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Reflexiones
presentes
Diez conceptos (no tan) básicos de ciencias sociales / Eugenio Raúl Zaffaroni
... [et al.] ; compilado por Juan Acerbi ; prólogo de Eduardo Rinesi. - 1a ed. -
Ushuaia : Ediciones UNTDF, 2018.
312 p. ; 22 x 15 cm. - (Reflexiones presentes / Juan Acerbi ; 3)
ISBN 978-987-46807-0-9
1. Ciencias Sociales. I. Benvenuto, Rodrigo Miguel II. Acerbi, Juan , comp. III. Rinesi, Eduardo,
prolog.
CDD 300
Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur
Autoridades
Rector Vicerrectora
Ing. Juan José Castelucci Ing. Adriana Urciuolo
ISBN: 978-987-46807-0-9
Introducción........................................................................................................... 17
I. Política
Mind the gap o la paradoja de la política
Rodrigo Miguel Benvenuto.............................................................................................. 23
II. Estado
Del monstruo a la máscara. Notas acerca del “Estado Nación”
Julio Leandro Risso............................................................................................................. 59
III. Sociedad
La sociedad en disputa: reflexiones en torno al concepto de sociedad
Eliana Debia.......................................................................................................................... 87
IV. Gobierno
Historia, debates y dominios de la noción de gobierno
Rodrigo Oscar Ottonello..................................................................................................119
V. Democracia
Tres discursos de la filosofía política moderna sobre la democracia
Norberto Ferré.....................................................................................................................135
VI. República
República - Republicanismo
Juan Acerbi............................................................................................................................175
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VII. Derecho
Sobre la definición del derecho: la esencia y la función
María Paula Schapochnik.............................................................................................205
VIII. Ideología
Ideología. Siete tesis. ¡¿(No) somos eso que Tú dices que somos?!
Rodrigo F. Pascual............................................................................................................. 223
IX. Religión
Religión, teología y política
Rubén Dri..............................................................................................................................251
X. Dinero
Hernán Gabriel Borisonik............................................................................................. 265
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República - Republicanismo1
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A modo de introducción
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tradición que cuenta con más de dos mil años de historia y que,
habiendo nacido en la Roma clásica, resurgió muy fuertemente
durante el Renacimiento para, a partir de allí, no abandonar el campo
tanto de la acción como del pensamiento político hasta nuestros días.
Así, podríamos abordar diversos republicanismos que, con diferen-
tes declinaciones, van desde autores como Maquiavelo, Montesquieu
o Bodino hasta Quentin Skinner, Maurizio Virolli o Philip Pettit,
pasando por figuras como John Adams o Thomas Jefferson y sin dejar
de lado a pensadores y políticos del ámbito nacional, como Juan B.
Alberdi o Domingo Faustino Sarmiento. En el mismo sentido, en
nuestros días escuchamos constantemente a políticos y periodistas
enarbolar “la república” como una suerte de arma contra el avasa-
llamiento de las instituciones, la corrupción o la concentración de
poderes. Bien, nuestra posición partirá de la premisa que sostiene
que, tanto para delinear el concepto de república como para com-
prender el republicanismo, es necesario dejar de lado las derivas que
ha tomado el pensamiento republicano (o pretendidamente republi-
cano) y remitirnos en sentido estricto a las fuentes. Es decir, remi-
tirnos a la república romana, a aquel período en el que vivió quien
fuera el más ilustre abogado, orador y político de su época, que llegó
a ser proclamado padre de la patria por salvar la república y que nos
ha legado el primer tratado sobre el tema que aquí trataremos.2 Es
2 Una aclaración parece ser aquí necesaria. Por ser cronológicamente anteriores,
algunos suelen pensar en República de Platón o en Política de Aristóteles como ante-
cedentes lógicos a los escritos romanos. En nuestra opinión, se trata de un error, ya
que, en ambos casos, se genera una confusión con la traducción de la palabra griega
politeía; en el caso de República, el título original de la obra de Platón es Politeía, tér-
mino que refiere a la polis griega y que no guarda relación alguna con la res publica
romana, como bien lo señala Conrado Eggers Lan en el estudio introductorio a su tra-
ducción para la editorial Gredos. El mismo término (politeía) es el que Aristóteles uti-
liza para denominar el régimen que se aproxima a una democracia moderada y que
se suele traducir como república a falta de un término más preciso, lo cual también
acarrea errores al momento de determinar qué es –y qué no es– una forma republi-
cana de gobierno. Es por esto que sostenemos que el diálogo de Cicerón –Sobre la
república– es el primero que trata específicamente la res publica, entendida esta en
el sentido que le damos en nuestros días.
