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Ensayo de autocrítica 1 26 Friedrich Nietzsche
NIETZSCHE, Friedrich (1844-1900)
Nacimiento de la tragedia (1872, segunda edición 1874, la paz, también él consiguió hacer la paz consigo mismo,
tercera edición 1886) y mientras convalecía lentamente de una enfermedad que
Madrid: Alianza Editorial, 1980. había contraído en el campo de batalla, comprobó en sí
de manera definitiva el «nacimiento de la tragedia en el
Traducción de Andrés Sánches Pascual. espíritu dé la música».-·- ¿En la música? ¿Música y tra­
(Selección de textos). gedia? ¿Griegos y música de tragedia? ¿Griegos y la
obra de a'rte del pesimismo? La especie más lograda de
hombres habidos hasta ahora, la más bella, la más en­
vidiada, la que más seduce a vivir, los griegos - ¿cómo?,
.¿es que precisamente ellos tuvieron necesidad de la tra­
gedia? ¿Más aún - del arte? ¿Para qué - el arte
griego? ...
Se adivina el lugar en que con estas preguntas quedaba
colocado el gran signo de interrogación acerca del valor
de la existencia. ¿Es el pesimismo, necesariamente, sig­
no de declive, de ruina, de fracaso, de instintos fatigados
1 y debilitados? - ¿como lo fue entre los indios, como
lo es, según todas las apariencias, entre nosotros los hom­
Seá lo que sea aquello que esté a la base de este libro bres y europeos «modernos»? ¿Existe un pesimismo de
problemático: una cuestión de primer rango y máximo la fortaleza? ¿ Una predilección intelectual por las cosas
atractivo tiene que haber sido, y .además una cuestión duras, horrendas, malvadas, problemáticas de la existen­
profundamente personal - testimonio de ello es la época cia, predilección nacida de un bienestar, de una salud
en la cual surgió, pese a la cual surgió, la excitante épo­ desbordante, de una plenitud de la existencia? ¿Se da
ca de la guerra franco-alemana de 1870/71. Mientras los tal vez un sufrimiento causado por esa misP1a sobre­
estampidos de la batalla de Würth se expandían sobre plenitud? ·¿Una tentadora valentía de la más aguda de
Europa, el hombre caviloso y amigo de enigmas a quien las miradas, valentía que anhela lo terrible, por con­
se le deparó la paternidad de este libro estaba en un siderarlo el enemigo, el digno enemigo en el que poder
rincón cualguiern de los Alpes, muy sumergido en sus poner a prueba su fuerza?, ¿en el que ella quiere apren­
cavibcioncs y cnigm;1s, en consecuencia muy preocupado der qué es «el sentir mie<lo>)?. ¿Qué significa, justo entre
y despreocupado a la vez, y redactaba sus pensamientos los griegos de la época mejor, más fuerte, más valiente,
sobre los griegos, - núcleo del libro extraño y difícil­ el mito trágico? ¿Y el fenómeno enorme de lo dionisía­
mente accesible a que va a estar dedicado este tardío co? ¿Qué significa, nacida de él, la tragedia? - Y por
prólogo (o epílogo). Unas semanas más tarde: y también otro lado: aquello de que murió la tragedia, el socratis­
él se encontraba bajo los muros de Metz, no desemba­ mo de la moral, la dialéctica, la suficiencia y la jovia­
razado aún de los signos de interrogación que había co­ lidad del hombre teórico - ¿cómo?, ¿no podría ser justo
locado junto a la presunta «jovialidad» 2 de los griegos y ese socratismo un signo de declive, de fatiga, de enfer�
junto al arte griego; hasta que por fin, en aquel mes de medad, de unos instintos �ue se disuelven de modd
.hondísima tensión en que en Versal1es se deliberaba sobre :márquico? ¿Y la «jovicilidad r:ric�J:> del helenismo
25 t?.rdío, tan s6lo un �rrebol de crcptísrnlo? ¿I,�. vnlunta<l
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El nacimiento de la tragedia 27 28 Frie<lrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia 29

epicúrea contra el pesimismo, tan sólo una 'precaución en el mal sentido de la expresión, que, pese a su proble­ �mpañeros de entusiasmo y en atraerlos hacia nuevos
del hombre que sufre? Y la ciencia misma, nuestra cien­ ma senil, adolece de todos los defectos de la juventud, senderos ocultos y hacia nuevas pistas de baile. Aquí
cia - sí, ¿qué significa en general, vista como síntoma sobre todo de su «excesiva longitud», de su «tormenta hablaba en todo caso, - esto se admitió con tanta cu­
de vida, toda ciencia? ¿Para qué, peor aún de d6nde y arrebato» (Sturm und Drang): por otra parte, teniendo nosidad como repulsa - una voz extraña, el discípulo de
- toda ciencia? ¿Cómo? ¿Acaso es el cientificismo en cuenta el éxito que obtuvo ( especialmente en el gran :un «dios desconocido» 5 todavía, que por el momento se
nada más que un miedo al pesimismo y una escapatoria artista a que ella se dirigía como para un diálogo, en Ri­ :�ndía bajo la capucha del docto, bajo la pesadez y el
frente a él? ¿Una defensa sutil obligada contra la ver­ chard Wagner), un libro probado, quiero decir, un libro <lesabrimiento dialéctico del alemán, incluso bajo los ma­
dad? ¿Y hablando en términos .morales, algo así como que, en todo caso, ha satisfecho «a los mejores de su '.l<?,imodales del wagneriano; había aquí un espíritu que
cobardía y falsedad? ¿Hablando en términos no-morales, tiempo>:> 4. Ya por esto debería ser tratado con cierta de­ _senda necesidades nuevas, carentes aún de nombre, una
,una astucia? Oh Sócrates, Sócrates, ¿fue ése acaso tu ferencia y silencio; a pesar de ello yo no quiero repri­ 'memoria rebosante de preguntas, experiencias, secretos,
secreto? Oh ironista misterioso, ¿fue ésa acaso tu - iro­ mir del todo el decir cuán desagradable se me aparece á-,cuyo margen estaba escrito el nombre Dioniso como
nía? - - ahora, cuán extraño está ahora ante mí dieciséis años ·ún signo más de interrogación: aquí hablaba - así se
después, - ante unos ojos más viejos, cien veces más 4íjo la gente con suspicacia - una especie de alma mís­
exigentes, pero que en modo alguno se han vuelto más .tic:a y casi menát1i�a. que con esfuerzo y de manera
2 fríos, ni tampoco más extraños a aquella tarea a la que _arbitraria, casi mdecisa sobre si lo que quería era comuni­
este temerario libro osó por vez primera acercarse - ver· arse u ocultarse, parecía balbucear en un idioma extra­
Lo que yo conseguí aprehender entonces, algo terrible la ciencia con la 6ptica del artista, v el arte, con la de la' ño. Esa «alma nueva» habría debido ciintar - ¡y no
y peligroso, un problema con cuernos, no necesariamente vida... hablar! Qué lástima que lo que yo tenía entonces que
un toro precisamente, en todo caso un problema nuevo: decir no me atreviera a decirlo como poeta: ¡tal vez
hoy yo diría que fue el problema df.[q ciencia.. misina...- la ;habría sido capaz de hacerlo! O, al menos, como filólo­
ciencia concebida por vt:z prnnera cu1uv problemática, 3 io:· ·- ¡pues todavía hoy para el filólogo está casi todo
como disC'lltible. Pero el libro en que entonces en­ � descubrir y desenterrar aún en este campo! Sobre
�traron desahogo mi valor y mi suspicacia juveniles Dicho una vez más, hoy es para mí un libro imposi-i Jódo el problema de que aquí hay un problema, -y de
+:- ¡qué libro tan imposible 3 tenía que surgir de una ble, - lo encuentro mal escrito, torpe, penoso, frenéticol �c. ahora y antes, mientras no tengamos una respues­
brea tan contraria · a la juventud! Construido nada más de imágenes y confuso a causa de ellas, sentimental, acá' ja :• la pregunta «¿qué es lo dionisíaco?», los griegos
que a base de vivencias propias prematuras y demasiado y allá azucarado hasta lo femenino, desigual en el tempo· �tinúan siendo completamente desconocidos e inima-
�es, todas las cuales estaban jun�o al umbral de [ritmo], sin voluntad de limpieza lógica, muy conven­ �bles ...
lb comunicable, colocado en el terreno del arte - pues cido, y por ello, eximiéndose de dar demostraciones, des­
:tL�blema de la ciencia no puede ser conocido en el . confiando incluso de la pertinencia de dar demostracio­
de la ciencia -, acaso un libro para artistas dota- nes, como un libro para iniciados, como una «música»
:�9.. :· .accesoriamente de capacidades analíticas y retrospec­ para aquellos que han sido bautizados en la música, que 4
fias (es decir, para una especie excepcional de artistas, desde el · comienzo de las cosas están ligados por exptj Sí, ¿qué es lo dionisíaco? - En este libro hay· una

1§-.
�-hty que buscar y que ni siquiera se querría bus­ · riencias artísticas comunes y raras, como signo de re1 respuesta a esa pregunta - en él habla alguien que «sabe»,
-�),. lleno de innovaciones psicológicas y de secre- conocimiento para quienes sean in artibus [ en cuestionct el iniciado y discípulo de su dios. Tal vez ahora yo
�&_ artista, con una metafísica de artista en el trasfon­ artísticas] parientes de sangre, - un libro altanero y ent hablaría con más cautela y menos elocuencia acerca de una
' . .r!/'-� obra juvenil llena de valor juvenil y de juvenil tusiasta, que de antemano se cierra al profanum vulgUJ. cuestión psicológica tan difícil como es el origen de la tra­
: : _ lía, independiente, obstinadamente autónoma in­ [vulgo profano] de los «cultos>:> más aún que al «pud gedia entre los griego's. Una cuestión fundamental es la
.. :_ ' allí donde parece plegarse a una autoridad y a una blo», pero que, como su influjo demostró y demuestraf relación del grieg_o �on el dolor, su grado de sensibili­
�ci6n propia, en suma, una primera obra, tambif.n tiene que ser también bastante experto en buscar. sut dad, -¿permaneció Idéntica a sí misma esa relación?,
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El nacimiento de la tr.'.lgcdia JJ 34 Friedrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia .,,


el fondo un anhelo de hundirse en la nada, en el final, radicalmente en contra tanto del espíritu de Kant y de - Al. margen, claro está, de todas las esperanzas apre­
en el reposo, hasta llegar al <<sábado de los sábados» - to­ Schopenhauer como de su gusto! ¿Cómo pensaba, en ·suradas y de todas las erróneas aplicaciones a la realidad
do esto, así como la incondicional voluntad del cristia­ efecto, Schopenhaucr acerca de la tragedia? «Lo que .del presente con que yo me eché a perder entonces mi
nismo de admitir valores sólo morales me pareció siem­ otorga a todo lo . trágico el empuje peculiar hacia la ele­ primer libro, permanecerá en lo sucesivo el gran signo
pre la forma más peligrosa y siniestra de todas las for­ vación»- dice en El mundo como voluntad y represen­ de interrogación dionisíaco, tal como fue en él planteado,
mas posibles de una «voluntad de ocaso»; al menos, Wl tación, II, 495 12 - «es la aparición del conocimiento de también en lo que se refiere a la música: ¿ cómo tendría
signo de enfermedad, fatiga, desaliento, agotamiento, em­ que el mundo, la vida no pueden dar una satisfacción que estar hecha una música que no tuviese ya un origen
pobrecimiento hondísimos de la vida, - pues ante la mo­ auténtica, y, por tanto, no son dignos de nuestro apego: romántico, como lo tiene la música alemana, - sino un
ral (especialmente ante la moral cristiana, es decir, incon­ en esto consiste el espíritu trágico-, ese espíritu lleva, origen dionisíaco? ...
dicional) la vida tiene que carecer de razón de manera según esto, a la resignación». ¡Oh, de qué modo tan dis­
constante e mevltable. ya oue Ja v1da e·s a�g9 esenaa!­ tinto me hablaba Dioniso a mí! ¡Oh, cuán lejos de mí
mente amoral, - la vida, tinalmente, oprimida bajo el se hallaba entonces justo todo ese resignacionismo! - Pe­ 7
peso def desprecio y del eterno «no», tiene que ser sentida ro en el libro hay algo mucho peor, que yo ahora la­
como indigna de ser apetecida, como lo no-válido en sí. mento más aún que el haber oscurecido y estropeado con - Pero, señor mío, ¿qué es romanticismo en el mundo
La moral misma - ¿cómo?, ¿acaso sería la moral una fórmulas schopenhauerianas unos presentimientos dioni­ entero si su libro no es romanticismo? ¿Es que el odio
«voluntad de negación de la vida», un instinto secreto síacos: a saber, ¡el haberme echado a perder en absoluto profundo contra el «tiempo de ahora» n, contra la «rea­
de aniquilación, un principio de ruina, de empequeñecí-· el grandioso problema griego, tal como a mí se me había lidad» y las «ideas modernas», puede ser llevado más
miento, de calumnia, un comienzo del final? ¿Y en con­ aparecido, por la injerencia de las cosas modernísimas! lejos de lo que se llevó en su ,netafísica de artista? - ¿la
secuencia, el peligro de los peligros?... Contra la moral, ¡El haber puesto esperanzas donde nada había que espe- cual prefiere creer hasta en la nacta, hasta en el demonio,
pues, se levantó entonces, con este libro problemático, rar, donde todo apuntaba, con demasiada claridad, hacia antes que en el «ahora»:' ¿r'lo se oye, por debajo de toda
mi instinto, como un instinto defensor de la vida, y se un final! ¡El haber comenzado a descarriar, basándome su· polifonía contrapuntística y de su seducción de los
inventó una doctrina y una valoración radicalmente opues­ en la última música alemana, acerca del «ser alemán», oídos, el. zumbido de un bajo continuo de cólera y de
tas de la vida, una doctrina y una valoración puramente . como si éste se hallase precisamente en trance de descu­ placer destructivo, una rabiosa resolución contra todo
artísticas, anticristianas. ¿Cómo denominarlas? En cuan- '· brirse y de reencontrarse a sí mismo - y esto en una lo que es «ahora», una voluntad que no está demasiado
to filólogo y hombre de palabras las bauticé, no sin cier­ época en que el espíritu alemán, que no hacía aún lejos del nihilismo práctico y que parece decir « ¡prefiero
ta libertad- ¿pues quién conocería el verdadero nom­ mucho tiempo había tenido la voluntad de dominar sobre que nada sea verdadero antes de que vosotros tengáis
bre del Anticristo? - con el nombre de un dios griego: Europa, la fuerza de guiar a Europa, acababa de presentar raz6n, antes de que vuestra verdad tenga razón! »? Escu­
las llamé dionisíacas. - su abdicación definitiva e irrevocable, y, bajo la pomposa che usted mismo, señor pesimista y endiosador del arte,
excusa de fundar un Reich, realizaba su tránsito a la con un oído un poco más abierto, un único pasaje esco­
medio�rización, a la democracia y a las «ideas moder­ gido de su libro, aquel pasaje que habla, no sin elocuen­
6 nas»! De hecho, entre tanto he aprendido a pensar sin, cia, de los matadores de dragones, y que sin duda tiene
esperanza ni indulgencia alguna acerca de ese «ser ale­ un ,sonido capcioso y embaucador para oídos y corazones
¿Se entiende cuál es la tarea que yo osé rozat ya con mán», y asimismo acerca de la música alemana de ahora, jóvenes: ¿o es que no es ésta la genuina y verdadera
este libro?... ¡Cuánto lamento ahora el que no tuviese la cual es romanticismo de los pies a la cabeza y la menos profesión de fe de los románticos de 1830 bajo la más­
·yo entonces el valor (¿o la inmodestia?) de permitirme, griega de todas las formas posibles de arte: además, cara del pesimismo de 1850?, tras de la cual confesión se
en todos los sentidos, un leng,r1aje propio para expresar una destrozadora de nervios de primer rango, doblemente preludia ya el usual finale de los románticos, - quiebra,
unas intuiciones y osadías tan propias, -\el que intentase peligrosa en un pueblo que ama la bebida y honra la bundimiento, retorno y prosternación ante una vieja fe,
expresar penosamente, con fórmulas schopenhauerianas y · oscuridad como una virtud, es decir. en su doble condi­ ante el vieio dios ... ,sO es que ese su libro de pesimista
kantianas, unas valoracio11es extrañas y nuevas, que iban ción de narcótico que embri:1ga y, a b vez, obnubila. no es un fragmento de antihelenidad y de romanticismo,
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El nacimi�nto de la tr.igcdia 39
36 Friedrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia 37
_cno las al�, uno dispuesto a volar, que hace señas a todos los horrores y sublimidades de la guerra que acababa de
incluso algo «tan embriagador como obnubilante», un estallar. Sin embargo, errarían quienes acaso pensasen, a
narcótico en todo caso, hasta un fragmento de música, de ¡Mjaros, preparado y listo, _bienaventurado en su ligereza: - . _
Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que rfe verdad, no propósito de esa concentración, en la antítesis entre exci­
música alemana? Escúchese: un impaciente, no un incondicional, s1 .uno que ama los saltos tación patriótica y disipación estética, entre seriedad va­
y las piruetas: ¡yo mismo me he puesto esa corona sobre mi
Imaginémonos una generación que crezca con esa intrepidez ctbeza! liente y juego jovial: a éstos, si leen realmente este escri­
de la mirada, con esa heroica tendencia hacia lo enorme, imagi­ Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, t_o, acaso les quede claro, para estupor suyo, con qué
némonos el paso audaz de esos matadores de dragones, la orgullosa hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado d reir; problema seriamente alemán tenemos que habé-rnoslas,
temeridad con que vuelven la espalda a todas las doctrinas de vosotros hombres superiores, apr�nded - ¡a reir! el cual es situado por nosotros con toda propiedad en el
debilidad del optimismo, para «vivir resueltamente» en lo entero
y pleno 14: ¿acaso no sería necesario que el hombre trágico de esa Así habló Zaratustra, cuarta parte 16•
centro de las esperanzas alemanas, como vértice y punto
cultura, en su autoeducación para la seriedad y para el horror, de viraje. Pero acaso cabalmente a ésos mismos les resul­
tuviese que desear un arte nuevo, el arte del consuelo metafísico, tará escandaloso el ver que un problema estético es toma­
la tragedia, como la Helena a él debida, y que exclamar con do tan en serio, en el caso, desde luego, de que no sean
Fausto:
capaces de reconocer en el arte nada más que un accesorio
¿Y no debo yo, con la violencia más llena de anhelo, divertido, nada más que un tintineo, del que sin duda se
traer a la vida esa figura única entre todas? 15 Prólogo-a Richard Wagner puede prescindir, añadido a la «seriedad de la existencia»:
como si nadie supiese qué es lo que significa semejante
«¿Acaso no sería necesario?»... ¡No, tres veces no!, «seriedad <le la existencia» cuando se hace esa contrapo­
jóvenes románticos: ¡no sería necesario! Pero es muy sición. · A esos hombres serios sírvales para enseñarles
probable que eso finalice así, que vosotros finalicéis así, que yo estoy convencido de que el arte es la tarea su­
es decir, «consolados», como está escrito, pese a toda la Con el fin de mantener lejos de mí todas las críti� prema y la actividad propiamente metafísica de esta vida,
áutoeducaci6n para la seriedad y para el horror, «meta­ irritaciones y malentendidos a que los pensamientos re� ·en el sentido del hombre a quien quiero que quede de­
físicamente consolados», en suma, como finalizan los dicado aquí este escrito, como a mi sublime precursor en
dos en este escrito darán ocasión, dado el carácter �
románticos, cristianamente... ¡No! Vosotros deberíais esa vía.
liar de nuestro público estético, y con el fin también cW
aprender antes el ��- del_�nstJ�lQ intra!'tundano, - vos­ poder escribir las palabras introductorias con idénti� Basilea, fin clcl afio 1871.
otros deberíais aprender a reír, mis jóvenes amigos, si delicia contemplativa de la cual él mismo, como pe ·
es que, por otro lado, queréis continuar siendo completa­ facto de horas buenas y enaltecedoras, lleva los signos
mente pesimistas; quizás a consecuencia de ello, como. cada hoja, voy a imaginarme el instante en que usted,
reidores, mandéis alguna vez al diablo todo el consuelis­ muy venerado amigo, recibirá este escrito:· cómo, a
mo metafísico - ¡y, en primer lugar, la metafísica! tras un paseo vespertino por la nieve invernal, mira us ·
O, para decirlo con el lenguaje de aquel trasgo dionisíaco el Prometeo desencadenado en la portada 17, lee mi n
que lleva· el nombre de Zaratustra: bre, y en seguida queda convencido de que, sea lo
° sea aquello que se encuentre en este escrito, su au
Levantad vuestros corazones, hermanos míos, i arriba? . (�'5 tiene algo serio y urgente que decir, y asimismo que,.
arriba! ¡Y no me olvid8s tampoco las piernas! Levantad ·tam·
bién vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún:
todo lo que él ideó, conversaba con usted como con_.
¡sosteneos incluso sobre la cabezal guíen que estuviera presente, y sólo le era lícito ese
Esta corona del que de, esta corona de rosas: yo mismo cosas que respondiesen a esa presencia. Usted recor
me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santi•
ficado mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente e�:C'fü'e:: ��e \"0 m:. "-..�.��.� :é ..e:1 es��s. _pen.��tos,
, ::-y.;.�,.t � ... r::::::.!�::::Jt:ICO es.en.o �
r.lbr:1�"' ,.;;:Z,f'."' c''.l ,1 ue
memor;Hin.1 Sl bre Beethoven 1�, es decir. en medio de laf·
fuerte hoy para hacer esto. 1
Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señal
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42 Friedrich Niet�·
El nacimiento de la tragedia 41

