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La loza blanca novohispana: tecnohistoria de la

mayólica en México

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Arquelogía Colonial
Latinoamericana
Modelos de estudio

Juan García Targa

Patricia Fournier García
Coordinadores

BAR International Series 1988

2009
This title published by

Archaeopress
Publishers of British Archaeological Reports
Gordon House
276 Banbury Road
Oxford OX2 7ED
England
bar@archaeopress.com
www.archaeopress.com

BAR S1988

Arquelogía Colonial Latinoamericana: Modelos de estudio

© Archaeopress and the individual authors 2009

ISBN 978 1 4073 0522 6

Printed in England by CMP (UK) Ltd

All BAR titles are available from:

Hadrian Books Ltd

122 Banbury Road
Oxford
OX2 7BP
England
bar@hadrianbooks.co.uk

The current BAR catalogue with details of all titles in print, prices and means of payment is available
free from Hadrian Books or may be downloaded from www.archaeopress.com
 VII

La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México

Patricia Fournier
(ENAH-INAH)

Karime Castillo
(UDLAP),

Ronald L. Bishop y M. James Blackman

(NMNH, Smithsonian Institution)

Resumen: La instauración de la factura de cerámica cubierta con un esmalte logrado con óxido de estaño y de plomo en la capital
novohispana a mediados del siglo XVI, resulta ser un ejemplo paradigmático en el estudio de tradiciones tecnológicas y de su historia.
La creciente demanda entre los consumidores incentivaró a loceros de lo blanco talaveranos a que se establecieran en la ciudad de
México. Estos artesanos enfrentaron diversas limitantes técnicas para emular aquellos productos que elaboraban en su natal España.
Su labor precursora en el ámbito de la tecnología de producción, incentivó a otros loceros españoles que se asentaron tanto en la
capital del virreinato como posteriormente en Puebla de los Ángeles, a conformar una tradición tecnoestilística que en parte perdura
hasta nuestros días.
En este ensayo nos centramos en el análisis histórico de la industria novohispana de la mayólica, a partir de los escasos registros
documentales al respecto y, en particular, de recientes estudios de la composición química de la pasta de los cuerpos cerámicos derivados
de análisis instrumentales de activación neutrónica.
Abstract: The introduction of the manufacture of majolica in the capital of New Spain in the middle of the 16th century is a paradigmatic
example in the study of technological traditions and their history. The growing demand among local consumers gave impetus to white
ware potters from Talavera to establish themselves in Mexico City. These artisans faced various technical limitations in the emulation
of the products made in their native Spain. Their work, precursor in the scope of production technology, motivated other Spanish white
ware potters to move to Mexico City and later to Puebla de Los Angeles and formed a techno-stylistic tradition that, in part, has lasted
to the present day.
In this essay we concentrate on the historical analysis of the majolica industry in New Spain using the few archival documents available
and, in particular, based on recent studies of the chemical composition of the paste of ceramic vessels using instrumental neutron
activation analysis.

Tecnología y sociedad decorativos sino de todas aquellas acciones que transforman

En la actualidad las investigaciones centradas en la cultura
material parten de diversos enfoques en el seno de distintas
disciplinas, especialidades o campos, incluyendo a la
naciente tecnohistoria abocada al estudio de la producción
y el uso de los objetos así como al desarrollo y la evolución
de la tecnología (cf. Hables Gray 1996). Al respecto, es de
importancia señalar que la tecnología es performativa, es
un sistema de comunicación y sus estilos son símbolos a
través de los cuales se logra la comunicación (Lechtman
1977). Lo estilístico se relaciona con conductas de
aprendizaje, de interacción social, expresa mensajes y
permite el intercambio de información entre miembros de
una o más unidades sociales; es una forma de ideología, e
inclusive constituye parte de los elementos de identificación
de un grupo (Fournier 2007). No sólo se trata de estilos
la materia prima en un producto determinado, por ejemplo
el estilo tecnoformal que abarca las técnicas de manufactura
o el pirotecnológico en relación con la cocción de piezas
cerámicas (Fournier 2007).
La transformación de las materias primas en un objeto
determinado conforme a la intencionalidad del sujeto,
atraviesa por varias acciones programadas en fases que
pueden ser o no secuenciales. Así, las actividades técnicas
se organizan en una serie de operaciones, que a su vez
se organizan en cadenas operatorias que requieren de la
existencia de un conjunto de conocimientos (Lemonnier
1980). De esta manera, el surgimiento, adopción, adaptación
y transmisión de las tradiciones tecnológicas ocurre
mediante la adquisición y transmisión de conocimientos