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La definición parece ser clara, pero una lectura atenta, que considere
el contexto histórico del que surge, demuestra que la misma dista
mucho de resultarnos evidente tanto en lo que refiere a su sentido
general como a sus alcances e implicancias.
La definición de república comienza estableciendo la relación
entre la cosa pública (res publica) y el pueblo (res populi) y, luego, afir-
ma que la cosa pública es lo que pertenece al pueblo. Pero aquí no
debemos olvidar que res alude –en su relación con publica– a la admi-
nistración, al ocuparse, de los asuntos públicos. De esta manera, debe-
mos comprender que aquello que le pertenece al pueblo, aquello que
le es propio, debido a su condición de pueblo, es el ocuparse4 de los
asuntos públicos. Pero lejos de lo que solemos denominar en la actua-
lidad con el término “pueblo”, en Roma lo que le permitía a un con-
junto de hombres constituirse como pueblo era vivir bajo un mismo
derecho consensuado que resultara útil a la sociedad. Dicha utilidad
debía reflejar la forma en la que los romanos se concebían a sí mismos
y a su sociedad. Y no debemos olvidar que se trataba de una sociedad
estructurada en clases, de acuerdo, esencialmente, al género, a la con-
dición de ser hombre y de ser libre y al resultado de un censo pecunia-
rio. En otros términos, podemos afirmar que se trataba de una sociedad
jerárquica, lo cual se plasmaba a través de las centurias en las que cada
uno de los ciudadanos quedaba comprendido de acuerdo a su estatus
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social y riqueza. Por otra parte, pero en íntima relación con lo ante-
rior, el goce de los derechos ciudadanos se comprendía como un sis-
tema de asignación gradual de derechos, que se correspondían con el
nivel de carga pública que podía afrontar cada ciudadano. A mayor
capacidad de afrontar gastos para contribuir al erario público, mayor
capacidad de decidir sobre los asuntos públicos. De esta manera, todos
los sectores de la sociedad poseían derecho a voto, aunque los sectores
de menos recursos contaban con una capacidad menor de influir en
los resultados frente al peso que tenían los votos ponderados de aque-
llos sectores que eran capaces de desequilibrar la balanza. Así, los
romanos entendían que aquellos que poco o nada tenían para aportar
debían ser excusados de ello, entendiendo, a su vez, que tampoco debe-
rían tener demasiada injerencia sobre las decisiones a tomar. Al mismo
tiempo, obligaciones tales como el financiamiento del ejército o el
deber de ocuparse de las diferentes magistraturas y cargos públicos
–los cuales no eran remunerados– recaían de manera proporcional
sobre los sectores más acomodados económicamente, los cuales, a su
vez, poseían mayor capacidad de decisión.5 Pero esta gradación de la
escala ciudadana no se limitaba exclusivamente al momento de la
votación, sino que dicha jerarquía atravesaba todos los aspectos –polí-
ticos, jurídicos y simbólicos– de la sociedad, lo cual se hacía evidente,
por ejemplo, en el uso de distintos apelativos con los que se aludía a
las distintas clases de ciudadanos y de los cuales surgen las denomi-
naciones de patricios, equites o proletarii.
Considerando estos aspectos propios de la sociedad romana, y
volviendo a la definición de república, ahora resultará evidente que
debemos ser cuidadosos y no confundir la noción de res populi con
nuestro actual concepto de pueblo, dado que, a partir de dicha iden-
tificación, se puede incurrir en concepciones erróneas sobre lo que
los romanos definieron como res publica.
5 Las centurias eran 193 en total, los dos estratos más poderosos sumaban 98 cen-
turias. Como las restantes 95 centurias se distribuían entre los cinco estamentos res-
tantes, numéricamente la suma de los dos estratos superiores era suficiente para lograr
la mayoría de los votos.
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10 Cicerón ocupó los cargos de cuestor (en Sicilia en el año 75), edil (en el año 69),
pretor (en el 66) y, finalmente, cónsul en el 63.
11 De la muy amplia bibliografía existente sobre el mos maiorum resulta aquí de
particular interés Pina Polo, Francisco. “Mos maiorum como instrumento de control
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16 Rep. I 45,69.
17 Rep. II 27,37.
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sin ese mal no tendríamos el bien que se ha pretendido con él. “Es exce-
sivo el poder de los tribunos de la plebe”. ¿Quién lo niega? Pero la vio-
lencia del pueblo es mucho más cruel y mucho más impetuosa, sólo que
cuando tiene un jefe, suele ser más moderada que si no lo tiene.25
25 Leg. III 10,23. En el mismo sentido, agregará que “una vez que los senadores con-
cedieron esa potestad a la plebe, se depusieron las armas, la rebelión quedó aplaca-
da, y se encontró una contemporización [...] y sólo con esto se consiguió la salvación
de la ciudad” Leg. III 10,24.