�e aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia somos yace oculta una realidad del todo distinta, esfl¡
.
�ende un puente la común palabra «arte»: hasta que, fi. es, que también aquélla es una apariencia: y Schopenhaucz
balmente, por un milagroso acto metafísico de la «volun­ llega a decir que el signo distintivo de la aptitud filoSÓ!
�» 20 helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese fica es ese don gradas al cual los seres humanos y toda
apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la las cosas se nos presentan a veces como meros fantasma$
vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática 21• o imágenes oníricas 26• La relación que el filósofo mal}I
Para poner más a nuestro alcance esos dos instintos ima­ tiene con la realidad de la existencia es la que el ho.llh
fnémonoslos, por el momento, como los mundos artísti­ bre sensible al arte mantiene con la realidad del sueño·
cos separados del sueño y de la embriaguez.; entre los cua­ la contempla con minuciosidad y con gusto: pues de es�
les fenómenos fisiológicos puede advertirse una antítesi� imágenes saca él su interpretación de la vida, medianre
correspondiente 22 a la que se da entre lo apolú1eo y lo dio­ esos sucesos se ejercita para la vida. Y no son sólo acasd
nisíaco. En el sueño fue donde, según Lucrecio 23, por vez las imágenes agradables y amistosas las que él experimen-:
:Primera se presentaron ante las almas de los hombres las ta en sí con aquella inteligibilidad total r,: también las:
;espléndid�s fi ;:., uras de los dioses, en el sueño era donde cosas serias, oscuras, tristes, tenebrosas, los obstáculo�
1el gran escultor veía la fascinante estructura corporal de· súbitos, las bromas del azar, las esperas medrosas, e.n:
1 seres sobrehumanos, y el poeta helénico, interrogado acer­ suma, toda la «divina comedia» de la vida, con su Infe,:
.ca de los secretos de la procreación poética, habría men­ no, desfila ante él, no sólo como un juego de sombras
ciqnado asimismo el sueño y habría dado una instrucción - pues también él vive y sufre en esas escenas - y, sin
1ucho es lo que habremos ganado para la ciencia es,. .similar a la que aa Hans Sachs en L•s maestros cantores: embargo, tampoco sin aquella fugaz sensación de aparien­
, � cuando hayamos llegado no sólo a la intelección
tet1Ca cia; y tal vez más de uno recuerde, como yo 28, haberse
lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de Amigo mío, ésa es precisamente la obra del poeta, gritado a veces en los peligros y horrores del sueño,'
que .e l desarrollo del arte está ligado a la dupJicidad .de_ el interpretar y. observar sus sueños. animándose a sí mismo, y con éxito: « ¡Es un sueño!·'
Creedme, la ilusión más verdadera del hombre ¡Quiero seguir soñándolo!» Así me lo han contado tam1
.lo apolíneo y de Jo dionisía<;_g: de modo similar a como te le manifiesta en el sueño:
la generación depende de la dualidad de los sexos, entre: todo arte poético y toda poesía bién personas que fueron capaces de prolongar durante
los cuales la lucha es constante y la reconciliación se. no es más que interpretación de sueños que dicen la verdad 24, tres y más noches consecutivas la causalidad de uno y ef,
efectúa sólo periódicamente. Esos nombres se los toma-, mismo sueño: hechos éstos 29 que dan claramente testi�
mos en préstamo a los griegos, los cuales hacen per-·· La bella apariencia de los mundos oníricos, en cuya monio de que nuestro ser más íntimo, el substrato común 1
ceptibles al hombre inteligente las profundas doctrinas ·producción cada hombre es artista completo, es el pre­ de todos nosotros, experimenta el sueño en sí con p.[(}-'
secretas de su visión del arte, no, ciertamente, con concep­ supuesto de todo arte fi�rativo, más aún. también, como fundo placer y con alegre necesidad. /
tos, sino con las figuras incisivamente claras del mundo. veremos 23, de una mitad importante de la poesía. Goza­ Esta alegre necesidad propia de la experiencia onírica
de sus dioses. Con sus dos divinidades artísticas, Apolo:r ..rnos en la comprensión inmediata de la figura, todas las fue expresada asimismo por los griegos en su Apolo:
y Dioniso, se enlaza n_!.lestro conocimiento de que eq cr ,formas nos hablan, no .existe nada indiferente ni innecesa­ Apolo, en cuanto dios de todas las fuerzas figurativas l>,
es a la vez el dios vaticinador 31 ." El, que es, según su raíz,
mundo griego subsiste ·11,!na antítesis enorme, en cu�to: ino. En la vida suprema ·de esa realidad onírica tenemos,
a origen y metas, entre el arte del escultor, arte apolíneo,; �in embargo, el sentimiento traslúcido .de su apariencia: «el Resplandeciente» 32, la divinidad de la luz. domina
y el arte no-escultórico de la música, que es el arte d� ·fl menos ésta es mi experienda, en ,favor de cuya reite­ también la bella apariencia del mundo interno de 1a fon.
Dioniso: esos dos instintos 19 tan diferentes marchan un� tación, más ;i.ún, normalidad, vo podría aducir varios tasía 33• La verdad superior, la perfección propia de estos
al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre st festimonio_s y lils declaraciones de los poet'.ls. El hombre estados, que contrasta con la sólo fragmentariamente in­
y excitándose mutuamente n dar a luz frutos nuevos .¡ füosófico tiene incluso el presentimiento de que también teligible realid�d diurna, y además la profunda conscien-:
cia de que en el dormir y el soñar b n1turaleza produce·
cada vez más vigorosos, para perpctu�u en ellos la luc�i por debajo de esta realidad en que nosotros vivim�s y
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El nacimiento de la tragedia 43 44 Friedrich Niet7.sche -El nacimiento de la tragedia ..,
......:..efectos salvadores y auxiliadores, todo eso es a la habremos echado una mirada a la esencia de lo dionisíaco, Ahora, en el evangelio de la armonía universa], cada
· - .el analogon simbólico de la capacidad vaticinad ?ra y, a lo cual la analogía de la embriaguez es la que más lo uno se siente no sólo reunido, reconciliado, fundido con
, general, de las artes, que son las que hacen posible y aproxima a nosotros. Bien por el influjo de la bebida su prójimo, sino uno con él, cual si el velo de Maya es­
de vivirse la vida 34• Pero esa delicada línea que a narcótica, ,de la que todos los hombres y pueblos origi­ tuviese desgarrado y ahora sólo ondease de un lado para
Jí_ imagen onírica no le es lícito sobrepasar para no pro­ narios hablan con himnos, bien con la aproximación po­ otro, en jirones, ante lo misterioso Uno 'primordial 44•
� un efecto patológico, ya que, en caso contrario, la derosa de la primavera, que impregna placenteramente Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como
'j¡,ariencia nos engañaría presentándose como burda rea­ la naturaleza toda, despiértanse aquellas emociones dio­ miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a
Jidad 35
- no es lícito que falte tampoco en la imagen . nisíacas en cuya intensificación lo subjetivo desaparece andar y a hablar y está en camino de echar a volar por
los aires bailando. Por sus gestos habla la transformación
Se Apolo: esa mesurada limitación, ese estar libre de las hasta llegar al completo olvido de sí. También en la
emociones más salvajes, ese sabio sosiego del dios-escul­ Edad Media alemana iban rodando de un lugar para otro, mágica. Al igual· que ahora los animales hablan y la tierra
tor. Su ojo tiene que ser «solar» 36, en conformidad cantando y bailando bajo el influjo de esa misma violen­ da leéhe y miel, también en él resuena algo sobrenatural:
1:00 su origen; aun cuando esté encolerizado y mire con cia dionisíaca, muchedumbres cada vez mayores: en esos se siente dios, él mismo camina ahora tan estático y er­
malhumor, se halla bañado en la solemnidad de la bella danzantes de San Juan y San Vito reconocemos nosotros guido como en sueños veía caminar a los dioses. El ser
apariencia. Y así podría aplicarse a Apolo, en un sentido los coros báquicos de los griegos, con su prehistoria en humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra
excéntrico, lo que Schopenhauer 37 dice del hombre co­ Asia Menor, que se remontan hasta Babilonia y hasta de arte: para suprema satisfacción deleitable de lo Uno
gido en el velo de Maya. El mundo como voluntad y re­ los saces orgiásticos 42• Hay hombres que, por falta de primordial, la potencia artística de la naturaleza entera
presentación, I, p. 416 38: «Como sobre el mar embrave­ experiencia o por embotamiento de espíritu, se apartan se revela aquí bajo los estremecimientos de la embria­
cido, que, ilimitado por todos lados, levanta y abate ru­ de esos fenómenos como de «enfermedades populares», guez. El barro más noble, el mármol más precio�o son
giendo montañas de olas 39, un navegante está en una burlándose de ellos o lamentándolos, apoyados en el sen· aquí amasados y tallados, el ser humano, y a los golpes
barca, confiando en la débil embarcación; así está tran­ timiento de su propia salud: los pobres no sospechan, de cincel del artista dionisíaco de los mundos resuena
quilo, en medio de un mundo de tormentos, el hombre desde luego, qué color cadavérico y qué aire fantasmal la llamada de los misterios eleusinos: «¿Os postráis, mi­
individual, apoyado y confiando en el principium indi­ ostenta precisamente· esa «salud» suya cuando a su lado llones? ¿Presientes tú al creador, oh mundo?» 45 -
viduationis 40 [principio de individuación].» Más aún, de
1 pasa· rugiendo la vida ardiente de los entusiastas dioni- ·
Apolo habría que decir que en él han alcañz�do su ·expre­ síacos 4.l
si6n más sublime la confianza inconcusa 41 en ese princi­ Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueva•la
pium y el tranquilo estar allí de quien se halla ·cogido en alianza entre los seres humanos: también la naturaleza,
él, e incluso se podría designar a Apolo como la magní­ enajenada, hostil o subyugada celebrn su fiesta de recon­
fica imagen divina del principium individuationis, por ciliación con su hijo perdido, el hombre. De manera es­
cuyos gestos y miradas nos hablan todo el placer y sabi­ pontánea ofrece la tierra sus dones, y pacíficamente se
duría de la «apariencia», junto con su b�lleza. acercan los animales rapaces de fos rorns v del desierto.
En ese mismo pasaje nos ha descrito Schopenhauer el De flores y guirnaldas �st,1 recubierto el c·arro de Dioni­
enorme espanto que se apodera del ser humano cuando a so: bajo su yugo avanzan la pantera y el tigre. Transfór­
éste le dejan súbitamente perplejo las formas de co­ mese el himno A la ale,�ría de Beethoven en una pintura.
nocimiento de la apariencia, por parecer que el princi­ v no se qued� nadie rezagado con la imaginación cuando.
pio de razón sufre, en alguna de sus configuraciones, una los millones se postran estremecidos en el polvo: l\SÍ será
excepción. Si a ese espanto le añadimos el éxtasis deli­ posible aproximarse a lo dionisíaco. Ahora el esclavo es'
cioso que, cuando se produce esa. misma infracción del hombre libre, ahora quedan rotas todas las rígidas, hos­
principium individuationis, asciende desde el fondo más tiles delimitaciones que la· necesidad, ]a arbitrariedad o la
{ntimo del ser humano, y aun de la misma naturaleza, «moda insolente» han establecido entre los hombres.
604
J.El. nac:IQ»cnto de la tragedia 47 48 Friedrich Nietzscbl

a través del influjo apolíneo del suc11u, su propio cstaJu, familiar y Je sus estatutos venerables; aquí eran desen­
es decir, su unidad con el fondo más íntimo del múndo, cadenadas precisamente las bestias más salvajes de la na­
en una imagen onírica simbólica. turaleza, .hasta llegar a aquella atroz mezcolanza de vo­
Tras estos presupuestos y contraposiciones general�s luptuosidad y crueldad que a mí me ha parecido siempre
. acerquémonos ahora a los griegos para conocer en qué el auténtico «bebedizo de las brujas». Contra las febriles
grado y hasta qué altura se desarrollaron en ellos esos emociones de esas festividades, cuyo conocimiento pe·
instintos artísticos de la naturaleza: lo cual nos pondrá netraba hasta los griegos por todos los caminos de la
en condiciones de entender y apreciar con más hondura tierra y del mar, éstos, durante algún tiempo ., estuvieron
la relación del artista griego con sus arquetipos, o, según completamente asegurados y protegidos, según parece,
la expresión aristotélica, «la imitación de la naturaleza». por la figura, que aquí se yergue en todo su orgullo,
De los sueños de los griegos, pese a toda su literatura oní­ de Apolo, el cual no podía oponer la cabeza de Medusa 49
rica y a las numerosas anécdotas sobre ellos, sólo puede a ningún poder más peligroso que a ese poder dionisíaco,
hablarse con conjeturas, pero, sin embargo, con bastante grotescamente descomunal. En el arte dórico ha quedado
seguridad: dada la aptitud plástica de su ojo, increíble­ eternizada esa actitud de mayestática repulsa de Apolo.
mente precisa y segura, así como su luminoso y sincero Más dificultosa e incluso imposible se hizo esa resisten­
2 placer por los colores, no será posible abstenerse de pre­ cia cuando desde la raíz más honda de lo helénico se
suponer, para vergüenza de todos los nacidos con pos­ abrieron paso finalmente instintos similares: ahora la
terioridad, que también sus sueños poseyeron una causa­ actua1.ión del dios délfico se limitó a quitar de las manos
Hasta ahora hemos venido considerando lo apolíneo y lidad lógica de líneas y contornos, colores y grupos, una de su poderoso adversario, mediante una reconciliación
su antítesis, lo dionisíaco, como potencias artísticas que sucesión de escenas parecida a sus mejores relieves, cuya concertada a tiempo, sus aniquiladoras armas. Esta re­
brotan de la naturaleza misma, sin mediación del artista perfección nos autorizaría sin duda a decir, si fuera. po­ co.c.ciliación es el momento más importante en la historia
humano, y en las cuales encuentran satisfacción por vez· sible una comparación, que los griegos que sueñan son del culto griego: a cualquier lugar a que se mire, son
primera y por vía directa los instintos artísticos de aqué­ Horneros, y que Homero es un griego que sueña�: en visibles las revoluciones provocadas por ese acontecimien­
lla: por un lado, como mundo de imágenes del sueño, .¡,un sentido más hondo que si el hombre moderno osase to. Fue la reconciliación de dos adversarios, con deter­
cuya perfección no mantiene conexión ninguna con la altu­ . compararse, en lo que respecta a su sueño, con Shake­ minación nítida de sus líneas fronterizas, que de ahora
ra intelectual o con la cultura artística del hombre indivi­ speare. en adelante tenían que ser respetadas, y con envío perió­
dual, por otro lado, como realidad embriagada, la cual, No precisamos, en cambio, hablar sólo con conjeturas dico de regalos honoríficos; en el fondo, el abismo no
a su vez, no presta atención a ese hombre, sino que in­ cuando se trata de poner al descubierto el abismo enorme había quedado salvado. Mas si nos fijamos en el modo
tenta incluso aniquilar al individuo y redimirlo mediante que separa a los griegos dionisíacos de los bárbaros dioni­ como el poder dionisíaco se reveló bajo la presión de ese
un sentimiento místico de unidad. Con respecto a esos síacos. En todos los confines del mundo antiguo- para tratado de paz, nos daremos cuenta ahora de que, en
estados artísticos inmediatos de la naturaleza todo artis­ dejar aquí de fado el mundo 'moderno-, desde Roma comparación con aquellos saces babilónicos y su regre­
ta es un «imitador» 46, y, ciertamente, o un artista apo­ hasta Babilonia, pode.mes demostrar la existencia de si6n desde el ser humano al tigre y al mono, las orgías
líneo del sueño o un artista dionisíaco de la embriaguez, festividades dionisíacas, cuyo tipo, en el mejor de los dionisíacas de los griegos tienen el significado de festivi­
o en fin- como, por ejemplo, en la tragedia griega- a casos, mantiene con el tipo de las griegas la misma re­ dades de redención del mundo y de días de transfigura­
la vez un artista del sueño y un artista de la embriaguez: ·tación que el sátiro barbudo, al que el . macho cabrío ción. Sólo en ellas alcanza la naturaleza su júbilo ar­
a este último hemos de imaginárnoslo más o nienos como prestó su nombre y sus atributos 48, mantiene con Dioniso tístico, sólo en ellas el desgarramiento del principium
alguien que, en la borrachera dionisíaca y en la autoalie­ mismo. Casi en todos los sitios la parte central de esas individuationis se convb·te en un fenómeno artístico.
nación mística, se prosterna solitario v apartado de los festividades consistía en un desbordante desenfreno se­ Aquel repugnante bebedizo de brujas hecho de voluptuo­
coros entusiastas, y al que entonces se le hace manifiesto, xual, cuyas olas pasaban por encima de tocia institución sidad y crueldad carecía•aquí de fuerza: sólo la milagrosa
46
605
!l. �to de la tragedia 49 50 Frícdrich Nicuscll 52 Fricdrich Nictzs�

nczcla y duplicidad de afectos de los entusiastas dionisfa­ el ser humano tiene que haber llegado ya a aquella CUJJ1 habla tan sólo una existencia exuberante, más aún, triun­
:os recu:.:rdan aquel bebedizo - como las medicinas nos bre de autoalienación que quiere C}:pre::::1rse simbóli� fal, en la que está divinizado todo lo existente, lo mis­
:raen a la memoria los venenos mortales -, aquel fcnó­ mente en aquellas fuerzas; el servidor ditirámbico � mo si es bueno que si es malo. Y así el espectador que­
ncno de que los dolores susciten placer, de que el júbilo Dioniso es entendido, pues, tan sólo por sus igual� dará sin duda atónito ante ese fantástico desbordamiento
trranque al pecho sonidos atormentados. En la alegría ¡Con qué estupor tuvo· que mirarle el griego apolíneol de y1da y se preguntará qué bebedizo m�1gico tenían en
nás alta resuenan el grito del espanto o el lamento nos­ Con un estupor que era tanto mayor cuanto que con & su cuerpo esos hombres altaneros para gozar de la v1d:1
álgico por una pérdida insustituible. En aquellas festivi­ se mezclaba el terror de que en realidad todo aquello nó. de tal modo, que a cualquier lugar a que mirasen trope·
lades griegas prorrumpe, por así decirlo, un rasgo sen­ le era tan extraño a él, más aún, de que su consciendi zaban con la risa de Helena, imagen idenl de su existen­
imental de la naturaleza, como si ésta hubiera de sollozar apolínea le ocultaba ese mundo dionisíaco sólo comq cia, «flotante en una dulce sensualidad>>. Pero a este es­
,or su despedazamiento en indiviauos. El canto y el un velo. · pectador vuelto ya de espaldas tenemos que gritarle: No
enguaje mímico de estos entusiastas de dobles sentimien­ te vayas de aquí, sino oye primero lo que la sabiduría
os fueron para el mundo de la Grecia de Homero algo popular griega dice de esa misma vida que aquí se des­
1uevo e inaudito: y en especial prodújole horror y es­ pliega ante ti con una jovialidad tan inexplicable. Una:
>anto a ese mundo la música dionisíaca. Si bien, según vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey.
>arece, la música era conocida ya como un arte apolíneo, 3 Midas había intentado cazar en el bosque el sabio Sileno,
o era, hablando con rigor, tan sólo como oleaje del ritmo, acompañante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por·
uya fuerza figurativa fue desarrollada hasta convertirla fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor
:n exposición de estados apolíneos. La música de Apolo Para comprender esto tenemos que desmontar piedra y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil calk
:ra arquitectura dórica en sonidos, pero en sonidos sólo a piedra, por así decirlo, aquel primoroso edificio de la el demón 54; hasta que, forzado por el rey, acaba prorrum­
nsinuados, como son los propios de la cítara: Cuidado­ :�tura apolínea, hasta ver los 'fundamentos sobre los que piendo en estas palabras, en medio de una risa estri�
amente se mantuvo apartado, como no-apolíneo, justo el se asienta. Aquí descubrimos en primer lugar las magní­ dente: «Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de
ficas figuras de los dioses olímpicos, que se yerguen en la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti
tós
:lemento que constituye el carácter de la música dioni•
;faca y, por tanto, de la música como tal, la violencia frontones 52 de ese edificio y cuyas hazañas, represen­ sería muy ventajoso no �ír? Lo mejor de todo es total­
:stremecedora del sonido, la corriente unitaria de la me­ tadas en relieves de extraordinaria luminosidad, deco· mente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser,
odía 50 y el mundo completamente incomparable de la ran sus frisos 53• El que entre ellos esté también Apolo ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti - morir
LilD.OilÚI. En el ditirambo dionisíaco
51 el hombre es esti­ como una divinidad particular junto a otras y sin la pre­ pronto.» 55
oulado hasta la intensificación máxima de todas sus ca­ tensión de ocupar el primer puesto, es algo que no debe ¿Qué relación mantiene el mundo de los dioses olím­
>acidades simbólicas; algo jamás sentido aspira a cxte- . inducirnos a error. Todo ese mundo olímpico ha nacido picos con esta sabiduría popular? ¿Qué relación mantiene
forizarse, la aniquilación del velo de Maya, la unidad del mismo instinto que tenía su figura sensible en Apolo, la visión extasiada del mártir torturado con sus suplicios?
:omo genio de la especie, más aún, de la naturaleza. y en este sentido nos es lícito considerar a Apolo como Ahora la montaña mágica del Olimpo se abre a nos­
iliora la esencia de la naturaleza debe expresarse simb6-' padre del mismo. ¿Cuál fue la enorme necesidad de que otros, por así decirlo, y nos mues.tra sus raíces. El· griego
icamente; es necesario un nuevo mundo de símbolos, surgió un grupo tan resplandeciente de seres olímpicos? conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia:.·
,or lo pronto el simbolismo corporal entero, no s6lo el Quien se acerque a estos Olímpicos llevando en su para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la res-·.
corazón una religión distinta y busque en ellos altura · plandeciente criatura onírica de los Olímpicos. Aquella
;imbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino
1 gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente todos ,#ica, más aún, santidad, espiritualización incorpórea, enorme desconfianza frente a los poderes titánicos de l.a na­
os miembros. Además, de repente las otras fuerzas sim· misericordiosas miradas de amor, pronto tendrá que vol­ turaleza, aquella Moira [destino] que reinaba despiadada,
>6licas, las de la · música, crecen impetuosamente, en verles las espaldas, disgustado y decepcionado. Aquí nada sobre todos los conocimientos, aquel buitre del gran ami-·
orma de rítmica, dinámica y armonía. Para captar ese recuerda la ascética, la espiritualidad y el deber: aquí nos p.o de los hombres, Prometeo, aquel destino horroroso
lesencadenamiento global de todas las fuerzas simbólicas 51
del sabio Edipo, aquella maldición de 1a estirpe de los'.
606
-D nacimicnlo de la tragedia 5.3 54 l'riedrich Nietzsche El nucimicnto de la tr:igc<lia 55

