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Con esta traducción de un texto de la única persona con la que Fernando Pessoa
tuvo una relación amorosa, inauguramos una nueva sección de nuestra página web:
Arcadia traduce. Cada mes publicaremos una traducción original, a cargo del
filósofo colombiano Felipe Botero.
2018/02/02
POR FELIPE BOTERO*
Siempre será un tema de discusión qué tan pública es o puede ser la vida privada
del artista después de muerto. Es inevitable que sintamos curiosidad por la
existencia de alguien cuyas palabras, lienzos, canciones o películas nos
conmovieron, pues su obra se nutrió de su vida y las buenas obras de arte siempre
nos dejan con ganas de más. Además, también hay que confesarlo, está el morbo,
nuestra insaciable curiosidad, el deseo de hurgar y descubrir lo que no nos fue
dado ver, lo que la vida ocultó, lo que está más allá del libro, del cuadro, de la
música. Y los chismes. Para bien o para mal los seres humanos somos seres
chismosos (algunos más que otros, como yo, he de admitirlo) y es inevitable que
esa tendencia no se transfiera también a la esfera del arte, para quien se apasiona
por el tema.
Este texto de Ofelia Queiroz sobre la relación que tuvo con Fernando Pessoa nos
brinda una ventana a la intimidad de uno de los poetas más importantes del siglo
XX. En este caso la discusión acerca de la esfera privada y la esfera pública del
artista parece ser aún más compleja, pues Pessoa murió prácticamente
desconocido pero dejó todo planificado para su vida póstuma: la publicación del
inmenso material que se hallaba en el baúl que le menciona a Luis de Montalvor,
como lo cuenta Ofelia. En él había de todo: fragmentos escritos por Bernardo
Soares que después constituirían el famoso Libro del desasosiego, poemas de
Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro y de los más de 50 heterónimos
más que tenía el escritor, múltiples ensayos sobre su propia heteronimia, los
fundamentos de una nueva religión (el neo-paganismo de Antonio Mora), obras de
teatro y hasta una guía turística de Lisboa. Pero no sus diarios. Y definitivamente
no sus cartas de amor. Y ante ello es imposible no preguntarse: ¿constituye una
transgresión publicar o traducir lo que el poeta expresa o implícitamente no quiso
publicar en vida y no planeó publicar después de su muerte? ¿afecta o debería
afectar nuestra comprensión y apreciación de su obra? ¿que Pessoa haya sido
monarquista es una información relevante para quienes leemos sus poemas? ¿el
hecho que el poeta haya “forzado” un beso en el espacio laboral debe suscitar
nuestra condena, nuestra apología o nuestra indiferencia?
Por último, cabe señalar que ese panorama que nos ofrece Ofelia de la Lisboa de
comienzos del siglo XX bien podría ser (guardadas las proporciones) un panorama
de la Bogotá de comienzos del siglo XX o de la mayor parte de las capitales
europeas o americanas de esa época. No sólo por el machismo sino por atributos
más amables, más dados a suscitar “saudade”, como diría Pessoa: los tranvías, las
calles peatonales, la vida metropolitana de los cafés y las tabernas, incluso los
domingos en misa, a los que no me gustaría asistir pero que de todos modos
remiten a espacios de comunidad que ya no existen en nuestra sociedad atomizada
o que cada vez existen menos.
Cómo lo conocí
Respondí a un anuncio del Diario de Noticias. Tenía diecinueve años, era alegre,
despierta, independiente y, contra la voluntad de mis familiares, decidí buscar un
empleo. No lo necesitaba, dado que siendo la más joven de ocho hermanos y la
única que no estaba casada, me consentían mucho y me daban todo lo que
quisiera.
Tenía un diploma en francés después de haberlo estudiado durante cinco años, por
lo que sabía escribir y hablar común y corriente el francés comercial, sabía escribir a
máquina con casi cualquier tipo de marca y sabía también un poco de inglés
(Fernando un día me prometió que una vez casados me enseñaría inglés mejor).
