionar.

—¿Por qué no?

—Nunca confiaras en mí de nuevo y no te culpo por eso, pero…

Sus manos se detuvieron.


—¿Quién dijo que alguna vez dejé de confiar en ti?

El shock reverberó a través de ella.

—¿No lo hiciste?

—No cariño. No lo hice. —Bajó la cabeza, presionando su frente contra la de


ella—. Esta es la parte en que me regañas por ser un idiota

—Tenías todo el derecho.

—No. Todo lo que tenía era un montón de orgullo herido. La misión se


descarriló y estaba revolcándome en todos mis fracasos, luego fuiste y te pusiste
justo en el punto de mira. No estaba en un buen estado de atención.

Ella tragó saliva.

—Lo que dije sobre Emma… fue un error. Sé que es importante para ti y que
siempre lo será.

—Ella me ayudó a pasar por los peores años de mi vida. —Seth soltó un largo

302
suspiro y arrastró sus manos desde los hombros, bajando por la espalda—. Mis
captores se llevaron quince meses de mí, me robaron a mis amigos, mi dignidad,
mi cordura. La foto de Emma fue la única cosa que nunca me quitaron y durante
mucho tiempo, no podía deshacerme de ella.

—Está bien. No tienes que hacerlo.

Él negó con la cabeza.

—Ya no importa. —Metió la mano en el bolsillo del chaleco y sacó una foto
demasiado pequeña para ser la de Emma. La sostuvo entre dos dedos.

Su foto carnet profesional, arrancada de un periódico.

Ella contuvo el aliento.

—¿Yo?

—He estado llevándola desde nuestra pelea de ayer —admitió, su voz poco
más que un susurro—. Me di cuenta que estaba aferrándome al pasado y no estaba
ayudándome a sanar. Si quería un futuro, tenía que cambiar, así que lo primero
que hice fue tirar la foto de Emma y reemplazarla con una de la mujer que amo.

Oh, Dios. Que hombre tan dulce.


Ella se fue a sus brazos, con la intención de abrazarlo, pero tan pronto como
su cuerpo entró en contacto con él, quiso más. Mucho más. Levantó la cabeza para
decirle lo mucho que lo quería, pero él ya estaba a un paso por delante de ella, con
la boca cayendo sobre la suya en un beso tan caliente que estaba sorprendida de
que sus pantis no se incendiaran.

—Te quiero desnuda, cariño. —Sus labios trazaron la línea de su mandíbula


al oído y se estremeció.

—Sí. —Oh, sí, quería estar desnuda, quería estar piel a piel con él. Se apartó
de él el tiempo suficiente para quitarse la chaqueta, la camisa y para quitarle a él su
chaleco de un tirón. Él se rió suavemente y se inclinó por la cintura para que
pudiera quitárselo y la camisa.

—¿Cuál es tu prisa? —Sus dedos rozaron su hombro desnudo, poniéndole la


piel de gallina—. Tenemos todo el día.

—Sólo significa que podemos ir rápido en esta ocasión y lento en la próxima.

—¿Cuántas veces crees que vamos a tener sexo?

Fingió pensar en ello mientras le desabrochaba y bajaba la cremallera de sus 303


pantalones, liberando su erección.

—Bueno, como has dicho, tenemos todo el día.

—No soy una máquina. Y sólo tengo unos cuantos condones. —Su suave risa
se desvaneció en un gemido cuando ella lo tomó en la mano y le acarició,
masajeando su sensible cara inferior con la punta de los dedos. Su mano se enredó
en su cabello y le agarró la cabeza mientras sus caderas se sacudían en cada golpe.

—Jesús —jadeó él—. No puedes seguir haciendo eso. Habrá terminado antes
de empezar.

—No se puede hacer eso. —Ella le dio un último golpe persistente antes de
liberarlo y empujarlo hacia abajo en la cama—. Quiero estar en la cima.

—Sí, ma'am. —Su mirada era de fuego en el hielo mientras la veía quitarse el
resto de su ropa.

—¿Los condones? —preguntó ella, haciendo girar el sujetador en su dedo.

Él se humedeció los labios y señaló su bolso en el suelo. Ella encontró una


serie en el bolsillo delantero y le sonrió sobre su hombro, sabiendo perfectamente
bien que él estaba teniendo un vistazo de su trasero.
—Bueno, es un comienzo.

Él gimió.

—Vas a ser mi muerte.

Rasgó un paquete.

—Recuéstate. —Montándolo a horcajadas, usó una mano para sostener su


pene y ponerle el condón.

—Phoebe —se quejó.

