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Jesús y el sábádo: reflexiones sobre lá ley

Y aconteció que un día de reposo Jesús pasaba por los sembrados, y


sus discípulos, mientras se abrían paso, comenzaron a arrancar
espigas. Entonces los fariseos le decían: Mira, ¿por qué hacen lo que
no es lícito en el día de reposo? Y Él les dijo: ¿Nunca habéis leído lo
que David hizo cuando tuvo necesidad y sintió hambre, él y sus
compañeros, cómo entró en la casa de Dios en tiempos de Abiatar, el
sumo sacerdote, y comió los panes consagrados que no es lícito a nadie
comer, sino a los sacerdotes, y dio también a los que estaban con él? Y
Él les decía: El día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre
para el día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun
del día de reposo.
San Marcos 2:23-28

Gerardo pretende ser un hombre justo que cumple la ley. Se esfuerza realmente por
cumplir con sus deberes. Se relaciona con Dios y con su prójimo en términos de deberes y
derechos. Ve a Dios como un juez que le exige perfección en cada uno de sus actos; entonces
intenta aplicar la ley a cada circunstancia de su vida, volviéndose minucioso y detallista.
Cuanto más se cuida y se auto-observa, más perseguido se siente por las fantasías de
quebrantar sus mandatos interiores. Entonces se torna más exigente e intolerante. Las
prohibiciones se multiplican para él y se desplazan a nuevos objetos, conduciéndolo a
escrúpulos sin sentido y a actos obsesivos (por ejemplo, se lava las manos a cada rato porque
no quiere estar sucio) Toda esta situación que vive lo ha convertido en un hombre lleno de
ira, que desprecia, critica y segrega a los que se comportan de un modo que él desaprueba.
Cree que él es tan justo que Dios es su deudor. No tolera el menor reproche, sin embargo,
está siempre listo para reprochar a los demás. Sus discusiones giran continuamente acerca de
lo que se debe o no se debe hacer. Realmente se siente muy infeliz porque no puede hacer
nada de lo que desea, siempre se las ingenia para que sus deseos parezcan imposibles. La ley,
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que le habla desde la voz de su conciencia prohibiéndole y censurándolo contantemente, lo


ha enfermado. Lo ha convertido en un perfeccionista solitario, en un orgulloso crítico y
censurador del prójimo, en un neurótico obsesivo que no puede conectarse con lo que desea.
Se ha sometido a todo tipo de leyes y ha caído en lo que el apóstol Pablo llama estar bajo
“la maldición de la ley” (Gal. 3:13a) La otra cara de la misma moneda está representada por
Mariana. Ella se rebela contra la ley y vive conforme a sus caprichos personales. Ha caído
en el libertinaje: su lema es “yo hago lo que se me antoja”. Intenta vivir conforme a sus
placeres momentáneos. Para ella no existe el compromiso. Ha recorrido el camino de la
droga, del desenfreno sexual y de la indiferencia hacia el otro. Pero este camino la ha dejado
profundamente insatisfecha. Tiene una gran sensación de vacío interior. Ambos adoptan una
actitud equivocada ante la ley: tanto someterse indiscriminadamente como rebelarse
indiscriminadamente llevan a la deshumanización y a la infelicidad. Gerardo y Mariana
están más cerca el uno del otro de lo que ellos mismos creen. En la vida me tocó ver muchos
legalistas que se convirtieron en libertinos y muchos libertinos que se convirtieron en los más
exagerados legalistas. Por eso es tan importante volver a lo que Jesús enseñó en relación a la
ley.
El judaísmo, en tiempos de Jesús, se congregaba en torno a tres instituciones sagradas:
la ley, el templo y el sábado. Estas instituciones mantenían en pié el orden de la comunidad.
Quién atentaba contra ellas despreciaba a Dios y se hacía pasible de castigo, incluso de pena
de muerte. En el pasaje leído y en el siguiente (Mc. 3:1-6) aparece una controversia de Jesús
con los fariseos respecto al sábado. En Mc. 2:23-28 se relata una escena ideal que recoge un
recuerdo histórico, pero que está armada con cierta artificialidad por Marcos. Con todo, en
este pasaje, Jesús nos enseña algunas verdades fundamentales en relación a la ley.

