Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Rubén H. Pardo
Lo que relato es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que viene, lo
que ya no puede venir de otra manera: el advenimiento del nihilismo. Tal historia
ya puede ser relatada hoy, porque la necesidad misma está actuando aquí. Tal
futuro ya habla a través de un centenar de signos, tal destino se anuncia por
todas partes; para esa música del futuro ya están afinados todos los oídos. Toda
nuestra cultura europea se mueve desde hace ya largo tiempo, con una torturante
tensión que crece de década en década, como hacia una catástrofe: inquieta,
violenta, precipitada, como una corriente que busca el final, que ya no reflexiona,
que tiene miedo a reflexionar2
1
Aquí nos referimos a la oposición entre quienes adoptan una posición más crítica respecto a la
modernidad –como Vattimo o Rorty, entre otros- y quienes, como Habermas, reivindican la necesidad
de cumplimentar el programa del pensamiento moderno.
2
Nietzsche, F., Fragmentos póstumos, recogidos en El nihilismo, Barcelona, Península, 1998, pg.115 y
116.
2
‘nihilismo’?: “Que los valores tenidos como supremos pierden validez. Falta la meta;
falta la respuesta al por qué”.3
El concepto de nihilismo en principio alude, pues, al derrumbe de todos aquellos
valores y “verdades” que, desde la filosofía griega hasta ahora, venían obrando como
fundamentos de nuestra cultura. Según Nietzsche todas esas ambiciosas construcciones
del conocimiento humano (ideas morales, religiones, filosofías, e incluso la ciencia
moderna misma) comienzan a perder su fuerza normativa y, por lo tanto, empezamos a
dejar de creer en ellas. Pero lo más significativo de esta “llegada del nihilismo”, es que
constituye un acontecimiento histórico ineludible, esto es, necesario, que no puede
evitarse. Cabe entonces preguntar: ¿de dónde proviene su “necesidad”?; o dicho en
otros términos: ¿cuál sería la “causa” del nihilismo?
Nietzsche sostenía que las consecuencias del nihilismo estaban ante las puertas
de Occidente. ¿De dónde podía provenir éste, el más siniestro de todos los huéspedes?
En principio –y siempre según el filósofo alemán- sería un error aludir como causa del
nihilismo las ‘calamidades sociales’, las ‘degeneraciones fisiológicas’ o incluso la
corrupción. Por el contrario, el nihilismo se enraíza en una intepretación del mundo muy
determinada, en la cristiano-moral. Se produce un retroceso desde la afirmación ‘Dios
es la verdad’ hasta la creencia fanática ‘todo es falso’. Nietzsche cree que el
escepticismo es lo decisivo y que la decadencia de la interpretación moral del mundo,
al no tener ya sanción alguna, después de intentar refugiarse en un más allá, termina
en nihilismo. “Todo carece de sentido”, parece ser la conclusión, luego de que la
inviabilidad de una interpretación del mundo, a la cual se ha consagrado una fuerza
enorme, despierta la sospecha de que todas las interpretaciones del mundo son falsas.4
El nihilismo estaría, de este modo, en “una” interpretación del mundo que ha
pasado por ser hasta ahora “la” única interpretación posible. Y ésta no es otra que la
metafísica. La historia de toda la filosofía, es entendida por Nietzsche como metafísica,
esto es, como la producción simbólica de un mundo trascendente y necesario, que se
constituye por su propia esencia en fundamento de “lo real”. El despliegue de la
metafísica es la historia misma del nihilismo, el desarrollo y desocultamiento del “nihil”
(nada) que se esconde en su estructura interna. Ahora bien, si la causa del nihilismo
(vale decir, de la caída de todos los valores supremos) está justamente en en la índole
metafísica de esos mismos valores, la pregunta obligada es, ¿qué entiende Nietzsche por
‘metafísica’?
