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“El Fénix del Metaponto”.

Quizás pueda parecer extraño que dedique tanta atención a un personaje


del cual la mayoría de las veces nos recuerda vagamente un teorema de
geometría y más extraño aún si lo relacionamos con la masonería. Leyendo
“El Número de Oro”, libro de Matila Ghyka, hermano masón , estudioso
profundo de la influencia de Pitágoras en la ciencia y cultura occidental me
entusiasmó la idea de desarrollar un trabajo que tuviera por una parte un
carácter pedagógico que pudiera ayudar a las cámaras en sus estudios
masónicos, y por otra, me apasiona la idea demostrar la vigencia de lo
Pitagórico en la actualidad así como la posibilidad de esbozar una
protohistoria de la masonería. El trabajo aquí presentado trata de dar una
aproximación general a Pitágoras y su importancia para la cultura
occidental y la masonería. Se requeriría de mucho más espacio para un
estudio exhaustivo que incluiría a las doctrinas herméticas, al platonismo,
al neoplatonismo, a la escuela de Alejandría, la alquimia, la cábala, el
Islam, etc. Tal vez futuras planchas podrían ampliar este trabajo o la
elaboración de un programa de educación masónica que contemplen estos
temas.
Con relación a los datos investigados (biografía, historia, religión....) he
optado por sintetizar en un solo texto los diferentes datos esparcidos en
diferentes autores, ya que no todos proporcionan datos completos. Al final
doy la bibliografía consultada para que los espíritus buscadores puedan
ellos mismos profundizar en el tema.

La biografía de Pitágoras no tiene datos extensos pero sí muchas


especulaciones que no obedecen a la realidad histórica. De esta manera la
personalidad de Pitágoras queda flotando entre la historia y la leyenda. En
nuestro caso nos limitaremos a datos comprobables que no merecen la
menor duda:
Pitágoras, nació en Samos entre el 580 y el 570 a.c. Fue contemporáneo
de Zaratustra, Lao-tse, Buda y Confucio. Como buen iniciado buscó la
sabiduría y las enseñanzas en todo el mundo que lo rodeaba. De Grecia
toma contacto con su filosofía, los Oráculos, los Misterios eleusinos,
Dioniso, los Órficos y la religión Olímpica. De Egipto conoce la
matemática y la geometría, su religión (Misterios de Isis y Osiris), la
arquitectura, la astrología, la doctrina de la unidad. Abandona Samos a
causa de la tiranía de Polícrates y llega a Sicilia hacia el año 529. Allí la
fuerza de irradiación de su personalidad y de sus enseñanzas, su ética
idealista y el rigor de su doctrina científica le procuró un gran número de
discípulos. Su enseñanza tuvo tal éxito que sus discípulos se apoderaron del
poder político, primero en Crotona (Liga crotoniana) y luego lo extendieron

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sobre una serie de ciudades y sobre una gran parte de la Magna Grecia. El
maestro murió hacia el año 500, pero la dominación política pitagórica en
Sicilia duró hasta cerca del 450. En esta época se desataron revueltas
populares auspiciadas por los grupos que habían sido desplazados,
asediados por la plebe en Metaponto, perecieron casi todos en un
gigantesco incendio. Entre el pequeñísimo número de los que escaparon se
citan a Filolao de Crotona (que fue acusado de vender al tirano Dionisio de
Siracusa los libros secretos que contenían la enseñanza de la secta
pitagórica, libros que, según Doigenes Laercio, Platón se habría procurado
enseguida), y a Lysis, que se radicó en Tebas con la familia de los
Epaminondas. Arquitas de Tarento, discípulo de Filolao, fue uno de los
grandes matemáticos de la antigüedad y consiguió reconstituir un estado
pitagórico: fue regente de Tarento y siete veces generalísimo. Platón se
relacionó con él durante su primer viaje a la Magna Grecia (388-387) y
puede admitirse con Diogenes Laercio que le debe su iniciación en las
doctrinas pitagóricas. A Pitágoras se le atribuye la invención del concepto
“filosofía”.
Relaciones entre Grecia y Egipto antes del nacimiento de Pitágoras.
Lo que un individuo pueda crear durante su vida, abarca no solo el
tiempo de la duración de ésta, sino que es preciso conocer el pasado que
proporciona las claves para una interpretación más ajustada del fenómeno.
Bueno es entonces viajar en la máquina del tiempo y regresar a Egipto, allá
por los años 663, cuando comienza la dinastía saita, es decir, 85 años antes
del nacimiento de Pitágoras.
Según los historiadores la época de decadencia o etapa final de Egipto
comienza en 1350 a.c. y la denominan como “Fines del Imperio o Post
Imperio”. Las viejas glorias de Egipto habían desaparecido y la unidad
nacional forjada por sus predecesores se había disuelto en pequeños
estados independientes con economías pobres. Todo el que aspiraba
mandar en Oriente, debía conquistar Egipto, como lo habían hecho antes
los asirios. Los dos grandes centros creadores de cultura: Babilonia y
Egipto, habían perdido su identidad propia y quedaban reducidos a la
condición de vasallos, primero de los asirios y después del renacimiento
neobabilónico y saita, iban a ser víctimas de los persas. Es pues dentro de
este período de decadencia que aparece la dinastía saita como un
verdadero renacimiento. Egipto salía de la dominación de los libios, asirios
y nubios y experimentaba un renacimiento tanto en lo político, como en lo
económico y cultural. En el arte se experimentaba una vuelta hacia los
modelos antiguos con inspiración en los Reinos Antiguo y Medio, épocas
en que el espíritu egipcio se había mostrado más vigoroso y más nacional.
Los faraones de la Dinastía XXVI se caracterizaron por ser hombres de
negocio que intentaron restablecer la antigua situación de poderío
económico promoviendo la agricultura y el comercio: el alto Egipto era el

