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com/2008/09/01/nuestra-buena-tierra/
Dentro de las paredes del arrozal hay barreras que contienen el agua y evitan la
sequedad y la erosión. la protección y mejoramiento de los suelos se vuelve
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crucial conforme crece la necesidad de alimentos en el mundo.
Foto de Jim Richardson
Los granjeros sonríen cuando ven las máquinas cruzar los campos de maíz. A la
larga, sin embargo, tal vez esta tecnología esté destruyendo su medio de vida. Los
suelos del Medio Oeste de Estados Unidos, de las mejores tierras de cultivo en el
mundo, están compuestos por terrones sueltos, heterogéneos y con muchas
bolsas de aire que lo hacen poroso. Las máquinas grandes y pesadas como las
cosechadoras comprimen el suelo mojado y lo convierten en una masa
indiferenciada, o más bien en un bloque impenetrable, un proceso conocido como
compactación. Las raíces no pueden así penetrar el suelo, y el agua, al no poder
drenar, corre por la superficie causando erosión. Y como la compactación también
ocurre a grandes profundidades del suelo, puede tomar décadas revertir sus
efectos. Las empresas que fabrican equipo para granjas, conscientes del
problema, colocaron grandes neumáticos en sus vehículos para distribuir un poco
el impacto. Y los granjeros están utilizando la navegación vía satélite para limitar el
uso de los vehículos a ciertas rutas y dejar el resto del suelo intacto. A pesar de
todo, este tipo de compactación sigue siendo un asunto serio, al menos en las
naciones donde los granjeros pueden comprar cosechadoras de 400 000 dólares.
Después de las inundaciones que arrasaron con Dazhai en 1963, el secretario del
Partido Comunista del pueblo rechazó la ayuda del Estado y prometió crear un
pueblo nuevo y más productivo. Las cosechas se incrementaron y no tardaron en
llegar los observadores desde Pekín para aprender a reproducir los métodos de
Dazhai. Lo que vieron fue a los campesinos con sus palas haciendo terrazas en
las colinas de loess de arriba hacia abajo, mientras dedicaban sus descansos a
leer el pequeño libro rojo de proverbios revolucionarios de Mao Zedong. Deleitado
por su fervor, Mao envió a miles de representantes de otros poblados a este lugar,
entre ellos, a Zhang. La atmósfera era como de una secta, había gente que
caminaba dos semanas sólo para ver los callos en las manos de los trabajadores
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de Dazhai. Principalmente, Zhang aprendió ahí que China lo necesitaba para
producir grano de todo pedazo de tierra posible. Los eslóganes, siempre presentes
en la China maoísta, explicaban cómo hacerlo: ¡Mueve colinas, llena surcos y crea
planicies! ¡Destruye bosques, abre páramos! ¡En la agricultura, aprende de
Dazhai!
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Pekín empezó a trazar un nuevo camino, reemplazar el Método Dazhai con lo que
se podría llamar el Método Gaoxigou.
Gaoxigou está al oeste de Dazhai, del otro lado del Río Amarillo. Sus 522
habitantes viven en yaodongs, cuevas que se construyeron como nidos de pájaros
en los escarpados terrenos alrededor del pueblo. A partir de 1953, los granjeros
salieron de Gaoxigou y, con heroicos esfuerzos, hicieron terrazas no sólo en las
colinas, sino en montañas enteras. Las rebanaron, una tras otra, en forma de
pasteles de boda de cientos de pisos decorados con sembradíos de mijo, sorgo y
maíz. En un patrón que ya resultaba demasiado familiar, el rendimiento de la tierra
subió hasta que el sol y la lluvia convirtieron esos suelos en terrazas áridas. Para
atrapar el loess que se erosionaba, el pueblo construyó presas de barro a lo largo
de las barrancas, con la intención de crear nuevos campos conforme se llenaban
de limo. Pero con la falta de vegetación para detener el paso del agua, “cada
temporada de lluvias las presas se rompían”, recuerda Fu Mingxing, líder regional
de educación. A la larga, los pobladores se dieron cuenta de que “tenían que
proteger el ecosistema, esto es, los suelos.”