—¿Tuviste suficiente preliminares? —Se levantó a sí misma sobre él y se dejó


caer cuan largo era, milímetro a milímetro con despiadada lentitud hasta que
estuvo enterrado hasta la raíz en su interior y ambos se estremecieron.

—Déjame ver que te mueves, cariño —susurró, rozando sus manos a lo largo
de la cintura para sujetar sus caderas.

Se levantó a sí misma, y se dejó caer de nuevo, y lo montó en un ritmo con la

304
intención de volverlo loco. Y estaba funcionando. Él apretó la mandíbula y sus
dedos se clavaron en sus caderas. Él trató de mantenerla inmóvil y enterrarse en
ella desde debajo, pero eso no iba a suceder. No esta vez. Ella entrelazó sus dedos
con los suyos y apartó las manos de sus caderas, sujetándolo a la cama. Se inclinó,
rozando su boca abierta sobre su pecho mientras el ángulo de su penetración
cambió, y así cada embestida trajo su pelvis en contacto con su clítoris hinchado.
Todo su cuerpo se calentó al instante, se estremeció y aceleró el paso, el aliento
salía entrecortado de sus pulmones, igualando el de él.

Ella gritó con su orgasmo, su fuerza tomándola por sorpresa y drenándola de


la última gota de energía. Colapsó sobre su pecho, escuchó un gruñido retumbar
bajo la oreja y luego estuvo sobre su espalda, Seth se levanta sobre ella con sus
piernas sobre los hombros. Ya saciada, miró a través de los ojos borrosos mientras
él tomaba su placer de su cuerpo.

¿Hubo alguna vez algo más maravilloso?

Los tendones de los músculos de su cuello y sus hombros sobresalían, apretó


la mandíbula cuando llegaba cada vez más cerca de su pico. Después de un último
empuje, él gimió con su liberación y sus músculos se relajaron, la tensión
escapando. Dejó caer sus piernas y enterró su cara en el hueco de su cuello y ella lo
sostuvo mientras se estremecía por el orgasmo.
No, decidió y somnolienta acarició sus manos por su espalda llena de
cicatrices. No había nada más maravilloso que este hombre.

Absolutamente nada.

305
Epílogo

Washington, DC

Un mes más tarde…

Un zumbido despertó a Phoebe en un sobresalto. No había recordado haberse


dejado llevar por el sueño, pero debió hacerlo, porque Seth yacía a su lado,
profundamente dormido, su brazo era un peso cálido, y pesado sobre sus pechos,
su pierna envolvía íntimamente las dos suyas.

Dios, no quería moverse. Jamás. Entre sus puestos de trabajo y la relación a


larga distancia, había pasado demasiado tiempo desde que habían sido capaces de
yacer juntos así.

Buzz buzz buzz.

Oh. Cierto. Un teléfono estaba sonando en modo de vibración. Ella estiró el 306
cuello para mirar a la mesa de noche, vio que era el de Seth, y le dio un codazo en
las costillas hasta que finalmente se movió.

—¿Qué? —murmuró, el dormir ponía áspera su voz más de lo habitual—.


Estaba teniendo un buen sueño.

Ella sonrió y lo besó en la mejilla, sabiendo lo raro que eran los buenos sueños
para él.

—Lo siento, pero tu teléfono está sonando.

Levantó la cabeza y miró el reloj de la mesilla de noche.

—¿Es después de la medianoche?

—No, todavía no. ¿Por qué?

Se empujó a sí mismo sobre sus manos y rodillas, deteniéndose un momento


para arrastrar besos por la nariz y la barbilla antes de estirarse sobre ella para
agarrar su celular.

—Sólo algo que mi padre siempre dice. Nada bueno viene de una llamada
telefónica después de la medianoche. —Miró la pantalla—. Es Gabe.
Con un suspiro, se instaló en la cabecera y le pasó un brazo a su alrededor
cuando ella se acurrucó a su lado. Él frunció el ceño ante la pantalla durante unos
zumbidos más.

—Mejor responde.

—Sí. —Golpeó el icono del teléfono y se lo llevó a la oreja—. Hey, Gabe, ¿qué
pasa?

Phoebe no podía oír el extremo de la conversación de Gabe, pero lo que sea


que él estaba diciendo apretaba la mandíbula de Seth. Sus músculos se pusieron
rígidos bajo su mano.

—Sí. Estaré allí. —Colgó y maldijo, desenganchando su brazo y balanceando


las piernas fuera de la cama.

—¿Qué está pasando?

—Gabe dice que el equipo tiene otra misión.