Atridas, que compele a Orestes a asesinar a su madre 56, te tan identificaélo con ella, que incluso el lamento· se que ese mundo perfecto de la intuición nctuase como un
� suma, toda aquella filosofía del dios de los bosques, convierte en un canto de alabanza de la misma. imperativo o como un reproche. Esta es la esfera de la .\,
J�nto con sus ejemplificaciones míticas, por la que pere­ Aquí hay ·que manifestar que esta armonía, más aún, belleza, en la que los griegos veían sus imágenes refleja­
oeron los melancólicos etruscos, - fue superada constan­ unidad del; ser humano con IJ. naturaleza, cont�plada das como en un espejo, los Olímpicos. Sirviéndose de
temente, u�a y otra vez s,' por los griegos, o, en todo con tanta :no_stalgia por los pombres modernos, par¡ �te espejismo de belleza luchó la «voluntad» helénica
caso, en�ub1erta _Y sustraída a la mirada, mediante aquel designar la. cual Schiller puso ien circulación el término c,ontra el talento para el sufrimiento y para la sabiduría
termedw artístico de los Olímpicos. Para poder técnico «ingenuo» 62, no es de ninguna manera un estado del sufrimiento, que es un talento correlativo del artís­
. m_ �do z�
u
. vtv1r t�v1cron los �riegos que crear, por una necesidad tan sencillo, evidente de suyo, inevitable, por as{ decirlo, tico: y como mernorid ele su victoria se yergue ante
,
hond1suna, estos d10ses: esto hemos de imaginarlo sin con el que tuviéramos que tr�,Pezarnos en la puerta de nosotros Homero, el artista ingenuo.
duda como un proceso en el que aquel instinto apolíneo toda cultura, cual si fuera un paraíso de la humanidad:
d e belleza fue desarrollando en lentas transiciones, a par­ esto sólo pudo creerlo una época que intentó imaginar
_
tir de aquel ori8inario orden divino titánico del horror que el Emilio de Rousseau era también un artista, y que
el orden divi;io de la alegría: a la manera como las rosa¡ se hada la ilusión de· haber encontrado en Homero ese
brotan de un arbusto espinoso. Aquel pueblo tan excita­ Emilio artista, educado junto al corazón de la naturaleza.
ble en sus sentimientos, tan impetuoso en sus deseos 58 Allí donde trope�amos en el arte con lo <<ingenuo», hemos:
tan excepcionalmente capacitado para el sufrimienJo, ¿d� de reconocer el efecto supremo de la cultura apolínea: la 1 4
que, otro modo habría podido soportar la existencia si en cual 63 siempre ha de derrocar primero un reino de Tita·:
sus dioses ésta no se le hubiera mostrado circund�da de ncs v matar monstruos, y haber obtenido In victoria, por
una aureola superior? ·El mismo instinto que da vida ai mc'dio de enérgicns ficciones engañosas y ele ilusiones Acerca de este artista ingenuo proporcronanos alguna
arte, como un complemento y una consumación de la exis­ placenteras, sobre la horrorosa profundidad de, su consi­ enseñanza la analogía con el sueño. Si nos imaginamos
t�cia destinados a inducir a seguir viviendo, fue el que deración del mundo 64 y sobre una capacidad de sufri­ cómo el soñador, en plena ilusión del mundo onírico, y
hizo suqdr también el mundo olímpico, en el cual )a miento sum�mente excitable. ¡Mas aué raras. veces se sin perturbarla, se dice a sí mismo: ,<es un sueño, quiero
«voluntad» 59 •helénica se puso delante un espeio transfi­ :1lnmza lo iÍ1genuo, e!.e cornple�o quedar enredach en la seguir soñándolo», si de esto hemos de inferir que la vi­
�rador. Viviéndola ellos mismos es como los dioses belleza de la apariencia! Qué indeciblemente sublime es sión onírica produce un placer profundo e íntimo, si, por
justifican la vida humana - ¡única teodicea satisfacto­ por ello I-Jomero, oue en cuanto individuo mantiene con otro lado, para poder tener, cuando soñamos, ese placer
ria! �. · La existencia bajo el luminoso resplandor solar aauel.la cultura apolín,ea popubr una relació,n semejante íntimo en la visión, es necesario que hayamos olvidado del
de tales dioses es sentida como lo apetecible de suyo, y a la que mantiene el artista onírico individual con la apti­ todo el día y su hor:roroso apremio: entonces nos es lícito
el auténtico dolor de los hombres homéricos se refiere tud onírica del pueblo· v de la naturaleza en general. La interpretar todos estos fenómenós, bajo la guía de Apolo,
a la separación de esta existencia, sobre todo a la sepnra­ «ingenuidnd�> homérica ha de ser concebida como victoria intérprete de .sueños, más o menos como sigue. Sí bien
ción pronta: de modo que ahora nodría decirse de ellos, completa de: la ilusión i nr>olínea: es ésta una ilusión seme­ es muy cierto que de las dos mitades de la vida la 1

jante a la que la naturaleza emnlea con tnnta frecuencia mitad de la vigilia y la mitad del sueño, la primera nos
invirtiendo la sabiduría silén:ica, «lo peor de todo es para
para conseguir sus propósitos. I ,a v�rdadern meta queda parece mucho más privilegiada, importante, digna, me­
ellos el morir pronto, y Jo peor en segun<lo lugar el llegar
tapada por una imagen ilusoria: hacia ésta �.largamos no. recedora de vivirse, más aún, la única vivida: yo afir­
a mc,rir alruna vez». Siempre Qlle resuena el fomento,
otros las manos, v medhmte nuestro engaño la natura­ maría, sin embargo, aunque esto tenga toda la apariencia
éste habla del Aquiles <<� corta vida», del cambio y paso de una paradoja, que el sueño valora de manera cabal­
del género humino cual hoias de árboles, del ocaso de la leza alcanza aquélla. En los priegos la «voluntad» :quiso
mente opuesta aquel fondo misterioso de nuestro ser del
época h�roira. No es indig�o dd más grande de los éontcmplarse a sí misma en la trnnsfiguración del .genic
cual nosotros somos la apariencia. En efecto, cuanto· más
y del m_undo del arte: para glorificarse ella a sí misma,

•to
héroes el �nhdn se�uir viviendo, aunaue sea como jor­ advierto en la naturaleza aauellos instintos artísticos om­
nalero 61• En el estadio aoolíneo la <<volnntadY> desea con s11s criaturas tenían que sentirse dignas de ser glorifica­
nipotentes, y, en ellos, un ferviente anhelo de apariencia,
fmpetu est:l e:-:i�tcrÍcia, el hombre ·homérico se sien- das, tcnfan que volver a verse �n una esfera superior, sin
J6
607

�·rniento de la tragedia 57 58 Frie<lrich Nietzsche a.,Jm;cnto de la tragedia 59

&lograr una redención mediante . la apariencia, tanto como su substrato, la horrorosa sabiduría de Sileno, y lllfbhicrto por lo dionisíaco. ¡ Y he aquí que Apolo
�_.:c;mpujado me siento a la conjetura metafísica de comprendemos por intuición su necesidad recíproca. � vivir sin Dioniso! ¡Lo «titánico» y lo «bár­
�.J lo verdaderamente existente, lo Uno primordial, ne­ Pero Apolo nos sale de nuevo al encuentro como la divi­ �·.. eran. en última instancia, una necesidad exacta­
éíjta a la vez, en cuanto es lo eternamente sufriente y nización del principium individuationis, sólo en el . cual lllbde · igual que lo apolíneo! Y ahora imaginémonos
JfH'.tadictono, para su permanente redenaón, la vmon se hace realidad la meta eternamente alcanzada de lo Uno � en ese mundo construido sobre la apariencia y la
dlsiante, la apariencia placentera:. nosotros, que esta­ primordial, su redención mediante la apariencia:· él �QS �ón y artificialmente refrenado irrumpió el ex­
� completamente presos en esa apariencia y que con­ muestra con gestos sublimes 68 cómo es necesario el mun­ �f sonid� de la fiesta dionisíaca, con melodías mágicas
i.stimos en ella, nos vemos obli,gados a sentirla como lo do entero del tormento, para que ese mundo empuje al � vez mas seductoras, cómo en esas melodías la des­
mladeramente no existente, es decir, como un continuo individuo a engendrar la visión redentora, y cómo luego ,prur.a entera de la naturaleza se daba a conocer en
.cvcnir en el tiempo, el espacio y la causalidad, dicho el individuo, inmerso en la contemplación de ésta 69, se �' dolor y conocimiento, hasta llegar al grito estri­
on otras palabras, como la realidad emoírica. Por tanto, halla sentado tranquilamente, en medió del mar ' en su dénte: ¡imaginémonos qué podía significar, comparado
i prescindimos por un instante de nuestra propia «rea­ barca oscilante. con este demónico canto popular, el salmodiante artista
¡dadl') M, si concebimos nuestra existencia empírica, y tam­ Esta divinización de la individuación, cuando es pen­ dé Apolo, con el sonido espectral del arpa! Las musas
dén la del mundo en general, como una representación sada corno imperativa y prescriptiva, conoce una sola ley, de las. artes de la «apariencia» palidecieron ante un arte
!e lo Uno primordial engendrada en cada momento, en­ el individuo, es decir, el mantenimiento de los límites del que en su embriaguez decía la verdad, la sabiduría de
onces tendremos que considerar ahora el sueño como la individuo, ·la mesura en sentido helénico. Apelo, en cuan­ Sileno gritó ¡Ay! ¡Ay! a los joviales Olímpicos. El
pariencia de la apariencia y, por consiguiente. romo una to divinidad ética, exige mesura de los suyos, y, para µiru"iduo, con todos sus límites y medidas, se sumergto
a�acci6n aún más alta del ans1a pnmordial de apa­ poder mantenerla, conocimiento de sí mismo. Y así, la l9U1 en el olvido de s1, propio de los estados-·dionisfacos,
ienaa. Por este mismo motivo es por !o que el núdeo exigencia del «conócete a ti mismo» y de « ¡ no demasia­ y .olvídó los oreceptos apolíneos. La desmesura se desveló
nAs 1nttmo de la naturaleza siente ese placer indescrip­ do! » 70 marcha paralela a la necesidad estética de la como verdad, la ·contradicción, la <1e1tc1a nac1aa de los
ible.por el artista ingenuo y por la obra de arte ingenua, belleza, mientras que la autopresunción y 1a desmesura tlQ1ores hablaron acerca de sí desde e1 corazón de la na­
a. cual es asimismo s6lo «apariencia de la apariencia». fueron reputadas como los demones propiamente hostiles, túraleza. '{ de este modo, en todcs los luoares donde
�ael, que es uno de esos «ingenuos» inmortales, nos peculiares de In esfera no-apolínea, v por ello como cua­ pénerro lo dionisfoco quedó abolido y aniquilado lo apo­
aa representado en una pintura simbólica ese quedar la Hdades propias de la época pre-apolínea, la edad de los líneo. Pero es igualmente cierto que allí donde el primer
q,arl.cncia desootenciada a apariencia, que es el proceso Titanes, y del mundo extra-apolíneo, es decir, el mundo asalto fue contenido, el porte y la majestad del dios dél­
�rdial del artista ingenuo y a la vez de la cultura de los bárbaros. Por causa de su amor titánicó a los· fico se manifestaron más rígidos y amenazadores que
IOOlfnca. En su Transfiguraci6n 66 la mitad inferior, con hombres tuvo Prometeo que ser desgarrado por los bui­ nunca. Yo no soy capaz de explicarme, en efecto, el Es­
el"muchacho poseso, sus desesperados portadores, los tres, en razón de su sabiduría desmesurada, que adivinó tado dórico y el arte dórico más que corno un continuo
;,crplejos y angustiados discípulos, nos muestra el reflejo el enigma de la Esfinge, tuvo Edipo que precipitarse en campo de batalla de lo apolíneo: sólo oponiéndose de
:le1 · eterno dolor primordial, fundamento único del mun­ un desconcertante torbellino de atrocidades; así es como manera incesante a la esencia titánico-bárbara de lo dio­
do: la «apariencia» es aqu{ reflejo de la contradicci6n el dios délfico interpretaba el pasado griego. nisíaco 71 pudieron durar largo tiempo un arte tan obsti­
eterna, madre 67 de las cosas. De esa apariencia se eleva «Titánico» y «bárbaro» parecíale al griego apolíneo nado y bronco, circundac.fo de baluartes, una educación
ab,c?m,, C?Ual un perfume de ambrosía, un nuevo mundo también el efecto producido por lo dionisíaco: sin poder tan belicosa y ruda, un sistema político tan cruel y des­
apate!idal, casi visionario, del álal nada ven los que se disimularse, sin embargo, que a la vez él mismo estaba considerado.
hiiJlip"':-presos en la primera apariencia - un luminoso emparentado también íntimamente con aquellos Titanes Hasta aquí he venido desarrollando ampliamente la
fkitir en una delicia oudsima v en una intuición sin y héroes abatidos. Incluso tenfa que sentir algo más: observación hecha por mí al comienzo de este tratado:
c1QÍor que irradia desde unos ojos muy abiertos. Ante su existencia entera, con toda su belleza y moderación, cómo lo dionisíaco y lo apolíneo, dando a luz sucesivas
� miradas tenemos aquí, en un simh<>lismo. ;rt{s7 descansaba sobre un velado substrato de sufrimiento v criaturas siempre nuevas 72, e intensificándose mutuamen­
rico supremo. tanto aquel mundo apolfnco de la belleza de conocimiento, sublltI.ltO que volvía A �e.rlc puesto �f te, dominaron el ser helénico: cómo d� IR cd�d de
60
608
Friedrich Nietzsche 62 Fried.rich Nietzsche El\nacimicnto de la tragedia 63
«acero», con sus ti.tanomaquias y su ruda filosofía po­
«objetivo» el primer artista <<subjetivo». Pequeño es el � manera. Ante todo, como artista di�nisíac.o él se ha
pular, surgió, bajo la soberanía del instinto apolíneo de
servicio que con esta interpretación se nos presta, pues ittent111c:.?<10 plenamente. con lo Uno pnrnord1�l. con su
belleza ef mundo homérico, cómo esa magnificencia «in­ al artista subjetivo nosotros lo conocemos sólo como
genua>; volvió a ser engullida por la invasora corriente �l<J.r_y su contradicción, y produce una réplica de ese
mal artista, y en toda especie y nivel de arte exigimos DJlo pnmordial en forma de música, aun cuando, por
de lo dionisíaco, y cómo frente a este nuevo poder lo ante todo y sobre todo victoria sobre lo subjetivo, re­
apolíneo se eleva a la rígida majestad del arte dórico y btro lado ésta ha sido llamada con todo derecho una re­
dención del «yo» y silencíamiento de toda voluntad y ca­ pctici6n del mundo y un segundo vaciado del mismo 19;
de la contemplación dórica del mundo. Si de esta manera pricho individuales, más aún, si no hay objetividad, si. .
la historia helénica más antigua queda escindida, a causa �ués esa música se le hace visible de -?uevo, baJ?. el
no hay contemplación pura y desinteresada, no podemos decto apolíneo del sueño, como en una zn�agen onmca
de la lucha entre aquellos dos principios hostiles, en creer jamás en la más mínima producción verdaderamen­ .
cuatro grandes estadios artlstlcos
' · 73: ahora nos v��os em- �bólica. Aquel reflejo a-conceptual y a-figurativo dd
te artística. Por ello nuestra estética tiene que resolver ;dolor primordial en la música, con su red:nción en la
pujados a seguir preguntando cuál es el plan último de primero el problema de cómo es posible el «lírico» c?mo
ese devenir y de esa agitación, en el caso de que no de­ ;apariencia, engendra ahora un segundo refleJo, en forma
artista: él, que, según la experiencia de todos los tlem. 'de símbolo o ejemplificación individual. Ya �n �l proceso
bamos considerar tal vez el último período alcanzado, el pos, siempre dice «yo» y tararea en presencia nuestra la. .
período del arte dórico, como la cumbre y el propósito _ ·dionisíaco el artista ha abandonado su subj etividad: la
entera oama cromática de sus pasiones y apetitos. Pree1- imagen que su unidad con el corazón del mu�do le mues­
de aquellos instintos artísticos: y aquí se ofrece a nues­ sament; este Arquíloco nos asusta, junto a �omero, �or
tras miradas la sublime y alabadísima 74 obra de arte de tra ahora es una escena onírica, que hace sensibles aquella
el grito de su odio y de su mofa, por las ebrias explosio­ contradicción y aquel dolor primordiales junto con el �la­
la tragedia ática y del ditirambo dr_amá�ico como meta nes de su concupiscencia: él, el primer arti�ta llama�o
común de ambos instintos, cuyo mistenoso enlace ma­ a:r primordial propio de la apariencia. El «yo» del .�<=?
subjetivo, ¿no es, por este motivo, el no-artista propia­ �ena, pues, desde el abism� del ser: su «subJet1v1-
trimonial se ha enaltecido, tras prolongada lucha ante­ mente dicho? ¿De dónde procede entonces la venera­ .
rior, en tal hijo- que es a la vez Antígona y Casan­ dad� en el sentido de los esteucos modernos, es pura
ción que le tributó a él, al poeta, precis�m.ente t;°:bién
dra 1s __ el oráculo délfico, hogar del arte «obJetlvo»?
imaginación. Cuando Arquíloco, el primer lírico <le los
tti�gos, proclama su· fonoso a�or y a ·la va. s;1 ctespre­
Acerca del proceso de su poetizar Schiller nos ha .
cio por las hijas de Licambes , �o t!s su pas10n la ��e
Nos acercamos ahora a la auténtica meta de nuestra dado luz mediante una observación psicológica que a él _
baila ante nosotros en un torbellino org1asuco: a qwen
investigación, la cual está dirigida al conocimiento del mismo le resultaba inexplicable, pero que, sin embargo, vemos es a Dioniso y a las menades, a quien vemos �
itenio dionisíaco-apolíneo y de su obra <l\.'. arte, o al �en�s no parece dudosa; Schiller confiesa, en efecto,. que lo. que al embriagado entusiasta Arqull�w echado _a donrur
a la comprensión llena cte presentimientos del m.1 steno él tenía ante sí y en sí como estado preparatorio prev10 al - tal como Eurípides nos descnbe el dormir en !.As
de esa unidad. Ante todo vamos a preguntar aqui, cuál acto de poetizar no era una serie de imágenes, con u�os
. bacantes 81, un dormir en una elevada pradera de mon­
es el lugar donde se hace notar por vez primera en el pensamientos ordenados de manera cau�al! smo más bien taña al sol de mediodía-: y ahora Apolo se le ac�
mundo helénico ese nuevo germen que evo1uc1onara • , 76 un estado de ánimo musical ( «El sent1m.1ento carece en y_ le' toca con el laurel. ..La transformación mágica dio­
después hasta llegar a la tragedia y al ditirambo dram�­ mí, al principio, de un ·objeto determinado Y. claro; éste nisiaco-musical del dormido lanza ahora a s.u alrededor,
tico. Sobre esto la Antigüedad misma nos ofrece gráfi­ no se forma hasta más tarde: Precede �n c1ert? es�ado pór as{ decirlo, chispas-imágenes, poesías. líneas! �ue, en
camente una aclaración al colocar juntos, en esculturas, de ánimo musical, y a éste sigue despues en m1 la idea su despliegue supremo, se llaman tragedias y d1urambos
gemas, etc., como progenitores y precursores de la Pº:­ poética») 78• Si ahora �a1imos ? esto el f�?óme�o �ás dramáticos.
, . importante de toda la lmca a��1gua, la _umon, mas aun,
sía griega, a Homero y. Arqutloco, con el firme senti­ . El escultor y también el poeta épico, que le es afín,
miento de que sólo a estos dos se los ha de reputar por identidad del lírico con el mustco, considerada ;f; todas están inmersos en la intuición pura de las imágenes.
naturalezas igual y plenamente originales, de las cuales partes como natural- frente a la cual nuestra lmca mo- El músico dionisíaco, sin ninguna imagen, es total y úni­
sigue fluyendo una corriente de fuego S_?bre toda la pos­ derna aparece como la estatua sm · cabeza de un ;d'�os-, camente dolor primordial v eco pnmordial de tal dolor.
. podremos ahora, sobre la ?ase de nu:s:ra metaf1s!ca. es­
teridad griega . Homero, el anciano sonador abso�to en El genio líneo siente brotar del est�d� m1snco �e auto­
sí mismo, el tipo de artista apolíneo, ing�nuo, mir� es­ tética antes expuesta, explicarnos al lmco de la s1gmen- alienación y unidad un mundo de 1magenes y sunbolos
tupefacto ht apasionada cabeza de Arquiloco, bel�coso
servidor de la.s musas salvajemente �rastrado � trav� ?e
la existencia: y la estética mod rna solo ha sa�ido ana?1r,
p�r:1 interpretar esto, que aqm;= esta, enfrcnta�o al rirt1sta
61
609
64 PricJrich Nicc.zsdif. ff'�cnto de la tragedia 6.1 66 Friedrich Ni�

J
cuyo colorido, causalidad y vdocida<l son totalmen� to el mundo visionario del lírico puede alejarse ciones entre ambos; el estado de ánimo subjetiv ··
distintos del mundo. d�l escultor r del poeta épico. Mi� fenómeno, que es de todos modos el que aparece en afecc1on
_ , de la voluntad comumcan
_
por refleJo su �.
al entorno contemplado, y éste, a su vez, se lo com
tras que es en esas rnwgencs, y solo en ellas clone.le estor . lugar. a aquéllos: la canción es la impronta auténtica de t
últimos viven con alegre deleite, y no se c;nsan de m� o_penhauer, que no se disimuló la dificultad que
radas con_ amor hasta en sus más pequefios rasgos, micn� co · representa para la consideración filosófica del ese estado de ánimo tan mezclado y dividido.»
tras que rncjuso la !magen del Aquiles enc?lcrizado d ; cree haber encontrado un camino para salir de ella,
� yo no puedo seguirle por ese camino, aun cuando
¿Quién no vería que en esta descripción la lírica ,.·r
caracterizada como un arte imperfectamente conseguí�
P_ara ellos solo una imagen, de cuya encolenzada exprJ,
s�on, ellos gozan con aq el placer onírico por la aparienJ el único que en su profunda metafísica de la mú­ que, P;)f así decirlo, llega a su meta a ratos y raras V�

cia- de modo que gracias a este espejo de la apariencia
r!iue
� tuvo en sus manos el medio con el que aquella difi­ mas, aun, como un arte a medias, cuya esencia consist:i6
�tad podía quedar definitivamente allanada: como creo en una extraña amalgama entre el querer y el puro con·

