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Gerardo pretende ser un hombre justo que cumple la ley. Se esfuerza realmente por
cumplir con sus deberes. Se relaciona con Dios y con su prójimo en términos de deberes y
derechos. Ve a Dios como un juez que le exige perfección en cada uno de sus actos; entonces
intenta aplicar la ley a cada circunstancia de su vida, volviéndose minucioso y detallista.
Cuanto más se cuida y se auto-observa, más perseguido se siente por las fantasías de
quebrantar sus mandatos interiores. Entonces se torna más exigente e intolerante. Las
prohibiciones se multiplican para él y se desplazan a nuevos objetos, conduciéndolo a
escrúpulos sin sentido y a actos obsesivos (por ejemplo, se lava las manos a cada rato porque
no quiere estar sucio) Toda esta situación que vive lo ha convertido en un hombre lleno de
ira, que desprecia, critica y segrega a los que se comportan de un modo que él desaprueba.
Cree que él es tan justo que Dios es su deudor. No tolera el menor reproche, sin embargo,
está siempre listo para reprochar a los demás. Sus discusiones giran continuamente acerca de
lo que se debe o no se debe hacer. Realmente se siente muy infeliz porque no puede hacer
nada de lo que desea, siempre se las ingenia para que sus deseos parezcan imposibles. La ley,
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prohibición de cosechar, trillar, aventar, seleccionar, moler, amasar, encender una luz,
caminar más de un kilómetro, y así podríamos continuar hasta enumerar 99 proscripciones.
La fiesta del descanso para bien del ser humano, se termina convirtiendo en opresión y
esclavitud bajo el yugo de la ley y las tradiciones. El problema no era comer, cosa que se
podía hacer en el día de reposo. Tampoco era espigar con la mano en un campo ajeno, lo cual
estaba permitido por la ley (Dt. 23:25) sino el trabajo que implicaba arrancar las espigas y
frotarlas para que saliera el grano, acción considerada como siega y prohibida, según una
controvertida interpretación de Éxodo 34:21. Si los discípulos hubieran comido las espigas
directamente con la boca, en lugar de arrancarlas y desgranarlas, no habría habido infracción.
Es interesante observar el ridículo al que conduce el legalismo y el ritualismo obsesivo. Nos
recuerda los actos y rituales neuróticos sin sentido que, hasta el día de hoy, se tratan en los
consultorios de salud mental. Las tradiciones orales y escritas habían oscurecido el propósito
de la ley, sometiendo al ser humano a la ley sabática. El ser humano se había convertido en
esclavo de leyes y tradiciones sin sentido. Por eso Jesús transgrede esas tradiciones legalistas.
El camino de Jesús no es la sumisión indiscriminada a leyes y tradiciones sin sentido.
qué los discípulos de Jesús desgranaron espigas en el día de reposo? Porque tuvieron
hambre. ¿Por qué Jesús sanó la mano del tullido en la sinagoga en el día de reposo? Porque
estaba enfermo. Esto nos enseña que las leyes deben estar en función de las necesidades
humanas, porque fueron creadas para el bien de la persona y de la sociedad toda. El sábado
era un día destinado a adorar a Dios, al descanso y a toda acción benéfica para el prójimo. El
libertino no registra su necesidad de Dios ni le importa la necesidad del prójimo. Por eso le
da lo mismo concurrir o no al culto, adorar o no a Dios y ayudar o no al necesitado. El
legalista actuará conforme a rituales rígidos, muchas veces sin sentido. Algunas iglesias
proclaman el valor del descanso, de la comunión familiar y de la relación padres e hijos y,
contradictoriamente, exigen a sus miembros que estén en la iglesia casi todos los días de la
semana y en horarios extravagantes. Someter a las personas a legalismos opresivos es
inhumano. Las necesidades de alimento, salud, trabajo, afecto y comunión con otras personas
y con Dios son base de la humanización. Por eso debemos volver a afirmar que la persona
humana tiene un valor absoluto y la ley es relativa. Es interesante notar que en el ejemplo
que Jesús elige se combinan la ley, el sábado y el templo. Nada de esto es sagrado en tanto
no contribuya a dignificar y liberar a la persona humana y a la sociedad: la ley es para el bien
del ser humano, el templo es para el bien del ser humano y el sábado es para el bien del ser
humano. Los bienes del campo y del templo han de estar al servicio de los más necesitados.