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granero agrícola que producía los productos que el Bajo Egipto vendía en
el Delta. Fue Psamético I (663-609) el faraón que impulsó este
renacimiento y el artífice de una osada política que manejaba con
sagacidad y heterodoxia. En el plano artístico y religioso se ensalzaron los
tiempos de los constructores de pirámides, se estudiaron los ensalmos y
rituales religiosos que aparecían en las tumbas antiguas, se vigorizaron los
clásicos literarios del Imperio Medio y se repararon los daños causados en
Tebas por los asirios. Psamético seguía las directrices religiosas ortodoxas
de los faraones nubios que le habían precedido y que habían intentado un
restablecimiento de las formas religiosas del Antiguo Egipto. En realidad
en el plano artístico más se copió que lo que se creó.
En política, Psamético conocía de las virtudes griegas de la época y
decidió sacarles el mayor partido posible y fue en su gobierno que los
griegos aparecen de una manera más activa y se instalan de forma efectiva
en el país del Nilo.
En el Delta inferior se establecieron colonias de mercaderes griegos y
jonios, y la seguridad del estado descansaba en la guardia personal del
faraón, compuesta de mercaderes jonios. Desde Naukratis y Dafnae, en el
Delta, los mercaderes griegos cambiaban la cebada y el trigo de Egipto y la
lana de Libia por el aceite y el vino de la región egea, así como, plata de
toda Grecia, tanto acuñada como en láminas, y las monedas encontradas en
Egipto proceden de muchos estados griegos. Psamético afianzó su poder
gracias a la ayuda que le prestaron los piratas jonios, lidios y carios. Es
muy significativo que los griegos aparezcan como soldados-piratas porque
ese será su papel durante muchos años. Esta utilización de mercenarios
griegos continuó hasta Psamético II (595-589) quien los utilizó en su guerra
contra los nubios y durante el reinado de Apries (589-570), época del
nacimiento de Pitágoras. Psamético les dio dos territorios a ambas orillas
del brazo pelusiaco del Nilo, e incluso creó una escuela de intérpretes para
ellos. Pero no solo el aspecto militar llamó la atención de Psamético, los
egipcios eran sin duda tan buenos comerciantes como los griegos, pero
carecían de barcos para transportar las mercancías a través de los mares. El
hecho decisivo para la permanencia griega en Egipto fue la fundación en el
640 a.c. de Naukratis (“Dominador del mar”), cosa sin precedentes en
Egipto.
Los griegos habían atravesado la edad oscura que había seguido a la
guerra de Troya, y surgían ahora con creciente gloria. Su poder y cultura
aumentaban rápidamente, y habían heredado de sus predecesores,
micénicos y cretenses dos cosas que los egipcios consideraban muy
valiosas:
Las constantes guerras, defensivas e internas, habían enseñado a los
griegos técnicas militares que los hacían inigualables como soldados,
hombre a hombre. Así pues, durante cinco siglos, los griegos fueron los

