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La propension
de las cosas
Para una historia de la eficacia en China
François Jullien
LA PROPENSIÓN
DE LAS COSAS
A
PENSAMIENTO CRÍTICO/PENSAMIENTO UTÓPICO
Colección dirigida por José M. Ortega
113
Pensar de Nuevo
Proyecto editorial realizado en colaboración entre la Embajada
de Francia en España, el Collège International de Philosophie
y Anthropos Editorial
Dirigido por Reyes Mate (Insto, de Filosofía)
y François Jullien (Collège International de Philosophie)
Títulos aparecidos
Paul RICOEUR
De otro m odo. L ectura de De otro m odo que ser
o m ás allá de la esencia de Em m anuel Levinas, 1999
Alain BADIOU
San Pablo. La fundación del universalismo, 1999
F rançois JULLIEN
La propensión de las cosas.
P ara u n a historia de la eficacia en China, 2000
De próxima aparición
A lain D E LIBERA
P ensar la Edad Media
A m i madre,
el último verano
Guillestre, 1990
La propensión de las cosas. Para una historia de la eficacia en China /
François Jullien ; presentación de Reyes Mate ; traducción de Alberto Sucasas.
— R ubí (Barcelona) : Anthropos Editorial, 2000
XVI p. + 271 p. ; 20 cm. — (Pensam iento Crítico / Pensam iento Utópico ;
113. Pensar de nuevo)
Tít. orig.: «La propension des choses. Pour une histoire de l’efficacité en Chine»
ISBN 84-7658-582-9
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en
parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en
ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquimico, electrónico, magnético, elec-
troóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
PRESENTACIÓN
IX
algo distinto del tem a, distinción que tiene que ver con una visión
m ás delim itada —y, po r tanto, m ás m odesta— de la definición
occidental del problem a.
X
p asar del relato m ítico, com o principio explicativo, a la argum en
tación del logos, no im plica que haya que resignarse a las explica
ciones concretas que la filosofía occidental ha dado de esa univer
salidad. Una cosa es reconocer la validez del principio de uni
versalidad, y otra m uy distinta es aceptar que tal o tal explicación
de ese principio sea realm ente universal. Ya hem os insinuado
que el «espíritu universal» hegeliano, po r m uy entronizado que
esté en el santoral filosófico, no es universal.
XI
tración—, en cuyo caso difícilmente podrá hablarse de decons
trucción. «Sólo China —escribe— puede constituir otra fuente
(distinta de la heleno-judía), tan original com o aquélla.»
XII
no. Ya no tiene sentido la m oral en tercera persona (hay que ser
bueno porque Dios lo quiere) sino que hay que recurrir a la razón
y a la libertad. ¿Es posible fundar la m oral de otra m anera? Sí,
responde el pensam iento chino, si reconocem os una com unidad
de experiencia com pasiva y de exigencia.
El concepto de eficacia es otro lugar privilegiado para la dife
rente óptica de u n a y otra cultura. En su Tratado de la eficacia,
Jullien contrasta la estrategia occidental basada en la relación
entre m edios y fines al «potencial situacional» de la estrategia
china para la que lo decisivo es la relación entre condicionante y
consecuencia. Si Occidente busca el logro del objetivo por el ca
m ino m ás rápido y lógico, China concibe el efecto com o el fruto
m aduro de las circunstancias.
Un sage est sans idée, tiene com o tem a de reflexión a la filoso
fía misma. E uropa está orgullosa de su filosofía, pero, vista la
cosa desde China, se la invita a que tom e conciencia del precio
pagado. La pregunta po r el ser del ente supone perder de vista lo
que es próxim o, las evidencias de la vida, los fondos de inm anen
cia. Para el filósofo, todo eso es calderilla, accidentes, contingen
cias; para el sabio chino, es lo que da qué pensar.
El texto presente, L a p r o p e n s i ó n DE l a s c o s a s . P a r a u n a h i s
t o r i a DE LA EFICACIA EN CHINA, tiene valor de introducción general
al pensam iento de François Jullien. Siguiendo las huellas de un
térm ino esquivo e inquietante —che— que se sitúa allende lo está
tico y lo dinám ico, el ser y el estar, pues significa tanto la disposi
ción de las cosas (es decir, lo relativo a la estructura y a la configu
ración de las cosas) com o la fuerza y m ovim iento que de ellas se
desprende, Jullien nos invita a visitar distintas áreas de la activi
dad hum ana: la estrategia militar, el poder, la estética, la historia
o la naturaleza.
Para el conocim iento de todas esas áreas, el pensam iento chi
no recurre a un esquem a fundam ental: habérselas con la realidad
com o si ésta fuera un dispositivo cuyo seguim iento nos desvelara
su verdad. La sabiduría consiste en sacar el m áxim o provecho de
la fuerza o propensión que surge de la realidad misma. El autor
aísla el núcleo duro del m odo de pensar chino, aplicándolo con
gracia y agilidad a los cam pos arriba indicados.
XIII
E n p rim er lugar, las constantes del pensam iento occidental.
Visto desde la orilla china, la larga y com pleja historia de la filoso
fía europea aparece m ucho m ás hom ogénea y continuista que lo
que nosotros im aginam os. Para nuestros contem poráneos, la dis
tancia entre el m undo secular m oderno y el teocrático medieval
es insalvable. El chino descubre que la distancia entre conceptos
teológicos y secularizados (entre Dios y la Razón) no es insalva
ble. El ideal m oderno de libertad, sin ir m ás lejos, se em parenta
con la idea de Dios y ésta con el desdoblam iento de la realidad en
ser y ente.
E n segundo lugar, la diferencia entre filosofía y pensam iento.
No se puede reducir todo p ensar a la filosofía occidental. Visto el
pensam iento chino desde la filosofía, podría caer en la tentación
de clasificarle com o un cóctel exótico con u n a buena dosis de
heracliteísm o (por su lógica del devenir), m ás unas gotas de sofís
tica (por «pasar» del ser), otras de escepticism o (por la descon
fianza frente a la verdad), sin que falte el toque estoico (por el
gusto de la inm anencia).
Sería un lam entable erro r o, peor aún, una im perdonable fuga
de energía cognitiva, pues sería tanto com o verter en odres viejos
el vino nuevo, es decir, sería tanto com o reducir lo h asta ahora
im pensado a categorías de lo ya pensado. El pensam iento occi
dental sólo puede acercarse al im pulso que viene de oriente recu
perando la frescura y capacidad de sorpresa que los pioneros jó
nicos colocaron com o el principio del filosofar.
Sería narrar, finalmente, el objetivo del libro si, al final, colo
cáram os en un estante el saber que viene de Grecia, y en otro el
que viene de China. Son dos m undos o, mejor, dos m aneras de
aproxim arse a la realidad y lo que nos perm ite la lengua, pese a su
pluralidad, es la traducción de una en otra y, p o r tanto, la interpe
lación y, en definitiva, un conocim iento m enos lim itado de la rea
lidad. Hay que p a rtir de la diferencia, de la existencia de distintos
pliegues del conocim iento de la realidad, pero para enseguida
afirm ar la «com unidad del pensable» (de lo que puede ser pensa
do y del pensam iento que lo piensa).
El libro está jalonado de casos en los que el abordaje chino de
la realidad está a años luz del abordaje occidental. Lo que cabe
entonces preguntam os es, por ejemplo, por qué el instrum ental
teórico griego, polarizado en el conocimiento lógico, no ha logrado
ver —o si lo ha visto, no ha logrado conservar— ese tipo de «inteli
XIV
gencia avispada» que se adapta a las circunstancias sin tener que
deshacerse de ellas para decir lo que las cosas son. Y, viceversa, por
qué en China no prendió el conocimiento lógico o no fueron cultiva
dos sus prim eros brotes, y haya habido que esperar al siglo XXpara
que esa operación fuera realizada con éxito.
Ni siquiera habría que reducirlas diferencias cognitivas al «ge
nio» de un pueblo, m ás o m enos determ inado por circunstancias
naturales, sino que, según el autor, habría que hablar de legibili
dad, de distintas lecturas de la realidad, de suerte que la preferen
cia po r una vela la otra, dejándola en el olvido o en la ignorancia.
La lectura china de la realidad habría ilum inado el proceso de la
realidad, es decir, los aspectos transitivos de la realidad, mientras
que la filosofía europea se habría fijado en la transform ación de la
realidad, en la reducción de la realidad a modelos ideados por el
hom bre para som eter esa m ism a realidad.
Pero esas distintas lecturas de la realidad no son vasos inco
municados. La visita al pensam iento chino no es u n viaje de aven
turas, sino la ocasión para recategorizar el pensam iento. Si tene
mos presente que el conocim iento filosófico —y, po r tanto, el
científico— se ha estructurado a p artir de la experiencia occiden
tal, u n a tom a en consideración de la experiencia de otros pueblos
obligará a categorizar de nuevo el conocim iento enriquecido. La
lejanía y consistencia del pensar en chino perm ite tam bién una
operación que desborda las posibilidades de la autocrítica occi
dental. El a u to r la denom ina descarrilamiento de la filosofía, esto
es, obligar a la filosofía occidental a salirse de los cánones estable
cidos y som eterse a preguntas que hasta ahora no se habían podi
do form ular desde dentro.
E sa desestabilización conceptual no puede pretender sum ar
nuevas categorías a las ya conocidas, sino descubrir que nuestro
filosofar supone desentenderse de toda una m asa pensable, pero
que hasta ahora no ha sido pensada. Se trataría, pues, de resituar
la actividad filosófica en un m om ento previo al socrático, en ese
punto en el que se sitúa lo pre-ordenado, pre-interrogado, pre-ca-
tegorizado por el logos. Ese m undo, anterior a nuestras gram áti
cas indoeuropeas, no es pasto de misticism os, sino que ya ha sido
objeto de otro pensam iento. Por eso resulta tan absurdo el con
vencim iento occidental de que «la m ística viene de oriente y la
razón, de occidente».
XV
6. La obra filosófica de François Jullien p erm ite redim en- .
sio n a r la filosofía y p ercibir la distancia entre filosofía y pensa
m iento.
De la arrogancia de la razón occidental, identificando filosofía
con pensam iento, hay sobradas pruebas. Se suele considerar par
te de ese elenco de arrogancias, la reflexión de un cierto Heideg
ger que venía a decir que sólo se puede pensar filosóficamente en
griego y en alem án. Pero, quizá no haya que verla así, com o una
boutade chauvinista o eurocèntrica. Europa, según Heidegger, no
habría encontrado otra m anera de estar en el m undo que pregun
tándose por el ser del ente, es decir, «haciendo filosofía». Por eso,
añadía, hablar de «filosofía occidental» es u n a redundancia: no
hay m ás filosofía que la occidental. Esa m anera de entender la
existencia es una suerte y im a desgracia, es una gran tarea y un
terrible destino, tiene algo de grandeza y tam bién de limitación.
Es u n a desgracia porque nos lim ita a una form a de abordar la
realidad, ya que hay otras m aneras de abrirse al m undo, de acer
carse a él, de escucharle y de responderle, distintas a la que con
siste en «la pregunta po r el ser del ente». Esa lim itación tiene,
adem ás, un sólido respaldo teórico: de acuerdo con su teoría de la
verdad, todo desvelam iento es un ocultamiento. La luz de la filo
sofía ha ocultado otras luces, nos ha cegado para otras visiones
del m undo.
Lo que seguram ente Heidegger pretendía con su, a prim era
vista, arrogante dicho —«sólo se puede filosofar en griego o en
alem án»— era reducir a sus justos límites el, po r otros, celebrado
«genio europeo». Lo propio del famoso «genio» europeo sería la
penetrante pregunta p o r el ser del ente, que no es la única. Fuera
de la pregunta filosófica quedaría un continente de sentido. Hei
degger habría pretendido, con su exabrupto, reconducir el «ge
nio» europeo a sus justos límites, a los de la filosofía, llam ando la
atención sobre otras form as de pensar, que no son filosóficas,
pero perm iten aproxim arse a la realidad. La PROPENSIÓN DE LAS
c o s a s . P o r u n a h i s t o r i a d e l a e f i c a c i a e n C h i n a es una lograda
dem ostración práctica de lo que puede valer filosóficamente otra
form a de pensar.
R e y e s M ate
xvi
INTRODUCCIÓN
II. Una palabra china (che)* nos servirá de guía en esta re
flexión. Se trata, no obstante, de un térm ino relativam ente co
1
m ún, al que, de ordinario, apenas se atribuye alcance filosófico
ni general. Pero esa palabra es, en sí m ism a, fuente de confu
sión; y de esa confusión ha nacido este libro.
Los diccionarios, por su parte, traducen el térm ino tanto
p o r «posición» o «circunstancias» com o p o r «poder» o «poten
cial». En cuanto a los traductores y exegetas, con la excepción
de u n dom inio preciso (en política), la m ayor parte de las veces
com pensan su im precisión al respecto con u n a nota a pie de
página que se lim ita a dejar constancia de la polisem ia, sin atri
buirle m ayor im portancia. Como si sólo estuviésem os ante una
de las num erosas imprecisiones del pensam iento chino (insufi
cientem ente «riguroso»), a las que hay que resignarse y a las
que uno se acostum bra. Simple térm ino práctico, forjado origi
nalm ente p ara las necesidades de la estrategia y la política, uti
lizado la m ayoría de las veces en frases hechas y glosado casi
exclusivam ente po r algunas imágenes recurrentes: en efecto,
nada hay en él que pueda asegurarle la consistencia de una
auténtica noción —tal y como form uló su exigencia la filosofía
griega— con una finalidad descriptiva y desinteresada.
Ahora bien, lo que me ha atraído del térm ino es, precisa
m ente, su ambivalencia, en la m edida en que pertu rb a de m a
nera insidiosa las antítesis consolidadas sobre las que se apoya
—descansa— nuestra representación de las cosas: dado que ese
térm ino oscila ostensiblem ente entre los puntos de vista del
estatism o y el dinam ism o, se nos ofrece u n hilo conductor para
deslizam os tras la oposición de planos en que se deja encerrar
nuestro análisis de la realidad. Pero tam bién invita a la refle
xión el propio estatuto del térm ino. Pues, a la vez que se consta
ta que esa palabra, en los diversos contextos en que la encontra
mos, escapa a una interpretación unívoca y sigue estando insu
ficientem ente definida, nos dam os cuenta de que juega un pa
pel determ inante en la articulación del pensam iento: función la
m ayoría de las veces discreta, raram ente codificada y muy
poco com entada, pero cuyo ejercicio parece subtender, y fun
una m ano sosteniendo algo, símbolo del poder, y al que se añadió posteriorm ente el
radical diacrítico de la fuerza. Lo así sostenido es considerado p o r Xu Shen un
terrón, y éste podría sim bolizar un emplazamiento, una «posición». Como tal, la
palabra che corresponde, para el espacio, a la palabra che, , tiempo, tomado en el
sentido de oportunidad u ocasión, e incluso llega a darse el caso de escribir esta
últim a para expresar aquélla.
2
dam entar racionalm ente, algunas de las m ás im portantes refle
xiones chinas. Así pues, tam bién m e he interrogado sobre la
disponibilidad propia de sem ejante térm ino.
De ese m odo, hay u n a prim era apuesta en el origen de este
libro: la de que esa palabra desconcertante, p o r estar escindida
entre perspectivas en apariencia dem asiado divergentes, sea,
sin embargo, u n a palabra posible, cuya coherencia pueda des
cribirse. Mejor, cuya lógica nos ilustra. No sólo debe ilustrar, y
hacerlo según el m ás am plio espectro, el pensam iento chino,
del que se sabe que se entregó, desde sus orígenes, a p ensar lo
real en transform ación. T am bién debe ilustrar, superando las
diferencias de óptica propias de las diversas culturas, aquello
sobre lo cual el discurso tiene, po r lo general, tan poco ascen
diente: la eficacia que no tiene su origen en la iniciativa hum a
na, sino que resulta de la disposición de las cosas." E n vez de
im poner siem pre a lo real n uestra aspiración de sentido, abrá
m onos a esa fuerza inm anente y aprendam os a captarla.
3
luego, la fuerza en acción a través de la form a del carácter cali
grafiado, la tensión que em ana de la disposición en pintura o el
efecto resultante del dispositivo textual en literatura; finalmen
te, la tendencia que, en historia, deriva de la situación y la pro
pensión que gobierna el gran proceso de la naturaleza.
De paso, y m ediante ese térm ino, nos vemos conducidos a
in terro g ar la lógica de todos los grandes dom inios del pensa
m iento chino. De donde resultan preguntas de u n interés gene-
ra l/¿ P o r qué, por ejemplo, la reflexión estratégica de la China
antigua, al igual que un a vertiente de su pensam iento político,
evita qüe intervengan las cualidades personales (el valor de los
com batientes o la m oralidad del gobernante) para alcanzar un
resultado establecido?*^, tam bién, ¿a qué obedece, para los
chinos, la belleza de un trazado de escritura, qué justifica dis
p oner u n a p intura en rollo o de dónde procede, p ara ellos, el
espacio poético? O, finalmente, ¿cómo interpretan los chinos el
«sentido» de la H istoria y por qué no necesitan plantear la exis
tencia de Dios para justificar la realidad?
H aciéndonos pasar de un dom inio a otro, esa palabra nos
perm ite, sobre todo, identificar m uchas intersecciones. De la
dispersión inicial procede una serie de convergencias. Temas
com unes se imponen: el de potencialidad, en acción en la confi
guración (ya se trate de la disposición de los ejércitos sobre el
terreno, de la que hacen visible el ideogram a caligrafiado y el
paisaje pintado, o de la que instituyen los signos de la literatu
ra...); el de bipolaridad funcional (sea entre soberano y súbditos
en política, entre arriba y abajo en la representación estética,
entre «Cielo» y «Tierra» com o principios cósmicos...); o, tam
bién, el de u n a tendencia engendrada sponte sua, por simple
interacción, y que se desarrolla por alternancia (ya se trate, tam
bién ahí, del curso de la guerra o del desarrollo de la obra, de la
situación histórica o del proceso de la realidad).
O tros tantos aspectos que, corroborándose, se vuelven signi
ficativos de la tradición china. Pero, ¿puede hablarse aún tan
sim plem ente —tan ingenuam ente— de «tradición», cuando se
sabe que una corriente im portante de la reflexión sobre las cien
cias hum anas, sobre todo desde Foucault, ha vuelto sospechosa
tal representación? ¿Estaríamos dem asiado influenciados por la
propia civilización china, que recurre tanto a la referencia al
pasado y presta tanta atención a las relaciones de transmisión?
4
¿O será que la civilización china ha sido m ás unitaria y continua
que otras? (Pero tam bién sabem os que la im presión de «inmovi-
lismo» que puede d a r no es m ás que una ilusión, pues tam bién
ha evolucionado intensam ente.) ¿O será, m ás bien, que nuestro
punto de vista exterior respecto a esa cultura —el punto de vista
«heterotópico» que, precisam ente, evocaba Foucault al comien
zo de Les tnots et les choses [Las palabras y las cosas]— nos per
m ite percibir, com parativam ente, m odos de perm anencia y ho
m ogeneidad que no aparecen con tanta nitidez para quien con
sidera desde dentro las «configuraciones discursivas» que no
dejan de sustituirse unas a otras?
Hay, po r tanto, u n a segunda apuesta en el origen de este
libro: la de que, m ás bien decepcionante desde el punto de vista
de una historia conceptual del pensam iento chino, el estudio de
sem ejante térm ino resulta, por el contrario, precioso por servir
de revelador de aquél. Pues, en la intersección de todos esos
dominios, presentim os la m ism a intuición básica que parece
vehiculada, en gran m edida, y durante siglos, a título de eviden
cia adquirida; la de la realidad —de cualquier realidad—^£once-1
bida com o un) dispositivo en el que hay que apoyarse y que es
necesario poner en m archa; el arte y la sabiduría, tal y como los
concibieron los chinos, son, entonces, capaces de explotar es
tratégicam ente la propensión que em ana de él, y según un m á
ximo de efectividad. / ,
5
sentam os esa intuición, sacarla de su silencio, desplegarla teó
ricam ente. Sin duda, tam bién en lo que a nosotros respecta,
ninguna noción dada será suficiente p ara captar lo que de ese
m odo se desliza, com o algo de suyo evidente, a través del dis
curso chino. En m odo alguno p o r tratarse, como en China, de
un consenso del pensam iento, sino, al contrario, porque esa
intuición requiere, p ara ser com prendida, que no se disocien
los planos cuya oposición es, sin em bargo —para nosotros— , lo
que nos perm ite pensar (y cuyo síntom a característico es la
difracción de la palabra che entre los puntos de vista del estatis
mo y el dinam ism o, desde el m om ento en que la traducim os a
nuestras lenguas). Para entablar el diálogo, no hay, por tanto,
otro recurso que em pezar por descentrar nuestra visión, atacar
sesgadam ente y recurrir a conceptualizaciones que —habien
do sido hasta ahora secundarias— no p o r ello ofrecen menos,
por lo que esbozan, un nuevo punto de partida posible. Precisa
m ente p ara eso serán aquí útiles, por las nuevas relaciones que
contraen entre sí, acoplándose,*los térm inos «dispositivo» y
«pro pensión»: tom ados en el borde de nuestra propia lengua
filosófica, establecerán el m arco conceptual a p artir del cual
hacerse cargo, progresivam ente y de u n a cultura a otra, de la
diferencia enjuego. ,y
6
ningún télos, com o desenlace de las cosas, y han intentado in
terpretar la realidad únicam ente a p artir de sí m ism a, desde el
punto de vista de la exclusiva lógica inherente a los procesos en
curso.'Liberém onos, pues, definitivam ente del prejuicio hege-
liano según el cual el pensam iento chino se habría quedado en
la «infancia» p o r no haber sabido evolucionar, a p artir del pun
to de vista cosmológico com ún a las civilizaciones antiguas,
hacia los estadios m ás «reflexivos» y, por tanto, superiores de
desarrollo que representarían la «ontología» o la «teología».
Reconozcam os, por el contrario, la extrem a coherencia subya
cente a ese m odo de pensam iento, aunque £ 13, absoluto haya
privilegiado la form alización conceptual, y valgám onos de ella
para descifrar desde el exterior nuestra propia historia intelec
tual —que ya no alcanzam os a leer p o r sernos tan fam iliar— y
para m ejor descubrir nuestros a priorí m entales.
7
ADVERTENCIA AL LECTOR
9
ridad en cuestión. Con m ayor prudencia, el proceder es aquí
—mediante interpretación progresiva— eTde una apertura pro-
t blemática.
De ahí algunas decisiones que han presidido la concepción
de esta obra. En la presentación de cada uno de los dom inios de
la cultura china invocados, siempre se respeta —y sirve de fun
damento para la exposición— la filiación histórica, pero no po
dría desarrollarse por sí misma: eso para dejar actuar de lleno a
las articulaciones lógicas, al mism o tiem po que para decantar al
máximo el discurso sinológico (siendo trasladadas las referen
cias contextúales a las notas) y facilitar la lectura al no-especia
lista. Asimismo, las comparaciones no se proponen, de entrada,
e n forma de paralelismos, sino que más bien intervienen, a título
de hipótesis de conclusión, para servir de referencias e indicios de
la diferencia investigada: la posición china se vuelve, así, más
significativa, incluso si el reparto resulta desigual entre las dos
tradiciones (pues se ha considerado, por principio, que las refe
rencias a China estaban por descubrirse, m ientras que las re
ferencias a la filosofía occidental eran ya familiares y podían
mencionarse alusivamente).
Algunas láminas, en el centro del libro, intentan hacer sensi
ble al lector no iniciado la dim ensión estética del che; u n glosa
rio de expresiones chinas, al final del volumen, debe perm itir al
lector sinólogo verificar en el texto algunas ocurrencias carac
terísticas del término.
La ausencia de index, finalmente, es voluntaria.
En efecto, he tendido, prioritariam ente, a este placer: seguir
una idea.
10
1
13
evolucionar constantem ente la situación de tal form a que
aquéllos le resulten lo m ás favorables que sea posible: l a victo
ria ya no es, entonces, m ás que la consecuencia necesaria —y el
desenlace previsible— del desequilibrio, que juega en su favor,
al que ha sabido llevarlosM'ío hay, a este respecto, «desviación»
posible: un resultado ventajoso resulta, ineluctablem ente, de
las m edidas apropiadas .31 Todo el arte del estratega consiste,
por tanto, en llevar hacia allí las cosas antes de que el verdadero
enfrentam iento tenga lugar: percibiendo con la suficiente ante
lación —en su estado inicial— todos los indicios de la situación,
de form a tal que pueda influir sobre ella incluso antes de que
haya tom ado form a y se haya actualizado. Pues, cuanto antes
se adopte e^a orientación favorable, con m ayor facilidad actúa
y se realiza. E n su estado ideal, la «acción» del buen estratega ni
siquiera se trasluce: el proceso que conduce a la victoria está en
tal m edida determ inado de antem ano (y su desarrollo es tan
sistem áticam ente progresivo) que parece caer po r su propio
peso, y no com o consecuencia del cálculo y la manipulación.^La
fórm ula, por tanto, sólo en apariencia es paradójica: el yerdade-
- ro estratega^sólo obtiene victorias «fáciles »^2 Entendám oslo:
victorias que parecen tales porque ya no requieren, en el m o
m ento m ism o en que se producen, ni proeza táctica ni gran
esfuerzo humano.^Las verdaderas cualidades estratégicas pa
san desapercibidas; el m ejor general es aquel cuyo éxito no es
aplaudido: no hace que la mayoría «alabe» su «valor», ni siquie
ra su «sagacidad». //
Sunzí El punto fuerte de este pensam iento estratégico está en redu
cir al m ínim o la acción arm ada. Hasta llegar a esta expresión
límite: «las tropas victoriosas [te., a las que aguarda la victoria]
sólo buscan el enfrentam iento en el com bate tras haber ya triu n
fado; m ientras que las tropas vencidas [i.e., que están abocadas a
la derrota] sólo intentan vencer una vez entablado el com bate ».3
Quien sólo busca la victoria en la etapa, definitiva, de la lucha
arm ada, por dotado que esté, siempre correrá el riesgo de ser
derrotado. Todo ha de jugarse, por el contrario, previam ente, en
un estadio anterior de la determinación de los acontecim ientos,
cuando disposiciones y maniobras, que todavía dependen úni
cam ente de nuestra iniciativa, pueden ser espontáneam ente
adaptadas y, encadenándose y reaccionando lógicamente, son
siem pre eficacesv'(«espontaneidad» o «lógica» del proceso: am-
14
bos térm inos significan lo m ism o —como com probarem os por
extenso en lo que sigue— bajo perspectivas diferentes). Eso es lo
que perm ite el dom inio efectivo del curso posterior de los acon
tecimientos, llegando incluso a darse el caso de que ya no sea
necesario entablar realm ente com bate :4 u¿jbuen estratega —se
nos asegura— «no es belicoso». Pero, no nos equivoquemos, ese
ideal de no-enfrentam iento no resulta de una preocupación m o
ral: tan sólo se trata de actuar de m anera que Ja)propia victoria
sea absolutam ente segura por estar predeterm inad a; tam poco
depende de una concepción abstracta: pues la atención se dirige,
po r el contrario, al m odo en que procede con la m áxim a preci
sión, tanto en el estadio m ás insignificante como en el m ás deci
sivo, la orientación venidera*Lo m ás lejos posible de cualquier j
15
co, a la «disposición» de la que nace ese potencial? Pues no cabe
interpretarla únicam ente, com o en la com paración precedente,
en relación a la configuración del relieve, incluso si ésta tam bién
interviene, como factor determ inante, en tanto que terreno de
operaciones: un estratega ha de sacar el m ayor partido de su
carácter distante o cercano, hacia abajo o sobreelevado, accesi
ble o accidentado, al descubierto o cerrado .9Tam bién cuenta la
disposición m oral de los protagonistas, según estén m uy anim a
dos o desalentados; al igual que todos los demás factores «cir-
Huainanzi cunstanciales»: según sean favorables o desfavorables las condi-
s'na C' ciones climáticas, y según estén las tropas en correcto orden o
dispersas, en plena form a o agotadas.dl0Sea cual sea el aspecto
afectado, el carácter coercitivo de la situación puede y debe ju
gar en los dos sentidos: a la vez positivamente, llevando a las
SunBin propias tropas a em plear todas sus fuerzas en la ofensiva;e" y
negativam ente, privando a las tropas enemigas de cualquier ini
ciativa y reduciéndolas a la pasividad. Por num erosas que sean,
ya no estarán en condiciones, habida cuenta del che, de resis-
tir .f12 El m ero recurso num érico cede frente a los grados supe
riores —m ás determ inantes— de condicionam iento^
Se sabe que el uso de (a) ballesta, invento chino (alrededor de
400 años antes de nuestra era), revolucionó, en am plia medida,
el com portam iento bélico: a la vez por la precisión de su trayec
toria rectilínea y po r la formidable fuerza de su impacto."Así
pues, la «activación» de su «mecanismo» sirvió con gran natura
lidad para sim bolizar el súbito desencadenam iento de la energía
Sunzí potencial de un ejército :13una «ballesta tensada al máximo», así
es el c h e P 4 Además de la pertinencia propia del motivo (siendo
expresado el potencial por la imagen de la tensión), la innova
ción que constituía la ballesta en el plano técnico, debió sin duda
representar un progreso decisivo que era análogo a la capacidad
de explotar rigurosam ente el che, en el plano estratégico. La
im agen puede, en efecto, desarrollarse de un m odo aún m ás
SunBin preciso: la ventaja propia de la ballesta se debe a que, «m ientras
que el punto del que parte el disparo está próxim o (entre el hom
bro y el pecho), puede m atarse a gente a m ás de cien pasos, sin
que los dem ás ni siquiera adviertan de dónde salió el disparo ».15
fA hora bien, así ocurre con el buen estratega que, utilizando el
che, logra un efecto máximo —a distancia (tem poral y espa
cial)—- con el m enor gasto, a través de la m era explotación de los
16
factores en juego, sin que la opinión com ún perciba, sin em bar
go, de dónde proviene el resultado y se atribuya el m érito. ^
Últim a im agen, que fija definitivamente los diversos aspec
tos del che y le servirá de motivo privilegiado: si se recogen leños sum
o piedras sobre u n suelo llano, se m antienen estables y, por
ende, inmóviles, m ientras que, sobre un suelo en declive, se po
nen en movimiento; si son cuadrados, se detienen, m ientras
que, si son redondos, ruedan cuesta abajo. «Para el experto en la
utilización de sus tropas, el potencial surgido de la disposición
es, por así decirlo, capaz de hacer que piedras redondas rueden
cuesta abajo desde la m ás alta cum bre.» 16Cuentan, a título de su
disposición, la configuración propia del objeto (redondo o cua
drado) a la vez que la situación en la que está im plicado (sobre
u n suelo llano o inclinado); el m áximo potencial, en lo que a él
respecta, se expresa m ediante el carácter extremo del desnivel. 4
m . Esa com paración tam bién revela otra cosa: que las pie
dras redondas así dispuestas a ro d ar con tanta fuerza, desde lo
alto de la pendiente, sirvan como im agen de las tropas m ejor
m anejadasfídando a entender que cuenta m enos la calidad per-
sonal del com batiente que el dispositivo en el que se ve llevado a :
actuar^El m ás antiguo tratado de arte m ilitar lo indica abierta
mente: el buen estratega «reclama la victoria ^ p o te n c ia l surgi- sun-d
do de la disposición y no a los hom bres que están bajo su m an
d o »^17 Es la propensión objetiva lógicamente resultante de la
situación, tal com o ésta es dispuesta, lo que es determ inante, y
no la buena voluntad de los individuos. Form ulación aún m ás
radical: «valentía y cobardía son cosa de che»} El com entario
añade: «Si las tropas obtienen el che [Le., sacan provecho del
potencial surgido de la disposición], entonces los cobardes son
valientes; si lo pierden, entonces los valientes son cobardes»; y
tam bién: «valor y cobardía son variaciones del che».Si Otras
tantas expresiones lacónicas, que sólo intervienen a título de in
dicación práctica, pero cuya incidencia filosófica es, para nos
otros, considerable.im plican, nada m enos, la idea vigorosa se
gún la cual las virtudes hum anas no se poseen intrínsecam ente,
puesto que el hom bre no tiene la iniciativa sobre ellas ni las
dom ina, sino que son el «producto» (incluso en el sentido m ate
rialista del térm ino) de un condicionam iento exterior que es
totalm ente m anipulable.y/
17
Sólo al precio de una racionalización m áxim a, guiada p o r el
m ás riguroso de los imperativos, el de la eficacia práctica, ha
podido construirse semejante punto de vista/ La época de los
«Reinos combatientes» (siglos V-m a.C.) se caracteriza p o r una
exacerbación de la guerra, desarrollada a un nivel inédito entre
principados rivales que aspiran a la hegem onía, y la lucha a
m uerte a la que se entregan —en perfecto acuerdo con el princi-
—“>pio del «desarrollo al máximo» al que recurrieron nuestros teó
ricos m odernos para concebir la guerra «absoluta»— no podía
dejar el m enor lugar a la m era creencia, ni siquiera a una posi
ción m ínim am ente «idealista »/Al m enos en este dom inio parti
cular; pero la tendencia es, precisam ente entonces, que la gue
rra deje de poder ser considerada u n dom inio «particular», ad
quiera una im portancia cada vez m ás exorbitante (y eso duran
te dos siglos), lo invada todo y se convierta en lo único enjuego.
Resulta lógico, en esas circunstancias, que la/reflexión estraté-
gica haya contribuido a precipitar una evolución, m ás general,
del pensam iento y que su em peño p o r penetrar, m ás allá de
todas las ilusiones posibles, la naturaleza real de los determ i-
nism os implicados haya logrado, llevado a ese punto extremo,
hacer de la concepción del che, com o potencial surgido de la
disposición, el punto crucial de la teoría.
Téngase en cuenta, en efecto, que, en la época inm ediata
m ente anterior (hacia el año 500 antes de nuestra era), la guerra
no sólo era aún concebida, ante todo, com o un ritual, regulado
por un código completo del honor y ejecutado en cam pañas es
tacionales que evitaban cualquier exterminio radical, sino tam
bién que no se emprendía em presa alguna sin que los adivinos
se hubiesen pronunciado sobre su carácter fasto o nefasto. Pero
Huaimuizi ahora resulta que no sólo «el che se im pone al hombre»,J 19 el
dispositivo táctico a las cualidades morales, sino que tam bién se
elimina cualquier determ inación trascendente o sobrenatural
en provecho de la exclusiva iniciativa estratégica. De todos los
factores tenidos en cuenta, el che es el único realm ente decisi
vo.20Quien coge un hacha para cortar m adera no tiene que preo
cuparse por saber si la fecha cae bien y si el día es favorable; en
cambio, si la persona no tiene un mango en la m ano para impri-
I m ir su fuerza, el resultado seguirá siendo nulo, a pesar de los
más favorables augurios .2^ 1 ejemplo se propone aquí para ilus
trar que sólo el che proporciona un dominio efectivo sobre el
18
proceso de la realidad.JDel m ism o modo, elegir una m adera
m uy preciosa para hacer una flecha, o decorarla artísticam ente,
no añade absolutam ente nada a su alcance. Sólo im porta que la
ballesta esté tensa. Sólo del che cabe esperar u n efecto real.
19
ría y práctica, principios y circunstancias...) cuanto en dem os
tra r pertinentem ente c ó m o ^ e v o lu ció n ciccunstanciair insepa
rable del curso de cualquier guerra, constituye la baza táctica
_* m ayor que perm ite renovar el potencial y, por ende, la eficacia
del dispositivo estratégico. El arte del m ilitar consiste en llevar al
enem igo a adoptar una disposición relativamente fija y, por
ende, reconocible, que lo hace vulnerable, al tiem po que en re
novar constantem ente la propia disposición táctica con vistas a
desconcertar sistem áticam ente al adversario —engañándolo
siem pre y cogiéndolo a contrapié— y, así, despojarlo de cual
quier dom inio .23 Volviéndose entonces tan insondable com o el
Huaincuizi gran proceso del propio Mundo, tom ado en su infinitud (el Tao),
que, por no inmovilizarse jam ás en una disposición particular,
norm alm ente es lo único que no ofrece indicio alguno de su
realidad.™2? Volvamos, por tanto, a la im agen del agua, pero esta
sunzí vez considerada en su curso horizontal y tranquilo. «Así com o la
disposición del agua consiste en evitar cualquier elevación para
tender hacia abajo, tam bién la de las tropas [bien dirigidas] con
siste en evitar los puntos fuertes del enemigo para atacar sus
puntos débiles; así como el agua determ ina su curso en función
del terreno, tam bién las tropas determ inan la victoria en fun
ción del enem igo »;25así, el agua, como motivo contrario a la rigi
dez, es, precisam ente en virtud de sujextrema variabilidad (fun
ción de su disponibilidad máxima), erigida, de rechazo, en sím
bolo de la fuerza m ás penetrante y resuelta.
¡ Por lo tanto, u n a disposición obra eficazmente y puede servir
de dispositivo en la justa medida en que se renueva^ Pues decir
de ese m odo que el che, como dispositivo estratégico, ha de ser
tan móvil com o el agua en su curso," y que es>transform ándose
en función del enemigo como se obtiene la victoria »,26significa
algo m ás que la necesidad, propia del mero sentido com ún, de
saber adaptarse. La intuición es, a m ayor profundidad, que la
potencialidad se agota en el seno de una disposición que se fija.
Ahora bien, ¿no es el objetivo fundam ental de cualquier táctica
precisam ente asegurar en provecho propio la continuidad del
dinam ism o (vaciando al otro de su iniciativa y reduciéndolo a la
parálisis)? Y, para reactivar el dinam ism o inherente a la disposi
ción, ¿hay otro medio que abrir ésta a la alternancia y practicar
en ella la reversibilidad? Aquí es donde la teoría estratégica al
canza la concepción m ás central de la cultura china, basada en
20
la eficacia, en perpetua renovación, del curso de la naturaleza y S u n zi
* Los tratados del juego de yo recurren particularm ente a él para dar cuenta de
la relación de fuerza inscrita en el dam ero y que evoluciona en el curso de la p a ín
da. Pero, como se sabe, <¿¿'o no es más que la ilustración, en un registro lúdico, de
los principios fundamentales de la estrategia china. „
21
tarse a ella. Uno descubre fatalmente dem asiado tard e lo que le
toca en suerte, como «destino»; el otro sabe descubrir p o r ade
lantado la propensión en acción pudiendo disponer de ella.
Desde un punto de vista m ás estrictam ente militar, la oposi
ción tam bién es diam etral entre la teorización china basada en
el che y el «modelo occidental de la guerra» que nos han legado
los griegos (y sobre el cual, John Keegan y Víctor Davis H anson
han proyectado recientem ente una luz nueva). Hem os visto que
el objetivo de la estrategia china consistía en m odificar en prove
cho propio, y por todos los medios, la tendencia que em ana de la
relación de fuerza, incluso antes de que la acción real haya dado
com ienzo y para evitar que ésta represente el m om ento decisivo,
siem pre arriesgado. Ahora bien, ¿no h a sido el ideal griego, por
el contrario, y una vez pasado el tiempo del conflicto consistente
en escaram uzas o com bates singulares que nos describe H om e
ro, el «todo o nada» de la batalla campal? Otorgando la priori
dad a la infantería masiva de los hoplitas antes que a las form a
ciones m ás ligeras de los peltastas o caballeros, dando así m ás
im portancia al uso inm ediato de las fuerzas alineadas frente a
frente en el campo de batalla que al arte del hostigam iento o la
finta y a todas las m aniobras de desgaste, los griegos del siglo V
desem bocaron en una concepción de la guerra donde el choque
frontal de las dos falanges, deliberadam ente esperado por una y
otra parte, constituye el elemento determinante. Com bate direc
to y a plena luz (recuérdese a Alejandro, quien, según Quinto
C urdo, se negaba a lograr la victoria «mediante una astucia pro
pia de bandoleros y ladrones cuyo único deseo es p asar desaper
cibidos»). Combate tam bién relativamente breve, que consiste
íntegram ente en su carga destructiva y no tiene otra salida que la
derrota o la muerte.
«G anar una batalla incluso antes de que haya dado com ien
zo —nos dice H anson— era perm itir [...] a una de las partes
“h acer tram pas” en una victoria obtenida por otros m edios que
el arrojo de los propios hom bres durante el com bate.»30La lan
za es la herram ienta, y el símbolo, de ese enfrentam iento heroi
co. Las arm as de tiro, por el contrario, norm alm ente son des
preciadas, en la Grecia antigua, pues m atan a distancia y sin
respetar el m érito personal de los combatientes: estam os a la
m áxim a distancia de la valoración del che, al que la ballesta, el
arm a de tiro m ás perfeccionada, sirve de imagen.
Pero el enfrentamiento directo, y decisivo, de la batalla vuel
ve a aparecer en el centro de las concepciones m odernas de la
guerra en Europa, en particular en Clausewitz. Su celebridad
se debe, com o se sabe, a haber sido el p rim er pensador occiden
tal que intentó dar u na explicación global de la realidad de la
guerra de form a teórica: reaccionando, a la vez, contra los «pe
dantes» que acum ulan saber m ilitar tan sólo a p a rtir de las
cuestiones prácticas relativas al arm am ento y los sum inistros;
contra quienes creen que puede concebirse la guerra com o una
ciencia exacta a partir de cálculos angulares y en base a princi
pios inm utables (los m ás célebres de la época: von Bülovv y de
Jomini); y, tam bién, contra quienes, en el otro extrem o, niegan
que la guerra, considerada una m era función hu m an a y, por
ende, del todo «natural», pueda constituirse en objeto de la teo
ría. Para «pensar» realm ente la guerra, Clausewitz, p o r su p ar
te, no tiene otra posibilidad que concebir su acción en térm inos
de arte. Y, concibiéndola en térm inos de arte, se la representa
lógicamente de acuerdo con la relación aristotélica, que se con
virtió en tradicional en la filosofía occidental, medio-fin, Mittel y
Zweck o Ziel (Zweck com o m eta final y Ziel com o objetivo inter
medio): como la utilización de los m edios m ás apropiados con
vistas a un fin predeterm inado, pudiendo ese últim o objetivo
representar una etapa interm edia con vistas a u n a m eta m ás
general que es, en su estadio último, de orden político (según la
regla enunciada desde su juventud a la m anera de u n a m áxim a
kantiana: «Te propondrás la m eta m ás im portante y decisiva
que te sientas con fuerzas para alcanzar; elegirás p ara ese fin el
cam ino m ás corto que te sientas con fuerzas p ara seguir »).31
Pero, como pudim os constatar, en el pensam iento estratégico
de la China antigua, esa relación medio-fin no está explicitada;
las nociones de dispositivo y eficaciap hacen sus veces.
Por concebir la guerra desde el punto de vista de la finalidad,
Clausewitz no sólo se ve conducido a conceder una im portancia
m áxim a al enfrentam iento directo (al que se apunta com o obje
tivo), sino que tam bién debe reconocer la im portancia intrínse
ca de los factores morales, no cuantificables, com o el valor y la
determinación, y, por tanto, pensar la guerra en térm inos de
probabilidad Oos medios a utilizar sólo son los que tienen m ayo
res oportunidades de conducir a un resultado deseado). Ahora
bien, hemos visto que la cosa era del todo distinta entre los teóri-
23
eos chinos de la guerra, precisam ente en la m edida en que la
conciben desde el punto de vista de la propensión y de un condi
cionamiento del efecto: se ven llevados a privilegiarlo que Clause-
witz, p o r su parte, aborda con desdén com o una «m era destruc
ción indirecta», previa y que procede m ediante parálisis y sub
versión (m ientras que la batalla cam pal —die Schlacht—, que
representa lo esencial para Clausewitz, no es a sus ojos m ás que
u n m ero resultado). Aún más: tam bién se ven lógicam ente lleva
dos a considerar las cualidades morales, esenciales a la guerra,
com o m eram ente implicadas por la situación; en absoluto, a la
m anera de Clausewitz, como factores propios. Lo que les perm i
te concebir, a partir de ahí, el proceso bélico ya no en térm inos
de probabilidad, sino de «ineluctabilidad» y «automaticidad».
Finalm ente, nos consta el papel que desem peña, en la refle
xión de Clausewitz, su teoría de la fricción, precisam ente con
cebida para intentar dar cuenta del foso que atorm enta desde
siem pre nuestra reflexión estratégica al separar el plan estable
cido de antem ano, bajo la im pronta de la idealidad, y su realiza
ción práctica, que lo vuelve aleatorio; ahora bien, precisam ente
la concepción china del che, intercalándose entre lo que nos
otros hem os escindido, en tanto que «práctica» y «teoría», y di
solviendo, por tanto, cualquier oposición entre esos térm inos,
orienta la concepción de la ejecución en el sentido de aquello
que, en función de la propensión en acción, actúa desde siem
pre en total soledad y sponte sua, sin incertidum bre ni pérdida
posibles: tanto sin desgaste como sin «fricción».
Por una parte, el che; por otra, «medios» y «fin»: de esa dife
rencia implícita de las categorías enjuego, resulta una diferen
cia de conjunto, que puede estructurarse. En particular, el con
traste de las concepciones estratégicas no puede dejar de refle
jarse, en am bas partes, en el dom inio de lo político. La opción
p o r el choque frontal de la batalla de hoplitas se correspondía
estrictam ente —en tanto que m anera directa, inm ediata e in
equívoca de obtener la decisión— con esa otra invención griega
que es el voto en la asam blea. Asimismo, la atención prestada a
la propensión, com o m odo de eficacia que deriva de la disposi
ción, volverá a encontrarse, de un m odo a ú n m ás patente, en la
concepción china de la autoridad.
24
2
25
injerencia que representa un obstáculo, al introducir su puta
ciones y cálculo, para el carácter impecable de la tendencia. Los
dos térm inos se revelan, así, m utuam ente, a través de su in
com patibilidad recíproca: frente a la actividad de la conciencia,
la espontaneidad natural (cuando la im posición opera inm e
diata e íntegram ente, po r m era reacción). La iniciativa corres
ponde, po r tanto, com pletam ente al m undo, com o en otra p ar
te se fue capaz de volverse com pletam ente pasivo y disponible
p ara Dios: en lugar de querer gobernar im periosam ente el
m undo m ediante la propia acción, dejém onos llevar a m erced
de las cosas; en lugar de desear im ponerle nuestras preferen
cias, dejém onos ir siguiendo la corriente de los seres, abrazan
do la línea de m enor resistencia. «Sólo avanzaba si era em puja
do, sólo venía si se le hacía venir.» «Como rem olinea el viento»,
«como da vueltas la pluma» o «como gira la muela»...
Traduzcam os al plano político esa reducción de la realidad
al juego de sus implicaciones funcionales: la disposición de las
cosas de la que procede infaliblemente la tendencia, com o cur
so del m undo, se recupera, a través del cuerpo social, en tanto
que «posición» jerárquica .2Vuelve a intervenir aquí el térm ino
che para designar, por analogía con el dispositivo estratégico, el
del poder. Y, al igual que la sabiduría pudo concebirse com o el
ideal de dejar actuar a la propensión inscrita en la realidad,
sponte sua y según su m áxim a efectividad, tam bién el orden
político puede ser lógicamente pensado com o algo que procede
«necesariamente» —en virtud de una determ inación p u ram en
te objetiva— de la relación de autoridad.
Dos aspectos caracterizan inicialmente la capacidad de sur
tir efecto que deriva de la posición jerárquica: p o r u n a parte, es
independiente del valor personal, en particular el m oral, de
quien se vale de ella; por otra, tanto puede uno utilizarla com o
estar privado de ella, pero nunca arreglárselas sin ella. Intervie
Shen Dao ne com o soporte, a título puram ente instrum ental. A la vez que
s.IVa.C.
de m odo absolutam ente decisivo. Carro, droga, adorno: po r di
verso que sea su registro, todos los ejemplos alineados expresan
el carácter indispensable de aquello que, a prim era vista, sólo
parece algo coadyuvante .3 Tómese a las m ás herm osas m uje
res, se nos propone tam bién como ejemplo, y revístaselas de los
m ás herm osos atavíos; atraerán todas las m iradas. Pero, si se
las priva de ese adorno y se las recubre de oropeles, provocarán
26
la huida de la gente. Se privilegia otro motivo para evocar esa
función de soporte dotado de efectividad, el del viento: es soste
niéndose en él com o el cuadrillo de la ballesta puede subir m uy
arriba por los aires; es dejándose arrastrar p o r él com o la briz
na de hierba puede ser llevada a distancia. Trasposición m ítica
del m ism o motivo: el dragón echa a volar m ajestuosam ente
cabalgando las nubes; pero, si éstas se dispersan, vuelve a en
contrarse, com o un gusano, a ras de tierra: ha perdido el che en
el que se apoyaba en su impulso.
Interpretem os esas imágenes en térm inos políticos: si no
disfruta del soporte de una posición {che), u n hom bre, por sabio
que sea, no puede ejercer con seguridad influencia sobre los
demás; ni siquiera desde cerca. Si, a la inversa, el peor golfo
disfruta de u n soporte semejante, puede reducir a la obediencia
a los mayores sabios.b Al igual que, en estrategia, no cuenta
tanto el elevado núm ero de las tropas, m ero dato bruto, com o la
explotación del potencial surgido de la disposición, del m ism o
modo, en política, el gobernante no se apoya en su «fuerza» Shang
Yang
sino en su «posición ».04 La oposición entre esos térm inos, que s.IVa.C.
norm alm ente creeríam os asociados, no deja de ser significati
va: sin duda, la noción de fuerza parece aún dem asiado em pa
ñada por la im pronta personal, no estando lo bastante liberada
de cualquier capacidad innata; m ientras que únicam ente la
idea de posición puede d ar cuenta del carácter absolutam ente
extrínseco de la determ inación.
Dado que la argum entación filosófica se desarrolló m enos
en China que en la Grecia antigua, podríam os creer —indebi
dam ente— que no tuvo lugar allí. Pero, m ás allá de todos los
ejemplos que perm iten ilustrarlo, la concepción política de la
posición com o soporte dotado de efectividad ha propiciado el
debate teórico, tesis contra tesis .5 La refutación de la tesis ini Hanfcizi
s. III a.C.
cial, la del carácter determ inante de la posición, procede por
etapas progresivas que cabe resum ir así: 1 .° aunque intervenga
como factor, no puede ser un factor suficiente, y tam bién cuen
ta, paralelam ente a ella, el valor personal. Invirtiendo el ejem
plo precedente: po r densas que sean las nubes, un gusano de
tierra no podría —a diferencia del dragón— apoyarse en ellas
p ara elevarse; 2 ° dado que tanto puede jugar negativa com o
positivam ente, el factor de la posición se revela neutro y, por
tanto, indiferente: tanto perm ite al buen soberano ejercer un
27
dom inio benéfico como al mal soberano llevar a efecto la peor
tiranía; 3.° habida cuenta de que la naturaleza hu m an a es, en
general, m ás mala que buena, la baza que proporciona la posi
ción corre el riesgo, en resum idas cuentas, de ser m ás perjudi
cial que útil. De ahí la conclusión: todo depende, a fin de cuen
tas, de la capacidad de la persona. El E stado es com o un carro,
y la «posición de autoridad», el tiro que lo arrastra :6 en m anos
de un buen cochero, irá veloz y lejos; en m anos de u n m al co
chero, el resultado es el contrario.
Esa refutación parece brotar del sentido com ún, indepen
dientem ente de las opciones culturales particulares. A p artir de
ahí, la crítica sistem ática a la que da lugar no hace sino ganar
en interés, haciendo original, po r su radicalización, la concep-
Hanfüzí ción del che aquí preconizada .7 Pero esa refutación de la refu
tación sólo es posible porque prim ero intervienen u n desplaza
m iento de lo que está enjuego, así com o una distinción sem án
tica: el orden político al que aquí se hace referencia no es el
orden m oral ideal con el que sueñan todos los utopistas, sino el
de la m áquina estatal, en su funcionam iento regular;d por otro
lado, hay que distinguir entre el che entendido com o disposi
ción natural y el que se entiende com o relación «institucional»
de autoridad.e Pues el segundo ha de desprenderse del prim ero
para perm itir instaurar un m arco propiam ente político. De he
cho, el prim ero sólo actúa históricam ente a fondo en situacio
nes del todo extremas, para bien o para m al —y, por ello, excep
cionales: edad de oro o tiempos de calam idades—, y desposee
entonces al hom bre del m argen de m aniobra que ordinaria
mente le perm ite la gestión de los asuntos: pero, incluso en ese
estadio, santos o tiranos no deben su aparición a sus buenas o
malas cualidades, sino al condicionam iento de la necesidad. Y,
en épocas normales, es la posición jerárquica, instituida en po
der positivo, la que se basta com o determ inación suficiente
para hacer que reine el orden en la hum anidad.
Pretender, como al comienzo de la tesis precedente, que,
paralelam ente al factor de la posición, coexiste el de la capaci
dad personal ni siquiera es posible. Ambas determ inaciones se
excluyen, según la concepción china de la «contradicción» pen-
Hanjazi sada a im agen de quien, vendiendo «lanza» y «escudo», cele-
bran'a la una como algo que puede atravesarlo todo, a la vez que
al otro com o algo que no puede atravesarse... Por lo tanto, no
28
hay que esperar a un sabio salvador, cuyo reino sólo llegará una
vez de cada mil, sino hacer actuar desde ahora a la posición de
autoridad según su m áxima efectividad, para asegurarla buena
m archa del Estado: la existencia de la relación jerárquica basta,
por sí sola, para generar el orden. De donde resulta que la com
paración del carro del Estado m erece ser invertida: si el carro es
sólido y el tiro bueno —ilustrando este último, al igual que ante
riorm ente, la capacidad de surtir efecto atribuida a la posi
ción—, resulta inútil esperar un cochero superdotado; basta
con establecer postas a una distancia regular para que cual
quier cochero, aun siendo vulgar, pueda ir rápido y bien. Postas
que, de u n lado a otro, perm iten m antener toda la capacidad
del tiro: el gobernante tam poco tendrá otra tarea —si explicita-
m os la lógica de la imagen— que disponer, desde su posición
dom inante, suficientes «postas» políticas com o para m antener
íntegro el im pulso que brota de su autoridad.
29
—que conoce en esa época un desarrollo extraordinario en Chi
na— y proyectan su visión, a la vez realista y conquistadora, no
sólo sobre la gestión del poder, sino tam bién del cuerpo social
en su conjunto. Sin embargo, esa diferencia no es de «clase» ni
opone progresistas a conservadores. Pues, lejos de conducir, a
pesar de su espíritu m odernista, a la reivindicación de nuevos
derechos, los legistas em plearán la preocupación p o r la eficacia
positiva que los caracteriza en el exclusivo sentido de u n cesa-
rism o despótico: teóricos, por tanto, del autoritarismo y el tota
litarismo, m ás bien que «legistas» en sentido estricto (a pesar de
la traducción usual que sólo se basa en una apariencia engaño
sa), pues, en su conjunto, la teoría política china ha pensado el
poder pero no el derecho, y esa categoría especial de pensado
res ha contribuido a afianzar aún m ás esa orientación, radicali
zándola, en lugar de intentar modificarla.
Posición por excelencia, po r tanto, la del soberano. Si, lle
gado el caso, puede tratarse la posición influyente de las g ran
des fam ilias o de poderosos m inistros ,9 el pensam iento políti
co chino sólo concibió —en térm inos de che— la teoría de la
posición real: precisam ente m ediante la elim inación resuelta
de cualquier otra posición que, en cuanto tal, sólo se afirm aría
en detrim ento de la posición soberana. Príncipe y súbditos son
percibidos por los partidarios chinos del autoritarism o según
u n vínculo estrictam ente antagónico. Pues, si la soberanía sólo
Gucuizi existe p o r la posición,s 10ésta no debe co n tar con ningún senti
s.IUa.C.
m iento de am or o devoción por parte del pueblo —a diferencia
del patem alism o con que sueñan los confucianos— p ara im
ponerse a él. Considerada con todo rigor, sólo puede consistir
en un poder de recom pensa y castigo que debe constreñir a
cualquier otro individuo que no sea quien la detenta a som eter
sus am biciones particulares a la autoridad de uno solo :11 po r
este motivo, la posición política actúa com o dispositivo sufi
ciente y completo, dado que juega a la vez positiva y negativa
m ente, incitando al tiem po que reprim iendo. Así pues, que el
soberano haya de «ocupar» plenam ente su posición 11significa,
en prim er lugar, que no delega en nadie la doble palanca del
m iedo y el interés. Si, por el contrario, se deja desposeer por
otros de su che, el príncipe indefectiblem ente pasa bajo su con
trol y se deja m anipular por ellos.' De ahí nacen, a la larga,
sediciones y revueltas. No para echar abajo el trono, sino p ara
30
ursurparlo, lim itándose a o c u p ar el lugar de quien lo detenta:
peligro tanto m ayor, por lo dem ás, cuanto que, com o hem os
visto, el dispositivo funciona independientem ente de las cuali
dades m orales, individualizadoras, de quien lo tiene en su
m ano y, por ende, puede p a sar con tanta m ayor facilidad a
otras m anos.
