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Del mito al logos

Diego A. Casas Toro

En nuestro tiempos, el racionalismo científico se presenta como el principal medio que


tenemos para entender nuestro entorno, basado en modelos matemáticos y experimen-
tación. Por otro lado, si hoy en día alguien oye la palabra «mito» inmediatamente piensa
en historias fantasiosas o relatos sin fundamento. Lo cierto es que para llegar hasta esos
conceptos de «razón» y «mito», la humanidad ha debido pasar por muchos periodos inte-
lectuales. Para entender en qué punto se empiezan a contrastar los términos mythos y
logos, es necesario remontarnos a tiempo de los antiguos griegos, en donde florecen estas
palabras, originalmente no antagónicas, y que posteriormente pasaron a representar una
dualidad en el conocimiento, entre lo que es verdad y lo que no lo es, lo factual y lo
incierto.

En un principio, mythos y logos aparecen como términos relacionados, que apuntan a


describir la verificabilidad de los hechos. Fowler (2011, pp. 46-48) explica que el histo-
riador Heródoto ya usaba la palabra logos en su obras con el ánimo de denominar un
conocimiento no verificable, refiriéndose a los hechos históricos que narra basado en
tradición oral; y más tarde, Tucídides propone una disciplina histórica basada en la
evidencia, considerando a Heródoto no mucho más que un fabulista. La palabra mythos
se puede encontrar en la obra de Homero y sus predecesores, y puede ser traducida como
«teoría», dejando explícito un carácter de falsabilidad. Aquí mythos se ve inevitablemente
asociada a la poesía, al producto de la imaginación. En la República de Platón se
describen dos tipos de logoi: uno falso y uno verdadero. Y en este periodo ya se contra-
stan los términos logoi y mythoi más casualmente (ibíd., p. 49). Nótese que para ese
momento, logos empieza a tener una fuerte relación con la palabra, el discurso, que apela
a la razón, a los argumentos bien fundados.

Aunque entre los griegos se dio el contraste entre mythos y logos, no han de verse solo
como modos de pensamiento conflictivos, sino, hasta cierto punto, complementarios.
Armstrong (2009, pp. 5-6) afirma que cada una tiene su propia esfera de competencia,
donde logos es un pensamiento pragmático, aplicado a la realidad exterior del hombre,
mientras mythos, a pesar de estar asociado con la fantasía, le permite al hombre tratar las
cuestiones más enigmáticas de su mente y su existencia, funcionando como una especie
de psicología primitiva. He aquí una razón para aceptar la necesidad del mito, incluso en
tiempos modernos, pero enmarcándolo en su área de competencia, y no tratando de
ofrecer perspectivas inciertas sobre la realidad exterior, de la naturaleza material y
humana.
Del anterior análisis surge la necesidad de evaluar los mitos modernos. ¿Cuáles son
sanos?, ¿cuáles nos sumergen en la ignorancia?, ¿cuáles de ellos no ofrecen un alivio a la
incertidumbre de las cuestiones trascendentales de nuestra vida, de nuestra existencia?
Puede concluirse que, si bien el logos logra explicar de manera práctica y razonada el
mundo que nos rodea, no puede ofrecer explicación a las incógnitas que han preocupado
al hombre desde tiempos remotos. Es aquí donde entra el mito como un escape a aquello
que nos atormenta; y hay que ser cuidadoso en la literalidad con la que se acoge, ya que
su significado, más que explicativo, es simbólico.

Referencias
Armstrong, K. (2009). The Case for God, 1.ª edición. New York: Knopf. Recuperado de
http://gen.lib.rus.ec/book/index.php?md5=0A2795CEF0BFE64C5B97306EEF501CCC

Fowler, R. (2011). Mythos and Logos. The Journal of Hellenic Studies, 131, pp. 45-66.
Recuperado de http://www.jstor.org/stable/41722132

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