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La Colombia del posacuerdo:

retos de un país excluido por


el conflicto armado
La Colombia del posacuerdo:
retos de un país excluido por
el conflicto armado

Ricardo García Duarte


Jaime Andrés Wilches Tinjacá
Hugo Fernando Guerrero Sierra
Mauricio Hernández Pérez

Editores
© Universidad Distrital Francisco José de Caldas
© Centro de Investigaciones y Desarrollo Científico
© Ricardo García Duarte, Jaime Andrés Wilches Tinjacá,
Hugo Fernando Guerrero Sierra, Mauricio Hernández Pérez
(Editores)

Primera edición, julio de 2018


ISBN: 978-958-787-023-7

Dirección Sección de Publicaciones


Rubén Eliécer Carvajalino C.
Coordinación editorial
Miguel Fernando Niño Roa
Nathalie De la Cuadra
Corrección de estilo
Nathalie De la Cuadra
Edwin Pardo Salazar
Miguel Fernando Niño Roa
Diagramación
Astrid Prieto
Diego Abello Rico
Diseño de cubierta
Diego Abello Rico

Editorial UD
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Carrera 24 No. 34-37
Teléfono: 3239300 ext. 6202
Correo electrónico: publicaciones@udistrital.edu.co

La Colombia del posacuerdo : retos de un país excluido por el


conflicto armado / Ricardo García Duarte y otros. --
Bogotá :
Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2018.
598 páginas ; 24 cm. -- (Colección ciudadanía y democra-
cia)
ISBN 978-958-787-023-7
1. Conflicto armado - Colombia 2. Postacuerdos de paz -
Colombia 3. Proceso de paz – Colombia 4. Acuerdos de paz -
Colombia I. García Duarte, Ricardo, autor II. Serie.
303.6609861 cd 21 ed.
A1596601

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Todos los derechos reservados.


Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la
Sección de Publicaciones de la Universidad Distrital.
Hecho en Colombia
Contenido

Capítulo a manera de prólogo


Entre la guerra que se va y la paz que no llega 11
Ricardo García Duarte

Introducción
De la paz signada hacia los retos de un país
excluido por el conflicto armado 25
Mauricio Hernández Pérez
Jaime Andrés Wilches Tinjacá
Hugo Fernando Guerrero Sierra

Primera parte
La institucionalidad de la paz 33

Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia


y los desafíos institucionales para la construcción de
un modelo económico incluyente 35
Gina Paola Rico Méndez
Leslie Hossfeld

Las víctimas ante el reto de la paz:


de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos 57
Néstor Calbet Domingo

De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución


institucional para una paz estable en Colombia 85
David González Cuenca
Ana María Montes Ramírez
Carlos Antonio Pinedo Herrera
Fortalecimiento del Estado colombiano como reto clave de la
construcción de paz 109
Javier Fernando Torres Preciado

La paz desde concepciones y discursos pontificios:


Francisco y el caso colombiano 127
Laura Camila Ramírez Bonilla

Segunda parte
La región olvidada, el territorio potenciado 161

Minería criminal en Colombia. Necesidad de su


construcción como amenaza en la agenda de
seguridad y defensa del posacuerdo 163
Alexander Emilio Madrigal Garzón
Catalina Miranda Aguirre

Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización como


una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil 187
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Grupos ambientales juveniles como constructores de paz


ambiental: caso Brigada Ambiental de la Policía Nacional
en Leticia (Amazonas) 221
Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera
Douglas E. Molina O.
Ana Milena Molina

Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz


de los indígenas de Gaitania (Tolima) y la construcción de
territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí 241
Erika Andrea Ramírez
Camilo Ernesto Gómez Alarcón

Prácticas de memoria y paz de las víctimas


del conflicto armado en Tumaco (Nariño) 263
Karen Betancourt
José Luis Foncillas
Freddy A. Guerrero

Tercera parte
El acuerdo y sus partes, la paz y sus actores 287

Funciones y retos de la sociedad civil organizada


“pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia 289
Mauricio Hernández Pérez
Jaime Andrés Wilches Tinjacá
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la
política de reintegración social y económica en Colombia a través
de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016 323
Marisol Raigosa Mejía
Alba Lucía Cruz Castillo

Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de


capacidades esperadas en el proceso de reintegración del conflicto
armado en Colombia 353
Marcela Gaitán Forero
Luz Dary Sarmiento
Lucas Uribe Lopera

Los retos de la justicia contencioso administrativa


ante el desplazamiento forzado.
En busca de razones para una jurisdicción especial de víctimas 381
Miguel Andrés López Martínez

La asociatividad en la construcción de paz en Colombia 403


Amanda Vargas Prieto

Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en


el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC 417
Claudia M. Pico
Álvaro A. Clavijo

Cuarta parte
Comunicar la paz:
hacia la reconstrucción del relato nacional 435

Estilo de liderazgo de Uribe y Santos:


¿rasgo de la personalidad o estrategia política? 437
José Manuel Rivas Otero

Una paz ¿colombiana?, imaginarios políticos reforzados


por los medios de comunicación 465
Nathalia Bonilla Berríos

Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia


a partir del cine 477
Martín Agudelo Ramírez

¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las


interacciones sociales en el humor memético colombiano 493
Irene del Mar Gónima Olaya

9
Quinta parte
La paz, un asunto local, una preocupación global 519

De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto


armado desde la subordinación selectiva en las relaciones
Colombia – Estados Unidos y el neoconservadurismo en la
política exterior estadounidense 521
Hugo Fernando Guerrero Sierra
Camila Andrea Fúquene Lozano
Federico Lozano Navarrete

La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú.


Una mirada en torno al posacuerdo
desde la seguridad ambiental 547
María Eugenia Vega
Hadrien Lafosse

Implementando la paz: la ONU y el monitoreo


del acuerdo de La Habana 573
Alexander Arciniegas Carreño

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Capítulo a manera de prólogo
Entre la guerra que se va
y la paz que no llega
Ricardo García Duarte*1

Clausewitz, ese maduro y discreto príncipe del análisis de las guerras, sentenció,
calculador y prometedor, la advertencia de que si sus protagonistas quisieran ani-
quilarse mutuamente, no por ello se convertirían en los ilusorios jugadores entre-
gados in abstracto a los golpes que se propinan. Decía a este respecto el tratadista:

Si, ateniéndonos estrechamente a los absolutos, tratásemos de eludir todas las


dificultades mediante una simple afirmación, manteniendo desde un punto de
vista estrictamente lógico que es menester estar siempre dispuesto a todo y a
hacer frente a este extremo con un empeño, rayano en el paroxismo, nuestra
afirmación no pasaría de letra muerta sin aplicación en el mundo real. Aun
admitiendo que este extremo del esfuerzo constituye un absoluto fácil de des-
cubrir, no por ello no dejaríamos de reconocer que el espíritu humano difícil-
mente se sometería a semejantes fantasías lógicas. (1972, p. 15)

En efecto, no es el intercambio de mandobles en un juego fútil y descontex-


tualizado algo que se libre por cada uno de los contendientes, al margen del
equilibrio de fuerzas, sin consideración a la relación entre ataque y defensa; por
lo demás, sin conexión con las circunstancias, las de lugar y las de tiempo; esas
que ofrece la sociedad y la cambiante historia.
De ahí que el general prusiano, el mismo que combatiera en las guerras
napoleónicas y que por cierto cayera prisionero en Francia —gran observador

* Rector de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

11
Prólogo

de los ejércitos y las estrategias, inspirador de un Lenin arrebatado pero frío


planificador— teorizara en el sentido de que si bien la guerra era claramente un
juego de elevado nivel, hecho a la vez de razón y pasión, era también un campo
de cálculos; esos a los que tienen que consagrarse los generales en sus medi-
ciones y meditaciones nocturnas, y que giran seguramente alrededor de sus
fuerzas, las morales y las materiales; las anímicas y las geopolíticas; alrededor
de cómo está la cohesión de su vanguardia y qué tan amplias son sus reservas
y duraderos sus recursos.
Pero, además, deben conjeturar sobre las condiciones del enemigo; sobre
la calidad y cantidad de sus recursos. Estos cálculos tienen que ser circunstan-
ciados, condicionados, acercarse a las hipótesis más plausibles; al menos, así
tendrían que hacerlo, en los límites de su información y de sus conocimientos
a propósito de los teatros de la guerra. De estas consideraciones, en verdad su-
tiles sobre la inteligencia que deben tener los que dirigen los enfrentamientos
bélicos, surge lo que podría ser denominada su teoría acerca de la doble lógica
en la guerra.

Lo abstracto y lo contingente en el enfrentamiento armado


En una guerra de corte clásico, esa que se libra entre ejércitos convencionales,
coexisten dos lógicas; en otras palabras, dos formas racionales de abordar el
enfrentamiento armado y de perseguir el fin último de la victoria. La una dicta
el desenvolvimiento de los golpes mutuos, es la que podría ser llamada la lógica
general-abstracta; la que solo mira el aniquilamiento del otro. Es apenas normal
pensar que en ese estado en el que dos enemigos quieran liquidarse mutuamen-
te, la dinámica que los empuje uno frente al otro sea la de propinarse un golpe
sí y otro también, y que, i los dos hacen lo mismo se produzca inevitablemente
el efecto de escalada; ese que el propio Clausewitz llamara “la ley de los extre-
mos”; la del crecimiento de los golpes mutuos, cada vez más grandes y siempre
más intensos y demoledores. Es, para decirlo de un modo coloquial, la lógica
más lógica. Así lo hace notar Raymond Aron, en la interpretación que hizo de la
teoría de la guerra, con su obra Clausewitz, penser la guerre, un libro enjundioso
sobre la dialéctica y la perspicacia de nuestro general prusiano, el más notable
pensador moderno sobre la guerra.
Esta es un gran juego, uno de aquellos a los que más se acomoda el ser hu-
mano; un juego en el que al mismo tiempo se despliega íntegra la inteligencia
del uno frente al otro; toda su racionalidad en la utilización de los recursos. En
dicho juego se pone a prueba la inteligencia estratégica del ser humano, la de
la acción calculada frente al otro para reducirlo. A lo cual esto último responde
del mismo modo. De ahí el principio de la polaridad y la espiral en ascenso; y,
por cierto, la dificultad enorme para que los contendientes paren de pronto
el enfrentamiento bélico, pues con razón muchos han dicho que la gente sabe

12
La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

cómo y cuándo empiezan las guerras, pero no cómo ni cuándo terminan. Es


una suerte de ley inexorable: aparentemente la lógica más lógica.
Pero no es la única que el monstruo lleva en sus entrañas y a veces, tampoco,
la más importante. El engendro de la muerte, ese que está animado mutuamen-
te “por la intención de hostilidad”, el que no conoce “límite alguno en la mani-
festación de la violencia”, no es solo una fantasía, aunque los guerreros suelen
fantasear con el aniquilamiento del otro, en el danzante ritual de la destrucción.
Solo que sus jefes también tienen la obligación de dejar de soñar por mo-
mentos y someter, al cálculo de las sumas y restas, sus muertos y el agotamien-
to de sus tropas; también el hambre y la economía, y las maniobras para evitar
el desastre final; después de que, mirando hacia atrás, las reservas evidencien
agotamiento y los aliados se tornen esquivos.
Estos últimos, y los recursos y las geografías previstas para los repliegues, y
la producción material que evite el desfallecimiento colectivo y dé para alimen-
tar los frentes y proveer las armas conforman los accidentes, son los elementos,
de cuyo comportamiento emanan las contingencias. Las de, por ejemplo, una
férrea defensa en el enemigo que haga inocuas las ofensivas; las contingencias
de la voluntad y las de la sostenibilidad material. Son los accidentes de la his-
toria; el material del que está hecha esa realidad que, según Clausewitz (1972),
encierra las “dos cosas que pueden reemplazar la imposibilidad de resistir y
que pueden dar lugar a móviles de paz”; “en primer término, la improbabili-
dad del éxito, y en segundo lugar, el precio excesivo que haya de pagarse por
él” (p. 42). Son las circunstancias históricas que vuelven difícil, si no imposible,
el hecho de que los guerreros se entreguen a los combates como si apenas fue-
ran la carne de cañón, el soporte de una mera obsesión sin horizontes. Se trata
de la lógica histórica-concreta.
Esta condición (dimensión sincrónica) de las líneas lógicas, en las que se
mueve la guerra, obra como un polo a tierra frente a las derivas de las meras
fantasías, que toman vuelo en unos combates prolongables ad infinitum. Se con-
vierte en un antídoto contra el veneno representado en unos riesgos, a los que
empuja la sola pasión, uno de los motores de los ejércitos contra sus enemigos,
algo que por otra parte podría parecerse también a una operación reduccionis-
ta, agotable en la sola acción de golpear y pretender así ganar.
No hay que olvidar que los jefes políticos y los estrategas están obligados a
preservar las fuerzas, a veces, cuando estas últimas se resienten tanto que no
hay más remedio que “salvar los muebles”, como reza el adagio popular, para
indicar que una persona rescata el mínimo de sus haberes, con el fin de sus-
traerlos a las consecuencias del naufragio. En la guerra, a veces valen más un
retroceso o una pausa en las hostilidades que la continuación de los combates,
desde el dictado de las ambiciones que enciende la posibilidad del triunfo.

13
Prólogo

El solo efecto de escalada, el que se desprende de la racionalidad de los gol-


pes mutuos, puede ciertamente conducir las cosas a la victoria de uno de los
dos contendientes. Aunque suele suceder que los golpes del uno y del otro se
prolonguen sin romper su equilibrio de fuerzas, o que la defensa del uno sea
tan contundente que vuelve ineficaz los ataques del otro. Son razones por las
que el resultado se enreda en un desgaste para ambos, sin un horizonte de so-
lución en los campos de batalla.
Por otro lado, la suerte del enfrentamiento armado, largo y envolvente, po-
siblemente lleve a las debilidades de uno de los contrincantes; de modo que a
sus jefes les estalle en las manos el siguiente dilema: por una parte, continuar
con las armas, pero sucumbir a una probable derrota o a daños severos en sus
filas; por otra parte, que prefiera abandonar el proyecto de derrotar a su enemi-
go —el objetivo mayor—, pero que al mismo tiempo preserve lo fundamental
de sus fuerzas.
Por supuesto, cabe también la posibilidad de una mezcla de las dos situacio-
nes; a saber, que haya un empate muy prolongado, con el consiguiente desgaste
de los dos bandos, y que a la vez se acentúe el peligro de pérdidas serias para
uno de ellos. Son, en todo caso, las circunstancias en las que se impone un sen-
tido más razonable y a la vez más intenso de la realidad. Así, la lógica histórica-
concreta compite con mayores posibilidades frente a la lógica abstracta, en ese
juego complejo de la guerra. Es cuando se abre el margen para las treguas,
según el pensamiento de nuestro general y teórico Clausewitz. Entre tanto, la
sucesión de estas llega a abonar el terreno para acuerdos mayores, en función
del término de la guerra, sin que necesariamente finalice con la derrota total de
uno de los enemigos. Ha dicho Clausewitz (1972):

Cuanto más frecuentes sean los periodos de inacción, tanto más rápidamente po-
drá ser reparada una falta, tanto mayor firmeza adquirirán las hipótesis del co-
mandante, y, por consiguiente, tanto más acá de la línea de los extremos se man-
tendrá este, fundando toda su actividad sobre probabilidades y conjeturas. (p. 27)

En la medida en que se imponga esa precaución de evitar unos riesgos más


grandes que los habituales, en esa misma medida en que impere la lógica de
los cálculos nacidos de las contingencias históricas, se hará posible la apertura
de negociaciones.
Así, la coexistencia de las dos lógicas de la guerra —la abstracta y la
histórica—, abre el camino para su fin; bien por medio de la derrota de uno de
los enemigos o por una solución negociada.
Esta alternativa, prevista en la teoría de Clausewitz y destacada por Aron,
cabe naturalmente para las guerras convencionales, pero también para los con-
flictos internos de carácter asimétrico, los que tienen lugar entre un Estado y un

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La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

grupo insurgente de cualquier naturaleza ideológica que sea, especialmente si


se trata de una guerrilla con aspiraciones de poder; tanto más si no está inclina-
da al fundamentalismo religioso o nacionalista, casos en los cuales la negocia-
ción aparece más lejana y brumosa.
Hay, quizá, dos motivos por los cuales una fuerza insurgente llega a con-
templar la negociación como método para finalizar el enfrentamiento armado.
Uno es el estratégico; otro, el propiamente político.
El primero, que concierne a la correlación de fuerzas, resulta del propio co-
nocimiento del grupo insurgente, que de ese modo visualiza un horizonte de
equilibrio frente al Estado. En esas condiciones, amplía sus posibilidades es-
tratégicas, pero se expone a los golpes que provienen de aquél, a la respuesta
del aparato armado oficial. Además, comienza a tropezar con el progreso de la
sociedad urbana y con las lealtades que el sistema político dominante suscita
entre los ciudadanos, por medio de las elecciones que pone en acción periódi-
camente para la renovación de las autoridades.
El otro campo de motivos nace de la política. Si el grupo insurgente no se
reduce, en la repetición de sus acciones, a la inclinación militar, y en cambio
conserva un discurso alrededor de la conquista de poder y un programa en
esa misma dirección, entonces mantiene un proyecto provisto de una razón po-
lítica y no solo militar. Así, hace intervenir en cualquier momento ese factor
del cálculo sobre el peso de las contingencias históricas; esto es, el conjunto
de consideraciones, a propósito de la preservación de sus fuerzas. Con esto,
podrá mantener sus estructuras en función de los objetivos últimos, sin arries-
gar, dadas ciertas situaciones-limite, la existencia de su proyecto, por las solas
ambiciones de un militarismo fatuo, un practicismo de repeticiones estériles en
la acción guerrillera; pero ya sin posibilidad alguna de legitimación creciente.

Los actores en la guerra y en la negociación


Tales fueron las condiciones que dieron lugar al hecho de que después de un
“interminable” conflicto armado entre la guerrilla más antigua de América Lati-
na y el Estado colombiano estas dos fuerzas se avinieran a una negociación que
puso fin con relativa rapidez a esa suerte de conflicto asimétrico, en el que ambas
partes comprometieron con intensidad sus “intenciones de hostilidad”. Un con-
flicto armado que nunca alcanzó las dimensiones de una guerra civil, pero que
provocó la multiplicación de actores violentos y la degradación de los enfrenta-
mientos con unas consecuencias que desvirtuaron ampliamente la vigencia de
los derechos humanos, en un nivel tal que los homicidios y asesinatos, los secues-
tros y las extorsiones, los despojos y los desplazamientos forzados fueron críme-
nes que efectivamente alcanzaron por décadas unos niveles de tal elevación, que
bien pudieron asociarse a la conflictividad y a la virulencia de una guerra civil,

15
Prólogo

en cualquier otro lugar del planeta. Fueron las dimensiones devastadoras de un


conflicto armado, mostradas en el informe ¡Basta ya! Colombia: Memorias de guerra
y dignidad, del Centro Nacional de Memoria Histórica (2013).
Las Fuerzas Armadas Revolucio­narias de Colombia (FARC) incrementa-
ron notablemente su potencia militar y su implantación territorial entre 1982 y
2002. Fueron años en los que sus frentes y sus bloques se consolidaron, con la
extensión de su presencia en casi todas las grandes regiones del país, y con una
movilidad táctica que llevó al grupo a nuevos alcances estratégicos, los de una
guerra de movimientos, algo que le hizo vislumbrar una nueva etapa estratégica
para ocupar terrenos cerca a algunas de las grandes ciudades, incluida de un
modo particular Bogotá.
Después de sus errores políticos en El Caguán, entre 2000 y 2003, cuando
sus jefes no mostraron una voluntad firme para comunicar confianza a unas
conversaciones que finalmente terminaron sin el más pequeño resultado po-
sitivo, el grupo guerrillero comenzó a sufrir severos golpes que, cinco años
después, tocaron letalmente a los propios miembros de su secretariado general.
Para 2008, además de sufrir la baja de Raúl Reyes, las FARC habían sufrido la
desarticulación completa de los bloques que operaban en las regiones central y
del Caribe. Al mismo tiempo, se vieron obligadas a replegarse en algunas líneas
fronterizas y selváticas del territorio nacional, hasta cuando reiniciaron su recu-
peración, mediante el regreso a la clásica guerra de guerrillas. Con esta última
recuperaron su movilidad, una situación táctica que les permitió retomar su
capacidad de ofensivas puntuales, mediante una guerra de hostilizaciones, y
así multiplicaron sus asaltos, no masivos, pero en todo caso frecuentes, sobre
todo en la franja occidental del país.
Con todo, ya habían perdido su apuesta de carácter estratégico. En adelante,
no podrían aspirar a implantaciones territoriales extensas y menos a rodear las
principales ciudades; tampoco a sostener combates duraderos con las fuerzas
del Estado. Incluso, en medio de su recuperación a través de la guerra móvil
de guerrillas y de su dispositivo de hostilizaciones múltiples, experimentaron
el acoso que les representaban los bombardeos aéreos de las Fuerzas Armadas,
dirigidos contra sus campamentos; una operación múltiple que les dificulta-
ría cualquier posibilidad para agrupar contingentes guerrilleros, en función de
asaltos masivos.
La obturación de sus horizontes estratégicos puso a las FARC ante el si-
guiente dilema: por una parte, continuaban la lucha armada sin perspectiva
alguna de avances sustantivos; por otra parte, abordaban una negociación que
les permitiera la solución política de la guerra, para revalorizar las posibilida-
des de representación y legitimación, proporcionadas por la razón política de
su proyecto, aunque esta hubiese estado sofocada por la persistencia del milita-

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La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

rismo y sus acciones durante décadas. Ahora bien, la recuperación de su movi-


lidad y de su hostilidad, lo mismo que la protección de las estructuras básicas,
eran componentes que las convertían en un factor permanente de perturbación,
base para la prolongación del conflicto interno.
En la otra orilla, en la trinchera opuesta, la del Estado, pudo aparecer un
sector de las élites sensibles a las posibilidades que encierra una negociación, si
al mismo tiempo se detectaban tendencias en la guerrilla favorables a una reso-
lución política. En efecto, desde la instalación de su Gobierno en 2010, Juan Ma-
nuel Santos, a pesar de ser elegido con el apoyo del expresidente Álvaro Uribe
Vélez —el mismo de la seguridad democrática—, permitió ver su disposición para
dejar abiertas las puertas de la paz. Las circunstancias pasaban a ser favorables
a la exploración del terreno para unas negociaciones con la guerrilla, lo que
efectivamente se comenzó un tiempo después, con tanta prontitud como discre-
ción. Fue un primer paso que dio como resultado la confección de una agenda
que contenía explícitamente el propósito de terminar el enfrentamiento violen-
to, lo que significaría, sin más, la deposición de las armas por los insurgentes;
naturalmente después de que se hiciera la negociación. Además, incluía un ca-
tálogo limitado de concesiones que las élites razonablemente garantizarían en
función del programa de reivindicaciones levantadas por los insurgentes; tanto
más materializables, puesto que hacían parte de la deuda social y política con
los sectores más empobrecidos de la sociedad.
Durante las negociaciones, llegó el momento en el que las FARC decretaron
una tregua unilateral, renovable, lo que políticamente creó un clima de con-
fianza que fue consolidado un tiempo después con el gesto correspondiente
del Gobierno, el que, sin dar muestras de debilidad, ordenó a la Fuerza Aérea
suspender los bombardeos, cuyo blanco eran los campamentos guerrilleros.
Estas dos medidas constituyeron movimientos dentro de una lógica de coo-
peración, la cual retroalimentaba la disminución del enfrentamiento armado.
Mientras tanto, se congelaban la polarización y el efecto de escalada en el teatro
de los combates, en el de las emboscadas y los bombardeos. Esto favorecía la
intensificación de las negociaciones como espacio del intercambio de concesio-
nes, aún si estas encontraban obstáculos casi insuperables, por la energía con la
que cada uno de los actores defendía en la mesa algunas posiciones sobre temas
particularmente sensibles.

La negociación y los intereses puestos en la mesa


La agenda en las negociaciones era precisa, estaba bien delimitada; pero no
por ello era fácil de tramitar, pues tenía puntos con viejas reivindicaciones de
la guerrilla, relacionadas con los cambios sociales siempre aplazados, “huesos
duros de roer” por algunos sectores del establecimiento, habitualmente reacios

17
Prólogo

a la modificación de ciertas estructuras, como las que tienen que ver con el ré-
gimen sobre la propiedad de la tierra en el mundo rural.
De entrada, un punto como este último, el primero de la agenda, aparecía
con ribetes de complicación. Sin embargo, el tema fue evacuado sin grandes
traumatismos, con el acuerdo inicial de que el Estado constituiría un banco
de tierras, para propiciar la redistribución de tierras entre los pobladores más
vulnerables del campo, una operación que tenía un antecedente favorable en la
Ley de Víctimas y Tierras de 2011, la misma que facilitaba algo parecido, por la
vía de la recuperación en beneficio de las víctimas del despojo.
Tampoco el tema de la ampliación de la democracia y menos el punto del
narcotráfico y los cultivos ilícitos fueron problemas que hicieran tardar deses-
peranzadoramente la negociación.
El aspecto que, por el contrario, representó una insufrible dificultad para
que las partes se allanaran a un consenso fue el de la justicia que se debía apli-
car contra los insurgentes responsables de crímenes y delitos atroces cometidos
durante el conflicto armado, antes de que ellos pudiesen acceder a la legalidad.
Varios obstáculos se alzaban en este diferendo que resultó el más sensible, y que
en el pasado se solucionaba despachando el asunto por medio de indultos y am-
nistías. Ahora, los obstáculos estribaban en las posiciones políticas que pudiesen
emerger entre las partes y, sobre todo, las limitaciones provenientes del contexto,
que intervenían como efectos de constricción en los campos jurídico y moral.
En un comienzo, la guerrilla mostró una posición negativa frente a la justicia
transicional, a la que no se acogería por considerarla una exigencia de rendi-
ción. Su fuerza en el terreno de la guerra no era, sin embargo, suficiente para
mantener una posición que conduciría a un callejón sin salida o, en todo caso, a
empujar al Gobierno a una posición insostenible, dados los compromisos inter-
nacionales del Estado colombiano.
En la imposibilidad de que el Gobierno cambiara de posición, radicaba una
de las constricciones insuperables del entorno, sobre todo del jurídico, repre-
sentado en la Corte Penal Internacional, la cual no aceptaría una amnistía para
los delitos atroces. Las normas internacionales que han surgido del Tratado de
Roma, y que dieron nacimiento a dicha corte, no permitirían simplemente este
tipo de amnistías.
De ahí, entonces, que las FARC no tuvieran más remedio que aceptar la jus-
ticia transicional, a no ser que estuvieran en disposición de regresar a la guerra
abierta, algo que ya parecía alejarse en el horizonte de su existencia. Esta guerri-
lla carecía de la fuerza para imponerle al Estado y a las instancias internaciona-
les una amnistía total, pero tenía la suficiente capacidad de perturbación para
conseguir finalmente el propósito de que, a cambio de someterse a esa justicia,

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La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

el Gobierno flexibilizara su posición respecto de las penas contempladas en la


que se denominaría la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
La solución, a la vez política y jurídica, fue encontrada en el terreno de esas
penas, con la famosa determinación de que estas no implicarían una privación,
sino una restricción de la libertad, un beneficio muy generoso; eso sí, concedido
como un favor, condicionado por la circunstancia de que el acusado debería
contar toda la verdad.
Un acuerdo de esa naturaleza —el que más dificultades entrañó ciertamen-
te— resultó viable jurídicamente hablando; además, políticamente recogía una
reclamación plausible en el arte de la negociación: que esta debía reconducir
el conflicto armado a un simple enfrentamiento legal, cuestión que ha de con-
sumarse con el tránsito del grupo subversivo al partido político. Este hecho,
según lo ha reconocido el negociador Sergio Jaramillo, encierra un elemento
incluyente en la negociación, favorable a la consolidación de la paz.
Las estadísticas demuestran que la paz democrática opera igualmente a la
hora de salir de un conflicto armado interno. Cuanto más incluyente sea un
acuerdo de paz y mientras más participen en el proceso democrático quienes
antes estaban en armas, más posibilidades tiene la paz de ser “estable y dura-
dera” (Jaramillo, 2018 p. 4 y 5).
Era por supuesto una condición a la que ayudaba esa concesión de justicia
sin cárcel, de penas sin reclusión intramural.
Claro está que la determinación tomada no resolvía por entero la dimensión
propiamente moral de los crímenes; la de su condigno castigo y la del resarci-
miento de las víctimas. Lo resolvía, sí, en el interior mismo de los procedimien-
tos de la JEP, pues esta incluye las penas, así sean sin privación de la libertad,
pero a cambio de la verdad, de la no repetición y de la reivindicación de las
víctimas, lo cual puede abrir el margen para el perdón, signo de connotaciones
morales, si lo hay. Pero en estos casos se hace presente otro componente moral:
el punto de vista de la opinión pública, al igual que el de los actores reales en
el escenario político.
Se trata de las percepciones que tiene cada persona o de las que circulan pre-
dominantemente en la masa. Estas son resultantes de la forma como cada uno
de los individuos se acerca valorativamente (o prejuiciosamente) al problema
en mención; esto es, al tema de delitos atroces cometidos dentro del conflicto y
al tipo de justicia dentro del que recibirán tratamiento punitivo los reos, aun si
estuvieron empujados por motivos políticos. Las encuestas siempre mostraron
que la mitad de la población rechazaba los acuerdos de paz, y que una clara ma-
yoría impugnaba el hecho de que a los guerrilleros no se les diera cárcel como
castigo y en cambio se les permitiera participar en política.

19
Prólogo

En tales percepciones se han mezclado, por supuesto, la legítima indigna-


ción y los prejuicios frente a una negociación que en función de la paz tiene
que incluir concesiones en temas espinosos, como el tratamiento a quienes han
cometido violaciones contra el derecho internacional humanitario.
Se trata de un terreno cultural donde prevalecen las representaciones y los
imaginarios colectivos frente a hechos políticos; unas representaciones que son
mediadas por referentes morales o por ideas preconcebidas y que, por cierto,
no admiten fácilmente una valoración neutral de los hechos que construyen
la esfera de lo público. Es una dimensión social en la que se combinan valo-
raciones morales, representaciones imaginarias, que circulan como tendencias
comunes en la opinión pública.

Escenarios distintos, lógicas encontradas


En todo este fenómeno, hubo un hecho político notable. Este cúmulo de reaccio-
nes, este universo de percepciones, adversas particularmente a la justicia transi-
cional y a su incorporación dentro del acuerdo con las FARC, fue rápidamente
canalizado por la oposición política al Gobierno de Santos, el presidente empe-
ñado en el acuerdo. La negociación, la justicia transicional y el acuerdo quedaron
instalados muy pronto en el centro de la fractura abierta en el seno de las éli-
tes gobernantes. Una división que nació sobre todo de la imposibilidad jurídica
para que el presidente Uribe Vélez fuera reelegido por segunda vez consecutiva,
un hecho político que dio lugar a una sucesión presidencial inicialmente limpia,
pero que muy pronto devino pedregosa y crítica, pues descoyuntó la alianza es-
trecha entre la clase parlamentaria y el ya expresidente de la República.
Con esto, dicho expresidente, dueño de la opinión pública, del poder ejecu-
tivo y de la clase política, se vio obligado, ya sin esta última y sin el Gobierno,
a lanzarse a la oposición y a radicalizar un discurso de confrontación; a la vez
que afianzaba su anclaje en una opinión pública, a la que ya había trabajado
ideológicamente en su lucha contra las FARC.
De esa manera, la fractura típicamente electoral, en el sentido de mecánica
política y de control de la clase gobernante, pasó a ser la ruptura de dos bloques
ideológicos, tanto arriba como abajo, en el interior de las élites gobernantes y
simultáneamente entre franjas distintas de la población, una polarización en
torno de las negociaciones de paz.
Surgió entonces una muy ajustada y sorprendente simetría ideológica y polí-
tica; claro, inversamente proporcional, de la que emergían dos escenarios distin-
tos: el de las negociaciones entre el Gobierno y la oposición armada de izquierda,
y el de la confrontación legal llevada a cabo por la oposición y el Gobierno. Sen-
das lógicas se ponían en movimiento dentro de los dos escenarios, solo que en un
sentido inverso: la lógica de la cooperación y la lógica de la confrontación.

20
La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

A mayor acercamiento entre los enemigos dentro de las negociaciones, ma-


yor alejamiento entre los adversarios, en el interior del establishment. Esa era la
simetría en un juego de equilibrios políticos, una simetría de gran exactitud:
la dinámica escalonadamente progresiva entre enemigos se desdoblaba casi al
milímetro en la dinámica regresiva entre los amigos.
Se trataba de dos escenarios distintos, desde luego, en la dialéctica de las
tensiones, en medio de las cuales se resuelven las aspiraciones en función del
control de las decisiones públicas; en función del manejo de la representación
política, y finalmente en el objetivo de controlar las riendas del poder. Por la
mitad de ambos escenarios pasaba el meridiano de la paz. En la mesa de las
negociaciones se definía directamente el fin de la guerra; en la otra “arena”,
la apuesta era por el control de la representación política entre el Gobierno y
la oposición, solo que mediado por la retórica, a menudo ideologizada, frente
a esa misma paz.
Cuando el Gobierno y las FARC, después de cuatro años, finiquitaron el
proyecto del acuerdo final en La Habana, los dos escenarios se dieron cita por
fin en una misma “arena”, la del plebiscito. La definición por voto popular del
acuerdo, metiendo a las fuerzas electorales en las definiciones, trasladaba el
país político a la misma mesa de las negociaciones. Con un eventual triunfo del
“Sí“, el presidente quería encontrar una base amplia de legitimidad para una
negociación controversial, apenas apoyada en el mandato constitucional y en la
representatividad de un Gobierno reelegido en 2014 con la promesa de sellar el
acuerdo. Confiaba por supuesto en el poder de demostración, emanado de los
resultados del proceso, justamente, la efectiva cancelación del conflicto armado.
En el frente contrario, la oposición política descansó sus apuestas en el cues-
tionamiento moral contra la JEP, asimilándola a la impunidad. A esto agregó la
predica artificiosa del peligro “castrochavista”, lo mismo que el estigma de la
“ideología de género”; como si estos dos últimos riesgos imaginarios hicieran
parte intrínseca del acuerdo.
Al final, la demostración del cese real de los combates no sirvió para movi-
lizar en las urnas una franja de electores que, habiendo votado por Santos para
que firmara la paz, terminó más bien absteniéndose, sobre todo en la Costa Ca-
ribe. Por el contrario, un segmento importante de votos, motivado por la iden-
tidad religiosa, se desplazó, electoralmente hablando, hacia el NO, y lo hizo
desde la invitación de distintas iglesias, algo que le configuró el plus necesario
para que esta última opción ganara, así fuera apenas por un 0,3 %.
Santos reaccionó a tiempo, negoció con la oposición el acuerdo y luego re-
negoció con las FARC en La Habana. En tales ocasiones tuvo en cuenta muchas
de las exigencias del “No“, 58 de las 60 que hicieron parte de una matriz dise-
ñada por los nuevos negociadores. Los dos restantes, un par de inamovibles

21
Prólogo

en las posturas de las FARC, estaban revestidas de cierta lógica, aceptable en


unas negociaciones de esta naturaleza; es lo que se ha encargado de mostrar el
exconsejero de paz Sergio Jaramillo (2018), del siguiente modo:

Por último, las inhabilidades. De todos los puntos de la matriz fue el único
que las FARC rechazaron de tajo fundamentalmente por dos razones. Primero,
de nuevo, ninguna guerrilla entra a una negociación de paz para saltar a un
precipicio y desaparecer, sino para transformarse en una fuerza política legal
[…] Segundo, la transición ordenada a la paz requiere que los comandantes
participen en política. En La Habana nos decían: ¿Cómo quieren que nosotros
hagamos una transición a la vida civil si nos dejan por fuera del sistema y
descabezan a la organización? ¿Qué va a pensar la guerrillerada si ve que sus
líderes desaparecen del escenario? (p. 4)

En consecuencia, no se modificaba el beneficio de la restricción, en vez de la


privación de la libertad, como pena para los guerrilleros condenados dentro del
Tribunal de Justicia Especial; igualmente se conservó en el acuerdo la participa-
ción como partido en la arena electoral.
La Corte Constitucional le había dejado el margen al Gobierno para renego-
ciar el acuerdo, en caso de que popularmente este no fuese refrendado. Asimis-
mo, había contemplado la posibilidad de que en un segundo momento hubiese
ratificación por parte de otra instancia legítimamente representativa.
Aunque el potencial de las urnas daría un peso mayor al nuevo acuerdo, el
presidente Santos no quiso poner a prueba el prestigio del Proceso de Paz en las
urnas; más bien, lo hizo ratificar por parte del Congreso. Esto, desde luego, no
solucionó la fractura abierta en el interior de las élites y en el seno de la opinión
pública, tal como lo siguieron atestiguando las encuestas y los discursos y ca-
ricaturas que comenzaron a hablar proverbialmente de un “conejo”, expresión
vulgar para designar un engaño o un timo contra alguien.
A continuación, vendría una etapa en la que iban a surgir dos componentes
igualmente significativos en todo el desarrollo del proceso; a saber, una sólida
implantación del acuerdo en el orden constitucional, con vocación de durabi-
lidad, a fin de sortear los peligros de que fuera deshecho o desvirtuado por
alguno de los próximos Gobiernos; además, su implementación, por medio de
leyes y reformas constitucionales de muy pronta aprobación.

Implementación y ratificación duradera


Estos eran dos procesos, jurídicos y políticos, que desplazaban el centro de gra-
vedad de las decisiones en materia de paz, en el interior del Estado, en medio
del juego de equilibrios y colaboraciones entre los principales órganos de po-
der. Gobierno, Congreso y Corte Constitucional tendrían que intervenir activa-
mente en esta nueva fase, una vez sellada la paz por los contendientes.

22
La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

En este terreno, en el de los procesos decisionales dentro de los órganos


de poder, el Gobierno de Santos contaba en principio con mayorías conforta-
bles; así sucedería al menos en el Congreso. A su turno, la Corte Constitucional
contaba con una composición, dentro de la cual los “amigos” del Proceso de
Paz, amigos en el sentido de entenderlo como si fuera un tratado acorde con
los mandatos contenidos en la Carta Política, representaban también una clara
mayoría; sobre todo, bajo la conducción de su presidenta, la magistrada María
Victoria Calle.
Fue una Corte que aceptó, hasta donde pudo, la condición de carácter cons-
titucional de la parte sustantiva del acuerdo, a fin de comunicarle una fuerza
que lo pusiera a salvo de cualquier tentativa de “volverlo trizas”. Por otra parte,
entre el Gobierno, la Corte y el Congreso, encontraron un mecanismo importa-
do de otras latitudes constitucionales para materializar del modo más ágil posi-
ble la legislación que dejara las bases sentadas para la implementación efectiva
de la paz. El fast track se convirtió sin duda en el motivo de un consenso entre
los poderes del Estado para las decisiones especiales, esas de orden excepcio-
nal, de las que estaba urgida la paz.
Fue por esa vía, expedita pero legítima, por la que se aprobó un buen nú-
mero de leyes, imprescindibles para consolidar el Proceso de Paz y para desa-
rrollarlo en los campos de la justicia, de la democracia y de la equidad social.
En los últimos meses de su aplicación aparecieron, sin embargo, contingen-
cias —esos azares propios de las coyunturas en las que se mueven los partidos—
que afectaron el consenso para las decisiones en el interior del Estado. En la Corte
terminaron su periodo tres o cuatro magistrados que consistentemente mostra-
ron su inclinación a favorecer el acuerdo. En el Congreso, la proximidad de las
elecciones y el final del Gobierno de Santos, sin que al mismo tiempo las encue-
tas ayudaran mucho a los amigos del acuerdo, fueron circunstancias que em-
pezaron a erosionar la coalición que respaldó al presidente en estos propósitos;
de modo que algunos sectores comenzaron a desgranarse hacia el escepticismo
o a voltearle la espalda a todo el proceso, través del ausentismo.
Ambos factores coyunturales reforzaron el efecto de que el fast track se hizo
más lento en su trámite; simultáneamente las mayorías parlamentarias se adel-
gazaron hasta volverse inciertas. En los estertores del fast track, cuando langui-
decía el periodo de su vigencia, se enredó la aprobación de las 16 curules en
la Cámara de Representantes para las comunidades de las zonas más azotadas
por la violencia. En apariencia, la reforma no alcanzó la mayoría requerida,
razón por la cual la presidencia del Senado archivó el proyecto. Sin embargo, al
descontar las sillas vacías de congresistas suspendidos o encarcelados, necesa-
riamente bajaba el quorum, lo cual convertía a la mayoría obtenida en requisito
viable para la aprobación, por lo que el proyecto debía salvarse.

23
Prólogo

En consecuencia, el asunto quedó para que lo resolvieran los tribunales; es


decir, para que la determinación se dirimiera entre demandas y contrademan-
das. Al mismo tiempo, en ciertas regiones rurales del país, el orden público se
deterioraba. En Urabá continuaba la presencia intimidante del Clan del Golfo;
en el Chocó se sucedían los golpes del Ejército de Liberación Nacional (ELN),
grupo que después del cese bilateral del fuego acudió a golpes terroristas con-
tra la Policía, de forma tal que las posibilidades exitosas de un acuerdo con esta
guerrilla han quedado sometidas a serios interrogantes. Finalmente, las disi-
dencias de las FARC comenzaban a mostrar un poder depredatorio en algunas
de las localidades donde han decidido implantarse. Eran hechos que parecían
mostrar la dificultad para que sobreviniera una paz integral, a pesar de unos
acuerdos que permitieron la concentración de 7000 guerrilleros de las FARC en
pacíficas zonas de reinserción.
De todos modos, el fast track —proceso decisional expedito, bajo la colabo-
ración de Gobierno, Corte Constitucional y Congreso— rindió frutos impor-
tantes, cuya cosecha debe ser recogida en los meses venideros. Una muestra
de ello ha sido la posesión de los magistrados en el Tribunal Especial de Paz,
un paso decisivo para el comienzo de los procesamientos judiciales contra los
involucrados en delitos atroces, desde donde debe despejarse el camino para la
verdad y el perdón.

Referencias
Centro Nacional de Memoria Histórica. (2013) ¡Basta ya! Colombia: memorias de
guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional.
Clausewitz, C. (1972). Arte y ciencia de la guerra. Ciudad de México: Grijalbo.
Jaramillo, S. (14 de enero de 2018). La inclusión política garantiza que no se
repita la violencia. El Tiempo, p. 4.

24
Introducción
De la paz signada hacia
los retos de un país excluido
por el conflicto armado
Mauricio Hernández Pérez
Jaime Andrés Wilches Tinjacá
Hugo Fernando Guerrero Sierra

¿Por qué y para qué este libro?


En 2014, cuando la negociación entre el Estado colombiano con las Fuerzas Ar-
madas Revolucionarias de Colombia (FARC) tomaba rumbos tan interesantes
como problemáticos, un grupo de investigadores lideró una alianza estratégica
con docentes de distintas áreas disciplinares y de diversas universidades, con
el fin de iniciar un proyecto editorial de largo aliento que se concebía más como
un “programa de investigación” y cuyo objetivo consistía en aportar estudios
y reflexiones sobre los retos que, como sociedad, tenemos en la construcción
de paz y en la tramitación no violenta de nuestros conflictos socioculturales,
políticos y económicos.
El proyecto en su planteamiento fue interesante, toda vez que dejó como
carta de navegación la idea de que el rol de la academia frente al conflicto ar-
mado en Colombia, con sus errores y aciertos, continúa hoy día ocupando un
papel protagónico en su comprensión y, a su vez, en la superación de escena-
rios de confrontación y eliminación violenta de ese otro que piensa diferente.
Tanto a nivel nacional, como local, han tenido lugar algunas iniciativas trami-
tadas desde la academia o, más exactamente, donde académicos reconocidos,
así como nuevas generaciones de estos, han dispuesto sus visiones en la aper-
tura hacia diálogos, intercambios de saberes, puntos de vistas, argumentos,
opiniones y demás aspectos que identifican a una academia seria, responsable
y comprometida frente a un clima y ambiente político cada vez más marcado

25
Introducción

por la polarización, la confrontación ideológica y el juego sucio que han mini-


mizado la capacidad de debate, la reflexión y la confrontación de ideas desde
los argumentos.
Como parte de estas iniciativas tramitadas desde la academia en el orden
nacional se hace necesario reseñar el trabajo de la Comisión Histórica del Con-
flicto y sus víctimas: Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia
que, aunque con bastantes críticas en lo procedimental y elección de sus miem-
bros, así como en lo que compete al contenido, la extensión y el direccionamien-
to del texto mismo, no se puede desconocer que allí se encuentra materializado
un aporte importante en la reflexión sobre la violencia armada del país.
En el plano local, en Bogotá, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación
del Distrito, durante el tiempo que duraron las conversaciones de paz, decidió
“abrir” el escenario de robustez académica y propiciar el acercamiento hacia
estos temas al público en general; esto es, al ciudadano de a pie, al estudiante
de bachillerato, a estudiantes universitarios, a líderes sociales comunitarios y
a todo aquel que estuviese interesado en los temas tratados en el marco de la
negociación, independiente de si se estuviese o no de acuerdo con esta. Conver-
satorios, presentación de libros, cine-foros, actividades pedagógicas, artísticas
y culturales de sensibilización, y diplomados fueron, entre otros, algunos de
los mecanismos que permitieron a los ciudadanos aproximarse a temas que
parecían ajenos y lejanos o que en su momento no eran comprendidos ante la
desinformación o tergiversación de algunos medios.
Lo anterior constata que sin investigación, relatos y canales de comunica-
ción conducentes a impactar en las nuevas generaciones —tal vez indiferentes a
la historia de Colombia— nos veríamos abocados a repetir los ciclos de división
y ruptura que han impreso de manera dolorosa el sello de nuestra identidad
nacional.
Desde esta dinámica, el proyecto editorial en mención materializó sus re-
sultados a través de tres insumos. Así, Teorías y tramas del conflicto armado en
Colombia (2014) realizó una recuperación del estado del arte de las distintas
dimensiones del conflicto armado en el país. En 2015, Perspectivas multidimen-
sionales de la paz en Colombia concluyó que el aporte más importante de lo que
llevaba el proceso de paz en el Gobierno Santos, en su momento, consistió en
superar la dimensión armada del conflicto como la única vía para interpretar
los problemas del país. Acontecimientos como el plebiscito del 2 de octubre y la
posterior firma del acuerdo de paz en 2016 otorgaron razones suficientes para
pensar que la conclusión expuesta por los autores firmantes durante esta etapa
del proyecto no obedecía al acierto soberbio de un grupo de investigadores,
sino a la necesidad de movilizar otras variables, para construir una sociedad
justa, equitativa e incluyente que superara el egoísmo de los actores que de-

26
La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

cidieron imponer sus intereses por las vías de hecho. En esta coyuntura, y en
un tono más optimista que se logra identificar desde su título Esta guerra que
se va… territorio y violencias; desigualdad y fragmentación social (2017), estable-
ció las dinámicas, los obstáculos y retos de la articulación entre instituciones
estatales y el modelo socioeconómico como una variable fundamental para la
comprensión de la naturaleza del conflicto, de las estrategias de sus actores en
la búsqueda de una salida negociada y su tránsito a escenarios de posconflicto.
Un acumulado de 1200 páginas escritas, distribuidas en 34 capítulos con
aportes de 38 autores sobre las más diversas temáticas (prácticas políticas y
modelo económico, retos del posconflicto, escenarios para la transformación
del conflicto, el rol de la cultura, régimen político, sociedad civil, territorio,
drogas, fuerzas armadas, actores sociales, pedagogía de la paz y comunidad
internacional, entre otros) dan cuenta del escenario ideal para que se identifi-
cara la necesidad de continuar con el proyecto, esta vez, en lo que ha dado en
llamarse posacuerdo, y que revela la emergencia de distintos individuos y colec-
tivos que comienzan a pujar por la visibilización de sus demandas, los apoyos
y las resistencias que tienen al modelo de paz que se construyó en cinco años
de negociación y posiblemente, lo más problemático, pero más interesante, la
pregunta de cómo podremos reconstruir el tejido social, ausente y silenciado
por los ruidos de la guerra y la exaltación conveniente a la represión y al odio.
En el camino de este proyecto, en los textos que se presentan a continua-
ción, se han sumado nuevas voces, que aportan desde sus investigaciones,
trayectorias y experiencias un caleidoscopio de situaciones, actores y prácti-
cas que se vuelven indispensables indagar, trabajar e intervenir, si es que se
quiere que la dimensión armada del conflicto no siga sembrando por sus ca-
minos semillas de tristeza, dolor y resignación, y que, por el contrario, brote,
de esta historia fragmentada de nación, experiencias de reparación, tolerancia
y movilización social.

¿Qué contiene este libro?


La propuesta editorial que aquí se presenta está compuesta por cinco partes.
La primera, “La institucionalidad de la paz”, pretende reconocer las falencias
institucionales que ponen en peligro la construcción de paz y la prevención de
escenarios de violencia, a causa de la ausencia o presencia ineficiente de los
organismos estatales. El capítulo inicial, escrito por Gina Paola Rico Méndez y
Leslie Hossfeld, busca describir y analizar los elementos que caracterizan las
transformaciones críticas y estructurales de la ruralidad en Colombia en el mar-
co del posacuerdo. Sucesivamente, el texto de Néstor Calbet Domingo expone
la metodología participativa de los diálogos de paz de Colombia para, desde
allí, analizar el alcance de esta junto con su nivel de incidencia y con especial
atención a las propuestas en torno al punto de víctimas, lo que le permitirá

27
Introducción

plantear los principales retos para la garantía de los derechos y el resarcimien-


to de estas. En el tercer capítulo, David González Cuenca, Ana María Montes
Ramírez y Carlos Antonio Pinedo Herrera analizan el papel de las instituciones
estatales en el logro de un desarrollo administrativo que permita la reacción
adecuada ante los nuevos retos que se originan de la firma del acuerdo de fi-
nalización del conflicto, el cual tendrá un trasfondo que requerirá la genera-
ción de políticas públicas orientadas a la inversión social y la seguridad. El
aporte de Javier Fernando Torres Preciado en el cuarto capítulo constata que
el proceso de formación y fortalecimiento estatal, a la luz de la centralización y
descentralización, ha estado atravesado por la amenaza de un conflicto interno
y de los actores armados que en él se involucran, lo cual ha provocado que
los resultados de los dos procesos de diseño institucional, antes de propiciar
un fortalecimiento estatal, ocasionaran efectos colaterales. Cierra esta primera
parte el capítulo de Laura Camila Ramírez Bonilla, que analiza los discursos y
las acciones del pontificado de Francisco frente a la paz en Colombia, ante la
doctrina que la Iglesia ha construido en torno a la paz y el activismo desde me-
diados de los años ochenta, así como desde las convergencias y discrepancias
que generó en el interior de la jerarquía eclesiástica el proceso de paz con las
FARC y la convocatoria puntual a un plebiscito para refrendar popularmente
los pactos alcanzados con esta guerrilla.
La segunda parte, “La región olvidada, el territorio potenciado”, busca
identificar las prácticas territoriales que han transformado y resistido las accio-
nes violentas generadas por el conflicto armado en Colombia. Alexander Emilio
Madrigal Garzón y Catalina Miranda Aguirre plantean sus reflexiones de aper-
tura del capítulo inicial en torno a la pregunta: ¿por qué debería entenderse
la minería criminal como un fenómeno que afecta la seguridad y defensa del
Estado colombiano en el escenario de posacuerdo? Frente a esto, una hipótesis
hace tránsito: la minería criminal debe entenderse desde una doble perspectiva:
como recurso, por cuanto constituye el medio de financiación de grupos arma-
dos organizados (GAO), y como impacto a la seguridad ambiental y los recur-
sos naturales estratégicos. Por su parte, Jhenny Lorena Amaya Gorrón cuenta
las vivencias de la construcción de paz desde las zonas de transición y normali-
zación en el sur colombiano, donde se agruparon los frentes del Bloque Sur de
las FARC, y muestra la realidad del fin del conflicto y la última marcha de este
actor de movimiento armado hacia una organización social y política legal en
Colombia. Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera, Douglas Molina y Ana Milena
Molina establecen un marco conceptual sobre la categoría de paz ambiental a
partir del trabajo realizado por el grupo juvenil Amigos de la naturaleza, de la
Policía Nacional en Leticia (Amazonas). Por su parte, Erika Andrea Ramírez y
Camilo Ernesto Gómez Alarcón, dan cuenta de las dinámicas locales que han
permitido la continuidad de los pactos de paz entre el pueblo Nasa que resi-
de en el corregimiento de Gaitania, en el municipio de Planadas (Tolima) y el

28
La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

Frente 21 de las FARC, con el fin de identificar las posibles potencialidades que
existen en los territorios de guerra para construir confianza y afianzar la paz
estable y duradera. Esta segunda parte la cierran Karen Betancourt, José Luis
Foncillas y Freddy Guerrero, que identifican algunas prácticas de memoria de
víctimas del conflicto armado en el municipio de Tumaco y su relación con la
construcción de escenarios de paz durante el periodo comprendido entre 1999
y 2015; los autores muestran importantes acciones locales de resistencia y enca-
ramiento de la marginalidad y la violencia del conflicto armado.
La tercera parte, “El acuerdo y sus partes, la paz y sus actores”, está com-
puesta por seis capítulos y pretende, desde sus diferentes andamiajes teóricos y
procedimentales, analizar las trayectorias de los actores sociales que tienen un
aporte crucial en la refrendación de los acuerdos de paz. El primer capítulo, es-
crito por Mauricio Hernández Pérez y Jaime Andrés Wilches Tinjacá, da cuenta
de cuáles serán algunos de los retos y funciones que la sociedad civil organi-
zada pro-paz en Colombia tendrá que asumir frente al país, ya no en clave de
conflicto armado, sino de posconflicto bélico (posacuerdo). El capítulo plantea
una legítima preocupación por cómo entender y justificar hoy día el accionar y
acumulado de paz de la sociedad civil organizada en Colombia hacia un nuevo
escenario donde el conjunto de capacidades y los incentivos que dinamizan su
razón de ser han cambiado. El segundo capítulo, elaborado por Marisol Raigosa
Mejía y Alba Lucía Cruz Castillo, abarca una reflexión teórica sobre el proceso
de reintegración social en Colombia a partir de testimonios de desmovilizados
de diferentes grupos armados al margen de la ley (FARC, EPL y AUC), con el
propósito de desentrañar —desde sus vivencias— aquellos elementos que en la
operatividad y puesta en marcha de la política se tornan como problemáticas y
que son asumidas por ellos como demanda o expectativa, pero que en ocasio-
nes no son cubiertas mediante la oferta institucional o social acerca del proceso
de reintegración, lo que produce una relación fragmentada entre el desmovili-
zado y las instituciones del Estado colombiano. El tercer capítulo, de Marcela
Gaitán Forero, Luz Dary Sarmiento y Lucas Uribe Lopera, desarrolla una re-
flexión desde la psicología en la que se señala que los procesos institucionales
por los que pasan los niños, niñas y adolescentes desvinculados del conflicto
armado no son procesos aislados de su vida, sino que hacen parte integral de
su historia personal y que el éxito de un programa institucional de desvincula-
ción no depende exclusivamente de quienes lo diseñan e implementan, ni de su
marco normativo o los recursos invertidos, sino que variables como el locus de
control, los autoesquemas y las ideas irracionales influyen en una experiencia
de reintegración exitosa, manifestada en la expansión de capacidades de las
personas que hacen parte de dicho proceso. El capítulo cuarto, escrito por Mi-
guel Andrés López Martínez, da cuenta de la existencia de dos circunstancias
que podrían tornar ineficaz la vía judicial contenciosa para las víctimas del

29
Introducción

desplazamiento forzado, a saber: como mecanismo excluyente que propicia la


desigualdad y, segundo, que puede existir una grave distorsión temporal en-
tre el momento de reclamación judicial y el de su decisión definitiva. Frente a
esto, el texto explora las posibilidades de superación de dichas limitaciones. El
quinto capítulo, de Amanda Vargas Prieto, toma en cuenta la problemática del
sector rural y los desafíos de la implementación de los acuerdos de paz para el
sector solidario en Colombia, con el fin de reflexionar por qué y cómo los proce-
sos de asociatividad territorial se constituyen en una herramienta de desarrollo
en el marco del posacuerdo. Cierra esta tercera parte el sexto capítulo de auto-
ría de Claudia Pico y Álvaro Clavijo, que analizan las diferencias discursivas
entre promotores y detractores del acuerdo de paz entre el Gobierno nacional y
las FARC, con el fin de plantear que una ruta efectiva para la construcción del
país en el posconflicto debe estar acompañada de un discurso más responsable
que dé cuenta del verdadero contenido de los acuerdos y del reconocimiento de
la existencia de problemas socioeconómicos de naturaleza estructural.
La cuarta parte, “Comunicar la paz: hacia la reconstrucción del relato nacio-
nal”, propone examinar el aporte de los estudios en comunicación en la recons-
trucción de los relatos para superar la confrontación violenta en Colombia. En
función de este propósito, José Manuel Rivas Otero, en el capítulo de apertura,
evalúa los estilos de liderazgo de Uribe y Santos para comprobar si se producen
cambios en estos y, si es así, explorar los factores situacionales que podrían dar
cuenta de estos. Natalia Bonilla Berríos analiza si existe un imaginario mediático
—o colombiano— sobre el uso de la palabra paz, y cómo los medios de comuni-
cación locales e internacionales reforzaron narrativas de conflicto y reprodujeron
posturas políticas en sus líneas editoriales. Para la autora, mientras la prensa in-
ternacional giró a favor de la campaña del “Sí” y el optimismo que conllevaba
presenciar un hecho histórico, a nivel doméstico la prensa colombiana ofreció
espacio a una pluralidad de voces que generó muchas dudas sobre la legitimidad
del acuerdo de paz. La reflexión realizada por Martín Agudelo Ramírez, en el
tercer capítulo de este apartado, parte de reconocer que el cine se constituye en
una pieza valiosa para realizar una aproximación sobre la crudeza del conflicto
armado colombiano. Desde allí, el autor hace un reconocimiento a la labor em-
prendida por los realizadores colombianos que han dejado un testimonio impor-
tante al deber de memorar, y con especial énfasis en lo concerniente a los rostros
de las víctimas, el accionar paramilitar y los desplazamientos, los dramáticos ca-
sos de falsos positivos y la violencia contra niños. Para finalizar, el texto de Irene
del Mar Gónima Olaya, enfocado en el fenómeno de los “memes”, estudia si el
humor se presta para la articulación de memorias, historias e identidades alter-
nativas a las concebidas por los discursos estatales-nacionalistas, y así genera
nuevos, o revierte los tradicionales, discursos de la historia.

30
La Colombia del posacuerdo: retos de un país excluido por el conflicto armado

La quinta y última parte, “La paz un asunto local, una preocupación global”,
reúne tres capítulos en los que, desde diversas ópticas, se evalúan las experien-
cias y retos de la comunidad internacional en su involucramiento con la supe-
ración del conflicto armado en Colombia. El primero de estos capítulos, escrito
por Hugo Fernando Guerrero Sierra, Camila Andrea Fúquene Lozano y Federico
Lozano Navarrete, presenta un análisis cimentado en un doble propósito. El pri-
mero conducente a analizar las cuatro etapas en las que se han desarrollado di-
ferentes grados de alineación entre las amenazas a la seguridad identificadas por
Estados Unidos y el abordaje que el Estado colombiano ha dado a problemáticas
internas como el conflicto armado, los grupos armados ilegales (GAI) y el narco-
tráfico. El segundo analiza cómo, paralelamente, tanto la guerra fría como el 11-S
permitieron que el neoconservadurismo modificara sus prioridades temáticas de
lo doméstico a lo internacional y profundizara su influencia en la política exterior
de ese país. El segundo capítulo, de María Eugenia Vega y Hadrien Lafosse, di-
rige la mirada hacia el trapecio geográfico compuesto por la frontera compartida
entre Colombia, Brasil y Perú, región donde convergen múltiples actores e intere-
ses de importancia estratégica en los planos local, subregional y global, y donde
se hace presente, en todas sus facetas, el concepto de seguridad multidimensional.
Los autores destacan que aspectos como el tráfico ilegal de especies y la biopira-
tería, el narcotráfico o las actividades extractivas legales e ilegales, que a su vez
se retroalimentan con el marco general del conflicto interno colombiano y sus
efectos sobre los países vecinos, ponen de manifiesto que en la actualidad los pro-
blemas de seguridad abarcan aspectos militares, políticos, económicos, sociales y
medioambientales. El último capítulo, escrito por Alexander Arciniegas Carreño,
argumenta que, en coyunturas fluidas —como es el caso de la implementación de
un acuerdo de paz—, la presencia de actores internacionales que puedan ser ga-
rantes de imparcialidad para las partes y que además cuenten con conocimiento
técnico para el manejo de estos contextos (Organización de las Naciones Unidas)
es fundamental en el propósito de consolidar el fin del conflicto y avanzar en el
proceso de construcción de la paz.
La propuesta editorial que en esta oportunidad el lector tiene en sus manos, que
como ya se dijo hace parte de un ambicioso “programa de investigación”, no hubie-
se sido posible sin el apoyo recibido por parte de la Universidad Distrital Francisco
José de Caldas y el patrocinio del Centro de Investigaciones y Desarrollo Científico
(CIDC) que, entre otras muchas labores, garantizó el trabajo idóneo y transparente
de los pares evaluadores que con su criterio, ojo crítico, comentarios y recomenda-
ciones otorgaron el aval y reconocimiento correspondiente a este libro como pro-
ducto y resultado del proyecto de investigación en el que se inscribió y que llevó
por título El conflicto armado interno, como posible expresión invertida del modelo de
desarrollo y de la política en Colombia: tercera parte: la paz desde las lógicas de la guerra:
negociaciones y posibilidades de construcción social, bajo la dirección del profesor
Ricardo García Duarte y la coordinación académica de Jaime Andrés Wilches

31
Introducción

Tinjacá. Se extiende un especial agradecimiento al Instituto para la Pedagogía,


la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD) que en su apuesta misional siempre ha
abierto (y de seguro lo seguirá haciendo) una ventana de oportunidad para
que respuestas editoriales arriesgadas como la aquí presentada lleguen a buen
término. Por supuesto, se hace necesario un reconocimiento a la paciencia, co-
laboración y respuesta favorable durante todo el proceso de quienes firman los
diferentes textos. Se podría decir que, con todo, se logró responder al propósito
planteado: ofrecer miradas multidimensionales sobre lo que ha sido, pero más
importante, sobre lo que eventualmente podrá ser, un modelo de sociedad en
Colombia en el marco del posacuerdo.

Recomendaciones al lector
El resultado, en lo sucesivo, tendrá que ser evaluado por quienes se aproximen
desde la lectura a la pluralidad de propuestas analíticas y de reflexión que las
siguientes páginas ofrecen. Como en Rayuela de Julio Cortázar, se invita a los
lectores a mantener la vista en el conjunto del libro para, con ello, ofrecer ma-
neras diferenciadas de leer los veintitrés capítulos que lo conforman. Para esto,
el lector podrá optar por una lectura normal o tradicional, es decir, secuencial
de principio a fin. Podrá, igualmente, proceder por el orden que desee. Sin
embargo, y a diferencia de la propuesta de Cortázar, ni los autores ni los edi-
tores ofrecen un “tablero de dirección” que indique cómo enfrentar la obra de
manera discontinua, pero sí hacen una única recomendación: como quiera que
se lea el libro, no se ha de prescindir de ninguno de sus capítulos. Solo así, el
conjunto de reflexiones, hipótesis, metodologías y conclusiones a las que se lle-
gan en estos, y por tanto al libro en su totalidad, podrá ser evaluado, aceptado
o rechazado para, posteriormente, construir nuevas reflexiones y visiones mul-
tidimensionales. Como sea, y al igual que el protagonista central de la historia
de Cortázar, los autores firmantes y usted, estimado lector, hacen las veces de
Horacio Oliveira, aquel personaje que siempre busca algo, pero que no sabe
qué es exactamente. Ese algo, quizás, es lo que hemos estado anhelando todos
y cada uno de los colombianos: la construcción de una paz estable y duradera.

32
Primera parte

La institucionalidad de la paz
Transformaciones críticas de la
ruralidad en Colombia y los desafíos
institucionales para la construcción
de un modelo económico incluyente
Gina Paola Rico Méndez*
Leslie Hossfeld**

Introducción
Colombia enfrenta uno de los mayores retos institucionales de su historia re-
ciente. La firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno del presidente Juan

* Doctora en Políticas Públicas y Administración, magíster en Hábitat y Politóloga, exbecaria Ful-


bright-Colciencias. Investigadora posdoctoral del Social Science Research Center en Mississippi
State University para el desarrollo de un programa de investigación en seguridad alimentaria. Su
investigación se centra en la relación entre seguridad alimentaria, políticas agrícolas y goberna-
bilidad. Su experiencia práctica en análisis de políticas públicas en Colombia y Estados Unidos
se ha consolidado a partir de su labor en entidades como el Programa de Naciones Unidas para
el Desarrollo, la Contraloría de Bogotá y la Registraduría Nacional del Estado Civil, así como en
instituciones de educación superior como la Universidad Nacional de Colombia, Mississippi State
University y la Universidad Central.
**
Doctora en Sociología Rural de North Carolina State University. Actualmente se desempeña como
directora del Departamento de Sociología de Mississippi State University. Tiene amplia experien-
cia en el análisis de la pobreza rural y la reestructuración económica en estas áreas. Ha realizado
dos presentaciones ante el Congreso de los Estados Unidos y una ante la Legislatura de Carolina
del Norte sobre la pérdida de empleos y el declive económico rural. Hossfeld se ha desempeñado
como copresidente de la American Sociological Association Task Force en sociología pública, vice-
presidente de Sociologists for Women in Society, presidente de Southern Sociological Society, en
el Consejo Ejecutivo de la North Carolina Sociological Association, y es actualmente presidente de
la Asociación Sociológica Alabama-Mississippi. Fundó el programa de pregrado y postgrado de
Sociología Pública en la University of North Carolina - Wilmington (UNCW). En Misisipi, lideró la
creación del Proyecto de Inseguridad Alimentaria de Mississippi, el cual dirige actualmente, que
examina y documenta problemas de inseguridad alimentaria y el acceso a alimentos en la región. Es
miembro del Instituto MSU-UMMC Myrlie Evers-Williams para la Eliminación de las Disparidades
de Salud y se desempeña como directora asociada en el área de sistemas alimentarios/seguridad
alimentaria/acceso a los alimentos/desarrollo Económico.

35
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

Manuel Santos y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Co-


lombia (FARC) representa un desafío a la institucionalidad existente y venidera
en un contexto de aceleración de las dinámicas de la globalización, la intensi-
dad del cambio tecnológico, las transformaciones demográficas y los cambios
acelerados en el territorio. Los acuerdos de paz y las acciones propias del po-
sacuerdo no suceden en un espacio vacío, sino en medio de transformaciones
críticas internas de la sociedad colombiana y el sistema internacional. En este
contexto, el presente capítulo busca analizar las transformaciones críticas de la
ruralidad en Colombia en el marco del posacuerdo. El punto uno del acuerdo,
“Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral”, se constituye en
uno de los temas más críticos en términos de implementación. La ruralidad en
Colombia y en muchos lugares del mundo (con y sin conflicto armado) ha cam-
biado radicalmente, lo que ha afectado a los habitantes rurales y sus medios
de subsistencia, los modos de tenencia de la tierra y las formas de producción
agropecuaria. Elementos que se constituyen en un reto adicional para la imple-
mentación, además de aquellos relacionados con los problemas históricos de
inequidad, acumulación y violencia en el campo colombiano.
Entre las razones que pueden explicar la transformación de la ruralidad,
está la acentuada tendencia a la desterritorialización en la producción de ali-
mentos (Rico Méndez, 2017). Esto es, el incremento del comercio internacio-
nal de productos agrícolas y su capacidad de transformación industrial para la
producción alimenticia han generado una serie de incentivos para que los Go-
biernos centrales se concentren en la producción de bienes públicos en grandes
centros urbanos y tengan casa vez menos interés en preservar la integridad de
las zonas rurales y sus habitantes, pues la producción de alimentos no sucede
exclusivamente en su periferia rural. En términos analíticos, la capacidad del
gobernante de acceder a mercados internacionales para importar alimentos de-
termina su interés para definir el tipo y límite de bienes públicos por proveer en
zonas rurales. Entre tanto, los territorios rurales se convierten para el Gobierno
central en un lugar de extracción de recursos, acción definida por la existencia
de derechos de propiedad y la capacidad de agentes privados de garantizarlos.
Mientras la producción agroindustrial altamente tecnificada incrementa el ca-
pital (estrategia para el aumento del producto interno bruto [PIB]), esta se con-
vierte en una fuente renovada para la obtención de impuestos; pero, aún más
importante, en una estrategia para transferir a agentes privados la capacidad
de “gobernar” con presencia limitada del Gobierno (Rico Méndez, 2017). En
este sentido, las dinámicas del comercio internacional de bienes primarios sus-
tentado en un modelo de ventajas comparativas, los desarrollos tecnológicos
en agricultura y las transformaciones demográficas (aumento poblacional y
migración a las ciudades) han afectado de manera sustancial los intereses de
Gobiernos centrales de controlar el territorio y la población rural. Las externa-
lidades de este modelo para el caso colombiano serán analizadas en detalle en
las siguientes páginas.

36
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

Este capítulo busca describir y analizar los elementos que caracterizan


la transformación estructural de la ruralidad en Colombia en el marco del
posacuerdo. El trabajo está organizado en tres secciones. La primera detalla los
elementos conceptuales que buscan explicar las transformaciones críticas de la
ruralidad en un contexto de globalización de la producción agrícola; en la segunda
se describen los elementos estructurales que evidencian esta transformación en la
Colombia del posacuerdo, y en la tercera se discuten los retos institucionales de
estas transformaciones.

Elementos conceptuales:
una nueva mirada a la nueva ruralidad
Schejtman y Berdegué (2003, citados por Ramírez-Miranda, 2014, p. 125) sugie-
ren la existencia de una nueva ruralidad caracterizada por la acelerada inser-
ción de las economías rurales en el proceso de globalización; la disolución de
los límites y las características distintivas de los mercados de alimentos locales,
regionales, nacionales y globales, y el requisito indispensable de la competen-
cia global impuesta a las comunidades rurales. En este sentido, vale la pena
mencionar los aportes de Sassen (2005) haciendo referencia a la ciudad global,
donde sugiere que el crecimiento económico de estas ciudades está cada vez
más desconectado de su hinterland ampliado o incluso de su propia economía
nacional, lo cual lleva a la formación (al menos incipiente) de sistemas urbanos
transnacionales (Sassen, 2005, p. 30). Esta idea sobre la ciudad global trae consi-
go la pregunta acerca de qué pasa con lo rural dada la emergencia de la ciudad
global. La marcada diferencia entre estos dos espacios, que hasta ahora habían
sido considerados como constitutivos del Estado, se transforma para dar paso
a un nuevo modelo de gobernanza sobre lo rural.
En trabajos previos, Rico Méndez (2016, 2017) propone la existencia de un
cambio importante en los fundamentos analítico-normativos de la concepción
de Estado. Tanto desde perspectivas liberales como críticas, las teorías sobre el
Estado moderno sugieren la existencia de un modelo ideal de unidades polí-
ticas conformadas por un centro urbano encargado de gobernar el territorio y
la población propias y de la periferia (Bates, 2010; Levi, 1989; Poulantzas, 1978;
Tilly, 1992). Sin embargo, en términos prácticos, la consolidación de este Esta-
do se ha visto limitada por la capacidad de gobiernos centrales para no solo
llevar el aparato burocrático a todos los espacios del Estado, sino además hacer
efectivo el ejercicio de gobierno a través de este aparato. Casos como el colom-
biano evidencian la limitada capacidad estatal para gobernar en la totalidad
del territorio (González, Bolívar y Vázquez, 2002; Jackson y Rosberg, 1982), sin
hablar de los problemas de consolidación de la nación que han acompañado la
debilidad estatal (Hobsbawm, 1990; Patiño, 2010).

37
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

En contraste con la apuesta moderna de expandir y mantener control terri-


torial y poblacional en “todos” los espacios del Estado, se observa un cambio
conceptual con efectos normativos importantes en el ideario sobre el Estado.
Nos estamos moviendo de la idea de un Estado con poder político concentra-
do en el Gobierno central urbanizado, cuya legitimidad se construye sobre el
principio de representatividad, con capacidad de regular todo su espacio y
población, hacia un modelo en el cual el poder central del Gobierno tiene como
fin no el control de todo el territorio y la población, sino la consolidación de las
ciudades con capacidad de integración económica a otras urbes (nacionales o
no), por un lado, y el cesión del control rural a entes privados con capacidad
de incrementar el capital, por el otro. Este nuevo modelo de gobernanza tie-
ne implicaciones importantes para la ruralidad en Colombia, pues la apuesta
por la competitividad de las zonas rurales no necesariamente busca la con-
solidación del poder estatal en el territorio, sino que a través de la cesión de
funciones de gobernanza a actores privados con capacidad inversionista y de
control territorial, se están otorgando funciones de gobierno a entes privados,
sin considerar el juego de intereses públicos y privados que se pone a prueba a
través del ejercicio de gobierno. La apuesta gubernamental es por la provisión
de servicios públicos a ciudadanos agregados en zonas urbanas, acompañados
de estrategias de planeación urbana en ciudades intermedias (Fuller y Romer,
2014; Romer, 2010), mientras zonas rurales aisladas de centros urbanos son
dejadas a merced del interés de entes privados en invertir y ejercer control
sobre estas.
En el caso colombiano, este modelo analítico tiene implicaciones prácticas,
dado el objetivo del primer punto del acuerdo de paz; un nuevo campo colom-
biano no necesariamente indica el lugar del retorno para los desplazados por
la violencia, sino quizás el nuevo lugar para el crecimiento económico sin de-
sarrollo humano, el lugar para la modernización sin modernidad (Melo, 1990).
Las disputas por el poder político entre Bogotá y poderes regionales han sido
una constante en la evolución de las instituciones políticas en Colombia, lo que
ha creado una situación de intentos fallidos de modernización política en zo-
nas rurales. Uno de los resultados de este modelo institucional es el aumento
constante y significativo en la provisión de bienes públicos en áreas urbanas,
en contraste con el abandono estatal de zonas rurales. Así las cosas, los índices
de pobreza entre la población rural son significativamente más altos que en la
urbana, al tiempo que existen altos niveles de concentración del capital en el
campo. En 2014, el índice de pobreza multidimensional para zonas urbanas
era del 15,4 %, mientras para las áreas rurales era del 44,1 % (Departamento
Nacional de Planeación, 2015). Entre tanto, según el índice de Gini de tierras, la

38
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

concentración de la propiedad rural fue en promedio de 0,85 durante la década


de 2000-2009 (Departamento Nacional de Planeación [IGAC] y Universidad de
los Andes, 2012). Además de las marcadas diferencias entre lo urbano y lo rural
en Colombia, actualmente la ruralidad enfrenta los retos propios de la inserción
en el mercado internacional de bienes agrícolas, la participación en tratados de
libre comercio y, con esto, las transformaciones de la estructura del empleo en
el campo.
Por otro lado, las políticas y acciones encaminadas a estabilizar la seguridad
alimentaria se han ajustado a los cambios en la estructura poblacional. Esto
es, el aumento demográfico y el consecuente movimiento poblacional hacia las
ciudades han transformado los lugares de producción y consumo de alimentos.
En este sentido, se puede afirmar que la llamada transición nutricional (Kearney,
2010) está teniendo efectos importantes sobre la gobernanza de zonas rurales.
El concepto de transición nutricional se refiere a la transformación estructural
en la alimentación provocada por el paso de dietas basadas en carbohidratos
(cereales, raíces, tubérculos) a aquellas basadas en aceites vegetales, productos
de origen animal y azúcares; el cambio está particularmente asociado a pro-
cesos extensivos de urbanización (Kearney, 2010; Popkin, 1999). La transición
nutricional puede ser vista como causa y consecuencia de transformaciones
institucionales en la ruralidad y que en este capítulo se entenderá como una
de las causas que está afectando la ruralidad en Colombia. De manera que el
incremento y expansión del cambio tecnológico en agricultura, y la expansión
del comercio internacional de productos agrícolas confluyen para soportar la
mencionada transición.
Una de las consecuencias inesperadas de este modelo es la transformación
de la gobernabilidad en zonas rurales. Dada la capacidad de obtener alimentos
en el mercado global de productos agrícolas, el campo adquiere un nuevo valor
para los Gobiernos centrales. El objetivo no es el desarrollo sociopolítico y eco-
nómico de las comunidades y territorios rurales, sino el crecimiento económico
con tres objetivos:
1. Incrementar la porción del sector agrícola como componente del PIB.
2. Aumentar la base para la recolección tributaria y con esto focalizar la in-
versión pública en zonas con mayores concentraciones de población.
3. Transferir o compartir la responsabilidad de gobernar zonas rurales aisla-
das con inversionistas privados, aceptando sus condiciones para cogober-
nar (Rico Méndez, 2016).

