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Revista de Antropología, Vol.IV, No.

I, 1988
Departamento de Antropología, Universidad de Los Andes, Bogotá

EL PALUSTRE DE ORO: UNA PARÁBOLA PARA LA


ARQUEOLOGÍA DE LOS AÑOS OCHENTA1

Kent V. Flannery

1
Reproduced by permission of the American Anthropological Association from
American Anthropologist, 84(2) 1982. Not for further reproduction.

131
EL PALUSTRE DE ORO: UNA PARÁBOLA PARA LA
ARQUEOLOGÍA DE LOS AÑOS OCHENTA1

Kent V. Flannery
Museum of Anthropology, Ann Arbor, Michigan

" Estoy felizmente tan ocupado haciendo ciencia que


no tengo tiempo para preocuparme filosofando sobre
ella"
Arno Penzias, Premio Nobel 1978

Esta es una historia sobre metas y retribuciones


arqueológicas, y nadie debe buscar mucha profundidad en ella.
Realmente es tan sólo el recuento de un vuelo que hice desde San
Diego hasta Detroit. Aun cuando esto no debe parecer muy
emocionante para los viajeros frecuentes, para mi fue un viaje
particularmente memorable. Por una parte, era la primera vez que
montaba en un 747; y por otra, porque conocí a alguien que se ha
convertido en uno de los personajes más inolvidables con quienes
me haya cruzado.
Regresaba entonces a casa en Ann Arbor después de la
reunión anual de la Sociedad Americana de Arqueología, en mayo de
1981. Salí de San Diego un día antes porque ya estaba
físicamente agotado. No tenía deseos de ver la película de a bordo, así
es que, tan pronto estuvimos en el aire y se apagaron los letreros de
seguridad, me dirigí hacia el salón. Había solamente dos

1
Traducido de The Golden Marshalltown: A Parable for the Archaeology of the
1980's de American Anthropologist 84(2) 1982. Traducción de Felipe
CárdenasArroyo (Dept. Antropología, Universidad de Los Andes, Bogotá)

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personas — arqueólogos los dos — quienes me reconocieron por la
reunión anual, y no tuve más remedio que tomarme una cerveza con
ellos.
Quisiera empezar por contarles un poco acerca de mis dos
compañeros, y espero que entiendan que no revelaré sus
verdaderos nombres. Además, su identidad no es importante, pues
cada uno se considera como el vocero de un grupo grande de
personas.
Supongo que el primero de estos tipos egresó de la escuela de
postgrado a finales de los años 60, y ahora es profesor en uno de los
grandes departamentos universitarios del Oeste de los Estados
Unidos. Empezó como arqueólogo tradicional, interesado en las
ruinas de los Pueblo y en la prehistoria del Suroeste1, participando
en prospecciones y excavaciones como todos nosotros. Pero a
diferencia del resto, no consideró que esas prospecciones y
excavaciones fueran un fin en sí mismas, sino, más bien, un medio
para obtener un fin — un medio que resultó muy lento. Después de
pocos años de cavar polvorientos agujeros en valles cálidos y
melancólicos, se encontraba tan lejos del pináculo como al
comienzo y, peor todavía, ya mostraba señales muy serias de
equivocación. Después de medio centenar de ensayos por hacer una
cuadrícula de tres metros cuadrados, lo más que logró aproximarse
fueron 2,7 metros cuadrados, y 3,2 metros cuadrados, además de
pasar por alto más pisos que un elevador del World Trade Center.
Pero entonces, cuando ya veía la situación negra, descubrió la
filosofía de las ciencias y volvió a nacer.
De repente se dio cuenta de que todo el mundo llamaría a su
puerta si criticaba la epistemología de los demás; de repente
descubrió que, siempre y cua ndo su diseño de investigación fuera
soberbio, no tenía que hacer la investigación: bastaba con publicar el
diseño para que se considerase como modelo, como un anillo de latón
inalcanzable para las manos torpes que hacen las prospecciones y
las excavaciones. No más tierra. No más calor. No más cuadrículas de
3 x 3. Ahora trabajaba en una oficina generando hipótesis, leyes y
modelos que una interminable fila de estudiantes de postgrado salían a
comprobar, porque él ya no hacía trabajo de campo.

1
(N del T): Southwestern (o Southwest) se refiere al área arqueológica de los
Estados Unidos que comprende los estados de Arizona, Nuevo México, la
esquina sur-occidental de Colorado, Utah, una pequeña región del sureste de
California, y la punta sur de Nevada.

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Pero así estaba bien. Uno de sus antiguos profesores había
dicho de él: "Ese pobre zoquete no podría excavar su propia salida de
una caja de desperdicios".

Para hacerle justicia al Filósofo Vuelto a Nacer, digamos


que era en gran medida producto de la década de los sesenta; y hay
muchos más de donde él viene. Pero...no lo juzguemos muy
severamente hasta haber examinado a mi otro compañero de vuelo --
un joven cuyo diploma no era de 1968 sino de 1978. Voy a
llamarlo simplemente "El Niño de los Setenta".
Como tantos otros de su generación académica, el Niño de los
Setenta tenía una característica muy sobresaliente: ambición ciega.
No tenía el compromiso con la historia cultural que tenía mi
generación, ni la devoción hacia la teoría de la generación de los
sesenta. Sus metas eran sencillas: ser famoso, tener un buen
salario, ser mimado, y recibir gratificación inmediata. No le
importaba cómo lograrlo, ni a quién tenía que pisotear en su
camino. Más aún, los datos de la prehistoria no le importaban. Para él
la arque ología era solamente un vehículo -- cuidadosamente
seleccionado -- porque había descubierto hace tiempo que la gente
tolera cualquier cosa bajo el disfraz de arqueología.
Siendo estudiante de postgrado, el Niño de los Setenta había
tomado un curso de introducción a la arqueología con un hombre a
quien llamaré simplemente el "profesor H". El profesor H trabajaba
muy duro en su curso, resumiendo la literatura, agregándole
muchas de sus propias ideas y bastante de sus datos inéditos. El
Niño de los Setenta tomaba notas copiosamente. A veces le hacía
preguntas para sonsacarlo, y en ocasiones pedía permiso para
duplicar sus diapositivas. Cada vez que el profesor entregaba hojas de
referencia, él las pegaba en su cuaderno de apuntes.
Apenas se graduó, el Niño de los Setenta consiguió su
primer empleo en una universidad. El día que llegó fue directamente a
la editorial universitaria para preguntarles si estaban interesados en
un texto introductorio de arqueología. ¡Por supuesto que estaban
interesados! El Niño de los Setenta pulió las notas del Profesor H y las
presentó como texto, y se publicaron para enfrentar a los
reseñistas. Ahora es el único texto que' verdaderamente le gusta al
Profesor H, y lo exige en su curso. La facultad votó unánimemente por
la tenencia del Niño de los Setenta. Pero, por otra parte, al Profesor
H no le han subido de posición porque no ha publicado lo