Un día recibí una nota en relación a la respuesta que había dado al anuncio: “Por
cuestiones que Le conciernen, Le rogamos que se presente en la Dirección…”. Era
una fábrica que comerciaba con cemento, en el número 42 de la Rua d’Assunção:
“Félix, Valladas & Freitas Limited”. Estaba apenas comenzando y sólo llevaban tres
meses, luego se quebraron. Entré como la única empleada, con un suelo de
dieciocho escudos al mes, que en aquel tiempo era una suma pequeña… Además al
principio querían darme sólo quince pero fue Fernando mismo quien insistió que
me dieran lo que yo estaba pidiendo porque, según lo que me dijo después, “tenía
una absoluta necesidad de verme más”. Durante el resto de ese día me di cuenta
que él me miraba de un modo particular…
La firma estaba compuesta de tres socios: Félix, que había puesto el capital; Mario
Freitas da Costa, que era primo de Fernando; y Valladas, que pertenecía a la
Guardia Nacional Republicana. Fernando no era estrictamente hablando un
empleado de la firma, así que no estoy segura de que recibiese un sueldo
regularmente. Ayudaba al primo con la correspondencia de la empresa. Traducía a
francés y a inglés lo que su primo le dictaba en portugués. Como es sabido,
Fernando era muy bueno para los idiomas, especialmente para el inglés. Sus
amigos lo molestaban diciéndole que él debía sumar en su cabeza en inglés. Iba
con frecuencia a la oficina, en parte porque era muy cercano a su primo, pero
también porque se reunían con frecuencia a conversar ahí con sus amigos. Entre
ellos recuerdo a Luis de Montalvor1, que iba todos los días y que no le perdonaba a
Fernando que no publicara su obra. Le decía, “Fernando, es un delito que usted
siga siendo un desconocido”, a lo que él respondía, “No tiene importancia, cuando
muera dejaré un baúl lleno”. También iba Gomes Ferreira2 y él también sentía una
gran admiración por Fernando. Años después, por casualidad, coincidiríamos en el
Secretariado Nacional da Informação. Era un hombre muy chistoso. Y por último,
iba también Coelho de Jesus, con quien me sucedió un episodio divertido. Me
había conocido en la oficina pero nunca se dio cuenta, como tampoco los demás,
que entre mí y Fernando había algo. Una vez nos encontramos en la plaza
Camões3 y se me acercó, me saludó y me dijo, “¿Puedo acompañarla o la
comprometo?”. “¡Claro que me compromete!” le respondí.
Los otros miembros del grupo eran Simão de Laboreiro, que dirigía un periódico;
un hermano de Coelho de Jesus; un español, un tal Pantoja, y otros más que no
recuerdo. Con frecuencia también iban muchos jóvenes para pedirle a Fernando
que les colaborara para algún periodiquillo o para una revista. Y él no se negaba
jamás.
Me pidieron que regresara tres días después. Esa vez me recibió Fernando. Cuando
llegué lo encontré esperándome. Se sentó frente a mi escritorio y me asignó el
primer trabajo, la transcripción de algunas direcciones para el anuario. En un
momento dado me dijo tímidamente, “Señorita, quería advertirle una cosa: en el
pasamanos de la escalera hay un hueco… tenga cuidado de no tropezarse..”. Luego
calló y unos minutos después prosiguió: “Hay otra cosa que quisiera advertirle: el
señor Valladas es un poco grosero. No es que sea malo pero es de la Guardia
Nacional Republicana y no quisiera que sus modales pudieran molestarla…”. Lo dijo
todo con un tono un poco precavido pero muy amable. Fue después que
empezaron las miradas… el cortejo…
Ese mismo día también sucedió otro episodio divertido. Yo estaba escribiendo en
la máquina. Alguien entró, no recuerdo quién, y dijo, “Fernando, se le antoja a uno
darle un beso en ese cuello, ¿no le parece?”. “No me parece,” respondió él
secamente, visiblemente molesto. Después me diría que ya desde aquel momento
había sentido celos…
Fernando era muy celoso pero no se ponía bravo, no decía nada. Sufría. No le
gustaba que yo me pusiera vestidos con escote o que yo me pusiera a charlar con
los jóvenes. Un día me dijo, “Hoy por primera vez sentí celos de los ojos de mi
primo”. Le pregunté por qué. “Porque los míos no te vieron, en cambio los de él sí,”
me respondió. Era lunes y el domingo yo me había encontrado por casualidad con
su primo por la calle. En otra ocasión me hizo llegar un papelito que decía, “Le
estabas haciendo ojitos a Pantoja”. Pero también le gustaba darme celos, para ver
mi reacción. Un día llegó a contar un episodio que le había sucedido en el tranvía.