Para el caso colombiano, estos cambios se pueden agrupar en cinco áreas temáti-
cas: 1) económica: descenso en la demanda laboral en zonas rurales por cambio
tecnológico, des-territorialización de la producción de alimentos y agricultura

39
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

destinada a la exportación; 2) política: conflicto permanente de baja intensidad,


aceptación de actores privados a cargo de funciones de gobierno; 3) social: agri-
cultura sin campesinos, cambio de patrones demográficos -migración a grandes
zonas urbanas o a ciudades intermedias planeadas; 4) legal: ley de víctimas
con aras de ajustar derechos de propiedad en zonas rurales (catastro rural),
incentivos a la inversión extranjera directa en agricultura e incentivos a secto-
res competitivos en términos comparativos, y 5) territorial: ajuste al modelo de
tenencia de la tierra, acaparamiento de tierras (figura 1). En la siguiente sección,
se detallan estos cambios.

Figura 1. Cambios en la ruralidad en Colombia

Fuente: elaboración propia.

Transformaciones estructurales en la ruralidad:


expresiones del cambio
Transformación económica
En la década de los noventa el país pasó de ser una economía cerrada a partici-
par activamente en el comercio internacional. Esto se logró a través de cambios
de política y el apalancamiento de sectores que constituyen ventajas compara-
tivas, especialmente en el sector primario (Kalmanovitz y López E., 2006). De

40
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

esta forma, la abundancia de tierras y la localización geográfica del país supo-


nen una ventaja comparativa para la producción agrícola, por lo que pacificar
el campo en aras de explotar esta ventaja se volvió crucial. Esto se llevó a cabo
a través de un proceso de control territorial no estatal (paramilitarismo) y el
fomento de sectores competitivos (por ejemplo, palma).
Aspectos sugeridos en este capítulo como el incremento del comercio in-
ternacional agrícola y la transformación estructural de las dietas hacen que un
Estado no tenga que depender exclusivamente de su periferia rural para ali-
mentar a su población, sino que tienen la posibilidad de acceder al mercado in-
ternacional para adquirir alimentos (Rico Méndez, 2016). Colombia no es ajena
a esta tendencia; por el lado del consumo, en la última década se ha visto un
incremento significativo en las importaciones de alimentos de consumo básico
como el arroz (El Tiempo, 7 de abril de 2001, 27 de abril de 2008) (figura 2). Por
el lado de la producción, en las últimas décadas se han observado cambios
importantes en el tipo de cultivos que dominan el sector agrícola; por ejemplo,
el monocultivo de palma de aceite ha adquirido un rol importante por cuanto
el Gobierno nacional ha generado un sistema de incentivos de fomento a la
inversión nacional y la atracción de inversión extranjera directa en el sector
(Domínguez, 2002; Mesa Dishington, 2002).
En este contexto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimen-
tación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) sugiere que Colombia
cuenta con gran potencial para llenar la canasta agrícola del mundo, dada su
capacidad para expandir su frontera agrícola (Zabala, Gordillo y Brugés, 2014).
Este tipo de llamados a “alimentar el mundo”, aunado a situaciones coyuntura-
les como la crisis mundial en el precio de los alimentos de 2007-2008 (Food and
Agriculture Organization [FAO], 2017), han tenido efectos sobre las políticas
agrícolas y han incrementado las presiones sobre el mercado de tierras, lo que
se ha constituido en un elemento importante en la definición de las políticas de
tierras en el posacuerdo. Hoy en día, estas buscan claridad sobre derechos de
propiedad, atracción de inversión privada para mega-proyectos agrícolas en
zonas alejadas de los centros urbanos (Congreso de la República de Colombia,
2016) y la creación de alianzas público-privadas para la provisión de bienes pú-
blicos en lugares donde la gobernabilidad conlleva altos costos para el Estado
(Rico Méndez, 2016).

41
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

Figura 2. Colombia, importaciones de arroz (blanco y Pady) 1990-2016

*Cifras en miles de toneladas


Fuente: Federación Nacional de Arroceros (Fedearroz) (2017).

El afán por adquirir tierras para el desarrollo de agricultura extensiva resul-


tante, supuestamente de las transformaciones en el ámbito de la seguridad ali-
mentaria y la expansión del comercio global de productos agrícolas, crea retos
para el desarrollo rural en el posacuerdo. La agricultura a gran escala no es un
fenómeno nuevo en la región. Brasil y Argentina son líderes mundiales en la
producción de soya y maíz; Colombia y Ecuador ocupan el cuarto y sexto lugar,
respectivamente, como productores de palma de aceite en el mundo; México
participa activamente en el mercado global de sorgo, maíz y azúcar; entre tanto,
países como Uruguay, Paraguay o Bolivia están fomentando la agricultura a
gran escala (Borras, 2003; Indexmundi, 2017). Este fenómeno ha estado acom-
pañando de un incremento del acaparamiento de tierras por parte de inversores
privados, que dada su capacidad de acceso a capital y desarrollos tecnológicos
en agricultura (mejoramiento de semillas, fertilizantes, pesticidas y tecnologías
para mejoramiento de suelos) han logrado adaptar suelos que décadas atrás
eran considerados inútiles para la producción agrícola (López Montaño, 2012;
Von Braun y Meinzen-Dick, 2009). Este modelo requiere altas inversiones de
capital en amplias extensiones de tierra, por lo que se necesita no solo de inver-
sión privada, sino también de la voluntad de Gobiernos centrales y locales para
respaldar este tipo de proyectos a través de instrumentos de política.
El caso más relevante sobre la expansión de agricultura a gran escala en
Latinoamérica es quizás el Cerrado brasileño. Localizado en el centro-oeste de
Brasil, el Cerrado es una región con ecosistema de sabanas tropicales de casi
dos millones de km2 de extensión. Dadas las características del suelo, esta saba-
na se consideraba inútil para la agricultura, pero por los avances tecnológicos

42
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

para reducir la acidez del suelo e incrementar sus nutrientes (con adiciones
apropiadas de fósforo y cal) y el desarrollo de semillas adaptables a estas con-
diciones ecológicas, resultaron en la expansión de agricultura a gran escala en
esta región. Si bien la expansión de la frontera agrícola hacia el Cerrado ha
incrementado significativamente la productividad agrícola y ganadera en Bra-
sil, las transformaciones radicales en el uso del suelo para agricultura se han
convertido en una amenaza dada la disminución del carbono retenido por la
biomasa y el suelo, importantes reguladores del intercambio de energía y masa
con la atmósfera (Batlle-Bayer, Batjes y Bindraban, 2010; Brannstrom, Jepson,
Filippi, Redo et al., 2008).
El éxito económico que representa el Cerrado (Cremaq, 2010), denominado
como un “milagro” de la producción agroindustrial, ha apalancado la expansión
de este modelo en otros países del continente. En el caso colombiano, el Gobierno
divulgó en 2014 la política para el desarrollo integral de la Orinoquía: Altillanu-
ra - Fase I, y concretada a través de la Ley 1176 de 2016 o Ley ZIDRES (Zonas de
Interés de Desarrollo Rural Económico y Social). Estos instrumentos de política
tienen el objetivo de expandir la frontera agrícola hacia esta región del sureste
colombiano, dado su potencial agrícola, pecuario y forestal. El modelo de de-
sarrollo de esta región incorpora ideas tomadas del modelo implementado en
el Cerrado Brasilero para la formulación de la política, al punto de que algunos
medios han denominado la altillanura como el Cerrado colombiano. La políti-
ca sugiere, entre otras, la necesidad de implementar cambios en la legislación
nacional sobre los límites a la concentración de la propiedad para zonas aleja-
das de centros urbanos e inversión pública para infraestructura agrícola (por
ejemplo, sistemas de irrigación), con el fin de incentivar la inversión privada
(Rico Méndez, 2017). Esta propuesta de política se desarrolla en el contexto de
expansión de proyectos agroindustriales; inversionistas privados han adopta-
do estrategias como la fragmentación de predios entre varias personas jurídicas
(sobrepasando los límites sobre el número de hectáreas por persona) para la
implementación de proyectos agroindustriales (Oxfam, 2013).
Al respecto, el observatorio Land Matrix recolecta y reporta datos sobre los
acuerdos a nivel mundial sobre transacciones de tierras para producción agro-
industrial y extracción forestal, y que se han constituido en una base de da-
tos importante para detectar posibles acaparamiento de tierras (Land Matrix,
2015). De acuerdo con Land Matrix, en Colombia entre 2001 y 2012 se firmaron
al menos 27 contratos para el uso de tierras (venta, arriendo o concesión) ma-
yores a 200 hectáreas, con fines de explotación agrícola, forestal o minera, de
los cuales 17 están localizados en áreas correspondientes a la altillanura. Se
puede decir, entonces, que dadas las transformaciones expuestas por la transi-
ción nutricional, el aumento en la participación del comercio internacional de
productos agrícolas, los desarrollos tecnológicos en agricultura y la posibilidad

43
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

de acceso a estos, se constituyen en factores que han están conduciendo a la


desterritorialización de la producción de alimentos. Esto es, en términos agre-
gados es buena parte de la producción agroindustrial destinada al mercado
internacional, mientras la tendencia a la importación de alimentos se acentúa.
De acuerdo con Pachón, Bokelmann y Ramírez (2016) con el objetivo de
transformar la agricultura tradicional (llevada a cabo en parcelas pequeñas,
con bajos niveles de producción, practicada por campesinos y percibida como
económicamente inviable) en agricultura moderna (llevada a cabo por me-
dianos y pequeños emprendedores y caracterizada por altos niveles de pro-
ducción y concebida como económicamente viable), se busca maximizar la
acumulación de capital y el crecimiento económico a costa de la soberanía
alimentaria. Si bien no se habla en este capítulo de la desaparición total de la
agricultura tradicional y su reemplazo por agricultura moderna, más bien se
hace referencia a las tendencias de expansión de la última a través de la expan-
sión de la frontera agrícola en un modelo dominado por las altas inversiones
de capital en el campo, cuya producción tiene como destino el mercado nacio-
nal e internacional.
Así, pues, este modelo de producción agrícola a gran escala tiene efectos
importantes sobre el empleo en el sector agrícola. Las tendencias globales
muestran una importante reducción en la demanda laboral en el sector agrí-
cola, lo cual se atribuye mayormente al cambio tecnológico (Roser, 2016). No
obstante, la FAO (2014) sugiere que el sector agrícola sigue siendo el mayor
empleador en países subdesarrollados y en vías de desarrollo, y responsable
por la seguridad alimentaria de familias en varios lugares del mundo. En el
caso colombiano, las tendencias indican que en los últimos años se ha incre-
mentado el número de empleos rurales (El Tiempo, 8 de octubre de 2016). Sin
embargo, existe preocupación entre los expertos sobre la calidad y el ingre-
so proveniente de este tipo de empleo (Leibovich, Nigrinis y Ramos, 2006).
Este trabajo se concentra en analizar las características predominantes del em-
pleo rural en Colombia. Con análisis de las ECH de 2005 se concluye que el
problema no es desempleo, sino de baja calidad de empleo y bajos ingresos.
Estimaciones de la productividad laboral y de la PTF del sector agropecua-
rio permiten confirmar que los bajos ingresos laborales están asociados a baja
productividad laboral. Con ayuda de un modelo teórico en la tradición de las
teorías de desarrollo (Lewis, 1954). Entre tanto, Pachón et al. (2016) llaman la
atención por la diversificación del ingreso en zonas rurales, donde sus habitan-
tes dependen cada vez menos de actividades agrícolas. En este sentido, tienen
razón los cambios en la mentalidad campesina y están relacionados no solo
con la necesidad, sino también el deseo de migrar a la ciudad. Estos cambios
serán explorados más adelante.

44
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

Transformación política
Para Moore (1966), el avance de las democracias occidentales obedece, entre
otras, al debilitamiento de la aristocracia de la tierra y al balance adecuado
entre los poderes central y local, estos últimos soportados en la propiedad
de la tierra. En Colombia, este balance nunca se produjo, por el contrario, la
confrontación entre las élites de Bogotá y los poderes locales ha provocado la
fragmentación de la sociedad y disputas constantes por el poder reflejadas en
la desestabilización del territorio (Safford y Palacios, 2002). Recientemente, el
proyecto de país de las élites rurales soportado en un modelo de seguridad
no estatal de autodefensa se movió hacia el centro del control político, lo que
generó transformaciones importantes en la comprensión sobre la legitimidad
estatal y la gobernabilidad.
Durante el siglo XX, las disputas ideológicas entre élites rurales y urbanas
produjeron un modelo en el cual se combinan modernidad y tradición; la pri-
mera tiende a dominar las ciudades, la segunda, al campo; lo que algunos auto-
res podrían denominar modernización sin modernidad (González, 2007; Melo,
1990). Por otro lado, autores como González, Bolívar y Vásquez (2002) sugieren
que la historia política del país se ha caracterizado por la presencia diferenciada
del Estado, caracterizada por “la coexistencia de instituciones políticas de carác-
ter formalmente democrático con redes de poder de hecho, de corte clientelista
y territorios con escasa presencia estatal, donde diferentes actores luchan por el
control territorial” (p. 73). En últimas, una teorización sobre la construcción del
Estado sugiere que Colombia ha enfrentado a lo largo de su historia diversos
retos que han imposibilitado la consolidación del Estado-nación moderno que se
proclama en lo jurídico.
Dado este pasado, hoy en día el país se enfrenta a sus retos internos de
estabilización y a un contexto internacional cambiante. Como se mencionó an-
teriormente, las transformaciones en la producción agrícola y las demandas
en términos de seguridad alimentaria están generando impactos significativos
en la gobernanza rural. Uno de los cambios más significativos tiene que ver
con la decisión del Gobierno central de aceptar la delegación de funciones de
gobierno con agentes privados en zonas rurales alejadas de centros urbanos.
Uno de los elementos de política pública que tiende a facilitar este modelo es
la implementación de la llamada ley ZIDRES, la cual abre la puerta a un nuevo
modelo económico en el campo, pero también se constituye en un estilo de go-
bernanza diferente, en el cual las alianzas público-privadas asumen funciones
centrales de gobierno, como la prestación de servicios públicos, la construcción
de infraestructura pública y la prestación de servicios de seguridad.
Con respecto al último punto, es importante mencionar que el acuerdo
entre el Gobierno del presidente Santos y las FARC, más que el punto final

45
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

de conflicto, parece ser la continuación de pequeños nuevos conflictos para


asegurar el territorio. La integración de un grupo armado insurgente a la ins-
titucionalidad legal no elimina la existencia de un conflicto de baja intensidad.
En lugar de un ejército nacional tratando de mantener el control político a salvo
de un grupo insurgente, existen luchas localizadas por el poder (como lo asegu-
raban González et al., 2002), en las cuales se legitima el uso de la fuerza no legal
como mecanismo de control social en la ruralidad no gobernada por el Gobier-
no, sino por agentes privados, que para el caso de este capítulo serían inversio-
nistas en agricultura. Estos requieren por parte del Gobierno seguridad jurídica
para la inversión y capacidad de autoasegurar el territorio propio y aledaño.
En este sentido, parece que los continuos asesinatos de líderes comunitarios en
zonas rurales no son más que un síntoma de esta forma de legitimación de la
seguridad privada para mantener la integridad del territorio.
En este sentido, el trabajo de Acemoglu, Robinson y Santos (2013) es desa-
fiante, por cuanto sugiere la existencia de un modelo de Estado que no nece-
sita el monopolio de la fuerza en el territorio, como se ha idealizado al Estado
(como tipo ideal weberiano). Así, la capacidad del Estado de obtener alimentos
fuera de sus fronteras nacionales puede ser la clave para entender la transi-
ción de un modelo analítico de Estado fundamentado en el monopolio de la
fuerza en el territorio hacia un modelo soportado en la urbanización como fun-
damento de la legitimidad política, que a su vez otorga la gobernabilidad de
territorios apartados de los centros urbanos a agentes privados (Rico Méndez,
2016). De modo que los aportes del trabajo de Acemoglu et al. (2013) son clave
para entender cómo la paridad entre las preferencias de política pública de las
élites rurales en el ejecutivo y el legislativo, y su soporte armado ilegal fueron
determinantes para promover y legitimar el modelo agroindustrial exportador.
Asimismo, cómo esta se convirtió en una estrategia central de desarrollo eco-
nómico, con lo que se lograron acuerdos tácitos entre élites urbanas y rurales
sobre cómo gobernar el campo.

Transformación social
En términos sociales, uno de los síntomas más relevantes de la transformación
de la ruralidad en Colombia es el concepto y función del campesino. En círcu-
los académicos especializados en estudiar la ruralidad colombiana, siempre se
habló de la necesidad de una reforma agraria (Machado, 2013; Vargas , 1987).
Para algunos, desde la perspectiva de los Gobiernos liberales, el objetivo de una
potencial reforma agraria era crear una clase media campesina con capacidad
productiva que tuviera la facultad de proveer a las ciudades de su sustento
alimenticio, mientras garantizaba desarrollo económico en el campo. Sin em-
bargo, los intentos de reforma agraria se convirtieron en un instrumento de
pacificación de fuerzas sociales, dado su rol como estrategia contrainsurgente y

46
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

no contaban con verdadera voluntad política para su aprobación e implemen-


tación (Albertus y Kaplan, 2013). Con este legado histórico, los acuerdos de paz
entre el Gobierno Santos y las FARC vuelven a tocar puntos importantes como
la necesidad de políticas de desarrollo rural, las cuales nunca se llevaron a cabo
bajo intentos de reforma anteriores.
Aunado a las renovadas intenciones, los cambios en la ruralidad aumentan
los retos del desarrollo rural integral. Por un lado, el conflicto transformó las
dinámicas sociales del campesinado, dados los procesos de saqueo de tierras y
desplazamiento forzado, especialmente aquellas provocadas por el fenómeno
paramilitar a finales de los noventa y principios del 2000. Este proceso migra-
torio tuvo como consecuencia no solo el vacío de algunas zonas con importante
potencial agrícola, sino también el rechazo al campo como alternativa de vida
en términos productivos y sociales (Arias, Ibáñez y Querubin, 2014; Ibáñez y
Velásquez, 2009). En este punto, cabe lugar la pregunta: ¿quieren los campesi-
nos volver al campo? Este cuestionamiento tiene que ser objeto de investigación
profunda de otros trabajos, y en este punto es válido al pensar que para muchos
antiguos habitantes rurales las oportunidades de crecimiento económico, acce-
so a servicios públicos como salud y educación y, en términos generales, mejora
de la calidad de vida se encuentran en la ciudad (al menos ese es uno de los
imaginarios de la migración hacia zonas urbanas). Así, la planeación urbana se
concentra en la reducción de la pobreza en las grandes ciudades, mientras las
ciudades intermedias son objeto de planeación con expectativas de crecimiento
poblacional (Fuller y Romer, 2014; Romer, 2010).
Mientras tanto, desde las dinámicas actual de producción agrícola y la segu-
ridad alimentaria, los habitantes rurales de bajos ingresos se están convirtiendo
en parte de la agricultura industrializada en cuanto a la mano de obra, y aquellos
que carecen de alternativas (o tienen la opción de irse) terminan por migran a las
ciudades (Ramírez-Miranda, 2014). En este sentido, la producción de alimentos a
gran escala es asumida por las inversiones privadas con el respaldo del Gobierno.
Sin embargo, este último ya no es políticamente responsable de dichas áreas, sino
que los socios privados proporcionan la función rectora del Estado, respaldado por
élites rurales tradicionales que permanecen en el poder y que ya no se encuentran
en las áreas rurales sino en las grandes áreas urbanas (Rico Méndez, 2017, Progra-
ma de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2011). En este sentido, los campesinos
ya no son el centro de las políticas de desarrollo agrícola, sino los empresarios res-
ponsables de la creación de riqueza privada en áreas remotas.

Transformación legal
Dados los mencionados cambios en la estructura económica, política y social de
la ruralidad en Colombia, estamos ante la introducción de un importante cam-
bio legal. El marco que proveen los acuerdos para la finalización del conflicto

47
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

entre el Gobierno de Santos y las FARC tienen grandes retos, tanto en lo legal
como en lo institucional. En lo legal, se han visto los obstáculos enfrentados por
el Gobierno para la aprobación de los acuerdos, primero por la consulta popu-
lar que resultó en un fallido plebiscito refrendatorio y luego en el legislativo y
la Corte Constitucional. En últimas, este trabajo sugiere que la transformación
legal iniciada con la Ley de Víctimas de 2011 tiene como finalidad mejorar la
seguridad jurídica para inversionistas en el sector agroindustrial, por lo que
medidas como el catastro rural buscan ajustar derechos de propiedad en zonas
rurales, mientras el marco de política que proveen las ZIDRES se constituye
en un elemento esencial para la expansión de la frontera agrícola hacia zonas
tradicionalmente abandonadas por el Estado. Así, los procesos de reforma legal
iniciados por el Gobierno Santos buscan aclarar la estructura de los derechos
de propiedad, a fin de promover inversiones de capital a gran escala en la agri-
cultura. Esto tiene implicaciones importantes para las poblaciones rurales que
tenían la alternativa de quedarse en el campo como parte de la fuerza de trabajo
o emigrar a las áreas urbanas.
En otro ámbito de la política pública agrícola, se observa que el contexto
del comercio internacional de bienes agrícolas orientado por el principio de
ventajas comparativas hace de Colombia un lugar ideal para la expansión de
la siembra de cultivos como la palma de aceite, Así, la demanda doméstica
e internacional, las condiciones ecológicas en algunas regiones de Colombia
(con zonas geográficas ubicadas en selva tropical cálida, donde la palma de
aceite crece con éxito), la fuerte influencia de la organización de los produc-
tores (Fedepalma) y las condiciones sistémicas del poder político a finales de
1990 y 2000 crearon el contexto adecuado para la expansión del cultivo de
palma. Esto resultó en un fuerte apoyo gubernamental para este sector. Con
la llegada de Álvaro Uribe a la presidencia, las políticas agrícolas brindaron
apoyo a proyectos agrícolas a gran escala, como la palma de aceite a través de
subsidios, crédito barato para grandes agricultores, alivio de la carga tributa-
ria y promoción pública para la expansión de este cultivo. La idea de la pro-
ductividad del agronegocio de la palma se extendió debido a su potencial de
crecimiento económico, lo que a su vez aceleró el proceso de acaparamiento de
tierras sustentado en políticas de desarrollo rural. Acemoglu et al. (2013) sugie-
ren que las fuerzas paramilitares y los políticos compartieron un conjunto de
preferencias de política que era una forma de incentivo institucional para que
ambos agentes colaboraran para expandir el agronegocio de la palma aceitera.
En ese sentido, se observan incentivos provenientes de entidades del sector
rural como Finagro, el Ministerio de Agricultura, y del sector económico como
Procolombia, con políticas para la atracción de inversión extranjera en el sector
agroindustrial (Procolombia, 2016).

48
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

Transformación del territorio


El salto hacia la internacionalización de la economía cambió la interacción entre
los poderes locales y el nacional. Dada su limitada capacidad de transforma-
ción industrial, Colombia se adaptó al mercado global a través de sus ventajas
comparativas, gracias a su potencial de producción agrícola y explotación de
recursos naturales (Kalmanovitz y López, 2006). En este sentido, las políticas
nacionales se adaptan para respaldar con fuerza a sectores agrícolas emergen-
tes que pasan a ser claves para potenciar las ventajas comparativas del país.
No obstante, uno de los efectos de la expansión del modelo agroexportador
ha sido el acaparamiento de tierras a través de mecanismos legales e ilegales
(Grajales, 2013). La literatura en la materia es incipiente, pero a partir de tra-
bajos empíricos se ha encontrado que a nivel global existe una tendencia hacia
el “acaparamiento de tierras” para el desarrollo de proyectos agroindustriales,
especialmente por parte de inversores extranjeros, lo que para algunos indica
la extranjerización del territorio estatal (López Montaño, 2012; Von Braun y
Meinzen-Dick, 2009). Este modelo se ha expandido con mayor fuerza desde el
aumento de los precios de los alimentos en 2008 e indica que hay externalida-
des negativas ligadas a su implementación, en términos poblacionales y terri-
toriales (Clements y Fernandes, 2012; De Schutter, 2011). Este trabajo sugiere
que la expansión de la agroindustria y el acaparamiento de tierras están trans-
formando la compresión sobre la legitimidad estatal y la gobernabilidad rural.

Desde este modelo, las transformaciones en el territorio son potencialmente re-


sultado de este cambio en la ruralidad. En efecto, se habla de transformaciones
importantes en la coberturas vegetales en los nuevos territorios, hecho que aún
sigue siendo tema de críticas en el caso del Cerrado brasilero (Batlle-Bayer et al.,
2010; Brannstrom et al., 2008). Los posibles impactos ambientales del modelo
agroindustrial intensivo son analizados precariamente en la planeación de la
expansión de la frontera agrícola. Sin embargo, trabajos de entidades no gu-
bernamentales e intergubernamentales sugieren la necesidad de pensar en los
impactos de este modelo sobre el suelo y sus habitantes, sobre todo en un con-
texto de cambio climático (Mingorance, Minelli y Le Du, 2004; Reydon, Ramos
Herrera, 1996; van Dorp, Kuijpers, Salinas y Álvarez, 2015).

Conclusiones: las expresiones del cambio y sus retos


en el posacuerdo
Este trabajo analiza las transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia
en el marco del posacuerdo. La relevancia de este análisis radica en los retos de
implementación que enfrenta (y seguirá enfrentando) el punto uno del acuerdo
“Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral”. Como se mencionó
a lo largo de este trabajo, la ruralidad en Colombia ha cambiado radicalmente,

49
Transformaciones críticas de la ruralidad en Colombia y los desafíos institucionales
para la construcción de un modelo económico incluyente

lo que ha afectado a los habitantes rurales y sus formas de subsistencia, los


modos de tenencia de la tierra y las formas de producción agropecuaria. Estos
elementos son un reto adicional para la implementación, sumado a aquellos re-
lacionados con los legados de inequidad, acumulación y violencia en el campo
colombiano.
Dado el impulso externo para expandir la agricultura a gran escala para
mejorar y mantener la seguridad alimentaria a nivel mundial y la necesidad
interna de consolidar las áreas rurales, una nueva forma de gobernanza rural
se ha expandido a través del desarrollo de alianzas público-privadas para la
expansión agrícola. Este opera como un mecanismo de legitimidad externa y
una nueva estrategia de gobierno para las áreas rurales. En lugar del modelo
concéntrico para la consolidación estatal, la ciudad global ha surgido como la
nueva norma para garantizar la consolidación del Estado, mientras las zonas
rurales son objeto de un nuevo modelo de gobernabilidad compartida. A me-
dida que las áreas urbanas se han expandido, su relevancia para el Gobierno
ha aumentado. Mientras tanto, las áreas rurales tradicionalmente abandonadas
se están convirtiendo en el centro de atención, en el contexto de incremento
acelerado de acaparamiento de tierras, y esto ha promovido la extranjerización
de las tierras estatales.
Este trabajo menciona cinco áreas temáticas en las que se pueden apreciar
los cambios estructurales de la ruralidad en Colombia. 1) económico: descenso
en la demanda laboral en zonas rurales por cambio tecnológico, desterritoriali-
zación de la producción de alimentos y agricultura destinada a la exportación;
2) político: conflicto permanente de baja intensidad, aceptación de actores pri-
vados a cargo de funciones de gobierno; 3) social: agricultura sin campesinos,
cambio de patrones demográficos —migración a grandes zonas urbanas o a
ciudades intermedias planeadas; 4) legal: ley de víctimas con aras de ajustar
derechos de propiedad en zonas rurales (catastro rural), incentivos a la inver-
sión extranjera directa en agricultura e incentivos a sectores competitivos en
términos comparativos, y 5) territorial: ajuste al modelo de tenencia de la tierra,
acaparamiento de tierras.
Cada uno de estos ámbitos sugiere retos particulares, pero en términos ge-
nerales los mayores retos se pueden resumir como sigue.
• En lo económico, el reto será la integración del modelo de agricultura mo-
derna con la agricultura tradicional y el ajuste de la estructura del empleo.
La pregunta será cómo acoger los cambios cuya naturaleza es disruptiva y
adaptarse para mantener la soberanía alimentaria, mientras se implemen-
tan políticas de desarrollo económico rural incluyente.
• En lo político, se mantiene el reto de un conflicto de baja intensidad, aun-
que constante. La apuesta por la cesión de funciones de gobierno a agentes

50
Gina Paola Rico Méndez • Leslie Hossfeld

privados puede resultar benéfica en términos de beneficios privados, pero


puede tener consecuencias sobre el bien público en zonas rurales, sobre
todo en un escenario de posacuerdo.
• En lo social, la pregunta queda abierta, ¿quieren los campesinos volver al
campo? Las condiciones sociales y económicas para las poblaciones rura-
les siguen siendo difíciles. La pobreza entre las poblaciones rurales aún es
considerablemente más alta que en las áreas urbanas, lo que desincentiva
al campesinado como actividad social y económica (Machado y Botello,
2014). En cambio, observamos cómo los agronegocios son el nuevo actor
responsable de la producción de alimentos, un sistema que ha llevado al
desapego del agricultor de la tierra.

Finalmente, el país se encuentra ante un cambio legal que busca instituciona-


lizarse, pero que tiene dos problemas de fondo: el acuerdo tiene carácter gu-
bernamental y no ha obtenido el respaldo político y social deseado, y en lo que
respecta al desarrollo territorial rural parece primar el interés privado cubierto
por supuestos intereses de desarrollo económico y seguridad alimentaria. En
últimas, estos retos requerirán la continuación del debate serio y sustentado de
posibles acciones para el desarrollo rural integral en el territorio colombiano.

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56
Las víctimas ante el reto de la paz:
de las negociaciones al
cumplimiento de los acuerdos
Néstor Calbet Domingo*

Introducción
En octubre de 2012, a través de una conferencia internacional en Oslo, se hizo
pública la instauración de una mesa de conversaciones de paz entre el Gobierno
de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que
pondría fin al conflicto armado colombiano. Esta fase se iniciaba con la adop-
ción del Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una
paz estable y duradera (en adelante acuerdo general), que contenía una agenda
de seis puntos por discutir, entre ellos los derechos de las víctimas del conflicto
armado. En noviembre de 2016 se firmó el acuerdo final después de más de cua-
tro años de diálogos y de haber perdido un plebiscito sobre un primer acuerdo
firmado en agosto de 2016.
El proceso de negociaciones de paz de Colombia fue uno de los procesos
que ha contado con mayor participación ciudadana en la elaboración de unos
acuerdos de paz. Una participación que desde un inicio se reivindicó como un
requisito fundamental para el proceso de paz, y así quedó definido en el propio
acuerdo general. Para ello se habilitaron diversos mecanismos participativos

*
Doctorando en Derechos Humanos de la Universidad de Deusto, España. Investigador del
Institut de Drets Humans de Catalunya y especialista en procesos de paz y resolución de
conflictos.

57
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

que dieran respuesta a la enorme heterogeneidad del país y al impacto diferen-


cial que ha tenido el conflicto armado en territorios y población.
A pesar de que la participación se desarrolló a partir de un modelo consultivo,
la articulación de diversos mecanismos participativos propició la inclusión de las
aportaciones de la sociedad civil en los acuerdos de paz. Esto sirvió para la confi-
guración de unos acuerdos calificados como de los más avanzados en cuanto a la
atención a víctimas y al enfoque diferencial, de género y territorial (Fisas, 2016).
En todo proceso de paz existen grandes recelos al hecho de abrir la fase de
negociaciones a la ciudadanía. Se argumenta que las negociaciones sirven para
hacer las paces entre los actores combatientes, mientras que el momento para
la sociedad civil y de las víctimas es la implementación, cuando se proceda a la
reconciliación y al desarrollo de los programas de construcción de paz y rehabi-
litación posbélica; argumento que será discutido en el presente trabajo.
En este capítulo se expondrá la metodología participativa de los diálogos de
paz de Colombia, se analizará qué alcance tuvo la participación y qué inciden-
cia tuvieron las aportaciones realizadas, con especial atención en las propuestas
relacionadas con el punto de víctimas en los acuerdos de paz. Esto permitirá
plantear los principales retos de implementación de los acuerdos para la garan-
tía de los derechos y el resarcimiento de las víctimas.

Metodología de las negociaciones de paz en La Habana


La configuración metodológica de las negociaciones de paz condiciona la aper-
tura de espacios para la participación ciudadana. En el proceso colombiano,
esta fue establecida teniendo en cuenta las experiencias y los errores de inten-
tos pasados, así como de procesos de paz de otros países. A continuación, se
analizarán los aspectos que influyen en mayor grado a la posibilidad de parti-
cipación, que son: el lugar, la transparencia, el contexto, la delimitación de los
puntos de la agenda y, evidentemente, la previsión de mecanismos participa-
tivos, donde se ahondará en el siguiente apartado. Por supuesto existen otros
factores que contribuyen al éxito de un proceso de negociaciones de paz, pero
que, por ser menos relevantes en cuanto a condicionar el alcance de la partici-
pación, no se valorarán en este trabajo.
En cuanto al lugar para la instalación de la mesa de conversaciones, se de-
cidió que fuera en La Habana, Cuba, para de este modo disminuir la presión
en las delegaciones y proceder en un clima de tranquilidad y de trabajo con las
mínimas injerencias. Este proceder tiene sus aspectos positivos, como el ais-
lamiento y la creación de un ambiente de trabajo y serenidad. Pero también
conllevó la percepción de alejamiento del proceso a la población colombiana,
no solo en cuanto a accesibilidad física, lo que complicó el desplazamiento al
entorno de los diálogos, sino también en el imaginario colectivo como proceso

58
Néstor Calbet Domingo

de paz alejado de la realidad del país y la población, dónde, además, continua-


ban las acciones armadas. Ante estos retos se tomaron medidas para facilitar
la participación, ayudando a la movilidad de miembros de la sociedad civil a
La Habana en distintos momentos, a través especialmente de la Oficina de las
Naciones Unidas en Colombia.
En cuanto a la transparencia, las negociaciones procedieron en confidencia-
lidad, y determinaron que se publicarían comunicados conjuntos de la mesa
solamente sobre informaciones relevantes del avance de los diálogos, pero las
discusiones no serían públicas. Esto en un principio contribuyó a disminuir las
presiones a las delegaciones, pero tuvo algunas repercusiones negativas. Por
un lado, facilitó la aparición de especulaciones sobre lo que se discutía en la
mesa, y la sociedad civil insistió en conocer lo que se estaba acordando en La
Habana; razón por la cual se decidió publicar en septiembre de 2014 los borra-
dores de los acuerdos alcanzados hasta entonces. Igualmente, la participación
se tuvo que desarrollar sin el conocimiento de las cuestiones concretas sobre
las que procedían las discusiones, aunque esto no se contradijo con la buscada
participación de la ciudadanía en las conversaciones, especialmente aportando
conceptos y reivindicaciones desde los territorios, que fueron de gran calado y
que aportaron insumos muy relevantes para el acuerdo final.
Los diálogos se desarrollaron sin un alto el fuego bilateral. Esta decisión la tomó
el Gobierno con la argumentación de seguir enfrentando militarmente a la guerri-
lla, y se procedió con la fórmula de dialogar de manera autónoma a lo que pasara
en Colombia, es decir, de dialogar como si no hubiera guerra, y hacer la guerra
como si no hubiera diálogos (Fisas, 2016). Las demandas por parte de la ciudadanía
de que se pactara un alto al fuego bilateral se acentuaron especialmente en los úl-
timos meses de negociaciones. El Gobierno se mantuvo firme en la decisión de no
acceder a un alto el fuego, aunque accedió a principios de 2015 a adoptar medidas
para la desescalada del conflicto, que se fueron concretando especialmente en la
etapa final de las negociaciones. Por su parte, las FARC declararon hasta tres altos
el fuego unilaterales temporales y dos de indefinidos, hasta que en agosto de 2016
se firmó el cese al fuego definitivo. La falta de seguridad afectó en gran medida a
las posibilidades de participación, pues sin seguridad resultaba más difícil que la
ciudadanía se expusiera de forma abierta a contribuir con aportaciones a la mesa.
En el proceso colombiano las partes fueron muy respetuosas con la participación, y
no se puso en riesgo la integridad de los participantes, pero sí hubo victimizaciones
y amenazas por parte especialmente de los grupos herederos del paramilitarismo
a víctimas, activistas y defensores de derechos humanos que participaron en el
proceso de negociaciones (El Espectador, 2014).
Para poder definir la agenda de negociaciones, se estableció desde un prin-
cipio la voluntad de llevar a cabo un proceso de paz, con el objetivo último de
la finalización del conflicto y el bienestar social, sin cambios estructurales en
cuanto al sistema estatal ni del modelo económico; se previó también abordar

59
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

aspectos de fondo del conflicto para ponerle fin, como la cuestión agraria o la
participación política (Gómez Isa y Zambrano, 2013), cuestiones que no supon-
drían unas reformas de carácter estructural, pero sí sustanciales para la confi-
guración de país. De ese modo, la agenda incluyó un punto específico sobre
los derechos de las víctimas y tres puntos sustantivos sobre desarrollo agrario,
participación política y drogas ilícitas. Los dos primeros puntos sustantivos son
relativos al origen del conflicto, mientras que el tercero, siendo consecuencia de
este, se ha convertido en uno de los sustentos de la guerrilla, que transciende
a nivel social e internacional (Pizarro Leongómez y Moncayo Cruz, 2015; Sán-
chez, 2013). Los dos puntos restantes se relacionan con las cuestiones técnicas
de la finalización de la violencia y la desmovilización de las FARC, y el sistema
de verificación e implementación del acuerdo de paz. Es decir, que, si bien el
proceso se desarrolló con el fin último de la finalización de la violencia armada,
se incluyeron aspectos de más alcance, que establecían las bases para el inicio
de la construcción de la paz, y que requerían la participación ciudadana.

Tabla 1. Metodología de los diálogos de paz de Colombia

Metodología de los diálogos de paz de Colombia

Agenda Participación

1) Desarrollo agrario. 2) Participación política. Consultiva.


3) Fin del conflicto. 4) Drogas ilícitas.
5) Víctimas. 6) Implementación. Varios mecanismos habilitados.

Roles

Delegaciones Garantes Acompañantes

• Cuba • Chile
Gobierno de Colombia FARC
• Noruega • Venezuela

Tiempos Lugar

Negociación por ciclos de trabajo. Intento de


La Habana, Cuba.
calendarización finalmente fallido.

Contexto
Sin alto el fuego
Medidas de desescalada del conflicto armado.
En confidencialidad
Las FARC declararon cinco alto el fuego
unilaterales.
Nada está acordado hasta que todo esté acordado.
La mesa es autónoma a lo que pase en Colombia

Fuente: elaboración propia.

60
Néstor Calbet Domingo

En definitiva, la configuración metodológica, así como la agenda prevista, respon-


dió a los retos del proceso de paz y a los compromisos de las partes de que el pro-
ceso condujera a un acuerdo de paz. La agenda permitía abordar causas profundas
del conflicto para su transformación, así como las consecuencias de la violencia, lo
que suponía asentar los cimientos de una construcción de la paz transformadora,
más allá de la desmovilización de combatientes. Igualmente, la forma de proceder
de los diálogos facilitó la participación ciudadana, que fue abriéndose espacios
para su incidencia en la mesa a medida que avanzaban las negociaciones.

La participación en las negociaciones de paz


Funciones de la participación en negociaciones de paz
La fase de las negociaciones es determinante en un proceso de paz, puesto que
en ella se establecen los compromisos para la finalización de la violencia y el di-
seño de mecanismos para la construcción de la paz. Ello supone definir la con-
figuración de un país sin violencia, estableciendo las bases para la democracia,
el desarrollo, un Estado de derecho y realizar reformas en el sector de la seguri-
dad (Miall, Ramsbotham y Woodhouse, 2006). El objetivo principal de un pro-
ceso de paz es la finalización de la violencia; pero desde una perspectiva ideal,
debería orientarse a abordar también las condiciones que permitan transformar
las causas de fondo y de perpetuación del conflicto, para poder proceder a la
construcción de una paz justa y duradera. Se trata de un proceso de transición
en el que se abordan aspectos sustanciales para el futuro político del país. Las
negociaciones establecerán la estructura política del país en posconflicto (Beja-
rano, 1999), por lo que, para consolidar el proceso sobre bases sólidas, legítimas
y democráticas, es imprescindible contar con la implicación ciudadana, no solo
en las fases de implementación de unos acuerdos, sino también desde su fase
de diseño, es decir, en las propias negociaciones.
Además, es posible afirmar que, si bien el conflicto armado se desarrolla en-
tre dos o más grupos armados enfrentados, la población no deja de ser un actor
en el mismo conflicto, no necesariamente como parte implicada en un bando
combatiente, sino especialmente como afectada y como víctima. Unos acuerdos
de paz trascienden las cuestiones militares del conflicto, establecerán unas nue-
vas reglas y relaciones políticas y de poder que implican necesariamente a toda
la población (Bejarano, 1999).
Existe cierto consenso en la relevancia de la participación de la sociedad
civil en los procesos de paz, aunque en la práctica la participación ciudadana
se ha focalizado en las fases de posacuerdos, es decir, en la implementación, la
reconciliación y la rehabilitación posbélica (Paffenholz, 2009). Así, la participa-
ción ciudadana es percibida como positiva en el desarrollo de los procesos de
paz, aunque todavía existen múltiples discrepancias acerca de incluir, y de qué

61
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

forma, a la sociedad civil en la fase de negociaciones (Nilsson, 2012; Wains-St.


John y Kew, 2008), siendo muy escasos los casos que han contado con una par-
ticipación determinante en la fase de diálogos.
La participación ciudadana en unas negociaciones de paz favorece no solo
que salgan ganando las partes combatientes, que son las que negocian en la mesa,
sino además toda la población, al incluirse sus demandas y propuestas para la
construcción de la paz. Así, supone añadir otras visiones que pretenden conse-
guir el beneficio más amplio posible con la finalización de la violencia, más allá
de los intereses de los combatientes. La pluralidad es un beneficio para la paz,
por cuanto se configura teniendo en cuenta las particularidades y los principales
problemas de los territorios, poniendo el foco de atención de la construcción de
la paz también en la ciudadanía. En el mismo sentido, las víctimas de un conflicto
armado deberían contar con una participación preferente en unas negociaciones,
por ser ellas las que han sufrido el conflicto sin necesariamente ser parte com-
batiente; de esta manera contribuyen a que se garanticen sus derechos en unos
eventuales acuerdos de paz (Acevedo Arango, 2017; Rebollo e Izagirre, 2016).
La participación en unas negociaciones resulta positiva, además de aportar
perspectivas y expectativas de la agenda ciudadana para la paz en las propias
negociaciones, también mantiene funciones de supervisión de las discusiones,
lo que contribuye a democratizar y legitimar el proceso de paz. De ese modo
se propicia el apoyo a los acuerdos por parte de la ciudadanía en tanto que se
vean partícipes de su elaboración. Esta identificación con los acuerdos incre-
menta a su vez la implicación en la implementación, y esto hace más complica-
do para las partes romper sus compromisos adquiridos. Todo ello vuelve más
sostenible el proceso, fundamentándolo en la población y propiciando que la
paz pueda ser más duradera (Nilsson, 2012).
En síntesis, al contar con la ciudadanía en las negociaciones de paz, que
en definitiva es la etapa de configuración del proceso posbélico, se aumenta
la pluralidad y la representatividad; a mayor pluralidad mayor legitimidad
del proceso, y una mayor representatividad supondría la sostenibilidad de los
acuerdos en la población. Todo eso repercute en última instancia en una ma-
yor durabilidad de los acuerdos, lo cual facilita su implementación. Además
los estudios al respecto demuestran que la participación ciudadana en ningún
caso ha supuesto una desestabilización de los procesos de paz (Nilsson, 2012;
Wains-St.John y Kew, 2008).

La participación de la Sociedad Civil en las Negociaciones


en La Habana
La participación de la sociedad civil en las negociaciones de paz en el punto de
víctimas fue de gran envergadura y contó con amplios sectores sociales, espe-

62
Néstor Calbet Domingo

cialmente afectados por el conflicto armado. Eso fue posible gracias a que desde
un inicio el proceso de paz colombiano concibió la participación ciudadana
como uno de los pilares de las negociaciones. Se habilitaron diversos mecanis-
mos de participación y recepción de propuestas, a través de los cuales se pre-
tendió escuchar las distintas voces ciudadanas, y así se respondió a la enorme
heterogeneidad del país y al impacto diferencial que tuvo el conflicto armado
en territorios y comunidades (Acevedo Arango, 2017; Informe Preliminar Foro
Nacional de Víctimas, 2014).
El acuerdo general para la terminación del conflicto establecía los mecanis-
mos habilitados para la participación ciudadana en la mesa de conversaciones.
Esta participación se previó con: 1) la recepción de propuestas enviadas a la
mesa por parte de ciudadanos y organizaciones; 2) consultas a expertos sobre
los temas de la Agenda, y 3) espacios de participación sobre los puntos de la
agenda y la construcción de la paz.
Colombia ha sido un país donde la violencia armada ha afectado de mane-
ra significativa a la población civil; pero, a la vez, la población se ha agrupa-
do en organizaciones que han llevado a cabo iniciativas imaginativas para la
construcción de la paz en medio del conflicto (García-Durán, 2006; Lederach,
2007). El hecho de que las organizaciones ya llevaran tiempo trabajando para
la paz les permitió mantener un mayor peso en la mesa, realizar aportaciones
sustantivas de alto valor para la construcción de la paz y disponer de fuerza y
legitimidad en las demandas.
Las organizaciones de la sociedad civil entendieron que su participación
en las negociaciones de paz era fundamental y buscaron aprovechar los me-
canismos participativos y la apertura de nuevos espacios que les permitieran
incidir en las conversaciones. A pesar de las reticencias iniciales las delegacio-
nes, fueron capaces de percibir la utilidad e interés de estas aportaciones, que
enriquecían sus propias visiones y perspectivas de paz, por lo que accedieron a
abrir nuevos espacios participativos, y llegaron a solicitar la presencia de orga-
nizaciones en la mesa de conversaciones.
Una de las primeras medidas que se habilitó para la participación ciuda-
dana fue el envío de propuestas por medios físicos y electrónicos, y se creó
una página web especialmente para ello, a través de la cual se recibieron más
de diez mil propuestas. Esta herramienta facilitaba un canal de acceso para
realizar propuestas desde los territorios y organizaciones, pero no implicaba
un proceso de deliberación previa para la elaboración de las propuestas. El
envío de propuestas era abierto a todo aquel ciudadano colombiano, pero tan
importante como una propuesta es su elaboración. En caso de realizarse con un
proceso de deliberación, las propuestas toman mayor relevancia al ser fruto de
una reflexión, y así adquieren mayor riqueza y legitimidad.

63
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

También se organizaron foros ciudadanos para debatir en torno a los puntos


de la agenda. Los foros supusieron una herramienta que facilitaba espacios de
debate, y funcionaron a la vez como altavoz de las comunidades más directa-
mente afectadas por la violencia. En torno al tema de víctimas, se organizaron
tres foros regionales, en Villavicencio, Barrancabermeja y Barranquilla, y un
foro nacional en Cali, en los que participaron en total más de tres mil víctimas
del conflicto armado de todo tipo de hechos victimizantes y de victimarios.
Desde la mesa también se solicitó la asistencia de expertos en los distintos
temas de la agenda, así se facilitó una visión más amplia y especializada, y se
dio respuesta a las coyunturas complejas que pudieran surgir, y considerar las
experiencias de otros procesos de paz que pudieran servir de ejemplo para el
proceso colombiano. Una de las novedades procedimentales que ha tomado
mayor relevancia por su innovación y su significado fue la asistencia a la mesa
de cinco delegaciones de víctimas del conflicto armado, con doce víctimas por
delegación. Las delegaciones fueron constituidas por parte de las Naciones
Unidas y la Universidad Nacional de Colombia, y se acogieron un gran univer-
so de víctimas de diferentes actores, hechos victimizantes y departamentos del
país, con el objetivo de que fueran representativas de la pluralidad de las vícti-
mas del conflicto armado. Las víctimas que asistieron a La Habana presentaron
sus victimizaciones y aportaron propuestas para la construcción de la paz y sus
expectativas para la satisfacción de los derechos de las víctimas.
Es de destacar que en un inicio las mujeres no fueron incluidas en las dele-
gaciones de las partes, y mucho menos como un sector específico de la pobla-
ción necesitada de un enfoque diferencial en los acuerdos (Cumbre Nacional
de Mujeres y Paz, 2013). Ante esta carencia, las organizaciones de mujeres se
formaron tejiendo redes para su incidencia en la mesa, y en 2013 coordinaron
la Cumbre de Mujeres y Paz, la cual sirvió para poner sobre la agenda del pro-
ceso la necesidad de atender a las demandas de las mujeres; reclamaron que se
incluyera a mujeres en los espacios de discusión de la mesa y que los acuerdos
mantuvieran un enfoque de género explícito. De ese modo, se pretendía que los
acuerdos contemplaran la afectación diferencial del conflicto armado y respon-
dieran a las necesidades específicas de las mujeres en la construcción de la paz.
A pesar de que la inclusión de plenipotenciarias siguió siendo mínima, un paso
importante fue la creación de una subcomisión de género que debía garantizar
un enfoque de género en todos los acuerdos a los que se llegaran en la mesa.
Igualmente, las mujeres participaron en los distintos mecanismos participati-
vos de la mesa, así, por ejemplo, las delegaciones de víctimas que fueron a La
Habana contaron con un 60 % de representación femenina, y los foros temáti-
cos, con un 41 % de mujeres.
Finalmente, en agosto de 2016 se firmó el acuerdo de paz entre el Gobierno
y las FARC, que en octubre se sometió a plebiscito. Este plebiscito se perdió con

64
Néstor Calbet Domingo

un 50,02 % de votos negativos y una abstención del 62 %. A partir de entonces se


procedió a una renegociación con las aportaciones de los sectores del “NO” a los
acuerdos, y se firmó un nuevo acuerdo de paz el 24 de noviembre del mismo año.
El nuevo acuerdo mantuvo el espíritu del primero, y si bien se añadieron algunas
modificaciones, no cambiaron de forma sustancial los acuerdos de agosto.
La variedad de mecanismos participativos en Colombia incidió en los diá-
logos de paz, a la vez que propiciaron el fortalecimiento del proceso, un incre-
mento del apoyo ciudadano y su legitimización. Con la implicación ciudadana
en las negociaciones se ejerció la defensa de los intereses ciudadanos ante la
mesa de conversaciones. Las organizaciones contribuyeron a la socialización
del proceso y a realizar pedagogía, llegando a los territorios y ejerciendo como
puente entre las comunidades y la mesa. Muestra de ello es que las comunida-
des que tuvieron un papel en los diálogos siguen vinculadas y colaborando con
el proceso de implementación.
Los mecanismos participativos no estuvieron preestablecidos de entrada,
sino que se fueron creando espacios y formas participativas en la medida que
progresaban las negociaciones. Al inicio del proceso, el Gobierno fue reticen-
te a la apertura de espacios participativos directos en la mesa, pero a medida
que avanzaban las negociaciones y se veían avances en los diálogos, se fueron
abriendo cada vez más espacios que facilitaban la participación en la propia
mesa, y encuentros de organizaciones sociales con las propias delegaciones.
Así, aun siguiendo un modelo consultivo en cuanto a negociaciones de paz
(González, Herbolzheimer y Montaña, 2010; Paffenholz, 2014), hubo una des-
tacada innovación en cuanto a los mecanismos para la participación ciudadana
que suponen además un importante precedente para otros procesos de paz. Es-
tas medidas han significado el establecimiento de un proceso inclusivo y plural,
y así se ha canalizado la participación a partir de fórmulas que no supusieron
la incorporación de la sociedad civil en las conversaciones de paz como terce-
ra parte negociante. De ese modo, los mecanismos habilitados motivaron una
considerable implicación ciudadana de forma transversal y de gran cantidad
de sectores sociales, lo cual enriqueció el debate sobre la construcción de la
paz, la garantía de derechos de las víctimas, y aportó visiones territoriales y
diferenciales (Crisis Group, 2015). El Acuerdo General para la terminación del
conflicto preveía en su quinto punto las conversaciones sobre los derechos de
las víctimas, y que por su significado y por el propio concepto del tema, fue de
especial relevancia en las discusiones de La Habana, y contaron con una enor-
me participación ciudadana.1

1 Como lo demuestra la asistencia de más de tres mil personas en los cuatro foros de víctimas, la gran
expectativa en el país por la visita de víctimas a La Habana y las más de diecisiete mil propuestas
enviadas, tanto por medios físicos como electrónicos (Comunicado Conjunto, 15 diciembre de 2015).

65
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

Las aportaciones de las víctimas en los acuerdos de paz


El quinto punto de la agenda, relacionado con víctimas, se podía enmarcar en
lo que se considera la justicia transicional. Los procesos de justicia transicional
se llevan a cabo en el marco de un conflicto armado para pasar de un contexto
de guerra a un contexto de paz, y responden a la necesidad de abordar las gra-
ves violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humani-
tario cometidas durante el conflicto.
El derecho internacional marca unos estándares que deberían ser aplicados
en los procesos de justicia transicional, y que se articulan a partir de cuatro
dimensiones: la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repeti-
ción. Estas dimensiones deben ser abordadas de forma relacional y no aisladas.
Igualmente, no debe darse un enfoque específicamente jurídico, puesto que
también supone un proceso social y político (Alija y Bonet, 2009).
Estos estándares emanados del derecho internacional no contienen nin-
guna fórmula específica sobre cómo desarrollar e implementar un proceso
de justicia transicional, sino que suponen unos mínimos requisitos, y dejan
así un margen para que esta pueda adaptarse a las características de cada
proceso. La justicia transicional supone un conjunto de mecanismos interde-
pendientes destinados a abordar el pasado para transformar el futuro, que se
desarrolla en un contexto más amplio que es un proceso de paz, y destinado
a conocer las violaciones de derechos humanos, ver las causas y las conse-
cuencias, y garantizar la satisfacción de los derechos de las víctimas de forma
individual y colectiva, a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición
(Alija y Bonet, 2009).
Las discusiones de La Habana en torno al tema de víctimas fueron de enorme
complejidad, ya que debía tratarse de qué forma se garantizarían los derechos
de las víctimas teniendo un enorme universo de ellas, y a la vez determinar el
alcance y tipo de justicia que se aplicarían a los combatientes, que en definitiva
estaban negociando el acuerdo. Por ello fue el punto que se tardó más tiempo
en discutir y que contó con una mayor repercusión en el país. Los acuerdos
alcanzados en torno al punto de víctimas se componen de un Sistema Integral
de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR), y de un acuerdo
sobre compromisos de las partes con la promoción, el respeto y la garantía
de los derechos humanos. El SIVJRNR se compone de cinco mecanismos y
medidas: una Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia
y la No Repetición; una Unidad para la Búsqueda de Personas dadas por
Desaparecidas en el contexto del conflicto; una Jurisdicción Especial para la
Paz (JEP); la adopción de medidas de reparación integral para la construcción
de la paz, y unas garantías de no repetición.

66
Néstor Calbet Domingo

El 7 de junio de 2014 la mesa publicó un comunicado conjunto en el que se


establecían diez principios por los que se regirían las conversaciones en torno al
punto de las víctimas. Estos principios serían utilizados por las organizaciones
para articular sus propuestas y aportaciones. Los principios fueron el reconoci-
miento de las víctimas y de responsabilidades, la satisfacción de derecho de las
víctimas, la participación, el esclarecimiento de la verdad, la reparación y la no
repetición con enfoque de derechos, las garantías de protección y seguridad, y
la reconciliación.
Tanto en los foros como en los espacios participativos, las víctimas expresa-
ron su parecer, aportaron propuestas y reclamaron ver cumplidos sus derechos,
que entendían a partir del reconocimiento como víctimas y de la responsabili-
dad por parte de los victimarios.2
La participación fue fundamental en el desarrollo del proceso, especialmen-
te en cuanto a las aportaciones que enriquecieron el debate y las ideas para
adelantar en los acuerdos. Por su parte, las propuestas fueron muy bien recibi-
das por las delegaciones en La Habana, que las sistematizaron y las discutieron
en la mesa, y en su mayoría respondieron de forma consciente y consecuente.
Ejemplo de ello fueron los reconocimientos de ambos como victimarios en el
conflicto armado, y los actos de perdón en algunos de los casos más signifi-
cativos como en la masacre de Bojayá de 2002. Estos fueron actos simbólicos
evidentemente limitados, pero significativos teniendo en cuenta que todavía se
estaban desarrollando las negociaciones de paz.

Verdad
La verdad en un proceso de paz se enfoca en el esclarecimiento de los hechos
relacionados con el conflicto armado. El esclarecimiento de la verdad debe ser-
vir para la construcción de un relato de los hechos —qué paso, cómo, quién
hizo qué—, pero también para dar una explicación de esos hechos, es decir, el
por qué sucedieron, qué consecuencias tuvieron y qué impacto humano y social
conllevaron (Hayner, 2014). La labor del esclarecimiento de la verdad debe ir
acompañada de la satisfacción de las necesidades de las víctimas, y también
tiene que servir para contrarrestar la impunidad, y de esta manera promover el
reconocimiento de responsabilidades. La verdad, pues, es un pilar fundamen-
tal para la memoria, que propicia la garantía de no repetición, la no impunidad
y establece las bases para una paz justa y duradera (Rebollo e Izagirre, 2016).

2 En la página web del PNUD Colombia se puede consultar la sistematización de propuestas de


los foros sobre víctimas, así como los comunicados de las delegaciones de víctimas que fueron a
La Habana (véase: www.co.pnud.org). Para el análisis llevado a cabo en el presente capítulo, se
tendrán en cuenta las sistematizaciones de estos espacios participativos, así como documentos
publicados por las organizaciones de víctimas y entrevistas personales a víctimas y organiza-
ciones de víctimas.

67
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

Desde las víctimas se concibió la verdad como forma de recuperar su dig-


nidad. En los distintos espacios de participación reivindicaron la verdad como
un ejercicio de memoria fundamental para la no repetición, pero también para
la dignificación de las víctimas del conflicto armado (Acevedo Arango, 2017).
La verdad debería enfocarse en la reconstrucción de un relato que aportara las
bases para la reconciliación, y es que entienden que puede existir perdón, pero
no olvido. Se pidió el esclarecimiento y reconocimiento de responsabilidades
por parte de los victimarios, y así se identificaron los autores materiales e inma-
teriales —autores intelectuales, financiadores, etc.—, y una divulgación masiva
de la verdad, con programas de difusión y educación, así como con actos públi-
cos y museos de la memoria. Todo ello, reivindicando a su vez que la verdad en
ningún caso debería ser substitutivo de la justicia o implicar amnistías (Progra-
ma de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2014).
Todo proceso de justicia transicional debería contar como principio con el
esclarecimiento de la verdad, pero siempre en conexión con las posibilidades
de hacer justicia, pues la verdad con impunidad no conduce a la reconciliación
y supone una limitación a las garantías de no repetición, del mismo modo que
hay que garantizar las reparaciones a las víctimas, para la satisfacción de sus
derechos. La memoria es una herramienta fundamental para la paz que, sumada
a la justicia, supone la mayor garantía para la no repetición (Rebollo e Izagirre,
2016). Lo anterior indica que en definitiva la verdad es un eslabón necesario y
fundamental para la reconciliación, pero no es el único.
A modo de garantizar el derecho a la verdad, el acuerdo final establece la
creación de una Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia
y la No Repetición (en adelante Comisión de la Verdad, o la Comisión), y una
Unidad para la Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas en el contexto
del conflicto (UBPD).

La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad


Prevista en el acuerdo final, y aprobada por el decreto 588 del 5 de abril de 2017,
esta comisión se crea con el objetivo del esclarecimiento de las graves violacio-
nes de derechos humanos y del derecho internacional humanitario, así como el
reconocimiento de responsabilidades colectivas de quienes participaron direc-
ta e indirectamente en el conflicto armado, y la promoción de la convivencia
en los territorios. Incluye, además, una dimensión histórica del conflicto para
contribuir a su vez a la promoción de la reconciliación y la no repetición. La Co-
misión se constituirá de once comisionados que trabajarán durante un periodo
de tres años, y su ámbito temporal será el periodo del conflicto armado, más
eventos históricos que puedan tener relación con el conflicto. Su labor finalizará
con la elaboración de un informe final que deberá contener las investigaciones
realizadas, y las conclusiones y recomendaciones finales. A partir de entonces

68
Néstor Calbet Domingo

se creará un comité de seguimiento y monitoreo para la implementación de las


recomendaciones incluidas en el informe final.
Se dio especial relevancia al esclarecimiento de la verdad, por ello se dotó de
gran capacidad de actuación a la Comisión de la Verdad, además de priorizar
su labor para promover la convivencia y la reconciliación, y así facilitar la inte-
racción entre víctimas y victimarios, y abrir espacios para los reconocimientos
de responsabilidades. Tal como pidieron las víctimas, su mandato es extenso a
la hora de esclarecer los hechos ocurridos trascendiendo el ámbito temporal del
conflicto y los actores armados, lo cual permite esclarecer las responsabilidades
más allá de estos actores. Una de las dudas que surgen ante esta ingesta labor
es la capacidad que tendrá para el esclarecimiento de la verdad en un periodo
tan limitado para llevar a cabo su actividad, que está previsto en tan solo tres
años. Al respecto, Hayner (2014) argumenta que es necesario delimitar un pla-
zo temporal para la labor de las comisiones de la verdad, pues de lo contrario
podría ser cuestionable cualquier intento de cerrar un informe final. En el caso
colombiano, tres años pueden ser vistos como un plazo excesivamente limitado
teniendo en cuenta el impacto del conflicto armado.
Respecto a la participación para el esclarecimiento de la verdad, se define
como un criterio orientador de la Comisión. De ese modo, se garantizará la
participación de la sociedad y especialmente de las víctimas, para que puedan
aportar al esclarecimiento de los hechos, y como medida de reconocimiento a
las propias víctimas.
El hecho de aportar verdad supone el beneficio para la JEP, pero ante aque-
llos hechos que no supongan graves violaciones o delitos sistemáticos, los per-
petradores no tendrán incentivos para contar la verdad, pues no los necesitaran
al no ser juzgados. Ante estos casos será especialmente relevante la labor de la
Comisión de la Verdad y la UBPD para aclarar los acontecimientos y el reco-
nocimiento de responsabilidades. Igualmente, el hecho de suponer unas ins-
tancias extrajudiciales puede facilitar a priori que sí se cuente la verdad al no
implicar una responsabilidad penal.

69
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

Tabla 2. Configuración de la Comisión de la Verdad

Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición


Objetivos: Criterios orientadores:

• Esclarecer lo ocurrido. • Centralidad de las víctimas:

• Reconocimiento: -- Participación

-- De las victimas -- Satisfacción de derechos

-- Responsabilidades • Imparcialidad.
-- Rechazo • Independencia.
• Promover convivencia. • Transitorio.

• Participación.

Mandato: • Enfoque territorial.

• Esclarecer y promover el reconocimiento de: • Enfoque diferencial y de género.


-- Graves violaciones de derechos humanos • Coordinación con otras iniciativas.
y del IDH
• Comisión decide reglas y metodología.
-- Responsabilidades colectivas de todos los
actores • Seguridad para comisionados y para participantes.
• Impacto del conflicto a nivel: Funciones:
-- Humano y social
• Investigar, recopilar y análisis.
-- Ejercicio de la democracia
-- Participantes • Promover participación.

• Contexto histórico. • Organización de audiencias públicas temáticas,


territoriales, etc.
Configuración de la Comisión: • Reconocimiento de responsabilidad con ceremo-
nias públicas y culturales, para:
• Comité 9 miembros, 6 elegidos de común
acuerdo Gobierno y FARC + 3 elegidos por -- Pedir perdón
sociedad civil. -- Rendición de cuentas
• Comité elige comisionados. -- Contribuir a la reparación
-- Compromisos de no repetición.
• 11 comisionados (máximo 3 extranjeros).
• Orientar a víctimas.
• Presidente escogido por Gobierno y FARC.
• Creación grupo de género para enfoque de género.
Plazo:
• Elaborar informe final.
3 años
Ámbito temporal: Financiación:

Periodo del conflicto, y eventos históricos ante- Gobierno garantiza la financiación.


riores.
Compromisos para el esclarecimiento:

Las partes se comprometen a colaborar con la Comisión facilitando información requerida.

Mecanismo extrajudicial:

Sus actividades no podrán implicar la imputación penal.

Pos-Comisión:

Se creará un Comité de Seguimiento y Monitoreo a la Implementación de las Recomendaciones del Informe Final.

Fuente: elaboración propia.

70
Néstor Calbet Domingo

La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas


La labor de la Comisión de la Vedad será complementada por la UBPD, apro-
bada en el decreto 589 del 5 de abril de 2017, que se centrará específicamente
en los casos de desaparición forzada. La creación de la UBPD fue resultado de
las exigencias de las víctimas de desapariciones forzadas, un delito del que no
existe una cifra consensuada de víctimas directas (Sánchez, 2013), y del que la
Unidad de Víctimas reporta hasta 46.000 desaparecidos.3 Debido a la cantidad
de víctimas y a las características de ese tipo de hechos, la investigación supone
una labor de gran envergadura.
La UBPD analizará los casos de desaparición forzada por parte de las FARC,
de agentes del Estado o de cualquier otra organización que haya participado
en el conflicto. Para ello contará con la participación de las organizaciones de
víctimas y de derechos humanos, y se coordinará con la Comisión de la Ver-
dad e instituciones del Estado. A su vez, tanto el gobierno como las FARC se
comprometieron a proveer toda la información de la que dispongan para el
esclarecimiento de los hechos. Asimismo, los órganos que componen la JEP po-
drán requerir los informes técnico-forenses para los casos que allí se discutan.
Igualmente, los informes producidos por la UBPD, que contarán con detalles
sobre lo acaecido a las personas dadas por desaparecidas, serán entregados a
los familiares y remitidos a la Comisión de la Verdad.
Así, sus funciones son recopilar información, esclarecer los hechos y la bus-
car, identificar y entregar de manera digna los restos de personas dadas por
desaparecidas. Finalmente, también adquirirá las funciones de coordinación in-
terinstitucional para la orientación y la atención psicosocial a los familiares de
las personas dadas por desaparecidas, a modo de reparación integral y garantía
de sus derechos. Las familias de las víctimas, a quienes se debe la labor de la
UBPD, participarán en el proceso de búsqueda y esclarecimiento.
Estos mecanismos facilitan la aportación de verdad y la creación de una
memoria colectiva, que, si bien no busca ser definitiva, sí contribuye al escla-
recimiento de los hechos y permea el conocimiento colectivo sobre las con-
secuencias del conflicto armado para la población, con lo cual se contribuye
al “reconocimiento por parte de toda la sociedad de ese legado de violencia”
(acuerdo de paz).
Respecto a la participación, prevista como criterio orientador para la ver-
dad, varias organizaciones venían realizando un importante trabajo en este
sentido. Algunas organizaciones han llevado a cabo investigaciones para la
memoria y la búsqueda de la verdad. Es destacable la labor del Centro Nacio-

3 Puede consultarse en la base de datos del Registro Único de Víctimas http://rni.unidadvictimas.


gov.co/RUV

71
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

nal de Memoria Histórica o el trabajo de la Comisión de la Verdad y Memoria


de las Mujeres Colombianas, que elaboró un informe a partir de las experien-
cias de más de mil testimonios de mujeres de todo el país, y que recoge a su
vez las aportaciones, demandas y reivindicaciones (Ruta Pacífica de las Mu-
jeres, 2013). También puede ser relevante para la Comisión la base de datos
que elabora el Centro de Investigación y Educación popular (CINEP) sobre
violencia política.

Justicia
El segundo componente de la justicia transicional que contempla el SIVJRNR
es la impartición de la justicia que, en el marco de la finalización de un conflicto
armado, se compone de unos estándares fijados por el derecho internacional
que ofrecen un marco normativo general. Así, existe un margen de maniobra
para los Estados a la hora de configurar los modelos de justicia en los procesos
de paz. Este margen facilita la configuración de sistemas adaptables a cada si-
tuación, según las características de cada contexto y de cada proceso. Pero a la
vez se establecen unos límites que deben ser respetados, basados en los princi-
pios de no impunidad y de reparación a las víctimas, lo que obliga a la investi-
gación de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, y el procesamiento de
los responsables.4 De ese modo, el derecho internacional prevé la concesión de
amnistías, excepto para graves violaciones de los derechos humanos y del dere-
cho internacional humanitario, lo que obliga a la investigación, el juzgamiento
y la sanción (Barbosa, 2017).

Ante la cuestión de la justicia, las organizaciones de víctimas no mantuvieron


una voz común ni una posición homogénea, existían discrepancias en varios
ámbitos, lo cual resulta normal ante un proceso tan complejo y un universo tan
grande de víctimas de todo tipo, de hechos victimizantes y de actores. A pesar
de las divergencias, y especialmente gracias a los encuentros entre víctimas
como los foros o las delegaciones que fueron a La Habana, se pudieron forjar
puntos de encuentro y de acuerdo, empezando por el reconocimiento de que
todas ellas eran víctimas del conflicto armado y que tenían el derecho a ser re-
sarcidas debidamente (Acevedo Arango, 2017).

La principal reivindicación para la garantía de los derechos de las víctimas a la


justicia fue que no hubiera en la mesa un intercambio de impunidades, y es que
la impunidad ha venido siendo un factor estructural en el país. En febrero de

4 Dos documentos que suponen una referencia a nivel jurídico para los procesos de justicia tran-
sicional son: “Principios de justicia de lucha contra la impunidad” de 2005 de la Comisión de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y “Principios y directrices básicos sobre el derecho
de las víctimas”, de 2005 del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Hu-
manos.

72
Néstor Calbet Domingo

2017 la Contraloría publicó un informe de evaluación sobre la implementación


de la ley de Justicia y Paz (975 de 2005), en el que destaca que los resultados
de su aplicación dejan en duda el logro de los objetivos de verdad, justicia y
reparación que se establecieron. En más de diez años tan solo ha habido 47
sentencias que contemplan condenas a 195 personas, lo que deja una tasa de
impunidad de más del 90 %.5 Así, resulta lógico que, ante el proceso de paz con
las FARC, las víctimas reclamaran un diseño del modelo de justicia que garan-
tizara los procesos judiciales, pues mantenían la preocupación de que el actual
proceso también terminara con impunidades.
Para ello las organizaciones de víctimas reclamaron que no se adoptaran
amnistías para graves delitos. La aplicación de amnistías es posible en Colom-
bia para delitos políticos y conexos, como se recoge en la Constitución (artículo
transitorio 30) y en el derecho internacional,6 aunque se excluye la adopción de
amnistías para casos de graves violaciones a los derechos humanos y al derecho
internacional humanitario.
Por otro lado, la Ley 1448 de 2011, llamada Ley de Víctimas, ha sido el
marco más amplio del que han dispuesto las víctimas para la satisfacción de
sus derechos. Ante el actual proceso de paz con la FARC, las víctimas pidie-
ron que esa ley fuera reformada en algunos aspectos: en el reconocimiento
de un universo mayor de víctimas, tanto en hechos victimizantes como en
temporalidad, así como que se reconocieran las víctimas al exterior. También
pidieron que se modificaran las medidas y los mecanismos de reparación para
que se den de forma integral y con enfoque diferencial; finalmente, que se
adoptaran medidas suficientes para una correcta atención psicosocial dentro
de la política de atención.
Por último, otra preocupación de las víctimas fue que los procesos judicia-
les no supusieran la revictimización de las víctimas. Para ello se pidió que se
tomaran medidas como el despliegue de programas formativos para los fun-
cionarios públicos que desarrollaran alguna función en el acompañamiento y
la aplicación de la normatividad relacionada con las víctimas.

Los acuerdos sobre justicia


En este punto, se buscó conciliar un mecanismo que permitiera la aceptación
de las partes negociantes, del Gobierno y de las FARC, pero que a la vez se
enmarcaran en los estándares internacionales. En todo momento se mantuvo el
deseo de que las negociaciones no supusieran un intercambio de impunidades,

5 Análisis sobre los resultados y costos de la Ley de Justicia y Paz, Contraloría General de la
República, febrero de 2017.
6 En cuanto al derecho internacional, se aplicaría el artículo 6.5 del Protocolo Adicional II a los
Convenios de Ginebra, que permite el establecimiento de amnistías lo más amplia posible.

73
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

la cuestión era con qué fórmula podría lograrse. El debate se recrudeció ade-
más por las declaraciones del vocero de las FARC Iván Márquez en febrero de
2015, al anunciar que los guerrilleros no iban a pagar un solo día de cárcel (El
Espectador, 2015).
Ante las dificultades para sacar adelante un acuerdo que regulara la impar-
tición de justicia, se procedió a la creación de una subcomisión de justicia en
julio de 2015, llamada Subcomisión Jurídica, conformada por tres delegados
de cada una de las partes. En dos meses esta subcomisión elaboró un princi-
pio de acuerdo que presentaba una propuesta a la hora de establecer justicia,
a partir del establecimiento de una justicia restaurativa y reparadora. Así, el
acuerdo presentado el 23 de septiembre de 2015, atiende a “las necesidades y
la dignidad de las víctimas y se aplica con un enfoque integral que garantiza la
justicia, la verdad, y la no repetición de lo ocurrido”,7 en la que se prioriza las
reparaciones para las víctimas frente a las sanciones punitivas. El sistema de
justicia se elaboró a partir de tres principios: la no impunidad para crímenes de
graves violaciones de los derechos humanos y de lesa humanidad, la prioriza-
ción de la verdad y la centralidad en las víctimas y su reparación. El acuerdo
establece que los reglamentos deberán respetar el derecho de las víctimas a una
justicia pronta y eficiente. El sistema se desarrolló a partir de la creación de la
JEP acompañada de una ley de amnistía; mecanismos que buscan garantizar los
derechos de las víctimas.
Respecto a la amnistía, se elaboró un documento como propuesta que fue
radicado en el Congreso como ley de amnistía e indulto,8 el cual contempla
la aplicación de una amnistía o indulto para aquellos delitos políticos —de
rebelión— o conexos —porte ilegal de armas y conductas no prohibidas por el
derecho internacional humanitario, y un tratamiento penal diferencial, pero
equivalente para los cuerpos de seguridad del Estado. En esta ley se excluyen
de la amnistía aquellos delitos de lesa humanidad, genocidio y graves críme-
nes de guerra, los cuales deberán ser procesados a través de la JEP.
La JEP supone una jurisdicción especial con funciones judiciales sobre
asuntos de graves infracciones al derecho internacional humanitario y a gra-
ves violaciones de los derechos humanos. Se compone de unas Salas de Jus-
ticia, de un Tribunal Especial para la Paz y de una Unidad de Investigación y
Acusación que podrá presentar las acusaciones ante el tribunal, funcionando
a la vez como fiscalía.