Hoy en día, muchas de las terrazas que el pueblo de Gaoxigou labró arduamente
en el loess están regresando a la naturaleza. En lo que los locales llaman un
sistema “tres-tres”, los agricultores plantaron un tercio de sus tierras –las
pendientes más pronunciadas y con mayores posibilidades de erosión– con pasto
y árboles, barreras naturales contra este proceso. Cubrieron otro tercio de la tierra
con huertos. El último tercio, principalmente los terrenos en el fondo de las
barrancas que fueron enriquecidos por la previa erosión, se cultivaron con
intensidad.
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Algunos granjeros de la Meseta Loess se quejan de que los almendros que les
pidieron plantar ahora superan la demanda. Otros no estuvieron conformes
cuando los funcionarios locales se apropiaron del plan de Pekín pero no pagaron
los subsidios a los agricultores. Algunos no saben por qué se les está pidiendo que
dejen de cultivar mijo, o incluso qué es lo que significa el término “erosión”. A
pesar de todos los mandatos de Pekín, muchos o tal vez la mayoría de los
granjeros continúan plantando en las pendientes.
“Si las personas tenían los medios para irse, se fueron –dice Mathieu Ouédraogo,
especialista en desarrollo en Burkina Faso, una nación del centro de África en el
corazón del Sahel–. Quienes se quedaron no tenían nada, no tenían lo suficiente
para irse”.
Los científicos siguen debatiendo por qué el Sahel se transformó de una sabana
en tierras baldías. Las causas podrían ser cambios en la temperatura superficial
del mar, contaminación del aire que hace que las nubes se formen de manera
inoportuna, remoción de la vegetación superficial por parte de los agricultores
quienes se trasladaron a la periferia del desierto y, por supuesto, el calentamiento
global. Independientemente de la causa, las consecuencias son obvias: los suelos
son víctimas de días calurosos y vientos fuertes que los convierten en una masa
dura como piedra donde las raíces de las plantas y las lluvias no pueden penetrar.
Un granjero del Sahel me invitó a intentar abrir la tierra de su campo de mijo con
un pico. Fue como tratar de taladrar una placa de asfalto.
Una mañana, Haya nos llevó a la presa de almacenamiento de agua de lluvia a las
afueras de Koutki, a unos 20 minutos por un camino de tierra de las oficinas
centrales de Keita. El agua, que se extendía como un oasis a lo largo de varias
hectáreas, estaba totalmente tranquila; las aves hacían ruido. Las mujeres, con
sus brillantes ropas flotando en el agua, entraban para llenar contenedores de
plástico. Hace 25 años, Koutki era parte de la tragedia de Sahel. La mayoría de
sus animales habían muerto. No había nada verde a la vista. No se escuchaba el
canto de las aves. Las personas sobrevivían con bocados de arroz proporcionados
por las instituciones de caridad extranjeras. En el camino a Koutki nos
encontramos con un ex soldado que había ayudado a distribuir la ayuda. Su cara
se demacró al hablar de los niños que había visto morir de hambre. Hoy hay
barricadas de árboles para detener los vientos, terrazas bajas para plantar árboles
y filas de rocas para detener la lluvia que erosiona la superficie. El terreno
alrededor de la presa sigue siendo pobre y seco, pero ya se puede imaginar a la
gente sacándole provecho.
La economía, tanto como la ecología, ha sido la clave del éxito de Níger, dice
Larwanou. En los noventa, el gobierno nigerino, que distribuyó la tierra de una
manera ortodoxa y totalitaria, permitió que los pobladores tuvieran mayor control
en sus parcelas. Las personas creyeron que podrían invertir en sus terrenos con
poco riesgo de que se los expropiaran arbitrariamente. Esto, en combinación con
las técnicas como el zaï y los cordons pierreux, ha hecho que la reforma agraria
ayude a los pobladores a ser menos vulnerables ante las fluctuaciones del clima.
