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JOSÉ MARIA ARGUEDAS ALTAMIRANO (1911-1969)

Aunque nació en Andahuaylas, Apurímac, es puquiano de corazón. Desde


muy pequeño tuvo permanente contacto con gente ayacuchana de visión y
origen quechua. Nutriéndose de ese mundo bello que es sentido como parte
de uno mismo, “vínculo vivo, fuerte, capaz de universalizarse”. Arguedas
ama y forma parte de aquello, describiendo con profundidad y vigor las
segregadoras experiencias de su vida andina, reflejadas en sus magistrales
narraciones : Yawar fiesta, Los ríos profundos, El zorro de arriba y el zorro
de abajo, Todas las sangres y El Sexto; que pocos han leído.

Para la gente despierta que siente y sabe, entre ellos estudiantes y


profesores, que han leído y entienden sus obras, es todo un personaje y un
héroe cultural clarísimo, que en un haz reúne al destacado antropólogo, al
divulgador de las artes populares y al gran literato del pueblo andino. Más,
él compartió con los migrantes de abajo, de la primera y segunda
generación andina, su suerte en Lima. Estos, que casi nunca lo leyeron, se
reconocen en Arguedas, sintiendo su presencia y apoyo.

Por experiencia propia, les puedo decir, que no hay nada más considerado y
respetable para un migrante andino de un pueblecito pequeño, que haya un
doctor de la universidad que asista a una reunión de su comunidad en Lima.
Tomarse un trago, cantar o escuchar una canción, o ver a un danzante de
tijeras compartir una danza, son gestos importantísimos de solidaridad. Más
aún que sea uno de los suyos que triunfó. Pero, de los muchos que triunfan
sólo unos pocos son capaces de compartir con los de abajo, un trozo de su
alegría, de su baile o de su canto profundo en quechua. Son los que tienen
gran éxito y están al lado de la historia, con un pie en la sierra, donde
resultan felices renovando sus fuerzas, y otro en Lima, incluso el hecho de
cantar un huayno asumiendo cosas nuevas o pueden contar la historia de
una ciudad diferente como es la capital peruana.
Naturalmente, José María es odiado por la capa señorial hacendataria de los
opresores, pero profundamente amado por personas como el honorable
violinista de Insúa, Máximo Damián. Cuando este no hablaba castellano,
aprendía a tocar violín, y no era valorizado por nadie. Arguedas le dijo
“tocas lindo, cantemos tal canción; ven a mi casa”. Nació una amistad que
duraría hasta el día de su partida. Por su parte, el violinista contó a su
gente, que hay un doctor de la universidad, que no se ha olvidado de su
tierra, que canta lindo, que cuenta en quechua, que es capaz de llevarlo a su
mesa.

Arguedas cierta vez expresó, acorde a sus ideales que “el socialismo en el
Perú tendría que ser mágico”. Lo que para él identificaba el afectivo
reencuentro de una sociedad con la naturaleza del mundo andino (el cielo,
el suelo, las estrellas, el río), con la danza, con la poesía, con el derecho de
la gente a tener sus propios dioses, sus propios ritos, de bailar lo que le
gusta bailar, de entonar una canción señorial ayacuchana que combina la
belleza del español de comienzos del siglo XX con la linda letra del
quechua, el mismo que circula y cada uno lo toma porque le agrada y llena
algo que uno siente.

Otro aspecto que Arguedas toca es el tema de la identidad. Entendiendo la


identidad como el fruto de verse en un espejo y tener una imagen positiva
de uno. Tener identidad significa estar contento y orgulloso de ser lo que
uno es. Visto en una sociedad racista como la peruana, de una profunda
dominación cultural y étnica, con una política peruana que siendo una
lucha de blanco del Perú oficial, ¿quiénes son las personas que pueden estar
contentas consigo mismas? Sólo una minoría muy pequeña.

Lo que el espejo trasmite de una mayoría masiva es el descontento de


sentirse y de verse como un indio pobre, analfabeto, mal vestido, torpe e
inferior. Esta imagen negativa ha sido impuesta por la ideología de la
cultura dominante. Sin embargo, el mensaje constructivo de solidaria
simpatía de Arguedas con las desamparadas poblaciones, especialmente de
su lar referente, la serranía quechua, es una brisa de optimismo que alienta
la confianza en sí mismos y las futuras posibilidades de su crecimiento
realizatorio, buscando la forma de ser modernos desde su propia historia.

José María, un personaje sencillo y humilde, pero de corazón valiente y


luchador, nos deja como legado que nos integremos, costeños, andinos y
amazónicos y todos los pueblos del Perú. Vale “sembrar” la figura
iconizada de Arguedas, que nos trasmite que tengamos confianza en
nuestro destino, teniendo de norte: crecer con inclusión, gestando el bien
común de todos los peruanos.

La Molina, jueves 15 de julio del 2010.

Dr. Jesús Abel Mejía Marcacuzco


Rector

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