7 Sexto principio del componente de justicia del SIVJRNR, acuerdo de paz del 24 de noviembre
de 2016.
8 Ley 1820 aprobada por el Congreso el 30 de diciembre de 2016.

74
Néstor Calbet Domingo

Las Salas de Justicia se componen de una Sala de Amnistía e Indulto, que


será la responsable de otorgar amnistías e indultos a personas ya condenadas
o investigadas, y que entren en el campo de delitos amnistiables; una Sala de
Definición de Situaciones Jurídicas, la cual conocerá los casos que no sean
objeto de aplicación de amnistías, pero en los cuales los acusados no hayan
tenido una participación determinante en la comisión de delitos graves, o que
no hayan sido incluidos como responsables de delitos más graves o significa-
tivos, según la Sala de Reconocimiento de la Verdad. Finalmente, la Sala de
Reconocimiento de la Verdad es la sala donde las partes involucradas apor-
tarán verdad y se dará el reconocimiento de responsabilidades, mecanismo
creado para garantizar que además de justicia exista verdad plena para los
delitos cometidos; en ese caso se podrá acceder a los beneficios de la JEP. Esta
sala tendrá competencia para decidir si las conductas tienen relación con el
conflicto armado y, por lo tanto, son competencia de la JEP. Si así fuera, se
encargaría de aportar los casos más graves y significativos al Tribunal para
la Paz. La Sala de Verdad también se encargará de remitir a la Unidad de
Investigación y Acusación los casos en los que no haya reconocimiento de
responsabilidades; remitir a la Sala de Amnistía las personas que pueden ser
objeto de amnistías o indultos, y enviar a la Sala de Definición de Situaciones
Jurídicas a quienes no sean incluidos como responsables de crímenes graves
o significativos, y que no sean susceptibles de amnistías. Uno de los grandes
logros de las organizaciones de mujeres fue la creación de un equipo de in-
vestigación especial para los casos de violencia sexual, el cual estará integra-
do en la Unidad de Investigación y Acusación.
El Tribunal para la Paz estará compuesto por veinte magistrados colombia-
nos, más cuatro juristas que podrán ser extranjeros y que harán funciones de
apoyo a los magistrados a modo de amicus curiae. El tribunal procederá según
tres supuestos. Por un lado, en los casos que se haya aportado verdad y haya
habido reconocimiento de responsabilidades en los hechos, el tribunal procede-
rá a imponer sanciones de carácter restaurativo y reparador, las cuales contem-
plan la realización de trabajos de reparación del daño causado, y la privación
efectiva de la libertad de 5 a 8 años para quienes hayan tenido una participación
determinante en los hechos, y de 2 a 5 años para los que no la hayan tenido. Por
otro lado, en aquellos supuestos que haya reconocimiento de verdad y respon-
sabilidad antes de que se emita sentencia, el tribunal podrá aplicar penas de
privación de la libertad mediante cárcel de 5 a 8 años para quienes hayan tenido
una participación determinante en los hechos, y de 2 a 5 años para quienes no.
Finalmente, el Tribunal podrá imponer sanciones ordinarias cuando no exista
reconocimiento de la verdad ni de responsabilidad; en ese caso las penas serán
de cárcel de entre 15 y 20 años.

75
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

Uno de los puntos más relevantes y que refuerzan el principio de la centra-


lidad de las víctimas en el proceso de paz es la participación de las víctimas. El
procedimiento de justicia prevé la participación de las víctimas en las distintas
instancias y de diversas formas. El acuerdo establece que las organizaciones de
víctimas y de derechos humanos podrán enviar informes a la Sala de Recono-
cimiento de Verdad relativos a conductas relacionadas con el conflicto armado.
También deberán ser escuchadas en los supuestos de priorización y selección
de casos. Las víctimas podrán presentar recursos extraordinarios a la Sección
de Apelaciones si consideran que las sentencias vulneran sus derechos funda-
mentales, lo cual se tendrá que resolver en un máximo de 10 días. Igualmente,
ante las reparaciones, se prevé la participación por parte de víctimas y organi-
zaciones para la elaboración de planes y proyectos de reparación, así como para
la definición de prioridades de implementación, la propia. Ante ello se especi-
fica que se garantizará la participación de las mujeres en todos estos espacios
participativos.

Tabla 3. Jurisdicción Especial para la Paz

Finalidad:
Satisfacer derechos de las víctimas, consolidar la paz.

Enfoque: Composición: Competencias:


Función restaurativa y repa- 20 magistrados colombianos, 4 Hacia todos los que hayan par-
radora de la justicia. juristas extranjeros amicus curiae. ticipado de forma directa en el
conflicto armado.

No amnistía: Funciones:
• Lesa humanidad. • Acabar con la impunidad juzgando y sancionando
a responsables de graves violaciones de derechos
• Genocidio. humanos.
• Graves crímenes de guerra. • Obtener verdad.
-- Toma de rehenes
• Contribuir a la reparación de las víctimas.
-- Tortura
-- Desplazamiento forzado
-- Desaparición forzada Amnistía:
-- Ejecuciones Extrajudiciales Para delitos políticos y conexos a partir de la ley de am-
-- Violencia sexual nistía prevista en el Anexo I del acuerdo y que se aprobó
en el Congreso el 30 de diciembre de 2016.

Duración de 15 años desde la puesta en funcionamiento de todo el sistema

76
Néstor Calbet Domingo

Procedimientos

Sala de Reconocimiento de Verdad y Responsabilidad


En esta sala se determinará si el crimen debe ir a las Salas de Justicia o al Tribunal para la Paz.
Sala de Amnistía e Indulto Sala de Definición de Situaciones Jurí-
dicas
Sala encargada de otorgar amnistías e indultos.
Definirá la situación jurídica de quienes
no hayan tenido una participación deter-
minante en los delitos graves.

Unidad de Investigación y Acusación


Podrá acusar ante el Tribunal para la Paz, actuando como Fiscalía, cuando no haya reconocimiento de
responsabilidad.

Tribunal para la Paz

Quienes no reco-
Para quienes reconozcan delitos muy Quienes reconozcan tardíamente
nozcan delitos muy
graves. delitos muy graves.
graves.

Penas de 5 a 8 años de restricción efectiva


Prisión ordinaria
de la libertad con función retributiva y Prisión ordinaria de 5 a 8 años.
hasta de 20 años.
restaurativa.

Fuente: elaboración propia.

Sin duda la intencionalidad de la justicia en el SIVJRNR es mantener a las vícti-


mas en el centro del proceso. Los que hayan cometido posibles delitos relacio-
nados con el conflicto armado deberán aportar verdad y reconocimiento de los
hechos. Ello implicará que se pueda acceder a los beneficios establecidos por
la JEP, como penas alternativas y más reducidas, en caso de que no se aporte
verdad y sean declarados culpables. Igualmente, se garantiza la judicialización
de los delitos más graves a través del Tribunal para la Paz, que podrá imponer
sentencias destinadas a la reparación para las víctimas y la sociedad.
Respecto a la verdad y el reconocimiento de responsabilidad, que ha sido
una de las más claras reivindicaciones de las víctimas, su esclarecimiento supo-
ne poder acceder a los beneficios de la JEP, pero al suponer beneficio solo para
aquellos delitos susceptibles de no ser amnistiables, existe el temor de que para
los delitos menos graves no se ofrezca verdad ni reconocimiento. Ante esta po-
sibilidad, será determinante la función de la Comisión de la Verdad, que deberá
esclarecer también estos hechos para contribuir a la memoria sobre el conflicto
armado.
Respecto a la impunidad, si bien se promoverán procesos para aquellos que
hayan cometido graves delitos, las penas aplicables son bastante limitadas en
lo que vendría siendo la práctica común para los crímenes contemplados en el
derecho internacional humanitario y de los derechos humanos. La orientación

77
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

de la justicia, de forma imaginativa e innovadora, ha priorizado la reparación


y restitución para las víctimas en contraposición a la visión punitiva. Aun así,
algunas víctimas dudan de la proporcionalidad de las penas con respecto a los
delitos cometidos, a la vez que ven con preocupación que muchas violaciones
de los derechos humanos puedan quedar impunes en caso de ser declaradas
como no graves o no significativas por las Salas de Justicia y, por lo tanto, no ser
conocidas por el Tribunal para la Paz. Si bien el hecho que no haya sentencias
no condicionará el acceso de las víctimas a la verdad y las reparaciones.
Una de las cuestiones que más preocupa a las víctimas, en tanto que puede
llevar a altas dosis de impunidad, es la forma como ha quedado recogida la de-
terminación de la responsabilidad de mando en el acuerdo del 24 de noviembre,
así como en el acto legislativo aprobado el 4 de abril de 2017 por el Congreso.
Según las organizaciones de víctimas, se desvirtúa el concepto de responsabili-
dad de mando, como se establece en los estándares internacionales, y descrito
en el artículo 28 del Estatuto de Roma. Para el derecho internacional, la respon-
sabilidad de mando se basa en dos principios: 1) las autoridades judiciales de-
ben demostrar que los comandantes tenían “control efectivo” sobre las tropas
que cometieron delitos, y 2) las autoridades judiciales tienen que demostrar
que el comandante “debía saber” (no que efectivamente sabía) del delito come-
tido por sus subalternos. Siendo así, en el texto colombiano se recoge que habrá
que demostrar específicamente que el comandante tenía el control efectivo so-
bre la conducta delictiva, y también que el comandante conocía el delito y no
tomó medidas para evitarlo o sancionarlo. Esta nueva interpretación, además,
solamente se hace para el caso de las fuerzas de seguridad del Estado, lo que
supone un alto riesgo de impunidad por parte de los altos mandos, mientras
que las FARC si bien mantienen que la responsabilidad de mando no se funda-
rá exclusivamente en el rango o jerarquía, sino que habrá que demostrarse el
control efectivo de la conducta, así como las medias adoptadas para prevenirla
o sancionarla, sí sostuvieron específicamente que entenderían responsabilidad
de mando según se establece en el derecho internacional (Barbosa, 2017).

Consideraciones finales
Que la participación en los diálogos fuera posible y que tuviera un significati-
vo impacto en los Acuerdos fue resultado, primero, de la voluntad de la mesa
para que así fuera. Se cumplió con el principio recogido en el acuerdo general
que señalaba que las discusiones se regirían con la participación ciudadana
que el proceso requería. Para ello se estableció una configuración metodo-
lógica que permitiera una participación sustancial de la sociedad civil, para
lo cual se habilitaron un conjunto de mecanismos que resultaron funcionales.
Segundo, debido a que las organizaciones ciudadanas cumplieron un papel pri-
mordial, llevando a cabo iniciativas para que la ciudadanía aportara su parecer

78
Néstor Calbet Domingo

en los diálogos, y contribuyendo a crear innovadores mecanismos para ampliar


el espectro de la participación, y con ello su impacto en la mesa.
Las organizaciones facilitaron el acceso al proceso de paz a la ciudadanía,
con tareas de socialización y aproximación del proceso a las comunidades y a
la población en general. Así, las víctimas reclamaron que fuera desde la par-
ticipación de quienes han sufrido la guerra desde donde se generara la paz y
la reconciliación (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD],
2014). Se realizaron propuestas para la construcción de paz y la reconciliación,
tomando como punto de partida la satisfacción de los derechos de las víctimas
a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. La par-
ticipación se entendió como un derecho de las víctimas, pero también como
una forma de su reconocimiento y de su dignificación. Así, la participación
ciudadana en las negociaciones de paz supuso una forma de reconocimiento
a las víctimas a modo de dignificación, y también de las partes combatientes
reconociéndose como victimarios.
La participación ciudadana en las negociaciones de paz fue muy significa-
tiva, por cuanto la agenda de diálogos abordaba cuestiones sustanciales para
el futuro del país. La ciudadanía pudo aportar sus propias agendas de paz,
teniendo en cuenta que el proceso incidiría directamente en sus vidas, al con-
templarse reformas en el sector agrario, la participación política, en cultivos ilí-
citos, así como en la satisfacción de derechos a las víctimas. Sin la participación
ciudadana, los acuerdos hubieran abordado todas estas cuestiones de forma
mucho más limitada a como han quedado recogidas finalmente.
La participación ha aportado gran cantidad de insumos a los acuerdos de
paz, sin los cuales hubiera quedado un texto muy limitado, y habría quedado
en el país un panorama de enormes retos complicados de abordar, y por su-
puesto sin un enfoque de género. El hecho de haber incluido una visión integral
de reparación, de actuación territorial y con un aspecto diferencial le aporta
a la construcción de la paz una visión y una misión de actuación de gran en-
vergadura, que puede dar respuesta a las necesidades de transformación del
país para que se pueda establecer una paz duradera. La no inclusión de estas
dimensiones hubiera dejado un vacío en los mecanismos y programas de cons-
trucción de paz posbélica. En este sentido, su implicación supuso un incentivo
a las partes para que se tuvieran en cuenta las agendas ciudadanas.
En los distintos espacios participativos, las víctimas expresaron su parecer y
aportaron propuestas, reclamando ver cumplidos sus derechos, con lo cual se evi-
denció que no existe una posición unánime en cuanto a demandas y propuestas.
Sí se coincidió en algunos aspectos generales, como el reconocimiento de todas las
víctimas del conflicto, sea cual fuera el actor o el hecho victimizante, la necesidad
de aplicar una óptica diferencial con enfoque territorial en la implementación

79
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

y también en cuanto a presentar a las víctimas como un actor en el proceso de


paz, necesario para garantizar su estabilidad y su desarrollo de acuerdo con los
intereses de las víctimas.
Una de las grandes lecciones que ha aportado el proceso colombiano es que
además de poder proceder con absoluta viabilidad en unas negociaciones con
participación de la sociedad civil, se enriquecen los acuerdos. Y es que la pobla-
ción ha sido un actor relevante del conflicto armado, aunque no fuera una parte
combatiente, y al que hay que incluir también en las negociaciones de paz, para
garantizar un proceso sólido que lleve a una paz sostenible y duradera.
La participación adquiere relevancia por cuanto tiene un impacto en los
acuerdos, y quedan reflejadas las aportaciones realizadas; además, los acuer-
dos firmados efectivamente incluyen en gran medida las expectativas de las
víctimas. Por ello, en general, existe satisfacción por parte de víctimas y organi-
zaciones de la sociedad civil sobre cómo han sido previstos los mecanismos del
SIVJRNR. Sin embargo, no existe optimismo al respecto, principalmente por
prudencia, debido a que el impacto real de los acuerdos, y por lo tanto de sus
expectativas para la paz, dependerá del alcance de su implementación, la cual
se prevé con muchas dificultades.
El proceso de implementación de los acuerdos se presentó como una fase
con enormes retos y el desarrollo legislativo para la implementación fue apro-
vechado por las partes contrarias a los acuerdos de paz para limitar los meca-
nismos y proyectos previstos. Aún con todo ello, la culminación de su trabajo
dependerá primeramente de la voluntad política para que los mecanismos
creados puedan cumplir con sus mandatos y será importante la propia forma
de funcionar que tengan los mecanismos, que afectará la satisfacción efectiva
de los derechos de las víctimas.
La satisfacción de las víctimas con el proceso de paz, una vez determina-
dos los principales lineamientos de los mecanismos del SIVJRNR, obedecerá
al trabajo que lleven a cabo estas instancias y de si las sanciones adoptadas se
enfocan finalmente a la reparación efectiva; igualmente, será de importante la
convergencia entre las distintas instituciones y programas del SIVJRNR. Pero
en última instancia, serán las víctimas las que puedan declararse satisfechas.
En este sentido, para la implementación satisfactoria de los acuerdos será
fundamental la movilización ciudadana. En los meses siguientes a la firma de
los acuerdos, aquellas organizaciones que participaron en las negociaciones si-
guieron implicadas en su implementación. La lectura de ello es que conciben
los beneficios que comportan los acuerdos y sienten interés en que sean imple-
mentados y en que lo acordado sea una realidad para el país.

80
Néstor Calbet Domingo

Los retos del proceso de paz no terminan con la firma de los acuerdos. La
participación en las negociaciones ha ampliado los debates de la mesa y ha
permitido la incidencia en los acuerdos, pero en la fase posacuerdos debe servir
para supervisar, apoyar y colaborar en la implementación y el cumplimien-
to de los compromisos adquiridos por las partes. Esta participación tiene que
ser facilitada y promovida en todos los proyectos del posconflicto y en todo el
proceso: planificación, ejecución, seguimiento y evaluación. Con la firma de los
acuerdos de paz se abre una ventana de oportunidad para la construcción de la
paz y la superación definitiva del conflicto. Pero para ello existen ciertos retos
relevantes para el posconflicto, como es la percepción de impunidad, la cual
deberá ser valorada por parte de las víctimas en tanto que se sientan satisfechas
con las reparaciones y la verdad obtenida en detrimento de la justicia punitiva
que finalmente será impartida.
Otro reto que deberá afrontar la justicia transicional, y que se acordó en la
renegociación, es la limitación temporal de sus mecanismos. La Sala de Reco-
nocimiento de Verdad y Responsabilidad podrá recibir informes de denuncias
hasta dos años después del establecimiento del Tribunal para la Paz, con pró-
rroga de máximo un año, mientras que el plazo para la conclusión de las fun-
ciones de la JEP será de diez años más cinco años para terminar su actividad
jurisdiccional. La cantidad de delitos, víctimas y hechos victimizantes por aten-
der podrá suponer la imposibilidad de conocimiento exhaustivo de los hechos.
En el sistema de justicia se ha priorizado la verdad ante la justicia punitiva, que
han limitado conscientemente y que puede traer insatisfacción y concepción
de impunidad en caso de que no se apliquen los mecanismos de atención y re-
paración a las víctimas. Igualmente, se corre el riesgo de no obtener suficiente
verdad, debido a la falta de incentivos para contarla en delitos considerados no
graves, que serán amnistiados. La tarea de esclarecimiento en este caso deberá
ser asumida por parte de la Comisión de la Verdad, que cuenta con un mandato
ambicioso, pero con limitaciones que le van a dificultar cumplir su misión.
Quizás las dos grandes preocupaciones que mantienen las víctimas para
el posconflicto son, por un lado, las garantías de no repetición. En el Informe
Anual de las Naciones Unidas sobre Colombia, se reportó el asesinato de 127 lí-
deres sociales entre enero de 2016 y febrero de 2017. La otra gran preocupación
es que no se consiga una implementación de los acuerdos, pues de ello depen-
derá en las correlaciones de fuerzas políticas que se configuren en el Congreso
a partir de las elecciones de 2018. Para esto, la implicación de las organizaciones
será fundamental, al igual que el trabajo que desarrollen las misiones de veedu-
ría y verificación establecidas en los acuerdos, especialmente en la Comisión de
Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación (CSIVI).
La participación ciudadana será clave para la construcción de la paz, para
lo cual hace falta mantener el espíritu de lo acordado y la incidencia desde las

81
Las víctimas ante el reto de la paz: de las negociaciones al cumplimiento de los acuerdos

organizaciones. Se ha demostrado que las víctimas fueron fundamentales en la


mesa de negociaciones, con lo que se logró la adopción de compromisos en gran
parte satisfactorios, y deberán serlo también en la fase decisiva del posacuerdo.

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83
De las políticas públicas del
posacuerdo a la evolución
institucional para una paz
estable en Colombia
David González Cuenca*
Ana María Montes Ramírez**
Carlos Antonio Pinedo Herrera***

Introducción
El conflicto en Colombia no es una situación meramente relativa a un grupo de
ciudadanos y al esfuerzo estatal por regular su comportamiento para lograr la
seguridad del resto de la población. El conflicto en Colombia obedece a cir-
cunstancias tan variadas política, económica e históricamente desarrolladas,
por lo que un acuerdo sobre la terminación del conflicto generará, de manera
concomitante, un variado portafolio de acciones estatales en procura de garan-
tizar su sostenibilidad; además, requerirá inversiones que garanticen nuevas

*
Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos, magíster en Relaciones y Ne-
gocios Internacionales de la Universidad Militar Nueva Granada. Docente investigador de la
Universidad Militar Nueva Granada, docente de Cátedra del programa de Gobierno y Rela-
ciones Internacionales de la Universidad Santo Tomás, Bogotá, y de la Facultad de Relaciones
Internacionales de la Escuela Militar de Cadetes José María Córdova, miembro del grupo de
investigación PIREO. Correo electrónico: dagocrack@gmail.com, david.gonzalez@unimilitar.
edu.co
**
Abogada, especialista en Derecho Administrativo de la Universidad Libre de Colombia,
magíster en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nuestra Se-
ñora del Rosario. Docente de la Universidad Militar Nueva Granada Programa y de la
Universidad Libre, Bogotá. Correo electrónico: ammonra58@hotmail.com, ana.montes@
unimilitar.edu.co
***
Profesor de la Universidad Militar Nueva Granada. El aporte a este capítulo es derivado del
proyecto de investigación para la tesis doctoral titulado Estudio comparado de las principales
expresiones conceptuales en los diferentes enfoques estratégicos de la seguridad y defensa
en Iberoamérica, en búsqueda de un instrumento de análisis para la cooperación (UNED-
IUGM-2017).

85
De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

formas de emprendimiento para los desmovilizados y focalización de acciones


de desarrollo en los territorios  de influencia guerrillera para garantizar la no
proliferación de nuevos grupos al margen de la ley escudados en la lucha social
derivada de la inequidad propia de un país en desarrollo.
Aunado a lo anterior, será necesario analizar el papel de las instituciones
estatales en el logro de un desarrollo administrativo que permita la reacción
adecuada ante los nuevos retos que se originan de la firma de acuerdos de
finalización del conflicto, los cuales tendrán un trasfondo que solicitará la ge-
neración de políticas públicas orientadas a la inversión social y la seguridad.
El posacuerdo no es solo una nueva etapa en las relaciones cívico-militares,
es también la necesaria modificación de los roles de las instituciones estatales y
de los requerimientos administrativos que implica dicha modificación. Es nece-
sario indicar que tales requerimientos involucran la destinación presupuestal
que contribuya a la continuidad de los procesos acordados. En ese orden de
ideas, se encuentra frente al desarrollo de procesos políticos que tienen impli-
caciones económicas en la financiación de los procesos acordados, la fijación de
políticas públicas de fomento y la reevaluación de las políticas económicas en
procura de disminuir la brecha de disparidad social.
No obstante lo anterior, ha de resaltarse que los cambios en lo referente a las
políticas regulatorias, sociales y económicas no serán una consecuencia; por el
contrario, son la causa de la actual situación que ha sido apuntalada con alian-
zas internacionales estratégicas que paulatinamente han contribuido al posi-
cionamiento del Estado colombiano como un actor representativo en la arena
continental, a consecuencia del ostensible avance en sus políticas de desarrollo
económico (Departamento Nacional de Planeación, 2015).
Por lo anterior, se ha realizado un análisis deductivo que parte de las gene-
ralidades de los factores de influencia internacional, hasta observar el impacto
de los hechos internos; esto con observación de la relación existente en cada
uno de los escenarios y con sujeción al análisis previo realizado por teóricos en
la materia.

Conflicto interno y política exterior, dos niveles de análisis


en un mismo teatro de operaciones
Las actividades estatales tendientes al tratamiento del conflicto armado interno
se han manejado en dos frentes; las políticas que regentan la posición colombia-
na ante el sistema internacional han sufrido abruptos cambios con cada Gobier-
no en los últimos 25 años, partiendo de la negación a extraditar nacionales en la
Constitución de 1991, hasta la reforma constitucional que lo permite y se asume
como una posibilidad de controlar la propia corrupción en los establecimientos
carcelarios (Sanín, 1996).

86
David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

En relación con lo anterior, la imagen de los problemas de Colombia ha sido


modificada. Primero, el país se encontraba enmarcado en el estigma de ser pro-
ductor y comercializador global de drogas que atentaban contra la salud de la
población y la seguridad nacional norteamericana y europea, percepción que
ha sufrido cambios debido a que se ha logrado establecer en la agenda interna-
cional la responsabilidad de productores, comercializadores y consumidores,
siendo ello un paso importante debido a que el apoyo económico de los Estados
afectados por el consumo ha tenido hondo impacto en el desarrollo del conflic-
to interno (Cardona , 2001).
De la mano con la reestructuración del orden mundial, el tránsito del esce-
nario político donde había dos hegemones a la multipolaridad internacional
con toda su gama de posibilidades en relación con el surgimiento de nuevos ac-
tores y nuevas amenazas globales fue representativo para la generación de una
política exterior más concreta y abierta en más de un aspecto, lo que inició con
la apertura económica del Gobierno Gaviria, que ha evolucionado a la firma de
tratados de libre comercio en el milenio actual.
Asimismo, el resquebrajamiento del icono socialista y la focalización de la
perestroika en la reestructuración interna del Estado ruso mermaron la coo-
peración que en algún momento pudo existir con los grupos políticos que hu-
bieren optado por esta línea de pensamiento. Estos hechos contribuyeron a la
modificación de los enfoques políticos y a la búsqueda de nuevas formas de
financiación para los grupos armados al margen de la ley que pretendían un
cambio estructural del régimen político establecido (Ortiz, 2000).
De forma coetánea, el desmesurado crecimiento del narcotráfico y su desa-
fortunado impacto en la economía global estableció una nueva amenaza en la
agenda internacional, tanto por los daños a la salud, como por las implicaciones
económicas y políticas en el interior de los países productores; esto relacionado
directamente con el uso de la fuerza y la facilidad para convertirse en un riesgo
de orden trasnacional (Buzan y Waever, 2003).
Estas circunstancias eclosionaron en la mutación de las guerrillas, que en una
mezcla infecta se convirtieron en ejes neurales de la violencia derivada de la pro-
ducción y distribución de alcaloides, lo que acentuó su presencia en los principa-
les territorios donde se puede realizar el enrutamiento de las drogas producidas
de manera ilegal en el territorio colombiano hacia el exterior (Ortiz, 2000).
Durante el Gobierno Pastrana se marca un hito en los procesos de negocia-
ción en Colombia; si bien el proceso fue infructuoso respecto al objetivo pri-
mordial, que era lograr la paz con las FARC, en el trasfondo tuvo beneficiosas
implicaciones en la política internacional y nacional. La desmilitarización del
Caguán realizada durante este periodo de Gobierno fue en extremo significa-
tiva, por cuanto se entregó un elemento constitutivo del Estado moderno. Un

87
De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

Estado bajo el concepto propuesto por Weber consta de territorio, poder políti-
co, población y soberanía (Franzé, 2004); de lo que se colige que al entregar te-
rritorio a las FARC, el Gobierno Pastrana aportaba el elemento estructural para
la territorialidad del Estado colombiano, situación que pudo haber concluido
en un conflicto territorial significativo (Cardona, 2001).
Sin embargo, el fracaso político trajo consigo medidas que marcarían el es-
pectro nacional e internacional. El Plan Colombia y la internacionalización de
la responsabilidad relacionada con el narcotráfico generaron los recursos nece-
sarios para la reestructuración de la fuerza pública y a nivel interno la imagen
de las FARC decayó a los ojos de los ciudadanos del común, lo que facilitó el
accionar militar de los dos periodos de Gobierno de Álvaro Uribe.
Lo anterior se encuentra directamente relacionado con el nivel de manio-
brabilidad interna del conflicto. Si bien es cierto que el conflicto armado co-
lombiano tiene su origen en la disparidad social engendrada por más de 200
años de políticas económicas que no han permitido el desarrollo de toda la
población y que han fomentado la disparidad y la violencia, también es cierto
que los grupos armados que nacieron como respuesta a la inequidad mutaron
y se convirtieron en actores preponderantes en los procedimientos criminales
directamente relacionados con el narcotráfico, motivo por el cual la lucha anti-
drogas internacional fortaleció la posibilidad de enfrentar a nivel interno a los
grupos al margen de la ley (Ortiz, 2006).
Aun cuando los componentes del conflicto colombiano son tan diversos
como la población misma, la problemática medular radica en las funciones del
Estado como la entelequia que ostenta el poder, la fuerza y con ello la justicia y
la posibilidad de brindar seguridad a cualquier nivel a la población.
El uso de la fuerza ha sido una constante histórica desde los albores de la
vida republicana a mediados del siglo XIX, incluso la decisión de unificar el
ejército suscitó importantes reacciones en los Estados que conformaban la Gran
Colombia. Luego de la atomización del territorio bolivariano, aun cuando el Es-
tado colombiano contaba con la fuerza canalizada en un ejército institucional,
la pugna por el poder generó grupúsculos armados de ciudadanos que ejercían
micropoderes a lo largo de la geografía nacional; unos territorios eran conser-
vadores y otros tantos liberales. Desde el Gobierno central, no solo se evitaba
la regulación de estas conductas violentas, sino que además se potenciaba y se
protegía la actuación de aquellos que convergieran con los intereses políticos
del Gobierno de turno (Bushnell, 1994).
Lo anterior permite establecer que desde el punto de vista hobbesiano, aun
cuando se cuente con una organización institucional de relevancia como lo es
el Ejército Colombiano, el mismo Estado ha sido descuidado en la monopoliza-
ción de la fuerza y, por tanto, ha deslegitimado el principio fundamental de la

88
David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

seguridad que hace que el ciudadano se someta a las normas internas en procu-
ra de protección y seguridad (Bodenheimer, 1940). Al reunir los dos elementos
de análisis, se encuentra que a nivel internacional se han tenido consecuencias
económicas y políticas, como la búsqueda del desarrollo económico y la imple-
mentación de políticas de apertura y tratados internacionales en procura de
fomentar la industrialización de una economía otrora agropecuaria.
Pese a lo anterior, se está llegando a un punto de estancamiento en el cre-
cimiento económico, lo que obedece a una tendencia regional derivada de la
situación del precio del petróleo a la baja y muy permeada por el proceso polí-
tico de Venezuela, por cuanto ese Estado fue el estabilizador de las necesidades
económicas de las diferentes naciones latinoamericanas que comulgaron con el
modelo político venezolano por más de diez años (Gamboa, 2015).

Figura 1. Crecimiento del PIB real (en porcentaje)

Fuente: Gamboa (2015).

Cabe destacar que en el análisis realizado por Gamboa se evidencia que, aunque
el crecimiento económico latinoamericano ha mermado, las economías menos
vulneradas por la desprotección económica del Gobierno venezolano son aque-
llas que fortalecieron sus procesos internacionales sin generar dependencia del
Estado venezolano. Así es como México, Chile, Colombia y Perú continuaron
con un crecimiento superior según el pronóstico del FMI para la vigencia 2015.

89
De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

Esta exposición refleja la importancia regional de Venezuela, ya que el he-


cho de ser un vecino colindante lo hace un actor estratégico en la problemática
colombiana, no solo a nivel de conflicto, sino también a nivel económico y so-
cial, por ser Colombia un receptor poblacional de ciudadanos venezolanos que
buscan en territorio colombiano una opción para conservar su calidad de vida;
también es un emisor que debe hacerse cargo nuevamente de los ciudadanos
que buscaron en suelo venezolano un mejor futuro y en la actualidad se han
visto compelidos a regresar al país por la puesta en práctica de las salvaguar-
das económicas y de seguridad implementadas por el Gobierno del vecino país
(Sánchez de Rojas Díaz, 2015).
Por ende, se ha de considerar al Estado venezolano como un importante
mediador, teniendo cuidado con su doble función, pues es un potencial cata-
lizador pero a su vez es un peligroso detonante, dependiendo del momento
histórico en el que se encuentre su política internacional y nacional. Así es como
la lucha mediática entre Gobiernos durante el doble periodo de Álvaro Uribe
encontró momentos de tranquilidad en dos situaciones interesantes: la primera
fue el proceso de reforma constitucional que permitió la reelección presidencial
indefinida en Venezuela, y la segunda, el proceso de reforma constitucional que
permitió la reelección presidencial en Colombia (Ramos y Romero, 2010).
En lo relacionado con el fuero interno, las políticas nacionales para enfren-
tar los retos del mercado global han estado desenfocadas. Mientras la política
exterior se preocupa por la apertura de mercados y la firma de tratados de libre
comercio, las políticas exigidas para la implementación de los tratados han sido
altamente infructuosas. Una de las exigencias que surgió en las mesas de nego-
ciación del tratado de libre comercio con Estados Unidos radicaba en la necesi-
dad de industrialización de la empresa agropecuaria en Colombia, motivo por
el cual se procuró una política pública que permitiera a los agricultores y gana-
deros los recursos necesarios para enfrentar los embates de la entrada al país de
productos de menor costo. No obstante, las irregularidades en la entrega de los
subsidios trajeron consigo la comisión de delitos y la ineficiente ejecución del
programa, por lo que, contrario a las expectativas, en la actualidad se enfrenta
una situación crítica y la posible quiebra de los productores para quienes es
más beneficioso importar que producir, debido a la disparidad en los costos de
producción (Domínguez, 2011).
Cabe indicar que el Gobierno de Juan Manuel Santos ha realizado impor-
tantes inversiones en materia de fomento empresarial, lo que ha permitido el
fortalecimiento de pymes y esto ha contribuido en gran medida a la generación
de empleos directos (Portafolio, 2015). Sin que ello obstare, se evidencian im-
portantes falencias en la continuidad de estas políticas y la disparidad de los
recursos invertidos en relación con los ciudadanos del común y el presupuesto
que se pretende invertir en la generación de proyectos productivos para los

90
David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

ciudadanos que accedan al proceso de desmovilización y reinserción a la vida


civil (Meléndez, 2015).

Figura 2. Resultados del impacto Fondo Emprender

Fuente: Fondo Emprender (2016).

Pese a los esfuerzos por fortalecer la pequeña y la mediana empresa, es impor-


tante para efectos de posacuerdo la generación de acciones a todo nivel que
permitan la sostenibilidad de las empresas, la estabilidad laboral y sobre todo
la posibilidad de vinculación de desmovilizados, pero para ello se hace impres-
cindible una reingeniería en el concepto de nación, por cuanto en la actualidad
existen facciones de la sociedad civil que consideran que las personas que han
cometido delitos no tienen derecho a ser beneficiarios de prebendas estatales,
y la posibilidad de desmovilización radica en brindar al individuo oportunida-
des de subsistencia dentro de la legalidad (Yepes, 2014).

Colombia en la segunda década del siglo XXI


Colombia ha sido un estudiante juicioso en la búsqueda del desarrollo, toda vez
que el Gobierno durante el siglo XX aprovechó cada misión económica y educati-
va que el primer mundo quiso brindar para lograr un espacio en la arena interna-
cional. Tanto la misión alemana en educación como la misión Kemmerer, en
materia de economía, fueron artífices del fortalecimiento de políticas nacio-
nales en procura del desarrollo del Estado colombiano. Diferentes metas se
impusieron para desembolsar las generosas contribuciones de las potencias:
primero fue la solicitud de erradicación del analfabetismo, luego el énfasis
en la prestación de servicios públicos domiciliarios básicos, posteriormente

91
De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

la industrialización de la producción y finalmente la incursión en el mercado


internacional (Kalmanovitz, 1988).
De esta manera, Colombia cumplió con las imposiciones globales en bus-
ca del anhelado reconocimiento como un Estado desarrollado; no obstante, el
recrudecimiento de la violencia durante las décadas de los ochenta y noventa
puso en tela de juicio la viabilidad de la inversión en el país, debido a la inesta-
bilidad que generaba el secuestro extorsivo y el riesgo de manejar altas sumas
de dinero que llamaran la atención de los actores del conflicto (Valencia, 2006).
A finales de la última década del siglo XX, fuimos observados bajo la teoría
del Estado fallido, un Estado que no cumple con el objetivo fundamental, que
es brindar seguridad a su población, y cuyo territorio no cuenta con la presen-
cia plena de las instituciones estatales que presten los servicios básicos, como
son justicia, educación y salud (Di John, 2010).
El Plan Colombia, derivado de la gestión del Gobierno Pastrana y su im-
plementación en la Política de Seguridad Democrática en los dos periodos del
Gobierno Uribe, permitió la legitimación de la presencia estatal en el territorio
y el aumento de la percepción de seguridad en los ciudadanos. Dicha percep-
ción no solo fue asumida por los ciudadanos del común, también fue observada
por algunos inversores extranjeros que como pioneros se aventuraron a hacerse
partícipes de la creciente viabilidad de negocios en el territorio colombiano
(Presidencia de la República, 2003)
Al final del segundo mandato del presidente Álvaro Uribe en agosto de
2010, era mucho lo que se había logrado: seguridad, confianza inversionista,
crecimiento económico y la desarticulación estratégica de las FARC, en el sen-
tido de demostrar su imposibilidad de acceder al poder por la vía armada. Hay
quienes hablan también de la imposibilidad de una victoria militar total por
parte del Estado, siendo uno de los principales logros el desmonte (vía nego-
ciación Desarme, Desmovilización y Reinserción [DDR]) de las organizaciones
de autodefensas ilegales (mal llamados paramilitares).
No obstante, la lucha armada es mucho más visible que el crecimiento eco-
nómico; aun cuando se generaran salvaguardas económicas en beneficio de los
inversores, la posición bélica del Estado luego de ocho años de enfrentamientos
demostró ser insostenible. Por tal razón, se observó la imperiosa necesidad de
replantear las políticas que, paradójicamente, llevaron a Colombia a esa posi-
ción. Al inicio del primer periodo de Gobierno de Juan Manuel Santos, el Estado
colombiano contaba con las oportunidades externas y potencialidades internas
para, en esta década, convertir a la nación en “una de las estrellas más brillantes
de los mercados emergentes y … dar un salto económico que permitiera por fin
comenzar a romper la trampa de la pobreza”… según rezaba el famoso informe

92
David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

del HSBC, donde Michael Geoghegan nos convertía en un pequeño felino al lado
de Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica .

El escenario político externo


La política de seguridad planteada en los dos periodos del Gobierno Uribe per-
mitió demostrar la imposibilidad de la adquisición del poder político por me-
dio de la lucha armada, reconfiguró la institucionalidad estatal y consolidó a la
fuerza pública; de esta manera, benefició la presencia del Estado en el territorio
otrora huérfano y alejado de los servicios públicos básicos.

Figura 3. Alcances de la política pública de seguridad democrática

Fuente: elaboración propia.

El afianzamiento de la inversión extranjera requirió un viraje en dos ejes básicos


en el rango de acción, los cambios en las relaciones exteriores repercutieron en
el posicionamiento del Estado colombiano en la región. La relación estratégica
con los Gobiernos de México, Chile y Perú permitió un contrapeso diplomático
a lo que se ha denominado los Gobiernos de izquierda latinoamericana y a su vez
la modificación de las relaciones con el Estado venezolano, en un giro absoluto,
debido a que las relaciones de Juan Manuel Santos como ministro de Defensa
estuvieron marcadas por fuertes enfrentamientos en materia de prespecialidad
y seguridad fronteriza, en contraste con su relación como presidente, tomando
posiciones estratégicas en oportunidades específicas y procurando mantener
un orden diplomático en la medida de lo posible.
El cambio en las políticas de seguridad interna también marca un hito que per-
mite a los inversores comprender que no es un país en crisis de violencia; esto junto
a la consolidación de relaciones con Estados Unidos y Europa que favorecen
la imagen internacional, máxime cuando la figura presidencial en este caso ha
permitido a la cancillería asumir las acciones referentes a las relaciones diplo-
máticas sin asumir posiciones personalizadas.

93
De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

Son tres puntos los que ha asumido el Gobierno Santos para el posiciona-
miento regional del Estado colombiano: en primero, la lucha por los derechos
humanos, situación que le diferencia del anterior Gobierno en relación con las
calificaciones obtenidas en las evaluaciones realizadas por las diferentes agen-
cias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El segundo punto radi-
ca en convertir las fronteras en polos de desarrollo económico y social, lo que
ha regulado de manera positiva las relaciones con Brasil, Perú y Ecuador, e
incluso con Venezuela; lamentablemente la situación política interna del Estado
vecino ha impedido la estructuración de actividades tendientes al desarrollo
económico de la zona de la frontera oriental. Finalmente, el tercer punto, es la
intención de tener una presencia más activa en los organismos multilaterales,
lo que ha sido un elemento diferencial, debido a que el desarrollo y los logros
de la política exterior han sido ostensibles y demostrables tratándose de alian-
zas, cooperación y relevancia de Colombia en el sistema internacional. De lo
anterior se colige la importancia de mantener acciones y posiciones coherentes
con la pretensión de ser un actor influyente en el sistema internacional; por tal
razón, la responsabilidad estatal juega un papel fundamental, y también es de-
terminante el acatamiento juicioso de la normatividad internacional.
Sin dejar de lado la importancia de los logros de la seguridad democrática,
Colombia tuvo que dejar de ser el país ensimismado, cuyo discurso internacio-
nal expone sus necesidades de colaboración en relación con el conflicto interno,
y debió enfrentar un papel en el cual se posicionó como un vocero regional en
capacidad de aunar esfuerzos con sus aliados en temas económicos, sociales
y políticos en la arena internacional. Respecto de la vocería internacional, sin
demeritar la trascendental experiencia brasileña en materia de diplomacia y su
importancia como potencia media consolidada, el Foro de Davos en 2011 per-
mitió que se tuviera en cuenta la posición colombiana en materia de seguridad
transnacional.
Cuando se observa la importancia del desarrollo económico en las zonas
de frontera, se comprende la necesidad de dar continuidad al proceso de se-
guridad que debe tener un desarrollo constante, debido a que el peligro de
perder la vida y la propiedad genera repercusiones económicas desfavora-
bles, en especial cuando lo que se pretende es el afianzamiento de relaciones
comerciales conjuntamente benéficas y protegidas por los estados partícipes
de cada frontera, de allí la importancia de la participación de Colombia en
escenarios multilaterales de carácter decisivo, como el Consejo de Seguridad
de la ONU.

El escenario político interno


La seguridad como servicio público es un círculo vicioso. Si bien el contrato
social de Hobbes la tiene como eje fundamental para la cohesión social, tam-

94
David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

bién es cierto que es causa y consecuencia de las relaciones sociales políticas


y económicas; las falencias o los excesos en materia de seguridad repercuten
ampliamente en la actividad humana a todo nivel. El más relevante punto de
convergencia entre Locke, Hobbes y Rousseau expone la importancia de la pro-
tección estatal; los individuos se sienten compelidos a cumplir con la norma-
tividad, por cuanto requieren la seguridad que brinda la institucionalidad del
Estado (Bodenheimer, 1940).
Este concepto se desarrolla en la consolidación de los territorios nacionales,
por lo que se revive la importancia de monopolizar el uso de la fuerza y de
institucionalizar un ejército al servicio del soberano. A principios del siglo XIX,
luego de la revolución francesa y de la mano de la expansión del Imperio na-
poleónico, aparece la Policía en Francia y en Reino Unido como una forma de
direccionar la fuerza del Estado sin las implicaciones directas de la beligerancia
que puede atribuirse directamente a un ejército; la policía surge como una ex-
presión ciudadana sin tintes militares, que permite garantizar el orden en las
ciudades y ser la garante y protectora de las normas básicas de convivencia
(Galeano, 2007).
Aun cuando la policía tiene un carácter civil, la mayoría de los Estados del
orbe le ha dotado del uso de la fuerza mediante armas para que puedan con-
trolar de mejor forma el orden en las poblaciones. Otros Estados han preferido
proteger el estatus civil de la Policía y limitar el uso de la fuerza y las armas
a lo estrictamente necesario; esta esa la razón por la cual un policía en Nueva
York cuenta con su arma de dotación y algunas más de adquisición propia, y
en Londres se requiere el lleno de formatos y permisos para usar armas con la
debida justificación y con el reporte de lo ejecutado (Recasens i Brunet, 1989).
Lo anterior se menciona para llegar al tema de la policía en Colombia. Esta
nace a principios del siglo XX, cuenta con la dirección de militares retirados y
solo hasta la década del sesenta adquiere independencia respecto del ejército;
es decir, por primera vez hay un policía en la dirección de la institución.
La concepción de la policía como parte de la fuerza pública es relevante para
el análisis, debido a que durante la primera mitad del siglo XX la policía en
muchos municipios de nuestro país asumió una postura política que se conoció
como la policía chulavita. Este es uno más de los muchos ingredientes que en-
gendran el variopinto fenómeno de la violencia en Colombia, la cual comien-
za como una lucha entre partidos por acceder al poder, pero paulatinamente
se convierte en foco de sectarismo que deja como una de sus consecuencias el
nacimiento de los primeros grupos guerrilleros de campesinos en defensa de
sus tierras (Uribe, 1991).
Lamentablemente la negligencia e inoperancia estatal no dio solución al
problema básico: campesinos defendiendo sus tierras y sus derechos. Esto no se

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De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

trató adecuadamente y por tanto el problema primigenio mutó de manera abe-


rrante, arrastrado de problemas de la población con un efecto de bola de nieve,
cada vez más difuso, cada vez menos solucionable. Y siendo la policía una de
las instituciones que cuenta con mayor presencia a nivel territorial, tuvo que
asumir los combates de los grupos armados al margen de la ley, así como los
intentos de soborno por parte de los principales narcotraficantes, que acuñaron
la consigna “plata o plomo” refiriéndose a aquellos funcionarios públicos que
no aceptaran el soborno; estos se exponían a ser víctimas del naciente sicariato
que cegó muchas vidas a finales de la década de los ochenta y durante toda la
década de los noventa (Duncan, 2014).
La naturaleza de la policía colombiana tiene un importante componente mi-
litar; gradualmente la población se acostumbró a ver soldados en las calles y
policías combatiendo en el monte, al punto que se requiere cierto nivel de capa-
citación para comprender la diferencia entre cada una de las fuerzas que com-
ponen la prestación del servicio público de seguridad del Estado colombiano.
En lo relacionado con el Ejército colombiano, se reconoce un meritorio de-
sarrollo que parte de la consolidación de Colombia como un Estado. Antes de
estructurar el modelo de Gobierno, antes de tener un territorio afianzado, antes
de que la totalidad de la población concibiese a Colombia como una nación, ya
tenía un ejército.
Esto remite al análisis realizado por los contractualistas, el estado de anar-
quía solo es superable en tanto los individuos confluyan en el reconocimiento
de una autoridad superior y pretendan encomendar a esta su vida, honra y
bienes. Así las cosas, es prudente analizar ese argumento en el contexto colom-
biano. En el discurrir histórico de la vida republicana del Estado colombiano
siempre ha existido un grupo significativo de ciudadanos que niega el recono-
cimiento de autoridad superior al Estado o al Gobierno de turno; ello sumado
a la displicencia en relación con políticas públicas para la atención de las nece-
sidades de la población, la cual fue heredada de la configuración del Gobierno
español.
No es una buena práctica estatal el manejo a los conflictos sociales, desde
el trato al movimiento comunero, pasando por la masacre de las bananeras
y desembocando en la desaparición de la Unión Patriótica como movimiento
político, hitos históricos del mal uso de la fuerza estatal, que aunque se encuen-
tran probados históricamente, jamás han sido aceptados como errores la victi-
mización de familias y potenciamiento la violencia en cada una de las víctimas
directas o indirectas de la acción u omisión estatal (Bushnell, 1994). Esto lleva
al segundo servicio público acuñado por un tácito contrato social, la prestación
de justicia. Los individuos no solo quieren que el Estado use la fuerza para
protegerlos, también exigen que la protección sea a todo nivel y que las nor-

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David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

mas se apliquen para castigar a aquellos que transgreden los derechos propios
vulnerando los ajenos; la deslegitimación de la justicia como una obligación del
Estado implica el deseo de justicia por mano propia.
¿Cómo reconciliar a la víctima con el victimario? Para ello se requiere que el
victimario asuma el error en la vulneración del derecho y posteriormente ofrezca
disculpas por la transgresión, a lo que se sumaría probablemente la magnificencia
de la víctima al no exigir un castigo, por sentirse resarcida moralmente; siendo
el Estado un veedor de tal proceso y aplicando los castigos pertinentes en las
ocasiones que lo ameriten (Villa, Tejada, Sánchez y Téllez, 2007).
Este punto amerita de nuevo una observación contextualizada: en Colom-
bia todos los ciudadanos son víctimas, en mayor o en menor medida; algunos
han sido sujetos pasivos de violencia sexual, uno de los crímenes de guerra
más deplorables y execrables; otros han sido sometidos a torturas y tratos
ignominiosos; hay quienes han presenciado la muerte de sus familiares y mu-
chos han sido sacados de sus tierras bajo amenaza de muerte; un sin número
de ciudadanos perdió su libertad por el secuestro extorsivo o por su represen-
tatividad política y hay quienes han sido compelidos a votar por determinado
candidato. Y los que menos han sufrido probablemente han sido víctimas de
la delincuencia común que se engendra en la falta de oportunidades de edu-
cación y de trabajo.
El nacimiento de los mal llamados paramilitares tiene tras de sí la nece-
sidad de “autodefenderse”; la médula del problema estriba en el nacimiento
de un grupo antagónico a la guerrilla, patrocinado por industriales y gana-
deros que requerían protección a su persona y a sus bienes; argumento que
fue bien visto en el programa de seguridad denominado Convivir (López,
2007). El proyecto no se quedó en la simple prestación de seguridad, pues
se inició un círculo vicioso en el que las autodefensas “limpiaban” las zonas
de influencia guerrillera y sacaban de allí a aquellos que les favorecían, a su
vez la guerrilla hacía lo propio para recuperar territorio; análisis posteriores
demostrarían que los territorios en pugna eran puntos estratégicos para el
tráfico de estupefacientes.
En resumen, la guerrilla surge de las víctimas de los terratenientes que abu-
saron de la inoperancia estatal, las autodefensas son víctimas de la guerrilla
que optaron por hacer uso espurio de la fuerza, con el beneplácito de algunos
funcionarios públicos, y a la mitad se encuentra la sociedad civil, que requiere
la seguridad y la justicia de un Estado que lleva más de 200 años sin lograr
superar la brecha socioeconómica, que es el principal factor de desigualdad y
de violencia ilegítima. A estas alturas de la historia, no es pertinente dividir los
actores entre buenos y malos, por cuanto todos en mayor o menor medida son
víctimas; la polarización engendra más violencia. Comenzar de nuevo requiere

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De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

inversión, y quitar los estigmas para la reconciliación implica reconocer al otro


como miembro de una misma nación.
Se necesitan recursos, pero esos recursos no son únicamente para solventar
la vida de los reinsertados (sean autodefensas o guerrilla); la inversión debe
realizarse a todo nivel y con una proyección de política pública superior a 20
años en materia de educación, salud, vivienda, empleo, generación de empre-
sa, consolidación de políticas exteriores que sustenten la producción nacional
dentro y fuera del Estado (Wieland, 2008). Esos procesos solo se logran con
reingeniería social, con cambios conceptuales desde la apreciación racional y
con una purga estatal que permita que la administración de los recursos se
canalice a las necesidades prioritarias, sin que sean apropiados por parte de
la delincuencia que se adueñó de las instituciones estatales y así vulneró el
patrimonio público y deslegitimó la institucionalidad y la confianza de los
ciudadanos en el Estado.
Además de todo esto, ha de responsabilizarse a los ciudadanos por cuanto
el conflicto y su solución no son un asunto aislado de un grupo armado y el
Estado. El posacuerdo requiere la aquiescencia de aquellos que detentan el po-
der, mismos que han sido negligentes con su voto, por acción o por omisión; la
decadencia de un Estado con focos de corrupción deriva de los gobernantes que
han llegado a la administración pública con la colaboración de sus votantes y
con la indiferencia de quienes no quisieron ejercer su deber político.

Cambio de paradigmas, reconceptualización de ciudadanía,


Estado y seguridad
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los ciudadanos europeos optaron por
establecer requerimientos concretos a los objetivos del Estado; la pugna polí-
tica internacional y la lucha por la consecución del poder descrita por Hans
Morgenthau llevaron a que los ciudadanos se percataran de que tal afán por
demostrar la superioridad y convertirse en hegemón era el epicentro de las
conflagraciones del siglo XX (Morgenthau, 1986).
La conciencia del poder primigenio encarnado en los ciudadanos y la im-
portancia de estos en la toma de decisiones generaron la responsabilidad y la
necesidad del ejercicio de los derechos políticos, debido a que ante la posibili-
dad de un Gobierno absolutista los derechos políticos son los primeros en ser
conculcados, como bien se aprecia en el sacrificio judío y gipsy en Alemania, así
como también en cada una de las dictaduras americanas, africanas y asiáticas,
lo primero que se transgrede es el ejercicio de los derechos políticos. Es por ello
que los derechos políticos, además de ser un privilegio ganado por la humani-
dad tras siglos de guerras, son una responsabilidad de los ciudadanos que los

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David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

detentan, puesto que llevan implícita la representatividad del poder político y


la idoneidad de los representantes.
El desarrollo de la concepción de ciudadanía y el cambio en la configuración
del orden mundial generaron nuevas formas de enfrentar las necesidades, nue-
vas percepciones de seguridad, así como nuevas armas y nuevas amenazas. La
opinión pública en Norteamérica es capaz de lograr el retiro de tropas, el cierre
de cárceles, la rendición de cuentas de las intervenciones militares, o de pro-
vocar la financiación del legislativo para que el ejecutivo disponga el despla-
zamiento de la fuerza estatal para la ocupación de un territorio donde existan
amenazas para la seguridad de los ciudadanos.
Es por lo anterior que en la actualidad la seguridad se encuentra compren-
dida en diferentes dimensiones y aspectos. El hambre, el desempleo, la proli-
feración de enfermedades, los cambios climáticos e incluso la desaparición de
especies animales y de ecosistemas a causa de la conducta humana son consi-
derados focos de amenaza y han de ser tratados como circunstancias que afec-
tan la seguridad humana (Cancelado, 2010). Con base en ello, el Estado, otrora
único actor del escenario internacional, asumió nuevos roles y debió establecer
nuevas estrategias para enfrentar la agenda internacional y priorizar los intere-
ses de la población en los regímenes democráticos y los intereses de los gober-
nantes en los regímenes absolutos.
Esta reconfiguración del orden mundial suscita una reconfiguración estatal,
por cuanto las nuevas amenazas deben afrontarse con nuevas competencias y
funciones desde la protección a los derechos derivados de la era digital, hasta
la trata de personas, la protección de los bienes inmateriales y la protección
de los derechos de tercera generación que implican la protección ambiental.
El cambio en el paradigma de seguridad requiere una transformación en las
instituciones que tienen como objeto la seguridad del Estado, por ello la fuerza
pública debe evolucionar para enfrentar las responsabilidades impuestas desde
la dimensión internacional.
En la dimensión interna también se necesitan nuevas responsabilidades para
la fuerza pública; el combate con los grupos armados al margen de la ley no es la
única responsabilidad en materia de seguridad. Este direccionamiento se trabaja
hace más de una década en el interior de la fuerza pública, pero ha de trabajarse
en la percepción de la ciudadanía para que se comprenda a profundidad la
dimensión de las competencias y sus implicaciones en el posacuerdo.

La solución de un problema difuso; la guerrilla como


actor cambiante
Víctimas, victimarios, revolucionarios, secuestradores, narcotraficantes, justi-
cieros; el apelativo difiere según el actor político que realiza el análisis, pero en

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De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

un plano objetivo las FARC son todo eso. Han sufrido vulneración de derechos
en sus inicios, han conculcado derechos de otros ciudadanos, en principio su
modelo ideológico pretendía la justicia social bajo las bases de los postulados
socialistas y se han valido del secuestro extorsivo y el narcotráfico para finan-
ciar su organización.

La solución militar
Es innegable que el Gobierno Santos ha heredado, con justo merito, el impul-
so que tiene la fuerza pública en trabajos de inteligencia y operaciones en con-
tra de blancos de alto valor y campañas de largo aliento. El mejor ejemplo de
ello es la muerte en combate del principal cabecilla militar de las FARC, alias
“Mono Jojoy”; sin embargo, es claro que el impacto de estas bajas fue de ca-
rácter estratégico-mediático en los frentes interno y externo, ya que confirman
que, como “organización insurgente”, las FARC se veían en franco declive.
No obstante, las bajas de cabecillas no causaron el esperado colapso orga-
nizacional que se preveía, basados en la experiencia de las primeras victorias
de este tipo, como fueron las de alias “Martin Caballero” y el “Negro Acacio”,
que efectivamente sí dieron paso a la desarticulación total de las estructuras
que lideraban.
Pasado el tiempo, las FARC se vieron involucradas en lo que se podría de-
nominar guerra de redes a la colombiana; verbigracia, los años de aislamiento de
sus estructuras y mandos, estos fueron llevados a asumir esquemas de mando
y control diferentes, más sofisticados pero, sobre todo, más descentralizados.
Para ello se contó, por un lado, con la iniciativa táctica de sus mandos medios
con mayor capacidad de decisión y maniobra, lo que trajo consigo el hecho
de aprovechar las oportunidades que la fuerza pública ofrece para desarrollar
acciones de guerrilla clásica, y así lograr impacto sobre la percepción de se-
guridad; por otro, se les permitió a sus mandos lucrarse del negocio del nar-
cotráfico, y de esta manera conseguir un factor perverso de cohesión hacia la
organización.
Así las cosas, el panorama de seguridad evolucionó de una amenaza basada
principalmente en la explotación de su control territorial con un mando unifica-
do, férreo y centralizado a una estructura que cada vez se asemejaba más a una
insurgencia de corte global que mantenía, por decirlo así, su reserva estratégica
armada en la sombra.

Una solución de élites


Hernando Valencia Villa (1987) describe el constitucionalismo colombiano como
un tejido normativo mellado por las necesidades de grupos políticos que con-
forman la élite, aunque durante más de cien años las disputas políticas fueron

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mayormente entre liberales y conservadores, mismas que abrieron el camino al


frente nacional como una medida de regulación del acceso al poder, que buscaba
poner fin a la violencia que generó la pugna bipartidista (Uribe Villa, 1987).
Lamentablemente, esta solución salomónica aumentó la brecha de dispa-
ridad en relación con el acceso al poder, debido a que lo concentró en los dos
partidos hegemónicos, lo que garantizó la alternancia respecto a la presidencia;
situación que se rompió con la llegada al poder de la junta militar en cabeza del
General Rojas Pinilla, y que fue el factor de ignición del nacimiento de nuevos
grupos guerrilleros, cuya motivación era la ruptura de la hegemonía bipartidis-
ta. Así es como a finales del siglo XX aparecieron nuevos actores en la escena
política; la posibilidad de un tercer eje de poder derivó en la transgresión de los
parámetros de reforma de la Constitución promulgada en 1886, por medio del
movimiento universitario denominado La Séptima Papeleta, lo que desembocó
en la Constitución de 1991 (Bushnell, 1994).
En conclusión, cada pugna política solucionada consensuadamente entre las
élites tiene como consecuencia una reforma a la constitución, por dos motivos:
el primero es el mero ejercicio de poder, demostrar que se puede alterar la nor-
ma fundamental; el segunda, dejar la huella de los postulados ideológicos en
una norma supuestamente pétrea.

La solución conciliada
A estas alturas de la evolución del conflicto, y con una problemática amalga-
mada, es poco probable la perfecta conciliación de situaciones racionalmente
convenidas; este postulado tiene su base en la percepción que la propia gue-
rrilla tiene del conflicto. Dentro de los mecanismos de solución de conflictos se
encuentra el análisis y el uso de la teoría de elección racional que permite sope-
sar los diferentes argumentos y medir las potenciales consecuencias de las de-
cisiones que se puedan tomar para abordar la solución del conflicto planteado.
No obstante, este conflicto fuera de género no posibilita la cabal contraposi-
ción de argumentos para llegar a una conclusión lógica como podrían plantearlo
Aristóteles y Hegel, debido a que no se consigue una verdad absoluta, por cuanto
ninguna de las partes considera la posibilidad de estar en un error. Este debate
es más schopenhaueriano, pues radica en la audacia de cada uno de los interlo-
cutores y en la pericia que tengan para que el auditorio nacional e internacional
apruebe el argumento, independientemente de la verosimilitud de este.
En ese orden de ideas, la salida dialogada requiere comprender la cosmovi-
sión de la guerrilla, lo cual se encuentra permeado por la realidad de los guerri-
lleros que podrían llamarse “de base”; los fundadores y los ideólogos originales
de las FARC ya no se encuentran con vida, los actuales planteamientos no son
los mismos que pudo haber hecho Manuel Marulanda, y con la situación de

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De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

reclutamiento de menores hoy en día se encuentran hombres que están vincu-


lados a la guerrilla desde que tienen memoria. Esto implica una imposibilidad
de reconocimiento del error, por cuanto muchas de estas personas han crecido
en una realidad diferente y no consideran que hayan obrado mal.
Al partir del hecho de que niños, niñas y adolescentes reclutados duran-
te más de 50 años alcanzaron la mayoría de edad en las filas del movimiento
armando, y que su formación los llevó a considerar que sus acciones eran co-
rrectas, en la actualidad se identifican combatientes que en principio fueron
víctimas del conflicto y posteriormente se convirtieron en parte activa de este,
por lo cual hay un margen estrecho entre víctimas y victimarios que deberá ser
tenido en cuenta en el desarrollo de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP),
sin que ello exima de responsabilidad en crímenes de lesa humanidad.
Lo anterior expone un yerro en el proceso de solucionar el conflicto por la
vía del diálogo, máxime cuando el victimario se considera víctima y no reco-
noce la posibilidad de presentar disculpas y de resarcir el daño causado, si-
tuación que ha sido ampliamente debatida en relación con la importancia de
pedir perdón a las víctimas y reconocer los daños causados en la ejecución de
las acciones propias del conflicto. Debido a que los postulados ideológicos dis-
tan del accionar armado, se convierte en una dificultad la homologación de la
teoría y la praxis, y por tanto la cuestión pragmática al aterrizar el discurso
revolucionario dificulta la exposición de soluciones a la problemática tratada
en el acuerdo que se pretende plantear.
Seguramente, los negociadores del Gobierno se sorprendieron al encontrar
en el discurso de las FARC exigencias generales como salud, educación, tra-
bajo, protección de los recursos naturales, y demás argumentos sobre los que
se entreteje la explicación racional de la existencia de la guerrilla; sin que esto
obste, el real problema al materializar la exigencia se encuentra en que no solo
se puede solicitar un servicio etéreo, tratándose de negociación se debe solicitar
el proceso, el procedimiento y las actividades requeridas para la consecución
del objetivo; cosa que después de 50 años de lucha armada y de cambios es-
tructurales en la misión y en la visión del grupo armado difícilmente puede
expresarse con exactitud.

La solución de reingeniería social: de “tracto sucesivo”


Como ya se ha expuesto en el análisis, el nacimiento de estos grupos armados
tiene origen en la negligencia institucional para brindar seguridad y justicia,
ello amparado por la desidia de la ciudadanía que ha sido apática a la solución
de los problemas sociales y al ejercicio responsable de los derechos políticos y
con el control de las actividades de los mandatarios en el tema de implementa-
ción adecuada de políticas públicas a todo nivel.

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David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

En la actualidad hace carrera la teoría según la cual solo es posible conse-


guir la paz mediante la educación, una educación con la que los ciudadanos
comprendan la importancia del otro, independientemente de sus concepcio-
nes políticas y económicas; una educación que se aleje de la ley del menor
esfuerzo que ha llevado a los jóvenes al pandillismo y al hurto, en lugar de
incentivarlos al trabajo y al ahorro. Desde la educación del ciudadano se logra
la conciencia social, la defensa de lo público, el respeto por el interés general
y el aprovechamiento de los recursos de manera conjunta con la correcta ad-
ministración de estos.
Sin paridad social no existirá paz. Mientras un niño en La Guajira muera de
hambre, y los hijos de los dirigentes regionales “ganen” becas de estudio en el
exterior y ejecuten cuantiosos contratos en detrimento de los recursos públicos,
puede firmarse un acuerdo con las FARC, pero seguirá existiendo el peligro de
que los ciudadanos se sientan vulnerados por el Estado y decidan hacer uso de
la fuerza y ejercer la justicia por cuenta propia. La educación exalta la impor-
tancia de la alteridad y legitima las instituciones. Llegó el momento de usar la
educación como un aparato ideológico del Estado, en procura de alcanzar a
largo plazo una identidad nacional, purgar el Estado para legitimar su acción
y lograr ciudadanos comprometidos con el desarrollo social y así romper la
apatía que potencia la corrupción.
De esta manera, es posible realizar un paulatino cambio de comportamien-
to, junto con una mejora en la calidad de vida que genere una nueva visión
de sociedad y una nueva forma de proceder respecto a la relación de los ciu-
dadanos entre sí y de estos con el Estado. Por tanto, es necesario fijar políti-
cas públicas a todo nivel, en procura de establecer cambios significativos que
contribuyan a la desaparición de los factores de inequidad que subyacen a la
inconformidad ciudadana y generan la proliferación de grupos al margen de
la ley que basan su accionar en la desigualdad engendrada por la corrupción
estatal; entendiendo que tal implementación de políticas públicas es superior
a un periodo de gobierno, y se requieren políticas de Estado para garantizar
su efectividad.

Conclusiones
No me gusta la palabra posconflicto, porque conflicto siempre habrá…
prefiero hablar de construcción de paz.
Sergio Jaramillo

De tener éxito la estrategia diplomática planteada por la administración Santos,


el ambiente vecinal se traducirá en la generación de una región más estable y
segura donde los mecanismos de cooperación y negociación estén cada vez más
institucionalizados. La superación del conflicto interno permite la prospectiva
del liderato regional en el sistema internacional.

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De las políticas públicas del posacuerdo a la evolución institucional para una paz estable en Colombia

La agenda legislativa en el periodo 2014-2018 buscó una transformación del


país para dejar sin argumentos a los ilegales en armas, y con ello se evitó la re-
forma constitucional que comporta cada cambio político en Colombia, como es
costumbre desde hace doscientos años. Por esto. los proyectos legislativos una
vez aprobados serán la base para afrontar una negociación en condiciones im-
puestas por el Estado, aprovechando la coyuntura favorable a este en términos
de confrontación política y armada.
La economía y, por ende, el bienestar social constituyen el talón de Aquiles
del éxito del Gobierno 2014-2018, debido a que si no logra sortear con éxito el
reto que los cambios climáticos han impuesto a sus locomotoras, la potencia-
ción económica generará estancamiento, se perderá potencial de empleabilidad
y se generarán mayores necesidades sociales a todo nivel; de esta manera, se
acrecentará el “caldo de cultivo” de la disparidad que generó los principales
grupos armados al margen de la ley.
La evolución de las FARC es atípica y, por tanto, el tratamiento del proceso
de acuerdo ha de ser atípico; no obstante, hay que tener claro que las FARC y
todos los grupos al margen de la ley solo son un síntoma de una enfermedad
social que tiene como eje la desigualdad y la explotación de los recursos públi-
cos por parte de élites que impiden el desarrollo social, económico y político del
Estado. Por este motivo, es primordial realizar una purga política para conse-
guir la erradicación del “caldo de cultivo” que engendra subversión dentro de
la inequidad amparada por el Estado.
La superación del escenario de conflicto armado y social solo puede lograrse
con la renovación de políticas públicas eficientes a todo nivel, que impacten las
necesidades de la población de manera positiva y permitan el mejoramiento de la
calidad de vida, y así permitir que el ciudadano vea al Estado como un factor que
genera bienestar y no como un enemigo inoperante que desangra con impuestos
y que corrompe y devora el patrimonio común para beneficiar unos pocos.
Los ciudadanos son responsables de la corrupción a nivel estatal, debido a
que por acción u omisión de sus derechos políticos han permitido el ascenso
al poder de gobernantes que lejos de implementar políticas públicas efectivas,
han actuado en detrimento de la sociedad y del patrimonio nacional; la apatía
ciudadana y la tercerización de la responsabilidad han hundido a Colombia
en una cómoda insensibilidad, al pretender que el problema son tres o cuatro
grupos que pelean con el Gobierno, lo que evita a toda costa la responsabilidad
de cada uno de los constituyentes primarios en el proceso de construcción de
tejido social.
Pese a lo que diga la Ley de Víctimas, todos los colombianos, en mayor o
menor proporción, somos víctimas y debemos reconocernos como tal para rea-
lizar un ejercicio de tolerancia; ejercicio que solo puede lograrse mediante rein-

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David González Cuenca • Ana María Montes Ramírez • Carlos Antonio Pinedo Herrera

geniería social, eclosionada por una política pública de educación encaminada


a la reconciliación, la cual debe ser estructurada a más de veinte años para que
tenga sostenibilidad e impacto.

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sas/articulo/empleo-para-desmovilizados-empresas-colombianas/200755

107
Fortalecimiento del Estado
colombiano como reto clave de la
construcción de paz
Javier Fernando Torres Preciado*

Introducción
Los retos que enfrenta un país después de un prolongado y degradado conflicto
interno son diversos, y Colombia que atraviesa por un escenario de este tipo no
es la excepción. Las particularidades históricas del país hacen hincapié en cierto
tipo de desafíos que resultan más apremiantes cuando se quiere construir paz.
Los retos pasan por temas económicos, sociales y políticos; en lo económico en
lo relacionado con la necesidad de recursos abundantes y sostenidos para cons-
truir paz, estímulos al campo y a la industria para su desarrollo y la generación
de empleo. En lo social, el objetivo principal es reducir la inequidad, una de las
causas del descontento de la población, ofreciendo más oportunidades e igual-
dad al grueso de los ciudadanos; por ejemplo, en educación como estrategia
fundamental de movilidad social y, por supuesto, apostar por la construcción
de una sociedad tolerante. En relación con lo político, resulta imperativo fortale-
cer la democracia, abriendo espacios de participación para los sectores histórica-
mente excluidos. Es precisamente de este último elemento del cual se desprende
un aspecto fundamental que tiene que ver con la consecución de los dos prime-
ros (el económico y el social), el cual está relacionado con el fortalecimiento y

* Candidato a doctor en Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Miembro de ConPaz de


la misma universidad; ha sido investigador visitante en Yale University (USA). Sus temas de in-
terés están relacionados con guerras civiles, construcción de paz, conflictos internos, violencia
e historia política Latinoamericana.

109
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

construcción de Estado en Colombia. El fortalecimiento estatal es la pieza clave


para sacar adelante cada una de las iniciativas que comprometen la construc-
ción de una paz estable y duradera.
El fortalecimiento del Estado en Colombia pasa por el necesario diagnóstico
sobre lo que ha sido su proceso histórico de construcción, la identificación de
sus debilidades y fortalezas, además de los distintos enfoques y trayectorias
desde los cuales se ha estudiado. Partiendo de lo anterior, el objetivo de este
escrito es responder lo siguiente: ¿qué papel ha jugado la centralización política
y administrativa en el proceso de construcción del Estado en Colombia desde el
Frente Nacional? Y en los posteriores procesos de descentralización. Abordar el
proceso de construcción y fortalecimiento del Estado en Colombia es complejo
y está atravesado por diferentes aristas, por eso aquí se propone hacerlo desde
una mirada teórica e histórica atravesada por el papel de la centralización polí-
tica y administrativa, en tanto esta ha determinado la relación del centro con las
regiones y lo local. También se identificarán en este proceso las discontinuida-
des regionales que ha tenido la relación entre centralización-descentralización
y construcción de Estado en Colombia, como forma de imprimir matices que
den cuenta de las dinámicas en relación con tiempo y espacio.
En este escrito se sostiene que en el proceso de formación del Estado en
Colombia el carácter centralizado o descentralizado del régimen político ha
jugado un rol fundamental. Con cada uno de ellos y con el reformismo que
impulsaron se buscó fortalecer el centro político, y así proporcionarle herra-
mientas para ejercer control en las regiones, bien sea a partir del ojo vigilante
del centralismo o de la parcial autonomía regional que impulsó la descentrali-
zación. Por ejemplo, con la Constitución de 1886 y su fuerte carácter centralista,
o con la descentralización de la Constitución de 1991 y su deseo de dar autono-
mía política y fiscal a las regiones. Vale aclarar que dichos procesos se han dado
en el marco de un conflicto armado interno y la presencia casi constante de
diferentes actores armados, los cuales han sufrido profundas transformaciones
durante varias décadas.1 Dado lo anterior, el proceso de formación y fortaleci-
miento estatal a la luz de la centralización y descentralización ha estado atrave-
sado por la amenaza de un conflicto interno y de los actores armados que en él
se involucran. Esto ha hecho que los resultados de los dos procesos de diseño
institucional que buscaban el fortalecimiento estatal, entre otros, hayan gene-
rado consecuencias inesperadas o efectos colaterales por darse en el marco de
un conflicto interno y la presencia de diferentes actores armados. Esta realidad,
en lugar de desactivar las condiciones que han mantenido activos el conflicto

1 Cuando se habla de diferentes actores armados que han hecho presencia por décadas (especial-
mente desde mediados del siglo XX) en diferentes zonas del país, se hace referencia a bando-
leros, autodefensas campesinas, guerrillas de izquierda, grupos paramilitares y narcotráfico,
entre otros.

110
Javier Fernando Torres Preciado

y los argumentos para la persistencia de los actores armados, en ocasiones y,


paradójicamente, los impulsó y estimuló, o generó competencia entre ellos por
el poder regional y los recursos legales e ilegales2 como botín de disputa.
Tanto centralización como descentralización —en diferentes momentos his-
tóricos— han propuesto diversas formas de administración y relación entre lo
nacional, regional y local. Cada uno de estos intentos reformistas se ha desvia-
do o desvirtuado, lo que ha producido efectos colaterales indeseados porque se
implementaron en el marco de un conflicto armado interno con amplia y fuerte
presencia de diferentes actores armados en las regiones. El carácter deficitario3
del Estado en Colombia se explica más por la presencia de actores armados y
menos por el tipo de régimen político que se adopte; esto es un hecho histórico,
ya que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX se han implementado los
dos tipos de regímenes políticos. Los actores armados desvían y desvirtúan el
deber ser del régimen político sin importar su tendencia; en otras palabras, los
actores armados “tuercen” para su beneficio la institucionalidad y se instalan
en ella y la cooptan. En el trabajo que López (2010) compila se muestra cómo
se cooptó y se penetró el Estado y la política en Colombia por parte de grupos
armados ilegales4 en coalición y agencias de tipo nacional; es decir, lo hicieron
en buena medida a partir de la institucionalidad y las posibilidades que el régi-
men político otorga, eso sí para beneficiar su propio proyecto y así desvirtuar
el deber ser del régimen.
Con la centralización política pre Frente Nacional y pos Frente Nacional el
Estado colombiano tuvo carácter deficitario y estuvo amenazado por la violen-
cia política previa al Frente Nacional, y posterior este, que consistió en la muta-
ción de la anterior etapa de violencia política partidista en la llamada violencia
revolucionaria con diferentes grupos guerrilleros como protagonistas durante
las décadas de los sesenta y setenta. Luego, con la elección popular de alcaldes
de 1986 y la Constitución de 1991, que profundizó la descentralización política
y administrativa, se buscó fortalecer el Estado y desactivar el conflicto y las

2 El financiamiento de los grupos armados se ha basado en recursos tanto legales como ilegales;
de los primeros hacen parte los recursos públicos que tienen las regiones para su inversión en
diferentes sectores, los cuales han llegado a manos de grupos armados ilegales por medio de la
contratación; de los segundos hacen parte principalmente los relacionados con narcotráfico y
minería ilegal.
3 Con el concepto deficitario se intenta recoger, de acuerdo con los autores trabajados en este
capítulo y que explican el proceso de formación del Estado en Colombia, lo que es una de sus
principales características en términos de vacíos, relativa incapacidad y tareas aún pendientes;
en otras palabras, el carácter deficitario del Estado colombiano proviene de su debilidad en
aspectos fundamentales como monopolio de la violencia, control y presencia territorial y admi-
nistración de justicia.
4 El texto reconstruye principalmente lo que fue el proyecto paramilitar con el auspicio de algu-
nas élites regionales.