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mejores mercenarios del mundo, y ningún ejército no griego fue nunca lo
suficientemente grande como para no experimentar alguna mejora con la
incorporación de los contingentes griegos, que servían de punta de lanza.
Implementaron un concepto nuevo de infantería pesada.
En segundo lugar los griegos amaban el mar. Contaban con una tradición
marinera sólo superada por la de los fenicios. Mientras duró su edad oscura
los griegos habían atravesado el mar Egeo y fundado ciudades en el Asia
Menor, En el siglo VIII en un momento en que Egipto se hallaba sumido en
la decadencia, los marinos griegos alcanzaron las costas del mar Negro y
hacia occidente, las costas de Italia y Sicilia.
La influencia egipcia en Grecia se realizó entonces a través de los
contactos permanentes de multitud de elementos culturales, políticos,
económicos y militares que llegaron a Grecia por diferentes vías y a veces
por caminos desconocidos. Los griegos no habían visto nunca los grandes
monumentos construidos en piedra hasta que visitaron Egipto y reconocían
de una manera sencilla que habían aprendido mucho de Egipto y
Mesopotámia, y que esto había contribuido a formar su propia vida. La
cultura griega era muy distinta de la egipcia y el Renacimiento saita podía
llevar a engaños, pues el período de gloria de Egipto estaba muy distante de
esa época. Con todo, Pitágoras encontró una filosofía que se preocupaba
por el devenir después de la muerte (Osiris); un arte arquitectónico que se
apoyaba en una ciencia geométrica y matemática; una medicina; una
alquimia; ceremonias y rituales; signos y palabras de pase; el valor
religioso del secreto...Matila Ghyka resume en un esclarecedor texto la
estrecha relación griego-egipcia: “Es evidente, además, que los egipcios
conocían ya muchos casos particulares del teorema de Pitágoras, y en
particular el 3-4-5. De las prácticas de estos geómetras del antiguo Egipto
es como nació, según confesión de los griegos, la geometría mediterránea.”
En el campo del espíritu la Síntesis de Amón y Ra perfilaba ya la doctrina
de la unidad que tanto apasionaba a la filosofía griega en la época de
Pitágoras.
La presencia de los griegos en Egipto tiene entonces una importancia
capital pues es gracias a ellos y a su mediación que los elementos de la
cultura egipcia se incorporaron a la tradición cultural de Occidente,
incorporándose así a la cultura universal.
Después de este breve paseo por Egipto volvamos a Grecia y veamos lo
que había en Grecia en los tiempos de Pitágoras. Al margen de los cultos
oficiales hubo en Grecia, durante el S. VI, una corriente mística en la que
se ven nacer nuevas aspiraciones sobre el destino humano y sobre las
relaciones del hombre con lo divino. Una prueba de esta renovación
religiosa fue el eco que encontraron los misterios de Eleusis y de Dionisio,
así como esos dos movimientos de tipo más intelectual y estrechamente
afines que son el orfismo y el pitagorismo.

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Las religiones griegas en esos tiempos reflejaban la diversidad de dioses,
cultos y ritos de los diversos pueblos y diversidades regionales de la hélade.
Diversidades éstas determinadas por la variedad de los orígenes. Los
micénicos son los pueblos locales del Egeo que posteriormente emigran al
continente y conforman el elemento griego primitivo. Los primeros estratos
de la población helénica pertenecían al fondo indoeuropeo que al
amalgamarse con las culturas del Egeo dan nacimiento a una nueva cultura
en que lo micénico está presente con Zeus y Poseidón, las deidades
femeninas toman rasgos de la Gran Diosa Madre minoica. Luego aparece la
influencia oriental con Atis, Adonis y Cibeles y posteriormente Isis, Osiris,
y Serapis.
En fin, un calidoscopio en que no nos es posible entrar en
particularidades pero sí ver un panorama general en que se pueden
observar las diferentes manifestaciones del espíritu religioso griego: los
Oráculos; los Misterios de Eleusis y Dionisos, los Órficos y la religión
oficial.
Mil años antes del nacimiento de Pitágoras se fundaba en el siglo XV a.c
el primer santuario de Démeter (una cámara con dos columnas interiores
que soportaban el techo), siglo también en que fueron inaugurados los
Misterios De Eleusis. Según la tradición, los primeros habitantes de Eleusis
fueron los tracios y los Misterios se celebraron allí casi durante dos mil
años. El mito de Démeter relata la historia del rescate de una diosa madre
que busca a su hija raptada y llevada a los infiernos. Cabe destacar que
esta temática de la bajada a los infiernos o muerte ritual es común a
muchos mitos como los de Osiris, Dionisos, Jesús, etc., y la masonería
estará en la línea de continuidad con ésta temática. La diosa rescata a su
hija raptada por Plutón pero con el compromiso que esta deberá bajar 4
meses al año junto a este. Démeter antes de regresar al Olimpo revela sus
ritos y enseña sus Misterios a hombres de su confianza, “los ritos augustos
que no pueden ser transgredidos, penetrados ni divulgados: el temor a las
diosas es tan fuerte que detiene la voz”.
Los viejos conjuntos mítico–rituales, prolongados y desarrollados en los
Misterios de Eleusis, proclamaban la estrecha relación de orden místico
existente entre el matrimonio sagrado, la muerte violenta, la agricultura y
la esperanza de una existencia bienaventurada más allá de la muerte.
A pesar de que el valor religioso del secreto ha impedido históricamente
de tener un conocimiento cabal y completo de los Misterios eleusinos
sabemos que la iniciación revelaba a la vez la proximidad con el mundo
divino y la continuidad entre la vida y la muerte. Ideas, ciertamente,
compartidas por todas las religiones arcaicas de tipo agrario, pero
rechazadas por la religiosidad olímpica. En virtud de las cosas vistas en
Eleusis, el alma del iniciado gozará después de la muerte de una existencia