Al ideal metafísico pertenece como elemento más propio un neurótico
optimismo cognoscitivo, la fe inquebrantable en que el pensamiento llega a los últimos
abismos del ser y en que no sólo es capaz de conocer el ser, sino además incluso de
corregirlo. Según Nietzsche todo el pensamiento filosófico tradicional –salvo raras
excepciones- se caracteriza por ese impulso a buscar un responsable del devenir, esto es,
un fundamento. Desde su primera obra, El nacimiento de la tragedia, Nietzsche
denuncia la osada ilusión de encontrar un fundamento y emprende un trabajo de
desenmascaramiento de esa voluntad de alcanzar una respuesta definitiva a través de un
léxico ahistórico y necesario.
Así, el ansia de fundamentos, esa tendencia irrefrenable a comprender el mundo
a partir de la postulación de una instancia explicativa última –llámese Dios, motor
inmóvil, idea del bien, o como fuere- constituye la más importante característica de la
actitud metafísica. Ese fundamento, a su vez, es pensado siempre, nos dice Nietzsche,
como trascendente (está más allá de nuestra realidad empírica y sensible), inmutable
3
Cfr. Nietzsche, F., ibidem., pg.64.
4
Cfr. Nietzsche, F., ibidem, pg.31 y 32.
3
(por lo tanto, ahistórico, ajeno a todo cambio, permanente presencia) y necesario (no
puede ser de otra manera).
Por otro lado, ese deseo –propio del ideal metafísico- de buscar la unidad a
través de la multiplicidad de las apariencias, esa creencia en la existencia de un punto de
vista único y unificador –que es también anhelo de verdades absolutas- surge, afirma
Nietzsche, a partir de cierta repugnancia y aversión por el devenir, por el cambio, por lo
caótico. Es como si el hombre no soportara su esencial condición de finitud, el carácter
temporal y contingente de la vida, y salvara entonces su pretensión de infinitud y
eternidad postulando una suerte de “más allá” como la “verdadera realidad”.
Ahora bien, ¿en qué se basa esta ilusión? “¿Qué es lo que ha bastado para poner
la primera piedra de esos sublimes e incondicionales edificios de filósofos que los
dogmáticos han venido levantando hasta ahora? Una superstición popular cualquiera
procedente de una época inmemorial (como la superstición del alma, del sujeto) acaso
un juego cualquiera de palabras, una seducción por parte de la gramática”5.
La “fe” de la metafísica es la “fe” en el lenguaje. La creencia en “la verdad” se
asienta en el supuesto poder del lenguaje de acceder a la realidad, del mismo modo que
supone la idea de un sujeto de conocimiento plenamente objetivo. El metafísico cree en
el lenguaje como medio de estructuración del mundo, confía en que él surge en función
de la verdad, sin percatarse de que su esencia –más que el conocimiento- es la
persuasión, la fuerza retórica. Por lo tanto, no habría, según Nietzsche, univocidad en el
lenguaje, sino equivocidad, metáfora. Del mismo modo en que tampoco habría -detrás
de él- un “sujeto objetivo”, a la manera de un sustrato consciente del que emanara el
conocimiento.
Ansia de fundamentos, creencia en verdades absolutas, suposición de un
lenguaje unívoco, postulación de un sujeto objetivo: estos son los cimientos de la
metafísica, es decir, de la historia de la cultura occidental, desde Platón hasta nuestros
días, la cual es –a su vez- la historia del nihilismo. Ahora cabría preguntarse, ¿por qué
ésta es la causa de la llegada del nihilismo?; ¿qué relación guardan entre sí metafísica y
nihilismo?
“La creencia en las categorías de la razón (metafísica) es la causa del nihilismo.
Hemos medido el valor del mundo mediante categorías que se refieren a un mundo
puramente fingido”.6 La metafísica es la causa del nihlismo por la sencilla razón de que
es ya en sí misma una forma de nihilismo. Porque al elevar al rango de “verdadera
realidad” la instancia de un fundamento último, trascendente, inmutable y necesario,
niega la vida, subvalora el mundo. Pues a la vida le es inherente el devenir, el cambio,
la contingencia, la finitud. Así, la esencial aversión al devenir (odio a lo cambiante,
a lo temporal) propia de la metafísica, produce la acción de convertir “la nada” (nihil),
lo que no existe, en realidad suprema. Y es, al mismo tiempo, lo que da lugar a la
separación entre “verdad” e “historicidad”.