§·-.
están ellos protegidos contra el unificarse y fundirse con
sus pensamientos-, las imágenes del lírico no son e� ilaaber hecho yo aquí, en su espíritu y para honra suya. templar, es �ecir, entre el esta�o no-estético y el esté�
cambio, otra cosa que él mismo, y sólo distintas objeti� �r d contrario, él define la esencia peculiar de la can­ Nosotros afumamos, antes bien, que esa antítesis pot
vaciones suyas, por así decirlo, por lo cual a él, en cuanto �n (Lied) de la manera siguiente ( El mundo como la que todavía Schopenhauer se guía para dividir las
centro motor de aquel mundo, le es lícito decir «yo»: ;poluntad y representación, I, p. 295) 83: «Es el sujeto como s1_ fuera una pauta de fijar valores, la antítesis
sólo que esta yoidad no es la misma que la del hombre ;dela voluntad, es decir, el querer propio el que llena la lo subjetivo y de lo objetivo, es improcedente en esté·
despierto, empírico-real, sino la única yoidad verdadera­ :consciencia del que canta, a menudo como un g_uere+ pues el sujeto, el individuo que quiere y que fom · · .
mente existente y eterna, que reposa en el 82 fondo de las �ado, satisfecho (alegría), pero con mayor frecuencia sus finalidades egoístas, puede ser pensado únicam ·, ·
cosas, hasta el cual penetra con su mirada el genio lírico aún, comu un querer impedido (duelo), pero siempre como adversario, no como origen del arte. Pero en
a través de las copias de aquéllas. Ahora imaginémonos· ·cómo afecto, pasión, estado de ánimo agitado. Junto a medida en q�e el sujeto es artista, es�á redimido ya¡
su voluntad md1V1dual_ _ y se ha converudo, por así d •
cómo ese genio se divisa también a sí mismo entre esas esto, sln embargo, y a la vez que ello, el cantante, gra.­
copias como no-genio, es decir, divisa su propio «suje-: áas al espectáculo de la naturaleza circundante, cobra lo, en un medium a través del cual el único sujeto
to», la entera muchedumbre de pasiones y voliciones: all�encia de si rrusmo como sujeto del conocer puro, d.ade�amente e�istente festeja su redención en la 8Plj
subjetivas, dirigidas hacia una cosa determinada que él: aj�o al querer, cuyo dichoso e inconmovible sosiego nenc1a . Pues tiene que quedar claro sobre todo, �
se imagina real; aun cuando ahora parezca que el genio CQntrasta en adelante con el apremio del siempre restrin­ humillación y exaltación nuestras, que la comedia enté:a
lírico y el no-genio unido a él son una misma cosa, y gido, siempre indigente querer: el sentimiento de ese del arte no es representada en modo alguno para n�
que el primero, al decir la palabrita «yo», la dice de sí contraste, de ese juego alternante, es propiamente lo que otros, con la finalidad tal vez de mejorarnos y formii.
mismo: esa apariencia ya no podrá seguir induciéndonos se expresa en el conjunto de la canción ( Lied) y lo nos, más aún, que tampoco somos nosotros los autént!
ahora a error, como ha inducido indudablemente a quie­ que constituye en general el estado lírico. En éste el cos creadores de ese mundo de arte: lo que sí nos �
nes han calificado de artista subjetivo al lírico. En ver­ conocer puro se allega, por así decirlo, a nosotros para · lícito suponer de nosotros mismos es que para el wg
dad Arquíloco, el hombre que arde· de pasión, que ama redimirnos del querer y de su apremio: nosotros le se­ <ladero creador de ese mundo somos imágenes y pro)Uf
y odia con pásión, es tan sólo una visión del genio, el guimos; pero sólo por instantes: una y otra vez el que­ dones artísticas, y que nuestra suprema dignidad la .tll
cual no es ya Arquíloco, sino el genio del mundo, que rer, el recuerdo. de nuestras finalidades personales, nos nemas en significar obras de arte- pues sólo com
expresa simbólicamente su dolor primordial en ese símbo­ arranca a la inspección tranquila; pero también nos arran­ fen6meno estético están eternamente justi/icados la cm
lo que es el hombre Arquíloco: mientras que ese hom­ ca una y otra vez del querer el bello entorno inmediato, tencia y el mundo: - mientras que, ciertamente, nuestñl
bre Arquíloco, cuyos deseos y apetitos son subjetivos, en el cual se nos brinda el conocimiento puro, ajeno a la consciencia acerca de ese significado nuestro apenas.�
no puede ni podrá ser jamás poeta. Sin embargo, no es voluntad. Por ello en la canción y en el estado de animo distint::i. ele la nue unos [.!uerreros pintados sobre un Ji�
necesario en modo alguno que el lírico vea ante sí, como lírico el querer ( el interés personal de la finalidad) y la ?-º tienen de la btn!b represent:id.1 en el mismo. P�
intuición pura del entorno ofrecido se entremezclan de tanto, todo n�cstro s;;ber artístico es en el fondo ·�
reflejo del ser eterno, única y precisamente el fenómeno
del hombre Arquíloco¡ y la tragedia demuestra hasta una manera sorprendente: buscamos e imaginamos rcla- sab:::r completamente ilusorio, da2o gue, en cuanto ¡,r
f'rlt<lrlch Nletische, 3
610
El nacimiento de la tragedia 67 ��ento de la tragedia 70 Fricdrich Nietzsche
69
seedores de él, no estamos unificados ni identificados �o musical d�l mundo, la melodía originaria, que tura sintáctica, vocabulario se da entre el lenguaje de
con aquel ser que, por ser creador y espectador único de � anda a la busqueda de una apariencia onírica para­ Homero y el de Píndaro para comprender el significado
aquella comedia de arte, se procura un goce eterno a sí � Y la �resa en la poesía. La melodía es, pues, lo pri­ de esa antítesis; más aún, se nos hará palpablemente'
mismo. El genio sabe algo acerca de la esencia eterna lero Y �n!versal, �u�, P?r ello, puede padecer en sí tam­ claro que entre 89 Homero y Píndaro tienen que haber
del arte tan sólo en la medida en que, en su acto de � m�t1ples ob1et1vac1ones, en múltiples textos . Ella resonado las melodías orgiásticas de la flauta de Olimpo 901
procreación artística, se fusiona con aquel artista pri­ también, en la es�mación ingenua del . pueblo,. más las cuales todavía en tiempos de Aristóteles, en medio
mordial del mundo; pues cuando se halla en aquel esta­ rtante y necesaria. que todo lo demás. La melodía de una música infinitamente más desarrollada, arrastra�·.
;. ban a los hombres a un entusiasmo ebrio, y sin duda en
do es, de manera maravillosa, igual que la desazonante ;)enera de sí la poesía, y vuelve una y otra vez a gene­
imagen del cuento, que puede dar la vuelta a los ojos y �; . no otra cosa <;s lo que quiere decirnos la forma su efecto originario incitaron a todos los medios de ex­
:nirarse a sí misma; ahora él es a la vez sujeto y ob­ mr fzca de l� cancron. popular�: fenómeno que yo he presión poética de los contemporáneos a imitarlas. Recor-�
eto, a la vez poeta, actor 64 y espectador. � �
¡amstderado siempre con asombro, hasta que finalmente daré aquí un conocido fenómeno de nuestro, días, que
·encontré esta explicación. Quien examine a la luz de a nuestra estética le parece escandaloso. Una y otra vez
esta teoría una colección de canciones populares, por experimentamos cómo una sinfonía de Beethoven obliga
.ejemplo el Cuerno maravilloso del muchacho 88, encon­ a cada uno de los oyentes a hablar sobre ella con imá­
. trará innumerables ejemplos de cómo la melodía, que genes, si bien la combinación de los diversos mundos de
6 · continuamente está dando a luz cosas, lanza a su alrede­ imágenes engendrados por una pieza musical ofrece un
dor chispas-imágenes, las cuales revelan con su policro­ aspecto fantasmagórico y multicolor, más :1ún, contra­
mía, con sus cambios repentinos, más aún, con su loco dictorio: ejercitar su pobre ingenio sobre tales com­
· En lo que se refiere a Arquíloco, la investigación eru­ atropellamiento, una fuerza absolutamente extraña a binaciones y pasar por alto el fenómeno que vcrdadc�
dita ha descubierto 85 que fue él quien introdujo en la la apariencia épica y a su tranquilo discurrir. Desde el ramente merece ser explicado es algo muy propio del
literatura la canción po pula, (Volkslied), y que es este punto de vista de la epopeya, ese desigual e irregular carácter de esa estética. Y aun cuando el poeta musical
hecho el que le otorga en la estimación general de los mundo de imágenes de la lírica ha de ser sencillamente (Tondichter) haya hablado sobre su obra a base de imá­
griegos 86 aquella posición única junto a Homero. Mas condenado: y esto es lo que hicieron ciertamente en la genes, calificando, por ejemplo, una sinfonía de pastora/e,
¿qué es la canción popular, en contraposición a la epope­ edad de Terpandro los solemnes rapsodos épicos de las o un tiempo de <<escena junto al arroyo», y otro de «ale­
ya, plenamente apolínea? No otra cosa que el perpetuum festividades apolíneas. gre reui1ión de aldeanos» 91, todas estas cosas son, igual­
vestigium [ vestigio perpetuo] de una unión de lo apolí­ En la poesía de la canción popular vemos, pues, al mente, nada más que representaciones simbólicas, naci­
neo y lo dionisíaco; su enorme difusión, que se extiende lenguaje hacer un supremo esfuerzo de imitar la mú­ das de la música - y no, acaso, objetos que la música
a todos los pueblos y que �e acrecienta con frutos siem­ ·sica: por ello con Arquíloco comienza un nuevo mundo haya imitado-, representaciones que en ningún asoecto
pre nuevos, es para nosotros un testimonio de la fuerza de poesía, que en su fondo más íntimo contradice al pueden instruirnos sobre el contenido dionisíaco de la
de ese doble instinto artístico de la naturaleza: el cual mundo homérico. Con esto hemos señalado la única re- música, más aún, que no tienen, junto a otras imágenes,
deja sus huellas en la canción popular de manera aná­ lapón posible entre poesía y música, entre palabra y ningún valor exclusivo. Este proceso por el que la mú­
loga a como fos movimientos orgiásticos de un pueblo se sonido: la palabra, la imagen, el concepto buscan una sica se descarga 92 en imágenes hemos de trasponerlo
perpetúan en su música; Más aún, tendría que ser de­ expresión análoga a la música y padecen ahora en s{ la ahora nosotros a una masa popular fresca y juvenil, lin­
mostrable también históricamente que todo período que violencia de ésta. En este sentido nos es lícito distingu ir güísticamente .creadora, para llegar a entrever cómo surge
haya producido en abundancia canciones populares ha dos corrientes capitales en la historia lingüística del la canción popular estrófica, v cómo la capacidad lingüís­
sido a la vez agitado de manera fortísima por corrientes pueblo griego, según que la lengua haya imitado el mun­ tica entera es incitada por el nuevo principio de imita­
dionisíacas, a las que siempre hemos de considerar como do de las apariencias y de las imágenes, o el mundo de ción de la música.
sustrato y presupuesto de la canción popular. la mtÍsic:1. Basta con reflexionar un poco. m:ís profunda­ Por tanto. si nos c5 Jkito considerar b poesía lírica
Mas para nosotros la canción popular es ante todo el mente sobre h diferencia que. en cuílnto a color, estruc- como un'.l ful p.11rnció11 imitJtivn de h música en imáp.enes
(,�
611
72 Friedrich Ni� 74
:�mo de la tragedia 71 fricdrich Nietzsdl;I
versal, en la música, la cual es la que ha forzado al lírico.
a emplear un lenguaje figurado. Con el lenguaje es i.m..
[(OOCeptos,. podemos ahora preguntar: «¿como qué por los democráticos atenienses en el coro popular, ·!·
� la música en el espejo de las imágenes y de los cual tendría siempre razón, por encima de las e�
posible alcanzar de modo exhaustivo el simbolismo �

1�·
�?» Aparece como voluntad, tomada esta pala­ limitaciones y desenfrenos pasionales de los reyes - acal(
:i:cn sentido schopenhaueriano, es decir, como antíte­ versal de la música, precisamente porque ésta se refiere. venga sugerida.por una frase de Aristóteles 95: pero�"
s del estado de ánimo estético, puramente contempla­
de manera simbólica a la contradicción primordial y et ce de influjo sobre la formación originaria de la tragedi&
�, exento de voluntad. Aquí se ha de establecer una dolor primordial existentes en el corazón de lo Uno ya que de aquellos orígenes puramente religiosos
Jtinci6n lo · más nítida posible entre el concepto de primordial, y, por tanto, simboliza una esfera que estf excluida toda antítesis entre pueblo y príncipe, y, en �
cncia y el concepto de apariencia (Erscheinung) 93: por encima y antes de toda apariencia. Comparada COI\ neral %' cualquiera esfera político-social; pero acle �­
ella, toda apariencia es, antes bien, sólo símbolo; pof con respecto a la forma clásica del coro en Ésquilo y &
.JCS, por su propia esencia, es imposible que la música
ello el lengua;e, en cuanto órgano y símbolo de las apa­ Sofocles conocida por nosotros, consideraríamos una bIJ.
:a voluntad, ya que, si lo fuera, habría que desterrarla
>tnpletamente del terreno del arte- la voluntad es,
riencias, nunca ni en ningún lugar puede extraverter la femia hablar de que aquí hay un presentimiento de un4
1 efecto, lo no-estético en sí-; pero aparece como interioridad más honda de la música, sino que, tan pron· «representación constitucional del pueblo», blasfe�
Jluntad. Para éxpresar en imágenes la apariencia de to como se lanza a imitar a ésta, queda siempre única­ ante la que otros no se han arredrado. Una represen�
i música el lírico necesita todos los movimientos de la mente en un contacto externo con ella, mientras que su ción popular del pueblo no la conocen in praxi [ en �
asión, desde los susurros del cariño hasta los truenos de sentido más profundo no nos lo puede acercar ni un solo práctica] las constituciones políticas antiguas, y, comf
1 demencia; empujado a hablar de la música con símbo­
paso, aun con toda la elocuencia lírica. puede esperarse, tampoco la han «presentido» siquiera eri}
l'S apolíneos, el lírico concibe la naturaleza entera, y a 'i.7 su tragedia.
· mismo dentro de ella, tan sólo como lo eternamente Mucho más célebre que esta explicación política del
olente, deseante, anhelante. Sin embargo, en la medida Tcm:mos que recurrir ahora a la ayuda <le todos los coro es el pensamiento de A. W. Schlegel, quien nos recd­
n que interpreta la música con imágenes, él mismo re­ ,principios artísticos examinados hasta este momento para mienda considerar el coro en cierto modo como un com­
osa en el mar sosegado y tranquilo de la contempla­ orientarnos dentro del laberinto, pues así es como tene- pendio y extracto de la masa de los espectadores, colll6
ión apolínea, si bien todo lo que él ve a su alrededor . mos que designar el origen de la tragedia griega. Pienso el «espectador ideal». Confrontada esta opinión con aquC:
través del medium de la música se encuentra sometido RUC no hago una afirmación disparatada al decir que lla tradición hist6rica según la cual la tragedia fue eñ
un movimiento impetuoso y agitado. Más aún, cuando � ahora el problema de ese origen no ha sido ni si­ su origen sólo coro, muestra ser lo que es, una asevera-:
l lírico se divisa a sí mismo a través de ese mismo :quiera planteado en serio, y mucho menos ha sido re­ ción tosca, no científica, pero brillante, cuyo brillo pro-·
'ledium, su propia imagen se le muestra en un estado de .sudto, aunque con mucha frecuencia los girones flotan- · cede tan sólo de la forma concentrada de su expresión,
entimiento insatisfecho: su propio querer, anhelar, ge­ tes de la tradición antigu a hayan sido ya cosidos y corn­ de la predisposición genuinamente germánica a favor de
nir, gritar de júbilo es para él un símbolo con el que ,binados entre sí, y luego hayan vuelto a ser desgarrados 94• todo lo adjetivado de «ideal», y de nuestra estupefacción
oterpreta para sí la música. Este es el fenómeno del Esa tradición nos dice resueltamente que la tragedia sur­ momentánea. Nosotros nos quedamos estupefactos, en
írico: como genio apolíneo, interpreta la música a través gi6 del coro trágico y que en su origen era únicamente efecto, tan pronto como comparamos el bien conocido
le la imagen de la voluntad, mientras que él mismo, com­ coro y nada más que coro: q.e lo cual sacamos nosotros público teatral 4e hoy '17 con aquel coro, y nos pregun­
)lctamente desligado de la avidez de la voluntad, es un la obligación de penetrar con la mirada hasta el corazón tamos si será posible sacar alguna vez de ese público, a
)jo solar puro y no turbado. de ese coro trágico, que es el auténtico drama primordial, base de idealizarlo, algo análogo al coro trágico. Negamos
Todo este análisis se atiene al hecho de que, así como sin dejarnos contentar de al guna manera con las frases esto en silencio, y ahora nos maravillamos tanto de la
a lírica depende del espíritu de la música, así la música retóricas corrientes- que dicen que el coro es el espec­ audacia de la aseveración de Schlegel como de la natu­
:nisma, en su completa soberanía, no necesita· ni de la tador ideal, o que está destinado a representar al pueblo raleza totalmente distinta del público griego. Nosotros
magen ni del concepto, sino que únicamente los soporta frente ::: b región principesca de la escena-. Esta última habfamos opinado siempre, en efecto, que el espectador
1 su lado. La poesía del lírico no puede expresar nada e�:rlicnciSn, que :i más de un político le parece sublime genuino, cualquiera que sea, tiene que permanecer cons­
1 ue no esté ya, con máxim� generalidnd y vigencia uni- ·- rorr.-:1 si l:i inmutable ley moral estuviese repre�entada ciente en todo momento de que lo que tiene delante de si
7J
612
�enlo de la tragedia 75 76 Friedrich Nietzsche. El nacimiento <le la tragedia 77
obra de arte, no una realidad empírica: mientras dido por la tragedia a su alrededor para aislarse nítida- sátiro, en cuanto coreuta ioi dionisíaco, vive en una rea-
.ti <=?ro trágico de los griegos está obligado a reconocer mente del mundo real Y preservar su suelo ideal y su li lidad admitida por la religión, bajo la sanción del mito
figuras del escenario existencias corpóreas. El coro bertad poética. y del culto. El hecho de que la tragedia comience con
Occánides cree ver realmente delante de sí al titán Con esta arma capital lucha Schiller contra el con- él y de que por su boca hable la . sabiduría dionisíaca
teo, y se considera a sí mismo tan real como el cepto vulgar de lo natural, contra la ilusi6n comúnmente de la tragedia es un fenómeno que a nosotros nos extra­
_ .. , de la escena 98• ¿ Y la especie más alta y pura de es- exigida en la poesía dramática. Mientras que en el teatro ña tanto como el que la tragedia tenga su génesis en el
. or sería la que considerase, lo mismo que las Oceá- el día mismo es sólo un día artificial, Y la arquitectura,- coro. Acaso ganemos un punto de partida para el estudio
, , que Prometeo está corporalmente presente y es sólo una arquitectura simbólica, Y el lenguaje métrico de este problema si yo lanzo la aseveración de que el
�? ¿ Y el signo distintivo del espectador ideal sería ofrece un carácter ideal, en el conjunto, dice Schiller sátiro, el ser natural fingido, mantiene con el hombre ci­
)Pmcr hacia el escenario y liberar· al dios de sus tormen­ continúa dominando el error: no basta con que se tole� vílizado la misma relación que la música dionisíaca man­
"15? Nosotros habíamos creído en un público estético, y solamente como libertad poética aquello que es la esencia tiene con la civilización. De esta última afirma Richard
-#-s
:.i espectador individual lo habíamos considerado tanto
capacitado cuanto más estuviese en situación de to­
� la obra de arte como arte, es decir, de manera esté­
�e. toda poesía. La introducci6n del coro es el paso de-
c1s1vo con el q�e se declara abierta y lealmente la guerra
a todo naturalism<;> en el arte 100• - Me parece que es
Wagner que la música la deja en suspenso ( au/gchoben)
al modo como la luz del día deja en suspenso el resplan­
dor de una lámpara 103• De igual manera, creo yo, el
�; y ahora la expresión de Schlegel nos ha insinuado este modo de considerar las cosas aquél para designar el . griego civilizado se sentía a sí mismo en suspenso en pre­
que el espectador perfecto e ideal es el que deja que el cual nuestra época, que se imagina a sí misma supe- sencia del coro satírico: y el efecto más inmediato de la
mundo de la escena actúe sobre él, no de manera esté­ rior, usa el desdeñoso epíteto de «pseudoidealismo» 101• tragedia dionisíaca es que el Estado y la sociedad y, en
tica, sino de manera corpórea y empírica. ¡Oh, esos grie­ Yo temo que con nuestra actual veneración de lo natu- &._eneral, los abismos que separan a un hombre de otro
gos! , suspirábamos; ¡ nos echan por tierra nuestra es­ ral · y lo real hayamos llegado, por el contrario, al polo dejan paso a un prepotente sentimiento de unidad, que
tética! Pero, habituados a ella, repetíamos la sentencia opuesto de todo idealismo, a saber, a la región de los . retrotrae todas las cosas al corazón de la naturaleza. El
de Schlegel siempre que se hablaba del coro. museos de figuras de cera. También en ellos hay arte, consuelo metafísico - que, como yo insinúo ya aquí,
Aquella tradición tan explícita habla · aquí, sin em­ como lo hay en ciertas novelas de moda actualmente: deja en nosotros toda verdadera tragedia - de que en
bargo, en contra de Schlegel: el coro en sí, sin escena­ pero que no nos importunen con la pretensión de que el fondo de las cosas, y pese a toda la mudanza de las
rio, esto es, la forma primitiva de la tragedia, y aquel el «pseudoidealismo» de Schiller y de Goethe ha que- apariencias, la vida es indestructiblemente poderosa y pla­
coro de espectadores ideales no son compatibles entre sí. dado superado con ese arte. centera, ese consuelo aparece con corpórea evidencia
¿Qué género artístico sería ese, que estaría colegido del Ciertamente es un suelo «ideal» aquel en el que, según como coro de sátiros, como coro de seres naturales que,
concepto de espectador, y del cual tendríamos que con­ la acertada intuición de Schiller, suele deambular el coro por así decirlo, viven inextinguiblemente por detrás de
siderar como forma auténtica el «espectador en sí»? El satírico griego, el coro de la tragedia originaria, un suelo toda civilización y que, a pesar de todo el cambio de las
espectador sin espectáculo es un concepto absurdo. Nos situado muy por encima de las sendas reales por donde generaciones y de la historia de los pueblos, permanecen
tememos que el origen de la tragedia no sea explicable deambulan los mortales. Para ese coro ha construido el eternamente los mismos.
ni con la alta estima de la inteligencia moral de las ma­ griego los tinglados colgantes de un fingido estado na/11- Con este coro e.s con el que se consuela el heleno do­
sas, ni con el concepto de espectador sin espectáculo, ral, y en dios ha coiocado imgidos se�es naturales. LU tado de sentimientos profundos y de una capacidad única
y nos parece demasiado profundo ese problema cómo para tragedia se ha levantado sobre ese fundamento, y ya� para el sufrimiento más delicado y más pesado, el he­
que unas formas tan superficiales de considerarlo lleguen ello estuvo dispensada desde un principio de ofrecer UÍii!i leno que ha penetrado con su incisiva mirada tanto en el ·
siquiera a rozarlo. penosa fotografía de la realidad. Pero no es éste un IIllffli terrible proceso de destrucción propio de la denominada
·una intuición infinitamente más valiosa sobre el sig­ do fantasmaoórico interpuesto arbitrariamente entre-• historia universal como en la crueldad de la naturaleza, Y
nificado del coro nos la había dado a conocer ya, en el cielo y la ti;rra; es, má� bien, un mundo dotado de-1 que corre peligro de anhelar una negación budis�a de b
famoso prólogo dí! La novia de Mesiná 99, Schiller, el misma renlidad y credibilidad que para el griego creyente voluntad. A ese heleno lo salva el arte, Y mediante el
cual consiclerab:l el coro como un muro viviente ten- posefa el Olimpo, junto con todos sus moradores. JI arte lo salva para sí - la vida.
613