99
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman
normativizados en cadenas operatorias reguladas
socialmente (Fogaça 2003).
Cabe destacar que en la toma de decisiones en el campo
de la tecnología, las contingencias de las circunstancias
sociotécnicas pueden favorecer la adopción de una
tecnología sobre otra sin que la eficiencia técnica
necesariamente resulte el factor de mayor peso. En el caso
de soluciones técnicas innovadoras o de adaptaciones
tecnológicas, los costos y las ganancias son intrínsecamente
inciertos en una primera fase dado que dependen de la
forma en que una sociedad está organizada (cf. Wajcman
2002, 352), aunque quedarán aseguradas las ganancias al
instaurarse exitosamente una transformación o innovación
que logre que los productos sean aceptados entre los
consumidores al incentivar la demanda conforme a las
tendencias en el mercado, por ejemplo en el caso de la
factura de cerámica, caso que aquí interesa.
Para ello consideramos que los alfareros son integrantes de
colectividades, además de que el proceso de manufactura
de vasijas depende de los medios materiales y tecnológicos
de producción disponibles, de la organización técnica del
trabajo específico así como de las normas que socialmente
se establezcan en el campo de los oficios; las piezas que
elaboran reflejan o codifican las estructuras sociales en sus
formas y contenidos estéticos, productos que son objeto
de consumo por parte de agentes sociales para quienes
estos bienes cuentan con valores según el contexto de
su uso. En consecuencia, estos objetos son reflejo de las
relaciones de clase de las que se derivan en términos de
su tecnofunción, sociofunción e ideofunción en la vida
cotidiana; como elementos insertos en los sistemas de
comunicación, son símbolos de la socialización entre
grupos, de la diferenciación intergrupal, de la identidad y
del estatus. Las piezas de cerámica, al igual que muchos
otros elementos de cultura material, son objetos que tienen
una carga derivada de la agencia o acción causal que le
otorgan tanto sus productores como sus consumidores,
materializaciones a partir de las cuales los integrantes de
ciertos grupos sociales infieren determinados procesos de
origen (cf. Harrington 2004).
La mayólica novohispana
Con la finalidad de definir cuáles fueron los principales
centros productores de cerámica de tradición ibérica
con cubierta de plomo y estaño, es decir la loza blanca
o mayólica, así como su comercialización y consumo en
Nueva España, hemos desarrollado un programa de estudios
químicos y técnicos, en particular basados en análisis
instrumentales de activación neutrónica con muestras de
arcillas al igual que de tiestos recuperados en múltiples
sitios arqueológicos (cf. Blackman et al., 2006; Fournier et
al., 2007; Monroy y Fournier 2003), además de llevar a cabo
análisis de la composición de los pigmentos y vidriados
mediante la técnica de PIXE1 (Monroy et al., 2005).
1
Por sus siglas en inglés, Particle induced x-ray emision.
100
Adicionalmente, se han realizado estudios documentales
gracias a los cuales se han recuperado valiosos datos en
fuentes primarias, en el Archivo General de Indias (Gómez
et al., 2001), en el Archivo Histórico del Distrito Federal
(Castillo Cárdenas 2007) y en el Archivo General de la
Nación, documentos que posibilitan contar con una imagen
más detallada de la tecnología de producción de la mayólica
novohispana. Nos interesa en particular la instauración
en Nueva España de la manufactura de esta clase de loza
blanca, en particular en lo que refiere al uso de diferentes
materias primas así como respecto a qué tan exitosa fue la
producción de mayólica durante el periodo virreinal, bajo
que parámetros se desarrollaron diferentes tradiciones y
cuáles fueron los resultados de la aplicación de distintas
técnicas en la elaboración de vasijas, en aras de ilustrar
tendencias en los desarrollos tecnológicos logrados en la
industria alfarera novohispana.
Cabe destacar que la mayólica se produce mediante dos
cochuras, una para elaborar el bizcocho o jagüete y la
segunda para fijar el acabado de la superficie, al menos a
aproximadamente 950o C en una atmósfera de oxidación,
que es la temperatura típica que puede alcanzarse en hornos
con madera como combustible (Ricci et al., 2005) a la
usanza tradicional. La mayólica se caracteriza por presentar
una capa de esmalte vidriado de coloración blanca o crema
que emula el aspecto visual de la porcelana china, hecha
a base de óxido de plomo, usualmente litargio (PbO) y
casiterita, que es la principal mena del estaño (SnO2), a los
que se agrega arena debido al sílice que contiene (SiO2)
además de sal; estos materiales fungen respectivamente
como vitrificante, opacificante, fundente y fijador (cf.
Álvaro Zamora 2006).
En 1585 Hendrik Cock (1998) describió la elaboración y
uso de ese esmalte para el caso de los alfareros de Muel,
España, quienes empleaban una arroba de plomo y tres
o cuatro libras de estaño, así como “otras tantas libras”
de arena. Detalles adicionales permiten comprender
la forma en que se logra la opacidad de la cubierta que
permite ocultar el color del cuerpo cerámico, a menudo
bayo o rojizo; de hecho, se elabora una frita al calcinar
el plomo y el estaño en una proporción que suele ser de
10 a 1, junto con arena y sal dentro de un horno pequeño
denominado “padilla” para, así, obtener una masa dura o
alarca que se muele finamente; a este polvo se le agrega
agua posteriormente para sumergir en la mezcla las piezas
bizcochadas, siendo frecuente que sobre esta capa se
apliquen óxidos metálicos en suspensión como pintura
para ornamentar las piezas, que se someten a una segunda
cocción (cf. Álvaro Zamora 2006; Molera et al., 1999). Esta
tecnología para el acabado de la superficie se desarrolló en
el cercano oriente en el siglo VIII de nuestra era y de ahí se
dispersó a otras regiones mediterráneas, caso de al-Andalus
o Andalucía donde con la ocupación árabe se instauró la
factura de esta loza al parecer desde el siglo X (Chapoulie
et al., 2005). Todo parece indicar que esta clase de cerámica
recibió su nombre como derivación de la isla de Mallorca,
 La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México
Figura 1. Ubicación de los centros productores de mayólica y seudomayólica en México.
importante punto comercial entre España e Italia. En el caso
de la península Ibérica, una vez consumada la reconquista,
los talleres se concentraban sobre todo en Sevilla (Triana),
Talavera de la Reina y Puente de Arzobispo (Pleguezuelo
1999; Sánchez Pacheco 1999).
Conforme al estudio de documentos y análisis
instrumentales de activación neutrónica, ha sido posible
determinar que la mayólica se produjo en la ciudad de
México desde alrededor de 1551 (Blackman et al., 2006;
Gómez et al., 2001), hacia 1580 se inició su factura en
talleres ubicados en Puebla de los Angeles (Cervantes
1939), alrededor de 1570 empezó a manufacturarse
mayólica en Oaxaca (Gómez Serafín y Fernández 1998),
para fines del siglo XVIII pero fundamentalmente durante
el XIX surgiría la industria en Guanajuato (Cohen Williams
1992; Fournier 2003), Aguascalientes (Giffords y Olvera
2003), Sayula, Jalisco (Schöndube 1989), además de San
Luis Potosí (Figura 1). Por otra parte, según los estudios
que venimos realizando, lozas vidriadas que constituyen una
seudomayólica pues carecen de estaño como opacificante,
se produjeron desde el siglo XVI en la cuenca de Patzcuaro,
Michoacán, (Fournier et al., 2007) y posiblemente desde el
siglo XVIII en Sinaloa (Fournier y Santos 2007).
En el caso del Imperio Español en las Indias y en particular
en Nueva España, durante los años inmediatamente
posteriores a la conquista el consumo de productos ibéricos
101
como la mayólica al parecer fue escaso sin que hubiera un
comercio al por mayor de escala internacional, aunque para
la segunda mitad del siglo hubo modificaciones y arribaron
al virreinato cantidades importantes de loza blanca (Sánchez
Cortesana 1996). Por ejemplo, entre 1583 y 1593, entre los
cargos de Sevilla a Cuba, República Dominicana, México,
Honduras y Venezuela, se registran cientos de vasos de
loza blanca de Triana cuyo costo unitario alcanzaba hasta
1 real al igual que los jarros de “loza basta” y las escudillas
“negras”; jarros y escudillas blancos de Triana valían 4
reales la docena, los platos y escudillas azules de Talavera
tenían un costo de 2 reales y medio la docena, mientras
que el precio de los candeleros de Sevilla era de 15 reales
el par, entre otros (Lister y Lister 1987, 317-318). Además,
cabe citar que específicamente en Veracruz en 1599 se
desembarcaron 7 cajas de loza con 200 docenas de platos
pequeños, a 2 reales la docena (Sánchez Cortesana 1996).
En contraste, entre 1570 y 1575 un nativo sometido al
sistema laboral del repartimiento ganaba anualmente 4320
maravedíes, si era peón, y 8640 maravedíes si era oficial
(Gómez et al., 2001).
Cabe señalar que si bien la loza blanca ibérica pudo
ser incosteable para gran parte de los naturales para su
uso cotidiano, otras lozas sí estaban al alcance de toda
la población; por ejemplo, entre 1569 y 1570 en los
inventarios del Colegio de Vizcaínas de la ciudad de
México se registran platos y escudillas vidriados a 3 reales
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman
la docena (Muriel y Lozano 1995, 45), es decir que cada
pieza costaba 8.5 maravedíes, mientras que en los avalúos
testamentarios de caciques indígenas de Culhuacan en la
cuenca de México se especifica que hacia 1580 el valor
de una botija era de alrededor de 28 maravedíes, en tanto
que el de un plato y una escudilla de estaño llegaba a 338
maravedíes (Cline 1986, 173-174).
Por el costo de la mayólica ibérica, para la mayoría de los
indígenas era un lujo y en el virreinato constituía un bien de
prestigio únicamente superado por las costosas porcelanas
provenientes del Celeste Imperio, cuyo suministro fue
errático hasta instaurarse en 1575 el comercio anual
de mercaderías asiáticas a través del circuito Acapulco
y Filipinas, vía el afamado Galeón de Manila también
conocido como la Nao de la China (Blackman et al., 2006;
Fournier 1990). Además, los costos asociados con el
transporte ultramarino incidían en que el precio final de las
vasijas fuera alto, caso por ejemplo de los platos talaveranos
que en España era de 7 a 11 maravedíes por pieza, mientras
que en el virreinato se colocaban en el mercado hasta en
un 400% en la segunda mitad del siglo XVI (Gómez et
al., 2001).
De cualquier manera, las piezas de mayólica fueron una
constante entre los consumidores novohispanos y cualquier
vasija de loza blanca que en la península ibérica no habría
llamado la atención, se convertía en signo de distinción