26 Recordemos que el lema con el que Cicerón lideró su consulado fue concordia
ordinum, el cual sintetiza su anhelo de sostener un balance entre los intereses políti-
cos y económicos de la clase senatorial, los equites y el pueblo. En rigor, el lema con-
cordia ordinum supone la alianza de la clase senatorial con los miembros del orden
ecuestre en pos de contener cualquier iniciativa popular; sin embargo, hacemos refe-
rencia a la aspiración última de Cicerón de mantener el status quo incluso a costa de
ceder ciertos privilegios al pueblo, como en el ya mencionado suceso en torno al sur-
gimiento de los tribunos populares.
27 Es decir, aquí se evidencia que la aristocracia se entendía a sí misma, y así lo expre-
saba, como la clase en la que encarnaba el espíritu mismo de la república. De allí que
se identificara a los sectores aristocráticos como los más legítimos custodios de Roma.
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32 Cf. Livio, Tito. Óp. cit. I 8,7 y sobre el mismo hecho, con algunos matices que lo dife-
rencian de la versión de Livio, Halicarnaso, Dionisio. Historia antigua de Roma, II 12,1.
33 Cicerón manifiesta esta opinión común en reiteradas ocasiones, cf. Rep. II 10,17;
Rep. I 16,25 y en Sobre la naturaleza de los dioses III 2,5. Por supuesto, Livio nos da su
versión en su Historia de Roma, I 15,6 y ss.
34 Seguimos aquí la definición de sacra sugerida por Isidro de Sevilla en sus
Etimologías XV 4,1. En el mismo apartado de las Etimologías se distingue el lugar con-
sagrado (sacra) de aquello que está sancionado (sanctum). Si bien la pregunta excede
el contexto del presente capítulo, deberíamos preguntarnos si las resonancias moder-
nas, y contemporáneas, del “carácter sagrado de la ley” no encuentra aquí su origen.
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37 Sobre la casa 1,1. Seguimos aquí la edición de Cicerón, M. Tulio. Discursos IV.
Madrid: Gredos, 1994. El énfasis nos pertenece.
38 Cf. Leg. II 8,20.
39 Leg. II 8,21.
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40 Leg. II 12,31.
41 Cf., por ejemplo, Sobre los deberes II 2,7 y Div. II 12,28. Por otra parte, mucho se
ha dicho sobre el abrupto final de su tratado Sobre la naturaleza de los dioses, en el
que muchos han visto un intento por parte de Cicerón de ser tildado de “demasiado
agnóstico”, cf. Pease, Arthur. “The Conclusion of Cicero´s De Natura Deorum”.
Transactions and Proceedings of the American Philological Association, N° 44, 1913,
pp. 25-37. Es de la misma opinión que Pease el traductor y comentarista Ángel Escobar
en su edición de la editorial Gredos.
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46 Cf., por ejemplo, Filípicas IV 7,14; VII 5,14; Cartas a Ático 16 (I 16); 16 (11); Rep. II
40,67.
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49 Resulta pertinente recordar aquí, aunque parezca redundante, que toda norma
tiene como contexto de aplicación una situación de normalidad. La norma en un con-
texto excepcional deviene obsoleta. Este y otros aspectos relacionados con el poder
soberano son magistralmente tratados por Carl Schmitt en su Teología Política.
50 Recordemos que desde la Antigüedad se consideraba el remedio (pharmakon)
como aquello capaz de curar si es administrado en su dosis precisa y bajo diagnóstico
adecuado, pero que se vuelve mortal ante un diagnóstico erróneo o dosis excesivas.
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51 En este sentido, hemos propuesto algunas perspectivas para el análisis del con-
texto político internacional desde una mirada que parte del republicanismo clásico:
Por ejemplo, “La tradición republicana: stasis, democracia y globalización”. Crítica
Contemporánea. Revista Internacional de Teoría Política. nº 6-2016, Universidad de la
República, Uruguay.
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xx, como Carl Schmitt y Hans Kelsen, y que ronda en torno a la cues-
55 A pesar de lo que puedan sostener algunos autores que, como Andrés Rosler,
parecen insistir más en un republicanismo delineado a la medida de sus propias con-
vicciones políticas antes que en los documentos que dicen consultar. Solo así puede
entenderse que se proscriba de la tradición republicana la figura del líder con carac-
terísticas personalistas o se considere el debate como una forma de facilitar la con-
troversia, como una forma de transparentar razones. Al respecto, cf. su Razones
públicas. Seis conceptos básicos sobre la república. Buenos Aires: Katz, 2016.
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56 Rep. I 38,60. Es decir, no debería pasarse por alto que este dictum se encuentra
en la obra Sobre la república y no en un tratado sobre la tiranía.
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