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suficiente. "Es un gran profesor - dicen sus colegas -
publicara más, así como ese estudiante suyo..."
Al Niño de los Setenta se le puede dar crédito como
antropólogo por darse cuenta de que nuestra subcultura no
solamente tolera esta clase de comportamiento, sino que premia a las
personas por él. Pero la historia no termina allí.
El Niño de los Setenta escribió su tesis doctoral en seis
capítulos. Luego decidió fotocopiar cada uno, agregándole una
introducción y unas conclusiones, convirtiéndolos en artículos.
Envió cada uno a diversas revistas y se publicaron en menos de un
año. Entonces convenció a la editorial universitaria para que
publicaran una reimpresión de sus seis artículos. Allí, sus seis
capítulos de tesis doctoral estaban por fin empastados. Le agregó un
resumen donde recordaba cómo había cambiado su perspectiva,
mirando retrospectivamente todos esos 18 meses como arqueólogo
profesional.
El editor le pidió otro libro. Esta vez invitó a seis colegas
para que escribieran los capítulos. Algunos se sintieron honrados.
Otros, desesperados. Todos aceptaron. El escribió una introducción de
tres páginas y su nombre apareció en la cubierta como editor. El libro
se vendió, y de un momento a otro su camino hacia el éxito fue
claro: podía producir un libro al año, usando las ideas de los demás,
sin tener necesidad de ideas originales; y, a la larga, lo conocerían
más y sería mejor remunerado que sus cooperantes, aun cuando ellos
trabajaran el doble.
Pedí una cerveza y pagué el dólar con cincuenta que vale la
lata, mientras pensaba qué decirles a estos dos tipos. No es fácil
cuando se sabe que el uno criticará cualquier idea que se exponga,
mientras que el otro la incorporará a su nuevo libro.
Afortunadamente no tuve que decir nada, puesto que en ese preciso
instante llegó el tercero, y el más importante, personaje de esta
historia.
Permaneció de pie con su gastado maletín de maño,
mirándonos a los tres por un instante. Era de la vieja guardia, sin
lugar a dudas; pero...¿qué tan viejo? nadie sabía. Cuando uno está tan
bronceado y acabado por los elementos, se puede tener 50, 60 o hasta
70 años, pero nadie se da cuenta. Sus pantalones habían pasado por
el barro y por debajo de las cercas de alambre de púas en centenares
de temporadas de campo. Su sombrero estaba desteñido por el sol
de las praderas, y tenía señalados los ojos por

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esa pata de gallo que localmente se conoce como guiño de los
llanos. Me di cuenta de que era arqueólogo por sus botas, y sabía que
todavía era bueno por los músculos de las piernas. ¿Por qué?
Verán: uno de mis colegas en Michigan — un etnólogo —
insiste en que, puesto que los arqueólogos tienen espaldas fuertes y
mentes débiles, cuando un arqueólogo comienza a marchitarse lo
primero que desaparecen son las piernas. Por otro lado, su esposa me
dijo que cuando un etnólogo empieza a marchitarse, las piernas no son
lo primero en desaparecer.
El Viejo se sentó junto a mí, acomodó su maletín, y se
presentó. No pude entender su nombre porque en ese instante llegó la
cabinera, casi sin respiro, para darle un bourbon1 con agua.
"Gracias, señora", le dijo mientras tomaba y la miraba. "Lo
necesitaba. Es la pura verdad".
"Estoy de acuerdo", le respondí. "Eso siempre ocurre con las
reuniones. Seiscientas personas apiñuscadas en el vestíbulo de un
hotel, doscientas de las cuales le hablan a uno como si fuera un
idiota; otras doscientas adulándolo a uno como si se tratara de una
estrella del cine y doscientas diciendo mentiras, mirando sobre el
hombro para ver si de pronto se encuentran con alguien más
importante"
"Hijo, este año fue peor todavía. Anoche mi departamento me
dio de alta. Me mandaron a rumiar"
"Nunca pensé que estuviera en edad de retiro", mentí
amablemente.
"No lo estoy. Aún me faltaban dos años; pero adelantaron mi
retiro, más que todo por un artículo publicado por un etnólogo en el
Times de Nueva York. Eric Wolf. ¿Lo recuerda?"
"Lo leí", repuse. "Pero no recuerdo que pidiera su retiro"
El Viejo se metió la mano al bolsillo y al lado de una bolsa de
picadura de tabaco encontró y sacó un recorte amarillento del Times
dominical del 30 de noviembre de 1980. Alcancé a ver el nombre
del autor y, debajo, varios párrafos subrayados con tinta roja. "Mira
lo que dice aquí", me dijo el Viejo:
1
(N del T): El bourbon es un whisky elaborado en los Estados Unidos a base de
maíz, o maíz y centeno.

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"La antropología temprana logró la unidad bajo la égida del
concepto de cultura. Desde el punto de vista de los
antropólogos, era la cultura la que distinguía a la humanidad del
resto del universo, y la posesión de varias culturas lo que
diferenciaba una sociedad de otra...Esta sensación intelectual de
seguridad se ha minado en el último cuarto de siglo. El
concepto relativamente rudimentario de 'cultura' fue atacado
desde diversas direcciones teóricas. A medida que las ciencias
sociales se transformaron en ciencias del 'comportamiento', las
explicaciones del comportamiento ya no se buscaron en la cultura;
el comportamiento debía entenderse en términos de encuentros
sicológicos, estrategias de alternativas económicas, en la
lucha por las remuneraciones de los juegos de poder. La cultura,
una vez expandida a todos los actos e ideas empleados en la vida
social, se relegaba ahora al margen como 'visión del mundo' o
'valores'" (Wolf 1980).

"¿Qué tal eso?", dijo el Viejo. "El día que lo publicaron me


mandaron llamar y me dice el decano: 'Nos informan que usted
todavía cree en la cultura como paradigma central de la
arqueología'. Le dije que sí, que eso creía. Entonces me dice: 'Lo
hemos estado conversando y creemos que usted debería retirarse
temprano'".

"Pero eso es terrible. Debió luchar", le comenté.


"Si, luché", me contestó. "Pero reunieron toda mi historia
para una revisión externa. ¡Hay Dios! La enviaron a todos esos
distinguidos antropólogos, Marvin Harris, Clifford Geertz; y...¿no hay
acaso unos cuantos de esos tipos en Harvard cuyos apellidos se
tienen que escribir con guiones?"
"Le aseguro que hay varios", le confirmé.
"Bueno, pues a uno de ellos le mandaron mi historia, y
también a un antropólogo social -- uno de esos grandes sabios de la
Universidad de Chicago. Y entonces comenzaron a llegar las
respuestas".

"Harris dijo que estaba admirado de ver que, a pesar de ser yo


un arqueólogo, hubiera prestado tan poca atención a las variables
tecno-eco-demo-ambientales. Geertz dijo que, según podía darse
cuenta, yo simplemente hacía Pura Descripción. El tipo de Harvard
dijo que no estaba seguro de poderme evaluar, puesto que nunca
había oído mencionar nuestro departamento".

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"¿Y el tipo de Chicago?"
"Ese dijo que pensaba que la arqueología debía manejarla
una de las escuelas locales de arte industrial".