en cuanto atravesaba el Atlántico, lo que de paso la
encarecía exageradamente; los criollos adquirían esa clase
de mercaderías en su afán de imitar los estilos europeos
que, como moda, eran comunes entre la “gente principal”
(Gonzalbo 1996). En consecuencia, quien fabricara
en México mayólica emulando los modelos originales
ibéricos a precios parecidos o menores a los de la península
dominaría un mercado amplio.
Todo parece indicar que la factura de cerámica en gran
medida recaía en los naturales en épocas tempranas, aunque
desconocemos si únicamente recurrieron a las técnicas que
les eran conocidas desde tiempos precolombinos2, caso de
las lozas finamente bruñidas que en definitiva fue objeto
de consumo entre las élites de la capital del virreinato, o
si los indígenas experimentaron exitosamente al adoptar
la tecnología ibérica del engretado con óxido de plomo y
2
“ ... en el pueblo de Quavtitlan (a) diez dias del mes de avril de mill e
qui(nient)os e sesenta e quatro años ... Agustín Vázquez, Andrés Bonifacio,
Francisco Hernandez ... y ‘Juan alguasil’... vinieron a quejarse del al(ca)
lde mayor [un tal Juan Xuáres de Peralta] q(ue) ... les m(an)do hazer
todos estos jarros e tinajas e alcarrazas desta pintura...” (Códice de los
Alfareros). El mismo Suárez de Peralta relata en su crónica que en 1566:
“Conbidó  Alonso de Abila [encomendero de Cuauhtitlán] a la marquesa
[la nuera del conquistador Hernando Cortés] a una muy brava çena... muy
cumplida y muy costosa, en la que se sirvieron unos basos, que allá llaman
alcarrazas, y unos jarros de barro, y estos se hizieron en el pueblo de
Alonso de Abila, en Quauhtitlan, que se haze allí muncho barro, y por
gala les mandaron poner a todos unas çifras... (Suárez de Peralta 1990,
198-201). En la fiesta se sirvieron manjares que Alonso de Ávila hizo
traer de sus pueblos “... y fue todo el servicio de platos picheles jarros
candeleros e tijeras [escudillas] e saleros del barro desta tierra” (Orozco
y Berra 1853: 198).
102
el uso del torno. Existen datos acerca de Francisco de
la Reyna y Francisco Morales, olleros a los que se les
mercedaron solares para su labor en la ciudad de México en
1537 y 1538, quienes posiblemente elaboraban terracotas
burdas (Lister y Lister 1982, 89) o bien loza vidriada; de
hecho, conforme a los escasos censos que datan entre 1525
y 1555, en la capital desarrollaban su oficio tan solo dos
torneros y dos olleros (Altman 1991, 431). En la segunda
mitad del siglo XVI, no obstante, se instauraría la factura
de mayólica en la capital pues en el Archivo General de
Indias (Gómez et al., 2001) encontramos registros de las
vicisitudes por las que atravesaron quienes se dieron a esa
tarea, en condiciones no sólo alejadas geográficamente
de las que acostumbraban en España sino, sobre todo, en
lo que refiere a los retos tecnológicos que enfrentaron a
mediados del siglo XVI.
La primera noticia que existe acerca de la factura de
mayólica en la ciudad de México data de 1551, cuando el
virrey don Luis de Velasco otorgó el 23 de enero:
... licencia a Diego de Vargas para que pueda vivir y
morar en unas casas fuera de la traza de esta ciudad
cerca de Santa Catalina que dice tener arrendadas a
Francisco de Gudiel3, sin incurrir en pena alguna;
y el virrey manda que libremente le dejen vivir en la
parte sobredicha sin que le sea puesto impedimento
alguno y usar su oficio de alfarería que es vidriado
de Talavera, atento que el dicho oficio requiere estar
fuera de la ciudad en parte desocupada donde se
pueda hacer hornos y las demás cosas tocantes al
dicho oficio (Zavala 1982, 234).
Pocos años después, el 29 de marzo de 1557, Bartolomé
Carretero, oficial de la loza blanca en Talavera de la Reina,
se presentó en Valladolid para solicitar al rey licencia para
embarcarse a la Nueva España (AGI, Indiferente, 2049,
No. 2). Transcurridos dos días, en cumplimiento de los
requisitos del Consejo de Indias, Carretero presentó a sus
testigos para dar curso legal a su solicitud, misma que fue
aprobada y eventualmente archivada. Bartolomé Carretero
fundamentó su petición haciendo mención a Diego de
Vargas pues:
…en la Ciudad de México, después que se fundó,
no ha habido más de un maestro de hacer loza
y vidriado como en Talavera se labra [Diego de
Vargas Piña], el cual a gran costa de su persona
y pérdida de su hacienda gastó más de tres años
en hacer experiencias de buscar barro y los demás
materiales necesarios para el vidriado, y ya que iba
atinando y por casado fue mandado venir a estas
partes…
Según Martín Hernández, vecino de Talavera de la Reina y
testigo que apoyó la solicitud:
3
Gudiel, barbero y cirujano, había llegado a la ciudad de México en
1527 (Rodríguez-Sala et al., 2006, 32).
 La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México
... Bartolomé [Carretero] es oficial de hacer vidriado
blanco de Talavera y que es muy buen oficial por
haber más de seis años que usa el oficio de vidriado
y haber estado con maestros muy buenos, oficiales
del vidriado en Talavera de la Reina… y que si iba
algún oficial… a México, que haría gran provecho
a la república y ganaría bien de comer.
A su vez, el doctor Bartolomé Frias de Albornoz, talaverano
y vecino de la Ciudad de México, declaró que:
…él conoció en la Ciudad de México a Diego de
Vargas Piña, alfarero que es vecino de Talavera… y
sabe que no usó su oficio más de tres o cuatro años
porque no tenía noticias dónde había arena y barro
de que se hace el vedrío porque nunca había pasado
a la ciudad ningún alfarero, ni se había labrado
loza vidriada sino áspero, que es lo colorado, y por
inducimiento de este testigo, Vargas Piña se dio a
buscar los materiales y, hecho el horno, anduvo más
de dos años haciendo experiencias y nunca atinó
hasta que más de treinta leguas de México, que es en
las Ventas de Perote halló la arena, y barro nunca
se halló perfecto, y en... un año y medio... atinó más
en el barro, y labró loza como la de Valladolid4
porque el barro no le ayudaba a hacerla como la
de Talavera...
Con base en las declaraciones que se vierten en el
documento, es posible inferir una serie de aspectos de gran
relevancia para el estudio del desarrollo inicial de la loza
blanca en la ciudad de México, todos en la década de 1550.
La dificultad más grande señalada por el talaverano Diego
de Vargas Piña, el primer locero de lo blanco en activo
en la Nueva España, fue la obtención de las materias
primas y la búsqueda de una arcilla adecuada para fabricar
mayólica. Según los testigos, Vargas Piña se quejó de no
haber encontrado nunca el barro adecuado, por lo que la
calidad de su producto apenas igualaba la loza de Valladolid
de Castilla. La testificación anterior sugiere que la fuente de
arcilla pudo ubicarse lejos de la ciudad de México, aunque
muy probablemente dentro de la Cuenca de México (Gómez
et al., 2001) dado que por la cantidad de materia prima
requerida en el proceso productivo es difícil pensar que
proviniera de zonas alejadas. Surge la interrogante de la
procedencia de las arcillas para épocas posteriores, pues de
haber prevalecido la limitante que enfrentó Vargas Piña, es
altamente probable que la factura de mayólica en la capital
hubiera resultado incosteable a la larga, sobre todo si
consideramos que para 1580 alfareros sobre todo sevillanos
y uno que otro morisco se establecieron en Puebla de los
Ángeles donde, en la localidad o sus cercanías, encontraron
las arcillas requeridas para la exitosa manufactura de esta
loza cuya producción perdura hasta nuestros días.Respecto
4
Posiblemente refiera a loza basta como la producida por olleros y
cantareros (alcalleres) en el siglo XVI en Santander, Valladolid, Palencia,
Salamanca, Burgos y León (Álvarez Bezos y Carrera Zalama 1998).
103
a la ciudad de México, las búsquedas recientes de Castillo
Cárdenas (2007) en el Archivo Histórico del Distrito
Federal (Vol. 382, Exp. 10, f. 23-31v) dan respuesta a la
pregunta formulada al menos para 1776, el único dato hasta
ahora conocido: los bancos de arcillas (Figura 2) que eran
el suministro de los alfareros de la capital del virreinato
para fines del siglo XVIII se ubicaban en las cercanías de la
ciudad o dentro de ésta, por el rumbo del entonces ejido de
Chapultepec, en Tlatelolco, en terrenos tanto de la Hacienda
de Teja como la de Los Morales, en el ejido de La Piedad
(hoy Obrero Mundial) e inclusive en lo que en la actualidad
es el primer cuadro, en las proximidades de la Alameda
donde se ubicaba la horca de la Acordada. Conforme a la
documentación, los arrieros Francisco y Mariano Ciprés,
declararon en 1776 que:
... siempre que los maestros y oficiales del oficio
y gremio de loceros o alfareros les piden barro
para sus operaciones se lo entregan sacando el que
llaman colorado ya del ejido de Chapultepec, ya
del de la Piedad o ya de un paraje que... está a
un lado del barrio de Santiago [Tlatelolco]: Y el
blanco lo extraen y sacan del ejido que denominan
de Velásquez en la parte cercana a la Hacienda de
la Teja... Que por cada veinte costales bien sean
de barro blanco o bien de colorado cuya porción
la hace un viaje de cinco mulas les pagan los
fabricadores a los declarantes tres reales en tiempo
de secas y tres y medio reales en el de lluvias. Que
el barro colorado puede sacarse sin detrimento de
los ejidos parte del de Chapultepec y parte del de
la Piedad sin que obste el que para su sacar sea
necesario hacer hoyos, pues estos se tapan con las
arenas que traen las avenidas de los ríos. Que el
blanco se puede tomar y sacar como hasta ahora
se ha hecho del ejido donde esta la horca de la
Acordada cuyos hoyos se vuelven a tapar con la
porción de tierra que se saca antes de extraer el
barro.
En este último caso se trata de bancos cercanos al barrio
donde se concentraban los artesanos (Figura 3), en las
inmediaciones de la Parroquia de la Santa Veracruz donde
tenían la cofradía de las patronas de su oficio, es decir
las santas trianeras Justa y Rufina, tutelares de Sevilla e
igualmente abogadas y patronas de los cofrades loceros
de esa ciudad (AHDF, Ordenanzas, Vol. 432a, f. 61) al
igual que en la cofradía de loceros de Talavera de la Reina,
España a fines del siglo XVII (Sánchez Pacheco 1999).
En los censos levantados en la ciudad de México entre 1753
y 1811 (AGN, Padrones), aparecen registrados un número
considerable de loceros y alfareros; la distribución espacial
de sus talleres era regular, ya que se ubicaban sobre todo
hacia el poniente del conglomerado urbano de la época,
mismo que había rebasado en mucho los límites originales
de la urbe del periodo colonial temprano. Sin embargo, el
emplazamiento parece responder a una localización original
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman

Figura 2. La ciudad de México en 1793 (adaptado de Cortés Delgado y González Aragón 2003, 31). 1. Catedral Metropolitana; 2. el
Barrio de los Alfareros; 3. banco de Nonoalco ; 4. banco de la hacienda de Los Morales; 5. banco de la hacienda de Teja; 6. banco
del ejido de La Piedad; 7. banco de la Acordada.

fuera de la traza en todos los casos, lo cual resultó de la
necesidad de mantener las humaredas de los hornos lejos
de las residencias de la gente de razón, tal como ocurriera
con Vargas Piña en 1551, asentándose en las proximidades
de Tlatelolco en Santa Catalina (Figura 3).
Se les encontraba, por supuesto, en las inmediaciones del
hospital de San Juan de Dios y de la Santa Veracruz; al
norte, al oeste y este de la Calzada de Santa María llegando
hasta La Lagunilla; por el rumbo de San Antonio Abad;
cerca del mercado de San Juan y las proximidades del
Colegio de Vizcaínas; otro grupo se encontraba al oriente,
hacia el puente de San Lázaro y cerca de Mixcalco; por
Peralvillo también existían talleres y unos cuantos hacia
Santiago Tlalelolco además de, atípicamente, los que se
encontraban en el centro mismo de la ciudad, vecinos de
la iglesia de Regina Coeli. Esta distribución no difiere
radicalmente de la que data de 1842 (Pérez Toledo 1996),
situación que prevalece para las postrimerías del siglo XIX
conforme a los registros que figuran en un directorio del
comercio, obra de Eugenio Maillefert (1897).
En lo que refiere al esmalte empleado por los loceros de
Talavera avecindados en la ciudad de México a mediados
del siglo XVI, para elaborarlo requerían de una arena rica
en silicio que se extraía a unos 260 km de distancia de la
capital del virreinato en el valle de Temazcalapa, ubicado
en las tierras altas del actual Estado de Veracruz en las
Ventas de Perote; ahí se estableció un mesón para quienes
transitaban por el Camino Real que conducía del puerto de
entrada de los efectos de Castilla y en general de Europa
hasta los principales centros poblacionales y de consumo
novohispanos, es decir Puebla y la ciudad de México (cf.
Gerhard 1986). A pesar de la lejanía, hay que considerar que
era poca la cantidad requerida de arena pues se empleaban
cuatro partes de ésta por cada 33 libras del esmalte con
que se cubrían las piezas, o sea apenas 12% según la
documentación histórica (Gómez et al., 2001).
Otro 12% del esmalte correspondía al estaño que, al ser
escaso en esas épocas se obtenía de platos labrados además
de que en México era costoso (Gómez et al., 2001).
Seguramente ya avanzado el siglo XVI y dada la magnitud