La m onarquía así concebida revela ser el objeto de u n con
flicto perm anente, incluso si lo m ás frecuente es que sólo esté
latente, que opone el déspota a todos los demás: en p rim e r lu- Hanfazi
gar, p o r supuesto, a nobles, m inistros y consejeros; pero tam
bién a esposa, m adre, concubinas, bastardos o hijo heredero.
La teoría de la posición se duplica con una sutil psicología de la
captación: el príncipe debe desconfiar, po r encim a de todo, de
quienes van po r delante de sus deseos y suelen opinar com o él,
pues de ese m odo se ganan un capital de confianza que u n día
les perm itirá dom inarle ^12 El ascendiente del príncipe crece, Guanzí
p o r el contrario, proporcionalm ente a la distancia que sabe
m antener entre él y sus súbditos. A la m anera de las bestias
salvajes que sólo continúan causándonos im presión porque
norm alm ente se quedan agazapadas en el fondo de los bos
ques .13 El privilegio de la posición no ha de ser ni diluido ni
com partido ;14 y favoritos y familiares son peores que el insu
bordinado. Por entero exclusiva y m onopolizada, no ha de ser
lo que está enjuego en ninguna rivalidad.
La lógica es la m ism a en un m arco feudal .15 Al igual que lom
entre el soberano y los súbditos, corresponde al señor feudal,
frente a sus vasallos, debilitarles al m áximo con vistas a som e
terles con facilidad a su autoridad. No es por bondad de alm a
por lo que se distribuyen en gran núm ero los feudos, sino p ara
m ejor asentar la propia preem inencia; y deben ser reducidos
proporcionalm ente a su alejam iento para com pensar la pérdi
da de dom inio que produce la distancia. De form a general, el
poder se ejerce tanto m ejor —es decir, según su p ropia óptica,
tanto m ás cóm odam ente— cuanto m ás crece la desigualdad de
las posiciones y el desequilibrio resultante es m ayor.k Corres
ponde al señor feudal, al igual que antes al estratega, h acer que
esa relación de fuerza juegue en su beneficio, para subordinar
al prójimo. Las concepciones política y estratégica no dejan,
p o r lo demás, de cruzarse en lo que a su dom inio respectivo
concierne :16 la m ejor baza frente a los enemigos del exterior
31
Hanfeiú (com o che estratégico) es el apoyo que proporciona al príncipe
su posición de autoridad (com o che político) en el interior, fren
te a sus súbditos.
32
todo el funcionamiento estatal, la posición de soberanía es ca Hcutfeizi
33
paralelas y desinform ación con tram pa, crítica, confrontación
y cruce .0 Permite, a la vez, m andar abiertam ente y m anipular
secretam ente.
A p artir de ahí, estam os en condiciones de d a r u n sentido
positivo, m ás preciso, a la idea de soporte eficaz que la posición
de soberanía constituye en sí. Pues el arte del príncipe no es
otro que el de hacer que todo el resto de la hum anidad converja
Huaineutzi en su propia posición :p20no esforzándose directam ente él m is
s.na.C.
mo, sino induciendo al prójim o a desvivirse p o r él. Del m ism o
m odo que es poco lo que percibe valiéndose sólo de sus senti
dos, el príncipe, si recurre a sus propias capacidades, se agotará
pronto y no será capaz de gobernarlo todo. Por tanto, la grada
ción corresponde, en prim er térm ino, a u n a lógica económica:
Hanfeizi «un príncipe de nivel inferior utiliza a fondo sus propias capaci
dades, un príncipe de nivel medio utiliza a fondo la fuerza del
prójim o, un principe de nivel superior utiliza a fondo la inteli
gencia del prójim o ».21 El resto de los hom bres perm ite al sobe
rano elevarse, al igual que, anteriorm ente, las nubes perm itían
al dragón levantar el vuelo. O también: el príncipe es llevado
p o r la m asa com o el barco lo es por el agua. Viene a ser u n leño
que, situado en la cum bre de la m ontaña, dom ina en esa m edi
d a los valles del entorno :22poco im porta el tam año del leño; lo
que cuenta es la altitud del macizo sobre el que se encaram a.
A título de pregunta teórica sobre el arte de g o b e rn a r ¿se
equivocaría un príncipe al abandonar su capital, si así se le
antojase, para retirarse a la orilla del m ar? No, responde el teó
rico chino del totalitarism o, pues ese príncipe bien podría per
m anecer concienzudam ente en su palacio, en el centro de sus
Estados, sin no obstante ocupar su posición .'’23Al igual que, a la
inversa, tam bién puede, perm aneciendo en u n lugar alejado,
m an ten er absolutam ente en su m ano el dispositivo del poder y
dirigirlo todo. Lo que equivale a reconocer que la posición no
ha de ocuparse m ediante esfuerzo personal, sino técnicamente.
N o pertenece al orden de la presencia física, local y reducida,
sino al del m anejo de las órdenes. Gracias a ello puede preten
d er ejercer el poder a fondo y en su totalidad.
34
puro producto de la invención de los hombres, que no em ana
de ningún designio trascendente sino que es técnicam ente pre
parado por ellos; po r otra, ese dispositivo del poder funciona
aislada y autom áticam ente, con independencia de las cualida
des de quien dispone de él, con la exclusiva condición de que
pueda funcionar a pleno rendim iento, sin interferencias. A la
vez artificial y funcionando naturalmente: la conjunción de am
bos aspectos es lo que establece su capacidad para serv ir—pre
cisam ente— de dispositivo.
La propia naturalidad es doble. En relación a los súbditos,
los dos m andos que el príncipe tiene en su m ano, a m anera de
«palancas» o «manípulos», y que constituyen su posición de iimrfáú
soberanía,r hacen que en ellos actúen de form a instintiva y pri
m aria, en el m odo elem ental de la bipolaridad, los dos senti
m ientos que les son innatos: el castigo suscita, espontáneam en
te, la repulsión, de igual m odo que la recom pensa suscita la
inclinación .24Y, en relación al que m anda, el príncipe no ha de
hacer otra cosa que ocupar ese puesto de m ando y dejarle ac
túan así pues, no tiene que m ostrar un celo excesivo; ni siquiera
esforzarse. Pues, al igual que, en la estación que les correspon
de, los frutos m ad u ran de form a natural, sin que haya que reali
zar un esfuerzo, tam bién, en la posición que le corresponde, el
renom bre del «mérito» le sobreviene por sí m ism o al príncipe
«sin que tenga necesidad de abrirse camino»:s2S igual que el
agua tiende indefinidam ente a fluir o el barco a flotar, tam bién
de la posición de soberanía brota una propensión natural —y,
por ende, en sí m ism a «inagotable»— a que las órdenes em iti
das sean incansablem ente ejecutadas. O cupando su posición,
el príncipe gobierna a los hom bres como si él m ism o fuese el
«Cielo» (la Naturaleza); hace que funcionen com o si él m ism o
perteneciese al reino invisible de los «espíritus ».'26Lo que signi
fica que, con sólo dejar actu ar al dispositivo de poder constitui
do por su posición, no puede (al igual que el curso del cielo)
desviarse de la regularidad de su conducta ni, en consecuencia,
dar motivo a la crítica;27y que, apareciéndose en el m undo hu
m ano de un m odo invisible (a im agen de los espíritus), nunca
tendrá que «fatigarse», pues sus súbditos no se sienten determ i
nados por una causalidad exterior, sino bajo el efecto de su
pura espontaneidad .28Se les hace obrar com o si actuasen po r sí
mismos; se prestan a la m anipulación com o si ahí estuviese la
35
expresión de su propia interioridad. Por lo tanto, con tal que «la
posición funcione», por rigurosa que sea la im posición, no po
dría encontrar obstáculo .1*29
Como lo han sutilmente analizado los teóricos chinos de la
Antigüedad, toda la fuerza del autoritarism o totalitario reside en
esta constatación, que nada tiene de paradoja: basta con llevarla
opresión a su punto extremo para que ya no sea percibida como
tal, sino com o su contrario, pareciendo ser algo de suyo eviden
te, que form a parte de la naturaleza de las cosas y que ya no üene
que justificarse. No sólo porque la presión ejercida crea, a la
larga, u n habitus que se constituye en segunda naturaleza en los
individuos que la sufren, sino también, y m ás fundam entalm en
te, porque la ley de los hombres, haciéndose inhum ana, asum e al
m ism o tiem po las características de una ley natural: insensible
y, p o r tanto, implacable como ella, a la vez que om nipresente,
ejerciendo su coacción sobre todos y en cualquier m om ento. En
el pensam iento de los «legistas» chinos, la ley que instituyen se
inscribe en la pura prolongación del curso del M undo (el Tao) y
se encuentra en perfecto acuerdo con la razón de las cosas: no
hace m ás que traducir en física social el orden inherente a la
naturaleza. Por ello, la posición del soberano es, en lo esencial,
concebida por ellos como un poder riguroso de vida y m uerte, a
ejercer constantem ente frente a todos los súbditos, y se requiere
del príncipe, por encim a de todo, que sea el único en detentarlo:
le corresponde hacer vivir o m orir con la inexorabilidad del des
tino. Dado que el príncipe reproduce exactamente, a partir de su
posición, las condiciones de posibilidad del funcionam iento na
tural, el cuerpo social se vuelve perfectamente permeable, de un
extrem o a otro, a las imposiciones que em anan de su autoridad,
y éstas no corren el riesgo, por ello, de torcerse o deteriorarse:
po r ejercerse de m odo uniforme y general —en u n estadio abso
luto— , su posición le permite al príncipe encam ar, en el orden
particular de lo político, el gran proceso que gobierna la reali
dad. Esa autoridad constituye, a nivel hum ano, el punto preciso
y único por el que aquél se afianza en el dinam ism o original
(volviendo a encontrarse aquí, con seguridad, la influencia del
«taoísmo» filosófico ).30Por ello, ocupando su posición, el prínci
pe está en condiciones de captar la eficacia en que consiste la
propia totalidad de las cosas; y los resortes de la m anipulación
funcionan po r sí mismos, sin necesidad de cálculo.
36
Con lo que se comprende, tanto mejor, el conflicto que opo
ne los teóricos chinos del despotism o al m oralism o confuciano.
Para ellos, la extrem a facilidad con la que se ejerce el poder a Haiifeizi
37
re al príncipe, a p artir del m om ento en que se adentra en el
cam ino de la «hum anidad» y la «compasión», ya sólo funciona
de form a puram ente hum ana y, en consecuencia, se encuentra
com pitiendo con todos los que quisieran rivalizar con él en ese
terreno: se ha escurrido de su posición.
Cualquier tentación m oralizadora es, por tanto, perjudicial
—y quienes predican la m oral son depravados—, pues llevaría
a introducir el azar en lo que, de no ser así, funcionaría a la
perfección por sí mismo. La única instrucción de uso en rela
ción al dispositivo constituido por la posición soberana* consis
te en respetar su automaticidad.34 Precisam ente po r ello, quien
dispone de ella, lejos de destacarse ante los dem ás p o r sus favo
res, com o hace el rey confuciano, se oculta a través de la m áqui
na, se confunde con sus engranajes. Él, que lo ve todo, nada
deja ver de sí mismo. M ientras que los dem ás están som etidos a
la transparencia, él se protege por su opacidad .35 T an bien que,
siendo todopoderoso, pasa desapercibido (resulta tanto m enos
perceptible cuanto m ás realmente se ejerce su posición). A la
m an era del Tao, térm ino último del gran Proceso de las cosas,
del que sólo se sabe que «existe».
38
E n la actualidad se ha vuelto habitual com parar a los p arti
darios chinos del autoritarism o con el pensam iento de u n Ma-
quiavelo. En uno y otro caso, en efecto, la reflexión política se
presenta de acuerdo con la mism a perspectiva de consejos diri
gidos al príncipe con vistas a alcanzar el único objetivo que
cuenta, el de reforzar su poder. «La clave —leem os igualm ente
en El Príncipe— está en m antenerse en la propia au to rid ad .»36
En uno y otro caso, sobre todo, el pensam iento político se ha
liberado de la m oral y las justificaciones finalistas y ya sólo
concibe el poder según lo que M aquiavelo denom ina la «verdad
efectiva»: proviene únicam ente de instituciones puram ente h u
m anas, se interpreta com o un puro enfrentam iento de intere
ses y se traduce, exclusivamente, en la realidad de las relaciones
de fuerza. Tam bién Maquiavelo, po r su parte —lo que resulta
novedoso en el pensam iento político de Occidente—, se abstie
ne de distinguir entre form as legítim as e ilegítimas del poder y,
en su noción de principe, m onarca o tirano resultan cuidado
sam ente confundidos. Pero la sim ilitud se detiene ahí: precisa
m ente porque Maquiavelo en m odo alguno, piensa en reducir
el príncipe a su posición. Lejos de querer despersonalizarlo,
c o m o hom bre del R e n a c im ie n to a p e la in te n s a m e n te , m uy al
contrario, a las capacidades individuales del soberano, sin per
juicio de que éstas ya no se conciban en térm inos de cualidades
m orales, com o en todos los Espejos de los príncipes de su época,
sino com o eficacia de la virtú. Para él, la política es un arte en
lucha con la fortuna y no el funcionam iento regular de u n dis
positivo, valorado por su autom aticidad. H a calado, con una
39
sutil inteligencia, los principios secretos del autoritarism o,
pero a ú n no tiene idea alguna de lo que podría ser un funciona
m iento político totalitario.
El ideal de un reino absoluto de la vigilancia em pezaría m ás
bien a encontrarse, por parte de la reflexión occidental, en lo
que Michel Foucault nos describió com o el control soñado de la
ciudad puesta en cuarentena p o r estar azotada por la peste:37
cuando todo el espacio es m inuciosam ente cuadriculado así
com o los individuos constantem ente controlados de tal m ane
ra que —penetrando el más riguroso reglam ento incluso en los
m ás sutiles detalles de la existencia— se ve asegurado «el fun
cionam iento capilar del poder». Del m ism o m odo, el dispositi
vo perfecto que constituye por sí m ism o el privilegio de la posi
ción quizá no encontraría, entre nosotros, figuración adecuada
antes del célebre Panopticon de B entham que a continuación se
nos presenta:38 en la periferia, un edificio en anillo dividido en
celdas individuales, cada una de las cuales atraviesa todo el
espesor del edificio y está abierta po r una ventana a cada lado,
de m odo que la luz barre las piezas en toda su extensión; en el
centro, una torre tam bién abierta por ventanas que dan a la
parte interior del anillo; en las celdas, los que han de vigilarse
son m antenidos en un estado consciente y perm anente de visi
bilidad; en la torre, el que los vigila los ve continuam ente, pero
no es visto p o r ellos, hasta el punto de que el efecto de vigilancia
prosigue incluso si el guardián llega a ausentarse. Tanto en un
sistem a com o en el otro, en efecto, la disim etría funcional es la
m ism a, entre la transparencia im puesta a unos y la opacidad en
que se oculta el otro (sea príncipe o guardián): tam bién en la
teoría china puede el soberano ocupar a la perfección su «posi
ción» a u n abandonando su palacio.
«Dispositivo im portante —com enta Foucault— porque a u
tom atiza y desindividualiza el poder»: no podría darse una defi
nición m ejor del che político. Pues ese «dispositivo funcional
que debe m ejorar el ejercicio del poder haciéndolo m ás rápido,
ligero y eficaz» tiene su principio «menos en una persona que
[...] en u n equipo cuyos m ecanism os internos producen la rela
ción en la que los individuos están atrapados». Quien está so
m etido al cam po de visibilidad del Panopticon —lo m ism o que
al instaurado por la posición del soberano— y, adem ás, lo sabe,
asum e la responsabilidad de las imposiciones del poder y «las
40
hace actuar espontáneam ente sobre sí mismo» de m anera que
«el poder externo puede aligerarse de sus lastres físicos»; y
cuanto m ás «tiende a lo incorporal», «más constantes, profun
dos, logrados de una vez p o r todas e incesantem ente prorroga
dos son sus efectos».
«Un gran y nuevo instrum ento de gobierno», se felicita
B entham , el inventor del esquem a panóptico, puesto que es
una m anera de obtener poder «a una escala hasta hoy sin pre
cedente». En lo que a Michel Foucault respecta, ve en esa in
vención el símbolo de una transform ación histórica esencial a
la época m oderna, pues desem boca en el advenim iento de la
sociedad disciplinar. Ahora bien, en China, sem ejante inven
ción se encontraba ya m uy rigurosam ente puesta a punto des
de el final de la Antigüedad po r los teóricos del che) y no a la
escala, tím ida y m odesta inicialmente, de una prisión, sino a
la escala —soberana— de toda la hum anidad.
41
C o n c lu s ió n i
UNA LÒGICA DE LA MANIPULACIÓN
43
en la m edida de lo posible, con vistas a utilizarlas en el propio
beneficio; del mism o modo, la política no podría ten er otra in
tención, para los teóricos chinos del despotismo, que «som eter
al otro a uno mismo», y cualquier súbdito —nos recuerdan in
sistentem ente— siem pre debe ser percibido com o u n enem igo
en potencia: sea el otro enemigo o súbdito, todo está dispuesto
p ara paralizar sus planes y voluntad propios, y hacerle colabo
ra r plenam ente, a pesar de sí mismo, con la orientación que se
le im pone. Tam bién com unidad de procedimiento: po r am bas
partes, nunca hay que hacer otra cosa que explotar al m áxim o
en favor de uno m ism o la relación de fuerza inscrita en la situa
ción. Hay que excluir cuanto pudiese aten u ar o cu b rir la desnu
dez de la coacción; del m ism o m odo que hay que fortalecer
cuanto pueda ayudar al efecto de coerción, a espaldas del otro y
contra él: astucia, tram pa o disimulo. A ello se debe que, tanto
si se tra ta del com portam iento en la guerra com o de la gestión
del poder, el uso del dispositivo sea, en el fondo, el mismo: por
un lado, no se quiere destruir al enemigo, sino sólo su capaci
dad de resistencia; por el otro, se está dispuesto a exterm inar a
cualquier súbdito, tan pronto com o se vuelva un estorbo.
Además, tanto en la guerra como en política, el dispositivo
en ju eg o presenta las m ism as características de funcionam ien
to. E n prim er lugar, la perfecta autom aticidad de los procesos
desencadenados: si sabe dejar que actúe el dispositivo que está
en su m ano, el estratega está seguro de triunfar sobre el enem i
go incluso antes de entablar combate, del m ism o m odo que el
príncipe está seguro de im poner obediencia a sus súbditos, sin
siquiera tener que forzarles. El resultado deriva de sí m ism o
— sponte suci— com o puro efecto. A título de consecuencia: se
m ejante dispositivo, dado que funciona «naturalm ente», no
puede agotarse: su propensión lo lleva, po r sí m ism a, a renovar
se incesantem ente, en el cam po de batalla, y, paralelam ente,
está en la lógica del dispositivo del poder em itir órdenes infini
tam ente y sin desgastarse.
Otro punto de similitud: la desaparición del m anipulador.
Un buen general pasa doblem ente desapercibido: desde el sim
ple punto de vista táctico, porque no perm ite ver sus propias
disposiciones (al tiem po que fuerza al enemigo a dejar ver las
suyas); tam bién desde un punto de vista estratégico, pues n u n
ca hace ostentación de clarividencia o valor —que, sin em bar
44
go, no dejarían de valerle la adm iración general—, sino que
actúa de form a que la victoria pueda resultar ineluctablem ente
de la situación. Pero lo m ism o ocurre con el príncipe ilustrado:
en su relación inm ediata con los demás, procura no dejar que
trasluzca nada de su foro interno (m ientras que im pone a sus
súbditos una com pleta visibilidad); y, en su utilización del po
der, evita m anifestar clem encia y generosidad —que, sin em
bargo, lo darían a conocer honorablem ente al pueblo, a título
de «virtudes»—, pero procura, escrupulosam ente, no p ertu rb ar
lo m ás m ínim o la autorregulación del cuerpo social, preserva
da gracias a la im parcialidad de las retribuciones. El m ism o
análisis, por tanto, p o r am bas partes: en el plano práctico, de
jarse ver es volverse vulnerable ante el otro y perm itirle que nos
domine; en el plano teórico, el verdadero m anipulador se con
funde con el funcionam iento del dispositivo, se disuelve en él.
Tam bién a título de consecuencia: el com portam iento m oral ya
no es m ás que el producto de la manipulación. E n m odo alguno
es el soldado valiente y el súbdito adicto gracias a las herm osas
virtudes que se desea e n ellos, sino sencillamente porque se ven
forzados a serlo. La eficacia procede de una determ inación ob
jetiva —con m ayor precisión: disposicional— y sólo de ella re
sulta —de m odo discreto y tanto menos falible— el éxito.
45
sí m ism a gracias a la influencia m oral que em ana del buen
soberano. No debe ser considerada técnicam ente, en sí misma,
M encius sino sólo como una consecuencia de la política, que, por su
s.IV a.C .
parte, no ha de abordarse sino como la consecuencia de la m o
ral. Que un soberano desarrolle realm ente, en su conciencia, la
prim icias de la virtud que son innatas en aquélla, e «infalible
m ente» tanto los pueblos más lejanos com o los m ás hostiles le
abrirán voluntariam ente sus puertas y vendrán a su encuentro,
seducidos po r su bondad, para disfrutar de la beneficencia de
su reino.1
E n el dom inio social y político, po r otra parte, se predica
una total indiferencia respecto al poder asociado a la posición,
en nom bre de la superioridad de los valores m orales (pero no,
sin duda, en virtud de una crítica de la jerarquía social, que los
confucianos, al contrario, respetan m ás que nadie). «Los Sa
bios Reyes de la Antigüedad —nos dice M encius— am aban el
Bien y no tem an en cuenta el poder asociado a su posición
(che).A¿Cómo podrían los sabios letrados constituir una excep
ción y no com portarse de la m ism a m anera? E staban prenda
dos de la Vía que les era propia y en absoluto tem an en cuenta el
poder asociado a la posición del prójim o.»2 Y M encius prosi
gue: «Si no m anifestaban el m ayor respeto hacia ellos y no
cum plían íntegram ente los ritos a ellos debidos, los reyes y los
duques no lograban visitarlos con frecuencia. Asimismo, dado
que correspondía a los príncipes visitar a los letrados y, ade
m ás, frecuentem ente no lo lograban, ¿cómo, entonces, habrían
podido los príncipes sometérselos?» Párrafo em inentem ente
revelador: en prim er térm ino, por la proyección llevada a cabo,
desde el comienzo, a un pasado idealizado (en total contraste
con el apego realista al presente que caracteriza a los «legis
tas»); sobre todo, por la retórica aplicada p ara satisfacer las
necesidades de la denegación (m ediante el rechazo de un som e
tim iento de los letrados al poder —frente al cual siguen siendo
im potentes—): el pasaje comienza, m odestam ente, introdu
ciendo al letrado a la som bra del príncipe, para term inar, m a
rrulleram ente, en la completa inversión de los papeles. Sobre la
m archa, en efecto, se esboza una gradación inversa: el rey
«ama» sencillam ente el Bien; los letrados, p o r su parte, «se
com placen» en la Vía que les es propia. Finalm ente, en lugar de
ser los letrados quienes —como resulta evidente— van junto al
46
príncipe y lo cortejan, son los príncipes de la tierra quienes
esperan poder ser dignos de ir a cortejar a los letrados...
Vemos cóm o esa inversión se produce, de m odo caracterís
tico, incluso en el térm ino che, en cuanto se lo apropian los
m oralistas. M ientras que habitualm ente denota la consecuen
cia naturalm ente resultante de la disposición, ahora es usado
en un sentido ostensiblem ente contrario. Y, lo que es peor, en
relación con el motivo del agua cuyo flujo espontáneo siempre
es utilizado, por el contrario, com o im agen de la propensión.
Es propio de la naturaleza hum ana tender al bien —nos dice Mencius
M encius— del m ism o m odo que es propio de la naturaleza del
agua fluir hacia abajo. Pero, si se agita la superficie del agua,
ésta puede saltar por encim a de la frente; si se le corta el paso y
se le obliga a invertir su curso, puede ser retenida en la cima de
la m ontaña. En ese caso, no se trata del resultado de su «natu
raleza» propia, sino del che,b3 que, por lo tanto, ha de entender
se aquí, po r contraste, com o presión violenta artificialmente
ejercida sobre ella. Acepción totalm ente contraria al uso habi
tual, pero que no por ello resulta m enos perfectam ente lógica,
u na vez invertido el punto de vista: lo concebido y explotado,
desde el punto de vista de una teoría del despotismo, como
efecto naturalm ente resultante de la posición se percibe, desde
el punto de vista del letrado que la sufre, como coacción arbi
trariam ente ejercida sobre él. Propensión interna (resultante
del dispositivo del poder) o fuerza exterior coercitiva (opuesta a
la inclinación de nuestra naturaleza): la ambivalencia del tér
m ino rem ite al antagonism o de las perspectivas, siendo la para
doja sem ántica el reflejo de la contradicción social.
47
necesaria. Pero ésta sigue siendo decididam ente inferior, desde
el propio punto de vista de su eficacia, a la de los antiguos sobe
ranos, cuyas expediciones punitivas contra príncipes malvados
se transform aban en un simple paseo: hasta tal punto podían
contar con el apoyo unánim e de su pueblo y hasta tal punto los
pueblos enemigos, seducidos por su bondad, acudían po r pro
pia iniciativa a som etérseles.4
Lo m ism o ocurre en el m arco político, donde se concede un
Xunzi m ínim o espacio a la posición de autoridad, com o sim ple punto
de partida: útil, en ese sentido, a los prim eros soberanos para
forzar al bien a sus pueblos aún dem asiado poco civilizados y,
por ende, reacios a la influencia moral;5 a los fundadores de
im perio, que, a p artir de la base que les proporcionaba su feu
do, por m odesto que fuese, pudieron acom eter sus nobles em
presas;6 finalm ente, a la sociedad en su conjunto, com o condi
ción básica del funcionam iento jerárquico que es el único que
le asegura cohesión y tranquilidad.07Pero la verdadera alterna
tiva que decide la suerte final de los Estados es puram ente m o
ral. Como lo atestigua el caso de todos los soberanos destitui
dos, p o r poderosa que fuese su posición, ésta no podría im pedir
al príncipe que disgusta a su pueblo, a causa de su inm oralidad,
acelerar su pérdida y desem bocar en una situación aún m enos
deseable que la del últim o de sus súbditos.8 El poder no es un
fin en sí, y el Tao de la sabiduría es decididam ente superior al
che.9 M ientras que el ascendiente m oral que descansa sobre el
reconocim iento y la buena voluntad de los súbditos asegura
al príncipe «paz y autoridad», el poder obtenido po r la fuerza,
m ediante intim idación y vigilancia (de acuerdo con los m éto
dos preconizados por los teóricos del despotism o), sólo procura
«debilidad y peligro».10La sumisión de los súbditos a su prínci
pe, que constituye, tam bién para los m oralistas, la condición
del buen orden político, sólo puede ser real si es espontánea: de
lo cual hay que concluir que la posición de autoridad no podría
ser su causa y únicam ente se m antiene, po r el contrario, en
función de aquélla, a título de consecuencia y efecto.dl 1
Pero, si bien llegan a oponerse cada vez m ás explícitam en
te, en térm inos de che, estrategistas y teóricos del despotism o,
p or un lado, y m oralistas, por el otro, sin em bargo coinciden
en la lógica en que se basa su argum entación rival. Pues todos
están de acuerdo en reconocer la superioridad de la tendencia
48
que actúa sponte sua, p o r propensión, com o m odo de determ i
nación de lo real. En el fondo, la divergencia se lim ita a la
naturaleza de la tendencia privilegiada (y que incluso llega a
volverse exclusiva): o bien la propensión resultante de la rela
ción de fuerza que funciona com o dispositivo, o bien la que
em ana de la ejem plaridad que actúa com o condicionam iento
m oral. A la «ineluctabilidad» objetiva reivindicada por los es-
trategistas y los teóricos del despotism o responde el «no poder
negarse» de la estim ulación subjetiva bajo el influjo de la sabi
duría:6 la m oralidad suscita, por sí m ism a, la m oralidad, no
tan to p o r rivalidad en la em ulación com o por atracción espon
tán ea —trans-individual— y hom ogeneidad de la reacción.
Cada u n a de am bas opciones invoca, po r tanto, el m ism o m é
rito, el de o b rar con u n a total soltura, sin encontrar la m en o r
resistencia, incluso a espaldas de aquellos a los que afecta:
nazca del carácter tendencial de la situación o de la capacidad
incitadora de la virtud, la eficacia inm anente al proceso resuel
ve, p o r sí m ism a y de form a lógica —con tal que pueda a c tu a r
a pleno rendim iento y, por tanto, volverse absolutam ente
aprem iante—, cualquier tensión y cualquier antagonism o.
T am bién para los m oralistas, la guerra que propugnan lleva
ineluctablem ente al triunfo, previam ente a cualquier enfren
tam iento, hasta el punto de prescindir po r com pleto de él:
m ientras que, según ellos, si se recurre a la habilidad táctica y xunz¡
a la astucia, las propias arm as coinciden con las del adversa
rio, pudiendo éste hacer otro tanto, y el desenlace del com bate
ya no es seguro.12Además, u n buen soberano ni siquiera a b ri
ga la intención de atacar a quienes podrían resistírsele, pues, si
pueden resistírsele, poseen cierta cohesión m oral, de la que
sólo puede congratularse. Igualm ente, si el reinado p o r m edio
de la virtud es, con m ucho, preferible, tam bién es cierto, según
los m oralistas, que tan sólo la ejem plaridad m oral puede evitar
al príncipe todos los esfuerzos e inquietudes a los que están
condenados los déspotas: suscitando una adhesión realm ente
u n án im e y perm itiendo recu p erar la espontaneidad de los
com portam ientos positivos, sean innatos o adquiridos. E n de
finitiva, el propio rito, en la base de toda la civilización china, y
en particu lar del m oralism o confuciano, ha de considerarse
com o un puro dispositivo.
49
IV. Es conocido el curso ulterior de la Historia: el príncipe
que logró vencer, uno a uno, a todos sus rivales e im poner su
dom inio sobre el conjunto de China, poniendo de ese modo, fin
a las luchas por la hegemonía que se prolongaban desde hacía
siglos, ha obtenido ese resultado m ediante una estricta aplica
ción de las teorías autoritaristas y totalitarias que se habían
afirm ado frente a la tradición m oralista. Al m ism o tiempo, ese
•nuevo im perio necesitaba, para asegurar el funcionam iento es
tatal y centralizado del que procedía su fuerza, el sostén de una
burocracia cada vez m ás desarrollada, únicam ente reclutable
en los medios letrados herederos de la tradición confuciana. De
ahí el com prom iso ideológico que m uy pronto se esboza, entre
las dos opciones rivales, y que servirá de base para toda la tradi
ción posterior.
E n el plano bélico, en prim er lugar, se m antiene el principio
H uainanzi de u n a jerarquía entre guerra justa —punitiva, que trae consigo
s.n a .C .
una sum isión espontánea— y guerra interesada —de conquis
ta, que requiere enfrentam iento arm ado—, así com o el de la
unanim idad m oral anhelada entre príncipe y súbditos:13 p ara
lelam ente, y desde el m om ento en que se renuncia, por poco
que sea, al m arco de la guerra ideal, se reintroducen y desarro
llan tanto la reflexión táctica com o la im portancia decisiva con
cedida al potencial surgido de la disposición.14E n política, a la
inversa, es la opción autoritaria y despótica la que proporciona
el m arco, y la teoría de la posición sirve de clave de bóveda para
el sistem a imperial: el soberano debe im ponerse por su che a
todos los demás, a la vez para excluir cualquier rivalidad y para
lograr que todos los dem ás se vean constreñidos a desvivirse
po r él. Su posición lo erige en soporte del m undo y en fuente de
cualquier regulación.15 Pero, al m ism o tiem po que la coacción
ejercida por la desigualdad de la relación de fuerza se m antie
ne, la relación que une al soberano y los m inistros ya no se
percibe de m anera antagónica, sino que apela a la cooperación
y se «humaniza». Resulta reveladora la m odiñcación que se
introduce en la metáfora, que se volvió habitual, del carro del
Estado: en lugar de que, como precedentem ente, el Estado sea
el carro y la posición el tiro, ahora es la posición la que constitu
ye el carro y los ministros el tiro.16 El buen cochero es el que
sabe ten sar las riendas o aflojarlas perm aneciendo a la escucha
de la reacción de los caballos a su presión. Se reintroduce así el
50
ideal confuciano de la reciprocidad de las funciones y la arm o
nía. Al igual que el papel del m odelo y su m isión educativa: a la
vez que se sigue afirm ando, según el catecism o legista, que la
m oralidad, sin el sostén de la posición, carece de efectividad, se
atribuye al privilegio de la posición perm itir al soberano im po
nerse com o norm a y transform ar bajo su influencia las costum
bres de su pueblo;17lo cual equivale a restablecer, subrepticia
mente, el ideal de los m oralistas.
Se considera, finalm ente, que u n tipo de eficacia se une al
otro o se com bina con él. Sin duda, ese com prom iso tam bién
puede entenderse com o u n disfraz: la sum isión exigida es
transform ada en adhesión voluntaria y la tiranía disim ulada
bajo las nobles apariencias del consenso. Pero tam bién trae
consigo la confirm ación de la extraña afinidad que ya nos han
hecho suponer las orientaciones rivales: proceda la eficacia de
la influencia transform adora de la m oralidad o de la relación de
fuerza establecida por la posición, la realidad social y política
siem pre es concebida de acuerdo con el m odelo de u n dispositi
vo a m anipular. Pues el ideal único del «orden», unánim em ente
com partido, im pone la visión de un m undo hum ano cuya fina
lidad es puram ente funcional; y el m érito de u n a regulación
espontánea es invocado p o r todos com o el argum ento últim o
—p ara defender políticas opuestas— sin nunca suscitar, por
parte de unos u otros, la m enor sospecha. Los «procesos» socia
les y políticos, celebrados por su previsibilidad, no deben en
frentarse con ningún obstáculo, ni siquiera con una fricción: ni
la reivindicación de derechos, ni el reconocim iento de u n a a u
tonom ía de la conciencia, ni la «libertad».
Pues, ya se trate del condicionam iento ejercido p o r la ejem-
plaridad o del dispositivo que em ana de la relación de fuerza, la
eficacia actúa siem pre de m anera indirecta, a través de la situa
ción, y sustituye al enfrentam iento, el de las arm as o el de los
discursos. La lógica de la m anipulación no sólo supone una
visión ideológica p articular de nuestra relación con el otro, de
acuerdo con un postulado implícito que invierte el que, p ara
nosotros, ha resum ido el kantism o: disponer soberanam ente
de la conciencia del prójim o en lugar de tra ta r al otro com o
un «fin». Tam bién implica u n a renuncia al esfuerzo de p ersua
sión y descansa en una profunda desconfianza respecto al po
der de la palabra: desconfianza que, precisam ente, caracteriza
51
el m undo chino antiguo, en oposición al m undo griego. Sin
duda, la retórica tam bién puede concebirse com o u n arte de la
m anipulación.18 Pero, cuando m enos, uno se vuelve hacia el
otro, se dirige a él e intenta convencerlo. T am bién se le da la
oportunidad de responder, defenderse y argum entar en sentido
contrario. Un debate contradictorio no siem pre logra poner en
evidencia la verdad, pero da pie, al m enos, a reaccionar cons
cientem ente: el conflicto es una oportunidad, puesto que per
mite, al m enos, la rebelión. Y, com o constatam os por contraste
con la civilización china, la dem ocracia nació de ese cara a cara,
el del agón y el agorá, simétrico al del cam po de batalla.
52
Bastará una sola anécdota. Una de las grandes novelas de la
tradición china, Al borde del agua, nos relata cóm o uno de sus
héroes, Bella-Barba, ha sido desterrado a una fortaleza lejana
por haber ayudado a huir a un compañero de arm as injusta
m ente condenado.19 Allí, su grandeza de alm a le ha valido la Al borde
del agua
confianza del prefecto del lugar, y ahí lo tenemos, encargado de s.XIV
escoltar al hijo de éste, por las calles de la ciudad, u n día festivo.
Inesperadam ente, aparece el que le debe la vida, en com pañía de
otros camaradas: se lo llevan durante un m om ento a un lugar
apartado para invitarlo a unirse a ellos e ingresar en su banda de
fueras de la ley desfacedores de entuertos. N uestro hom bre se
niega, por fidelidad al poder, pero, cuando quiere volver junto al
niño a su cargo, éste ha desaparecido; y, cuando los que vinieron
a buscarlo, sacándolo fuera de la ciudad, lo llevan hasta el niño,
lo encuentra m uerto, adrede m atado por ellos. Entonces, se lan
za, furioso, en su persecución, y ellos lo arrastran cada vez m ás
lejos, hasta que la estratagem a de la que ha sido víctim a le sea,
por fin, crudam ente desvelada: todo ha sido dispuesto a propósi
to, incluido el asesinato del niño, para forzarle a renunciar a su
ideal de fidelidad, impidiéndole cualquier posibilidad de regre
so, y hacerle caer en el terreno de ellos.
«Todas las pinceladas —com enta entre líneas el crítico, sen
sible a la calidad literaria del relato— crean u n che de caracte Jin
Shengtan
res terribles que atrap a sil hom bre entre sus garras»;f2° que nos s.XVU
hace palpitar. Todo ha ocurrido, en efecto, sin que nuestro hé
roe haya podido intervenir, decidir o resistir. Y cuando, final
mente, los otros le piden perdón cayendo a sus pies, Bella-Bar
ba no por ello se ve m enos obligado a adherirse al partido que,
desde un principio, habían decidido, disponiendo soberana
m ente de él. No está convencido, en su conciencia, sino forzado
por la situación. Además, ninguno de esos valientes m anifiesta
rem ordim ientos (por haber engañado al am igo que tam bién es
un bienhechor) o indignación (ante el asesinato de un inocente
que fue el precio de la artim aña). La m anipulación es u n arte y
esos héroes se engrandecen con él.
Vemos que el m odelo del dispositivo no sólo m arcó, en Chi
na, la gestión de las relaciones hum anas. Tam bién corresponde
a un efecto artístico y se encuentra im plicado en las concepcio
nes estéticas de los chinos. En caligrafía, p intura y poesía, tam
bién es la eficacia disposicional lo que im porta, y resulta igual
53
m ente necesario captarla en aquel plano para com prender has
ta qué punto ha podido imponerse, en China, ese m odo de dar
cuenta de la realidad. Sin duda, en absoluto para buscar una
posible justificación, en el ám bito del «arte» (como si realm ente
pudiese haber com pensación a ese respecto), para lo que con
dem asiada frecuencia percibimos, en China, en tanto que occi
dentales —y con razón, según nosotros—, com o u n factor ina
ceptable de opresión política. Sino porque la coherencia cultu
ral sólo puede captarse globalmente, persiguiéndola a través de
diversos campos: de la estrategia m anipuladora al proceso
creador m ás desinteresado.
54
3
EL IMPULSO DE LA FORMA, EL EFECTO
DELGÉNERO
* Véase, a este respecto, nuestro estudio La Valeur allusive. Des catégories origi
nales de linterprétation poétique da m la tradition chinoise [El valor alusivo. De las
categorías originales de la interpretación poética en la tradición china], capítulo I.
57
la expresión del dinam ism o universal y ha de explotarse según
su m áxim a eficacia: es la tensión que anim a a los diversos ele
m entos del ideogram a caligrafiado, el im pulso y el m ovim iento
de las form as en pintura, o el efecto engendrado po r la produc
ción del texto en literatura. Así pues, el antiguo m odelo estraté
gico actúa com o base de la reflexión estética; tam bién el arte ha
de concebirse en térm inos de che, como dispositivo.
58
El «cuerpo» del carácter se percibe en evolución: «che a rm o W ei H eng
s .m
nioso, cuerpo equilibrado».5 Al m ism o tiem po, el che de la es
critura se distingue del cuerpo de los caracteres, considerados,
en plural, com o form as de escritura particulares: «un m ism o
che, sea cual sea el cuerpo [form a] de escritura utilizado».d6
F actor determ inante del arte caligráfico, el che proporciona,
por tanto, un carácter unitario al trazado, precisam ente a tra
vés de sus variaciones.
Pero sería u n error creer que la reflexión estética de los chi
nos se ha desarrollado m ediante discrim inación term inológica,
recurriendo a conceptualizaciones precisas y definiciones
(como la tradición griega, en particular aristotélica). Los térm i
nos empleados trabajan, m ás bien, m ediante redes de afinida
des, sobreentendiéndose constantem ente unos a otros, p o r alu
sión, y reaccionando entre sí m ás en virtud del contraste que en
nom bre de cam pos delimitados: en lugar de proceder de distin
ciones previas y m etódicas —y, p o r tanto, abstractas (al tiem po
que cómodas)— , su valor sem ántico resulta, en am plia m edida,
de la explotación particular a la que se entregan, a p artir de su
riqueza evocadora infinita, los juegos del paralelism o y la co
rrelación, tendiendo de ese m odo a representar el fenóm eno
estético más bien de form a polar que a través de nociones.7 El YangXin
ss.m -iv
che caligráfico, tanto puede em parentarse con el «esqueleto»
interno del ideograma, al que confiere su consistencia estructu
ral (y, en ese sentido, es opuesto a la gracia seductora del ara
besco),8 como ser opuesto a esa estructura ósea y com pacta,
esencial al carácter de escritura, y asimilado, en ese sentido,
exclusivamente a la form a separada del trazado.9 T érm ino in
term ediario —transitorio— tan pronto concebido en relación
con la energía invisible, sim ultáneam ente subjetiva y cósmica,
que se emplea en la actividad caligráfica y actúa a través de ella,
com o en relación con la figuración de los ideogram as —en su
fase definitiva de trazado individual— y tendiendo a confundir
se con ella.e
Pero, incluso cuando se percibe en la m era dependencia de
la configuración propia del carácter de escritura, el che recu er
da, habida cuenta de su oscilación entre esos polos, el «soplo»
que se expresa a través de la figuración y la habita. «A falta de W ei H eng
otro térm ino legado p o r la tradición»10y explicitándose de for
m a metafórica, brinco, salto, vuelo: «estirando el cuello y con
59
trayendo las alas, su che —así se dice, po r ejem plo, de tal escri
tu ra sigilaría— aspira a alcanzar las nubes».11 E n general, él es
Z hang el que «da vida»fI2y hace vibrar eternam ente el m enor p unto o
H u a ig u an
s .v rn el m enor rasgo, com o si se reviviese cada vez el m om ento de su
Jian g Kui ejecución.13 T érm ino que siem pre añade valor, por tanto, en
s .x n
relación a lo que sería, en caso contrario, la vulgaridad de la
figuración, dado que la profundiza y desborda revelando, en el
seno del estatism o de la form a actualizada, esa dim ensión de
perpetuo desarrollo. No sólo com o el im pulso interno del que
procede, sino tam bién com o el efecto de tensión resultante. La
«forma» se capta en esa. propensión. Lo cual significa que no
ha de percibirse com o m era «forma», sino com o un proceso
en curso.
Pero, ¿de dónde procede, concretam ente, el efecto de ten
sión que anim a para siem pre a los diversos elem entos del ca
rácter caligrafiado? O, con otras palabras, ¿cóm o puede éste
Z hang funcionar eficazm ente com o dispositivo? «Es necesario —se
Huaiguan
nos propone com o prim era regla del m anejo del pincel— que el
che se logre, tanto al nivel del punto com o del trazo, m ediante
tensión entre lo alto y lo bajo, descenso-subida, separación-reu-
nión. »g,4La lógica del dinam ism o en acción es la del contraste y
la correlación. Todos los elementos que com ponen la configu
ración del ideogram a han de llam arse y rechazarse a la vez, «se
vuelven uno hacia otro» o «se dan la espalda».*1A la raya supe
rior que se inclina hacia abajo responde aquella, inferior, que se
dobla hacia arriba; y el extremo de la prim era contiene ya, im
plícitam ente, el anuncio y el esbozo de la segunda. Paralela
m ente, u n a se repliega al m áximo sobre sí m ism a, m ientras que
la otra se despliega en un sutil perfil; la tin ta es aquí m ás densa
y, allí, m enos abundante. La separación suscita el acercam ien
to; y la oposición, la compensación. De la polaridad nacen in
tercam bio y conversión. Así, todos los elem entos del trazado
pueden realzarse recíprocam ente, com o p o r m edio de u n a «re
flexión m utua»,115 dejando, por así decirlo, que su pulsación
com ún circule de un extremo a otro y sin que haya «hemiple
jía» p o r ninguna de las partes; produciéndose así un «che del
ideogram a», que es a la vez «virilmente enérgico y fem enina
m ente sed u cto r» j16 Como tales, crean la configuración del ca
rácter de escritura en un cam po m agnético cuya intensidad es
m áxim a, a la vez que su arm onía perfecta. El ideogram a cali
60
grafiado se vuelve símbolo viviente del gran Proceso del m u n
do: reequilibrándose constantem ente en el centro —com o ho
gar de plenitud— y continuam ente dinám ico por estar autorre-
gulado.
61
(che) de un «peine de rinoceronte incrustado».20Basta, además,
H uang con recurrir a un fondo de nubes o brum a, pegado a la ladera,
G ongw ang
s.xrv
para conferir a la m ontaña un efecto (che) de insondable altu
Da ra;"121 al igual que basta con difum inar vagam ente el trazado
C hongguang
s.x n i
para que el che de la m ontaña gane en distancia.22 El pintor
tam bién puede jugar con las posibilidades de alternancia y con
traste. La ladera curva de la m ontaña, a veces cóncava y a veces
convexa, «se abre» y «se cierra», se despliega y se repliega, lo
que hace que «el che de la m ontaña» «gire» y ondule;" que su
cresta se eleve y luego se incline, y que se «mueva» estirándo
se.23 Tam bién la m ontaña es captada, en su propensión, como
un trazado ideogramático. Una tensión que realza aú n m ás la
oposición entre las laderas: a la solana responde la um bría, y la
anim ación de un poblado encuentra su contrapunto en exten
siones solitarias.
Extendiendo ese contraste a todo el paisaje: a la m ontaña
responde el agua. A la vez que se oponen en su naturaleza pro
funda, los dos elementos intercam bian discretam ente sus cua
lidades: aunque represente el elem ento estable, la m ontaña pa
rece, po r la diversidad de sus aspectos, «anim arse y moverse»;
aunque fluya, el agua parece, por la m asa de sus olas, «alcanzar
TangZhiqi la compacidad». Para destacar el che del agua, conviene pintar
s .x v n
la encerrada en una profunda garganta, precipitándose en línea
recta o arrem olinándose en tom o a los peñascos. La m ínim a
gota está en movimiento y eso produce un «agua viva». No pin
tarla ni dem asiado «suave», porque se vería privada de che, ni
dem asiado «rígida», como una tabla, ni dem asiado «seca»,
com o m adera m uerta:24 la fuerza de propensión im presa en su
W ang trazado será entonces tal que dará la im presión de querer «sal
Z hideng
s. XYI-XVTI p icarlas paredes».025
Esa investigación de la tensión a través de la figuración
vuelve a encontrarse en los demás elem entos del paisaje: espe
cialm ente en las rocas, cuyo che se representa acentuando, más
abajo de la m ontaña, la tendencia al apilam iento —«apretadas
GuKaizhi unas contra otras»—p como escom bros;26 en el árbol, especial
m ente el pino, en el que vuelve a encontrarse la aspiración alta
nera de la cumbre: pintarlo solitario com o ella y estirando «pe
JingH ao ligrosamente» su tronco nudoso, a la m anera de la ondulación
s.X de una cresta, «hasta la Vía láctea», m ientras que sus ram as
inferiores se inclinan en sentido inverso y se extienden a ras de
62
suelo;q27 hasta el sauce, finalmente, todo ligereza y flexibilidad, Mo
al que bastará con separar el delgado extremo de las ram as SS.X hilong
VI
para conferirl ec/ze.*28
Como en el ideogram a caligrafiado, la lógica del dinam ism o
es la del contraste y la reciprocidad. No se podría encontrar
m ejor ilustración que en el motivo del bosqueciüo.29 El prim er F a n g X u n
principio, para conferirle che, es la «irregularidad» —aquí s .x v n i
como exceso, allí com o defecto— :r las ram as no salen del tro n
co hom ogénea y equilibradam ente, y su intersección es unas
veces m ás rara —una sola ram a m uerta que cuelga entre los
troncos— , y otras m ás densa y frondosa. «A apreciar en función
del che para que la cosa resulte.»*30 Semejante irregularidad es
dinám ica porque se organiza m ediante alternancia: entre el
trazado recto y el trazado curvo (privilegiar constantem ente la
curva, com o vulgarm ente se hace, resulta pesado), entre lo m ás
trabajado y lo m ás «tosco» y descuidado, entre lo m ás com pac
to y recargado y lo que se deja m ás disperso y ralo. Todas esas
oposiciones rem iten a la de lo vacío y lo lleno —tan central en la
estética china com o esencial a su concepción del m undo— y
«bastará con jugar con esa oposición de lo vacío y lo lleno para
lograr el che».‘ Agrúpense, por ejemplo, pinos, cedros, viejas
acacias o viejos enebros, de a tres o a cinco, potenciando su che: Shitao
s.XVII
«se pondrán a bailar con un impulso heroico y guerrero, unos
bajando la cabeza y otros levantándola, unas veces encogidos
sobre sí m ism os y otras plantados muy rectos, ondulantes y
balanceándose».31 Como ocurría anteriorm ente entre los ras
gos y puntos que com ponen el ideograma, el dispositivo estéti
co que aquí se organiza —m ediante llamada, tensión e inter
cam bio— está completo.
* Esa valoración de una tensión en el seno de una figuración tam bién la encon
tramos, notablem ente —y siempre expresada en términos de che—, en la forma
curvada de la línea del tejado (que vuelve a elevarse ligeram ente en su paite infe
rior), que constituye un rasgo característico de la arquitectura tradicional en Extre
m o Oriente (obsérvese que, incluso en ese caso, no puede tratarse de una form a
única y predeterm inada, puesto que es objeto de un cálculo siempre particular en el
m odo de «fijar el ángulo» —en función de variables tales como el tipo de estructura,
el ancho de cada tramo, la m agnitud de las proyecciones horizontales de cada ca
brio, etc.— de m odo que la unión de los cabrios diversam ente inclinados puede dar
al tejado su aspecto encorvado).43
63
IV. Es sabido que la historia de la estética china, conside
da en su conjunto, es la de una evolución que conduce del inte
rés prim ero, y prim ario, por la sem ejanza exterior a la supera
ción de esa representación m eram ente «formal» de la realidad,
con vistas a alcanzar la «resonancia íntim a» que la anim a, m e
diante «com unión espiritual» con ella. En esa gradación, el
efecto de tensión característico del che ocupa un lugar interm e-
üRihua dio. M ientras que la configuración formal — «redondo, Uso,
s .x v i-x v d cuac[racj0>>— puede ser totalm ente captada p o r el pincel, el
64
la configuración se ahonda en riqueza im plícita del sentido, el
vacío se vuelve alusivo,“36 y lo finito y lo infinito se ilum inan y
alian. No se trata, al principio, m ás que de un puro procedi
m iento técnico, pero éste no puede dejar de provocar la em o
ción; tensando eficazm ente la form a, inm ediatam ente des
prende una im presión de vida. Efecto m ayor y determ inante,
pues a él corresponde ab rir lo concreto a su m ás allá y llevar a
cabo, a través del objeto representado —sea cual sea—, la supe
ración esencial al arte. Gracias a él, la configuración sensible
actúa como dispositivo para evocar el infinito: el m undo de la
representación accede a su dim ensión espiritual y el extrem o
de lo visible señala la totalidad de lo invisible.
65
torbellinos: la propensión al efecto em ana de la constitución
del propio texto, al igual que un cuerpo esférico tiende a ro d a r y
un cuerpo cúbico a perm anecer estable. Lo cual juega tanto
para bien com o para mal y, desde nuestro punto de vista, es
válido tan to al nivel del fondo com o al de la forma. E n u n senti
do positivo, quien utiliza com o modelos los textos canónicos
alcanzará «espontáneamente» la elegancia clásica; y, paralela
m ente, quien se inspira en obras de im aginación (el Lisao
opuesto al Shijing) accederá «necesariamente» al encanto de lo
insólito. E n sentido inverso, si el pensam iento es articulado de
m an era superficial o carece de alcance, faltará al texto «riqueza
implícita»; y si su expresión da lugar a distinciones dem asiado
claras o resulta ser dem asiado concisa, le faltará «abundancia
retórica». Al igual que un agua im petuosam ente arrastrad a ca
rece de ondas o un árbol m uerto no da som bra.
L iuX ie La propensión al efecto —nos dem uestra el poético chino—
no sólo resulta sponte sua de la constitución del texto, sino que
tam bién es su expresión intrínseca, como lo traduce u n a analo
gía con la pintura: del m ism o m odo que, en pintura, de la aso
ciación de los colores resulta una figuración particular (esto
representa un caballo o un perro), tam bién, en literatura, del
cruce de todo lo que tiende a expresarse resulta una propensión
al efecto distinta (más elevada o m ás vulgar). El resultado obe
dece a u n a lógica que rem ite a la especificidad de u n tipo. Dos
principios, contrarios pero com plem entarios, deberán, en fun
ción de ello, guiar al escritor en la gestión estratégica de esa
propensión al efecto: por una parte, com binar sus posibilidades
m ás diversas, en función de la ocasión, para conferir al texto su
m áxim o de eficacia;2 por otra, respetar su unidad de conjunto,
p ara m antener la necesaria hom ogeneidad del texto.a’ Por
ejemplo, lejos de excluir la «magnificencia» en provecho exclu
sivo de la «elegancia», ha de sacar provecho por igual de los
recursos de esas dos cualidades contrarias, como el general que
com bina con destreza ataques frontales y al sesgo. Al m ism o
tiem po, cada texto corresponde a determ inado género, lo cual
desem boca en una definición de los géneros literarios propia
m ente dichos, distinguiéndose sistem áticam ente unos de otros
en función de su intención (o bien la «elegancia clásica», o bien
la «limpidez de la emoción», o bien la «precisión de la expre
sión», etc.; de ahí una tabla de géneros —veintidós en total—
66
reagrupados en seis secciones —cinco de cuatro m ás u n a de
dos— en función de su criterio literario com ún). La ilustración
m ás apropiada del texto será, en definitiva, la proporcionada
por el tejido de brocado que, a p esar del entrelazam iento de
hilos de los m ás variados colores, no p o r ello conserva menos,
en cada ocasión, su «fondo» propio.
Pero tam bién cabe invertir la perspectiva —sugiere el m is
m o poético— y ya no considerar esa propensión al efecto del
texto en función del género al que corresponde, sino a p artir de
la individualidad de su autor: en relación a su gusto, siem pre
parcial, o a sus costumbres, que son personales. A p a rtir de ahí,
se podría asim ilar esa propensión al exceso de im pulso y vigor
que se despliega (excepcionalmente) en el «más allá del texto»,
pero eso sería interpretar de un m odo excesivam ente excluyen-
te la propensión al efecto en relación a la energía em pleada
—en tanto que «soplo»— en la creación literaria. Pues no hay
que confundir —y se trata de una distinción interesante— efec
to y fuerza: «la propensión al efecto sobre la que se basa el tex
to»*5' puede tender a la dulzura tanto com o a su contrario, sin
que sea necesario que la expresión sea vigorosa y exhale vehe
m encia para que en ella haya che. Sin em bargo —y el análisis es
aún m ás sutil—, si la propensión al efecto se diferencia de la
fuerza, no por ello se m anifiesta m enos com o una tensión y no
sería conveniente que ésta se ejerza de un m odo dem asiado
vivo y dem asiado al descubierto. De ahí la necesidad de com
pensar el factor de tensión m ediante un factor de imbibición
difusa y arm oniosa que, im pregnando la propensión, procura
tranquilidad y satisfacción.0'
Si el efecto literario debe ser natural, po r em anar de una
propensión, puede concebirse, al m ism o tiem po, en qué consis
te un efecto literario considerado artificial: cuando el efecto ya
no resulta de la constitución propia del texto y de su género
particular, sino que, a la inversa, se com pone el texto en fun
ción de u n afán previo y deliberado de novedad. Es en sí norm al
—concluye el poético chino— que el efecto tienda a la originali
dad, pero no hay que confundirla con la excentricidad. M ien
tras que la prim era procede de una explotación exitosa de las
potencialidades inherentes a la creación literaria, la segunda
sólo procede de la inversión y la subversión casi m ecánica de lo
correcto y e s p e ra d o / Lo cual no proporciona m ás que un «aire
67
de originalidad», y ese falso efecto carece totalm ente de efecto.
