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Juicio personal y valorativo acerca del Director de una institución

educativa

A la querida memoria del


Reverendo Padre LUIS ALBINO BASILIO BONAMINI,
de la benemérita Compañía de María para
la educación de los Sordomudos.

A mi nieto Laureano Berro Paternosto,


con el más tierno afecto.

Para referirme a la figura del Director, estimo que mi experiencia


ininterrumpida de 42 años como docente y de 35 como director del
Instituto Pablo VI (Dipregep 4029), me avalan en la afirmación de lo
siguiente:

El Director, en toda institución educativa, es el “alma” de la


misma.

Es el “promotor” de cuantas iniciativas emprende el


establecimiento en pro de la consecución de sus fines y objetivos.

Es el “animador” de la entera comunidad de profesores y


alumnos.

Es el “supervisor” que está en todos los detalles, a efecto de


que nada contraríe el éxito de cada acto educativo.

Es la “cara” que se muestra de la institución que dirige.

Es el “adalid”, el “caudillo”, el “guía” de todas las personas


que tiene en su ejido.

Es el “conocedor” cabal de los asuntos que debe tratar,


cualquiera que sea la índole de los mismos: pedagógica, didáctica,
administrativa, contable, de relación…

Es el que tiene una cosmovisión de las cosas tan abarcativa


como lo es la vista de un “lince”.

Es el “generador” de la confianza que la entera comunidad


educativa debe tener en él, porque ha sido “elegido” por alguien
para el desempeño de una actividad que lo convoca continuamente y
en la que debe hacer brillar todas sus capacidades.

Es el “conductor” firme y sereno de su obra, a la manera del


capitán de un barco que, en el momento crucial de la tormenta, se
aferra firmemente al timón y, a pesar del viento y de las olas,
endereza el rumbo y lleva la nave a buen puerto, luego de haberle
dicho a cada uno de sus marineros cuál era el lugar que le
correspondía en la ardua situación que se debía afrontar.

Es el que se torna “útil”, “valioso”, casi “imprescindible”…

Es el que lo abarca todo, el que está en todo; el que es


“patrón” y “sota” de su institución.

Es el que “transmite amor” por la obra educativa que tiene en


sus manos.

Es el que está “consciente” de sus valores; el que sabe lo que


es capaz de brindar; el que se juega continuamente por las causas
nobles; el que cree en la grandeza de la educación; el que se entrega
continuamente a su misión; el que soporta todo (aun las
“cachetadas”) y es capaz de volver a empezar…

Es también el que, siempre de pie, vela por la continuación de su


obra educativa y, en consecuencia, la proyecta, como un amplio
abanico hacia muy diversos ambientes, y la envía hacia el futuro
renovándola y mejorándola.

Es “recio” y “valiente”, porque si siempre fue necesario


destacarse por el recto accionar, hoy lo es más que nunca, frente a las
controvertidas situaciones sociales que nos toca vivir.

Es el que “inspira” respeto, porque ha sabido respetar antes a


todos, sin excepción.

Es el que tiene “palabras para todos”, a pesar de que a


veces no las tuviera para sí mismo (o cree que no las tiene para sí).

Es el que puede “escuchar”, “aconsejar”, “orientar”,


“ayudar”, “tender la mano”; el que se planta cuando debe decir
“NO”, pero lo hace con un gesto de fraternal humanidad.

Pero, al mismo tiempo, es el que sabe decir “SI” cuando siente


que puede hacerlo.

Es el que está “convencido” de que en su establecimiento es el


“padre” de sus alumnos, el “hermano mayor” de sus
profesores, el “amigo” de todos. Y lo más grande es cuando los
demás lo sienten así.

Es el “primero” en llegar y el último en retirarse.


Es el que trabaja sin desmayo, con ganas y más ganas, y
quien, frente al cansancio, a la manera de un ser mitológico, siente
también que recupera incomprensiblemente las fuerzas para
reemprender lo que es propio de su competencia.
Es el que “se renueva” y procura poner su institución a tono
con los tiempos, para lo cual genera los “cambios” que la misma
necesita.

Es el que “estimula” el estudio, la participación responsable y


el perfeccionamiento de los docentes como también el ansia de
superación de los alumnos.