104
 La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México

Figura 3. La ciudad de México en el siglo XVIII, nótese la línea gruesa que demarca la traza original de la urbe. 1. Catedral
Metropolitana; 2. Santa María la Ribera; 3. Santa Veracruz; 4. Tlatelolco; 5. Santa Catalina (taller de Diego de Vargas Piña); 6.
San Juan; 7. Regina Coeli; 8. San Lázaro; 9. ladrilleras; 10. San Antonio Abad

e importancia que adquirió la minería novohispana,
posiblemente fue menos restringido el acceso al estaño
a pesar de que se empleara en el beneficio de la plata5,
de manera que los loceros de la capital además de los
de la angelópolis y los de Oaxaca tal vez tuvieron un
5
Por ejemplo, para el caso de Amatepeque, en las minas de Zultepeque,
arzobispado de México, en 1539 los indios tributarios entregaban cada
“ochenta días tres cargas de estaño limpias que tenga cada una dos
arrobas”; no obstante, en 1546 se cambió la tasación de estaño a 65 pesos
de tepuzque por tributo (González de Cossio 1952, 37).
suministro relativamente regular de casiterita, aunque no
necesariamente barato6.
Finalmente, el plomo constituía el restante 76% del esmalte
y aun cuando no era abundante en tierras novohispanas a
principios del periodo colonial e, igualmente, se empleaba
para afinar plata (Gómez et al., 2001), es altamente
probable que a la corta las empresas mineras novohispanas
6
En 1793 se valuó el estaño en un taller de Puebla en 23 pesos el
quintal, o sea 4 reales por kilogramo (Cervantes 1933, 127).