Hubo un momento de silencio en el cual todos


observábamos la congoja de un arqueólogo forzado a retirarse
antes de tiempo por creer en la cultura. Por los altoparlantes oímos al
capitán anunciar el lago Saltón, visible a la derecha del avión.
"Eso sí, me hicieron una bonita fiesta de despedida",
continuó el Viejo. "Alquilaron la suite de un hotel y...quiero
mostrarles el regalo que me dieron".
Sus manos registraron las profundidades de su desaliñada
bolsa de combate y, de repente, sacó un palustre. Era un palustre
como nadie ha visto uno jamás. Un palustre que parecía amarillo
fuego frente a los rayos del sol poniente sobre las ventanillas del
747.
"Este fue mi primer palustre", nos dijo. "¿Saben ustedes lo
que representa para un arqueólogo su primer palustre? Es como el
primer balón Adidas para un jugador de la Selección Nacional. Yo
excavé con este palustre en Pecos con A.V.Kidder; y en la Ruina
Azteca con Cari Morris; y en Kincaid con Fay-Copper Cole; y en
Lindenmeier con Frank Roberts. Hijo, este palustre ha estado en
Snaketown y Ángel Mound, y en Dalles de Columbia con Luther
Cressman".
"Una noche estos tipos del departamento irrumpieron en m
oficina y lo tomaron prestado. Cuando lo vi otra vez lo habían
recubierto con oro de 24 kilates...¡Demonios! Ahora es muy
lindo...Es la pura verdad".
El palustre pasó de mano en mano por el grupo, antes de
volver a lo profundo del maletín, y todos sentimos un poco más
cerca ese día aún lejano de nuestro retiro.
"¿Qué va a hacer ahora?", preguntó el Niño de los Setenta
para quien la fecha de retiro sería en el año 2018.

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"Verás", le dijo el Viejo. "Hasta ahora apenas me han hecho
algunas ofertas para hacer arqueología por contrato"1
El Filósofo Vuelto a Nacer sonrió con cierto aire de
superioridad.
"Ya entiendo", le dijo el Viejo. "Tiene sus reservas sobre la
arqueología por contrato".
"No,no...supongo que está bien", dijo el Filósofo.
"Simplemente no creo que contribuya mucho a mi campo".
"¿Y cuál sena ese campo?"
"Teoría y método"
"¿Alguna región o período cronológico en particular?"

"No. No quisiera amarrarme con una región específica. Yo


trabajo a un nivel más alto de abstracción".
"Seguro que si", repuso el Viejo. "Hijo, hay cosas de la
arqueología por contrato que tampoco me agradan. Hay
compromisos ocasionales entre los objetivos científicos e
industriales; demasiadas copias mimeografeadas de los informes
para el presidente de tal o cual compañía constructora, en lugar de
publicarlos donde los lean los arqueólogos. Pero, para ser justos, la
mayoría de los arqueólogos por contrato que conozco demuestran el
mismo interés que tú por la teoría y el método".
"Pero ellos tan sólo consumen las leyes; yo estoy
comprometido con producirlas."
El Viejo tomó un buen sorbo de su vaso. "Hijo, admiro al
hombre que deja a un lado la falsa modestia. Tú has pasado por alto lo
que yo considero uno de los fuertes de los arqueólogos por
contrato: ellos todavía tienen que ver directamente con lo que pasó en
la prehistoria. Si yo quiero saber lo que pasó en Glen Canyoh,
cuándo llegó la agricultura a la cuenca del Missouri, o el tiempo que
duraron los cazadores de mamuts en Pensilvania, necesito hablar

1
(N del T): En los Estados Unidos existen compañías privadas que hacen
arqueología por contrato. Normalmente trabajan en sitios donde se hacen planes de
desarrollo urbano. Es lo que allá se llama contract archaeology y que aquí
traducimos literalmente como "arqueología por contrato".

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con un arqueólogo por contrato, porque las respuestas a las
preguntas histórico-culturales no siempre se encuentran 'a un nivel
más alto de abstracción1 ".

"No", repuso el Filósofo Vuelto a Nacer. "A ese nivel


solamente se encuentran las preguntas importantes ".
Hubo una interrupción. La cabinera apareció con su carrito de
aluminio con bebidas. Pedimos otra tanda de cerveza y ella recogió
las latas vacías, tirándolas en una bolsita de plástico.
"Señorita, quiero pedirle un favor", le dijo el Filósofo.
"Quisiera examinar el contenido de esa bolsa antes de nuestra escala en
Tucson".
"Eso era lo único que me faltaba", repuso la cabinera.

"No...espere. Es para un amigo. Un colega, Bill Rathje,


está haciendo un estudio sobre los patrones de deshecho de basuras en
la ciudad de Tucson (Rathje 1974). Ya tiene el sistema interno bien
organizado; pero se da cuenta de que Tucson no es un sistema
cerrado: la basura llega y se va en aviones, automóviles, y
morrales. Le prometí que si alguna vez me hallaba en un avión
saliendo o llegando a Tucson, le tomaría una muestra de la basura de
a bordo".
La muchacha hizo un esfuerzo para evitar cualquier
emotividad. "Bueno, pero siempre y cuando recoja todo cuando
termine", le respondió.
"Voy a revisar la basura en la cabina de turismo, mientras
que mi amigo (el Niño de los Setenta) investiga en primera clase. El
será co-autor de mi artículo".
"Y... ¿qué profesión tienen ustedes?", preguntó la chica.

"Arqueólogos".
"Que gente más loca", exclamó, y se alejó con su carrito por el
pasillo.
El Filósofo Vuelto a Nacer se recostó en su asiento, con una
sonrisa de satisfacción. "Ahí tienen un ejemplo perfecto de por qué los
arqueólogos no deben limitarse al estudio de objetos antiguos
esparcidos sobre, o por debajo de la superficie. Si vamos a

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desarrollar un verdadero grupo de leyes explicativas universales,
debemos poder derivarlas libremente de cualquier fuente
disponible. En mi opinión, el mejor legado que podemos dejarle a la
generación venidera es un cuerpo sólido de teoría arqueológica".
"Mira hijo, te daré mi opinión", repuso el Viejo. "Yo no
creo que exista tal cosa como 'teoría arqueológica'. Para mi
solamente existe teoría antropológica. Los arqueólogos tienen su
propia metodología, y los etnólogos la suya; pero cuando se trata de
teoría, todos deberíamos sonar como antropólogos".
"¡Por Dios! ¡está usted fuera de onda!", contestó el Filósofo
Vuelto a Nacer. "Llevamos diez años construyendo un cuerpo de
leyes arqueológicas puras. Yo mismo he contribuido con 10 o 20".
"Me encantaría oír algunas", le dije yo; y me di cuenta de
que no era el único, pues el Niño de los Setenta se alistaba para
escribirlas en la servilleta del coctel.
"Número uno:", dijo el Filósofo. "La gente prehistórica no
dejó muestras de todo lo que hacía en los sitios arqueológicos.
Número dos: Algunas de las cosas que si dejaron se han
desintegrado, y los arqueólogos no pueden encontrarlas".
"No quisiera parecer impertinente" , le repuse, "pero me
parece que Schliemann ya sabía eso cuando excavó Troya".
"Pues si fue así", dijo el Filósofo Vuelto a Nacer, "él nunca lo
hizo explícito; yo lo he vuelto explícito."
"Hijo", interpuso el Viejo, "creo que todos podremos
dormir más tranquilos esta noche por eso".
"También he desarrollado lo siguiente", continuó el
Filósofo. "Número tres: Los objetos dejados en una pendiente en un
sitio arqueológico se ruedan con el agua. Número cuatro: Los
objetos más livianos ruedan más lejos que los pesados".
"Un momento", exclamó el Viejo. "Acabas de ilustrar un
punto que yo esperaba explicar. Todo eso que ustedes llaman leyes
arqueológicas no son leyes del comportamiento humano, sino
ejemplos de los procesos físicos involucrados en la formación de
sitios; y éstos no son otra cosa que el producto de leyes geológicas"