Es también:

El que “conoce” a todos los que lo rodean, así como el Gran


Corso era capaz de conocer a los 200.000 soldados de su ejército y los
identificaba por su personalidad y la capacidad para el combate.

El que “sabe asignar” a cada uno aquello que puede realizar


luciéndose, para alegrarse luego de los logros de todos.

El que, como persona “resuelta”, sabe que de él dependen


muchas cosas y que su cargo no ha sido creado para pusilánimes.

El que mantiene siempre el “buen humor” y “don de


gentes”.

El que de a poco, a medida que se lo va conociendo, se torna


cada vez más acepto.

Es, en fin, aquel a quien se “extraña” cuando falta porque


está enfermo o porque alguna infeliz circunstancia le ha impedido
concurrir a su trabajo.

Pero también el que eleva al Cielo su confiada súplica para


obtener la munificencia divina, porque sabe que, a pesar de que
pudiendo tener muchas aptitudes e idoneidad, lo cual juega en su
favor para un eficaz y eficiente desempeño, está limitado por su
condición, porque a veces también duda, se desanima, se enferma,
sufre, llora, tiene temores… y lo soporta todo (!)

Porque es HUMANO!

¿Qué más podría ser?

Siente que no es super-hombre. Y porque es consciente de sus


limitaciones, cada día se pertrecha de los mejores recursos y va a
CUMPLIR SU MISION.
Va como a repechar la cuesta, a la manera de los
“cuarteadores” que ayudaban a tirar del tranvía a caballos o de un
carro pesado en una calle empinada, de difícil ascenso.

Todo lo dicho del Director es como yo lo siento y lo veo.

Pero hay algo más… Precisamente que el Director ES UN


EDUCADOR. ES EL PRIMER EDUCADOR EN SU INSTITUCION. EL
QUE DA EL EJEMPLO. AQUEL EN QUIEN LOS DEMAS SE
ESPEJAN...

Subrayo esto como fundamental, porque sólo así cobran sentido


todas las demás condiciones deseables en el Director.

Lo he pintado un tanto poéticamente (soy profesor en


Literatura), porque pienso que así debiera ser.

Quizás, quien lea esto me preguntará si yo como Director soy


así.

No puedo responderle, porque no lo sé. No sería justo si hablara


de mí mismo.

Puedo en cambio decirle que soy como las “mulas viejas” que,
cuando más viejas son más “mulas” y, por lo mismo, “patean más
fuerte”.

Soy un “pateador” de muchos caminos…, pero si con ello cumplo


el objetivo que tiene todo ser humano, es decir el de buscar la gloria
de Dios y el bien de sus hermanos, estaré por la recta senda.

No me gustan las “teorías” pedagógicas; no me agrada lo de


“recuperar lo pedagógico”, porque nunca lo dejé de lado.

Tengo en mis manos la conducción de un proceso educativo que


procura formar docentes para la Educación Especial. Pobre de mí (y de
mis alumnos) si descuidara lo pedagógico.

Me produce optimismo, me da vida mi institución Pablo VI, a la


que amo, porque yo la fundé y pude, con la ayuda de Dios, llevarla
durante los 35 años de su breve historia.

Me llena de satisfacción el saber que estoy allí cada día y que


hay mucha gente que me sigue y que me responde por el solo hecho
de que soy el Director y que he podido ganarles el corazón.

Alguien me pidió que escribiera sobre el Director. Bueno, pues,


he cumplido, habiéndolo hecho a mi manera.
¿No decía acaso más arriba que soy “mula vieja”?

Sí, pero soy el Director del Instituto Pablo VI y hay un solo


Director del Pablo VI, al menos en La Plata, pretendiendo ser original
y creativo.
Ah, y buscando también la “colegialidad” de todos quienes,
por uno u otro título, participamos en la noble misión de educar, si
bien esto, a veces, resulta como querer resbalarse cuesta arriba.

Prof. Ángel Alberto Berro


Comendador de la Orden de San Silvestre Papa
Designado por S.S. Juan Pablo II, el 22/VI/1994
Director del Instituto Pablo VI
Dipregep 4029

La Plata y 21 de abril de 2009,


a 35 años exactos de la fundación del
Instituto de Profesorado Pablo VI

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