111
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

amenazas armadas por medio de una apertura democrática y la incorporación


de actores disidentes. Pero, paradójicamente, la violencia en las regiones se exa-
cerbó, lo que trajo como consecuencia que el Estado continuara manteniendo
el carácter deficitario con una evidente incapacidad de mantener el legítimo
monopolio de la violencia y hacer presencia en las regiones. Este escenario le
trajo al Estado nuevas dificultades para fortalecerse y enfrentar las amenazas
armadas, con lo cual se puede hablar de un efecto inesperado de la apertura
democrática iniciada en la década de los ochenta.
Para dar cuenta de lo anterior, este escrito está organizado de la siguiente for-
ma: el primer acápite, “Trayectorias de la formación estatal en Colombia”, mues-
tra las diferentes propuestas teóricas sobre el proceso de construcción estatal en
Colombia y resalta los puntos en común y las diferencias. El segundo aparte,
“Frente Nacional, centralización y construcción estatal”, aborda la relación entre
la centralización y el proceso de construcción estatal en un marco de violencia
protagonizado por grupos de autodefensas, paramilitares y guerrillas. El tercer
aparte, “Exacerbación de la herencia del Frente Nacional en el periodo pos Frente
Nacional”, explica las inercias y herencias que dejó el Frente Nacional para los
periodos presidenciales posteriores. La cuarta sección, “Discontinuidades: mati-
ces geográficos, coyunturas críticas y actores armados”, pone de manifiesto las
discontinuidades en el proceso de formación estatal, las cuales se explican desde
lo geográfico en términos de la tensión centro-periferia, y desde lo coyuntural
con los cambios en el régimen, llámese reforma de 1986 y Constitución de 1991. El
quinto aparte, “Descentralización y actores armados en la formación del Estado
en Colombia”, muestra que a pesar de la implementación de la descentralización
política y administrativa, el proceso de formación del Estado en Colombia siguió
teniendo serias dificultades emanadas de la adopción de la descentralización en
el marco de un conflicto armado interno y la fuerte presencia de actores armados
en las regiones, lo que sugiere desafíos similares para el momento actual de cons-
trucción de paz en términos de reformismo e incorporación de un actor armado.
La última sección es de conclusiones.

Trayectorias de la formación estatal en Colombia


El proceso de formación y, por ende, de fortalecimiento del Estado en Colom-
bia ha tenido distintas trayectorias. Los estudios sobre este proceso se pueden
agrupar por enfoques que surgen de las dinámicas propias de cada momento
histórico. Según Orjuela (2010), estos enfoques son el marxista, el sociogenéti-
co, el de Estado fallido o fracasado y una nueva tendencia antropológica que
enfatiza la subjetividad, la cultura y la vida cotidiana. Todas estas propuestas
tienen en común el carácter deficitario del Estado colombiano que se manifies-
ta en las categorías conceptuales que nutren las explicaciones como derrumbe
parcial del Estado (Oquist, 1978); presencia diferenciada del Estado en Colom-

112
Javier Fernando Torres Preciado

bia (González, 2003); fortalecimiento selectivo del Estado (Bejarano y Segura,


1996); la disolución progresiva del Estado por la acción de las élites económicas
con incapacidad de lograr la unidad social (Pécaut, 2001); o la idea de “pro-
toestados” que hace referencia a la existencia de actores con control parcial del
territorio (Pizarro y Bejarano (2010).
Junto con el anterior proceso de construcción del Estado en Colombia y de
los estudios sobre este, también se han desarrollado procesos políticos de cen-
tralización y descentralización política y administrativa, los cuales han tenido un
papel protagónico en la formación del Estado en Colombia a lo largo del siglo XX.
La Constitución de 1886 y su fuerte carácter centralista buscó que el Estado con-
trolara las regiones y el orden público por medio de figuras como el Estado de
sitio, con un poder ejecutivo investido de amplios poderes como herramienta
estatal para enmascarar su debilidad y como instrumento para hacer frente a
las amenazas. Con la Constitución de 1991 se profundizó la descentralización
que ya había tenido su primer paso con la aprobación de la elección popular
de alcaldes en 1986. Uno de los objetivos de la Constitución de 1991 era darles
autonomía a las entidades territoriales, además de participación directa al ciu-
dadano en los asuntos locales (Orjuela, 1993). Los dos procesos de reforma en
el diseño institucional intentaron, a su manera, fortalecer y darle legitimidad a
un Estado tradicionalmente deficitario.
Las explicaciones sobre la formación estatal en Colombia se pueden agru-
par por enfoques que responden a momentos y tendencias históricas. Dentro
de estos enfoques el común denominador es el carácter deficitario del Estado
colombiano, es decir, su inacabada construcción, su precariedad, su fragmenta-
ción o su carácter fallido en algunos aspectos (Orjuela, 2010). La incapacidad de
monopolizar el uso de la violencia y ofrecer protección derivó en debilidades
en otros capos, como la recaudación y administración de recursos, escasa pre-
sencia territorial e incapacidad en la administración de justicia.
Para Orjuela (2010), existen cuatro enfoques en el estudio del Estado en Co-
lombia: el marxista, el sociogenético, el del Estado fallido o fracasado, y una
nueva tendencia antropológica que enfatiza la subjetividad, la cultura y la vida
cotidiana, los cuales se pueden relacionar con épocas específicas, aunque no
responden necesariamente a un proceso evolutivo donde una etapa suceda a la
otra, ya que estos se pueden yuxtaponer espacial y cronológicamente.
El enfoque marxista es típico de los sesentas y setentas, y muestra al Esta-
do como una expresión del capital, de dominación política e instrumento de
clase (Leal, 2010). Por su parte Oquist (1978) dice que el Estado en el siglo XX
adquirió fuerza para regular la sociedad por el desarrollo capitalista, pero la
violencia generalizada minó este proceso, al punto que lo llevó a colapsar par-
cialmente en Colombia, tal y como él sostiene.

113
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

El enfoque sociogenético es propio de los años ochenta y noventa, en este


vale la pena resaltar la idea de que el Estado es un proceso de construcción in-
acabado, como lo proponen González y Bolívar (2010). Para dicho enfoque hay
una fuerte influencia del legado colonial y español que se manifiesta en lo cul-
tural, económico y el bipartidismo. Para estos hay una competencia de luchas y
exclusiones en distintas unidades sociales, compiten por mantener privilegios
o posiciones de poder unos y otros, por impulsar cambios y ganar posiciones
de poder que les son negadas. Esta tesis se complementa con la propuesta de
González (2003) en la que refuta la tesis de colapso parcial del Estado y, por el
contrario, habla de presencia diferenciada del Estado en Colombia, proceso que
explica a partir de las diferencias que para el autor existen en la presencia del
Estado en Colombia en términos de tiempo y espacio. Para González (2003) los
procesos de poblamiento, integración del territorio y articulación de las políti-
cas en las regiones producen una presencia diferenciada que obliga a repensar
y reformular ideas previas sobre el proceso de construcción estatal. Con base
en esto, no se puede hablar de un proceso de construcción y fortalecimiento
estatal homogéneo en Colombia, ni de un colapso parcial, sino más bien de una
presencia diferenciada.
La tendencia antropológica, también de los noventa, hace énfasis en el Es-
tado moderno como resultado histórico de procesos autoritarios y violentos
(Wills, 2010). Por su parte, Orjuela (2010) dice que la formación del Estado en
Colombia se entiende como un proceso liderado por la clase dirigente; en otras
palabras, como proyecto de los que detentan el poder. El autor sostiene que
esas élites no han logrado construir un proyecto incluyente de país y de nación
y por eso las hondas fracturas de la sociedad, lo cual se manifiesta en la forma-
ción de un Estado que ha sido incapaz de integrar a la sociedad y el territorio,
que no logra articular y, en cambio, fragmenta, de lo cual emana parte de su
debilidad.
Por último, vale la pena resaltar el enfoque del Estado fallido o fracasado,
también contemporáneo, de Bejarano y Pizarro (2010). Para ellos el Estado co-
lombiano indiscutiblemente tiene características de debilidad, pero no se puede
considerar un Estado fracasado ya que no existen hondas divisiones étnicas,
culturales o religiosas. Por el contrario, el conflicto colombiano es de origen
político-ideológico, en el cual los actores no quieren dividir el territorio ni crear
una nueva entidad, sino controlar el Estado que ya existe con fronteras e iden-
tidad definidas, pero como instrumento de transformación social. Sin embargo,
para Bejarano y Pizarro los actores con control parcial del territorio se pueden
caracterizar como “protoestados” o “aspirantes a Estado”, no como “Estados
dentro del Estado”; este último carácter más relacionado con los conflictos se-
cesionistas, dinámica muy diferente a la del conflicto colombiano.

114
Javier Fernando Torres Preciado

Este vistazo a los estudios sobre el proceso histórico de formación del Estado
en Colombia se basa en las propuestas teóricas tradicionales que interpretan y
explican el proceso de fortalecimiento y construcción del Estado en Colombia,
señalando las tradicionales causas del recurrente carácter deficitario del Estado
colombiano. El panorama teórico resulta útil para entender el papel del Estado
en Colombia en los momentos de centralización y descentralización política
y administrativa, así como en los futuros desafíos que este tendrá de cara a la
construcción de paz, momento cuando el Estado se erige como el actor clave y
fundamental para impulsar el proceso.

Frente Nacional, centralización y construcción estatal


El protagonismo normativo durante el Frente Nacional (1958-1974) corrió por
cuenta de la Constitución de 1886, o la llamada Regeneración, que se caracteri-
zó por su fuerte carácter centralista en lo político y administrativo.5 En el marco
de ese régimen centralista, el Estado durante el Frente Nacional mantuvo su
carácter deficitario, aunque con notables avances en términos de fortalecimiento
sectorial. Bejarano y Segura (1996) están de acuerdo con la tesis que arguye la
tradicional debilidad del Estado colombiano, pero consideran que durante los
cuatro Gobiernos del Frente Nacional6 se hicieron esfuerzos por fortalecer el
Estado y se pasó de un derrumbe parcial7 a un fortalecimiento selectivo o de de-
terminados sectores donde se concentró buena parte de la inversión y los recur-
sos. Según Bejarano y Segura (1996), esto fue gracias al crecimiento económico
durante este periodo que permitió ampliar el gasto público en sectores como
seguridad, infraestructura, administración pública y justicia. El aumento per se
de la inversión no es sinónimo de fortalecimiento automático del Estado, pero
sí es una clara muestra o un indicador de la tendencia a encarar las debilidades
estructurales en sectores tradicionalmente abandonados, llegando a ellos con
un aumento significativo en la inversión (Bejarano y Segura, 1996).
Como se anotó, el carácter centralista del régimen político durante el Frente
Nacional se mantuvo. Aunque el pacto frente-nacionalista exigía paridad par-
tidista en las instituciones estatales y organismos colegiados, el presidente y el
poder que le otorgaba la ley le daban amplia autonomía, por ejemplo, con la

5 El carácter centralista de la Constitución de 1886 obedeció al deseo de control político por parte
del centro, que estaba latente desde inicios del siglo XIX, la heterogeneidad y la desarticulación
se manifestó en las particularidades regionales y sus dinámicas propias diferentes a las del
centro (Uribe y Álvarez, 1987).
6 Alberto Lleras Camargo (1958-1962), Guillermo León Valencia (1962-1966); Carlos Lleras (1966-
1970) y Misael Pastrana (1970-1974).
7 Tesis de Oquist (1978) acogida por Bejarano y Segura (1996), en la cual se describe parte del
proceso de formación estatal durante el Frente Nacional, donde se sostiene que la violencia
política generó un derrumbe parcial de Estado.

115
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

capacidad de nombrar funcionarios en el nivel central y regional, tales como


los gobernadores. El Frente Nacional fue la respuesta de la élite que temía ser
excluida del poder, y a la vez una forma de integración nacional ante la fuerte
división bipartidista que vivía el país (Hartlyn, 1993). El pacto frente naciona-
lista no logró contener la formación de grupos armados que no encontraron
otras vías de participación y canalización de demandas ante la estrechez tradi-
cional del régimen político. La etapa de violencia política de los años sesenta,
aunque con herencia del curso anterior de violencia, se caracterizó por una
orientación ideológica de izquierda que no pedía la inclusión en el Estado, sino
el cambio de régimen político y las estructuras tradicionales de poder (Sánchez
y Peñaranda, 1986).
Durante el Frente Nacional existió un deseo parcialmente materializado de
fortalecimiento estatal en el marco de un régimen fuertemente centralista, pero
el contexto de violencia heredada de la primera mitad del siglo XX, junto con
la violencia de los recientemente aparecidos grupos insurgentes, atravesaron
y trastocaron dicho proceso, lo que generó además nuevos desafíos para un
Estado que se fortalecía lentamente. Con el Frente Nacional se buscó pacificar
la sociedad, pero desde sus inicios tuvo problemas de control social como con-
secuencia del acelerado cambio social que vivía el país, tanto en zonas rurales
como urbanas. Junto a lo anterior, el desafío también resultó ser la presencia de
cuadrillas de bandoleros, lo cual Sánchez y Meertens (2006) documentan para
el periodo 1957-1964; así como la aparición de guerrillas de izquierda en la dé-
cada de 1960, que bebieron de la experiencia del bandolerismo y de los grupos
de autodefensa liberal que las precedieron.
La experiencia histórica del Frente Nacional en el marco de un régimen po-
lítico centralista señala errores y aciertos respecto de construcción y fortaleci-
miento estatal. En relación con los errores, cabe anotar que el Frente Nacional
como pacto entre élites (Dávila, 1997) solucionó en buena medida el problema
de violencia política causado por el enfrentamiento de los dos partidos polí-
ticos tradicionales por el control estatal y la burocracia, pero cometió el error
de dejar de lado el necesario reformismo social y la inclusión de otras fuerzas
políticas por fuera del bipartidismo, lo que se tradujo en conflictos sociales que
alimentaron las nuevas violencias. Esta situación pone en tela de juicio la legi-
timidad del Estado, su capacidad en mantener el monopolio de la violencia y
el control territorial.
La experiencia del Frente Nacional para el actual proceso de construcción de
paz señala dos desafíos concretos. El primero es que junto a la incorporación de
los actores en conflicto deben llevarse a cabo reformas que mejoren la calidad
de vida de sectores sociales tradicionalmente excluidos, porque de no ser así el
inconformismo social se puede convertir en combustible para nuevos conflictos
o alimentar grupos armados. El segundo es que se requiere que la construcción

116
Javier Fernando Torres Preciado

de paz incorpore diversos sectores políticos y sociales, que no se convierta en


un pacto entre élites a la usanza del Frente Nacional que puede desactivar un
conflicto parcialmente, pero a la vez generar nuevos malestares sociales.

Exacerbación de la herencia del Frente Nacional en el


período pos Frente Nacional
La dinámica centralista y de exclusión de fuerzas sociales y políticas del Frente
Nacional (1958-1974) heredó esta inercia a los Gobiernos posteriores. El Estado
pos Frente Nacional, anterior a la Constitución de 1991, intentó fortalecerse
y legitimarse en el marco de un régimen con fuerte tendencia centralista, por
medio de la represión y la figura casi constante del Estado de sitio. Por ejem-
plo, durante el Gobierno de Turbay (1978-1982), la estrategia de represión y
exclusión fue constante, usando como herramienta la ya mencionada figura del
Estado de sitio, mientras que los éxitos reformistas e incluyentes de la adminis-
tración Turbay fueron limitados (Hartlyn, 1993). A pesar del centralismo aún
latente, Turbay construyó su poder fuera de las élites nacionales y centrales, y
lo hizo con base en las redes regionales; este hecho es muestra de la incapacidad
del centro y del régimen centralista de controlar algunos territorios, pues para
ello necesitan a esas élites regionales y, por ende, negociar con ellas. Esta es
clara muestra de la autonomía que histórica e informalmente habían construido
las regiones; cada vez resultaba más difícil el control por parte del centro y era
más evidente la necesidad de negociar con los poderes regionales para cual-
quier reforma, en otras palabras, cada vez el centro necesitaba más de las élites
regionales para gobernar.
El Gobierno de Betancur (1982-1986) interpretó la protesta social y la violen-
cia armada como un problema estructural del régimen político, o lo que él llamó
las condiciones subjetivas y objetivas de la violencia, las primeras relacionadas con
personalismo e historias particulares, y las segundas, con condiciones estruc-
turales del país que afectan a las mayorías y dificultan tanto la participación,
como la movilidad social. De acuerdo con Hartlyn (1993), para contrarrestar los
efectos de la exclusión política, la inequidad social y económica, Betancur puso
en marcha reformas políticas y fiscales descentralizadoras, como la elección
popular de alcaldes, además de los diálogos con la guerrilla y una tregua con
esta como un intento de incorporarlos al régimen político, abriéndoles espacios
de participación. Las propuestas y el reformismo de Betancur fueron una forma
de reconocimiento del conflicto interno colombiano como manifestación de in-
conformismo por parte de algunos sectores sociales y la necesidad de reformar
el régimen político, impulsar la apertura democrática y la inclusión social.
De acuerdo con González (2014), la propuesta de paz de Betancur generó
descontento entre diferentes sectores sociales, tales como militares, gremios

117
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

económicos, élites regionales, Iglesia católica y diversos sectores políticos; por


ejemplo, dentro del mismo partido conservador por el cual fue elegido el pre-
sidente, lo que aumentó las tensiones entre el centro y las regiones periféricas.
Las negativas y críticas a la propuesta de paz la dejaron sin apoyo entre sectores
claves de la vida nacional, con lo que se empezó a manifestar que las propues-
tas de paz acompañadas de los necesarios ofrecimientos de apertura política
iban en contravía de los intereses de los poderes tradicionales. El statu quo y
cierre parcial del régimen heredado del Frente Nacional se exacerbó con la pro-
puesta de paz y Betancur.
Para mediados de la década de los ochenta se manifestó más el descontento
por el rígido centralismo, era creciente el prurito de autonomía regional. Desde
finales de la década de los setenta y a lo largo de la década de los ochenta el
problema de violencia tomó otro cariz y alcanzó niveles extremos. Los actores
armados de izquierda se fortalecieron, crecieron en número de hombres, pre-
sencia territorial y capacidad militar. La respuesta a esta situación por parte de
las élites regionales no se hizo esperar y de la mano de sectores de la institucio-
nalidad militar se conformaron grupos de autodefensas o contrainsurgencias
alimentados por el dinero del narcotráfico, aunque no se debe desconocer el
protagonismo de la élite ganadera y agrícola rural que le inyectó capital al pro-
yecto (Ronderos, 2014).
La década de los ochenta, según Leal (1990), ha sido el periodo más conflictivo
de nuestra historia reciente, con un fuerte proceso de violencia, de actores armados
como los nombrados arriba, que debilitaron el Estado, le impusieron nuevos desa-
fíos y llevaron al país al borde de la anarquía. La década termina con la importan-
cia que se le concede a la solución negociada al conflicto por parte de los Gobiernos
de Betancur y Barco (1986-1990), en contravía de los intereses de diversos sectores
sociales que no veían con buenos ojos la apertura del régimen político y la incorpo-
ración de sectores excluidos desde mediados del siglo XX.
El fracaso de las negociaciones de paz de Betancur llevó a que el siguiente
Gobierno de Barco modificara la política de paz centrando el énfasis no solo en
los diálogos, sino también en algo fundamental para la construcción de paz,
que son los programas que extendieron la presencia estatal en áreas abandona-
das y afectadas por el conflicto, con el fin de atacar los tradicionales problemas
estructurales. De acuerdo con González (2014) el Plan Nacional de Rehabilita-
ción enfocó sus recursos al mejoramiento de las condiciones de vida de la po-
blación menos favorecida de los territorios más olvidados por el Estado central;
esta política integró el territorio y de paso fortalecer el Estado como fórmula
para construir paz más allá de la negociación con actores armados.
La centralización política y administrativa buscó fortalecer el Estado desde
la rigidez del centro desde finales del siglo XIX. No obstante, la resistencia re-

118
Javier Fernando Torres Preciado

gional ganó el primer pulso a mediados de la década de los ochenta con la re-
forma descentralizadora de 1986, con la cual se empezaron a elegir alcaldes por
medio de voto popular; con esto se buscaba otorgar autonomía a las regiones
para el manejo de sus asuntos de acuerdo con sus necesidades. En resumen, el
periodo pos Frente Nacional heredó sus problemas, pero estos fueron encara-
dos de diferentes maneras por cada Gobierno; por ejemplo, con Turbay y su cri-
minalización de la protesta, con Betancur y su negociación de paz, y con Barco
y sus programas sociales junto con las negociaciones de paz.

Discontinuidades: matices geográficos, coyunturas críticas


y tensión centro-periferia
Las discontinuidades en el proceso de formación del Estado en Colombia están
dadas en términos regionales y coyunturales. Lo primero se manifiesta en la
tensión regional centro-periferia —de la cual ya se han explicado elementos—;
lo segundo, en la reforma que llevó de un régimen centralizado a uno descen-
tralizado en lo político y administrativo con la elección popular de alcaldes en
1986 y la Constitución de 1991,8 como coyunturas de cambio en el proceso de
fortalecimiento y construcción estatal, y lo tercero, en la tensión entre centro y
periferia por cuenta de las coyunturas reformistas.
La tensión latente desde el siglo XIX entre el centro político y administra-
tivo, y las periferias o regiones aisladas geográficamente y divididas social-
mente comienza a dirimirse con el impulso final que la Constitución de 1991
le dio a la descentralización política y administrativa. La coyuntura de finales
de los ochenta, según Leal,9 es una crisis de legitimidad que desembocó en una
profunda reforma al régimen político. El agotamiento del régimen quedó evi-
denciado en la condensación de factores como el descontento social, la exacer-
bación del conflicto interno por la complejización y crecimiento de los actores
armados y la persistencia de los problemas de exclusión y desigualdad.
Las marcadas diferencias regionales no solo pasan por aspectos culturales,
geográficos y hasta étnicos, sino también, y más importante aún, por la pre-
sencia de grupos actores armados y por la presencia diferenciada de las insti-
tuciones del Estado. Existe una mirada desestimulante, que a la vez señala las
discontinuidades regionales, la cual plantea que el norte del país está contro-
lado por los grupos paramilitares de derecha, el sur en manos de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y un centro controlado por

8 Para Dávila (1997), el Frente Nacional y el proceso constituyente de 1991 guardan semejanzas en térmi-
nos de pacto y persistencia de actores e instituciones, aunque en 1991 se enfatizó el carácter democrático.
9 El texto de Leal (1990), Al filo del caos, es una compilación de diversos autores y temáticas, pero
vale señalar que todos los trabajos convergen en subrayar que la crisis del Estado es una crisis
de legitimidad.

119
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

el Estado central (González, 2003). Esa presencia también diferenciada de los


actores armados impacta de alguna manera los procesos políticos que se impul-
sen en la región. Para González (2014), la presencia diferenciada del Estado en
Colombia expresa la manera como los aparatos de Estado hacen presencia en
las regiones del país y las maneras como las regiones y sus poblaciones se han
ido integrando a la vida nacional. Hay diferencias también en el conflicto en
las regiones y la presencia de diferentes actores armados, lo que demanda una
respuesta estatal particular; es decir, una presencia del Estado que obedezca a
las necesidades y prioridades regionales.
En el marco de la descentralización después de 1991, la tesis de González
(2014) cobra fuerza, pues en las regiones no hay un actor hegemónico, sino
una lucha por el control territorial de diferentes sectores sociales expresados en
actores armados, que son cambiantes según la coyuntura. Luego del empode-
ramiento regional con la Constitución de 1991, este proceso se profundizó con
el fortalecimiento de las guerrillas, que desembocó en el proceso de paz con las
FARC en el Gobierno Pastrana (1998-2002), y con el de los grupos paramilitares
y su unión en las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en 1997.
Es claro que la Constitución de 1991, en aras de zanjar las disputas regio-
nales con el centro, adoptó como solución un régimen descentralizado política
y administrativamente, lo cual de manera paradójica mantuvo el carácter defi-
citario del Estado, por implementarse en el marco de un creciente y complejo
conflicto armado interno. Según Romero (2003) la descentralización y los diálo-
gos con las FARC, en lugar de apaciguar los ánimos en las regiones, generaron
espacios de disputa por los territorios y recursos, tanto legales como ilegales, en
la medida en que élites sociales regionales vieron amenazados sus privilegios si
se les abría espacio democrático a actores de izquierda.
Con el primer empujón descentralizador en 1986 y la posterior Constitución
de 1991 se dirimió parcialmente la tensión regional entre el centro y la perife-
ria, además de zanjarse la tensión entre centralización y descentralización. El
centro en busca de legitimidad y fortalecimiento estatal cedió autonomía a las
regiones como manera de profundizar la democracia, pero el proceso descen-
tralizador conllevó la exacerbación de la violencia en las regiones debido a su
implementación en presencia de diferentes actores armados en diversas zonas
del país y con poder de controlar recursos y territorios.
Las coyunturas críticas y la tensión centro periferia siempre han estado atra-
vesadas por la presencia de actores armados en diferentes zonas geográficas
del país; por ello, cada intento de reforma ha tenido efectos no contemplados
y le ha impuesto nuevos retos a un Estado en busca de fortalecimiento. La ex-
periencia histórica que han dejado estos procesos sirve de insumo en la actual
coyuntura de construcción de paz, lo que hace más visibles los retos que tradi-

120
Javier Fernando Torres Preciado

cionalmente ha tenido el Estado colombiano y en los cuales debe trabajar para


construir una paz estable y duradera.

Descentralización y actores armados en la formación del


Estado en Colombia
La centralización como característica del régimen político durante el Frente Na-
cional y el pos Frente Nacional, y la descentralización adoptada en 1986 y 1991
buscaron fortalecer y legitimar el Estado a su manera, lo que además indica que
los dos procesos han sido protagonistas en la formación del Estado en Colom-
bia. Pero entonces: ¿por qué a pesar de los intentos de fortalecimiento estatal
con base en las dos formas que ha adoptado el régimen político colombiano, en
especial la descentralización, el Estado mantiene su carácter deficitario? La res-
puesta apunta a señalar a la violencia que se ha vivido en las diferentes etapas
históricas y la recurrente presencia de actores armados en las regiones como
una de las principales causas explicativas del carácter deficitario del Estado en
Colombia y la dificultad para su fortalecimiento.
Las dinámicas de relación entre las élites regionales con las élites del cen-
tro ponen sobre el tapete al asunto de la gobernanza territorial nacional en
regímenes democráticos. Para Gibson (2006) este asunto es afrontado por las
élites autoritarias desde tres estrategias: parroquialización del poder, naciona-
lización de su influencia y monopolización de los vínculos institucionales entre
lo nacional y subnacional. Estos tres elementos retratan una presencia estatal
discontinua por épocas y regiones, por ejemplo, cuando las élites cierran sus
feudos regionales o cuando reconfiguran y cooptan instituciones estatales —en
términos de Garay, Salcedo y León (2010)— como el Congreso y el DAS.
La descentralización fue adoptada, entre otras, como una forma de forta-
lecer el Estado frente a los desafíos que este enfrentó durante la década del
ochenta; fue una forma de profundización democrática en comparación con
la Constitución de 1886. Gutiérrez (2012) sugiere que confluyeron tres fuerzas
para que esta reforma se llevara a cabo, las cuales coinciden con el proceso
descrito, estas son: profundas transformaciones en el sistema político colom-
biano que apuntaban a una descentralización de facto; agencias multilaterales
que abogaban por la descentralización en la medida en que la consideraban
como eficiente, transparente y legitima, y por último, la exigencia de movi-
mientos cívicos que exigían que el Estado se adecuara a la nueva realidad. La
descentralización fue la respuesta del Estado a los desafíos que la realidad le
impuso, fue a su vez un intento de fortalecimiento y legitimidad de cara a las
regiones, pero el resultado no fue completamente el esperado, las élites regio-
nales pusieron el sistema a su favor en detrimento del fortalecimiento estatal
y los actores armados se adaptaron y fortalecieron en este proceso. En el caso

121
Fortalecimiento del estado colombiano como reto clave de la construcción de paz

de los actores armados en las regiones, se permitió la emergencia de formas


de Estado local (Duncan, 2007); la función de los paramilitares, más allá de la
lucha contrainsurgente, fue cumplir labores de Estado en las regiones. Según
Duncan (2007) estos grupos amparados en la autonomía regional impusieron
autoridad y se apropiaron de recursos legales e ilegales, en detrimento de su
fortalecimiento y legitimidad.
No importa la forma que adopte el régimen político, la presencia de actores
armados en las regiones ha estorbado el proceso de fortalecimiento del Estado
colombiano, lo cual se expresa en asuntos como la ausencia del monopolio de
la violencia, la dificultad para hacer presencia y controlar territorios, recaudar
recursos y administrarlos, inversión adecuada de estos y acceso equitativo al
aparato de justicia. La presencia de actores armados es a la vez causa y con-
secuencia del carácter deficitario del Estado en Colombia. En los momentos
históricos aquí abordados se han adelantado reformas que buscaron fortalecer
y legitimar el Estado colombiano, lo cual se ha logrado parcialmente, porque la
presencia de actores armados no ha permitido la implementación adecuada de
cada diseño institucional. Esta es una lección clave para la construcción de paz
actual que debe apuntar al fortalecimiento estatal como herramienta para llevar
a cabo las reformas necesarias y restarle poder a los grupos armados ilegales
que pueden minar las políticas de paz.

Conclusiones
La amenaza y el obstáculo al fortalecimiento del Estado en Colombia son los ac-
tores armados, cualquier diseño institucional en presencia de estos grupos será
desvirtuado parcialmente y generará efectos colaterales indeseados. El desafío
para un Estado que busca fortalecerse es dominarlos, derrotarlos o integrarlos
al régimen político cuando sea viable y necesario. El contexto de un conflicto
armado es el que desvía y desvirtúa un proceso centralizador o descentraliza-
dor, ya que los dos se han implementado en diferentes momentos históricos,
desde el Frente Nacional con la herencia de la violencia de los años cuarenta y
la emergencia de grupos excluidos del régimen en la década de los sesenta, y
luego en la década de los ochenta y noventa con la complejización del conflicto
armado producto del fortalecimiento de guerrillas y paramilitares, junto con el
ascenso del narcotráfico como motor y financiador de los anteriores.
Centralización y descentralización han enmarcado y señalado la ruta del
proceso de formación del Estado en Colombia. Pero la explicación parcial a las
dificultades en la implementación de estos procesos es la presencia constante
de actores armados que han tenido la capacidad de adaptarse al reformismo y
cambios en el régimen político, le han puesto su impronta y lo han desviado. La
centralización y descentralización han sido, entre otras, intentos de fortalecer el
Estado, darle legitimidad y restarle argumentos a los actores armados para su

122
Javier Fernando Torres Preciado

persistente presencia en las regiones; pero la experiencia muestra que el diseño


y la implementación de un tipo de régimen político se encuentra mediada por
la persistente presencia y diferentes formas de control que los actores armados
han logrado desarrollar en regiones, esto desvía los objetivos de un determi-
nado diseño institucional y genera efectos colaterales indeseados. Este vistazo
histórico al proceso de construcción y fortalecimiento estatal en Colombia se-
ñala la importancia que tiene fortalecer el Estado y garantizar que cumpla con
las condiciones mínimas que lo definen respecto de monopolio de la violencia,
control y presencia territorial, recaudador de recursos y administrador de jus-
ticia, como puntos de partida fundamentales en el proceso de construcción de
paz que se está viviendo.
La construcción de paz trae consigo retos similares —otros nuevos— a los
que ya ha vivido el país. Por ejemplo, implica el reformismo con una nueva
apertura democrática que incorpore a los actores excluidos que demandan es-
pacios de participación política e inclusión social. Pero como ya se anotó, im-
pulsar este reformismo en medio de la presencia de actores armados puede
generar efectos indeseados, como la ocupación de territorios por parte de esos
grupos armados que persisten en la guerra o la actuación violenta de “fuerzas
oscuras” que se oponen a la apertura de espacios de incorporación política y
demandas sociales y sectores sociales privilegiados que interpretan la construc-
ción de paz como un escenario de pérdida de privilegios.

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125
La paz desde concepciones y
discursos pontificios:
Francisco y el caso colombiano
Laura Camila Ramírez Bonilla*

Introducción
La tarde del 6 de septiembre de 2017, el papa Francisco arribó a Bogotá para
un viaje apostólico de cinco días. Treinta y un años después de la última visita
de un pontífice a Colombia, el país había dejado de ser una “nación católica”,
por mandato constitucional, para ser un Estado laico, de libertad de conciencia
y culto. Según el Pew Research Center, los católicos pasaron de representar al
91 % de la población nacional, a mediados del siglo XX, para congregar a cerca
del 74 %, en la segunda década del siglo XXI.1 Evidentemente, ni la carta políti-
ca ni el régimen religioso eran las únicas transformaciones de esas tres décadas.
Colombia había sido testigo de la escalada de violencia más significativa, tanto
de la guerra contra del narcotráfico, exponencial desde mediados de los años
ochenta, como del conflicto armado interno que experimentaba desde 1964. Un
nuevo evento histórico convocó a la cabeza del catolicismo a Bogotá, Medellín,
Cartagena y Villavicencio: la paz. Sin eufemismos mayores, la firma e imple-
mentación del acuerdo final suscrito entre la guerrilla de las Fuerzas Armadas

* Politóloga de la Universidad Nacional de Colombia, magíster en Estudios Políticos de la misma


institución y doctora en Historia de El Colegio de México. Académica de tiempo completo de la
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.
1 El Tiempo (27 de marzo de 2016). Los católicos crecen más rápido que la población mundial.
Recuperado de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16546753

127
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Juan Manuel Santos, el


24 de noviembre de 2016.
El país al que arribaba Francisco estaba lejos de júbilo y la expectación que,
por principio idealista —más que realista—, supone la paz. Que la refrenda-
ción popular del pacto con las FARC se hubiera frustrado en las urnas el 2 de
octubre de 2016 y que la concertación con la oposición terminara en un forcejeo
político sin plena convocatoria de todas las facciones a la firma del acuerdo
final reforzaron el clima de polarización y desconfianza que se venía gestando
desde el inicio de las negociaciones. La paz parecía dividir a los colombianos.
De ahí que el viaje papal, desde su anuncio, en enero de 2017, hubiera desper-
tado un extenso debate político. ¿Se trataba de una visita pastoral o política?
¿Su respaldo al proceso de paz con las FARC era equivalente a un apoyo a la
administración de Juan Manuel Santos? ¿Instrumentalizaba el Gobierno a una
figura como el Papa o la Iglesia conseguía réditos de una coyuntura política?
¿Por qué una entidad religiosa podía intervenir en un asunto de Estado como
la paz? ¿En medio de la polarización política, lograría el pontífice un nuevo
consenso frente la paz y la reconciliación?
El presente artículo se propone analizar los discursos y las acciones del pon-
tificado de Francisco frente a la paz en Colombia, a la luz de dos referencias:
primero, la doctrina que la Iglesia ha construido en torno a la paz y el activismo
que desde mediados de los años ochenta ejerce en la búsqueda de una solución
política al conflicto armado interno, y segundo, las convergencias y discrepan-
cias que generó al interior de la jerarquía eclesiástica el proceso de paz con las
FARC y la convocatoria puntual a un plebiscito para refrendar popularmente
los pactos alcanzados con dicha guerrilla. Sin duda, el momento político, na-
cional e internacional determinó la visita del papa Francisco, como un acto tan
pastoral como político. Y aunque puso en tensión la laicidad del Estado, logró
articular un discurso incluyente frente a la paz, distensionó la coyuntura del
acuerdo y complejizó el significado de la superación del conflicto violento. El
pontífice promovió un escenario de reconciliación amplio y multidimensional,
que no puede desestimarse en medio de las divisiones de orden político y las
debilidades del discurso por la paz que difundía el Gobierno.
El ejercicio que aquí se plantea es una mirada histórica al tiempo presente.
Una reconstrucción de hechos, concepciones y personajes que pueden aportar
pautas de análisis para la Colombia contemporánea, posterior a la Constitución
de 1991, en un singular proceso de paz y transformación social. Así, el texto está
dividido en tres partes: 1) las nociones de la paz desde una perspectiva eclesiás-
tica; 2) la actividad de la Iglesia en la búsqueda de la paz y su participación en el
plebiscito del 2 de octubre de 2016, y 3) la visita del papa Francisco a Colombia,
leída en clave de paz y reconciliación.

128
Laura Camila Ramírez Bonilla

La paz desde una perspectiva eclesial


El capítulo V de la Constitución Gaudium et spes, producto del Concilio Vaticano
II (1962-1965), fue dedicado a la construcción y al fomento de la paz. En plena
confrontación bipolar, entre el capitalismo y el comunismo, el documento con-
ciliar asumió como una obligación de todo cristiano evitar la guerra:

La complejidad de la situación actual y el laberinto de las relaciones interna-


ciones permiten prolongar guerras disfrazadas con nuevos métodos insidio-
sos y subversivos. […] Teniendo presente esta postración de la humanidad
el Concilio pretende recordar ante todo la vigencia permanente del derecho
natural de gentes y de sus principios universales. (p. 79)

El énfasis era civilista y espiritual a la vez. Ante el temor latente de una “guerra
total”, la Constitución declaró de manera expresa que toda acción bélica que des-
truyera indiscriminadamente los territorios y sus habitantes era “un crimen con-
tra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones”.
Por tanto, rechazaba la carrera armamentista y la definía como “la plaga más
grande de la humanidad”, toda vez que bajo el uso inapropiado de la ciencia pro-
piciaba un sistema de disuasión y contención del adversario que distorsionaba
el concepto de la paz (Constitución Gaudium et spes, 1965, capítulo V, sección 1).2
La guerra, entendida como una “antigua esclavitud” de la que era necesario
liberarse, debía ser considerada como una actividad “absolutamente prohibi-
da” entre las naciones. “Esto requiere el establecimiento de una autoridad uni-
versal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el
cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos” (p. 82). El capítulo V
de Gaudium et spes era una lectura particular del sistema internacional, sus pro-
blemas y sus actores. El llamado a que las instituciones supranacionales, y no la
carrera armamentista, fueran el mecanismo de contención de la actividad bélica
fue uno de los planteamientos centrales del documento. El discurso no reiteró
la retórica anticomunista que dominaba entre las jerarquías eclesiásticas locales
—y vaticanas— de la época, pese a la presión del contexto global. En contraste,
priorizó conceptos universales, como la paz, el diálogo o la justicia, para pro-
curar consensos mínimos, de ahí su llamado a “edificar una comunidad inter-
nacional”. El tono distaba de las teorías realistas que entonces prevalecían en la
comprensión de las relaciones entre Estados.
Según Gaudium et spes, la paz “no es la mera ausencia de la guerra, ni se re-
duce sólo al establecimiento de un equilibrio de las fuerzas adversas, ni surge

2 “Sea lo que fuere de este sistema de disuasión, convénzanse los hombres de que la carrera de
armamentos, a la que acuden tantas naciones, no es camino seguro para conservar firmemente
la paz, y que el llamado equilibrio de que ella proviene no es la paz segura y auténtica” (Cons-
titución Gaudium et spes, 1965, capítulo V, sección 1).

129
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

de una dominación despótica, sino que se llama con exactitud y propiedad la


obra de la justicia” (Constitución Gaudium et spes, 1965, capítulo V, numeral 78).
Desde esta perspectiva, aludía más a un proceso que a un punto de llegada:
“nunca se obtiene de modo definitivo, debe edificarse continuamente”, indicó
la Constitución. En términos teológicos, la paz fue entendida como un “don
de Dios”, que debía leerse a la luz del evangelio. Su construcción transcendía
del plano “temporal” y del equilibrio de fuerzas sociopolíticas y económicas
al campo espiritual y divino (Crepaldi, 2001, p. 48). El discurso conciliar fue
un espacio de conexión de lo público y lo privado, de lo religioso y lo político.
Así, supuso la existencia de una paz perfecta, proveniente de Dios, y una paz
terrena, hecha a imagen y reflejo de la paz de Cristo, pero siempre inacabada.
La paz de la tierra indicó Gaudium et spes, “no se puede lograr si no se asegura el
bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres” (p. 78).
El llamado de la constitución conciliar se enfocó en las causas que “alimentan
las guerras” y la cooperación entre naciones como estrategia de construcción de
paz. “Entre esas causas deben desaparecer principalmente las injusticias. No
pocas de estas provienen de las excesivas desigualdades económicas y de la
lentitud en la aplicación de las soluciones necesarias”. La cooperación, en esta
lectura, remite a un progreso que debe trascender el orden económico. En ese
marco, sugiere a los países en vía de desarrollo buscar, como fin propio del
progreso, la perfección humana de sus ciudadanos, mientras que a los países
desarrollados les asignó la “obligación” de ayudar a aquellos que se encuentran
rezagados. El documento finaliza con una exhortación a los cristianos, inclui-
dos los no católicos, “a la creación pacífica y fraterna de la comunidad de los
pueblos”. Se trata de una convocatoria al diálogo entre los hombres, aún en la
diferencia. En últimas, propone una incidencia directa en lo público, desde la
institucionalidad eclesiástica y desde la feligresía, en las condiciones materiales
y espirituales que generan conflictos violentos. “[…] juzga muy oportuno que
se cree un organismo universal de la Iglesia que tenga como función estimular
a la comunidad católica para promover el desarrollo a los países pobres y la
justicia social internacional” (Constitución Gaudium et spes, 1965, capítulo V).
El antecedente más próximo del capítulo V de Gaudium et spes es quizá la en-
cíclica Pacem in terris de Juan XXIII, emitida el 11 de abril de 1963. El documen-
to ofrece una lectura teológica de la paz, que se complementa con una visión
propia del orden social y político y una idea de las relaciones internacionales
apegada a la institucionalidad. La coincidencia de esta variedad temática evi-
dencia que la noción de paz de la encíclica va más allá del cese de la violencia
y convoca a todas las dimensiones múltiples del individuo y la convivencia so-
ciedad. El talante religioso, que considera que la paz en la tierra no es viable sin
el respeto al orden establecido por Dios (núm. 1), está más presente en Pacem in
terris que en el Gaudium et spes. En últimas, la paz es una obra divina: “Pues Él

130
Laura Camila Ramírez Bonilla

es nuestra Paz, que hizo de los pueblos uno... Y viniendo nos anunció la paz a
los de lejos y la paz a los de cerca”, indica el pontífice citando Ef 2,14-17. Supone
una suerte de estado espiritual y armonía con los mandatos de Dios. Religión y
política no parecen escindidas.
En conexión con este punto de partida, el texto se organizó en cinco capí-
tulos: el primero, sobre “la ordenación de las relaciones civiles”, un conjunto
de derechos y deberes de la “persona humana” en sus relaciones con el otro
o “convivencia civil”. El segundo capítulo se detiene en “la ordenación de las
relaciones políticas”, que parte de considerar que toda autoridad que el gober-
nante posee proviene de Dios. El principio pone en tensión el orden laico del
Estado-nación moderno y occidental. Si bien distingue la esfera religiosa y la
política, supedita la segunda a la primera. Aunque subyace una lectura más
secular, la base de la argumentación continúa siendo de carácter sacra. No es
extraño que esto persista, pues en últimas se trata de una entidad religiosa.
Para la encíclica, “la autoridad consiste en la facultad de mandar según la
recta razón”, en correspondencia con el bien común. Así, define deberes para
el gobernante y el ciudadano, demanda apego a la ley y exige una división
tripartita de poderes. El tercer capítulo asume que la “ordenación de las rela-
ciones internacionales” debe regirse por la ley moral, la verdad, la justicia, la
solidaridad activa y la libertad. En este apartado rechaza la carrera armamen-
tista de la época y pide atender los problemas de las minorías étnicas y los
exiliados políticos. Por su parte, la “ordenación de las relaciones mundiales”,
tema del cuarto capítulo, habla de la interdependencia de los Estados, la nece-
sidad de una autoridad de alcance mundial más efectiva y el reconocimiento
a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre (1948) como un punto de partida de esa institu-
cionalidad global. Finalmente, el último capítulo se detiene en la incidencia de
los cristianos en la “acción temporal”: “exhortamos de nuevo a nuestros hijos
a participar activamente en la vida pública y colaborar en el progreso del bien
común de todo el género humano y de su propia nación” (núm. 146). Se trata
de un texto actualizado a su tiempo, tan político como teológico, tan doctrinal
como pragmático.
Siguiendo el discurso eclesiástico y la literatura que analiza el tema, es po-
sible identificar nueve ejes en torno a los cuales el catolicismo construye una
suerte de doctrina de la paz: primero, la paz como derecho y deber, condición
indispensable para ejercer los demás derechos y obligaciones de todo ciudada-
no. Segundo, la paz como proyecto promotor del desarrollo integral, tendiente
más a una mirada humanista que economicista. Tercero, la paz desde la pro-
tección y difusión de los derechos humanos, ligada a una pastoral y una ética de
los derechos humanos con perspectiva cristiana. Cuarto, la paz como obra de la
justicia: “orden social más justo, fraterno y participativo”, donde la paz implica

131
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

una “distribución equitativa de los frutos del desarrollo” (SRS, 26f). Quinto, la
paz como fruto del amor, de un trabajo íntimo y espiritual. Sexto, la paz como un
cuerpo indivisible, señala Juan Pablo II: es “de todos, o de nadie” (SRS, 26f). Sépti-
mo, la paz como un ejercicio del diálogo, que para el cristiano representa su com-
promiso con medios no violentos de transformación de los conflictos. Octavo, la
paz como una obra ecuménica, que se manifiesta en la participación creciente de
todos los cristianos (católicos y no católicos), con motivación teológica y en re-
chazo a la violencia (Ut Unum Sint), un trabajo que exige diálogo interreligioso
(Ramírez Bonilla, 2009, pp. 42-43). Y noveno, la paz como un trabajo a escala
global: más allá de que las causas del conflicto violento tengan origen local, su
impacto y superación involucran acciones y agentes internacionales.
En últimas, hablamos de una definición que trasciende la “paz negativa” y
conmina a pasar del plano conceptual a la experiencia. Así lo evidencia Caritas
Internationalis y su ejercicio con comunidades afectadas por la violencia y ac-
tores en conflicto. Términos como construcción de paz o peacebulding, utilizado
por primera vez por las Naciones Unidas a inicios de los años noventa, han
sido adaptados en el discurso eclesial en función de dos ejes: las relaciones y la
participación.
Para este enfoque, las relaciones son la base para generar cambios sociales
duraderos, acciones humanitarias, desarrollo, prevención de conflictos, recons-
trucción y reconciliación. Esto explica el énfasis y el monitoreo constante a la
interacción entre “las co-partes y los beneficiarios de los programas” (Caritas
Internationalis, 2002, p. 4), como punto de partida. Caritas Internationalis (2002)
considera que “la participación fluye de manera natural cuando se trata de un
proceso centrado en las relaciones”, de ahí que la paz demande la intervención
de actores múltiples (p. 81).
Para Caritas Internationalis (2001), “la Construcción de Paz tiene lugar aún
antes de que un conflicto violento estalle (una medida preventiva), o después
de que termina el conflicto violento”, mediante la articulación de cinco prin-
cipios operativos (pp. 91-95): primero, ser globalizante. “Ver la totalidad del
panorama para poder efectuar un cambio verdadero”. Esta condición implica
abordar las diversas fuentes de conflicto violento en una sociedad y asumir
una visión multidimensional del problema (Secretariado Nacional de Pastoral
Social [SNPS], 2007, p. 12). Segundo, fortalecer las relaciones interdependientes,
entendiendo que “la construcción de paz involucra un sistema de personas,
roles y actividades interconectados. La interdependencia tiene que ver con la
conexión entre lo que hacemos y la manera como lo hacemos” (SNPS, 2007, p.
13). Tercero, ser sostenible, es decir, que sea un proyecto a largo plazo que per-
mita consolidar continuidad en la respuesta y transformación de los conflictos
violentos. Estos “tienen lugar a través de generaciones y no podemos esperar
a que la construcción de la paz tome menos tiempo” (SNPS, 2007, p. 13). Cuar-

132
Laura Camila Ramírez Bonilla

to, tener un enfoque estratégico, acciones programadas, diseñadas y escogidas


para resolver efectiva y pacíficamente las confrontaciones (SNPS, 2007, p. 14).
Realizar una planeación, diagnosticar a tiempo, formular e implementar activi-
dades, articular iniciativas, evaluar procesos, entre otras acciones estratégicas.
Quinto, construir una infraestructura para la paz, en otras palabras, disponer los
recursos y los esfuerzos para brindar “los espacios sociales, los mecanismos lo-
gísticos y las instituciones necesarias para apoyar en el proceso de cambio […]
Una infraestructura de construcción de paz está fundamentada en las personas,
en sus relaciones y en los espacios sociales que crean” (SNPS, 2007, p. 15).
En Colombia, el documento Hacia una pastoral para la paz recogió la doctrina
conciliar y el contexto local sobre el tema. El documento surgió en 1994, en el
marco de una nueva Constitución Política, una paz frustrada con el Ejército de
Liberación Nacional (ELN) y las FARC, y una coyuntura política signada por el
inicio del Proceso 8000 y la presunta financiación de la campaña presidencial
de Ernesto Samper con dineros del Cartel de Cali. Hacia una pastoral para la paz
se propuso construir una “visión global y objetiva de la realidad nacional, en
el problema de la paz”; fue un diagnóstico del conflicto armado en Colombia
y su posible solución negociada. En ese orden, reconoció que el término vio-
lencia en Colombia remitía a actores con orígenes y manifestaciones cambiantes
y diversas, organizados en al menos seis categorías: la delincuencia común, la
violencia subversiva, el narcotráfico, la violencia por el abuso del poder oficial,
la corrupción del sistema administrativo y la violencia intrafamiliar y social
(Conferencia Episcopal de Colombia [CEC], 1994b). Para la Iglesia de la época,
en Colombia se había reproducido una “cultura de la violencia” que admitía
tramitar las diferencias mediante la agresión física y sicológica del otro. Hacia
una pastoral para la paz fue una lectura más secular y académica, que religiosa o
espiritual del problema, retomó la tesis de las “causas objetivas” de la violencia
para diagnosticar a Colombia y recibió gran influencia de los estudios de la
Comisión de Estudios sobre la Violencia, conformada en 1987 (Ramírez Bonilla,
2015, p. 88). Así, entendió la paz como un conjunto de valores y condiciones
sociales de verdad, justicia, desarrollo, educación y reconciliación, que exigía
para el episcopado el diseño de una “Pastoral de la Paz” (Comisión Episcopal
Colombiana, 1994a).
Desde finales de los años ochenta hasta la actualidad, la Conferencia Epis-
copal, como cuerpo colegiado, ha hecho pronunciamientos reiterados sobre
la paz. Las asambleas plenarias de obispos se han convertido en espacios de
debate y tribuna sobre el tema. Sus concepciones no han variado sustancial-
mente desde Hacia una pastoral para la paz; no obstante, se han adaptado a las
realidades del país y problemáticas concretas: el agro, el desarrollo, la justicia,
la reconciliación, las víctimas, el diálogo, la educación, la pobreza, los dere-
chos humanos, entre otros. Alrededor de este discurso se han erigido instancias

133
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

como la Comisión Vida, Justicia y Paz, creada en 1987, o la Comisión Nacional


de Reconciliación, fundada en 1995, que con el SNPS y los numerosos proyec-
tos diocesanos y de congregaciones religiosas en las regiones complementan
las acciones eclesiásticas en la materia. La retórica actual incluye reflexiones
sobre el posconflicto, el posacuerdo, el perdón, la reincorporación, el desarme
y la reparación, entre otros. Desde luego, las diferencias internas están laten-
tes, la concepción misma sobre las causas y actores de la guerra cambia entre
algunos sectores eclesiásticos, suscita cuestionamientos e incluso controversias
públicas.3
Desde el inicio de su pontificado, Francisco hizo de la paz una referencia
constante, reforzando la doctrina católica y haciendo un llamado directo a la
acción. Las concepciones del Vaticano II se conservaron y se actualizaron a la
vez. El pontífice ha tenido habilidad para recontextualizar el discurso y llevarlo
a problemáticas, lugares y actores particulares. Colombia es, sin duda, un claro
ejemplo de ello. Desde 2014, cada primero de enero, el Papa emite un mensaje
con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz. Entendiendo al hombre como un
ser relacional; ese primer año el tema central fue la fraternidad, como funda-
mento y camino para la paz. Dicha fraternidad debía manifestarse en tres as-
pectos: el deber de solidaridad, el deber de justicia social y el deber de caridad
universal. La labor en estas áreas supone contrarrestar la pobreza, la guerra, las
crisis económicas, el deterioro ambiental, la corrupción y el crimen (Francisco,
2014). En 2015 su discurso se tituló “no esclavos, si hermanos”. “[…] la explo-
tación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión”
(Francisco, 2015). Los rostros múltiples de la esclavitud: la trata de personas, los
abusos laborales, el maltrato a migrantes, la obligación a prostituirse, el tráfico
de órganos, el reclutamiento forzado para la guerra, el secuestro, la tortura,
entre otros fenómenos, exigían una acción conjunta de Estados, organismos
intergubernamentales, empresas y sociedad civil, pues obstaculizaban la con-
secución de la paz. En 2016 la jornada fue dedicada a “vencer la indiferencia”.
En los tiempos actuales, indicó el pontífice, el aumento de información había
producido una saturación que “anestesiaba” a los individuos y relativizaba la
gravedad de los problemas: “Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en
incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas” (Francisco, 2016).
En sus palabras, la paz se hallaba amenazada por la “indiferencia globalizada”,
y el antídoto era entonces la misericordia y la solidaridad. Finalmente, el más
reciente mensaje, en 2017, planteó que la “no violencia” debía convertirse en un
estilo de política para la paz: “que la no violencia se trasforme, desde el nivel
local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras
decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas

3 El plebiscito por la paz del 2 de octubre de 2016 es uno de los ejemplos más recientes de estas
controversias.

134
Laura Camila Ramírez Bonilla

sus formas”. De nueva cuenta la exhortación era a los líderes políticos y reli-
giosos, los Estados, las instituciones internacionales, las empresas y los medios
de comunicación. Al mismo tiempo, renovaba el compromiso de la institución
eclesiástica: “La Iglesia Católica acompañará todo tentativo de construcción de
la paz también con la no violencia activa y creativa” (Francisco, 2017).
Este tipo de mensajes suelen empezar con ideas marco, concisas, que per-
miten entender la paz como un proceso en conexión con un conjunto especí-
fico de valores, actitudes y condiciones morales y materiales —individuales y
colectivas—. Las primeras referencias son de tipo teológico, con citas bíblicas y
preceptos básicos del catolicismo, para continuar con problemáticas concretas: el
terrorismo, la corrupción, la migración, el crimen organizado, el medio ambien-
te, las crisis económicas, la pobreza, etc. El extenso repertorio de temáticas, de
nuevo, demuestra que el concepto eclesiástico de la paz no está supeditado, úni-
camente, a la antítesis de la violencia. Entendida como un proceso, la paz remite
a un andamiaje amplio de factores sociales, culturales, políticos, económicos y
espirituales, que deben articularse.
El discurso suele ser un llamado de atención. Su argumentación plantea
diagnósticos generales, posibles soluciones y dirige responsabilidades a acto-
res concretos. No anuncia un plan de acción en concreto. Desde el Vaticano II es
evidente la edificación de una retórica coherente en el tiempo, propia, actuali-
zada, con énfasis y prácticas variadas. Siguiendo el estilo conciliar, el lenguaje
y el análisis secular, que revisa factores sociológicos, antropológicos y políticos
de los principales problemas de las sociedades contemporáneas, se mezcla con
una narrativa religiosa, quizá no tan teológica como la de Pacem in terris, pero
sí apegada a lo divino y su dominio sobre otras esferas de las sociedades y los
individuos.

Papa, Colombia y paz


La paz de Cartagena
El 26 de septiembre de 2016, el mismo día cuando Juan Manuel Santos y las
FARC firmaron el primer acuerdo final de paz en Cartagena, el papa Fran-
cisco envió un mensaje de respaldo al mandatario: “Tengo que decir que el
presidente Santos está arriesgando todo por la paz, pero veo también otra
parte que está arriesgando todo para continuar la guerra. Esto hiere el alma”.
El pontífice no ocultó su entusiasmo por lo que estaba por ocurrir: “muchas
gracias a Santos”, indicó al final de su intervención pública en medio de la
visita del Congreso Judío Mundial al Vaticano. La referencia a un sector de
la sociedad y la política dispuesta a seguir en la confrontación armada no
dejó de despertar suspicacias. Portales web católicos, como infocatólica.com

135
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

y adelantelafe.com, de evidente tendencia conservadora, rechazaron la inter-


vención del pontífice (ACIPrensa, 2016).
Las reglas de juego eran conocidas por Francisco. “Será el pueblo colom-
biano a través del plebiscito que dirá ‘sí’ o ‘no’”. Con ocasión de ello, el Papa
hizo una aseveración polémica para la coyuntura que vivía el país, aún en cam-
paña: “Yo prometo que cuando este acuerdo sea blindado por el plebiscito,
[y obtenido] el reconocimiento internacional, yo iré a Colombia para enseñar
la paz” (ACIPrensa, 2016). La sentencia parecía imponer un condicionamiento
político a la visita apostólica. El proceso electoral no estaba blindado de la vida
religiosa. El tema no terminaba ahí. Las palabras del Papa reconfirmaban el
apoyo internacional que despertaba el “Sí” y el proceso de paz, en contraste
con la polarización que caracterizaba a la política nacional. Un año atrás, en
septiembre de 2015, desde Cuba, el pontífice había dirigido sus palabras a
Santos y a Timochenko, cuando firmaron los puntos referentes a las víctimas en
la negociación. “Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más
en este camino de paz y reconciliación” (Semana, 2016).
Quince mandatarios se trasladaron a Cartagena para la firma del acuerdo
de paz. En representación del Vaticano asistió el cardenal Pietro Parolín, Se-
cretario de Estado, quien además ofició una ceremonia litúrgica a la que asistió
el presidente de la República y algunos invitados especiales —todos vestidos
de blanco—. El espacio estaba dado para reiterar el respaldo del Papa a las
negociaciones con la guerrilla y la labor de la Iglesia colombiana en la mate-
ria. “Todos los que estamos aquí somos conscientes de que estamos al final de
una negociación y el inicio de un proceso que requiere de todos los colombia-
nos”, fueron las palabras del encargado de las relaciones exteriores del Estado
vaticano.
La simbología de estos actos y sus protocolos parecían dar por sentada la re-
frendación popular del acuerdo. Una “internacionalización” de las negociacio-
nes había permitido un despliegue de este estilo. En contraste, en el campo de
lo simbólico los ritos religiosos revestían a la paz de una suerte de “sacralidad”,
que la formalidad política del proceso, el debate, la coyuntura y la estrategia
de comunicación del Gobierno no lograban proporcionar al proceso. En ese
marco, el primer mandatario acudió de manera reiterativa a mencionar a Dios
o a incluir plegarias en sus discursos. “Oh Dios, padre y señor de Colombia,
concedemos estar siempre en tus manos y luchar juntos para hacer de nosotros
una sola familia, en la que nadie se sienta solo y excluido”, señaló el mismo 26
de septiembre (El País, 26 de septiembre de 2016). Si bien no había alusión a
un dios católico, protestante, judío o musulmán, entre otros, sí era notoria una
cercanía mayor a las autoridades y ritos del catolicismo, asunto que no dejaba
de cuestionar el lugar que le correspondía guardar al presidente frente a los
símbolos confesionales en un Estado laico.

136
Laura Camila Ramírez Bonilla

Ante los resultados del plebiscito


El 2 de octubre de 2016 los colombianos fueron convocados a las urnas para
responder a la siguiente pregunta: “¿Apoya usted el acuerdo final para la ter-
minación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”, con
la participación del 37,4 % del censo electoral, el 50,21 % de los sufragantes res-
pondieron que “No” y el 49,78 % contestaron que “Sí”. La estrecha diferencia
entre estos dos resultados no solo dejó al acuerdo final sin posibilidades inme-
diatas de trámite e implementación, sino que además profundizó las divisiones
políticas entre los ciudadanos partidarios de las negociones con las FARC y
los que no las compartían. Se trataba de dos sectores políticos heterogéneos,
en coaliciones “variopintas” que, pese a oponerse en otras agendas, se vieron
en la necesidad de unirse en las urnas. El “Sí” fue integrado por la izquierda,4
el liberalismo, la centroizquierda, el centro,5 los conservadores,6 un sector de
la derecha7 y algunos independientes.8 El “No” congregó a la derecha —en ex-
presiones radicales y moderadas—, una parte del conservatismo, secciones del
centro y un grupo de independientes.9
En esta oportunidad, más que en ningún otro proceso electoral reciente, la
variedad de alianzas políticas se cruzó con el campo religioso. En medio de un
pluralismo que se aceleró después de la Constitución de 1991, con la garantía
de la libertad de conciencia y culto, se fueron posicionando en el terreno po-
lítico, las más de las veces partidista y electoral, nuevos actores con agendas
confesionales,10 alternativos incluso a la jerarquía católica y algunos clérigos

4 Además de los movimientos y ciudadanos a favor del proyecto político de las FARC, se su-
maron desde la izquierda el Polo Democrático y el Movimiento Progresistas, del exalcalde de
Bogotá, Gustavo Petro. Sin dejar de mencionar sectores sin personería jurídica como el Partido
Comunista Colombiano (PCC), el Movimiento por la Defensa de los Derechos del Pueblo (MO-
DEP), el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), el Partido del Trabajo de
Colombia, entre otros.
5 En este campo se destaca el Partido Alianza Verde. También al comité del “Sí” se unió el movi-
miento político MIRA, de origen cristiano.
6 El Directorio Nacional del Partido Conservador decidió apoyar la campaña del “Sí”, aunque
varios de sus miembros se apartaron de dicha determinación y respaldaron el “No”, entre ellos,
el expresidente Andrés Pastrana y la excandidata presidencial Martha Lucía Ramírez.
7 El Partido Social de la Unidad Nacional, colectividad a la que pertenece el primer mandatario
de la República. A esta coalición se unió el partido Cambio Radical, del vicepresidente Germán
Vargas Lleras que, sin embargo, un año más tarde tomó distancia de varios de los proyectos de
implementación del Acuerdo Final, entre ellos, la Justicia Especial para la Paz.
8 Entre otros, los excandidatos presidenciales Sergio Fajardo y Antanas Mockus.
9 Entre el centro, los independientes y algunos liberales es posible destacar los nombres del exal-
calde de Bogotá, Jaime Castro, y académicos como Pedro Medellín, Carlos Esteban Jaramillo,
Hernando Yepes Arcila y Andrés Vernaza, entre otros.
10 Es importante destacar que la diversidad religiosa no es un fenómeno exclusivo de la Cons-
titución de 1991. Lo que sí se fractura con dicha carta política es el monopolio religioso en

137
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

locales. En otras palabras, las identidades religiosas hicieron presencia en la


política no como una realidad nueva, sino como una realidad más plural, que
le quitaba al catolicismo el monopolio histórico que había conservado en Co-
lombia —constitucionalmente avalado desde 1986—. Iglesias protestantes, en
especial pentecostales y evangélicas, han sido, hasta la actualidad, los actores
más activos en esta dinámica, y han tensionado la laicidad del Estado.
Los matices del cambio religioso y su relación con la vida política de Colom-
bia incursionaron de manera directa a los debates de la paz. El plebiscito del 2
de octubre puso en evidencia el sentido práctico y electoral de esta tendencia.
La posición de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) frente a los comi-
cios fue de neutralidad: invitar a sus feligreses a ejercer “un voto informado
y a conciencia”, dejándolos en libertad de elegir entre el “Sí” o el “No”.11 El
mensaje no dejaba de ser confuso, en contraste con el apoyo que en el pasado
la jerarquía había manifestado frente al proceso paz y los pronunciamientos de
la presidencia de la CEC a su favor. ¿Era notoria una división interna ante el
tema? ¿Se buscaba una actitud conciliadora, que evadiera el clima de intensa
polarización política?

Les pido a todos los colombianos que tengamos confianza en el proceso de


paz. Indudablemente es difícil tener confianza por la situación de violencia
que vive el país, pero tenemos que partir del principio de que hay que ser
capaces de acabar con esta guerra intestina que ha destruido al país durante
los últimos 50 años.

Esas fueron las palabras del cardenal primado de Bogotá y presidente de la


Conferencia Episcopal, Rubén Salazar, en febrero de 2013, a escasos tres meses
de iniciadas las negociaciones oficiales del Gobierno con las FARC (El Tiempo,
18 de agosto de 2016). En un comunicado de la CEC, el 11 de julio de ese mismo
año, el prelado reiteró dicha posición, exhortando a la sociedad colombiana a
“apoyar los esfuerzos para dar fin al conflicto armado por medio del diálogo y
de acuerdos con las FARC”.12

manos del catolicismo y el estado confesional vigente desde 1886. La diversidad de expresiones
religiosas es una realidad histórica, rastreable incluso desde la colonia. No obstante, hasta 1950
se crea la Confederación Evangélica de Colombia (Cedec), en respuesta a la persecución de
minorías religiosas en La Violencia liberal-conservadora. Desde la década de los sesenta, las
congregaciones cristianas han mostrado un crecimiento permanente en el país. No obstante, es
a partir de 1991 cuando dicho incremento se dinamiza y acelera.
11 “Un voto informado y a conciencia, que exprese libremente su opinión, como ejercicio efectivo
de la democracia y con el debido respeto de lo que la mayoría finalmente determine”, informó
un comunicado del Departamento de Comunicación Social de la CEC, el 17 de agosto de 2016.
ACIPrensa (18 de agosto de 2016).
12 Mons. Rubén Salazar Gómez, presidente CEC, “Comunicado de la Conferencia Episcopal de
Colombia sobre algunos temas de la situación del país”, 11 de julio de 2013, Bogotá.

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Laura Camila Ramírez Bonilla

El mensaje de la CXIX Asamblea Plenaria de Obispos, el 9 de julio de 2015,


renovó el compromiso de la institución eclesiástica con la paz. “La Conferencia
Episcopal de Colombia ratifica su convicción y su apoyo a la salida negociada
del conflicto armado”. No se trataba de una opinión exenta de críticas. “¿Cómo
hacer creíbles los esfuerzos de paz que se desarrollan en La Habana ante tantas
muestras de crueldad y violencia?”, se preguntaba el comunicado ante las con-
tradicciones del proceso.

Más allá del anuncio de un cese temporal de sus acciones violentas, el pueblo
colombiano clama por un compromiso de las FARC y el ELN de un cese de-
finitivo de hostilidades. Invitamos al Estado a favorecer las condiciones para
alcanzar este propósito, y, por otro lado, proponer una pedagogía que permita
a todos comprender el alcance de esta negociación.

La exhortación era también a la sociedad civil, para que venciera “la desespe-
ranza y la apatía”, además de reiterar en la cuestionada estrategia de comunica-
ción y pedagogía que la administración de Santos desplegó frente al proceso.13
Sin embargo, su postura se mantenía: “¡Es la hora de la paz! El diálogo, el per-
dón, la reconciliación y la justicia son el camino para la paz”. Monseñor Luis
Augusto Castro Quiroga, entonces presidente de la CEC, fue aún más enfático:
“La otra alternativa es la guerra, seguir la guerra, acentuar la guerra [...] Yo les
pido a los colombianos que sigan apoyando el proceso de paz” (El Tiempo, 18
de agosto de 2016).
En febrero de 2016, al conmemorarse la asamblea plenaria de obispos nú-
mero 100, el tema regresó. “Renovamos nuestro empeño para trabajar por la
paz que es don de Dios expresado por Cristo […]”. Ante la preocupación pun-
tual por la justicia transicional y la posibilidad de que delitos de lesa humani-
dad quedaran impunes, los jerarcas pidieron confianza a los colombianos: “El
proceso jurídico en elaboración lo va logrando, así como lo espera la sociedad
nacional e internacional, las víctimas y el mismo Papa Francisco”. Finalmente,
ante la intranquilidad por los problemas del agro, la posesión de la tierra y los
campesinos víctimas de despojos, la jerarquía saludó lo pactado en Cuba: “El
punto número uno del acuerdo de paz, abre una ventana con el fin de generar
una política de desarrollo agrario integral”.14
A menos de tres meses del plebiscito, la CEC en asamblea plenaria emitió
un nuevo documento sobre la paz. El análisis fue amplio y crítico, aunque re-
iterativo del apoyo al proceso. “La Iglesia [...] ve con esperanza el diálogo que

13 Mons. Luis Augusto Castro, presidente CEC, “Mensaje de la XCIX Asamblea Plenaria del Epis-
copado”, 9 de julio de 2015, Medellín.
14 Mons. Luis Augusto Castro, presidente CEC, “Comunicado a Colombia desde la Conferencia
Episcopal”, del 15 al 19 de febrero de 2016, Asamblea Plenaria de Obispos, Bogotá.

139
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

ha tenido lugar en La Habana”.15 Para entonces, la convocatoria a las urnas para


refrendar popularmente lo pactado era una realidad. Sin ahondar en el tema,
el episcopado exhortó “al pueblo colombiano a participar en la consulta sobre
los Acuerdos de La Habana, de manera responsable, con un voto informado y
a conciencia, que exprese libremente su opinión”.16 Un mes después la jerar-
quía confirmó su decisión de no hacer campaña ni por el “Sí” ni por el “No”,
mientras los medios de comunicación revelaban que, al igual que el resto de la
sociedad, los obispos se encontraban internamente divididos alrededor de las
dos posturas. La disposición de la CEC figuraba diplomática ante la diversidad
de puntos de vista.
En septiembre, el padre Mario García Isaza, del Seminario Arquidiocesano
de Ibagué, expresó en un artículo de opinión doce razones por las cuales vota-
ría “No” en el plebiscito del 2 de octubre.17 “Yo voto por el Sí”, expresó el sacer-
dote jesuita Francisco de Roux, fundador del Programa de Desarrollo y Paz en
el Magdalena Medio, en su columna semanal en El Tiempo: “considero que se
trata del mejor texto que en las actuales circunstancias se podía producir, con
muchos aciertos y algunos vacíos” (De Roux, 7 de septiembre de 2016). En una
entrevista a Semana, el prelado argumentó, “he visto morir a casi 4000 personas
que no querían ni a la guerrilla, ni a los paramilitares, ni la guerra colombiana
y que murieron soñando con la paz. Por eso es por lo que voto por el “Sí”. Pero
no estoy en campaña” (Camacho y Jiménez Santofimio, 19 de septiembre de
2016). Monseñor Libardo Ramírez, obispo emérito de Garzón y expresidente
del Tribunal Eclesiástico Nacional, hizo lo propio en otro artículo: “mi voto ‘en
conciencia’ será ‘No’ a esos acuerdos”. Aduciendo el problema de la justicia, la
participación en política de los exmiembros de las FARC, la incorporación de
los puntos acordados en la Constitución y la ideología de género, entre otros
argumentos, el obispo señaló: “Reconozco los esfuerzos del Gobierno para lo-
grarlos, pero no estimo que lleven a la paz anhelada, sino, al contrario, a más
crudas guerras en próximo futuro” (Voto Católico, 18 de septiembre de 2016).
Las expresiones públicas no fueron pocas. “Todo ciudadano honesto dará
su voto por el Sí”, fueron las palabras de monseñor Darío de Jesús Monsalve,
arzobispo de Cali, en una entrevista a El País (Criollo, 15 de agosto de 2016).

15 Buscar “una paz social integral” era el llamado de los jerarcas a sus pastores. La Iglesia, siguien-
do las palabras del Papa Francisco, debía convertirse además en “hospital de campaña”, para
atender los efectos de la Guerra.
16 Mons. Luis Augusto Castro, presidente CEC, “Mensaje de la 101a Asamblea Plenaria de los
Obispos de Colombia. Artesanos De La Paz”, 8 de julio de 2016, Bogotá.
17 Las razones del sacerdote, en fondo y forma, eran muy cercanas a las ya expresadas por el
Centro Democrático y algunas iglesias evangélicas, incluida la llamada ideología de género:
“el Gobierno de Colombia se compromete a fomentar la organización y las actividades de los
homosexuales”, argumentó el prelado, señalando que la sigla LGTBI se repetía no menos de 40
veces en el texto del acuerdo final (García Isaza, 1 de septiembre de 2016).

140
Laura Camila Ramírez Bonilla

La polarización política que por esos días vivieron los ciudadanos permeó
a la institución eclesiástica y su laicado organizado. El director del Centro Cul-
tural Cruzada, entidad de raigambre conservadora, radicó el 16 de septiembre
en la CEC una carta titulada: “Reverente y filial petición a los obispos de Co-
lombia: ¡rechacen los acuerdos de La Habana!”. La misiva, firmada por miles
de feligreses, pedía a los jerarcas católicos sentar una posición ante “una verda-
dera rendición a las metas comunistas y anticristianas de las FARC”. Además
de señalar como preocupante la “reforma rural integral” y el orden jurídico
por implementarse, por “balcanizar” y acabar con la unidad territorial del país,
se alertaba por las 144 veces que el “enfoque de género” estaba incluido en el
acuerdo final: “la ideología de género implantará un concepto de vida iguali-
tario en todos los campos, destruyendo la familia y dando condiciones prefe-
rentes a las minorías amorales que se hacen llamar LGTB” (Voto católico, 22
de septiembre de 2016). Curiosamente, el mismo monseñor Castro Quiroga,
en una entrevista con la emisora radial RCN, desmintió tal preocupación días
después del plebiscito. “Yo estoy convencido que la ideología de género no está
en los acuerdos. Se habla de género para hablar del drama de la mujer en la
guerra, no tiene nada que ver con la ideología de género”. La reacción atendía
al balance sobre cómo habían operado las campañas del “Sí” y el “No” y sus
respectivos argumentos. “Parte de las técnicas y formas que usaron para impul-
sar a la gente para votar por el “No” fue asustándola. Los asustaron diciéndoles
que esto afectaría la familia y la gente se comió el cuento, especialmente ciertos
grupos”, añadió el prelado, presidente de la CEC (RCN Radio, 16 de octubre de
2016). ¿Por qué estas reflexiones no se expresaron con vehemencia durante la
campaña? Los resultados de los comicios y los debates suscitados después mos-
traron que las prevenciones morales de los más conservadores del cristianismo,
en especial las preocupaciones por el enfoque de género fueron subestimadas
por los partidarios del “Sí”.
De trasfondo, la posición de “neutralidad” de la CEC, desde su inicio, res-
pondió también al clima de división que la paz generaba entre los colombianos.
La entidad que había promovido durante años la salida negociada al conflicto
no podía en la coyuntura política del país pedir a sus fieles que apoyaran el
“Sí”. Abstenerse de hacer campaña a favor del acuerdo ponía en evidencia,
una vez más, la heterogeneidad de la Iglesia, como institución y comunidad;
la coexistencia de posiciones divergentes entre el episcopado; la imposibilidad
de que los católicos más conservadores y tradicionales no reprodujeran las
reservas morales promovidas por la campaña del “No” y la dificultad de que
los prelados partidarios del “Sí” precisaran un discurso más concreto, con men-
sajes directos y aprehensibles en términos de comunicación. Que el episcopado
colombiano haya desistido de hacer campaña por el “Sí” contrastaba también
con el apoyo explícito que el papa Francisco había dado a la aprobación de los
acuerdos. Pero paradójicamente, promover un voto a conciencia e informado,

141
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

que dejara en libertad a los feligreses de ejercer su elección, fue la decisión más
respetuosa al Estado laico y secularización del orden social que pudo tomar el
episcopado, tras un Estado confesional de un siglo, con intervención de la Igle-
sia en la vida electoral del país.
La Iglesia católica no fue la única entidad religiosa que discutió sobre el
plebiscito por la paz. Se estima que las congregaciones protestantes —evangé-
licas y pentecostales en su mayoría— que se adhirieron a la campaña del “No”
movilizaron alrededor de dos millones de votos entre sus fieles, según el presi-
dente de la Confederación Evangélica de Colombia (Marcos, 12 de octubre de
2016).18 El día cuando se firmó el acuerdo de Cartagena, Miguel Arrázola, pastor
de Iglesia Ríos de Vida, calificó el acto como un “rito satánico”: “no es más que un
intento de burlarse de Jesús Príncipe de paz” (El Espectador, 27 de septiembre de
2016). El argumento central de estos sectores del protestantismo fue, de nuevo,
la imposición de una “ideología de género” en lo pactado en La Habana. Desde
este punto de vista, el “Sí” contenía un “subtexto” que atentaba contra la familia
—nuclear—: dar igualdad de derechos a la comunidad LGBTI. Además de las
predicas en los cultos de algunas iglesias, se “viralizaron” videos y audios, men-
sajes de chat y anuncios en redes sociales que partían de convicciones morales
y de fe para oponerse al acuerdo.