78 Friedrich Nic� IID.wciroiento de 1� tragedia 79 El nacimiento de l.t tragedia 81

El éxtasis del estado dionisfaco, con su aniquilación � lfiír: e�as representaciones son lo �uklime, sometimien­
,
dionisíaco, vidri�da por el Jo]ur. A él le habría ofendido
las barreras y límites habituales de la existencia, contiené:, �:1lttÍsttco de lo espantoso, y lo comzco, descarga arus- el pastor acicalado, ficticio: con sublime satisfacci<m <le­
en efecto, mientras dura, un deme.oto letárgico, en cf 6:a de la náusea de lo absurdo. El coro satírico del morábase su ojo en los trazos gr�rndiosos Je la natur::i.leza,
que se sumergen todas las vivencias personales del p' �ürambo es el acto salvador del arte griego; en el mun­ no atrofiados IÚ cubiertos por velo alguno; aquí ]a ilu­
sado. Quedan de este modo separados entre sí, por esta ál, intermedio de estos acompañantes de Dioniso que­ sión de 1a cu.hura había siclo borrada de ]a imagen pri­
abismo del olvido, el mundo de la realidad cotidiana y el� �n exhaustos aquellos vértigos antes descritos. mordial del ser humano, aquí se desvelaba el hombre ver­
mundo de la realidad dionisíaca. Pero tan pronto corno la dadero, el sátito barbudo, que dirige gritos de júbilo a su
primera vuelve a penetrar en la consciencia, es sentida enf dios. Ante él, el hombre civilizado se reducía a una cari­
cuanto tal con náusea; un estado de ánimo ascético, nega­ catura mentirosa. También en lo que respecta a estos co­
dor de la voluntad, es el fruto de tales estados. En este mienzos del arte trágico tiene razón Schiller: el coro es
sentido el hombre dionisíaco se parece a Hamlet: ambos un muro vivo erigido contra la realidad asaltante, porque
han visto una vez verdaderamente la esencia de las cosas,. él - el coro de sátiros - refleja la existencia de una ma­
ambos han conocido, y sienten náusea de obrar; puesto; nera más veraz, más real, más completa que el hombre
que su acción no puede modificar en nada la esencia eter­ civilizado, que comúnmente se considera a sí mismo como
na de las cosas, sienten que es ridículo o afrentoso el única realidad. La esfera de la poesía no se encuentra
que se les exija volver a ajustar el mundo que se ha sa­ s fuera del mundo, cual fantasmagórica imposibilidad pro­
lido de quicio. El conocimiento mata el obrar, para obrar pia de un cerebro de poeta: ella quiere ser cabalmente
es preciso hallarse envuelto por el velo dt: la ilusión lo contrario, la no aderezada expresión Je la verdad, y
- ésta es la enseñanza de Hamlet, y no aquella sabiduría Tanto el sátiro como el idílico pastor de nuestra época justo por ello tiene que arrojar lejos de sí el mendaz
barata de Juan el Soñador, el cual no llega a obrar por moderna son, ambos, productos nacidos de un anhelo atavío de aquella presunta realidad del hombre civilizado.
demasía de reflexión, por exceso de posibilidades, si cabe orientado hacia lo originario y natural; ¡mas con qué �l contraste entre esta auténtica verdad natural y la men­
decirlo así; no es, ¡no!, el reflexionar, - es el conoci­ firme e intrépida garra asía el griego a su hombre de los104
tira civilizada que se_.c.ompQ_t_t_� como si ella fuese la única
miento verdadero, es la mirada que ha penetrado_ en la bosques, y de qué avergonzada y débil manera juguetea . realidad es un contraste simíla� ·-;.¡ que se da entre el
horrenda verdad lo que pesa más que todos los motivos el hombre moderno con la imagen lisonjera de un pastor núcleo· eterno de las cosas, la cosa en sí, y el mundo apa­
que incitan a obrar, tanto en Hamlet como en el hombre delicado, blando, que toca la flauta! Una naturaleza no rencial en su conjunto: y de igual modo que con su con­
dionisíaco. Ahora ningún consuelo produce ya efecto, el trabajada aún por ningún conocimiento, en la que to­ suelo metafísico la tragedia señala hacia ]a vid;.1 eterna
anhelo va más allá de un mundo después de la muerte, davía no han sido forzados los cerrojos de la cultura - eso de aquel núcleo de la existencia, en medio de 1a cons­
incluso más allá de los dioses, la existencia es negada, es lo que el griego veía en su sátiro, el cual, por ello, tante desaparición de las apariencias, así el simholismo
junto con su resplandeciente reflejo en los dioses o en no coincidía aún, para él, con el mono. Al contrario: era del coro satírico expresa ya en un símbolo aquella rela­
la imagen primordial del ser humano, la expresión de sus ción primordial que existe entre la cosa en sí y la apa­
un más allá inmortal. Consciente de la verdad intuida,
emociones más altas y fuertes, en cuanto era el entusiasta riencia. Aquel idílico pastor del hombre moderno es tan
ahora el hombre ve en todas partes únicamente lo es­ sólo un remedo de la suma de ilusiones culturales que
pantoso o absurdo del ser, ahora comprende el simbolis­ exaltado al que extasía la proximidad del dios, el camarada
que comparte el sufrimiento, en el que se repite el sufri­ éste considera como naturaleza: el griego dionisíaco quie­
mo del destino de Ofelia, ahora reconoce la sabiduría de re !a verdad y la naturaleza en su fuerza máxima - se ve
Sileno, dios de los bosques: siente náuseas. miento del dios, el anunciador de una sabiduría que
Aquí, en este peligro supremo de la voluntad, aproxí­ habla desde lo más hondo del pecho de la naturaleza,
a sí mismo transformado mágicamente en sátiro.
Con t�les estados <le ánimo y tales conocimientos la
mase a él el arte, como un mago que salva y que cura: el símbolo de la omnipotencia sexual de la naturale­
muchedumbre entusiasmada de los servidores de Dioniso
únicamente él es capaz de retorcer esos pensamientos za, que el griego está habituado a contemplar con respe­ lanza gritos de júbilo: el poder de aquéllos los trans­
de náusea sobre lo espantoso o absurdo de la existencia tuoso estupor. El sátiro era algo sublime v divino: eso
forma ante sus propios ojos, de modo que se imaginan
convirtiéndolos en representaciones con las que se puede tenía que parecerle especialmente a la mirada del hombre
RO
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82 El nacimiento de la tragedia 84 Friedrich Nietzsche


Frkdrich :Ni,:Li:,chc 83
verse como gcnios naturales renovados, como sátiros. L�.· nífico en cuyo ceutro se le:.; rc\'da la imagen Je Dionisu. imágenes, siuo que, parecido al pintor, las ve fuera de sí
constitución posterior del coro trágico es la imitación· Dada nuestra visión erudita <le los procesos artísticos con ojo contemplativo; al1uí hay ya una suspensión dd
artística de ese fenómeno natural; en esta imitación fue elen;entales, ese fenó1m:�o artístico primordial de que individuo, debida al ingreso en 'una naturaleza ajena.
necesario realizar, de todos modos, una separación entre aqm hablamos para explicar el coro trágico resulta casi Y, en verdad, ese fenómeno sobreviene como una epi­
los espectadores dionisíacos y los hombres transformados escandaloso: mientras que no puede haber cosa más demia 108: una muchedumbre entera se siente mágica­
por la magia dionisíaca. Sólo que es preciso tener siem­ cierta que ésta, que el poeta es poeta únicamente por­ mente transformada de ese modo. El ditirambo es, por
pre presente que el público de la tragedia ática se reen­ que se ve rodeado de figuras que viven y actúan ante él ello, esencialmente dis�ínto de todo otro canto coral. Las
contraba a sí mismo en el coro de la orquesta 105, que en Y en cuya esencia más íntima él penetra con su mirada. vírgenes que se dirigen solemnemente hacia el templo de
el fondo no había ninguna antítesis entre público y coro:; Por una pec�lia� debilidad de la inteligencia moderna, Apolo con ramas de laurel en las manos y que entre tanto
pues lo único que hay es un gran coro sublime de sáúros 1
nosotros nos mclmamos a representarnos el fenómeno es­ van cantando una canción procesional continúan siendo
que bailan y cantan, o de quienes se hacen representar tético primordial de una forma demasiado complicada y quienes son y conservan su nombre civil: el coro diú­
por ellos. La frase de Schlegel tiene que descubrírsenos; abstracta. Para el poeta auténtico la metáfora no es una rámbico es un coro de transformados, en los que han
aquí en un sentido más profundo. El coro es el «especta· · figura retórica, sino una imagen sucedánea que Ilota real­ quedado olvidados del todo su pasado civil, su posición
dor ideal» en la medida en que es el único observador 106,' mente ante él, en lugar de un concepto. Para él el carác­ social: se han convertido en servidores intemporales de
el observador del mundo visionario de la escena. El pú­ t�r no es un todo compuesto de rasgos aislados y reco­ su dios, que viven fuera de todas las esferas sociales.
blico de espectadores, tal como lo conocemos nosotros, gidos de diversos sitios, sino un personaje insistente­ Todo el resto de la lírica coral de los helenos es tan sólo
fue desconocido para los griegos: en sus teatros, dada la' mente vivo ante sus ojos, y que se distingue de la visión una gigantesca ampliación del cantor apolíneo individual;
estructura en forma de terrazas del espacio reservado a análoga del pintor tan sólo porque continúa viviendo y mientras que en el ditirambo lo que está ante nosotros es
los espectadores, que se elevaba en arcos concéntricos H17, actuando de modo permanente. ¿Por qué las descripcio­ una comunidad de actores inconscientes, que se ven unos
érale posible a cada uno mirar desde arriba, con toda pro­ nes que Homero hace son mucho más intuitivas que las a otros como transformados.
piedad, el mundo cultural entero que le rodeaba, e ima­ de todos los demás poetas? Porque él intuye mucho más La transformación mágica es el presupuesto de todo
ginarse, en un saciado mirar, coreuta él mismo. De acuer­ que ellos. Sobre la poesía nosotros hablamos de modo arte dramático. Transformado de ese modo, el entusiasta
do con esta intuición nos es lícito llamar al coro, en su·: tan abstracto porque todos nosotros solemos ser malos dionisíaco se ve a sí mismo corno sátiro, y como sátiro
estadio primitivo de la tragedia primera, un autorreflejo 1 poetas. En el fondo el fenómeno estético es sencillo; ve también al dios, es decir, ve, en su transformación,
del hombre dionisíaco: lo que mejor puede aclarar este para ser poeta basta con tener la capacidad de estar viendo una nueva visión fuera de sí, como consumación apolí­
fenómeno es el proceso que acontece en el actor, el cual, constantemente un juego viviente y de vivir rodeado de nea de su estado. Con esta nueva visión queda completo
cuando es de verdadero talento, ve flotar tangiblemente �ontinuo por muchedumbres de espíritus; p:1ra ser dra­ el drama.
ante sus ojos la figura del personaje que a él le toca re­ -maturgo basta con sentir el impulso de transformarse a De acuerdo con este conocimiento, hemos de concebir
presentar. El coro de sátiros es ante todo una visión te­ ;í mismo y de hablar por boca de otros cuerpos y otras la tragedia griega como un coro dionisíaco que una y
nida por la masa dionisíaca, de igual modo que el mundo blmas. otra vez se descarga en un mundo apolíneo de imágenes.
del escenario es, a su vez, una visión tenida por ese coro La excitación dionisíaca es capaz de comunicar a una Aquellas partes- corales entretejidas en la tragedia son,
de sátiros: la fuerza de esa visión es lo bastante poderosa masa entera ese don artístico de verse rodeada por seme­ pues, en cierto modo, el seno materno de todo lo que se
para hacer que la mirada quede embotada y se vuelva in­ iante muchedumbre de espíritus, con la que ella se sabe ín­ denomina diálogo, es decir, del mundo escénico en su
sensible a la impresión de la «realidad», a los hombres timamente unida. Este proceso del coro trágico es el fenó­ conjunto, del drama propiamente dicho. En numerosas
civilizados situados en torno en las filas de asientos. La tueno dramático primordial: verse uno transformado a sí descargas sucesivas ese fondo primordial de la tragedia
forma del teatro griego recuerda un solitario valle de mon­ husmo delante de sí, y actuar uno como si realmente hubie­ irradia aquella visión en·que consiste el drama: visión que
taña; la arquitectura de la escena aparece como una res­ ie penetrado en otro cuerpo, en otro carácter. Este proceso es en su totalict�ct una apariencia onírica, y por tanto de
plandeciente nube que las bacantes que vagan por la, k;tá al comienzo del desarrollo del drama. Aquí hay una naturaleza épica, mas, por otro lado, como objetivación
montaña divisan desde la cumbre, como el recuadro mag1 :osa distinta del rapsodo, el cual no se fusiona con sus de un estado dionisíaco, no representa la redención apolí-
1
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� nacimiento de la tragedia 85 86 Friedrich Nic� l,t:nacrmiento d� la tragedia 87

oca en la apariencia, sino, por el contrario, el hacerse pe­ sus instintos más fuertes, más aún, símbolo de la mismi¡
y a la vez pregonero de su sabiduría y de su arte: tn�
1 coro Y, por ot:o lado, en el onírico mundo apolíneo
escena, lenguaJe, color, movilidad, dinamismo de la
dazos el individuo y el unificarse con el ser primordial. El
es, por tanto, la manifestación apolínea sensible de co, ooeta. bailarín. visionario en una sola oersonª. ra se disocian como esferas de expresión completa­
� separadas
drama
a>nocimientos y efectos dionisíacos, y por ello está se­ Según este conocimiento y según la tradición, al prio _ : Las apariencias apolíneas, en las cuales
ruso se obJetlv
parado de la epopeya como por un abismo enorme. cipio, en el período más antiguo de la tragedia, DionisdJ,·.. a, no son ya «un mar eterno, un cam­
El coro de la tragedia griega, símbolo de toda la masa héroe genuino del escenario y punto central de la visi6rl,' _ e mecerse, un ardiente vivir» 112, como lo es la mú­
� ··• del
�tada por una excitación dionisíaca, encuentra su expli­ no está verdaderamente presente, sino que sólo es tt!a· coro, no son ya aquellas fuerzas sólo sentidas
cación plena en esta concepción nuestra. Mientras que presentado como presente: es decir, en su origen la ti_.- � � no cond�ns�das en imagen, en las que el entusias�
antes, por estar habituados a la posición que en el esce­ gedia es sólo «coro» y no «drama». Más tarde se hace · �dor d� D1omso barrunta la cercanía del dios: ahora
nario moderno ocupa el coro, sobre todo el coro de ópera, ensayo de mostrar como real al dios y de represen · .. � la clandad Y la solJdez de la forma épica las que le
no podíamos comprender en modo alguno que aquel coro como visible a cualquier ojo la figura de· 1a visión, jun Jiabl� desde el esc�nano, ahora Dioniso no habla ya por
trágico de los griegos fuese más antiguo, más originario, con todo el marco transfigurador: así es como comienza} ,ned10. de fuerzas, smo como un héroe épico, casi
con el
incluso más importante que la «acción>> 109 propiamente el «drama» en sentido estricto. Ahora se le encomienda: lcnguaJe de Homero.
dicha _:__ como nos decía con toda claridad la tradición -, al coro ditirámbico la tarea de excitar dionisfacarnentc'
mientras que antes tampoco podíamos compaginar con hasta tal grado el estado de ánimo de los oyentes, que
3Auella elevada importancia y originariedad de que habla cuando el héroe trágico aparezca en la escena éstos no · 10
la tradición el hecho de que, sin embargo, el coro estu­ vean acaso el hombre cubierto cnn una rnáscnra ddorme',
viese compuesto de seres bajos y serviles, más aún, al sino la figura de una vi�ión, nncirb. oor : .d iiecir!o, de sq
1

principio sólo de sátiros cabrunos 110, mientras que antes propio é.'-:tasis. Imaginémonos a Admeto recorc!ando en �s una tradición irrefutable que, en su forma más
la colocación de la orquesta delante del escenario conti­ profunda meditación a su esposa Akestis que ·acaba de ant1?u�, la trage�a ?riega tuvo como objeto único los·
nuaba siendo para nosotros un enigma, ahora hemos com­ fallecer, v consumiéndose totalmente en la contemplación sufrimientos de D1omso, y que durante larguísimo tiem­
prendido que en el fondo el escenario, junto con la ac­ espiritual de la misma - cómo de repente conducen hacia p� e� único héroe presente en la escena fue cabalmente
ción, fue pensado originariamente sólo como una visión, é( cubierta por un velo. una fo:�ura femenir.a de formi:; D1on1so. Mas con igual seguridad es lícito afirmar que
que la única «realidad» es cabalmente el coro, el cual semejantes a las de nC'_!uélla. cle andar p�.recido: im?.!!Í· n�nca, hasta Eurípides, dejó Dioniso de ser el héroe trá·
genera de s1 1::1 visión y habla de ella con el simbolismo némon0s su súbita y trémub inquietud, s1.1 impet1J oso g1co, Y que to�fas las famosas figuras de la escena griega,
total del baile, de la música v de la palabra. Este coro comparar, su convicción instintiva 1.11 - tendremos así P�ortlete�,. Ed�po, �te., son tan sólo máscaras de aquel
.
contempla en su visión a su señor y maestro Dioniso, y algo análogo al sentimiento con que el espect2dor agitado hero� ongmano, J?10mso. La razón única y esencial de
_ ,
por ello es eternamente el coro servidor: él ve cómo por la excitación dionisíaca vefa avan7.Rr por el f'.scenario la «idealidad»· t1p1ca, tan frecuentemente admirada de
aquél, el dios, sufre y se glorifica, y por ello él mismo al dios con cuvo sufrimiento se hahfo ya i�cntíficado. aquellas famosa� figuras es que detrás de todas esas �ás­
no C!ctúa. En esta situación de completo servicio al dios Tnvoluntariame�te transfería la imagen ent�rn del dios que caras se esconde. una divinidad. No sé quién ha aseverado
el coro es, sin embargo, !a expresión suprema, es decir, vibrab:? máoicamente ante su ::ilma a aquelh t:�11ra enmas­ que todos los individuos, como individuos son cómicos
dionisíaca de la 11aturale;:.a_. y por ello, al igual que ésta, c;_a;ª-d-ª., y ... �or �.si d��1rlo, dilnh J?. realiclnd de: é� ta e:.n Y,. por tanto, n� trágicos: de lo cual se inÍeriría que los
oronuncia en su entusiasmo oráculos y sentencias de sa­ una irrealidad tantasmal. . Este es el estndo apolíneo del gnegos no pudieron soportar en absoluto individuos en
biduría: por ser el coro que partidpa del sufrim.íento es ;ueño, en el tuai -�!. _mundo del día queda cubierto por la escena trágica. De hecho, tales parecen haber sido sus
a la vez el coro sabio. aue procl::lm:l b verdad desde el un velo, y ante nuestros ojos nace, en un continuo crim­ sentimientos: de igual modo que se hallan profundamen­
C:QJazón del mu!1d9. Así es como st!r�e aquella figura bio un mundo nuevo, más claro, más comprensible, más te fundadas en el ser helénico la valoración y distinción
tantasmap.órica, que parece tan escancla1osa, del S¡\tiro codmovedor aue aquél, y, sin embarp,o, más parecido a platónicas de la «idea» en contraposición al «ídolo» a la
sabio v entusi:i"�:ldn, qu� es :, h vr.z el <<hombre to!1t0)) las sombras. Según esto, nosotros percibimos en la tra­ copia. Mas, para servirnos de la terminología de PÍatón,
<"n ccntrarosíci6n :-:1 dios: reflejo de la n!ltnr:1!t?:1 y el<" gedb u11:1 ?ntítesis estilística radical: err la lírica dionisfo- acerca de las figuras trágicas de la escena helénica habría
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Mid,ni,:,,to de la tragedia 98 Friedrich Nietzsdíll l!lrmcim.iento de la tragedia 99