Desde Platón hasta la moderna postulación de leyes científicas cuya verdad se
autotitula de transhistórica, toda nuestra cultura occidental (metafísica y nihilista) se ha
venido apoyando en que la verdad se pretende atemporal, ahistórica. Sin embargo la
metafísica es causa del nihilismo aún en otro sentido. Porque tal como dice Nietzsche,
la falta de sentido del acontecer es la consecuencia del descubrimiento de la falsedad de
las interpretaciones tradicionales. Resulta de una generalización del desánimo y de la
debilidad ante la repentina ausencia de una respuesta completa. Y constituye un signo
de “inmodestia de la humanidad”, ya que allí donde no encuentra el sentido, lo niega.
En realidad se ha derrumbado “una” interpretación, pero puesto que valía como “la”
5
Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza, 1985, pg. 17 y 18.
6
Nietzsche, F.,, op.cit (1998), pg.117.
4
Tenemos hasta aquí, entonces, que para Nietzsche la ciencia es una forma de
metafísica. Esta, por un lado, constituye la clave interpretativa de toda nuestra cultura,
y, por otro, desemboca en una profunda crisis de valores y de certezas: el nihilismo.
Además, se ha puesto de manifiesto que aquello que une al nihilismo, a la metafísica y a
la ciencia, es la negación de la historicidad; que opera mediante el ardid de separar
“verdad” y “devenir” como dos instancias distintas y hasta contrapuestas: la primera,
sinónimo de “realidad”, el segundo, indicio de “apariencia”.
Ahora bien, este acontecimiento capital que es la llegada del nihilismo no tiene
aún, piensa Nietzsche, un sentido acabadamente positivo ni negativo; más bien señala la
problemática situación de “orfandad” en la que se encuentra el hombre moderno. Se
trata de una humanidad huérfana que ya no cuenta con ningún “Dios padre” del cual
asirse para responder sus preguntas. A esto es a lo que Nietzsche alude cuando se refiere
a la caída de los fundamentos como el anuncio de “la muerte de Dios” 9. Y entonces el
interrogante es el siguiente: muerto Dios, desvanecida ya la idea misma de una verdad
absoluta y necesaria con la fuerza suficiente como para seguir siendo “normativa”,
eliminado todo fundamento posible donde arraigar una distinción clara entre “bien” y
“mal”, ¿qué sucede?, ¿implica esto alguna ventaja o en realidad entraña un gran
peligro? Respuesta: ambos a la vez. La ventaja reside en la posibilidad de superar esa
violencia dogmática que subyace a la interpretación metafísica del mundo. En lugar de
ello, se trataría de admitir la contingencia, aceptar la perspectiva, lo provisorio. “El
gran peligro es la falta de sentido de todo acontecer. La verdadera gran angustia es: el
mundo ya no tiene ningún sentido. La fuerza del espíritu puede fatigarse y agotarse de
manera que los fines y valores tradicionales le sean inapropiados y ya no encuentren
creencia alguna”10
En pocas palabras, el riesgo estriba en que el terrible peso que significa
descubrir la inexistencia de una respuesta absoluta y necesaria a la pregunta por el
sentido de la vida y del mundo, lleve al hombre al abismo del sinsentido, a la chatura, a
la falta de metas. O, lo que sería lo mismo, a recaer en la “adoración de nuevos dioses”,
como por ejemplo, la racionalidad científica o la tecnología.
7
Cfr. NietzscheF., ibidem, pg. 31, 32 y 45.
8
Nietzsche, F., Genealogía de la moral, Madrid, Alianza, 1989, aforismo 25.
9
Cfr.Nietzsche, F., Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza, 1980, prólogo.