Phoebe sofocó una punzada de molestia. Hasta ahí lo de tener una semana
libre para pasarlo juntos. Ella había estado esperando compartir el Año Nuevo con
él, aunque fuera en una habitación de hotel en Washington, D.C.
307
Pero tenía que ser comprensiva. Él no había hecho un escándalo cuando ella
fue a Papua, Nueva Guinea la semana pasada para investigar las desenfrenadas
violaciones de los derechos de la mujer allí. Sólo era… que estaba empezando a
extrañarlo.

—¿A dónde vas esta vez?

—No lo dijo. —Encontrando los pantalones en el suelo, les dio un tirón, pero
los dejó desabrochados. Se inclinó para besarla—. Nos encontraremos en la oficina
de Seguridades Wilde para la reunión.

Su respuesta inmediata fue insistir en que él la llevara, pero eso era la


periodista en ella con miedo de perderse una gran historia. La mujer, la amante,
temía por él y tomó su rostro entre sus manos antes de que él se apartara.

—Ten cuidado y por favor, llámame cuando puedas.

Su frente se arrugó.

—Gabe dijo que te quiere allí, también.


—¿A mí? —Alarmada al instante, ella se quitó las mantas y salió a la caza de
su ropa—. ¿Por qué? ¿Está bien Zina? ¿Tehani? ¿Zak?

—Mierda, lo siento. No pensé en preguntar. —Con el ceño fruncido, Seth


agarró su arma y la chaqueta, pero vaciló antes de ponérselos y los puso sobre la
cama. Él la tomó en sus brazos, le acarició con una mano la espalda—. Estoy
seguro de que todo está bien. Gabe no sonaba alarmado.

—Oh, Dios, eso espero.

***

La oficina de Seguridades Wilde se encontraba en un centro comercial que


había estado cerrado durante años. No era exactamente un lugar bonito,
especialmente ahora que el otro extremo del edificio mostraba algo de daño por el
fuego de un incidente que ocurrió mientras estaban en Afganistán. Debido a ese
mismo incidente, el estacionamiento ahora tenía suficientes lámparas nuevas para
iluminar un sitio de construcción, pero ¿dónde estaban el resto de los vehículos del 308
equipo? Seth dudaba de que él fuera el primero en llegar. Todo el mundo había
estado en D.C. para recibir a Zak en casa, así que nadie tuvo que volar desde los
confines más remotos del país.

Seth se deslizó de su coche de alquiler y miró a su alrededor, el malestar


arrastrándose sobre su piel. Su paranoia resonando como campanas en una
tormenta, diciéndole que estaba a punto de ser atacado, lo que no tenía ni puto
sentido.

Sin embargo, él le dio un empujón a Phoebe detrás de él mientras probaba la


puerta principal de Seguridades Wilde. Desbloqueada.

Él dio un paso cauteloso hacia adelante…

Y se dio cuenta de lo que estaba pasando un segundo antes de que galones de


agua fría salpicara sobre las cabezas de Phoebe y suya. Phoebe graznó. La risa sonó
en la oscuridad y maldijo, buscando a tientas el interruptor de la luz.

Todo el equipo, Gabe, Quinn, Jesse, Marcus, Ian, Jean-Luc, y Harvard, quien
estaba bien encaminado de hacer una recuperación completa de sus heridas,
estaban de pie alrededor de la habitación, riendo y felicitándose unos a otros por
una broma bien gastada. Y no eran los únicos divirtiéndose. Audrey Bristow estaba
aquí. Jude Wilde y su esposa, Libby, también se habian sumado a la diversión,
demonios, conociendo a Jude, probablemente les había dado a los chicos esta idea
en primer lugar. Greer Wilde estaba al fondo de la habitación junto a Zak
Hendricks, quien estaba en una silla de ruedas después de perder su pierna. Zak
todavía parecía bastante deteriorado y tenía un largo camino de recuperación por
delante, pero se había afeitado y echado un corte de cabello y estaba sonriendo
junto con el resto de la panda de idiotas.

Seth miró a todos ellos.

—¿De verdad me sacaron de la cama en medio de la noche para vaciar agua


fría sobre mí?

—Es Año Nuevo —declaró Jean-Luc y sopló uno de esos cuernos molestos
antes de tomar un trago de su copa de champaña—. ¿Quién duerme en Año
Nuevo?

—¿Quién dice que estábamos durmiendo? —Lo que, sí, técnicamente, habían
estado haciendo, pero sólo porque estaban preparándose para una tercera ronda.