1. Lá ley búená púede convertirse en máldicio n y


opresion párá el hombre
“Y aconteció que un día de reposo Jesús pasaba por los sembrados, y sus discípulos,
mientras se abrían paso, comenzaron a arrancar espigas. Entonces los fariseos le decían:
Mira, ¿por qué hacen lo que no es lícito en el día de reposo?” (Mc. 2:23-24)
El día sábado había sido instituido por Dios para descansar del trabajo de toda la semana.
Así como Dios descansó el séptimo día del trabajo de la creación, el ser humano debía
descansar también. Era un día de fiesta, un día especial para buscar a Dios y reencontrarse
con el hermano; un regalo de Dios para el beneficio de su creación (Gen. 2:2-3; Ex. 20:8-11;
Dt. 5:12-15) Los motivos sociales y el sentido teológico se conjugaban maravillosamente en
la institución del día de reposo. Sin embargo, los fariseos, que así como Gerardo, vivían la
relación con Dios en términos legales de deberes y derechos, se preguntaban: ¿qué significa
reposar? ¿qué está permitido hacer y que está prohibido hacer en el día de reposo? Aquí
comienza la casuística. Casuística significa aplicar la ley general a cada caso. Entre las cosas
que no se pueden hacer en sábado, según la Mishná y el Talmud, podríamos mencionar la
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prohibición de cosechar, trillar, aventar, seleccionar, moler, amasar, encender una luz,
caminar más de un kilómetro, y así podríamos continuar hasta enumerar 99 proscripciones.
La fiesta del descanso para bien del ser humano, se termina convirtiendo en opresión y
esclavitud bajo el yugo de la ley y las tradiciones. El problema no era comer, cosa que se
podía hacer en el día de reposo. Tampoco era espigar con la mano en un campo ajeno, lo cual
estaba permitido por la ley (Dt. 23:25) sino el trabajo que implicaba arrancar las espigas y
frotarlas para que saliera el grano, acción considerada como siega y prohibida, según una
controvertida interpretación de Éxodo 34:21. Si los discípulos hubieran comido las espigas
directamente con la boca, en lugar de arrancarlas y desgranarlas, no habría habido infracción.
Es interesante observar el ridículo al que conduce el legalismo y el ritualismo obsesivo. Nos
recuerda los actos y rituales neuróticos sin sentido que, hasta el día de hoy, se tratan en los
consultorios de salud mental. Las tradiciones orales y escritas habían oscurecido el propósito
de la ley, sometiendo al ser humano a la ley sabática. El ser humano se había convertido en
esclavo de leyes y tradiciones sin sentido. Por eso Jesús transgrede esas tradiciones legalistas.
El camino de Jesús no es la sumisión indiscriminada a leyes y tradiciones sin sentido.

2. Jesús ensen á qúe lá ley está hechá párá el


hombre y no el hombre párá lá ley
“Y Él les dijo: ¿Nunca habéis leído lo que David hizo cuando tuvo necesidad y sintió
hambre, él y sus compañeros, cómo entró en la casa de Dios en tiempos de Abiatar, el sumo
sacerdote, y comió los panes consagrados que no es lícito a nadie comer, sino a los
sacerdotes, y dio también a los que estaban con él? Y Él les decía: El día de reposo se hizo
para el hombre, y no el hombre para el día de reposo”. (Mc. 2:25-27)
Las palabras “el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”
no tienen precedentes en la boca de un rabino. Esto significa claramente que la ley tiene como
propósito hacernos más humanos. En otras palabras, la ley está al servicio del ser humano y
de la sociedad. Es sólo un instrumento que ha de contribuir a la humanización de la persona
individual y al ennoblecimiento de la sociedad. Jesús, al responder la acusación de los
fariseos hace dos cosas: a) defiende a sus discípulos y b) revela la voluntad de Dios. Y Él les
dijo: ¿Nunca habéis leído lo que David hizo cuando tuvo necesidad y sintió hambre, él y
sus compañeros, cómo entró en la casa de Dios en tiempos de Abiatar, el sumo sacerdote,
y comió los panes consagrados que no es lícito a nadie comer, sino a los sacerdotes, y dio
también a los que estaban con él? El ejemplo está referido al incidente protagonizado por
David en 1 Sam. 21:1-6. Hay aquí un error. No fue en los días de Abiatar, sino del padre de
Abiatar, Abimélec. Mateo y Lucas corrigen el error. Marcos no ha dado importancia a la
circunstancia, y atiende sólo a la esencia de ejemplo. Ésta es como sigue: la necesidad
humana es absoluta y la ley es relativa. ¿Por qué David y sus compañeros comieron de los
panes de la proposición, transgrediendo la ley del templo?: porque tuvieron hambre. ¿Por
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qué los discípulos de Jesús desgranaron espigas en el día de reposo? Porque tuvieron
hambre. ¿Por qué Jesús sanó la mano del tullido en la sinagoga en el día de reposo? Porque
estaba enfermo. Esto nos enseña que las leyes deben estar en función de las necesidades
humanas, porque fueron creadas para el bien de la persona y de la sociedad toda. El sábado
era un día destinado a adorar a Dios, al descanso y a toda acción benéfica para el prójimo. El
libertino no registra su necesidad de Dios ni le importa la necesidad del prójimo. Por eso le
da lo mismo concurrir o no al culto, adorar o no a Dios y ayudar o no al necesitado. El
legalista actuará conforme a rituales rígidos, muchas veces sin sentido. Algunas iglesias
proclaman el valor del descanso, de la comunión familiar y de la relación padres e hijos y,
contradictoriamente, exigen a sus miembros que estén en la iglesia casi todos los días de la
semana y en horarios extravagantes. Someter a las personas a legalismos opresivos es
inhumano. Las necesidades de alimento, salud, trabajo, afecto y comunión con otras personas
y con Dios son base de la humanización. Por eso debemos volver a afirmar que la persona
humana tiene un valor absoluto y la ley es relativa. Es interesante notar que en el ejemplo
que Jesús elige se combinan la ley, el sábado y el templo. Nada de esto es sagrado en tanto
no contribuya a dignificar y liberar a la persona humana y a la sociedad: la ley es para el bien
del ser humano, el templo es para el bien del ser humano y el sábado es para el bien del ser
humano. Los bienes del campo y del templo han de estar al servicio de los más necesitados.