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bienaventurada. No se convertirá en sombra triste y exánime, desprovista
de memoria y vigor, que era lo que tanto temían los héroes homéricos.
La “revelación” de la misteriosa continuidad entre la vida y la muerte
reconciliaba al iniciado con la inevitabilidad de su propia muerte. Sabemos,
por otra parte, que los momentos importantes de la iniciación se efectuaban
en medio de la luz deslumbradora.
La singularidad del “secreto eleusino” radica en el hecho de que se
convirtió en modelo ejemplar para los restantes cultos mistéricos. En la
época helenística se exaltará el valor religioso del “secreto”.
Los oráculos eran otro legado arcaico del mundo religioso griego y eran
talvez lo más vivo de la religión. Homero (s. IX. a.c.) hace referencias a
ellos en “La Ilíada” y a juzgar por su antigüedad y amplitud jugaron un
papel importantísimo en la vida política social, familiar e individual de los
griegos. El oráculo de Delfos ,por ejemplo, en honor a Apolo, tuvo una
duración de dos mil años. Es comprensible la inquietud del hombre y su
preocupación por mantenerse en contacto con este mundo divino, por
establecer con él una comunicación incesante para que sus actos
concuerden con la voluntad de los dioses. De ahí viene la importancia de
los cultos oraculares, que aseguran esta comunicación; ya se trate de
conocer el porvenir o de justificar una acción pasada. En grandes o
pequeñas ocasiones, la consulta de un oráculo es un acto fundamental y
permanente en la actitud del griego frente a sí mismo, a los otros y al
mundo.
Al margen de los cultos oficiales hubo en Grecia, durante el s. VI a.c.,
una corriente mística en la que se ven nacer nuevas aspiraciones sobre el
destino humano y sobre las relaciones del hombre con lo divino. Una
prueba de esta renovación religiosa fue el eco que encontraron los
misterios de Eleusis y de Dionisos, así como esos dos movimientos de tipo
más intelectual y estrechamente afines que son el orfismo y el pitagorismo.
Dirijamos ahora la mirada hacia Dionisos. Algunos historiadores
suponen que el dios llegó muy tardíamente a Grecia pero hacen subrayar un
carácter arcaico y panhelénico de éste. Heródoto consideraba a Dionisos
como “introducido tardíamente”, mientras que en Las Bacantes habla
Penteo de “este dios tardíamente venido, sea quien fuere”.
Independientemente de la historia de la penetración en Grecia del culto
dionisiaco, los mitos y los fragmentos mitológicos que aluden a la
oposición con que chocó tienen un significado más profundo: nos ilustran a
la vez sobre la experiencia religiosa dionisíaca y sobre la estructura
específica del dios. Dionisos tenía que provocar resistencia y persecución,
pues la experiencia religiosa que suscitaba constituía una amenaza para
todo un estilo de vida y un universo de valores. Se trataba, en definitiva una
amenaza a la supremacía de la religiosidad olímpica y sus instituciones.

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Dionisos nació de nuevo del corazón tragado por Zeus cuando su madre
fue fulminada por la luz; esta resurrección es fundamental en la doctrina
órfica y en sus ritos; por un lado, llevó a la creencia en la trasmigración;
por el otro, a la abstinencia de carne. Sus manifestaciones y desapariciones
inesperadas reflejan de algún modo la aparición y la ocultación de la vida,
es decir, la alternancia de la vida y de la muerte y, en resumidas cuentas, su
unidad. “Desaparición, ocultamiento” son expresiones mitológicas del
descenso a los infiernos, es decir, la muerte. En todas las ceremonias que le
están consagradas se manifiesta Dionisos, dios de la fecundidad y de la
muerte a la vez.
Por otra parte también nos son conocidos los rituales de los concursos y
desafíos de todo tipo, deportivos, oratorios, alcohólicos, etc., encaminados
a asegurar la renovación de la vida. Dejaremos para otra ocasión una
posible plancha que trate sobre la sombra dionisíaca que ataca a los
H:.H:.M:.M:. en pasos perdidos, y por supuesto siempre desde la óptica
junguiana.
Pero la euforia y la embriaguez anticipan en cierto modo una vida en el
más allá que en nada se parece al triste mundo homérico de las sombras. El
encuentro entre el genio griego y la orgía dionisíaca se encuentra en la obra
de Eurípides las Bacantes. El mismo Dionisos es el protagonista, hechos
sin precedentes en el antiguo teatro griego. Ofendido por que su culto es
ignorado todavía en Grecia, Dionisos parte de Asia con un cortejo de
ménades y llega a Tebas, lugar de nacimiento de su madre. Las tres hijas
del rey Cadmo negaban que su hermana Semele hubiera sido amada por
Zeus y que hubiera engendrado un dios. Dionisos las hace “enloquecer”;
sus tías, junto con las demás mujeres de Tebas, se lanzan hacia las
montañas y allí celebran los ritos orgiásticos. Penteo que había sucedido a
su abuelo Cadmo, había prohibido el culto y, a pesar de los consejos que
recibe en contra, se obstina en su intransigencia. Disfrazado de oficiante de
su propio culto, Dionisos es capturado y llevado a prisión por Penteo, pero
se evade milagrosamente y logra persuadir a éste de que vaya a espiar a las
mujeres durante sus ceremonias orgiásticas. Descubierto por las ménades,
Penteo es despedazado. Penteo se opone a Dionisos porque éste es un
“extranjero, un predicador, un encantador, con bellos bucles rubios y
perfumados, las mejillas sonrosadas y la gracia de Afrodita en los ojos. Con
el pretexto de enseñar dulces y amables prácticas corrompe a las
doncellas”. Se incita a las mujeres a abandonar sus casas y recorrer de
noche las montañas, danzando al son de tímpanos y flautas. Penteo teme
sobre todo al influjo del vino, pues “con las mujeres, desde el momento en
que el licor de la uva figura en el banquete, todo es malicia en sus
devociones”.
También, una vez más, nos encontramos con un culto secreto que
prohíbe comunicarlo a quienes no son bacantes. ¿Qué utilidad reportan a