P ara abreviar, se ha hecho violencia al dispositivo textual, en
lugar de dejarle actuar.
68
Pues nuestra concepción del estilo deriva de una filosofía de
la forma (testigo de la influencia de la escuela de Aristóteles en
ese dominio): ya se trate, en la época antigua, de «la form a espe
cífica de la obra condicionada po r su función» (P. Guiraud), ya,
en la época moderna, de «forma sin destino» (R. Barthes; m ien
tras que la «escritura» sería «la m oral de esa forma»).41 Form a
eficiente que se concibe en relación a un fondo-materia. Ahora
bien, com o en caligrafía, la «forma» a través de la cual se realiza
el che literario es m ás bien la de una configuración que actúa por
sí m ism a como dispositivo: lo que significa que lo que traduci
mos habitualm ente p o r «forma», en los textos chinos de crítica
literaria, no es el térm ino opuesto y correlativo de determ inado
«contenido», sino aquello en lo que culm ina el proceso de actua
lización-, y que el che es la potencialidad particular que en cada
ocasión caracteriza a aquélla.
Entre lo visible y lo invisible, de la situación inicial (afectiva,
espiritual) en la que está inm erso el autor al tipo de form ula
ción que de ahí resulta, y de la tensión im plicada concretam en
te po r las palabras del texto a la reacción ilim itada de los lecto
res, la perspectiva china es, una vez más, la de un proceso en
curso y es com petencia prioritaria del escritor la de «determ i
nar» su propensión, de m odo que ese proceso gane en efectivi
dad y adquiera un m áxim o de alcance: determ inación que es
necesariam ente global y unitaria, al mism o tiem po que cons
tantem ente variable, y obedece a un condicionam iento lógico
del que hay que saber aprovecharse estratégicam ente. Como en
pintura, el che de la literatura es el factor decisivo que circula de
un extrem o a otro y, orientando la composición de determ ina
da m anera, insufla vitalidad a través de ésta; de nuevo com pa
rado explícitam ente con el viento y asociado a él.e'42
Impulso-efecto: el che anim a la configuración de los signos
y la dispone a actuar, del m ism o modo que ya está en acción a
través del paisaje. Rem ontem os, pues, m ás arriba, hacia la
fuente de esa eficacia. Experim entém osla en la naturaleza.
69
4
LÍNEAS DE VIDA A TRAVÉS DEL PAISAJE
71
m undo» y «atravesando de un extrem o a otro todas las espe
cies particulares».3
Se da, po r tanto, en el origen de la realidad, de cualquier
realidad, el m ism o soplo vital, energía inherente y anim adora,
que no cesa de circular y concentrarse: circulando, lleva a la
existencia; concentrándose, da su consistencia a la realidad. Al
igual que m i propio ser, tal com o lo experim ento intuitivam en
te, todo el paisaje que me rodea es continuam ente irrigado por
esa circulación subterránea, al m ism o tiem po que su form a y
todos sus aspectos individuales vienen a ser la condensación de
esa anim ación sin fin. Los m ás bellos parajes serán, por tanto,
aquellos donde la concentración de la energía vital sea más
fuerte y su acum ulación m ás densa; donde la circulación del
soplo sea m ás intensa y sus intercam bios m ás profundos: allí
donde aflore, a través de la variación y la riqueza acrecentadas
de las form as, toda la energía oculta, donde se deje entrever, a
través de la m áxim a tensión arm ónica de los elem entos, la re
gulación invisible. La «espiritualidad» está allí m ás «alerta»,
saturada, com o en carne viva.
Esa otra física tam poco carece, p o r lo dem ás, de utilidades
prácticas —pero m ediante explotación inm ediata, y no técni
ca— para contribuir a la dicha:4 enterrar en u n lugar privilegia
do a los propios padres es, con toda lógica, h acer que sus despo
jos disfruten de u n a m ayor capacidad de preservación y —gra
cias a la estim ulación de su vitalidad, en la cual está apresada,
entonces, todo el linaje— beneficiarse, de rebote, a través de
ellos, de esa influencia favorable, al igual que el extrem o de una
ram a cuyo pie ha sido acollado; de form a sim ilar, establecer
aquí, y no allí, la propia m orada es afianzarse inm ediatam ente
en la vitalidad del m undo, captar m ás directam ente la energía
de las cosas y, en consecuencia, no dejar de asegurarse, para
uno m ism o y para los propios descendientes, toda la riqueza y
prosperidad posibles.
Como en el interior del cuerpo hum ano, ese soplo vital surca
la tierra siguiendo un trazado p articular el térm ino che designa,
en el lenguaje de los geománticos que se elabora a comienzos de
nuestra era, tales «líneas de vida» en relación a la configuración
GuoPu del terreno.5 «El soplo vital circula en función de las líneas de
vida [che\ del terreno y se concentra allí donde éstas se detie
nen.»“6 Por ser el soplo de vida en sí m ism o invisible, únicam en-
72
te observando con atención la ramificación de esas líneas, a tra
vés del relieve, puede descubrirse por dónde tiene lugar su paso
al tiem po que detectar, en su punto final, el lugar ideal donde se
concentra la vitalidad, donde se ha condensado el desarrollo. El
arte del geomántico es, po r lo tanto, paralelo al del fisiognomis-
ta:7 atravesando alternativam ente la tierra o la piedra, abrazan
do sucesivamente las cavidades y las eminencias, la línea de vida
es, a la vez, la «vena» por donde se efectúa la circulación del
soplo y la «osamenta» que da al relieve su consistencia.6 O, tam
bién, es la «espina dorsal» que no deja de serpentear de u n extre
m o a otro del horizonte, subiendo y bajando, esbozando curvas
y rodeos, y, por ende, transform ándose sin cesar, sin trayectoria
rígida ni modelo preestablecido (recuérdese el che en estrategia,
com parado con el curso móvil del agua), tapizando así todo el
espacio y confiriéndole su capacidad dinámica. Como tal, sólo
cabe captarlo a distancia, retrocediendo, opuestam ente a los
em plazam ientos particulares que sólo pueden percibirse de cer
ca: «las líneas de vida [che] se m uestran a u na distancia de mil
pies y las configuraciones del terreno a una distancia de cien
pies»;c y, m ientras que el emplazamiento en que desem boca el
che constituye, por sí mismo, una configuración estática y fija, la
línea de vida no deja, por su parte, de «venir» a él, de form a
activa, para traerle desde la m ayor lejanía, en virtud de su movi
m iento tendencial, constantem ente renovado, el influjo benéfi
co que lo impregna y vivifica.
Por tanto, los chinos tam bién concibieron el espacio y, a
p artir de él, cualquier paisaje, como un perpetuo dispositivo, el
m ism o que pone en acción la vitalidad original de la naturale
za. H asta el m enor repliegue del suelo, todo está allí investido,
en función de su disposición propia, de una propensión parti
cular, al m ism o tiem po que constantem ente reconducida, so
bre la cual hay que «apoyarse» y que conviene explotar. Como
cualquier otra configuración, e incluso con anterioridad a to
das ellas —la que se actualiza en el cam po de batalla o en las
relaciones de dom inación política, la que elaboran el ideogra
m a caligrafiado o los signos de la literatura—, la configuración
topográfica se constituye en un cam po m agnético (el m ism o
que explora el com pás del geomántico) cargado de una poten
cialidad, regular y funcional, que lo organiza en redes y por
donde circula la Eficiencia. Líneas de vida; líneas de fuerza
73
tam bién:* se com prende que la estética china del paisaje haya
estado directam ente m arcada por esa intuición física. Pues «los
aspectos de las m ontañas y las aguas», tanto bajo el pincel del
J in g H ao p in to r com o en la naturaleza, «nacen de la interacción del so
s. X
plo vital y la configuración, dinam izada p o r aquél»:d8pintar, en
China, es intentar recuperar, a través de la figuración de un
paisaje, el trazado, elemental y continuo, de la pulsación cósm i
ca. De ahí la orientación particular que conoció la estética chi
na del paisaje, a través de su concepción del che: en u n plano
filosófico, en prim er lugar, destacando la im portancia de la dis
tancia para una m ejor captación del paisaje, así com o la expre
sión, a través de sus lincamientos, de la dim ensión de lo Invisi
ble que lo anima; y, después, en el plano técnico, poniendo el
acento en la im portancia del trazo de esbozo y contorno, así
com o en el movimiento de conjunto de la composición.
74
de líneas que alternan y se oponen, se elevan o se detienen?f
Sólo si son percibidos desde lejos, por contraste y globalmente,
pueden los trazados confíguradores expresar su dinam ism o.
La distancia no sólo perm ite, por tanto, cap tar un paisaje m ás
vasto, sino que tam bién lo vuelve más accesible a la contem pla
ción: com o decantado de todo el lastre de lo inesencial, devuel
to al único m ovim iento, em inentem ente simple, que lo articula
y lo hace existir.
Cuanto m ás se retrocede, m ás reducido resulta, sin duda, el
paisaje que se percibe. Pero, m uy lejos de perjudicar a la sem e
janza del paisaje, tal dism inución de las cosas sirve, po r el con
trario, para revelarlas. Resulta corriente, en Extrem o Oriente,
del arte de los «bonsais» al de los jardines —com o lo analizó
Rolf A. Stein—, que la m iniatura lleve a la iniciación.11Se alcan
za con ello el punto de vista búdico, según el cual lo pequeño es
idéntico a lo grande; y las proporciones habituales entre las
cosas, totalm ente ilusorias. Cualquier m icrocosm os será tan
grande com o el m ayor de los m acrocosm os: «se transporta el
m undo en una calabaza; u n solo grano de polvo contiene el
Sumeru». Abiertos a la influencia, entonces nueva, del budis
mo, los prim eros tratados del arte del paisaje insisten en la rea- Z ongB ing
lidad de esa equivalencia de la que saca provecho la pintura:
«un trazo de tres pulgadas trazado verticalm ente equivale a
una altura de mil pasos; tinta extendida horizontalm ente sobre
algunos pies representa una distancia de cien leguas».12 El m í
nim o espacio puede contenerlo todo y, procediendo a ese es
corzo mágico, el pintor supera de golpe toda la facticidad de las
cosas. No sólo nos restituye el m undo en todo su frescor y su
«brillo», sino que tam bién lo abre a la dim ensión «espiritual»13
—la que, m ás específicam ente aquí, encam a la Ley búdica— 14
de la cual todos los aspectos del m undo, a «saborear», se ofre
cen com o el vivo reflejo.
Pero, ¿qué distingue, en el fondo, este m undo en pequeño
que hace visible la pintura de paisaje del de los m apas geográfi
cos? P or lo dem ás, la confusión entre uno y otro sería tanto m ás
fácil, cuanto que la práctica cartográfica ya había alcanzado un
alto grado de desarrollo, en China, a com ienzos de nuestra era y
el propio térm ino que en chino designa el acto de p in tar signifi
caba originalm ente, según una etim ología antigua, «delimitar
m ediante el trazado» (el ideogram a «representando los cuatro
75
wangweí linderos de un cam po dibujados con el pincel»).15 «Pero lo que
s V los antiguos entendían po r p in tar [esa referencia al pasado va
liendo únicam ente, en conform idad con la retórica china, p ara
d ar énfasis: queda m uy claro que aquí se tra ta de la p in tu ra de
paisaje, que nace justam ente entonces] no consistía en elaborar
u n plano de las ciudades y fronteras, en distinguir las regiones y
prefecturas, en señalarlos m ontes y dem ás form as del relieve, o
en tra z ar los lagos y ríos.»16Pues el m apa tan sólo procede a u n a
m era reducción de escala, con una finalidad práctica, m ientras
que el proceso de reducción que lleva a cabo la pintura posee un
alcance simbólico.
Alejándose del m odelo cartográfico, objetivista, el arte del
WangWei pin to r se nos presenta com o algo que se asem eja, al m ism o
tiem po, a la referencia con traria que representa la escritu
ra. No sólo se asem eja a la escritura ideográfica p o r los m e
dios m ateriales utilizados así com o por los diversos elem entos
—trazos y puntos— constitutivos de su trazado, sino que in
cluso se acerca, m ás acá de aquélla, a la escritura m ás elem en
tal, y tam bién m ás sagrada, de los hexagram as que, a p a rtir de
la sim ple alternancia de líneas continuas y discontinuas, b asta
para d a r cuenta de todo el m isterio del devenir. Pues no es sólo
que la escritura pictórica, tam bién ella, sea expresiva — «con
un trazo ejecutado con soltura se representaría el m onte H ua;
u n breve trazo ganchudo: ¡ahí tenem os u n a nariz p rom inen
te!»— (y esos trazos, po y wang, son los m ism os que en caligra
fía), sino que, adem ás, tam bién logra, m ediante el m ero recu r
so de su trazado, encarnar el «G ran vacío», y, m ediante la re
novación incesante de sus líneas, evocar la transform ación in
finita de las cosas. E scritura superior, realm ente espiritual,
puesto que, a través de la variación de las form as, se hace c ar
go de lo invisible.
Du Fu Para celebrar una pintura de uno de sus amigos, el poeta no
s'vm podía dej a r de realzar la inm ensidad del paisaje abarcado:
y el elogio del paisaje pintado culm ina con esta reflexión crítica:
76
Sobresale en reproducir el che de lo lejano, y nadie, desde
la Antigüedad, puede igualarlo:
¡En el espacio de un pie cuadrado evocar un paisaje de diez mil leguas !g
77
«líneas de contorno» sobre las «arrugas». M ientras que las pri
m eras distribuyen las grandes m asas y form an la estructura
general de la pintura, las segundas, inscribiéndose en el interior
de aquéllas o apoyándose en ellas, las fragm entan y detallan
con vistas a reproducir el relieve, la textura y la lum inosidad de
las cosas. Recurriendo a la term inología china, voluntariam en
te anatóm ica, las prim eras constituyen la «osamenta» del pai
saje, y las segundas su «musculatura». Pero resulta evidente
que, si las segundas llegan a sustituir progresivam ente a las
otras, hasta el punto de hacerlas desaparecer casi totalm ente
p ara la mirada, no por ello representan éstas en m enor m edida
—com o las líneas de vida que recorren el relieve y lo anim an—
el arm azón indispensable de la form a.19Así, al pintar u n a m on
T an g Z h iq i taña, conviene hacer surgir prim ero sus contornos, jugando
s.XVTI
con los contrastes, para fijar su tensión profunda, que constitu
ye su dim ensión de «sentido», y sólo después proceder a las
F a n g X u n arrugas.20 Cuando se ha determ inado el che de una m ontaña o
s .x v m
una roca, «el éxito estético de esa m ontaña o esa roca resulta
por ello m ism o determ inado».21 La operación inversa, conde
nable, consiste en com enzar dibujando m inuciosam ente rocas
M o a p a rtir de cualquier rincón del espacio para luego llegar, por
Shilong
s.XVI «acumulación», a extensos relieves.22 Volvamos, pues, al pre
cepto de los «antiguos», que sabían esbozar a la prim era su
objeto: «en sus grandes pinturas, aunque hubiese m uchos luga
res cuidadosam ente trabajados, tenían com o principio alcan
zar el che».h23
Acceder al che es capital porque la realidad de las cosas sólo
existe —y, por ello, sólo se m anifiesta— globalmente, gracias a
la fuerza de propensión que enlaza los diversos elem entos entre
sí. Sólo si se capta su movimiento de conjunto (su che) —se nos
Z hao Z uo explica con detalle—, podrá la m ontaña, a pesar de los desnive
s.XVU les y sinuosidades del relieve, «dejar que el soplo pase a través
de sus venas»; podrán los árboles, a pesar de las irregularidades
y el contraste de sus siluetas, «expresar cada uno su vitalidad
propia»; podrán las rocas «resultar fascinantes p o r su extrañe-
za sin p o r ello ser raras», «cautivadoras po r su sim plicidad sin
p o r ello ser vulgares». Ni siquiera las laderas, a pesar de sus
cruces en todos los sentidos, darán la impresión de desorden.24
Complejos, pero no confusos: pues ese m ovim iento de conjun
to corresponde a la «coherencia» interna de la realidad y repro
78
duce su «lógica» propia.' Y lo que resulta verdadero al nivel de
los elementos particulares aún lo es con m ayor razón al nivel
de su disposición relativa. Ésta es función de una lógica de con
junto, que procede por alternancia y variación, con vistas a u n
realce a la vez recíproco y continuo. Incluso los puentes y case
ríos, las torres y belvederes, los barcos y carretillas, los persona
jes y sus viviendas —que tan pronto son m ostrados com o disi
m ulados—, habrán de resultar desde el com ienzo de ese pro
gram a general. De no ser así, perm anecerán dispersos y extra
ños unos a otros. Por tanto, el imperativo del che se confunde, a
fin de cuentas, con el de la unidad de composición percibida en
su función dinám ica. Sin ella, ya no hay m ás que «remiendo».
Gracias a ella, toda la pintura puede captarse con una sola m i
rada «como una única aspiración»; al igual que tam bién se
presta a una lectura atenta y lenta en la que no se deja de sabo
rear, a través de cada detalle, toda la arm onía invisible.
Resulta tanto m ás difícil captar el movimiento de conjunto
que constituye el che del paisaje, como tensión inherente a su
configuración, cuanto que éste siem pre es particular y depende
de la perspectiva. La com paración con el cuerpo hum ano vuel
ve a ser reveladora: esté el hom bre de pie, cam inando, sentado T ang Dai
s .x v ra
o tum bado, todas las partes de su cuerpo, hasta la m enor arti
culación, se adaptarán a su postura. Ahora bien, para proseguir
tan lejos como sea posible —com o les gusta hacer a los críticos
chinos— sem ejante analogía, las rocas vienen a se rla «osam en
ta» de la m ontaña, los bosques sus «vestidos», la hierba sus
«pelos» y sus «cabellos», los ríos sus «arterias» y sus «venas»,
las nubes su «aire», los vapores su «tez», y tem plos y belvederes,
puentes y caseríos, sus «alhajas»; desde u n punto de vista de
conjunto, las ram ificaciones de sus crestas constituyen sus
«miembros»; y se m antiene derecha, inclinada o tum bada.25
Cuando un hom bre está tendido, la m ano que cuelga parece
m ás larga y la doblada m ás corta; y, cuando se m antiene ergui
do a plena luz, basta con que mueva m ínim am ente uno de los
pies para que toda su silueta, así com o su som bra sobre el sue
lo, se modifique al unísono. Pero lo m ism o ocurre con el movi
m iento de conjunto de la m ontaña según se la perciba de cerca
o de lejos, de frente o al sesgo: todas las ondulaciones y desnive
les de una m ontaña percibida de frente no pueden dejar de
concordar, «comunicando» a través del paisaje, con la fisono-
79
m ía de esa m ontaña percibida de frente. En lo grande, siem pre
hay u n a cum bre que actúa com o principio rec to r de toda la
com posición —destacándose, im ponente y altiva—, m ientras
que las dem ás la «saludan respetuosam ente» com o si «la corte
jasen»; en lo pequeño, no hay nada, ni siquiera el m en o r arb u s
to o la m enor brizna de hierba, que «no esté atravesada p o r esa
línea de vida»:J será necesario que el pintor esté, p o r así decirlo,
bajo el influjo de la inspiración y disfrute de una disponibilidad
de conciencia especial, p ara que pueda «unirse espiritualm en
te» al paisaje de form a suficientem ente íntim a y capte al instan
te, abriéndose y com unicándose con él, todo ese funcionam ien
to, a la vez tan poderosam ente general y tan sutilm ente capilar.
Sin esa plenitud excepcional de sus facultades, el «gran che» del
paisaje se ha perdido y la pintura carece de vida.
El movimiento de conjunto del paisaje no puede, por tanto,
confundirse con lo que sería su plan, laboriosam ente construi
do. Pertenece a una etapa anterior y m ás sutil, en consecuencia
m ás inaprensible, de la creación: el brotar de la configuración
dota al paisaje de la fuerza de propensión que lo lleva a existir
{i.e., a ejercer su eficacia estética). Sólo desde el m om ento en que
se ha realizado esa captación intuitiva, a partir del propio cuer
po, del cuerpo del paisaje y de sus ram ificaciones de vida, es
Da posible una construcción de la pintura, com o operación más
ch°ngguang inte¡ectuai y program ada; y, entonces, cae por su propio peso:
«cuando se alcanza el movimiento de conjunto [che], puede dis
ponerse todo com o se quiera, todos los rincones son buenos;k si
se falla, aunque se hagan los mayores esfuerzos imaginables
para introducir orden, todo resulta mal».26Factor absolutam en
te determ inante de la obra, el che es «promovido» a p artir del
estadio de «lo aleatorio y lo ínfimo»1y se actualiza en el de «la
observación y la medida». Si nos está perm itido verificar des
pués, con toda calma, su precisión, tam bién nos hace rem ontar
—en prim er lugar— a las incertidumbres iniciales de cualquier
génesis. No sólo se sitúa en la bisagra de lo visible y lo invisible,
sino tam bién en el punto secreto de la divergencia donde se deci
de el éxito o el fracaso: realm ente es, con otras palabras, aquello
a lo que cualquier pintura de paisaje debe «estar viva».
80
igual que el pintor, el poeta reduce la distancia, concentra el
espacio y sólo retiene sus lincam ientos profundos. Ya sea que,
desde lo alto de una m ontaña —se nos cita com o ejem plo— , W ang
Shtzhen
describa un panoram a m ás vasto que el que puede percibirse s. XVII
con precisión, ya sea que, de viaje, quiera llegar a u n puerto
m ás lejano que el que efectivamente se puede alcanzar... No se
trata de que sem ejante evocación del paisaje sea ficticia y esté
privada de una experiencia auténticam ente vivida: al contrario,
p or com unicar íntim am ente con él, el poeta es capaz de cap tar
intuitivam ente el paisaje en toda su extensión, de alcanzarlo en
sus ram ificaciones lejanas y de abrirlo al infinito que lo anim a,
al soplo que lo aspira. Paisaje desbordado, sublim ado: am
pliando, así, desm esuradam ente el horizonte, aproxim ándonos
esa lejanía imposible, el poeta trasciende inm ediatam ente la
percepción común, «kilométrica» y prosaicam ente objetiva, y
logra aprehender el m undo en su m ás allá invisible.27 Como la
del pintor, la geografía del poeta se distancia de la verdad topo
gráfica. Como el del pintor, el paisaje del poeta se enriquece con
su tensión simbólica. «Se cuenta que W ang Wei pintaba b an a
nos en m edio de la nieve; pero lo mism o ocurre en su poesía.»28
La tensión de lo imposible conduce a la superación de la visión
ordinaria, abriendo al sueño. A título de ejemplo, según el m is
m o crítico:
81
te atención. Pues, si no se considera la cuestión en térm inos de
che, la reducción de un espacio de diez mil leguas a la dim ensión
de un pie vendría a ser elaborar el m apa del m undo que se ve en
la prim era página de los libros de geografía .30
82
sólo están esbozados, pero resultan tanto m ás pregnantes; tam
bién el poema es reducido a sus «líneas de vida». Pero esa con
centración es tanto m ás capaz de provocar una superación, de
irrigar de sentido todos los «blancos» del texto, de abrir el len
guaje a un despliegue sin fin. La tensión entre los signos es extre
m a y la propensión de sentido es llevada a su apogeo: el disposi
tivo poético funciona a pleno rendimiento.
Ese arte de la disposición eficaz está muy extendido en la tra
dición china; y, en particular, ha sido objeto, a propósito de las
prácticas culturales m ás variadas, de un m inucioso inventario.
83
5
DISPOSICIONES EFICACES, POR SERIES
85
tam bién pueda ser del «genio» de la civilización china, esa codi
ficación técnica sigue siendo objeto de escasa consideración;
resum a u n saber anónim o y común, o nos confíe, p o r el contra
rio, una enseñanza esotérica celosamente guardada, es indigna
de la firm a del letrado: hasta el punto de que algunos de esos
tratados se han perdido en China y sólo se han conservado para
nosotros en obras compiladas durante las prim eras m isiones
de japoneses efectuadas en el continente —por tal m onje ilustre
o tal m édico célebre, cuando la civilización china está en su
apogeo y Japón es aún muy joven— para adiestrar a sus com
patriotas, a su vuelta, en el dominio de esas artes.2 Lo que, en el
interior, es objeto de un saber considerado excesivamente pri
m ario, o dem asiado empírico, para ser elevado al rango de las
bellas letras, sim ó , al contrario, com o la guía m ás útil, y la m ás
segura, para los principiantes de fuera. Todavía hoy, por fasti
diosas que en un prim er m om ento puedan parecem os, sem e
jantes listas siguen poseyendo ese valor iniciático.
II. El arte en China es, en prim er térm ino, el del pincel, y las
«disposiciones eficaces» conciernen, por ello, a su m anejo; ori
ginalm ente, la práctica en cuestión es la de la caligrafía, pero
ésta tam bién influye sobre el arte pictórico. Bajo el título de los
Cai Yong «Nueve che», un texto presentado com o uno de los m ás anti
s. II
g u o s de la teoría caligráfica tom a en consideración las nueve
form as de m anejar desde su extremo el pincel, nueve form as
que se considera responden a todas las situaciones posibles de
la ejecución.3 El arte consiste en elaborar bien el carácter, lle
gando a la adecuación y a la correspondencia entre arriba y
abajo (1); en hacer girar en un m ovim iento redondeado la p u n
ta del pincel para evitar los ángulos salientes (2); en ir en senti
do inverso a aquel al que se tiende, tanto al comienzo com o al
final del elem ento a caligrafiar, según la técnica de la «punta
oculta», de m anera que se disimule la punta del pincel en el
seno del rasgo (3). Lo que corresponde tanto al hecho de «ocul
ta r la cabeza» cuando se actúa de forma que la punta del pincel,
entrando en contacto con el papel, se m antenga constantem en
te en el centro del trazado (4), com o al de «proteger la cola»
cuando, llegando a la term inación del elemento, se rem ata éste
m ediante una vuelta m arcada con fuerza (5). Otras form as de
m anejo particulares com pletan esas disposiciones generales:
86
un m ovim iento «apremiado» (como el del «picoteo» o el «des
cuartizam iento») (6), o «suelto», con una punta rápida y con
centrada (7); o, tam bién, una form a de m anejar el pincel que da
aspereza al trazado, como si hubiese de vencer una resistencia
(8); el que traza las rayas horizontales con la densidad continua
de «una cubierta de escamas», las verticales m anteniendo la
tensión com o «ocurre con un caballo al que se m antiene suje
to con la rienda» (9). D om inando esos nueve tipos de m anejo
—concluye el tratado— se está en condiciones, incluso sin el
auxilio de un m aestro, de «sintonizar con el genio de los anti
guos» y elevarse a la m ás sutil percepción: a través de esos po
cos procedim ientos, se com prendería la esencia del arte.
Al m anejo del pincel corresponde la digitación sobre las
cuerdas. El laúd form a parte, en China, del universo del letrado
con tanto motivo como la caligrafía. Si la noción de u n «che de
las manos» rem onta por lo m enos al siglo vn, sólo m ucho m ás
tarde (principalm ente durante la dinastía Ming) se nos ha con
servado, en m anuales, el cuadro explicativo de esas disposicio
nes:4 éstas se presentan allí unas a continuación de otras (dieci
séis para cada una de las dos manos), con ayuda de un croquis
que expone la posición particular de los dedos y acom pañado
debajo p o r una descripción precisa de la digitación; u n segundo
croquis evoca, enfrente, una postura animal, incluso un paisaje
natural, que corresponde a cada uno de los casos; u n breve poe
ma, finalmente, bajo ese segundo croquis y frente a la explica
ción, da cuenta, en forma alegórica, del estado de espíritu propio
de la posición o paisaje evocados. Éstos constituyen, por así de
cirlo, otros tantos che originales y pintorescos: el de «la grulla
que canta a la som bra del pino», el del «pato solitario que gira el
cuello hacia sus hermanos», el del «dragón que vuela agarrán
dose a las nubes», el de «la m antis religiosa que atrapa a la ciga
rra»... o el de «la fuente que fluye en cascada en un pequeño valle
apartado», el del «viento que acom paña nubes ligeras»... Esque
m a, leyenda, representación icónica, expresión poética: se ape
la, sim ultáneam ente, a todos los recursos —intelectual, visual,
emocional— y a todos los enfoques —analítico e intuitivo, m etó
dico y sugestivo— para dar cuenta de la identidad —a la vez
física y espiritual— de cada una de las posiciones.
Lo que tradicionalm ente se llam a «boxeo chino» (taiji quan)
—que aún se ve practicar habitualm ente, en solitario o en p are
87
ja, en los parques, al am anecer— se presenta igualm ente com o
un encadenam iento de posiciones: del cuerpo íntegro en esta
ocasión, y ya no sólo de la m ano y la m uñeca, concediéndosele
u n a im portancia prim ordial al aliento, que, al igual que en el
m undo, asegura la vitalidad arm oniosa de todo nuestro ser. Se
tra ta de un «arte» m ucho m ás reciente (los textos m ás tem p ra
nos de que disponemos d atan del siglo xix), pero cuya lógica,
en contraste con las técnicas de com bate que conocem os en
Occidente, resulta representativa de u n a rica tradición cultural.
E n el estilo «largo boxeo», uno de los m ás comunes, es habitual
to m a r en consideración «trece che-».5 Ocho, p o r u n a parte: evi
tar, tira r hacia atrás, presionar hacia delante, repeler, torcer,
torcer hacia abajo, golpear con el codo, golpear con el hom bro;
y cinco, po r otra: avanzar, retroceder, desplazarse a la derecha,
desplazarse a la izquierda, m antener el centro. La prim era serie
se concibe en relación con los ocho trigram as que (según el
Libro de las mutaciones, antiguo tratado de adivinación en el
origen de la representación china del universo) constituyen, a
p a rtir de una alternancia entre rasgos continuos y disconti
nuos, u n conjunto de figuras, sistem ático y completo, que per
m ite interpretar el devenir; la segunda serie, en relación con los
«cinco elementos» —agua, fuego, m adera, m etal y tierra— que,
en la física china tradicional, representan, de form a conjunta y
alternante, las relaciones fundam entales de todas las cosas.6 En
el ejercicio entre dos (el «empuje de las manos»), la serie de los
che se concibe m ás específicam ente com o la exteriorización de
la «fuerza interior», que es ella m ism a la m anifestación dinám i
ca del «soplo verdadero» y que se representa, desde el punto de
vista de su utilización, com o «enrollada», a la m anera de un
«hilo de seda»,3 y dispuesta a elevarse en espiral en el espacio:
constituyen, entonces, las figuras de ese «desarrollo», partien
do del soplo central y desplegándose a través de todo el encade
nam iento de las posturas.
Ni siquiera el «Arte de la alcoba» ha dejado de ser objeto,
por parte de los chinos y desde hace m ucho tiempo, de una
codificación minuciosa, tam bién establecida en térm inos de
che. Refiriéndose a las posturas del apaream iento, un tratado
chino de la época Tang (pero que, sin duda, retom a elem entos
m ás antiguos) enum era exactam ente treinta, considerando ha
b er cubierto así todos los casos posibles.7 Esos «treinta che»
88
reciben otras tantas designaciones simbólicas, tam bién to m a
das del m undo anim al o natural: «el devanado de la seda» o «el
dragón que se enrolla»; «las m ariposas que revolotean» o «los
patos que vuelan invertidos»; «el pino que cubre con sus ra
mas» o «los bam búes frente al altar»; «el vuelo de las gaviotas»,
«el brinco de los caballos salvajes» o «el corcel a galope»... O tras
tantas expresiones'cuyo aspecto verbal, a pesar de las variacio
nes, suele poner en evidencia, a propósito de las posiciones cor
porales, el potencial en acción y la capacidad de im pulso. Ade
más, el propio térm ino che designa, tam bién de m uy antiguo,
en el m ism o orden de ideas pero en singular, los testículos del
hom bre: con gran expresividad, castrar a alguien, castigo co
rriente en la China antigua, es «cortarle su che »,b
89
intuitiva y activamente, a través de los casos, com o la pertinen
cia del térm ino; térm ino, por tanto, «práctico», el m ás práctico,
a «tomar» como tal. Que se im pone a la evidencia y se disuelve
en el cam po de nuestra atención, desde el m om ento en que se
ejercita efectivamente y uno está form ándose a sí m ism o en el
aprendizaje: la cuestión de su explicitación, inútil, incluso per
judicial para quien se sirve de él, sólo surgiría bajo la m irada
descom prom etida, desprendida (respecto a su lógica propia),
de quien ya sólo es lector.
Pero la cuestión se nos plantea con tanta m ayor fuerza a
nosotros que, com o observam os al comienzo —y ése era, inclu
so, el punto de partida de nuestra reflexión—, no poseem os
equivalente de ese térm ino en nuestra lengua (quiero decir la
lengua «occidental», la que nació del indoeuropeo, enlaza grie
go y sánscrito, y parece tanto más una al considerarla en rela
ción a la china). Los traductores —cuando traducen— lo vier
ten indiferentem ente p o r «posturas» («posiciones») o «movi
mientos». Pero es justam ente de lo uno y lo otro a la vez de lo
que aquí se trata. Si la noción de postura resulta insuficiente, es
porque implica la idea de una inmovilización, por pasajera que
sea, pues la razón sólo puede analizar una disposición petrifi
cándola. Pero, en la realidad del encadenam iento gestual que
hay que producir, no puede distinguirse arbitrariam ente una
«posición» individual del movimiento que de ella resulta al m is
m o tiempo que conduce a ella. Por eso, en el arte de la escritura,
los diversos che son caracterizados aparte de los elem entos de
análisis gráfico —que se han vuelto visuales, y en consecuencia
estáticos—, a los que corresponden a través del m anejo del pin
cel^8 Tam bién se debe a eso que los m anuales de laúd añadie
ran a la descripción técnica de la digitación, m inuciosam ente
descom puesta (de ciento cincuenta a doscientos ejem plos son
habitualm ente enum erados, según Van Gulik), las series m u
cho m ás reducidas de che, ya no sólo de los dedos, sino de toda
la m ano,d que recuperan globalmente, y en su im pulso propio,
la lógica gestual del acorde a ejecutar. Resulta significativo a
este respecto que la m úsica china no escriba los sonidos m is
m os, com o hacemos hoy, indicando por separado su volumen,
su nivel sobre el pentagram a o su duración, sino el m ovim iento
gestual que requiere su producción. De esas posturas en movi
m iento (del movimiento), que, como tales, frustran la actividad
90
dicotóm ica del pensam iento, tam poco nosotros seríam os capa
ces de d ar cuenta, a no ser m etafóricam ente: recurriendo a la
técnica cinem atográfica, por ejemplo, considerando esas series
de che com o otras tantas «congelaciones de la imagen»; o, tam
bién, a la representación gráfica, como cuando se habla de
«sección» para el dibujo de un objeto que se supone cortado po r
u n plano: esas series de che habrían de im aginarse, entonces,
com o otras tantas secciones diferentes efectuadas a través de la
continuidad del movimiento. La sección constituye en sí m is
m a un plano fijo, pero lo que en él se lee (se leería) sería la
«configuración» propia de todo el dinam ism o em pleado.
Interviene otra dim ensión (realmente no es otra, sino sólo en
virtud de nuestra incapacidad teórica —la m ism a que antes—
p ara captar al m ism o tiem po los dos aspectos de u n a m ism a
lógica): esas disposiciones no sólo son dinámicas, sino tam bién
estratégicas. Pues esas series de che no representan cualesquie
ra secciones efectuadas a través del movimiento, sino las que
m ejor explotan las virtudes de ese dinam ism o, las m ás im preg
nadas de eficacia. Hay una potencialidad inherente a la disposi
ción cuya captación es, justam ente, la tarea del arte; y cada lista
de che viene a ser la serie de los diversos esquem as de esa efi
ciencia. Por ello se las presenta las m ás de las veces, a p esar de
toda su posible heterogeneidad, com o un conjunto exhaustivo
y sistemático, que consolida la particularidad de un núm ero
(«nueve», «trece», etc.). Los encadenam ientos del boxeo chino,
por ejemplo, se descom ponen en m uchos m ás m ovim ientos de
los che que allí se cuentan, e, igualmente, el que se inicia apren
de sucesivamente fragm entos de m ovim iento que no corres
ponden a esos che. A p artir de ahí, la serie de los che —«evitar»,
«tirar hacia atrás» o «presionar hacia delante»...— habría m ás
bien de concebirse, dado que hacen jugar m ás directam ente
entre sí oposición y com plem entariedad, y destacan m ás las
relaciones de encadenam iento por alternancia, com o las diver
sas fases representativas de ese dinam ism o: sus polos sucesivos
de plenitud, sus fases a la vez transitorias y radicales.
Para lo cual sirve, precisam ente, la designación simbólica.
Si los trece che del boxeo chino se asocian explícitam ente a los
ocho trigram as (como a los puntos cardinales y colaterales), así
como a los «cinco elementos», no sólo es po r afición a la analo
gía y por tradición retórica, sino porque se considera que ac
91
túan — al igual que las figuras del Libro de las m utaciones frente
al devenir, o los «elementos» respecto a la «física»— com o au
ténticos «diagramas» del dinam ism o en acción (y la noción de
esquema m erecería ser desarrollada aquí en u n sentido que nos
acercaría —pero, sin duda, para un uso del todo distinto— al
del kantism o, con la intención de d ar cuenta de su estatuto de
representación interm ediaria, con dos caras, «por u n lado, in
telectual y, por otro, sensible»): es esencial, en efecto, en el ejer
cicio del boxeo chino, tender a una coincidencia cada vez m ás
perfecta entre la ejecución gestual del m ovim iento y el propio
m ovim iento del pensam iento, en el interior de uno m ism o, que,
com o tal, se vuelve «creador» de estados nuevos. A la vez, la
referencia a los hexagram as, a los elem entos y a los puntos
cardinales perm ite conferir al trabajo realizado m ediante el
cuerpo toda su dim ensión cósmica: im pulsando así las m anos,
es todo lo Invisible lo que impulso conmigo.
Lo m ism o ocurre con el bestiario que ponen en escena los
dem ás tratados. Si en los m anuales eróticos, el valor sólo es
lejanam ente figurativo9 y reside sobre todo en el placer am bi
guo del em blem a, a la vez naturalista y seductor, parece, en
cam bio, im portante desde el punto de vista de la aprehensión
efectiva de los che de la m ano sobre el laúd. Pues, al igual que,
anteriorm ente, en el caso de la pintura de paisaje, se trata en
cada ocasión de un movimiento de conjunto que sólo cabe cap
ta r adecuadam ente de form a intuitiva y global. No m ediante
un a operación program ada, sino de una sola vez. Pero la tran s
posición, anim al o paisajística, devuelve con m ayor facilidad su
unidad intrínseca, haciéndonosla experim entar de form a in
m ediata m ediante el rodeo de nuestra im aginación m otriz.10
Representém onos, por ejemplo, el che del «pájaro ham briento
que picotea en la nieve» (cuando la m ism a cuerda ha de produ
cir dos sonidos que se suceden con rapidez):11la im agen que
m uestra a un cuervo dem acrado sobre un árbol desnudo, en un
paisaje invernal, picoteando la nieve con la esperanza de descu
b rir en ella algún alimento, representa adecuadam ente esa eje
cución rápida y seca, realizada justo con la p u n ta de los dedos...
com o si se diesen picotazos. Por el contrario, el coletazo descui
dado de la carpa (cuando el índice, el m edio y el an u lar puntean
juntos dos cuerdas, un a vez hacia dentro e, inmediatamente des
pués, hacia afuera) nos vuelve sensible ese barrido, m edido y
92
amplio, de la m ano. Im aginém onos tam bién, a p artir de nues
tro sentido interno, el che de la tortuga sagrada que em erge del
agua (cuando siete sonidos son tocados sobre dos cuerdas: pri
m ero dos, luego dos y dos m ás rápidos, luego uno final, con
alternancia entre el índice y el medio): evocará sin esfuerzo una
ejecución breve pero resuelta y regularm ente ritm ada. O, ta m
bién, el de la «m ariposa blanca al ras de las flores» (efecto de
arm ónico producido p o r la m ano izquierda que, en lugar de
hacer presión sobre la cuerda, sólo la roza): expresará, con m a
yor precisión que cualquier análisis, el «sonido flotante» busca
do. El poem a es:
93
tinuación de cada uno de esos encabezam ientos, se ofrece
com o ejem plo un único dístico, sin m ás explicación. Para el
últim o che, el de «la ballena que se traga el vasto m ar», los dos
versos son:
94
tercer, cuarto o quinto versos). Ejem plo de un poem a dirigido
p or el poeta a su tío, alto funcionario: «Los grandes sabios son
capaces de arreglárselas solos / Cuando la ocasión se presenta,
elaboran su plan / Usted, tío mío, ha sido dotado por el Cielo
[...]» (los dos prim eros versos constituyen u n a reflexión gene
ral, no siendo el tem a abordado hasta el tercero).
Disposición 3: «Cuando la entrada [en lo im portante del
tem a] no se produce hasta el segundo verso, tras un prim er
verso directam ente colocado». E n este caso, el prim er verso
evoca «directamente» (inm ediatam ente) el paisaje o la ocasión,
sin relación con el tem a del poem a, no abordándose éste hasta
el verso siguiente. Ejemplo de un poem a del tipo «Subir a la
m uralla y pensar en el pasado»: «Bosques y m arism as frías has
ta el infinito / Subo a la m uralla y pienso en el pasado [...]».
Disposiciones 4 y 5: El m ism o caso que la anterior, pero el
motivo inicial se extiende a lo largo de dos o tres versos, no
entrándose en lo im portante del tem a hasta el verso siguiente.
Más allá de ese límite, si el motivo inicial se extiende a lo largo
de cuatro o m ás versos, hay que tem er que el poem a pueda
«disgregarse y resultar fallido».
Disposición 6: «Mediante entrada indirecta a través de un
motivo simbólico». Cuando los versos iniciales evocan «direc
tam ente» u n motivo que m antiene una relación m etafórica con
el desarrollo posterior del poem a. Ejemplo. «En el azul desapa
rece u n a nube abandonada / Es conveniente, al atardecer, vol
ver al Monte. / El letrado generoso por el Bien respaldado, /
¿Cuándo verá la Faz del Dragón?» (La nube solitaria del prim er
verso sim boliza al letrado desam parado del tercero; la «Faz del
Dragón» es, con seguridad, el em perador, del que el poeta espe
ra que se interese po r su suerte. Este caso se distingue, por
tanto, de los tres precedentes a causa de la función simbólica,
m ás nítidam ente m arcada, del motivo inicial.)
Disposición 7: «Mediante im agen enigmática». Cuando la
relación sim bólica reclam a u n suplem ento de interpretación.
Ejem plo de versos de los que el propio poeta —que tam bién es
el autor de la lista— nos ofrece el com entario: «Pesadum bre de
la separación —Qin y Chu— tan profunda / Del interior del río
se eleva la nube otoñal». El dolor de la separación es tan pro
fundo —añade el autor— com o están entre sí alejadas las regio
nes de Qin y Chu; y la incertidum bre en que se está de verse de
95
nuevo es com parable a la nube que, elevándose en el cielo, sufre
u n bam boleo a m erced del viento.
Disposición 8: «Cuando el verso siguiente viene a a m p a rar
al verso precedente». Cuando, en un verso, el sentido no se ha
expresado hasta el fin y de un modo lo bastante nítido, lo am p a
ra el verso siguiente, «de modo que el sentido consustancial al
poem a siga su curso». Ejemplo. «La lluvia fina —a continua
ción de las nubes— se retira / La niebla —en la ladera de las
m ontañas— se disipa» (este tipo de figura, que puede parecer-
nos m uy corriente, es m ucho más raro en la poesía china, cuyo
verso constituye de ordinario un todo autónom o).
Disposición 9: «Mediante encuentro inspirado del m undo y
la emoción». Lo que significa que los versos nacen de u n en
cuentro súbito y espontáneo entre la em oción de la conciencia
—que reacciona de una m anera sensible— y las realidades de la
naturaleza, que se han vuelto transparentes a esa incitación.
Ejemplo: «Recientemente las siete cuerdas resuenan en los al
rededores / Y los diez mil árboles purifican su sonido secreto /
Ahí está lo que vuelve [más] blanca la luna sobre el río / Así
com o sus aguas [más] profundas». (El tañido del laúd evocaría,
en el p rim er verso, la emoción de la que es presa la conciencia y
que se extiende a partir de ella a través del paisaje; m ientras que
los versos siguientes describen cómo todo ese paisaje se vuelve
sensible a esa emoción, deja que lo penetre y la despliega.)
Disposición 10: «Mediante la riqueza im plícita del últim o
verso». De acuerdo con uno de los grandes preceptos de la poe
sía china, es preciso que el sentido se despliegue m ás allá de las
palabras en lugar de «agotarse con ellas»: las em ociones deben
evocarse «de m anera intensa» y de un m odo alusivo. Ése será,
en particular, el caso cuando, evocando el penúltim o verso el
sentim iento del poeta, el últim o concluye el poem a m ediante la
evocación de un paisaje que se funde con él. Ejemplo: «Tras la
ebriedad, ni una palabra / Sobre todo el paisaje la lluvia fina».
Disposición 11: «Mediante el realce conjunto». Es im portan
te que el sentim iento expresado por el poem a destaque con la
m áxim a intensidad a través del conjunto del texto: po r tanto, si
u n verso no alcanza su plena expresión, hay que ayudarlo m e
diante el verso siguiente, que contrasta con él. Ejemplo: «Las
nubes regresan a las paredes rocosas — y desaparecen / La luna
ilum ina el bosque escarchado: límpido» (un verso com pleta al
96
otro expresando su otra cara: por una parte, el m al tiem po se
disipa; po r otra, la luminosidad se trasluce de nuevo y se aviva).
Disposición 12: «Mediante división del verso en dos». Ejem
plo: «La m a r es pura, la luna es verdadera» (es, de algún m odo,
el caso contrario al precedente: allí se necesitaban dos versos
para expresar conjuntam ente un m ism o sentido, m ientras que
aquí un m ism o verso expresa, sucesivamente, dos sentidos re
lativam ente dispares).
Disposición 13: «Mediante relación de analogía directa den
tro de un m ism o verso». Ejemplo: «Pienso en usted — el curso
del río» (especialmente cercano al famoso: «Andrómaca, ¡pien
so en usted! Ese riachuelo [...]», pero, aquí, el flujo del río actúa
com o im agen del pensam iento que nos vincula sin cesar al otro).
Disposición 14: «Mediante [realce] del curso cíclico de las
cosas». «Si se evoca u n sentim iento de aflicción, quebrarlo lue
go m ediante una evocación del destino; si se describe el en tu
siasm o del m undo po r la gloria y los favores, quebrar luego esa
escena apelando a la lógica de la nada» (el segundo verso de
fiende la opinión contraria al anterior y nos eleva a u n a visión
superior). No se da ningún ejemplo.
Disposición 15: «Mediante la penetración del sentido abs
tracto en el interior de un paisaje». Resulta evidente que «un
poem a no puede expresar continuam ente un sentido abstrac
to»: «Es conveniente, por tanto, que éste penetre en el interior
de la evocación de un paisaje para que adquiera sabor». Lo que
significa que cualquier significación abstracta, que evoca u n
estado aním ico, ha de colocarse luego de form a concreta en u n
lugar o u n a m orada, y fundirse arm oniosam ente con ellos.
Ejemplo: «A veces m e em briago de bosques y m ontes / De hun
dirm e en cam pos y morerales. / El perfum e de sófora poco a
poco engloba la noche. / La luna —sobre la torre— profunda
hasta el infinito» (dos versos de «sentido abstracto» van segui
dos p o r dos versos que evocan un paisaje acorde).
Disposición 16: «M ediante penetración del paisaje en el in
terior de un sentido abstracto». Caso inverso y com plem entario
del precedente: un poem a que en toda su extensión sólo fuese
u n a descripción de paisaje «resultaría igualm ente insípido»;
p o r ello es conveniente, tras la evocación de u n paisaje, expre
sa r el sentim iento experim entado, sin que uno se m anifieste en
detrim ento del otro. Ejemplo: «Las hojas de m orera caen sobre
97
los caseríos / Las ocas salvajes cantan en los islotes. / Cuando el
ocaso alcanza su punto extremo, / Entonces me confío al Tao
suprem o» (aquí, al contrario del caso precedente, son dos ver
sos evocadores del paisaje los que van seguidos po r dos versos
evocadores del sentimiento).
Disposición 17'. «Cuando el últim o verso expresa u n a espe
ra». Ejemplo: «De los verdes caneleros las flores no han abierto.
/ E n m edio del río, solitario, hago resonar mi laúd». El poeta se
com enta a sí mismo: en la floración, volveremos a vemos; hoy,
cuando las flores no han abierto, estoy solo y espero.
98
acuerdo entre el paisaje y la em oción de la que ya se tra ta b a en
(9); finalmente, (11) retom a la cuestión de los dos versos que
se com pletan pero m odificándola ligeramente: lo que a p a rtir
de ahora cuenta es, m ás bien, el aspecto de relación interna,
por contraste, y será retom ado en (12), (13) y (14), incluso en
(15) y (16).
Sería necesario tom arse el tiem po necesario para precisar
aú n m ás ese trabajo discreto de ramificación, todos esos m odos
implícitos de vecindad, el arte delicado de la transición... Pero,
al menos, cabría concluir, de la experiencia de esas listas, dos
form as de lógica (uno recuerda las listas «chinas» insólitas, a la
m anera de Borges, con las que Foucault com ienza Les Mots et
les Choses): la razón china (pues tam bién aquí hay «razón», y
no incoherencia o desorden) no procedería del m odo en que lo
hace la razón «occidental» (habiendo de tom arse el térm ino de
modo simbólico), intentando adoptar de antem ano una posi
ción de dom inio com o punto de vista «teórico» que regenta
toda la m ateria a organizar, que le confiere su capacidad de
abstracción y de donde resulta norm alm ente un principio clasi-
ficatorio homogéneo. Aquélla se desplaza m ás bien horizontal
mente, de un caso a otro, atravesando puentes y encrucijadas,
desem bocando cada caso en el siguiente y transform ándose en
él. A diferencia de la lógica occidental, que es panorámica, la
lógica china es la de u n itinerario posible, m ediante encadena
m iento de etapas. El espacio de la reflexión no es definido y
cerrado a priori; sólo es desplegado —y fecundado— progresi
vamente, conform e a ese balizaje; y semejante trayectoria en
absoluto excluye otras, que tem poralm ente discurren paralelas
a ella o la atraviesan.15 Al final del viaje, se ha adquirido una
experiencia, se ha esbozado u n paisaje: la perspectiva no es allí
global y unívoca, com o en el cuadro occidental, sino que m ás
bien corresponde al despliegue progresivo del rollo (chino), en
el que un cam ino po r la ladera del relieve (y que confiere a éste
su consistencia) aparece aquí, luego desaparece tras la colina y
reaparece más lejos.
Así pues, nada indica que el térm ino che ya no sea m ás que
una etiqueta vacía, porque reagrupa fenómenos que nos pare
cen dem asiado diversos: quizá sólo ocurre que todavía estam os
dem asiado hundidos en nuestras propias categorías críticas y
no hemos adquirido la costum bre de enfocar la actividad poéti
99
ca desde esta perspectiva: precisam ente a p a rtir de u n a varie
dad de «disposiciones» y en el m odo de la «propensión».
100
Recojo y recojo bardana,
Ni siquiera lleno una cesta,
y:
101
m odo u otro, a constituirse en discurso, y el hecho de que pre
fiera, al desarrollo extenso y continuo del período o la frase, el
efecto concurrente de las unidades m ás breves posibles (como
regla general, lo hemos indicado, el verso chino form a un con
ju n to cerrado autosuficiente, como un ideogram a desarrolla
do). De ahí la im portancia que lógicamente concede la escritu
ra poética china —de un verso a otro, de un dístico al siguiente,
incluso en el interior de un mismo verso— a la ejecución dispo-
sicional del texto, i.e., a la riqueza de tensión que enlaza sucesi
vam ente a sus diversos elementos entre sí.
Se com prende, a partir de ahí, po r qué el poético chino con
sidera que el gran poeta, el que es capaz de «crear che», ha de
estar en condiciones de «conferir un nuevo arranque al senti-
w ang m iento expresado po r el poema»f en cada verso, o, al menos, en
c h an g lin g cacja dfst¡CO; el m al poeta es caracterizado, por oposición, com o
aquel en quien un verso es «más débil» que el precedente.20 El
arte de la escritura, al que se ha hecho referencia, puede servir
de m odelo a este respecto: al igual que el gran principio de la
caligrafía consiste en crear una relación de atracción a la par
que de repulsión entre los dos elementos correspondientes de un
m ism o ideogram a (a la vez «volverse uno hacia otro» y «darse la
espalda»), tam bién el arte del poeta consiste en introducir una
relación de afinidad a la vez que de contraste entre dos versos
consecutivos (lo que implica, en consecuencia, que esos dos
«elementos» poéticos alcancen una fuerza y una consistencia
Du F u iguales).gConsideremos, por ejemplo, esta célebre octava:21
s.v n i
102
El contraste es aún m ás rico entre estos dos versos/elemen-
tos: entre la horizontal y la vertical, el espacio y el tiem po, la
separación y la reunión. Al m ism o tiem po que el paralelism o es
aún m ás íntimo: los puntos cardinales, por u n a parte; arriba y
abajo, po r otra; la dispersión en el espacio, p o r u n a parte, y la
sincronía, p o r otra; todo ello define globalmente el universo en
su unidad profunda. Incluso los dos versos siguientes, consa
grados a la evocación de la «emoción», consecuencia de la del
«paisaje», m uestran ese efecto:
103
yergue enérgica y solitariam ente p o r apilam iento sucesivo,
com o el río fluye sereno a lo largo de m iles de leguas; luego
sucede el relieve m ás accidentado posible. Im ágenes de m ean
dro o desnivel: otras tantas disposiciones particulares que no
dejan de encadenarse al m ism o tiem po que reaccionan entre sí
(que se encadenan con tanta m ayor continuidad cuanto con
m ayor vigor reaccionan). A través de ellas, el che poético con
siste siem pre en cargar del m áximo de im pulso y dinam ism o el
curso del texto.
Por tanto, no debería considerarse el dispositivo del poem a
jiaoran com o un aspecto secundario de la creación. Acom paña al m o
vim iento de la em oción interior y le corresponde, según una
relación análoga a la que m antiene el lenguaje del poeta frente
a su inspiración.1526Viene a ser la m anifestación sensible —dis
tribuida a lo largo del encadenam iento textual— de la inte
rioridad invisible. Por ello le debe la poesía la prim era de sus
«profundidades»: «El hecho de que una im presión difusa esté
presente po r todas partes (como «vapor» o «vaho») se debe al
tipo de profundidad que resulta del dispositivo textual».127Gra
cias al dinam ism o que suscita este último, el alcance del senti
do se desprende de su motivo y se extiende com o u n aura, tan
penetrante como inasequible. O, tam bién, se eleva com o una
colum na de hum o, hasta el infinito.28 El che es el creador de lo
que se ha convenido en llamar, tanto entre nosotros com o en
China, la «atmósfera» poética.
Por ser su principio el de la alternancia, el poem a en su
integridad no debe concebirse com o un «enhebrado» sucesivo
(verso tras verso, com o «peces que se ensartan»), sino como
una variación: «El gran poeta es aquel cuyo che está en conti
nua transform ación».m29 Pues, en poesía com o en otros ám bi
tos, es conveniente que el dinam ism o se renueve —p o r diferen
cia interna, de un polo a otro— para que sea continuo.
104
6
EL DINAMISMO ES CONTINUO
105
al adversario, proporcionándole la posibilidad de triunfar. Una
m ism a representación está, por tanto, en el corazón de todas
esas prácticas, la de una energía original, al tiem po que univer
sal, cuyo principio es binario (los fam osos yin y yang) y su inte
racción sin cesura (como en el gran Proceso cósmico). De ahí
resulta, lógicamente, la última significación del che com o tér
m ino estético: la capacidad de prom over y h acer sensible, en
función de esa energía3 y a través de los signos del arte,b seme
jante continuidad del dinam ism o.1
Pero ésa era ya la concepción que encontrábam os en ac
ción, al comienzo, entre los pensadores estrategistas.2 Percibi
da desde el exterior (pues es sobre todo desde el exterior desde
donde uno puede hacerse consciente de esa ubicuidad de la
coherencia —a falta de vivirla sin m ás—, gracias a la distancia y
bajo el efecto de la diferencia), la cultura china nos im pone, a
p esar de m utaciones históricas considerables, el sentim iento
de u n a unanim idad (la que simboliza, desde dentro y de un
m odo idealizado, la «Vía», el Tao): el sinólogo, no dejando de
d ar vueltas alrededor de esa intuición, está, p o r tanto, condena
do a la repetición (al m ism o tiempo que conserva la im presión
de que algo aún m ás simple y más radical siem pre se le escapa).
