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COYOLTIN: En nuestra práctica de danza uno de los elementos fundamentales que

conforman el atuendo son las coyoleras o sonajas de pies. Éstas tienen un profundo
significado asociado a la filosofía de nuestros ancestros que al sonar cobra vida.

En primera instancia nos refiere al cascabel de la serpiente. En el pensamiento de


los antiguos mexicanos la serpiente de cascabel es una simbología que denota la
presencia de la Madre Tierra, en primer lugar porque sus ondulaciones se asemejan
a los valles y montañas, en segundo porque en su piel se dibujan rombos y cada
uno de ellos se asocian a los cuatro rumbos que conforman el Universo y en tercer
lugar porque cada cierto tiempo su piel vieja se desprende, de la misma forma que
la tierra en invierno desprende su piel vieja que se renueva en primavera.

Al danzar y hacer sonar las sonajas con nuestra energía y con nuestra voluntad,
ritualizamos la presencia viva de Tonantzin Tlalli “nuestra venerable Madre Tierra”.

El sonido de los coyoles también está asociado a Tlaloc “el néctar de la lluvia que
alimenta a la tierra”. Al danzar, cuando solo están sonando los cascabeles se
escucha claramente un torrente de lluvia, por lo tanto, con nuestros movimientos
ritualizamos también la fecundidad de la tierra en esta unión de agua de lluvia con la tierra.

Tlaloc en un sentido filosófico simboliza la condensación de la energía dado que es el líquido que desciende del cielo, del
Padre Universo para hacer brotar de las semillas sus flores y generar los frutos que dan sustento al humano.

La danza es una actividad en la que ofrecemos nuestra energía para que la tierra continúe generando los frutos sagrados
que nos alimentan. En cada paso que tiene un significado particular nos reconocemos como parte de la naturaleza.

Los coyoles están muy bien representados en Coyolxauhqui “la que se adorna con cascabeles preciosos”. Ella rige la
energía femenina creadora y dadora de vida, se asocia con la luna pero sobre todo es la regente de los Centzon
Huitznahuac “los cuatrocientos guerreros del sur”.

Cuando danzamos y hacemos sonar nuestras coyoleras nos reconocemos como uno de los guerreros del sur, aquellos que
forjan su voluntad, al igual que lo hace Huitzilopochtli, el colibrí zurdo que asemeja al Sol del sur, al Sol de invierno.

Danzamos en conjunto, en armonía, en un mismo sentido y en dualidad ya que aquello que hace el lado izquierdo de
nuestro cuerpo también lo hace el lado derecho. Cuando danzamos aprendemos que somos lo mismo, unificados por el
corazón de la Madre Tierra que es el Huehuetl “tambor”.

Se acostumbra que la sonaja de cada pie debe estar integrada por 52 coyoloes que representa una vuelta en la cuenta del
tiempo, por lo tanto al unir ambas coyoleras sumamos 104 coyoles que son los años que tarda Venus en pasar frente al
Sol y es el tiempo en que se cumplen sus 13 ciclos sinódicos pentagonales.

Al danzar y hacer sonar las sonajas unimos el cielo con la tierra dado que se fecunda la serpiente con el néctar de la tierra
para crear las flores y frutos que alimentan a la raza humana. Al danzar nos convertimos en guerreros del espíritu que se
han desprendido de su egoísmo para ofrecer su tiempo y su energía en armonía junto con sus hermanos de camino. Al
danzar aprendemos que cada paso tiene un propósito, un sentido que no es otro más que honrar la vida que nos es
prestada por la dualidad Madre Tierra y padre Universo, la dualidad sagrada y creadora.

Nuestros ancestros nos enseñaron que cada paso en la vida debe tener un propósito, una finalidad, un por qué y un para
qué, por lo tanto deben ser movimientos conscientes que te lleven por el camino que va hacia el Padre Sol, hacia la luz,
hacia la verdad.

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