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quienes los celebran? pregunta Penteo y Dionisos responde :”No te está
permitido saberlo, pero son cosas dignas de conocerse”.
El éxtasis dionisíaco representa ante todo la superación de la condición
humana, el descubrimiento de la liberación total, la obtención de una
libertad y de una espontaneidad inaccesibles a los hombres. Que entre estas
libertades figura también la liberación con respecto a las prohibiciones, las
regulaciones y los convencionalismos de orden ético y social, parece cierto,
y ello explicaría en parte la adhesión masiva de las mujeres.
Frenesí, mania, experiencia extática, locura, posesión divina, son
conceptos que ilustran de una manera muy gráfica el fenómeno dionisiaco.
Todo esto hace Dionisos se presente como un tipo radicalmente distinto de
los olímpicos. Era fácil acercarse a él, y hasta cabía la posibilidad de
convertirse en su encarnación; el éxtasis de la mania demostraba que era
posible superar la condición humana.
Durante el siglo VI, el pensamiento religioso y filosófico estaba
dominado por el problema de lo uno y lo múltiple: ¿Qué relación hay entre
cada individuo y la divinidad con la que se siente emparentado? ¿Cómo
podríamos realizar la unidad potencial implícita en el hombre tanto como
en el dios? Una cierta unión entre lo divino y lo humano se realizaba
durante los orgia dionisíacos, pero era temporal. Los “órficos” aceptaron la
lección dionisíaca (la participación del hombre en lo divino) y sacaron de
ella la conclusión lógica: la inmortalidad y, en consecuencia, la divinidad
del alma. El paso siguiente fue reemplazar la orgía por la Catarsis, técnica
de purificación enseñada por Apolo.
Los jonios, poco atraídos por la religión , se planteaban la cuestión
filosófica: ¿qué relación hay entre la variedad múltiple del mundo en que
vivimos y la sustancia única y original de que todo trae su origen?
El orfismo apareció en el siglo VI o VII a.c., y su preocupación se
centraba ante todo en la salvación del alma (Psyque). En contraste con la
visión homérica, en el orfismo se aceptaba que el alma es una entidad
inmortal por naturaleza, la esencia íntima de la personalidad.
A Orfeo, el poeta mágico, se le atribuyó la introducción en Grecia de los
misterios y se hizo famoso por su viaje a los infiernos, su participación en
la conquista del vellocino de oro y su muerte trágica a manos de mujeres
tracias. El orfismo, más que una religión fue obra de personajes aislados
que al modo de los adivinos, iban de ciudad en ciudad predicando una
doctrina salvadora (vida de ultratumba) y proponiendo prácticas
expiatorias. Es poco probable que el orfismo llegara a constituirse en
“Iglesia” o en una organización secreta comparable a las religiones
mistéricas, sino más bien estos movimientos religiosos han constituido
“escuelas” que representan unas tradiciones paralelas ilustradas por una
serie de maestros, a veces legendarios, depositarias de una extensa
literatura. Al margen de estas cuestiones controvertidas, las creencias