—Bueno, mon ami, Lo siento por eso. Pero, vamos, que teníamos que iniciarte
y esto era mejor que algunas de las otras propuestas. 309
—Aún decimos que deberíamos haberlo hecho llevar una toga y bailar "Sexy
and I Know It21" —dijo Marcus, arrastrando las palabras un poco. Hizo un
movimiento de la danza empujando la cadera que causó otro alboroto de risas.

Phoebe sofocó una risita detrás de su mano.

—Dios mío. Todos están ebrios.

Gabe dio un paso adelante.

—No, yo no estoy borracho. —Ante el resoplido de incredulidad de Audrey


Bristow, agregó—: Bueno, estoy allí ahora, pero cuando se nos ocurrió este plan, yo
estaba sobrio.

Seth frunció el ceño.

—Pensé que habías dicho no a las novatadas.

21 Sexy and I Know It; en español: soy sexy y lo sé, es una canción interpretada por el grupo
estadounidense de electro hop LMFAO.
—No era apropiado en el momento. Ahora lo es. —Extendió una mano—.
Estas oficialmente más que aprobado. Bienvenido al equipo, Lanzador.

Santa. Mierda.

Cuando Seth aceptó el apretón de manos, Jesse dejó escapar un grito de


vaquero del rodeo de caballo. Harvard le dio dos pulgares para arriba. Marcus y
Jean-Luc chocaron en alto los cinco. Ian, apoyado en la pared con Tanque fielmente
a su lado, sonrió y le dio una palmada sardónica. Jesús. El hijo de puta no podía
hacer nada claro por el sarcasmo. Una vez pasado el desprecio, tenía un sentido del
humor como un cuchillo. Seth se rió y le mostró el dedo medio, lo que hizo sonreír
a Ian.

—De acuerdo, suficiente de la cosa blandengue —dijo Jean-Luc—. Es oficial,


todos lo amamos, y bla, bla. Ahora vamos a darle al hombre y a su bella dama ropa
seca y recibirlo en ente Año Nuevo. Se siente que va a ser uno bueno.

Una hora más tarde, alguien encendió la televisión para ver caer el balón y
todo el mundo gravitó en esa dirección. Seth se quedó atrás, mirando con una
sonrisa hasta que Phoebe se coló por detrás y lo rodeó con sus brazos su cintura.

—Nunca te he visto reír tanto. ¿Esto te hace feliz? 310


Miró en torno de la habitación a los chicos, todos ellos sonriendo, algunos tan
borrachos que no podían mantenerse erguidos. Ellos ponen la diversión en lo
disfuncional, y no lo tendrían de otra manera.

—Sí, lo hace. Pero… —Se dio la vuelta en el círculo de sus brazos y la atrajo
hacia sí al ras de su cuerpo. Los dedos de ella se deslizaron bajo la camisa prestada
y jugaron en la parte baja de la espalda, enviando un delicioso escalofrío por su
columna vertebral.

Hasta conocerla, la única razón de que su existencia continuara era


asegurarse malditamente de que sus captores no ganaran. Había sido su manera de
sacarles el dedo medio en un gran y gordo "que te jodan". Pero ahora quería más
que la existencia. Quería risas. Amistad. Amor.

Finalmente, quería una vida.

Más que eso, quería una vida con Phoebe.

—Pero, ¿qué? —preguntó sonriéndole.

Él bajó sus labios a los de ella, deteniéndose justo antes de un beso.


—Te amo, Phoebe. Quiero que esto funcione entre nosotros, lo que sea
necesario. Si eso significa que tengo que dejar AVISPONES…

—No. —Ella golpeó sus manos en su pecho y empujó—. No te atrevas. Tú los


necesita y ellos a ti. Yo nunca te pediría que renunciaras a otro equipo.

—Pero, ¿dónde nos deja esto? Esta cosa de larga distancia que hemos estado
haciendo… no funciona para mí. No es lo que quiero contigo.

Sus dientes se hundieron en su labio inferior.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres?

—Más que una semana aquí, una semana allí. Duermo mejor por la noche
cuando estás a mi lado. Como mejor…

—Sólo porque te regaño.

—Sí, y me encanta. Te quiero regañándome por los próximos cincuenta años


por lo menos.

311
Ella metió un dedo en broma en su estómago.

—Sabes que probablemente te vas a lamentar de decir eso más temprano que
tarde.

—No. Nunca. —Él le tomó la mano y se llevó la palma a sus labios—. Phoebe,
tú me haces una mejor persona. Me completas.

Ella se encogió de hombros, tratando lo casual, pero el brillo de lágrimas de


felicidad la delataba.

—Bueno, supongo que no estoy atada a Boston. Esa es la belleza de mi


trabajo, puedo escribir y tomar fotos en cualquier parte del mundo.