Hizo un comentario acerca del poder y la fuerza que poseen ciertas personas y me
contó que, una vez, mirando el pelo rubio de una señora que estaba sentada
enfrente de él había logrado que ella se volteara y lo mirara con intensidad.
Comprendí de inmediato con qué intención me contaba ese episodio y por mucho
tiempo le hablé de la señora rubia, fingiendo estar celosa. Él se puso contento y
luego intentó convencerme de que la señora rubia no existía.
Fernando era muy supersticioso, especialmente con los perros que le gruñían.
Decía que cuando volvía a su casa los perros gruñían a su paso y que eso
significaba que había algo en él que los hacía gruñir.
La primera carta
Naturalmente yo quedé muy turbada y, sin saber qué actitud asumir, terminé de
ponerme el sombrero y me despedí apresuradamente. Fernando se levantó y con la
luz en la mano me acompañó a la puerta. Pero de repente puso la lámpara en una
pared
divisoria y sin que me lo esperara me tomó por la cintura, me abrazó y sin decir una
palabra me besó apasionadamente, locamente.
A ese episodio se refieren los primeros versos que él me dedicó; versos que
desafortunadamente perdí pero que no he olvidado nunca.
Me embriagué de abrazos,
Cuerpito de tentación,
Da en ti tierna guarida
A mi pobre corazón…5
Nos veíamos todos los días en la oficina adonde, como ya lo he dicho, Fernando
acudía en calidad de traductor y de amigo. Todo al principio eran miradas, papelitos,
mensajes que me dejaba de paso por mi escritorio. Y también pequeños regalos que
encontraba por la mañana en mi casillero. Todavía guardo algunos de los papelitos:
“Kiss me”; “Dame un beso por favor”; “ No es nada, estoy celoso, después te cuento”;
etc. Tal vez porque era muy joven y me gustaba bromear Fernando no lograba
convencerse que de verdad me gustaba; y me lo confesaba, como por ejemplo en
estos versos que me mandó un día:
Al lado de mí.
Siendo bastante pequeña y flacuchenta (pero tenía brazos y piernas redondas, una
figura graciosa), y dado que no me maquillaba, parecía aun más joven de lo que era.
Tenía entonces diecisiete años, así que entre Fernando y yo había una diferencia de
doce años. Él me encontraba muy divertida. Por ternura me decía “Bebé”, “pequeño
bebé”, “Bebezinho”. También escribió versos sobre mi aspecto, como estos:
Mi amor es pequeño
Y estos también:
Yo tengo un bebé
Que es
De tamaño
Así:
¡Ay de mí!
Un día llegó a la oficina con un regalo. Era una sillita para niña, de un palmo de altura,
de paja rosada para que yo me sentara en ella. La había comprado en Praça da
Figueira. Me dijo: “Cuando nos casemos te compraré una banquita para te pares
encima y me des un beso cuando vuelva a casa. Yo entro y digo: ‘¿Alguien ha visto a
mi esposa por alguna parte?’ Y entonces tú apareces y yo digo: ‘¡Ah, ahí estabas! Eres
tan chiquita que no te había visto’”.
Era de una delicadeza y una ternura inmensa. Casi todos los días me llevaba un regalo
que escondía en los cajones de mi escritorio, como ya dije, para sorprenderme
cuando llegara. Un día encontré una cajita de fósforos con dos Meiguinhos adentro.
Los Meiguinhos eran una reproducción de unas minúsculas muñequitas que estaban
de moda en esa época, un hombre y una mujer hechos de alambres de hierro
recubiertos de seda. Ya no los tengo. Otra vez encontré un brazalete de filigrana, que
siempre he usado y que todavía conservo. Finalmente, dos cajitas doradas, también
de filigrana, muy lindas. Y conservo también un medallón con esmalte, con dos
pequeños gaticos que Fernando me regaló para que pusiera su fotografía dentro,
cosa que nunca pude hacer dado que la única fotografía de él que tenía (como es
sabido, a Fernando no le gustaba hacerse fotos) era demasiado grande y no cabía
en el medallón y no quería dañarla recortándola. Puse en vez una foto de Carlos, mi
sobrino, y todavía lo tengo.