3. Jesús ensen á qúe el Hijo del Hombre es Senor de


lá ley
“Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo”. (Mc. 2:28)
Esta expresión tiene dos posibles interpretaciones. La primera toma “Hijo del
hombre” (v.28) en el sentido de hombre, como, por ejemplo, en la profecía de Ezequiel; y
la liga al verso anterior que dice “el día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre
para el día de reposo” (v.2:27) Según esta interpretación, seguida por un gran número de
comentaristas en el pasado y en el presente, la expresión significaría: El hombre es también
señor del sábado. Esto expresa la libertad del cristiano con respecto a la ley. Supone que un
cristiano, que comprende el propósito del día de reposo, es libre para vivirlo conforme a la
voluntad de Dios, sin estar sometido a una serie de exigencias, muchas de ellas sin sentido.
Una ley puede sernos heterónoma, es decir, algo que se nos impone desde afuera y que
vivimos como ajena a nosotros mismos. Es algo que se nos impone y a lo cual estamos
sometidos en contra de nuestra voluntad. Frente a esto podemos adoptar una posición
autónoma, es decir, nosotros nos hacemos ley para nosotros mismos. No obedecemos nada
que nos sea ajeno, sino que obedecemos nuestro propio parecer, convirtiéndolo en ley.
Ninguna de estas dos son posiciones cristianas: el cristiano es teónomo: es decir, sigue la
ley de Dios que es, a su vez, la que le es más propia, la que de ninguna manera le resulta
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ajena. Por eso, el ser humano es, en Cristo, libre para realizar el verdadero propósito de la
ley divina que es, a su vez, totalmente humana.
Sin embargo, es difícil que Marcos y sus lectores entendieran la expresión “Hijo del
hombre” de otra manera más que como referida a Jesús. He aquí la segunda interpretación,
que parece más consistente. Jesús es quien puede perdonar pecados (Mc. 2:10) y ubicarse por
sobre las tradiciones del sábado para devolverle su verdadero sentido (Mc. 2:28) ya que Jesús
estaba ejerciendo prolépticamente (anticipadamente) las funciones que le competían como
glorificado Hijo del hombre, o sea, a partir de su resurrección. Arribamos a una verdad
fundamental: La ley no salva; sólo Cristo salva. El Hijo del hombre está por sobre la ley. Él
es el que tiene poder para salvarnos. Por eso el apóstol Pablo decía: “Pues lo que la ley no
pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne Dios, enviando a su propio hijo en
semejanza de carne de pecado y en relación al pecado, condenó al pecado en la carne para
que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne
sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:3-4) En este texto se nos dice que la ley no es el camino
de salvación porque nuestra carne es débil y la ley, tomada como una larga lista de
prohibiciones y mandatos, no necesariamente tiene en cuenta nuestras propias posibilidades
de cumplirla. En época de Jesús algunos muy pobres ni siquiera podían cumplir con la ley
del templo ofreciendo palomas para el sacrificio. Hoy en día no se va a curar a un alcohólico
dándole el mandato de abstenerse de beber alcohol. La ley no es camino de salvación a causa
de nuestras propias debilidades e imposibilidades. Además, la ley no es el camino de
salvación dado que el apóstol Pablo señalaba que “…la ley se introdujo para que abundara
la transgresión” (Ro. 5:19). Basta con decirle a un niño pequeño que no meta el dedo en el
enchufe para que vaya y lo haga. Cuánto más se prohíbe, más se desea. No hemos de olvidar
que la fuerza de la prohibición es la misma que la del deseo. Por eso no hemos de tomar el
camino de Gerardo, que es el de la autosuficiencia y de la auto justificación. Hemos de
comprender que Dios se ha manifestado en Cristo como nuestro Salvador, antes que como
nuestro juez; que estamos, no ante un tribunal, sino ante el Señor que nos ama y que nos
enseña a amar. Que es el Señor de la ley, del sábado y del templo. Que es el que nos muestra
el propósito y el sentido de nuestra ética. Sólo Jesucristo nos muestra que existe un horizonte
de proyectos de vida que, para alcanzarlo, son necesarios ciertos límites y renuncias. Sólo
Jesucristo es el que nos enseña que no siempre lo legal es lo ético y viceversa. Es el que se
opuso, en nombre de la ética, a la ley de Moisés, que permitía que el varón echara a la mujer
de la casa con una simple carta de divorcio. Y es el Señor Jesucristo el que nos enseñó que
el corazón mismo de toda la ley es amar a Dios y amar al prójimo (Mc. 12:28-31). Sólo el
amor nos permite unir el deseo y el mandamiento. Sólo el amor nos lleva a no dañarnos ni
dañar a otros. Pero aún más, sólo el amor de Dios nos proyecta hacia el bien y hacia las
verdades que producen cambios significativos en las sociedades adormiladas en la
mediocridad.