�lar más o menos de este modo: el único Dioniso la unidad <le todo lo existente, la consideración de la � �do a rastras poco a poco en la estrechez de una
�amente real aparece con una pluralidad de figu­ dividuación como razón primordial del mal, el arte� �ta realidad histórica, y ser tratado por un tiempo
� la máscara de un héroe que lucha, y, por así co�o alegre esperanza de que pueda romperse el sortF,\ fosterlor cualquiera como un hecho ocurrido una vez, con
Edo, aparece preso en la red de la voluntad indivi­ leg10 de la individuación, corno presentimiento de unr
lil En su forn�a de hablar y de actuar ahora, el dios _
umda d restablecida. -
txetensiones históricas: y los griegos estaban ya íntegra­
mente en vías de cambiar, con perspicacia y arbitrariedad,
�� se asemeja a un individuo que yerra, anhela Ya hemos sugerido antes que la epopeya homérica di !lodo su sueño mítico de juventud en una histórico-prag­
�: y el que llegue a aparecer con tal precisión y la poesía propia de la cultura olímpica, con la cual ésta1 �tica historia de ;uventud. Pues ésta es la manera como
� épicas es efecto del Apolo intérprete de sueños, entonó su propia _ canción de ictor�a sobre los horro� :&s religiones suelen fallecer: a saber, cuando, bajo los
. � _ prepot
�;.-�ante ��uella apariencia su_nb�l�ca le da al coro de la tltanom a_qu1a. Ahora, baJo el rnfluJo ente d� lijos severos y racionales de un dogmatismo ortodoxo, los
terpretacron de su estado d10rusiaco. En verdad, la poesía trágica, los mitos homéricos vuelven a nacer, presupuestos míticos de una religión son sistematizados
bargo, aquel héroe es el Díoniso sufriente de los con figur� distinta, mostrando con esa metempsícosis� a>mo una suma acabada de acontecimientos históricos, y
os, aquel dios que experimenta en sí los sufri- que tamb1en ,
la cultura olímpica ha sido vencida entre 1e comienza a defender con ansiedad la credibilidad de
ldientos de la individuación, del que mitos maravillosos tanto por una consideración más profunda aún del mun-: los mitos, pero resistiéndose a que éstos sigan viviendo y
aKDtan que, siendo niño, fue despedazado por los Tita­ do. El altivo titán Prorneteo le ha anunciado a su ator• proliferando con naturalidad, es decir, cuando se extin­
A y que en ese estado es venerado como Zagreo 121: mentador olímpico que su soberanía estará amenazada ,gue la sensibilidad para el mito y en su lugar aparece la
)l,ii lo cual se sugiere que ese despedazamiento, el sufri­ a!guna vez por el mayor_ de los peligros si no se alía a pretensión de la religión de tener unas bases históricas.
_,,,o dionisíaco propiamente dicho, equivale a una trans­ tiempo con él. En Ésquilo percibirnos la alianza del Zeus De este mito moribundo apoderóse ahora el genio recién'.
�6n en aire, agua, tierra y fuego, y que nosotros asustado, temeroso de su final, con el Titán. De esta ma­ nacido de la música dionisíaca: y en sus manos volvió
� de considerar, por tanto, el estado de individua­ nera la antigua edad de los Titanes es sacada a la luz . a florecer, con unos colores que jamás había mostrado,
:dlm como la fuente y razón primordial de todo sufri­ otra vez, desde el Tártaro, de una manera retrospectiva. oon un perfume que suscitaba un nostálgico presenú­
.,dento, como algo rechazable de suyo. De la sonrisa de La filosofía de la naturaleza salvaje y desnuda mira, con miento de un mundo metafísico. Tras esta última flora­
Íle Dioniso surgieron_ los dioses olímpicos, de sus lá­ el gesto franco de la verdad, los mitos del mundo ho­ ci6n el mito se derrumba, marchítanse sus hojas, y pron­
� los seres humanos 122• En aquella existencia de mérico, que desfilan ante ella bailando: tales mitos pali­ to los burlones Lucianos de la Antigüedad tratan de coger
,ios d�pedazado Dioni�o posee la ·doble naturaleza de decen, tiemblan ante el ojo relampagueante de esa dio­ 11.s flores descoloridas y agostadas, arrancadas por todos
DI demón cruel y salvaJe y de un soberano dulce y ele­ sa - hasta que el puño poderoso del artista dionisíaco los vientos. Mediante la tragedia alcanza el mito su con­
�- Lo que los epoptos 123 esperaban era, sin embargo, los obliga a servir a la nueva divinidad .. "La verdad dioni­ tenido más hondo, su forma más expresiva; una vez más
tili's:cnacimiento de Dioniso, renacimiento que ahora nos­ síaca se incauta del ámbito entero del mito y lo usa como el mito se levanta, corno un héroe herido, y con un res­
otros, llenos de presentimientos, hemos de concebir coI?o simbólica de sus conocimientos, y esto lo expresa en parte plandor último y poderoso brilla en sus ojos todo el so­
el final de la individuación: en honor de ese tercer D10- en el culto público de la tragedia, en parte en los ritos brante de fuerza, junto con el sosiego lleno de sabiduría
°'
.IJÍsO futuro resonaba el rugiente canto de júbilo de secretos de las festividades dramáticas de los Misterios, del moribundo.
"Íos epoptos. Y sólo por esa esperanza aparece un rayo pero siempre bajo el antiguo velo mítico. ¿Cuál fue la ¿Qué es lo que tú querías, sacrílego Eurípides, cuando
de alegría en el rostro del mundo desgarrado, roto en fuerza que liberó a Prometeo de su buitre y que trans­ intentaste forzar una vez más a este moribundo a que te
individuos: el mito ilustra esto con la figura de Deméter formó el mito en vehículo de la sabiduría dionisíaca? prestase servidumbre? El murió entre tus manos bruta­
absorta en un duelo eterno, la cual por vez primera vuel­ La fuerza, similar a la de Heracles, de la música: y esa les: y ahora tú necesitabas un mito remedado, simulado,
ve a alegrarse cuando se le dice que de nuevo puede ella fuerza, que alcanza en la tragedia su manifestación su­ que, corno el mono de Heracles, lo único que sabía ya
dar a luz a Dioniso. En las intuiciones aducidas tenemos prema, sabe interpretar el mito en un nuevo y profun­ era acicalarse con la vieja pompa. Y de igual manera que
ya juntos todos los componentes ?e una consideración dísimo significado; de igual manera que ya antes hubi­ se te murió el mito, también se te murió el genio de la
profunda y pesimista del mundo, y 1unt? ':ºn esto l� doc­ mos nosotros de caracterizar esto como 1a 1ri1s poderosa música: aun cuando saqueaste con ávidas manos todos
trina mistérica de la tragedia: el conocmuento básico de facultad de la músicá. Pues es destino <le todo mito irse los jardines de la música, lo único" que conseguiste fue
Friec.rich Nietzsche, 4
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100 Í'ricdrich Nict:1.f.cl1cl El nacimiento de la tragedia 109 110
f-r:cdrich Nict7-�chc

una músic1 remcJ.1da y simulada. Y puesto que tú ha bfos se lo ha de extirpar del suelo griego por la violencia? sido transformado en un dragón por Jos jueces artístico:;
abandonado a Dioniso, Apolo te abandonó a ti: saca a Sin duda, dícenos el poeta, si ello fuera posible: I?ero ;l de todos los tiempos- ¿a quién podría satisfacerle esa
todas las pasiones de su escondrijo y cnciérralasl en tu <líos Díoníso es demasiado poderoso; el a<lversano mas mísera compensación?
círculo, afila y aguza una dialéctica sofística parai los inteligente de él - como Penteo en Las bacantes 137 - Acerquémonos ahora a aquella tendencia socrática me­
discursos de tus héroes, -también tus héroes tienen¡ unas es insospecha<lamcnte víctima de su magia, y, transforma­ diante la cual Eurípides combatió la tragedia esquilea y
pasiones sólo remedadas y simuladas y pronuncian' do por ella, corre luego hacia su fatalidad. El juicio de los la venció.
dos ancianos Cadmo y Tiresias parece ser también el JUl­ . .
únicamente discursos remedados y simulados. ¿Hacia qué meta- ésa es la pregunta que ahora te­
do del anciano poeta: la reflexión de los individuos más nemos que hacernos - pudo tender en general, en la más
inteligentes, dice, no consigue -destruir aquellas viejas tra­ alta idealidad de su ejecución, el propósito euripideo de
diciones populares, aquella veneración eternamente pro­ fundar el drama únicamente sobre lo no-dionisíaco? ¿Qué
pagada de Dioniso, más aún, con respecto a tal�s fue�­ forma de drama quedaba todavía, si éste no debí� nacer
zas milagrosas conviene mostrar al menos une s1mpat1a del regazo de la música, en aquella penumbra misteriosa
diplomáticamente cauta: aun así, continúa siendo si��­ d� lo dionisíaco? Unicamente la epopeya dramatizada:
pre posible que el dios se escandalice de u�a pa�t�c1- un sector artístico apolíneo en el cual el efecto trágico
pación tan tibia y acabe tránsformando al d1plomat1co es, ciertamente, inalcanzable. Lo que aquí cuenta no es
12 - como hace aquí con Cadmo- en un dragón. Esto es el contenido de los acontecimientos expuestos; más aún,
lo que nos dice el 138 poeta que se opuso a Dioniso con �na yo afirmaría que a Goethe le habría sido impmible hacer
energía heroica durante una larga vida - para, al fmal trágicamente conmovedor, en su proyectada Nausícaa 139,
Antes de llamar por su nombre a ese otro espectador de ella cerrar su carrera con una glorificación de su ad­
detengámonos aquí un instante para traer de nuevo a la el suicidio de este ser idílico - suicidio destinado a ocu­
versari� y con el suicidio propio, como alguien que siente par el quinto acto-; tan descomunal es la fuerza de lo
memoria la impresión antes descrita de algo discordante vértigo y que, sólo para escapar al vértigo espantoso, que épico-apolíneo, que con aquel placer por . la apariencia
e inconmensurable en la esencia misma de la tragedia
esquilea. Pensemos en nuestra propia extrañeza ante el
?�
ya resulta insoportable, se arroja desde lo alto �a torre. y con aquella redención mediante la apariencia transforma
Esta tragedia es una protesta contra la pos1b1lidad �e mágicamente ante nuestros ojos las cosas más horroro­
coro y ante el héroe trágico de aquella tragedia, a nin­ llevar a la práctica su tendencia; ¡ay, s esa tendencia
guno de los cuales sabíamos compaginar con nuestros sas. El poeta de la epopeya dramática 140 no puede fun­
había sido llevada ya a la práctica! Lo milagroso había dirse totalmente con sus imágenes, como tampoco puede
hábitos ni tampoco con la tradición - hasta que redes­ sucedido: cuando el poeta se retractó, ya su tendencia hacerlo el rapsodo épico: él continúa siendo siempre una
cubrimos que esa misma duplicidad es el origen y la había vencido� Dioniso había sido ahuyentado ya de la intuición tranquilamente inmóvil, que mira con unos ojos
esencia de la tragedia griega, la expresión de dos instin­ escena trágica, y lo había sido por un poder demó�co muy abiertos, que ve las imágenes delante de sí. En su 141
tos artísticos entretejidos entre, sí, lo apolíneo y lo dio­ que hablaba por boca de. Eurípides. T�bién Euríp1?�s epopeya dramatizada el actor continúa siendo siempre,
nisíaco. era en cierto sentido, solamente una mascara: la divIDI­ en lo más hondo, rapsodo; la solemnidad propia del so­
Expulsar de la tragedia aquel elemento dionisíaco ori­ dad que hablaba por su boca no era Dioniso, ni tampoco ñar interior envuelve todas sus acciones, de modo que
ginario y omnipotente y reconstruirla puramente sobre Apolo, sino un demón que acababa de nacer, llamado jamás es del todo actor.
un arte, una moral y una consideración del mundo no-dio­ S6crateS/Esta es la nueva antítesis: lo dionisíaco Y lo so­ ¿Qué relación mantiene con este ideal del drama apolí­
nisíacos - tal es la tendencia de Eurípides, que ahora crático, y la obra de arte de la tragedia pereció por causa neo la pieza euripidea? La misma que con el rapsoda so­
se nos descubre con toda claridad. de ella. Aunque Eurípidcs intente consolarnos con su re­ lemne de los viejos tiempos mantiene el rapsodo más jo­
En el atardecer de su vida Eurípides mismo propuso tractación, no lo logra: el más magnífico de los templos ven 142 que en el Ión platónico describe su ser con estas
del modo m,s enérgico a sus contemporáneos, en un yace en ruinas por el suelo; ¿de qué nos sirve el lament 0 palabras: «Cuando recito algo triste, inís ojos se llenan de
,
mito, la cuestión del valor y del significado de esa ten­ de quien lo destruyó y su confesión de que fu: el mas lágrimas; mas cuando lo que recito es horroroso y espan­
d�ncia. ¿Tiene lo dionisíaco derecho n subsistir? ¿No bello de los templos? Y aunque en castigo Eurip1des haya toso, entonces los cabellos de mi cabeza se me erizan y mi
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618
112 Fricdrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia 113
El nacimiento de la tragedia 111
cénica que el prólogo con que se inicia el drama de Eurí­ �ákulo qu ; era la historia anterior, de tal forma que para
corazón se agita.» HJ Aquí no advertimos ya nada de aquel
épico perderse en la apariencia, nada de la frialdad exenta pides. �l hecho de q�e un personaje individual se presente e! �� pcrd1an las �ellezas poéticas y el pathos de la expo­
al comienzo de la pieza y cuente quién es él, qué es lo S1Cl?� ·, Por eso Eurípidcs antepuso el prólogo a la ex­
de afect.os del verdadero actor, que justo en su actividad
suprema es totalmente apariencia y placer por la apa­ que antecede a la acción, qué es lo que hasta entonces pos1c1on y lo colo�? en boca de un personaje al que era
_
riencia. Eurípides es el actor de corazón agitado, de ca­ ha ocurrido, más aún, qué es lo que ocurrirá en el trans­ Hctto otorgar conhanza: frecuentemente una divinidad
bellos erizados; traza el plan como pensador socrático, curso de la pieza, eso un autor teatral moderno lo cali­ tenía que garantizar al público, en cierto modo, el de­
lo ejecuta como actor apasionado. Artista puro no lo es ficaría de petulante e imperdonable renuncia al efecto de curso de la tragedia y eliminar toda duda acerca de la
ni al proyectar ni al ejecutar. De esta manera el drama la t�nsión. Se sabe, en efecto, todo lo que va a suceder; realidad del mito: de modo semejante a como Descartes
euripideo es una cosa a la vez fría e ígnea, tan capaz de ¿qu�én aguardará a que suceda realmente? - dado que n?. fue c�paz de demostrar la realidad del mundo em­
_
helar como de quemar; le· resulta imposible alcanzar el aqu1 no existe en modo alguno la excitante relación que pmco 1;11as que apelando a la veracidad de Dios y a su
efecto apolíneo de la epopeya, mientras que, por otro se da entre un sueño vaticinador y una realidad que se mcapac1dad de mentir m. Esa misma veracidad divina
lado, se ha liberado lo más posible de los elementos dio­ prese�tará luego. Del todo distinta era la reflexión que vuelve Eurípides a necesitarla otra vez en la conclusión
Euríptdes se hacía. El efecto de la tragedia, pensaba, no de su drama, para asegurarle al público el futura de sus
nisíacos, y ahora para producir algún efecto necesita nue­
?ª de�cqnsado jamás en la tensión épica, en la atractiva héroes: tal es la misi6n del famoso deus ex machina 146
vos excitantes, los cuales n9 pueden encontrarse ya en
los dos únicos instintos artísticos, el ápolíneo y el dioni­ mcert1dumbre acerca de qué acontecerá ahora y luego:
_

-Entre mirada épica al pasado y la mirada épica al futu�
síaco. Esos excitantes son fríos pensamientos paradóji­ antes bien, en aquellas grandes escenas retórico-líricas en ro esta el presente lírico, dramático, el «drama» 147 pro-
cos - en lugar de intuiciones apolíneas - y a/ectos ígneos las que la pasión y la dialéctica del protagonista crecían piamente dicho.
hasta convertirse en ancho y poderoso río. Para el pathos1 . De esta manera, en cuanto poeta Eurípides es sobre
- en lugar de éxtasis dionisíacos -, y, desde luego, pen­
samientos y afectos remedados de una manera sumamente no para la acción predisponía todo: y lo que no predis­ todo el eco de sus conocimientos conscientes; y justo eso
ponía para el pathos era considerado reprobable. Mas lo es lo que le otorga un puesto tan memorable en la his­
realista 144, pero en modo alguno inmersos en el éter
q�e con mayor fuerza dificulta esa entrega placentera a toria del arte griego. Con frecuencia tiene que haber pen­
del arte. sado, con respecto a. su creatividad crítico-productiva
Habiendo visto, pues, que Eurípides no consigu ió fun­ !ales escenas es un eslabón que le falta al oyente, un agu­
Jero en el tejido de la historia anterior; mientras el oyen­ qu.e él debería resucitar para el drama el comienzo deÍ
dar el drama únicamente sobre lo apolíneo, que, antes escrito ?e Anaxágoras, cuyas primeras palabras dicen:
bien, su tendencia no-dionisíaca se descarrió en una ten­ te tenga que seguir haciendo cálculos sobre cuál es el sig­
nificado de este y aquel personaje, sobre cuáles son los «al comienzo todo estaba mezclado: entonces vino el en­
dencia naturalista y no-artística, nos será lícito ahora apro­ tendimiento y creó orden» 148• Y si con su nus Anaxágo­
presupuestos de este y aquel conflicto de inclinaciones y
ximamos a la esencia del socratismo estético, cuya ley ras apareció entre los filósofos como el primer sobrio
propósitos, le resultará imposible sumergirse del todo en
suprema dice más 9 menos así: «Todo tiene que ser inte­ entre hombres completamente borrachos, también Eurí­
ligible para ser bello»; lo cual es el principio paralelo el sufrimiento y la actuación de los personajes princi­
pales, participar, perdido el aliento, en sus sufrimientos pides concibió sin duda bajo una imagen similar su rela­
del socrático «sólo el sapiente es virtuoso». Con este ción con los demás poetas de la tragedia. Mientras el n.us1
canon en la mano exanúnó Eurípides todas las cos.as, y y en sus temores. La tragedia esquileo-sofoclea empleaba
los medios artísticos más ingeniosos para, en las prime­ ordenador y soberano único del universo, siguió estando
de acuerdo con ese principio las rectificó: el lenguaje, ras escenas, poner de una manera casual, por así decirlo, excluido de la creación artística, todo se hallaba aún mez­
los caracteres, la estructura dramatúrgica, la música co­ clado, en un caótico magma primordial; así tuvo que juz­
en manos del espectador todos los hilos necesarios para
ral. Eso que nosotros solemos imputar frecuentemente a la comprensión: un rasgo en el que se acreditan aquellos gar Eurípidcs, así tuvo que condenar él, como el primer
Eurípides como defecto y retroceso poético, en compara­ «sobrio», a los poetas «borrachos». Lo que Sófocles dijo
nobles artistas que enmascaran, por así decirlo, lo form:il
ción con la tragedia sofoclea, eso es casi siempre produc­ necesario y lo hacen aparecer como casual. De todos mo­ de É�quilo, a saber, que éste hace lo correcto, pero in­
to de aquel penetrante proceso crítico, de aquella racio­ dos, Eurípides creía observar que durante aquellas pri­ c�:>nsc1entemente, no estaba dicho, desde luego, en el sen­
nalidad temeraria. El prólogo euripideo va a servirnos meras escenas el espectador se ·hallaba en una inquietud tido de Eurípidcs: el cual habría admitido únicamente
de ejemplo de la productividad de ese método raciona­ peculiar, queriendo resolver el problema matemático de esto, que Ésquilo, porque crea inconscientemente, crea
lista. Nada puede ser más contrario a nuestra técnica es-
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114 FrieJrich Nietzsche 116 Friedrich Nietzsche