Bueno de saber
El dulce en fin
No es para mí
Todavía tengo una pipa suya. Fumaba muchísimo, pipa y cigarrillo. Tenía la punta de
los dedos amarilla. Yo lo regañaba con frecuencia por eso y bromeando le decía:
“Uno de estos días te robo la pipa”. Y se la robé de verdad. A él le pareció la cosa
muy divertida, como por lo demás le parecía divertido todo lo que yo hacía o decía,
y nunca me la pidió de vuelta. Todavía la tengo.
Nos veíamos todos los días, cuando salía de la oficina, casi siempre frente a la Librería
Inglesa de la Rua do Arsenal, donde Fernando usualmente compraba el periódico. Y
también nos escribíamos mucho. Normalmente las cartas me las entregaba el
mensajero de la oficina. El nuestro fue un namoro simple y en cierta medida igual al
de todos, aunque Fernando no quiso nunca presentarse en mi casa, como era normal
para un pretendiente. Me decía: “Sabes, tienes que entender que eso es una cosa de
personas comunes y yo no soy una persona común”. Yo lo entendía y lo aceptaba
así como era. Con frecuencia también me decía: “No le digas a nadie que nosotros
estamos ‘saliendo’. Eso es ridículo. Nosotros nos amamos”.
Entre marzo y abril de ese año dejé las oficinas de “Feliz & Valladas” y conseguí
trabajo en la firma “C.Dupin” en la Cais do Sodré9. Todos los días Fernando me
acompañaba desde el Cais do Sodré hasta la casa de mi hermana, en Rossio. Mis
padres vivían en la Rua dos Poiais de São Bento, en la esquina de la Rua Caetano
Palha, pero yo pasaba gran parte de mi tiempo en casa de mi hermana, que era
veinte años mayor que yo. Me trataba como una hija, me adoraba y, ya que sólo
tenía un hijo (el futuro poeta Carlos Queiroz), apreciaba mucho mi compañía. Y
también yo, por mi juventud y por mi carácter alegre, prefería estar ahí más que en
mi casa. Mi madre, pobrecita, pasaba días enteros sin verme hasta que, presa de la
nostalgia, me rogaba que volviera. Los días que me quedaba en mi casa Fernando y
yo acordábamos una hora para que yo estuviera asomada a la ventana cuando él
pasara, para poder vernos al menos. Me hacía en la ventana a la hora convenida y lo
veía llegar. Pasaba por la acera de enfrente con aire indiferente, con la discreción que
lo caracterizaba, y a escondidas me hacía pequeñas muecas y me mandaba besos.
Luego bajaba por la calle subiendo y bajando las escaleras de cada portón a saltos
(lo que parecía imposible para un hombre como él..) para hacerme reír. Y luego el
lunes, cuando nos veíamos, hablábamos de esa escena y nos reíamos como locos.
Fernando usualmente era muy alegre. Reía como niño y le encontraba siempre el
lado divertido a las cosas. Solía decir “¿oístaste?” en vez de “¿oíste?”10. Cuando salía
a embolar sus zapatos me decía, “Ya vengo, voy un segundo a lavarme los pies por
afuera”. Un día me mandó este papelito: “Mi amor es pequeñito, tiene los calzoncitos
color rosados”. Yo me enfurecí. Al salir de la oficina le dije ofendida: “Fernando,
¿usted cómo sabe si mis calzones son rosados, usted nunca los ha visto…?” (de vez
en cuando nos tuteábamos y de vez en cuando nos usteábamos). Y él me respondió
riendo, “No te pongas brava, bebé, todas las niñitas llevan los calzoncitos rosados”.