105
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman
posibilitaran que los artesanos contaran sin limitantes con
todo el plomo que requerían en su oficio.
Respecto a los loceros de lo blanco que desarrollaron
en Puebla la industria, hay poca información acerca de
potenciales limitantes técnicas que hubieran enfrentado.
Al igual que los alfareros de la capital del virreinato,
mezclaban distintas arcillas para preparar la pasta: el barro
negro se extraía de los cerros de Loreto y Guadalupe, el
rojo de los bancos ubicados en el último cerro citado,
mientras que el blanco provenía tanto de los suburbios de la
angelópolis, de los barrios de San Bartolo y Nuestra Señora
de los Reyes así como de Teotimehuacan, en el distrito de
Tecali7 (Cervantes 1933), a unos 42 km de Puebla.
Poco se sabe acerca de la factura de cerámica vidriada
de tradición ibérica en Antequera en el periodo colonial
temprano, a excepción de que Alonso de Figuerola, Chantre
de Oaxaca, le hizo saber al rey de España en una carta
fechada el 29 de julio de 1541 que:
…con trabajo e ingenio alcancé el vidriado, que no
tenían un plato en que comer sino venía de Castilla,
me duró un año que no hacía sino hacer y deshacer
hornos y buscar por las sierras el alcohol [es decir
el óxido de plomo o galena] para ello, lo mostré
a los indios de México sin interesarse ninguno
que pudiese yo ganar de ello mas de 3,000 pesos
hasta ahora, porque en el tiempo que se comenzó a
hacer, daban medio peso por una olla mediana (cf.
Cervantes 1939, 17).
En lo relativo a la mayólica hecha en la ciudad de Antequera
del Valle de Oaxaca, el único dato disponible es que hacia
1572 laboraba ahí el oficial locero Francisco de Ojeda8
según los registros recabados por Tony Pasinski en el
Archivo General de Indias (AGI, Indiferente, 2060, N. 33,
f. 3, 5 de febrero de 1580); tal vez uno de sus descendientes,
Joseph Mariano de Ojeda igualmente vecino de Oaxaca,
fue el examinado en 1766 por los veedores de la ciudad de
México y conforme a las ordenanzas del gremio lo dieron
por maestro de loza amarilla y blanca (AHDF, Gremio de
Artesanos, Vol. 382, f. 40).
Los loceros de la villa de Antequera encontraron en la
localidad materias primas requeridas en su oficio ya que,
conforme a registros de 1579, se sabe que ahí había “...tierra
blanca, de que se hace gran cantidad de loza blanca que es
casi tan buena como la que se trae de España, y de aquí se
saca y se lleva a otras partes” (Acuña 1984, 37), caso por
ejemplo de la Antigua Guatemala (Pasinski 2004).
7
Hoy día en la fábrica Talavera Armando de Puebla se sigue empleando
arcilla blanca extraída en Tecali.
8
El caso de Francisco de Ojeda es en extremo similar al del citado
Diego de Vargas Piña, ya que su esposa se negó a trasladarse a Indias, así
que él tuvo que ir a Sevilla a recogerla, de manera que solicitó permiso
presentando un documento del cabildo de Antequera donde los cargos
municipales certificaron que Ojeda ejercía el oficio de locero.
106
Las ordenanzas del gremio de los loceros
novohispanos
Ahora bien y considerando que la industria de la mayólica
novohispana y sus productos fueron de gran envergadura
entre mediados del siglo XVI y fines del XIX, y que hasta
la actualidad la factura de esta loza persiste tanto en Puebla
como en Guanajuato, además de que en la documentación
histórica aparecen referencias a oficiales y maestros loceros,
cabe preguntarse cuál fue la normatividad que en materia
de estilos tecnológicos se aplicó para el desarrollo de esa
bullente tradición durante el periodo colonial.
Al parecer los loceros de lo blanco de la capital trabajaron
durante el siglo XVI y gran parte del XVII fuera de un
sistema gremial a diferencia de quienes se dedicaban a otros
oficios, de hecho, fue a través de la Real Audiencia de la
Nueva España que se dio cauce a
... la formación de ordenanzas para el buen régimen
y gobierno de su oficio... según la ley octava, título
octavo del libro séptimo de la recopilación que es
pragmática del Señor Emperador don Carlos y la
Señora Doña Juana su madre promulgada en Toledo
el año de mil y quinientos y treinta y nueve, y por
la ley cuarta del titulo catorce del libro octavo de
dicha recopilación que es pragmática del Señor
Emperador Don Carlos su fecha en Madrid el año
de mil quinientos y cincuenta y dos en que se manda
que la justicia y regidores de cada ciudad, villa o
lugar hagan las que fueren necesarias para el uso
de los oficios y que se nombren veedores hábiles y
de confianza en cuya conformidad y ajustándome a
dicho decreto se forman dichas ordenanzas (AHDF,
Ordenanzas, Vol. 432a, f. 61v-66v).
Las primeras ordenanzas gremiales se establecieron en 1542
para los sederos y a partir de entonces un gran número se
sucedieron, lo cual incidió en que los grupos se concentraran
según su oficio en calles y barrios determinados en las villas
y ciudades (Carrera Stampa 1954). Sin embargo, es hasta
el 6 de julio de 1677 que se promulga la ordenanza de
loceros de la muy noble y leal ciudad de México, que estaba
destinada a darle una estructura organizativa y coherente
a la factura de distintas clases de cerámica en la urbe, con
particular énfasis a la mayólica. Esa ordenanza quedó
confirmada en diciembre de 1681 por el Virrey Conde de
Paredes, Marqués de la Laguna (Castillo Cárdenas 2007),
22 años después de las del mismo gremio de la ciudad de
Puebla.
A primera vista esta ordenanza parece copiar a su
antecesora poblana, lo cual es posible en algunas cláusulas;
ambos documentos concuerdan en su estructura con los
reglamentos de otros gremios e incluyen artículos de
carácter operativo para regular aspectos laborales, de
enseñanza, de venta de productos y de exámenes para
obtener el grado de maestro, así como de carácter técnico
 La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México
en los que la ordenanza de la ciudad de México es más
estricta que la de Puebla, ya que en la primera se describen
tres tipos de loza, o sea la colorada que refiere a la alisada
o bruñida de tradición indígena, la amarilla o vidriada y la
blanca, es decir la mayólica, mientras que en las normas
poblanas sólo dos se incluyen, o sea la amarilla y la blanca.
Sobre la loza blanca se dan todos los pormenores de su
manufactura conforme a su calidad:
... en lo blanco para lo común se han de echar a
cada arroba de plomo dos libras de estaño antes
más que menos para que se perfeccione la obra y se
fortalezca el barro, que ha de ser de buena calidad
colándolo, teniendo cada coladura diez huacales, o
chiquihuites de barro blanco y doce de prieto, para
que se fortifique la loza, y reciba con toda perfección
los colores, y de la misma forma se ha de hacer en
lo que toca a la loza fina ajustándose a los buenos
colores, que se requieren que tengan permanencia,
y con ellos no engañen, ni defrauden al común
prohibiéndose el color verde, para que con él no se
pinte dicha loza por no ser de permanencia, y estar
expuesta dicha loza a rajarse con él por su mala
calidad y evidente engaño, que lo es la dicha pintura
de lo verde con calidad que en lo común se ha de
pintar con en medio una berenjena azul pequeña
para que se entienda ser común, y en lo contrahecho
se ha de pintar la loza de azul con perfección en el
medio, y por los bordos como siempre se ha estilado
y antiguamente se obraba, sin que se pueda pintar
otro género de azul sino el contrahecho, y la de
conexo que sea bien pintada de azul, y lo entrefino
se ha de operar con una arroba de plomo y cuatro
libras de estaño pintándose dicha loza de lazos
o puntas tan solamente, y ramos de colores, que
sean permanentes, y con toda curiosidad, y la loza
fina a una arroba de plomo seis libras de estaño,
pintando dicha loza con el color azul y negro, con
toda curiosidad y perfección (AHDF, Vol. 432a, f.
63).
En consecuencia, entre más fina era la loza mayor era la
cantidad de estaño necesario para el vidriado de manera que
su aspecto fuera más blanco por la opacidad de ese óxido y
menos transparente. Por otro lado, es interesante destacar
que a diferencia de Puebla donde sólo se elaboraban dos
categorías de loza blanca, es decir la fina y la entrefina
(Cervantes 1933), en la ciudad de México se producían tres.
Respecto a la organización del oficio, era compleja y rígida
pues en las ordenanzas se estipulaba:
... que ninguno que no sea maestro examinado
pueda tener tienda, torno, rueda, ni adherentes
públicamente... que las dichas tiendas y casas de
obrador, y los hornos para coser la loza los han de
tener extramuros de esta ciudad donde no puedan
fastidiar con el humo, ni correr peligro de algún
107
incendio... para ejercer dicho oficio y arte de locero,
y examinarse en él haya de ser español o mestizo
y que haya aprendido dicho oficio con maestro
examinado sin poderlo ejercer, ni examinarse ningún
otro de color quebrado, ni negro, ni mulato sino
que estos tales puedan ejercer dicho oficio como
oficiales tan solamente con maestro examinado...
no puedan labrar si no fuere loza común y bruta
a su usanza sin que en ninguna manera puedan
ser examinados de maestros ni ser elección por
veedores, ni menos dichos negros, ni mulatos, ni
indios en que se incluyen los chinos, puedan recibir
aprendices pues no pueden ser examinados9... que
la viuda de cualquier maestro, que falleciere... [ha]
de proseguir en dicho oficio teniendo tienda (AHDF,
Vol. 432a, f. 62).
En Puebla llegaron a establecerse talleres donde
desempeñaban su oficio loceros originalmente examinados
en la capital del virreinato según documentos resguardados
en el Archivo General del Ayuntamiento poblano, en
el ramo de gremios y oficios, recopilados por Enrique
Cervantes (1933, 1939). Al parecer sólo en la capital
y en la angelópolis se instauraron al pie de la letra las
normativas para examinar a los artesanos en el virreinato,
de manera que quienes operaban en otras ciudades de
cierta importancia en su mayoría tuvieron que acudir a
donde sesionaban los veedores como en el caso citado del
alfarero de Oaxaca, al igual que José Mariano Hernández,
alfarero de Pachuca a quien examinaron los veedores de
la ciudad de México en 1775, con lo cual se le confirió el
estatus de maestro de lo blanco y lo colorado, o sea la loza
alisada bruñida (AHDF, Vol. 382, Exp. 12, f. 97v). Sin
embargo, inclusive antes de que se emitieran las ordenanzas
de los loceros y sobre las bases de las generales de 1552,
se restringían las actividades de los artesanos indígenas
que eran objeto de discriminación por considerarse que su
sangre era “impura”.
Este es el caso registrado para la producción de cerámica
vidriada en Pátzcuaro, Michoacán, por parte de los
purépecha, pues Lorenzo Suárez de Mendoza, Cuarto
Conde de la Coruña, quinto virrey de la Nueva España,
expidió una ordenanza el 3 de abril de 1583 para regular
las actividades de los alfareros:
Por cuanto por parte de los naturales de la Ciudad
de Pátzcuaro, que son oficiales de hacer platos y
escudillas de loza vidriada y otras piezas de barro,
me ha sido hecha relación que la Justicia de la
9
No obstante, desde al menos 1681 el entonces Fiscal de la Real
Audiencia había hecho énfasis en que no se aprobarían las ordenanzas de
los loceros si se negaba a los de “color quebrado” el examen de maestros
y que tuvieran tiendas en “un oficio mecánico como el de locero”, porque
“esto es opuesto a la virtud y facultad natural que tienen de aprender dicho
oficio, y ser científicos en el beneficio de la República, además de que,
por lo que toca a los indios y chinos, tiene Su Majestad declarado... sean
tratados como españoles y vasallos libres” (Carrera Stampa 1954, 227-
228). Sin embargo, todo parece indicar que eventualmente se aprobaron
las ordenanzas sin tomar en cuenta el llamamiento del Fiscal.
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman
dicha Ciudad, proveyó Veedores de este oficio para
que viesen y visitasen la obra que se hacía, para
que siendo tal se pudiese vender y no lo siendo se
les quitase y no se vendiese. Y ahora algunos indios
olleros que no son ni han sido ni pueden ser oficiales
de dicho oficio ni lo saben hacer los dichos platos
mal hechos y de donde se sigue fraude y engaño a
la república que a no debe dar lugar, y me pidieron
les mandase dar y diese mandamiento para que sólo
los que son tales oficiales, usen el dicho oficio y no
los olleros; por tanto por la presente mando que
se guarde y cumpla lo que el Alcalde Mayor de la
Provincia de Michoacán hubiere mandado en la
dicha razón hasta que por mi otra cosa se provea y
mande (AGN, Indios, exp. 718, vol. II en Cervantes
1939, 18).
Todo parece indicar que la estructura gremial y sus
ordenanzas continuaron en vigencia ya entrado el siglo XIX,
incluso hasta 1857 (Carrera Stampa 1954), aun cuando el
7 de enero de 1814 se dio a conocer en la Nueva España el
decreto de las Cortes de Cádiz emitido por el Virrey Félix
María Calleja, que incidiría a corto plazo en la disolución
de los gremios artesanales como corporación aunque no
prohibía su existencia (Pérez Toledo 1996, 99), dado que:
1. Todos los españoles y extranjeros avecindados o que
se avecinen en los pueblos de la monarquía podrán
libremente establecer las fábricas o artefactos de
Figura 4. Gráfica bidimensional donde se comparan las partes por millón de escandio y lantanio para la mayólica de Puebla, la
ciudad de México, Oaxaca y Sevilla-Triana (intervalos de confianza del 90%).
108
cualquiera clase que les acomode, sin necesidad de
permiso ni licencia alguna, con tal de que se sujeten a
las reglas de policía adoptadas o que se adopten para la
salubridad de los mismos pueblos.
1. También podrán ejercer libremente cualquiera
industria u oficio útil, sin necesidad de examen, título
o incorporación a los gremios respectivos, cuyas
ordenanzas se derogan en esta parte.
Resultados de los análisis composicionales
En primer lugar, nos interesa resaltar las similitudes
y diferencias composicionales que exhiben la serie de
muestras arqueológicas estudiadas que corresponden a los
grupos que reflejan la producción de mayólica tanto en
la Ciudad de México, Puebla como Oaxaca en diferentes
épocas, específicamente entre el siglo XVI y el XVIII. Los
resultados obtenidos a partir de la aplicación de los análisis
instrumentales de activación neutrónica para las arcillas del
cuerpo cerámico (Figuras 4 y 5), permiten diferenciar que:
1. La composición elemental de la mayólica producida en
España de los siglos XV al XVIII, específicamente en
Triana, en definitiva y como era de esperarse es distintiva
y excluyente de la manufacturada en Nueva España.
2. La mayólica procedente de Oaxaca (Figura 6) que
abarca del siglo XVI al XVIII forma tres grupos cuya
composición es semejante entre sí y que representa, al
 La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México