Pues esa evidencia compartida, bajo cuya im pronta se cae una
vez, se aborda el m enor comentario «teórico», tam bién resulta
dem asiado difusa y demasiado dom inante com o p ara ser nun
ca totalm ente explicitada. Sólo se nos da, al hilo de la literatura
crítica, m ediante el rodeo de las reflexiones particulares que, al
tiem po que se ram ifican en análisis cada vez m ás finos, vuelven
a cruzarse entre campos distintos y a reflejarse unas a otras
entre «artes» diferentes, se corrigen y se protegen recíproca
m ente. Por tanto, nos corresponde reconsiderarlas una últim a
vez, para intentar seguirlas hasta sus últim as ramificaciones,
pero tam bién paralelamente: intentando tra e r a la luz, gracias a
esos efectos de perspectivización, el supuesto com ún.
106
com o devenir. Según la doble dim ensión de ese arte, tanto al
nivel del gesto que engendra la form a com o de la form a que se
ha vuelto legible sobre el papel. Al igual que la flecha disparada
p o r el buen tirador está cargada de un excedente de che que la
hace ir recta y lejos, tam bién el movim iento del pincel, en m a
nos del buen calígrafo, está dotado de un excedente de che,c Zhang
Huaiguan
com o potencial en acción, que le perm ite avanzar siem pre sin s. VII
reparar en obstáculos y del m odo m ás eficaz.3 El im pulso des
plegado se comunica de un extrem o a otro, sin encontrar obs
táculo ni atascarse.0*4Y, una vez finalizado el trazado, esa conti
nuidad dinámica se m antiene indefinidam ente activa para
quien la contempla: el elemento precedente lleva dentro de sí la
expectativa del que lo sigue, y este últim o nace en respuesta al
prim ero.1^ La ininterrupción nunca es voluntaria, sino espontá
nea. Es sabido que, en el boxeo chino, es conveniente m antener
siem pre un reparto desequilibrado del peso del cuerpo, en rela
ción a los dos pies, de m odo que aquél se vea constantem ente
llevado, por sí mismo, a proseguir la ejecución del m ovim ien
to;6 ahora bien, podemos descubrir igualmente, en el ideogra
m a caligrafiado, un ligero desequilibrio del trazado que perm i
te que éste nunca esté totalm ente inmovilizado ni se vuelva rígi
do o fijo, sino que reclame su prolongación: una raya horizon
tal nunca lo es totalm ente, sobre todo cuando no es el elem ento
últim o del carácter, su ligera rectificación o su discreta desvia
ción traicionan la tensión que la lleva hacia el encadenam iento.
Que el trazado se aproveche del impulso precedente,17que el
pincel se vea, pues, llevado a avanzar sin reparar en obstáculos
y que, bajo la aparente discontinuidad de los trazos y los p u n
tos, se manifieste el proceso de una generación continua, ésa es
la lógica de propensión de la que saca partido, por m edio del
dispositivo del ideogram a caligrafiado, el arte de la escritura.
Considerémosla, para entenderla mejor, en su estadio m ás ra
dical: u n tipo de escritura china, surgido después que los otros,
la «cursiva», encam a de form a m ás específica esa tendencia al
dinam ism o y pone el acento en la continuidad. Ya no sólo en
tre los elementos de un m ism o ideograma, sino tam bién entre
ideogram as consecutivos. M ientras que la escritura «regular»,
a la que suele oponérsela, utiliza sobre todo el trazo quebrado,
que exige una pausa, la cursiva privilegia la curva, que se ejecu Jiang Kui
s.xn
ta con un solo trazo.8 El pincel corre de un extremo a otro de la
107
página, tratando elípticamente cada ideogram a y reduciendo al
m ínim o su autonom ía; de uno a otro, apenas tiene el pincel
tiem po de recuperarse, hasta tal punto se ve arrastrado hacia el
trazo siguiente. La cursiva es, por tanto, la expresión privilegia
d a del che caligráfico: en el caso de la escritura regular, «una
zhang vez term inado el ideogram a, el sentido que lo anim a está finali-
Huaiguan m ientras que, en el de la cursiva, «cuando toda la colum
na de caracteres está acabada, el im pulso [che] se prosigue m ás
allá» .s9De ahí surgió la tradición caligráfica de «un solo trazado
continuo», aquella cuya capacidad deche está m ás «desarrolla-
da»:h «allí donde el trazo se rompe, el influjo rítm ico no está
cortado y, allí donde el trazado no es interrum pido, u n a m ism a
aspiración atraviesa de u n extremo a otro las colum nas».10Los
ideogram as que com ienzan la colum na siguiente son, p o r ta n
to, la prolongación directa de los que se encuentran en la parte
inferior de la colum na precedente: no podía llevarse m ás lejos
el sentido ni el arte de la propensión.
Pero no habría que engañarse en lo concerniente a la n a tu
raleza de esa continuidad. Un tren de varias decenas de pala
bras conjuntam ente enlazadas, de u n a form a visible y acen
tu ad a —com o se hace a veces—, resultaría fatalm ente insípi-
jiangKui do. Ahí ya sólo hay «hebra», y la fuerza se agota.11 Pues cuenta
m enos la continuidad del propio trazado que la del dinam ism o
que lo anim a. A cuyo servicio está la alternancia, que es el m o
to r de esa vitalidad. Los ideogram as que se encadenan bajo el
im pulso de la cursiva simbolizan, p o r así decirlo, otras tantas
posturas particulares que se oponen sucediéndose: «como per
sonas que aquí se sientan y se acuestan, y allí se ponen en ca
m ino; que tanto se dejan llevar siguiendo la corriente com o ca
balgan al galope; tanto evolucionan con gracia al son de las
canciones com o se golpean el pecho y gesticulan de dolor».12
U nas veces la m ano ralentiza, otras acelera; unas veces la p u n
ta es «incisiva», otras «difuminada». Es esa variación constan
te entre contrarios, renovándose uno m ediante el otro y ape
lando necesariam ente uno al otro para com pensarlo, la que
hace posible que el trazo siguiente prolongue realm ente al pre
cedente y éste atraiga efectivam ente tras de sí el trazado si
guiente. E n la juntura, allí donde no hay ni punto ni rasgo en el
c arácter de escritura, sólo se percibe, suelta, u n a «atracción de
línea»' (el térm ino técnico que tam bién designa, expresiva-
108
m ente, la «correa de transm isión» en la lengua m oderna). Por
ello, «las rayas, las oblicuas, las curvas y las verticales, tanto
en sus sinuosidades com o en sus arabescos, están siem pre de
term inadas por la propensión del im pulso [c/-ze]».jl3La au tén ti
ca continuidad caligráfica es la de un trazado que no cesa de
renovarse, m ediante oscilación de u n polo a otro, transfor
m ándose.14
Como prueba, la m ala copia, y sea cual sea, adem ás, el tipo
de escritura, cursiva o no cursiva (la im itación de los m odelos
desem peñando u n papel esencial en el aprendizaje caligráfico).
Recurriendo a su m em oria, el mal alum no reproduce la form a
exterior de los caracteres, pero no el «influjo rítmico» conteni JiangKui
do a través de ellos:15 esa «pulsación» com ún que circula tanto
a través de los elem entos caligrafiados com o a través de las
venas de nuestro cuerpo y, perm itiendo los intercam bios m eta-
bólicos necesarios, asegura al trazado su capacidad de encade
nam iento. Los diferentes elementos reproducidos están, enton
ces, fatalm ente aislados y «dispersos» unos en relación a otros
— mem bra disjecta— sin que ya nada, desde dentro, los una. La
cualidad de interdependencia y correlación, esencial a la linea-
lidad de una genuina escritura, está ausente en ese caso: falta el
factor che, en tanto que propensión particular del im pulso que,
vinculada tanto a la inspiración súbita del calígrafo com o a la
tonalidad del texto caligrafiado, había logrado conferir a la cali
grafía, en el caso del modelo, su continuidad dinám ica y la ca
pacidad de renovación. Son ellas las que todavía hacen vibrar
juntos, ante nuestros ojos y para nuestro infinito goce, cada
uno de los trazos, al um'sono.
109
Da Si se quiere que la silueta de la m ontaña realm ente dé la im pre
C honggu an g
s. XVII sión de d ar vueltas, haciendo ondas, es necesario ir cada vez,
inicialm ente, «en el sentido inverso al de su propensión»,1tanto
en hueco com o en relieve, para que entonces empiece a «dar
vueltas».*17 Lo cual tam bién es válido para la com posición de
S h en conjunto: si allí ha de ser densa y detallada, que sea suelta y
Z ongqian
dispersa aquí; si luego ha de ser plana y serena, que antes sea
ab ru p ta y tensa. O tam bién, anticiparlo lleno m ediante lo vacío
y lo vacío m ediante lo lleno.18Como en caligrafía, hay que acen
tu a r el contraste para que un elem ento prepare el otro: no sólo
que lo destaque, sino tam bién que lo reclame necesariamente
tras de s í con tanta m ás fuerza cuanto que es necesario restable
cer el equilibrio y m antener —m ediante com pensación— la re
gulación arm ónica. Incluso el fam oso «trazado con una sola
pincelada», que caracterizaba la cursiva en su estado final,
vuelve a encontrarse en pintura. Sin duda, no literalm ente,
com o si se tratase de cubrir todo el espacio con u n único trazo,
sino, al igual que en la buena caligrafía, m ental e interiorm ente:
FangX un en la m edida en que el che que em ana del soplo vital logra atra
s .x v rn
vesar de un extremo a otrom todo el trazado figurativo —m on
tañas y ríos, árboles, peñascos y casas— y lo anim a con el m is
m o rayo de su inspiración.19
Por tanto, es legítimo que los tratados de pintura pongan el
acento, al igual que en caligrafía, sobre la «pulsación» com ún
que recorre la composición (como tam bién, en una fase prepa
ratoria —antes de ponerse a p intar o caligrafiar—, sobre la im
portancia de una buena circulación del soplo a través del cuer
po). Recordem os que, según la física china, todos los elementos
del paisaje, desde las cadenas m ontañosas hasta el árbol y la
roca, debieron su aparición exclusivamente a la acum ulación
110
de energía cósm ica y están constantem ente irrigados p o r ella:
que, tanto en la p intura com o en el paisaje, todos los aspectos
m ás diversos, y sus incesantes m utaciones, «gobernados p o r el Shen
Zongqian
soplo» y enlazados a través de él, «manifiesten», de u n m odo
siem pre particular, su «tendencia a la animación»; en eso con
siste el che.n2° Así pues, el arte pictórico se lim ita a describir, en
virtud de «la propensión interna que confiere su im pulso al pin
cel», esa «otra propensión» que vemos por todas partes en ac
ción, fuera de uno m ism o, «en la actualización de las cosas».0
La relación es recíproca: el che llega bajo el pincel «presa de la
energía invisible», y ese dinam ism o de lo Invisible se com unica
a través de las figuraciones sensibles «gracias al che que lo
guía». Al igual que el arte de la caligrafía es el de u n a m etam or
fosis ininterrum pida, el del pintor chino consiste en describirla
realidad en su incesante proceso.
Eso es justam ente lo que ilustra la disposición de la pintura
en rollo. El rollo «se abre» y «se cierra» a la m anera del devenir
cíclico de cualquier realidad (tam bién quien practica el boxeo
chino cierra el encadenam iento anteriorm ente «abierto» vol
viendo a su posición inicial). En el caso del rollo que se desplie
ga verticalmente, la «apertura» comienza abajo y el «cierre» Shen
Zongqian
tiene lugar arriba: motivos naturales y construcciones hum a
nas «abren» en la parte baja, «dando la im presión de u n a inago
table vitalidad»; cum bres y nubes, bancos de arena y lejanos
islotes «cierran» en la parte superior, «llevando toda la com po
sición a su compleción, sin que nada quede fuera».21 E n refe
rencia al año, se considerará que la parte baja del rollo corres
ponde a la prim avera, tiem po del «desarrollo», el centro del
rollo al verano, estación de la «plenitud», y, finalm ente, la parte
superior del rollo al otoño y el invierno, la época del «recogi
m iento y el repliegue». No sólo el rollo de pintura, considerado
en su conjunto, se despliega «naturalm ente» de este modo, a
im agen del curso progresivo del año, sino que tam bién vuelve a
encontrarse a cada paso, incluso en el m enor detalle de la figu
ración, la m ism a alternancia de apertura y cierre que le confiere
su ritmo vital (siem pre a la m anera del desarrollo tem poral que
no sólo hace alternar las estaciones, sino tam bién, a escalas
cada vez m ás reducidas, la luna llena y la luna nueva, el día y la
noche, la inspiración y la espiración). Cada aspecto particular
de la representación se inscribe en una lógica general de apari-
111
ción y desaparición, y sirve de fase transitoria p ara la m anifes
tación del devenir. Por ello, el rollo perm ite u n a lectura lineal,
com o en caligrafía: cualquier figuración «llega p ara arm o n izar
con la precedente» y se disuelve «para dejar sitio a la siguien-
te».P Todo está en circulación y es atravesado, de u n extrem o a
otro, p o r la tendencia a la renovación.
De ah í resulta todo el arte pictórico, que de nuevo puede
expresarse en térm inos de che: en cada m om ento de desarrollo
sh e n y «apertura» tam bién hay que pensar, paralelam ente, en la ter-
Zongqian m inación y el «cierre», lo que perm itirá a la figuración «estar en
cualquiera de sus partes bien configurada» sin que n a d a «esté
disperso ni abandonado».22 A la inversa, en cada m om ento de
term inación y «cierre» tam bién hay que pensar, paralelam ente,
en el desarrollo y la «apertura», lo que perm itirá a la figuración
«poseer en todo m om ento un suplem ento de sentido y vitali
dad», de m odo que «el dinam ism o de lo Invisible nu n ca esté
agotado». Ningún comienzo es nunca un puro com ienzo, ni
ningún fin es nunca un verdadero fin: en chino, no se dice «em
p ezar y term inar» sino «term inar - empezar».* Todo «abre» y
«cierra» a la vez, todo se articula «lógicamente» y sirve de tra n
sición dinám ica, y la propensión del trazado abraza entonces,
sponte sua, la coherencia interna de la realidad.“1
112
Es tarea de su factura melódica y rítm ica asegurar, en pri
m er lugar, las condiciones de una fluidez semejante. Dos aspec
tos que son particularm ente determ inantes en el caso del chino,
puesto que, por una parte, las palabras de la lengua china po
seen distintos tonos (y el contrapunto tonal representa un ele
m ento esencial de la prosodia) y, por otra parte, el ritm o tiende
en ella a hacer las veces de sintaxis y contribuye directam ente a
la comprensión. Volvamos al motivo estratégico del che: «sono
ridades bien adaptadas entre sí» son com o piedras redondas LiuXie
echadas a rodar desde lo alto de una cuesta.s25La explotación de
las disposiciones recíprocas (entre los sonidos o entre los tonos)
crea una propensión dinám ica a la continuidad y es, una vez
más, el principio de la alternancia el que perm ite sacar partido
de ese potencial. Un texto bello es, en prim er lugar, un texto cuya
interdependencia melódica es tal que su lectura salm odiada cae
por su propio peso, sin que su curso choque nunca ni con el
obstáculo de la m onotonía ni con el de la disarm onía.126Análo
gam ente ocurre a propósito del ritmo, incluso en prosa: los rit
mos m ás largos, como los m ás breves, deben intercalarse en la Bwikyó
hifuron
secuencia del texto para dinam izarla.27 Con carácter general,
sea al nivel de los sonidos, los tonos o los ritmos, la repetición ha
de evitarse, pues suprim e toda tensión interna, nacida de la dife
rencia, y agota la vitalidad; la variación, po r el contrario, la re
nueva al máximo, extrayendo sus recursos de una interacción de
los polos (tono «llano» y tono «oblicuo», extensión y brevedad,
etc.) que, com o tal, es inagotable: gracias a ella, el texto tiende a
una continuación y es instado a «rodar cuesta abajo».
El motivo de los cuerpos redondos tendentes a rodar po r la
pendiente es retom ado a propósito de la factura discursiva, y ya
no sólo arm ónica, del texto literario. En el caso de la octava, por
ejemplo, corresponde precisam ente al segundo dístico poner
en m ovim iento el motivo inicial al tiem po que precipitar el poe Wang
Shizhen
m a hacia su desarrollo.28Versos de transición que, po r una p a r s.xvn
te, «concuerdan» con los versos de apertura y, por otra, llevan a
su apogeo el dinam ism o del que sacarán provecho los versos
siguientes: bastará únicam ente con que el tercer dístico «gire»
y que el cuarto finalice «cerrando». Por tanto, el segundo dísti
co, que actúa com o eje de todo el poem a, será lógicamente eva
luado en función de su capacidad de che.u A título de ejemplo, el
crítico m enciona los célebres versos ya citados:
113
Otrora, oí hablar de las aguas de Dongting,
Hoy, subo a la torre de Yueyang:
El país de W u y el de Chu —al Este y al Sur— están separados,
¡Tierra y Cielo —de día y de noche— flotando!
114
com o querer p artir u n tronco de roble con u n hacha em botada:
fragm entos de la corteza vuelan po r todos lados; pero, ¿podrá
alcanzarse nunca el leño?»...30
Por el contrario, en una perspectiva realm ente poética, es Wang
Fuzhi
decir, la de una creación lingüística que sea verdaderam ente s.xvn
eficaz, es conveniente basarse en lo que la interioridad, en su
emoción, tiende a expresar y hacer, con ello, del che poético, en
tanto que propensión disposicional surgida de esa emoción, el
factor m otor de la expresión. La fórm ula es lacónica: «Hacer
del querer-decir emocional el [factor] principal y del che el [fac
tor] subsiguiente». A im agen del «movimiento de conjunto»
que da vida a la pintura, esa «propensión disposicional» es defi
nida com o la «coherencia interna», infinitam ente sutil y nunca
plenam ente aprehensible, propia de la intencionalidad poéti
ca." O, para intentar ser m ás precisos (¡aunque la glosa —ante
este tipo de form ulación, excesivamente alusiva— sea tan pro
blemática!): es la lógica —siem pre sutil y particular— im plica
da en lo que tiende a producirse com o sentido poético y le sirve
de articulación dinám ica. Apoyarse en ella y potenciarla perm i
te a la aspiración al sentido obtener la fuerza necesaria para
desarrollarse com o lenguaje y expresarse h asta el fin. E n eso
consiste el che que ya hem os considerado en acción en tanto
que dispositivo discursivo del poema, de un verso a otro, de un
dístico al siguiente: a la escala del poem a íntegro, él es quien
llega a expresar —desplegando sucesivamente todo el lenguaje
necesario para el poema, «m ediante alternancia y variación», a
través de «vueltas y rodeos», «movimientos de expansión y de
repliegue» y «hasta el total agotam iento del sentido»— la em o
ción p rim e ra / Intuición em inentem ente fecunda (y a m editar
aú n más: para erigirla en esa noción cardinal que tanta falta
nos hace), pues supera cualquier oposición entre el fondo y la
form a —distinción abstracta y estéril— y da cuenta, de form a
unitaria, de la creación concreta del poema: como propensión
en virtud de la cual el texto poético se anuda y encadena orgáni
cam ente, de m odo tal que cada nuevo desarrollo reactiva su
dinam ism o y todo, en su curso, actúa en él, de m anera efectiva,
com o transición.31
Se comprende, a partir de ahí, que la poética china haya po
dido m ostrarse crítica respecto al culto a los «hermosos versos». W ang
Fuzhi
Un herm oso verso viene a ser una «buena jugada» en el juego del
115
go.32 Su efecto puede parecer sensacional, y, sin embargo, los
buenos jugadores desconfían de él, prefiriendo u n a form a de
ju g ar en la que las jugadas se preparan con anticipación y resul
tan po r ello m ás eficaces, incluso si pasan desapercibidas (por
que pasan desapercibidas). También, en poesía, el herm oso ver
so hace correr el riesgo de rom per la tram a del poem a, resul
tando provechoso únicam ente para sí m ism o, en lugar de con
cordar con el conjunto del texto y favorecer su continuidad.
Tam bién por eso algunos poéticos han estim ado oportuno reac
cionar contra la costum bre escolar, cada vez m ás asentada, de
dividir el texto en partes. Puede haber, po r ejemplo, cam bio de
rim a sin que ello implique un nuevo desarrollo al nivel del senti
do, y el texto puede ejecutar un giro sin que eso suponga un
corte. El arte de los antiguos poetas incluso estaría, po r el con
trario, en «no cam biar nada a la vez en el tem a y la rima», y el
encadenam iento tiene lugar en ellos de la m anera m ás discreta y
«natural», sin que tengan que hacer ripios.33Com o la caligrafía o
la pintura, el poem a constituye un conjunto a la vez global y
unificado que comunica, en un único impulso, con su propio
interior. No es como un «melón», que se puede «cortar en roda
jas», sino que su continuidad es intrínseca34y constituye la prue
ba de que una interacción está en acción (entre «emoción» y
«paisaje», palabras y sentidos...), de que un proceso está efectiva
m ente en curso: no hay verdadera poesía —p ara retom ar el títu
lo de Eluard— sino «ininterrumpida».
116
inform a sobre la desgracia de las inundaciones provocadas po r
lluvias torrenciales, así com o sobre el sufrim iento que con ello
experim entan los funcionarios locales (entre los que se cuenta
su herm ano); y el poeta responde por compasión. Pero el orden
en que el poem a retom a esos tem as es diferente: evoca, en pri
m er lugar, las inundaciones provocadas por las lluvias; des
pués, el sufrim iento de los funcionarios; luego, la carta del
herm ano; y, finalmente, el envío del poema, como m uestra de
afecto. En virtud de este orden poético, el poem a está en condi
ciones de «ondular en olas sucesivas haciendo que alternen lo
vacío y lo lleno»: sin lo cual estaría fatalm ente «privado de che-».
El crítico nos invita, adem ás, a observar aún m ás de cerca, re
m ontando a contracorriente del poema, el arte con que su a u
to r logra dinam izar la secuencia del texto: en el segundo dísti
co, aún no se ha m encionado la carta, pero el poem a com ienza
indicando que «hemos sabido [...]», lo que introduce y da realce
a la carta evocada ulteriorm ente; en el prim er dístico, aú n no se
ha m encionado la noticia del desbordam iento del río, pero el
poem a com ienza describiendo todo el paisaje sum ergido po r
las olas, lo que introduce y da realce al tem a de la inundación
con el que continúa el poema. Y sólo después de haber evocado
la angustia de los funcionarios locales, la «punta del pincel»,
«efectuando una ligerísim a rotación», como en el arte de la
escritura, llega a hacerse eco de la carta recibida la antevíspera.
Sin ese arte de la variación —concluye el crítico—, el poem a tan
sólo sería «una colgadura totalm ente anodina», «fijada en su
envaramiento»; al contrario, gracias a la «ondulación» que le
confieren los pliegues sucesivos que engendran un ritm o de
variación por alternancia, el lector está en condiciones de insu
flar su propia respiración a través de la tram a del poem a y de
com unicar con el ritm o vital de éste, m ediante salmodia.*
Resulta legítimo que sea a propósito de los poem as m ás ex
tensos cuando se preste m ayor atención a los diversos efectos
que contribuyen a la continuidad del dinam ism o;38 y que se la
preste en igual m edida en el caso del relato novelesco, el género
* Quien sólo lee en silencio, y con los ojos, «se queda fuera del texto», nos dicen
los críticos chinos. Es conveniente, por tanto, salmodiarlo «en voz alta y con un
ritm o acelerado» para «captar su che», al igual que para uno mismo y «lentamente»
para captar su «sabor invisible»; y las dos lecturas deben ayudarse.62
117
extenso po r excelencia, sobre todo en China. En efecto, ¿en qué
consiste el arte del relato si no en lograr suscitar la m áxim a ten
sión, en el seno de la narración, entre lo que precede y lo que
Jin sigue? La lectura del célebre Al borde del agua, tal com o es co
S hengtan
m entado entre líneas por el mismo crítico de antes, uno de los
m ás sensibles de la tradición china, nos proporciona varios
ejemplos. Obsérvese, por ejemplo, cómo logra su autor «crear
che», según el parecer del crítico, al efectuar este giro:39 dos per
sonajes se enfrentan y están dispuestos a arrojarse uno contra
otro esgrim iendo sus arm as, cuando, de repente, uno de ellos
cree reconocer la voz de su adversario; a lo que sigue una escena
de reconocim iento. Ese vuelco narrativo hace jugar a la vez la
oposición (de la agresividad m ás intensa a la am istad m ás respe
tuosa) y la correlación (la escena hace eco a un encuentro prece
dente y hace nacer una am istad que se desarrolla en lo que si
gue). Por tanto, el novelista recurre, sim ultáneam ente, a dos m e
dios contradictorios para conferir dinam ism o a su relato: por
una parte, prepara por anticipado la narración para el desarrollo
po r venir «ocultando en ella un che de arco tenso o de caballo
dispuesto a saltar»;*40 por otra, suscita la sorpresa cuando «el
che del pincel efectúa una irrupción repentina», en radical rup
tura con la escena inm ediatam ente precedente.b‘41
Para reforzar el vínculo dinám ico que une el relato presente
con el desarrollo ulterior, el novelista crea la espera: m ediante
Jin u n efecto (che) de «sinuosidad extrem a del hilo de la n a rra
S hengtan
c ió n » /42 incluso valiéndose de una simple re p e tic ió n /43 Ejem
plo: uno de los héroes entra en una hostería sin blanca, y la
trifulca resulta previsible; pide allí vino, arroz y carne. Pero el
novelista se cuida m ucho —observa su com entarista— de repe
tir a continuación que se le trae el vino, el arroz y la carne: ese
discreto efecto de inmovilización confiere tanto m ás im pulso
(che) a la escena im petuosa que sigue. Lo m ism o ocurre, asi
m ism o, cuando el novelista se perm ite interrum pir el relato
m ediante una intrusión del autor, en el m om ento m ás crítico
de la narración.44 En sentido inverso, para tender el vínculo que
u na el relato presente al episodio precedente, el novelista puede
oponerlos entre sí: una breve frase, que subraya el contraste,
basta p ara «poner en m archa» el desarrollo ulterior.45 Sacadas
del rico catálogo m etafórico de la tradición china, las im ágenes
m ás diversas expresan en ocasiones esa tensión de inminencia
118
suscitada po r el che novelesco: «como una cum bre extraña que
vuela a nuestro encuentro»;46 «como un plato con bolas que
saltan por el aire»;47 «como la lluvia que viene de la m ontaña, el
viento que llena la torre»;48 «como el cielo que se desplom a y la
tierra que se quiebra»; «como el viento que se levanta y las nu
bes que aparecen»...49 O tam bién, sencillamente, «como un
p u ra sangre que baja la cuesta al galope»:50el suspense es extre
m o y la narración resulta proyectada hacia delante.
Por lo tanto, se trata, u n a vez más, de la variación po r alter
nancia, pero en esta ocasión como arte de la peripecia, que
asegura la renovación del dinam ism o. En la conducción del
relato, en prim er lugar, el pincel del narrador juega hábilm ente,
com o el del calígrafo, con la continuidad y la discontinuidad.
Se produce un altercado y los dos contrincantes van a pelear-
se.3' «Bebamos prim ero — propone su anfitrión— y esperem os
que salga la luna.» Las copas pasan; luego la luna se eleva en el
cielo. Entonces es cuando prosigue: «Señores, ¿y esa refrie
ga?». «Enredo-pausa-reanudación»: «el che del pin cel—obser
va el com entarista— cocea y brinca extrem adam ente». Con ca
rácter general, a lo largo de toda su narración, el novelista tanto
«aprieta» com o «afloja»;52 el tem a abordado es aquí m ás am
plio, allá m ás lim itado;53 lo inicialmente tratado de un m odo
enseguida lo es del m odo contrario;54y el relato no deja de atra
vesar «altibajos»/ Por tanto, y con toda lógica, cuando el nove
lista logra hacer oscilar el hilo de la narración dentro de la m is
m a escena es cuando la tensión que lleva al encadenam iento es
m ás intensa, y el arte del relato es llevado a su apogeo. Ejemplo:
uno de los héroes debe vengarse de su cuñada, que causó la
m uerte de su m arido tras haber com etido adulterio; pero tam
bién ha puesto a sus pies, ante todos los vecinos am edrentados,
a la vieja alcahueta que participó en el crim en. Entonces, echa
el guante a su cuñada p ara reprocharle su crim en, pero em pie
za por increpar a la vieja: de ese «encabalgamiento» entre una y
otra, observa el com entarista, resulta un «excedente de che»
que «impulsa el pincel».55 Cuanto m ás logrado resulta el m on
taje, m ás discretam ente oculta —al hilo del texto— está la dis
posición a provocar la continuación en los m enores detalles.
Con carácter general, y cualquiera que sea la obra conside
rada, el hecho de que el novelista logre «provocar cierta pro
pensión al im pulso —m ás che— en beneficio del desarrollo ul
119
M ao terior»f constituye una «técnica esencial de la com posición».56
Zonggang
s. XVIII
E n su reflexión de conjunto sobre ese arte, los teóricos de la
novela no han podido dejar de evocar estas dos reglas com ple
m entarias. E n prim er lugar, la «de las nubes que cortan trans
versalm ente la cadena m ontañosa y la del puente que atraviesa
el torrente»:57 la textualidad novelesca debe ser, a la vez, conti
nua y discontinua: continua (cf. el puente), para que la m ism a
inspiración pueda atravesarla de u n extrem o a otro; disconti
nu a (cf. las nubes), para evitar u n a acum ulación aburrida. A
im agen de la m anipulación adivinatoria de la serie de los hexa-
gram as, el che del texto consiste, entonces, en la capacidad de
transform ación de éste, explotando a fondo los recursos de lo
m ism o y lo otro, m ediante «inversión o v u elco » / Luego, la de
«la ondulación que sigue al oleaje, la lluvia ligera que sucede al
aguacero»:58 gracias al suplem ento de che abundante al final
del episodio, éste se prolonga a través del episodio siguiente,
«desplegado», «reflejado» y «bamboleado» po r él.
Diversas razones han convergido en ese sentido: por una
parte, es con la novela com o la crítica literaria china descubre
los problem as específicos del género extenso y, por tanto, antes
que nada, el de la renovación del interés; p o r otra parte, la nove
la china, nacida después de otros géneros y com puesta, com o
en otros lugares, en lengua vernácula, sólo pudo obtener el re
conocim iento de los letrados favoreciendo sus concepciones
críticas. No cabe sorprenderse, por tanto, de que la teoría china
de la novela haya insistido tanto en la im portancia de la conti
nuidad dinám ica: se considera que fue ésta la que dio valor al
relato novelesco respecto al relato histórico (que, po r su parte,
está constituido desde sus orígenes po r partes distintas); tam
bién es ella la que, gracias al im pulso unitario de su soplo, salva
a la novela de la «obscenidad» que, según el parecer de letrados
pudorosos, encontram os allí episódicam ente... El desarrollo
del relato novelesco, incluso en varios volúmenes, se concebirá
de acuerdo con el modo de enlace m ás íntimo, a im agen del de
la octava: se vuelve, con naturalidad, al tem a de la «pulsación»
com ún y su «influjo rítmico», tan apreciado p o r la caligrafía
com o p o r la pintura. Una m ism a inspiración atraviesa el con
ju nto de la novela de un extrem o a otro, y «cien capítulos son
com o u n capítulo», son «como una página».59
Incluso una form a de arte tan tardía (en relación al largo
120
desarrollo de la civilización china), al tiem po que tan diferente
p o r sus orígenes (oscuros, sin duda, pero seguram ente orales y
populares, y vinculados a la propagación búdica), no pudo es
capar a la visión com ún desarrollada e im puesta por toda una
cultura, la del proceso en curso, encadenándose m ediante on
dulación rítm ica: la m ism a que ya se encontraba inscrita en el
im aginario más antiguo de China, sim bolizada por el dragón.
121
C o n c lu s ió n n
123
I. Incluso antes de que sirva de m odelo a la obra de arte, el
cuerpo ondulante del dragón nos envuelve por todas partes. Es
él lo que contem plam os en las curvas y sinuosidades del p aisa
G uo Pu je, lo que encontram os inscrito en los pliegues incesantes del
s.IV relieve:3' las ondulaciones de ese cuerpo sin fin son las «líneas
de vida» (che) por las que no cesa de circular, de u n extrem o a
otro, a la m anera del soplo a través de sus venas, la energía
cósm ica.b E n la com badura de ese cuerpo, allí donde el declive
se encorva, el geom ántico percibe una acum ulación de la vitali
dad, el punto donde las influencias benéficas son m ás a b u n
dantes, desde donde m ejor pueden expandirse y prosperar.
Preocupado por captar en profundidad esos influjos cósm i
cos y, por tanto, llevado a acentuar la expresión del dinam ism o a
través de su paisaje, el pintor chino tam bién se ve llevado a privi
legiar, entre sus motivos, el curso sinuoso de una cadena m onta
G uK aizhi ñosa: ahí está, bajo el efecto del che, «curvándose y desplegándo
s.IV
se», elevándose entre las rocas, «como un dragón».c2 La tensión
dentro de la configuración tam bién la expresa m ediante el tro n
co enroscado del pino solitario que se despereza hacia el cielo:
con su caparazón de vieja corteza, totalm ente cubierto de li
J in g H a o quen, eleva su «cuerpo de dragón» «en un movim iento en espi
s.X
ral» —que se apoya en la inm ensidad del vacío— «hasta la Vía
láctea».113Por ello, quien quiera expresar el im pulso altanero de
esos árboles ha de evitar dos defectos: atenerse exclusivam ente
H a n Z h u o al juego de las curvas, pues ahí ya no hay más que u n en m arañ a
s.XH
m iento de sinuosidades, en el que ya no hay fuerza; o, p o r el
contrario, efectuar el trazado demasiado rígido y sin suficiente
ondulación, pues entonces falta la im presión de vida.4 P or el
contrario, en la com badura ha de condensarse toda la fuerza
replegada del despliegue futuro, el movimiento iniciado en un
sentido ha de reclam ar, por sí mismo, su propia superación,
m ediante una vuelta en sentido inverso: la sinuosidad del tronco
que así se yergue es, entonces, vigorosa como el cuerpo del d ra
gón.5 Pues la forma del dragón, la m ás sencilla posible, se reduce
a u n trazado de energía en movimiento: alcanzando ésta, el dis
positivo de la figuración accede con absoluta naturalidad, a tra
vés del árbol o el relieve, a su m áxima intensidad.
124
nunca agotarse: no cabría im aginar una encam ación m ás bella
de la alternancia com o m otor de la continuidad. Tam poco ca
bría sorprenderse, por tanto, de que la capacidad de im pulso
ininterrum pido, que es, en térm inos de che, característica de la
escritura cursiva, sea norm alm ente referida, po r contraste con
la arquitectura equilibrada de la escritura regular, al cuerpo
móvil del dragón. El trazado corre sin fin, ondulante, nervioso y
m usculoso. Como en un perpetuo «ida y vuelta»,66 hace que
alternen grandeza y pequeñez, lentitud y precipitación: «el che Wang
Xizhi
de la figuración tiene un aire de dragón serpiente, y todo se s .m
vincula en él sin interrupción: tan pronto se eleva com o se incli
na; aquí asciende y allá desciende».'7 Como en el caso del dra
gón, sólo la oscilación perm ite avanzar siem pre y la energía se
renueva por transform ación. Un flujo «sereno» y «uniforme»
sería contrario a la reactivación espontánea del im pulso y con
duciría, fatalm ente, a rupturas: cualquier «uniformidad» es
«mortal».
Lo m ism o ocurre, como hem os visto, con la escritura n arra
tiva: sólo la variación por alternancia le asegura su propensión
al encadenam iento. Del pasaje siguiente, por ejemplo, un críti
co literario ha podido decir que «el che del pincel es en él m ara J¡n
villosam ente sinuoso y ondulante» y com pararlo con «un dra Ss.X hengtan
VU
gón que se acerca enfurecido».8 Un monje libertino baja de su
m onasterio al valle de donde le llega, m ientras cam ina, un rui
do de hierro golpeado. H am briento y ardiéndole la garganta,
ahí lo tenem os llegando a la fragua de donde procedía el m ido
de martilleo; al lado, sobre la puerta de u n a casa, se lee la ins
cripción de una hostería. Pero esas escasas líneas sirven de in
troducción al doble desarrollo que sigue: el m onje va a encargar
arm as y, luego, a intentar em briagarse. El n arrad o r —observa
el crítico— se concentra prim ero en el tem a de la glotonería del
m onje y, luego, «mediante un prim er vuelco», abandona ese
motivo p ara abordar la evocación de la fragua cuyos golpes ya
se oían; pero, antes de desarrollar con m ayor extensión este
segundo tem a, nuevam ente lo abandona y, m ediante u n segun
do vuelco, evoca incidentalm ente el ardiente deseo de com ilona
que tiene nuestro hom bre. Ambos tem as, interrum piéndose
uno a otro, se provocan y precipitan m utuam ente: cada uno de
ellos es «plantado de antem ano» com o una semilla «de la que
ya no habrá, ulteriorm ente, sino que recoger los frutos». Osci
125
lando entre uno y otro, transform ando un tem a en otro, esas
pocas líneas de introducción ganan en im pulso narrativo. Lo
que, p o r lo demás, se verifica, de un m odo m ás general, a pro
pósito de cualquier form a de inciso o de paréntesis en la tram a
narrativa:9 intervienen para que la narración no se envare en la
uniform idad, sino que perm anezca ágil y anim ada, y desem pe
ñ an la función de un dispositivo dinam izador.
Para evocar m ejor la alternancia dinám ica que encam a el
cuerpo siem pre en evolución del dragón, resultó cóm odo repre
sentarla m ediante desdoblam iento, en la form a de dos drago
nes emparejados: el motivo de los dos dragones enlazados o
dispuestos pies contra cabeza es frecuente en la iconografía
china antigua y, en este caso —según el análisis de Jean-Pierre
Diény—, «la colaboración» prim a, «más bien que el conflicto»,
en el interior de la relación sim bólica.10Se encontrará un a her
m osa ilustración de ello en el com entario m inucioso que el m is
Jin m o crítico literario dio de este pasaje:11 dos am igos vuelven a
Shengtan
encontrarse tras m uchas desventuras, y el discurso que uno de
los héroes dirige entonces al otro, evocando u n a tras otra la
situación de cada uno de los dos protagonistas, desde el mo
m ento de su separación, se ve arrastrado po r u n balanceo con
tinuo:
H erm ano, desde el día en que lo abandoné tras la com pra del
sable, / no he dejado de pensar con pena en su sufrim iento (1). /
Desde el m om ento en que recibió su condena, / no m e fue posi
ble venir en su ayuda (2). / Me enteré de que había sido desterra
do a Cangzhou, / pero no conseguí encontrarle en las inm edia
ciones de la prefectura (3)...
126
movim iento ondulatorio, se propulsa por sí mismo, con fuerza,
hacia el desenlace.
127
[...] Desde lo alto de la cuesta, contemplo Fuzhou:
Cum bres y vallecillos emergen y desaparecen uno tras otro.
Ya he llegado a la orilla del río
Mi criado aún está en la cim a de los árboles.
Los búhos graznan en las moreras descoloridas.
Las m usarañas saludan a la entrada de sus m adrigueras.
E n plena noche, atravesamos u n cam po de batalla:
La luna fría ilum ina los huesos blanqueados.
Miles de soldados, en Tongguan:
Desaparecidos; ¡todo se ha desm oronado de repente! [...]
128
el poem a que, en su curso, reacciona constantem ente a su pro
pia palabra, sin nunca m antenerse uniform e ni echarse por tie
rra: porque su desarrollo nunca consiente en constituirse en
tem a y, desde que com ienza a fijarse y pararse, la conciencia
lectora es inm ediatam ente desviada, para ser arrastrada m ás
lejos; el lenguaje del poem a escapa a cualquier pesadez del sen
tido o cualquier inercia de nuestra atención, y siem pre m antie
ne intacta, por imprevisible, su potencia ofensiva. Precisam en
te por ello, se vuelve tanto m ás ágil y disponible p ara cap tar y
hacerse cargo, a través de sus sinuosidades sin fin, del ritm o
constantem ente nuevo de nuestra emoción. Así, el discurso
poético revela ser un proceso de conversión continua, arras
trándolo su dispositivo a una continua superación. Incluso po
dría definirse con toda sencillez el poem a, en ese sentido, com o
u n dispositivo para producir superación: a través de todos los
zigzags de su ondulación, esbozados como otros tantos relám
pagos, el poem a abre a lo inefable, lo vago y lo infinito.
El efecto de inaprensibilidad es tam bién im portante en la
narración novelesca. Aquí están, siem pre en la m ism a novela,
nuestras tropas de gentes al m argen de la ley de cam ino hacia A l borde d d
agua
las m arism as de los m ontes Liang. D urante el cam ino, nuevas
bandas se unen a ellos, con arm as e im pedim enta, y se dispo
nen a reanudar juntos la m archa. Cuando, en el m om ento de
irse, su jefe exclama de repente: «¡Alto! ¡No podem os p a rtir de
este modo!». Sigue, entonces, este com entario:18«El che del tex J¡n
Shengtan
to que relata el trayecto es com o un dragón que se precipita al
mar: al llegar ahí, el a u to r recurre a un cam bio repentino —so
bre la m archa— de m odo que el lector ya no sabe dónde se
encuentra la cubierta de escam as [...]». Igualm ente, en otro lu
gar, com o antes ocurría con el poema, «el che del pincel no
perm ite que se le ponga la m ano encim a y nos m antiene en la
incertidum bre».19 Lo que equivale a decir que el relato escapa
en cada ocasión para volver a partir con m ás fuerza, y que su
poder de ondulación, nacido del rebote de las peripecias, no
puede limitarse. Llevada por ese vaivén continuo, la narración
novelesca nunca term ina de m etam orfosearse; bajo el efecto de
ese dispositivo, no cesa de resurgir de improviso y de fru strarla
expectativa. Por ello puede a rrastrar al lector, siem pre con tan
ta fuerza, colgado de su hilo, hechizado p o r ella: con la m irada
clavada en esa indeterm inación que no cesa de correr de página
129
en página, a través de vueltas y rodeos, para ab rir u n a vía a la
aventura.
130
espacio poético, que no es otro que la apertura del lenguaje al
cam po de sus virtualidades. Según una afirm ación teórica ya
m encionada, quien «sabe esperar el che» está en condiciones, W ang
Fuzhi
«m ediante encadenam iento de ida y vuelta, de contracción y s.XYH
despliegue», de expresar toda la aspiración de su foro interno y
sin una palabra de más: «el poem a es com o u n dragón vigoroso
que no cesa de ondular, con volutas de nubes alrededor. Se
tiene la im presión de un dragón vivo y no pintado».21 Bajo la
oscilación sin tregua del desarrollo poético se condensa un
aura que vuelve a aquél tanto más eficaz cuanto que le perm ite
irradiar: los versos del poem a resuenan en todo el vacío que se
acum ula a su alrededor; la tensión de las palabras crece libe
rando todo u n fondo de imaginario, com o dejándose conducir
por él. Corresponde al dispositivo textual suscitar —m ediante
esa continua superación, apuntando constantem ente hacia lo
inefable— el «mundo» poético.22
131
ca: aquéllos son la dimensión natural del fenóm eno estético, del
m ism o m odo que están en acción en cualquier proceso. El arte
no «imita» la naturaleza (como objeto), sino que, basándose en
la relación actualizadora de lo visible y lo invisible, lo vacío y lo
lleno, sencillamente reproduce su lógica.
La oscilación por alternancia, sim bolizada p o r el dragón, es
el gran principio regulador de ese dinam ism o. Por tanto, no
sólo es un motivo constante del pensam iento estético de los
chinos, sino tam bién de toda su reflexión: la reencontram os en
el m odo en que los chinos articulan el devenir histórico; y, m ás
en general, en la m anera en que conciben la propensión natural
de la realidad.
132
Ill
7
SITUACIÓN Y TENDENCIA EN HISTORIA
135
de sem ejante situación —como m om ento particu lar de una
evolución, po r lo que resulta irreductible a los antiguos m ode
los— lleva el curso de las cosas a renovarse sin cesar y puede
servir de argum ento en favor de la m odernidad.
Por un a parte, en efecto, lo que aparece a título de circuns
tancia en el curso de la Historia actúa com o u n a fuerza y está
dotado de eficacia. E n sentido inverso, las fuerzas, en historia,
siem pre dependen de cierta disposición y no podrían ab straer
se de ella. Como ilustración, la más sencilla posible, de la distin
Xunzi ción a realizar: coged al hom bre m ás fuerte de su país, y será
s. IV-m a.C.
incapaz de sublevarse él mismo; seguram ente no porque le fal
te fuerza, sino porque la «situación» (che) en m odo alguno le
perm ite ejercerla.32 Lo que, generalizando, significa que la pri
m acía corresponde a las condiciones objetivas y que éstas son
Shang determ inantes dentro del proceso.3 Por tanto, el hom bre políti
Y ang
s.IVa.C. co deberá apoyarse en ellas,b4 a im agen del estratega que sabe
sacar partido de las ventajas del «terreno»; de no ser así, le co
rresponde m odificar radicalm ente las condiciones en cuestión
—y ésa es la reform a que propugnan los legistas partidarios del
autoritarism o— con vistas a hacerlas favorables a su acción.
Pues, al igual que, en la guerra, cobardía y valentía son función
exclusiva del potencial surgido de la disposición, tam bién, en la
sociedad, la m oralidad pública es por entero tributaria de las
condiciones históricas: si la situación es tal, gracias al orden
totalitario, que ya no resulta posible actuar incorrectam ente,
incluso los peores tunantes se volverán dignos de crédito; pero,
si la situación es la inversa, todos, hasta los m odelos de virtud,
ya sólo tendrán una m oralidad dudosa.c5 O bien la situación
histórica es tal que lleva por sí m ism a al orden, o bien, a la
G uarn í inversa, arrastra por sí m ism a al desordené6 Igualm ente, en la
s.ma.C.
relación de fuerza que opone cada principado a los dem ás, sólo
una determ inada situación perm ite acceder a la plena sobera
nía (si los principados poderosos son poco num erosos), m ien
tras que la situación inversa sólo perm ite alcanzar la hegem o
nía.7 No es el valor m oral de la persona lo que entonces cuenta,
sino su época.
Por otra parte, varios esquem as se oponen, en lo que con
cierne a la evolución social, entre las escuelas chinas de la Anti
güedad; de lo cual surgirá una conciencia intensificada del de
venir hum ano. Según la perspectiva de los m oralistas, la civili
136
zación es obra de los Sabios que, preocupados por el bien co
m ún, h an llevado a la hum anidad a instalarse en u n territorio, a
satisfacer después sus necesidades m ateriales y, po r últim o, a
desarrollar sus inclinaciones m orales.8 Lo que decididam ente
contradice el punto de vista naturalista (el de los taoístas), dado
que, según éste, a la intervención funesta de esos «Sabios» se
debe el deterioro progresivo de las relaciones sociales; p o r h a
berse roto paulatinam ente la arm onía espontánea, han estalla
do guerras y la edad de oro pertenece al pasado: el tu n an te Zhi
acusa abiertam ente a Confucio de ser el últim o representante
de ese linaje de los grandes culpables.9 Una cosa es segura, con
cluyen entonces los «realistas», partidarios de una política au
toritaria que ponga térm ino a las rivalidades que desgarran
China: la hum anidad ha pasado po r una sucesión de etapas y lia n Fei
s.ffia.C .
las difíciles invenciones de u n a época parecerán fatalm ente
irrisorias a las generaciones siguientes.10 Además, intervienen
factores nuevos, com o la presión demográfica, que m odifican
los antiguos equilibrios y cam bian radicalm ente los m odos de
vida. No hay, por tanto, m odelo atem poral; son las condiciones
actuales las iónicas a tener en cuenta, y resultan aprem iantes.
M uy m al actuaría quien, p o r haber tenido u n día la suerte de
ver a u n conejo desnucarse contra u n tocón de su cam po, pres
cindiese para siem pre de su azadón para perm anecer em bosca
do, con la esperanza de que esa ganga se le presentase una
segunda vez. Pues, al igual que Juan sin Tierra, el conejo de la
historia nunca vuelve a p asar por el m ism o lugar, a cada m o
m ento le corresponde una situación diferente y no conviene ni
estar retrasado respecto a la propia época, dando crédito a las
antiguas recetas, ni, a la inversa, dejarse atra p ar por las cir
cunstancias, adhiriéndose ciegam ente al presente.e11 Hay que
evaluarlo teniendo en cuenta la progresión del tiem po, y su no
vedad, a la vez que, gracias a la perspectiva abstracta que surge
del distanciam iento, en su carácter lógico: precisam ente para
apreciar m ejoría oportunidad histórica/
A título de ocasión histórica ejemplar, recordem os cóm o
term ina la Antigüedad china: durante dos siglos, el principado
de Qin, que adquiere tardíam ente la condición de potencia, lo
gra, gracias a la política autoritaria que im pone a sus súbditos,
vencer progresivam ente a sus rivales, destruir uno a uno los
dem ás principados y, finalm ente, fundar el Im perio (el año 221
137
a.C.). Pero luego son suficientes m enos de dos décadas para
que la rebelión triunfe y la dinastía se venga abajo. Pues, no
JiaYi actuando de form a m oral, «la situación-tendencia [che] que
s.na.C.
perm ite la conquista, difiere de la que perm ite conservar».s|2La
lección es doble: el ascenso regular de Qin expresa u n a ineluc-
tabilidad de la tendencia; y su repentino hundim iento, cuando
acaba de alcanzarla cúspide del poder, traduce la lógica —tam
bién ineluctable— de la inversión.
138
los hom bres se reagrupan cerca de ella y se form an las prim eras
colectividades; pero las rivalidades tam bién se desarrollan pro
porcionalm ente, producen guerras y reclam an constantem ente
la intervención de una autoridad de un grado superior que pon
ga térm ino a esas disensiones: de los prim eros jefes de com uni
dad aldeana se pasa a los jefes de cantón, luego a los jefes de
principado, m ás tarde a los jefes de confederación, p a ra acabar
en el Hijo del Cielo. La estructura jerárquica correspondió, sen
cillam ente, a una extensión de la escala; y, una vez que se ha
desplegado totalm ente a través del espacio, sem ejante estructu
ra tiende a inmovilizarse en el tiempo, transm itiéndose heredi
tariam ente los títulos de padre a hijo: m ediante u n a serie de
encadenam ientos necesarios, ha nacido el sistem a feudal.
La dislocación progresiva de semejante sistema, con el paso
de los siglos, al final de la Antigüedad, tam bién resulta de un Liu
Zongyuan
encadenam iento continuo: la autoridad central se debilita, los
antiguos feudos se independizan, nuevos principados se for
m an y, finalmente, el poder real es usurpado. Nace u n nuevo
orden: el Imperio. Los nostálgicos del pasado dirán entonces
que el sistem a feudal instaurado por los antiguos soberanos
era, con m ucho, preferible al sistem a adm inistrativo que lo
remplazó, pues los grandes soberanos del pasado, tan respeta
dos por su sabiduría, en absoluto habían renunciado a ella.
Pero estam os, com o se nos dem uestra, ante u n a p u ra ilusión: si
los antiguos soberanos no renunciaron al sistem a feudal, fue
porque «no podían»; h abían obtenido el poder gracias a la ayu
da de los dem ás señores y, una vez adquirido aquél, se veían
forzados a recom pensar a sus aliados concediéndoles feudos,
no por generosidad y m agnanim idad, sino para garantizar su
propia seguridad y la de su linaje. Contra el idealism o m oral
según el cual, sin la obra de los Sabios, la hum anidad no habría
sobrevivido,14resulta claro que la Historia es un proceso que se
desarrolla por sí m ism o, por simple necesidad interna. Lo que
tam bién sirve de argum ento a un pensador del últim o siglo de
los Tang frente a las falsas justificaciones de los gobernadores
de provincia que en ese m om ento sienten la tentación — como
siem pre ocurre, en China, cuando el poder central se debilita—
de actuar com o nuevos señores: la superioridad del sistem a ad
m inistrativo es un logro definitivo y el proceso es irrevocable.
A casi un m ilenio de distancia, ese análisis de la principal
139
transform ación de la historia china se ha beneficiado del im
p o rtan te desarrollo filosófico del «neo-confucianism o»:15 si la
tendencia resultante de la situación (che) es ineluctable, ello se
W an g debe a que «aquello a lo que tiende» es em inentem ente «lógi-
Fuzhi
s. XVII co».i H ubo u n a lógica del sistem a feudal en los prim eros tiem
pos de la civilización, cuando el ejercicio del poder ganaba sien
do hereditario, dado que entonces la reflexión política aún esta
b a poco desarrollada y únicam ente contaba la experiencia ad
quirida y transm itida familiarmente. Del m ism o m odo, hay
u n a lógica del sistem a burocrático que lo rem plaza, dado que,
con la prom oción y destitución de los funcionarios, el pueblo
ha encontrado un alivio a las exacciones que le hacen sufrir los
gobernantes: con el paso del tiempo, el arte político ha sido
progresivam ente evidenciado y, en cuanto tal, se ha vuelto ac
cesible a todos, en función de sus solas capacidades. Q ueda por
pensar, a p artir de esa tendencia general, de acuerdo con qué
proceso particular se ha llevado a efecto la transición. Pues el
propio desarrollo de la crisis a la que sem ejante m utación no ha
dejado de dar lugar, resulta, paso a paso, perfectam ente inteli
gible. Al comienzo, sólo los principados eran hereditarios, pero,
a continuación, tam bién los grandes oficiales han querido
tran sm itir el cargo a su hijo: tal es el «desbordam iento» al que
«ha conducido inevitablemente la tendencia».k Pero, a p artir
del m om ento en que todos los cargos se vuelven hereditarios, se
produce un divorcio flagrante entre las capacidades naturales y
las funciones ejercidas, dado que tanto se encuentran «espíri
tus estúpidos» en las familias nobles com o «personas brillan
tes» entre los campesinos. Éstos no podrán soportar su sum i
sión y buscarán la ocasión de sublevarse: «la tendencia resul
tante de la situación conduce inevitablem ente a la exacerba
ción de las tensiones y a su desencadenam iento».1De lo que
resulta, finalmente, la m utación histórica que abroga el princi
pio hereditario: a la exacerbación y el desencadenam iento de
las tensiones sucede un nuevo estado de cosas m ás coherente.
Bajo la presión ejercida por la tendencia, la propia «lógica» se
ha m odificado.111
Una transform ación tan considerable no depende —se nos
W ang precisa— de la exclusiva iniciativa del prim er em perador ni de
Fuzhi
su sola capacidad, incluso si aquél creyó, en virtud de la instau
ración de la m áquina burocrática, d ar satisfacción a sus ambi-
140
d o n es privadas. Es el curso natural de las cosas —incluso en su
dim ensión insondable, el «Cielo»— el que se ha valido de su in
terés particular en orden a realizar lo que correspondía al inte
rés general. Desde el punto de vista del beneficio individual, la
longevidad dinástica ha experim entado con ello, po r lo demás,
m ás pérdida que ganancia, al privarse de ese m odo del apoyo
que le aseguraba toda la pirám ide de vasallos (basta con obser
var que las dinastías im periales nunca d urarán tanto com o lo
habían hecho las antiguas dinastías feudales). Prueba de que la
m utación ha sido querida por el orden de las cosas y que «ni
siquiera un Sabio hubiese podido oponerse a ella».
La m utación del feudalism o a la burocracia, autoritaria
m ente decidida p o r el prim er em perador, puede parecer que
efectúa una brusca revolución. Y, sin embargo, bajo las sacudi- W ang
das y virajes de la Historia, el filósofo chino no dejará de discer- Fuzhl
nir una evolución, m ás lenta y m ás regular, que confirm a el
carácter a la vez tendencial y lógico de la transform ación. Por
una parte, esa m utación se había esbozado incluso antes de que
el prim er em perador tom ase la decisión: en los últim os siglos
de la Antigüedad, num erosos territorios que habían perdido su
señor feudal ya habían pasado a u n a tutela de tipo adm inistra- G u Yanvvu
tivo.16El nuevo sistem a preexistía a la decisión imperial, y ésta S-XVU
no ha hecho otra cosa que generalizarlo. Por otra parte, apenas
se había extinguido la prim era dinastía, los restauradores del
Imperio, m enos de veinte años después, volvían al sistem a de
feudos: pues, aparte de los malos recuerdos dejados por el pri
m er em perador, prom otor de la reforma, el antiguo sistem a wang
feudal aún estaba inscrito en las costum bres y las m entalidades Fuzhl
y, por tanto, la tendencia que orientaba el curso de la H istoria
no podía soportar un cam bio tan repentino.1117 Pero, tam poco
podía tratarse de una auténtica vuelta atrás: quienes entonces
tem ieron que los nuevos señores del Im perio atentasen, m e
diante la concesión de grandes feudos, contra su propio poder
(y hiciesen volver a China a la época precedente de las rivalida
des entre principados) «se lam entaron en vano», po r no haber
com prendido el carácter inexorable y lógico de la evolución
em prendida. Pues resulta claro que, una vez consolidado el po
der de los Han, las rebeliones de los príncipes feudatarios, a lo
largo de todo el prim er siglo de la dinastía, estaban por sí m is
m as condenadas a abortar y ya sólo representaban «el últim o
141
fulgor de u n a lám para a punto de apagarse». Frente a la acu
m ulación de la presión ejercida por la tendencia centralizado-
ra, los grandes feudos sólo podían, finalmente, dejarse desha
cer en pedazos, y los opositores caen entonces por sí m ism os:018
la concesión de esos feudos había representado los «últimos
coletazos» de un m undo que tocaba a su fin; su quasi-abolición
constituye el «preludio» de los períodos por venir. C ualquier
restauración es, en Historia, imposible, concluye el filósofo: la
tendencia es necesariam ente gradual, a la vez que irreversible.