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órficas se identifican con facilidad por los temas dualistas, que no tenían
precedente en el pensamiento griego. El destino del alma más allá de la
muerte constituía, el fin de las iniciaciones eleusinas, pero también los
cultos de Dionisio y Apolo tenían algo que decir sobre el destino del alma.
El alma humana, de esencia divina, está prisionera de un cuerpo de origen
titánico; en virtud de una mancha primitiva (pureza), está condenada a
reencarnarse sin cesar (Metempsicosis); sólo puede liberarle de este ciclo
infernal de la generación la iniciación enseñada por los orpheotelestai
(iniciadores órficos; la salvación prometida consiste en una vida de
ultratumba feliz cuando el alma se une a lo divino, mientras que los no
iniciados quedan condenados a vegetar en un cenagal tenebroso, imagen de
la vida terrestre. Pero la antropogonía órfica, por sombría y trágica que
parezca, implica, paradójicamente, un elemento de esperanza, ausente de la
concepción del mundo homérica. El dualismo de la naturaleza humana se
explicaba mediante el mito de Dionisos-Zagreo, hijo de Zeus; los malignos
Titanes, que mataron al niño divino y devoraron sus carnes, fueron
destruidos por Zeus; de sus cenizas se formó la humanidad, que por ello
posee una naturaleza dual, compuesta por elemento divino, dionisíaco (la
psyque) y otro elemento material, titánico (el cuerpo). A pesar de origen
titánico, el hombre participa, por el modo de ser que le es propio, de la
divinidad. Incluso es capaz de liberarse del elemento “demoníaco”
manifiesto en toda la existencia profana (ignorancia, régimen carnívoro,
etc.) Se advierte por un lado, un dualismo (espíritu-cuerpo) muy próximo al
dualismo platónico, y por otro, un conjunto de mitos, creencias,
comportamientos e iniciaciones que aseguran la separación del “órfico” con
respecto a sus semejante y, en resumidas cuentas, la separación del alma
con respecto al cosmos.
Si bien el prestigio del orfismo declinó a continuación de las guerras
médicas, sus ideas capitales (el dualismo, la inmortalidad y, en
consecuencia, la condición divina del hombre, la escatología) no dejarían
de preocupar, especialmente a través de la interpretación de Platón, al
pensamiento griego. Es precisamente esta capacidad de renovarse y
desarrollarse, de intervenir con fuerza creadora en numerosos sincretismos
religiosos, lo que mejor nos manifiesta el alcance de la experiencia órfica.
El orfismo también es el rechazo del sistema teológico y político
codificado en la religión olímpica y el resurgir de antiguos símbolos
heredados de las religiones anteriores.
Se atribuye al poeta Orfeo (S.VI a.c) el haber fijado los puntos esenciales
de tal mitología y doctrina en los llamados Himnos Órficos. Misterios que
oscilan entre lo mágico religioso y lo filosófico. El orfismo aparece aquí
como una de las religiones de misterios. Tenía ritos de iniciación, de los
que formaban parte una purificación y la comunicación de un saber secreto;
también imponía ciertas normas de vida, incluido el vegetarianismo que se

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abstenía de los sacrificios cruentos, obligatorios en el culto oficial. El
retorno a las prácticas vegetarianas significaba al mismo tiempo la decisión
de expiar el pecado ancestral y la esperanza de recuperar, al menos
parcialmente, la bienaventuranza primordial.
Se le representa a bordo de un navío, con la lira en las manos y rodeado
de pájaros, de animales salvajes o incluso de sus devotos tracios Es
despedazado por las ménades o se halla en el Hades entre otras divinidades.
También del siglo V datan las primeras alusiones a su descendimiento a los
infiernos para rescatar a su esposa Eurídice. Fracasa por volver demasiado
pronto la cabeza o porque las potencias infernales se oponen a sus planes.
Fue en Tracia donde halló la muerte. Según el drama perdido de Esquilo,
Bassarides, Orfeo subía cada mañana al monte Pangeo para adorar al sol,
identificado con Apolo; Dionisio se sintió irritado y envió contra él a las
ménades; el citaredo fue despedazado y dispersados sus miembros. Su
cabeza, arrojada al Hebrón, llegó flotando y sin dejar de cantar hasta
Lesbos. Recogida piadosamente, sirvió a partir de entonces de oráculo.
Señalaremos que el prestigio de Orfeo y los episodios más importantes de
su biografía recuerdan sorprendentemente las prácticas chamánicas. En
efecto, al igual que los chamanes, Orfeo es sanador y músico; encanta y
domina a los animales salvajes; desciende a los infiernos para rescatar a
Eurídice; su cabeza cortada se conserva y sirve de oráculo, al igual que
todavía en el siglo XIX se hacía con los cráneos de los chamanes
yugakires. Todos estos elementos son arcaicos y contrastan con la
espiritualidad griega de los siglos VI y V. Es significativo el hecho de que
entre los raros descendimientos a los infiernos atestiguados en la tradición
griega llegara a ser el más popular precisamente el de Orfeo. La catabais o
descenso a los infiernos estaba relacionada con los ritos de iniciación.
Orfeo también era famoso como “fundador de iniciaciones” y de
misterios. Según Eurípides, “mostró los resplandores de los misterios
inefables”. Sus relaciones con Dionisio y Apolo confirman su fama de
“fundador de misterios”, pues se trata de los únicos dioses griegos cuyo
culto incluía iniciaciones y “éxtasis”. En su calidad de “fundador de
iniciaciones”, Orfeo atribuía importancia excepcional a la purificación, y la
Catarsis era una técnica específicamente apolínea. Su mensaje religioso
contrasta radicalmente con la religiosidad olímpica. Parece, por tanto,
verosímil que durante los siglos VI y V se viera en la figura mítica de
Orfeo un fundador de misterios que, inspirado en las iniciaciones
tradicionales, propuso una disciplina iniciática más adecuada, ya que tenía
en cuenta la trasmigración y la inmortalidad del alma.
Por otra parte es preciso que no olvidemos que tanto lo dionisiaco como
lo órfico son contemporáneos de Pitágoras.
Henos entonces que Pitágoras conocedor del mundo que lo rodea y
haciendo gala de una originalidad sin precedentes hace su entrada en la