Figura 5. Gráfica bidimensional donde se comparan las partes por millón de hafnio y torio para la cerámica vidriada de la ciudad
de México, los dos grupos de la seudomayólica Romita y botijas españolas (intervalos de confianza del 90%).

parecer, la producción de distintos talleres que explotaron

diferentes bancos de arcillas.
3. La mayólica que se ha asumido se manufacturó en la
ciudad de México a partir del siglo XVI presenta en lo
general una composición elemental particular (Figura 7),
aun cuando incluye tipos comúnmente atribuidos a
talleres poblanos (Figura 8). Cabe resaltar que forman
parte de este grupo composicional varios tipos del
periodo Colonial Temprano que tradicionalmente
se han considerado ibéricos en la literatura (Lister y
Lister 1982), por lo que según nuestros análisis son,
sin duda, copias novohispanas de arquetipos españoles
(Figura 9) entre las que podrían encontrarse fragmentos
de las piezas producidas por Vargas Piña y Bartolomé
Carretero.
4. La mayólica de la Angelópolis representa, igualmente,
un grupo en lo general consistente en cuanto a su
composición (Figura 8), aun cuando se requiere analizar
una muestra más grande para determinar si para todos
los tipos cerámicos representativos de diferentes
temporalidades es posible aislarla por completo del
grupo de la ciudad de México. Debido a los efectos
del vulcanismo del cuaternario tanto en la cuenca de
México como en el valle de Puebla, es probable que
no logre diferenciarse la composición elemental de las
arcillas empleadas en la manufactura de lozas vidriadas
en ambas regiones en todos los casos y épocas. Figura 6. Mayólica de Oaxaca

109
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman

Figura 7. La Traza Policromo y variante policroma de Ciudad de México Verde sobre Crema.

Figura 8. Puebla Azul sobre Blanco y San Agustín Azul sobre Figura 9. Yayal Azul sobre Blanco y Santo Domingo Azul sobre
Blanco. Blanco, contrahechos novohispanos.