Esa m utación es tanto m enos reversible cuanto que se ins-
Wang cribe en u n a evolución m ucho m ás general: la tendencia a la
GuYanwú unificación. Al principio, se nos dice, el espacio chino sólo era
s.xvn u n m osaico de pequeños dominios, a la m anera de pequeñas
circunscripciones militares, cada una de ellas con su jurisdic
ción propia y sus costum bres, y sólo de form a m uy progresiva,
especialm ente con el reconocim iento de un señorío com ún y la
form ación de mayores feudos, ese m undo se vuelve m ás hom o
géneo y aparece una cultura com ún:19la instauración del siste
m a feudal ya constituía en sí m ism a una etapa im portante en el
proceso de unificación y la adopción del sistem a burocrático, al
m ism o tiem po que ponía fin al sistem a de feudos, correspondía
a la m ism a tendencia lógica de uniform ización que había ca
racterizado, en su época, la feudalidad. La m edida adoptada
p o r el prim er em perador no es, por tanto, m ás que el desenlace
de u n a evolución m ilenaria.13Se justifica, adem ás, por el carác-
wang ter global de la m utación en cuestión: el paso de los feudos a las
Fuzhl prefecturas no sólo presenta un interés adm inistrativo y políti
co, sino que tam bién concierne a la vida del pueblo en su con
junto, y, ante todo, en su condición material. Pues está dem os
trado que, haciéndose com unes gracias a la uniform ización
im perial, los gastos públicos pueden reducirse considerable
m ente, dism inuyen los im puestos y aum enta la racionalidad
económ ica.20 La tendencia histórica, en tanto que propensión
inherente a la situación, ha correspondido, por tanto, a un p ro
greso, y la razón m ás fuerte que se opone a cualquier vuelta a
la feudalidad es, sencillamente, que «la fuerza del pueblo no
podría soportarla».q En ese sentido, incluso los dom inios que
parecen m enos directam ente relacionados con esa m utación
—com o el sistem a de las escuelas y el modo de selección— son,
no obstante, deudores de sem ejante transform ación.21 Todas
142
las instituciones de una m ism a época form an u n bloque entre
sí y «se respaldan m utuamente»: querer inspirarse, en la época
de las circunscripciones administrativas, en el sistem a de reco
m endación prevaleciente en tiempos de la feudalidad sólo reve
la que no se ha com prendido la unidad de conjunto de cada una
de las épocas: ni, por ende, la ruptura entre u n a y otra, ni la
radicalidad del cambio.
H ay un antes y un después, y son incom patibles. E n la Anti
güedad, se nos propone tam bién com o ejemplo, el m ilitar y el Wang
civil estaban confundidos; desde la fundación del Im perio, ha Fuzhl
habido que separarlos: «el estado de cosas evoluciona en fun
ción de la tendencia, y las instituciones deben m odificarse en
consonancia».r22Hay que co n sid erarla tendencia en acción a
través de la diversidad de épocas; en la duración, a más largo
plazo.s N ada se produce en u n día, p ero todo cam bia día a
día. Y la H istoria no consiste en otra cosa que en esos «despla
zam ientos en profundidad», en esas «transform aciones silen
ciosas».*23
143
esa anim alidad primitiva. «Resulta claro que es m ás fácil go
bern ar al pueblo hoy que en la época de los antiguos reyes.» ¿Se
quiere decir con ello que el progreso dom ina el m undo y le sirve
de ley? Pues ciertos m om entos catastróficos de la historia china
—com o en los siglos m-lV (tras el hundim iento de la dinastía
H an)—, cuando el m undo político parece vacilar y a punto de
hundirse en el salvajismo, no dejan de recordar al m ism o pen
sad o r que una regresión tam bién es posible:25 el hom bre pre
histórico —«el anim al que se sostiene erguido»— , el que «lanza
gruñidos cuando tiene ham bre y arroja los restos de su alim en
to cuando está harto», no sólo está detrás de nosotros; quizá
tam bién está delante de nosotros. Y la potencia del evolucionis
mo, que desafía todos los dogm as sobre la naturaleza hum ana,
ha de considerarse en los dos sentidos: a p artir del m om ento en
que el ser cultural del hom bre se alcanza, sus m odos de vida
cam bian, sus prácticas evolucionan y «su propia naturaleza or
gánica se modifica»; está listo para volver a la anim alidad bru
ta, y la civilización a caer de nuevo en el caos. Y todo, incluso la
m enor huella, será entonces borrado...
No es, entonces, el progreso lo que rige el m undo, sino la
alternancia. A la vez en el espacio y en el tiem po.26 Pues nada
wang prueba, según el parecer del mismo filósofo, que, cuando los
Fuzhl chinos vivían todavía en el estado salvaje, no haya habido algún
otro lugar «bajo el sol» (así pues, ¡los chinos ya no lim itan el
«mundo» a China!) que ya hubiese em prendido un proceso de
civilización. Pero para los chinos es difícil tener la certeza m ate
rial de ello, dado que, entonces, eran incultos y, m ás tarde, esa
civilización debió degenerar poco a poco y extinguirse. Para este
pensador, lo seguro es, al menos, que puede dem ostrarse tal
alternancia a partir de los dos últimos milenios de la historia
china: en la Antigüedad, el Norte constituye la cuma de la civili
zación china; luego, ese centro se desplaza lentam ente hacia el
Sur mientras el Norte vuelve a caer, gradualm ente, en la oscuri
dad. D urante la dinastía Song (siglos Xl-Xm), todavía se despre
ciaba a las gentes del Sur, pero, desde la Ming (a p artir del siglo
XIV), se observa cómo la cultura se ha concentrado en tom o al
G ran Río, m ientras que las llanuras septentrionales se han con
vertido en la fuente de todas las plagas; el extrem o S ur —el
Guangzhou, el Yunnan— es el que resulta progresivam ente
afectado por las influencias benéficas. Con el tiempo, los «influ-
144
jos cósmicos» se desplazan, pero el equilibrio—civilización/bar
barie— perm anece constante.
Como tal, la concepción de una tendencia a la alternancia
(iche)£ —de auge y decadencia— es com ún a todas las teorías
chinas de la H istoria27 y la utilizan com o punto de vista dom i
nante, incluso com o fondo de evidencia. Pero tam bién es im W ang
Fuzhi
portante, para nuestro filósofo, establecer claram ente lo que
entonces significan los dos térm inos (tendencia, por una parte,
y alternancia, por otra): contra la visión m oralista heredada de
la Antigüedad, en prim er lugar,28 com prender que las fases de
auge no sólo son obra de los grandes soberanos, sino que tam
bién se encuentran implicadas, a título de tendencia, po r la re
gularidad de los procesos: la H istoria pierde, así, en heroísm o
creador pero gana en necesidad interna; contra todos los servi
dores de la ideología imperial, a continuación, evidenciar hasta
qué punto la alternancia implica, en virtud de su propio princi
pio, ruptura y diferencia, de u n a época a otra, y por ello no
puede dejarse reducir a servir de soporte de una continuidad
blindada. Pues, en ese caso, inverso al precedente, la tendencia
negativa ya no tiene consistencia propia y parece reabsorberse
p or sí mism a; y la regularidad están tan codificada que se vuel
ve artificial.
M erece ser denunciado, sobre todo, el segundo error, pues
to que la ilusión que alim enta no es inocente. El advenim iento
del Im perio condujo, en efecto, a forjar una concepción general
de la Historia, rem ontando a las antiguas dinastías reales, que
estuviese lo m ás integrada posible (aprovechándose la nueva
dinastía imperial de esa integración para presentarse com o un
desenlace legítimo). A fin de lograrlo, se las ha ingeniado para
calcar, de m anera sistemática, la alternancia histórica sobre el Z ouY an
s. ni a.C.
ciclo de la naturaleza, concebido tradicionalm ente a p artir de Dong
la interacción de los «cinco elementos». Ya se conciba el esque Zhongshti
s .H a C .
m a en un sentido m ás antagónico: la madera es vencida p o r el
m etal, el metal por el fuego, el fuego por el agua, el agua po r la
tierra, la tierra por la m adera, y así sucesivamente; ya signifique
ese esquem a tan sólo el «engendram iento mutuo»: la madera
(que tam bién es la prim avera, el Este, el nacim iento) engendra
el fuego, el fuego (que tam bién es el verano, el Sur, el crecim ien
to) engendra la tierra, la tierra (en el centro del proceso: gobier
n a todas las estaciones y representa, a la vez, el centro y la plena
145
m adurez) engendra el metal (que tam bién es el otoño, el Oeste,
la cosecha), y el m etal engendra el agua (que tam bién es el in
vierno, el Norte, el entrojam iento).1129Aunque pueda increm en
tarse la com plejidad de este tipo de esquem a a p a rtir de un
encadenam iento de «colores» o «virtudes», siem pre se trata de
ciclos cerrados y repetitivos donde la alternancia sólo intervie
ne com o factor de transm isión y al servicio de la eterna recon
ducción. En virtud de ello, proyectar sem ejantes esquem as so
bre el curso de la Historia (cada dinastía sucesiva correspon
diendo a un elem ento cíclico, a una virtud, a u n color...) siem
pre lleva a concebirlo de un modo a la vez hom ogéneo y regu
lar: com o si la H istoria no fuese m ás que u n encadenam iento
ininterrum pido de «reinos»/ im aginados com o otras tantas to
talidades arm oniosas y unificadas, cediendo p o r sí m ism a cada
dinastía su lugar a la siguiente, y sucediéndola ésta con total
equidad. Idealización tanto m ás culpable, según nuestro filóso
W ang fo, cuanto que ha sido deliberadam ente utilizada, a lo largo de
Fuzhi
toda la historia china, para disim ular las peores usurpaciones.
La función integradora asignada a la historiografía oficial fue
llevada a tal grado de form alismo que term inó p o r servir para
integrar cualquier cosa: al más tenebroso jefe de ban d a le bastó
con atribuirse pom posam ente un elemento, un color o una vir
tud (com o los bárbaros que aspiran al Im perio en los siglos ni-
iv), incluso con ponerse el nom bre de la dinastía precedente
(com o Li Mian, en el siglo x), para pretender, de oficio, inaugu
ra r una nueva era y servir de relevo a la legitim idad.30
Esa visión uniform izadora, y falsam ente tranquilizadora,
W ang de la Historia descansa sobre un m ontaje artificial que, po r tan
Fuzhi
to, conviene denunciar. En los intervalos de las grandes dinas
tías (la de los H an o la de los Tang) subsisten períodos de confu
sión y anarquía que siguen siendo otros tantos agujeros abier
tos en el seno de la presunta continuidad (en el siglo I I I o en el x).
Pues hay que com prender que el orden «no es la prolongación»
del desorden, incluso si lo rem plaza;w que la unidad política
«no es la continuación» de la fragm entación, incluso si sucede
a ésta. Una tendencia sólo se m anifiesta y vuelve dom inante, en
el seno de la situación histórica, en detrim ento de la tendencia
inversa. Orden o desorden, unidad o fragm entación, se trata
ahí de factores rivales que —como se nos dem uestra— dinam i-
zan el curso de la H istoria oponiéndose entre sí. La tendencia es
146
realm ente tensión y, gracias a ella, la H istoria es innovadora.
Ella llevó la historia china a sus grandes m utaciones: a la unifi
cación política (al final de la Antigüedad), a la fragm entación
(en el siglo in, tras los H an), a la reunificación (durante las di
nastías Sui y Tang, entre los siglos vn y IX) y a la ocupación
extranjera (a partir de los Song, en el siglo XI y luego en el xm, y
de nuevo con los m anchúes, en el siglo xvn). Im posible enton
ces, incluso para el Sabio, prever cuál será la m utación futura.31
Tan sólo se sabe que, oscilando de esa m anera, bajo la tensión
de la alternancia, la H istoria avanza: ni sigue una línea de pro
greso continuo, ni da vueltas en círculo.
Se aprecia m ejor la realidad de la alternancia, en el curso de
la Historia, según nuestro filósofo, cuando se considera de
acuerdo con qué principio propio e independiente se reconsti
tuye en ella, a través de las épocas, la tendencia negativa: la que W ang
Fuzhi
lleva a la ursurpación, la escisión y la invasión.32 Al principio, a
m enudo es un episodio considerado secundario lo que perm ite
a la tendencia iniciarse (así, el breve interregno de W ang Mang,
a principios de nuestra era, que señala el punto de partida de
una tendencia a la usurpación que se prosigue con Cao Pi, a
comienzos del siglo m, y luego m uchos otros más). Al m ism o
tiempo, apenas se ha esbozado una tendencia sem ejante, su
im pulso se extiende po r sí m ism o y la lleva a desarrollarse cada
vez más, hasta el agotam iento (así, la tendencia a la escisión
que se inicia en el siglo m y se despliega periódicam ente hasta el
siglo X; o la tendencia a la invasión que la sucede y es recurrente
en China a p artir de los Song). El punto de partida puede ser
ínfimo, pero resulta determ inante, puesto que abre a la H isto
ria una nueva inclinación que constantem ente tenderá, en lo
sucesivo, a adoptar de nuevo. H asta rodar aún m ás bajo: la
tendencia histórica posee u n a gran fuerza de propensión y ese
precedente m ínim o puede m odificar el curso ulterior po r va
rios siglos. Pues, u n a vez adoptada determ inada costum bre,
resultará casi imposible, después, «cam biar de pista o m odifi
car el carril». De ahí la extrem a precaución de la que deben dar
constantem ente pruebas quienes desem peñan un papel en el
curso de la H istoria (al igual que cada uno de nosotros, en su
foro interno, respecto a sus desviaciones morales):*33 hasta tal
punto resulta fácil el prim er desvarío y hasta tal punto el ende
rezam iento de esa deriva se vuelve, con el tiem po, difícil.
147
Com o prueba, se nos dice, los fundadores de los Tang (a
W an g com ienzos del siglo vn), que instauran u n a nueva era de paz y
Fuzhi
prosperidad: por preocupados por la justicia y bienintenciona
dos que fuesen, no pudieron librarse totalm ente, para to m ar el
poder, de la antigua tendencia a la usurpación que, hacía ya
m ucho tiem po, había pasado a form ar parte de las costum bres
políticas de China; además, por conscientes que fuesen del peli
gro que eso representaba, no pudieron abstenerse p o r com ple
to de recurrir, en sus operaciones militares, a los elem entos
«bárbaros» de las regiones fronterizas; aunque sólo fuese para
no correr el riesgo de ser tom ados de revés p o r ellos. Pero, al
hacerlo, abrían, contra su voluntad, cam ino a la nueva tenden
cia negativa que iba a dom inar todo el m ilenio siguiente, la de
la invasión. Pues, tras ellos, los soberanos de los Tang recurrie
ron a los uigures contra los rebeldes que am enazaban la dinas
tía (An Lushan, a m ediados del siglo vm), luego a los shatuo
p ara sofocar las revueltas en las que su poder acabó p o r hundir
se (H uang Chao, a finales del siglo ix). Más tarde, son los pro
pios shatuo los que recurrieron a otros pueblos bárbaros, los
khitan, p ara consolidar su im plantación en China, y esa situa
ción aú n fue agravándose durante la dinastía de los Song, pues
to que éstos recurrieron a los yurset contra los Liao, luego a los
m ongoles contra los yurset y finalmente fueron ahogados por
estos últim os «aliados». Como una «planta ram pante» o un
«trazo que se suelta», el m al se propagó de form a continua,
hasta resultar irreversible.
Ésa es, por tanto, la definición m ás general de la «tendencia
resultante de la situación» (el che en historia): «aquello que,
u n a vez puesto en m archa, no podría detenerse»^34Las rebelio
nes cam pesinas del final de los Tang (en la segunda m itad del
siglo ix) son citadas como ejemplo: apenas se sofoca una rebe
lión, se produce otra (la de Pang X un tras la de Qiu Fu); la
tendencia «se despliega sponte sua y no puede interrum pir
se».235 Crea, por sí misma, un hundim iento progresivo. Consi
dérese tam bién, p ara tom ar un ejemplo de otro género, la ten
dencia de las em peratrices a entrom eterse en los asuntos de
Estado.36 Una saludable m edida del siglo m prohíbe categórica
m ente esa intrusión, pero ésta reaparece durante u n tiem po en
la dinastía Tang, hasta que se le paran los pies con firmeza, y
luego se reactiva con creciente intensidad durante la dinastía
148
Song: una regencia (en realidad no justificada) está en el origen
del recrudecim iento del mal (durante la m inoría de edad de
Renzong, en el siglo XI), y éste continúa haciendo estragos en
todos los reinados posteriores, sin que sea ya necesario cargar
se de pretextos. Una vez que se ha trazado el cam ino, la tenden
cia se transform a p o r sí m ism a en una fuerza inercial que se
opone a cualquier tentativa ulterior de ponerle rem edio; y se
hace cada vez m ás difícil d ar m archa atrás3' y liberarse de ella.
Así es como puede seguirse la decadencia gradual de las di
nastías (a lo que este autor está tanto m ás atento cuanto que él
mism o vivió al final de la dinastía de los Ming, en el siglo xvn):
desde el m om ento en que se alcanza cierto p unto de no retom o,
su caída se vuelve ineluctable.37 Entonces, resulta inútil incri
m inar la invencibilidad del adversario, una m ala decisión polí
tica o determ inada operación dudosa (por ejemplo, durante la
dinastía Song, el poderío de los yurset o la desastrosa alianza
con los jin); una decadencia siem pre es global, al igual que cual
quier otra transform ación histórica.38 No es el fruto de aconte
cim ientos particulares, sino que se debe a u n a degradación ge
neral: «el príncipe ya no se parece realm ente a un príncipe», ni
«el prim er m inistro a lo que debe ser un prim er ministro»; las
costum bres han degenerado y la indispensable cohesión m oral
se ha perdido. Todo está desvirtuado; ya n ad a se sostiene. Nin
gún factor que no evolucione en el m ism o sentido; la descom
posición es total.b' Y únicam ente u na gran conm oción de con
junto, creando un nuevo orden, sería capaz de restablecer la si
tuación.
149
pió desequilibrio nacerá la reacción, tanto m ás fuerte cuanto
m ayor sea el desequilibrio inicial.40E n el prim er caso, sólo cabe
constatar, cada vez m ás pasivam ente, un hundim iento en el
atolladero, m ientras que el segundo, im plicando dos polos con
trarios, instaura una dinám ica pendular. A p a rtir de ahí, tam
bién difieren las estrategias: p o r u n lado, conviene, esencial
m ente, prevenir el m al lo antes posible; po r otro, tam bién pue
de contarse con el efecto de retom o y contar con el tiempo.
Pues, cuando la tendencia lleva al desequilibrio de la situa
W ang ción, cuanto m ás se acentúa, m ás frágil se vuelve; cuanto más
Fuzhi
«pesa» p o r un lado, m ás «ligera» es p o r el otro, y «fácil de inver-
tir»:d'41 la «lógica» de la inversión está, com o tal, inscrita en el
desarrollo regular de cualquier proceso (el «Cielo»).e' Así, en
política, cualquier presión que se ejerza con excesiva fuerza se
ve luego llevada a relajarse. Testigo, ese gran em perador de los
H an (Wudi, en los siglos n-l antes de nuestra era), que prim ero
se nos aparece lanzado a una política m uy autoritaria y am bi
ciosa, expansionista y costosa, a la que entonces era totalm ente
im posible oponerse. Pero del propio exceso nace la debilidad;
«cuanto m ás se com prom ete uno en u n cam ino im practica
ble», m ás «se ve uno fatalm ente llevado a tener dificultades», el
resentim iento crece por todas partes y el propio em perador
está, en su corazón, inquieto por ello: a ello se debe que, al final
de su vida, ese em perador haya puesto fin a sus expediciones
m ilitares y suavizado su política interior, «sin que para ello
haya necesitado reproches reiterados del prójimo»; sino «por
que sus propias opiniones ya se habían modificado». El mism o
episodio nos es descrito, com o si se reprodujese, bajo la dinas
tía Song, cuando la am bición política de un nuevo em perador
(Shenzong, en el siglo X l) resulta provechosa para su prim er
m inistro (W ang Anshi), que se arroga todos los poderes e inicia,
con el exclusivo apoyo de su cam arilla y reduciendo al silencio
a los dem ás, todo un tren de reform as tan radicales com o utópi
cas: bajo el reinado siguiente, sem ejantes m edidas no podían
dejar de caer, una tras otra, en desuso, tan ineluctablem ente
com o «caen las hojas m architas en otoño». Toda revolución
provoca una reacción y lo que resulta forzado se descom pone
p o r sí mismo.
Sem ejante lógica de la inversión encuentra su m odelo ex
plícito en las representaciones hexagram áticas del antiguo Li
150
bro de las mutaciones, que, a partir de dos tipos de trazos, an
titéticos pero com plem entarios (trazo continuo y discontinuo:
— y --), han servido de base a la concepción china del devenir.
Considerem os los dos hexagram as 11 y 12, faz y pi, M y t % f El
prim ero está form ado, en su parte inferior, po r tres trazos con
tinuos (que sim bolizan el principio de iniciativa y perseveran
cia: el Cielo) y, en su parte superior, po r tres trazos disconti
nuos (que sim bolizan el principio de obediencia y realización:
la Tierra): el Cielo inferior tiende hacia arriba y la Tierra supe
rior tiende hacia abajo, lo que significa que sus influencias be
néficas se cruzan, y que alto y bajo se com unican arm ónica
m ente. De esa interacción perfecta derivan prosperidad y con
cordia entre los existentes, y el diagram a sirve para evocar el
auge. El segundo hexagram a está form ado, por el contrario, en
su parte inferior, por tres trazos discontinuos que sim bolizan la
Tierra y, en su parte superior, por tres trazos continuos que
sim bolizan el Cielo: el Cielo arriba y la Tierra abajo se separan
cada vez m ás uno de otro y se retiran dentro de sí m ism os. Ya
no hay interacción benéfica; las potencialidades entran en una
fase de estancam iento; es la época de la decadencia. Pero esos
dos esquem as opuestos son consecutivos; cada uno de ellos
procede, en su integridad, del otro m ediante u n a sim ple inver
sión. Por sí solos, am bos dan cuenta de cualquier alternancia:
uno se vincula al p rim er m es del año chino (febrero-marzo),
cuando, con el com ienzo de la prim avera, surgen las fuerzas
renovadoras; y el otro al séptim o m es (agosto-septiembre),
cuando, u n a vez superado el punto culm inante del verano, se
anuncia el m architam iento futuro.
Aún cabe leer con m ás detalle, en el interior de cada uno de
los hexagram as, ese proceso de transición y el trabajo de la
inversión. Pues, si los dos principios adversos (yin y yang,
auge/decadencia) se excluyen y rechazan categóricam ente,
tam bién se condicionan uno a otro y se im plican m utuam ente.
Conflicto abierto, acuerdo tácito: aquel de los dos principios
que se actualiza siem pre contiene el principio adverso de un
m odo latente. E n cada instante, la progresión del uno corre
necesariam ente pareja con la regresión del otro, pero, al m ism o
tiem po, cada principio que progresa requiere, sim ultáneam en
te, su regresión próxim a. El futuro ya está en acción en el pre
sente y el presente que se despliega ya está a p unto de pasar. El
151
devenir es gradual; sólo existe la transición. Así, en el estadio
del p rim ero de los dos hexagramas, el de la prosperidad, el te r
cer trazo (que parte de abajo, al final de la p rim era m itad) ya
L ib ro de las nos previene de que «no hay ida sin vuelta», ni «terreno llano
m u ta c io n e s
que no vaya seguido de una pendiente»; y, en el sexto trazo, en
la cum bre del hexagrama, la divisa es: «La m uralla vuelve al
foso». Así es el break down:42 la transform ación a n u n ciad a en
m edio del hexagram a ha entrado en su fase de actualización, el
m uro de la ciudad vuelve a caer en el foso del que h ab ía sido
extraído, los factores de positividad se agotan; y a p a rtir de ahí
ya sólo queda afrontar con precaución y firm eza de án im o la
fase adversa. Por el contrario, en el estadio del otro hexagram a,
el de la decadencia, los factores de negatividad, de u n tra z o al
siguiente, son progresivam ente contenidos y dom inados, y se
retiran: al final del hexagram a (en el sexto trazo) se pro d u ce la
inversión esperada, y una nueva dicha puede com enzar. El
auge se ha transform ado, po r sí mismo, en decadencia, y esa
decadencia representa la oportunidad de un nuevo auge.*
Así es, explicitada desde la Antigüedad, la lógica de la inver
sión que el pensador chino vuelve a encontrar com únm ente en
acción en historia. Pues, al igual que el proceso de la n atu rale
W ang za, el proceso histórico actúa, regularm ente, m ediante reequili
F unzh i
brado y compensación: «que lo contraído pueda desplegarse de
nuevo, ésa es la tendencia resultante de la situación [c/ze]»/43
Sin duda, así ocurre entre potencias rivales: en la China de la
Antigüedad, el principado de Jin alcanzó progresivam ente la
hegem onía (bajo el príncipe Jing), y luego hubo de decaer;44y lo
que entonces tom am os por el destino no es m ás que la inexora
bilidad de un proceso totalm ente natural.11' Igualm ente, en el
ejem plo anterior (Shenzong y W ang Anshi de los Song), p o r sí
sola y sin que se requiera una intervención h u m an a (tal es el
«Cielo»), u n a presión política dem asiado autoritaria es llevada
a relajarse.' 45Y, si el em perador de los Song se ha lanzado a u n a
política tan am biciosa y coercitiva, él m ism o lo hacía com o
152
reacción respecto al largo reinado precedente (Renzong, 1022-
1063), en el que el pacifismo había sido llevado hasta la pasivi
dad. Un exceso llam a a otro: la calm a llam a a la tensión, y a ésta
sigue u n a nueva relajación. í46 No hay acontecim iento político,
por m ínim o que sea, que no pueda interpretarse de acuerdo
con esta dinám ica de la alternancia y «la tendencia constante al
cambio».k' ¿Cómo com prender, por ejemplo, el edicto tan ne
fasto de un em perador de los H an (Yuandi, en el siglo i antes de
nuestra era) que, fijando los criterios m orales de una jerarqui-
zación de los funcionarios, llevó a éstos a la apatía y les hizo
perder la integridad m oral que necesita un Estado?47 Tam poco
una m edida sem ejante puede explicarse salvo com o reacción,
ante la situación precedente: previam ente, reinaba la anarquía
entre los funcionarios letrados y, com o carecían de luí recono
cim iento oficial que asegurase de m anera estable su posición,
intentaban a cualquier precio im ponerse, incluso hasta el pun
to de hacer som bra al em perador. De ahí, en virtud de la «ten
dencia a la inversión», la decisión de su reclutam iento y la doci
lidad a la que se vieron forzados. Conclusión: «El curso seguido
ha de tem erse, pero aún más su inversión».
153
m ás tarde. Basta con saber tener en cuenta el factor que, de
entre todos, se revela, en definitiva, com o el m ás determ inante:
el factor tiempo.
W ang E n efecto, dos principios generales bastan, según nuestro
Fuzhi
filósofo, para adm inistrar correctam ente la lógica tem poral de
la alternancia: en prim er lugar, incluso antes de que la m utación
tenga lugar, abstenerse de cualquier exceso en orden a evitar
que resulte, por reacción, el exceso inverso; después, en el preci
so m om ento en que se produce la m utación, resistir, en el foro
interno, a la vez que prestarse de buen grado a la transform a
ción.49 Pues nada sería m ás necio y destructivo que querer opo
nerse a la m utación cuando ésta se anuncia, en lo sucesivo,
com o necesaria:50 cualesquiera que sean sus cualidades perso
nales, quien se empeña, p o r fidelidad, en el statu quo no conse
guirá m ás que su propia destrucción sin en absoluto poner re
medio a la situación. La verdadera virtud está en saber atravesar
la transform ación (y extraer de ella, en cada ocasión, todo el pro
vecho posible). En particular, si la ocasión de invertir la desgra
cia en dicha se presenta po r sí sola, puesto que resulta de la ló
gica de alternancia que regula cualquier proceso, nos incumbe,
en compensación, explotar la posibilidad que se nos ofrece y ha
cer que efectivamente llegue a su término. El «Cielo» «ayuda al
hombre», pero luego es tarea del hom bre ayudarse a sí mismo.
Por tanto, la sabiduría se reduce lógicamente al grado cero
W ang de la intervención hum ana que, como tal, encierra la m ayor
Fuzhi
eficacia: «saber esperar». Se nos describe al sabio com o aquel
que, sabiendo que cualquier proceso que lleva al desequilibrio
se fragiliza a sí m ism o a m edida que se acentúa y que la tenden
cia que lo dirige en un sentido requiere ineluctablem ente su
inversión, sabe, precisam ente, esperar que el proceso objeti
vo haya alcanzado el estadio m ás propicio p ara la inversión
—Le., haya agotado sus factores negativos y, por ello, se vea lle
vado a ir en adelante com pletam ente en la dirección positiva—,
p ara entonces, m ediante una intervención personal m ínim a,
reorientarlo todo en el buen sentido y restablecer la situación.51
El curso de las cosas viene entonces, con total naturalidad, ante
nosotros, y sacam os provecho de la dinám ica inherente al dis
positivo en su m áxim a intensidad. Es una locura querer «lu
ch ar contra el Cielo», i.e., em prenderla acción cuando el curso
natural del proceso va en sentido contrario; pero tam bién es
154
peligroso, aunque uno se dé m enos cuenta de ello, intervenir
dem asiado pronto, antes de que el curso natural del proceso
haya llegado com pletam ente a térm ino en el sentido deseado.
Pues, si nuestra acción va entonces en el sentido querido «lógi
camente» por el proceso, sin em bargo lo fuerza y lleva a exce
der la m edida que le era natural: luego, será tanto m ás difícil
reequilibrar el proceso de u n a m anera estable y duradera. Se
m ejante precipitación no sólo nos expone inútilm ente al con
flicto, sino que tam bién hace que corram os el riesgo de vem os
privados de la ocasión oportuna cuando, finalm ente, ésta iba a
caem os en suerte. El m ayor error es la im paciencia. C ontraria
m ente a ella, la sabiduría de los antiguos fundadores de dinas
tía se m anifestó en que supieron captar el m om ento en que,
habiendo alcanzado su punto extrem o la tiranía de los reyes
decadentes, la situación estaba m adura y el balancín volvía a
sus manos: habiendo sabido resistir hasta ese m om ento y h a
biendo sido capaces de esperar, no tenían m ás que «levantarse
tranquilam ente» y, respondiendo a las aspiraciones de todos,
realizar sin esfuerzo sus saludables designios.111.
Hay que extraerla m ism a lección de los ejemplos preceden
tes de un poder dem asiado autoritario y coercitivo: quienes in W ang
Fuzhi
m ediatam ente le han hecho frente se han estrellado; m ientras
que quienes, «apoyándose en la tendencia progresiva a la deca
dencia»,n‘ esperaron que «lo im practicable se disolviese po r sí
mismo» finalmente lograron recuperar el control de la situación
y llevaría a la calma (Huo Guang bajo el poder de Wudi y Zhaodi
de los Han; Sima Guang bajo la dinastía Song).52En ese sentido,
la suerte y el «Cielo insondable» no son m ás que esa «lógica», y
ésta m ism a no es «más que simple conform idad con la tenden
cia resultante de la situación [el che histórico]».0' Pero, si es ra
cionalm ente posible prever y adelantar, a partir del análisis de la
situación actual, el giro ineluctable de los acontecim ientos
(puesto que éstos se encuentran implicados por la tendencia en
progreso y, cuando esa tendencia alcanza su apogeo, el inicio de
su inversión ya está presente),p’53 «raros», sin embargo, «son los
que se dan cuenta de ello»; y por eso hay «sabiduría». Considére
se, com o otro ejemplo, la subida al poder de los eunucos bajo el
reinado de los Han posteriores (siglos I-n): tam bién entonces,
cuantos se enfrentaron directam ente encontraron la m uerte (to
dos los mayores dignatarios: Dou Wu el año 168 y, del m ism o
155
m odo, He Jin veintiún años después). Ahora bien, bastaba darse
cuenta de que esa tiranía, volviéndose excesiva, había suscitado
dem asiados resentimientos diversos que se acum ulaban en si
lencio y la condenaban sin remedio: un buen día, «una simple
borrasca será suficiente para apagar de una sola vez esa lám para
a punto de extinguirse», «la rapidez y la facilidad de esa inver
sión están aseguradas de antemano». Un general perspicaz (Cao
Cao) se contentó con reírse perm aneciendo en la banda: «¡Un
sim ple carcelero bastará para quitam os de encim a esa plaga!»; y
es él quien, finalmente, sabrá imponerse.
Una prueba a contrario nos la proporciona u n sutil análisis
del caso del ilustre general de los Song (Yue Fei, en el siglo xn)
que, m ientras la dinastía china acaba de ab an d o n ar toda la m i
tad norte del país a los invasores, no para hasta relanzar la
ofensiva y desquitarse: como la corte —no sólo cansada de las
guerras, sino tam bién de la turbulencia de sus propios genera
les— se inclina entonces po r el pacifismo, su celo, hace poco
tan elogiado, pronto se vuelve inoportuno, da pie a la sospecha
y term ina siendo ejecutado, en la plenitud de su vida, en pri
sión. Si, por el contrario, hubiese aceptado inhibir provisional
m ente su deseo de gloria a cualquier precio y hubiese sabido
sacrificar un poco su propio mito de im placable valentía, ha
bría podido esperar a que su principal adversario político (Qin
Kui) m uriese, los invasores acabasen por en co n trar las dificul
tades que los aguardaban y la moral de la corte, en consecuen
cia, se hubiese «entonado»; lo que efectivamente ocurrió:54 en
tonces podría salir de nuevo a la cabeza de las tropas con las
m ayores posibilidades de éxito. Pues «lo que no puede ser con
com itante», por excluyente, siem pre nos sucede «por sustitu
ción de una cosa por otra», y así sucesivamente:0!' el que sabe
«replegarse» cuando la tendencia le es contraria, así com o reto
m a r la iniciativa cuando vuelve a serle favorable, nu n ca está
«bajo presión» y, con el tiempo, acaba por «conseguirlo todo».
Lo esencial, en un m al m om ento, es preservarse a u n o m ism o
p ara aprovechar las oportunidades del porvenir. Quienes, m ás
tarde, tanto elogiaron a ese general «heroico», con el pretexto
de que n unca había cedido terreno, aplaudieron en él, p o r tan
to, justam ente lo que lo condujo al fracaso y la m uerte; y el
ditiram bo inagotable de la Historia aparece, a ese respecto,
com o algo m ás «envenenado» que la peor de las calum nias.
156
Lo cual lleva a una jerarquía de valores: la «constancia» m o
ral vence a la «perspicacia» intelectual como factor del éxito.55 W ang
Fuzhi
La segunda, en tanto que pura captación mental, sólo actú a en
el instante; la otra, que apela a la firmeza anímica, se apoya en
la duración y resulta p o r ello coextensiva a la totalidad de lo
real, en su desarrollo. É sta es «naturaleza»; la otra (sólo) «fun
ción». Llega u n día en que la perspicacia, a fuerza de ser reque
rida en todo m om ento, fatalm ente se agota; m ientras que la
constancia, que consiste en resistir adaptándose al curso del
tiempo, es, en su fondo, inagotable. Comparable en esto al Cie
lo, cuya virtud es «perseverar siempre». Se basa en u n a com
prensión superior del proceso, por estar abierta a largo plazo,
de acuerdo con la cual cualquier éxito sólo es tem poral y nin
gún revés definitivo. Consciente de ese carácter lógico, y po r
tanto ineluctable, de la te n d e n c ia / se será capaz de perm ane
cer a la vez prudente, cuando se ha ganado, y confiado, cuando
se ha perdido. Así es com o se ha interpretado la fam osa lucha
de los dos pretendientes al Im perio, a finales del siglo II antes de
nuestra era (Xiang Yu contra Liu Bang): uno da, durante m u
cho tiempo, pruebas de perspicacia, pero, cuando finalm ente
es derrotado y condenado a huir, se corta la garganta, p o r des
pecho; el otro, po r el contrario, está varias veces a p unto de ser
aniquilado y apenas logra salvarse; pero, inm ediatam ente des
pués, vuelve a sacar provecho de los disturbios, reconstruye sus
fuerzas y vuelve a lanzarse al asalto. Finalm ente, es este últim o
el que gana; y es justo. *
Por tanto, por sencillam ente autodeterm inado que parezca
* Los dirigentes chinos del siglo XX no han renunciado a esa sabiduría. Cuando
ya no pudo hacer frente a las expediciones de cerco del Guom indang, Mao Zedong
supo replegarse, a costa de una «larga marcha», hasta las cuevas del Shenxi; y allí,
m ás apartado, rehacer sus fuerzas, establecer sus prim eras «bases» y esperar tran
quilamente a que la situación le perm itiese recuperar la iniciativa (con la invasión
japonesa y, después, la Segunda G uerra M undial) para, finalmente, p asar él m ism o
a la ofensiva y lograr la victoria. Su rival, Tchang Kai-chek hará lo mismo: derrota
do por los ejércitos comunistas, se repliega en Taiwan, que se convierte en el punto
de partida de un nuevo impulso.
Habitualmente, además, los observadores chinos de la actualidad explican la
política en términos de alternancia: tan pronto hay «apertura» com o «cierre»; el
Partido juega, alternativam ente, «con dos barajas». Los que están am enazados por
la tendencia actual se «repliegan»; pero para preparar su vuelta: se retiran al cam po,
aparentan estar «enfermos», incluso aceptan con complacencia hacer su propia
autocrítica, con vistas a saltar luego con total lozanía, cuando la situación vuelva a
serles favorable.
157
a prim era vista, el dispositivo de la Historia, tal com o es conce
bido en China, preserva, en virtud de su propia lógica, u n am
W an g plio espacio p ara la iniciativa hum ana. En p rim er lugar, porque
Fnzhi
el proceso histórico siem pre posee en sí m ism o cierta holgura
que excede la ineluctabilidad de la te n d e n c ia /56 Se trata de la
parte, residual, del azar (o el destino). Pues, si es cierto que
cualquier tendencia, una vez iniciada, tiende necesariam ente
en determ inado sentido, no por ello subsiste m enos —aunque
sólo fuese en el estado em brionario del inicio, cuando todo se
decide en proporciones ínfimas—l' cierta dosis de aleatoriedad
y, p o r ende, de imprevisibilidad, que para nosotros es m uestra
de la dim ensión insondable del «Cielo» (y, en tal m edida, de
vuelve a éste un aspecto trascendente, que la pu ra racionalidad
de la tendencia le hace perder). Tanto si se trata del curso de la
naturaleza com o del de la Historia, el Cielo es, a la vez, princi
pio constarite y factor circunstancial:57 a gran escala, se efectúa
u n a regulación ineluctable (por alternancia de surgim iento y
desaparición, de auge y decadencia), al m ism o tiem po que, de
cerca, nos parece que ese funcionam iento opera a veces de un
m odo puram ente adventicio. Pero el Cielo es uno, y el sab er del
Sabio consiste en conectar am bos aspectos: com prender la ló
gica reguladora a partir de la ocasión circunstancial, al igual
que percibir, lo antes posible, la ocasión que despunta gracias a
su conciencia de los procesos en curso. En segundo lugar, si la
«tendencia siem pre está determinada», tam bién está siem pre
al alcance del hom bre adm inistrarla bien. Dado que se sabe de
antem ano, y por principio, que, en estado de debilidad, no cabe
esperar «llegar de golpe a la expansión de la fuerza», pero tam
bién que ninguna potencia es definitiva y que basta entonces
con «ser capaz de aguardar a que la potencia adversa se debili
te».58 D entro de la relación de fuerza, la tendencia a la decaden
cia nunca es, p o r tanto, inexorable, y uno m ism o es responsable
de su propia perdición.
Como testigo, uno de los finales más dram áticos de la histo
W ang ria china, el de la dinastía de los Song y la invasión m ongola
Fuzhi
resultante: ésta —se nos dem uestra— no era ineluctable dado
que, entre la prim era invasión parcial del N orte p o r los Jin (en
el siglo xn) y la —definitiva— de los m ongoles (siglo y medio
m ás tarde), la situación, en varios m om entos, evolucionó y la
tendencia osciló.59 Aún quedaban m uchas bazas contra los
158
mongoles, y la lucha em prendida hubiera podido proseguirse
durante m ucho m ás tiem po replegándose hacia el Sun se ha
bría llegado a bloquear el avance del enemigo y conservar im
portantes plazas, y, para quien «evalúa correctam ente la ten
dencia del m om ento», seguía siendo posible una salida. La des
trucción es, por tanto, culpa de los dirigentes (el em perador
Lizong y sus dos prim eros m inistros sucesivos) y, al evocar así
el final de los Song, el autor de este análisis tam bién justifica,
sin duda, que él m ism o nunca haya depuesto las arm as, cuatro
siglos m ás tarde, frente a la invasión m anchú:60 basarse en el
determ inism o de la tendencia, lejos de llevar a la resignación,
nos anim a a ser resistentes.
159
y el juicio escleroso de los críticos, y p o r ello se vuelve urgente
reaccionar contra esa imposición del dogm a y el inmovilismo;
p o r o tra parte, porque en esa época sale a la luz u n a filosofía
«intuicionista» que, dando prim acía al m ovim iento ingenuo de
LiZhi la conciencia, valora en prim er térm ino la espontaneidad.63 Se
s.XVI
gún esa concepción, únicam ente nuestra ingenuidad es autén
tica en nosotros, m ientras que nuestras percepciones sensibles
y, a continuación, los razonam ientos lógicos que elaboram os a
p a rtir de ellas nos desposeen de ella. N uestro saber aum enta y
nuestro «gusto» se forma, pero esa cultura, fortalecida por la
lectura y el estudio, interrum pe nuestra ingenuidad prim era; y,
entonces, nuestra expresión ya no proviene del fondo de noso
tros m ism os, sino que es «postiza»: p o r lograda que pueda pa
recer, esa expresión, que está separada de nuestra interioridad,
ya no tiene valor, cae en lo artificial y nos aleja de la única
literatura «realmente lograda», la que nace de «nuestro cora
zón infantil». No se podía llevar m ás lejos la exigencia de natu
ralidad. Pero es ésta la que hace que la literatura se transform e:
el único m edio para ella de apartarse de los géneros y form as
que en cada época am enazan con im ponérsele com o modelos,
obstruyendo su fuente ingenua y convirtiéndola en «postiza».
La literatura siem pre está condenada a innovar p a ra perm ane
cer fiel a su exigencia de autenticidad. La propensión a evolu
cionar es su condición de posibilidad.
De ahí el prejuicio de los m odernistas, de los que saben tener
en cuenta la tendencia de su época: la literatura no puede no
Yuan evolucionar del pasado al presente —así es el factor tiempo—64y
Hongdao
s.XVI hay ruptura entre las épocas; plagiar la expresión de los antiguos
para hacerse pasar por «antiguo» es como, en el m om ento más
crudo del invierno, cubrirse con ligeros vestidos de ramio. A se
m ejanza de las restantes producciones hum anas (de la ropa a las
instituciones), la literatura ha evolucionado desde lo m ás «com
plejo» a lo m ás «simple» y de lo más «oscuro» a lo m ás «claro»;
o, tam bién, del «desorden» al «orden», de lo «difícil» a lo que
«cae por su propio peso» y resulta «ágil».65 Por lo tanto, la ten
dencia está naturalm ente orientada en el sentido de la viabili
dad. Así, que «el pasado no resulte útil para el presente se debe al
che»,w y la evolución es ineluctable. Los caracteres de la m oder
nidad son, en efecto, incompatibles con los de la Antigüedad;
hoy no puede redactarse una proclam a política en los mism os
160
térm inos que hace dos mil años, y nuestras canciones de am or
tam poco pueden tom ar nada en préstam o de las de otra época.
Los tiem pos han cambiado, y la literatura con ellos: «que hoy no
estemos obligados a im itar el pasado se debe, igualmente, al
che». Este últim o término, por sí solo, adquiere aquí valor argu
mentativo; incluso sirve de explicación definitiva.
Por tanto, la literatura sólo resulta com prensible en una
perspectiva histórica. Mejor aún, es de naturaleza histórica: no
en función de un condicionam iento externo que reflejaría, sino Gu Yanvvu
s.XVU
por necesidad interna. Pues la poesía de cada época «no puede
no» ser llevada a «ceder su sitio, al entrar en decadencia» a la de
la época siguiente, en la cual se ha transform ado: «Los Trescien
tos poemas (la prim era antología poética de China, siglos DC-vr
a.C.) no podían no entrar en decadencia, y surgieron los Cantos
de Chu (al final de la Antigüedad); los Cantos de Chu no podían
no entrar en decadencia, y surgió la poesía de las dinastías H an
y Wei; la poesía de los Han y los Wei no podía no en trar en
decadencia, y surgió la de las Seis Dinastías (siglos m-vi); la
poesía de las Seis Dinastías no podía no e n tra r en decadencia, y
surgió la de los Tang (siglos vn-rx): así es el che»,66 com o pro
pensión a evolucionar. El género se identifica con esa evolu
ción, al m ism o tiem po que sem ejante m etam orfosis constituye,
en el transcurso de las épocas, la ley del género. Renovación
ineluctable, dado que, si imito la poesía del pasado, o bien la
im itación no tiene éxito y «entonces pierdo aquello en virtud de
lo cual había poesía», o bien tiene éxito, pero entonces se pierde
«aquello en -virtud de lo cual hay yo». La solución del dilem a
está en el ideal (el que encam an los m ayores poetas: Li Bo y Du
Fu) según el cual «la cosa no deja de parecerse siem pre sin, no
obstante, parecerse nunca»: la identidad de lo poético es tanto
m ás intensa cuanto m ás se logra innovar. O, tam bién, es no
dejando de hacerse otra como la poesía sigue siendo ella tnis-
ma. Expresión paradójica, pero que nos devuelve a la intuición
prim era, y la m ás general: nada subsiste a no ser por la tran s
formación.
El partido de los m odernistas desem boca, así, en u n a visión
equilibrada de la historia literaria. E ntre u n a visión progresista
de la literatura (desarrollándose por etapas, en consonancia con
la civilización) y la perspectiva inversa de u n a decadencia (se
gún la cual, m ás allá de los textos canónicos que representan la
161
últim a perfección, cualquier literatura ulterior está condenada
a la degeneración),67 la concepción de una renovación periódi
Y eX ie ca ofrece el justo m edio anhelado: cada época hereda de la pre
s. XVII
cedente al m ism o tiem po que es creadora.68 A la vez «ruptura»
y «tradición» («vuelco» y «filiación»). Más bien que dividir épo
cas concebidas como otros tantos bloques tem porales, unita
rios y aislados, las nociones de la historia literaria china insis
ten en el carácter continuo de la evolución: a toda «fuente» le
sigue un «curso»; del «tronco» se llega a las «ramas». Los facto
res de cam bio se inscriben por sí m ism os en la regularidad del
proceso; la dinám ica de la alternancia es inagotable: al igual
que cualquier otra historia, la de la literatura pasa po r u n enca
denam iento ininterrum pido de fases de auge y de decadencia,
lo que, sin em bargo, no significa que «lo que precede sea nece
sariam ente una época de auge y lo que sigue una época de deca
dencia». Pues toda decadencia produce p o r sí m ism a un nuevo
auge: tam bién ahí, la «tendencia» a la transform ación, percibi
da com o «ineluctable»,'’ form a parte del «orden de las cosas» y
está justificada por la razón.
162
intentar adaptarse a su coherencia».272 Pero, desde el m om ento
en que se percibe com o un determ inado dispositivo, cualquier
situación particular se vuelve inteligible; y es de su tendencia
—y sólo de ella— de donde puede deducirse lo que hem os acos
tum brado a llamar, en la actualidad, el «sentido de la Historia».
No se podría negar, en efecto, cierta analogía objetiva entre
la concepción china de una racionalidad del dispositivo históri
co y de su evolución, y, por otra parte, la visión hegeliana de la
Historia concebida com o realización de la Razón, pues am bas
se basan en la idea de una ineluctabilidad del proceso em pren
dido (cf. Hegel: «Del estudio de la propia historia universal
debe resultar que todo ha ocurrido en ella racionalm ente, que
ha sido la m archa racional y necesaria del espíritu universal»:
«der vemünftige, notwendige Gang des Weltgeistes»).73 Por am
bas partes, la negatividad sólo es tem poral, como m om ento ne
cesario de la transform ación; se deja com prender y superar a
partir de la evolución m ás general en curso, y se nos invita, en
vez de a lam entar las desgracias de la Historia, a un «conoci
m iento conciliador»74 de ese devenir. De form a análoga, final
mente, el curso de la Historia se sirve de las pasiones hum anas
y el interés privado con vistas a realizar lo que corresponde, de
hecho, al interés general. Cabría, en la óptica china, repetir
exactam ente respecto al prim er em perador de China lo que H e
gel dijo de C ésar unificando políticam ente el m undo e im po
niéndole un régim en adm inistrativo nuevo, «lo que le p ropor
cionó la ejecución de su plan en un principio negativo» (la am
bición de ser «el único am o del m undo») tam bién era en sí una
determ inación necesaria en la H istoria (de China y del m undo),
«de m odo que no estuvo presente únicam ente su beneficio p ar
ticular, sino tam bién un instinto que realizó lo que en sí m ism a
la época reclam aba».75 Ese «instinto» secreto (de la Razón) es
lo que los chinos llam an el «Cielo», com o fondo insondable de
la Regulación.76Ni siquiera hay en el destino desdichado de los
grandes hom bres —los que, sigue diciendo Hegel, «tenían
com o vocación ser hom bres de negocios del genio del univer
so»— nada que no sea lógicam ente similar. César es asesinado;
la dinastía del prim er em perador chino no tarda en ser derroca
da y la longevidad dinástica se ve reducida para siem pre:77 el
«cascabillo» no tarda nada en caer, vaciado de su grano.
Pero, a partir de esa analogía, la diferencia que separa am
163
bas concepciones de la H istoria aún resulta m ás notable; y re
vela la distancia entre las dos configuraciones discursivas en
que aquéllas se inscriben. Hegel concibe la Razón en la H istoria
m ediante una relación «medio»-«fin»; cuanto ocurre en el cur
so del tiempo, incluso la acción de los grandes hom bres, no es
m ás que el medio m ediante el cual se realiza el «fin del univer
so», que es la accesión de la conciencia a la libertad. Para Hegel,
heredero de la tradición judeo-cristiana, la historia universal
debe concebirse como un progreso cuya conclusión, si bien ya
no se concibe de un m odo puram ente religioso (la Ciudad de
Dios), no por ello representa en m enor grado, desde el com ien
zo, su justo destino. Pero ya hem os visto que, desde su prim era
form ulación, en estrategia, la concepción del che no pasa p o r la
relación —que, sin embargo, parece tan natural a nuestro espí
ritu— medio-fin: si, en el m arco de la Historia, el Cielo puede
servirse del interés particular de los grandes hom bres, ello se
debe a una pura determ inación inherente al proceso que, con
cebido en su globalidad, no puede dejar de perm itir que se
transparente de ese m odo su papel em inentem ente regulador.
Pero sin que intervengan ninguna Providencia ni plan preela-
borado. La visión china de la Historia no es teológica, puesto
que no es el lugar de ninguna Revelación ni en ella se descifra
n ingún designio; está desprovista de cualquier escatología,
puesto que ninguna causa final la dirige. N ingún télos la justifi
ca; su «economía»78 es inm anente. En gran m edida, sem ejante
diferencia se explica, en definitiva, por la concepción del tiem
po: si la tradición china claram ente posee la noción de u n pró
xim o futuro —el que ya existe com o indicio en el m om ento
presente y que la evolución del proceso, tal com o ha sido em
prendido, no dejará de hacer que se realice—, no parece conce
der, en cambio, consistencia propia al puro futuro. El tiem po
del proceso es el infinitivo; su lógica, por estar autorregulado,
im plica que no puede tener térm ino: u n desenlace de la H istoria
resulta impensable.
La distancia, en función de ello, no puede sino acusarse aún
m ás entre las dos tradiciones. Incluso la definición que parecía
absolutam ente general y de la que era imposible salir — «La
H istoria es el relato de acontecim ientos (o hechos) verdaderos
cuyo au to r es el hom bre» (siendo lo único que no tiene carácter
de acontecim iento, como han revelado las nuevas concepcio
164
nes de la Historia, «la historicidad de la que no hemos tom ado
conciencia en cuanto tal»)— 79 ya no resulta tan pertinente res
pecto a la tradición china com o la ha sido, durante veinticinco
siglos, respecto a la nuestra. E n China, el género de la historia
fija m enos su atención en el acontecim iento, o el hecho, que en
la transform ación; tam poco se presenta, al principio, com o una
narración continua (ya se trate de un registro analístico, ya de
u n a recolección de docum entos: el hecho/acontecim iento in
terviene en ella m ás bien a título de señal de la evolución). Lo
cual nos invita, desde fuera, a repensam os a nosotros mismos:
si, en nuestra tradición, el género de la historia tiene com o obje
to el hecho o el acontecim iento, sem ejante «opción», en el des
glose y el m ontaje que hace de lo real, no deja de reflejar la
prim acía que hemos concedido, en el plano metafísico, a la
entidad individual (ens individuum , del átom o a Dios; m ientras
que la tradición china privilegia la relación); igualmente, si
nuestra configuración de la H istoria es, de cabo a rabo, n a rra ti
va, ello se debe, principalm ente, a que el género histórico deriva
entre nosotros del relato épico (m ientras que China es la única
de las grandes civilizaciones que no ofrece ni cosmogonía ni
epopeya). La diferencia, finalmente, afecta a la propia naturale
za del trabajo del historiador: la explicación occidental de la
H istoria se basa en el esquem a causal; m ientras que hem os
visto cómo la tradición china tenía m uy presente la interpreta
ción tendencial.
Sabem os cuál es la lógica de la explicación causal en histo
ria: se basa en una operación que no es sólo selectiva (separar y
elegir, tras el desglose del fenóm eno «efecto», los antecedentes
m ás adecuados), sino tam bién ficticia (im aginando evolucio
nes irreales para calibrar la eficacia de las causas: qué hubiera
ocurrido «si», i.e., en ausencia de tal antecedente).80Se tra ta ahí
de un cálculo retrospectivo de lo probable (en el m odo de u na
predicción a la inversa o «retrodicción»)81 que, com o tal, nunca
es exhaustivo (cada hecho/acontecim iento se sitúa en el cruce
de innum erables series y cabría rem ontarse en cada una de
ellas al infinito): recuperam os, de otro modo, el p unto de vista
probabilístico del que constatábam os, al comienzo de esta re
flexión, que m arcaba las concepciones estratégicas de Occiden
te y al que se oponía, com o aquí, el punto de vista de una «auto-
m aticidad» propio de la estrategia china. Pues, a la inversa del
165
m ontaje hipotético de la causalidad, la interpretación tenden-
cial se presenta como una pura deducción de lo «ineluctable»
(con lo que éste ya no se debe a u na ilusión retrospectiva, sino
que es lógico): de un estadio al siguiente, com o hem os visto, el
proceso sólo puede evolucionar en un sentido u otro (ya sea en
el m odo de una acentuación de la tendencia, ya sea en el de una
inversión de ésta, por reequilibrado y com pensación). «No ha
biéndose producido en un día» lo que ocurre, en el estadio de
acontecimiento, conviene «rem ontar al punto de partida de la
evolución» que ha desem bocado, m ediante transform ación
continua, en que «sea así» (de ahí el interés tradicional de la
reflexión china por el tiem po largo y sus «transform aciones si
lenciosas», m ientras que se trata de u n interés m ucho m ás re
ciente entre nosotros).82 Pero la propia evidenciación de una
necesidad tendencial sólo es posible a p artir de una doble ope
ración teórica (de la cual la tradición china, p o r su parte, ape
nas parece consciente): por una parte, considerar la evolución
histórica como un proceso global y que constituye un sistem a
aislado (a la inversa de la explicación causal que perm anece
abierta y acepta, en su hacerse cargo del devenir, que entren
incesantem ente en escena nuevos datos);83 por otra, articular la
realidad de una m anera bipolar, en la que sólo intervienen las
relaciones de oposición y com plem entariedad (de lo cual deriva
la oscilación posible: tensión-relajación, auge-decadencia...).