Si gana el ‘Sí’ […] Correrá la ideología confusa de género por el país: con
libertad. Nuestros hijos van a estar expuestos día y noche, a través de esta-
ciones de radio y cadenas de televisión, a creer en ideologías que tú y yo no
compartimos. Les enseñamos una cosa en casa y escuchan otra cosa en la calle
¿Tú estás de acuerdo?

Estas fueron las palabras de un pastor en su canal de YouTube. 19


Ni la estrategia de comunicación del Gobierno, ni los sectores de la socie-
dad civil partidarios del “Sí” lograron revertir la tendencia a que la agenda
moral se cruzara con el debate político, jurídico y social que suponía el
pacto con las FARC. La coyuntura coincidió además con el lanzamiento
que el Ministerio de Educación hizo para colegios oficiales de unas cartillas
de educación y no discriminación sexual. Mediante marchas y presencia en
medios de comunicación, algunas congregaciones cristianas protestaron contra
el material pedagógico, por considerársele indecente e “incitador” a que los
infantes adoptaran comportamientos homosexuales. La tergiversación de la

18 Esta entidad calcula que en Colombia hay cerca de 10 millones de cristianos (Marcos, 12 de
octubre de 2016).
19 En 2017 el youtuber cristiano, Oswaldo Ortiz, que argumentaba que detrás de la “ideología
de género” de los acuerdos estaba el “lobby gay”, se integró a las filas del partido Centro De-
mocrático (Véase: canal SuperOO Tv. “Humberto de la Calle en representación de Colombia
afirmó que no se nace hombre o mujer” https://www.youtube.com/watch?v=rKHdGf6citM).

142
Laura Camila Ramírez Bonilla

situación y sus componentes morales se unieron a la lectura, para entonces


ya descontextualizada, de estas comunidades religiosas sobre los acuerdos con
las FARC. El discurso de la oposición política se amoldó, en su mayoría, a esta
incursión de la fe. Los feligreses evangélicos y sus líderes se capitalizaron como
fortines políticos por conquistar, al tiempo que se abrogaban la misión suprema
de hacer respetar la familia y la niñez de Colombia —entidades homogéneas e
inalterables en el tiempo— del denominado “lobby gay”.
“El acuerdo vulnera principios evangélicos como el de la familia cuando
se habla de equilibrar los valores de la mujer con los de estos grupos”, opi-
nó Edgar Castaño, de la Confederación Evangélica de Colombia, en medio del
escenario de concertación con el Gobierno nacional, tras el triunfo del “No”
(Marcos, 12 de octubre de 2016). “Vamos a sacar todo aquello que amenace a la
familia, que amenace a la Iglesia y vamos a buscar una frase, una palabra, que
no le dé temor a los creyentes”, declaró el presidente Santos después de reunir-
se con los líderes religiosos que respaldaron la campaña del “No”.
Las congregaciones protestantes tampoco escaparon de las divisiones po-
líticas. Unos meses antes del plebiscito, en julio de 2016, 115 líderes de estas
comunidades habían manifestado al Gobierno su respaldo al proceso de paz
(Sánchez Á., 19 de febrero de 2017. El partido político MIRA, fundado por
la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional y liderado por la fa-
milia Piraquive, hizo parte de la coalición que acompañó al “Sí”. “Vamos a
divulgar todos los componentes del acuerdo final. Independientemente de la
ideología, como partido queremos dar a entender a los colombianos por qué el
país necesita la paz”, dijo Eduardo Guevara, representante a la cámara por el
MIRA. Lo propio hizo el senador cristiano y director del Centro Nacional de
Teoterapia Integral (Centi), Jimmy Chamorro, aunque se oponía a las cartillas
del Ministerio de Educación (Semana, 17 de septiembre de 2016). Son numero-
sas las iniciativas de paz provenientes de iglesias cristinas en Colombia. Y ante
la escala de violencia en las regiones surgieron la Fundación de Cristianos por
la Paz, el Plan de Acción Pastoral de las iglesias por la Paz de Colombia, la Co-
misión de Paz de la Iglesia Luterana de Colombia, el Comité Central Menonita
a través de Justa Paz y el Comité de Paz de la Convención Bautista, además de
la Comisión de Derechos Humanos y Paz que durante los noventas conformó
Cedecol, entre otros proyectos (Moreno, 2004, p. 447).

Reacción frente al 2 de octubre


Los días siguientes al plebiscito del 2 de octubre suscitaron expectativas y des-
concierto. Ni el Gobierno parecía preparado para la derrota ni las fuerzas de
oposición mostraban una agenda clara ante la victoria electoral. La reducida dife-
rencia en votos entre las dos partes restó fortaleza a las posiciones y deslegitimó
puntos primordiales de los discursos. En los resultados fue latente que no todos

143
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

los colombianos se volcaron a apoyar la paz con las FARC, pero tampoco cerra-
ron las puertas a la salida negociada al conflicto. En el corto y mediano plazo,
se produjo una recomposición del campo político. El fortalecimiento de algunos
actores, como los partidos de derecha y las congregaciones evangélicas en su po-
tencial electoral, coincidió con el debilitamiento de otros, como el presidente Juan
Manuel Santos y su coalición de Gobierno, además de haberse profundizado la
polarización política. De manera errática, dicha división presentó la realidad po-
lítica en blanco y negro, ligada únicamente a las disyuntivas de la paz, al margen
de otras problemáticas —como la corrupción, la criminalidad, el desempleo, el
deterioro ambiental, la pobreza, entre una larga lista—, y desprovista de mati-
ces internos, sin mayores disidencias ni visiones antagónicas en otros proyectos
políticos. La participación de solo el 37,4 % del censo electoral —el porcentaje
más bajo de las últimas dos décadas, según la Registraduría Nacional— cues-
tionó aún más la consulta y la contundencia de la victoria del “No”. La de-
cisión de mandar a las urnas la ratificación del acuerdo final se mostró poco
estratégica por parte del ejecutivo, cuando no un tanto triunfalista, en medio de
la tensión Gobierno-oposición a las negociaciones de paz y el tímido entusiasmo
que despertaba el proceso entre un amplio sector de la ciudadanía. Aunque la
refrendación popular fuera en sí misma valiosa como antecedente del pacto entre
las partes, en términos jurídicos no era indispensable para la ejecución de lo acor-
dado. En la distancia, la polarización entre el “Sí” y el “No” puso en evidencia la
complejidad y volatilidad de las transacciones, necesidades y capacidades políti-
cas de los ciudadanos y los gobernantes en Colombia.
En la coyuntura, las revelaciones que el gerente de la campaña del “No” por
el partido Centro Democrático, Juan Carlos Vélez, hizo al diario La República,
dos días después de los comicios, enrareció el ambiente. “Unos estrategas de
Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia era dejar de explicar los acuerdos
para centrar el mensaje en la indignación”, afirmó el político, a quien el expre-
sidente Uribe desautorizó en Twitter. Satisfecho por haber logrado un triunfo
inesperado con una campaña “barata”, centrada en redes sociales y en contra
de las encuestas, Vélez explotó el inconformismo y la desinformación de los
ciudadanos. “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca. […] En
emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la elegi-
bilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos nos
enfocamos en subsidios. En cuanto al segmento en cada región utilizamos sus
respectivos acentos. En la Costa individualizamos el mensaje de que nos íba-
mos a convertir en Venezuela” (Ramírez Prado, 4 de octubre de 2016). Casi en
paralelo, la ciudadanía a favor del proceso de paz se lanzó a las calles.20 Bajo la
consigna “¡Acuerdo ya!”, una nutrida movilización se manifestó la tarde del 5

20 “Paz a la calle” fue una de las iniciativas ciudadanas lideradas por jóvenes en este contexto.

144
Laura Camila Ramírez Bonilla

de octubre en el centro de Bogotá y las principales ciudades del país. Coordi-


nada por universitarios y algunas organizaciones sociales, la marcha exigía al
Gobierno no abandonar las negociaciones y concretar un acuerdo definitivo (El
Tiempo, 6 de octubre de 2016). Ese mismo día, tuvo lugar en la Casa de Nariño la
primera reunión entre el presidente Santos y los jefes de la coalición del “No”,
los expresidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. Mientras el mandatario ha-
bló de “perseverar” y reforzar pactos por la paz, el senador Uribe habló en
términos de un consenso para un “nuevo acuerdo”.21
La marea estaba lejos de bajar. Cuando aún se percibía la frustración de
los partidarios del “Sí” y el país empezaba a debatir sobre la tergiversación
de información y la propagación del miedo como estrategia de campaña del
uribismo, el Comité Noruego del Nobel reveló el nombre de Juan Manuel Santos,
entre 376 nominaciones, como ganador del Premio Nobel de Paz 2016. “[…] Por
sus decididos esfuerzos para acabar con los más de 50 años de guerra civil en
el país, una guerra que ha costado la vida de al menos 220.000 colombianos
y desplazado a cerca de seis millones de personas”, fue la sustentación dada
para Kaci Kullman Five, coordinadora de la organización, el 7 de octubre
en Oslo. Del domingo al viernes, tuvo lugar una semana de contrastes y de
tensión, determinante en la historia política reciente del país. La jornada había
empezado con el ejercicio de un derecho ciudadano como el voto y la evidencia
de que en las urnas el respaldo a la paz era restringido. Los días continuaron
con el sino de la corrupción electoral y el ímpetu de la movilización ciudadana
—inconforme y demandante—. La semana cerró con la convicción de que las
negociaciones con las FARC eran un factor de consenso internacional, distante
aún de la fragmentada política interna.
El campo religioso no fue ajeno a la recomposición de la escena política na-
cional. El 15 de octubre, tras reunirse con el presidente de Argentina, Mauricio
Macri, el papa Francisco se refirió a los resultados del plebiscito: “esperamos
que sea esta la oportunidad de abrir una nueva negociación, que termine fi-
nalmente en un proceso de paz consolidado”. Para entonces el panorama local
había dado virajes acelerados. El 4 de octubre, dos días después de los comi-
cios, el primer mandatario se reunió con los líderes de las congregaciones cris-
tianas que habían respaldado la campaña del “No”. El pastor Darío Silva, de la
Iglesia Casa sobre la Roca, habló de un “diálogo franco” ante unos resultados
electorales que revelaban más un “empate” que un triunfo, mientras que el
pastor Edgar Castaño, presidente de la Confederación Consejo Evangélico de
Colombia (Cedecol), desmintió que hubiera una militancia política en estas or-
ganizaciones y reiteró el compromiso del ejecutivo de “retirar todo aquello que

21 A la reunión también asistieron Oscar Iván Zuluaga, Martha Lucía Ramírez, Carlos Holmes,
Iván Duque y Alejandro Ordoñez (CNN Español, 5 de octubre de 2016).

145
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

amenace a la familia y a la Iglesia” de los “nuevos acuerdos”.22 En las reunio-


nes subsecuentes entre el equipo negociador y la oposición al proceso de paz
la representación de congregaciones evangélicas se mantuvo. La exsenadora y
exembajadora Claudia Rodríguez de Castellano, líder de la Misión Carismática
Internacional, se sumó a estas mesas de concertación.
En tiempo récord, la nueva versión del acuerdo de paz fue presentada por el
presidente Santos en alocución televisiva, el sábado 12 de noviembre de 2016.
“[…] espero que ese trabajo satisfaga a los del ‘No’ y a la nación”, señaló el man-
datario, que además informó que el 65 % de las propuestas de la oposición frente
a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP)23 y el 90 % sobre la equidad de género
habían sido integradas al nuevo texto. “Se realizaron algo más de 100 variaciones
a los puntos de reforma rural integral, participación política, solución al proble-
ma de drogas ilícitas, víctimas, fin del conflicto e implementación y verificación”,
reportó BBC Mundo (13 de noviembre de 2016). El anuncio tomó por sorpresa a
los representantes del “No”. El expresidente Uribe pidió al primer mandatario
que no diera alcance definitivo al documento sin que fuera revisado de nueva
cuenta por los voceros de la oposición. La elegibilidad política de los exguerrille-
ros, punto no modificado en la nueva versión del acuerdo, representaba el obstá-
culo más sólido del “No” para dar aprobación al documento.
A 53 días del plebiscito, en una ceremonia austera, el acuerdo final de paz
fue suscrito por Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño (FARC), en el Teatro
Colón de Bogotá, el 24 de noviembre. De inmediato el documento fue entre-
gado al Congreso de la República para una “refrendación popular indirecta”,
como lo denominaron los sectores oficialistas, cuyo trámite fue concluido el 30
de noviembre, ante las mayorías legislativas que entonces mantenía el Gobier-
no. El rechazo de los opositores fue tajante. Para los voceros del “No”, el nuevo
documento solo contenía revisiones cosméticas. Desestimando los encuentros
y coincidencias logradas con el Gobierno, el grupo político del senador Uribe
desaprobó la refrendación y reiteró sus preocupaciones por las sanciones im-
puestas a los insurgentes, la conexidad del narcotráfico con los delitos políticos
y la participación de excombatientes en política, entre otros puntos (Lafuente,
22 de noviembre de 2016).24 En un contexto electoral por venir, los representan-

22 Las declaraciones a la prensa, después de la reunión se pueden encontrar en: https://www.


youtube.com/watch?v=dX4ppfY51h4
23 Al respecto, el jefe del equipo negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, indicó que en
cuanto a la JEP se concretó el funcionamiento de la “restricción efectiva de la libertad” (que
reemplaza las penas de prisión cuando el señalado de un crimen cuenta toda la verdad de in-
mediato), se suspende la opción de integrar jueces extranjeros y las decisiones de la JEP podrán
ser revisadas por la Corte Constitucional (BBC Mundo, 13 de noviembre de 2016).
24 Lafuente, J. (22 de noviembre de 2016). Uribe rechaza el nuevo acuerdo de paz entre el Gobier-
no y las FARC y pide un nuevo plebiscito. El País. Recuperado de https://elpais.com/internacio-
nal/2016/11/22/colombia/1479819217_374727.html

146
Laura Camila Ramírez Bonilla

tes del “No” mostraron su intención de dilatar la negociación —casi de manera


indefinida— y proyectarse en las urnas a través de los resultados y las coalicio-
nes hechas para el plebiscito. Por su cuenta, el Gobierno pasó de una actitud
conciliadora a un notorio afán por tramitar la firma y la refrendación, sin que se
concluyera una concertación amplia con todas las fuerzas políticas y se hiciera
una última evaluación al texto final.
Solo diez días después de la refrendación del acuerdo en el Congreso, el 10
de diciembre de 2016 desde Oslo, Noruega, Juan Manuel Santos recibió el Pre-
mio Nobel de Paz. El reconocimiento materializaba el respaldo decidido que
la comunidad internacional había asignado, desde su inicio, al proceso con las
FARC. Se trataba de una realidad contrastable con la baja favorabilidad que las
negociaciones registraban en las encuestas de opinión. Las autoridades del Co-
mité noruego reconocieron que distintos sectores sociopolíticos habían cuestio-
nado que el premio no se otorgara al año siguiente, cuando fuera comprobable
la obtención de la paz; sin embargo, la vicepresidenta del organismo defen-
dió la asignación en la ceremonia, sin dejar de hacer alusión a la coyuntura de
octubre:

[…] el comité lo vio de manera diferente. En nuestra opinión no teníamos


ningún tiempo para perder. Todo lo contrario, el proceso de paz se encontraba
en un peligro inminente de fracasar y necesitaba todo el apoyo internacional
que podía recibir. Además, estábamos nosotros completamente convencidos
de que usted, señor presidente, siendo el líder más elevado de Colombia, tenía
que ser el que haría avanzar el proceso de paz.

La gira en Europa de Juan Manuel Santos tomó un nuevo tono con su escala en
el Vaticano, donde tenía previsto entrevistarse con el papa Francisco. Con el fin
de propiciar un acercamiento entre el “Sí” y el “No”, sorpresivamente, Álvaro
Uribe se sumó al encuentro. El expresidente arribó a Roma de manera intem-
pestiva para reunirse con el pontífice unos minutos después de la visita proto-
colaria de Santos. Finalizadas las entrevistas individuales, Francisco convocó a
la misma mesa a los dos políticos. La fotografía que reprodujeron los medios
de comunicación produjo una imagen inédita y casi emblemática: la cabeza del
catolicismo, de sotana blanca, sentado en su escritorio de la Biblioteca Pontificia
hablando y escuchando con atención al presidente y al expresidente del Estado
colombiano, adversarios políticos, depositarios de dos proyectos distintos fren-
te a la guerra y la paz. A simple vista la figura retrataba a un padre, a un rector
de escuela, a un maestro llamando al orden a un par de rebeldes. La idea de que
una autoridad religiosa —la principal del catolicismo— fuera la que llamara al
orden a dos autoridades políticas deja en evidencia el poder del pontífice y la
facilidad con que lo divino y lo terreno se cruzan. Pese al esfuerzo, los buenos
oficios del pontífice no rindieron los frutos esperados. El exmandatario Álvaro
Uribe desistió de aceptar la nueva versión del acuerdo y descartó la posibili-

147
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

dad de una conciliación. Unos días más tarde, durante el mensaje de “Urbi et
Orbi”, el 31 de diciembre, Francisco regresó al tema, como el karma aquel por lo
irresuelto: “Pedimos concordia para el querido pueblo colombiano, que desea
cumplir un nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación”.

Francisco en Colombia
La visita del papa Francisco a Colombia tuvo un efecto reflejo concreto: el apoyo
al proceso de paz con las FARC. ¿Se trató de una visita pastoral? Sí. ¿Se trató de
una visita política? También. La primera dimensión estaba ligada a la investi-
dura del pontífice, líder de una religión que, aunque en paulatina disminución
de fieles, continúa representado la mayor fuerza confesional en el país. El Papa
ofreció un mensaje de paz a la luz del Evangelio y su proyecto pontificio, buscó
un diálogo con sus feligreses, el laicado organizado, el clero diocesano, la je-
rarquía local y latinoamericana (Celam) y las congregaciones religiosas. Por su
parte, la segunda dimensión, la política, respondió al menos a tres escenarios.
Primero, el carácter de la coyuntura política al arribo de Francisco. La con-
fluencia de una Colombia indiferente y desencantada de los procesos, partidos
y actores políticos, otra Colombia que se declaraba traicionada con el acuerdo
de paz y los resultados en el plebiscito y otra Colombia expectante por la des-
movilización de las FARC, en respaldo al proceso de paz, aunque no siem-
pre a la gestión de Santos. El panorama de polarización política que redujo
la realidad nacional a uribistas y antiuribistas, los del “Sí” y los del “No”, las
derechas y las izquierdas, complejizó aún más el escenario, caracterizado por
el creciente pesimismo de la ciudadanía25 y una baja popularidad del primer
mandatario26. El encadenamiento de escándalos de corrupción a todos los nive-
les —el de Odebrecht el más publicitado—, el descrédito de instituciones como
el Congreso o las altas cortes de justicia y el proceso electoral por venir en 2018
reforzaron el turbulento ambiente político.
Segundo, la implementación de los acuerdos pactados con las FARC en 2016,
la infraestructura institucional, financiera y humana que dicha tarea exigía, y
los trámites que se estaban efectuando en la Cámara y el Senado para construir
el aparato legal —a través del mecanismo de Fast Track—. Los obstáculos pa-
saban por los cuestionamientos a la JEP, las condiciones de las zonas veredales
donde estaban reunidos los excombatientes, los registros de deserciones —800
de aproximadamente 10.000 desmovilizados— (Criollo, 12 de noviembre de

25 En agosto de 2017, 69 % de los encuestados por Gallup en su estudio bimestral de favorabili-
dad indicaban que Colombia estaba empeorando. Encuesta Gallup Poll - Colombia, octubre de
2017. El documento completo se encuentra en internet.
26 La misma encuesta Gallup registraba el 72 % de desaprobación a su mandato.

148
Laura Camila Ramírez Bonilla

2017) y el asesinato de líderes sociales y comunitarios en las regiones.27 ¿El Es-


tado estaba incumpliendo? ¿Tenía capacidad para cumplir todo lo comprome-
tido? A partir de diciembre de 2016, la encuesta bimestral de Gallup empezó a
preguntar si la implementación del acuerdo final iba por buen o mal camino.
En dicha fecha, el 51 % de los encuestados contestó que por buen camino. Para
agosto de 2017, días antes de la visita papal, la tendencia se había revertido y el
61 % de los encuestados respondió que por mal camino.28
Tercero, la trayectoria de la Iglesia en torno a la solución negociada del
conflicto armado: una pastoral social orientada al apoyo a las víctimas y la
promoción de los derechos humanos, una institucionalidad propia frente a la
construcción de paz y una intervención constante de obispos, clérigos y reli-
giosas en la búsqueda de diálogos. La intervención eclesiástica en las negocia-
ciones con la guerrilla del ELN en Quito era la más reciente de sus incursiones
en esta línea de acción. En otras palabras, la actividad política y pública de la
Iglesia de las últimas tres décadas ya no estaba concentrada en el terreno electo-
ral y partidista, característica de la Constitución de 1886, sino dedicada a la su-
peración de la guerra. Se trataba de una participación medible en doble rasero.
Permitía construir comunidad, referentes de autoridad en zonas descuidadas
por el Estado, respuestas rápidas y prácticas a crisis humanitarias y puentes
en medio de la discrepancia y la confrontación, pero también dejaba en cues-
tión al Estado laico y su neutralidad frente a la fe de los ciudadanos, generaba
tensiones en zonas donde el conflicto asignaba etiquetas a sus pobladores por
compartir una opinión o iniciativa con un actor social determinado y otorgaba
a algunos religiosos un alto poder político que lejos estaba de la secularización
de la sociedad y la privatización de lo espiritual.
Aunque la agenda papal fue amplia en lo pastoral, lo social o lo espiritual,
su discurso fue absorbido por la construcción de paz. Reforzar la etapa siguien-
te a la firma del acuerdo final con las FARC parecía el principal objetivo del
pontífice. “Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos
muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un
aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconci-
liación y la paz”, señaló en su primera intervención pública, en la Casa de Na-
riño, ante altos representantes del Gobierno, el legislativo, el sistema judicial,

27 Un informe producido por Indepaz, el Cinep y el Iepri de la Universidad Nacional estableció


que entre enero de 2016 y el primer semestre de 2017 fueron asesinados 101 líderes, en su ma-
yoría campesinos, indígenas y afrocolombianos. La Fundación Paz y Reconciliación registró,
hasta octubre de 2017, 81 víctimas en lo corrido del año. Los dos informes coinciden en la siste-
maticidad de los hechos (Semana, 21 de octubre de 2017).
28 Encuesta Gallup Poll - Colombia, octubre de 2017. El documento completo se encuentra en
internet.

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La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

empresarios y cuerpo diplomático.29 Los ánimos de pesimismo y escepticismo


parecían bien conocidos por el pontífice. Si bien el Papa se logra desligar de los
itinerarios de partidos y líderes políticos y, pese a los vaticinios de algunos sec-
tores, realiza una visita sin un compromiso exclusivo con una entidad pública,
ideología o personalidad —además de los lineamientos eclesiásticos y pasto-
rales—, su presencia en Colombia asume una frecuencia política, por cuanto
política es la superación de cualquier confrontación armada.
El pontífice defiende una visión de política amplia, que remite a la sociabili-
dad y la convivencia, al hombre en su relación con otros, a una totalidad que a
su vez involucra a todos, que trasciende el acto de gobernar y, por tanto, repre-
senta una esfera de acción altamente diversa.30 “La política —dice la Doctrina
Social de la Iglesia— es una de las formas más elevadas de la caridad, porque
sirve al bien común. No puedo lavarme las manos, ¿eh? ¡Todos tenemos que
dar algo!” señaló en septiembre de 2013, desde el púlpito, en una homilía en
la Casa Santa Marta. La referencia retomaba las palabras de Pio XI (1922-1939),
casi un siglo atrás: “el campo de la política (el bien común) es el campo de la
más vasta caridad”.31 Para Francisco, “un buen católico debe entrometerse en
política, dando lo mejor de sí, para que el gobernante pueda gobernar”.32
Desde esta pauta, el discurso pontificio sobre la paz en Colombia, efectuado
entre el 6 y 10 de septiembre, se puede organizar por destinatarios y temáticas
abordadas. Recordemos que se trató de una visita extensa, distribuida en cinco
ciudades con convocatorias distintas: Bogotá, capital política del país y sede
del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), donde efectuó los protocolos
de una visita de Estado —en la Casa de Nariño—, realizó un mensaje a los
jóvenes desde la Plaza de Bolívar, se reunió con la jerarquía eclesiástica co-
lombiana y representantes de la latinoamericana y ofreció una eucaristía en el
parque Simón Bolívar, con la asistencia de un poco más de un millón de fieles.
Villavicencio, uno de los epicentros de la violencia guerrillera y paramilitar
durante las últimas tres décadas, donde realizó una misa campal, participó en
el Gran Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional en el parque Las
Malocas, espacio que congregó a víctimas del conflicto armado, y visitó la Cruz
de la Reconciliación, en el parque de los Fundadores, donde bendijo el mo-
numento, realizó un minuto de silencio y sembró un árbol. Medellín, enclave

29 Francisco, “Discurso del Papa Francisco a las autoridades de Colombia”, Bogotá, 7 de septiem-
bre de 2017. Texto completo disponible en: https://goo.gl/7i1tPu
30 Sobre la doctrina social de la Iglesia y la noción de política ver Olmos (s. f.).
31 Pío XI, Alocución a los dirigentes de la Federación Universitaria Católica, 18 de diciembre de
1927.
32 Este llamado a que los católicos se involucren en la política es reiterativo en el discurso ponti-
ficio. ACIPrensa, “Un buen católico debe entrometerse en política, dice el Papa”, septiembre 16
de 2017. https://goo.gl/defZj5 [Consultado 28 de diciembre de 2017].

150
Laura Camila Ramírez Bonilla

de la formación de seminaristas, donde se llevó a cabo la histórica reunión de


la Celam en 1968 (Pablo VI) y, al mismo tiempo, región donde predomina el
apoyo político a los opositores del proceso de paz y el Gobierno. Allí ofició una
misa multitudinaria en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera, se reunió con la
comunidad del Hogar San José y con religiosos y familiares en La Macarena.
La visita concluyó en Cartagena, territorio donde conviven la opulencia turís-
tica y la segunda pobreza monetaria del país (DNP). En la iglesia de San Pedro
Claver, misionero jesuita que en la colonia se declaró “esclavo de los negros”,
el Papa realizó la oración del Ángelus, con antelación bendijo la primera piedra
de las casas de la obra Talitha Qumb en la plaza San Francisco de Asís y finalizó
la tarde y la gira oficial al país con una eucaristía en Contecar. 
El mensaje del Papa estuvo enfocado en cinco grupos sociales y políticos:
los dirigentes políticos, en torno a los cuales alentó la unidad y la comprensión
del momento histórico que vivía el país; la jerarquía eclesiástica, a la que le
pidió acción y coherencia, olvidando “las agendas ocultas” y privilegiando la
política pastoral y no la partidista; los victimarios, a los que identificó como
pecadores urgidos de redención, convocados al diálogo nacional y la vida civil;
las víctimas, en quienes reconoce el motor del perdón y ejemplo para transitar
del dolor a la vida, desechando ideas de venganza, y la sociedad colombiana en
su totalidad, como actor abocado y decidido a la reconciliación. Y aunque los
cinco convergen en la paz, me detendré en los dos últimos ejes como referentes
de mayor énfasis del pontífice.
El principal llamado pontificio a la sociedad colombiana fue a la reconcilia-
ción. La alusión fue reiterativa, desde lo espiritual —la esfera privada—, hasta
la convivencia y la comprensión del proceso político que atravesaba la paz —la
esfera pública—. “No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencon-
trarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas,
de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios,
renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la
verdad”, señaló desde Villavicencio el 8 de septiembre.33 “Todo esfuerzo de paz
sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso”, indicó
en la misa campal. En su discurso, la reconciliación aparece como punto de
partida para pasar la página de la guerra. Supone, no obstante, un compromiso
colectivo. “La reconciliación, por tanto, que se concreta y consolida con el apor-
te de todos, permite construir el futuro y hace crecer la esperanza”.
El llamado de Francisco a la sociedad es a un diálogo amplio, que no se
concentra en los actores armados y el Estado, sino en el conjunto de los ciu-
dadanos. “Porque Colombia hace décadas que a tientas busca la paz y, como

33 Francisco, Discurso Gran Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional, 8 de septiem-


bre de 2017, Villavicencio.

151
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran”.


Sin la convergencia de la ciudadanía, cualquier acuerdo se convierte en inocuo.
“Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón
sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pue-
den obviar los procesos de la gente,” señaló desde Cartagena en una homilía.
“No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría
ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de
un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural” (Exhort. ap. Evan-
gelii gaudium, 239)” reiteró. El mensaje invitaba a los colombianos a apropiarse
de la paz, a comprender la complejidad de su consecución, a integrarse a los
pactos políticos, a participar en las transformaciones sociales y culturales ve-
nideras. “A nosotros, cristianos, se nos exige generar ‘desde abajo’ un cambio
cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de
la vida y del encuentro”.34
En esa convergencia ciudadana, los jóvenes y la cultura del encuentro co-
braron un lugar protagónico. En el discurso pontificio hay una convocatoria a
que los adultos aprendan de los menores —dinámica contraria a la tradición
del mayor de monopolizar la enseñanza—. “Ustedes pueden enseñarnos a los
grandes que la cultura del encuentro no es pensar, vivir, ni reaccionar todos
del mismo modo. No, no es eso. La cultura del encuentro es saber que, más allá
de nuestras diferencias, somos todos parte de algo grande que nos une y nos
trasciende, somos parte de este maravilloso País”, señaló desde una eufórica
Plaza de Bolívar.35 Los jóvenes y los niños concentran gran parte de la acción
eclesiástica y la lectura del pontífice sobre la sostenibilidad de la paz.
Por su parte, el mensaje a las víctimas del conflicto fue en gran medida te-
rapéutico. “Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de ins-
tancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la
verdad, que el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para
evitar que se repitan esos crímenes”, señaló desde Cartagena.36 El “Gran en-
cuentro de oración” de Villavicencio convocó alrededor de 6000 sobrevivientes
de la guerra y algunos excombatientes activos en las negociaciones y los proce-
sos comunitarios de reconciliación. De un reconocimiento al dolor y la memo-
ria de sus tragedias, el pontífice hizo un llamado al perdón y la construcción
colectiva de una realidad pacífica. “Ustedes llevan en su corazón y en su carne
las huellas de la historia viva y reciente de su pueblo, marcada por eventos
trágicos, pero también llena de gestos heroicos, de gran humanidad y de alto
valor espiritual”, señaló tras oír los testimonios de cuatro de ellos. Juan Carlos

34 Francisco, Homilía eucaristía en área portuaria de Contecar, 10 de septiembre de 2017, Cartagena.


35 Francisco, Discurso a los jóvenes desde la Plaza de Bolívar, 7 septiembre de 2017, Bogotá.
36 Francisco, Homilía eucaristía en área portuaria de Contecar, 10 de septiembre de 2017, Cartagena.

152
Laura Camila Ramírez Bonilla

Murcia, desmovilizado de las FARC y líder de proyectos comunitarios; Daisy


Sánchez, exmiembro de un grupo paramilitar en Barrancabermeja; Luz Dary,
afrocolombiana que viajó desde Tumaco para relatar su experiencia y la de su
hija con una mina antipersonal, y Pastora Mira, que perdió a su padre, sus dos
hijos y su esposo por las acciones de los grupos armados, resguardó al parami-
litar que le quitó la vida a uno de sus hijos y desde hace unos años es concejala
de San Carlos de Antioquia.
El acto con las víctimas, más que un homenaje, representó una suerte de
catarsis colectiva, una deuda pendiente de la sociedad colombiana con quienes
habían sobrevivido a la guerra. El escenario, el discurso y las acciones tuvieron
una carga simbólica y sicológica potente, de recuperación de la memoria y su-
peración del trauma. Al menos tres circunstancias nos permiten hablar en esta
dirección: primero, el símbolo. El cristo de la Parroquia San Pablo Apóstol de
Bellavista, testigo de la masacre del 2 de mayo de 2002 en el municipio de Bo-
jayá (Chocó), fue trasladado a Villavicencio para ser bendecido por el pontífice.
La imagen es icónica. El crucifijo está mutilado, sin brazos y sin parte de sus
piernas. La figura representa el dolor y la pérdida de los pobladores, que con-
taron 79 víctimas fatales tras los combates entre las FARC y los paramilitares.37
El Cristo moreno tiene el potencial de ser un símbolo de las tragedias de la
guerra, un dispositivo de memoria del que no solo las víctimas, sino también
los colombianos, en general, creyentes o no, pueden apropiarse para recordar
lo ocurrido, relatar la experiencia y exigir que no se repita. “Ver a Cristo así,
mutilado, herido, nos interpela”, indicó el Papa. En contraste con la monumen-
talidad, los martirologios y las conmemoraciones que producen las historias
heroicas de las guerras, el Cristo roto sensibiliza, habla por las víctimas civiles,
las representa, las recuerda en su vulnerabilidad y su sobrevivencia. La paulati-
na resolución del conflicto colombiano ha construido pocos íconos de este tipo,
que permitan convocar y conmemorar de manera multitudinaria. El pontífice
recordó a los presentes que la imagen estaba “para enseñarnos que el odio no
tiene la última palabra, que amor es más fuerte que la muerte y la violencia”,
que la etapa siguiente era trascendental: “nos enseña a transformar el dolor en
fuente de vida y resurrección”.38
Segundo, la memoria. En conexión con el símbolo, el acto con las víctimas es
un poderoso ejercicio de memoria histórica, con una virtud —o ventaja— con la
que usualmente no cuentan los cientos de iniciativas ciudadanas, académicas y
gubernamentales que apuntan al mismo tema: la comunicación masiva. El nivel

37 Estas víctimas se cuentan del ataque con un cilindro de gas que propinó la guerrilla al templo
donde se resguardaban los civiles en medio de los combates.
38 Francisco, Discurso Gran Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional, 8 de septiem-
bre de 2017, Villavicencio.

153
La paz desde concepciones y discursos pontificios: Francisco y el caso colombiano

de difusión que tuvieron las actividades del papa Francisco en Colombia supe-
ró a cualquier acto simbólico de reparación, homenaje o memoria que el Esta-
do o la ciudadanía hubieran hecho para las víctimas. Los testimonios obraron
como activadores de la(s) memoria(s), fungieron no como archivo, sino como
conjunto de voces escuchadas, de los sin voz, de los que perdieron la vida y la
dignidad en la violencia. Con el rosto de sus protagonistas, y casi de manera
inédita, los colombianos pudieron conocer las experiencias personales de estos
cuatro sobrevivientes, sensibilizarse, solidarizarse o proyectarse en ese pasado
traumático traído al presente. Televisión, radio, internet, redes sociales y pren-
sa estaban enlazadas transmitiendo el evento. El pontífice indicó:

Agradezco a estos hermanos que han querido compartir su testimonio, en


nombre de tantos otros. ¡Cuánto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy
conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también, sobre
todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza […].

Y tercero, el perdón. El encuentro con víctimas activó la memoria colectiva


e individual y procuró símbolos que en el tiempo representarán lo ocurrido,
pero en palabras de Francisco, buscó motivar el perdón. Su discurso se propuso
reconocer y exaltar la historia de estas cuatro personas como ejemplarizantes,
no exentas de vicios y matices, tampoco concluidas, pero sí como modelo de
superación, de resiliencia y transformación del dolor y trauma en nuevas opor-
tunidades. “Tienes razón”, dijo el Papa a Pastora Mira, “la violencia engendra
más violencia, el odio más odio y la muerte más muerte. Tenemos que romper
esa cadena que se presenta como ineludible, y eso solo es posible con el perdón
y la reconciliación. […] Gracias, Pastora, qué gran bien nos haces hoy a todos
con el testimonio de tu vida”. El perdón, desde este punto de vista, supone un
acto de sanación. Una suerte de garantía de no repetición, de ruptura con las
posibilidades de venganza. “Queridos colombianos: no tengan temor a pedir y
a ofrecer el perdón”. Aunque sea este un proceso más personal, sicológico e in-
cluso espiritual, que político, jurídico o social, la apelación al perdón le permite
al Papa regresar de manera orgánica y fluida al discurso de la reconciliación.
“Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que
han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la
comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más
creíbles de los procesos de construcción de la paz”, indicó en la eucaristía en la
capital del Meta. Allí, además, beatificó a dos religiosos víctimas fatales de dos
momentos distintos de las violencias políticas en Colombia: el padre Pedro Ra-
mírez, párroco de Armero (Tolima), asesinado el 10 de abril de 1948, en el mar-
co del Bogotazo y La Violencia liberal-conservadora; y Mons. Jesús Jaramillo,
Obispo de Arauca, zona de alta conflictividad armada, donde fue secuestrado
y asesinado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN). El trauma sicosocial
sigue en trámite, involucra al individuo y a la sociedad.

154
Laura Camila Ramírez Bonilla

Conclusiones
En su visita a Colombia, el papa Francisco no usó eufemismos para referirse
al núcleo de la agenda: la paz. Fue claro e incluyente, pastoral y político. La
diversificación de medios, pero en especial su carisma y versatilidad para em-
plearlos, remiten a sus palabras: “quien comunica se hace prójimo, cercano”.
Así, el discurso del pontífice fue contundente. Su público no se circunscribió a
los católicos. Apuntó a la sencillez del lenguaje, sin restar profundidad a los sig-
nificados, a amoldar sus palabras en virtud del auditorio y a ser gráfico y ejem-
plificador para facilitar la comprensión. El tono fue doctrinal, pues su esencia
es de líder religioso, pero no cae en dogmatismos. Los matices del contenido
son variables, en ocasiones conserva y en otras es muy progresista, no dejó de
recurrir al patriotismo y supo hacer uso de metáforas para referirse a actores o
tendencias respecto a la paz. Y pese a la espontaneidad que le caracteriza, en el
uso del lenguaje no verbal es experto. En este pontífice la forma y el fondo im-
portan. Sus gestos comunicativos fueron asertivos. Envió mensajes de manera
continua, coherente, claro. Logró un espacio de reflexión y comunicación con
los colombianos que no había alcanzado el Gobierno para compartir la trascen-
dencia y la complejidad de la firma de la paz.
El primer pontífice jesuita y latinoamericano de la historia es en la actuali-
dad el promotor de la paz que menos desconfianza genera entre los colombia-
nos. En efecto, se trata de un líder global cuyos discursos y acciones trascendían
del plano religioso, tiene altos niveles de popularidad y capacidad de dirigirse
y ser escuchado por los más poderosos del mundo. Sin duda, es un personaje
consciente de su propio poder, con una geopolítica y unas convicciones par-
ticulares sobre el orden social y el quehacer de los Estados y los ciudadanos.
Ciertamente, la instrumentalización de la religión con fines políticos no es cosa
nueva en Colombia. Un país con una historia de un siglo de Estado confesional
conoce de cerca dichos artilugios. Pese a los réditos políticos de su visita al país
y su actividad por la paz, el pontífice tendió puentes que como sociedad tene-
mos el deber ético y moral de evaluar y, por qué no, reforzar.

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160
Segunda parte

La región olvidada,
el territorio potenciado
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como
amenaza en la agenda de seguridad
y defensa del posacuerdo *

Alexander Emilio Madrigal Garzón**


Catalina Miranda Aguirre***

Introducción
El fenómeno de la minería criminal se viene desarrollando a nivel internacional
como una de las nuevas amenazas de la agenda de seguridad y defensa. En la
Colombia del posacuerdo, a pesar de la imprecisión jurídica en su conceptuali-

* El presente capítulo corresponde a la primera fase de un proyecto de investigación en la ma-


teria, desarrollado por los investigadores del Centro de Análisis Estratégico (CAEEF) del Co-
mando de Transformación del Ejército del Futuro (COTEF), con el apoyo de la Brigada Contra
la Minería Ilegal (BRCMI) del Ejército Nacional de Colombia. Este trabajo no compromete el
nombre de la institución ni la autonomía académica de los investigadores, que son responsa-
bles de su elaboración, contenido y reflexiones expuestas. Los autores agradecen a Rocío Pa-
chón, directora del CAEEF, la cual participó como directora de este trabajo y lo acompañó con
permanentes revisiones y aportes.
** Politólogo internacionalista de la Universidad Nacional de Colombia, especialista en Pedago-
gía y magíster en Relaciones Internacionales de la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito,
Ecuador). Tiene experiencia de más de nueve años en investigación y docencia universitaria, es
miembro del grupo en Seguridad y Defensa y del Centro de Pensamiento y Seguimiento a los
Diálogos de Paz de la Universidad Nacional de Colombia.
*** Profesional en Relaciones Internacionales con énfasis en Historia. Fue asistente de investiga-
ción en el Instituto de Ciencia Política (ICP) Hernán Echavarría Olózaga y analista de medios
en la empresa de comunicaciones estratégicas y relaciones públicas Buho Media Consulting.
Ha sido columnista en la revista Nova et Vetera de la Universidad el Rosario. Actualmente, es
investigadora para el Centro de Análisis Estratégico Ejército del Futuro, donde asiste el pro-
yecto Diálogos Territoriales para la transición en materia de seguridad y la construcción del
Ejército del futuro.

163
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

zación, el contexto estratégico que emerge presenta un crecimiento considerable


de este fenómeno con importantes impactos económicos, sociales y ambientales
para los intereses de la nación. En este sentido, resulta pertinente preguntar: ¿por
qué debe entenderse la minería criminal como un fenómeno que afecta la seguri-
dad y defensa del Estado colombiano en el escenario de posacuerdo?
Considerando lo anterior, la hipótesis de este capítulo es que la minería cri-
minal debe entenderse como un fenómeno que afecta la seguridad y defensa
del Estado colombiano en el posacuerdo, dado que representa una amenaza a la
seguridad nacional desde una perspectiva dual: primero, porque como recurso
es el medio de financiación de grupos armados organizados (GAO); segundo,
porque impacta la seguridad ambiental y los recursos naturales estratégicos,
entre otros efectos que no serán analizados en este capítulo. Estas dos dimen-
siones —recurso e impacto—, entendidas en el marco de estudio del carácter
cambiante de la guerra y aplicadas al caso colombiano en el posacuerdo, per-
miten observar que la situación de conflictividad violenta continuará exigiendo
una respuesta institucional del Estado. Para llegar a esta respuesta, es necesario
reconocer la minería criminal como amenaza a la seguridad y defensa nacional,
a partir de una nueva tipificación jurídica, que distinga lo informal, lo ilegal,
lo ilícito y lo criminal, y el desarrollo de una respuesta militar del Ejército en
el marco de la acción unificada del Estado, lo cual haría sostenible la tarea de
implementar exitosamente el acuerdo de paz.
Para abordar la hipótesis planteada, el capítulo se encuentra estructurado en
dos grandes partes. La primera presenta los referentes teórico-conceptuales en dos
secciones: 1) la agenda de seguridad y defensa en la Posguerra Fría, planteando
cómo los conceptos de nueva amenaza, seguridad ambiental y combate al crimen
organizado permiten observar fenómenos emergentes, y 2) la minería criminal
como fuente de impacto y recurso que acentúa el carácter cambiante de la gue-
rra, y así demostrar que existe una relación entre la extracción ilegal de yaci-
mientos minerales y la conflictividad violenta, como se ejemplifica en el caso
colombiano. En la segunda parte se usa este marco de referencia para explorar
el hecho de que esta es una amenaza aún no debidamente estudiada y tipifi-
cada, requisito para una respuesta institucional del Ejército en el marco de la
acción unificada del Estado, de acuerdo con el contexto estratégico y el desafío
que implica esta amenaza para la construcción de paz. Por último, se plantean
algunas consideraciones a manera de recomendaciones de cierre, así como al-
gunas preguntas por resolver en futuras investigaciones.
La metodología empleada fue la revisión de fuentes secundarias, bases de
datos internacionales, información institucional y material bibliográfico, con
una vocación interdisciplinaria que, si bien parte de la perspectiva teórica de
las relaciones internacionales y los estudios en seguridad y defensa, abarcaron
lecturas politológicas, económicas, jurídicas, sociológicas y de las ciencias mi-
litares y policiales.

164
Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

Referentes teórico-conceptuales
Tras la construcción de la agenda de seguridad y defensa, luego del fin de la
Guerra Fría y la consecuente ampliación del concepto de seguridad nacional, un
conjunto de términos permite abordar la minería criminal como amenaza, con-
siderando su rol en la dimensión de impacto y recursos del carácter cambiante
de la guerra,1 dada la estrecha relación entre la extracción legal e ilegal de ya-
cimientos minerales y la conflictividad violenta. A continuación, se presenta
un marco de referencia para interpretar la minería criminal como amenaza a la
seguridad y defensa nacional.

La construcción de la agenda de seguridad y defensa en la Pos-


guerra Fría
Desde una perspectiva teórica, la visión clásica de la seguridad y defensa hace
referencia a dos campos de acción del Estado claramente separados, referidos al
orden doméstico (seguridad interior, bajo una respuesta policial) y externo (de-
fensa nacional, respuesta militar), vinculados a hipótesis de conflictos armados
o la guerra, considerando aquellos factores capaces de erosionar la integridad
territorial y la soberanía política (Battaleme, 2013, p. 133). En la Guerra Fría,
la concepción estatocentrista de amenaza,2 definida en función de “intereses
estratégicos”, se concentró en la seguridad nacional, y dejó de lado a los indivi-
duos y a la sociedad (Vargas, 2006). De allí que tras el fin del orden internacio-
nal bipolar y la intensificación de la globalización en un mundo cada día más

1 A partir de un entendimiento clausewitzsiano, el carácter cambiante de la guerra hace referen-


cia a “las características no permanentes, circunstanciales y adaptativas de la guerra que dan
cuenta de diferentes periodos de tiempo en la historia. Cada uno de éstos, muestra atributos
que son determinados por precondiciones socio-políticas e históricas” (Sheehan, 2008, p. 216).
Estos cambios tienen su origen en la paz de Westfalia y alcanzan su punto culmen con el colap-
so de la Unión Soviética, cuando las guerras se volvieron difusas al no tener un final claro, lo
que hizo que la noción tradicional de victoria militar fuera cada vez más obsoleta para las Fuer-
zas Armadas (Strachan, 2006). Una de las más importantes exponentes sobre este respecto es
Mary Kaldor (1999), que define las nuevas guerras “como aquellas que ocurren en situaciones
en donde los ingresos de los Estados disminuyen como producto del declive de la economía,
la proliferación de la criminalidad, la corrupción y la ineficiencia. La violencia es cada vez más
privatizada como resultado del crecimiento del crimen organizado, la proliferación de grupos
paramilitares y el declive de la legitimidad política” (p. 5). La globalización, la descentraliza-
ción de la violencia hacia los niveles estatales y la creciente amenaza criminal son componentes
fundamentales para entender cómo la guerra ha mutado. Otro elemento fundamental para
comprender este cambio es la asimetría en el uso convencional de la fuerza. En palabras de
Michael Sheehan (2008), mientras que para algunos países prima el uso de ejércitos convencio-
nales para lograr victorias tradicionales, “en otras partes del mundo, sin embargo, la guerra se
ha caracterizado por la prominencia de actores no estales cuya tecnología militar ha sido muy
poco sofisticada haciendo que actos atroces sean comunes” (p. 211). Traducción de los autores.
2 Para el realismo, una amenaza en términos de distribución de poder material es “aquella que
concentra el suficiente poder para de decidirlo alterar el statu quo a su favor”, además de
“desarrollar capacidades militares ofensivas, y también tener intensiones de hacer uso de las
mismas” (Battaleme, 2013, p. 133).

165
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

interdependiente, fuera necesario construir socialmente la seguridad y defensa,


buscando acoger fenómenos latentes en los conflictos convencionales.3
En este contexto, se amplía la agenda internacional de seguridad —en
particular a nivel hemisférico americano—4 sumando a las amenazas tradi-
cionales, preocupaciones y desafíos de naturaleza diversa con una serie de
amenazas emergentes de tipo no militar, que consideran nuevas fuentes de
conflictividad, como los recursos naturales, e incluyen la degradación del me-
dio ambiente como amenaza (Bartolomé, 2004; Dockendorff y Duval, 2013;
Rodríguez, 2007). De allí que se empiece a hablar de la seguridad ambiental
como problema de seguridad nacional. Esto “permite reconocer que la de-
gradación del medio ambiente y el agotamiento de recursos inducidos por
acciones humanas plantean serias amenazas a la seguridad física de los in-
dividuos, grupos sociales, Estados, ecosistemas naturales y a las relaciones
internacionales” (Salazar, 2002, p. 244).
Este nuevo tipo de amenazas están estrechamente vinculadas con el crimen
organizado, siendo este el actor que “existe para proveer [ilícitamente] bienes
y servicios ilegítimos que el público demanda” en una compleja organización
que cumple con dos características: “la primera se refiere a la amenaza o el uso
de la fuerza para sus actividades; y la segunda al uso de la corrupción como
instrumento principal para erosionar las capacidades del Estado y aumentar la
impunidad de sus acciones” (Hernández, 2008, p. 6). Así, el uso intensivo de la
fuerza y la capacidad de penetración del Estado dificultan el debido accionar
institucional frente a la protección de los recursos estratégicos del Estado.

3 Se plantea aquí una crítica a la concepción tradicional de los estudios en seguridad y defensa
que no permiten comprender los cambios en el sistema internacional, amparados en perspec-
tivas teóricas de las relaciones internacionales de orden racionalista u objetivista frente a los
enfoques reflectivistas, constructivistas o subjetivistas (Sodupe, 2003). Este campo de estudio
ha evolucionado (Buzan y Hansen, 2009) para considerar “amenazas existenciales”, particular-
mente acerca de la fuerza militar como fuerza ofensiva, a perspectivas reflectivistas —como la
de los estudios críticos en seguridad (Booth, 2005)—, bajo las que se “discuten las condiciones
en las cuales se usa la fuerza y como dichas condiciones se construyeron socialmente, llevando
a que un determinado uso sea aceptado como un comportamiento estándar en la política inter-
nacional” (Battaleme, 2013, p. 161). Dicho planteamiento es fundamental en este artículo, dado
que para generar una respuesta institucional del Estado colombiano frente a la amenaza de la
minería criminal es necesario “construir socialmente” dicha amenaza, entendiendo los cambios
en el uso de la fuerza militar en la nueva agenda de seguridad y defensa internacional.
4 La declaración sobre seguridad en las Américas (2003) en el marco de la Conferencia Especial
sobre Seguridad de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada en México, reno-
vó y actualizó los conceptos y enfoques de la Conferencia de Chapultepec (1945), abordando
enfoques sobre seguridad multidimensional, amenazas tradicionales y nuevas amenazas, den-
tro de las cuales se incluyen aspectos de “carácter político, económico, social, salud y ambien-
tal, así como de criminalidad que forman parte de las amenazas emergentes. […] En síntesis, se
formularon análisis sobre la interdependencia entre seguridad y desarrollo” (OEA, 2003).

166
Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

Al respecto, al ser el crimen organizado una amenaza transnacional no esta-


tal que afecta la seguridad nacional, se plantea el debate sobre la manera como
la institucionalidad debe dar respuesta o combatir este fenómeno emergente.5
Desde la perspectiva de la seguridad y defensa, si bien en la literatura sobresale
la idea de que este es un tema policial y que, por lo menos desde un punto de
vista normativo, ha de evitarse la “militarización de la seguridad pública” (Za-
verucha, 2008, p. 29), el desbordamiento del fenómeno sobre las capacidades
de la policía y la institucionalidad pública hace que se replantee la estrategia
desde una visión amplia de lo militar en experiencias regionales, como las de
algunos países de América Latina y el Caribe.6
En el caso colombiano, en consonancia con estas experiencias regionales,
entendiendo que el crimen organizado configura una interacción de estructu-
ras que se mueven en las esferas legal e ilegal, articulando diversos actores en
un sistema (“crimen red”), se plantea que la respuesta institucional debe ser
integral —esto es la denominada Acción Unificada del Estado7— y correspon-
der a la tipología del crimen, en una lógica de uso proporcional de la fuerza
en función de la amenaza.8 En este sentido, se asigna a la fuerza militar un rol

5 A nivel internacional, la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organiza-


da Transnacional propone un conjunto de instrumentos para que los estados hagan frente al
flagelo de la delincuencia como problema mundial. En su artículo 2, define como grupo delicti-
vo organizado “un grupo estructurado de tres o más personas que exista durante cierto tiempo
y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos
tipificados con arreglo a la presente convención con miras a obtener, directa o indirectamente,
un beneficio económico u otro beneficio de orden material” (Oficina de las Naciones Unidas
Contra la Droga y el Delito, 2004).
6 En casos como los de México, El Salvador, Honduras y Perú “las Fuerzas Armadas se han in-
volucrado de manera importante en la lucha contra el crimen organizado transnacional y están
innovando para aumentar su eficacia en la lucha, para incluir el desarrollo de estrategias multi-
dimensionales, integradas con otras agencias del gobierno y socios extranjeros. Aunque imper-
fectas, estas innovaciones merecen la atención de los demás países de la región, para aprender
de sus éxitos y evitar sus errores” (Ellis, 2016, p. 12). De igual manera, esta reorientación para
el manejo de la seguridad interna incluye casos como los de Argentina, Brasil, Guatemala, Ja-
maica, Paraguay, Ecuador y Colombia, la cual “no es antojadiza sino que se incluye en varios de
los acuerdos internacionales como puede verse en los documentos de la Cumbre de Presidentes
Centroamericanos (Tegucigalpa, abril de 2005) y la Reunión de Ministros de Defensa de las
Américas (Quito, 2004)” (Grupo de Trabajo en Seguridad Regional, 2013, p. 3).
7 Desde una perspectiva doctrinal y operacional, propia de las ciencias militares y del Ejército
Nacional de Colombia, la acción unificada es entendida como la “sincronización, coordinación
o integración de las actividades de las entidades gubernamentales y no gubernamentales con
las operaciones militares para lograr la unidad de esfuerzos” (Ejército Nacional de Colombia,
2016, p. XII).
8 Si bien en principio las Bandas Criminales (Bacrim) o grupos delictivos organizados (Directiva
MDN No. 14 del 27 de mayo de 2011), fueron concebidas como un problema de competencia po-
licial, cuyo combate sería realizado en coordinación con las Fuerzas Militares, junto a inteligencia,
policía judicial y Fiscalía, el Ministerio de Defensa Nacional (MND), en la Directiva No. 15 del 22
de abril de 2016, replanteó la política y expidió nuevos lineamientos para caracterizar y enfren-
tar la amenaza. Para ello, dicha directiva estableció una tipología y categorización del crimen

167
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

de asistencia,9 particularmente frente a los GAO en función a su nivel de inten-


sidad de violencia armada (hostilidades), “de manera tal que el Gobierno tiene
que recurrir a la fuerza militar contra los grupos armados, en lugar de recurrir
únicamente a las fuerzas de policía” (Ministerio de Defensa Nacional, 2016, p. 5),
teniendo en cuenta como elementos concurrentes el nivel de hostilidades y el
nivel de organización.
Desde un aspecto estratégico, la respuesta institucional debe entonces ser
unificada, aplicando la fuerza de acuerdo con el perfil de la organización crimi-
nal, siendo particular y específicamente necesaria la asistencia militar frente a
los GAO, mediante “una capacidad de acción coordinada con la fuerza militar
para derrotarla” (Policía Nacional de Colombia, 2016, p. 12). El nuevo enemigo
es el crimen organizado, responsable de estructurar una economía criminal en
la que mercados negros, como la minería criminal, sirven de recurso para la
financiación de actividades ilegales, con lo cual se amenazan los recursos estra-
tégicos del país con un grave impacto sobre el ambiente.

La minería criminal como fuente de impacto y recurso que


acentúa el carácter cambiante de la guerra
La minería criminal amerita ser analizada a partir de dos dimensiones del ca-
rácter cambiante de la guerra: la dimensión de impacto, la afectación o con-
secuencias sobre los recursos estratégicos, la vida humana y el Estado, y la
dimensión de recurso —o medio de financiación de los GAO— en una lógica
de economía criminal.

organizado “a partir de su capacidad armada y organización criminal; incidencia territorial


y alcance transnacional, nacional, regional o local; niveles de intimidación y violencia; eco-
nomías ilícitas, afectación publica y ciudadana” (Policía Nacional de Colombia, 2016, p. 10),
identificando tres tipos: 1) grupos armados organizados (GAO) o de tipo A: remanentes de
grupos armados estructurados, producto de la mutación de bandas criminales posdesmovili-
zación con alcance nacional y conexiones transnacionales; 2) grupo delictivo organizado (GDO)
o de tipo B: estructuras delictivas de mayor o menor complejidad de incidencia regional o local
en contextos fundamentalmente urbanos, y 3) grupo de delincuencia común (GDC) o de tipo
C: agrupaciones delictivas que afectan la seguridad ciudadana con un alcance principalmente
local (Policía Nacional de Colombia, 2016).
9 De acuerdo con el Decreto 1335 de 1970, Código Nacional de Policía, Capítulo IX, artículo 86
y ss., la asistencia militar se aplica cuando sobrepasa la capacidad de la Policía Nacional, en
eventos como graves desórdenes públicos, catástrofe y calamidades públicas. Esto se actualizó
con el nuevo Código Nacional de Policía y Convivencia (Ley 1801 de 2016, artículo 170), decla-
rando que la asistencia miliar “es el instrumento legal que puede aplicarse cuando hechos de
grave alteración de la seguridad y la convivencia lo exijan, o ante riesgo o peligro inminente, o
para afrontar emergencia o calamidad pública, a través del cual el Presidente de la República,
podrá disponer, de forma temporal y excepcional de la asistencia de la fuerza militar. No obs-
tante, los gobernadores y Alcaldes Municipales o Distritales podrán solicitar al Presidente de la
República tal asistencia, quien evaluará la solicitud y tomará la decisión. La asistencia militar
se regirá por los protocolos y normas especializadas sobre la materia y en coordinación con el
comandante de Policía de la jurisdicción”.

168
Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

Ahora bien, antes de abordar la manera como la minería criminal se mani-


fiesta en estas dos dimensiones, es preciso revisar el concepto. En principio, la
minería es una actividad económica concentrada en la extracción de depósitos
minerales10 que ha suscitado grandes debates entre sus benefactores (beneficios
económicos y aporte al desarrollo de los países) y opositores (daños ambien-
tales y sociales irreversibles). No obstante, el análisis de este articulo compete
exclusivamente al tipo de minería en la que, a través de la actividad extractiva,
grupos criminales obtienen medios de financiación para delinquir (Global Ini-
tiative against Transnational Organized Crime, 2016; Massé y Camargo, 2012;
Echavarría, 2014). En otras palabras, la minería criminal:

Se puso al servicio de mafias organizadas y se convirtió en combustible para


la guerra; los grupos armados al margen de la ley de todos los pelambres han
sentado sus reales en muchas zonas mineras del país. […] Y de contera, se ha
venido causando un devastador impacto ambiental, exacerbado por la misma
ilegalidad. (Acosta, 2012 , s. p.)

Esto quiere decir que el concepto de criminalidad en su relación con la actividad


minera ha tenido un tratamiento ambiental significativo. A nivel internacional,
el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en
asocio con la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) (2016),
consideró que este fenómeno se traduce en crímenes (no delitos) contra el me-
dio ambiente por su relación con los GAO o el crimen organizado. Al respecto,
definieron la criminalidad ambiental como un término de carácter universal
que describe “las actividades ilegales que afectan al medio ambiente y cuyo
objetivo es beneficiar a individuos, grupos o empresas que han explotado, da-
ñado, comercializado o robado recursos naturales, incluyendo, pero no limitán-
dose, a delitos graves y crimen transnacional organizado”11 (Programa de las
Naciones Unidas para el Medio Ambiente [PNUMA], p. 17). Así las cosas, toda
actividad minera que lucre al crimen organizado en cualquiera de sus eslabo-
nes, e independientemente de su condición jurídica, puede ser categorizada
como criminal, no solo por su asociación con este tipo de agrupaciones, sino
también por las nefastas consecuencias en los ecosistemas, las comunidades, la
paz y la seguridad de las naciones.
Planteado lo anterior, es posible abordar la primera dimensión en el carácter
cambiante de la guerra referida al impacto de la minería criminal. De acuerdo
con Annette Idler (2016), los impactos de un conflicto12 recaen principalmente

10 Por ejemplo, en el caso del oro, la actividad minera se realiza a través de la extracción del metal
de las rocas que contienen los lodos de oro. Esto puede realizarse a cielo abierto o construyendo
túneles que se cavan en cuerpos rocos. También se puede extraer de cuerpos de agua —minería
aluvial— (Global Initiative against Transnational Organized Crime, 2016).
11 Traducción de los autores.
12 Para afectos de este artículo, se entenderá como impacto aquellos efectos o daños que tiene una

169
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

en la población, pues por las condiciones actuales, es aún más complejo distin-
guir entre civiles y combatientes. No obstante, para efectos de este trabajo, es
necesaria una visión más amplia. Se propone aquí distinguir tres objetos de im-
pacto de la minería criminal en Colombia: recursos estratégicos, vida humana
y monopolio de la violencia legítima.
El primero refiere al impacto ambiental, especialmente en los recursos es-
tratégicos del Estado. Por ejemplo, las consecuencias de la minería ilegal y
criminal en Chocó están determinados por el uso irresponsable de sustancias
y maquinaria, lo que afecta su biodiversidad. De acuerdo con la Contraloría
general de la República (2013), el despliegue de maquinaria pesada en el cau-
ce del río San Juan ha alterado su hidromorfología y su hidrodinámica y esto
ha provocado contaminación. El uso de este tipo de herramientas y sustancias
químicas han contribuido a la contaminación y sedimentación de las fuentes
hídricas y la erosión progresiva de los suelos, entre otros (Torres Gutiérrez y
Pinzón Salcedo, 2013).
A nivel nacional, se ha encontrado que “la tasa de pérdida de bosques na-
turales por esta actividad para el periodo 2013-2014, reporta 223 ha de bosques
eliminados mensualmente de las cuales 192 ha se localizan en Chocó” (Oficina
de las Naciones Unidad contra la Droga y el Delito, 2016, p. 45). Adicionalmen-
te, por el uso irresponsable de químicos, “al menos 80 ríos colombianos estarían
contaminados con mercurio. […] Los departamentos de Chocó, Bolívar y Antio-
quia son los que más presentan esta riesgosa práctica” (Posada, 2017).
En segundo lugar, la utilización indiscriminada de este metal no solo tiene
consecuencias sobre el medio ambiente, sino que además impacta directamente
al individuo en dos sentidos: primero, la contaminación de las fuentes hídri-
cas ha afectado la fauna de estos ecosistemas, así como el agua de consumo
humano; segundo, tal envenenamiento ha deteriorado los ecosistemas necesa-
rios para el adecuado desarrollo de la piscicultura (sobre todo artesanal). Los
individuos, entonces, al beber el agua y consumir peces con un contenido de
mercurio altamente perjudicial para la salud han desarrollado patologías que
están atentando contra su integridad y adecuada calidad de vida. De acuerdo
con una investigación realizada por el diario El Tiempo, las personas que han
estado en constante exposición al mercurio tienden a sufrir de afectaciones en
los riñones, el hígado, el sistema nervioso, los huesos y los músculos, además
de presentar perjuicios en el sistema nervioso central, malformaciones congéni-
tas, entre otros (Escobar, 2015).
La incapacidad de proteger el medio ambiente y la vida, la salud y el bien-
estar de dos de los componentes esenciales de un Estado-nación (población y
territorio) representa una falla estructural en el ejercicio legítimo de la sobera-

guerra o conflicto armado en la sociedad civil (personas o bienes). En Colombia, los impactos pue-
den ser entendidos en el marco de la Ley 1448 del 2011 y los hechos victimizantes que esta describe.

170
Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

nía. Este es entonces el tercer impacto que se traduce en la incapacidad de la


institucionalidad de establecer una presencia efectiva en estos territorios para
controlar y mitigar los riesgos ambientales y humanos asociados a la criminali-
dad en la actividad minera. De esta manera, los efectos adversos de la minería
criminal seguirán financiando y complejizando el conflicto en el contexto de un
posacuerdo en Colombia.
Por su parte, la dimensión de recurso también tiene lugar en la minería cri-
minal. “Los recursos son relevantes para el conflicto armado como motivación,
causa y fuente de ingreso” (Idler, 2016, p. 21) de los actores ilegales; de allí que
su preocupación sea el acceso a estos, para lo cual es indispensable tener con-
trol sobre un territorio, pues ello

No solo permite el acceso a los recursos naturales, que es clave para mantener
las economías ilícitas que financian el conflicto, por ejemplo, la minería ilegal,
la producción de drogas ilícitas o el tráfico de madera” sino que “permite “go-
bernar” a la población local a través del cobro de impuestos, otra fuente de
ingresos. (Idler, 2016, p. 21)

Respecto a la financiación de los GAO, sus formas han ido evolucionando. A


manera de ejemplo, según La Rotta (1996, p. 90), en el caso de la subversión,
en principio no fueron recursos originados en el delito, dado que se trataba de
acciones proselitistas y armadas con fuentes internas provenientes de simpati-
zantes y cuotas periódicas o fuentes externas de financiamiento en el marco de
la Guerra Fría (Bloque Comunista), las cuales fueron perdiendo importancia
con el aumento de fuentes provenientes del delito, sobre todo en la década de
los noventa.13 Los cambios en las fuentes de financiación llevaron al aumento
del aparato militar y su criminalización; no obstante, independientemente de
sus fines y de la discusión sobre si tales grupos perdieron o no su finalidad
política y si el conflicto armado se transformó o no en una amenaza criminal o
terrorista, no se puede negar que “la búsqueda de ingresos sea una forma y una
fuente de degradación” (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
[PNUD], 2003, p. 84).
En la actualidad, partiendo de la propuesta del PNUD (2003), para efectos
de este trabajo y como una elaboración propia, se consideran cinco tipos o fuen-
tes de recursos del crimen organizado (ver tabla 1). Las rentas de la minería
criminal a los GAO se pueden ubicar en las distintas tipologías de minería legal

13 Cabe anotar que en Colombia la financiación proveniente del sector minero de la economía
tuvo su origen en acciones extorsivas que “se incrementaron a raíz de las políticas nacionales
de incentivar las exploraciones y explotaciones mineras, especialmente el petróleo” (La Rotta,
1996, p. 110). En el sector aurífero, se fueron desarrollando cuotas extorsivas a la pequeña mine-
ría, “impuestos mineros” a empresas y propietarios de retroexcavadoras, motobombas, dragas,
barequeros artesanales, dueños de cantinas, tiendas y pequeños graneros (La Rotta, 1996, pp.
112-113), a manera de impuestos, como lo señaló Idler (2016).

171
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

e ilegal (que se explicarán más adelante) a través de rentas cuasi voluntarias


mediante “contratos de seguridad”, rentas extorsivas y empresariales en todas
sus modalidades y, principalmente, en intercambios ilegales en mercados ne-
gros paralelos, similar al funcionamiento de la cadena criminal del narcotráfico.
Como se evidencia, se trata de una compleja red de financiación que se mueve
en la legalidad e ilegalidad, sobre la que es necesario profundizar para diseñar
una respuesta institucional integral y eficaz.

Tabla 1. Fuentes de financiación del crimen organizado y aplicación a la minería criminal


Tipo Concepto Modalidades Minería criminal
Fuentes clásicas Decomisos al enemigo y Donación. Aplica solo como
donativos del extran- prestación de servicios
jero. Connaturales a la Cuota. de seguridad (“pro-
guerra revolucionaria. Servicios. tección”) en los territo-
rios mineros.
Rentas cuasivolun- Recursos a cambio de Seguridad. Aplica como pago por
tarias algún servicio o “bien servicios y organiza-
colectivo local” que Administración de justicia. ción (“Gobierno”).
ofrezca el actor armado.
Rentas extorsivas “Impuestos” ilegítimos Contribuciones forzosas.
o cobros coactivos sobre
ingresos lícitos o ilícitos Impuestos revolucionarios. Aplica sobre la
del extorsionado, según minería legal e ilegal
Confiscación de bienes. en todas sus modali-
el tipo de actividad
económica. Vacuna (pago periódico). dades.

Boleteo. (pago ocasional).


Secuestros.
Peajes.
Clientelismo armado (fon-
dos públicos) sobre regalías
o transferencias.
Rentas empresa- Ganancias por explotar Rendimientos financieros o
riales sus propias empresas producido.
lícitas o ilícitas Aplica en todas sus
Tráfico ilícito de sustancias modalidades.
sicotrópicas.
Testaferrato y lavado de
activos.
Intercambios ile- Intercambios ilegales de Hidrocarburos (hurto y
gales en mercados bienes lícitos e ilícitos, tráfico de combustibles,
negros paralelos a través de mercados compraventa). Aplica en todas sus
negros como respuesta a modalidades.
regulaciones o a la falta Comercio de metales y
de ellas. Hace parte de piedras preciosas
estrategias financieras
en economías de enclave
o bonanza en regiones
lejanas.

Fuente: elaboración propia, a partir de datos del PNUD (2003).

172
Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

Al hacer un análisis comparativo entre los beneficios económicos de los cul-


tivos y comercialización de coca y la explotación criminal de recursos mine-
rales (especialmente el oro), resulta que el segundo es mucho más rentable.
En parte, esto responde a que los costos de producción son menores y al ser
el oro un producto legal los riesgos asociados a su extracción ilícita y póstuma
comercialización son menores. Así las cosas, para 2010 “apenas el 14 % de las
53 toneladas de oro producidas en Colombia […] provino de la minería legal.
El 86 % restante fue extraído a partir de las operaciones de mineros artesanales,
explotadores informales y organizaciones al margen de la ley” (Massé y Ca-
margo, 2012, pp. 6 y 7).
Ahora bien, si un 86 % de la producción de oro se realizó por actores cuyas
condiciones y capacidades operacionales no corresponden con la legislación co-
lombiana (que, de por sí, es extensa en requisitos para evitar o mitigar impactos
ambientes, laborales y sociales) bien sea por la informalidad de la actividad o
por estar relacionada con la minería de subsistencia, en algún eslabón de su ca-
dena de explotación o comercialización tuvieron la injerencia de agrupaciones
al margen de la ley con la capacidad de adaptar maquinaria para la explotación
del mineral o la logística suficiente para comercializar el oro. Lo anterior se hizo
a través de la explotación criminal directa en la que obtienen las maquinarias y
equipamientos necesarios gracias a los beneficios generados por el narcotráfico,
la extorsión y otras actividades delictivas, además del control territorial de la
zona que, usualmente, es de difícil acceso y con una baja presencia institucional
(Massé y Camargo, 2012, pp. 10 y 11).
Uno de los factores que recrudeció este escenario deriva de las consecuen-
cias de un inadecuado proceso de reinserción y desmovilización de grupos
paramilitares tras el proceso de justicia y paz. Al respecto, una gran cantidad
de militantes decidieron migrar a las nacientes Bacrim, que encontraron en la
minería una fuente de financiación para su fortalecimiento:

La minería criminal encontró un espacio favorable para su consolidación y


expansión en aquellas regiones donde existía barequeo y minería tradicional,
con una muy débil, por no decir nula, presencia del Estado; también donde la
informalidad e ilegalidad habían echado raíces centenarias y era ya un fenó-
meno reconocido si no aceptado en la práctica por autoridades y comunidad
local. (Contraloría General de la República, 2013, p. 159)

En este contexto, la minería de subsistencia (y aquella que está en proceso de


formalización) se ha visto gravemente afectada, pues no posee los medios ne-
cesarios para contrarrestar los factores de criminalidad que se arraigan en estos
territorios a través de la violencia, el hostigamiento y, por supuesto, el control
territorial de las zonas. También es importante aclarar que el poder de estos
grupos ha sido tal que han creado empresas legales poseedoras de concesiones

173
Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

mineras y que no son una fachada para la exploración, explotación y comercia-


lización de este mineral con fines criminales (Massé y Camargo, 2012, p. 12).14
De esta forma, se hace manifiesto que las tipologías de minería legal, aque-
llas que están en proceso de formalización o las que operan ilegalmente, son
propensas al involucramiento en actividades criminales directas o conexas que
devienen del mercado criminal asociado a los GAO. No obstante, estos proble-
mas no son exclusivos al accionar de actores criminales y, por tanto, no deben
ser atendidos como un tema netamente de seguridad y defensa, sino que de-
vienen de una falta de control territorial y presencia institucional que genera
corrupción, debilidad en el control y fiscalización de insumos, maximización de
ganancias para el crimen, entre otros. En el Bajo Cauca, por ejemplo:

La minería criminal se presenta cuando en los diferentes tipos de minería,


llámese formal, ilegal, informal o ilícita, confluyen estructuras de los grupos
armados organizados al margen de la ley (GAOML), quienes generan control
social (normas de convivencia) y territorial (delimitación del espacio geográ-
fico para la actuación criminal), especialmente en zonas de difícil acceso geo-
gráfico, usando para ello el poder y la coacción, estableciendo un orden so-
cial ilegal e institucionalizando actividades económicas criminales (extorsión,
narcotráfico, lavado de activos, etc.), todo ello con el propósito de maximizar
ganancias y acumular capital. (Maldonado Sarmiento y Rozo Gutiérrez, 2014,
p. 127)

En resumen, la minería criminal debe entenderse como una amenaza a la segu-


ridad nacional, comprendiendo el carácter cambiante de la guerra a pesar de la
promesa de la construcción de paz. La dimensión de impacto sobre los recursos
estratégicos, la vida humana y el Estado, junto con su uso como recurso de
los GAO en una lógica de economía criminal, permite afirmar que existe una
relación entre la extracción ilícita de yacimientos minerales y la conflictividad
violenta que es necesario atender institucionalmente, como se planteará en la
siguiente parte de este trabajo.

La necesidad de una tipificación de la minería criminal en


el caso colombiano
La minería criminal en Colombia es una amenaza a la seguridad nacional que
aún no está debidamente tipificada, lo que genera vacíos para su adecuado
tratamiento. Lo primero que debe aclararse es que la minería no es en sí misma

14 La participación indirecta en la minería criminal donde los GAO no actúan explícitamente


en el proceso de explotación, sino que proveen servicios paraestatales o se lucran a través de
alguna de las cadenas de valor de la operación minera, como se mencionó cuando se abordó la
dimensión de recursos, a través de “vacunas” a mineros artesanales y a empresas a pequeña
escala. Actúan bajo la promesa de proveer protección, lo que se traduce en extorsiones (Massé
y Camargo, 2012, pp. 11-20).