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El Filósofo Vuelto a Nacer sonrió triunfalmente: "Esa
objeción ya se ha planteado varias veces, y Richard Watson, quien es
filósofo y geólogo, la rebatió definitivamente. En su artículo de
American Antiquity de 1976, Watson (1976:65) aclara — y aquí
estoy parafraseando — que inclusive cuando las hipótesis son
directamente dependientes de las leyes geológicas, son
específicamente arqueológicas cuando le competen a materiales
arqueológicos.

Esta vez le tocó sonreír al Viejo. "Eso es diferente. En tal


caso, creo que la arqueología se quedó por fuera de una gran ley
universal".
"¿Cómo es eso?", preguntó impaciente el Niño de los
Setenta con su lápiz en ristre.
"Pues, de acuerdo con tus argumentos, la Ley de la
Aceleración Uniforme sería una ley arqueológica si Galileo sólo
hubiera dejado caer una mano de moler y un metate de la torre
inclinada de Pisa".
"Me parece que usted no toma esto en serio", le reclamó el
Filósofo.

"Hijo, lo tomo con la seriedad con que merece tomarse. Y,


hasta donde van mis conocimientos, las únicas leyes arqueológicas
legítimas que conozco son las que de vez en cuando sacan a relucir
los legisladores de patrimonio cultural".
El Filósofo Vuelto a Nacer se leva ntó. "Es tiempo de hacer
mi inventario de basura en la cabina de turismo", dijo retirándose por
el pasillo.
"Está siendo muy rudo con él", le dijo el Niño de los
Setenta. "Recuerde que es el vocero de un gran grupo de
arqueólogos teóricos que esperan aumentar la contribución que la
arqueología puede hacer a las ciencias y a la filosofía"
El Viejo se tomó un gran sorbo de bourbon. "Hijo... ¿ves
los juegos de fútbol por la televisión?"
"A veces, cuando no estoy corrigiendo pruebas"
"Tengo mis razones para preguntarte esto. Solamente quiero
ensayar una analogía contigo", dijo el Viejo.

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"Durante las transmisiones de fútbol hay 22 jugadores en el
campo, dos entrenadores y tres personas en la cabina de
transmisión. Dos de las personas en la cabina fueron jugadores
alguna vez y ya no pueden jugar. La tercera persona jamás ha
jugado fútbol. ¿Quién crees tú que sea el más hablador y el más
crítico de los jugadores en el campo?"
"El tipo que jamás ha jugado", interrumpí. "Y los otros dos, los
que eran jugadores, se la pasan diciendo cosas como: 'claro, es muy
fácil criticar desde acá arriba, pero la cosa es diferente en el campo
de juego'".
"Bien dicho", repuso el Viejo. "Me gustaría que tuvieras en
cuenta el simbolismo: el campo es lo que está más abajo; es algo
físico, donde se suda, donde los jugadores obedecen órdenes. La
cabina de los periodistas está allá arriba, aislada, olímpica, cerebral. Y
es verbal. ¡Vaya si es verbal!".
El fútbol es un juego de estrategias, de planes de juego (o
'diseños de investigación1, si se quiere), y también lo que podría
llamarse filosofías opuestas. En nuestros tiempos hemos sido
testigos de grandes innovaciones de estrategia: las jugadas de
laboratorio, el contra-ataque, los cobros con pelota quieta, la
rotación de posiciones...la lista es interminable. ¿Cuántas de éstas se
crearon en la cabina de los periodistas?"
"Ninguna", repuse. "Todas se las ingeniaron los
entrenadores".
"Correcto. Los entrenadores. Muchos de ellos fueron
jugadores alguna vez, y aún están involucrados personalmente en el
juego. Estudian detenidamente sus errores, diseñan nuevas
estrategias, y regresan al campo de batalla para ensayarlas", agregó el
Viejo.

"Creo saber hacia dónde quiere ir", dijo el Niño de los


Setenta, aun cuando sabíamos que mentía.
"Hay miles de arqueólogos practicantes en el mundo, y la
mayoría son jugadores", dijo el Viejo. "Naturalmente que muchos de
nosotros somos de segunda o tercera división pero, cuando nos
llaman, hacemos lo mejor que podemos. Además, nos basamos en los
consejos y en las estrategias de un buen número de arqueólogos

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'entrenadores': veteranos que respetamos porque han pasado por las
mismas que nosotros".
"Lo que ocurre ahora es que tenemos una nueva generación
de arqueólogos; una especie de 'David Cañón' 1 de la arqueología: se
sienta en su cabina, bien alto, citando a Hempel, Kuhn, y Karl
Popper. Adivina incorrectamente nuestra estrategia, y nos dice
cuándo no estamos a la altura de sus expectativas. Se atreve a decir
cosas como: 'Lewis Binford fue la mente más rápida pero,
honestamente, ha perdido terreno en esta temporada'; o también: 'Es
contrarían te ver cómo Struever puede cometer semejante
novatada'".
"Lo que me preocupa es pensar que, cada año que pasa,
habrá menos personas en el campo y más en la cabina de
transmisión. Claro que en la cabina se perfila un mejor nivel de
vida, pero se genera mucha arrogancia. En la cabina nadie
desperdicia un penalty, es decir, nadie clasifica mal un tiesto o hace
mal los dibujos de perfiles. Juzgan a los demás, pero nunca se
exponen a la crítica. Los tipos de la cabina reciben mucha atención, y
hasta se vuelven célebres. Lo que pasa es que casi nunca se resalta
el hecho de que los de la cabina han tenido muy poco o ningún
impacto estratégico y teórico en el juego, porque están muy aislados
del campo".
"Claro que eso lo saben bien los jugadores, especialmente
los arqueólogos por contrato y aquéllos de nosotros que siempre
trabajamos en el campo. Nosotros tenemos la sensación de que nos
miran como si fuéramos una partida de asnos sudorosos; y ya
estamos aburridos de eso, hijo...¡es la pura verdad!"