Poco tiempo después cambié de trabajo otra vez. Conseguí empleo como traductora
en una firma de materiales de aviación que tenía su sede en Belém11. Fernando iba a
recogerme todos los días y conversábamos todo el recorrido en el tranvía. En esa
época se hallaba muy preocupado porque tenía que mudarse de Benfica a una casa
en Rua Coelho da Rocha, all’Estrêla12. Su madre, que vivía en Transvaal13 con sus
hermanas, le había encargado encontrarles una casa en Lisboa y él debía ocuparse
de todo solo.
Es sabido que Fernando era muy solitario. Usualmente no había nadie que se
interesase en él y él se lamentaba de ello. Estaba verdaderamente muy enamorado
de mí, lo puedo afirmar, y tenía una enorme necesidad de mi compañía, de mi
presencia. En una carta me dice: “No puedes imaginarte la nostalgia que siento en
este momento de enfermedad, de abatimiento y de tristeza”. Y también lo demuestra
este serventesio que escribió para mí:
en el junio de mi cariño.
La oficina en la que trabajaba se trasladó a la Rua Morais Soares y por eso Fernando
comenzó a recogerme en el trabajo. En aquel momento él trabajaba como
corresponsal comercial en la firma Toscano, en la Rua de São Paulo. Trabajaba
también los domingos y de allí me llamaba por teléfono. Pero a Fernando no le
gustaba hablar por teléfono para nada.
Para poder vernos también el domingo, yo, en vez de ir a misa en la iglesia de San
Domingos como solía hacer, empecé a ir a la iglesia de Conceição Velha porque así
Fernando (que no iba a misa, era creyente pero no practicante) me acompañaba a
casa y teníamos más tiempo para conversar mientras caminábamos por las calles. En
muchas ocasiones me pidió que saliéramos también de noche, me lo pidió incluso
en una de sus cartas; pero nunca fue posible. Mis padres, en particular mi padre, que
no sabía nada del asunto, eran muy estrictos y no era fácil inventarse una excusa
para salir.
Fernando era una persona muy especial. Toda su manera de ser, incluso su manera
de vestir, era especial. Pero quizás yo en ese entonces no me percataba de ello
porque estaba muy enamorada. Su sensibilidad, su ternura, su timidez, su
excentricidad me encantaban. A veces era un poco ausente, como por ejemplo
cuando se presentaba como Álvaro de Campos. Me decía: “Sabes, hoy no estoy yo,
en mi lugar vino mi amigo Álvaro de Campos…”. En esas ocasiones se portaba de
una manera totalmente diferente a la suya: era confuso, decía cosas sin sentido. Un
día me dijo: “Gentil señorita, tengo un encargo para usted: debería botar la abyecta
imagen del tal Fernando Pessoa en un cubo lleno de agua, de cabeza”. Yo repuse:
“Detesto a Álvaro de Campos, sólo me gusta Fernando Pessoa”. “Quién sabe por
qué,” me respondió él, “mire que usted en vez le gusta mucho a Campos”.
Mi amor ya no me quiere
Ya me olvida y me desama
Un día, caminando por la Calçada da Estrêla, me dijo: “Tu amor por mí es tan grande
como ese árbol”. Yo fingí no entender. “Pero ahí no hay ningún árbol…”.
“Exactamente,” repuso. Otra vez me dijo: “Tu amor por mí es casi caridad cristiana.
Eres tan linda y tan joven y yo tan feo y tan viejo”.
Otro episodio: el cumpleaños de Fernando era el trece de junio, día de San Antonio
(él decía que se llamaba Fernando porque el nombre secular de San Antonio era
Fernando Bulhão) y mi cumpleaños era el catorce. Eso era un error de mi certificado
de nacimiento porque yo en realidad había nacido el diecisiete. En relación a esa
diferencia de nuestros cumpleaños Fernando decía: “Menos mal que no cumplimos
el mismo día porque las parejas que nacieron el mismo día no son felices”. Y ponía
como ejemplo el caso del rey Carlos y doña Amelia14.
Nuestro namoro duró hasta noviembre de 1920. Su última carta está fechada en el
29 de ese mes. Poco a poco se fue alejando de mí hasta que dejamos de vernos
completamente. Pero no hubo una razón concreta. Él estuvo algunos días sin dejarse
ver y sin escribirme porque decía que no se sentía bien de la cabeza y que quería
internarse para recuperarse en una clínica psiquiátrica.