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una actividad ilegal, ilícita o criminal. La minería, de acuerdo con el Glosario


Técnico Minero (2003), consignado en el artículo 68 del Código de Minas, es:

Ciencia, técnicas y actividades que tienen que ver con el descubrimiento y la


explotación de yacimientos minerales. Estrictamente hablando, el término se
relaciona con los trabajos subterráneos encaminados al arranque y al trata-
miento de una mina o la roca asociada. En la práctica, el término incluye las
operaciones a cielo abierto, canteras, dragado aluvial y operaciones combina-
das que incluyen el tratamiento y la transformación bajo tierra o en superficie.
(Congreso de la República de Colombia, 2001, p. 108)

La minería es entonces una actividad económica que en términos reales aportó


al país “en promedio el 2,2 % del PIB entre 2010 y 2015 y ha aportado el 19,6 %
de las exportaciones y el 16 % de inversión extranjera directa en el mismo pe-
riodo” (Ministerio de Minas y Energía, 2016, p. 9). Empero, la inexactitud de
una regulación clara, la falta de control territorial por parte del Estado, donde
existen yacimientos mineros, el incremento en los precios internacionales del
oro y la persecución a los cultivos ilícitos han hecho que los GAO encuentren en
la extracción desregularizada de minerales, principalmente de oro, una fuente
de financiación altamente rentable para capitalizar actividades criminales que,
sin lugar a dudas, alimentan el conflicto en Colombia (Global Initiative against
Transnational Organized Crime, 2016).
Es importante no confundir esta minería criminal con los tipos de minería
que existen en Colombia, muchos de los cuales están asociados con la historia y
las tradiciones sociales y culturales de comunidades indígenas y negras que han
practicado esta actividad desde tiempos inmemoriales (y que hace parte de su
legado ancestral), o con aquella minería ya profesionalizada y tecnificada (mi-
nería a gran escala) que promete un impacto menor en el medio ambiente y una
política restaurativa frente al entorno afectado, una vez terminada la concesión
minera. En relación con este aspecto, el país ha avanzado en la materia, pues en
la actualidad se distinguen cuatro tipos de minería legal (subsistencia, pequeña,
mediana y grande escala) de conformidad con el Decreto 1666 de 2016.
La minería criminal tampoco se puede confundir con los dos tipos de mine-
ría que tienen un tratamiento penal particular y que no representan una conexi-
dad explicita con factores criminales: una es la minería ilegal (enmarcada en la
explotación del yacimiento), siendo esta aquella en la que se realizan “trabajos
de explotación, de extracción o captación de minerales de propiedad Nacional
o propiedad privada, sin el correspondiente título minero vigente y sin estar re-
gistrado en la Agencia Nacional Minera” (Ley 685, 2001, artículo 159). La otra es
la minería ilícita que es en la que “sin permiso de la autoridad competente o in-
cumplimiento la normatividad existente, explote, explore o extraiga yacimiento
minero por medios capaces de causar graves daños a los recursos naturales o al

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Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

medio ambiente” (Ley 599, 2000, artículo 338). Como se demuestra, los factores
asociados a la criminalidad no están presentes en las tipologías penales exis-
tentes en Colombia para tratar los conflictos en torno a la minería, con lo cual
se desconoce la relación casi simbiótica entre las fuentes de financiación de la
conflictividad en el país y la extracción de minerales.
Por esta razón, es necesario un tratamiento diferenciado que considere que
la ilegalidad e ilicitud en la minería son factores necesarios por atender, pero
no unitarios en las complejidades del conflicto colombiano y su relación con el
crimen organizado. En palabras del Global Initiative against Transnational Or-
ganized Crime (2016),15 es fundamental distinguir entre mineros artesanales y
tradicionales que trabajan sin una licencia y los mineros ilegales asociados con
grupos armados y el crimen organizado, pues al no establecer una distinción
entre la minería informal e ilegal, los Gobiernos criminalizan, y de esta manera
eliminan el sustento de poblaciones altamente vulnerables y aumentan su ries-
go de convertirse en víctimas de tráfico de personas o, incluso, miembros de
grupos armados (pp. 5 y 6).16
Para Marguerite Cawley (2014), la falta de claridad en la terminología deno-
ta un problema, pues

[…] la legislación de 2007 fusiona la minería “ilegal” e “informal”, y la lucha


del Gobierno contra la minería ilegal a menudo hace lo mismo. […] Entre tan-
to, un proyecto legal de 2010 del gobierno, que investigó la participación de
actores ilegales en la minería y habría definido el término “minería criminal”,
nunca fue aprobado. (s. f.)

Esto quiere decir que en el interior del Gobierno ya se ha pensado en esta ca-
tegoría como un concepto necesario para entender que los actos criminales en
torno a la minería no pueden tratarse únicamente como ilegales o ilícitos.
El tratamiento penal frente a las actividades ilegales asociadas a la minería
es insuficiente y no responde a las necesidades que enfrenta el país. En princi-
pio, los actos delictivos están asociados con la intervención penal en el ámbito
medioambiental, de conformidad con el artículo 8 de la Constitución Política de
Colombia (1991), que consigna como una “obligación del Estado y de las perso-
nas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación”, además del Acto
legislativo 01 de 1968, el Decreto Ley 2811 de 1974, el Código Penal, tratados
internacionales que han sido suscritos por Colombia,17 entre otros.

15 Global Initiative against Transnational Organized Crime es una red de profesionales expertos
en la ejecución de la ley, gobernanza y desarrollo dedicados a buscar nuevas e innovadoras
estrategias y respuestas al crimen organizado.
16 Traducción de los autores.
17 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano de 1972 y 1992, Conferencia de las

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Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

No obstante, la minería criminal no puede estar únicamente ligada a los


delitos ambientales. Si bien la protección a la soberanía nacional y el cuidado
de los recursos estratégicos del país es vital, existen elementos asociados a con-
flictividades sociales cuando alguna de las otras tipificaciones (establecidas por
el Código de Minas) es usada para cumplir propósitos criminales que usual-
mente traen graves consecuencias a las poblaciones nativas y que son difíciles
de atender cuando no existe un marco normativo claro, pero sí ausencia de la
institucionalidad de Estado.18
Al respecto, el Instituto Internacional para el Medio Ambiente y Desarro-
llo (IIED) y la Alianza para la Minería Responsable (ARM) trataron la minería
criminal a partir de un análisis sobre la legalidad de dichas actividades en Co-
lombia. Una de sus conclusiones fue que una de las barreras para la formaliza-
ción del sector es la no diferenciación de las escalas de las operaciones mineras
consignadas en el Código de Minas. Así las cosas, los mineros demandan la
creación de un estatuto especial en el que se diferencie la minería informal de
la criminal (Echavarría, 2014, p. 9).
Además, los medios de comunicación han documentado este fenómeno si-
guiendo la tipología propuesta en este capítulo. Aunque se ha cometido el error
de confundir la ilegalidad con la criminalidad, existe una suerte de entendi-
miento generalizado de que la criminalidad en las actividades mineras así no
tenga un sustento jurídico, existe. Y esta es entendida en esta investigación en
su relación con los GAO,19 Al respecto, Garay (2013), advertía sobre las conse-
cuencias de la minería criminal:

Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible 2012 y 2915, Reunión de las Partes en la Conven-
ción Marco sobre Cambio Climático.
18 Por ejemplo: “en el Bajo Cauca converge la minería considerada criminal, la cual se presenta
cuando en los diferentes tipos de minería, llámese formal, ilegal, informal o ilícita, confluyen
los GAOML. La convergencia puede darse por diferentes aspectos, como cuando estos grupos
a través de la violencia y la criminalidad establecen normas de convivencia, para regular el
comportamiento individual y social de los mineros de la zona, al dar solución a problemas pú-
blicos; de igual forma, ‘al participar directa o indirectamente de la actividad económica, en sus
diferentes fases’, como lo señalan Kugler, Verdier y Zenou (2003), o a través del cobro ilegal de
tributos a mineros y empresas legales por diferentes aspectos. Todo con el propósito de generar
control territorial, social e institucional del orden criminal, para maximizar ganancias, fortale-
cer el accionar criminal y la economía subterránea” (Maldonado Sarmiento y Rozo Gutiérrez,
2014, p. 125).
19 Los GAO, oficialmente reconocidos por el Estado colombiano a 2017, son el Clan del Golfo, Los
Pelusos y Los Puntilleros, que representan una nueva amenaza híbrida que afecta la estabili-
dad institucional y el control territorial del Estado. Son herederos de los grupos emergentes
posdesmovilización y actualmente poseen estructuras armadas sólidas, generan alto nivel de
hostilidades y tienen control territorial; todo ello conduce a que desborden las capacidades de
la Policía Nacional. En ese orden, el Ejército Nacional se convierte en la fuerza terrestre vital
para controlar este fenómeno que es quizás, una de las principales amenazas que pueden afec-
tar la construcción de una paz estable (segura) y duradera (sostenible).

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Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

En el caso colombiano hay una minería que viene irrumpiendo con mucha
fuerza, que es la minería abiertamente criminal. Que es llevada a cabo por or-
ganizaciones armadas e ilegales, en asocio a veces y con capitales grises, para
poder, sin cumplir ninguna norma ni estándar, tomar provecho y capturar
los recursos naturales, con gran sacrificio de intereses políticos, económicos,
culturales y sociales y naturales. Y esto, de no tenerse cuidado, va a ser, a mi
juicio, uno de los factores de las nuevas violencias. (El Tiempo, 11 de mayo de
2013)

Si bien académicos y medios de comunicación han usado (muchas veces de


manera imprecisa) el término minería criminal, este también ha sido utilizado
institucionalmente a pesar de su falta de sustento jurídico, como por ejemplo
en el Plan Nacional de Desarrollo (2015).20 Además, existe un apartado especial
para la lucha contra la minería criminal que establece como estrategias:

La consolidación de la Unidad Nacional de Intervención contra la Minería Cri-


minal, el fortalecimiento del marco jurídico existente […] y la desarticulación
de las organizaciones de tráfico de mercurio y materiales peligrosos utilizados
en la minería criminal, así como de las organizaciones que desarrollan explo-
tación ilícita en áreas protegidas excluibles de minería. (p. 472)

Adicionalmente, en octubre de 2016 los Ministros de Ambiente, Minas y Ener-


gía, Defensa y Justicia (2016) radicaron un proyecto de ley en el Congreso cuya
finalidad es, entre otras, luchar contra la criminalidad organizada y el terroris-
mo asociado a las actividades mineras ilegales. En este, recomiendan que:

Cualquier regulación sobre el fenómeno de la “minería ilegal” debe ser com-


prensiva de sus distintas realidades a partir de una clara diferenciación entre
los conceptos de minería informal, minería ilegal y minería criminal. Única y
exclusivamente cuando se ha reparado sobre las medidas dirigidas a las pri-
meras dos, es lícito examinar la necesidad de implementar medidas contra
la última, así como su forma y alcance. (Ministerio de Minas y Energía de la
República de Colombia, p. 31)

Las perspectivas desde organizaciones internacionales y tanques de pensamien-


to que han documentado los conflictos socioambientales derivados de la ilega-
lidad en la minería, así como el uso recurrente del término minería criminal
por medios masivos de comunicación, académicos y políticos conocedores del
tema, permite concluir que la criminalidad en este sector merece un tratamien-
to especial. Esto, en primera instancia, porque no todos los mineros informales
o ilegales están necesariamente inmersos en redes de economías criminales que
enraízan el conflicto y la violencia en Colombia y, en segunda instancia, porque

20 En el capítulo “Seguridad, Justicia y Democracia para la Construcción de Paz”, el término es


utilizado siete veces.

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Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

un inadecuado entendimiento de cada una de las tipologías afectará la forma


como se elaboran políticas públicas para tratar dicho tema.
Así las cosas, al no darle un sustento jurídico e institucional, el Estado falla
al combatir fenómenos delictivos, ilegales y criminales con factores que afectan
la seguridad, la paz y la estabilidad territorial. Se necesita revisar la legislación
existente en el asunto de conformidad a las realidades sociales, de seguridad,
jurídicas, pero también económicas de cara al escenario de paz que se está cons-
truyendo. Lo anterior considerando que la falta de claridad conceptual en la ti-
pificación minera ha hecho que las políticas públicas y el accionar institucional
que las regula sean erróneas.
Habiendo estudiado algunas aproximaciones del concepto, debe conside-
rarse que, sin lugar a duda, las organizaciones criminales se están lucrando
de la actividad minera como participantes y beneficiarios del sector. Si bien
todo minero criminal es ilegal, no todo minero ilegal es criminal; la ilegalidad
gira en torno a la ausencia de amparos administrativos. Una nueva propuesta
de conceptualización de la minería criminal debe tratar de manera explícita
lo que se ha llamado delitos conexos a la minería ilegal. Por esta complejidad en
la interacción entre lo legal, lo ilegal y lo criminal, debe hablarse en términos
claros y diferenciados de la criminalidad en la extracción de minerales, pues
es esta actividad la que representa una amenaza para la seguridad del Estado.
Acá el Ejército, por sus capacidades y conocimiento, juega un rol fundamental
y determinante,21 como se planteó en la primera parte de este texto al abordar
la manera como los países de América Latina y el Caribe han desarrollado res-
puestas militares frente a dicha amenaza y cómo en Colombia existe una estra-
tegia que otorga un rol a las fuerzas militares frente a los GAO.
Pensar en una nueva tipificación que incluya la minería criminal con su ade-
cuado tratamiento jurídico debe ir acompañado de estrategias que entiendan
la complejidad del fenómeno y articuladas a todas las instituciones del Estado.
La recopilación de estadística, estudios cualitativos y un nuevo censo minero,
así como la formalización de la actividad minera con una respuesta especiali-
zada del Estado, son prioridades que deben ser pensadas para impedir que la

21 El diario El Colombiano publicó una noticia en la que se presentaron las siete líneas que diri-
girán ahora la operatividad del Ejército, dentro de las que se incluye la protección del medio
ambiente y recursos, “la fauna y la biodiversidad existente en el país para garantizar el dis-
frute de los colombianos y como forma de apoyo a entidades vigilantes de la biodiversidad”.
De igual manera, en la misma noticia, se incluyó una declaración del general (r), Jaime Ruiz
Barrera, quien precisó que en los años venideros, el Ejército debe comenzar a preparase para
enfrentar los daños ambientales por la minería ilegal: “Hay previsiones de protección al medio
ambiente, sobre todo por los daños causados en los territorios por la minería ilegal que son de
tal magnitud, que deben enfrentarse a ese problema con seriedad, ya hay tareas por cumplir y
en eso se está preparando el Ejército” (Macías, 2016). En la actualidad, dicha función la cumple
principalmente la Brigada Contra la Minería Ilegal (BRCMI) del Ejército Nacional de Colombia.

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Minería criminal en Colombia.
Necesidad de su construcción como amenaza en la agenda de seguridad y defensa del posacuerdo

conflictividad en torno a la minería criminal (directa o indirecta) siga siendo un


motor de violencia en el país.

Consideraciones finales
Este último aparte plantea, como recomendaciones, algunas preguntas por re-
solver en futuras investigaciones, reconociendo que este capítulo es un primer
acercamiento sobre el que es necesario profundizar y debatir críticamente con
los actores sociales e institucionales involucrados y los aportes de la comuni-
dad académica a nivel nacional e internacional.
La primera parte desarrolló los referentes teóricos que permiten entender
a la minería criminal como una amenaza en el marco de los conceptos que es-
tructuran una agenda de seguridad y defensa tras la Posguerra Fría. Emerge
así un fenómeno que hace necesaria la respuesta institucional que, en este caso,
debe centrarse en el combate al crimen organizado, bajo el marco de la acción
unificada del Estado.
También se señaló cómo la minería criminal es un caso por interpretar a
partir del carácter cambiante de la guerra en dos de sus dimensiones: la pri-
mera, el impacto sobre los recursos estratégicos del Estado, la vida humana y
el monopolio legítimo de la fuerza, por tanto, su soberanía; la segunda, en la
dimensión de recurso se evidenció que la minería criminal es la “nueva coca
del posconflicto”, al ser una fuente de financiación ilegal de los GAO por su
rentabilidad y manejo operativo, aprovechando los vacíos en la regulación del
mercado. En síntesis, los impactos y los recursos hacen parte del desarrollo de
las operaciones de estos grupos, lo que contribuye a la degradación y prolon-
gación del conflicto en el país. Existe una correlación entre la extracción ilegal
de yacimientos mineros y la dinamización, criminalización y complejización
del conflicto.
Frente a las recomendaciones que derivan de este análisis, lo primero que
debe señalarse es que el asunto de la minería criminal no está adecuadamente
tipificado, así se haya empezado a reconocer esta amenaza como un problema
real del país. Es necesario entender, construir e institucionalizar la amenaza de
acuerdo con las realidades sociales, de seguridad, jurídicas, pero también eco-
nómicas de cara al escenario de posacuerdo. Esto también implica comprender
el cambio en la agenda de seguridad y defensa en el posacuerdo y, por tanto,
los roles de la fuerza pública.
Se necesita disponer de una claridad jurídica que sea consciente de esta ame-
naza y su impacto en múltiples escenarios. Esto facilitará los alcances operacio-
nales de la fuerza pública, definiendo quién tiene la capacidad para atender
esta problemática. Al respecto, se sugiere hacer una caracterización de actores,
considerando las dimensiones cambiantes de la guerra; esto quiere decir: quié-

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Alexander Emilio Madrigal Garzón • Catalina Miranda Aguirre

nes son, cómo y dónde operan, cuáles son sus incentivos, qué recursos usan,
entre otros.
Finalmente, quedan abiertas preguntas para futuras investigaciones en te-
mas relacionados con las respuestas institucionales, experiencias exitosas y lec-
ciones por aprender, debates teóricos sobre nuevos roles de la fuerza pública
frente a este tipo de amenazas, la difusa comprensión entre legal e ilegal en el
mercado criminal, el análisis de los eslabones de la cadena económica y estu-
dios comparados entre países y otros tipos de dinámicas del crimen transnacio-
nal organizado, etc.
Además, se invita a la academia, servidores públicos y comunidades afecta-
das a realizar estudios que incidan en la toma de decisión de política pública.
Asimismo, sistematizar las experiencias hasta ahora adelantadas como la de
la Brigada Contra la Minería Ilegal del Ejército Nacional (BRCMI), la Unidad
Nacional de Intervención Contra la Minería Criminal de la Policía Nacional
(ANM), el Ministerio de Ambiente, la Fiscalía General de la Nación, las Cor-
poraciones Autónomas Regionales (CAR) y demás instituciones nacionales e
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185
Las Zonas Veredales Transitorias de
Normalización como una apuesta
por la transición de las FARC a la
vida civil
Jhenny Lorena Amaya Gorrón*

Introducción
El fin del conflicto en Colombia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) es una realidad que como la guerra se ha vivido desde múl-
tiples escenarios; tiene diferentes formas de percibirse, interpretarse y narrarse
en el complejo mundo de las representaciones sociales y políticas de los colom-
bianos. No obstante, existe un consenso en cuanto a la realidad de la guerra,
y es aquel que deja en evidencia las vidas que se han salvado, los cuerpos de
soldados que ya no se han mutilado, las familias víctimas que se han evitado,
los recursos que se han ahorrado y el cese a las hostilidades de todas las partes
que hacían que la ruralidad colombiana fuera un campo de batalla entre cam-
pesinos sin alimentos ni oportunidades.
A pesar de la profunda polarización de la sociedad colombiana, reflejada en
las urnas del plebiscito y los mensajes de odio y apatía de minorías preponderan-
temente urbanas y de sectores tradicionales de la política partidista, el proceso de
paz empezó a implementarse contra viento y marea. Con serias dificultades, pero
en estricto cumplimiento de lo pactado entre las FARC y el Gobierno nacional,
y con la vigilancia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, quienes

* Especialista en Derecho de Familia. Profesional en Trabajo Social. Abogada. Investigadora del


Centro de Estudios Regionales del Sur (Cersur). Investigadora del proyecto Efectos tempranos
en la democracia durante el proceso de dejación de armas en Colombia de la Misión de Observación
Electoral (MOE) y el Programa de Desarrollo y Paz (Huipaz).

187
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

verificaron desde los territorios las transformaciones reales que trajo consigo el
proceso de paz y el fin del conflicto, especialmente en las zonas afectadas histó-
ricamente por la guerra, fueron elegidos ciertos espacios para ser epicentro de la
construcción de paz; se instalaron 26 Zonas Veredales Transitorias de Normali-
zación (ZVTN) y Puntos Transitorios de Normalización (PTN).
Este capítulo cuenta las vivencias de la construcción de paz desde las ZVTN
en el sur colombiano, donde se agruparon los frentes del Bloque Sur de las FARC,
protagonistas de las historias que se narran en las siguientes líneas y muestran la
realidad del fin del conflicto y la última marcha de esta guerrilla como un movi-
miento armado hacia una organización social y política legal en Colombia.

Procesos de guerra y paz en Colombia


Un breve recorrido sobre los periodos históricos en los cuales la guerra ha defi-
nido la vida en Colombia se podría iniciar entre 1808 y 1829, con las guerras de
independencia hispanoamericanas, de las que resultó una victoria independen-
tista y se crearon nuevos Estados en América; la guerra civil entre federalistas
y centralistas, más conocida como el periodo de La patria boba, entre 1810 a
1816, que generó la reconquista de España y el inicio del conocido Régimen del
terror de Pablo Morrillo; también la guerra gran colombo-peruana, entre 1828
y 1829, y la guerra colombo-ecuatoriana en 1832, que finalizó con la Firma del
Tratado de Pasto, continuaron sumando los muertos y ahondando la violencia
de principios del siglo XIX.
Entre 1851 y 1895 se libraron guerras civiles entre conservadores y liberales,
periodo en el cual se establecieron los Estados Unidos de Colombia; y la poste-
rior Guerra de los Mil Días, entre 1899 y 1902, en la que se provocó la pérdida de
Panamá. Un siglo de violencia política que heredó la creciente violencia social
del siglo XX en Colombia, que parece perpetuarse en ciclos de confrontación
que redundan en la violencia como forma de dominación política, económica y
social.
La época de la violencia interpartidista entre conservadores y liberales, des-
de 1948 con el asesinato del líder liberal, Jorge Eliécer Gaitán, hasta la amnistía
de Rojas Pinilla en 1953; las negociaciones con las guerrillas de Guadalupe Sal-
cedo en los Llanos Orientales y el plebiscito del primero de diciembre de 1957,
que originó el Frente Nacional (INDH-PNUD, 2003), configuraron un nuevo
punto de inflexión en la realidad sociohistórica de los colombianos, donde la
violencia de nuevo se manifiestó como el principal método para reordenar el
sistema económico y político de la nación, perpetuando la tesis de ser Colombia
una nación en guerras.
El conflicto armado interno se ha desarrollado ininterrumpidamente en Co-
lombia desde 1960; han sido protagonistas grupos insurgentes como las FARC,

188
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación


(EPL), el Movimiento 19 de abril (M-19), la Unión Obrera, la Unión Patriótica,
el Movimiento Armado Quintín Lame, la Corriente de Renovación Socialista,
el frente Francisco Garnica, las Milicias de Medellín, el Partido Revolucionario
de los Trabajadores (PRT), entre otras expresiones que representan un periodo
de confrontación y negociación que abarca desde los ataques a los campesinos
del sur del Tolima en 1960 a 1964 hasta las negociaciones de paz de 1984. Estas
manifestaciones se siguen de un nuevo periodo que inicia en 1985 con el surgi-
miento y consolidación de estructuras contrainsurgentes como las Autodefen-
sas Unidas de Colombia (AUC), las Autodefensas Campesinas de Córdoba y
Urabá (ACCU) y otras organizaciones criminales herederas de los paramilitares
que hoy están vigentes, como los Urabeños (McDermott, 2014), los Rastrojos, el
Ejército Revolucionario Popular Antisubversivo de Colombia (ERPAC), entre
otros grupos armados y delincuenciales que han puesto en jaque el poder po-
lítico local y nacional, e incluso concentran la tierra y controlan históricamente
regiones y corredores geopolíticos que gobiernan muchas veces en connivencia
con el poder formal (Stone, 2016).
Es preciso mencionar que algunos gobiernos han centrado esfuerzos para
terminar de manera negociada dichos conflictos. El primero fue en 1984, con la
firma del acuerdo de La Uribe-Meta entre el Gobierno del presidente Belisario
Betancourt con las FARC, el M-19, el EPL y la Autodefensa Obrera (ADO), que
se rompió el 5 de agosto de 1986 con la desintegración de la Comisión de Paz,
Diálogo y Verificación. El 2 de noviembre de 1989 se suscribió el pacto políti-
co por la paz y la democracia entre el Gobierno de Virgilio Barco y el M-19, y
finalmente, el 9 de marzo de 1990, dos días antes de las elecciones presidencia-
les, se llevó a cabo la desmovilización de este grupo armado. En abril de 1991,
la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, que articulaba a las guerrillas del
ELN, las FARC y el EPL se sentaron a negociar con el presidente César Gaviria
en Caracas, sin embargo, ante el intento de golpe de estado que sufrió ese año
el Gobierno venezolano, los diálogos de paz se trasladaron a Tlaxcala-México
en octubre de 1992, no obstante las partes se levantaron de la mesa.
Durante el periodo presidencial de Andrés Pastrana Arango, entre 1998 y
2002, se desarrollaron los diálogos de paz del Caguán, que abarcaron cinco mu-
nicipios del sur del país; este intento finalizó el 20 de febrero de 2002, después
de que las FARC secuestraran al entonces congresista Jorge Eduardo Géchem
Turbay. Ya en 2012, durante el primer periodo presidencial de Juan Manuel
Santos, se iniciaron en La Habana los diálogos de paz entre el Gobierno de
Colombia y las FARC, que finalizaron de manera exitosa, luego de cuatro años
de negociación; se dio la firma del acuerdo final el 24 de noviembre de 2016 y
la respectiva refrendación por el Congreso Nacional el 1 de diciembre. Actual-
mente lo pactado se está implementando con serias dificultades, que amenazan

189
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

con iniciar un nuevo periodo de violencia si fracasa la transición y la dejación


de armas con las FARC y las negociaciones con el ELN.

Diálogos de paz entre el Gobierno y las FARC (2012-2016)


El proceso de negociación entre las FARC y el Gobierno de Colombia se vivió
en tres fases; la primera fue exploratoria, con estricta reserva y confidencialidad
con los miembros de las FARC; allí se estableció el propósito de la negociación,
una hoja de ruta con los seis puntos a discutir y las reglas de juego a seguir;
finalizó el 26 de agosto de 2012 con la firma de un documento denominado
Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable
y duradera.
El 18 de octubre en Oslo (Noruega) inició de manera oficial la segunda fase,
que se abrió con la instalación de la mesa de conversaciones entre las delega-
ciones de las FARC y el Gobierno nacional. Durante esta fase se expidieron al-
rededor de 107 comunicados conjuntos que dieron cuenta del trabajo realizado
por ambas delegaciones en relación con los seis puntos de la agenda trazada;
además se desarrollaron cinco informes conjuntos, entre ellos el de mecanismos
sobre comunicación y difusión de lo discutido en la mesa, y el Informe sobre la
Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas.
Los actores de la negociación fueron los jefes máximos de cada parte; en
cabeza del Gobierno nacional, el presidente Juan Manuel Santos, y Rodrigo
Londoño, alias “Timochenko”, “Timoleón Jiménez”, como jefe de las FARC.
Las delegaciones estuvieron conformadas por treinta miembros cada una, de
estos, diez se denominaron “plenipotenciarios”, quienes contaron con faculta-
des decisivas. Por parte del Gobierno nacional, Humberto de la Calle Lombana
fue el jefe de la delegación, y Luciano Marín, alias “Iván Márquez”, el jefe de la
delegación de las FARC.
En agosto de 2014 se nombraron dos comisiones dentro de la mesa: Género y
Fin del Conflicto. Con la voz de las mujeres en la mesa se fue aclarando el punto
de víctimas, mientras que en la comisión de Fin del Conflicto se estableció la
ruta sobre la manera en que hombres y mujeres de las FARC dejarían sus armas
e iniciarían el proceso de reincorporación a la vida civil, que incluyó el pacto
bilateral del cese al fuego y de hostilidades definitivo. Esta subcomisión tuvo
que dividirse debido a la complejidad del asunto y con el fin de poder estable-
cer las garantías de seguridad de los guerrilleros que dejarían las armas; estuvo
liderada por delegados del Gobierno y las FARC, el general Óscar Naranjo y
Jorge Torres, alias “Pablo Catatumbo”.
Se formaron, además, comisiones de redacción y comunicación, quienes defi-
nieron cómo se iba a realizar la publicación de lo que se acordaba; asimismo, se
constituyeron comités para dirimir conflictos que pudiesen obstaculizar la nego-

190
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

ciación. De cada sesión se levantaron actas de lo que sucedía en la discusión; esas


actas se entregaban a los representantes de los países garantes, Cuba y Noruega,
únicos invitados externos que asistieron a todas las deliberaciones de la mesa.

Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización:


el inicio de la reincorporación
Foto 1. Espacio Territorial para la Capacitación y Reincorporación (ETCR) “Héctor
Ramírez”. Vereda Agua Bonita, Montañita (Caquetá)

Fuente: archivo ETCR Agua Bonita. Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común (FARC).

Tras la firma de los acuerdos de paz de La Habana, el mundo conoció los


rostros insurgentes de los hombres y las mujeres que acudieron a los Puntos
de Preagrupamiento Temporal (PPT). Desde diversos espacios de la geografía
nacional, iniciaron su última marcha guerrillera hacia los PTN y las ZVTN,
localizadas en 26 territorios de 14 departamentos en Colombia. Allí, las FARC
se concentraron para hacer el tránsito de la vida militar a la vida civil, donde
su política sería la de dejar de usar las armas como instrumento de cambio y
se iniciara la edificación de la paz en los términos contemplados en el acuerdo.
La expedición de la Ley 1779 del 11 de abril de 2016, sentó las bases para
acordar con los miembros de las FARC “su ubicación temporal o la de sus
miembros en y determinadas zonas del territorio nacional conveniente. En las
zonas aludidas quedará suspendida la ejecución de las órdenes de captura con-
tra y los demás miembros del grupo”. De acuerdo con el parágrafo 3° de la Ley
1779, “en esas zonas, que no podrán ubicarse en áreas urbanas, se deberá ga-
rantizar el normal y pleno ejercicio de Derecho. El Gobierno definirá la manera

191
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

como funcionarán las instituciones públicas para garantizar los derechos de la


población” (Congreso de la República, 11 de abril de 2016).
Cerrando 2016, Colombia se aprestaba para iniciar la ruta trazada para tras-
cender la guerra. Desde entonces viene fluyendo en territorios la configura-
ción de las ZVTN y los PTN como el eje de inicio de la implementación de los
acuerdos para poner fin al conflicto entre el Estado y las FARC. Este proceso no
involucró a todos los actores y factores del conflicto armado colombiano, sin
embargo los alcances de lo concertado tienen una envergadura de gran impacto
en la vida política y sociocultural del país.
Este proceso, que compromete a los miembros de las FARC, a diversos agen-
tes del Gobierno nacional y regional, así como al componente internacional de
la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a las comunidades y agentes
sociales locales, avanza desde el 1 de diciembre de 2016 a pesar de grandes di-
ficultades y desacuerdos técnicos y políticos en la implementación del primer
referente territorial. Es así como las ZVTN y los PTN se han proyectado, con
el fin de garantizar el cese al fuego, agrupar los combatientes para la dejación
de armas e iniciar la primera etapa de su reincorporación a la vida civil, expre-
sando una vocación colectiva que busca caminos para trascender hacia nuevas
formas de vivir los territorios.
Lo más latente desde el inicio de la materialización del acuerdo final se relacio-
nó con las demoras y fallas en la implementación de las ZVTN, hecho que generó
una mirada de desconfianza y prevención hacia el cumplimiento del acuerdo por
parte del Estado; asimismo, la deficiencia en la operación de la fuerza pública
y los organismos de justicia para detener la creciente ola de asesinatos a líderes
sociales, militantes de izquierda y de movimientos sociales agudizó esa situación
de incertidumbre, sumada al alto nivel de conflictividad que ha irrumpido en los
territorios, relacionada con la ampliación de cultivos de uso ilícito y las disputas
por la propiedad y el acceso a la tierra. Estos aspectos evidenciaron tensiones en
la interpretación y el abordaje de la implementación del proceso de dejación de
armas y su articulación con los otros puntos del acuerdo.
El 7 de diciembre de 2016, después de la segunda firma del acuerdo en el
Teatro Colon de Bogotá y de ser refrendado por el Congreso de la República
con las modificaciones derivadas del plebiscito del 2 de octubre, el Gobierno
nacional emitió los primeros decretos (2001, 2004 de Puerto Asís, 2012 de Mon-
tañita, entre otros) por los cuales “se establece una Zona Veredal Transitoria
de Normalización (ZVTN) y se dictan otras disposiciones” (Presidencia de la
República, 7 de diciembre de 2016) en 26 territorios de la nación. Estos serían
el epicentro de la implementación; algunos fueron territorios estratégicos para
la guerra y hoy son espacios prioritarios para la construcción de paz. En los
decretos se indica que la zona tiene como fin “…iniciar el proceso de prepara-

192
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

ción para la reincorporación a la vida civil de las estructuras en lo económico,


lo político y lo social de acuerdo con sus intereses; estará destinada para los
miembros de la organización que participen y se encuentren comprometidos
con el Cese al Fuego y de Hostilidades Bilateral y Definitivo y la Dejación de
Armas (CFHBD-DA)”.
Los lineamientos de las ZVTN y los PTN se fueron configurando paulatina-
mente en la mesa de negociación de La Habana, pero fue el 16 de septiembre de
2016, en las sabanas del Yarí (Macarena, Meta) cuando “el Alto Comisionado
para la Paz, Sergio Jaramillo, el Comandante del Comando Estratégico de Tran-
sición (COET), general Javier Flórez, con los miembros del Secretariado de las
FARC, con el acompañamiento del Jefe de la Misión de la ONU, Jean Arnault y
su equipo” acordaron que serían 20 ZVTN y 7 PTN donde llegarían los insur-
gentes de las FARC para el cese al fuego, la dejación de armas y el inicio de la
reincorporación (Comunicado de las FARC, 16 de septiembre de 2016).
A partir del 7 de diciembre de 2016, los Mecanismos de Monitoreo y Veri-
ficación (MM&V) se desplegaron a los PTN y las ZVTN en 12 departamentos
de Colombia, donde se instalaron los componentes del Gobierno nacional, las
FARC y la ONU para iniciar con la implementación del punto 3 del acuerdo del
fin del conflicto.

Figura 1. La transición y normalización de las FARC en el sur de Colombia

Fuente: Oficina del Alto Comisionado para la Paz (OACP)

193
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

En el sur de Colombia se situaron 11 de las ZVTN y 2 de los PTN, distribuidos


en los departamentos de Meta, Cauca, Nariño, Guaviare, Caquetá y Putumayo;
una localización que coincide con los territorios donde se desarrolló la confron-
tación de las FARC (en otras épocas, con el ELN y el M-19) con la fuerza pública
y los grupos paramilitares; también concuerda con las espacialidades donde se
han concentrado los conflictos por la vocación de la tierra, las luchas por el te-
rritorio y las economías de exportación (desde la madera, el caucho y la quina,
hasta las pieles y la coca).
Particularmente, en los departamentos de Caquetá y Putumayo en principio
se asignó un PTN en San Vicente del Caguán (Caquetá) y tres ZVTN: La Car-
melita, en Puerto Asís; El Carmen, en La Montañita; y La Esperanza, en Carta-
gena del Chairá. Esta última ZVTN fue clausurada el 28 de diciembre de 2016,
después de que las FARC y el Gobierno nacional dieran a conocer su decisión
mediante el comunicado conjunto número 10, donde se informó a la opinión
pública que el personal guerrillero que estaba previsto que llegara a esta ZVTN
se dirigiría a la zona de El Carmen, en La Montañita. (Caquetá)
Aunque en el comunicado no se mencionan los motivos centrales de la deci-
sión, semanas después el país conoció el surgimiento de una disidencia de las
FARC al mando de “Alexander Mojoso”, antiguo comandante del frente 14, que
operaba en las veredas del municipio de Cartagena del Chairá y representaba
en ese momento una grave amenaza para el proceso de paz y la seguridad del
cese de hostilidades (AFP, 20 de enero de 2017). La disidencia del “Mojoso”
fue reducida por una operación desatada por el Bloque Sur de las FARC, que
terminó abatiendo a varios miembros de este grupo y generó la entrega de su
cabecilla en marzo de 2017. (El País, 18 de marzo de 2017)
En enero de 2017, la región de Caquetá y Putumayo contaba con un PTN y
dos ZVTN, en las que se agruparía el Bloque Sur de las FARC, catalogado como
uno de los bastiones militares más importantes de esta insurgencia (nutrido
por la columna móvil Teófilo Forero y los frentes 3, 13, 14, 15, 32, 48 y 49). Al-
rededor de mil hombres y mujeres de las FARC, entre guerrilleros y milicianos,
iniciaron desde 2016 su última marcha en armas para preagruparse en lugares
transitorios donde sus mandos poco a poco lograran ir recogiendo al conjunto
de la guerrillerada que se vincularía al proceso de paz. Cientos de hombres y
mujeres de las FARC acudieron al llamado de la paz; la mayoría se fueron pre-
agrupando y avanzando desde lugares remotos hacia los denominados PPT,
destinados para su llegada y blindados de hostigamientos de la fuerza pública,
según lo acordado entre las partes.

194
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Los Puntos de Preagrupamiento Transitorios de las FARC


Desde la firma del cese bilateral de fuego, el 29 de agosto de 2016, los fren-
tes de las FARC iniciaron su marcha final hacia la paz y el preagrupamiento
en ubicaciones temporales; de acuerdo con las definiciones consagradas en el
decreto 1647 del 20 de octubre de 2016 “por el cual se establecen los puntos
de pre-agrupamiento temporal como zonas de ubicación temporal y se dictan
otras disposiciones”, en su artículo tercero, se indicó que estas zonas tendrían
como principal objetivo garantizar el cese bilateral al fuego, la seguridad de la
sociedad civil, los integrantes de la fuerza pública y las FARC. Así, los PPT se
fueron definiendo por las FARC a partir de espacios transitorios que sirvieron
a los frentes para movilizarse a las ZVTN y los PTN de acuerdo con posiciones
estratégicas que históricamente ocuparon en el valle y la cordillera de Caquetá
y Putumayo.
La ZVTN de Carmelita en Putumayo contó con dos PPT denominados El
Mecaya, vereda La Playita, desde donde salieron alrededor de 365 guerrilleros
que se agruparon en la ZVTN La Pradera-Carmelita, ubicada en Puerto Asís;
Caquetá contó con el PPT Las Morras, desde donde marcharon 95 insurgentes,
y Las Águilas, con 85 guerrilleros que llegaron al PTN de Miravalle, en San
Vicente del Caguán; los PPT El Arenoso y La Victoria, con 240 y 84 insurgentes,
respectivamente, se reunieron en la ZVTN de Agua Bonita (anteriormente, El
Carmen) en La Montañita, municipio de Caquetá.
Durante el 30 y el 31 de enero, los guerrilleros y guerrilleras del Bloque Sur
de las FARC marcharon hacia las ZVTN y los PTN de Caquetá y Putumayo
para iniciar su compromiso de dejación de armas y reintegración a la vida so-
cial, económica y política de Colombia. Así aconteció en el PTN de Miravalle y
en la ZVTN de La Carmelita, pero justo antes de iniciar su última marcha con
los frentes 3, 14 y 15, las FARC decidieron detener su camino hasta La Monta-
ñita, Caquetá.

La última marcha de las FARC


La última marcha de las FARC se realizó fuera del cronograma pactado con
el Gobierno nacional, que había estipulado que todos los guerrilleros se agru-
parían a más tardar el 31 de enero de 2017. A pesar de la presión nacional e
internacional, las FARC decidieron detener el desplazamiento a la ZVTN de La
Montañita antes de cometer un error estructural en la futura reincorporación de
tres de sus valiosos frentes en Caquetá: los 3, 14 y 15. Inicialmente la ZVTN de
La Montañita fue delimitada por designio de las FARC en la vereda El Carmen,
localizada a 40 km del casco urbano en dirección hacia la ruta que conduce a la
inspección de la Unión Peneya, un territorio famoso por las luchas por la tierra,
la producción de coca y la presencia guerrillera.

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

Desde el 7 de diciembre se desplazó hasta allá el primer equipo del MM&V,


a cargo del honorable coronel Jorge Villaroel; en esta ZVTN se había instala-
do el campamento del mecanismo tripartito, con una inversión cuantiosa del
Estado e iniciado la obra de rehabilitación de la malla vial, la contratación de
predios y la negociación para la sustitución de cultivos de uso ilícito con las
comunidades, una condición previa para la implementación de las zonas. En
este caso el Gobierno nacional, por decisión de las FARC, optó por trasladar la
zona veredal porque el territorio elegido no brindaba las garantías básicas de
dignidad para la guerrillerada. No solo la vía de acceso, sino también la falta
de agua potable, electricidad, telecomunicaciones, hacía que la ZVTN de El
Carmen fuera técnicamente inviable y políticamente incorrecta.
Las FARC no estaban dispuestas a que el Bloque Sur quedara aislado de
la realidad política y los centros del poder económico y político de Caquetá.
“Iván Márquez” fue el encargado de sobrevolar el territorio del municipio de
La Montañita y en compañía de “Jesús Santrich” identificaron un posible pre-
dio situado a unos 55 km de distancia de la zona de El Carmen y a tan solo 10
km de la cabecera municipal de La Montañita, un lugar paradisiaco en una me-
seta donde se empieza a elevar el lado occidental de la Cordillera Central, entre
los interfluvios del río San Pedro y el río Montañita, donde se localiza el valle
de Agua Bonita; al decir de muchos, las mejores tierras de esta municipalidad.
La idea de que las FARC ahora ocuparan uno de los mejores predios de esta
región no fue de buen agrado. 18 días más tarde, en la vereda de Agua Bonita,
se desarrollaría la última marcha de las FARC desde los PPT El Arenoso y La
Victoria, en un movimiento consecutivo donde se agruparon los últimos 300
guerrilleros que marcharon con sus armas para buscar la paz. (Caracol Televi-
sión, 18 de febrero de 2017)

La historia del PPT El Arenoso y el PPT La Victoria


Hacia Agua Bonita bajaron los hombres y las mujeres de la cordillera perte-
necientes al frente 3 de las FARC, y subieron del plan los guerrilleros de los
frentes 14 y 15. Todos estos frentes eligieron un punto medio para descargar
su historia y finalizar su última marcha en armas. Agua Bonita es un valle col-
gado en una meseta que se sitúa entre la cordillera y el plan, donde se extien-
de la sabana del Caquetá. Hasta allí llegaron 84 personas del frente 3, como
“James”, “Aurelio”, “Duberney”, “Yuli”, entre otros combatientes destacados
por sus oficios de la guerra y la paz; arribaron en 4 mixtos, 15 camionetas y
muchas motos, con acompañantes y visitantes que se pegaron a la caravana
hacia Agua Bonita.

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Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Foto 2. Región de San Pedro-El Para. Vereda La Victoria, municipio de Florencia,


Caquetá. Punto de Preagrupamiento Temporal del frente 3 de las FARC

Fuente: archivo fotográfico del Centro de Estudios Regionales del Sur (Cersur)

El frente 3 se había ubicado en la región de La Victoria, San Pedro y El Pará,


situada en los límites de los municipios de Florencia y Montañita (Caquetá),
al occidente de la Cordillera Oriental y en los límites con el departamento de
Huila, a la altura de los municipios de Garzón y Gigante. Es una región histó-
rica para el frente 3 de las FARC y desde donde se originaron los frentes que se
asentaron en la planicie de Caquetá, entre ellos el 14 y el 15. El frente 3 llegó al
proceso de paz luego de sufrir un decaimiento que casi lo lleva al exterminio en
la época de “Wilfredo”, un comandante que pagó con su vida los costos de los
errores de la guerra.
Para evitar la desintegración del frente 3, las FARC trasladaron a los comba-
tientes de la cordillera y los reubicaron en los frentes de la planicie de Caquetá
para fortalecerlos, entre ellos a diversos integrantes de los frentes 14 y 15. Lue-
go, para 2012 y 2013, regresaron a la cordillera y conformaron nuevamente el
frente, que se ubicó en el PPT de La Victoria.
El sábado 18 de febrero de 2017, a las 9 de la mañana, en la vereda La Victo-
ria, en la carretera que conduce a la inspección de El Pará, en la zona rural del
municipio de Florencia, el frente 3 reunió a todos sus combatientes en armas e
inició su marcha hacia Agua Bonita, una región equidistante de La Victoria, si-
tuada al otro lado del río San Pedro. Los guerrilleros llevaron todo lo que tenían
en sus manos: armas, madera, remesas, municiones, animales y la expectativa
y la incertidumbre de una sociedad caqueteña que 4 meses atrás había negado
la refrendación en las urnas.
En el PPT El Arenoso, la marcha había iniciado desde el viernes 17 de fe-
brero con el movimiento de una caravana de vehículos, camiones, camionetas,

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

chivas y motocicletas que se desplazaban desde los municipios de Florencia y


La Montañita para ir a transportar a los hombres y mujeres de los frentes 14 y
15 de las FARC.
El Arenoso es una vereda del municipio de La Montañita, ubicada a cinco
horas de su centro poblado, al cual se arriba por una vía terciaria en mal estado
que atraviesa la inspección de la Unión Peneya, la vereda Miramar y San Fran-
cisco. La vía a El Arenoso es un paisaje de verdes coloridos, donde se resalta
el radiante verde de la hoja de coca que se produce en grandes cantidades por
las comunidades de este territorio, que no cuenta con facilidades para la imple-
mentación de economías de producción legal diferentes a la coca.

Foto 3. Cultivos de coca en la vía al PPT El Arenoso. Vereda Miramar, municipio de La


Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

La noche del viernes 17 se desató en el área un torrente de lluvia que dejó


atrapada a la caravana de 8 chivas, con capacidad para 350 personas, que te-
nían previsto desplazarse el sábado 18 a las 6 a. m. Desde el día anterior los
guerrilleros habían empacado, desmontado sus campamentos y almacenado
en camiones toda su madera y otros materiales necesarios para la construcción
de campamentos temporales que resistieran hasta el momento de la entrega de
la zona campamentaria en Agua Bonita. A pesar de la dificultad climática, la
caravana de vehículos logró llegar a las 9 a. m. e iniciar la última marcha de las
FARC al mediodía del 18 de febrero.

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Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Foto 4. Guerrilleras desmontan el último campamento de las FARC en el PPT El Arenoso

Fuente: archivo fotográfico Cersur

321 guerrilleros de las FARC salieron ese día desde El Arenoso hacia Agua Bo-
nita, donde se iniciaría la construcción de paz; entre ellos “Iván Márquez” y
“Jesús Santrich”, miembros del Secretariado de las FARC, y con estos los co-
mandantes “Wilmer Díaz”, “Wilmer Medina”, “Franklin Smith”, “Federico
Montes”, entre otros que fueron buscados por años para ser aniquilados. Emer-
gieron de los campamentos portando sus armas y banderas del Partido Comu-
nista, otras alusivas a la paz y a sus fuerzas revolucionarias.

Foto 5. Ingreso de las FARC a la Unión Peneya. La Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

En una caravana de más de 30 vehículos y más de 50 motos, 321 guerrilleros


salieron del PPT El Arenoso (desde donde habían esperado varios meses) para
el desplazamiento final hacia sus puntos de agrupamiento transitorio, en una

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

caravana dirigida por la ONU y la Oficina del Alto Comisionado para la Paz.
Fue un recorrido de siete horas hasta llegar a la ZVTN Agua Bonita.

Con la llegada este sábado de 300 guerrilleros de los frentes 3, 14 y 15 de las


FARC a la vereda Agua Bonita, de La Montañita, Caquetá, todas las estructu-
ras de las FARC terminaron su desplazamiento a las zonas de ubicación con-
templadas en el acuerdo de paz con esa guerrilla. (EFE, 19 de febrero de 2017)

El traslado desde el PPT hacia la ZVTN se dio en el marco de una polémica nacio-
nal porque las FARC aparentemente estaban impedidas para hacer política antes
de dejar las armas. En este sentido, sectores minoritarios de la opinión pública,
el Gobierno y el Mecanismo de Monitoreo señalaron que las marchas de agrupa-
miento fueron utilizadas para hacer proselitismo (El Espectador, 23 de marzo de
2017). La marcha de El Arenoso no fue la excepción, además se caracterizó por te-
ner un amplio apoyo campesino y una manifestación de aprecio y agradecimiento
con las FARC, como se puede apreciar en las imágenes que ilustran estas líneas.

Foto 6. Recibimiento comunitario en el caserío San Isidro. 18 de febrero de 2017

Fuente: archivo fotográfico Cersur


En cada vereda y caserío las comunidades tenían preparadas actividades de
despedida y carteles alusivos a su apoyo al proceso de paz. En la vereda San Isi-
dro, cientos de personas pararon la caravana e invitaron a la delegación de paz
de las FARC a que recorriera con los pobladores las calles y leyera sus mensajes.
“Iván Márquez” y “Jesús Santrich”, con los demás comandantes, acudieron al
llamado para dialogar con la gente y decirles que regresarían convertidos en
un partido político. En el trascurso hacia La Unión Peneya se sumaron a la ca-
ravana decenas de motos, otros vehículos y la banda musical de La Unión, que
acompañó tocando en vivo todo el recorrido. La última marcha de la guerra
ahora se había convertido de repente en una marcha carnaval por la paz.

200
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Foto 7. Ingreso de la caravana de las FARC a La Unión Peneya, La Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

Después de cinco horas de caravana pausada, los 30 vehículos y los 321 farianos
se habían convertido en más de 80 vehículos, contando las motos, y alrededor
de 500 personas que llegaron hasta el centro poblado de La Montañita. Allí,
literalmente todo el pueblo se había aglomerado en la calle para ver pasar a los
guerrilleros de las FARC que habían escogido su municipio para cumplir su
palabra de desarme. Ante los ojos estupefactos de la ONU, la caravana de las
FARC desvió su ruta para pasar por el centro del pueblo, la iglesia, la alcaldía
y la policía y saludar a las autoridades, quienes dieron la bienvenida a la civili-
dad de los ahora excombatientes.

Foto 8. Llegada de las FARC a la vereda Agua Bonita, La Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

Una hora más tarde, cuando atardecía en La Montañita, los guerrilleros de los
frentes 14 y 15 fueron recibidos por las delegaciones del frente 3, que ya los
esperaban en Agua Bonita para iniciar su primera noche en la zona veredal.
En efecto, tal como aconteció en todo el país, las FARC llegaron a las ZVTN
y los PTN sin los alistamientos que se habían acordado con el Gobierno nacio-
nal que les garantizaran condiciones básicas para su agrupamiento. En todo el
territorio nacional, a pesar de estar en un acuerdo de paz con garantes interna-
cionales y el auspicio del Estado colombiano y otros aportantes, las FARC lle-
garon a Agua Bonita a construir sus cambuches, con sus guerrilleros cansados
después de la larga marcha de 53 años, los pocos plásticos, maderos y carpas
que tenían a la mano para pernoctar y amanecer el domingo 19 de febrero, que
sería el día de la entrada triunfal.

Foto 9. Recibimiento a las FARC de pobladores de las veredas Agua Bonita, Juntas,
Cedro y Cedrito

Fuente: archivo fotográfico Cersur

“Iván Márquez” solicitó a la delegación del Mecanismo Tripartito (observa-


dores de la ONU, Gobierno y FARC) que, en cumplimiento de su labor, acom-
pañaran el recorrido del último tramo de la marcha hasta la escuela de Agua
Bonita, aledaña al nuevo espacio campamentario de la última ZVTN que se
agrupó.
La propuesta de las FARC era que en la caravana de ingreso estuvieran los
delegados del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MMV) en sus vehículos
de la Misión, el respectivo personal de protección de la Unipep (Policía para
la Edificación de la Paz) y los acompañantes que estaban presentes durante el

202
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

desplazamiento del día anterior, quienes arribarían con los guerrilleros hasta
la vereda donde los pobladores locales estarían esperándolos para hacerles un
recibimiento, brindarles el almuerzo al mejor estilo del asado caqueteño y com-
partir unas palabras entre medios de comunicación, pobladores, guerrilleros y
familiares que habían asistido a buscar a sus seres querido desaparecidos por
la guerra.
No obstante, esta puesta en escena tuvo que ser editada porque el compo-
nente del Gobierno y la ONU dentro del MMV se abstuvieron. Su argumenta-
ción señalaba que las acciones realizadas por las FARC con la comunidad el día
anterior eran de proselitismo armado; por ello decidieron no acompañar la ca-
ravana final, que se desplazó dos kilómetros desde el punto donde pernoctaron
las FARC el 18 de febrero hasta la zona campamentaria, en la que rompieron
sus últimas filas y se mezclaron con la población civil en medio de un ameno
recibimiento.

Foto 10. Última formación en armas de las FARC en la vereda Agua Bonita,
La Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

Las FARC arribaron de la última marcha con sus rostros cansados después de tra-
jinar y combatir por 53 años. Si bien no llegaron derrotados, estaban diezmados
por las deserciones ahondadas con el escepticismo y la oposición a los acuerdos
divulgada por los medios masivos de comunicación. Sin embargo, su disciplina
y organización quedó intacta para iniciar la construcción de un nuevo país; sus

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

sueños son más grandes que las incertidumbres y sus convicciones más fuertes
que la desesperanza y la pobreza que permanece en la realidad que pasó por
sus ojos en esta larga marcha de medio siglo que hoy parece llegar a su fin en
los nuevos ETCR.

Foto 11. Inicio de un acto cívico de comunidades de La Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

Al final de la marcha el pueblo los esperó; los campesinos sentados bajo el sol
resplandeciente del mediodía recibieron a los tres frentes de Caquetá pertene-
cientes al Bloque Sur. Allí los hombres y las mujeres que algún día bajaron de
la cordillera para combatir en los planes, las sabanas y las llanuras se reencon-
traron con el pueblo campesino del que nacieron las FARC.

Acciones de reincorporación temprana


para la transición en Agua Bonita
En el municipio de La Montañita, el Gobierno nacional estipuló el 31 de enero
para que los guerrilleros se trasladaran desde los PPT hacia las ZVTN; sin em-
bargo la movilización en La Montañita fue realizada del 18 al 19 de febrero, y
tan solo hasta el 24 de febrero de 2017 quedó en firme la ZVTN de Agua Bonita
con la expedición del decreto 308, que modificó, entre otros, el decreto 2012
(por el cual se había creado la ZVTN de El Carmen) y se acondicionaron nuevas
coordenadas para el establecimiento de las ZVTN de La Montañita, en la vere-
da Agua Bonita, situada a 14 km de la cabecera municipal.
Esta ZVTN fue nombrada por los guerrilleros como “Héctor Ramírez”. En
asamblea, alrededor de 300 guerrilleros se reunieron para proponer algunos

204
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

nombres que concursaron para denominar la zona de Agua Bonita, entre ellos
fue ganando adeptos el nombre de “Héctor Ramírez”, antiguo comandante del
frente 49, miembro del Estado Mayor del Bloque Sur y recordado por su caris-
ma, vocación y capacidades militares. Este personaje fue rememorado por su
liderazgo en el frente 2, su seudónimo de “Cuñado” y su osadía para combatir
los paramilitares de Puerto Torres, en Caquetá.
La vereda Agua Bonita está ubicada a 13 km del casco urbano del municipio
de La Montañita; al norte limita con la vereda El Cedrito, al occidente con El
Cedro; al oriente con Las Juntas y al sur con el centro poblado del municipio de
La Montañita; su población es de 30 familias y 70 personas aproximadamente.
Su extensión es de 24 km2 y sus actividades productivas son la ganadería de
leche, cacao, plátano, piscicultura, yuca y caucho.

Foto 12. Delimitación de la ZVTN Agua Bonita y su área de seguridad


(localización del campamento)

Fuente: archivo fotográfico Cersur

La ZVTN Agua Bonita tuvo una extensión de 3.3 km2; una población de las
FARC de 301 personas, alrededor de 200 milicianos adscritos a los antiguos
frentes que se agruparon en esta zona y cerca de 100 exprisioneros que salieron
gradualmente de las cárceles y acudieron a Agua Bonita para recibir orientacio-
nes de sus mandos.

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

El alojamiento fue en campamentos temporales desde finales de febrero


hasta agosto, mientras se construyó la ciudadela que sirve para la educación y
reincorporación de los excombatientes; consta de 324 habitaciones, distribui-
das en 64 módulos habitacionales de cinco cuartos, un baño colectivo y una
sala de esparcimiento; también hay tres restaurantes con sus bodegas de ali-
mentos, oficinas, salones de clase, biblioteca, recepción, centro de salud, pun-
to de conectividad a internet, cancha de fútbol y aula múltiple, parqueadero,
huerta agroecológica que incluye un lago de cultivo de peces y una pequeña
escuela que se aspira sea algún día el colegio para las futuras generaciones
de las FARC.
La zona cuenta con servicios básicos de agua (natural, de nacimiento de la
quebrada Agua Bonita), energía eléctrica (red de mediana tensión), abasteci-
miento de gas, planta de tratamiento de aguas residuales, entre otros servicios
dentro de las especificaciones acordes con el acta del Yarí.
En Agua Bonita las FARC llegaron a dejar sus armas, esperar el fin del con-
flicto y el cumplimiento del cese bilateral del fuego y las hostilidades. Allí tam-
bién empezaron a caminar hacia la vida cotidiana sin sus fusiles; ahora usan
sus nombres reales, ya no se visten con camuflados y se requiere un número de
cédula para acceder a cualquier servicio del Estado.
La cedulación fue uno de los primeros pasos en este reinicio de la civilidad;
el acceso a una plena identidad se realizó a través de la Registraduría Nacional
del Estado Civil, que acudió a todas las ZVTN para reconocer a los excomba-
tientes, hacer estudios dactiloscópicos y hemoclasificaciones para encontrar sus
verdaderas identidades, borrar las dobles y triples identidades generadas en el
marco de la guerra y expedir duplicados de cédulas, tarjetas de identidad, reci-
bir renuncias de nombres y emitir registros civiles de adultos nunca registrados
y de los bebés que nacieron en los últimos meses del fin del conflicto (de junio a
diciembre de 2016) y en los primeros meses de la normalización (enero a agosto
de 2017). Este momento se realizó en Agua Bonita durante la segunda semana
de marzo; por primera vez se conocieron las identidades de los integrantes de
los frentes 3, 14 y 15 del Bloque Sur de las FARC.
El paso de la Registraduría trajo consigo los nuevos nombres y el paulatino
desplazamiento de los alias de la guerra; también la nostalgia por perder la
identidad que había salvaguardado su vida y la de sus familiares y asumir un
nombre que en muchos casos no era de su agrado y se convertía en una caja de
pandora que contenía el mundo al que renunciaron cuando decidieron levan-
tarse en armas.
La renuncia del nombre de guerra fue la antesala para renunciar a las ar-
mas. Recuperadas las identidades y los nombres reales, el siguiente paso fue la
dejación de armas o el inicio del día D+180 (según rezaba en los acuerdos y en

206
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

los calendarios de los colombianos, esa fecha estaba marcada como el histórico
1 de junio, cuando las FARC iniciarían la entrega de armas en todo el territorio
nacional y se finalizaría con la figura de las ZVTN). Sin embargo el 29 de mayo,
mediante el decreto 901, el Gobierno nacional amplió el plazo de las ZVTN y
los PTN hasta por dos meses más para garantizar que se culminara con la in-
fraestructura de las zonas y se diera la dejación de armas con todas las garantías
para las partes y el debido protocolo del Mecanismo Tripartito de Monitoreo y
Verificación.
La dejación de armas inició con la rotulación de todo el armamento y la
georreferenciación de las caletas donde estaban almacenados los explosivos,
las municiones y demás instrumentos de la guerra. En la rotulación cada gue-
rrillero llevó su arma para que se le pegara un adhesivo con un código de
barras que debía ser verificado y leído todos los días por parte del personal
de dejación de armas de la ONU. No obstante, después la agotadora labor
de revisar arma por arma un día tras otro, la comandancia de las FARC en
Agua Bonita decidió construir un armerillo de madera y ordenó a cada uni-
dad depositar el armamento, a excepción de 36 fusiles que serían usados para
prestar el servicio de seguridad con los centinelas nombrados. A partir de en-
tonces los guerrilleros de la zona hicieron una dejación anticipada para evitar
el tortuoso inventario cotidiano.
Cuando llegó el momento de la dejación en Agua Bonita el proceso fue muy
simple, ya que solo consistió en pasar las armas del armerillo a los cajones de
almacenamiento. Durante una noche de desarme se realizó el procedimiento
por los delegados de la ONU, el admirable mayor uruguayo Cesar Datry y
el comandante “Duberney” de las FARC. Este acontecimiento, a pesar de su
poca resonancia, fue un suceso significativo en la conciencia de los antiguos
guerreros; en los cajones, con las armas, se quedaba parte del alma. Algunos
no pudieron ocultar sus lágrimas, también se leyeron poemas y se contaron
las historias sobre los fierros; los más viejos recordaron las hazañas para con-
seguir las primeras armas y las muchas vidas perdidas y salvadas. Dejar el
arma fue recuperar las manos, como dejar el nombre de guerra fue retornar a
la identidad perdida.
El tiempo en Agua Bonita fue ya el tiempo de empuñar los libros con los
cursos brindados por el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) (Rojas, 3 de
octubre de 2017) en temas como agroecología, culinaria y computadores; tam-
bién fue el tiempo de la salud, con la afiliación al sistema se seguridad social
que les permitió asistir a citas de especialistas, practicarse cirugías, radiogra-
fías, vacunaciones y parir en una sala de parto, lejos del frío de la montaña o la
espesura de la selva.

207
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

Foto 13. Graduación de 221 estudiantes excombatientes de Agua Bonita,


La Montañita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

También fueron los días del diseño y la construcción de los complejos habita-
cionales. Para concertar los planos de la zona (foto 14) se realizaron 14 reunio-
nes entre las FARC, la OACP, los ingenieros de la Unidad Nacional para la Gestión
del Riesgo de Desastres (Ungrd) y los contratistas, que acordaron los detalles de
la obra de acuerdo con los parámetros permitidos. Así se construyó, en tiempo
récord de seis meses, una ciudadela para la capacitación y la reincorporación
de las FARC a la vida civil con la fuerza de más de cien exguerrilleros que se
movilizaron para edificar sus nuevos hogares.

Foto 14. Plano del complejo habitacional de la ZVTN Agua Bonita

Fuente: archivo fotográfico Cersur

208
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Durante este tiempo de construcción de la zona campamentaria se desplegaron


ofertas estatales, como las del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF)
con jornadas de atención psicosocial y nutricional a niños, niñas y adolescen-
tes, madres gestantes y lactantes de la comunidad de las veredas El Carmen,
Agua Bonita, El Cedro y las FARC. Del hospital María Inmaculada Florencia
y Montañita, con brigadas de salud de servicios médicos generales, odonto-
logía, ginecología, vacunación, consulta y entrega de medicamentos, atención
de segundo nivel y controles prenatales a madres gestantes. Del Ministerio de
Agricultura, con la identificación de tres proyectos productivos a corto plazo de
enfriamiento de leche para las veredas de El Cedro, Cedrito y Agua Bonita. Asi-
mismo, se desarrolló una jornada de caracterización de familias beneficiarias
de proyecto productivo. La Agencia de Renovación del Territorio (ART), con la
priorización de pequeños proyectos de infraestructura comunitaria (PIC) en las
veredas aledañas y la caracterización de familias cocaleras que se beneficiaron
de la sustitución de cultivos de uso ilícito en la vereda Agua Bonita y otras 25
veredas del municipio de La Montañita.
Otras entidades, como la Universidad de la Amazonía (Servicio de Informa-
ción, 18 de abril de 2017) desarrollaron jornadas de reincorporación temprana
con estudiantes y docentes de la Oficina de Paz. Por su parte, la Universidad
Nacional de Colombia inició la caracterización de población excombatiente
en abril de 2017. La formación del SENA regional Caquetá, Coldeportes y el
Ministerio de Cultura junto a la Biblioteca Nacional, realizaron la instalación
del programa Bibliotecas por la Paz para las comunidades en la inspección de
Santuario, ofreciendo un servicio extensivo a la zona veredal. “El poder de
transformar una sociedad es quizás el valor más importante del deporte. En
Colombia, por ejemplo, ha permitido generar un nuevo imaginario plasmado
de esperanza y reconciliación, pero, sobre todo, de cambio”. (Coldeportes, 12 de
agosto de 2017)
Agua Bonita se había convertido en un sitio de tránsito, en un lugar de paso
para espectadores, visitantes, familiares y amigos de las FARC, pobladores que
acudían a buscar respuestas sobre sus bienes o solicitar permisos para retor-
nar a sus tierras, solicitar soluciones a conflictos y problemas históricos en los
lugares donde los guerrilleros tenían incidencia; concurrían también quienes
buscaban a sus familiares desaparecidos o caídos en combate y muchos que
querían escuchar los detalles del acuerdo desde las voces de sus protagonistas,
que constantemente hacían pedagogía de paz con los pobladores vecinos. Lle-
gaban además los periodistas a recolectar algunas historias, las organizaciones
no gubernamentales buscando los recursos de la paz y también algunas autori-
dades locales y departamentales, que tímidamente visitaban la zona.
Las FARC entretanto se disponían a dar su salto a convertirse en un partido
político sin estructura militar, bajo las orientaciones de su congreso constitutivo

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Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

y el gran reto de edificar una paz estable y duradera en un país que aún no se
apropia de su misión histórica de ser constructores de paz y reconciliación.

Adolescentes y jóvenes de las FARC y sus familias


La vinculación de los niños, las niñas, adolescentes y jóvenes en el conflicto ar-
mado es uno de los flagelos que más ha impactado la vida de los colombianos,
que durante las últimas décadas vieron cómo varias generaciones de jóvenes se
vincularon a los ejércitos y engrosaron las filas de las guerrillas, paramilitares,
grupos criminales y la fuerza pública. Sin duda, no solo la incorporación de los
adolescentes y jóvenes en las actividades bélicas se cuentan entre los hechos
victimizantes de esta población, también fueron revictimizados por las afec-
taciones a sus familias mediante la acción de persecuciones, desplazamientos,
asesinatos selectivos, desapariciones, violaciones y la generación de los imagi-
narios donde la guerra se convirtió en una alternativa para salir de la pobreza,
adquirir un mejor estatus social o convertirse en el héroe de batalla o en el
“hombre de acero”.
Esta realidad, que vivieron los colombianos con mayor intensidad en las zo-
nas rurales y los cordones marginados de los cascos urbanos durante décadas,
se empezó a desdibujar con la firma de los acuerdos de La Habana y se fue ma-
terializando con las muestras de paz generadas desde 2015, cuando se iniciaron
las primeras desvinculaciones de los menores de las FARC.

Según las cifras que maneja el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar,


desde 1999 hasta febrero de 2015 su programa de atención especializada para
niños, niñas y adolescentes desvinculados de los grupos armados ilegales ha
atendido a 5730 menores. A su vez, el Grupo de Atención Humanitaria al Des-
movilizado, del Ministerio de Defensa, dice que en ese mismo lapso han sido
recuperados 5474 niños. Y la Defensoría del Pueblo reporta que desde 2004
hasta 2014 se han emitido 246 informes de riesgo, en los cuales se enumeran
amenazas o casos de reclutamiento en 470 municipios de Colombia. (El Espec-
tador, 8 de junio de 2016)

Se estima que las cifras de los menores víctimas vinculados al conflicto arma-
do superan abismalmente las de los menores desvinculados conocidas por el
ICBF en el cumplimiento de su misionalidad, más aún si estudiamos el con-
flicto colombiano desde una perspectiva de larga duración, donde en todos los
conflictos armados al interior del país, tales como la Guerra de los Mil Días
(1898-1901), las guerras entre liberales y conservadores y las guerras de guerri-
llas, han utilizado a niños, niñas, adolescentes y jóvenes como sus principales
actores en el frente de batalla. (El País, 14 de noviembre de 2016)
En las FARC, los menores estuvieron presentes desde el inicio de la historia
guerrillera, pues al ser este un movimiento militar de extracción campesina y de

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Jhenny Lorena Amaya Gorrón

filiación política y parental, conllevó a que dentro de sus filas nacieran varias ge-
neraciones de hijos de guerrilleros que tuvieron el mismo destino que sus padres.
En muchas regiones donde las FARC hicieron presencia desde el momento
de su fundación, como el sur de Tolima (Planadas, Chaparral, Rioblanco), el
norte de Huila (Algeciras, Tello, Baraya, Colombia) o el sur de Meta (Macarena,
Uribe, Mesetas), los niños crecieron bajo la tutela del poder militar del grupo
subversivo, que venía junto con las carencias socioeconómicas y la presencia
diferencial del Estado, que solo se manifestaba para contrarrestar la presencia
guerrillera. En estos territorios se hizo costumbre que adolescentes y jóvenes
tomaran el camino de las armas como alternativa de vida.
A pesar de ser una realidad conocida a nivel local, nacional e internacional,
solo hasta las negociaciones de paz, que iniciaron en octubre de 2012 y sus años
siguientes, se logró conocer la complejidad de la situación vivida con los me-
nores de las FARC.
El 12 de febrero de 2015 las FARC anunciaron desde La Habana su decisión
de no incorporar a sus filas a menores de 17 años y su compromiso de construir
con la delegación del Gobierno un protocolo que permitiera la entrega gradual
de los menores que estaban en las filas de esta guerrilla. Ya desde 2014, las
FARC iniciaron la entrega de menores al Comité Internacional de la Cruz Roja
(CICR); el 4 de mayo tres menores fueron entregados al Comité, y el 20 de fe-
brero de 2015, en el departamento de Cauca, se hizo lo propio con dos menores
indígenas. Así lo señalaron las partes en negociación en el numeral f del punto
4 del comunicado conjunto número 70, por el cual:

Las delegaciones del Gobierno Nacional y las FARC-EP hemos llegado a un


Acuerdo sobre la salida de menores de 15 años de los campamentos de las
FARC-EP y compromiso con la elaboración de una hoja de ruta para la salida
de todos los demás menores de edad y un programa integral especial para su
atención. (Comunicado de las FARC-EP, 15 de mayo de 2016)

El acuerdo número 70 es de gran importancia para el futuro de los menores,


jóvenes y adolescentes vinculados al conflicto, ya que en él se estipulan los
compromisos de las FARC y el Gobierno nacional para finalizar este flagelo y
reestablecer los derechos, identificar los menores, garantizar una salida progre-
siva y crear una hoja de ruta que más tarde, el 13 de febrero de 2017, se deno-
minaría “protocolo de salida, traslado y acogida de los menores de edad que se
encuentran en los campamentos de las FARC” (El Espectador, 6 de septiembre
de 2016). En el acuerdo mencionado también se construyen unos principios
orientadores, como:

a. Interés superior del niño, niña y adolescente. b. Reconocimiento de dere-


chos. c. Reconocimiento de los derechos ciudadanos a los menores de edad y

211
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

su derecho a participar en las decisiones que los afectan. d. Reconocimiento


de su condición de víctima del conflicto [...] f. Garantías para la protección
integral de los menores de edad, incluidas las garantías de seguridad [...] h.
Priorización de la reintegración familiar y comunitaria, en sus propias comu-
nidades o en comunidades culturalmente similares [...]. (Comunicado FARC-
EP, 15 de mayo de 2016)

Finalmente, se estipularon los lineamientos para el diseño de un plan transi-


torio y un programa especial donde se priorizara la reintegración familiar, la
atención en salud, la educación y las garantías de inclusión de sus familias en
la oferta estatal y de cooperación internacional, custodiada de mecanismos de
acompañamiento y actores que se vincularan a la iniciativa, como el Fondo de
las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la Organización Internacional
para las Migraciones (OIM), el CICR, entre otros.
La reunificación familiar de los jóvenes y adolescentes desvinculados de las
FARC en el marco del acuerdo para el fin del conflicto es un reto que no se su-
pera con la voluntad de las partes o la decisión de los menores y sus familias
para reencontrarse y reiniciar su vida familiar y comunitaria.
La reunión familiar en contextos del fin del conflicto es una iniciativa que
desborda el carácter privado de la familia y exige una política pública que ga-
rantice la reconstrucción de los tejidos socio-jurídicos rotos por el conflicto
armado a partir de una intervención del Estado Social de Derecho, como la
propuesta en el programa de atención y consolidación de los proyectos de vida
de los menores de 18 años desvinculados de las FARC denominada “Cami-
no diferencial de vida”, que articula de manera integral tres procesos vitales
para los menores: el restablecimiento de derechos, la reparación integral y la
reincorporación e inclusión social. Así lo representan en el documento técnico
presentado el 7 de febrero de 2017; mediante este se da cumplimiento al cuarto
punto del comunicado conjunto número 70 del 15 de mayo de 2016, denomi-
nado como de lineamiento para el diseño del plan transitorio y del programa
espacial, y que se conoce como “Camino diferencial de vida” (Consejo Nacional
de Reincorporación, 7 de febrero de 2017).

“Camino diferencial de vida”: el tránsito a la legalidad de


los menores en las FARC
El programa “Camino diferencial de vida” tiene como objetivo:

Garantizar que todos los menores de 18 años que salgan de las FARC-EP cuen-
ten con las herramientas necesarias para la reconstrucción y consolidación de
sus proyectos de vida en el marco del restablecimiento pleno de sus derechos,
la reparación integral, la reincorporación y su inclusión social, mediante la
articulación institucional y la participación activa de estos, sus familias, comu-
nidades y organizaciones sociales de sus comunidades de origen.

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Jhenny Lorena Amaya Gorrón

[...] Cuando en el curso de la desvinculación de menores de edad que se dé


en desarrollo del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Cons-
trucción de una Paz Estable y Duradera, el ICBF compruebe su mayoría de
edad con fundamento en la verificación realizada por la Registraduría Nacio-
nal del Estado Civil u otro agente del Sistema Nacional de Bienestar Familiar,
estas personas podrán permanecer en los lugares transitorios de acogida hasta
cuando se vinculen a la oferta institucional dispuesta para ellas, de conformi-
dad con el Programa Camino Diferencial de Vida. (Departamento Administra-
tivo para la Prosperidad Social, 28 de mayo de 2017)

Desde esta perspectiva los jóvenes desvinculados de las FARC se reencon-


traron con una realidad que tiene un enfoque de derechos basado en su re-
conocimiento como menores víctimas del conflicto armado; en donde prima
el interés en su condición de niño y adolescente que requiere un desarrollo
integral que contempla la preservación de sus lazos familiares y afectivos,
entendidos desde un nuevo contexto social en los territorios colombianos que
reconfiguraron la implementación de las ZVTN, como en el caso de los muni-
cipios de Puerto Asís y La Montañita, donde se agruparon los guerrilleros del
Bloque Sur de las FARC.
El programa implementado para los jóvenes y adolescentes de las FARC
tiene tres momentos: el restablecimiento de derechos, la reparación integral y
la reincorporación e inclusión social. Los jóvenes, en su libre albedrío, toman
la decisión de salir de las ZVTN y los PTN para trasladarse a los hogares de
albergue destinados para el restablecimiento y la reparación. Allí pueden des-
plazarse menores de edad y quienes tengan 18 años y deseen participar en el
programa.

El Santuario: la casa albergue de los menores de Agua


Bonita
En la ZVTN “Héctor Ramírez” de Agua Bonita, las FARC identificaron 24 me-
nores entre los 16 a 18 años; los subversivos delegaron al camarada “Duberney”
para iniciar las labores de sensibilización con los jóvenes para su salida y la
coordinación necesaria con los delegados nacionales de las FARC y el CICR
encargados del procedimiento de salida e instalación en la casa albergue de El
Santuario.
Semanas atrás se iniciaron las adecuaciones del antiguo internado de niños
y niñas localizado en la casa cural de la parroquia Nuestra Señora de la Valva-
nera, ubicada en la inspección de El Santuario del municipio de La Montañi-
ta; se prepararon 28 habitaciones que fueron ocupadas por jóvenes que salieron
voluntariamente de Agua Bonita. En abril, la CICR luego de haber concertado
en varias ocasiones con las FARC, realizó un encuentro de sensibilización que
estuvo acompañado por las organizaciones sociales de la Coalición contra la

213
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia (Coali-


co) y la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (Anzorc) que les
propuso formalmente a los 24 jóvenes que se desprendieran de la ZVTN e ini-
ciaran su proceso en la casa albergue. Al día siguiente, 13 jóvenes exguerrilleros
de los frentes 3, 14 y 15 del Bloque Sur se trasladaron en vehículos del CICR
hacia la inspección de El Santuario.
La historia de los 11 jóvenes que decidieron quedarse en la ZVTN no ha
terminado, su proceso tiene otras connotaciones: ocho de ellos continuaron con
la guerrillerada como su familia y prefirieron no separarse de sus vínculos afec-
tivos y familiares; tres de ellos abandonaron la zona por sus propios medios
después de tomar la decisión de no seguir vinculados a la organización y bus-
car otra alternativa de futuro, en el mejor de los casos al lado de sus familias.
Los días en El Santuario transcurren entre actividades educativas, atención de
problemas de salud, reconexión con antiguas familias, integración con otras
poblaciones, relacionamiento con nuevas espacialidades y relaciones de poder
que se constituyen dentro y fuera del nuevo espacio que habitan.
Reconstruir una nueva noción de ser jóvenes no es una tarea sencilla para
estos seres que tomaron la decisión de participar en la guerra y ahora resuelven
salir de la organización para iniciar una vida en paz. Ellos no solo afrontan los
conflictos psicosociales de todos los jóvenes y adolescentes, también se enfren-
tan al reto de trasformar sus mentalidades y corporalidades a los ojos de un
mundo que espera que en Colombia finalice el conflicto armado más antiguo
del continente.