lo incorrecto. De la facultad creadora del poeta, en la poner en la picota al mismo Aristófanes, presentándolo
medida en que no es la inteligencia consciente, también el como un licencioso y mentiroso Alcibíadcs de la poesía.
divino Platón habla casi siempre sólo con ironía, y la Sin detenerme en este lugar a defender cuntr.i tales ata­
equipara al talento del adivino y del intérprete de suefios; ques los profundos instintos de Aristófanes, paso a de­
pues el poeta, dice, no es capaz de poetizar hasta que no mostrar, basándome en la sensibilidad antigua, la es­
ha quedado inconsciente y ya ningún entendimiento ha­ trecha conexión que existe entre Sócrates y Eurípides;
bita en él 149• Eurípides se propuso mostrar al mundo, en este sentido hay que recordar especialmente que Sócra­
corno se lo propuso también Platón, el reverso del poeta tes, como adversario del arte trágico, se abstenía de con­
«irrazonable»; su axioma estético «todo tiene que ser currir a la tragedia, y sólo se incorporaba a los especta­
consciente para ser bello» es, como he dicho, la tesis pa­ dores cuando se representaba una nueva obra de Eurípi­
ralela a la socrática, «todo tiene que ser consciente para des 153• Lo más famoso es, sin embargo, la aproximación
ser bueno». De acuerdo con esto, nos es lícito considerar de ambos nombres en la sentencia del oráculo délfico,
a Eurípides como el poeta del socratismo estético. Sócra­ el cual dijo que Sócrates era el más sabio de los hombres,
tes era, pues, aquel segundo espectador que no compren­ pero a la vez sentenció que a Eurípides le correspondía
día la tragedia antigua y que, por ello, no la estimaba; el segundo premio en el certamen de la sabiduría 154•
aliado con él, Eurípides se atrevió a ser el heraldo de 13 Tercero en esa graduación quedó Sófocles, él, al que le
una nueva forma de creación artística. Si la tragedia an­ era lícito jactarse, frente a Ésquilo, de hacer lo correcto,
tigu a pereció a causa de él, entonces el socratismo esté­ y de hacerlo por saber que es lo correcto. Resulta mani­
tico es el principio asesino; y puesto que la lucha estaba Que en su tendencia Sócrates se halla estrechamente fiesto que es precisamente el grado de claridad de ese
dirigida contra lo dionisíaco del arte anterior, en Sócra­ relacionado con Eurípides es cosa que no se le escapó a saber lo que distingue en común a aquellos tres varones
tes reconocemos el adversario de Dioniso, el nuevo Orfeo la Antigüedad de su tiempo; y la expresión más elocuen­ como los. tres «sapientes» de su tiempo.
que se levanta contra Dioniso y que, aunque destinado a te de esa afortunada sagacidad es aquella leyenda que Pero la frase más aguda a favor de aquel nuevo e inau­
ser hecho pedazos por las ménades del tribunal ateniense, circulaba por Atenas, según la cual Sócrates ayudaba a dito aprecio del saber y de la inteligencia la pronunció
obliga a huir, sin embargo, al mismo dios prepotente: Eurípides a escribir sus obras 151• Ambos nombres eran Sócrates cuando encontró que él era el único en confe­
el cual, como hizo en otro tiempo cuando huyó de Li­ pronunciados a la vez por los partidarios de los «buenos sarse que no sabía nada 155; mientras que, en su deam­
curgo, rey de los edones m, buscó la. salvación en las tiempos viejos» cuando se trataba de enumerar a los se­ bular crítico por Atenas, por todas partes topaba, al
profundidades del mar, es decir, en las místicas olas de ductores del pueblo en aquella época: de su influjo pro­ hablar con los más grandes hombres de Estado, oradores,
un culto secreto, que poco a poco invadió el mundo cede 152, decían, el que el viejo, maratoniano y cuadrado poetas y artistas, con la presunción del saber. Con estu­
entero. (vierschrotig) vigor de cuerpo y alma sea sacrificado cada por advertía que todas aquellas celebridades no tenían
vez más a una discutible ilustración (Aufklarung), en una una idea correcta y segura ni siquiera de su profesión, y
progresiva atrofia de las fuerzas corporales y psíquicas. que la ejercían únicamente por instinto. «Unicamente
En este tono, a medias de indignación y a medias de por instinto»: con esta expresión tocamos el corazón y el
desprecio, suele hablar de aquellos hombres la comedia punto central de la tendencia socrática. Con ella el so­
aristofanea, para horror de los modernos, que con gusto cratismo condena tanto el arte vigente como la ética vi­
renuncian ciertamente a Eurípides, pero que no pueden gente: cualquiera que sea el sitio a que dirija sus mira­
maravillarse lo suficiente de que Sócrates aparezca en das inquisidoras, lo que ve es la falta de inteligencia y
Aristófancs como el primero y el más alto de los sofistas, el poder de la ilusión, y de esa falta infiere que lo exis­
como el espejo y el compendio de todas las aspiraciones tente es íntimamente absurdo y repudiable. Partiendo de
sofísticas: en lo cual ]o único que procurn un consuelo es ese único punto Sócrates creyó tener que corregir la
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El nacimiento de la tragedia 117 118 Friedrich Nietzsche
existencia: él, sólo él, penetra con gesto de desacato y de instintiva. Mas, por otra parte, a aquel instinto lógico
superioridad, como precursor de una cultura, un arte y que en Sócrates aparece estábale completamente vedado
una moral de especie completamente distinta, en un volverse contra sí mismo; en ese desbordamiento desen­
mundo tal que el agarrar con respeto las puntas del mismo frenado muestra Sócrates una violencia natural cual sólo
consideraríamoslo nosotros como la máxima fortuna. la encontramos, para nuestra sorpresa horrorizada, en las
Esta es la enorme perplejidad que .con respecto a Só­ fuerzas instintivas más grandes de todas. Quien en los
crates se apodera siempre de nosotros, y que una y otra escritos platónicos haya notado aunque sólo sea un soplo
vez nos estimula a conocer el . sentido y el propósito de de aquella divina ingenuidad y seguridad propias del
esa aparición, la más ambigua de la Antigüedad. ¿Quién modo de vida socrático, ese sentirá también que la enor­
es este que se permite atreverse a ne_gar, él solo, el ser me rueda motriz del socratismo lógico está en marcha,
griego, ese ser que, como Homero, Píndaro y Ésquilo, · por así decirlo, .detrás de Sócrates, y que hay que ·íntuirla
como Fidias, como Pericles, como Pitia y Dioniso, como a través de éste cómo a través de una sombra. Pero que
el abismo más profundo y la cumbre más elevada,. está él mismo tenía un presentimiento de esa circunstancia,
seguro de nuestra estupefacta adoración? ¿Qué fuerza eso es algo que se expresa en la digna seriedad con que en
demónica es esa, que se permite la os2día de derramar todas partes, e incluso ante sus jueces, hizo valer su vo­ 14
por el polvo esa bebida má�ica? ¿Qué semidiós es este, caci6n divina. Refutar a Sócrates en eso era, en el fondo,
al que el coro de espíritus de los más nobles de la huma­ tan imposible como dar por bueno su influjo disolvente
nidad tiene que gritar: « ¡Ay! ¡Ay! Tú lo has destruido, de los instintos. En este conflicto insoluble, cuando Só­ Imaginémonos ahora fijo en la tragedia el grande y
el mundo bello, con puño ooderoso; ¡ese mundo se de­ crates fue conducido ante el foro del Estado griego, sólo único ojo ciclópeo de Sócrates, aquel ojo en que jamás
rmmba, se desmorona!» 156 • una forma de condena era apHcable, el destierro; tendría brilló la benigna demencia del entusiasmo artístico - ima­
Una clave para entender 'el ser de Sócrates ofrécenosla que haber sido lícito expulsarlo al otro lado de las fron­ ginémonos cómo a aquel ojo le estaba vedado mirar con .
aquel milagroso fenómeno llamado «demón de Sócrates». teras, como a algo completamente enigmático, inclasifica­ complacenda los abismos dionisíacos - ¿qué tuvo que
En situaciones especiales, en las que vacifaba su enorme ble, inexplicable, sin que ninr,una posteridad hubiera te­ descubrir él propiamente en el «sublime y alabadísimo»
entendimiento, és.te encontraba un firme sostén gracias nido derecho a incriminar a los atenienses de un acto arte trágico, como lo denomina Platón? 1� 'Algo completa­
a una voz divina que en tales momentQs se dejaba oír. ignominioso. Pero el que se le sentenciase a muerte, y no mente irracional, con causas que parecían no tener efec­
.Cuando viene, esa voz siempre disuade 157• En esta natu­ a destierro únicamente, eso parece haberlo impuesto el tos, y con efectos que parecían no tener causas; además,
raleza del todo anormal la sabiduría instintiva se mues­ mismo Sócrates, con completa claridad y sin el horror todo ello tan abigarrado y heterogéneo, que a una mente
tra únicamente para enfrentarse acá y allá al conocer natural a la muerte: se dirigió a ésta con la misma calma sensata tiene que repugnarle, y que para las almas excita­
consciente, poniendo obstáculos. Mientras que en todos con que, según la descdpción de Platón, es el último de bles y sensibles representa una mecha peligrosa. Nosotros
los hombres productivos el instinto es precisamente la los bebedores en abandonar el simposio al amanecer, sabemos cuál fue el único género del arte poético que fue
fuerza creadora y afirmativa, y fo consciencia adopta una para comenzar un nuevo día; mientras a sus espaldas comprendido por él, la fábula .es6pic;a 161: y sin duda
actitud crítica y disuasiva: en Sócrates el instinto se con­ quedan, sobre los bancos y por el suelo, los adormecidos esto lo hizo con aquella sonriente contemporización con
vierte en un crítico, la consciencia, en un creador - ¡una comensales, µara soñar con S6crates, el verdadero eró­ que el bueno y honesto Gellert canta el elogio de la
verdadera monstruosidad per de/ectum! Y, ciertamente, tico 158• El Sócrates moribundo se convirtió en el nuevo poesía, en la fábula de la abeja y la gallina:
aquí advertimos un monstruoso de/ectus de toda dispo­ ideal, jamás visto antes en parte alguna, de la noble ju­
sición mística, hasta el punto de que a Sócrates habría ventud griega: ante esa imagen se postró, con todo el Tú ves en mí para lo que ella sirve,
que llamarlo el no-místico específico, en el cual, por una ardiente fervor de su alma de entusiasta, sopre todo Pla­ A quien no posee mucho entendimiento ·
superfetación, la naturaleza lógicn tuvo un desarrollo tón, el joven heleno típico. Sírvclc para decir la verdad con una in.agcn 16\
tan excesivo como en el místico lo tiene aquella sabiduría 119
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120 El nacimiento de la tragedia 121 1� Frie<lrich Niet7.schc
Friedrich Nietzsche

Pero a Sócrates le parecía que el arte trágico ni si. con ello la rigurosa ley anterior de que la forma lirigüÍS· al espectáculo burgués. Basta con recordar las consecuen·
quiera <<dice la verdad»: preséindiendo de que se dirige tica fuese unitaria; por este camino fueron aún más lejos cías de las tesis socráticas: «la virtud es el saber; se
«a �u}en no posee mucho entendimiento», por tanto, no los escritores cínicos, que con un amasijo muy grande de peca sólo por ignorancia; el virtuoso es el feliz»; en
al filosofo: doble raz6n para mantenerse alejado de él. estilos, con su fluctuar entre las formas prosaicas y las estas tres formas básicas del optimismo está la muerte de
Al igual que Platón, S6crates lo contaba entre las artes métricas alcanzaron también la imagen literaria del «Só. la tragedia. Pues ahora el héroe virtuoso tiene que ser
lisonjeras, que sólo representan lo agradable, no lo útil, crates furioso», al que solían representar en la vida. El un dialéctico, ahora tiene que existir un lazo necesario
y por eso exigía de sus discípulos que se abstuvieran y diálogo platónico fue, por así decirlo, la barca en que y visible entre la virtud y el saber, entre la fe y la
que se apartaran rigurosamente de tales atractivos no se salvó la vieja poesía náufraga, {unto con todos sus moral, ahora la solución trascendental de la justicia de
filos6ficos; con tal éxito, que Platón, el joven poeta trá. hijos: apiñados en un espacio angosto, y medrosamente Ésquilo queda degradada al principio banal e insolente
gico, lo primero que hizo para poder convertirse en ,alum· sujetos al único timonel Sócrates, penetraron ahora en de la «justicia poética» 163, con su habitual deus ex ma·
no de Sócrates fue quemar sus poemas 162• Allí· donde, un mundo nuevo, que no se cans6 de contemplar la fan. china 164•
sin embargo, unas disposiciones invencibles combatían tasrnagórica imagen de aquel cortejo. Realmente Platón ¿Cómo aparece ahora, frente a este nuevo mundo es·
contra las máximas socráticas, la fuerza de éstas, junto proporcionó a toda la posteridad el prototipo de una cénico socrático-optimista, el coro y, en general, todo el
con el brío de aquel enorme e:arácter, siguió siendo lo has· nueva forma de arte, el prototipo de la novela: de la cual sustrato dionisíaco·musical de la tragedia? Como algo ca­
tante grande para empujar a la poesía misma a unas po· se ha de decir que es la fábula esópica amplificada hasta sual, como una reminiscencia, de la que sin duda cabe
sidones nuevas y hasta entonces desconocidas. el infinito, en la que la poesía mantiene con la filosofía prescindir, del origen de 1a tragedia, mientras que nos·
Vn ejemplo de esto es el recién nombrado Platón; él, dialéctica una relación jerárquica similar a la que durante otros hemos visto, por el contrario, que al coro sólo se
que en la condena de la tragedia y del arte en general no muchos siglos mantuvo la misma filosofía con la teolo· lo puede entender como causa de la tragedia y de lo trá·
quedó ciertamente a la zaga del ingenuo cinismo de su gía: a saber, la de ancilla [esclava]. Esa fue la nueva gico en general. Ya en Sófocles aparece 165 esa perplejidad
maestro, tuvo que crear, sin embargo, por pura necesidad posición de la poesía, a la que Platón la empujó, bajo la con respecto al coro- señal importante de que ya en
artística, una forma de arte cuya afinidad precisamente presión del dernónico Sócrates. él comienza a resquebrajarse el suelo dionisfoco de la
con las formas de arte vigentes y rechazadas por él es Aquí el pensamiento filosófico, al crecer, se sobrepone tragedia. El no se atreve ya a confiar al coro la parte
íntima. El reproche capital que Platón había de hacer al al arte v obfü�a a éste a aferrarse estrechamente al tronco principal del efecto, sino que restringe su ámbito de tal
arte anterior- el de ser imitación de una imagen apa· de la dialéctica. En el esquematismo lógico la tendencia manera, que ahora el coro casi aparece coordinado con
rente, es decir, el pertenecer a una esfera inferior incluso apolínea se ha transformado en crisálida: de igual ma· los actores, como si, habiéndolo subido desde la orques·
al mundo empírico-, contra lo que menos se tenía de. nera que en Eurípides hubimos de percibir algo análogo ta, se lo hubiera introducido en el escenario: con lo
recho a dirigirlo era contra la nueva obra de arte; y así y, además, una trasposición de lo dionisíaco al efecto na· cual, claro está, su esencia queda destruida del todo,
vemos a Platón esforzándose en ir más allá de la realidad turalista. Sócrates, el héroe dialéctico del drama platóni· aunque Aristóteles apruebe precisamente esa concepción
y en exponer la Idea que está a la base de esa pseudo. co, nos trae al recuerdo la naturaleza afín del héroe euri· del coro 166• A quel desplazamiento de posición del coro,
realidad. Mas con esto el Platón pensador había llegado, pideo, el cual tiene que defender sus acciones con argu­ que Sófocles- recomendó en todo caso con su praxis, e
a través de un rodeo, justo al lugar en que, como poeta, mentos y contraargumentos, corriendo así peligro frecuen· induso, según la tradición, con un escrito 167, es el primer
había tenido siempre su hogar y desde el cual Sófocles y temente de no obtener nuestra compasión trágica: pue$ paso hacia la aniquilación del mismo, cuyas fases se su­
todo el arte antiguo protestab an solemnemente contra auién no vería el elemento optimista qué hav en la esencia ceden con espantosa rapidez en Eurípides, Agatón y la
aquel reproche. Si la tragedia había absorbido en sf todos de la dialéctica, elemento que celebra su fiesta jubilosa comedia nueva. Con el látigo de sus silogismos la dia.
los géneros artísticos precedentes, lo mismo cabe decir a en cada deducción y que no puede respirar más que en léctica opúmista arroja de la tragedia a la música: es
su vez, en un sentido excéntrico, del diálogo platónico, la claridfl.d v la consciencia frías: elemento optimista que, decir, destruye la esencia de la tragedia, esencia que úni·
que, nacido de una mezcla de todos los estilos y formas una vez infiltrado en la tragedia, tiene que recubrir poco camente se puede interpretar como una manifestación e
existentes, oscila entre la narración, la lírica y el drama, a poco las regiones dionisíacas de ésta y empujarlas ne­ ilustración de estados dionisíacos, como simbolización vi•
entre la prosa y la poesía, habiendo infringido también cesariamente 2. la autoaniquilaci6n - hasta el salto mortal
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El nacimiento fl,. la tragedia 123 124 Fricdrich Nietzsche 126 Friedrich Nietzsche
sual de la música, como el mundo onírico de una embria­ raleza lógica: ¿acaso ocurre -así tenía él que preguntar­ ra. Y de esta manera estalla siempre de nuevo una rabia
guez dionisíaca. se - que lo incomprensible para mí no es ya también lo íntima contra aquel presuntuoso pueblecillo que se atrevió
Si hemos de suponer, pues, que incluso antes de Só­ ininteligible sin más? ¿Acaso hay un reino de sabiduría a calificar para siempre de «bárbaro» a todo lo no na­
crates actu6 ya una tendencia antidionisfaca, que s6lo en· del cual está desterrado el lógico? ¿Acaso el arte es inclu­ tivo de su patria: ¿quiénes son ésos, nos preguntamos,
él adquiere una expresión inauditamente grandiosa: en­ so un correlato y un suplemento necesarios de la ciencia? que, aunque sólo pueden mostrar un esplendor histórico
tonces no tenemos que arredrarnos de preguntar hacia efímero, unas instituciones ridículamente limitadas y es­
dónde apunta una aparición como la de Sócrates: que, trechas, un dudoso vigor en su moralidad, y que incluso
si tenemos en cuenta los diálogos platónicos, no podemos están señalados con feos vicios, pretenden tener entre los
concebir como un poder únicamente disolvente y nega­ pueblos la dignidad y la posición especial que al gerúo
tivo. Y aun cuando es muy cierto que el efecto más in­ le corresponde entre la masa? Por desgracia, nadie ha te­
mediato del instinto socrático perseguía una descomposi­ tenido hasta ahora la suerte de encontrar la copa de cicuta
ción de la tragedia dionisíaca, sin embargo una profunda con que semejante ser pudiera quedar sencillamente elimi­
experiencia vital de Sócrates nos fuerza a preguntar si nado: pues todo el veneno producido por la envidia, la
entre el socratismo y el arte existe necesariamente tan calumnia y la rabia no ha bastado para aniquilar aquella
sólo una relación antipódica, y si el nacimiento de un magnificencia contenta de sí misma. Y de esta manera
«Sócrates arústico» es en absoluto algo contradictorio en 15 c:é.ntimos ve_!Xiienza y miedo ante los _g_rieg_os: a no ser
sí mismo. gne uno estime la verdad por encima de todo y se atreva
Aquel lógico despótico terna a veces, en efecto, frente a confesarse también esta verdad, que los griegos tienen
al arte, el sentimiento de una laguna, de un vacío, de En el sentido de esta última pregunta llena de pre­ en sus manos, como aurigas, tanto nuestra cultura como
un semirreproche, de un deber acaso desatendido. Con sentimientos resulta necesario declarar que hasta este mo­ cualquier otra, pero que, casi siempre, carro y caballos
mucha frecuencia se le presentaba en sueños, como él mento, e incluso por todo el futuro, el influjo de Sócra­ están hechos de un material demasiado mediocre y son
cuenta en la cárcel a sus amigos, una y la misma apari­ tes se ha extendido sobre la posteridad como una sombra inadecuados a la aureola de sus conductores, los cuales
ción, que siempre le decía igu al cosa: «¡Sócrates, cultiva que se hace cada vez mayor en el sol del atardecer, así consideran luego una broma el arrojar semejante tiro al
la música!» 168 'Hasta sus últimos días Sócrates se tran­ como que ese mismo influjo obliga una y otra vez a re­ abismo: que ellos mismos salvan con el salto de Aquiles.
quiliza con la' opinión de que su filosofar es el arte su­ crear el arte -y, desde luego, el arte en un sentido meta-. Para mostrar que también a Sócrates le corresponde la
físico, más amplio y más profundo -y, dada su propia dignidad de semejante posición de guía rn bastará con ver
premo de las musas, y no cree que una divinidad le mumtud, garantiza también la infinitud de éste.
invite a cultivar aquella «música vulgar, popular» 169• Fi­ en él el tipo de una forma de existencia nunca oída antes
Pero antes de· que esto pudiera ser reconocido, antes de él, el tipo del hombre teórico, cuyo significado y cuya
nalmente, en la cárcel, para descargar del todo su con­
de que fuese mostrada de manera convincente la inti­ meta trataremos de entender a continuación. También el
ciencia moral, decídese a cultivar también aquella mú­ mísima dependencia que todo arte tiene con respecto a los
sica tan poco apreciada por él. Y con esos sentimientqs hombre teórico encuentra una satisfacción infinita en lo
griegos, los griegos desde Homero hasta Sócrates, a existente, igual que el artista, y, como éste, se halla de­
compone un proemio en honor de Apolo y pone en nosotros tuvo que irnos con esos griegos lo mismo que
verso algunas fábulas de Esopo i,o. Lo que le empujó a a los atenienses les fue con Sócrates. Casi cada tiempo Y
fendido por esa satisfacción contra la ética práctica del
realizar esos ejercicios fue algo semejante a aquella de­ pesimismo y contra sus ojos de Linceo, que brillan sólo
cada grado de cultura han intentado alguna vez, con en la oscuridad. Si, en efecto, a cada desvelamiento de' la
mónica voz admonitoria, fue su intuición apolínea de no profundo malhumor, liberarse de los griegos, porque, en
comprender, lo mismo que si fuera un rey bárbaro, una verdad el artista, con miradas extáticas, permanece siem­
. presencia de éstos, todo lo realizado por ellos, en apa­ pre suspenso únicamente de aquello que también ahora,
noble estatua de un dios, y de correr peligro de pecar riencia completamente original y sinceramente admirado,
parecía perder 4� súbito color y vid� y reducirse,. arru­
contra su divinidad - por su incomprensión. Aquella tras el d�svelamiento, continúa siendo velo, el hombre
frase dicha por la aparición onírica socrática es el único , aun, a una cancatu- teórico, en cambio, goza y se satisface con el velo arro­
gado, a una copia mal hecha, mas jado y tiene su más alta meta de placer en el proceso de
signo de una perplejidad acerca de los lími.tes de la natu�
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El nacimiento de la tragedia 127 128 Fricdrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia 129
un desvelamiento ca9a v.� más afortun,ado'-lo¡;zrado pqr a quien el saber y los argumentos han liberado del miedo tes del mundo donde no ha aparecido el arte en algu­
fo prup1� ruer�. No habría ciencia alguna si esta tuvie­ a la muerte, es el escudo de armas que, colocado sobre la na forma, especialmente en forma de religión y de
ra que ver so10 con esa úni,;a diosa desnuda, y con nada puerta de entrada a la ciencia, recuérdalc a todo el mun­ ciencia,· para actuar como remedio y como defensa frente
más. Pues entonces sus discípulos ·tendrían que sentirse do el destino de ésta, a saber, el de hacer aparecer in­ a ese soplo pestilente.
como individuos que quisieran excavar un agujero preci­ teligible, y por tanto justificada, la existencia: a lo cual, frente a este pesimismo práctico, Sócrates es el proto­
samente a través de la tierra: cada. uno de los cuales se desde luego, si los argumentos no llegan, tiene que servir tioo del ooumism,o teórico. que, con la señalada creenaa
da cuenta de que, con un esfuerzo máximo, cíe toda la en definitiva también el mito, del que acabo de decir en la posibilidad cte escrutar la naturaleza de las cosas,
vida, sólo sería ca�az de ex.9i:var W!_��ñísimo trozo de que es la consecuencia necesaria, más aún, el propósito concede al saber y al conocimiento la fuerza de una me­
la enorme protung..i.9_ad, trozo que ante sus mismos ojos de la ciencia. dicina universal, y ve en el error el mal en sí. Penetrar
es cubierto de nuevo por d trabajo del siguiente, de tal Quien tenga una idea clara de cómo después de Sócra­ en esas razo!_les de las cosas Ll§.lil:?lec�r una sep�gó.p.
manera que un tercero parece hacer bien eligiendo por tes, mistagogo de la ciencia, una escuela de filósofos su­ entre e1 conocjrniento verdadero 5- la apariencia v el error.
propia cuenta un nuevo lugar para sus intentos de perfo­ cede a la otra cual una ola a otra ola, cómo una 1.,miver­ eso._parecióle al hombre socrático la OCl!lJación más noble
ración. Si ahora alguien demuestra convincentemeQte que salidad jamás presentida del ansia de saber, en los más oe _todas.J incluso la úru.�a verdaderamente humana: de
por ese camino directo no se puede alcanzar la meta de remotos dominios del mundo culto, y concebida cual igual manera que aquel mecanismo de los conceptos,
los antípodas, ¿quién querrá seguir trabajando en los auténtica tarea para todo hombre de capacidad superior, juicios y raciocinios fue estimado por Sócrates como acti­
viejos pozos, a no ser que entretanto se contente con en­ ha conducido a la ciencia a alta mar, de donde jamás ha vidad suprema y como admirabilísimo don de la natura­
contrar piedras preciosas o con descubrir leyes de la na­ P.odido volver a ser arrojada completamente desde enton­ leza, superior a todas las demás capacidades. Incluso los
turaleza? Por ello Lessing, el más honesto de los hombres ces, cómo gracias a esa universalidad se ha extendido. por actos morales más sublimes, las emociones de la compa­
teóricos, se ::itrevió a de.clarar que a él le im..QC>rta más la primera vez una red común de pensamiento sobre todo el si6n, del sacrificio, del heroísmo, y aquel sosiego del
búsqueda de la verdad que ésta m.1sma ..... : con lo que ha globo terráqueo, e incluso se tienen per.spectivas de ex­ alma, difícil de alcaµzar, que el griego apolíneo llamaba
quedado al descubierto el secreto rundamental de la ver­ tenderla sobre 173 las leyes de un sistema solar e.ntero: sophrosyne, fueron derivados, por Sócrates y por sus se­
dad, para estupor, n;iás aún, para fastidio de los cientí­ quien tenga presente todo eso, junto con la pirámide guidores simpatizantes hasta el presente, de la dialéctica
ficos. Ciertamente, junto a este conocimiento aislado está, asombrosamente alta del saber en nuestro tiempo, no gel saber y, por tanto, calificados de aprencHbles. Quien
como un exceso de honestidad, si ·no de altanería, una podrá dejar de ver en Sócrates un punto de inflexión y ha experimentado en sí mismo el placer de un conoci­
profunda representaci6n ilusoria, que por vez primera un vértice de la denominada historia universal. Pues si miento socrático y nota cómo éste intenta abrazar, en
vino al mundo en la persona de Sócrates, -aquella in­ toda la incalculable suma de fuerza gastada en favor de círculos cada vez más amplios, el mundo entero de las
concusa creencia de que, siguiendo el hllo _de la causali­ aquella tendencia mundial la imaginásemos aplicada no al apariencias, no sentirá a partir de ese momento ningún
dad, el pensar llega hasta los abismos más profundos del servicio del conocer, sino a las metas prácticas, es decir, aguijón que pudiera empujarlo a la existencia con mayor
ser, y que el _pensar es Cª2az no s6lo de conocer. sino egoístas de los individuos y de los pueblos, entonces es vehemencia que el· deseo de completar esa conquista y
jncluso de cO"'l.J!l.' el ser. Esta subume ilusión metattsJca probable que en las luchas generales de aniquilamiento y de tejer la red con tal firmeza que resulte impenetrable.
le na sido anadicia como instinto a la c1enc1a, y una y en las continuas migraciones de pueblos se hubiera debi­ A quien tenga esos sentimientos, el Sócrates platónico
otra vez la conduce hacia aquellos límites en los que litado de tal modo el placer instintivo de vivir, que, dado se le aparece entonces como maestro de una forma com­
tiene que transmutarse en arte: en el cual es en el que el hábito del suicidio, el individuo tendría acaso que sentir pletamente nueva de «jovialidad griega» y de dicha de
tiene puesta propiamente la mirada este mecanismo. el último resto de sentimiento del deber cuando, como existir, forma que intenta descargarse en acciom:s y que
Ahora, iluminados por la antorcha de este pensamiento, hacen los habitantes de las islas Fidji, estrangulase como encontrará esas descargas casi siempre en influencias ma­
miremos hacia Sócrates: éste se nos aparece como el pri­ hijo a sus padres, y como amigo a su amigo: un pesimis­ yéuticas y educativas sobre j6venes nobles, con la finali-
mero que, de la mano de ese instinto de la ciencia, supo mo práctico que podría producir incluso una horripilante dad de producir finalmente el genio.
no sólo vivir, sino -lo que es mucho más -�orir; y ética del genocidio por compasión - un pesimismo que, Pero ahora la ciencia, aguijoneada por sn vigoros:i ilu­
por ello la imagen del Sócrates moribundo, como hombre por lo demás, está y ha estado presente en todas las par- sión, corre presurosa e indetenible hasta aquellos limites
Frk'1rlch Nlctuche, �
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1.32 Friedrich Nietzsche
130 Fricdrich Nietzsche
cab.eza. Pronto mencionaremos también por ,su nombre
contra los cuales se estrella su optimismo, escondido en las potencias que me parecen garantizar un renacimiento
la esencia de la lógica. Pues la periferia del círculo de· la de la tragedia- ¡y algunas otras bienaventuradas espe­
ciepcia tiene infinitos puntos, y mientras aún no es posi­ ranzas para el ser alemán!
ble prever en modo alguno cómo se podría alguna vez Antes de lanzarnos en medio de esas luchas, recubrá­
medir completamente el círculo, el hombre noble y dotado monos con la armadura de los conocimientos que hemos
tropieza de manera inevitable, ya antes de llegar a la conquistado hasta ahora. Al contrario de todos aquéllos
mitad de su existencia, con tales puntos límites de la pe­ que se afanan por derivar las artes de un principio único,
riferia, donde su mirada queda fija en lo imposible de considerado como fuente vital necesaria de toda obra de
esclarecer. Cuando aquí ve, para su es_Q_allto, que. lle�ada arte, yo fijo mi mirada en aquellas dos divinidades artís­
a estos l_úruces,_Ja lO_g!_ca se enrosca sobre �l nµsma y aca­ ticas de los griegos, Apolo y Dioniso, y reconozco en
ba _20r morder�e Ja �ola - entonces trrumpe !a nueva ellas los representantes vivientes e intuitivos de dos mun­
torma de conOC1Dllento, et conocimiento trágico, que, aun dos artísticos dispares en su esencia más honda y en sus
sólo para ser soportado, necesita del arte como protec­ metas más altas,/Apolo está ante mí como el transfigu_ra­
ción y remedio. dor genio del principium individuationis [principio de
Si ahora, con ojos fortalecidos y confortados en los 16 individuación], único mediante el cual puede alcanzarse
griegos, miramos las esferas más altas de ese mundo que de verdad la redención en la apariencia: mientras que, al
nos baña, veremos transmutarse en resignación trágica y místico grito jubiloso de Dioniso, queda roto el sortile-
en necesidad de arte la avidez de conocimiento insacial:,le Con el ejemplo lústórico expuesto hemos intentado gio de la individuación y abierto el camino hacia las Ma­
y optimista que apareció de _mane� pr�todpica en Só­ aclarar de qué modo la· tragedia, así como únicamente dres del ser 174, hacia el núcleo más íntimo de las cosas,:­
_
crates: mientras que, en sus ruveles infenores, �sa m1sma puede nacer del espíritu de la música, así también perece Esta antítesis enorme que se abre como un abismo entre
avidez tiene qµe . manifestarse hostil al arte y_ tiene que por la desaparición de ese espíritu. Para mitigar lo ins6- el arte plástico, en cuanto arte apolíneo, y la música, en
�borrecer lntunamente sobre todo e1 arte_ tr4gieo:dioní­ lito de esta aseveración y mostrar, por otro lado, el ori- cuanto arte dionisíacv, se le ha vuelto tan manifiesta a
síaco, com�-i� -�xpusimos con el ejemplo de la lucha del gen de este conocimiento nuestro tenemos ahora que en- uno solo de los grandes pensadores, que aun careciendo
socratismo contra la tragedia esquilea. frentarnos con mirada libre a los fenómenos análogos del de esta gufa del simbolismo de los dioses helénicos, reco­
Con ánimo conmovido llamamos aquí a las puertas del presente, tenemos que adentrarnos en esas luchas que, noció a la música un carácter y un origen diferentes con
presente y del futuro: ¿conducirá aquella «t�ansmuta­ como acabo de decir, son libradas, en las más altas es- respecto a todas las demás artes, porque ella no es, como
ci6n» a configuraciones siempre nuevas del geruo, y pre­ feras de nuestro mundo de ahora, entre el conocimiento éstas, reflejo de la apariencia, sino de manera inmediata re­
cisamente del S6crates. cultivador de la música? . La red insaciable y optimista y la necesidad trágica del arte. flejo de la voluntad misma, y por tanto representa, con res­
del arte extendida sobre la existencia, ¿será tejida de un Voy a prescindir aquí de todos los otros inst!ntos adver- pecto a todo lo físico del mundo, lo metafísico, y con
modo cada vez más firme y delicado, ya bajo el nombre sos que trabajan en todo tiempo contra el arte, y preci- respecto a toda apariencia, la cosa en sí (Schopenhauer,
de religión, ya bajo d de ciencia� o . estará destinad� a samente contra. la tragedia, y que también en el presente El mundo como voluntad y representaci6n, I, p. 310) in,
desgarrarse en jirones, bajo · la ag1taa6n
_ y el torbellino se expanden tan seguros de su victoria que, de las artes Sobre este conocimiento, que es el más importante
incansables y bárbaros que a sí nusmos se dan ahora el teatrales, por ejemplo, sólo la farsa y el ballet dan sus de toda la estética, y sólo con el cuaf comienza ésta,
nombre de «el presente,.?� Preocupados, mas- no des­ flores, acaso no bienolientes para todos, con una prolife- tomada en un sentido realmente serio, ha impreso Richard
consolados, permanecemos un momento al marg�n! como ración en cierto modo exuberante. Voy a hablar sólo de Wagner su sello, para corroborar su eterna verdad, cuan­
hombres contemplativos a quienes les está penmudo ser la oposici6n más ilustre a la consideración trágic� dél mun- do en su Béethoven 176 establece que la música ha de ser
testigos de esas luchas y transiciones en�rmes. ¡�y! ,iLa do, y con ello me refiero a la ciencia, que en su esencia juzgada según unos principios estéticos completamente
magia de esas luchas consiste en que quien las mua nene más honda es optimista, con su progenitor Sócrates a la distintos que todas las artes figurativas, y, desde luego,
también que intervenir en ellas!
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El nacimiento de la tragedfa 133 134 Friedrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia 135