"Pero usted no niega la importancia de la teoría en


arqueología", exclamó el Niño de los Setenta. "Estoy seguro de que
usted ha usado en su trabajo lo que Binford (1977) llama teoría de
alcance medio"2
"Por supuesto. La he usado para organizar y encontrarles
sentido a mis datos; y que es, al fin y al cabo, uno de los
principales propósitos de la teoría. El problema se presentó cuando
los de la cabina comenzaron a considerar la 'teoría arqueológica'
como una sub-disciplina en si misma — una de mayor prestigio que la
búsqueda de datos sobre la prehistoria, a la que consideran como
1
(N del T): Howard Cosell, en el original.
2
Middle Range Theory

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simple labor manual. Pero, como si eso fuera poco, algunos de
ellos se creen filósofos de la ciencia".
"Lo encuentro muy emocionante", dijo el Niño de los
Setenta.
"Hijo, sería emocionante si supieran filosofar.
Desafortunadamente es lo peor que saben hacer, después de la
arqueología de campo, naturalmente".
"Pero algunos han entablado el diálogo con los filósofos".

"Es verdad", dijo el Viejo. "Ahora vamos a tener filósofos


que no tienen ni idea de arqueología dándoles consejo a los
arqueólogos, que no tienen ni idea de filosofía".
"Ellos quieren que la arqueología haga su contribución a la
filosofía", interpeló el Niño.
"Te diré una cosa, hijo. Yo me contentaría con hacerle una
contribución a la arqueología . Prefiero ser un arqueólogo de
segunda que un filósofo de tercera".
"¿Acaso la arqueología no tiene más para ofrecerle al
mundo?"
El Viejo se echó para atrás y tomó un trago. "Es una buena
pregunta. A menudo oímos sobre cuál es la importancia de la
arqueología en la antropología general; en las ciencias sociales; en el
mundo. Y, claro, todos estamos a la espera de que nuestro amigo en
la cabina de turismo aparezca con su primera Gran Ley. Pero me
gustaría invertir la pregunta: ¿qué espera realmente el mundo de la
arqueología?".
"Al ver televisión o al entrar a una librería, yo veo que el
mundo quiere que la arqueología le enseñe sobre el pasado de la
humanidad. La gente no está interesada en epistemología. La gente
quiere aprender sobre la Garganta de Olduvai, sobre Stonehenge y
sobre Machu Picchu. Poco a poco se van dando cuenta de que sus
primeros tres millones de años de vida ocurrieron antes de la
historia escrita, y ven a la arqueología como la única ciencia — la
única — capaz de revelar el pasado".
"Recuerdo que Bill Sanders me dijo alguna vez que la única
razón legítima para hacer arqueología era satisfacer nuestra

145
curiosidad intelectual. Me parece que si hacemos lo mejor posible
en ese sentido, las contribuciones más generales se darán por
añadidura. No creo que Isaac Newton o Gregor Mendel se la
pasaran de arriba abajo diciendo: 'soy un productor de leyes1 . Sus
leyes se fueron conformando inconscientemente de su propio
esfuerzo por satisfacer una curiosidad".

"Hijo, si el mundo quiere filosofía, llamará a los filósofos,


no a los arqueólogos. No quisiera vernos tan confundidos acerca de lo
que el mundo espera de la arqueología que terminemos dándole la
espalda a lo que mejor hacemos. En mi opinión, nuestra
responsabilidad con el resto del mundo es hacer investigaciones
arqueológicas básicas".
"¿Sabe una cosa?", dijo el Niño de los Setenta. "Se me
ocurre, oyéndolo hablar, que sería muy bonito si usted escribiera el
resumen general del libro que estoy editando. Es un libro sobre
futuros enfoques en arqueología".
"No estoy seguro de que me emocionen los futuros
enfoques de la arqueología, hijo".
"Por eso mismo su resumen suministraría el balance
necesario. ¡Usted es nuestro eslabón con el pasado! ¡Usted acaba
de salir de las ricas e injustamente criticadas páginas de la tradición
empirista!".
"Me sobrestimas, hijo".
"No. Usted es muy modesto", repuso el Niño de los
Setenta, quien no estaba acostumbrado a que le dijeran que no. "Me
parece que bien podría ser usted la figura más importante de nuestra
generación, y me haría un inmenso honor si escribe el resumen
general de mi libro".
"Pamplinas", le dijo el Viejo.
El Niño se levantó visiblemente frustrado. "Tengo que '
inventariar la basura en primera clase; de lo contrario no podré ser
coautor de ese artículo. Pero piense bien lo que le dije...y no diga
nada importante hasta que yo regrese".
Lo vimos desaparecer por la cortina de primera clase.
"Usted debe estar vacunado contra la miel dulce", le dije al Viejo.

146
"Hijo, si ese muchacho tuviera la nariz un poco más tostada
necesitaríamos una tabla de Munsell para clasificarla".
"Si usted cree que él es atípico, fíjese bien a su alrededor en la
próxima reunión de arqueología".
"Y pensar que en parte somos culpables de esto. Todos
nosotros, en los departamentos académicos. Contratamos a tipos
recién salidos del postgrado, y les entregamos nuestros cursos
introductorios. Luego les decimos que tienen dos opciones:
publicar o morir. Lo único que pueden hacer es escribir algo apenas
tibio, o atacar a una figura bien establecida. Elimina esa clase de
artículos de American Antiquity y te quedas solamente con las
reseñas de libros".
"Lo que debemos hacer, si verdaderamente queremos que
los jóvenes progresen, es darles su primer año libre para que salgan a
recolectar sus propios datos y puedan hacer una contribución
positiva. ¿Cómo es que les damos ocho cursos para dictar, y
encima tienen la presión de tener que publicar?".
"Tiene razón", le dije. "Pero, sin embargo, nuestros dos
amigos han descubierto cómo ganarle al sistema. Uno de ellos ha
creado una especialidad que le permite nunca tener que abandonar su
oficina, mientras que el otro se las ingenia para que los demás le
escriban sus libros; ¡y nosotros los premiamos por ello!".
"Claro que nunca sin reservas", inquirió el Viejo. "Tú sabes
que a los arqueólogos no les agrada tener colegas tan ambiciosos
capaces de patearle los dientes a su abuelita con tal de salir adelante.
Tal vez los hombres de negocios se lo aguanten, y hasta de pronto
los artistas de la farándula. Esa gente diría: 'Ese es un verdadero
bergante, pero logra lo que se propone'. A los arqueólogos no les
gusta tener un colega así".
La cabinera se detuvo un momento frente a nosotros con su
carrito de bebidas para ofrecernos otro trago. Lo aceptamos, y de
pasada aproveché la oportunidad para preguntarle sobre ^1
inventario de basura de nuestros dos colegas.
"Parece que el de la cabina trasera tiene un pequeño
tropiezo", nos dijo un tanto apenada. "Creo que se topó con un par
de bolsas para el mareo".

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"Bueno, nadie ha dicho que el trabajo de campo sea cosa
fácil", repuso el Viejo.
"Pero... ¿qué es lo que pretenden averiguar?", interrogó la
niña.

"Según he podido entender", le dije, "están tratando de


suministrarnos una base más sólida para la interpretación
arqueológica. Puesto que los arqueólogos estudian la basura de la
gente del pasado, ellos esperan descubirir patrones en el desecho de
basuras que nos ayuden en nuestro trabajo".
El Viejo se quedó mirando a la cabinera hasta que
desapareció detrás de la cortina.

"Hijo...quisiera lanzarte una pregunta hipotética.