“Los Rebeldes del Sur”


Foto 15. “Los Rebeldes del Sur” en las fiestas de San Pedro, Neiva, junio de 2017

Fuente: NC Noticias

214
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Se piensa en cumplir sueños cuando la guerra da la oportunidad de hacerlo. En


1999, durante el Gobierno de Andrés Pastrana, en el marco de los diálogos de
paz en el Caguán, durante la zona de despeje y tras la insistencia del coman-
dante “Manuel Marulanda”, quien tuvo siempre la firme convicción de que la
música llegaría donde no llegan las armas, nacieron “Los Rebeldes del Sur”,
una agrupación musical que mediante cantos y melodías construyeron memo-
rias de guerra desde el sentir insurgente. Sin embargo, el intento fallido del
mencionado proceso relegó nuevamente a la agrupación al combate; empero, el
trasegar de la guerra que, por cierto, les arrebató gran parte de sus miembros
no logró quitarles su sueño. Luego de casi cuatro años de nuevas negociacio-
nes, esta vez con el Gobierno de Juan Manuel Santos, y a inicios del 2016, “Los
Rebeldes del Sur” renacieron, volvieron sus ojos, oídos y manos a sus instru-
mentos musicales; iniciaron sus ensayos y hasta generaron condiciones técnicas
para empezar a grabar un disco, esta vez con música que le canta a la paz.
“Los Rebeldes del Sur” han generado un impacto mediático, político y so-
cial fuerte durante el proceso de implementación en razón a que han fungido
como un puente significativo para el acercamiento a la sociedad civil; es el
ejemplo más claro y latente de la dejación de armas para la guerra y la toma
del arte, la música y la cultura para la paz en clave de reconciliación. Tras su
presentación en la X Conferencia de las FARC en los Llanos del Yarí, en San
Vicente del Caguán, y encausados por la ruta de implementación del acuer-
do, llegaron a la ZVTN “Heiler Mosquera”, situada en el corregimiento de La
Carmelita, en Puerto Asís, para continuar trabajando en torno de su proyecto
musical.
En ocasión de las festividades sanpedrinas llevadas a cabo en el departa-
mento de Huila, “Los Rebeldes del Sur” fueron invitados por la empresa de
transporte Coomotor y la Sociedad Clínica Emcosalud para que debutaran en
sus sampedritos institucionales. Pero el horizonte fue más ambicioso; las em-
presas que llevaron a “Los Rebeldes” a Huila, en convenio con mandos po-
líticos de las FARC, lograron la venia de la Oficina de Paz de Neiva, y por
supuesto, de la Alcaldía Municipal, para que además de la agrupación musical
colectivos de danzas de las FARC abrieran los desfiles de las festividades. Y así
se vivió, los grupos culturales de música y danza de las FARC, que vivían con
un fusil a cuestas, entre en operativos militares, ataques y bombardeos, esta vez
danzaron y cantaron para Huila.
Fueron alrededor de diez días de presentaciones en diferentes puntos de la
capital, en los que a pesar de comentarios inconformes, que no calaron en los
medios, hubo una acogida por parte de gran parte del pueblo huilense. Uno de
los momentos emotivos más significativos, de carácter interno, ocurrió el 30 de
junio de 2017, día cúspide de las fiestas de San Pedro. Cientos de personas llega-
ron a la carrera quinta de la ciudad, en donde se ubica un número considerable

215
Las Zonas Veredales Transitorias de Normalización
como una apuesta por la transición de las FARC a la vida civil

de establecimientos nocturnos y a tan solo media cuadra, en la Corporación


Humberto Tafur Charry, “Los Rebeldes del Sur” estaban acompañados de una
delegación importante de excombatientes.
El rumor fluyó y llegaron al lugar, entre otros, libradunos1, a quienes les
costaba creer que esas personas de las FARC eran sus amigos de colegio; allí se
hallaban quienes hace muchos años habían marchado hacia la guerra y ahora
estaban ahí, cantando y bailando para y con los huilenses. Los abrazos no se
hicieron esperar, saludaron con ahínco y emoción su llegada, confesaron que a
pesar de la incertidumbre siempre los esperaron de regreso y entre relatos de
memorias y experiencias no quedó más que seguir la fiesta al ton y son de las
“guapachosas” sinfonías.

Conclusiones
Con el acuerdo de paz se inició el declive de un largo ciclo de confrontaciones
que se expandieron en la historia de los colombianos durante doscientos años.
También representó para muchas regiones del país el fin de la violencia política
entre el Estado y la guerrilla y el cese de las hostilidades y del control territorial
que ejercía el poder insurgente en territorios como Caquetá. Actualmente, acu-
dimos a una coyuntura histórica, una contracción en el tiempo-espacio de larga
duración donde pueden transformarse las estructuras sociales, políticas y eco-
nómicas siempre y cuando la ideología de los colombianos logre los cambios
cualitativos que les permitirán construir una sociedad con bienestar y transfor-
mar afirmativamente los conflictos que han desatado la historia de violencia
que ha caracterizado esta esquina del continente americano.
Los procesos de paz, igual que la guerra, requieren para su desarrollo con-
diciones concretas que alimentan la confrontación o promueven la dignidad
y la reconciliación como base del bienestar para una sociedad que puede ir
reconstruyendo los tejidos culturales necesarios para vivir sin la violencia per-
petuada durante los últimos cincuenta años. La dejación de armas de las FARC,
el material de guerra entregado a la ONU, con la extracción de más 950 caletas,
multimillonarios bienes y la vinculación al proceso de paz de más de 10000
integrantes en todo el país, demuestra las capacidades reales de los ejércitos
que contaban con los recursos, la logística y las redes de poder necesarias para
prolongar la confrontación armada, cada vez más degradada, durante muchos
años; esto, sin posibilidades de victoria para ningún ejército y con una irrepa-
rable derrota para todos los colombianos y la nación fallida de América Latina.
El fin de la confrontación con la insurgencia mediante un diálogo de paz es el
reinicio del proyecto de nación para los colombianos.

1 Egresados del Colegio Nacional Santa Librada de Neiva, Huila.

216
Jhenny Lorena Amaya Gorrón

Las ZVTN son el punto de inflexión del fin de la guerra y el reinicio del pro-
yecto de nación. Más allá de ser una categoría para la implementación del pun-
to 3 del acuerdo, se convirtieron en territorialidades para la transición de una
ciudadanía armada a una ciudadanía para la paz y la reconciliación. Allí, los
guerrilleros ingresaron al Estado Social de Derecho en las mismas condiciones,
limitantes y frustraciones que padecen todos los colombianos con su democra-
cia, pero con la gran diferencia que este grupo tiene la convicción de transfor-
mar sus realidades locales y nacionales; para esto las ZVTN fungieron como
escenarios para hacer una comunidad política sin armas.
La reincorporación es un eslabón en la construcción de una cultura para la
paz y el desarme de una sociedad que ha vivido en la cotidianidad de la guerra;
se trata de un proceso que hará que los seres humanos que conformaron los
ejércitos transiten ahora hacia la civilidad y donde los territorios configurados
a partir de las dinámicas de la guerra, la marginalidad y la exclusión se reincor-
poren a la vida política, productiva y cultural de una nación del siglo XXI que
garantice los derechos que las democracias liberales lograron desde la Revolu-
ción francesa del siglo XVIII o la Revolución cultural del mayo francés de 1968.
La reincorporación debe ser una política de Estado y una contribución de
todos, especialmente de aquellos que se beneficiaron del conflicto armado y la
explotación del campo o de quienes han sido priorizados para la implementa-
ción temprana de los acuerdos de la Reforma Rural Integral o de la sustitución
de cultivos de uso ilícito, como es el caso de los 16 municipios de Caquetá,
donde sus ciudadanos tienen el deber histórico y la oportunidad política para
transformar sus condiciones materiales e impulsar el futuro de una nación.
La reunificación familiar como eje del proceso de reincorporación de los ex-
combatientes de las FARC y especialmente de los menores que formaron filas
de guerra, implica no solo un reto para el Estado, sino también para la socie-
dad, que bajo falsos paradigmas mediáticos asumió una postura un tanto aleja-
da de la perspectiva real de los menores guerreros. Reconstruir el tejido social
es el desafío en la reconfiguración de la nación colombiana; la implementación
de escenarios pedagógicos en el proceso de transición, fungirán como ruta de
formación cultural para una exitosa reincorporación.

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220
Grupos ambientales juveniles como
constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Policía
Nacional en Leticia (Amazonas)*
Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera**
Douglas E. Molina O.***
Ana Milena Molina****

Introducción
Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, el concepto de paz ha sido
ampliamente discutido en diversos institutos de investigación que lo vinculan
principalmente con la solución pacífica de conflictos (López, 2011, p. 85). A
partir de esta controversia surgió una amplia gama de reflexiones en torno de
la paz, cada una en diferentes ámbitos, que toman en consideración su papel

* El presente capítulo hace parte del proyecto de investigación La ecología social como articulador
de la gobernanza y la seguridad ambiental. Caso la triple frontera Perú-Colombia-Brasil. Código INV-
DIS-2369. Financiado por la Universidad Militar Nueva Granada.
** Magíster en Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. Licenciada en
Estudios Internacionales de la Universidad Central de Venezuela. Profesora investigadora del
programa de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos modalidad a distancia de la Uni-
versidad Militar Nueva Granada. Docente de cátedra de la Escuela Militar de Cadetes José
María Córdova. Miembro del grupo de investigación PIREO. Dirección electrónica: sularodri-
guez@gmail.com, emilma.rodriguezc@unimilitar.edu.co
*** Magíster en Desarrollo Rural de la Pontificia Universidad Javeriana. Especialista en Gerencia
de Proyectos Educativos de la Universidad Cooperativa de Colombia. Politólogo con énfasis
en Gestión Pública de la Pontificia Universidad Javeriana. Profesor investigador asociado de la
Universidad Militar Nueva Granada, la Pontificia Universidad Javeriana y la Escuela Superior
de Guerra. Miembro del Grupo de Investigación PIREO. Dirección electrónica: douglasemoli-
na@gmail.com
**** Candidata a doctora en Derecho Ambiental de la Universidad de Alicante, España. Profesional
en Relaciones Internacionales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Profesora investigadora
del programa de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos modalidad a distancia de la
Universidad Militar. Dirección electrónica: ana.molina@unimilitar.edu.co

221
Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

a nivel social, político, ambiental y demás; fue así como se establecieron los
estudios para la paz.
Esta nueva concepción de la paz no ha llamado la atención únicamente en la
academia, distintos sectores sociales la han acuñado a su realidad, preocupán-
dose por divulgar su importancia en países en conflicto. En el caso colombia-
no, el proceso de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) y el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos ha renovado el interés
de los jóvenes por participar políticamente para construir una sociedad pacífica
con alto sentido de responsabilidad moral.
Un ejemplo de lo anterior es el papel que desde 2003 viene jugando la Red
Nacional de Jóvenes de Ambiente, Territorio y Paz, y que, en actual contexto
de las negociaciones entre los grupos insurgentes y el Estado, ha participado
en actividades y proyectos de conservación, restauración y construcción de paz
ambiental, con el objetivo de armonizar las relaciones inter e intrasubjetivas
de los colombianos con su entorno (Alvarado, Ospina, Botero y Muñoz, 2008;
Botero, Ospina, Arcesio Gómez y Gutiérrez, 2008; Alvarado, Ospina y Vasco,
2016).
Por consiguiente, el objetivo del presente capítulo es establecer un breve
marco conceptual acerca de dicha categoría, e indagar cómo los adolescentes
miembros del grupo juvenil “Amigos de la naturaleza” de la Policía Nacional en
Leticia, Amazonas, abordan y entienden la construcción del concepto de Ama-
zonía, los problemas ambientales en la zona y su relación con la paz ambiental.
En este orden de ideas, el presente escrito estará dividido en cuatro partes:
primero se analizará la evolución del concepto de paz, luego se abordará el
concepto de paz ambiental y sus características en el caso colombiano; más ade-
lante se enunciará el papel de los jóvenes en la construcción de paz ambiental,
después se mirará el rol de la Brigada Juvenil “Amigos de la naturaleza” de la
Policía Nacional en Leticia y se indagará por los problemas ambientales en la
zona y su relación con la paz ambiental. Finalmente, se darán algunas conclu-
siones al respecto.

El concepto de paz a partir del análisis de la paz


El término paz fue abordado de manera inicial en relación exclusiva con la gue-
rra, su uso era escaso y hacía mayor referencia a los estudios de la guerra o de
la violencia. Es hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial que su abordaje se
extiende para comenzar a ser un objeto de análisis científico. Esto debido a que,
como afirman Martínez, Comins y Paris (2009), los nuevos retos afrontados a
nivel mundial requirieron un cambio de mentalidad desde la academia, en la
cual la paz fue incluida como uno de los principales ejes de análisis y estudio.

222
Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera • Douglas E. Molina O. • Ana Milena Molina

Las preocupaciones generadas ante el desarrollo de dos guerras mundiales


ocurridas en un periodo relativamente corto, dieron origen al campo discipli-
nar que conocemos actualmente como estudios para la paz, caracterizado en
una parte por enfocarse en las causas de la violencia y por otra en buscar alter-
nativas para lograr la paz. Esta disciplina permitió además ampliar las caracte-
rísticas y la definición de paz con el fin de hacer de este un concepto integral.
Tal como se mencionó anteriormente, las primeras definiciones de paz la
calificaban como la ausencia de guerra o la ausencia en el uso de la violencia
directa (Martínez, Comins y Paris, 2009). No obstante, tras la creación del Insti-
tuto de Investigación para la Paz de Oslo en 1959, autores como Johan Galtung
se propusieron dar un giro epistemológico a esta definición, estableciendo de
esta manera una teoría que se enfocara exclusivamente en el estudio de la paz.
La nueva premisa presentada por Galtung buscaba demostrar que la paz no es
únicamente un ideal, sino que también puede constituirse como un proyecto
realizable en toda sociedad (Calderón, 2009, p. 60).
Además de los conceptos de paz negativa y paz positiva, a través de los es-
tudios para la paz surgió otro término que se apartó del estudio de la violencia
directa: la cultura de paz. Según Fisas (1998), la paz significa algo más que la
simple ausencia de guerra, y tiene que ver con la superación y prevención de
todo tipo de violencias, viendo el conflicto como una oportunidad para cons-
truir espacios de comunicación e intercambio que a futuro incentiven la coope-
ración, el entendimiento y la integración. Este cambio de pensamiento será lo
que permitirá pasar de una cultura de la violencia para avanzar a una cultura
de paz.
Los estudios para la paz tienen dos objetivos principales destacados por
Martínez, Comins y Paris (2009): el primero de ellos es estudiar, analizar y diag-
nosticar la sociedad en la que vive el ser humano con el fin de denunciar la
violencia estructural de la que es víctima a diario y a la que se ha acostumbrado
en el devenir histórico; como segundo objetivo se encuentra plantear alterna-
tivas para transformar esta situación en un futuro cercano. Sus dimensiones
por lo tanto son críticas y constructivas, sin importar el abordaje disciplinar
considerado.
Es importante resaltar que los términos violencia y paz han sido histórica-
mente relacionados en los estudios de la paz; como lo afirma Galtung (1969),
ambos son utilizados actualmente de manera excesiva y en ocasiones abusiva,
sin que esto sea necesariamente negativo. Ante esta situación este autor consi-
dera necesario establecer características específicas para cada concepto, con el
fin de diferenciarlas y evitar definiciones contrarias a su naturaleza.
En relación con su objeto central de estudio, la paz, Galtung (1969) desarrolló
una discusión en la que se resaltaban tres características que deben ser tenidas en

223
Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

cuenta al momento de su análisis: primero, el hecho de que el término paz debe


ser usado al hacer referencia a una meta social acordada por varios, pero no
necesariamente por todos; segundo, que las metas establecidas pueden ser di-
fíciles y complejas, pero no por ello imposibles; y por último, que la afirmación
de que paz significa la ausencia de violencia no es del todo invalida.
Por otra parte, al referirse a la violencia, Galtung (1969) es crítico frente al
concepto en general debido a que solo se enfoca en el problema y no tiene en
cuenta las posibles soluciones que un pasado violento puede conllevar. En este
aspecto, el autor no solo se conforma con analizar el concepto general de vio-
lencia, sino que estudia cada tipo, a quién lastima y sus consecuencias; lo que
refleja a su vez que el objetivo final de los estudios para la paz es tener una
incidencia directa en la vida del ser humano como individuo y en su relación
con la sociedad.
De acuerdo con la discusión anterior y a la evolución temporal de los es-
tudios de paz, ¿qué es la paz? Para Galtung, un concepto extenso de violencia
permite establecer un concepto extenso de paz (1969, p. 183). Por lo tanto; en su
visión positiva, “la paz es el proceso de realización de la justicia en los diferen-
tes niveles de la relación humana” (Careita y Barbeito, 2005); es un proceso que
permite afrontar y resolver los conflictos de forma no violenta, por lo que su fin
último es conseguir la armonía de la persona con sí misma, con la naturaleza y
con las demás personas.
La paz es más que la ausencia de violencia, es un proceso de permanente
construcción que se establece mediante un orden social, cuya característica es
ser compleja y difícil, pero que con el tiempo conlleva a la solución pacífica de
conflictos y al establecimiento de condiciones equitativas en la sociedad (Careita
y Barbeito, 2005). Todo conflicto desde esta perspectiva es visto como una opor-
tunidad para transformar un territorio donde domine la cultura de la violencia
en un lugar de promoción de paz.
Sin embargo, esta no es la única definición que existe sobre la paz. Esta tam-
bién hace referencia a un estado de tranquilidad interior, a un orden jurídico y
legal correctamente establecido, a una situación permanente de seguridad, a la
satisfacción de las necesidades básicas, dependiendo de una percepción subje-
tiva del individuo y del ámbito del que se hable (Tuvilla, 2006). Es un criterio
y término que no puede imponerse de manera autoritaria ni por medio de la
fuerza (Sautié, 2010), pues dejaría de ser pacífica y en consecuencia se correría
con el riesgo de retornar a actos violentos.
En Colombia, el análisis del conflicto interno armado ha promovido el en-
riquecimiento del debate en torno de los términos de paz, guerra y violencia
(Nassi y Rettberg, 2005). A diferencia de otros países, el estudio académico del
conflicto en el país se ha centrado en clasificarlo de acuerdo con tipologías in-

224
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ternacionales y en proponer técnicas para la resolución de conflictos a nivel


internacional; también se han desarrollado estudios a organismos internacio-
nales, regionales y locales con el fin de analizar su papel en la resolución de
conflictos y dar recomendaciones frente a su trabajo en el futuro.
El conflicto que ha vivido el país ha servido como referente para analizar
otros elementos fundamentales en los procesos de construcción de paz, tanto a
nivel nacional como internacional. Sin embargo, este se ha centrado principal-
mente en analizar la paz en relación con los procesos de justicia transicional
y la resolución de conflictos, lo que ha limitado una profundización sobre los
diferentes aspectos que caracterizan la paz, entre ellos la paz ambiental. A con-
tinuación, se abordará este concepto y sus características, con el fin de analizar
qué incidencia ha tenido en el caso colombiano.

¿Qué es la paz ambiental? Concepto, características y su


aplicación en el caso colombiano
La cuestión ambiental ha estado siempre en el núcleo de los conflictos sociales
(Roa y Urrea, 2015), ya sea por las disputas y el control de los recursos naturales
o por el dominio territorial como objetivo estratégico dentro de dicho conflic-
to. Colombia no ha sido la excepción frente a esta situación, puesto que gran
parte del territorio es destinado a fines extractivos y transnacionales, afectando
su configuración a nivel local, regional y nacional. Además hay que tener en
cuenta el papel fundamental que ha jugado lo ambiental como combustible del
conflicto interno armado, dando ventajas de control estratégico territorial a los
diferentes actores de la confrontación.
Derivado de lo anterior, una de las principales preocupaciones de la Orga-
nización de las Naciones Unidas (ONU) (2014) son las implicaciones ambienta-
les que traerá el posacuerdo para las zonas protegidas, pues de ser ignoradas
podrán tener consecuencias nefastas, como la destrucción del patrimonio
natural de la nación, sumado al fracaso económico y social de los proyectos
implementados.
Algunas de las razones expuestas por la ONU sobre el riesgo ambiental al
que se enfrenta el país ante el proceso de paz y la posterior firma del acuerdo
entre las FARC y el Estado colombiano, se manifestaba en el hecho de que los
espacios prioritarios para la implementación de las acciones de construcción de
paz son las zonas de alta relevancia ambiental (ONU, 2014, p. 8), lo que implica
que puedan convertirse en franjas con fines productivos y comerciales y a su
vez se pierda parte del ecosistema preservado hasta el momento. La segunda
preocupación está relacionada con la implementación de la reforma rural, la
cual debe tener en cuenta las necesidades de las comunidades y la creación de
proyectos sostenibles para no generar malestar a nivel social.

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Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

Como tercer punto, la ONU (2014) recomienda tener en consideración los


efectos de las actividades extractivas para el medio ambiente, esto con el fin de
establecer mecanismos de regulación que eviten además del perjuicio ambiental
el resurgimiento de conflictos socioambientales motivados, lo que Roa y Urrea
(2015) denominan como una mercantilización y acumulación de los recursos.
Por último, la construcción de paz exige el establecimiento de instituciones que
realicen una constante veeduría sobre los nuevos proyectos regionales llevados
a cabo con mecanismos, tanto financieros como técnicos.
Las recomendaciones enunciadas conllevan a la pregunta: ¿Qué papel podrá
desempeñar la paz en la preservación del medio ambiente en Colombia? Para
su respuesta, es necesario analizar el concepto de paz ambiental, esto con el fin
de entender sus implicaciones y su lugar en el proceso de paz (Fajardo, 2012).
La paz ambiental como un enfoque que está en proceso de construcción
busca relacionar las acciones netamente humanas con las relaciones entre los
seres vivos (Camargo; 2014), esto con el fin de vivir en armonía con la natura-
leza, en un medio ambiente sano, que garantice un desarrollo sustentable. La
ONU ha constatado lo anterior en sus conferencias sobre el medio ambiente y
desarrollo, en las que ha reconocido que “el hombre es a la vez obra y artífice
del medio ambiente que lo rodea, el cual le da el sustento material y le brinda
la oportunidad de desarrollarse intelectual, moral, social y espiritualmente”
(ONU, 1972, p. 1).
Esta relación entre el ser humano y la naturaleza conlleva también a la ONU
(1972) a reconocer que “la protección y el mejoramiento del medio ambiente
humano es una cuestión fundamental que afecta al bienestar de los pueblos y
al desarrollo económico del mundo entero” (p. 1). Por esta razón es un deseo
urgente de los pueblos de todo el mundo y un deber de todos los gobiernos
trabajar por su protección y conservación en el corto, mediano y largo plazo. El
desarrollo del ser humano no puede ser entonces un obstáculo y una amenaza
para el mantenimiento de un medio ambiente habitable y sano, pues como afir-
ma Gonzales (2001), el concepto de calidad de vida va más allá de los estánda-
res sociales e involucra la relación de la comunidad con su entorno.
La paz ambiental implica reconocer la importancia del desarrollo sustentable
para las generaciones del presente y las futuras. Al respecto, Ramírez, Sánchez y
García (2004) afirman que el desarrollo sustentable no es una idea que confronta
al orden económico y social establecido, sino que intenta postular un cambio
social gradual y pacífico que mejore la relación de la sociedad con la naturaleza.
Ahora bien, para que se pueda desarrollar una paz ambiental, es impor-
tante tener presente que esta no es solo producto de la buena voluntad de la
sociedad por proteger, conservar y utilizar de manera razonable los recursos
naturales; dependerá de factores como la fortaleza y la gestión institucional en

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Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera • Douglas E. Molina O. • Ana Milena Molina

el ámbito local, regional y nacional; de las políticas ambientales y la participa-


ción ciudadana, en especial la de los jóvenes; del lugar y las modalidades de la
explotación de los recursos naturales; del modelo económico imperante; de las
presiones del cambio climático sobre las comunidades que tendrían que des-
plazarse forzosamente a zonas de biodiversidad; y del ordenamiento territorial
(Rodríguez, 2015).
La paz ambiental implica grandes retos de construcción y reconstrucción
de la forma como se comprende y percibe el territorio y las relaciones sociales,
políticas y económicas. Involucra la restructuración de las instituciones am-
bientales actuales y la creación de políticas públicas con herramientas eficaces
que respondan a la realidad ambiental de un país que está en proceso de cons-
trucción de un posconflicto.

El papel de los jóvenes en la construcción


de una paz ambiental
En todo proceso de construcción de paz, la sociedad civil y la ciudadanía tienen
un papel destacado, ya que son estos actores los que reciben los efectos directos
de cualquier decisión política, económica, social y ambiental tomada a nivel esta-
tal. En el caso de la discusión ambiental en Colombia y la idea de paz ambiental,
ambas han emergido producto de las luchas que los movimientos universitarios
y vastos sectores de la sociedad han librado desde finales de 1960 para defender
ecosistemas valiosos, territorios sagrados y acceder a la tierra para cultivar y me-
jorar las condiciones de los ciudadanos (Tobasura, 2007, p. 45).
El punto de partida de las luchas por la paz ambiental en el país se dio tras
el surgimiento del movimiento ecológico a nivel mundial, del cual brotaron mo-
vimientos estudiantiles y campesinos, que según Tobasura (2007) fueron los que
crearon las bases para generar espacios de discusión sobre el tema ambiental en
Colombia. Ambos grupos poblacionales, ya fuera desde la academia o desde zonas
rurales, compartían un interés común por la preservación del ecosistema como par-
te del bienestar de las comunidades y de la sociedad, de ahí el hecho que durante
las siguientes décadas la influencia de estos movimientos se fuera incrementando.
En el país existen múltiples organizaciones ambientales que participan a nivel
local y regional en la discusión sobre proyectos con fuerte impacto en el ecosiste-
ma e investigan sobre los procesos alternativos y educativos que se pueden llevar
a cabo para incidir tanto a nivel legislativo como pedagógico en los temas ambien-
tales. Entre los más destacados, según Tobasura (2007), se encuentran: la Funda-
ción Herencia Verde, la Fundación Mayda, la Corporación Ecológica y Cultural
Penca de Sábila, la Corporación Censat Agua Viva, el Instituto Latinoamericano
de Servicios Ambientales (ILSA), los grupos ecológicos de Risaralda (Fundager),
la Fundación Enda América Latina, la Fundación Ecológica Autónoma (FEA), la

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Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

Red de Agricultura Ecológica (RAE) y la Corporación Artemisa, por mencionar


algunos.
Todos estos grupos, si bien no están representados por un partido político
en particular, han logrado tener incidencia en el establecimiento de una agenda
pública ambiental, reflejada en la Constitución Política de 1991 y la Ley 99 de
1993 (Tobasura, 2007, p. 48). Por su parte, más tarde la población juvenil fue
acogida a través del Estatuto de la Ciudadanía Juvenil (conocido jurídicamente
como Ley 1662 de 2013), que es el mecanismo vigente por medio del cual le son
otorgadas herramientas de participación a estos grupos, reconociéndolos como
sujetos de derecho producto de su manifestación histórica.
El reconocimiento del Estado por medio de la Ley 1662 de 2013 demuestra
que la participación juvenil en cuestiones ambientales ha sido fundamental en
los procesos de construcción de paz territorial. Lo anterior, va en concordan-
cia con lo establecido por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia
(Unicef) (2013), en donde se enuncia que los jóvenes son el grupo de interés
más consiente acerca de los retos y las oportunidades que supone la transición
hacia un modelo de desarrollo sustentable, por lo que es esencial fortalecer su
participación en escenarios de diálogo nacionales e internacionales.
En concordancia con lo anterior, un caso de participación juvenil ambiental
es la Corporación Grupo Tayrona, que refleja la participación de los jóvenes
colombianos en la solución de problemáticas de carácter ambiental. Este grupo
se ha dedicado a crear plataformas para la reflexión, el diálogo, el intercambio,
la cooperación y la participación en temas relacionados con el cambio climá-
tico y la sostenibilidad a nivel nacional y regional (Unicef, 2013, p. 46); con lo
anterior, ha logrado tanto la movilización de 25 países para participar en mi-
siones de voluntariado, como la participación en eventos climáticos de carácter
internacional.
A su vez, la Corporación Grupo Tayrona ha trabajado en conjunto con la
Red de Jóvenes por la Paz, promoviendo el desarrollo de reuniones a nivel
nacional. Su último encuentro se llevó a cabo del 3 al 5 de junio de 2016 con el
propósito de dialogar sobre la construcción de paz ambiental, el posconflicto, la
biodiversidad, el cambio climático y su participación (Ministerio de Ambiente
y Desarrollo Sostenible, 2016).

Participación de los jóvenes y la comunidad en la


construcción de paz ambiental: ¿por qué es importante?
Los movimientos ambientales, como se mencionó anteriormente, surgieron
desde los movimientos estudiantiles y campesinos que decidieron organizarse
para proteger los ecosistemas y abogar por la preservación del medio ambiente.
Estos han sido la base de los grupos de resistencia ambientales que persisten

228
Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera • Douglas E. Molina O. • Ana Milena Molina

actualmente en Colombia, los cuales, por vías pacíficas, jurídicas y en ocasiones


violentas, han logrado triunfos ambientales que motivan el trabajo continuo
para resarcir la naturaleza en un periodo de posacuerdo.
La participación ciudadana ha sido un elemento clave en los procesos de
movilización ambiental y el fortalecimiento del ambientalismo en el país. En
palabras de Robertson (2005), la participación ciudadana se presenta como una
estrategia para hacer más eficientes los procesos y resultados frente a proble-
mas sociales, en este caso relacionados con el medio ambiente. Sin su parti-
cipación, es poco probable que se desarrollen proyectos sustentables a nivel
regional y local que generen un impacto nacional.
Han sido los ciudadanos más jóvenes quienes han tomado conciencia acerca
de la importancia de su participación en la gestión de proyectos sustentables y
de acciones direccionadas a la protección del medio ambiente. Al respecto, la
Constitución Política fue la herramienta jurídica que consagró la participación
y abrió las posibilidades para la implementación de una justicia basada en el
consenso (Rodríguez, 2006, p. 154); sobre este logro surgió la Ley 99 de 1993,
que aborda los mecanismos de participación en materia ambiental con el fin de
resolver conflictos ambientales.
No obstante, la actividad participativa de los jóvenes en la política ambien-
tal continúa siendo restringida, esto debido a las limitaciones de las normativas
nacionales al momento de su aplicación y a obstáculos presentados en el hecho
de lograr su expansión sobre el objetivo de otorgar mayores mecanismos de
participación (Robertson, 2005, p. 87). Dichas dificultades se presentan también
como resultado de las decisiones de las autoridades frente a los conflictos am-
bientales, que al beneficiar muchas veces a las empresas entran en conflicto con
la postura de las organizaciones no gubernamentales (ONG) y las comunidades.
Las medidas de organismos internacionales, como el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional (FMI) son destacadas por Rodríguez (2006)
como otra de las razones que generan conflictos ambientales, ya que estas pro-
mueven la privatización y la explotación intensiva de los recursos naturales en
pro del desarrollo económico. Frente a esta situación, los jóvenes, y en general
la población afectada, se ven limitados por el cumplimiento gubernamental de
estas acciones para garantizar el mantenimiento de futuros fondos crediticios.
Pese a esta situación, las respuestas de los jóvenes y de grupos ambientalis-
tas ha sido diversa. Tal como se mencionó en el anterior apartado, han acudido
tanto a medios pacifistas como violentos para resolver las controversias am-
bientales entre ellos y el Gobierno; sin embargo, las acciones públicas y admi-
nistrativas (es decir, acudir a la autoridad ambiental) han sido otras alternativas
mediante las cuales estos buscan defender la conservación del medio ambiente.
Los métodos utilizados han sido entonces la mediación y la conciliación, que

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Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

son los mecanismos alternativos para la resolución de conflictos. De tal forma


que en el contexto internacional se pueden encontrar algunos ejemplos en tra-
bajos realizados por Chen (et al., 2011) (en China); Fransen y Meyer (2009) (en
el contexto europeo); y Moyano-Díaz y Palomo Vélez (2014) (en Chile) (citados
por Moyano Díaz, Palomo Vélez y Moyano Costa, 2015, p. 225).
En el caso de Colombia, Alvarado, Botero y Ospina (2010), realizaron un
mapeo con 61 experiencias juveniles sobre subjetividades en la acción política,
en donde se detallan las significaciones y entramados relacionales de lo que
implica abordar la violencia y el conflicto; en el tema ambiental trabajaron con
agrupaciones de jóvenes como el Grupo Ecólogo Humanista de la Universidad
del Valle; la Fundación Biodiversa; Censat; Iniciativa Ambiental; Red Juvenil
Ambiental Nacional de Colombia (Red JUAN); Opera (Organización para la
Educación y Protección Ambiental); Conectamos a los jóvenes con la Tierra; y
Corporación Grupo Tayrona “Por una sociedad en paz con la naturaleza”, en
dichos grupos (y en otras experiencias), se determinó que parte importante de
su surgimiento se basó en la necesidad de proteger al medio ambiente y hacer
frente a la injusticia, entendida como inequidad económica, social y política.
La participación de los jóvenes en la construcción de paz ambiental ante
el escenario de construcción de posconflicto en Colombia es por lo tanto fun-
damental. No solo por su papel en la resolución de conflictos de esta índo-
le, sino porque su visión frente a la conservación ambiental y su actuar en la
consecución de este permitirán la construcción de consensos y de procesos de
toma de decisión multinivel (Rodríguez, 2006). Tal como lo afirma este autor,
la participación es fundamental porque a través de ella se puede lograr que las
comunidades conozcan sus derechos y se empoderen frente a las situaciones
que afrontan desde la territorialidad a diario.
A pesar de las debilidades que presenta la participación ciudadana en Co-
lombia frente a los problemas sociales, políticos y ambientales (Rodríguez,
2006, p. 164), han sido los más jóvenes quienes han comenzado a empoderarse
y tomar conciencia sobre la importancia de la participación en la construcción
de nación; esto ha sido debido en gran parte al conocimiento adquirido sobre
la crisis ambiental actual, el conflicto armado en Colombia y los procesos de
negociación con los diferentes actores del conflicto armado interno.
En concordancia con lo anterior, desde 2003 el Ministerio de Ambiente y
Desarrollo Sostenible puso en marcha la Red Nacional de Jóvenes de Ambiente,
cuyo objetivo ha sido generar “un espacio organizativo juvenil ambiental que
articula acciones para la gestión ambiental, promueve el diálogo, la comuni-
cación de acciones y difunde las experiencias desarrolladas por los jóvenes y
grupos juveniles de todo el país. Este programa trabaja con los jóvenes colom-

230
Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera • Douglas E. Molina O. • Ana Milena Molina

bianos desde la mirada del voluntariado como una acción participativa en fa-
vor del ambiente” (Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, 2017).
El programa está dirigido a jóvenes que son capacitados para convertirse en
promotores ambientales comunitarios, de modo tal que se vea fortalecida la ges-
tión ambiental a través de la participación con la promoción del diálogo, el lide-
razgo y el empoderamiento de la población infanto-juvenil en sus comunidades
(Pineda, 2012). Por ejemplo, en el caso de Antioquia, desde 2002 se conformaron
mesas ambientales derivadas de la iniciativa denominada Red para la Gestión
Ambiental en el Territorio (Pgate); dichas mesas están integradas por actores es-
tratégicos (organizaciones sociales, juntas de acción comunal, adultos, jóvenes,
algunas ONG, instituciones prestadoras de servicios, entre otras) que influyen en
la toma de decisiones y ameritan capacitación y orientación para la participación
en los asuntos de gestión y gobernanza ambiental (Quiñones, 2012).
Desde el enfoque educativo de la Pgate, una de las iniciativas más destaca-
bles es la conformación de Comités Interinstitucionales de Educación Ambien-
tal Municipal (Cideam) desde los cuales “se formulen los planes municipales
de educación ambiental, los Proyectos Comunitarios de Educación (Procedas)
e incluso los Proyectos Ambientales Escolares (PRAE), como estrategias de la
educación ambiental en el territorio” (Quiñones, 2012, p. 7). Estas acciones in-
volucran de manera activa a los jóvenes, estimulando la capacidad crítica frente
a las problemáticas ambientales del entorno en el que se encuentran, al tiempo
de otorgarles herramientas que permitan el empoderamiento frente a los pro-
cesos decisorios y de participación ciudadana.
Los jóvenes, como la futura generación que seguirá al frente trabajando en
la construcción de nación, necesitan ser incluidos de manera más activa en los
procesos de discusión y toma de decisiones en materia ambiental, ya que úni-
camente a través de la articulación de las problemáticas nacionales con la so-
ciedad será posible enfrentar los retos ambientales que se presenten a futuro,
salvando vidas durante este proceso. Aunque en el país se han generado nota-
bles avances que permiten la participación de la comunidad, aún se requiere
fortalecer la comunicación entre las comunidades, empresas y el Estado, con el
fin de fortalecer el marco normativo ambiental y contribuir al proceso de paz.

La experiencia del grupo juvenil “Amigos de la naturaleza”


de la Policía Nacional en Leticia, Amazonas
En el marco del proyecto de investigación Construcción de la gobernanza y la
seguridad ambiental. Caso la triple frontera Perú-Colombia-Brasil de la Universidad
Militar Nueva Granada, en julio de 2016 fue realizada una salida de campo
a Leticia, en el departamento de Amazonas; la ciudad resultó ser un punto
neurálgico en el que confluyen los ciudadanos de la triple frontera amazónica

231
Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

(Leticia-Tabatinga-Santa Rosa). En dicho evento se establecieron contactos con


la Brigada Ambiental de la Policía Nacional de Colombia y fue coordinado un
encuentro con el grupo juvenil “Amigos de la naturaleza”.
La Brigada está conformada por integrantes de los grupos juveniles am-
bientales “Amigos de la naturaleza” a nivel nacional, al cual “pertenecen
niños, niñas y adolescentes de primaria y secundaria de acuerdo con la pobla-
ción de las instituciones educativas de las Metropolitanas y Departamentos,
que realizan actividades lideradas por los Grupos de Protección Ambiental
y Ecológica en beneficio del ambiente y la comunidad en general” (Policía
Nacional, 2016). Fue establecida con el propósito de conocer la percepción de
los jóvenes miembros de la brigada sobre su papel en la protección y preser-
vación del ambiente; así como indagar sobre los problemas ambientales en la
zona y su relación con la paz.
Para trabajar con los brigadistas fue utilizada la técnica de grupos focales,
que se entiende como la organización de un grupo de personas reunidas para
discutir sobre un tema determinado, así se busca ampliar y profundizar en el
conocimiento sobre un contenido enmarcado en un contexto social. Los grupos
focales requieren debate, interactividad y llegar a unos puntos comunes que
previamente ha definido el investigador y que se mantienen acordes con los
objetivos (Aigneren, 2009).
Escobar y Bonilla (2009) determinan las condiciones para realizar un grupo
focal; se requiere en cuanto a los participantes de 6 a 10 personas; el objetivo
busca recolectar información de experiencias mediante la interacción entre los
participantes y el o los investigadores; el grupo influencia los resultados en un
nivel alto y medio; la estructuración de la metodología es baja; la profundidad
que se alcanza es media; el alcance de las experiencias presentadas es amplia y
el moderador interviene poco.
En ese sentido, los 42 jóvenes asistentes fueron distribuidos en seis grupos
(sus nombres se mantendrán en el anonimato); recibieron la instrucción de in-
teractuar entre sí para dar respuesta a los siguientes interrogantes:
1. ¿Qué es para ustedes el Amazonas?
2. Desde la brigada juvenil, ¿cuáles son las acciones que ejecutan para la pro-
tección del Amazonas?
3. ¿Cómo lo ven a futuro desde su accionar? Como ciudadanos residentes en
Leticia y como miembros de la brigada.
4. ¿Qué pueden hacer para mejorar las condiciones de la ciudad y a su vez
procurar la protección del Amazonas?
5. ¿A futuro, cómo ven el Amazonas?

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Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera • Douglas E. Molina O. • Ana Milena Molina

Después de un tiempo de debate entre los miembros de cada grupo, las res-
puestas fueron plasmadas en pliegos de papel para luego proceder a su sociali-
zación y conclusiones sobre la actividad.
De dicho ejercicio es oportuno resaltar la percepción de estos jóvenes sobre
el Amazonas:

Es un lugar donde vemos la importancia de la fauna y la flora, también po-


demos ver las etnias indígenas que conforman el departamento Amazonas
(trapecio amazónico). Sin embargo, genera gran impresión y sentido de per-
tenencia hacia nosotros expresando completamente nuestras costumbres y el
enriquecimiento de todo aquello que nos rodea (grupo 1).

El grupo 2 destacó que:

El Amazonas significa: lugar de paz, tranquilidad y armonía en el cual encon-


tramos gran variedad de especies en flora y fauna y diversas culturas… Lo
vemos como nuestro hogar y por lo tanto tratamos de preservar su existencia.

Para el grupo 3, el espacio amazónico “es considerado uno de los más valiosos de-
partamentos; ya que posee inmensa riqueza en flora y fauna”, también es “cultura”.
En las discusiones se lograron percibir algunas de las amenazas o daños al
ambiente, entre las que se resalta un serio problema con el manejo de los resi-
duos y desechos sólidos en Leticia, puesto que no cuentan con los procedimien-
tos y el lugar de recepción final adecuado; la caza de animales exóticos para su
venta; el inadecuado uso y manejo del agua potable y residual; la deforestación,
entre otros. Por lo tanto, al plantear la pregunta, desde la brigada juvenil, ¿cuá-
les son las acciones que ejecutan para la protección del Amazonas?, los jóvenes
manifestaron lo siguiente:

En su mayoría los grupos coinciden en esto: “Nosotros como integrantes del


Grupo Juvenil para proteger nuestro departamento hacemos campañas de
aseo, ornato de embellecimiento, recolectamos residuos sólidos, protegemos
los animales y facilitamos que los mismos sean trasladados a puntos para que
reciban tratamientos”; también destacaron que hacen jornadas de reforesta-
ción, reciben y dan charlas sobre temas ambientales.

En referencia al tercer interrogante, se considera imprescindible destacar la res-


puesta del grupo 5, ya que recoge un factor fundamental para el desarrollo de
la paz ambiental en la zona, a saber: “Estar conscientes de los privilegios que te-
nemos por estar viviendo en lo que conocemos como ‘pulmón del mundo’; por
lo tanto, tener sentido de pertenencia y dar lo mejor para que esto perdure para
las próximas generaciones”. Es importante resaltar ese sentido de pertenencia
y responsabilidad ciudadana para la protección del ambiente, la apropiación de
los espacios y la exigencia a las autoridades de acciones efectivas en cuanto a

233
Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

las demandas, especialmente aquellas asociadas al factor económico, pues son


las actividades extractivas las que más afectan los ecosistemas.
En cierta medida, la posición anterior es compartida por el grupo 3, el cual
señaló: “sabemos que nuestro Amazonas poco a poco va perdiendo su gran ri-
queza en flora y fauna, pero también sabemos que con nuestro pequeño aporte
lograremos preservarla para que a futuro haya una Amazonía aún más hermo-
sa que la que tenemos en este momento”.
Por su parte, los jóvenes del grupo 4 expresaron que: “para hablar de un
buen futuro depende de lo que aportamos en el presente... Mientras que nues-
tras generaciones se preocupen por mantener biodiversidad... Podemos dejar
huellas para que las próximas generaciones también traten de cuidarlo. Ten-
drían un buen lugar donde podrían disfrutar y una buena relación entre perso-
nas, porque para que esto se cumpla se necesita del apoyo de todos”.
Siendo Leticia un lugar donde confluyen ciudadanos de tres países (Co-
lombia, Brasil y Perú), y considerando la fuerte presencia de indígenas de
diversas etnias, las acciones a decidir y ejecutar desde las respectivas autori-
dades gubernamentales, así como desde las organizaciones civiles, requieren
ser integrales y coherentes con el entorno y las características propias de la
Amazonía; por ello a los brigadistas les fue realizado el siguiente interrogan-
te: ¿Qué pueden hacer para mejorar las condiciones de la ciudad y que a su
vez procuren la protección del Amazonas? Las respuestas obtenidas serán
mostradas a continuación:

El medio ambiente lo podemos proteger de muchas formas, empezando por


la conciencia ciudadana y el amor y valor que le da a lo que tenemos, también
realizando actividades en conjunto con las diversas entidades protectoras del
medio ambiente... (grupo 1).

Continuar realizando campañas de concienciación y sensibilización a la socie-


dad (grupo 2).

Hacer campañas para reciclar residuos sólidos y con ello prevenir enfermeda-
des, contaminación. Por ejemplo: contaminación a nuestros ríos y lagos. Tala
de árboles (grupo 3).

Frente a la importancia del Amazonas y considerando las amenazas presentes


en la región, los jóvenes debieron responder, a futuro, ¿cómo ven el Amazonas?
Sus precisiones fueron:

El departamento del Amazonas lo vemos con más cultura para las generacio-
nes. También con ayuda de los ciudadanos concretaremos el buen vivir, sin
basura, aire fresco y saludable (grupo 1).

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Emilmar Sulamit Rodríguez Caldera • Douglas E. Molina O. • Ana Milena Molina

Para poder proteger nuestra región amazonense tenemos que advertir a las
personas que cuidemos lo que tenemos a nuestro alrededor. Para poder verlo
en un futuro como de las más grandes selvas del mundo con mayor naturale-
za, convirtiéndola en el pulmón del mundo (grupo 4).

Conclusiones
Es importante entender que el Amazonas es un espacio cosmogónico trascen-
dente, en donde los jóvenes encuentran un lugar para apropiar y entender su
relación con la naturaleza. Además de ser un área geográfica fronteriza, es un
espacio que les puede brindar certezas e incertidumbres, dados los fenómenos
sociales y problemáticas ambientales actuales, que les permiten hacer continúas
reflexiones sobre el restablecimiento de la unicidad con el entorno natural que
los rodea. Los jóvenes empiezan a detallar una tensión entre lo que significa
conservar el entorno natural y las perspectivas de explotación y de desarrollo
económico, que implican algún grado de degradación ambiental.
Dentro de este contexto, las iniciativas para involucrar y empoderar a los
jóvenes colombianos en los temas de gestión y gobernanza ambiental, como la
puesta de la Policía Nacional, especialmente con el grupo juvenil “Amigos de la
naturaleza” en Leticia, es una importante acción para promover la construcción
del concepto de Amazonía, considerando los problemas ambientales de la zona
y cómo están vinculados a una definición más compleja, como la paz ambiental.
A partir de la discusión suscitada en el grupo focal realizado con los jóve-
nes de las brigadas se puede destacar su percepción sobre la Amazonía, a la
que consideran como un espacio de vital importancia, no solo para Colom-
bia sino para el mundo, por las riquezas minerales, hídricas y de diversidad
biológica que contiene; por lo tanto, la preservación y protección de dicho
territorio es corresponsabilidad no solo de los actores sociales que hacen vida
allí, sino de otros agentes que desde el centro de poder toman decisiones que
pueden afectar los ecosistemas existentes y en consecuencia la habitabilidad
de la especie humana.
A causa de las acciones humanas, los jóvenes de la brigada, desde su pers-
pectiva de ciudadanos y estudiantes en formación para la protección del am-
biente, destacan que las principales problemáticas que afectan a Leticia son el
manejo de los residuos y desechos sólidos, puesto que no cuentan con los pro-
cedimientos y el lugar de recepción final adecuado, la caza de animales exóti-
cos para su venta, el inadecuado uso y manejo del agua potable y residual, la
deforestación, entre otros.
Al respecto, es de suma importancia acotar que tales problemáticas se agra-
van en la zona de la triple frontera por la convivencia de poblaciones no solo
pertenecientes al Estado colombiano, sino al peruano y brasileño; por lo tanto,

235
Grupos ambientales juveniles como constructores de paz ambiental:
caso Brigada Ambiental de la Polícia Nacional en Leticia (Amazonas)

la toma de decisiones y ejecución de acciones debe ser consensuada por los


actores estatales y no estatales de manera tripartita.
Si bien desde Colombia se está ejecutando la iniciativa “Amigos de la natu-
raleza” a través de la Policía Nacional, el esfuerzo realizado es ínfimo en com-
paración con la extensión territorial, las dinámicas de la región, las capacidades
materiales y los funcionarios con los que cuenta dicha institución para abordar
con mayor eficacia y eficiencia las problemáticas, así como para acoger y capa-
citar más jóvenes leticianos sobre su papel en la sociedad y la importancia de su
participación en las cuestiones ambientales.
Por lo tanto, la propuesta es replicar este tipo de programas en otras institu-
ciones públicas y privadas apostadas en la zona, con el fin de que el trabajo rea-
lizado pueda visualizarse, además de fomentar la conciencia por la protección
y la preservación de las fuentes de recursos minerales, hídricos, flora y fauna.
Los desafíos para el país en el contexto del posacuerdo involucran desde el
fortalecimiento de la institucionalidad hasta la promoción e implementación de
mecanismos de participación democráticos que generen escenarios en donde
diferentes sectores, especialmente los jóvenes, encuentren conexiones y traba-
jo conjunto, teniendo como principal objetivo lograr mejorar las condiciones
sociales, ambientales y económicas que nos permitan construir una sociedad
sostenible, incluyente y justa.
Hoy Colombia cuenta con más de 12 millones de jóvenes entre los 14 y los 28
años que se han formado en temas ambientales. Esta conciencia ambiental per-
mite tener una mayor posibilidad de alternativas para revertir el daño ambien-
tal ocasionado por sus antecesores. Tienen en sus manos la responsabilidad de
asegurar la construcción de una paz ambiental estable, duradera y sostenible
en el país.

Referencias
Aigneren, M. (2009). La técnica de recolección de información mediante los gru-
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Espacialidades de resistencia en
Colombia: el pacto de paz de los
indígenas de Gaitania (Tolima) y la
construcción de territorialidades
campesinas en los Llanos del Yarí
Erika Andrea Ramírez*
Camilo Ernesto Gómez Alarcón**

Introducción
Durante las últimas cinco décadas la nación colombiana ha vivido en medio del
conflicto armado, el cual ha tenido en sus expresiones locales la representación
más profunda de su complejidad. De los escenarios locales de la guerra, donde
los actores interactúan en la cotidianidad, han surgido iniciativas de paz que con-
densan la necesidad de parar la confrontación bélica a partir de la participación
comunitaria, así como llevar a cabo ejercicios locales de regulación campesina y
étnica. Muchas de estas han tenido como contexto el ejercicio de territorialidad y
tienen como eje común la expresión de una soberanía no estatal.
Estos ejercicios locales de territorialidad y soberanía han tenido como una
de sus expresiones el acuerdo de paz entre el pueblo Nasa, que reside en el
corregimiento de Gaitania, en el municipio de Planadas, departamento del To-
lima y el frente 21 de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de

* Magíster en Conflicto, Territorio y Cultura de la Universidad Surcolombiana. Abogada de la Uni-


versidad de Antioquia. Directora ejecutiva del Centro de Estudios Regionales del Sur (Cersur).
** Estudiante de Maestría en Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Externado de Co-
lombia. Abogado de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador asociado al Centro de
Estudios Regionales del Sur (Cersur). Asesor del programa de Desarrollo y paz del Huila y el
piedemonte Amazónico (Huipaz). Analista de Contextos Territoriales en la Unidad de Restitu-
ción de Tierras.

241
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

Colombia (FARC). Dicho acuerdo tiene más de 20 años y se reafirma cada 26 de


julio, cuando se celebra un año más de paz en la región.
Otra de las manifestaciones de estos ejercicios locales de territorialidad se
da en la construcción de espacialidades de resistencia y materialidades comu-
nitarias en la región de los Llanos del Yarí, donde los campesinos han realizado
ejercicios locales de justicia, han construido escuelas, vías y planeado comuni-
tariamente sus caseríos. En el panorama contemporáneo, después de la finali-
zación del conflicto armado con las FARC, deben comprenderse estas formas
locales de construcción de autonomías campesinas e indígenas que fueron exi-
tosas aun cuando estaban circundadas por la más recia de las guerras, con el
fin de aplicar todas las lecciones que requieran de un nuevo esfuerzo colectivo.
Este capítulo se dividirá en cinco acápites. En el primero, se realizará una
reflexión sobre el concepto de espacio y la triada de espacio concebido, espacio
habitado y espacio vivido propuesta por Heny Lefevbre para abordar el con-
cepto de espacialidades de resistencia desarrollado por Oslander y Agnew. En
el segundo se analizará, a partir de una viñeta etnográfica que narra la historia
de la construcción de un caserío, cómo se cimentan espacialidades de resisten-
cia en los Llanos del Yarí al margen de la soberanía estatal.
En la tercera parte se narra la historia política y de violencia del departa-
mento de Tolima y las dinámicas de colonización del sur, específicamente en el
corregimiento de Gaitania, municipio de Planadas. A continuación se elabora
un recuento de la historia del conflicto armado en el corregimiento de Gaitania,
la conformación del resguardo y la historia del acuerdo local de paz. Por últi-
mo, se establece un acápite de conclusiones con los aportes de estas espaciali-
dades de resistencia a la construcción de paz regional.
El objetivo de este capítulo es dar cuenta de las dinámicas locales que han
permitido la continuidad de estos pactos de paz y de estas espacialidades de
resistencia, que por tanto han generado ejercicios de soberanía que no estuvie-
ron mediados por el Estado colombiano; esto con el fin de identificar las poten-
cialidades que existen en los territorios de guerra para construir confianzas y
afianzar la paz estable y duradera. La comprensión de las cotidianidades que
se han construido en más de 50 años de confrontación armada puede generar
estructuras de oportunidad para afianzar la paz en los territorios, asimismo
comprender la historia de la conformación de los territorios que se han erigido
al margen del Estado y a partir de las relaciones con las FARC, lo que puede
generar procesos efectivos de reconciliación.

El giro espacial, un nuevo giro en la mirada


Con la Modernidad, el espacio y el tiempo se convirtieron en conceptos abs-
tractos que no están enraizados en ningún lugar y que pueden ser planificados

242
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

desde los centros de poder; el espacio y el tiempo son por tanto esclavos del ca-
pital y sus determinaciones económicas. Es contra estas concepciones que surge
el giro espacial, como una necesidad de entender el territorio no solo como un
contenedor de la historia, sino como un productor de la historia misma. Así el
espacio es materialidad, pero también es representación.
Henri Lefevbre es uno de los representantes de este giro espacial. En su tex-
to La producción social del espacio, propone que existen diversos elementos que
constituyen el espacio social, elementos que hacen del espacio un escenario de
batalla en el que están en juego las fuerzas del logos y el anti-logos, en su clásico
sentido nietzscheano, así:

El logos hace inventario, clasifica, dispone, cultiva el saber y se sirve de él


para el poder. El gran deseo nietzscheano en cambio, ansia superar las divi-
siones, las separaciones entre la obra y el producto, entre lo repetitivo y lo
diferencial, entre las necesidades y los deseos. Del lado del logos se encuen-
tra la racionalidad que no deja de refinarse y de afirmarse, formas de orga-
nización, aspectos estructurales de la empresa industrial, sistemas y tentati-
vas para sistematizar absolutamente todo. En esa orilla se reúnen todas las
fuerzas que aspiran a dominar y controlar el espacio: la empresa, el estado,
las instituciones, la familia, el establishment y el orden establecido, las cor-
poraciones y los cuerpos de todo tipo constituidos. En la orilla de enfrente
se hayan las fuerzas que intentan la apropiación del espacio, formas diver-
sas de autogestión, unidades territoriales y productivas, comunidades, elites
que desean cambiar la vida y tratan de desbordar las instituciones políticas
y los partidos. (Lefebvre, 2013, p. 424)

El espacio producirá nuevos espacios, ya que está habitado por tensiones y


acuerdos que lo reinventan. Para explicar esta lucha entre el logos y el anti-
logos, Lefevbre acude a una triada que permite comprender la construcción
del espacio social desde diversas orillas: en primer lugar, está la práctica espacial
o el espacio percibido; este se refiere al espacio retinal, el que sentimos, olemos,
vemos, palpamos en nuestra vida cotidiana, “encarna una asociación cercana…
entre la realidad cotidiana (rutina diaria) y la realidad urbana (las rutas y redes
que conectan los lugares reservados para el trabajo, la vida privada y el ocio”.
(Ramírez, 2013, p. 64)
En segundo lugar, están las representaciones del espacio o el espacio concebido,
en el que se muestra la relación entre la espacialidad y el poder. El espacio con-
cebido es siempre un espacio abstracto desde el cual el poder regula, ordena,
grafica y diseña el pasado, el presente y el futuro del territorio. Estas represen-
taciones del espacio están unidas indisolublemente a la violencia, ya que re-
quieren de la misma para imponer su representación espacial; en este escenario
se encuentran los tecnócratas, quienes desde escritorios y burocracias definen
los rumbos del territorio. En consecuencia, el espacio concebido siempre será
un instrumento del poder; es un espacio neutro y matemático, transparente:

243
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

El espacio abstracto funciona objetualmente como conjunto de cosas-signos


con sus relaciones formales: el cristal y la piedra, el hormigón y el acero, los
ángulos y las curvas, los vacíos y los llenos. Este espacio formal y cuantitativo
niega las diferencias, tanto las que proceden de la naturaleza y el tiempo (his-
tórico) como las que vienen del cuerpo, la edad, el género, la etnia. (Lefebvre,
2013, p. 107)

Las representaciones del espacio tienen como fin la dominación del espacio:
“El espacio dominante, el de los centros de riqueza y de poder, se esfuerza en
moldear los espacios dominados —de las periferias— y mediante el uso de
acciones a menudo violentas reduce los obstáculos y todas las resistencias que
encuentra” (Lefebvre, 2013, p. 107). El espacio:

[...] está en sí mismo lleno de contradicciones; hay contradicciones del espacio


y es por lo que digo entre paréntesis, y a propósito, que la reproducción de
las relaciones sociales de producción, asegurada por el espacio y en el espacio,
implica, a pesar de todo, un uso perpetuo de la violencia. Espacio abstracto y
violencia van juntos. (Lefebvre, 2013, p. 226)

Estas representaciones construidas desde los espacios de poder por los tecnó-
cratas son siempre puras, numéricas y se pueblan posteriormente de hombres
y de paisaje; el espacio concebido es la pretensión de los núcleos de poder de
dominar cuanto sucede en el pasado, presente y futuro de un territorio. Este es-
pacio abstracto y concebido desde la “Verdad de la ciencia” es puesto en duda
por los espacios de representación, que según Lefevbre representan el espacio vi-
vido, es decir, todas las prácticas espaciales que subvierten las concepciones del
espacio que se imponen desde el poder:

El espacio de representación se vive, se habla, tiene un núcleo o centro afec-


tivo, el ego, el lecho, el dormitorio, la vivienda o la casa; o la plaza, la iglesia
o el cementerio. Contiene los lugares de la pasión y de la acción, los de las
situaciones vividas y por consiguiente implica inmediatamente el tiempo. De
ese modo es posible asignarle diferentes calificaciones, puede ser direccional,
situacional o relacional en la medida en que es esencialmente cualitativo, flui-
do y dinámico. (Lefebvre, 2013, p. 423)

Los espacios de representación son en esta medida los espacios de la resistencia


y la utopía. Lefevbre manifiesta en su texto la necesidad de construir un espa-
cio diferente, que escape al espacio abstracto del capitalismo que solo ha traído
violencia y dominación; esta sería quizá nuestra única alternativa en un mundo
que parece sumirse cada vez más en la vorágine de la destrucción.
Para concluir, el espacio percibido, o en otras palabras, el paisaje, condensa
las resistencias y las planeaciones desde el poder. Ya que el paisaje contiene
las planeaciones comunitarias del espacio y las planeaciones burocráticas del
Estado, es el lugar por excelencia donde se evidencian las disputas territoriales

244
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

que están teniendo lugar en el espacio; los espacios concebidos son las planifi-
caciones territoriales que se imponen desde el poder, y los espacios vividos son
las resistencias que construyen comunidades organizadas a las planificaciones
del espacio impuestas desde el poder.
Siguiendo la triada concebida por Lefevbre, Oslender propone el concepto
de espacialidades de resistencia, que identifica cómo las espacialidades creadas
por los movimientos sociales en su construcción de espacios de representación
se oponen a los espacios de dominación establecidos desde el poder y el Estado.
Agnew y Oslender pusieron en duda la concepción clásica de soberanía como
un ejercicio de poder ligado exclusivamente a los Estados nacionales. Agnew
manifiesta que los estudios sobre el espacio han sucumbido a la llamada “tram-
pa territorial”, que consiste en “Pensar y actuar como si el mundo estuviese
enteramente constituido por Estados que ejercen su poder sobre bloques de
espacio y de este modo se convierten el único referente geográfico-político de
la política mundial” (Agnew, 2005, p. 437).
Contrariando la idea clásica de soberanía, en la que solo los Estados nacio-
nales son depositarios de la misma, Agnew y Oslender (2010) sostienen que
existen múltiples redes de soberanías territoriales ejercidas por actores no es-
tatales; estas son llamadas por ellos territorialidades superpuestas, que son los
ejercicios por movimientos sociales, grupos guerrilleros, comunidades étnicas,
entre otras, y desafían el tejido espacial del Estado (Agnew y Oslender, 2010).
Estos autores han realizado su trabajo de campo en nuestro país, ya que consi-
deran que:

Colombia plantea un estudio de caso fascinante por las múltiples formas en


las que la territorialidad estatal exclusiva ha sido desafiada y limitada por una
variedad de actores. Los movimientos sociales, incluyendo los grupos guerri-
lleros armados, han sido cruciales en estas disputas del espacio. La autoridad
soberana colombiana y su territorio nacional se han fragmentado a lo largo de
su historia. (Agnew y Oslender, 2010, p. 200)

Estas nociones serán tenidas en cuenta en este trabajo a la hora de leer los es-
pacios de resistencia existentes en la región de los Llanos del Yarí, en la zona
limítrofe entre Meta y Caquetá, y en la región de Gaitania, Tolima, que desafían
a modo de “territorialidades superpuestas” la soberanía estatal.

El paisaje como espacio de las resistencias


en los Llanos del Yarí
Las sabanas del Yarí son un ecosistema intermedio entre la Amazonía y la Ori-
noquía colombiana; no se tiene claro la extraña composición de estas 364.000
hectáreas de llanura en medio de la alta Amazonía y no se ha determinado si

245
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

su emergencia se debe a intervenciones antrópicas o a factores biológicos no


identificados. Domínguez (1975) manifiesta al respecto:

Cualquier hipotética respuesta debe buscar la causa en los suelos, puesto que
el clima es semejante al de la selva circundante, tanto de caatinga como de
selva alta. Puede pensarse en la fuerza del viento N.E y S.E, que se activa como
resultado de la gran superficie descubierta de obstáculos arbóreos, pero esto
es realmente un efecto y no una causa. (Domínguez, 1975, p. 139)

No solo la composición geográfica es un misterio, la confrontación armada que


se da desde hace más de sesenta años entre las FARC y el Estado colombiano
tiene a esta región como uno de los epicentros del teatro de la guerra, lo que ha
generado que la historia social y política de este territorio esté oculta por los he-
chos que se presentan en la zona, invisibilizando los procesos de poblamiento,
las organizaciones comunitarias y las iniciativas de paz que allí existen.
Lo anterior ha generado la percepción y en muchos casos la afirmación ca-
tegórica de que las tierras del Yarí son de las FARC, ignorando la larga historia
de ocupación, construcción de autonomías territoriales, apropiaciones sobre el
espacio, y las formas de tenencia y propiedad que han generado los hacenda-
dos colonos y campesinos que desde la primera mitad del siglo XX llegaron a
estos llanos “a la buena de dios”1. El conflicto armado ha sido un hilo conductor
de la historia de esta región, sin embargo, las cotidianidades, memorias y terri-
torialidades de la región del Yarí no se circunscriben de manera exclusiva a la
dinámica de la guerra.
En este espacio la presencia del Estado ha sido fragmentaria y discontinua,
lo que ha permitido el surgimiento de otros tipos de soberanías y de órdenes
locales que mantienen relaciones de cooperación, contradicción, articulación y
autonomía frente al orden estatal. Las dinámicas que se viven en las fronteras
colombianas están ligadas a un largo y continuo proceso de construcción de Es-
tado, a partir de mecanismos continuos, pero no uniformes, de concentración y
acumulación de poder político, armado y económico (Tilly, 1992). En este senti-
do no es posible tomar como referencia los modelos de organización de Estado
convencionales para explicar nuestro modelo de Estado (y su funcionamiento
a nivel local y regional). Por eso se acude a un enfoque territorial, para com-
prender las relaciones entre el Estado, los actores sociales, las organizaciones
campesinas y los actores armados.
En las sabanas del Yarí el espacio percibido encarna y representa el espacio
vivido; es decir, los paisajes construidos por los campesinos en el proceso de
apropiación del territorio tiene inmersos las simbologías y los escenarios de las

1 Título del libro de Claudia Leal, A la buena de dios, colonización en La Macarena, ríos Duda y
Guayabero.

246
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

resistencias. En este sentido, el paisaje narraría las representaciones subalternas


del espacio que han construido los habitantes de esta región.
Esto puede sonar un poco contradictorio, en tanto se supone que el paisaje
es determinado desde el poder y es puesto en jaque por los movimientos socia-
les, como sucede en las ciudades. En las sabanas del Yarí, las representaciones
del espacio que tiene el Estado son relatadas como un espacio sin habitantes;
así la política ambiental ha definido estos territorios, como un área que amor-
tiguaría el parque de La Macarena y que permitiría su conexión con el Chibi-
riquete; la política de orden público lo ve como un territorio que es necesario
disputar a las FARC; además, la actual política de tierras lo ve como un espacio
de despojo, y la política minero energética como bloques para la explotación de
hidrocarburos (Gómez y Ramírez, 2015).
Esta comprensión del territorio como un espacio vacío hace que las distintas
formas de ocupación y de creación de caseríos sean una espacialidad de resis-
tencia en tanto desafían las representaciones de espacio y construyen infraes-
tructura social al margen del Estado. El paisaje se considera:

[...] una forma de producción social del espacio que se encuentra determinado
directamente a una mirada que observa e interpreta lo que ve, produciendo
paisajes al mismo tiempo que los mira. Por lo tanto, el paisaje sería un espacio
visto e interpretado. (Urreo, 2010, p. 17)

Los paisajes en el Yarí son el crisol que da cuenta de las políticas estatales,
fundamentalmente represivas, y de las apuestas comunitarias por construir lu-
gares dignos para la vida campesina. En estos territorios la mayoría de las loca-
ciones que son tradicionalmente construidas por los Estados, como las vías, las
escuelas y los centros de salud, han sido edificadas por las comunidades como
una práctica de resistencia al abandono estatal al que fueron sometidos en su
proceso de colonización. En el Yarí la mayoría de las materialidades que existen
son comunitarias y tienen inscritas en sí mismas unas prácticas alternativas que
han configurado la vida en la región.
Para describir cómo el paisaje en los Llanos del Yarí se convierte en una es-
pacialidad de resistencia o espacio vivido, se narra en una viñeta etnográfica la
historia de construcción del caserío y los hechos que suceden en un día en una
de las fincas. Esto permitirá observar los espacios de representación en la vida
comunitaria, en la vida cotidiana y en la economía.

247
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

La finca de don Lucho2

Esa mañana nos levantamos temprano, ya que queríamos estar presentes en


todas las actividades diarias que se llevaban a cabo en la finca El Manao. El día
anterior hasta altas horas de la noche estuvimos en una acalorada reunión de
la Junta de Acción Comunal en la que se decidiría quién sería el nuevo presi-
dente de la Asociación Campesina Corpoayarí.

El caserío en el que se llevaba a cabo la reunión tenía como uno de sus símbo-
los una piel de jaguar extendida en la caseta comunal, memoria de antiguos
tigrilleros y muestra de que estamos en la Amazonía, “la tierra del mariposo”.
Me dijo uno de los habitantes de ese caserío, que esa piel la había colgado
don Mello, porque se había peleado con dos indios quienes se rumoraba que
se convertían en tigres para cazar; “eso llegaban con unos borugos gigantes y
ellos todos aruñados; entonces acá nos marichamos y un indio nos dijo que
ellos tenían el hechizo para transformase en tigres; entonces un día don Mello
discutió con ellos, porque no le querían pagar una remesa y ellos le dijeron
que no se metiera con ellos, que porque cuando el río suena…, refiriéndose
pues a que ellos se convertían en tigre, y don Mello les dijo que él no le tenía
miedo a cristiano ni a tigre; y fue y mató un mariposo para demostrarlo y lo
colgó en la caseta”.

El caserío El Edén contaba también con dos tiendas, una gallera, la caseta co-
munal que es la construcción más grande del caserío, una escuela y 20 casas.
Todas las construcciones de este caserío son en madera y los habitantes utili-
zan vistosos colores para decorar las fachadas de sus casas.

La finca El Manao, que esa noche nos prestó acogida, era una gran casa de
madera con un inmenso salón en el que dormían en chinchorros, hamacas y
carpas los jornaleros que se dedicaban al cuidado del ganado y a la raspa de
coca, esta era la finca de don Lucho, las mascotas de los niños de allí eran una
boruga y un loro amazónico que para sorpresa de todos había aprendido a
hablar.

Don Lucho nos invitó a su casa para contarnos la historia de la construcción


del caserío El Edén (caserío que es la sede de este relato), del que él había sido
fundador hacía poco. En la mañana nos levantamos temprano para estar en la
actividad del ordeño y para disfrutar de la delicia del sabor del calostro con
trozos de panela con el que la dueña de casa quería complacernos.

Don Lucho nos dijo que esa mañana debía dirigirse a rozar un potrero para la
siembra de unos pastos, pero que mejor había decidido quedarse con nosotros
para contarnos la historia de la fundación del caserío, ya que “esas historias se
van olvidando y entonces los hijos de uno nunca van a saber las briegas que
tuvimos que pasar para hacer de estas sabanas un espacio habitable”.

2 Parte de esta viñeta etnográfica se encuentra en el documento La tierra no basta, colonización,


adjudicación de baldíos, conflicto y organizaciones sociales en el Caquetá (CNMH, 2017). El texto fue
escrito por Erika Ramírez y actualmente está en proceso editorial.

248
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

La necesidad de tener herramientas de memoria nos hizo recordar un evento


que nos ocurrió en otro de los viajes que realizamos a la región. Era tarde
noche en una de las residencias de un caserío cuando pasaron por las casas
hombres vestidos de negro y repartiendo unos volantes en los que hablaban
de la trayectoria de Alfonso Cano, el comandante en jefe de la guerrilla de las
FARC, pocos días después de su muerte. En los volantes aparecía impresa
su fotografía, nosotros recibimos los volantes como todos los miembros de
la residencia y vimos como los guerrilleros colocaban a la entrada y la salida
del caserío dos carteles con la imagen del fallecido jefe de las FARC con la
frase “Juramos Vencer y Venceremos”. En las horas de la noche, después de
lo sucedido, el dueño de la residencia estaba metiendo el papel que habían
entregado los guerrilleros en una bolsa plástica y se dirigía hacia el patio de
la residencia con una pala; cuando le pregunté por lo que estaba haciendo me
manifestó: “voy a guardar bien la foto de Alfonso Cano, porque alguien debe
tener cómo acordarse de los rasgos físicos de él y además para mostrarle a las
nuevas generaciones el rostro del camarada, no ve que esas cosas se olvidan
y qué tal un combatiente nuevo quiera saber cómo era Alfonso Cano o quiera
dibujar carteles como los que ve usted colgados y no encuentre una a foto de
él, el olvido es la peor arma que tienen contra nosotros”.

Después de esta conversación quedé un poco sorprendida, ya que en internet


hay incontables fotos de Alfonso Cano, pero comprendí que los medios de
almacenamiento de la memoria son diferentes en estos lugares.

Para continuar con el relato, don Lucho después de hablarnos de la importan-


cia de recordar los procesos de fundación de los caseríos del Yarí, comenzó a
narrar su historia:

Este caserío fue fundado en el año 2009, es un caserío nuevo. Este caserío se
fundó el 3 de julio, yo no solo he fundado El Edén, sino que también fundé
otro caserío en esta área, llamado Villa Chigüiro, y de los errores que cometi-
mos en Villa Chigüiro aprendimos unas experiencias que nos sirvieron para
que este caserío nos quedara mejor. Los caseríos se fundan por las necesida-
des, es que se miraba en Villa Chigüiro cuando eso era montaña y selva, las
personas pensamos en fundar un pueblo, por la necesidad de tener un sitio de
abastos y de reuniones para los fincarios, pero allá cometimos muchos errores,
[...] porque allá llegamos e hicimos el croquis del pueblo y allá llego todo el
mundo y se le entregó lotes, lotes y lotes. Entonces el pueblo se fundó, pero en
puros lotes y ninguno quería construir, aplazaba el tema de la construcción;
entonces ya llegaba usted a construir y le decían, no ese lote es mío y entonces
ya no había donde construir.

Pero no había casas, no había nada porque eran puros lotes. Otro error que
cometimos fue que en Villa Chigüiro nosotros no miramos que todo tenía que
tener una higiene, que la casa que se fundara tenía que tener una taza sanita-
ria digamos; entonces allá eso se hizo un desorden tenaz, porque la gente no
construyó su pozo séptico y las casas no tenían taza sanitaria, es que nosotros
acostumbrados a vivir en finca, no sabíamos que en un pueblo no tener sanita-
rio ya es desaseo, porque en la finca uno no tiene sanitarios, uno va como dicen
donde Rosa, “rozando el Fundillo con el pasto”, y eso uno abona la tierra con

249
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

los desechos de uno, pero en el pueblo la cosa es distinta, eso comienzan las
enfermedades y todas esas cosas.

Al pueblo empezó a llegar gente extraña, en El Edén teníamos establecidos


unos reglamentos, allá llego gente a poner cantinas y a poner la música a todo
volumen hasta amanecer y allá no se puede eso, eso tiene un manejo, de pron-
to con el cuidado de la fauna de no ir a matar dantas ni venados, y de respetar
un pedazo de selva para el caño; entonces todo eso, entró la gente a chocar con
la gente nueva.

Pero la gente que vino nueva se cedió, se tuvo que acostumbrar a los regla-
mentos que estaban fundados, pero porque ya estaban fundados unos regla-
mentos y en estos reglamentos nosotros los llamábamos, porque siempre que
llegaba la persona, usted era medio amigo de alguien entonces usted invitaba
a esa persona, pero usted le decía, mano pero la cosa allá es así, usted tiene
que asumir esto, esto y esto; usted lleva una carta de recomendación, usted
debe cumplir con unas reuniones, usted tiene que pagar algo, así, entonces
ya la persona llevaba una idea, pero hay algunas personas que les daba como
duro, porque hay muchas personas que les piden y no es fácil dar, es duro
para sembrar.