10
Nietzsche, F., op.cit. (1998), pg. 65 y 18
5
11
Para el desarrollo de estas temáticas, las referidas al “ultimo hombre” y a la “sombra de Dios”, Cfr.
Nietzsche, F., op.cit. (1980).
12
Nietzsche, F., La gaya ciencia, Madrid, Sarpe, 1984, aforismo 343.
6
decir, con voluntad de poder. Nunca se alcanza la verdad, pues no hay “verdad
alguna”.13
En segundo lugar, la afirmación del mundo, no como un conjunto de hechos
basados en un fundamento último, sino como conjunto de interpretaciones y
perspectivas en pugna, nos lleva directamente a la lisa y llana negación del concepto
moderno de sujeto objetivo. No hay para Nietzsche, en la base del conocimiento, ningún
“sujeto” al modo de un sustrato que, desde la objetividad, reproduzca o refleje
especularmente la realidad. En todo caso, se trata de sujetos o “intérpretes”, que son
siempre, “intérpretes históricos”. El sujeto es, para Nietzsche, tan sólo una síntesis
conceptual. No sería nada dado, sino algo fingido, agregado. A partir de ahora, nos
advierte, deberíamos guardarnos de la peligrosa y vieja patraña conceptual que ha
creado un “sujeto puro del conocimiento”, un sujeto ajeno a la voluntad, al dolor, al
tiempo. Tendríamos que cuidarnos de los tentáculos de conceptos contradictorios, tales
como “razón pura”, “espiritualidad absoluta”, “conocimiento en sí”. Porque mediante
ellos se nos pide que pensemos al sujeto de conocimiento como si fuera un ojo carente
en absoluto de toda orientación, en el que quedarían eliminadas las fuerzas afectivas e
interpretativas. Sin embargo, esas fuerzas son las que hacen que conocer sea conocer
algo. En última instancia, a la pregunta ¿quién interpreta?, Nietzsche responde:
“nuestras afecciones.”14
Por lo tanto, puede decirse que para Nietzsche el “sujeto”, no es otra cosa que el
resultado de un conjunto de fuerzas interpretativas, o, en otros términos, una
configuración de nuestras afecciones, de la voluntad de poder. Es por ello que, desde
Nietzsche, carecería de sentido toda escición entre “verdad” e historicidad”, dado que
aquélla sería –esencialmente- un modo de configuración histórica de las fuerzas y
voluntades que, en ese momento, luchan entre sí. ¿Cómo separar el ámbito de la
validez del ámbito de lo histórico, tal como se pretende desde las epistemologías
tradicionales? ¿Cómo trazar una frontera clara y precisa entre el contexto de
justificación y el contexto de descubrimiento de una teoría, si no se trata de sujetos de
conocimiento ahistóricos y objetivos sino de intérpretes que “producen” la “verdad”
desde el trasfondo de sus pulsiones y afectos? Es obvio, el filósofo del Zaratustra no
hablaría de “verdad” en oposición a “historicidad”, eso sería hacer metafísica; sino más
bien, de “verdad” e “historicidad”. Vale decir, incorporaría ésta a aquélla, ya que
constituyen un todo cuyas partes no pueden ser escindidas, aunque a veces el lenguaje y
la vida misma nos inclinen a hacerlo.
En tercer lugar –y como consecuencia de lo anterior- queda relegada también al
depósito de los ideales metafísicos ya enterrados, la peregrina ilusión de alcanzar un
lenguaje totalmente unívoco, esto es, que excluya la posibilidad de cualquier
ambigüedad. Al lenguaje le es inherente de modo esencial –según Nietzsche- la
equivocidad, la pluralidad de sentidos . Justamente por eso, el conocimiento posee
siempre una dosis de interpretación, ya que si quedara excluida la equivocidad, si sólo
fuese posible un sólo sentido, no habría –entonces- necesidad alguna de “interpretar”. 15
Por lo tanto, el lenguaje es metáfora, equivocidad.