Supongamos que estás trabajando en un sitio arikara del siglo 16 en
Dakota del Sur. Hay bastante basura: omóplatos de bisonte,
azadones, cerámica con impresiones de tejidos. Tú sabes, ese tipo de
restos. Tienes que interpretarlos y cuentas con una crónica francesa
sobre los arikara del siglo 18, y con un informe sobre la basura de
Tucson en 1981. ¿Cual empleas?".
"Me imagino que usted ya conoce la respuesta", sonreí.
"Entonces...¿por qué me da la ligera impresión de que estos
dos chicos usarían el informe de basuras de Tucson?".
"Porque usted aún cree en la cultura mientras que ellos
solamente están interesados en el comportamiento ", le contesté.
"Es verdad. Yo creo en algo que se llama 'cultura arikara1, y
que uno debe saber algo sobre ella si es que piensa trabajar en sitios
arikara".
"Pero supongamos, como lo sugiere Eric Wolf en su
artículo del Times, que usted no es uno de aquéllos que sigue
buscando una explicación para el comportamiento en la cultura", le
dije. "Supongamos que usted cree que el comportamiento se explica
por leyes universales, o encuentros sicológicos, o estrategias de
escogencia económica. Entonces ya no importa si su marco
interpretativo proviene de la etnohistoria tribal, o de los Estados
Unidos industrializados del siglo 20, ¿cierto?".

148
"Cierto...y eso va a simplificar la arqueología porque, por un
lado, ya no tendremos que conocernos toda la literatura
antropológica", dijo el Viejo.
Se quedó callado un momento, y en eso regresaron el
Filósofo Vuelto a Nacer y el Niño de los Setenta, con sus diarios de
campo repletos de datos sobre el comportamiento y sus rostros
radiantes por el éxito.
"¿Nos perdimos de mucho?", preguntó el Niño de los
Setenta.
"No mucho", repuso el Viejo. "Yo estaba a punto de
preguntarle aquí a mi colega hacia dónde cree él que seguirá la
antropología, ahora que la cultura no es su paradigma central".
"Estoy algo preocupado por eso", dije. "Me parece que la
antropología está un poco a la deriva, igual que un buque sin timón.
Tengo la sensación de que puede fraccionarse en una docena de
disciplinas diferentes, cada una tomando su propio camino. Pero
por alguna razón ya no es tan emocionante como antes. Ya muy
pocos se matriculan en las universidades, y las posibilidades de
conseguir empleo son pocas. Me parece que una de las razones es
que la antropología no ha llegado a un consenso con respecto a lo
que puede ofrecer, y por eso no puede competir en el mercado con
disciplinas que son más agresivas y unificadas".
"¿Y no dice Wolf en el Times cuál ha de ser el próximo
paradigma central?", le preguntó el Niño, a la espera de un título
para su nuevo libro.
"No", repuso el Viejo, "aun cuando menciona algunas de las
cosas que se han ensayado, como el materialismo cultural, la
ecología cultural, el estructuralismo francés, la antropología
cognoscitiva y simbólica, y otras cosas. Pero, tú sabes, esos
acercamientos apenas involucran a unas cuantas personas".
"Pero todos esos acercamientos son útiles", comenté.
"Es la pura verdad", aceptó. "Pero... ¿qué nos mantiene
unidos? ¿qué es lo que nos impide acercarnos a esas perspectivas sin
que cada una se convierta en una disciplina en si misma? ¿qué es lo
que hace que el que trabaja con los mitos de la creación de los maori
siga hablando con el que trabaja con artefactos líricos del
paleoindio?".

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"En mi departamento ya no se hablan", le dije.

"Y en el mío tampoco", me respondió. "Pero sí hablaban; y lo


hacían porque, por oscuras que fueran las especialidades, todos
creían en ese 'todo integral', en ese cuerpo de creencias, valores y
costumbres compartidos que hemos llamado cultura".

"Eso es cierto", repuse. "Pero hoy el arqueólogo del


paleoindio diría que sus artefactos se explicarían mejor mediante la
Estrategia Óptima de Procuramiento , mientras que el etnólogo de
los maori diría que los mitos de la creación son la expresión de una
lógica universal que está en la cabeza de sus informantes".
"¿Sabes una cosa?", me dijo el Viejo. "En nuestra facultad
hay un etnólogo de ésos. Una vez me dijo: 'No me interesa nada que
se pueda sentir, oler, probar, pesar, medir o contar. Nada de eso es
real. Lo real está en mi cabeza; y seguía exponiendo por qué lo
importante era lo que tenía en la cabeza, y pasó mucho tiempo sin que
yo lograra entender por qué decía eso".

"Pero un buen día publicó su etnografía, y logré entender


por qué era tan importante lo que él guardaba en su cabeza: ¡se
había inventado los datos!"
El Filósofo Vuelto a Nacer se movió incómodamente en su
asiento. "Es increíble", dijo, "que ustedes no se hayan dado cuenta de
que durante más de una década el nuevo paradigma ha sido el
Positivismo Lógico. Es difícil entender cómo pueden hacer una
arqueología de problemáticas específicas sin él".
El Viejo lió un cigarrillo lentamente. El Niño de los Setenta se
levantó, miró con detenimiento y volvió a sentarse desilusionado
cuando vio que solamente era picadura para pipa.
"¿Has tenido en cuenta lo que implica hacer arqueología de
problemáticas específicas sin el concepto de cultura?", le preguntó
deliberadamente el Viejo.
"Ahora quiere ponernos en la línea de fuego", dijo el
Filósofo Vuelto a Nacer. El Viejo sonrió por un instante.
"Piensa en esto", le dijo. "Un etnólogo puede decir: 'A mi
solamente me interesan los mitos y el simbolismo, y no pienso
recolectar datos sobre subsistencia'. Puede irse a una aldea en las

150
Filipinas, no hacer caso de las terrazas de cultivo en las laderas, ni
de las plantaciones de arroz, ni de los estanques de tilapias, y
limitarse a preguntarle a la gente sobre sus sueños y los espíritus de
los antepasados. No importa qué tanto haga, ni qué tan selectivo
sea en la recolección de datos. Una vez que se vaya, la aldea
seguirá allí. Y al año siguiente, si llegan un Hal Conklin o un Aram
Yengoyan, las terrazas y el arroz y los peces estarán allí para ser
estudiados".
"Pero supongamos que un arqueólogo dice: 'Yo solamente
estoy interesado en la mitología y el simbolismo anazasi, y no voy a
recolectar datos sobre subsistencia1; y se va a excavar las viviendas
prehistóricas de los indios. Va en pos de las pictografías, las
figurinas, los bastones ceremoniales y las efigies de pájaros de
madera. ¿Qué hacer con las azadas de palo, los chumbes de cargar y
los huesos de venado que va encontrando en su búsqueda de los
otros objetos? ¿Acaso los pasa por alto por no ser pertinentes a su
objeto de estudio? ¿Los desecha? ¿O los deposita en un rincón
olvidado con la esperanza de que un buen día aparezca algún
estudiante que lo libre de ese cargo de conciencia? Lo que pasa es
que, a diferencia de la etnología, ningún arqueólogo puede regresar al
sitio de excavación y encontrar las cosas en su contexto original. Ese
contexto ya ha desaparecido."
"Es como si...bueno,...como si el etnólogo en las Filipinas
entrevistara a su informante sobre religión, y después lo mata para
que nadie lo pueda entrevistar sobre agricultura", me atreví a decir.
"Exactamente eso, hijo. La arqueología es la única rama de la
antropología en la cual se acaba con el informante durante el
proceso de estudiarlo".
"Bueno, también hay por allí uno que otro antropólogo
físico descuidado", dije.
"Bueno...sí...es cierto".
"¿Pero acaso no ha sido ese siempre el conflicto entre la
arqueología de problemáticas específicas y la arqueología
tradicional?", irrumpió el Filósofo Vuelto a Nacer. "Ciertamente,
hay que tener una hipótesis para comprobar y concentrarse en los
datos necesarios para comprobarla, más bien que tratar de recolectar
todo".