Nos encontramos dos o tres vece después de eso, por casualidad, pero ni siquiera
hablamos.
El retrato
Pasaron nueve años. Un día mi sobrino Carlos Queiroz trajo a la casa esa famosa
fotografía de Fernando, tomada por Manuel Martinho da Hora, en que sale retratado
mientras bebe una copa de vino en la taberna Abel Pereira da Fonseca. Tenía la
siguiente dedicación: “Carlos, este soy yo donde Abel, es decir, ya cerca del Paraíso
Terrestre, por lo demás paraíso perdido. Fernando, 29.9.29”. Me gustó mucho la
foto, como es comprensible, y le dije a mi sobrino que me habría gustado tener una
yo también. Carlos se lo dijo a Fernando, que algunos días después me envió una
igual con la siguiente inscripción: “Fernando Pessoa en flagrante delitro”.
Fue sólo entonces que Fernando comenzó a frecuentar mi casa pero en calidad de
amigo de mi sobrino Carlos, con quien se sentía muy a gusto. Entraba, saludaba
tímidamente y nos poníamos los tres a conversar en el salón. Hablábamos de poesía,
de libros, de amigos como Sá-Carneiro y Antonio Botto17. Si bien su ternura hacia mí
seguía siendo la misma, yo lo sentía muy cambiado. Por lo demás, no respondí a sus
últimas cartas porque no había nada que responder. No valía la pena. Sentí que eran
cartas sin respuesta.
Quizás otras mujeres no hubieran podido tener un amor con Fernando. Pero yo lo
entendía. Lo entendía y me gustaba. Ni siquiera me percataba de lo que en su
excentricidad podía ser ridículo.
Un día timbraron a la puerta y la empleado volvió con un libro. Era Mensagem18, con
una dedicación de Fernando. Cuando le pregunté a la muchacha quién lo había
dejado, deduje por su descripción que había sido él mismo. Corrí a las escaleras pero
para mi gran pesar no alcancé a verlo. Poco antes de morir, mi sobrino Carlos se lo
encontró en el Martinho da Arcada19 y Fernando le preguntó cómo estaba yo.
Después le tomó las manos con fuerza y con los ojos llenos de lágrimas le dijo: “¡Qué
alma tan bella! ¡Qué alma tan bella!”.
Pessoa de la revista Orpheu. Fue uno de los principales responsables de que se conociera la obra de Pessoa
después de su muerte, pues abordó a su familia para pedirle que se publicara lo que Pessoa había dejado
en su baúl y fue el encargado de editar los manuscritos de poemas que fueron publicados por primera vez
en la década de los cuarenta bajo el nombre de Poemas de Fernando Pessoa (1942), Poemas de Álvaro de
Campos (1944), Odas de Ricardo Reis (1945) y Poemas de Alberto Caeiro (1946). Murió en circunstancias
extrañas en 1947 al caer – no se sabe si intencionadamente o no – su carro en el río Tajo, en cuyo interior
2. José Gomes Ferreira fue un poeta portugués nacido en 1900 y muerto en 1985. Participó activamente
Portugal (N.T.).
3. Nombre que tenía en aquella época la actual plaza D. João da Câmara, frente a la estación de Rossio, en
el corazón de Lisboa. En esa plaza vivía la hermana de Ofelia, por lo cual su nombre aparece con frecuencia
4. Poeta portugués, sobrino de Ofelia y amigo de Pessoa, quien es percibido hoy en día como el puente
entre la primera ola de modernistas portugueses (agrupados en torno a la revista Orpheu, co-fundada por
Pessoa) y la segunda ola de modernismo portugués (agrupada en torno a la revista Presença fundada por
João Gaspar Simoes en 1927. Simoes fue el co-editor, junto a Luís de Montalvor de las primeras
publicaciones póstumas de Pessoa y por tanto, responsable junto a él de dar a conocer su obra (N.T.).
5. Este pequeña poema – originalmente en portugués en la edición italiana - está compuesto de cuatro
sextetos de estructura AABCCB. He conservado todas las rimas a excepción de algunas de las B, que no
6. Originalmente en portugués en la edición italiana, se refiere al tipo de relación que se desarrollaba entre
dos personas antes del compromiso oficial de matrimonio, en la época de Pessoa y Ofelia (N.T.).