En cuarto –y último- término, frente a la ambición metafísica de verdades
absolutas y definitivas, el pensamiento nietzscheano reivindica la necesidad de instalar
la racionalidad humana, finita e histórica, en la proximidad de los sentidos provisorios.
13
Cfr. Nietzsche, F., op.cit. (1998), pg. 28, 61, y 30
14
Cfr. Nietzsche, F., op.cit. (1998), pg. 25, 61 y 37. Además, Nietzsche, F., op.cit. (1989), aforismo 12.
15
Esta concepción del lenguaje, ligada a la equivocidad como una característica propia y esencial del
mismo, abre –a partir de fines del siglo XIX y a lo largo de todo el XX- una variedad de corrientes
denominadas “hermenéuticas” (Desde Dilthey, hasta Gadamer), ya que se centran en el fenómeno de la
interpretación.
7
16
Con respecto a esto, este trabajo sigue las tesis de Mónica Cragnolini. Cfr. Cragnolini, M., Camino y
demora, Bs.As., Eudeba, 1998.
17
Nietzsche, F., op.cit. (1998), pg. 118 y Nietzsche, F., op.cit. (1989), aforismo 25.
18
Nietzsche, F., op.cit. (1984), aforismo 107.
8
3. LABERINTOS Y ENCRUCIJADAS
19
Cfr.Cragnolini, M., op.cit., pgs.210 a 215.
20
Este es el sentido del aforismo que –a modo de epígrafe- abre este trabajo.
9
textos en fuente de cita para los más diversos propósitos filosóficos. En virtud de esto
recurren a ellas desde anarquistas a fascistas, pasando por neomarxistas y otras
corrientes de pensamiento.
Finalmente, una postrera observación, que constituye casi una advertencia. Se ha
dicho ya que la importancia y la impronta que el pensamiento nietzscheano aún ejerce
en la actualidad estriba, sobre todo, en las fundamentales preguntas que inaugura y que
su vigencia se encuentra más del lado de los desafíos, que de las respuestas y
soluciones. Para ser más claro, lo que aquí se quiere decir es que la filosofía de
Nietzsche no cierra, sino que abre problemáticas y en dicha apertura debe verse su
riqueza. Además, muchos son los interrogantes que –a partir de su crítica deconstructiva
de los fundamentos del pensamiento moderno- quedan sin responder totalmente. Entre
ellos, hay dos que creo esenciales: el que apunta a los límites de la interpretación, y el
que surge de la transposición del nihilismo a lo político.
Si “todo es interpretación”, si a todo texto le es inherente cierta equivocidad que
hace estallar toda pretensión de hallar una lectura “auténtica”, ¿cuáles serían los límites
de la interpretación, es decir aquellos que hacen posible algunas e imposible otras?
Dado que el reconocimiento del carácter interpretativo de la racionalidad no debe
llevarnos a la cómoda –e improductiva- conclusión de que cualquier interpretación vale
igual que otra.
Por otro lado, si “Dios ha muerto”, y con él los “fundamentos”, ¿cómo pensar y
experimentar lo político en el marco del nihilismo que signa el horizonte cultural de
nuestra época? Aquí, cuando se plantea la cuestión atinente a las proyecciones ético-
políticas de la filosofía positiva de Nietzsche, el problema es aún mayor y más
inquietante. Pues la tan mentada caída de las “verdades absolutas” y de los “valores
supremos” arrastra consigo los modos tradicionales (para nosotros democráticos) de
representación política. Y así, uno podría preguntarse: ¿cómo sería una política de los
“sentidos provisorios” basada en el modelo del arte?
Es entonces en este contexto de demandas y preguntas , cuya mayor virtud
reside en su planteamiento mismo más que en los esfuerzos por saldarlas, donde habría
que ubicar la hermeneusis (interpretación) de la filosofía nietzscheana. Dado que en
derredor de ellas gira –hoy por hoy- gran parte del debate filosófico y político.
10
BIBLIOGRAFIA PRINCIPAL
Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza, 1985.