Él sonrió.

—Key West es un hermoso lugar para escribir. Incluso Ernest Hemingway


pensaba así. Él solía vivir allí, ¿sabes?

—Sí, he oído hablar de eso. —Ella le devolvió la sonrisa—. Todavía tendré


que viajar un poco.

—Así como yo.


—Pero haremos que funcione —dijo sin un ápice de duda—. Siempre que
vuelvas a casa para mí.

Seth le tomó la barbilla entre los dedos y volvió la cara hacia la suya. Sus
labios sabían al frio y vigorizante champán, y profundizó más el beso, la abrazó
más cerca, permitiéndose relajarse en su abrazo.

Casa.

Después de tres largos años, finalmente estaba en casa.

Fin

312
Agradecimientos

En primer lugar, tengo que agradecer a mi editora Heather Howland y su


asistente Sue Winegardner por tomar un manuscrito que era un completo desastre
y haberme ayudado a convertirlo en una historia para hacerle justicia a Seth y a
Phoebe. ¿Qué haría yo sin ustedes? *abrazos*

Tricia Leedom, mi hermana mayor honoraria: yo habría estado tan perdida


sin sus sesiones de lluvia de ideas. Gracias por darme todas las grandes ideas para
el personaje de Ian. Y gracias por permitirme leerte Honor Reclaimed durante
nuestro viaje en auto a Key West, ¡eso ayudó mucho! Sé que te estás desanimado,
pero tú eres una excelente escritora y algún día muy pronto, una editora que
notará tu genialidad. ¡Sólo sigue escribiendo!

Por supuesto, a mi familia. Todos ustedes son mi roca. No importa lo mucho 313
que vague, lo hago con el conocimiento reconfortante de que siempre seré
bienvenida a casa con sonrisas, risas y los brazos abiertos.

Además, quiero dar un agradecimiento especial a Zina Lynch, la ganadora


del sorteo del blog de la gira de Honor. ¡Gracias por permitirme usar tu nombre
para un personaje!

Por último, a mis lectores, de quienes estoy absolutamente convencida de que


son los mejores fans en el mundo. Todos ustedes son la razón por la que puedo
vivir mi sueño. ¡Gracias!
Sobre la Autora:

Escribir siempre ha sido el único y verdadero amor de Tonya. Escribió su


primera novela larga en octavo grado y no ha bajado su pluma desde entonces.
Recibió una licenciatura en escritura creativa de SUNY Oswego y ahora está
trabajando en una maestría en ficción popular en la Universidad de Seton Hill.

Tonya comparte su vida con dos perros y un gato descomunal. Viven en un


314
pequeño pueblo de Pennsylvania, pero ella sufre de un caso grave de pasión por
los viajes y por lo general termina en algún lugar nuevo, mudándose cada pocos
años. Por suerte, sus animales son excelentes compañeros de viaje.

Cuando Tonya no está escribiendo, pasa su tiempo leyendo, pintando,


explorando nuevos lugares y disfrutando del tiempo con su familia.

Si quiere saber más sobre Tonya, visítela en su página web,


www.tonyaburrows.com, también está en twitter y facebook.
Próximo Libro

Frío como el hielo e irrompible, Travis Quinn es el más rudo del equipo de
AVISPONES. Sin puntos débiles. Excepto, por supuesto, por el accidente que no
sólo destruyó su carrera como SEAL de la Marina, sino que le dejó aterradores 315
espacios en blanco en su memoria. Pero Travis recuerda todo sobre Mara Escareno,
la curva de sus labios, la sensación de su cuerpo... y cómo la abandonó
repentinamente hace seis semanas.

Mara nunca pudo resistirse al peligrosamente sexy Travis, lo cual es,


probablemente el cómo terminó embarazada y repudiada por su familia. Pero
antes de que Travis pueda procesar totalmente las noticias, Mara es secuestrada
por sus enemigos y es sumergida en el violento, y despiadado mundo del tráfico
de humanos. Ellos quieren a Travis, y la información encerrada en su deteriorada
memoria, sin importar el costo. Y ahora los enemigos de Travis han descubierto su
única debilidad... Mara.
Créditos
Moderadora de Traducción
Lady Gwen

Traductoras
Lady Gwen
Malu_12
Je_tatica
ainarag
marijf22
Nadya
Celemg

Moderadora de Corrección
Malu_12 316
Correctoras
Malu_12
Bibliotecaria70
*elis*
Marta_rg24
∞Jul∞
Oscari
Lady Gwen

Revisión Final
Lady Gwen

Diseño
Lady Dabria Rose
¡Visítanos!

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