ajena. Por eso, el ser humano es, en Cristo, libre para realizar el verdadero propósito de la
ley divina que es, a su vez, totalmente humana.
Sin embargo, es difícil que Marcos y sus lectores entendieran la expresión “Hijo del
hombre” de otra manera más que como referida a Jesús. He aquí la segunda interpretación,
que parece más consistente. Jesús es quien puede perdonar pecados (Mc. 2:10) y ubicarse por
sobre las tradiciones del sábado para devolverle su verdadero sentido (Mc. 2:28) ya que Jesús
estaba ejerciendo prolépticamente (anticipadamente) las funciones que le competían como
glorificado Hijo del hombre, o sea, a partir de su resurrección. Arribamos a una verdad
fundamental: La ley no salva; sólo Cristo salva. El Hijo del hombre está por sobre la ley. Él
es el que tiene poder para salvarnos. Por eso el apóstol Pablo decía: “Pues lo que la ley no
pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne Dios, enviando a su propio hijo en
semejanza de carne de pecado y en relación al pecado, condenó al pecado en la carne para
que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne
sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:3-4) En este texto se nos dice que la ley no es el camino
de salvación porque nuestra carne es débil y la ley, tomada como una larga lista de
prohibiciones y mandatos, no necesariamente tiene en cuenta nuestras propias posibilidades
de cumplirla. En época de Jesús algunos muy pobres ni siquiera podían cumplir con la ley
del templo ofreciendo palomas para el sacrificio. Hoy en día no se va a curar a un alcohólico
dándole el mandato de abstenerse de beber alcohol. La ley no es camino de salvación a causa
de nuestras propias debilidades e imposibilidades. Además, la ley no es el camino de
salvación dado que el apóstol Pablo señalaba que “…la ley se introdujo para que abundara
la transgresión” (Ro. 5:19). Basta con decirle a un niño pequeño que no meta el dedo en el
enchufe para que vaya y lo haga. Cuánto más se prohíbe, más se desea. No hemos de olvidar
que la fuerza de la prohibición es la misma que la del deseo. Por eso no hemos de tomar el
camino de Gerardo, que es el de la autosuficiencia y de la auto justificación. Hemos de
comprender que Dios se ha manifestado en Cristo como nuestro Salvador, antes que como
nuestro juez; que estamos, no ante un tribunal, sino ante el Señor que nos ama y que nos
enseña a amar. Que es el Señor de la ley, del sábado y del templo. Que es el que nos muestra
el propósito y el sentido de nuestra ética. Sólo Jesucristo nos muestra que existe un horizonte
de proyectos de vida que, para alcanzarlo, son necesarios ciertos límites y renuncias. Sólo
Jesucristo es el que nos enseña que no siempre lo legal es lo ético y viceversa. Es el que se
opuso, en nombre de la ética, a la ley de Moisés, que permitía que el varón echara a la mujer
de la casa con una simple carta de divorcio. Y es el Señor Jesucristo el que nos enseñó que
el corazón mismo de toda la ley es amar a Dios y amar al prójimo (Mc. 12:28-31). Sólo el
amor nos permite unir el deseo y el mandamiento. Sólo el amor nos lleva a no dañarnos ni
dañar a otros. Pero aún más, sólo el amor de Dios nos proyecta hacia el bien y hacia las
verdades que producen cambios significativos en las sociedades adormiladas en la
mediocridad.