110
 La loza blanca novohispana: Tecnohistoria de la mayólica en México
Figura 10. Romita Esgrafiado y pseudomayólica de Sinaloa.
En lo referente a cerámicas que se asemejan a la mayólica
pero cuyo acabado de la superficie carece de estaño, es decir
que pueden clasificarse como pseudomayólicas, destacan:
1. La llamada Loza Indígena, con los tipos Romita Liso y
Romita Sgraffito (Figura 10) designados por Lister y
Lister (1982), se elaboró con arcillas que difieren en su
composición a las de la loza vidriada hecha en la cuenca
de México y distintas a las de las botijas o peruleras
para aceite de factura española. Romita Liso y Romita
Sgraffito forman parte de dos grupos composicionales en
extremo afines que indican el uso de arcillas procedentes
de bancos que se ubican con un alto grado de probabilidad
en la cuenca de Pátzcuaro, Michoacán (Fournier et al.,
2007). Cabe destacar que los resultados de los análisis
composicionales que efectuamos evidencian que son
equívocas las apreciaciones de Rodríguez-Alegría y sus
colaboradores acerca del origen posiblemente ibérico
de la Loza Indígena (Rodríguez-Alegría et al., 2003;
Rodríguez-Alegría 2004).
2. La sinaloense (Figura 10) que es abundante en las
colecciones de excavación del antiguo Colegio Jesuita de
Sinaloa (Santos, 2004) y forma un grupo composicional
distintivo.
Para el caso de los esmaltes empleados para lograr la
cubierta de la mayólica de la ciudad de México y de
Puebla, los resultados de los análisis de PIXE (Monroy et
al., 2005) evidencian la nula o escasa presencia de estaño
como agente opaco, aun cuando el aspecto visual de las
vasijas aparenta el uso de este óxido metálico. Dado que
en la documentación histórica que data del siglo XVI se
registran los múltiples impedimentos a los que se enfrentó
111
el talaverano Vargas Piña para asegurar la aplicación de
estaño en los porcentajes comunes en España, que llegaba a
ser de más del 10% en ocasiones, los artesanos solucionaron
esta limitante sustituyéndolo con materiales alcalinos,
o bien aplicando delgadas capas de esmalte estannífero
que, observadas en microscopio, en nada son semejantes
a las usadas en la mayólica ibérica. Los análisis de PIXE
evidencian que esta fórmula se continuó aplicando en
épocas posteriores a la instauración de las ordenanzas de
los loceros del siglo XVII, aun cuando resultara violatoria
de las reglas propias del gremio.
Consideraciones finales
Los esfuerzos de Vargas Piña y Bartolomé Carretero así
como los de aquellos cuyos nombres no se perpetuaron
en la documentación histórica, dieron origen a la tradición
de la loza esmaltada en la Nueva España sobre las bases
que desarrollaron en su nativa Talavera. A su labor
emprendedora se aunaron las acciones de otros loceros tanto
moriscos como cristianos nuevos o viejos que provenían
de Sevilla y de diversos centros alfareros ibéricos, quienes
se establecieron en Puebla y figuran en muchos registros
documentales, aunque para la mayoría de los artesanos que
se asentaron en la capital novohispana y Oaxaca hasta ahora
desconozcamos detalles de su origen específico o de las
tareas que efectuaron como productores de mayólica.
En términos estrictos, ante condiciones distintas a las
de la península ibérica sobre todo en lo que respecta a
la disponibilidad de materias primas, los loceros de lo
blanco sustituyeron el estaño por materiales alcalinos que
garantizaban la opacidad de las vasijas realizando, así, una
adaptación tecnológica, que en parte puede considerarse
una innovación. Ante una demanda constante por sus
productos entre los consumidores novohispanos, éstos o
se vieron satisfechos con la calidad de las piezas aunque
en lo general no igualaran la blancura de la mayólica fina
elaborada en España e Italia durante los siglos XVI y XVII
de mucho más alto precio, o precisamente en función de su
menor costo y su disponibilidad continua en el mercado del
virreinato se contentaron sin más ni más con esta cerámica
“contrahecha”.
Y a pesar del establecimiento de los parámetros técnicos
de calidad estipulados en las ordenanzas de los loceros, la
adaptación tecnológica y la innovación, como ha ocurrido
con muchos otros objetos de uso cotidiano a lo largo de la
historia de la humanidad e inclusive con la mayólica italiana
de fines de la edad media (cf. Krajewski et al., 1992),
suplieron e incluso burlaron las normas en la Nueva España.
Es evidente, en consecuencia, que características
tecnológicas distintivas se asocian con elecciones
conscientes, la adaptación de los conocimientos
tradicionales así como la disponibilidad de materias primas
tanto para los cuerpos cerámicos como para las cubiertas
vítreas. Así, desde épocas tempranas un aspecto prioritario
 Patricia Fournier, Karime Castillo, Ronald L. Bishop y M. James Blackman
debió ser ubicar bancos donde fuera factible extraer arcillas
adecuadas al tipo de producto que se elaboraba, fuentes que
tendrían que encontrarse lo más cerca que fuera posible
a los talleres y fábricas. Los análisis instrumentales de
activación neutrónica indican que en algunos casos hubo
una continuidad en la explotación de arcillas desde fines
del Posclásico tardío hasta el periodo colonial en el caso
de la Cuenca de México, lo cual indicaría que los loceros
aprovecharon los conocimientos de los indígenas para
abastecerse con los barros que requerían, o bien que
hubo naturales entre los alfareros antes de la imposición
de las ordenanzas. Por otra parte, los loceros de lo
blanco conformaron la composición del esmalte según la
disponibilidad de estaño y el efecto visual que deseaban
obtener, posiblemente nivelando los costos de producción
para mantener el lucro esperado en el desempeño de su
oficio que para muy pocos de ellos constituyó una vía de
enriquecimiento (Lister y Lister 1982).
Por último, deseamos hacer énfasis en que las soluciones
tecnológicas a las que llegaron los artesanos según hemos
documentado en este ensayo a partir tanto de análisis de
fuentes documentales como arqueométricos, ejemplifican
que a partir de un enfoque derivado de la tecnohistoria
es factible lograr una mejor comprensión del binomio
tecnología-sociedad y de su compleja imbricación.
Agradecimientos: Al M. James Blackman, quien colaboró
activamente en los análisis de activación neutrónica
y realizó las gráficas que aquí se incluyen. A Tony
Pasinski, por sus valiosos comentarios que enriquecieron
los contenidos del texto. A la Dirección de Salvamento
Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e
Historia, en particular a Margarita Carballal, por el acceso
de colecciones cerámicas. A Helen Pollard, Susana Gómez
Serafín, Enrique Fernández, Arnulfo Allende, Carlos
Cedillo y Joel Santos, igualmente por permitirnos la
extracción de muestras para los análisis.
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