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historia. Bajo su dirección la “secta” no solo se organizó como una
sociedad cerrada, de tipo esotérico, sino que los pitagóricos cultivaron un
sistema de “educación completa”. De esta biografía podemos también
deducir una actividad que se relacionaba con la política y el gobierno de los
filósofos, idea que fue seguida por los filósofos posteriores y por la
masonería especulativa.
La genialidad de Pitágoras radica en que sintetizó todos los
conocimientos adquiridos de una manera original e inédita. Por primera vez
en la historia de Occidente se liberta al mundo fenoménico de la incesante
actividad de los dioses y de los espíritus sin necesidad de ruptura radical
con la religión sino más allá de ella. Los símbolos religiosos ceden su paso
a los símbolos numéricos. De esta manera estuvieron capacitados para
pensar que el mundo está gobernado por leyes impersonales y uniformes, y
se dedicaron a buscarlas.
El mayor mérito de Pitágoras está en el hecho de haber sentado las bases
de una “ciencia total”, de estructura holística, en la que los conocimientos
científicos se integran en un conjunto de principios éticos, metafísicos y
religiosos, acompañados de “técnicas corporales”. En resumen, el
conocimiento tenía una función a la vez gnoseológica, existencial y
soteriológica. Se trata de la “ciencia total” de tipo tradicional, que podemos
ver en el pensamiento de Platón y también en los humanistas del
renacimiento Italiano, en Paracelso o entre los alquimistas del siglo XVI.
Los aspectos filosóficos de la doctrina de Pitágoras estaban estrechamente
ligados a las enseñanzas y prácticas religiosas y ascéticas. Su filosofía fue
vista como mística ya que subrayaba el desarrollo armónico del alma en el
hombre. Las relaciones entre todas las cosas podían ser expresadas por los
números, tomados en sus diferencias cualitativas eran análogos a las
diferencias cualitativas encontradas en la armonía musical. Los números
eran así vistos como un principio que unía las propiedades simbólicas de la
mente con el mecanismo del universo. Lo que caracteriza al pitagorismo es
una estrecha alianza entre el misticismo y el racionalismo. El principio
divino de la naturaleza, reside para los pitagóricos en los números. Los
números, “raíces de todas las cosas”, derivan por generación de la Unidad y
están representados por puntos cuyas sumas forman figuras geométricas.
Algunos están dotados de una propiedad particular; así, la “santa tetraktys”,
formada por la suma de los cuatro primeros números y figurada por el
triángulo decádico, es el número perfecto del juramento.
Los pitagóricos pretenden explicar mediante esta aritmología mística, no
sólo la esencia y el dinamismo de los fenómenos físicos, sino todo tipo de
realidad; la justicia, por ejemplo, corresponde al número cuatro o al
cuadrado.
Pitágoras parece haber deducido varias consecuencias de algunas
observaciones, en particular de la observación de las relaciones existentes

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entre la altura de los sonidos y las longitudes de la cuerda de la lira. Esto
daba a suponer la existencia de una armonía. Sus discípulos directos tanto
como los autores no pitagóricos está de acuerdo en atribuir al propio
Pitágoras el descubrimiento de las leyes numéricas de la armonía, y
también sobre la importancia de este descubrimiento.
Se trata de un concepto fundamental. Pues aunque primitivamente se
aplicaba sólo a la octava o a una escala musical, luego se aplicó a todas las
esferas de la realidad. Por ejemplo, al cuerpo humano, de tal suerte que la
función de la medicina consiste en ayudar a restablecer esta armonía en
todas las ocasiones en que haya sido perturbada. Los pitagóricos habían
observado de modo muy especial el valor purificador y regulador de la
música, y atribuían a este efecto (que ellos llamaban catharsis) un papel
muy importante en la disciplina cotidiana de los adeptos. Como es bien
sabido, en música intervienen mucho las proporciones, las medidas y el
compás, en una palabra: los números. Para los griegos, la música formaba
parte de la filosofía matemática (que para los pitagóricos y para Platón,
precursores de Russel, Einstein, Eddington, era la filosofía entera); o si se
quiere, la teoría matemática de la armonía, formaba parte de una teoría
general de la armonía del Cosmos.
La armonía es, como dice el “Catecismo de las perfecciones”, lo más bello
que existe. Siendo la música, por lo demás, una manifestación eminente de
la armonía, puede ser usada con el fin de purificar el alma: la armonía es,
por este motivo, una catarsis. Y como el alma es a su vez la armonía del
cuerpo, la música es verdaderamente una medicina. Pero la armonía es
aplicada, además, y sobre todo al cosmos entero. La cosmología de
Pitágoras, basada en parte en la de Anaximandro, subraya fuertemente, la
disposición armónica de los cuerpos celestes: éstos están distanciados de un
llamado fuego central según intervalos que corresponden a los de la octava.
Por este motivo sus movimientos circulares producen una música: la
música de las esferas.
Es por todo esto que uno de los conceptos más influyentes que
desarrollaron los pitagóricos fue la noción de la “armonía de las esferas”,
las cuales relacionan la música interior de la mente a la progresión de los
planetas a través de los cielos. Según Aristóteles, los pitagóricos suponían
que “los elementos de los números eran la esencia de todas las cosas, y que
los cielos eran armonía y número”. Ya Pitágoras había observado que no
sólo todo concepto, todo hecho geométrico, tenía como correspondiente un
hecho, una ley aritmética paralela, sino que toda armonía (comenzando por
la armonía musical) dependía de una proporción, de una relación
numérica. Teniendo el orden y la belleza del Universo su origen o su
explicación en los números, la filosofía de su escuela se resumía en la Idea
del Número como esencia o símbolo de todas las cosas. No era en la
sustancia de los fenómenos sino en su estructura donde sus discípulos