no según la categoría de la belleza: aunque una estética que éstos mantienen con las cosas individuales. Pero su co� una significatividad. m_ás alta toda pintura, más aún,
errada, de la mano de un arte extraviado y degenerado, universalidad no es en modo alguno aquella vacía univer­ toá� escena de la vida real y dd mundo; tanto más, claro
se haya ·habituado a exigir de la música, partiendo de salidad de la abstracción, sino que es de una especie com­ esta, cuanto más análoga sea su melodía al espíritu in­
aquel concepto de belleza vigente en el mundo figurativo, pletamente distinta, y va unida con una determinación te :°? de la apariencia dada. � esto se basa � que a la
un efecto similar al exigido a las obras del arte figura­ co�pleta y clara. En esto se asemeja a las figuras geomé­ mus1ca se le pueda poner debaJo una poesía como canto
tivo, a saber, la excitación del agrado por las formas tricas y a los números, los cuales, en cuanto formas uni­ o una representación intuitiva como pantomima, 0 am.�
bellas. Tras el conocimiento de aquella antítesis enorme versales de todos .los objetos posibles de la experiencia, bas cosas como ópera. Tales imágenes individuales de la
yo sentí una fuerte necesidad de acercard'le a la esencia de y aplicables a priori a todos, no · son, sin embargo, abs­ vida humana, puestas debajo dd lenguaje universd de
la tragedia griega, y con ello a la revelación más honda tractos, sino intuitivos y completamente determinados. la música, no se unen o corresponden nunca a ella con
del genio helénico: pues sólo entonces creí s�r due­ Todas las posibles aspiraciones, excitaciones y_ manifes­ una necesidad completa; sino que mantienen con ella tan
ño de la magia necesaria para, más allá de la fraseología taciones de la voluntad, todos aquellos procesos que se sólo. una relación de ejemplo fortuito para un concepto
de nuestra estética usual, poder plantearme de manera dan en d interior del ser humano y que la razón subsu­ uruversal: representan en la determinación de la realidad
palpable el problema primordial de la tragedia: c�>n lo me bajo el amplio concepto negativo de sentimiento, pue­ aquello que la música expresa en la universalidad de la
cual se me deparó echar una mirada tan extrañamente den ser expresados mediante las infinitas melodías po­ mera forma. Pues, lo mismo que los conceptos wiiversa­
peculiar a lo helénico, que tuvo que parecerme que nues­ sibles, pero siempre en la universalidad de la mera forma, les, las melodías son en cierto modo una abstracción de
tra ciencia de la Grecia clásica, la cual adopta un aire tan sin la materia, siempre únicamente según el en-sí, no la realidad. En efecto, ésta, es decir el mundo de las
. orgulloso, en lo principal sólo había sabido apacen­ según la apariencia, como el alma más íntima de ésta, sin . - cosas individuales, es el que suminis;ra lo intuitivo lo
tarse 177 hasta ahora con juegos de sombras y con ex· cuerpo. Partiendo de esta relación íntima que la música particular e individual, el caso singular, tanto a la uni�er­
terioridades 178• tiene con la esencia verdadera de todas las cosas es como salidad de los conceptos cuanto a la universalidad de las
Acaso podríamos abordar ese problema primordial éoh puede explicarse también el que, cuando para cualquier melodí:s, si b.ien estas dos universalidades se contraponen
esta pregunta: ¿qué efecto estético surge cuando aque- · escena, acción, suceso, ambiente resuena una música ade­ entr7 s1 en cierto aspecto; en cuanto que los conceptos
llos dos poderes artísticos, de suyo separados, de lo apo­ cuada, ésta parezca abrirnos el sentido más secreto de contlenen tan sólo las formas primeramente abstraídas
líneo y de lo dionisíaco, entran juntos en actividad? aquéllos y se presente como su comentario más justo y de la intuición, la corteza externa, por así decirlo, qui­
O en una forma más breve: ¿qué relación mantiene la claro: asimismo, el que, a quien se entrega completa­ tada de las cosas, y P?r tanto son, con toda propiedad,
. .
música con la imagen y con el concepto? - Schopenhauer, mente a la impresión de una sinfonía, le parezca estar a�straccio ?es; ! la mus1ca, por el contrario, expresa el
al que Richard Wagner alaba, precisamente con respecto viendo desfilar a su lado todos los posibles sucesos de nucleo mas íntimo, previo a toda configuración O sea
a este punto, por su insuperable claridad y transparencia la vida y del mundo: sin embargo, cuando reflexiona, no el co!�z6n de las cosa�. Se podría expresar muy bien est�
de exposición, se expresa sobre esto de manera muy de­ puede aducir ninguna semejanza entre aquel juego sonoro relac10n con el lenguaJe de los escolásticos, diciendo: los
tallada en el pasaje siguiente, que voy a reproducir aquí y las cosas que le han pasado por la mente . Pues, como C?nceptos son los universalia post rem [universales poste­
en toda su longitud. El mundo como voluntad y repre­ hemos dicho, la música se diferencia de todas las demás nores a la cosa], la música expresa, en cambio los uni­
sentaci6n, I, p. 309 179: «A consecuencia de todo esto artes en que ella no es reflejo de la apariencia, o, más ver�alia ante rem [universales anteriores a la c�sa] y la
podemos considerar que el mundo aparencia!, o natura­ exactamente, de la objetualidad (Ob¡ektitiit) adecuada realidad, los univer�alia in re [ universales en la cos�J. -
leza, y la música son dos expresiones distintas de la mis­ de la voluntad, sino, de manera inmediata, reflejo de la Pero el que sea posible en general una relación entre una
ma cosa, la cual es por ello la única mediación de la ana­ voluntad misma, y por tanto reptesenta, con respecto a composición musical y una . representación intuitiva se
logía de ambas, y ·cuyo conocimiento es exigido para todo lo físico del mundo, Jo metafísico, y con respecto b�sa, como hemos dicho, �n. que ambas son expresiones,
entender esa analogía. Cuando es considerada como ex­ a toda apariencia, la cosa en sí. Se podría, según esto, solo que completamente distmtas, de la misma esencia in­
presión dd mundo, la música es, según esto, un lengua­ llamar al mundo tanto música corporálizada como volun­ terna del mundo. Asf, pues, cuando en él caso singular
je sumamente universal, que incluso mantiene con la uni­ tad cotporalizada: partiendo de esto resulta explicable, s� da rea!mente tal .relación, es decir, cuando el compo­
versalidad de los conceptos una relación parecida a la por tanto, por qué la música hace destacar en seguida sitor mustc�I ha sabido expresar en el lenguaje universal
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136 Fricdrich Nietzsche El nacimiento de la tragedia 137

de la música los movimientos de la voluntad que consti­ buscar esa expresión si no en la tragedia y, en general,
tuyen el núcleo de .un acontecimiento: entonces la· melo­ en el concepto de lo trágico?
día de la canción, la mdodía JBO de la ópera están llenas Lo trágico no es posible derivarlo honestamente en
de expr�sión. Sin embargo, la analogía descubierta por d modo alguno de la esencia del arte, tal como se concibe
compositor entre aquellas dos cosas tiene que haber sur­ comúnmente éste, según la categoría única 'de la apa­
gido del conocimiento inmediato de la esencia del mun­ riencia y de la belleza; s6lo partiendo del espíritu de la
do, s� que su razón tenga consciencia de ello, y no es música comprendemos la alegría por la aniquilación del
lícito que sea, con intencionalidad consciente una imita­ individuo. Pues es en los ejemplos individuales de tal
ción mediada por conceptos: en caso contrari�. la música aniquilación donde se nos hace comprensible el fenómeno
no expresa la esencia interna, la voluntad misma· sino del arte dionisíaco, el cual expresa la voluntad en su
que �camente remeda, de manera insuficiente, s� apa­ omnipotencia, por así decirlo, detrás del principium indi­
r�enc1a; como hace toda música propiamente imita­ viduationis [principio de individuación], la vida eterna
tiva.» - más allá de. toda apariencia y a pesar de toda aniquila­
Por tanto, siguiendo la doctrina de Schopenhauer nos­ ción. La alegría metafísica por lo trágico es una tras­
otros concebimos la música como el lenguaje inmediato posición de la sabiduría dionisíaca instintivamente in­ 25
de la voluntad y sentimos incitada nuestra fantasía a dar consciente al lenguaje de la imagen: el héroe, apariencia
forma a aquel mundo de espíritus que nos habla mundo · suprema de la voluntad, es negado, para placer nuestro,
invisible y, sin embargo, tan vivamente agitado, y 'a corpo­ porque es sólo aparlencia, y la vida eterna de la.voluntad Música y mito trágico son de igual manera expresión
reizárnoslo en un ejemplo análogo. Por otro lado, bajo el no es afectada por su aniquilación. «Nosotros creemos en de la aptitud dionisíaca de un pueblo e inseparables una
influjo de una música verdaderamente adecuada la ima­ la vida eterna», así exclama la tragedia; mientras que la del otro. Ambos provienen de una esfera artística situada
gen y el concepto alcanzan una significatividad más alta. música es la Idea inmediata de esa vida. Una meta com­ más allá de lo apolíneo; ambos transfi guran una región
Dos clases de efectos son, pues, los que 1a música dioni­ pletamente distinta tiene el arte del escultor: el sufri­ en cuyos placenteros acordes se extinguen deliciosamente
síaca suele ejercer sobre la facultad artística apolínea: la miento del individuo lo supera Apolo aquí mediante la tanto la disonancia como la imagen terrible del mundo;
música incita a intuir simbólicamente la universalidad glorificación luminosa de la eternidad de la apariencia,. ambos juegan con la espina del displacer, confiando en
dionisíaca, y la música hace aparecer además la imagen la belleza triunfa aquí sobre el sufrimiento inherente a la sus artes mágicas extraordinariamente poderosas; ambos
simbólica en una significatividad suprema. De estos he­ vida, el dolor queda en cierto sentido borrado de los ras­ justifican con ese juego incluso la existencia de «el peor
chos, en sí comprensibles y no inasequibles a una obser­ gos de la naturaleza gracias a una mentira. En el arte de los mundos». Aquí lo dionisíaco, comparado con lo
vación un poco profunda, infiero yo la aptitud de la dionisíaco y en su simbolismo trágico la naturaleza mis­ apolíneo, se muestra como el poder artístico eterno y
música para hacer nacer el mito, es decir, el ejemplo sig­ ma nos interpela con su voz verdadera, no cambiada: originario que hace existir al. mundo entero de la apa­
nificativo, y precisamente el mito trágico: el mito que « ¡Sed como yo! ¡Sed, bajo ,el cambio incesante de las riencia: en el centro del cual se hace necesaria una nueva
habla en símbolos acerca del conocimiento dionisíaco. apariencias, la madre primordial que eternamente crea, luz transfigüradora, para mantener con vida el animado
A base del fenómeno del lírico he expuesto cómo en éste que eternamente compele a existir, que eternamente se mundo de la individuación. Si pudiéramos imaginarnos
la música se esfuerza por dar a conocer en imágenes apacigua con este cambio de las apariencias!» una encarnación de la disonancia - ¿y qué otra cosa
apolíneas su esencia propia: si ahora imaginamos que, es el ser humano?-, esa disonancia necesitaría, para
en su intensificación suprema, la música tiene que in­ poder vivir, una ilusión magnífica que extendiese un velo
tentat llegar también a una simbolización suorema, en­ . de belleza sobre su esencia propia. Ese es el verdadero
tonces tenemos que considerar posible que ella sepa en­ propósito artístico de Apolo: bajo cuyo nombre reuni­
contrar también la expresión simbólica de su auténtic:1 mos nosotros todas aquellas innumerables ilusiones de la
sabiduría dionisíaca; ¿y en qué otro lugar habremos de .190
627

El nacimiento de la tragedia 191

bella apariencia que en cada instante hacen digna de ser


vivida la existencia e instan a vivir el ins.tante siguiente.
Sin embargo, en la consciencia del individuo humano·
sólo le es lícito penetrar a aquella parte del fundamento
de toda existencia, a aquella parte del substrato dionisía­
co del mundo que puede ser superada de nuevo por la
fuerza apolínea transfiguradora, de tal modo que esos
dos instintos artísticos están constreñidos a desarrollar
sus fuerzas en una rigurosa proporción recíproca, según
la ley de la eterna justicia. Alli donde los poderes dioni­
síacos se alzan <pn tanto ímpetu como nosotros lo esta­
mos viviendo, allí también Apolo tiene que haber descen­
dido ya hasta nosotros, envuelto en una nube; sin duda
una próxima generación contemplará sus abundantísimos
efectos de belleza.
Pero que ese efecto es necesario, eso es algo que con
toda seguridad lo percibiría por intuición todo el mundo,
con tal de que se sintiese retrotraído alguna vez, aunque
sólo fuera en sueños, a una existencia de la Grecia anti­
gua: caminando bajo elevadas columnatas jónicas, alzando
la vista hacia un horizonte recortado por líneas ·puras y
nobles, teniendo junto a sí, en mármol luminoso, reflejos
de su transfigurada figura, y a su alrededor hombres que
avanzan con solemnidad o se mueven con delicadeza,
cuyas voces y cuyo rítmico lenguaje de gestos suenan
armónicamente- tendría sin duda que exclamar, ele­
vando las manos hacia Apolo, en esta permanente riada
de belleza: « ¡Dichoso pueblo de los helenos! ¡Qué
grande tiene que haber sido entre vosotros Dioniso, si
el dios de Delos considera necesarias tales magias para
curat vuestra demencia ditirámbica!» __..:. Mas· a alguien
que tuviese tales sentimientos un ateniense anciano le
replicaría, mirando hacia él con el ojo sublime de És­
quilo: «Pero di también esto, raro extranjero: ¡cuánto
tuvo que sufrir este pueblo para poder ll�gar a ser tan
bello! ¡Ahora, sin embargo, sígueme a la tragedia y ofre­
ce conmigo un sacrificio en el templo de ambas divini­
dades!»

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