151
"¿Y qué pasa con otros arqueólogos que tienen otras
hipótesis?" pregunté. "¿No se siente usted un tanto intranquilo
destruyendo datos que son pertinentes para resolver las
problemáticas de los demás mientras que usted resuelve las suyas?"
"Pues no, porque actualmente ya no hago excavaciones"
respondió el Filósofo. "Mi labor es suministrar las hipótesis que,
encaucen los esfuerzos investigativos de los demás. Hay muchos
arqueólogos por allí que solamente saben excavar. Dejemos que
ellos se dediquen a excavar".

"Escuchen", nos dijo. "No encuentro mejor forma dé


exponerlo que Schiffer (1978:247) en el libro de etnoarqueología de]
Dick Gould. Para citarlo: 'Me siento libre para dedicarme al estudio de
leyes hasta donde ese estudio me lleve. No siento la necesidad de
romper el suelo periódicamente para reafirmar mi condición de
arqueólogo'".

"Hijo", repuso el Viejo, "me parece que acabo de escucha a


10.000 sitios arqueológicos suspirar de alivio".
Hubo un momento de turbulencia y todos buscamos
nuestras bebidas. Abajo brillaba tenuemente el río Colorado, y por
los altoparlantes el comandante nos sugirió mantener ajustados los
cinturones de seguridad. Encorvado en su asiento, pensativo y, tal
vez un tanto triste, el Viejo me susurró al oído: "Eso es lo que e
etnólogo nunca logrará comprender. Hay un conflicto de base entre la
arqueología de problemáticas específicas y la ética arqueológica La
arqueología de problemáticas específicas te pide que escojas un tema
determinado de investigación. La ética arqueológica te dice que
debes registrar todo, porque jamás volverá a estar dentro de su
contexto. El problema está en que, con la excepción de algunos
sitios extraordinarios, los datos arqueológicos no vienen en
paqueticos cognoscitivos, religiosos, ambientales o económicos
Todo está junto en el suelo, integrado de manera muy compleja
pero siempre integrado. Por eso es que el antiguo concepto de
cultura tenía sentido como paradigma para la arqueología; y aún lo
tiene, hijo. Es la pura verdad"
Me gustaría contarles el resto de la conversación, pero
estas alturas me costaba trabajo mantener abiertos los ojos. Después:
de terminar agotado en la conferencia, con seis cervezas encima y
una conversación sobre teoría arqueológica, el resultado es que uno
se queda dormido. Me dormí, inclusive durante los rudos
aterrizajes en el desierto, donde se quedaron el Niño de los Setenta

152
y el Filósofo Vuelto a Nacer, quienes regresaron a sus respectivas
universidades. Luego, en algún punto entre San Luis y Detroit,
comencé a soñar.
No estoy seguro si se debió a las cervezas o a la acalorada
discusión, pero mi sueño fue una pesadilla. No se cuál sería el
significado, pero mis amigos que trabajan con los walbiri y los
pitjandjara me dicen que el Tiempo de Soñar es cuando uno recibe los
mensajes más importantes. Me gustaría contarles brevemente:
En esta pesadilla, me habían retirado de la Universidad de
Michigan , aun cuando no quedaba claro si era por depravación
moral o por creer en la cultura. No lograba conseguir empleo en
ninguna parte, y lo único que se me presentó fue un trabajo con el
proyecto de las basuras de William Rathje, en Tucson; y ni siquiera
como supervisor, sino como encargado de abrir las bolsas de
basura. Comencé a separar los desperdicios de miles de viviendas sin
nombre, de anglos y chícanos, pimas y papagos, con la inútil
esperanza de encontrar alguna billetera o anillo de diamantes que
hicieran realidad mis planes de jubilación.
Entonces, un buen día, estando ya preparado con mi
máscara de gasa, mis guantes rosados de caucho, y mi bata blanca de
laboratorio con la leyenda bordada en el bolsillo "Le Project du
Garbage" llegó un gigantesco camión dejando una inmensa bolsa de
basura de 36 galones. Naturalmente, realicé un gran esfuerzo por
arrastrarla hasta la carretilla y llevarla al laboratorio, donde la
subimos sobre una mesa. Se reventó por el peso, desparramando su
contenido por todas partes, y...¿saben qué contenía?
Separatas.
Separatas de mis artículos. Todas y cada una de las
separatas que había mandado por correo. Todas. Pero no eran
separatas comunes y corrientes. ¡Estaban autografiadas!, y allí
había escrito yo en la esquina superior derecha cosas tales como:
"Querido Doctor Willey: espero que encuentre usted éste artículo de su
interés".
Bueno, uno puede poner al correo lo que sea, pero nunca se
sabe si verdaderamente guardan estas cosas.
De repente me di cuenta de que mi carrera ~ toda mi
producción profesional — estaba en esa bolsa de la basura, junto
con unos cuantos pañales desechables, un par de medias pantalón,

153
y un ejemplar de Penthouse al que le habían arrancado la entrevista con
Jerry Falwell1 .
Pero eso no es lo peor.

Lo peor es que el formulario que usa el equipo de Rathje no


tiene un espacio dedicado para "separatas descartadas". Así es que mi
carrera, toda mi producción, tuvo que registrarse como "otros".
Y allí terminó la pesadilla. Me desperté en el terminal aéreo de
Detroit. Llevaba mi maletín de mano y me topé con la cabinera:
"El Viejo que estaba junto a mí... ¿dónde se bajó?”, le
pregunté.
"¿Cuál Viejo?", me contestó.
"El Viejo ése con botas, el del sombrero desteñido que tenía una
cinta de piel de cascabel".

"Yo no he visto a nadie así. El único viejo en el salón era


usted".
"Que tenga un buen día señorita", le repuse cortesmente, y
tomé el transporte hasta Ann Arbor. Todo el camino hasta mi casa
estuve pensando si verdaderamente había sido todo un sueño.
Supongo que algunos de mis lectores no creerán que esto
ocurrió de verdad. Yo mismo comenzaba a dudarlo hasta que
empecé a desempacar mi maletín de mano. De pronto quedé casi
ciego por un resplandor...un resplandor de 24 kilates.
Allí estaba. Metido dentro de mi maletín y con una nota
amarrada al mango...¡el palustre de oro!
La nota decía así. "Hijo, esto ya no lo necesito donde yo
voy. Te conozco, y muchas cosas las vemos a través del mismo
cristal; así es que te pido un favor: quiero que lo guardes para la
persona ideal".
"Primero, no veo por ahora ningún paradigma que vaya a
reemplazar a la cultura como unificadora de la arqueología. Si hay
1
(N del T): Jerry Falwell es un ministro protestante norteamericano, bien
conocido por su posición radical de derecha.