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(como más tarde Platón) situaban y buscaban la realidad. Las propiedades
de los números, especialmente al combinarlos, resultaron tan
sorprendentes, que los pitagóricos buscaron por doquiera analogías entre
los números y las cosas y llegaron a fundar una especie de mística
numérica que tuvo enorme influencia en todo el mundo antiguo.
El origen cósmico del alma del hombre fue entendido en el contexto de
una astronomía que trata con la tierra como un planeta esférico orbitando el
sol. En estado de inspiración, el hombre asciende a estas esferas celestiales.
Pero las relaciones que usualmente tienen su efecto inconscientemente, o
solo entran en la conciencia como el resultado de lenta y paciente reflexión,
llegan a ser inmediatas, abrumando las experiencias en éxtasis. El alma en
éxtasis, o sueño, o trance, viaja a los cielos, oye entonces la música del
Universo, y su misteriosa estructura inmediata llega a ser clara para él. El
incomparable y sobrenatural sonido es parte de la misma cosa como de la
incomparable belleza y colorido de otros mundos. Si Pitágoras fue a veces
algo como un Chamán, quien en éxtasis hizo contactos con mundos del
“más allá”, entonces la tradición de que él personalmente oyó la música
celestial seguramente preserva algo de la verdad.
Tales son los aspectos, más relevantes de esta filosofía
extraordinariamente fecunda que pretendía ser, ante todo, una religión
salvadora. En los albores de la reflexión racional, representa una
importante etapa e inaugura una corriente de pensamiento en la que se
integra toda una serie de sabios, Platón es uno de ellos, lo cual demuestra
hasta qué punto el pitagorismo pesó de modo decisivo en el destino cultural
de Occidente.
Compartió con los órficos la doctrina de la transmigración de las almas
(Metempsicosis) y utilizó el pentagrama o pentágono estrellado como
emblema de la salud y la vida.
También se debe a los pitagóricos el haber extendido a todo el universo el
dualismo introducido en el hombre por las nuevas creencias, y la división
del mundo en una región celeste, ofrece un marco a la escatología, donde
reina la perfecta armonía, y una región sublunar donde se desarrolla el ciclo
de la generación y la corrupción. Las Islas de los Bienaventurados (vida de
ultratumba) se llaman en adelante el Sol y la Luna. En este contexto,
principalmente, se elabora la idea de la inmortalidad del alma. La vida
ascética, respetuosa con ciertas prohibiciones, y los ejercicios espirituales
favorecen el recuerdo de las existencias pasadas y la búsqueda incansable
del número y la armonía que abren el camino a ese destino divino.
A manera de epílogo y conclusión podríamos decir que la gran síntesis de
Pitágoras generó un cambio en las interpretaciones del mundo
desconocidas hasta entonces y con una línea de continuidad tal que hasta el
presente se sienten sus luces e influencias. La geometría se transmitió por
“una cadena dorada” no solo en arte (Platón, Vitruvio, maestros de obra,

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Paccioli, Leonardo) o en matemática (Platón, Nicómaco de Gerasa,
Paccioli, Kepler, Descartes, Russell, Einstein). Muchas de las temáticas
contemporáneas como la globalización o las teorías médicas alternativas
pueden ser estudiadas a la luz de sus concepciones. La masonería debería
ver en Pitágoras a un maestro que aportó y sintetizó elementos
fundamentales que posteriormente servirían para la constitución de la
cultura occidental y la masonería actual.

Es mi palabra:
Salud, Fuerza, Unión

Sergio Maldonado Anguita M:.M:.

Bibliografía:
“La religión Griega” R. Martín y H. Metzger. Edit. Edaf.
“Historia de las ideas y creencias religiosas”. M. Eliade. Edit. Cristiandad.
“Historia del Oriente Antiguo”. Varios autores. Edit. Cátedra, España.
“Los Egipcios”. Isaac Asimov. Alianza editorial. Madrid.
“La cultura egipcia”. John A. Wilson. Fondo de Cultura Econónica. Mx.
“El Número de Oro”. Matila C. Ghyka. Edit. Poseidón. Barcelona.
“Filosofía y Mística del Número”. Matila C. Ghyka. Edic. Apóstrofe.Barc.
“Estética de las proporciones en la naturaleza y en las artes”. Matila C.
Ghyka. Edit. Poseidón.
“Diccionario de Filosofía”. Ferrater Mora. Edit. Sudamericana.
“Diccionario de las religiones” Paul poupard. Edit Herder. Barcelona.
“EL Libro de Los Muertos” tradc. de Federico Lara. Tecnos. Madrid.

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