7. Sidónio Pais, capitán del ejército portugués, matemático de la Universidad de Coimbra donde después
dio clases de cálculo diferencial e integral. En 1917 dio un golpe de estado con el apoyo del partido
8. Talassa era el nombre con el que se conocía a los partidarios de João Franco, presidente del Consejo y
Primer Ministro de Portugal de 1906 – cuando el rey Carlos I le encarga formar un gobierno menos
parlamentario y más dictatorial – hasta 1908 – cuando el rey fue asesinado en Lisboa junto a su hijo, el
príncipe Luis Filipe por simpatizantes republicanos. Se llamaban talassa en honor a la palabra griega (que
significa “mar”) con la que iniciaban los mensajes oficiales enviados de Brasil a los monarcas portugueses
(N.T.).
9. Plaza de Lisboa frente al muelle del mismo nombre, en el puerto, donde se encuentra la estación de la
11. Barrio periférico al oeste de Lisboa donde se encuentra la homónima torre de arquitectura manuelina
12. En esta casa, donde Pessoa vivió los últimos quince años de su vida (de 1920 a 1935), se encuentra
13. Provincia de la Sudáfrica colonizada por los ingleses donde vivía la madre de Pessoa junto a su segundo
esposo (el comandante João Miguel Rosa, que era cónsul de Portugal en Durban) y sus hijas, y donde
14. Don Carlos de Bragança fue rey de Portugal de 1889 a 1908, cuando fue asesinado en la Praça de
Terreiro do Paço (también conocida como Praça do Comércio) cuando volvía a Lisboa de su palacio en Vila
Viçosa. Amelia de Orleans era su esposa e iba con él en el coche cuando le dispararon, aunque salió ilesa
del atentado. Fue la última reina consorte de Portugal y se exilió en 1910 tras la abdicación de su hijo,
15. Mario Sá-Carneiro, autor de la polémica novela modernista Incesto, fue el amigo más cercano que tuvo
Pessoa en vida y con quien fundó la célebre revista Orpheu. Se suicidó en Paris en 1926, con tan sólo
principalmente por sus novelas históricas. Nació en 1855 y murió en 1945 (N.T.).
17. Poeta portugués nacido en 1897 de tipo esteticista sobre quien Pessoa escribió un ensayo crítico muy
18. El único volumen de versos en portugués publicado por Pessoa en vida, en 1935, el año de su muerte
(N.T.).
19. El Martinho da Arcada es el café-restaurante más antiguo de Lisboa que se encuentra todavía en
actividad. Fue fundado en 1778 o en 1782 (dícese que fue inaugurado por el mismísimo Marquês de
Pombal el 2 de enero de 1782). Fue tradicionalmente frecuentado por poetas, escritores y artistas y Pessoa
tenía una mesa permanentemente reservada para él allí (en una entrevista dice que su último encuentro
con Aleister Crowley, previa a la célebre “desaparición” de éste en Sintra, fue a la entrada del Martinho da
Arcada) (N.T.).
*Felipe Botero Quintana (nacido en Bogotá en 1990) es un filósofo y traductor graduado de la Universidad
de Warwick de Inglaterra.
Ha sido parte de diversos proyectos culturales como Botero en China y SubasArte y Reproducibles del
colectivo de gestores culturales QUINTA, del cual es miembro fundador. También ha publicado diversos
artículos en revistas culturales en Colombia y en México, en medios como Arcadia, Estilo México y kienyke.
Ha traducido diferentes textos literarios y filosóficos entre los que se destacan El corazón de las tinieblas de
Conrad (de inglés a español), Levanten alto, carpinteros, la viga del tejado de JD Salinger (de inglés a
español), Entre el mundo y yo de Ta-Nehisi Coates (de inglés a español), ensayos filosóficos de Alain Badiou
y Emmanuel Lévinas (del francés al español), la obra de teatro El marinero de Fernando Pessoa (de
Actualmente Felipe Botero se encuentra en proceso de contactar a distintas editoriales de lengua inglesa
para publicar la poesía completa de Giovanni Quessep por primera vez en inglés, labor que empezó hace