154
algunos etnólogos que quieren irse por su lado — hacia la
sociobiología, la semiótica aplicada o la sicología social —, pues
bien. Dejemos que se denominen como quieran, y seamos nosotros los
antropólogos. Yo pensé que el concepto de cultura era lo que nos
distinguía de esos otros campos y lo que evitaba que nos
desmembráramos".

"Dada la naturaleza de nuestros datos, que se encuentran


juntos en el suelo, tenemos que tenerlos en cuenta a todos, o no
excavar para nada. Para nosotros es más difícil abandonar los
intereses tradicionales de la antropología. No podemos permitir
modas repentinas ni cambios quijotescos, simplemente porque esto o
aquello está de moda este año. Necesitamos equilibrio a largo plazo.
Y, puesto que matamos a nuestros informantes en el proceso de
interrogarlos, tenemos que interrogarlos con me nos idiosincrasia y de
formas más interpretables universalmente. Además, tenemos que
compartir los datos, a diferencia de los demás"
"Por estas razones, nosotros necesitamos de cierta
integración que otras disciplinas no requieren tanto. Tú necesitas mis
datos, y yo los tuyos, y es necesario que podamos confiar el uno en
el otro a un nivel elemental. No podemos clavarnos el puñal por la
espalda, trabajar en total aislamiento, o sentarnos sobre la roca en el
bosque para interpretar la cultura en formas que ningún colega puede
duplicar".
"Por eso no podemos tolerar a tantos bergantes. No
podemos darles cabida a individuos que se pasan la vida sentados en
la cabina de transmisión criticando las contribuciones de los demás.
Hijo, toda la prehistoria se encuentra sumida en la inmensa
oscuridad, pero a mi generación le enseñaron que es mejor
encender una pequeña velita que maldecir la oscuridad. Pero jamás me
imaginé que habría personas cuya profesión se basa en maldecir
nuestras velitas".
"Antes solamente había una clase de arqueólogo: el tipo que
se rebuscaba su financiación, salía a terreno, prospectaba o
excavaba lo mejor que podía y publicaba sus resultados. Muchos
laboraron pacientemente por muchos años en la oscuridad. Algún día
sus colegas dirían: '¿sabes que fulano está haciendo un trabajo bueno
y sólido? Nada espectacular, modestia aparte, pero me inspira
confianza y lo dejaría excavar en mi sitio'. Yo creo que ése es el
mayor cumplido que un arqueólogo le puede ofrecer a otro. Es la pura
verdad".

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"Puede que no sea gran cosa, hijo, pero hoy tenemos
arqueólogos que ni siquiera pueden hacer eso. Además, son
demasiado ambiciosos para trabajar en la oscuridad; así es que han
decidido crear toda una serie de especialidades periféricas a nuestra
disciplina. Cada uno (o cada una) se define como fundador de tal o
cual especialidad, y luego se dedica a tratar de convencernos a
todos de que allí es donde está la acción".
"Y puesto que los arqueólogos creen cualquier cosa , muy
pronto tendremos una migración masiva hacia la periferia de la
arqueología. Y de allí proviene toda la alharaca".
"Pero no me malinterpretes. Muchos de estos jóvenes son
astutos y tienen sentido común, y harán sus contribuciones de una
forma u otra. Claro que es uno entre diez. Los otros nueve se
mantienen en la periferia porque las cosas no se mueven lo
suficientemente rápido para ellos en la corriente principal. Tú lo
sabes. Muchos de estos muchachos creen que la arqueología es una
competencia de 100 metros planos y se molestan cuando nadie los
condecora al terminar la primera carrera. Pero yo te voy a decir un
secreto: la arqueología es una maratón, y éstas no se ganan con
velocidad. Se ganan con carácter".
"Después de nuestra conversación de esta tarde me puse a
pensar, ¿qué es lo que más necesita la arqueología?".
"Llegué a la conclusión de que no hay ninguna necesidad
urgente de otro joven que se gane la vida editando las ideas
originales de los demás; que no hay ninguna necesidad urgente de
otro joven que se siente a criticar los diseños de investigación de los
demás, cuando él ni siquiera sale a terreno; y que no necesitamos
más arqueólogos fracasados haciendo de filósofos. Parece que hay
suficientes filósofos para encargarse del trabajo disponible".
"Lo que no veo en suficiente cantidad, hijo, es arqueología de
primera clase. Y eso me entristece porque, al fin y al cabo, la
arqueología es divertida. ¡Demonios! Yo no rompo el suelo
periódicamente para 'reafirmar mi posición'. ¡Lo hago porque la
arqueología aún es lo más divertido que se puede hacer con los
pantalones puestos!
"Tú sabes que hay cantidad de distinciones en arqueología. La
Medalla de la Fundación Viking, la Medalla Kidder, El Águila
Azteca, la Orden del Quetzal. Lo que pasa es que esas distinciones
son para contribuciones intelectuales. A mí me gustaría establecer

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una por simple dedicación a la ética de la investigación básica y
profesional. Para eso es este palustre".
"Hijo, cuando conozcas a un muchacho que cree en la
cultura y el trabajo dedicado, y en la historia de la humanidad; que
esté dentro de esta disciplina porque la quiere y no porque desea
volverse famoso; que nunca se alimente de los datos de los demás, o
les cierre el paso a otros por salir adelante; que conozca la literatura
y respete a las generaciones que lo precedieron...a él le darás este
palustre de oro".
Y así terminaba la nota. Sin firma, sin dirección y sin
esperar respuesta.
Creo que por esa razón estoy aquí esta noche. Para anunciar un
premio para alguien que tal vez no existe. Pero, si hay alguien que
sepa de algún joven que viene por ese camino, que aún dependa de
su propia entereza y cerebro, y no del de otros; que pueda posarse
sobre los hombros de los gigantes y que no ceda a la tentación de
descansar sobre sus cabezas, pues tengo para él un premio.
Y ésa es la pura verdad.

Bibliografía

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1977 General Introduction., en Binford, Lewis, Ed: For Theory Building in
Archaeology: Essays on Faunal Remains, Aquatic Resources, Spatial
Analysis, and Systemic Modeling. Academic Press, Nueva York, pp.l-
10.

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Archaeology. Archaeology, 27:236-241.

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1978 Methodological Issues in Ethnoarchaeology., en Richard Gould, Ed:
Explorations in Ethnoarchaeology. University of New México Press
(for the School of American Research). Albuquerque, Nuevo México.

Watson, Richard.
1976 Inference in Archacology. American Antiquity, 41(l):58-66.

Wolf, Eric.
1980 They Divide and Subdivide, and call it Anthropology. (Magazine del Times
dominical de Nueva York) Noviembre 30 de 1980.

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