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Incluso si hubiera una sequía severa, dice Larwanou, los nigerinos “no sentirían el
impacto como en 1973 o 1984.”
Wim Sombroek aprendió sobre los suelos cuando era un niño, durante el
hongerwinter, la hambruna holandesa de tiempos de guerra entre 1944 y
1945, cuando más de 20 000 personas murieron. Su familia sobrevivió gracias a
la cosecha de un minúsculo pedazo de plaggen: tierra enriquecida por
generaciones de cuidadosa fertilización. Si sus ancestros no hubieran cuidado de
la tierra, me contó una vez, probablemente todos habrían muerto.
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La mayoría de los programas de restauración, como los de China y el Sahel, tratan
de restaurar las tierras degradadas para que recuperen sus condiciones previas.
Pero en gran parte de los trópicos, el estado natural es de baja calidad, una de las
razones por las cuales muchos de los países tropicales son pobres. Sombroek
llegó a la conclusión de que la terra preta podría mostrar a los científicos cómo
hacer más fértil la tierra y así ayudar a las naciones más pobres a que produzcan
sus propios alimentos.
Sombroek nunca verá su sueño cumplido. Murió en 2003. Pero ayudó a reunir un
grupo internacional de investigadores para buscar el origen y función de la terra
preta. Entre los miembros de este grupo está Eduardo Góes Neves, arqueólogo de
la Universidad de São Paulo a quien visité en un plantío de papayas a unos 1500
kilómetros río arriba en el Amazonas, del otro lado del río frente a la ciudad de
Manaos. Bajo los árboles se podía apreciar la presencia innegable de la
investigación arqueológica: trincheras cuadradas, algunas de ellas de más de dos
metros de profundidad. En el fondo la terra preta, más negra que el café más
negro, se extendía de la superficie hasta casi dos metros de profundidad. De
arriba abajo la tierra estaba llena de cerámica precolombina.
A diferencia de los suelos tropicales comunes, la terra preta sigue fértil tras siglos
de exposición al sol tropical y a la lluvia, observa Wenceslau Teixeira, científico de
los suelos en Embrapa, una red de investigación agrícola e instituciones de
extensión en Brasil. La increíble capacidad de recuperación que tiene, dice, se ha
demostrado en las instalaciones de Embrapa en Manaos, donde los científicos
prueban nuevas cosechas en lotes de terra preta. “Durante 40 años, se probó con
arroz, maíz, yuca, frijol, de todo –dijo Teixeira–. Era justo lo que no se supone que
se debe hacer en el trópico, cultivos anuales, expuestos al sol y a la lluvia. Era
como si estuviéramos tratando de echarla a perder, ¡y no pudimos!”.
Tull tenía una solución: no seguir arando por el mismo camino. De hecho, los
granjeros han dejado de usar arados, y utilizan un sistema llamado de labranza
cero. Pero sus otras máquinas crecen en tamaño y peso. Se cree que en Europa
la compactación del suelo ha afectado unos 33 millones de hectáreas de tierras de
cultivo.
La razón final por la cual la compactación aún afecta a las naciones ricas es la
misma por la que otras formas de degradación de los suelos afectan a las
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naciones pobres: las instituciones políticas y económicas no están capacitadas
para prestar atención a los suelos. Los funcionarios chinos que son
recompensados por plantar árboles sin preocuparse sobre su supervivencia no
son diferentes de los estadounidenses, quienes continúan usando sus enormes
cosechadoras porque no pueden pagar los gastos que implicaría tener varias
máquinas más pequeñas.
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Charles C. Mann es corresponsal del Atlantic Monthly y de Science. Jum
Richardson es ciudadano honorario de Cuba y de Kansas.
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Para saber más sobre este tema:
Descubre cómo cuidar el suelo de tu propio jardín en Raíces en movimiento
Consulta el artículo Haití: Tierra pobre
Lee el Flashback Perdiendo piso
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