Ahora bien, a ello se presta por partida doble la civilización
china: no tom ando en consideración m ás que su propia tradi
ción y percibiéndola desde u n punto de vista siem pre unitario
(tal es la fuerza de su etnocentrism o), fácilm ente considera el
curso de la Historia com o algo que evoluciona aisladam ente; y,
en el plano filosófico, la dualidad de instancias que, en cada
caso, perm ite estructurar el devenir histórico, corresponde
para ella al principio m ism o de cualquier realidad, la correla
ción delyz/z y elyang. Por lo tanto, estaba culturalm ente predis
puesta a explicar el devenir hum ano según esa lógica de la ten-
dencialidad.
166
el paralelism o entre Cartago y Roma, en el m odo bipolar tan
querido por los chinos, M ontesquieu es m uy consciente de la
lógica interna que hace pasar del éxito a su contrario. «Fueron
las propias conquistas de Aníbal las que em pezaron a cam biar
la fortuna de esa guerra»: habiendo resultado vencedor con ex
cesiva continuidad, Aníbal ya no recibe refuerzos; habiendo
conquistado dem asiados territorios, ya no puede conservarlos.
Con m ayor generalidad, cuando consigue ab andonar su senti
do moral, dem asiado ideológico como para servir de explica
ción histórica (los rom anos se habrían corrom pido por influen
cia del epicureismo), se encarga a la noción de «corrupción»,
que está en el corazón de la obra, explicar la necesidad estruc
tural de la inversión.84 A partir de ahí, si m antiene su adhesión
al esquem a causal, M ontesquieu tam bién siente la tentación de
superarlo:
167
cesario volverse hacia la interpretación tendencial —auge-
decadencia—: lo testim onian los trabajos de Spengler o Toyn-
bee, que intentan establecer una morfología de las civilizacio
nes a p artir de sus fases de crecim iento y descom posición.
Pero —com o observa Raym ond Aron— el problem a es, en to n
ces, «qué puede significar para nosotros, en el siglo xx, la anti
gua idea de los ciclos».87
Pues la dificultad teórica suscitada por la obra de Toynbee
no sólo se debe a que éste hubo de aislar en un proceso cerrado
a cada u n a de las civilizaciones (como han hecho los chinos
respecto a la suya). Se debe, sobre todo, a la ausencia de un
m odelo —m ás allá de la generalización po r com paración—
para d a r form a de ese m odo al devenir. Los esquem as cíclicos
de nuestra Antigüedad no planteaban problem a porque se ba
saban en una visión cosmogónica en la que, p o r principio, vida
h u m an a y destino del m undo estaban indisolublem ente u ni
dos. Pero, cuando caen las hipótesis cosmológicas (ya sólo que
dan huellas de ellas en el Renacimiento, incluso en Vico), la
única base que le queda al pensam iento cíclico, no pudiendo
ser astronóm ica, es de tipo zoológico o botánico: la civilización
es com parada con una especie anim al o vegetal; cada u n a tiene
su período de floración, llega a la m adurez y luego cae en la
decadencia (según el modelo del De generatione et corriiptione
de Aristóteles). E n Spengler, ese punto de vista biologista se
m antiene íntegro; pero Toynbee es dem asiado consciente, por
su parte, de que siem pre se trata, en el fondo, de u n a m era
analogía: «[...] cualquier ser hum ano, com o organism o vivo,
está condenado a m o rir al cabo de u n tiem po m ás o m enos
largo, pero [...] no veo, por mi parte, necesidad teórica de que
las creaciones de un organism o m ortal sean ellas m ism as m or
tales, aunque sea cierto que m uchas m ueren».88 De ahí la apo-
ría a la que finalm ente ha llevado el esquem a cíclico, en la obra
de Toynbee, y su vuelta a una visión progresista, convertida
finalm ente en teología. Se aprecia tanto m ejor la aportación
que ha podido representar, para la tradición china, su famoso
Libro de las mutaciones (el m ás im portante de los textos canóni
cos establecidos desde la Antigüedad): resulta que, a p a rtir de la
exclusiva alternancia entre trazos continuo y discontinuo, y
luego de la serie de los sesenta y cuatro hexagram as de ella
derivados, se nos proporciona una fórm ula única, libre de cual
168
quier referencia, de la transform ación. La interpretación es sis
temática, a la vez que su uso es polivalente. Es el propio devenir
el que se deja interpretar así y se ordena de acuerdo con su
principio propio: así pues, la teoría china de la H istoria sólo
tuvo, en cualquier época, que fundirse en ese molde.
Por ello, conviene llevar aún m ás lejos el análisis de la dife
rencia, rem ontar aún m ás arriba en la genealogía de la distan
cia. Pues tenem os que com prender por qué el pensam iento
griego tuvo tan ta necesidad de extraer el «ser» del devenir,
m ientras que, en China, sólo hay realidad en la transform ación.
No se trata, sin duda, de que los griegos hayan tenido m enor
conciencia de lo efímero: lo prueban sus cosm ogonías prim iti
vas, en las que se suceden las generaciones de dioses. Pero, en el
catálogo de la teogonia, el interés ya se dirige m ás a la identifi
cación, m ediante fijación, de las figuras de la divinidad que a
los modos de encadenam iento; lo que im porta no es tanto la
serie de etapas com o el contorno, nítido y definido, que adquie
ren las formas sucesivas.89 Progresivamente, el devenir oscuro
surgido del caos es dom inado por el pensam iento gracias a la
instauración trascendente de u n a ley que encam a la Necesidad
del destino; el flujo continuo de las cosas encuentra su consis
tencia en el arm azón teórico que le proporcionan núm eros, fi
guras y elementos: la coherencia del devenir nace de la fórm ula
m atem ática o lógica que fija en él la inm utabilidad de los tipos.
Sabemos que esa disociación se consum a con el platonism o:
por un lado, el «ser», que es eterno y perfecto, es objeto de la
ciencia; por otro, el devenir (el orden de la génesis), lo que nace
y m uere pero nunca «es». Bajo el reinado de lo M ism o se revela
la naturaleza rebelde de lo otw , el devenir es en sí m ism o prin
cipio de irregularidad, desorden y mal: a m edida que se des
ciende en la jerarquía de los seres, la parte del devenir se hace
m ayor y únicam ente m ediante «participación» en las Ideas in
móviles puede ser ordenado lo cam biante. Sin que el realism o
aristotélico, aunque se presente como una doctrina del devenir,
modifique en absoluto esa perspectiva: si form as y devenir ya
no son separables, las formas eternas no por ello m antienen
menos su dom inio y sólo de ellas recibe el devenir su determ i
nación.90 Lo que escapa a su influencia es el residuo de irracio
nalidad: accidente, fortuna, m onstruosidad o cualquier otra
m anifestación ininteligible de la necesidad. El devenir se iden-
169
tífica, en definitiva, con la «materia» y ya no se saldrá de esa
inmovilización de las esencias.*
Ésa sería, por tanto, la diferencia esencial a ese respecto: el
pensam iento griego introdujo desde el exterior un orden en el
devenir (a partir de los núm eros, las Ideas o las formas); m ien
tras que, en el pensam iento chino, el orden se concibe como
inherente al devenir, com o lo que lo constituye en proceso. Ca
bría decir, al m enos a título de imagen: el pensam iento griego
estuvo m arcado p o r la idea, trágica y herm osa a la vez, de la
«medida» que intenta im ponerse al caos; en lo que respecta al
pensam iento chino, pronto fue sensible a la fecundidad, regu
lar y espontánea, que deriva de la exclusiva alternancia de las
estaciones. Pero lo que cuenta es, ante todo, la apuesta teórica
de esa diferencia: p o r proyectar el orden desde el exterior, el
pensam iento occidental privilegia la explicación causal (en
ésta, antecedente y consecuente, A y B, son recíprocam ente ex
trínsecos); po r concebir el orden com o inherente al proceso, el
pensam iento chino concede la m ayor im portancia a la inter
pretación tendencial (antecedente y consecuente son los esta
dios sucesivos del m ism o proceso —A-A'...— , y cada una de las
fases se transform a po r sí m ism a en la siguiente). R esulta claro,
que la propia concepción de un dispositivo histórico sólo es
inteligible a partir de esa oposición. Todavía queda por consi
derar, abandonando el plano de la historia por el de la filosofía
prim era, cóm o se justifican esos dos m odos de proceder, tanto
en su principio com o en su generalidad.
* De Platón (República, lib. VII y XI) y Aristóteles (Política, lib. III y IV) a Mon-
tesquieu (El Espíritu de las leyes, lib. VIII). los filósofos occidentales sólo han abor
dado el devenir histórico com o el paso de un régim en político a otro: de la m onar
quía a la tiranía, de la tiranía a la democracia (o a la inversa), etc.91 Una vez más, es
a p artir de las formas, en sí m ismas inmutables (las de las diversas constituciones
consideradas en su principio), como se piensa el devenir, y no a p a itir de una lógica
inherente a la transform ación.
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Incluso en la pintura
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«Alcanzar el che »:
en la pintura de sauces, basta separar entre sí las delgadas ramas
que ondean al viento para animar la composición
(extraído del Jardín del grano de mostaza)
173
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«Alcanzar clc7¿c»:
aquí, técnica de acuerdo con la cual el pintor Fan Kuan combinaba
diferentes especies de árboles en un bosquecillo: irregularidades
y contrastes confieren su cualidad de tensión a la configuración
(extraído del Jardín del grano de mostaza)
174
La cu n a del tejado expresa una tensión en la configuración (che)
tradicional de la arquitectura de Extremo Oriente: no está pre
determinada, sino que es objeto de un cálculo específico en función
de las diversas variables que caracterizan la construcción
175
176
Láminas del Gran Tratado del sonido supremo, que evocan las diversas
«disposiciones eficaces» (che) de la mano sobre las cuerdas del laúd:
página anterior el coletazo descuidado de la carpa;
arriba: la mariposa blanca al ras de las flores.
Cada movimiento-posición es representado por el croquis de la parte
superior izquierda y se comenta abajo; a la derecha, un segundo
croquis representa, mediante referencia al mundo animal,
la perfección instintiva del gesto a ejecutar y el breve poema,
abajo, expresa, de manera alegórica, el estado anímico buscado
177
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178
El dragón como símbolo de una tensión en el seno de la coniiguración:
«Alos pinos de Li Yingqiu les gusta elevarse en movimientos sinuosos
que recuerdan el cuerpo enroscado del dragón (o el vuelo del fénix)»
(extraído del Jardín del grano de mostaza)
Riqueza de impulso que asegura la continuidad del dinamismo
característico de la cursiva (arriba, la Ziyantie de Zhang Xu) opuesta
a la arquitectura más estable —y discontinua— de la escritura
regular (abajo, caligrafía de Zhao Mengfu)
180
El dispositivo estético
Paisaje clásico de la estética china (atribuido a Muqi). A lo lejos
se esboza la línea de los montes; más cerca, aparecen algunos tejados
entre los árboles; y, sobre el agua, flota la barca de un pescador
La tensión engendrada por la correlación del trazado de contorno
y la aguada, de lo visible y lo invisible, de lo vacío y lo lleno, confiere
al paisaje su capacidad de superación y lo abre a la vida espiritual
181
El dispositivo estético
Tensión y atmósfera: el cuerpo del dragón apareciendo fugitivamente
a través de las nubes; intensificación del espacio (caligráfico, poético...)
y poder de animación (Chen Rong, detalle de Nueve Dragones
apareciendo a través de las nubes y las olas)
182
8
183
su interpretación de la naturaleza, el pensam iento chino se ha
construido en escasa m edida a partir de sem ejante principio.
No se trata, po r supuesto, de que pueda ignorar la relación cau
sal, pero sólo recurre a ella en el m arco de la experiencia coti
diana —a ojo— , cuando su captación es inm ediata. No la extra
pola a series supuestas de causas y efectos que pueden explicar,
al final de su encadenam iento, la razón oculta de las cosas,
incluso el principio de cualquier realidad.
Un prim er indicio del m enor interés de la tradición china
por la explicación causal nos lo ofrece la escasa inclinación que
ha dem ostrado hacia los mitos. Es bien conocida la im portan
cia atribuida dentro de nuestra civilización a la función etioló-
gica del mito, intervenga éste en u n estadio considerado «pre-
científico» del desarrollo del pensam iento o se m antenga vivaz
para responder a todos los porqués que no cesan de desbordar
al conocim iento positivo. En China, los elem entos mitológicos
dispersos que podem os identificar a través del «folclor» nunca
han sido articulados por la especulación teórica para servir de
respuesta al vértigo del enigma y el misterio. En contrapartida,
el im portantísim o desarrollo que conoce, en el com ienzo de la
civilización china, la práctica m inuciosa de la adivinación nos
perm ite ver, a partir de su análisis del diagram a adivinatorio,
una especie de em brión de otra lógica: la configuración de las
resquebrajaduras que aparecen sobre el caparazón de tortuga
som etido al fuego, a continuación de m anipulaciones m uy ela
boradas, nunca se interpreta en función de la relación causa-
efecto que la ha producido, sino como cierta disposición parti
cular que resulta em inentem ente reveladora. «De u n aconteci
m iento a otro —nos dice Léon V anderm eersch—, la relación
que perm ite constatar la ciencia adivinatoria no se presenta
com o una cadena de causas y efectos interm edios, sino como
un cam bio de configuración diagram ática, signo de la m odifi
cación global del estado del universo necesaria p ara cualquier
nueva m anifestación de acontecimientos, po r infinitesim al que
sea».2 El diagram a adivinatorio se vuelve por sí m ism o porta
dor de todo el juego de las implicaciones cósm icas del aconteci
m iento a prever, tales implicaciones «excediendo inm ensa
m ente sus determ inaciones causales y dom inándolas por com
pleto»; la configuración se ofrece a la lectura com o u n a capta
ción m om entánea, al mismo tiem po que global, de todas las
184
relaciones en acción; y no en el m odo deductivo de u n encade
nam iento.
La interpretación china de la realidad procedería, p o r ta n
to, sea cual sea el dom inio afectado e incluso en su especula
ción m ás general, m ediante aprehensión de un dispositivo: co
m enzando po r identificar cierta configuración (disposición)
abordada com o sistem a de funcionam iento. A la explicación
causal se opondría, así, la implicación tendencial: la p rim era
debe rem itir, a título de antecedente, a u n elem ento que siem
pre es exterior, de un m odo a la vez regresivo e hipotético;
m ientras que, en el segundo caso, la evolución en curso deriva
totalm ente de la relación de fuerza, inscrita en la situación
inicial, que se constituye en sistem a cerrado; y, po r tanto, en el
m odo de lo ineluctable. Es esa ineluctabilidad de la tendencia
lo que tam bién designa, respecto a los fenóm enos naturales y
en el m arco de la filosofía prim era, el térm ino che. T endencia o
«propensión», según el térm ino al que hayan recurrido los pri
m eros intérpretes occidentales del pensam iento chino p ara
d ar cuenta de su originalidad. Así, Leibniz retom ando, para
rechazarlos, los argum entos de Longobardi: «Los chinos, m uy
lejos de resultar censurables, m erecen alabanzas p o r h acer
que las cosas nazcan en virtud de sus propensiones naturales
[...]»3 Pero, ¿qué es, entonces, la «naturaleza» frente a esa
«propensión»?
185
El Tao [la «Vía»] los engendra,
la Virtud los alimenta,
la realidad material les confiere su forma física,
y la propensión hace que surjan concretamente.b5
186
ayudó de la inclinación natural del relieve; Ji, m ás tarde, proce
dió a realizar las roturaciones necesarias y logró propagar la
agricultura, pero no hubiese podido hacer que las plantas nacie
sen en invierno.12Resulta imposible ir contra la propensión ins
crita en la regularidad de los procesos;® lo que no implica, p o r
supuesto, no actuar en absoluto, sino saber prescindir de cual
quier «activismo» ingenuo y hacer caso omiso del propio afán de
iniciativa, para poder, yendo en el sentido de los fenóm enos,
sacar provecho de su dinam ism o y hacerles cooperar.13
A partir de ahí, se ve m ejor cómo, en virtud de la lógica del
dispositivo, en sí m ism a indisociable de determ inada estrate
gia en la relación con la naturaleza, la explicación causal de los
fenóm enos puede ser sustituida po r una interpretación ten-
dencial:
Si dos trozos de madera se frotan uno contra otro, resulta una ignición,
si fuego y metal entran en contacto, resulta la fusión;
que lo redondo tenga como norma dar vueltas,
que lo hueco tenga por principio flotar
ésa es la propensión natural.14
Del mism o m odo que cada realidad del m undo tiene su pro
pia naturaleza —«los pájaros vuelan batiendo el aire con sus
alas, los cuadrúpedos se desplazan pisando el suelo»—, igual
m ente resulta, de cada encuentro apropiado entre los elem en
tos (m adera y m adera, metal y fuego, lo redondo en relación
con el suelo, lo hueco en relación con el agua), u n a evolución
que es ineluctable por derivar de sus disposiciones. La relación
se considera río abajo, m ediante transform ación de estadios,15
en el sentido de un despliegue del proceso implicado; y no m e
diante ascenso exploratorio en la serie de los fenóm enos, com o
encadenam iento de la causalidad.
Lo «natural» se confunde, por tanto, con la espontaneidad.
Y esa concepción de la propensión ha podido llevar a una críti
ca explícita de la causalidad finalista.16No es en función de una
causa, ni intencionalm ente,17 como el Cielo y la Tierra engen W ang
C hong
d ran al hom bre, sino que, «de la unión de su soplo, es com o el s. I
hom bre nació espontáneam ente»; al igual que de la u nión de
los soplos, entre esposos, nace espontáneam ente el hijo: no p o r
que, en ese m om ento, los esposos deseen engendrar un hijo,
187
sino porque «de la emoción de sus deseos resultó la unión, de la
que procede el engendramiento». O, tam bién, no es para satis
facer las necesidades del hom bre por lo que el Cielo hace que
crezcan los cereales o el lino (y tam poco es para castigarle por
lo que ocurren las calamidades que dañan las cosechas). Ese
engendram iento «espontáneo» se opone, por tanto, al m odelo
de la fabricación hum ana, que es program ada.18El Cielo proce
de sin causas, en virtud de su interacción con la Tierra, exclusi
vam ente en función de sus disposiciones recíprocas: no es
«creador».
188
sociedad; en sentido inverso, el Cielo no podría tener considera
ciones con los sentim ientos hum anos y «poner fin al invierno
porque al hom bre le horroriza el frío».20Toda una tradición del
pensam iento chino seguirá desarrollando tales concepciones:
en particular durante la dinastía Tang, en el período crucial de
los siglos VIH y IX, en los medios «neo-legistas» que intentan
reaccionar m ediante reform as radicales a la crisis política y
social que entonces sacude cada vez con m ayor profundidad el
Imperio. ¿Discurren paralelos su «m aterialism o elemental» y
sus proyectos reform adores, com o actualm ente afirm an los
historiadores chinos de la filosofía? Al menos, es seguro que,
para ellos, se tra ta de una posición de principio: es absurdo Liu
Zongyuan
im aginar un Cielo retribuyente y justiciero; es aún m ás absur s.Vin-IX
do quejarse al Cielo y pedirle que tenga piedad. Como si el Cielo
pudiese ser sensible a elloy no fuese sólo u n «gran melón»...21
Frente a la concepción de una conciencia soberana que
todo lo ve y «determ ina en secreto el destino de los hombres», el LiuYuxi
s.vra-ix
punto de vista «naturalista» defiende, po r tanto, la idea de dos
«capacidades» independientes, que se desarrollan en dos pla
nos paralelos: la vocación del Cielo consiste en fom entar el des
arrollo y se m anifiesta en la fuerza física; la vocación del hom
bre consiste en la organización y se m anifiesta en los valores so
ciales.22 C uando el orden reina en la sociedad y los valores son
objeto de un reconocim iento unánim e, el m érito se ve autom á
ticam ente recom pensado y la m ala conducta justam ente casti
gada: nadie pensaría entonces en invocar cualquier injerencia
del Cielo. Pero con que ese orden «se relaje» un tanto y los
valores sean un poco confundidos, la función retributiva atri
buida a la organización social ya no está tan regularm ente ase
gurada: sigue explicándose lo que va bien m ediante la «razón
de las cosas», pero, para lo que se vuelve injustificable, no se
tiene otro recurso que conjurar al Cielo. Si el orden social, en
fin, se relaja com pletam ente y ya nada funciona com o es debi
do, entonces ya nada parece ser com petencia de la responsabi
lidad de los hom bres, sino sólo de la autoridad celeste. En con
secuencia, la religión —así se nos dem uestra— sólo debe su
existencia al estado insatisfactorio de la sociedad: únicam ente
cuando el orden social falla se em pieza a hacer que interfieran
—abusivam ente— ambos planos, la regulación del Cielo y la
dicha hum ana. Bajo el poder de buenos soberanos, resulta im-
189
posible «engañar al pueblo con lo sobrenatural»; pero, cuando
las costum bres políticas degeneran, entonces se invoca al Cielo
«para hacer que la gente funcione».23
Lo mism o ocurre en la relación con la naturaleza: el hom-
líu Yuxi bre sólo está dispuesto a creer en la injerencia del Cielo si ya no
capta la razón de lo que ocurre. Pero sem ejante «misterio» nun
ca deja de ser algo relativo: quien navega en u n pequeño curso
de agua se siente enteram ente dueño de la m aniobra, m ientras
que, en un gran río o en el m ar, se está m ucho m ás dispuesto a
apelar al Cielo. No obstante, se trata del m ism o tipo de proceso,
aunque la diferencia de proporción hace que la explicación ra
cional de los fenóm enos resulte unas veces m ás clara y otras
m ás oscura. Incluso en el caso límite de dos barcos que nave
gan parejos, con las m ism as condiciones de viento y de corrien
te, el hecho de que uno flote y el otro se hunda en m odo alguno
lleva a alegar una intervención del Cielo y se explica suficiente
m ente en térm inos de che, en virtud de la m era propensión.24El
agua y el barco son dos «realidades materiales» y, a p artir del
m om ento en que entran en contacto, resulta de ello cierta «rela
ción», que está objetiva (y num éricam ente) determ inada: y,
desde el m om ento en que esa relación se determ ina de cierto
m odo, ineluctablem ente aparece determ inada «tendencia»,
que orienta el proceso en uno u otro sentido (ya se trate de la
tendencia a flotar, ya de la tendencia a hundirse).11Cada caso
está en conform idad con su determ inación p articular y se ad
hiere a la propensión que de ella resulta:1ésta llega tan indiso-
ciablem ente como «lo hacen la som bra o el eco». Sólo que, en
función de la m archa de los fenómenos, una veces la razón de
esa propensión resulta perceptible y otras no; pero siem pre es
la m ism a lógica la que está en acción.
Así pues, constatam os que, de m anera aún m ás precisa que
antes, la explicación causal esperada es suplantada p o r u n a in
terpretación tendencial que sirve aquí de argum ento últim o, y
el m ás fuerte, en la desmistificación de la ilusión religiosa. La
pregunta se plantea, en efecto, explícitamente en esos térm i
nos, y conviene tom ar en consideración toda su incidencia en el
plano metafísico: si todo, en la realidad, está gobernado por
líu Yuxi determ inada propensión que deriva, sistem áticam ente, de la
relación objetivam ente m ensurable que se instaura entre las
cosas, «¿no se ve el propio Cielo lim itado [y constreñido] p o r la
190
ineluctabilidad de la tendencia?».J De hecho, el propio Cielo
está sometido, en su curso, a la determ inación de la medida, la
de las horas o las estaciones; y, una vez que «se ha constituido
alto y grande», no puede volverse, p o r sí mismo, «bajo y peque
ño»; u n a vez que se ha puesto en m ovim iento, «no puede dete
nerse p o r sí m ism o ni un solo instante»: está, p o r tanto, igual
m ente som etido a la inviolabilidad de la tendencia. Y el dom i
nio de ésta es absolutam ente general.
191
po r el «pueblo» y el «Estado», intenta acusar a sus adversarios
líu Ym de sacar provecho, fraudulentam ente, de la tendencia para lle
var a cabo con tanta m ayor seguridad sus am biciones privadas.
¿No recom ienda el sabio taoísta (a la m anera del Laozi) hum i
llarse voluntariam ente uno mismo, retirarse hum ildem ente a
un segundo plano e incluso «vaciarse» del propio yo? ¿No pro
pone, com o ejemplo, el «trozo de m adera sin trabajar» o el «lac
tante»? Pero ello se debe a que es muy consciente de que los
contrarios necesariam ente se reclam an y relevan, y de que la
función com pensadora de la tendencia actuará, p o r tanto, en su
favor (no en un más allá hipotético, sin duda, sino en el porvenir
m ás inminente): si se humilla, es para verse llevado con tanta
m ayor facilidad a elevarse; si se retira a un segundo plano, es
para verse llevado con tanta m ayor seguridad a sobresalir, final
m ente, si se vacía ostensiblemente de su yo, es para im ponerlo
de un m odo tanto m ás imperioso. Pues es m uy consciente de
que, en sentido inverso, «la propensión de lo resplandeciente es
verse ineluctablem ente llevado a deslustrarse»;1 «la propensión
de lo lleno, verse llevado derramarse»; o, del m ism o modo, «la
propensión de lo acerado, verse llevado a quebrarse»...*
Esa falsa hum ildad oculta, por tanto, un arte m uy riguroso
de la m anipulación —protesta el letrado. Pues no es sólo que los
dem ás se dejen desconcertar por esa apariencia, sino que, so
bre todo, la tendencia que nos impulsa adelante no puede im
putársenos a nosotros mismos y únicam ente procede, efectiva
m ente, de la situación objetiva: no soy yo quien intento im pul
sarm e, solitario y m al que bien, sino que me veo llevado de ese
m odo adelante, com o a mi pesar, por la lógica ineluctable de la
realidad. Tácticam ente, puesto que siem pre tiene presente el
desarrollo ulterior de la tendencia y se ha puesto en disposición
de sacar provecho de ella, el sutil m anipulador siem pre cuenta
líuYin tam bién con una ventaja temporal: «apenas está a punto de
192
em pezar y ya va al encuentro del fin; aún no ha entrado y ya
prepara su salida».26 N unca falto de recursos, a la m an era del
gran proceso del m undo, se vuelve tan «insondable» com o éste.
Antes hem os visto que, bajo la influencia del taoísm o antiguo,
la tradición china definió u n a sabiduría que consistía en b a sar
se en la tendencia objetivam ente en acción en los fenóm enos
para dejarse llevar por ellos y tener éxito en la acción: pero
resulta que esa sabiduría tam bién tendría su lado som brío, que
no es sino el uso perverso del m ism o procedim iento. E n el
m undo que rechazó cualquier arbitraje soberano de la divini
dad, el Sabio y el m anipulador se confunden en el arte de servir
se del dispositivo, coinciden en su sentido com ún de la eficacia.
Sin duda, la intención es distinta. Pero, ¿es un criterio suficien
te para que podam os realm ente distinguirlos?
193
m ás tarde ésta es devuelta, en virtud de u n a «tendencia lógica»
tam bién del todo «espontánea», al estadio de latencia y disuelta
en el «Gran vacío» indiferenciado:28 todo el universo está some
tido al ritm o de la concentración y la dispersión, siem pre corre
lativas, de las dos energías cósmicas, a través de la vida y de la
m uerte, que se encadenan sin fin, de los existentes.029Se trate de
la fase de ida o de la de vuelta, resulta im posible precipitar su
m archa o, al contrario, hacer que se retrasen: frente al carácter
ineluctable de la tendencia lógica, el Sabio no tiene otra actitud
posible que «esperar serenam ente su destino».
Esa concepción general se ha prestado a u n a interpretación
W ang física m ucho m ás precisa. De las dos energías que sirven a la
Fuzhi
actualización de la realidad, la naturaleza de u n a (el y in ) con
siste en «congelar» y «concentrarse», y la de la o tra (elyang) en
«em prender el vuelo» y «dispersarse»: lo que u n a condensa, la
otra ineluctablem ente lo disipa, y «por ello am bas tienden por
igual [en virtud de u n m ism o che] a dispersarse».30 Con todo,
hay que tom ar en consideración dos casos: o bien la dispersión
tiene lugar arm oniosam ente y se producen entonces los fenó
m enos corrientes de la escarcha, la nieve, la lluvia o el rocío
(cada uno de ellos correspondiendo a su estación: escarcha al
otoño, nieve en invierno, lluvia en prim avera y rocío en verano);
o bien la dispersión no tiene lugar arm oniosam ente y se asiste,
entonces, a violentos torbellinos que oscurecen todo el cielo: se
debe a que el yang ha tendido precipitadam ente a dispersarse,
m ientras que él yin, por su parte, se hacía cada vez m ás sólido.
Sin duda, la tendencia lleva ineluctablem ente a que este último
no pueda m antenerse así durante m ucho tiem po, pero de ahí
resulta inicialm ente cierto desencadenam iento de violencia,
antes de que la dispersión, finalmente, tenga lu g a r 31 fenóm eno
absolutam ente análogo al que tam bién constatam os, ocasio
nalm ente, en el m arco de la sociedad, cuando, con la exacerba
ción de las contradicciones, la transform ación progresiva e
ininterrum pida que constituye el curso de la H istoria de repen
te da paso a disturbios y choques (recuérdese, en particular, el
análisis que hizo el m ism o autor del paso del feudalism o a la
burocracia, pp. 140-141). Por uno u otro lado, sin em bargo, in
cluso si da lugar a irrupciones súbitas, la tendencia no deja de
ser el fruto de una necesidad absolutam ente racional; y basta
con analizar «con finura» ese fenóm eno de p ro p e n s ió n 32—nos
194
dice el filósofo—, para que la discontinuidad aparente se deje
reabsorber. La crisis y la tem pestad tam bién son «lógicas».
195
que aceptar someterse. Aun no correspondiendo a la lógica del
deber ser, la últim a solución se justifica, no obstante, po r el
hecho de que es necesario resignarse a ella. Con m ayor preci
sión: «sólo cabría decir que la sum isión del m ás débil no es algo
p o r lo que la razón de las cosas no puede pasar». No siendo
ideal, esa justificación deriva de la necesidad:r la fuerza de las
cosas hace las veces de razón de las cosas, y la «tendencia» hace
entonces las veces de «lógica».s
El propio prejuicio moral, consistente en disociar tendencia
y lógica según el m undo sea o no gobernado «en conform idad
W ang con la Vía», se basaría en un prejuicio metafi'sico: el que consis
Fuzhi
te en separar, dentro de la noción de Cielo, la energía que ali
menta la actualización (el qi), po r una parte, y el principio que
gobierna el proceso (el li), por otra.1Pero el Cielo, en su curso, es
a la vez lo uno y lo otro; es lo que se convierte incesantem ente
en la energía actualizadora bajo la dirección dei principio regu
lador.11Pues no hay actualización posible, tanto fasta com o ne
fasta, sin que haya la energía que alim ente esa actualización; e,
inversam ente, las m alas épocas están, tanto com o las buenas,
som etidas a un proceso evolutivo que es em inentem ente lógico:
no se deben a una ausencia de regulación, sino a que la regula
ción se produce entonces en form a negativa, en el sentido del
desorden. Testigo de ello es la experiencia de la enferm edad, en
la que claram ente está en acción una regularidad, aunque lo
esté en un sentido desfavorable. En la serie de los hexagram as
del Libro de las mutaciones, todos poseen una «virtud» propia,
incluidos los que simbolizan desgracia y estancam iento.
W ang Que la energía actualizadora pueda desplegarse sin estar
Fuzhi
som etida a un principio rector únicam ente ocurre, po r tanto,
con carácter absolutam ente excepcional: en la naturaleza,
cuando surgen bruscam ente torbellinos y borrascas; en histo
ria, en las épocas de completo desorden, cuando «todo lo que se
inicia al m om ento se destruye», sin que ningún poder, bueno o
malo, logre im ponerse (en China, en el siglo IV, en la época de
los Liu Y uan y los Shi Le). Pero las borrascas no ponen en en
tredicho la regularidad de las estaciones, y una total anarquía
no podría m antenerse duraderam ente en el m undo sin llevarlo
a su aniquilación. De ahí esta conclusión necesaria: dado que la
energía actualizadora y su principio rector no podrían ser diso
ciados, «la tendencia en acción en las cosas no sólo depende,
para su aparición, de la energía actualizadora, sino tam bién del
principio rector». Además, es m ediante la relación entre esos
dos térm inos com o m ejor podría definirse, en definitiva, qué es
la «tendencia». Pues, ¿cómo pensarla —de la m anera m ás abs
tracta, incluso fuera de ese contexto filosófico particular— de
otro m odo que com o energía que está espontáneam ente orien
tada en determ inado sentido?
VII. Sem ejante argum entación, tom ada de uno de los pen
sadores chinos (del siglo xvn) m ás profundos, nos sorprende
por su carácter sistem ático y radical. Pero sólo ha podido ela
borarse a p artir de u n a diversidad de planos que im plican nive
les de conciencia en sí m ism os muy diferentes. Lo m ás claro, en
ella, es la crítica rigurosa a la que se consagra contra la m etafí
sica: negándose a consentir la disociación entre la regulación
en acción y la energía actualizadora, entre el dom inio del prin
cipio y el del fenóm eno, entre el abstracto ideal y lo concreto
empírico, se niega al m ism o tiem po —y m uy a sabiendas (pues
reacciona contra la influencia del budism o que, según el autor,
ha penetrado incluso en la tradición letrada)— el corte idealis
ta. No se trata de que no se estableciese u n a distinción precisa
entre los térm inos, sino que ésta —como bien ha m ostrado Jac-
ques G em et—34 no conduce a una separación: se da u n a con
cepción —abstracta— de la dualidad posible, pero en el sentido
de una correlación de los contrarios que, precisam ente, va con
tra cualquier dualismo: en la lógica china del dispositivo, com o
hem os visto, el Cielo y la Tierra funcionan unidos, y el «más
acá» no podría ser separado de ningún «más allá». T am bién del
todo a sabiendas, adem ás, la m ism a argum entación rechaza la
ilusión del m oralism o que corre parejo con la rup tura m etafísi
ca (incluso ha com enzado por ahí), la que opone categórica
m ente la dicha a la desdicha y rem ite al Cielo para cuanto no va
bien. Los com entaristas chinos de hoy suelen establecer u n p a
ralelismo con Hegel: la célebre inversión de lo «real» y lo «ra
cional» (según la fórmula: «Todo lo real es racional y todo lo
racional es real»), a la que la filosofía occidental sólo ha llegado
forzando la posición idealista, parece, p o r el contrario, encon
trarse im plicada con total naturalidad —y com o algo que cae
por su propio peso— en el fondo de la filosofía china de la pro
pensión.
197
M ás am biguo resulta, en cam bio, el estatuto que esa argu
m entación asigna a la negatividad. Cuando justifica el carácter
lógico del proceso que evoluciona negativam ente, ¿sólo quiere
d em ostrar que cualquier desajuste tam bién contiene sus mo
dos de regularidad, como en el caso de la enferm edad, o consi
dera que esa fase negativa detenta en sí m ism a u n a positividad
propia, que lleva a su superación, com o en el caso del invierno
que prepara la renovación de la prim avera (según el ejemplo
que norm alm ente privilegia la tradición china, especialm ente
el Libro de las mutaciones)? Esa am bigüedad (al m enos según
nuestra perspectiva) remite, de hecho, a lo que ha constituido
desde siem pre el prejuicio —inverso a aquel al que frecuente
m ente se ha adherido la tradición occidental— de la perspecti
va china: su desinterés por el estatuto ontològico del Mal, la
prioridad que concede al funcionam iento (el «mal» aparecien
do, en general, ya sólo como una disfunción). Pero, en este m o
m ento, tam bién estamos obligados a reconocer que una lectura
específicam ente filosófica se queda corta: ha de d ar paso a una
lectura m ás antropológica que reflexione sobre la diversidad de
form as de conciencia que —en función de u n a tipología de las
posibilidades, como «grandes opciones»— constituyen la pa
noplia de las civilizaciones.
Tercer modo de lectura, finalmente, que es aquí necesario:
u n a lectura de carácter ideológico. Pues la noción de desorden
con la que trabaja esa argum entación peca m enos en razón de
su propia am bigüedad que del efecto perturbador del que se
sirve (lo cual, sin duda, está relacionado con la cuestión de la
jerarq u ía y el poder). Pues hay dos posibles contrarios del
«buen orden»: el mal orden y la ausencia de orden. Pero aquí se
hace un gran esfuerzo, so capa de cierta confusión, para privile
giar el prim ero en detrim ento del segundo. Y, tras ese esfuerzo,
se oculta, como era de sospechar, la obsesión congènita que la
civilización china experimentó respecto a la anarquía: m ás vale
el peor tirano que un vacío de autoridad.
E n efecto, toda la argum entación se basa, al com ienzo de
esa reflexión, en el hecho de que es lógico que el m ás débil se
som eta al m ás fuerte, «supuesto que su virtud y su sabiduría no
difieren de las de su superior». Pero, ¿qué ocurre en el caso,
pasado por alto aquí, en que quien está en posición de inferiori
dad tiene, sin embargo, m ás m érito —en «virtud» o en «sabidu
198
ría»— que el que dom ina? ¿No puede pensarse en u n a rebelión
que haga (¿de nuevo?) corresponder el poder y el m érito? Lo
que equivaldría a preguntarse si —en vez de contentarse con el
m al m enor de u n a «lógica» que, en desacuerdo con la idealidad
de los principios, tiene com o única justificación em an ar de las
relaciones de fuerza; en vez de aceptar que la «fuerza de las co
sas» pueda servir de «razón» suficiente— no convendría ne
gar categóricam ente esa reversibilidad dem asiado cóm oda en
tre am bos térm inos (i.e., negar que la situación sea tam bién
aceptable al revés): es decir, querer actu ar siem pre de m anera
que la razón de las cosas venza a la fuerza de las cosas y luchar
—a pesar de la relación de fuerza, y llegando al sacrificio—
para que al final dom ine el ideal.
Lo que necesariam ente llevaría a restablecer, de un m odo u
otro, el corte m etafísico —el que sacraliza el Ideal (y plantea un
Bien absoluto)— para convertirlo en fundam ento del heroísm o
moral. ¿Hem os vuelto con ello a «Occidente»?
Ú nicam ente al final del desarrollo, y entre paréntesis, plan
tea nuestro pensador que el más débil (pero sin que se diga si es,
entonces, el de m ayor m érito) pueda «invertir una lógica del
desorden en una lógica del buen orden». Pero lo hace p ara
constatar inm ediatam ente que, m ientras no lo logre, acelera su
perdición... Ya tuvim os la oportunidad de d a r cuenta de ello: la
concepción del gran dispositivo del m undo y de la universal
regulación influyó m uy tem pranam ente, en China, en las con
cepciones políticas, hasta el punto de favorecer una teoría tota
litaria y absolutista del poder. Ritualism o cosmológico y ritua
lismo social corren, evidentem ente, parejos. La irrupción del
«desorden» sólo puede ser tenida en cuenta en los intersticios
de la regulación, y para ser lógicam ente integrada en ella. Se
piensan la «tem pestad» y la «crisis», pero no la revolución.
199
nunca es m ás que una determ inación particular suya, incluso
en el m odo hiperbólico, consagrado p o r la reflexión político-
m oral, que es el Tao o la «Vía»); p o r otra parte, la energía que
alim enta la actualización, que no deja de transform ar(se) y
cuyo carácter «ordenado» y «armonioso» es la m anifestación
sensible del principio invisible. «Sólo en la ineluctabilidad de la
tendencia se percibe el principio regulador» :v dado que la ten
dencia orientadora del curso de la realidad deriva sponte sua
del dispositivo, precisam ente a ella le corresponde revelar, en la
actualización sensible, el principio rector siem pre en acción.
Resulta, por tanto, una vez m ás —pero, en esta ocasión, al
nivel de la realidad en su conjunto—, que la propensión deriva
da de la disposición de las cosas sirve de m ediación entre lo
visible y lo que lo supera: recuérdese la estética china del paisa
je, donde la tensión que em ana de la configuración del trazado
abría a la dimensión del Vacío y preparaba p ara u n a experien
cia espiritual; o recuérdese la teoría china de la Historia, donde
la tendencia implicada por la situación concreta perm itía pasar
de la historia inm ediata a la lógica oculta que explica el curso
de los acontecimientos. A través de la propensión objetivam en
te en acción, el chino vive el encuentro con lo invisible: p o r ello
no necesita ni la «encamación» de un M ediador ni «postulados
metafísicos». Y las cosas tienen, naturalmente, un sentido.
La m ejor prueba de la imposibilidad de cualquier ruptura
idealista, entre los planos del «principio» y lo «concreto», nos la
proporciona —hemos empezado a dam os cuenta de ello— la
reversibilidad de su relación. Pero intentem os pensarla con
m ayor detalle, pasando de la concepción del dispositivo a la de
la praxis que le corresponde. No podemos dejar de volver a en
co n trar ahí los dos puntos de vista com plem entarios, pero dan
W ang do aquí lugar, cada vez, a una alternativa (dado que entonces
F u zh i
corresponden a una elección moral): por una parte, la «confor
m idad», o la «no-conformidad», con el principio, de orden que
determ ina la «vía» a seguir (en el plano de la idealidad moral, el
Tao)-, p o r otra parte, la «posibilidad», o la «imposibilidad», al
nivel de la situación concreta que hace que surja la tendencia
(en tan to que orientación efectiva del curso de las cosas).36 0
bien, conform ándose al principio de orden, se hace surgir la
posibilidad concreta, o bien, po r el contrario, yendo contra ese
principio, se imposibilita la situación: en ese caso, es el «princi
200
pió» el que «hace que surja la tendencia».w Pero la relación
tam bién puede abordarse en el otro sentido: siguiendo lo efecti
vam ente posible, resulta un orden ideal; m ientras que, ponien
do en acción algo imposible, resulta u n principio de desorden.
Y, en ese caso, es la «tendencia» (dentro de lo concreto) la que
«hace que surja el principio».*
Se propone com o ejemplo, en la confluencia de lo político,
lo económ ico y lo social, el m odo en que el Estado debe orientar
su política de detracciones con respecto al pueblo. Una buena
gestión, en este dominio, consiste en efectuar esas detracciones W ang
Fuzhi
cuando el pueblo posee en gran abundancia e incluso si el E sta
do no experim enta una necesidad aprem iante (una m ala ges
tión es la que corresponde al principio opuesto de detraer desde
el m om ento en que el Estado lo necesita y sin consideración
para con la situación del pueblo). Según ese ejemplo, detraer
los excedentes de que dispone el pueblo para gratificar a sus
superiores satisface a todos y está de acuerdo con la equidad:
en eso consiste, en ese caso particular, la conform idad con el
«principio de orden»; por otra parte, detraer sólo aquello de lo
que el pueblo dispone como excedente y, precisam ente p o r eso,
que realm ente pueda efectuarse la detracción, de m odo que,
habiéndose cuidado siem pre de form ar reservas en previsión
de los tiempos difíciles, nunca se sufra la escasez: en eso consis
te la «posibilidad efectiva», al nivel de la situación concreta.
Vemos, así, cómo se concibe, en ese m arco, la buena política
(enfocada siempre, sin duda, según su m odelo chino de regula
ción arm oniosa): corresponde a la situación en que la conformi
dad con el principio hace que surja una viabilidad de la tenden
cia. Im aginem os ahora el caso opuesto (por lo demás, no hay
que «imaginarlo»; la historia china proporciona ejemplos muy
frecuentes): si el Estado intenta, de repente, exprim ir al pueblo
porque lo necesita y sin consideración para con su m iseria, por
m ás que ejerza sobre él la presión m ás feroz, no hará m ás que
consum irlo y él mism o se arru in ará aún más: en eso consiste la
imposibilidad efectiva, al nivel de la situación concreta. Y, en
ese caso, es la tendencia la que, bajo la presión de las circunstan
cias, hace surgir el principio, pero de un m odo negativo, como
«principio de desorden»:* aquello a lo que la situación nos obli
ga (efectuar urgentes detracciones sobre el pueblo, porque el
Estado tiene una necesidad aprem iante), pero que, en sí mis-
201
mo, no es posible (puesto que, entonces, el pueblo no tiene con
qué sufragar sus gastos), lleva a la discordia entre gobernantes
y gobernados, entre «arriba» y «abajo», y destruye la Armonía.
E n el caso precedente, de la conform idad con el principio resul
ta que la cosa va bien (al nivel de lo concreto); en este caso, del
carácter im practicable de lo que se pone en ejecución nace el
absurdo, en el plano lógico.
Que el «principio» y la «razón» determ inen el surgim iento
de lo concreto: eso es lo que siem pre ha evidenciado la filosofía
idealista. Pero que, en sentido inverso, la tendencia efectiva,
según sea o no viable, reaccione en el orden de los principios y
suscite una lógica de regulación o desregulación: es de ese
m odo com o el pensam iento chino aboga por la posición con
traria a la idealista y hace que destaque su parcialidad. La lógi
ca de la trascendencia se basa, en efecto, en u n a relación unívo
ca (del lógos hacia el devenir, de lo inteligible hacia lo empírico,
de lo celeste hacia lo hum ano); por el contrario, estableciendo
cualquier sistem a de funcionam iento a p artir de u n a dualidad
de polos, el pensam iento del dispositivo se ve llevado a destacar
la interacción y la reciprocidad, y eso incluso dentro de una
relación jerárquica: el Cielo es superior a la Tierra, pero no po
dría existir sin ella; el principio de orden no sólo inform a el
m undo, sino que tam bién depende del curso de las cosas y sur
ge a p artir de él.
202
relación de fuerza, dentro de una situación histórica dada, y
sobre la cual cabe apoyarse eficazmente. Pero, tam bién en polí
tica, la ilusión consistiría en creer que esos dos planos pueden W ang
Fuzhi
ser disjuntos, es decir, que el ideal y la eficacia no discurren
necesariam ente parejos.37 Si el «realismo» político se equivoca
—se nos dem uestra—, es desde el propio punto de vista de la
realidad (cuando, por oportunism o o por cinismo, sólo tiene en
cuenta las relaciones de fuerza): no hay que criticarlo en nom
bre de ningún a priori moral, trascendente a la Historia, sino
desde el punto de vista de la eficacia objetiva y desde el propio
interior del curso de la Historia. Pues, como no puede dejar de
revelarlo un análisis m ás riguroso, únicam ente el respeto a los
principios puede engendrar una tendencia realm ente favora
ble: porque sólo en la m edida en que abraza la regularidad de
las cosas es aquélla realm ente fiable y puede resultar duradera.2
Podría creerse, por ejemplo, y en nom bre del «realismo»,
que hubiese que distinguir entre, por una parte, la situación
de la tom a del poder y, por otra, la condición de su conserva
ción:3' considerar que sólo se puede conquistar el poder apo
yándose en la tendencia favorable que em ana de la relación de
fuerza (che), m ientras que hay que d ar pruebas de m oralidad
y respetar los «principios» para preservar el prestigio de la pro
pia autoridad. Pero, de hecho, sólo puede conquistarse el po
der, es decir, «someter realm ente a los demás», si ya se está en
condiciones de conservarlo; y, del mismo modo, sólo puede W ang
Fuzhi
conservarse el poder, es decir, «suscitar realm ente la adhesión
de los demás», si perm anentem ente se está en condiciones de
(re)conquistarlo. Por supuesto, hay que conquistar el poder
para tener que conservarlo, pero tam bién es cierto que sólo
nuestra capacidad de conservar el poder perm ite conquistarlo
de un m odo efectivo, completo y estable, y sin encontrar oposi
ción. La tom a del poder no es, po r tanto, ese m om ento fuerte y
prim ero que con dem asiada frecuencia nos im aginam os de
m anera ingenua, y sólo se deja concebir según el m odelo de la
conservación: conservar el poder es «suscitar la adhesión de to
dos haciendo que reine el orden», lo que equivale a «basarse en
la idealidad del principio para hacer que surja la propensión
efectiva [favorable al propio poder]»;b' conquistar el poder es
«obtener la sum isión de todos adaptándose a la exigencia m o
ral», lo que equivale a «abrazarla propensión efectiva favorable
203
al propio poder de tal modo que se esté de acuerdo con el prin
cipio reg u la d o r» / Lo que equivale a concluir que el principio de
m oralidad necesario para la conservación del poder tam bién
debe ser respetado en la fase de su conquista y que la propen
sión necesaria para la conquista del poder tam bién ha de estar
presente en la fase de su conservación/ Incluso si esos dos mo
m entos se oponen entre sí en la m edida en que am bos estable
cen el ritm o, alternante, del curso de la vida política y de la
Historia, la tom a del poder y su conservación son totalm ente
hom ogéneas la una en relación a la otra: obedecen a la «misma
lógica reguladora» y apelan al «mismo tipo de propensión».
Dado que, a pesar de la alternancia de conquista y conserva
ción del poder a la que está sometida, la H istoria constituye un
curso uniform e y continuo donde principio y propensión deben
ir siem pre juntos, cabe llegar legítim am ente a esta consecuen
cia: cualquier tom a del poder que no obedezca al principio
ideal ni se apoye en la tendencia favorable dentro de la relación
de fuerza está condenada de antem ano y no podría alcanzar
realm ente su objetivo. Pues, incluso si parece en un principio
favorecer sem ejante empresa, la situación histórica evolucio
nará necesariam ente un buen día en sentido contrario: por lo
tanto, no puede contarse con la tendencia venidera,e' y ésta aca
bará actuando contra nosotros. Tan cierto es que, si la Historia
proviene constantem ente de las relaciones de fuerza, éstas no
podrían escapar a la lógica de la com pensación. Por ello no han
im aginado los chinos un juicio final, trascendente respecto a la
historia hum ana: a fin de cuentas, sólo tiene éxito lo que es
justo y la Historia se legitima plenam ente desde sí m ism a.
W ang Se considera que la historia de los grandes fundadores de
Fuzhi
dinastía, en la China antigua, proporciona una prueba ejem
plar. Porque supieron tom ar el poder respetando la moralidad,
aquéllos pudieron hacer que reinase su dinastía durante siglos
y siglos (es el caso de Tang, fundador de los Shang, o de Wen,
fundador de los Zhou). En prim er lugar, no intentaron tom ar el
poder po r am bición personal, sino porque el linaje reinante ha
bía degenerado com pletam ente y la situación exigía rem pla-
zarlo. Además, incluso respecto a soberanos tan corrom pidos,
se dedicaron —como se nos m uestra— a com portarse el m ayor
tiem po posible como fieles súbditos y retrasaron cuanto pudie
ron su destierro o castigo; por el contrario, se apresuraron a
204
exterminar, sin la m enor piedad, a los vasallos que m antenían a
los malos príncipes, incluso si las faltas de aquéllos pudieran
parecer «de m enor peso», desde el punto de vista de u n a evalua
ción positiva de la situación, que las de su se ñ o r pues su peso
era m ayor desde u n punto de vista moral, habida cuenta del
respeto que siempre se debe guardar, por principio, ante el pro
pio señor. Aislando así, y privando de cualquier soporte, al so
berano a deponer, al m ism o tiem po que extendiendo entre las
poblaciones su propio ascendiente, pudieron invertir progresi
vam ente en su favor la relación de fuerza sin tener que enfren
tarse directam ente con su propio soberano y, por ende, sin te
ner que transgredir el principio jerárquico. No fue tanto que
«tomasen» el poder cuanto que éste acabó por caer sponte sua
entre sus manos, y ese poder lo adquirieron tanto m ás sólida
m ente cuanto que nunca habían abandonado la legitimidad.
Si, en cambio, en lugar de proceder de ese modo, por m edio
del ascendiente de su virtud, un vasallo empieza enfrentándose
abiertam ente a su soberano (como el rey Wu en la llanura de W ang
Fuzhi
Mu), entonces, po r degenerado que sea ese soberano y po r ju sta
que sea la propia causa, ya debilita objetivamente, en razón de
su incum plim iento del principio m oral (jerárquico), el poder
que intenta conquistar. (Por m ás que el rey W u proclam e luego
la «finalización de la guerra» y haga dem ostraciones pacíficas
para probar a todos su buena voluntad, las rebeliones no tard a
rán en renacer y se verá forzado a em prender de nuevo expedi
ciones punitivas.) Pues, si el vasallo que de esa m anera aspira al
poder no respeta lo que se le debe a cualquier soberano, sus
propios vasallos no dejarán m ás tarde de «regatear» tam bién su
respeto hacia él, y el orden no podrá ser estable ni su poder
seguro. Eso ocurre, por tanto, cuando se intenta «conquistar el
poder» (basándose en la relación de fuerza) sin hacer, al m ism o
tiempo, lo necesario para «conservarlo» (i.e., respetar la legiti
midad), resultando que —incluso desde el punto de vista de la
fuerza positiva— nunca se ha ganado realmente.
Puede estim arse cuál ha sido la incidencia de esa concep
ción en el plano de la política y la Historia. En lugar de atribuir
a las revoluciones la virtud de dinam izar el desarrollo histórico,
los chinos se h a n em peñado en unir, de la m anera m ás estre
cha, poder y legitimidad: en no concebir capacidad efectiva
fuera del m arco de un proceso continuo y por transm isión; en
205
reducir al m ínim o cualquier forma de irrupción o corte en pro
vecho de u n a eterna transición. N inguna oposición tiene posi
bilidades de asentarse a no ser en la m edida en que, lejos de
desgastarse en una relación conflictiva, desem peñe el papel de
u n factor sustitutorio y regenerador, se inscriba en una lógica,
regulatoria, de alternancia y logre servir de relevo.
Puede estim arse tam bién cuál es su incidencia en el plano
filosófico. Pues, al m ism o tiem po que lleva a una crítica explíci
ta del idealism o metafisico (que separa el principio de orden del
curso actualizador de las cosas) —así com o del m oralism o que
lo acom paña (oponiendo las épocas en que «sólo reinaría el
principio» a aquellas en que «sólo reinaría la tendencia»)—, la
correlación así establecida entre el principio ideal y la propen
sión efectiva lleva, de rechazo, a fundam entar, precisamente en
nombre del realismo —e incluso en el dom inio de la política—,
un idealism o m oral cuyo carácter de idealidad está tanto m ás
m arcado cuanto que no descansa sobre ningún soporte ontolò
gico o religioso. Incluso ahí estamos, según m e parece, ante
una de las articulaciones más fuertes del pensam iento chino.
W ang Podría resum irse íntegram ente en esta fórmula: «No hay prin
Fuzhi
cipio de orden separado de la realidad concreta ni tendencia en
acción separada del principio de o rd en » / Por una parte, se re
chaza hipostasiar el principio de orden para convertirlo en un
Ser metafisico; por otra, se considera que no puede hacerse que
nada se produzca fuera del funcionam iento regulador. No hay
N orm a que trascienda lo real (tom ada como Verdad), sino que
la norm atividad está constantem ente en acción, y es ella la que
adm inistra todo el «flujo» de lo real en un eterno proceso. No
sólo el hom bre, si se adapta realm ente a ella, tiene el éxito ase
gurado, sino que tam bién, actuando en el sentido del dispositi
vo, «realiza» su naturaleza y puede «conocer» el «Cielo», y
«participar» de él.
206
leológica (que se inicia con Anaxágoras y Diógenes de Apolo-
nia, se desarrolla en el Platón del Timeo y las Leyes, y es consa
grada por Aristóteles),38que interpreta el proceso de la realidad
desde el punto de vista de la realización, óptim a y «lógica», que
constituye su objetivo. Dos opciones que, en virtud de su con
tradicción, han dinam izado el desarrollo de la reflexión occi
dental: «¿a partir de dónde?», por u n a parte, y «¿con vistas a
qué?», por otra.39 Ahora bien, la concepción china de u n dispo
sitivo de funcionam iento y de la propensión que deriva espon
táneam ente de él parece confirmar, en cierto modo, cada uno
de los térm inos de la alternativa; es decir, no corresponder, a fin
de cuentas, a ninguno de los dos. E n efecto, éstos se basan, a pe
sar de su desacuerdo, en un sentido común: el de la causalidad.
Pero es justam ente ese «sentido común» lo que la tradición chi
na en m odo alguno parece compartir.
Como en la opción determ inista, la concepción china del
dispositivo destaca el desarrollo ineluctable del curso de las co
sas, expresado po r la propensión, y da cuenta de su producción
exclusivamente a p artir de las cualidades físicas («duro»-«blan-
do», etc.) y com o fenóm enos energéticos.40 Pero, en la concep
ción griega, la necesidad ineluctable no es m ás que la otra cara
del azar y la adaptación que se constata en la naturaleza no
podría ser un principio inm anente a ésta (sólo proviene —en un
Empédocles, criticado en este punto por Aristóteles— de en
cuentros felices y por eliminación de cuanto no resulta viable).