La ley de Dios es buena, pero puede convertirse en un instrumento de opresión y


maldición cuando, en vez de relacionarnos directamente con Dios, nos relacionamos
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primeramente con la ley. Puede convertirse en un instrumento de maldición cuando


pretendemos cumplirla con autosuficiencia y orgullo. Puede convertirse en instrumento de
maldición cuando nos revelamos sin entender el propósito de la voluntad de Dios, que es
nuestro bien. Puede convertirse en un instrumento de opresión cuando, bajo el sadismo de
una conciencia exageradamente exigente, caemos en pensamientos y actos sin sentido. Se
hace instrumento de maldición cuando nos engañamos auto justificándonos o nos
sumergimos en la culpa y en el desespero o caemos en el vacío del libertinaje rebelde.
La ley es hecha para el hombre y no el hombre para la ley. La ley, tal como Jesús nos
la explica, tiene que ver con hacernos más humanos y satisfacer las necesidades de cada
persona y de la sociedad toda. Pero la ley no es un camino de salvación; Jesucristo es el Señor
del sábado: el único que puede enseñarnos, a través de su Espíritu, a unir el deseo y el
mandamiento que nos permite actuar bienhechoramente para cambiar la trama social y abrir
un horizonte de vida. En el amor de Cristo y en su gracia es posible superar el conflicto entre
el deseo y el mandamiento. Esto es lo que decía San Agustín con sus palabras: “Ama y haz
lo que quieras”. Pero Agustín no estaba haciendo más que parafrasear al apóstol Pablo
cuando expresaba “…el que ama a su prójimo ha cumplido la ley. Porque: no cometerás
adulterio, no matarás, no hurtarás, no codiciarás, y cualquier mandamiento, en estas
palabras se resumen: amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al
prójimo; por tanto el amor es el cumplimiento de la ley”. (Ro. 13:8b-10)
Marcos 3:6 nos dice que, después que Jesús sanó en sábado al hombre de la mano
seca, los fariseos y los herodianos tomaron consejo contra Él para destruirle. El poder
religioso y el poder político se alían para mantener la opresión del status quo social. Estos
defensores de la ley quieren destruir al Señor y Salvador. Parece que los poderes de la ley
van a triunfar contra el poder del amor. Pero el poder del amor, que sigue amando desde la
cruz, tendrá la palabra final en la mañana de la resurrección.

Pastor Daniel E. Tomasini.

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