Por el contrario, la idea de regulación está en el origen del pen
sam iento chino del proceso: lo más lejos posible de un m ecanis
m o ciego, la propensión que dirige a aquél se concibe, como
hem os visto, com o em inentem ente lógica.
De ahí la connivencia que cree percibirse entre la tradición
china y la posición adversa, aquella —la aristotélica— que
aborda lo real desde la perspectiva de la «constancia» o de lo
«más frecuente»: la m ism a insistencia, por u n a y o tra parte, en
regularidades funcionales, como la del ciclo de las estaciones;41
la m ism a impresión, en una y otra parte, de u n dinam ism o
organizador que está en acción en todo el universo (el ouranós).
Pero, en la concepción griega, esa regularidad del proceso se
justifica en virtud de su desenlace, que corresponde a la realiza
ción de la naturaleza en tanto que form a o noción (eidos) y le
sirve de «fin» (télos) en relación a los m edios m ateriales em
207
pleados. Ahora bien, como hem os visto, ya se trate de estrate
gia, de la concepción de la Historia o de la filosofía prim era, la
lógica china de la propensión no piensa en térm inos de finali
dad. De ahí una divergencia esencial en la concepción de la
naturaleza: incluso si critica la concepción cosm ogonista y de
m iùrgica que aún inspira a Platón en el Timeo, Aristóteles no
por ello aborda en m enor grado las transform aciones de la n a
turaleza por «analogía» con la fabricación técnica:42 «según se
fabrica un a cosa, así se produce por naturaleza», y, si el arte de
construir los navios estuviese en la m adera, actuaría com o la
naturaleza (la principal diferencia consiste únicam ente en que,
según uno u otro caso, el «principio del movimiento» es interno
o externo). Igual que en el arte, la naturaleza parte del fin, y la
serie de antecedentes está determ inada por la form a a realizar
(com o las partes por el todo: las propias m onstruosidades de la
naturaleza no son sino «errores de la finalidad»). Lo que signifi
ca que el orden, dentro del devenir, no procede del propio deve
n ir (de su lógica propia), sino de la causa final en la que desem
boca. E n sentido inverso, los chinos nunca concibieron el en
gendram iento del m undo y las transform aciones de la n atu ra
leza según el modelo de la creación divina, ni siquiera sobre el
—desmitificado— de la fabricación hum ana. Tam poco tuvie
ron necesidad de extraer (de abstraer) de la idea de proceso
r e g u la r la n o c ió n de bien p la n te a d a c o m o objetivo :43 la id e a de
autorregulación les basta.
La relación medio-fin confirma, en la física de Aristóteles,
la de materia-forma. Pero, al igual que los chinos no se dedica
ron a instituir form as com o fines de los procesos, resulta igual
m ente difícil hacer corresponder a la idea de m ateria-m edio su
concepción de la energía que alim enta la actualización. El de
bate rem onta, entre nosotros, a nuestro descubrim iento de
C hina (los padres Longobardi, de Sainte-M arie, Leibniz...):
¿son o no son «materialistas» los chinos? Pero la pregunta,
com o vemos, está dem asiado m arcada por nuestras propias
concepciones para estar en condiciones de encontrar a la otra
cultura y recibir en ella un sentido; por ello no ha podido ser
resuelta. Porque reconocer, com o hem os hecho anteriorm en
te, u n «anti-idealismo» de la posición china (que reacciona
contra la exigencia m etafísica im portada en China via el bu
dism o) no implica, sin embargo, ten e r que considerarla positi
208
vam ente m aterialista: com o habiendo debido su surgim iento
a la identificación de cierta «materia» y adquiriendo sentido
de acuerdo con esa lógica.*
De ahí el problem a metódico que se plantea p ara h acer per
tinente la comparación: ¿qué otra solución, a fin de escapar al
quiproquo y poner térm ino a esos falsos debates, que intentar
rem ontar m ás arriba en el establecim iento de los m arcos de
nuestro pensam iento, de m odo que se señale dónde com ienza
la divergencia y en qué sentido se efectúa? Pero eso m ism o sólo
es posible si se com ienza por fijar un punto de acuerdo efectivo,
m ás acá de la divergencia, desde el que pueda verse em erger la
diferencia y que sirva de base para reconstruirla. E n m odo al
guno, por supuesto, en la perspectiva —realista— de u n a histo
ria, sino según la exigencia de una genealogía teórica.
* Cf., sobre este punto, nuestro anterior ensayo, Procès ou Création [Proceso o
creación], París, Éd. du Seuil, 1989, pp. 149 ss.
209
to (lo «yacente bajo»: hypokeímetion) que hay que «suponer»,
aparte de los «opuestos» que se sustituyen entre sí, com o prin
cipio perm anente del cambio. Consideremos, siguiendo el
ejemplo de la Física, esos dos térm inos contrarios que son la
«densidad» y la «rareza»: «resultaría m uy difícil decir m ediante
qué disposición natural ejercería la densidad alguna acción so
bre la rareza o ésta sobre la densidad»; p o r tanto, es absoluta
m ente necesario que «la acción de am bas se produzca en un
tercer término», y por ello nos vemos llevados a «situar», bajo
los contrarios, «otra naturaleza».45 El m ism o razonam iento es
reiterado en múltiples ocasiones por Aristóteles, de form a tam
bién sistemática. Así, en la Metafísica: «La sustancia sensible
está sujeta al cambio. Pero si el cam bio tiene lugar a p a rtir de
los opuestos o los interm ediarios —no, naturalm ente, de to
dos los opuestos (pues el sonido tam bién es no blanco), sino
sólo a partir del contrario—, necesariam ente hay un sustrato
que cambia del contrario al contrario, dado que no son los pro
pios contrarios los que se transform an uno en otro» 46 Y ese
«algo» que «permanece bajo» la transform ación (hypoménei)
es la «materia».
¿Por qué la necesidad lógica de un tercer principio concebi
do como «sustrato»-«sujeto»? Se debe a que, com o se dijo an te
riormente, los contrarios «no actúan uno sobre otro», «no se
transform an uno en otro» y «se destruyen recíprocam ente».47
E n términos lógicos, se excluyen. Pero toda la tradición china
insiste, al contrario, en el hecho de que los contrarios, a la vez
que se oponen, «se contienen m utuam ente»; en el interior del
yin hay yang, al igual que en el interior del yang hay yin; o,
también, mientras que el yang penetra en la densidad del vía,
éste se abre a la dispersión del yang:A&am bos proceden constan
tem ente de la misma unidad prim ordial y suscitan su actualiza
ción mutua. Por lo tanto, se puede d ar literalm ente la vuelta a la
expresión de Aristóteles: hay una «disposición natural» p o r la
que los contrarios están en interacción m utua, y esa interac
ción es, a la vez, espontánea y continua (continua porque es
pontánea).
«No hay ser del que veamos que su sustancia esté constitui
da por los contrarios», nos sigue diciendo Aristóteles. Pero, en
China, toda la energía que alim enta la actualización está cons
tituida al mismo tiempo por el yin y el yang, y éstos no sólo son
210
los térm inos extremos del cambio, sino que, juntos, form an
todo lo que existe: por tanto, no hay motivos para suponer un
«tercer término» que sirva de soporte a su relación (el propio
principio rector no existe aparte de los contrarios, sino que ex
presa su relación arm oniosa). Ambos form an un dispositivo
autosuficiente, y la propensión resultante de su interdependen
cia, com o hemos suficientem ente constatado, orienta, por sí
sola, el proceso de la realidad. Al m ism o tiem po que no cesa de
disociarse, la energía se ve constantem ente llevada a actualizar
se, en un funcionam iento com pensatorio y regulan constante
m ente hay materialización, pero no «materia» propiam ente di
cha. M ientras que, en Aristóteles, la insuficiencia dinám ica de
los contrarios discurre pareja con su sustancialismo: lo real no
es pensado como dispositivo (i.e., dinam izándose a partir de su
disposición propia), sino en una relación m ateria-form a y a
partir de la noción de esencia (de ahí que los contrarios sólo
puedan ser «inherentes» a un sujeto, en tanto que «acciden
tes»). Tam bién por ello, el cam bio ya no puede ser interpretado
en térm inos de tendencia espontánea, com o en una estructura
bipolar, sino que implica la elaboración de un sistem a comple
jo de la causalidad.
Esta fórmula, tom ada de la Metafísica, podría parecer cultu
ralm ente neutra y expresar una simple evidencia: «Todo lo que
cam bia es algo que es cambiado, por algo, en algo».49 Pero,
¿acaso se percibe mejor, en lo sucesivo, cuánto deapriori teóri
co disim ula la generalidad de la definición? (Quiero decir:
cuántos prejuicios se ocultan bajo la simpleza de esa expre
sión.) Se creería rozar la tautología, pero ya se introduce ahí, a
través de la explicitación m ínim a de la definición, todo lo que
ha servido luego para articular nuestro pensam iento. En aque
lla se encuentran implicadas, adem ás de los dos contrarios
(transform ados aquí en relación «forma»-«privación»), la no
ción de u n sujeto que actúa com o m ateria del cam bio y la de un
agente «en virtud del cual el cam bio tiene lugar». Pues, a partir
del m om ento en que, en ausencia de una interacción de los
contrarios, se hace intervenir un tercer principio que actúa
com o soporte de su relación, nos vemos llevados a hacer que
tam bién intervenga, al m ism o tiempo, un cuarto elemento, en
tanto que «factor externo», que actúa como causa eficiente de
la transform ación. Así se introduce, a continuación del sustra
211
to-sujeto, la necesidad de un «motor» (ío kinoún). La «m ate
ria», p o ru ñ a parte; la «forma» que tam bién es el «fin», p o r otra;
m ás el «motor»: la teoría de las cuatro causas está, a p artir de
ahí, com pleta y en adelante parece caer por su propio peso. Con
otras palabras, laepistéme occidental está dispuesta.*
Pues, incluso si la ciencia occidental, sobre todo a pa rtir del
Renacim iento, ha tenido que desarrollarse en ru p tu ra con la
autoridad de las teorías de Aristóteles, ello no im pide que la
elaboración de las representaciones griegas, de las que el pen
sam iento aristotélico señala un desenlace, parezca, en contras
te con China, haber servido de articulación básica — incluso en
la crítica a la que ha podido luego dar lugar, al nivel de la expli-
citación teórica— a la em presa cognoscitiva a la que se ha con
sagrado Occidente: em presa, a fin de cuentas, m uy particular
(en relación a sus decisiones), a pesar del dom inio, frente a
otras culturas, que haya llegado a ejercer m ás adelante.
Lo cual debería incitam os a releer nuestra filosofía desde el
exterior y, en vez de desplegar perpetuam ente la m ism a histo
ria, rem ontar, m ás acá de sus prim eras operaciones lógicas, a
su fundam ento no consciente. A buscar de ese m odo, en ese a
contracorriente, el vinculo que m antiene el sistem a de la causa
lidad con el «prejuicio» de la sustancia. Pues, desde el m om en
to en que la física se hace «sustancialista», el orden estático
resulta insuficiente para explicar el orden dinám ico, y p o r ello
se precisa un motor. E n sentido inverso, el pensam iento chino,
que se exime de tener que pensar el sujeto, se ve llevado, tam
bién de un m odo totalm ente lógico, a ahorrarse u n a causalidad
extem a. En el interior del dispositivo, la eficiencia no proviene
de u n afuera, sino que es totalm ente inm anente. El orden está
tico es, al m ism o tiempo, dinámico; la estructura de lo real con
siste en estar en proceso.
212
XII. Q uedaría la tentación de retom ar la com paración po r
otro extremo: ¿no confirm a en cierto m odo la dinám ica, que
tam bién la física occidental concibe com o inm anente a la n atu
raleza, la tendencia inherente al proceso, el che chino? «En po
t e n c i a r e n acto» (dynamis-enérgeia): es en función de una opo
sición de ese tipo como nos hem os visto llevados a interpretar, a
través de los m arcos de nuestro pensam iento, la gran alternan
cia que ritm a la visión china del proceso (hablando de «laten-
cia» y de «actualización», cf. p. 193). El paralelism o se funda,
p o r lo demás, en una convergencia m ás general. Es sabido que
el pensam iento chino se distingue esencialm ente del pensa
m iento griego p o r el hecho de que en absoluto ha tendido a pen
sar el ser (lo eterno), sino el devenir (la transform ación). Pero,
precisam ente, la noción de en potencia es el rodeo m ediante el
cual el pensam iento griego ha intentado salir de la aporía del
ser a la que lo habían conducido los eleatas (el ser no puede ve
n ir ni del «ser» ni del «no-ser»), con vistas a hacer pensable, en
ese intervalo y gracias al no-ser relativo, la propia posibilidad
del devenir (lo que justifica, al m ism o tiem po, que volvamos
un a vez m ás a Aristóteles, el pensador de la génesis).
Paralelism o indispensable, por tanto, puesto que parece ob
jetivam ente el m ás apto para revelar u n a com unidad de apues
ta o para hacer coincidir las perspectivas. Pero, una vez más, la
com paración no se sostendría desde el m om ento en que la es
cudriñásem os m ás de cerca. Incluso cabría com prender tanto
m ejor en qué consiste la propensión china desde el m om ento
en que la oponem os a la dynam is griega. Según esta últim a, la
actualización no resulta de la propia «potencia», sino de la «for
m a» que actúa com o fin (télos) de ésta: la «actualidad» es, p o r
tanto, ontológicam ente superior a la «potencia», puesto que
puede asim ilarse a la forma, m ientras que aquélla se vincula a
la m ateria. Por ello, según Aristóteles, «puede ocurrir que lo
que tiene la potencia no pase al acto».50 Por el contrario, según
la visión china, la actualización depende por entero de la poten
cialidad, está im plicada en ella y el che es ineluctable: los esta
dios de lo potencial y lo actual son correlativos y se transform an
uno en otro; están en paridad.
El prim ado otorgado a la causa final es tan general, en el
pensam iento griego, que ha tenido influencia incluso en la con
cepción de los movimientos naturales. Tanto pensadores grie
213
gos com o pensadores chinos han sido pronto sensibles, en efec
to, en su explicación de la naturaleza, a que algunos cuerpos
tienen propensión a subir m ientras que otros la tienen a bajar:
pues «tales determ inaciones [arriba y abajo] —nos dice Aristóte
les, criticando la noción de un espacio indiferenciado del gusto
de los atom istas— no sólo difieren por su posición, sino tam bién
por su potencia».51 ¿No tendríam os ahí, por fin, en el m arco del
espacio físico estructurado de un modo bipolar —arriba y aba
jo— y a propósito de los fenómenos gravitatorios (concebidos
com o tendencia ineluctable), un posible equivalente de la con
cepción china del dispositivo y su propensión (puesto que, en
tonces, a la «posición» se añade la «potencia» y a thésis corres
ponde dynam is)? Pero, incluso en ese caso, si el fuego tiende
naturalm ente a ascender y la piedra a caer (obsérvese una dife
rencia significativa a ese respecto, en relación a la dimensión
disposicional del che; cf. el ejemplo chino m ás corriente de la
piedra redonda en lo alto de una pendiente), es, según Aristóte
les, porque su «forma» (eidos) los destina a ello, otorgándoles un
lugar propio: una vez más, la tendencia no se com prende a par
tir de determ inada disposición funcional, sino teleológicamen-
te. Lo que nos lleva a precisar, para term inar, dos aspectos esen
ciales por los que la concepción griega de la tendencia difiere del
pensam iento chino: por una parte, se ve llevada a oponer la ten
dencia natural a la espontaneidad, m ientras que el pensam iento
chino las confunde; por otro, es conducida a concebir la tenden
cia en el modo de la aspiración y el deseo, lo que desem boca en
una jerarquización ontològica de lo real y lo orienta metafísica-
mente. M ientras que el pensam iento chino ignora los «grados
del ser» y tam bién prescinde de un Prim er Motor.
A diferencia tanto de la producción natural com o de la fa
bricación hum ana, el tercer tipo de surgim iento de lo real, se
gún Aristóteles, el que se produce en total soledad y «por sí
mismo» (automaton), no hace intervenir ni form a ni fin: las
propiedades naturales de la m ateria desem bocan entonces, sin
ser coordinadas por la forma, en el resultado ordinariam ente
obtenido por m ediación de aquélla; la causa m aterial se produ
ce sola, sin que haya objetivo que satisfacer. Pero, para Aristó
teles, refutando a Demócrito, sigue siendo excepcional que un
concurso espontáneo de acciones elem entales pueda sim ular
de ese m odo la organización m ediante la form a (m ientras que
214
la finalidad se traduce en efectos constantes y regulares) y sólo
concierne a fenóm enos m uy inferiores en el orden de lo real: el
engendram iento de insectos, parásitos, gusanos del estiércol...;
o, tam bién, el cam bio de dirección de ciertas aguas, la corrup
ción y la podredum bre, el crecim iento de las uñas y el pelo...52
Entonces se produce, sponte sua, lo que norm alm ente se pro
duciría a natura', se trata, en ese caso, de u n a «privación de
naturaleza» (stéresis physeos), al igual que los hechos casuales
han de concebirse com o una «privación de arte». E n la explica
ción causalista de la filosofía occidental, la espontaneidad sólo
es invocada a título residual. Por el contrario, toda la tradición
china, como hem os visto, no sólo concibe lo natural en el m odo
de la espontaneidad, sino que tam bién hace de ésta el ideal
tanto del curso del m undo com o de la conducta hum ana. Es
lógico que, en la visión occidental, basada en u n a jerarquiza-
ción ontológica, el valor suprem o consista en u n a liberación
respecto al orden de la causalidad m aterial y culm ine en la li
bertad. Pero tam bién es lógico que, en la concepción china del
dispositivo, el valor suprem o consista en la espontaneidad de la
propensión, cuando el dispositivo funciona aisladam ente y por
sí mismo, y, por ende, con regularidad: ha de desterrarse cual
quier liberación individual respecto a la autom aticidad del gran
funcionam iento de las cosas y cualquier holgura en el interior
del dispositivo representa una irregularidad; a ello se debe que
el pensam iento chino en absoluto haya pensado la libertad.
Pero, entonces, ¿qué tensión anim a lo real, en nuestra vi
sión, dado que el dinam ism o no puede nacer en ella, com o en la
visión china, de la m era interacción de los polos? H em os visto
cóm o Aristóteles convirtió después, por su parte, esa contrarie
dad inicial, de la que partieron am bas tradiciones, en una rela
ción desigual «forma»-«privación»: el tercer principio, la m ate
ria-sujeto, tiende a la form a com o a su bien, al igual que «la
hem bra en relación al macho» (o lo feo en relación a lo bello).53
Por lo tanto, la tendencia que atraviesa lo real no se concibe,
com o en China, según el m odo objetivo e ineluctable de la pro
pensión, sino según el —subjetivo y teleológico— del «deseo» y
la «aspiración» (ephíesthai kai orégesthai). E n la cum bre de la
jerarquización de lo real, esa tendencia se polariza en Dios,
concebido com o P rim er Motor: éste, al final de todo el encade
nam iento causal, «mueve sin ser movido» y no actúa m ecánica
215
m ente (si no, aún sería necesario rem ontar m ás arriba en la
causalidad), sino, según la fórmula célebre, por el «deseo» (o el
«amor») que suscita (kínei hos erómenon).54 Cualquier otro ser
que siem pre esté en potencia tiende al Ser m ás pleno posible,
aspira a su eternidad: m ediante la rotación circular, en el nivel
superior de la esfera de las Fijas, y, en la parte baja de la escala,
m ediante la m era perpetuación de la especie, la transm utación
recíproca de los elementos y el equilibrio de las fuerzas físicas.
Dios, ens realissimum, Acto y Form a puros, actúa com o polo
único de todos los movimientos y transform aciones del mundo,
de m odo que el cielo y toda la naturaleza «están suspendidos de
él»: p o r el contrario, en el sistem a bipolar propio del pensa
m iento chino, movimientos y transform aciones naturales
siem pre resultan exclusivamente de u n a lógica inm anente, no
derivan de ninguna enérgeia divina y no tienden a otra cosa que
a la renovación continua del proceso. Allí, la tendencia nunca
está orientada po r nada distinto a su im plicación inicial ni nun
ca culm ina en la abolición absoluta de toda tendencia que, m e
diante la eliminación tanto de cualquier m ateria com o de cual
quier potencia, define a Dios. Por un lado, la tendencia se ha
concebido trágicam ente, como la expresión de una carencia:
m otivada por una insuficiencia de ser, sed de juntarse con Dios;
por otro, se la percibe positivamente com o el m otor interno de
la regulación y se justifica plenam ente en virtud de la m era
lógica del funcionamiento.
El «suprem o deseable» es tam bién el «suprem o inteligible»:
la sabiduría griega resultante de esa aspiración al Ser consistirá
en im itar a Dios en su vida eterna y perfecta, m ediante la activi
dad liberadora de la contemplación, única fuente de beatitud.
E n China, si la sabiduría tam bién consiste en im itar al Cielo, es
p ara adaptarse a su dispositivo, dejarse llevar ventajosam ente
por la espontaneidad de su propensión y confundirse con la
razón de las cosas.
216
C o n c lu s ió n in
CONFORMISMO Y EFICACIA
217
u n a construcción abstracta, de finalidad descriptiva y desinte
resada. Para él, no está, por un lado, el plano del conocim iento
y, p o r otro, el de la acción: sabio es quien, accediendo a la
intuición del dinam ism o im plicado en el curso de las cosas (y
destacado en tanto que Tao), evita ir en su contra y tiende, al
contrario, a dejarle actu ar —en cualquier situación— lo m ás
plenam ente posible.
218
de la sociedad; o, tam bién, de la relación entre alto y bajo (o
denso/ligero, lento/rápido...) en el arte de la escritura a la rela
ción entre em oción y paisaje (o vacío/lleno, tono «llano»/«obli-
cuo»...) en la com posición poética... Del sistem a bipolar es
tablecido deriva la variación por alternancia, com o tendencia a
la producción im plicada por el dispositivo, y es ella la que per
m ite a «lo real», sea lo que sea, seguir apareciendo. Tanto la
encontram os inscrita en el relieve com o ritm ando el tiempo: la
contem plam os en el encadenam iento de las m ontañas y los va
lles dentro del paisaje; la seguimos en el despliegue de los perío
dos de auge y decadencia en el curso de la Historia. Oscilando
de un polo a otro, todo se transform a y se renueva: de ello tom a
ejem plo el estratega, pasando sin cesar de una táctica a su con
trario con tanta agilidad com o el cuerpo de un «dragón-ser
piente», con vistas a m antener siem pre fresca su potencia ofen
siva; de ello tom a ejemplo el poeta, haciendo que el texto poéti
co «ondule» com o los «pliegues de u n a colgadura», para m an
tener continuam ente viva la expresión de su emoción.
E stam os ante una concepción absolutam ente general,
puesto que tanto es válida para el gran proceso del m undo
com o p ara las actividades hum anas; concierne p o r igual al
orden de la physis y al de la téchne: quien —sea pintor o poe
ta— «crea che» no hace m ás que explotar po r su cuenta, y
m ediante un interm ediario particular, la lógica que preside
cualquier existencia, y que precisam ente le com pete a él reve
lar. Pero, al tiem po que es com ún, ese m odelo perm ite u n a
aprehensión siempre particular y m atizada. Puesto que es la
situación lo que, al principio, está en ju eg o y que, en cada caso
y en cada instante, es distinta y no cesa de evolucionar, la p ro
pensión que gobierna lo real y hace que aparezca es necesaria
m ente singular y nunca se repite. «Lo real» nunca está parali
zado, escapa al estereotipo, e incluso es eso lo que lo preserva
com o realidad. La única excepción al respecto es la del che tal
com o quisieron paralizarlo los legistas partidarios del autori
tarism o, preocupados p o r bloquear el dispositivo del poder y
p a ra r cualquier riesgo de evolución. Pero, en lo que respecta al
arte y la naturaleza, no dejan de renovar su dispositivo y p o r
ello am bos poseen una dim ensión de insondabilidad o de «m a
ravilla»13 que excede cualquier explicación racional, a la vez
generalizadora y sim plificadora. Por ello tam poco puede tra
219
tarse el che de m odo abstracto. El pensam iento chino, al tiem
po que es profundam ente unitario, se nos da a conocer p o r su
sentido íntim o de lo concreto.
220
adversario, encontrándonos cara a cara y separados de él, vuel
ve a tenem os a su alcance y puede vencemos).
Así pues, la «razón práctica» consiste, en China, en adherir
se a la propensión en acción para dejarse llevar p or ella y h acer
la actu ar en beneficio propio. No hay, al principio, alternativa
entre el Bien y el Mal (teniendo am bos un estatuto ontológico),
sino sólo entre el hecho de «ir en el sentido» de la propensión
—y, po r tanto, sacar feliz partido de ella— o, p o r el contrario,
«ir en su contra» y arruinarse. Pues lo que resulta válido p a ra el
estratega tam bién resulta válido para el Sabio. No abstrae de
u n a codificación m om entánea de lo real una norm a que pueda
proponerse como objetivo a la voluntad (en tanto que m an d a
m ientos y reglas de com portam iento), sino que «se adapta»c a
la iniciativa del curso continuo de las cosas (el «Cielo» com o
Fondo inagotable del Proceso) para conectarse con su eficien
cia; desde un punto de vista subjetivo, en m odo alguno intenta
afirm ar su libertad, sino que sigue la inclinación al bien que
existe em brionariam ente en toda conciencia (como sentido de
la solidaridad de las existencias: el ren confuciano) p ara elevar
se a una perfecta m oralidad. Muy lejos de pretender recons
tru ir el m undo a partir de una orden cualquiera o de intentar
im prim ir en él su propio designio forzando el curso de las co
sas, no hace m ás que corresponder y reaccionar ante la incita
ción de lo real en él: de u n m odo en absoluto parcial y puntual,
por interesado, sino global y continuo, y, por tanto, necesaria
m ente positivo; a ello se debe que su poder de transform ación
de lo real no conozca trabas ni límites. No «actúa» ni hace nada
por sí m ism o (a partir de sí mismo); y su eficacia es proporcio
nal a esa no-injerencia: pues, de su correlación con lo real a b a r
cado en su totalidad resulta un poder de influencia que puede
ser, a la vez, invisible, infinito y absolutam ente espontáneo.
En contraste con la acción o la causalidad, que son transiti
vas, sólo hay eficacia intransitiva, y el propio «Cielo» —que se
erige en Trascendencia respecto al horizonte hum ano— no es
m ás que la totalización —o la absolutización— de esa in m a
nencia.
¿Cómo sorprenderse, entonces, de que el pensam iento chi
no sea tan profundam ente confonnisía? Quiero decir: de que
no intente tom ar distancias respecto al «mundo», no ponga en
entredicho lo real y ni siquiera se sorprenda de él. No necesita
221
m ito alguno —y sabemos, por nuestra parte, que los m ás locos
son los m ás fuertes— para salvar la realidad del absurdo y con
ferirle u n sentido. En lugar de inventar mitos que intenten ex
plicar, m ediante una evasión fabulosa, el enigm a del m undo,
ha dispuesto ritos cuya m isión es encam ar y expresar m ediante
signos, al nivel del com portam iento, el funcionam iento inhe
rente a su disposición. Lo real no nos provoca en tan to que
interrogación, sino que se ofrece desde un principio com o un
proceso fiable. No hay que descifrarlo como m isterio, sino es
clarecerlo en su andadura: tam poco hay que proyectar el «sen
tido» sobre el m undo para satisfacer la espera de u n yo-sujeto,
sino que deriva íntegram ente —y sin exigir un acto de Fe— de
la propensión de las cosas.
De la tensión m onopolizadora del Ideal h an surgido el San
to o el genio: Prom eteo «ladrón del fuego», m ártir pleno. Entre
la angustia del desam paro y el entusiasm o del E ncuentro, de la
desesperación de la propia nada al regocijo de un «dios en uno
mism o», se abre una búsqueda febril y apasionada. Por el con
trario, de la bipolaridad del sistem a resultan la centralidad y el
equilibrio, de los que nace la serenidad; así com o de la alternan
cia, que asegura la constancia del funcionam iento, surge el rit
m o vital. Cualquier apertura a un Afuera, en lugar de a rrastrar
a un derram e sin fin o en lugar de llevar al vértigo del éxtasis, es
inm ediatam ente com pensada por una clausura opuesta; lo
cual da form a al proceso y provoca la respiración. No hay que
forjarse una moral que tienda a la superación. No hay que in
ventarse, entre la alegría y el temblor, una salvación. B asta con
adaptarse a la transform ación, que siem pre es tam bién regula
ción y contribuye a la arm onía.
222
NOTAS Y REFERENCIAS
223
Stiidy in Ancient Chínese Political Thought, University of Hawaii Press,
Honolulu, 1983, pp. 66 55.; cf„ también, D.C. Lau, «Some Notes on the
Sun Tzu», BSOAS, vol. XXVIII (1965), Part. 2, especialmente pp. 332 55.
6. Sun Bin bingfa, cap. «Cuanzu», p. 26.
7. Sunzi, cap. IV, p. 64.
8. Ibíd., cap. V, «Shi pian», p. 71.
9. Ibíd., cap. X, «Di xing pian ».
10. Huainanzi, cap. XV, pp. 259-260.
11. Sun Bin bingfa, cap.«Wei wang wen», p. 13.
12. Huainanzi, cap. XV, p. 261.
13. Sunzi, cap. XI, «Jiu di pian».
14. Ibíd.,cap.V.p.72.
15. Sun Bin bingfa, cap. «Shi bei», p. 38; otra imagen característica
(cap. «Bing qing», p. 41): la flecha remite a la tropa; la ballesta, al gene
ral; la mano que dispara, al soberano.
16. Sunzi, cap. V, p. 80. Como ha observado con acierto D.C. Lau
(«Some Notes...», art. citado, p. 333), la misma imagen de desnivel in
terviene a propósito del xing y el shi, al final de los capítulos IV y V;
parece, no obstante, que el aspecto de efecto resultante de la manipula
ción (las piedras que se hace rodar, al igual que, más arriba, los guija
rros arrastrados por el curso de agua) esté más marcado, incluso en
Sunzi, a propósito del shi que del xing.
17. Sunzi, cap. V, p. 79.
18. Ibíd., comentario de Li Quan y de Wang Xi.
19. Huainanzi, cap. XV, p. 262.
20. Ibid: suoyi jue sheng zhe, qian shi ye (qian por quan, cf. Roger T.
Ames, The Art of Ridership, op. cit., p. 223, nota 23).
21. Ibíd., p. 263. Influenciado por la especulación cosmológica que
se vuelve preponderante durante la dinastía Han, ese capítulo del Huai
nanzi no siempre es tan categórico en su negación de los factores «sobre
naturales», basados en la interrelación del Cielo, el Hombre y los Cinco
Elementos, como en el ejemplo ofrecido aquí. En retroceso respecto a las
concepciones, muy claras en ese punto, de los tratados estratégicos de la
Antigüedad (cf. Sunzi, caps. XI, «Jiu di», y XIII, «Yong jian»).
22. Sunzi, cap. I, «Ji pian», p. 12. Ese «exterior» {qi wai) ha sido
comprendido de dos maneras por los comentaristas: o bien como lo
que es exterior a las «reglas constantes» (chang fa, interpretación de
Cao Cao), o bien como el exterior que constituye el campo de batalla
respecto al interior del templo donde se decide la estrategia (Mei Yao-
chen); pero ambas interpretaciones confluyen.
23. Principio del xing ren er xvo wu xing, Sunzi, cap. VI, «Xu shi
pian»,p. 93.
24. Huainanzi, cap. XV, p. 253.
25. Sunzi, cap. VI, pp. 101-102.
224
26. Ibíd. Se encuentra también en el Sun Bin (cap. «Jian wei
wang», p. 8) la fórmula fu bing zhe, fei shi heng shi ye que puede enten
derse en ese sentido (cf. la edición de Fu Zhenlun, Bashu shushe,
Chengdu, 1986, p. 7).
27. Así, al comienzo del capítulo XV, «Yi bing», de Xunzi o en el
capítulo de resumen, «Yao lüe», del Huainanzi, pp. 371-372. El capítulo
bibliográfico del Hanshu («Yiwenzhi») designa una de las cuatro cate
gorías de obras relativas a la estrategia como la de los especialistas del
shi (bing xing shi)-, para una apreciación del contenido de esa rúbrica
según las obras subsistentes, remitirse a Robin D.S. Yates, «New Light
on Ancient Chinese Military Texts: Notes on their Nature and Evolu-
tion, and the Development of Military Specialization in Warring States
China», ToungPao, LXXIV (1988), pp. 211-248.
28. Lun chijiuzhan (De la guerra prolongada), § 87, en Mao Zedong
xuanji, vol. II, p. 484.
29. Modo de traducir la noción de «linghuoxing» que la traducción
habitual por «flexibilidad» (cf. Mao Zedong, Oeuvres choisies [Obras
escogidas], vol. n, p. 182) no refleja suficientemente.
30. Le Modéle occidental de la guerre (The Western Way ofWar) [El
Modelo occidental de la guerra], París, Les Belles Lettres, 1990, p. 283.
31. Karl von Clausewitz, De la Révolution á la Restauration. Écrits
et lettres [De la Revolución a la Restauración. Escritos y cartas], selec
ción de textos traducidos y presentados por Marie-Louise Steinhauser,
París, Gallimard, 1976, p. 33. La relación medio-fin es, especialmente,
el objeto del capítulo II del primer libro de De la guerra, que es capital;
sobre la importancia de esa concepción en Clausewitz, remitirse a Mi-
chael Howard, Clausewitz, Oxford University Press, «Past Masters»,
1983, cap. III, así como a los estudios de Raymond Aron, Penser la
guerre, París, Gallimard, 1977 [Pensar la guerra, Madrid, Ministerio de
Defensa, 1993 —trad. de B. Lacoste de Laval—], y Sur Clausewitz [So
bre Clausewitz], París, Complexe, 1987.
225
La edición de referencia es el Zhuzi jicheng, vols. V y VI. Para el
Hanfeizi y el Lüshi chunqiu se indica además, entre paréntesis, la refe
rencia a la edición de Chen Qiyou, Hanfeizi jishi, Shanghai renmin
chubanshe, 1974, 2 vols., y Lüshi chunqiu xiaoshi, Xuelin chubanshe,
1984,2 vols.
1. Zhuangzi, cap. 33, «Tian xia», párrafo dedicado a Shen Dao. Pa
saje difícil a la vez que fascinante, y cuya traducción es, más bien, una
interpretación; cf. lo que sobre el asunto ya decía Arthur Waley en Three
Ways of'Thought in Ancient China (trad. francesa de G. Deniker, Trois
Courants de la pensée chinoise antique [Tres Corrientes del pensamiento
chino antiguo], París, Payot, 1949, p. 190).
2. Sobre el problema de la relación a establecer entre el Shen Dao
«taoísta» que se nos presenta en el Zhuangzi y el Shen Dao legista que
conocemos por otros textos (cf. el Hanshu), remitirse a P.M. Thompson,
The Shen Tzu Fragments, Oxford University Press, 1979, pp. 3 55., y tam
bién Léon Vandermeersch, La Formation du légisme [La Formación del
legismo], École française d’Extrême Orient, 1965, pp. 49 55.; para un
estudio de las principales referencias del término che (shi) en el marco
político, remitirse a Roger T. Ames, The Art ofRidership, op. cit., pp. 72 55.
3. Shen Dao, cap. 1, «Weide», vol. V, pp. 1-2; cf. P.M. Thompson,
op. cit., pp. 232 55.
4. Shangjunshu, cap. 24, «Jin shi», p. 39.
5. Hanfeizi, cap. 40, «Nan shi», p. 297 (p. 886).
6. La misma comparación en Hanfeizi, cap. 34, p. 234 (p. 717).
7. Chen Qiyou (p. 894, nota 27) considera que el segundo desarro
llo no es de Han Fei, pero sus argumentos no me parecen decisivos. En
cualquier caso, esa argumentación está demasiado bien desarrollada
como para no merecer, por sí misma, el mayor interés.
8. Véase,porejemplo,Gwanzí,cap.31,«Junchen»,p. 177.
9. Ibíd., cap. 78, «Kuidúo», p. 385.
10. Ibíd.,cap. 16, «Fafa»,p. 91.
11. Ibíd., cap. 67, «Ming fajie», p. 343.
12. Hanfeizi, cap. 14, p. 68 (p. 245).
13. Guanzi, cap. 64, «Xingshijie»,p. 325.
14. Ibíd., cap. 31, «Jun chen», p. 178, y Hanfeizi, cap. 48, 3." canon,
p. 332 (p. 1.006); cf. también caps. 34 y 38.
15. Liishi chunqiu, cap. «Shenshi», vol. VI, p. 213 (p. 1.108).
16. Hanfeizi, cap. 38,p. 288 (p. 864).
17. Véase, sobre el asunto, Léon Vandermeersch, La Formation du
légisme, op. cit., pp. 225 55.
18. Hanfeizi, cap. 48,4.”canon, p. 334 (p. 1.017).
19. Ibíd.,cap. 14,p .71 (p.247).
20. Huainanzi, cap. IX, pp. 133 y 145.
21. Hanfeizi, cap. 48,2.“canon, p. 331 (p. 1.001).
226
22. IbícL, cap. 28, p. 155 (p. 508).
23. Ibíd., cap. 38, p. 284(p. 849).
24. Ibíd.,cap.48, l."canon,p.330(p.997).
25. Ibíd.,cap. 28,p. 155(p. 508).
26. Ibíd, cap. 48, p. 330 (p. 997).
27. Según se comprenda de una u otra forma, igualmente posibles,
la expresión tian ze bu fri (cf. Chen Qiyou, p. 999, nota 10).
28. Según se lea kun o yin', cf., sobre este punto, Chen Qiyou, p. 999,
nota 11, y Léon Vandermeersch, op. cit., p. 246.
29. Sobre el carácter natural de la manipulación, véase Jean Lévi,
«Théories de la manipulation en Chine ancienne» [Teorías de la mani
pulación en la China antigua], Le Genre humain, n.u 6, pp. 9ss.,y «Soli
darité de l'ordre de la nature et de l’ordre de la société: “loi” naturelle et
"loi” sociale dans la pensée légiste de la Chine ancienne» [«Solidaridad
entre el orden de la naturaleza y el orden de la sociedad: "ley” natural y
"ley” social en el pensamiento legista de la China antigua»], Extrême-
Orient-Extrême-Occident, PUV, París VIII, n."5, pp. 23 55.
30. Sobre la inspiración taoísta del pensamiento legista, véanse los
excelentes desarrollos de Léon Vandermeersch, op. cit., pp. 257 55.
31. Hanfeizi, cap. 34, pp. 231 (p. 711 ) y 234 (p. 717).
32. Ibíd, cap. 49, pp. 342-343 (p. 1.051).
33. Ibíd, cap. 14, p. 74 (p. 249).
34. Ibíd.,cap. 38, p. 285 (p. 853).
35. Ibíd., cap. 48,5."canon, p. 335 (p. 1.026), y también cap. 8, p. 29
(p. 121).
36. El Príncipe, cap. XVIII.
37. Surveiller et punir. Naissance de la prison, París, Gallimard,
1975 [Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México,
1976 —trad. de A. Garzón del Camino—], «Le panoptisme», pp. 197 55.
38. Ibíd., p p . 20155.
227
dance de la moralité sans le support du dogme ou de la foi» [Funda
mentar la moral, o cómo legitimar la trascendencia de la moralidad sin
el sostén del dogma o la fe], Extrême-Orient-Extrême-Occident, PUV,
París VIII, n." 6, p. 62.
2. Aiencius, VII, A, 8, p. 452.
3. IbídL, VI, A, 2, p. 396. Para un uso inverso, y corriente, de shi para
evocar el curso natural del agua, véase, por ejemplo, el Guanzi, cap. 31,
p. 174. Mencius, por otra parte, conoce bien el uso ordinario del térmi
no shi, como lo atestigua el proverbio del país de Qi que cita en II, A, 1,
p. 183: «Por mucha sabiduría y discernimiento que se posea, es mejor
apoyarse en el shi».
4. Xunzi, cap. XV, «Yi bing», pp. 177ss.
5. Sobre esa consideración relativa al shi en Xunzi, cf. el estudio
preciso de Roger T. Ames, The Art of Riikrship, op. cit., p. 85.
6. Xunzi, cap. XI, «Wangba», pp. 131 ss.
7. Ibíd., cap. IX, «Wangzhi», p. 96.
8. Ibíd.,cap. Xí, «Wangba»,pp. 131ss.
9. Ibíd, cap. XVI, «Qiangguo», p. 197.
10. Ibíd., pp. 194-195.
11. Ibíd., cap. XI, «Wangba», p. 140.
12. Ibíd.,cap.XV, «Yibing»,pp. 177ss.
13. Huainanzi, cap. XV, «Binglüexun», pp. 251-253.
14. Ibíd., pp. 259,261 y 262-263.
15. /¿>ú¿,cap. IX, «Zhushuxun»,pp. 142-144.
16. Ibíd., pp. 137 y 141-142.
17. Ibíd., p.136.
18. Véase, por ejemplo, el hermoso artículo de Tzvetan Todorov,
«Éloquence, morale et vérité» [Elocuencia, m oral y verdad], Les Mani
pulation, op. cit., pp. 26 ss.
19. Shuihuzhuan (Al borde del agua), cap. LI; cf. trad. francesa de
Jacques Dars, Au bord de l'eau, Paris, Gallimard, «Bibliothèque de la
Pléiade», vol. II, pp. 111-118. Volvemos a encontrar el mismo tipo de
manipulación en otras escenas de la novela: para atraer a Xu Ning a la
guarida (cf. «Pléiade», vol. II, cap. LVI, pp. 222-232); para forzar a Lu
Yunyi a unirse a la banda (Ibíd., pp. 333 ss.); o, también, para obligar a
An Daoquan a venir a cuidar a Song Jiang (Ibíd., pp. 442ss.).
20. Comentario de Jin Shengtan, Shuihuzhuan huipingben, Pekín,
Beijing daxue chubanshe, 1987, II, p. 944.
228
3. El impulso de la forma, el efecto del género
229
bert Delahaye, Les Premières Peintures de paysage en Chine. Aspects reli
gieux [Las Primeras Pinturas de paisaje en China. Aspectos religiosos],
École française d’Extrême-Orient, 1981 (cf., para los cuatro casos en
que el término sW aparece en el texto, pp. 16,18,28y33).
19. Ibíd. Esa noción de «peligro» como caracterización de una ten
sión límite y de un máximo de potencial recuerda el Sunzi, cap. V, shi
gil shan zhan zhe, qi xhi xian, que —según creo— habría que traducir:
«el buen estratega explota el potencial surgido de la situación hasta su
punto límite». El propio término shi está bien traducido en Susan Bush
y Hsio-yen Shih, Early Chínese Texts on Painting, Harvard University
Press, 1985, p. 21 : «The term shih (dynamic configuration) is used here
to describe such a "momentum” or “effectV
20. Zhang Yanyuan, Leibian, p. 603.
21. Huang Gongwang, Leibian, p. 697.
22. Da Chongguang,Leibian, p. 802.
23. Ibíd., p.801.
24. TangZhiqi,Leítem,pp.738y744.
25. Wang Zhideng, Leibian, p. 719.
26. Gu Kaizhi, Leibian, p. 582 (Delahaye, op. cit., p. 28); Li Cheng,
Leibian, p. 616.
27. Jing Hao, Leibian, pp. 605-608 (cf. trad. francesa en Nicole Van-
dier-Nicolas, Esthétique et Peinture de paysage en Chine [Estética y Pin
tura de paisaje en China], Paris, Klincksieck, 1982, pp. 7155.).
28. MoShilong,Le¿¿z'an,p. 713;TangZhiqi,LdZ?¡an,p. 744.
29. El tratado de Fang Xun, «Shanjingju lun hua shanshui» (Lei
bian, p. 912), es especialmente interesante a ese respecto y ofrece una
magnífica ilustración del término shi en pintura.
30. FangXuan, Leibian, p. 913.
31. Shitao, § 12; cf. Shitao hua yulu, Pekín, Renmin meishu chu-
banshe, 1962, p. 53, y trad. francesa de P. Ryckmans, Les Propos sur la
peinture du moine Citrouille-amère [Las Sentencias sobre la pintura del
monje Calabaza-amarga], Institut belge des hautes études chinoises,
1970, p. 85.
32. UiVShua, Leibian,p. 134.
33. Shitao, § 17; cf.yulu, p. 62, y Ryckmans, op. cit., p. 115.
34. Cf. esta interesante expresión en Han Zhuo (Leibian, p. 674):
xian kan fengshi qiyun, mientras que resulta claro (cf. p. 672) que Han
Zhuo reconoce, en conformidad con toda esa tradición, un valor supre
mo al qiyun: sobre la afinidad entre el viento y el shi en la evocación del
paisaje en Han Zhuo, cf. Leibian, pp. 668-669.
35. Gong Xian, Leibian, p. 784.
36. Fang Xun, Leibian,p. 914.
37. YuShinan,Zj'da/,p. 112.
38. Wenxin diaolong, «Ding shi pian», pp. 529 55. Sobre la relación
230
que puede mantener la concepción literaria del shi con la que aparece
en la teoría pictórica o caligráfica, véanse las breves indicaciones de Tu
Guangshe, «Wensin diaolong de dingshilun» («La teoría de la determi
nación del shi en el Wenxin diaolong»), en Wewcin shi lun, Shenyang,
Chunfeng wenyi chubanshe, 1986, pp. 62 ss., pero el análisis resulta
demasiado insuficiente.
39. Sobre la influencia del Sunzi sobre ese capítulo, remitirse al im
portante estudio de Zhan Ying, «Wenxin diaolong de dingshilun», reto
mado en Wenxin diaolong de fengge xt te, Pekín, Renmin wenxue chubans
he, 1982, p. 62, que ha contribuido a renovar la comprensión de ese capí
tulo; cf. el comentario erróneo de Fan Wenlan interpretando lo «redon
do» y lo «cuadrado» en relación con el Cielo y la Tierra, p. 534, nota 3.
40. Como interpretación típica de ese proceder, véase, por ejemplo,
Kou Xiaxin, «Shi ti shi» («Interpretación de ti y shi»), Wenxin diaolong
xuekan, n." 1, Jinan, Qilushushe, 1983, pp. 271 ss.
41. Pierre Guiraud, «Les tendances de la stylistique contemporai
ne» [Las tendencias de la estilística contemporánea], en Style et Littéra
ture [Estilo y Literatura], La Haye, Van Goor Zonen, 1962, p. 12; Ro
land Barthes, Le Degré zéro de l'écriture, Paris, Éd. du Seuil, 1953 [El
grado cero de la escritura. Nuevos ensayos críticos, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1973 —trad. de N. Rosa—], p. 19.
42. Cf. cap. «Fuhui»,p. 652, y cap. «Xuzhi»,p. 727.
43. Yingzao fashi, cap. IV.
231
5. El término shi ya tiene ese sentido topográfico particular al final
de la Antigüedad, en el Giianzi, por ejemplo; cf. cap. 76, p. 371, y cap. 78,
p. 384. Encontramos ese empleo precisado en el capítulo bibliográfico
del Hanshu («Yiwenzhi»), en la rúbrica consagrada a los «configuracio-
nistas» (xingfaliujia).
6. Guou Pu, Zangshu; idem para las citas siguientes.
7. Ese punto ha sido bien destacado en el importante estudio de Yo-
nezawa Yoshio, Chugókü kaigashi kerikyíl, Tokio, Heibonsha, pp. 76 ss.
8. Jing Hao, Leibian, p. 607; cf. Susan Bush y Hsio-yen Shih, Early
Chínese Texts..., op. cit., p. 164; The different appearances o f mountains
and streams are produced by the conibinations o f vital energy and dyna-
mic configuration; y Nicole Vandier-Nicolas, Esthétique et Peinture de
paysage, op. cit., p. 76.
9. Zong Bing, «Introducción a la pintura de paisaje» («Hua shanshui
xu»), Leibian, p. 583; véase el estudio detallado que ofrece Hubert Delaha-
ye en Les Premieres Peintures de paysage en Chine, op. cit., pp. 76 ss.
10. Guo Xi, Sobre el elevado mensaje de los bosques y las fuentes (Lin
quangao zhi), Leibian, p. 634. Se trata de una distinción corriente; cf. ya
Jing Hao, Leibian, p. 614.
11. Le Monde en petit [El mundo en pequeño], París, Flammarion,
«Idées et recherches», pp. 5955.
12. Zong Bing, op.cit.,p. 583.
13. El «brillo»; xiu, y la «espiritualidad»; ling; la idea de «reflejo»
es tá indicada desde la primera frase del texto, han dao ying w u.
14. Sobre la importancia del budismo en Zong Bing, el autor del
Mingfolun, véase el pertinente análisis de Hubert Delahaye, op. cit., pp.
8055.
15. Es la etimología de la palabra hua dado por el Shuowen jiezi y a
la que parece referirse Wang Wei al principio de su tratado; cf., sobre
ese punto, Hubert Delahaye, op. cit., p. 117.
16. Wang Wei, «De la pintura» («Xu hua»), Leibian, p. 585. Pero el
término shi que interviene al principio del tratado (jing qiu rong shi er
yi) sólo significa aquí «disposición», no teniendo todavía el sentido
fuerte que a continuación adquirirá (y que ya prepara ese texto). En su
estudio anteriormente citado, Yonezawa Yoshio se equivoca —según
creo— al atribuir el sentido fuerte, positivo, a shi. El sentido del pasaje
más bien sería: «[...] sólo buscan el aspecto y la disposición. Pero los
antiguos [...]».
17. Du Fu, «Xi ti Wang Zai hua shanshui tu ge»; cf. William Hung,
Tu Fu, Chinas Greatest Poet, Nueva York, Russell, p. 169.
18. Cf., por ejemplo, Tang Zhiqi, Leibian, p. 733.
19. La naturaleza y la función de las «arrugas» han sido muy bien
descritas por Pierre Ryckmans en diversas notas de los Propos sur la
peinture, op. cit., que he retomado aquí.
232
20. Tang Zhiqi, Leibian, p. 742.
21. Fang Xun, Leibian, p. 914.
22. Mo Shilong, Leibian, p. 712.
23. Tang Zhiqi, Leibian, p. 743.
24. Para todo ese desarrollo, véase la importante disertación atri
buida Zhao Zuo, Leibian, p. 759, que se refiere exclusivamente al shi
(cf., también, Qian Du, Leibian, p. 929).
25. Tang Dai, Leibian, pp. 857-859 (el párrafo completo está consa
grado a la importancia del shi).
26. Da Chongguang, Leibian, pp. 809y 833.
27. Wang Shizhen (Wang Yuyang), Daijingtang shihiia, 1.1, cap. 3,
«Zhu xing lei», § 3, Pekín, Renmin wenxue chubanshe, 1982, p. 68.
Wang Shizhen también reutilizó la teoría pictórica de la lejanía (cf. las
«tres lejanías» de Guo Xi) para explicar el efecto poético; cf. op. cit., p.
78,§6,ypp. 85-86,§15.
28. Ibíd,§4.
29. IbícL
30. Wang Tuzhi.Jiangzhai shihua, cap. 2, §42, Pekín, Renmin wen
xue chubanshe, 1981, p. 138.
31. Ibid.
233
ríe Simonet, La Suite au «Traite de calligraphie» de Jiang Kui [La Conti
nuación del «Tratado de caligrafía» de Jiang Kui], tesis no publicada,
París, École nationale des langues orientales, 1969, pp. 94-95.
2. Es especialmente el caso, en el dominio de la poética, del Wenjing
miftdun (Bunkyó hifuron) compilado por Kükai, el fundador del Shin-
gon, y finalizado el año 819; y, en el dominio de la medicina, del Yixin-
fang (Ishimpó) compilado por Tamba Yasuyori entre los años 982 y 984
(cf., sobre la historia del texto y la reconstrucción del cap. 28 consagrado
a la «alcoba» ¡fangnei] por el erudito chino moderno Ye Dehui, la obra
clásica de Robert Van Gulik, La Vie sexttelle dans la Chine ancienne [La
Vida sexual en la China antigua], trad. francesa, París, Gallimard, 1971,
pp. 16055.).
3. Cai Yong, «Jiu shi», Lidai, p. 6. Se trata de una atribución apócri
fa debida al Shuyuan Jinghua de Chen Si de los Song. Se encuentran
otras listas de los che de la caligrafía, en lo que se refiere al movimiento
del pincel, en Wang Xizhi, «Bishulun», Lidai, p. 34; o, en lo concernien
te a los elementos gráficos (en un sentido entonces casi equivalente a fa)
en Zhang Huaiguan, Lidai, pp. 220 ss.
4. Véase, sobre esa cuestión, R.H. Van Gulik, The Lore o f the Chíne
se Lute, Tokio, Sophia University, 1940, pp. 114 ss., y Kenneth J. De
Woskin, A Song for One or Two, Music and the Concept ofArt in Early
China, Ann Arbor, The University of Michigan, 1982, cap. VIII, pp. 130
ss. Las láminas que comentamos están sacadas del Taiyin daquanji.
5. Véase, sobre el asunto, la obra de Catherine Despeux, Taiji quan,
Art martial, techniqne de longue vie [Taiji quan, Arte marcial, técnica de
longevidad], Guy Trédaniel, Éd. de la Maisnie, 1981 (texto chino, p.
293). También se considera que las dos series corresponden a los «cinco
pasos» y las «ocho entradas», y éstas se reparten según los ocho puntos
cardinales y colaterales.
6. Ya se encuentran asociaciones de ese tipo a propósito de los shi
de la geomancia; cf. el Zangshu de Guo Pu ya citado.
7. Dongxuanzi', cf. R.H. Van Gulik, op. cit., pp. 168 55.
8. Cf., sobre el asunto, las observaciones de Jean-Marie Simonet,
op. cit., p. 113.
9. Véase, por ejemplo, las reconstrucciones gráficas propuestas en
Akira Ishihara y Hovvard S. Levy, The Tao ofSex, Yokohama, pp. 5955.
10. La idea ha sido muy bien resumida por J.F. Billeter en el Art
chinois de lecriture [Arte chino de la escritura], Ginebra, Skira, pp. 185-
186.
11. La indicación referida a la ejecución musical, así como las si
guientes, se han tomado de Van Gulik, The Lore o f the Chínese Lute, op.
cit., pp. 12055.
12. Qi Ji (Hu Desheng), Fengsaozhige, «Shiyou shi shi».
13. Wenjing mijulun (Bunkyó hifuron), sección «Tierra», «Los die-
234
cisieteshi», ed. de Wang Liqi, p. 114. Hace mucho que se ha reconocido
que ese capítulo debe atribuirse a Wang Changling (según las citas de
poemas y habida cuenta de las numerosas coincidencias con el Lun-
wenyi). El texto ha sido bien establecido en el plano filológico por Hi-
roshi Kózen, en la edición de las obras completas de Kúkai, Tokio,
Chikuma shobó, 1986. No hay, en cambio, traducción de ese capítulo a
las lenguas occidentales. En la tesis que consagró a esa obra, Poetics
and Prosody in Early Medioeval China. A Study and Translation of Kíi-
kai’s Bunkyô hifuron (Comell University, Ph.D., 1978, University Mi
crofilms), Richard Wainwright Bodman no traduce los capítulos de la
sección «Tierra» por considerarlos de una interpretación demasiado
insegura, aunque señala el particular interés del capítulo. Pero su tra
ducción del título por «Seventeen styles» resulta inadecuada (al igual
que, anteriormente, la traducción del título del capítulo del Wenxin
diaolong por Vincent Shih: «On choice of style»), tanto más cuanto que
también traduce ti por «style» (cf. p. 89).
14. Se encontrará un intento de ordenación de la serie según crite
rios modernos en Luo Genze, en su Historia de la crítica literaria china,
Zhongguo wenxuepipingshi, Dianwenchubanshe, pp. 304-308.
15. La comparación del capítulo de los «Diecisiete s/¡¿» con las lis
tas siguientes del Bunkyô hifuron, sección «Tierra», resulta instructiva
a este respecto; cf. el estudio de François Martin, «L'énumération dans
la théorie littéraire de la Chine des Tang» [La enumeración en la teoría
literaria de la China de los Tang], en L'Art de la liste [El arte de la lista],
Extrême-Orient - Extrême-Occident, PUV, París VIII, 1990, pp. 37 ss.
16. Jiaoran, Pinglun, «San bu tong yu yi shi», p. 28. Se encontrará
un breve comentario del pasaje en el estudio de Xu Qingyun, Jiaoran
shishiyanjiu, Taiwan, Wenshizhe chubanshe, pp. 130 ss.
17. Bunkyô hifuron, «Lunwenyi», p. 317; los poemas se citan del
Shijing (pioemas 3 y 226).
18. El sentido me parece mal traducido, por no analizado, por Bod
man (cf. op. cit., p. 409): Although the natural image is diffèrent, theforms
are alike, así como en el pasaje siguiente, donde la expresióngao shou zuo
shi sólo se traduce por when a superior talent works. Del mismo modo,
chóshi en la traducción japonesa de Kôzen {op. cit., p. 449) no me parece
traducir suficientemente el sentido, muy revelador aquí, deshi.
19. Véanse los análisis antiguos, pero siempre pertinentes, de
Sound and Symbol in Chínese, Hong Kong University Press, reed., 1962,
especialmente pp. 7455.
20. Bunkyô hifuron, «Lunwenyi», p. 283.
21. DuFu, «Deng Yueyanglou».
22. Bunkyô hifuron, «Lunwenyi», pp. 296 y 317.
23. Véanse, a este respecto, los diversos estudios reunidos en el
número 11 de Extrême-Orient - Extrême-Occident, Parallélisme et Appa-
235
riement des choses [Paralelismo y Emparejamiento de las cosas], PUV,
Paris Vin, 1989, y, particularmente, el artículo de François Martin, pp.
89 55.
24. Jiaoran, Pmg/tirc, p. 33.
25. Jiaoran, Shishi, § «Ming shi», p. 39. Guo Shaoyu (Historia de la
crítica literaria china, Zhongguo wenxue pipingshi, vol. I, p. 207) percibe
en esa expresión metafórica el anuncio de la crítica poética de Sikong
Tu. Véanse también las observaciones de Xu Fuguan (Zhongguo wen-
xue lunji xubian, Xinya yanjiusuo congkan, Xuesheng shuju, p. 149) a
propósito de la distinción entre shi y ti concebida como el efecto de una
diferencia de punto de vista, estático o dinámico. El análisis de Xu
Qingyun, op. cit., pp. 12455., me parece insuficiente a este respecto.
26. Jiaoran, Pinglun, p. 19.
27. Jiaoran, Shishi, § «Shi you si shen», p. 41.
28. Bunkyóhifuron, «Lunwenyi», p. 283.
29. IbtcL, p.317.
30. Liu H u í , comentario del Jiuzhang suanshu (Los Nueve Capítu
los sobre el arte del cálculo), compilado en el siglo I de nuestra era y
considerado como el clásico por excelencia no sólo de la tradición ma
temática china, sino también de la de todo el Extremo Oriente.
6. El dinamismo es continuo
236
5. Ése es el primero de los nueve shi evocados por Cai Yong, cf.
Lidai, p. 6.
6. Ése es el defecto de la «doble pesadez», shuang zhong-, cf. Cathe-
rine Despeux, op. cit., p. 57.
7. Jiang Kui, «Bi shi», Lídaí, p. 393.
8. Ibíd., «Zhenshu», Lidai, p. 385.
9. Zhang Huaiguan, Shuyi, Lidai, p. 148. Estamos ante un buen
ejemplo del modo en que el arte del calígrafo y el del poeta se conciben
de acuerdo con la misma lógica: la expresión «la columna de caracteres
está terminada, pero el impulso se prosigue más allá» reitera la célebre
concepción delxing en poesía (en tanto que motivo introductor de valor
simbólico, y luego, a partir de ahí, como riqueza implícita del poema y
«más allá de las palabras»).
10. Zhang Huaiguan, Shudiian, Lidai, p. 166.
11. Jiang Kui, «Caoshu», Lidai, p. 387. (Un buen análisis en Jean-
Marie Simonet, op. cit., pp. 145-146.)
12. Ibíd, p.386.
13. Ibíd., p. 387; cf., sobre el asunto, las observaciones de Hsiung
Ping-Ming, Zhang Xa et la Calligraphie cursive folie [Zhang Xu y la Cali
grafía cursiva exagerada], Institut des hautes études chinoises, 1984,
pp. 154,158 y 180.
14. En ese sentido, el arte de la cursiva resume el de la caligrafía
china en general: si ésta no se engendra por alternancia y transforma
ción, entonces ya no hay sino una «apariencia de caligrafía», privada de
cualquier gusto (cf.ya WangXizhi, «Shu lun», Lidai, p. 29).
15. Jiang Kui, «Xuemai», p. 394; cf. análisis en Simonet, op. di., pp.
223-224.
16. Shen Zongqian, Leibian, p. 906. El largo desarrollo consagrado
al shi en ese tratado es, sin duda, una de las reflexiones más explícitas, y
de las más sistemáticas, que encontramos a este respecto en toda la
literatura crítica de China.
17. Da Chongguang, Leibian, p. 802.
18. Shen Zongqian, Leibian, p. 906.
19. Fang Xun, Leibian, p. 915. Esta célebre analogía se atribuye por
primera vez al gran pintor Lu Tanwei (finales del siglo V-comienzos del
VI), que se inspira en la caligrafía de Wang Xianzhi, el hijo del famoso
calígrafo Wang Xizhi y él mismo célebre por el modo radical en que
intentó explotar los recursos de la cursiva.
20. Shen Zongqian, Leibian, p. 907.
21. Ibíd,p.905.
22. Ibíd, p.906.
23. Liu Xie, Wenxin diaolong, cap. «Fuhui», II, p. 652. No creo que
la lógica de esa imagen haya sido suficientemente captada por los co
mentaristas chinos contemporáneos (sentido de zhen: levantar). Cf. las
237
ediciones completas de Lu Kanru y Mou Shijin, II, p. 297, y de Zhou
Zhenfu, p. 465. Bien reflejada, en cambio, por Vincent Yu-chung Shih,
The Literary Mind and tke CarvingofDragons, p. 324.
24. Noción de wenshi diferente de la de wenzhang. Véanse, por
ejemplo, usos significativos del término en el Wenjing mifulun, cap.
«Dingwei», pp. 341 ss.
25. Liu Xie, Wenxin diaolong, cap. «Shenglü», II, pp. 553-554. La
imagen es, como se sabe, la del Sunzi, cap. «Shipian».
26. Wenjing mifulun, «Lunwenyi», p. 308, y «Dingwei», p. 340.
27. Ibíd., «Dingwei», pp. 343-344.
28. WangShizhen, Daijingtangshihua, III, «Zhenjuelei», §9, p. 79.
29. Wang Fuzhi, Jiangzhai shihua, p. 222, § 33. Que «la conciencia
realmente tienda a expresarse» traduce aquí la noción deyi.
30. Ibíd., p. 48.
31. Esa concepción del shi poético no ha logrado, según creo, la
atención que se merece, especialmente entre los comentaristas de
Wang Fuzhi; cf., en particular, el estudio de Yang Songnian Investiga
ciones sobre la poética de Wang Fuzhi, Wang Fuzhi shilun yanjiu, Tai
wan, Wenshizhe chubanshe, especialmente pp. 39 y 47. Esa reflexión
sobre la concepción del proceso poético en Wang Fuzhi retorna análisis
que yo presenté con anterioridad, en particular en La Valeur allusive.
École française d'Extrême-Orient, 1985, p. 280, y Procès et Création,
Paris, Éd. du Seuil, «DesTravaux», 1989, p. 266.
32. Ibíd., p. 228. La noción de «jingju» es importante en la crítica
literaria china desde el Wenfu de Lu Ji (noción de jingce), pero posee en
ese texto un sentido diferente del que normalmente le dará la tradición
posterior y que aquí critica Wang Fuzhi: «Que una sola palabra, intervi
niendo en el punto capital del desarrollo / Sea para todo el texto como
un latigazo que nos deja atónitos» (no sólo para realzar-el sentido —cf.
la interpretación de Li Shan—, sino también, así me parece en este
caso, para precipitar el texto hacia delante). Sobre la modificación del
valor de esa noción, remitirse especialmente a Qian Zhongshu, Guan-
chuipian, Zhonghua shuju, 1979, III, p. 1.197.
33. Ibíd., p. 61.
34. Ibíd.,pA9.
35. TinShengtan.Dushijie, poema «Ye rensongzhuying»,p. 122.
36. Ibíd., poema «Song ren congjun», p. 91.
37. Ibíd., poema «Linyi she di shu zhi...», p. 23.
38. Véase, en particular, el comentario que Jin Shengtan consa
gra al largo poema de Du Fu, «Beizheng», y en el que los efectos de
shi, en el interior de la composición, son señalados de forma precisa;
pp. 67 ss.
39. Shuihuzhuan (huipingben), texto, p. 149 (trad. Dars, p. 146).
40. Ibíd., texto, p. 254 (trad.,p. 280).
238
41. Ibid., texto, p. 547 (trad., p. 635); cf., también, texto, p. 57 (trad.,
p. 29); texto, pp. 275-276 (trad. p. 311), etc.
42. Ibid., texto, p. 339 (trad., p. 391); cf., también, texto, p. I l l
(trad., p. 105).
43. Ibid, texto, p. 308 (trad., p. 350).
44. Ibid., texto, p. 502 (trad.,p. 586).
45. Ibid, texto, p. 192 (trad., p. 200).
46. Ibid., texto, p. 667 (trad., p. 798).
47. Ibid., texto, p. 1.124 (trad., II, p. 360).
48. Ibid., texto, p. 301 (trad., p. 343).
49. Ibid., texto, p. 358 (trad., p. 415); cf., también, texto, p. 295
(trad., p. 336).
50. Ibid., texto, p. 669 (trad., p. 801).
51. Ibid, texto, p. 197 (trad., p. 207).
52. Ibid., texto, p. 1.020 (trad., II, p. 214).
53. Ibid,texto,p .470(trad.,p. 551).
54. Ibid, texto, p. 512 (trad., p. 597).
55. Ibid., texto, p. 503 (trad., p. 587).
56. Los Tres Reinos, Sangno yanyi (huipingben), comentario de
Mao Zonggang, cap. 43, p. 541.
57. Mao Zonggang, comentario de Los Tres Reinos, «Du sanguozhi
fa», en Huang Lin, Zhongguo lidai xiaoshuo lunzhuxuan, Jiangxi ren-
min chubanshe, 1982, p. 343.
58. Ibid., p. 14. Sobre esa cuestión, véanse las escasas observacio
nes, insuficientes, de Ye Lang, Estética de la novela china (Zhongguo
xiaoshuo meixue), Beijing daxue chubanshe, pp. 146-147.
59. Véanse, a ese respecto, las diversas «técnicas de lectura» (dufa)
de Jing Shengtan a propósito del Shuihuzhuan-, de Mao Zonggang, a
propósito del Sanguo yanyi-, y de Zhang Zhupo, a propósito delJinping-
mei. Debo a Rainier Lanselle preciosas indicaciones sobre es te punto.
60. Citado en Zhu Rongzhi, Wenqilun yanjiu, Taiwan, Xuesheng
shuju, p. 270.
61. Zhouyi, «Xici»,Iparte, §4, «gu zhi sisheng zhi shuo».
62. Yao Nai, «Carta a Chen Shuoshi».
239
I. Guo Pu, Zangshu; véase, por ejemplo, la coincidencia significati
va de expresiones como «el shi que viene de lejos» y «el dragón que
viene de millares de //» (yuan shi zhi lai, qian li lai long). Sobre el tema
del dragón como what all topographical formation resemble, cf. Stephan
D.R. Feuchtwang, Chinese Geomancy, op. tit.,pp. 14155.
. 2. GuKaizhi, «Huayuntaishanji»,op.cz'í.,Le¿¿¿a«,p.581.
3. JingHao, «Bifaji»,op.cit.,Leibian,p .605.
4. HanZhuo, «Shanshui chunquanji», Leibian, p. 665.
5. Ibid.., p. 666.
6. SuoJing, «Caoshushi»,Ló¿az,p. 19.
7. WangXizhi, «Ti Wei furen "Bichentu” hou»,L¿<¿a/, p. 27.
8. Comentario de Jin Shengtan, Shuihuzhuan huipingben, op. tit.,
p. 113 (trad, de Jacques Dars, An bord de lean, op. tit., p. 107).
9. Ibid.,p. 163 (cf. trad. Dars, p. 166).
10. LeSymbolismedudragon...,op.tit.,pp.205-207.
II. Comentario de Jin Shengtan, Shuihuzhuan, op. tit., p. 189 (cf.,
para el pasaje, trad. Dars, p. 196).
12. Yang Xiong, Fayan-, cf. Diény, op. tit., pp. 242-243.
13. Zuozhuan-, cf. Diény, op. cit., p. I.
14. Shiji, cap. 63, Pekin, Zhonghua shuju, VII, p. 2140.
15. Huainanzi, cap. XV, p. 266.
16. Han Zhuo, op. tit., Lidai, p. 665.
17. Du Fu, «Bei zheng»; comentario de Jin Shengtan, Dushijie, op.
c it, p. 71.
18. Shuihuzhuan, comentario de Jin Shengtan, op. cit., p. 645 (cf.,
para el pasaje, trad. Dai's, p. 770).
19. Ibid., p. 504 (trad. Dars, p. 588); o, también, p. 543 (trad. Dars,
p. 630).
20. Jiaoran, a propósito de la caligrafía de Zhang Xu; cf. Hsiung
Ping-Ming, Zhang Xu et la Calligraphic cursive folk, op. cit., p. 181.
21. Wang Fuzhi, Jiangzhai shihita, op. tit., p. 48. Ese súmmum del
arte poético sólo ha sido alcanzado, en opinión de Wang Fuzhi, por Xie
Lingyun; cf., a título de ejemplo, su comentario del poema «You nan
ting» en el Gushi pingxuan.
22. Modo de expresar con mayor precisión, por parte de Wang Fu
zhi, las nociones áeqixiang («aura del sentido») o de jing («mundo poé
tico») que permiten caracterizar, desde los Tang, la experiencia poética
de China.
240
7. Situación y tendencia en historia
241
Lévi, Le Livre du prince Shang [El libro del príncipe Shang], París,
Flammarion, 1981, pp. 112,146,160,177y 185.
7. Gtianzi, cap. XXIII, p. 144.
8. Mencius, cap. III, «Tengwengong», I parte, § 4 (trad, de Legge,
p. 250).
9. Zhuangzi, cap. III, «Daozhipian» (trad, de Liou Kia-hway, «Con-
naissance de l’Orient», 1973, p. 239).
10. HanFeizi, cap. IL, «Wudu»,p. 339.
11. Shangjunshu, cap. VII, «Kai sai», p. 16. Esa concepción del shi
forma parte, en lo sucesivo, de la teoría de los modernistas; véase, a
título de ejemplo, el comienzo de la célebre carta a Renzong de Wang
Anshi, Wang Wengong wenji, Shanghai renmin chubanshe, I, p. 2.
12. Jia Yi, «Guoqinlun». El texto es tan importante que es citado en
varias ocasiones en el Shiji de Sima Qian: en la «Biografía del primer
emperador» (Pekín, Zhonghua shuju, vol. I, p. 282) y en el cap.
XXXVm, «Casa de Chen She» (ibid., vol. VI, p. 1.965). La diferencia
entre las traducciones es sintomática de la ambivalencia del término
shi: Chavannes (Mémoires historiques [Memorias históricas], vol. II, p.
231) lo traduce por condiciones («puesto que las condiciones para con
quistar y las condiciones para conservar son diferentes»), y Burton
Watson (Records of the Grand Historian of China, vol. I, p. 33), por
power («the power to attack and the power to retain»).
13. Liu Zongyuan, «Fengjianlun» («De la feudalidad»), p. 43. Los
historiadores contemporáneos de la filosofía china, en China, han in
sistido sobre el carácter «progresista» de la concepción del shi en Liu
Zongyuan, que han erigido en teoría (cf. Hou Wailu, «La filosofía y la
sociología materialistas de Liu Zongyuan», en Liu Zongyuan yanjiu
lunji, reed., Hong Kong, 1973, p. 16). La sistematización de una teoría
histórica del shi ha sido llevada a su extremo al final de la Revolución
cultural, y el «Fengjianlun» se ofrecía entonces al «estudio de las ma
sas» (oponiéndose Liu Zongyuan, nuevo legista, en una «lucha entre las
dos líneas», al reaccionario Han Yu; cf. la biografía consagrada a Liu
Zongyuan por el departamento de historia de la Universidad de Shanxi,
Renmin chubanshe, 1976, pp. 53 55.). Para una apreciación de lo que
estaba enjuego históricamente en semejante debate en la época de Liu
Zongyuan, véase, especialmente, David McMullen, State and Scholars
in Tang China, Cambridge University Press, 1987, pp. 196-197; y
«Views of the State in Du You and Liu Zongyuan», en S.R. Schram
(ed.), Fondations and Limits of State Power in China, SOAS (Londres) y
CL'HK (Hong Kong), 1987, especialmente pp. 64 y 79-80.
14. Han Yu, «Yuandao» («Del origen de la Vía»). Por supuesto, no
cabe reducir a semejante fórmula el célebre ensayo que fundó la reno
vación confuciana, como hicieron los comentaristas de la Revolución
cultural. Sin embargo, el texto se acerca a las concepciones históricas
242
del Mencius, en detrimento de una interpretación de la Historia basada
en la idea de necesidad interna. Sobre las relaciones entre Liu Zong-
yuan y Han Yu, cf. Charles Hartman, Han Yu and the T'ang Search for
Unity, Princeton University Press, 1986.
15. Wang Fuzhi, primera página del Dutongjianlun. Ese texto ha
sido ampliamente utilizado por los comentaristas modernos de Wang
Fuzhi; cf., especialmente, Ji Wenfu, Wang Chuatishan xueshu lunji, pp.
122 55.; ha sido traducido por Ian McMorran en su tesis inédita Wang
Fu-chih and his PoliticalThought, Oxford, 1968, pp. 168-171.
16. Ese punto de vista no sólo es el de Wang Fuzhi, sino también,
en la misma época, el de un erudito como Gu Yanwu; cf. Rizhilu, «Jun-
xian» («De las circunscripciones administrativas»), cap. VII, p. 94.
17. Wang Fuzhi, Diitongjianlun, cap. II (Wendi), p. 40.
18. Ibíd., cap. III (Wudi), p. 66.
19. Ibíd., cap. XX (Taizong), p. 684; cf., también, Gu Yanwu, op.
cit., cap. VII, p. 96.
20. Ibíd., cap. II (Wendi), pp. 46-47.
21. Ibíd., cap. III (Wudi), pp. 56-58.
22. Ibíd., cap. V (Chengdi), p. 122. Pero el hombre no tiene por qué
evolucionar de la misma forma; cf. cap. VI (Guangwu), p. 150.
23. Ibíd., cap. XII (Huaidi), p. 382.
24. Ibíd., cap. XX (Taizong), pp. 692-694.
25. Siwenlu (waipian), Pekín, Zhongua shuju, p. 72. Ese aspecto es
omitido con demasiada frecuencia por los comentaristas chinos de
Wang Fuzhi que quieren hacer de él, a cualquier precio, un pensador
progresista; cf., por ejemplo, Li Jiping, Wang Fuzhi yu Dntongjianlun,
Jinan, Shandong jiaoyu chubanshe, 1982, pp. 153 ss.
26. Ibíd.,pp.72-73.
27. Véase, por ejemplo, Huang Mingtong y Lü Xichen, Wang
Chuanshan lishiguan yu lishi yanjiu, Changsha, Hunan renmin chu
banshe, 1986,pp. 10 55.
28. Esa concepción ya es explícita en el Mencius, cap. III, «Teng-
wengong», II parte, § 9 (Legge, p. 279): en Mencius, son Yao y Shun, el
rey Wu y el duque de Zhou, Confucio en tanto que autor del Chunqiu y
el propio Mencius, finalmente, quienes, de una época a otra, intervie
nen para terminar con el desorden.
29. Esa concepción se hereda de Zou Yan (en el siglo III antes de
nuestra era) y ha sido luego teorizada por Dong Zhongshu (175-105
a.C.) en el Chunqiu fanlic, cf. Anne Cheng, Étude sur le confucianisvie
Han [Estudio sobre el confucianismo Han], París, Institut des hautes
études chinoises, 1985, vol. XXVI, pp. 2555.
30. Wang Fuzhi, Dntongjianlun, cap. XVI (Wudi), pp. 539-540.
31. Ibíd., «Xulun»,I,p. 1.106.
32. Ibíd., cap. XIX (Yangdi), pp. 656-657.
243
33. Wang Fuzhi, Zhangzi zhengmeng zhu, Pekín, Zhonghua shuju,
p. 68.
34. Dutongjiardun, cap. XV (Xiaowudi), p. 511. La expresión se re
pite en varios lugares en la reflexión histórica de Wang Fuzhi; por ejem
plo, Dutongjianlun, cap. XII, p. 368, o Songlun, cap. DI, p. 62; cap. XIV,
p. 253.
35. Ibíd., cap. XXVII (Izong), p. 957.
36. Songlun, cap. IV, p. 74.
37. Tema del bi wang zhi shi: véase, por ejemplo, Dutongjianlun,
VIII (Huandi), p. 245, o cap. XII (Mindi), p. 385.
38. Songlun,cap. VIII, p. 155.
39. , cap. XIV, p. 252.
40. Sólo a partir de esa distinción puede comprenderse que Wang
Fuzhi, por una parte, habla de una tendencia que, «llevada a su extre
mo, resulta difícil de invertir» (cf. Songlun, IV, p. 74) y, por otra parte,
de una tendencia que, «llevada a su extremo», se fragiliza otro tanto y
resulta, por tanto, «fácil de invertir» (cf., por ejemplo, Songlun, VII, p.
134). En el segundo caso, zhong (pesado) se opone a qing (ligero), y esa
tendencia se designa habitualmente como qing zhong zhi shi (cf., por
ejemplo, Dutongjianlun, p. 263).
41. Songlun, cap. VII, pp. 134-135.
42. La manera en que Toynbee justifica haber colocado el comien
zo de la inversión (que trae consigo la decadencia de una civilización)
relativamente pronto (en el año 431 a.C., por ejemplo, para la civiliza
ción helénica) me parece demasiado próxima a la intuición china, para
la cual la decadencia se abre paso en el estadio del hexagrama de la
prosperidad (en el 3." y, sobre todo, en el 6.° trazo); igualmente, la ma
nera en que concibe lo que entonces se ha «roto»; cf., por ejemplo, la
explicación que da de ello en L'Histoire et ses interprétations (Entretiens
autour de Amold Toynbee sous la direction de Raymond Aron) [La
historia y sus interpretaciones (Diálogos en tomo a Amold Toynbee
bajo la dirección de Raymond Aron)], París, Mouton, 1961, p. 118; «Lo
que se ha roto por el break down, what has broken doxvn, es la armonía,
la cooperación entre los seres humanos que están en posesión del poder
creador dentro de la minoría dirigente, aquellos que, en efecto, habían
participado activamente en el crecimiento de la civilización».
43. Songlun, cap. XV, p. 259.
44. Wang Fuzhi, Chunqiu shilun, cap. IV.
45. Songlun,cap. VII, p. 135.
46. Ibíd., cap. VI, p. 118.
47. Dutongjianlun, cap. IV(Yuandi),pp. 106-107.
48. Cf., por ejemplo, para esas expresiones, y en ese orden, Dutong
jianlun, cap. XHI (Wudi), p. 405; Songlun, cap. XV, p. 259; Dutongjian
lun, cap. XX (Taizong), p. 691; Ibíd., cap. XIII (Chengdi), p. 411.
244
49. Songlun, cap. VI, p. 118.
50. Ibid., cap. VUI, p. 155.
51. Ibid, cap. VII, p. 134.
52. Ibid. Sobre esa interpretación del papel histórico de Huo
Guang en la historiografía china, remitirse a Michael Loewe, Crisis and
Conflict in Han China, Londres, Georges Allen, 1974, pp. 72,79 y 118.
53. Dutongjianlun, cap. VUI (Lingdi), p. 263.
54. Songlun, cap. X, p. 193. Sobre el «mito» al que tanto sacrificó
Yue Fei, véase el estudio de Hellmut Wilhelm, «From Myth to Myth:
The Case of Yiieh Fei’s Biography», en Arthur F. Wright y Denis Tvvit-
chett (eds.), Confucian Personalities, Stanford University Press, 1962,
pp. 146 ss. El tema del «oportunismo» (naturalmente, en el sentido
más positivo del término) se encuentra ya en Mencius y tiene como
modelo a Confucio (Mencius, cap. V «Wanzhang», II parte, § 1; cf.
Legge, pp. 369-372).
55. Dutongjianlun, cap. XXVHI, pp. 1.038-1.039.
56. Wang Fuzhi, Chunqiujiashuo, cap. I. La última frase del pasaje
—ran eryou bu ran zhe cun yan— se ha prestado a diversas interpreta
ciones; cf. Vierheller, Nation und Elite..., op. cit., p. 88; y J.F. Billeter,
«Deux études sur Wang Fuzhi», op. cit., p. 155.
57. Dutongjianlun, cap. II (Wendi), pp. 49-50.
58. Songlun, cap. IV, p. 94.
59. Ibid, cap. XIV, p. 244.
60. Cf., sobre la actividad de Wang Fuzhi en tanto que resistente a
la invasión manchú, el estudio de Ian McMorran, «The Patriot and the
Partisans, Wang Fu-chih’s Involvement in the Politics of the Yung-li
Court», en Jonathan D. Spence y John E. Wills (eds.), From Ming to
Ch 'ing, Yale University Press, 1979,pp. 135ss.
61. LiuXie, Wenxindiaolong,cap. «Dingshi»,ed.FanWenlan,p. 531.
62. Jiaoran, «Pinglun»; el pasaje es citado en el Wenjing mifulun
(.Bunkyó hifuron), en el cap. «Lunwenyi», ed. Wang Liqi, p. 321; cf.
Bodman, Poetics and Prosody in Early Mediaeval China, op. cit., p. 414;
la traducción japonesa de shi por chóshi, habitual en Kozen (cf. op. cit.,
p. 458), no me parece adecuada aquí.
63. Li Zhi, «Tongxinshuo», en Guo Shaoyu, II, p. 332. El primado
otorgado a la espontaneidad de la conciencia proviene, sin duda, de la
filosofía de Wang Yangming; y se sabe que Li Zhi, heredero de Wang
Yangming, ejerce una influencia directa sobre Yuan Hongdao.
64. Yuan Hongdao, «Prefacio al Pabellón de las olas de nieve», en
Guo Shayou, II, p. 396. Sobre la afirmación modernista de la escuela
Gong-an, remitirse al rico estudio de Martine Valette-Héméry, Yuan
Hongdao. Théorie et pratique littéraires [Yuan Hongdao. Teoría y prácti
ca literarias], París, Instituí des hautes études chinoises, vol. XVIII,
1982, pp. 56 ss.-, y Chih-P’ing Chou, Yiian Hung-tao and the Kiing-an
245
School, Cambridge University Press, pp. 3655. En el texto, la partícula er
creo que significa la transición de un estado a otro (el paso ineluctable
del pasado al presente) más bien que la concesión (no puede traducirse:
«si la literatura no puede no ser moderna aunque antigua [...]»). Sobre
el tema de la diferencia radical entre las épocas expresada a partir de la
oposición vestidos de verano / vestidos de invierno, véase también
Wang Fuzhi, Dutongjianlun, cap. III, p. 56.
65. Yuan Hongdao, «Cartaa JiangJinzhi», en Guo Shaoyu, II, p. 401.
66. Gu Yanwu, Rizhilu, «Shiti daijiang» («Evolución de la poesía»),
cap. VII,p. 70.
67. La primera opción la ilustra el prefacio del Wenxuaiv, la segun
da atormenta a un teórico como Liu Xie (cf. nuestro estudio «Ni écritu
re sainte ni oeuvre classique: du statut du texte confucéen comme texte
fondateur vis-à-vis de la civilisation chinoise» [Ni escritura sagrada ni
obra clásica: del estatuto del texto confuciano como texto fundacional
respecto a la civilización china], en Extrême-Orient - Extrême-Occident,
PUV, París VIII, n." 5, pp. 75 55.).
68. Ye Xie, Yiianshi, comienzo, ed. de Huo Songlin, Pekín, Renmin
weaxue chubanshe, 1979. Sobre la diferencia de esa concepción de la
historia literaria con respecto a la periodización occidental, véase el valio
so estudio de Maureen Robertson, «Periodization in the Arts and Pattems
of Change in Traditional Chínese Literary History», en Susan Bush y
Christian Murck (eds.), Theories ofthe Arts in China, op. cit., pp. 6 y 17-18.
69. La expresión se repite con frecuencia en la reflexión de Wang
Fuzhi; cf. Songlun, cap. IV, p. 93, y cap. X, p. 169; o, en la conclusión
general del Dutongjianlun, «Xulun», II, p. 1.110.
70. Songlun, cap. XV, p. 260; cf., también, cap. IV, p. 105.
71. Dutongjianlun, cap. XII (Mindi), p. 386; cf., también, cap. XIV
(Andi),p. 455.
72. Songlun, cap. IV, p. 106.
73. Vorlesungen i'tber der Geschichte; cf. traducción de J. Gibelin,
Leçons sur la philosophie de l’histoire, Paris, Vrin, 1987 [Lecciones so
bre la fdosofía de la historia universal, Madrid, Alianza Editorial, 1982
—trad. de J. Gaos—], p. 23.
74. Ibid., p. 26.
75. Ibid., p. 35.
76. Cf., por ejemplo, Wang Fuzhi, Dutongjianlun, cap. I, p. 2, Yi zhe
qitianhu.
77. Hegel, Leçons sur la philosophie de l'histoire, op. cit., p. 36; Wang
Fuzhi, Dutongjianlun, p. 2.
78. Sobre la «economía» del plan divino en la historia humana
según la tradición cristiana, véase, por ejemplo, Henri-Irénée Marrou,
Théologie de l'histoire, París, Éd. du Seuil, 1968 [Teología de la historia,
Madrid, Rialp, 1978 —trad. de R. Sánchez Mantero—], pp. 3155.
246
79. Cf. el estudio de Paul Veyne en el que nos hemos inspirado aquí,
Comment on écrit Ihistoire?, París, Éd. du Seuil, 1971, reed. 1979,
«Points Histoire» [Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la
historia, Madrid, Alianza Editorial, 1994 —trad. de J. Aguilera—], p. 24.
80. Cf. el análisis, que se ha vuelto clásico, de Ravmond Aron, Intro-
duction a la philosophie de ITiistoire [Introducción a la filosofía de la
historia], Gallimard, reed., 1981, «El esquema de la causalidad históri
ca», pp. 201 ss.
81. Cf. Paul Veyne, op. cit., cap. VIII.
82. Ésa es la fórmula mediante la cual Wang Fuzhi define global
mente la tarea del historiador tui qi suoyi ran zhiyou (yon ha de tomar
se aquí en su sentido propio: «a partir de»); cf. Dutongjianlun, «Xulun»,
II, p. 1.110.
83. Esa clausura del sistema es frecuentemente indicada, en la re
flexión china (y, particularmente, en la reflexión histórica de Wang
Fuzhi), mediante el término shu («número»; cf. cap. siguiente). Cite
mos, para señalar el contraste, a R. Aron: «Lo real en su integridad es
impensable. Una relaciói>necesaria sólo se aplica a un sistema cerrado
o a una serie aislada. Devuelta a lo concreto, cualquier ley es probable;
circunstancias, extrañas al sistema o descuidadas por la ciencia, ame
nazan con interrumpir o modificar el desarrollo de los fenómenos pre
vistos» (op. cit., p. 206).
84. Desarrollada en su sentido moral, tradicional, en el capítulo X
de Grandeza y Decadencia de los romanos, la noción de «corrupción» se
tomaba en un sentido lógico (el de inversión necesaria) poco antes:
«Existe hoy en el mundo una república que casi nadie conoce y que, en
secreto y en silencio, incrementa sus fuerzas día a día. Es cierto que, si
nunca llega al estado de grandeza al que su sabiduría la destina, cam
biará necesariamente sus leyes; y no será la obra de un legislador, sino
la de la propia corrupción» (Grandeza y Decadencia..., cap. IX). Montes-
quieu desarrollará esa noción de corrupción a propósito de los distintos
tipos de gobierno —a la manera de los pensadores de la Antigüedad—
en El Espíritu de las leyes (lib. VIII). Pero entonces se trata de una des
composición de los principios políticos, y no de una evolución inheren
te al devenir.
85. Grandeza y Decadencia de los romanos, cap. XVIII.
86. Ibíd. La idea de una tendencia subterránea que irrumpe súbita
mente se encuentra desarrollada en la comparación que abre el cap.
XIV: «Como se ve a un río minar lentamente y sin ruido los diques que se
le oponen, y finalmente derribarlos en un momento, y anegar los cam
pos que protegían, así actuó insensiblemente el poder soberano durante
el imperio de Augusto e irrumpió con violencia con Tiberio». La concep
ción de una «acumulación» de la tendencia es común en Wang Fuzhi
(shiyi /Y; cf. Dutongjianlun, cap. III, p. 66) y da lugar a una comparación
247
análoga a la de Montesquieu en el Songlun (cap. VII, p. 135). Del mismo
modo, la idea de una inversion por reacción tendencial y compensación
—según el modelo tensión-relajación— se encuentra en el cap. XV: «Ca
ligula restableció los comicios, que Tiberio había suprimido, y abolió el
crimen arbitrario de lesa majestad que aquél había establecido; por don
de puede juzgarse que el comienzo del reinado de los malos príncipes a
menudo es como el final del de los buenos: pues pueden hacer, por un
espíritu de contradicción respecto al comportamiento de aquellos a los
que suceden, lo que los otros hacen por virtud»; para ser luego generali
zada de un modo trágico (más bien que lógico): «¡Cómo! ¡El senado sólo
había hecho desaparecer a tantos reyes para caer él mismo en la más vil
esclavitud bajo algunos de sus más indignos ciudadanos, y exterminarse
en virtud de sus propias decisiones! ¡Sólo se erige, por tanto, el propio
poder para mejor verlo derribado! »
87. L'Histoire et ses interprétations, op. cit., p. 18.
88. Ibid.,p. 119.
89. Véase, por ejemplo, Albert Rivaud, Le Problème du devenir et la
Notion de matière dans la philosophie grecque depuis les origines jusqu'à
Théophraste [El problema del devenir y la Noción de materia en la filo
sofía griega desde los orígenes hasta Teofrasto], París, Félix Alean,
1905, p. 15. Un simple «después» (épeita) une las más de las veces los
diferentes versículos de las cosmogonía: significa únicamente que los
dioses vienen unos después de los otros y pertenecen a épocas distintas,
pero no nos dice que «estén unidos unos a otros por la comunidad de
una sustancia o la unidad de un desarrollo común».
90. Ibid.,p.461.
91. Cf., por ejemplo, Raymond Weil, Aristote et l'Histoire. Essai sur
la «Politique» [Aristóteles y la Historia. Ensayo sobre la «Política»], Pa
ris, Klincksieck, 1960, pp. 3395s.
248
1980, II, especialmente pp. 267 ss., «Ritualismo y morfo-lógica». Léon
Vandermeersch ha evidenciado a la perfección hasta qué punto la lógi
ca china se diferenciaba de la «teleo-lógica» occidental. Sólo me pre
gunto, prosiguiendo sus análisis, si la noción de «forma» es la que expli
ca mejor la originalidad china: el aspecto dinámico inherente a la confi
guración quizá no esté lo suficientemente destacado en ella y, además,
el propio pensamiento occidental, a partir de su fondo aristotélico, tien
de a confundir forma y finalidad (en lugar de oponerlas). Cualquier
«morfología» implica, según es costumbre, que se le añada una «sinta
xis». Pero, en China, la propia configuración actúa como sistema de
funcionamiento, y por ello me he visto llevado a privilegiar la noción de
dispositivo.
3. «Lettre à M. de Rémond» [Carta al Sr. de Rémond], Discourssur
la théologie naturelle des Chinois [Discurso sobre la teología natural de
los chinos], París, L'Heme, 1987, pp. 93-94; cf., también, Olivier Roy,
Leibniz et la Chine [Leibniz y China], París, Vrin, 1972, pp. 77 ss.
4. Libro de las mutaciones, hexagrama kun. En ese sentido se orien
ta el comentario de Wang Bi.
5. Laozz,§5,p. 31.
6. Guiguzi, cap. VII, «Chuaipian».
7. Ibíd.,cap.X, «Moupian».
8. Véase, sobre este tema, el estudio de Charles Le Blanc, Huai Nan
Tzu. Philosophical Synthesis in Early Han Thought, Hong Kong Univer
sity Press, 1985, pp. 655.
9. Huainanzi, cap. DC, p. 131.
10. Guiguzi,cap. VIII, «Mopian».
11. Huainanzi, cap. I, p. 6.
12. Ibíd., cap. Di, pp. 134-135.
13. Ibíd., cap. XIX, p. 333 (citado en J. Needham, Science and Civili-
sation in China, Cambridge, voi. II, 1956, pp. 68-69).
14. Ibíd.,cap.I,p.5.
15. Cf. el papel esencial atribuido en ese tipo de expresión a la «pa
labra vacía», er, que significa el paso de un estadio a otro.
16. Resulta interesante observar, a este respecto, hasta qué punto
el comienzo de los dos capítulos de Wang Chong, «Wushi» («De la
propensión de las cosas») y «Ziran» («De lo natural», i.e., lo que se
produce sponte sua) coinciden perfectamente, incluso si el término
shi aún no es pensado por Wang Chong como una noción propia (cf.
los usos secundarios y corrientes que se encuentran al final del capí
tulo «Wushi»). La elaboración filosófica de la noción deshi con vistas
a explicar los fenómenos naturales sólo empieza con claridad, según
me parece, con Liu Yuxi.
17. Sentido degu opuesto a zi.
18. Cap. «Wuxhi».
249
19. Véase, sobre este tema mayor, los excelentes desarrollos de
Léon Vandermeersch, Wangdao..., op. cit., p. 208.
20. Xunzi, «Tianlun», p. 208.
21. LiuZongyuan, «Tianshuo». AHan Yu, quien niega al hombre el
derecho de quejarse al Cielo por haber cometido tantas malas acciones
contra él (maltratando la naturaleza, como los gusanos hacen agujeros
en una fruta: ¡menudo adepto a la ecología!), le responde Liu Zongyuan
arguyendo que el Cielo es tan insensible al bien o al mal que se le hace
como la fruta. Y Liu Yuxi, amigo muy íntimo de Liu Zongyuan tanto en
el plano personal como en el político (ambos pertenecieron al partido
de Wang Shuwen), da un desarrollo filosófico más elaborado a la tesis
«naturalista» de Liu Zongyuan. Estamos, por tanto, ante un debate de
época, gracias al cual el término shi adquiere un valor teórico (cf. el
mismo uso central del término en la reflexión de Liu Zongyuan sobre la
Historia, a propósito de la evolución que llevó a la feudalidad). Sobre
la interpretación «materialista» de esa reflexión a cargo de los historia
dores chinos de la filosofía, véase Hou Wailu, «La filosofía y la sociolo
gía materialistas de Liu Zongyuan», art. citado, p. 7.
22. Liu Yuxi, «Tianlun», I parte.
23. Ibíd., III parte, final.
24. Ibíd., II parte.
25. Jingxiuxianshengwenji, «Tuizhaiji».
26. Ibíd.
27. Wang Fuzhi, Zhangzi zhengmengzhu, cap. I, «Taihe», pp. 1-2.
28. Ibíd.,p .5.
29. Ib íd ,p.13.
30. Ibíd., cap. «Canliang», p. 39 (textode Zhang Zai).
31. Ibíd.,p.41.
32. Ibíd., p. 42.
33. Wang Fuzhi, Dusishii daquaanshuo, t. II, pp. 599-601.
34. Cf. Annuaire du Collège de France. Résumé des cours et travaux
1987-1988, Paris, pp. 598 ss.
35. Ibíd.,pp.601-602.
36. Wang Fuzhi, Shiguangzhuan, «Xiao ya», §41, pp. 97-98. Breve
análisis de ese texto en el estudio de Lin Anwu, Wang Chuanshan ren-
xingshi zhexue zhiyanjiu, Taipei, Dongda tushugongsi, pp. 123 ss. Con
carácter general, el tema de la reversibilidad entre li y shi es uno de los
más frecuentemente abordados hoy, a propósito de Wang Fuzhi, por
los historiadores chinos de la filosofía, pero de forma demasiado sim-
plificadora, en mi opinión (por buscar en él demasiado directamente
un equivalente de nuestra «dialéctica»), y sin que de ello haya resultado
una apuesta filosófica propia.
37. Wang Fuzhi, Shangshu yinyi, «Wu cheng», pp. 99-102. No po
dría seguir, para la lectura de ese capítulo, la interpretación que del
250
mismo esboza Fang Ke en sus Investigaciones sobre el pensamiento dia
léctico de Wang Fuzhi (Wang Chuanshan bianzhengf'a sixiang yartjiu),
Changsha, Hunan renmin chubanshe, 1984, pp. 140 y 144. Fang Ke
considera erróneamente, según mi opinión, que la expresión «abrazar
la propensión efectiva favorable al propio poder de tal modo que se esté
de acuerdo con el principio regulador» corresponde al caso del rey Wu
(y de la batalla de Mu). De hecho, se trata, en ese estadio del desarrollo,
de una formulación general y de principio. Todo el capítulo se esfuerza,
en efecto, en distinguir la obra del rey Wu de la del rey Wen, criticando a
través del primero cualquier política que, por bienintencionada que
sea, separa principio y propensión, y concibe la toma del poder sin
respetar la exigencia moral necesaria para su conservación.
38. Sobre la historia de esa tradición, véase Michel-Pierre Lemer,
La Notion de finalité chez Aristote [La Noción de finalidad en Aristóte
les], París, PUF, 1969, pp. 11 ss.
39. Véase, por ejemplo, Aristóteles, Tratado sobre las partes de los
animales, 639b (ed. de J.-M. Le Blond, París Aubier, 1945, pp. 83-84).
40. Véase, por ejemplo, la presentación de la teoría mecanicista en
Aristóteles, Física, 198b (trad. Carteron, París, Les Belles Lettres, p. 76).
41. Véase, por ejemplo, Aristóteles, Física, 199a (Carteron, p. 77).
42. Véase, por ejemplo, Aristóteles, Física, 199a, o Tratado sobre las
partes de los animales, 640a (Le Blond, p. 87); cf., sobre ese tema, Joseph
Moreau, Aristote et son école, París, PUF, 1962 [Aristóteles y su escuela,
Buenos Aires, Eudeba, 1964 —trad. de M. Ayerra—], pp. 109 ss., así
como, entre los estudios recientes, Lambros Couloubaritsis, L'Avène
ment de la science physique. Essai sur la «Physique» d'Aristote [El Surgi
miento de la ciencia física. Ensayo sobre la «Física» de Aristóteles],
Bruselas, Ousia, 1980, cap. IV, o Sarah Waterlow, Nature, Change and
Agency in Aristotle’s Physics, Oxford, Clarendon Press, 1982, caps. 1y 2.
43. Incluso para el «naturalista» que es Aristóteles, el Bien no es
inmanente al Mundo, sino que emana de Dios, que es su fuente, como
lo atestigua la comparación con el general y su ejército. Cf. Metafísica,
L, 1075a (trad. Tricot, París, Vrin, 1964, p. 706): «En efecto, el bien del
ejército está en su orden, y el general que lo manda es también su bien, e
incluso en un grado más elevado, puesto que no es el general el que
existe en razón del orden, sino que es el orden el que existe gracias al
general».
44. Aristóteles, Física, cap. 1,188b (Carteron, p. 40).
45. Ibid., 189a(Carteron,pp.41-42).
46. Metafísica, L, 1069b (Tricot, p. 644); cf. De la generación y la
corrupción, 314b (Tricot, p. 6), y 329a (Tricot, p. 99).
47. Ibíd., 1075a (Tricot, p. 708); cf. A. Rivaud, Le Problème du deve
nir..., op. cit., p. 386.
48. Las formulas son comunes a toda la tradición china; cf., por
251
ejemplo, Wang Fuzhi, Zhangzi zhengmeng zhu, cap. II, «Canliang», pp.
30,37 y 40.
49. Aristóteles, Metafísica, L, 1069b-1070a (Tricot, p. 648).
50. Ibíd., 1071 b (Tricot, p. 667).
51. Física, IV, 208b (Carteron, p. 124); véase, sobre ese tema, el
estudio de J. Moreau, L'Espace et le Tenips selon Aristote [El Espacio y el
Tiempo según Aristóteles], Padua, Editrice Antenore, pp. 7055.
52. Aristóteles, Física, II, 196a-198a (Carteron, pp. 69-74); Metafísi
ca, A, 984b (Tricot, p. 35; cf. nota 2), y Z, 1032a (Tricot, pp. 378 55.);
Partes de los animales, 1,640a (Le Blond, p. 87, y nota 34).
53. Física, 1,192a (Carteron, p. 49).
54. Metafísica, L, 1072b (Tricot, p. 678).
55. Comentario del § 9 del Laozi, Wang Bi jixiaoshi, Pekín, Zhong-
hua shuju, 1980,1, p. 21.
252
GLOSARIO DE LAS EXPRESIONES CHINAS
a) Qi zjian sheng bu te
b) Shengyu y i sheng zhe ye
c) Qiqiaozaiyushi j f c .- f
d) Qi shi, di shi, yin shi & '
e) Shi zhe, suoyi lingshi bidouye
f) Rensuizhongduo.shimogange A» ^
g) Shintkuonu
h) Qiu zhiyu shi, bu zeyu ren
i) Yongqie, shi ye
j) Shishengren
k) Jiliyiting, naiweizhishi,yizuoqiwai
/i *-■%-. V Á \ k $ t
I) Shi zhe, yin li er zhi quan
m) Suoyi wu zhen z)ie, yi qi wu changxingshiye
« r» * * . -i-.
253
n) Bingwuchangshi, shuiwuchangxing
o) Shenshidushi
p) Ski y ¡i &¡
a) Q u w u e rb iilia n g
b) Shiweizuyiquxian 4 -A iX rJ .J k fr
c) Bushiqiqiangershiqishi
h) Chushi M #■
i) Ren jun shi shi, zz chen zhi zhi 4L ■$“ ffrj ¡$ ¿Z.
j) Dechengxinxingzhishi
k) Duojianfeng, suoyi bian qishiye
1) Canywu ^
m) Cuan ting zhi shi yjj, ■$-
n) Cong rning zhi shi xing t e #
es calificado dciuing zhu gfl j _
o) Fayshu ?£■ Ai
p) Yizhongweishi
q) Chushierbunengyongqiyou jc¿
r) Zhi bingyi chu shi
254
s) De shi wei ze bu jiner ming cheng í ’J /P .i¿ ^
t) Mingzhuzhixingzhiyetian.qiyongrenyegui
u) Shixingjiaoyan(ni)erbuwei ÍT Í L / 1 (JL* .
v) Jie (he) sheshi zJ'i i y i ye er dao xing zh i nan
t ¿L* A p i ^ L ^ f 1<-*&■
w) Feihuaiqiyi,fuqishiye ,
x) Shanchishi 4 - # jh
t .
c) Shi qi zebú y i t* -
d) Ren fuer shi congzhi ¿A s e
Renbufaershiquzhi /*w ^
e) Bi, por una parte; mobu, por otra X*
f) Bi bi zuo qi gui jue ren zhi shi ^ 3L A-
255
g) Xuqiu dian huashangxiayanyanglihe zhishi
¿ff ¿fc £ * \2j ± T> 1 &
h) Yanyangxiangbei H 'i*fJ &] ^
i) Xing shi dixiangyingdai ^
j) Xu qiu yingdai, zi shi xiongmei fa £
k) Qii shi, de shi shi shi JpL ■£. ^ ^ __ 5^ -$■
l) H uaxianjuezhishi \£ j
m) Jian de shanshigao bu ke ce } L 1-$ •** X j v f ' “J" -rfrj
n) Yishoufuyifang shanjian kaiershizJiuan
- ^ . J* 7#f -ft >1p & M
o, Qishtiishiyitjianpi ± ^ ^ ^
p) Shi shi xiang wei
q) Shigaoerxian
r) De cenci zhi shi
s) Yi shi du zhi, fang deqimiao *vi, f r i t * - • ir
t) Z h ixu xu sh iq u sh i
u) You qu shi xu yin chi i il* t
v) Bing wu changchen, zi wuchang li
w) Shi duo bu ding
x) Jili cheng shi
xzin ti er cheng shi -¡A 4 . 4 , 1 $ . # -
y) S/2/ zhe, cheng li er wei zhi
z) Bing zongqun shi
a') Zongyizhishi ,C* "* $■
b') Wen z/ji ren 5/22 X
c') Shi shi xu ze
d') Tiian qi wei li, e shi suo bian
e') Yi5/2:yuyan, yu fengbu chang
tu feng shi #
256
4. LÍNEAS DE VIDA A TRAVÉS DEL PAISAJE
a . * a
g) You gong yuan shi gii niobi £ j_ • Jj JJ*- -£■ _ J t e tj
h) Yaozhiqushiweizhu SC JpL 4o 3L
i) Noción de lishi I t &
j) Fanyicaoyimujuyoiishicunhuqijian
a) Chansijing
b) Geqishi *14 l #
c) Shi distinto de fa
d) Shoushi distinto de zhefa . j*
e) Xing sui bieer shi tong _£L g ^ S]
f) Gao shou zito shi, yi ju geng bie qi yi
257
g) Xiajn nioyu shangju, bit kan xiangbei
T t J M Ì - X S),
h) Ruoyushiyoudui ^ ^
i) Shiyou tongsai
j) Hou shi te qi, qian shi si dttan
k) Yuyuxingqu, shizhuqingqi y& J j ,
1) Qixiangyinyun.youshenyutishi ^
m) Gaoshouyouhubianzhishi i j 4 % a 'JL £•
6. ELDINAMISMO ES CONTINUO
4 -O J * m i# - ?
0 Dicrsan zichengshang bishi
g) Cao Z£ hang jin shi wei jin
h) Fei dong zeng shi
i) Qi xiang lian chu, te shiyin dai
j) Hengxie qu zhi, gou huan pan yu, jieyi shi wei zhu
* * ''& # >^ 4 M -* •
k) Rubijiangyangbixianzuo fusili ^ ^ £ .
1) Niqishi il-* -# -
m) Qi shi guari chuan
n) Zong zhi tong hu qiyi cheng qi hitodong z)ù qu zhe, shi jisuowei shiye
258
p) You suo chengjieerlai, yoiisuo tuoxieerqu
? ti# r a L t y * * -
q) Entonces hay acuerdo entre shi y li
*■ «
r) Wenshi diferentede wenzhang
s) Fan qieyun zhi dong, shi ruo zhuan huan
fL ■ fo /'ti ®
t) Shi bu xiangyi, z£ feng du wei zu Jjjfr. ;f, , j!*f •&. ^ Z4
u) Cheng jie erju you gui de shi
v) Wufuyounengxingzhishi * , 3 . * i t
w) Shi zhe, yi zhong zhi shenli ye
x) Wei nengqushi, wanzhuanqushenyiqiu jinqiyi
£ it
y) Sui dang chengyipian zhi shi
z) Qian jie shi shengqi houjie zhi shi
a') Fu xian you jin gong nu mazhishi
b') Bishiqiwu
c') Wenshi weiyi quzhi zhi ji
d') Die cheng qi shi, shixia wen zou de xun ji ke xiao
« .T j
e') Zhi shi bi inoyiyang, yi chengwenshi
259
CONCLUSIÓN n . EL MOTIVO DEL DRAGÓN
a) Shi xveiyi quzhe, qian bian wan hiia, ben wu ding shi
* -L
b) Di shiyiian mai, shan shiyuan gu, weiyi dongxi huo wei nanbei
,
c) Shishiwanshanmlong
„ . . . . . . .
d) Panqiiizhishi,yufuynnhan
e) Cong shi qiu lili, huo wang huo hiian ¿
* mt « . i . ** . ¿ í n *i - í > * ..
.
f) ZEfi xingshi, zhuang ni longshi, xianggoulian bu duan
■ y -d t i l * -
e) Xiujinzesaiyushi
0 San daiyi shi erjiekeyi wang -jj- Jp *3"' ^ i
g) Gong shou ?hi shiyiye ti. # ¿ - - $ - 4 ^
h) Fengjian fei shengren yi ye, shi ye ^ ¿ l
i) Shi zhi lai
260
j) Shi zhi suo qu, qi fei li er neng ran zai
.«p ì ì * * . .
k) Shi suo bilan ■£. prjp ■>£
1) Shisuobiji * *r •* 4 L
m) Shi xiang ji er li sui yi yi
n) Shi you suo bu de juge
o) Fengjian zhi bige erbuke fuye, shiyi ji ersi zhiyi zhao
£ L *?' * * * •
p) Jianyouheyizhishi ^ ^
q) Min li zhi suo bu kan er shi zfli bi ge
K P
r) Shi sui shi qian erfa bi bian
s) Yigu jtn zhi tong shi eryan zhi t'A
t) Tian xia zhi shi, yi li yi he, yi zhi yi luan eryi
X -T < -& . - 4 , -jé
u ) Wi t xing xiang sheng o xiang sheng
- ¿8 4.
v) Zhengtong k i t
w) Lz er/ze zfti, he zhe bu ji li J f j Jp ^ , /£•*. £ %. ià .J tç ).
x) Shen qi zhe, shi zhongxiangguan, wtiju sheng ju mie zhi lishi
> * -1 4 ^ i l
y) Yidong erbuke zhi zhe, shiye
z) Jieziran bu ke zhong zhi zhi shi *jf" fi f ì \
a') 7; zhong nan fan zJd shi, bu neng ni wanyuyi ziiao
À * -1 ' » ü l * - # - , x ftiL J L - t- 4t
b') Wuyierfeibiwangzhishi ^ __ ^
c') Wujibifan $ 9 M . >J*' Á .
d') Ji zhong zhi shi, qinio bi qing, qing ze fan zhiyeyi, ci shi zJú biran zhe ye
tk -t ’
' ib jk •
261
e') Shun biran zhi shi z)ie, liye; li zhi ziran zJie, Hai i ye
f) Tai y pi , %
g') Qu er neng shen zhe, wei qi shiye
h') Ji erbi fan zhi shi cheng hu tian
i') Pijierqing, lian zhi suo bi dong, wudairenye
/A , IL, $ A. -¿- •
j') Cheng da chi er shi qie qiu zhang zhi ri
s') Li zhe gii youye, shi zhefeishi ran; yi shi wei biran, ran er you bu ran
zhecunyan £ tfl ^ ^
f) Ji £
u') Shiliubufan
262
V) Ci suowei shi bu tong er wii moni zhi neng
* - «r # -* ■ <*9 Ja.
vv') G« zhi bu neng weijin zheye, shi ye
-k -h *
X') Ciliye.yishiye #. , -j #
S/u bu neng bu bian
y ) Duqishi j f jg
Sh i y i er sh i y i, sh i y i er li yi y i ti * * #•*, #+*«■*
z') Zhishiyi shen shi, yin shierqiu heyu li
* • *t f ,
a) Dishikun ^
b) Shichengzhi
c) Ji zhi shi ^ ^
d) Yin qi shiyi chengjiu zhi ® ^
e) S/¡i z/i! zrrarz áL. §
0 Wuleixiangyingyushi ^ ■rt*' ^
g) Tui(er)bukeweizhishi
h) Shucun, ranhoushixinghuqijianyan
i) Shidangqishuchengqishi li. ^
j) Tianguoxiayu shi ye
k) H /¡zhixiangdui,xliizhixiangxun
l) Jiaozhishibiwu
m) Lishi H &
n) Xiang dang, qi biran zhi lishi
263
oj Jie shengjiangfeiyang ziran zhi lishi
p) Jingji lishi
q) Li dangraner ran, zfi cheng hushi i f
r) Shijimnerbuileburan g.
s) Shi zhi zhun zhe, ji li zhidangran zheyi
t) Qi.H . i%
u) Liyi zhi qi, qisuoshou cheng, si wei zhi dan
■ ft rX ffe SL . ^ % & . -jfcf ¿ -A
v) Z/zi zai shi zhi biran chu jian li
w) U. cheng shi
x) Shi cheng li
y) Yi s/zz zhi fou cheng li zhi ni VK
z) Li zhi shun ji shi zhi bian i t <- # *p jM £
a') Gong shouyi shi
b') Yinliyideshi
c') Yi shun shi yi xun li.
d') Feng shon zhi liyi gong, cun gong zhi shi yishou
264
CONCLUSIÓN m . CONFORMISMO Y EFICACIA
a) Chengshi
b) Miao
c) Shun
265
RELACIÓN DE LAS ILUSTRACIONES
267
ÍNDICE
Introducción 1
I. Entre estatismo y dinamismo. II. Una ambigüedad molesta: la
palabra che («posición», «circunstancias» «poder», «energía»).
III. Convergencias entre campos: potencialidad en acción en la
configuración, bipolaridad funcional y tendencia a la alternan
cia. IV. Una palabra reveladora de una cultura. V. La inspección
retrospectiva de nuestros prejuicios filosóficos. VI. Remontar
más acá de nuestras interrogaciones.
Advertencia al lector................................................................... 9
269
2. La posición es el factor determinante (en política) 25
I. La eficacia es extrínseca a la personalidad. II. La posición polí
tica se ejerce como una relación de fuerza. III. La posición de
soberanía como instrumento del totalitarismo. IV. Automatici-
dad del dispositivo del poder. V. Radicalidad de la concepción
china.
270
m
271