En este relato se identifican prácticas de resistencia y espacios de representa-


ción en los siguientes eventos:
a. La legitimidad práctica de la economía cocalera: en esta región la coca es un
renglón productivo más de la economía campesina, se combina con otras
actividades productivas, para asegurar la permanencia en el territorio de
las familias de la región. Los Llanos del Yarí son una región productora de
leche, sin embargo las fuertes fluctuaciones que tiene la economía agraria y
la variabilidad de los precios de la leche y el queso han hecho que los cam-
pesinos acudan a la coca para seguir siendo productivos. En la tabla 1 se
pueden identificar las variaciones mes a mes del precio del queso en 2011:

Tabla 1. Variación del precio del queso en los Llanos del Yarí en 2011

Mes Precio/arroba
Enero 65.000
Febrero 70.000
Marzo 45.000
Abril 30.000
Mayo 35.000
Junio 35.000
Julio 40.000
Agosto 60.000

250
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

Septiembre 65.000
Octubre 70.000
Noviembre 90.000
Diciembre 120.000

Fuente: línea base de la industria láctea en Caquetá

En muchas ocasiones el precio final no alcanza a cubrir si quiera los cos-


tos de producción. Algunas veredas de los Llanos del Yarí se encuentran
alejadas del municipio de San Vicente del Caguán y deben pagar por el
flete de una arroba de queso 6000 pesos. Si se tiene en cuenta los momen-
tos en que el precio está más bajo, se debe invertir el 20 % de su ganancia
en bruto solo en transporte, lo que da cuenta de las penurias económicas
que deben pasar los campesinos para obtener ganancias de los productos
tradicionales.

La economía de la coca entonces sirve para estabilizar los ingresos en los


momentos de crisis y para generar inversiones en las fincas. Al respecto,
un campesino de la región afirma: “Al principio había campesinos mera-
mente cocaleros, pero ahorita eso no se usa, acá la gente tiene coca, pero
combinada con ganado y con maíz, para que, si se cae el precio o si fu-
migan, tengamos una base en la casa. Además, con la plata de la coca se
invierte en ganados y cerdos”.3

La presencia de la economía de la coca en esta región es silenciosa, sobre


lo que no se habla pero cuyas prácticas pueden observarse en el territorio.
De estos temas no se discute con extraños y en los relatos no aparece sino
como una indicación en la práctica; es decir, la economía de la coca al en-
contrarse en la ilegalidad y ser perseguida por el Estado ha sido excluida
del lenguaje de la construcción de identidad de los habitantes del Yarí, a lo
que Ricoeur (2007) denomina comprensión práctica.4

En el relato “La finca de don Lucho”, la presencia de la economía cocalera


es el telón de fondo de las historias narradas, sin embargo no aparecen
alusiones directas sobre el tema en los discursos públicos. Los campesinos
hablan de la coca en espacios cerrados, cocinas, la sala de la casa y ante
públicos reducidos, ya que saben que esta economía se encuentra en la ile-
galidad. Esto sucede a pesar de que se puede observar los cocales, los raspa-
chines cogiendo la hoja y los cambuyones donde se procesa. Estas prácticas
“ilegales” han sido excluidas de los discursos para evitar la persecución, así

3 Entrevista realizada a un campesino de la región en agosto de 2015.


4 “Todos los miembros del conjunto están en una relación de intersignificación. Dominar la red
conceptual en su conjunto, y cada término como miembro del conjunto es tener la competencia
que se puede llamar comprensión práctica” (Ricoeur, 2007, p. 118)

251
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

solo el que visita la región observa los procesos de la coca y su incidencia


en la economía local.
b. El paisaje del Yarí es un espacio comunitario y una territorialidad de re-
sistencia: la viñeta etnográfica “La finca de don Lucho” nos muestra cómo
el Yarí es un espacio privilegiado para analizar las territorialidades de
resistencia propuestas por Agnew y Oslender, en tanto la infraestructura
pública y su simbología han sido construidas al margen del Estado. Las
comunidades en esta región, ante la presencia fragmentaria de las institu-
ciones, asumieron la dotación de bienes públicos como carreteras, escuelas
y centros de salud; han sido las mismas comunidades las que han planifi-
cado su territorio y sus centros poblados.

Asimismo, han construido una simbología y todo un corpus práctico que


se comparte entre los distintos caseríos. Don Lucho es solo uno de los inte-
lectuales campesinos que son consultados a la hora de fundar una pobla-
ción. Sus consejos y aprendizajes son del campo de lo cotidiano: el tamaño
de las calles, la ubicación de los lugares comunitarios, la cercanía de las
discotecas a la escuela, la exigencia de las baterías sanitarias, etc. Estos sa-
beres han permitido la emergencia de unos modelos urbanos de resistencia
en estas regiones dado que la ubicación espacial de los lugares está ligada
a unas normas que establecieron conjuntamente los fundadores del case-
río. Don Lucho ilustra este hecho cuando manifiesta que la construcción
del caserío se hizo ligada a unas normas comunitarias que debe asumir
toda persona que defina vivir en ese espacio. El territorio y la planeación
territorial trascienden el espacio de la materia y pasan al orden de lo sim-
bólico, así:

El territorio, desde esta perspectiva, es una noción. A pesar de tener una base
física en la que se concreta (el paisaje), habita en la mente y forma parte funda-
mental de la identificación de los seres humanos con un paisaje, con una socie-
dad, con una parentela, con una historia, con una tradición, con una memoria.
La concepción del territorio es una construcción colectiva e histórica, basada
en la experiencia de cada sector particular de una sociedad y en las variables
formas de organización de las relaciones entre los seres humanos y la natura-
leza. (Ardila, 2006, p. 264)

En el caso de los caseríos del Yarí y su planeación, la caseta comunal es el


sitio más importante; esto está ligado a que todo habitante del caserío y
la vereda tiene la obligación de asistir mensualmente a las reuniones de
la junta de acción comunal y pagar las contribuciones que esta autorice
para el mantenimiento de la carretera. En la asamblea comunal también se
resuelven o se les da trámite a los problemas individuales o colectivos que

252
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

se presentan en la región.5 Las carreteras y los sitios comunitarios repre-


sentan los espacios más importantes para los campesinos, ya que se han
construido a pulso con sus esfuerzos colectivos.

El resguardo Nasa Wes´x y las FARC. Acuerdo local de paz


• El sur de Tolima. Breve contexto y conflictos

El departamento de Tolima se ha caracterizado por materializar múltiples con-


flictos, que han dado paso a la configuración del Estado moderno; desde la
colonización española, que transitó agua arriba por el río Magdalena, pasando
por las guerras de independencia. Durante el siglo XIX el departamento basó
su relevancia en la política nacional en la ruta fluvial que conectaba a la capital
del país con los puertos marítimos del Caribe, que iniciaba en el municipio de
Honda y concluía en el puerto de Cartagena, así como en grandes extensiones
de tierras mecanizables que abastecieron los cultivos de consumo interno y la
materia prima de la industria nacional.
El crecimiento agrícola del departamento se soportó en el despojo de tierras
a pueblos indígenas y su confinamiento a resguardos cada vez más reducidos,
que fueron ubicándose en el sur y el sur occidente del departamento, sobre las
laderas occidentales de la Cordillera Central. Adicionalmente la supresión de
conventos y la expropiación a los bienes de la iglesia desde 1828 (Mesa, 2013)
dejaría un mercado de tierras de bajo costo para que las elites locales ampliaran
sus propiedades, creciera el capital hereditario y se formaran esquemas de ex-
plotación rural hacendatario.
El proceso de concentración de la propiedad en el valle interandino pro-
dujo la migración de la población hacia las tierras baldías disponibles en el
departamento, ubicadas especialmente al sur de la Cordillera Central, en los
municipios de Ataco, Chaparral, Río Blanco y Planadas, así como en la región
de Sumapaz. Este proceso coincidió al finalizar el siglo XIX con la coloniza-
ción caldense, que avanzaba de norte a sur por la Cordillera Central (Fajardo,
1993).
Paralelamente se dan dos procesos de colonización en el sur de Tolima. Pri-
mero, el arribo de la población rural proveniente del Valle del Cauca, situada
en el corredor Planadas-Roncesvalles, y después la conformación de un asenta-
miento de indígenas Nasa en Gaitania con familias expulsadas de Cauca duran-
te la Guerra de los Mil Días (1899-1902) (Espinosa, 1996, pp. 27-30). Estos dos
procesos, aunque diferenciados, denotan una frontera departamental viva en la

5 Para ahondar acerca de la justicia comunitaria en los Llanos del Yarí, se puede consultar el
artículo de Espinosa, González y Ramírez (2010). Justicia comunitaria en los Llanos del Yarí, la
justicia al margen de qué. En Revista Ciudad Paz-ando.

253
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

que, desde el suroccidente de Tolima, se vinculan los habitantes de Cauca y el


Valle del Cauca con los tolimense en prácticas de comercio, historias comunes
y corredores del conflicto que perduran hasta hoy.
Siguiendo a Miguel Antonio Espinosa, el departamento está poblado por
grupos humanos diversos que habitan el espacio con prácticas provenientes de
los lugares de origen de las migraciones colonizadoras (Espinosa, 1996, pp. 29-
31). Estos pueblos mantienen relaciones diferenciadas con la tierra, el uso del
suelo y las tecnologías. Se observan particularidades entre los pobladores por la
calidad de las tierras, los bienes y los servicios, el acceso a las políticas públicas,
la presencia de actores armados diferentes y la disponibilidad de capitales para
la producción (Gómez, 2014).
Este departamento, junto a Santander y Boyacá, fueron protagonistas y víc-
timas de las guerras civiles del siglo XIX. La Violencia entre liberales y conser-
vadores provocó que todos se vieran obligados a tomar partido. Estas guerras
dejaron las huellas de los conflictos futuros; de esa historia se zurcen las guerri-
llas de comunes que darían forma a las FARC.
La ubicación geográfica de Tolima, así como su papel de espacio articulador
entre las regiones centrales y periféricas, lo convirtió en un departamento muy
importante en el desarrollo de los conflictos agrarios que desataron las distintas
violencias que ha vivido Colombia en el siglo XX; desde la Violencia, la violen-
cia tardía, la conformación de las guerrillas contemporáneas y las nuevas con-
figuraciones que ha tenido el conflicto armado a partir de su entrecruzamiento
con las economías ilegales y del surgimiento de los grupos paramilitares, liga-
dos primero a las Autodefensas Campesinas del Rojo Atá y posteriormente al
Bloque Tolima.
El municipio de Planadas se ubica en el sur del departamento de Tolima,
sobre la Cordillera Occidental. Es el límite departamental con Huila; en el este
colinda con el municipio de Neiva y con Santa María; al sur se encuentra con
el municipio de Teruel (Huila), así como con Belalcázar (Cauca); al oeste limita
con el departamento de Cauca, en los municipios de Toribio y Corinto; al norte
con los municipios de Río Blanco y Ataco.
En este municipio se conformó la Colonia Penal y Agrícola del Sur de Atá,
a partir de la ordenanza No. 7 del 11 de marzo de 1920, proferida por la Asam-
blea Departamental de Tolima, en el decreto 1013 del 5 de noviembre de 1920
expedida por el gobernador de Tolima y la resolución 13 del 14 de diciembre
de 1920 del secretario departamental de Gobierno (Flórez, 2011, p. 13). Con esta
última resolución se establecen los planos de la Colonia, que abarcarían 2582
hectáreas, más 3399 metros cuadrados. De esta colonia se encuentran registros
con otros nombres: Colonia El Tambo, Colonia San José de Huertas o solo La
Colonia. En diciembre de 1948, en homenaje al caudillo liberal Jorge Eliécer

254
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

Gaitán, inmolado el 9 de abril de ese año, se le instaura el nombre de Gaitania


por iniciativa de sus fundadores (Flórez, 2011).
El corregimiento de Gaitania limita con el departamento de Huila y el de-
partamento de Cauca; su límite geográfico se encuentra en el Nevado del Huila,
que compone cerca del 50 % de su territorio. En el corregimiento de Gaitania,
en la región de Marquetalia,6 se construyó el Programa Agrario de los Guerri-
lleros, documento fundamental para comprender las reivindicaciones del cam-
pesinado armado en el país.
Entre los conflictos territoriales que vivió el departamento de Tolima, en la
subregión sur, durante la primera mitad del siglo XX, se destaca el movimiento
impulsado por Manuel Quintín Lame, en su lucha por el reconocimiento del
territorio indígena de Ortega y Chaparral, que tuvo acogida especial en los
municipios de Natagaima, Coyaima, Ortega y Chaparral. Esta gran moviliza-
ción por el territorio fue llamada la Quintinada y significó el levantamiento de
indígenas Nasa, Misak y Pijao contra el terraje y la hacienda, convirtiéndose en
referente de movilización para los indígenas tolimenses.
El movimiento generó vínculos fuertes entre los cabildos, que se fortale-
cieron rápidamente; en 1914 ya existía la reivindicación de una “república in-
dígena chiquita”7 compuesta por los pueblos indígenas que pudieran existir
con independencia de la república blanca. En este periodo, mientras Quintín
Lame fue capturado en múltiples ocasiones, simultáneamente se promovían
ejercicios de organización que hicieron redes en Tolima, Huila, Cauca y margi-
nalmente en Nariño.
El crecimiento del movimiento aumentó las demandas, que ya no eran
solamente suprimir el pago del terraje, sino que abordaron la participación
política de las comunidades indígenas, con la exigencia de representación en
el Congreso. Estas demandas serían logradas parcialmente en la Constitución
Política de Colombia de 1991, su implementación sería determinante para
consolidar la autonomía e independencia frente a los actores del conflicto
hasta 2016.

6 En 1955 el Estado colombiano lanzó la primera operación contra las guerrillas de Villarrica
y el Sumapaz. Desde esta fecha comienzan las operaciones de persecución a los núcleos co-
munistas de Marquetalia (1964), Riochiquito, El Davis, El Pato (1965) y Guayabero. En 1966,
después de más de diez años de constantes combates, los núcleos guerrilleros se reúnen y
lanzan el programa agrario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, dando
origen a las FARC.
7 Quintín Lame a fines de 1914 se reunió con los cabildos de las comunidades indígenas de
Tolima, Huila, Tierradentro, Cauca y Valle, con la idea de llevar a cabo un levantamiento
general, que se planeó para el 14 de febrero de 1915. La idea de este levantamiento era la de
formar una ‘república chiquita’ de indios, que operara al margen de la de los blancos.

255
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

Territorialidad étnica, el acuerdo de paz de Gaitania


El tratado de paz sí está escrito, lo tenemos en una memoria que está vigente.
Gobernador indígena Nasa Wes`x, Gaitania, Planadas (Tolima)8

El proceso local de paz entre el cabildo indígena Nasa Wes´x de Gaitania, en el


municipio de Planadas y las FARC, es una de las experiencias de construcción
de paz más importantes que existen en el departamento; marca un precedente
muy importante de organización social interviniendo en escenarios que desde
lo regional aportan a la solución de los conflictos nacionales. La presencia de
las FARC en la región de Gaitania, desde su temprana fundación, y la territoria-
lidad indígena entraron en confrontación, por lo que los indígenas decidieron
aliarse con el Ejército Nacional.
Desde la década de 1960 los indígenas del cabildo entraron en confrontación
abierta con las FARC, indígenas entregaban información al Ejército Nacional
mientras otros se armaron para combatir a la guerrilla, lo que convirtió al terri-
torio ancestral en un espacio de guerra (Cecoin, 2007). En 1968 el Estado, apro-
vechando la tensión entre el movimiento indígena y las FARC, dio material de
guerra, instrucciones militares y rangos de capitán, oficial y soldado a muchos
de los indígenas de la zona con el fin de que combatieran a la guerrilla.
Con la entrada de la institución militar se echó al traste con la organización
ancestral y se perdió el resguardo indígena; los que quedaron al mando fue-
ron los indígenas armados, que estaban aliados con el Ejército Nacional. La
acción más recordada se ubica en la emboscada de los indígenas al “Coman-
dante Balín” en 1981 y la posterior retaliación por parte de las FARC, que llevó
al asesinato de la esposa del líder indígena y el atentado al “Comandante Paya”
(dejándolo lisiado), lo que generó un nuevo ciclo de violencia.
En el periodo más crudo de la violencia fueron asesinados más de sesenta
indígenas por parte de la guerrilla; los guerrilleros muertos no se encuentran
registrados en ninguna estadística, pero las comunidades cuentan que fueron
tantos como los indígenas.
El acuerdo se da en el marco de la Constitución de 1991, que reconoce los
resguardos indígenas como entidades territoriales autónomas. En este cua-
dro, el cabildo inició diálogos con el Consejo Regional Indígena del Cauca
(CRIC), que los incentivó a afiliarse al Consejo Regional Indígena del Tolima
(CRIT). Como requisito para integrarse se les exigió que dejaran las prácticas
de autodefensa armada y que no trabajaran con el Ejército, pues las leyes
indígenas basadas en la autonomía y el gobierno propio promovían la convi-
vencia pacífica.

8 Entrevista a Germán Raúl Tupaque, gobernador indígena del resguardo de Gaitania en abril de 2013.

256
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

Cuando iniciamos los acuerdos de paz yo acompañé a Virgilio, yo tenía algu-


na idea de política indígena, y Virgilio manejó la parte organizativa y yo lo
manejé políticamente. En un comunicado que sacó Jerónimo en una ocasión,
él habla, pero no menciona a nadie, dice que los acuerdos se dieron con los
indígenas y ellos lo han manejado con madurez política. Cuando fuimos a
hablar con Jerónimo él le tenía temor, y como había el grupo de autodefensa
indígena entonces los indígenas también molestaban. Yo le dije, tenemos dos
problemas: uno la comunidad y otro la guerrilla, y si está pidiendo que va-
yamos pues vamos, sepamos qué quiere la guerrilla con nosotros, si no hay
inconvenientes pues nosotros arreglamos, los que estaban armados no podían
salir del resguardo, entonces se le dijo a los armados que dejaran trabajar y
se les explicó que los dineros que llegaban eran por organización del cabildo,
que eso no se lo dio el Ejército a la comunidad, y pues así firmamos el acuerdo,
arreglamos con la autodefensa indígena y con la guerrilla y desde entonces,
cada 26 de julio, se celebra el logro de los acuerdos.

Para llegar a ese acuerdo duramos dos años, ya que el grupo armado que había
en la comunidad no quería los diálogos, y la comprensión de los problemas
es la solución para acabar un conflicto. Nosotros en esos 18 años cuando ini-
ciamos éramos 1.700 indígenas, hoy en día somos 2.400 y esperamos que la
fuerza pública nos respete las decisiones de nosotros, ya que después de que
aclaramos la situación con la guerrilla fue el problema con la fuerza pública.
Ellos cometieron un error muy grande al armar a los indígenas para ayudar a
sacar a “Tirofijo” de Marquetalia… (Entrevista a Ovidio Paya, 2013. Realizada
por Gómez)

El cabildo indígena formuló algunas propuestas que fueron negociadas con el


frente 21 de las FARC, comandado por “Jerónimo Galeano”, para poder avan-
zar en el cese de hostilidades. Después de este primer encuentro, la guerrilla
delegó una comisión de negociación y acercamiento; el proceso de negociación
duró más de tres años, fruto de este se llegaron a los siguientes acuerdos: 1) los
indígenas del cabildo Nasa Wes´x se desarmarían; 2) la guerrilla no circularía
por el territorio indígena; 3) los indígenas exigirían a los militares no circular
por su territorio; 4) la guerrilla no reclutaría a los indígenas de manera forzada;
5) aquellos indígenas que se fueran por su propia voluntad a hacer parte de
las filas de las FARC no serían buscados por el cabildo para su regreso; 6) el
acuerdo sería refrendado cada dos años. El pacto final se dio el 26 de julio de
1996; aunque de este acuerdo no hay un registro físico, las responsabilidades
de las FARC y de los indígenas permanecen en la memoria colectiva. Dentro
de las autoridades y personalidades que apoyaron, se destaca la Defensoría del
Pueblo, la Cruz Roja, el Ministerio del Interior, el personero municipal, el obis-
po de Montelíbano, miembros del Partido Comunista y los líderes tradicionales
comunitarios.
En otro de los apartados de la entrevista realizada a Álvaro Ovidio Paya, se
destaca:

257
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

[...] mantener la autonomía de nuestro territorio indígena no ha sido fácil pero


tampoco imposible, fuimos uno de los primeros resguardos a nivel nacional
que tenemos un acuerdo de paz con los grupos alzados en armas, con la gue-
rrilla, y nos hemos ganado un respeto y una admiración no solamente de ellos
sino de la fuerza pública también, eso que hace… pues ha sido muy duro por-
que nos ha tocado colocar compañeros que han caído en la lucha, más de 47
indígenas que fallecieron durante el conflicto armado que nosotros vivimos,
porque las autodefensas nacen es aquí, en el resguardo de nosotros, entonces
más de veinte años de lucha armada que tuvimos para poder hacer respetar
nuestros territorios, pero gracias a unos mayores que pensaban y los tenemos
todavía vigentes muy sabiamente tomaron una decisión de entablar un diálo-
go para acabar con el conflicto.

Más de tres años en ese proceso, negociando con los señores comandantes
de las FARC, pero lo logramos en 1996 por primera vez; sentarnos un grupo
armado y un resguardo indígena a tener una negociación [...]. Fue duro pero
ahí estamos, cada dos años estamos celebrando el tratado de paz, comemos,
tomamos chicha, porque para nosotros es algo muy grande y de igual manera
le hacemos un reconocimiento a esos grandes pensadores que fueron los que
dieron la idea para llegar a donde hemos podido llegar, porque ahorita sí po-
demos decir que somos una comunidad, porque ahorita sí se ve el desarrollo,
la comida, tenemos vías carreteables, pues en malas condiciones, porque el Es-
tado no nos colabora mucho, y lo que hemos hecho es con esfuerzo propio [...].
Nosotros no necesitamos de asesorías, fue algo que lo hicimos muy interna-
mente y de todas maneras fue un logro muy bonito y somos ahora el ejemplo,
a mí me han llevado al departamento de Cauca para que dé a conocer cómo
fue el proceso de paz. He tenido ese privilegio, de estar delante de mucha gen-
te en algunos resguardos de la zona norte, dando a conocer nuestros tratados
de paz, y nos hemos presentado en diferentes departamentos, inclusive he
viajado a dar a conocer el proceso de paz en otros países [...]. Ese ejemplo que
nosotros hemos podido dar al Gobierno que le ha quedado duro, nosotros lo
hicimos y no necesitamos de recursos económicos, sino con esfuerzo propio
lo logramos hacer.

Yo siempre he dicho que para los conflictos armados siempre debe haber diá-
logo, pero tras ese diálogo debe haber una disponibilidad personal, para llegar
uno y respetar el derecho a la vida, eso es lo que nosotros hemos tenido muy
en cuenta; por eso, nosotros, ese pacto que hicimos hace 16 años que cumpli-
mos en junio, completamos 16 años de hacer el tratado de paz, y créame que
no ha vuelto a morir el primer indígena a punta de bala como anteriormente
caían. Ahorita, el que se muere es de una enfermedad, de los años, eso es lo
que ha sucedido (…). Para la fuerza pública y el Estado le ha sido difícil acep-
tar el tratado de paz, inclusive hemos sido amenazados directamente por la
fuerza pública, porque ellos no comparten ese tratado de paz, dicen que es ile-
gal y que no está bajo los términos del Estado. Los únicos que pueden negociar
es el Gobierno, y eso no es así, nosotros, el pueblo Nasa somos un gobierno,
con autonomía, y lo puede haber para acordar el respeto a la vida de nuestra
gente (Entrevista a Ovidio Paya, 2013. Realizada por Gómez).

258
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

La intención de los diálogos fue, desde el cabildo, lograr mejores condiciones


de vida para los indígenas. A su criterio estaban haciéndole labores al Ejército
sin recibir ningún beneficio a cambio mientras los indígenas se encontraban
viviendo en la pobreza y muriendo en medio de la confrontación armada. Por
otro lado, los indígenas querían respetar el principio de autonomía territorial,
recuperar el gobierno propio y las tradiciones perdidas en medio de la lógica
de la guerra. Estos ejercicios de territorialidad étnica en la región de Gaitania
configuraron lo que acertadamente Agnew y Oslander (2010) han denominado
“territorialidades superpuestas”, así:

En muchos países, una pluralización de territorios significativos está produ-


ciendo lo que llamamos “territorialidades superpuestas”. Si bien encapsula-
das en un Estado determinado, no tienen que excluirse mutuamente y pueden
basarse en diferentes lógicas sociales. En muchos países latinoamericanos, por
ejemplo, los grupos negros e indígenas basan sus reclamos de tierras colecti-
vas en la diferencia social y cultural que los diferencia de la población mestiza
dominante. (Agnew y Oslander, 2010, p. 197)

En el caso de los indígenas de Gaitania, a partir de la defensa de su terri-


torialidad étnica estos llevaron a cabo un acuerdo local de paz que no fue
discutido con el Gobierno nacional, reconociendo una territorialidad de fac-
to ejercida por las FARC y con labores de un Estado soberano. Después del
acuerdo verbal, cada dos años las FARC y el resguardo indígena se reunieron
en medio de la guerra a ratificar lo pactado y a celebrar la paz en la región.
Una vez iniciados los diálogos entre el Gobierno colombiano y las FARC en La
Habana a este evento de conmemoración fueron invitados organismos del Es-
tado, como el Centro Nacional de Memoria Histórica, la Defensoría del Pue-
blo y organismos internacionales como la Agencia de Naciones Unidas para
los Refugiados (Acnur).

Conclusiones
En este capítulo se evidenciaron las distintas cotidianidades que se vivieron en
algunos territorios donde las FARC tuvieron una hegemonía militar por más de
cincuenta años. En el caso del pacto de paz del resguardo indígena de Gaitania
con el frente 21, las relaciones entre población civil y actores armados no siem-
pre fueron pacíficas, pero a través de ejercicios locales de soberanía el resguar-
do y los guerrilleros llegaron a un acuerdo de no agresión que ha perdurado
hasta nuestros días.
En las coyunturas de los procesos de paz en Colombia las posturas e iniciati-
vas de los actores armados, económicos, políticos y sociales se develan, se con-
frontan y se radicalizan. Los sujetos políticos, desde los partidos políticos hasta
la ciudadanía no organizada, adoptan posturas sobre su apoyo o desacuerdo con

259
Espacialidades de resistencia en Colombia: el pacto de paz de los indígenas de Gaitania (Tolima)
y la construcción de territorialidades campesinas en los Llanos del Yarí

el proceso de paz entre la guerrilla y el Gobierno. Esto ha generado construc-


ciones de enemigo identificado en el otro, que ponen en riesgo el tejido social y
los avances en la construcción de paz que se han alcanzado desde los procesos
comunitarios.
Los efectos de las elecciones a la presidencia de la República y las implica-
ciones que tengan sobre el acuerdo de paz firmado en el Teatro Colón ponen
en riesgo el acuerdo de paz de Gaitania, que a la fecha está consolidado y ha
sido exitoso. El compromiso de los indígenas Nasa y las FARC después de la
firma del Acuerdo final para la construcción de una paz estable y duradera ha sido
reconocido por el Estado colombiano como una experiencia exitosa y a replicar
de construcción local de paz.
En los espacios vividos como espacialidades de resistencia, la construcción
de la infraestructura social en la región del Yarí está ligada a unas apuestas
simbólicas de creación de un territorio que está mediado por unas reglas de-
finidas comunitariamente. Estas apuestas de creación colectiva de paisaje son
también un proceso de “lucha política por la memoria” en tanto su objetivo es
visibilizar un actor social cuya trayectoria e importancia ha estado oculta por la
dinámica de la guerra. En este sentido un dirigente de la organización campesi-
na Corpoayarí manifestó al respecto: “cuando se habla de La Macarena la gente
solo piensa en conflicto y balas, y no piensa en la cantidad de campesinos que
vivimos aquí, en que hemos construido nuestras carreteras, nuestras escuelas,
nuestros puestos de salud”.
Tanto en el proceso local de paz de Gaitania como en la construcción de
territorialidades en los Llanos del Yarí, la memoria y el olvido están influencia-
dos por el poder y las distintas acciones que los subalternos llevan a cabo para
generar reconocimientos sobre su acción política. Planadas y El Yarí, así como
las regiones de frontera, han sido pobladas desde la Conquista por monstruos
de diverso tinte, en los mapas antiguos allí tenían presencia amazonas, hom-
bres con cabeza de tigre, caníbales y quimeras diversas; en los nuevos mapas,
reeditados por la Modernidad, estas regiones están pobladas de campesinos re-
beldes, indígenas violentos, cocaleros, amapoleros y guerrilleros, generándose
una construcción dual de la nación que reconoce el centro como lo civilizado y
la periferia como lo salvaje.
La narración de estas acciones comunitarias de construcción de paisaje y de
acuerdos locales de paz, que se han transformado en propuestas de participa-
ción política, están ligadas a las memorias territoriales y generan un proceso
de reconocimiento de la humanidad de las poblaciones de frontera. Esto es un
paso muy importante para la integración del país del centro con el país de la
frontera en doble vía, para lo cual se deben idear mecanismos transitorios que
permitan la no estigmatización de los territorios epicentro del conflicto armado

260
Erika Andrea Ramírez • Camilo Ernesto Gómez Alarcón

y que han sido denominados por esta razón como zonas rojas o salvajes, des-
conociendo las distintas identidades políticas que nuestro dinámico y tortuoso
proceso de construcción de nacionalidad y estatalidad ha generado.

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262
Prácticas de memoria y paz de las
víctimas del conflicto armado en
Tumaco (Nariño)
Karen Betancourt*
José Luis Foncillas**
Freddy A. Guerrero***

Introducción
La paz implica condiciones de orden estructural, por supuesto con direcciona-
miento estatal en tanto que este es el último responsable de ese derecho supre-
mo que se asocia al papel clásico de garantizar la seguridad en sus contornos
interestatales, así como al interior del territorio mismo. Sin embargo, esta paz
estructural redunda en abstracciones si no son materializadas en lo local y en
las experiencias concretas, y si además de las condiciones materiales que la
harían posible no se aborda en contextos específicos, con los procesos comuni-
tarios, en las prácticas de enfrentamiento a las violencias presentes; también si
no se consideran las expectativas de futuro diferenciadas culturalmente.

* Magíster en Derechos Humanos y Cultura de Paz de la Pontificia Universidad Javeriana de


Cali. Especialista en Políticas Públicas del CLACSO. Abogada de la Universidad Santiago de
Cali. Dirección electrónica: karentati@gmail.com
** Magíster en Derechos Humanos y Cultura de Paz de la Pontificia Universidad Javeriana de
Cali. Teólogo de la Universidad Urbaniana de Roma. Pedagogo del Instituto Superior Juan
XXIII de Lima. Coordinador de la Casa de la Memoria de Tumaco. Dirección electrónica: jose-
luisfoncillas@gmail.com
*** Magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Antropólogo
de la Universidad Nacional de Colombia. Docente del departamento de Ciencias Sociales de
la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. Dirección electrónica: faguerrero@javerianacali.
edu.co

263
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Uno de los aspectos fundamentales en el actual periodo del posacuerdo,


luego de las negociaciones de paz entre el Estado y las Fuerzas Armadas Re-
volucionarias de Colombia (FARC), es el reconocimiento de lo que pasó, para
comprender así los ciclos de violencia en el país y a partir de allí dignificar a
las víctimas, reconocer las causas del conflicto y crear condiciones para la no
repetición y la convivencia.
Es así como el acuerdo final firmado entre las partes crea en el punto 5.1.1.1.
una comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no re-
petición. Sin duda un aspecto importante para el posacuerdo es la articulación
de esta propuesta con los procesos regionales y locales de memoria, los cuales
en sus múltiples sentidos aún se mantienen en el marco de nuevas violencias o
el reciclaje de las anteriores, o bien han pasado la página del conflicto armado
cuando el contexto lo ha permitido.
Estas memorias locales y regionales no resultan ser un ejercicio meramente
simbólico, además de ello se presentan en un sentido pragmático asociado a
demandas tanto del pasado como aquellas vigentes y asociadas a los derechos a
la verdad, la justicia y la reparación presentes. Son estas memorias las que man-
tienen la denuncia y la esperanza actualizadas aún en condiciones estructurales
de inequidad y exclusión; las que requieren ser superadas junto al desarme o la
presencia de los actores armados en los territorios.
Así, la propuesta de este escrito parte de una investigación acerca de las
prácticas de memoria histórica en una región olvidada pero con acciones loca-
les importantes de resistencia y encaramiento de la marginalidad y la violencia
del conflicto armado. Esta región es el municipio de Tumaco, en el departamen-
to de Nariño, considerando para ello que los procesos de justicia transicional,
arraigados en la búsqueda de condiciones de paz y posacuerdo, vinculan como
determinante de estos escenarios los derechos a las víctimas, y entre estos, el
derecho a saber o el de la memoria. Este último no es tomado aquí como un
espacio neutral y de consensos, sino como un escenario de horizonte de tensio-
nes, entre ellas las que delimitan la demanda de la memoria como mecanismo
que más allá de lo judicial aplica una sanción social y moral contra los agreso-
res, y que en categorías técnicas apropiadas socialmente, reclaman desde sus
diversos sentidos por justicia. Por otro lado, la tensión se configura en el senti-
do de la construcción de la memoria como mecanismo de reconciliación y por
lo tanto una condición para avanzar a escenarios de paz.
Esta indagación muestra las disposiciones sociales sobre la paz, pero además
de ello exhibe discursos y prácticas socioculturales de memoria que demandan
justicia social, que sin un sentido de cumplimiento difícilmente contribuirán a
construir las condiciones materiales y simbólicas de los escenarios de paz loca-
les, regionales y nacionales.

264
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

En este sentido, pensar la paz de forma multidimensional es posible al con-


ducir la mirada sobre la dimensión de la experiencia cotidiana; para ello resulta
fundamental la aproximación a la construcción de la memoria histórica como
antecedente fundante de los procesos contemporáneos de transición, así como
la apuesta subyacente de paz que se encuentra arraigada en la misma.
La memoria ha sido abordada desde diferentes dimensiones; algunas pro-
puestas filosóficas la posicionan como imperativo ético asociado con la justicia,
haciendo eco de las propuestas de Walter Benjamin y Theodor Adorno respecto
del para qué de la memoria (Mate, 2008; 2009). Estas reflexiones desarrolladas
por ese hito histórico de la Segunda Guerra Mundial, en el fenómeno del Ho-
locausto judío o la Shoah, ubican la memoria como componente esencial en la
posibilidad de representar la experiencia de la deshumanización y la injusticia
(Agamben, 2005; Sánchez, 2008).
La memoria como leiv motiv de las transiciones ha sido a su vez abordada
como política de Estado, tomando como referencia las comisiones de la verdad,
un mecanismo en gran parte extrajudicial que, sin recurrir a los efectos legales
y penales de la denuncia, asume el testimonio como forma de justicia simbólica
y debeladora de las causas estructurales generadoras de la barbarie, una situa-
ción que no en pocos casos se presume como garante de la no repetición. Los
estudios comparados o los énfasis en comisiones o mecanismos específicos de
construcción de la verdad y la memoria, sustentados en fuentes documentales
y testimoniales, dan cuenta de los procesos de construcción de memoria institu-
cional, sus alcances y limitaciones (Beristain, 2003, p. 20; Cuya, 1996; Jaramillo,
2012; Orozco, 2009).
La memoria no solo se ha limitado al papel institucional, sino a las múltiples
relaciones y tensiones en su construcción, configurándose a partir de lo que
Jelin formuló como un trabajo de memoria. Para Jelin (2002, pp. 14-16) los tra-
bajos de la memoria requieren de una condición activa y productiva, en la que
se transforma al mundo y a sí mismo; contrario a la idea de la memoria como
un ejercicio compulsivo de repetición y actuación del pasado, lo que desde la
categorización de Todorov se denominó memoria literal (2000).
Este trabajo de construcción colectiva de la memoria implica por lo tanto
diversos actores que además de colocar a la memoria en la esfera simbólica,
también promueven la acción y la construcción de nuevas identidades cultu-
rales agregadas en torno de los traumas convertidos en experiencia pública
(Alexander, 2012).
En Colombia, las experiencias de construcción de memoria se han sistema-
tizado en la documentación de las violaciones de derechos humanos, las in-
fracciones al Derecho Internacional Humanitario y la violencia sociopolítica.
En esto ha sido paradigmático el trabajo del banco de datos Noche y Niebla del

265
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Centro de Investigaciones y Educación Popular (Cinep), cuyos 55 números pu-


blicados hasta la actualidad han recogido testimonios, declaraciones y docu-
mentación sobre las categorías señaladas, ampliando la perspectiva sobre las
causas y las motivaciones de los hechos de violencia (Cinep, 2016). De igual
forma, el proyecto Colombia Nunca Más reúne varias organizaciones de dere-
chos humanos desde los noventa con el ánimo de documentar los crímenes de
guerra y de lesa humanidad en el contexto de la violencia y el conflicto armado
colombiano.
Los anteriores esfuerzos podrían denominarse desde la reflexión de Jelin
como trabajos de la memoria, o durante la década pasada desde la perspectiva
de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) como inicia-
tivas de memoria; más específicamente desde el Grupo de Memoria Históri-
ca, hoy transformado en el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH),
establecidos con la intención de entender que dichos proyectos “miran hacia
adelante sin ignorar la catástrofe, afirman en el presente un futuro abierto que
al mismo tiempo restaura y renueva las formas de vida comunitaria” (Grupo de
Memoria Histórica, CNRR, 2009).
Considerando esta perspectiva sobre las iniciativas, es dable abordar múl-
tiples de ellas en el país, por un lado las generadas por el mismo CNMH, que
compila tanto investigaciones de orden estructural como manuales pedagógi-
cos y otras herramientas destinadas a apoyar los procesos regionales de memo-
ria histórica, por el mandato legal que la crea y por el impulso de los miembros
de dicha comisión (CNMH, 2017); por otro lado, iniciativas regionales asocia-
das a la construcción de narrativas vinculadas a las memorias regionales; aque-
llas motivadas por organizaciones, comunidades o iniciativas individuales o
las que articulan esfuerzos interorganizacionales, como la red de lugares de
la memoria, esta última compuesta por organizaciones que han generado es-
pacios de memoria regionales y que se asocian con la misión de “fortalecer,
articular, visibilizar y proteger lugares y territorios de memoria en Colombia”
(Red colombiana de lugares de la memoria, 2017). Es entonces visible notar la
existencia de diversas iniciativas y mecanismos que evocan el pasado con moti-
vaciones de diferente orden y se articulan de acuerdo con propósitos comunes
y en función de los contextos de los que hacen parte.
El presente texto identifica las principales prácticas de memoria que fueron
realizadas por parte de la población víctima en una región específica, el mu-
nicipio de Tumaco, en el suroccidente de Colombia, durante el periodo 1999 y
2015. La intención es explorar los reclamos realizados a través de estas prácticas
de memoria y las posibilidades de configurarse en un mecanismo conducente a
lograr un escenario de paz. Es importante señalar que se toma como referencia
la investigación desarrollada en el marco del trabajo de grado de la Maestría
de Derechos Humanos y Cultura de Paz de la Pontificia Universidad Javeriana

266
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

de Cali, titulada Prácticas de memoria de las víctimas del conflicto armado en el mu-
nicipio de Tumaco, en la que se indaga el derecho a la memoria y el sentido de
construcción social de la misma por parte de algunas víctimas del municipio
de Tumaco.
Se parte de considerar que efectivamente el tema de la memoria adquiere re-
levancia en cuanto que las medidas de reparación simbólica han sido diseñadas
en Colombia, principalmente desde enfoques y conceptualizaciones jurídicas
y psicológicas configuradas por profesionales, muchos de ellos del centro po-
lítico administrativo y académico del país, lejos de las zonas de conflicto. Esto
significa que se corre el riesgo de que al ser aplicadas no sean relevantes para
las víctimas y por tanto no lleguen a ser aceptadas ni crear condiciones para la
convivencia como fundamento de una paz asociada a la reconciliación (riesgo
que debe afrontar la Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convi-
vencia y la no repetición) y cuyos sujetos, eje de ese resurgimiento de condicio-
nes de paz y democracia, son precisamente las víctimas.
Aproximarse a las prácticas de memoria de las víctimas del conflicto arma-
do en Tumaco, hace visible las significaciones que los tumaqueños expresan
por diversos dispositivos para dar sentido a las preguntas sobre qué pasó, el
porqué de lo sucedido, y de forma paralela, realizar reclamos públicos sobre
justicia y no repetición; sin duda, exigencias desde un contexto y características
culturales propias. Se pretendió indagar entonces sobre las prácticas de memo-
ria que han sido efectuadas por las víctimas de Tumaco y que resultan signifi-
cativas para ellas, así como de otras prácticas que no han podido ser ejecutadas
pero que serían deseables, proponiendo futuros diálogos entre la población
víctima y el Estado para encontrar medidas de reparación simbólica adecuadas
para remediar lo dañado y fundamentar desde allí escenarios de paz posibles.
La investigación fue desarrollada atendiendo a la metodología cualitativa,
con el método fenomenológico. No se parte de una hipótesis a demostrar, sino
de una pregunta problema de referencia: ¿cuáles son las prácticas de memoria
de víctimas del conflicto armado en el municipio de Tumaco y su relación con
la construcción de escenarios de paz (cultura de paz)? Por supuesto, el inte-
rrogante anclado a los derechos de las víctimas obliga al uso de categorías de
los derechos humanos (DD.HH.), aunque esto no impide la atención sobre las
categorías que van emergiendo a lo largo de la indagación, las cuales resultan
fundamentales para las interpretaciones sobre el sentido de estas prácticas.
Un aspecto importante en esta pesquisa remite también al sentido de satis-
facción de estas prácticas, considerando que las acciones de reparación sim-
bólica y material no solo deben llevar al cumplimiento de formalidades, sino
a generar un contexto de complacencia que permita condiciones y en donde
parte de la justicia sea alcanzada en el reconocimiento de la injusticia misma.

267
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Todas las manifestaciones de memoria de las víctimas de Tumaco que se ex-


ponen en este escrito, se refieren a prácticas de memoria de las víctimas viven-
ciadas en el municipio; estas se entienden como acciones realizadas para evocar
y actualizar el significado de situaciones, sentimientos, experiencias y personas
del pasado que sufrieron las consecuencias del conflicto armado; prácticas a su
vez que se desarrollan desde un presente que les da sentido y que determina los
alcances y las limitaciones en su puesta en escena y circulación pública.
Los tumaqueños están inmersos en un contexto de conflicto en el que la
intimidación y el miedo infundido por los actores armados son una constante.
Pese a esto, han hallado la posibilidad de dignificar la memoria de sus seres
queridos y realizar un duelo individual y colectivo que ha permitido que esas
memorias sueltas hoy se encuentren en un camino de pluralidad de voces y de
acciones colectivas que les han ayudado a resistir, continuar viviendo, constru-
yendo y demandando experiencias de paz desde la comunidad.
La relación entre las prácticas de memoria y paz permite adicionalmente
una reflexión acerca del sentido otorgado a la memoria, pues esto implica ade-
más de aspectos psicosociales, fundamentales en la reparación del daño indi-
vidual y colectivo, una intencionalidad que externa a la reparación misma, que
conduce a pensar en si estas memorias contemplan o no la reconciliación o
el perdón como componentes asociados a la paz. No obstante, considerando
que esta memoria muestra un contexto de violencia permanente, parecería más
cercano su sentido a la denuncia de la injusticia que un camino que marque un
pasar la página y entroncar su sentido con el discurso posconflictual.
Por último, como resultado de esta tarea académica, se culmina con unas
conclusiones que destacan los elementos principales que ayudarían a que los
derechos de las víctimas, en especial el derecho a la verdad, la memoria, la dig-
nidad y el buen nombre, se hagan realidad, y aporten a la reparación del daño
colectivo y a fundamentar escenarios de paz.

Prácticas de memoria
En la indagación sobre las prácticas de memoria se identificaron un conjunto de
ellas que fueron sistematizadas de acuerdo con el tipo de práctica; se consideró
la definición ya dada y se incluyeron aquellas que parecieran en principio más
vinculadas a las prácticas cotidianas ajenas a la memoria. No obstante la inten-
cionalidad de la memoria les daba el sentido, como por ejemplo la oración, que
se constituye de esta forma no solo en dispositivo religioso y psicosocial para
el encaramiento del duelo, sino que configura un mecanismo de representación
mnemónica importante para una parte de los entrevistados.
En segunda instancia se clasificó, de acuerdo con el hecho, si estas prácti-
cas circulan en el ámbito público o privado. Esto sirve como indicador de las

268
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

intenciones de la memoria en tanto su forma de denuncia pública o de forma


individual de afrontar el recuerdo de la pérdida, lo que en todo caso se vincula
a las condiciones del contexto; se podría señalar que en una situación de violen-
cia e impunidad las prácticas de memoria privada serían la tendencia, mientras
que las prácticas de circulación pública estarían más vinculadas a procesos de
resistencia (para el caso del mismo contexto).
Tercero, una descripción que se toma como síntesis de la práctica en térmi-
nos de su desarrollo y sentido; esto de acuerdo con la información brindada a
través de las entrevistas por las víctimas o por las observaciones generadas du-
rante la investigación. Finalmente, se identifican las expectativas asociadas con
la práctica que además del sentido atribuido a las mismas buscan de manera
consciente o semiconsciente un fin asociado al mecanismo de memoria.

Tabla 1. Prácticas de memoria


Práctica de
Privada Pública Descripción Expectativas
memoria
Se realiza en el ámbito privado.
Es una comunicación personal
Bienestar
Oración. X con Dios, al que se le suele pedir
emocional.
ayuda para superar el dolor de la
pérdida.

Colocar Se sitúan en las casas, en lugares Recuerdo.


fotografías del X significativos, a veces en la cama Bienestar
difunto. del difunto. emocional.
Los familiares y un círculo
cercano de amigos asisten a una
celebración religiosa en el aniver- Bienestar
Acudir al sario anual o en el cumpleaños de emocional.
X
cementerio. la víctima asesinada. Después lo
visitan en el cementerio, donde Respaldo social.
en ocasiones también hacen una
breve oración.
Se invita a los familiares y a los
Reuniones Bienestar
amigos del difunto y se realiza
sociales íntimas emocional.
X una comida o cena acompañada
en el aniversario
de música y licor en ocasiones. Se Respaldo social.
de su muerte.
cuentan historias del difunto.

Declamadas públicamente por Dignificar a


Composición de la persona
poetas locales, algunos son
poesía y décimas. asesinada.
X X también víctimas. Le componen a
Presentación en
la memoria de sus seres queridos Pedido de
espacios públicos.
asesinados. justicia.

269
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Grupos de Se reúnen semanalmente a tejer,


mujeres realizar actividades de auto cui-
tejedoras que dado (masajes, relajación) y desa- Bienestar
X X
hacen memoria, rrollar actividades puntuales de emocional.
“Mujeres Tejiendo memoria en fechas significativas
Vida”. (Semana por la Paz, 9 de abril).
Utilizado en su mayoría por
Publicaciones población adolescente; a través
de fotos y de aplicaciones como Facebook y Dignificar el
X
narraciones en WhatsApp exteriorizan sus sen- nombre.
redes sociales. timientos por causa de la muerte
de sus seres queridos.
Son mayoritariamente misas
católicas a las que se invita a un
Rituales: misas público amplio. Es un rito religio-
de cabo de año so y además social.
para conmemorar Los arrullos con cantos tradicio-
el aniversario nales letánicos se hacen durante
de la muerte, toda la noche y antes del día del
X Respaldo social.
congregaciones entierro. Si se efectúan el día de
religiosas el día la muerte se llaman alabaos; son
del nacimiento, rituales tristes y no usan instru-
arrullos y mentos. Si son de aniversario se
alabaos. emplean instrumentos africanos,
bombos y cununos, y cantos más
alegres.
Generar
X conciencia
Iniciativa teatral que narra las
Teatro por la paz. social y hacer
situaciones de las víctimas.
un pedido de
justicia.
Murales con Generar
mensajes alusivos conciencia
Elaborados por jóvenes que per-
a la memoria y la X social y hacer
tenecen a grupos juveniles.
paz hechos por un pedido de
jóvenes. justicia.

En el aniversario anual del


difunto, cuando fue un personaje Dignificación del
socialmente relevante, se hace un nombre.
Conmemoracio-
X acto en las calles, con la participa-
nes de los líderes. Pedido de
ción de autoridades y su acompa-
ñamiento con actos culturales de justicia.
la región.

En algunos casos de asesinatos,


la institución a la que pertenecía Dignificación del
Placas. X
la víctima ha colocado placas del nombre.
líder.
En casos de asesinato de líderes, Dignificación del
las organizaciones a las que per- nombre.
Libros,
X tenecían han realizado documen-
documentales. Pedido de
tales y editado libros que recogen
su vida. justicia.

270
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

Caminatas numerosas que se rea-


lizan por las calles principales el Pedido de
Marchas por la 9 de abril de cada año y durante justicia.
X
paz. la Semana por la paz en septiem-
bre (liderada por la diócesis de Respaldo social.
Tumaco).
Espacio de conmemoración, con
un museo y una sala dedicada
al recuerdo de las víctimas del
Casa de la Dignificación del
X conflicto, con fotografías. Las
Memoria. nombre.
víctimas llevan las fotos a este
espacio. Hay aproximadamente
500 fotografías.

Fuente: elaboración propia.

Las prácticas de memoria identificadas se realizan desde la sociedad civil,


siendo muy pocos los eventos planeados desde el Estado (conmemoración del
“Día nacional de las víctimas”). En una caracterización de las prácticas se en-
cuentran aquellas que se desarrollan en lo privado y otras que lo hacen en lo
público, por supuesto estas utilizan mediaciones de la memoria basadas en la
palabra o en mecanismos materiales o intangibles que despliegan los relatos
sobre lo sucedido. Esta compartimentación entre lo público y lo privado es solo
analítica, pues algunas de esas prácticas péndula entre uno y otro ámbito, por
ejemplo las fotografías son expuestas en el hogar pero explotan su contenido
sobre la mirada pública de algún evento o conmemoración colectiva, o bien, los
escenarios colectivos pueden congregar sobre una memoria colectiva y repre-
sentativa del pasado y de sus protagonistas, pero a su vez poseer contenidos y
representaciones privadas en los dolientes o en quienes hacen remembranza.
Las prácticas de memoria se mueven a su vez en otro espectro asociado con
mecanismos culturales tradicionales como las poesías, las décimas, la asisten-
cia al cementerio, los aniversarios; pasando por el uso de productos culturales
incorporados a la Modernidad como las fotografías, o bien en el uso de tecnolo-
gías de la información como WhatsApp o Facebook. La memoria presenta múl-
tiples mediaciones y soportes que se asocian en forma y contenido con roles,
condiciones etarias, de género y étnicas que expresan las particularidades y la
diversidad marcada por el contexto.
Las prácticas de la memoria a su vez poseen una materialización temporal;
algunas performativas, como las oraciones o acudir al cementerio, u otro tipo
de ritualizaciones, que se configuran como acontecimiento y que se difuminan
con el pasar del acto, este puede ser irrepetible por su singularidad, así se re-
produzca el mismo de forma regular en aniversarios o en momentos significa-
tivos para el acto mnemónico.

271
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Pero como rituales, estas prácticas de memoria despliegan una complejidad


de sentidos, objetos significativos y relaciones entre los conmemorantes y el
conmemorado: en lo privado, la oración enuncia el nombre del ausente y se
dirige la mirada a la imagen fotográfica o a la mediación icónica, lo que permite
una conexión trascendente.
Los rituales memorísticos son la evocación del ausente, a su vez de encuen-
tro entre el pasado y el presente, tornándose así en el evitamiento de lo que
Benjamin considera la doble muerte hermenéutica basada en el olvido (Mate,
2012), pues esta reiteración de lo singular, el ritual memorístico, es revitalizar la
demanda de justicia en un contexto de injusticia irresuelto. Pueden ser entonces
privados e involucrar múltiples registros mnemónicos (lo oral, las imágenes,
las poesías, las décimas y las oraciones); a su vez estos rituales, más amplios,
como marchas y conmemoraciones, así como los lugares de la memoria, como
la Casa de la Memoria, se configuran en espacios de catarsis pública, allí la ima-
gen pretende el despliegue de la demanda de justicia a través de una memoria
compartida, reiterada y reactualizante.

Los efectos reparadores de la memoria para las víctimas


Es de resaltar que en Tumaco se hace memoria en medio del conflicto. Este es un
dilema que ha sido analizado por Guerrero (2009) en el Alto Sinú, concluyendo
que la excepcionalidad producto del conflicto armado limita la posibilidad de
representación pública de la memoria. Y sin duda la limita, ya que al existir la
presencia de actores armados en el contexto tumaqueño, la prudencia y el mie-
do confabulan de manera que no es posible decir públicamente todo lo que se
quiere decir, evocar y denunciar. Como aporte a este debate, esta investigación
constata que las víctimas y la sociedad civil de Tumaco están efectivamente
haciendo memoria en medio del conflicto.
A continuación, se analizará en qué sentido esa memoria ha sido satisfacto-
ria o no a partir de la caracterización definida por expectativas, motivaciones
o deseos de las prácticas de memoria. En lo que sigue se abordará la memoria
como deseo de dignificación del nombre, deseo de hacer perdurar la memoria
de los líderes y deseo de justicia y no impunidad.

Deseo de dignificación del nombre


Analizando las enunciaciones verbales y no verbales manifestadas por las víc-
timas sobre la complacencia, la pertinencia y el agrado de los ejercicios de me-
moria realizados en Tumaco, las víctimas entrevistadas manifestaron un fuerte
deseo de que las prácticas públicas de memoria promuevan una dignificación
de la persona asesinada o desaparecida. Resaltan que esas prácticas de memo-
ria son una oportunidad para hacer pública la buena imagen del recuerdo de la

272
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

persona asesinada, mostrar que la víctima fue un buen padre, un buen esposo,
un buen hijo. En palabras de Miriam Paloma, cuya madre fue asesinada por
paramilitares cuando tenía cuatro años: “Me gustaría que la sociedad conociera
y recordara a mi madre, para que sepan que ella era una buena madre y una
buena persona” (entrevista a Miriam Paloma, 9 de agosto de 2015).
Amalia, cuyo padre fue asesinado por Los Rastrojos, al hacer memoria insis-
te en que su papá era una buena persona: “Recordamos a mi padre como una
excelente persona, buen padre, buen hijo, buen marido, buen vecino, le gustaba
servir a la comunidad, perteneció al Comité nacional de cacaoteros durante
siete años y él luchaba por el gremio” (entrevista a Amalia, 2 de septiembre de
2015).
Este mismo anhelo de hacer memoria pública se encuentra en la buena ima-
gen del familiar asesinado; en el deseo de Salomón de que la historia de su hijo
desaparecido sea recordada y que otras personas lo recuerden como alguien
bueno. Con setenta años, manifestaba en tono sereno y complacido: “Es muy
bonito cuando colocan las fotografías en el parque (en la Galería fotográfica de
la Memoria) y después algunos vecinos o conocidos nos dicen: ‘vi a tu hijo en
el Parque Nariño, y me recordé de él y de cómo era’ y nos narran algún detalle.
Eso nos da alegría porque vemos que la gente se acuerda de él” (entrevista a
Salomón, 26 de noviembre de 2015).
Estas funciones de la memoria se muestran satisfactorias para sus promoto-
res en tanto la práctica misma da cumplimiento a este deseo y por lo tanto su
ejecución misma lo garantiza; es una suerte de performatividad, pues al reali-
zar la práctica se conoce y se recuerda a la madre, al padre, al hijo.
En la mayoría de los casos se generó una doble victimización, asesinaban
y se justificaba el hecho al atribuirse a la víctima acusaciones respecto de su
pertenencia o de simpatía con los bandos armados contrarios al del perpetra-
dor. Las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), autoras del mayor número
de asesinatos desde 1999 hasta 2007 en Tumaco, argumentaban sus asesinatos
diciendo que esas personas tenían vínculos con la guerrilla; este ha sido un es-
tigma muy doloroso para muchos de los familiares.
Estas versiones de los actores victimizantes se difundieron ampliamente en
un contexto social donde esos grupos armados eran muy poderosos, tanto en lo
criminal como por sus vínculos con la institucionalidad y la fuerza pública. Es
por ello que sus argumentos se difundieron masivamente y fueron asimilados
por muchas personas desinformadas como verdaderos, llegando a convertirse
en algo que se daba como un hecho, incluso en los casos donde los actores vic-
timizantes no dieron ninguna justificación del asesinato. Se escuchaba la frase
usual que había sido promovida por los grupos armados: “En algo andaría
metido, a nadie lo matan por nada” (diario de campo, 17 de marzo de 2015).

273
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Fueron tan difundidas esas versiones que como mínimo sembraron la duda en
la población en general y el dolor y la doble victimización en los familiares de
las víctimas.
Las personas entrevistadas en este proyecto vivieron en Tumaco y por eso
sienten este estigma social que flota, aún hoy, en el ambiente. Es también por
ese estigma generalizado que los familiares tienen el deseo de dignificar el
nombre en el ámbito público. El testimonio de Miriam Paloma, cuya madre fue
asesinada, es elocuente en este sentido:

También quiero que el que le disparó a mi mamá se retracte, pues en una de-
claración dijo que mi mamá era una guerrillera como para que le bajaran la
pena y eso empañó el nombre y la memoria de mi mamá y de alguna manera
la mía. Creo también que es importante decir que el Estado tuvo que ver con
la muerte de mi mamá puesto que los señores del Ejército fueron los que ven-
dieron declaraciones de mi mamá, quien estaba colaborando con la justicia,
por tanto, deben investigar al que manejaba el batallón en esa época para que
también pague. (Entrevista a Miriam Paloma, 29 de agosto de 2015)

Este estigma se reforzó involuntariamente con las audiencias de los Tribunales


de Justicia y Paz, durante 2006 a 2014, en las que los postulados en sus ver-
siones libres siguieron justificando sus asesinatos afirmando que sus víctimas
tenían vínculos con la guerrilla. Además, el espacio físico de dichas audiencias
fue poco afortunado, los postulados en Tumaco se ubicaron en un estrado, un
metro por encima de las víctimas, y a su derecha estaba la mesa de los magistra-
dos. La sensación era que la palabra de ellos era la palabra oficial, y la palabra
de las víctimas, que hablaban desde un micrófono ubicado en la parte de abajo,
era marginal. Estas formas de verdad judicial y memoria social en su dimensión
simbólica tienen un profundo efecto social y una eficacia simbólica establecida
en contextos en los que el pasado, las víctimas y los agresores entran en tensión,
reproduciendo en el plano de la memoria la permanencia de la injusticia.
En la audiencia de afectaciones del Tribunal de Justicia y Paz, realizada en
Tumaco el 31 de enero de 2014, donde se juzgaba al Bloque Libertadores del
Sur, muchas de las víctimas, en el momento en que fueron llamadas a hablar
por la magistrada Uldi Jiménez, clamaron de forma dramática, entre el miedo
y el coraje, con voces entrecortadas, que lo que querían era que se limpiara el
nombre de su familiar; pedían la verdad sobre los motivos de la victimización,
confrontando los argumentos justificadores de los victimarios. La esposa de
Jaime Enrique Angulo, víctima del Bloque Libertadores del Sur, habló así a los
postulados de dicha audiencia:

Lo que queremos saber, todos los que estamos aquí, es el verdadero móvil que
causó la muerte a nuestro familiar. ¿Ustedes se pueden imaginar todo el daño
que causaron a mi familia cuando asesinaron a Jaime Enrique Angulo?, un ser

274
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

muy conocido en la comunidad tumaqueña, un ser en lo personal tan afectuo-


so y tan servicial… la plata sirve, pero la plata no repara el gran vacío y el gran
daño material e inmaterial. Cada día se renueva más ese dolor. La gente aquí
quiere escuchar que ustedes dicen que aceptan que lo hicieron por esto, por
esto y por esto. Pero todas las veces ustedes han dicho que los mataron por
guerrilleros… entonces Tumaco está plagado de guerrilleros, ¡qué problema
con ustedes! ¿Ustedes se pueden imaginar todo el daño que causaron a mi
familia, cuando un niñito de 6 años tuvo que crecer sin la orientación de su
padre? ¿Y cuándo un 7 de diciembre de 2013, con 16 años, el muchacho recibió
su diploma y lloraba porque su padre no estaba ahí para felicitarlo? ¿Ustedes
pueden imaginar todo el dolor de una niña de 13 años que estaba estudiando,
y todo el apoyo que tuvo que recibir de las psicólogas para superar ese dolor?
¿Ustedes se pueden imaginar todo lo que me tocó para que esa chica fuera una
chica de bien y no quisiera vengarse de ustedes? Ustedes no pueden entender
el dolor que han causado a mi familia. ¡Ustedes no entienden! Nosotros lo que
queremos escuchar es, el móvil de la verdad. Pero no lo van a decir. Por eso
no quiero escuchar, señora Magistrada, a ninguno de estos señores, porque en
ellos no está la verdad. Ellos repiten la versión aprendida en este tiempo que
han estado en la cárcel, no se les ve arrepentimiento. (Testimonio recogido de
las grabaciones solicitadas al Tribunal de Justicia y Paz, 31 de enero de 2014)

Este testimonio expresa con elocuencia ese deseo de las víctimas de que se lim-
pie el nombre manchado de su familiar y que se narre la verdad, algo que va-
loran como necesario para su satisfacción. Es a su vez representativo, pues si
los mecanismos judiciales de justicia y verdad permitieran idealmente reparar
a las víctimas, se observaría que la demanda de la verdad está sustentada por
la plenitud de la verdad, por el arrepentimiento de los victimarios y el recono-
cimiento de los efectos del daño; lo que se demanda, por las conclusiones del
testimonio, no satisface lo deseado, por lo tanto la insatisfacción se da no solo
en el plano judicial, sino en el personal: “Por eso no quiero escuchar, señora
Magistrada, a estos señores”.

Durante la audiencia de imputaciones del Tribunal de Justicia y Paz, realizada


en Tumaco en 2012, Guillermo Pérez Álzate, máximo responsable del Bloque
Libertadores del Sur de las AUC, afirmó que la razón de la victimización de Yo-
landa Cerón, religiosa y directora de la Pastoral Social de la diócesis de Tumaco,
asesinada en el 2001 por las AUC, fue el tener vínculos con la guerrilla. Ante
esta afirmación, Gustavo Girón Higuita, obispo de Tumaco, afirmó con vehe-
mencia que eso era falso. Argumentó cómo Yolanda Cerón fue su mano derecha
por ocho años y que la conocía como nadie más, por eso daba fe ante el Tribunal
de que eso era falso. Esto causó impacto en toda la audiencia. Fue significativo
que en las siguientes audiencias Guillermo Pérez Álzate modificó su versión y
no volvió a mencionar que ese fue el móvil de dicho asesinato, su nueva versión
fue que Yolanda, con sus denuncias, se oponía a los intereses de las AUC.

275
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Otro ejemplo que ilustra este tema es el caso de Manuel Rodríguez, que
desde el asesinato de su hijo, Dubian David Rodríguez, en 2013, ha insistido
en escenarios públicos en que se limpie el nombre de su hijo. Fue significativo
que en un acto de memoria organizado en Tumaco por la Corte Constitucional,
el 5 de noviembre de 2013, Manuel tomó el micrófono y le reclamó al alcalde
Víctor Gallo, presente en ese momento junto a los Magistrados de la Corte, que
se retractara del pronunciamiento radial donde afirmó que la muerte de su hijo
había sido por un ajuste de cuentas, versión mantenida por la Policía Nacional
y que el alcalde había repetido en un medio local.
Manuel Rodríguez es uno de los pocos casos en Tumaco que ha vencido el
miedo, ha seguido el caso en la Fiscalía y ha perseverado en la búsqueda de jus-
ticia por el asesinato de su hijo. Esto lo hace a pesar de haber recibido múltiples
amenazas en su contra; lo más significativo es que manifiesta que lo hace por-
que su anhelo es que se conozca la verdad. Es un caso excepcional de valentía,
pero no es excepcional lo que, a nivel de satisfacción expresa, un deseo de que
se conozcan las verdaderas causas del asesinato de su hijo, “que se limpie el
nombre de mi hijo”.
Pero detrás de esta estigmatización de las víctimas como supuestos miem-
bros del grupo armado contrario hay una lógica perversa que justifica los ase-
sinatos, y es el argumento de que, si la persona pertenecía a un grupo armado
ilegal, entonces sí era lícito su asesinato. Esta lógica también ha sido utilizada
en Tumaco por las FARC y por la fuerza pública. Fue muy esclarecedora en este
sentido la intervención de la magistrada Uldi Jiménez en uno de los momentos
de la ya mencionada audiencia de febrero de 2014. Cuando el postulado Jorge
Enrique Ríos respondió a una de las víctimas, argumentando que había asesi-
nado a su esposo porque pertenecía a la guerrilla, la magistrada lo interrumpió
y afirmó enfáticamente que nada justificaba un asesinato, además le pidió que
no siguiera justificando ningún homicidio diciendo que fue perpetrado por te-
ner vínculos con la guerrilla.
Esa argumentación perversa de los grupos armados se ha instaurado en el
inconsciente colectivo. Es común escuchar en las calles la frase “lo mataron
porque pertenecía a un grupo armado”, denotando cierta aceptación del asesi-
nato de personas pertenecientes a algún grupo ilegal. Como manifestó la Corte
Constitucional: “La dignidad humana (es) entendida como intangibilidad de
los bienes no patrimoniales, integridad física e integridad moral, vivir sin hu-
millaciones” (sentencia T-881 de 2002).
Los asesinatos o las desapariciones cometidas fueron en primer lugar un
daño físico, el peor que se puede realizar, quitar el bien más precioso, que es
la vida, y nada puede justificar ese hecho. Pero en segundo lugar es un daño a
la “integridad moral”, a su nombre, a su memoria, a su dignidad, acusándole

276
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

falsamente de tener vínculos con un grupo ilegal y justificando que ese es un


motivo suficiente para ser asesinado. La satisfacción pasará precisamente para
los familiares por devolver la integridad moral del ser querido asesinado, en
una memoria que haga honor a la verdad.
Lo anterior indica que el argumento que atribuye la pertenencia de la víc-
tima a algún grupo contamina en el plano simbólico la inocencia atribuida a
la víctima y condona simbólicamente el daño realizado por el agresor, esto
a pesar de que judicialmente se reconozca el argumento como invalido y sea
disminuido en los estrados. Por eso la tensión de la memoria sucede entre el
enaltecimiento de los dolientes al contraargumentar la justificación del agresor
y su desconexión moral y por el reivindicar y dignificar desde el carácter y
significado humano, familiar y comunitario a la víctima y lo que se condensa
en su nombre.
Estos reclamos de las víctimas en Tumaco coinciden con los tres tipos de
daños y de reparaciones apuntadas por Mate (2012). Frente al daño personal,
solicitan justicia y memoria; frente al daño político, exigen reconocimiento del
carácter de ciudadano, de ser humano de la víctima; y frente al daño social,
piden una educación hacia la no repetición. La verdad y la memoria reclamada,
en casos como el de Tumaco, donde la impunidad es altísima y la reparación ha
sido precaria, se puede considerar como un instrumento de justicia. Una jus-
ticia incompleta, sin duda, pues la memoria no es suficiente, pero es necesaria
para la dignidad de la víctima, para hacer justicia con su carácter de ciudadano
con derechos y decir que esa persona era importante para la sociedad.
Pero además la situación alerta sobre las polarizaciones sociales y políticas
que provoca la exclusión de ciertos grupos, al punto que hicieron que su muer-
te fuera justificable. Este análisis se presenta relevante para el caso de Tumaco,
ya que en ese pedido de justicia se lee cómo están reclamando lo que Mate
menciona como carácter ciudadano de la víctima, independientemente de su
afiliación social y política.
El deseo manifestado por las víctimas de recuperar la buena imagen del
familiar asesinado, y el deseo de limpiar el nombre en los casos en que fue
mancillado, responden a un mismo deseo de recuperar el carácter de ciudada-
nía de la víctima, el carácter de ser humano que era digno de seguir viviendo y
por lo tanto un deseo de que se reconozca públicamente que lo sucedido fue un
acto ilícito e injusto. Las víctimas afirman sentir bienestar cuando esto se logra,
como en el caso de la madre del líder Miller Angulo.
Complementando lo anterior, tres de las personas entrevistadas manifestaron
que consideraban positivas las iniciativas de memoria, no solo en cuanto hacen
mención de la persona asesinada, sino también por visibilizar el dolor de familia-
res y allegados tras la muerte de su pariente. Una de las víctimas declaraba sentir

277
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

bienestar cuando las prácticas de memoria permiten “que otros tomen concien-
cia del daño que se produjo a su familia” (diario de campo, 12 de septiembre
de 2015). Es un deseo sentido por los allegados el que la sociedad conozca lo
que vivieron los familiares de la víctima, el dolor por el que tuvieron que pasar,
como una manera de disminuir la indiferencia y generar solidaridad, con la
esperanza de que eso contribuya a la no repetición.
Otro deseo relacionado con la satisfacción, manifestado por siete de las víc-
timas (diario de campo, agosto y septiembre de 2015), es el que los victima-
rios conozcan las consecuencias que provocaron sus actos violentos, desde un
convencimiento de que, si conocen esas consecuencias dolorosas a través de
fotografías y relatos, esto puede redundar en un cambio de actitud y una de-
jación de las armas. En una primera oportunidad esta afirmación pareció sor-
prendente durante la investigación, no obstante al ser repetida por diferentes
personas se encuentra que puede tener una base objetiva y pragmática, ya que
las víctimas conocen a los victimarios, muchos viven en sus mismos barrios de
habitación, por esto es probable ponderar los efectos que la memoria puede
tener sobre ellos.

Deseo de hacer perdurar la memoria de los líderes


La memoria de los líderes comparte todo lo mencionado en el apartado ante-
rior, pero además añade una intencionalidad: “para que los ideales y pensa-
mientos de esa persona perduren” (entrevista a Alberto, 2 de septiembre de
2015). Se recoge en los repertorios de la memoria la gran importancia de este
aspecto para los familiares de Miller Angulo y los compañeros de trabajo de
Yolanda Cerón. Ahora se profundizará cómo ello produce satisfacción en los
familiares y allegados de las víctimas.
Doña Nereida, madre de Miller Angulo, manifiesta sentir satisfacción tras
organizar varias prácticas de memoria en conjunto con la Mesa Municipal de
Víctimas: “Yo me sentí muy contenta porque mucha gente asistió y se reconoció
lo que él era” (entrevista a Nereida, 3 de septiembre de 2015). Siente además
satisfacción en que la foto y la historia de su hijo esté expuesta en la Casa de la
Memoria, porque “es un reconocimiento a lo que hizo” (entrevista a Nereida,
3 de septiembre de 2015). Es entonces un reconocimiento a Miller como un ser
parte de la vida de su madre, del orgullo que encarna su parentesco y sus afec-
tos; además es un reconocimiento a Miller en tanto un desdoblamiento de su
figura como representación colectiva a partir de su rol público y social.
El caso de Yolanda Cerón es un ejemplo donde se percibe que sus compa-
ñeros y familiares han deseado mantener viva su memoria y los ideales por los
que ella luchó. Las placas colocadas en el lugar donde fue asesinada, las conme-
moraciones anuales el día de su muerte, las publicaciones de libros y la difusión
de documentales en redes sociales, manifiestan la gran importancia que para

278
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

las personas que trabajaron con ella reviste el mantener viva la memoria y los
ideales de esta líder nariñense.
La actual directora de la Pastoral Social de la diócesis de Tumaco, afirma:

La razón que nos mueve a hacer memoria es el deseo de rescatar lo valioso de


la vida de Yolanda como persona entregada a las causas de los afrocolombia-
nos, de los negros del Pacífico. Es un querer resistir y oponernos a los que la
mataron, es un no querer abandonar su causa, algo que pretendían conseguir
las personas que la asesinaron. Recordar su memoria, resaltar su trabajo, es
para nosotros un estímulo para seguir trabajando en lo mismo que ella nos en-
señó, a pesar del miedo que a veces nos invade. Es también un deseo de contar
lo que sucedió y resaltar que esa muerte fue una gran injusticia, un enorme
daño que sigue impune y clama por justicia. (Entrevista a Dora Vargas, 7 de
diciembre de 2015)

En estas prácticas hay una fuerte intencionalidad pedagógica, que tiene el obje-
tivo de educar a las nuevas generaciones desde la indignación sobre los hechos
violentos. Pero además, tanto en Yolanda como en Miller, sus propósitos de jus-
ticia y defensa del bien común trascienden la persona misma y se constituyen
en afrenta a las ideas y prácticas que representaban y representan.
Estas prácticas de memoria denotan un deseo de que ese crimen no quede
en el anonimato y la impunidad (CNMH 2013), entendiendo que esta se ubica
en el orden moral y no jurídico; en el sentido de lo que afirma Wiesel (1990): “la
memoria del mal debe ser un escudo contra el mal”, una herramienta pequeña
pero poderosa que tienen las víctimas en su lucha contra la impunidad. Esto
se ha dado en Tumaco, ya que las prácticas de memoria han empoderado a los
familiares de las víctimas, moldeando actitudes que han contribuido a fomen-
tar los derechos humanos, impidiendo justificar la violencia. Un ejemplo de la
fuerza que puede tener ese repudio moral es que las propias AUC afirmaron
que fue el repudio social e institucional tras el asesinato de Yolanda Cerón, el
que ocasionó su decaimiento en Tumaco y puso un freno a sus hechos delictivos
(testimonio del postulado Jorge Enrique Ríos en la audiencia de afectaciones de
Justicia y Paz, enero de 2014).
Los líderes y lideresas víctimas se constituyen así en unas figuras que apelan
y construyen la memoria colectiva, son la bisagra que vincula las representa-
ciones privadas con las públicas, son el referente simbólico y alegórico que con-
densa tanto el conjunto de hechos de violencia como la demanda igualmente
múltiple de justicia, son en cierto sentido la figura inversa del chivo expiatorio,
a este se le sacrifica para resolver simbólicamente la crisis, en nuestro caso estos
líderes y lideresas son los receptores en sus existencias de la crisis del conflicto;
su sacrificio no se torna reparador sino demandante de justicia.

279
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

Deseo de justicia y no impunidad


Yo sí quiero que se sepa lo que le pasó, para que sea como un reclamo, que no
quede invisibilizada su muerte y quién sabe, tal vez en el futuro haya justicia.
(Entrevista a Salomón, 24 de noviembre de 2015)

Las palabras de Salomón coinciden con las de otros entrevistados que quieren
verdad y justicia. Otras entrevistas recogidas, afirman: “las fotos de las víctimas
que se exponen en la Casa de la Memoria son para mí un reclamo de justicia”
(diario de campo, 21 de agosto de 2015). A pesar de que muchas de las víctimas
no creen que se vaya a llegar prontamente a una verdad judicial, el hecho de
hacer públicas esas historias es un reclamo asertivo de ese deseo; como afirma
Mate (2011), es para ellas justicia, porque se hace público que lo que pasó no
fue justo.
El deseo de justicia desborda los alcances que la memoria puede otorgar,
por lo que no satisface suficientemente el deseo; aunque estas prácticas no con-
lleven la reparación material del daño, sí son reparación simbólica, porque re-
conocen la vigencia del derecho de las víctimas, a pesar de que pase mucho
tiempo y nunca sea posible una reparación total (Mate, 2011). Es de notar que
en otros casos del país, como la masacre de Trujillo, la memoria ha sido un ins-
trumento de denuncia que ha permitido que muchos años después se llegara a
condenas judiciales, por lo que la memoria es un instrumento que puede llevar
a la consecución de la justicia esperada.

A manera de conclusión: retos para una política de


memoria regional
Los hallazgos de la investigación coinciden con lo planteado por la psicología
social, específicamente por Gaborit (2006), cuando afirma que la solución a los
hechos victimizantes pasan por reparaciones de corte social y no meramente
individual, y que la memoria, lejos de anclarse en los relatos victimizantes,
contribuye a la salud mental de la sociedad, moldeando actitudes prácticas,
cognitivas y afectivas que posibilitan la reconciliación social, sentando bases
para el respeto a los derechos humanos.
Se encontró que las prácticas de memoria, especialmente las rituales, contri-
buyen a reconocer públicamente la pérdida y honrar la memoria de la víctima,
generando solidaridad (Beristain, 1999) y escalando el afrontamiento indivi-
dual a uno comunitario y político por parte de la sociedad (Villa, 2010), lo cual
posiciona los relatos de las víctimas fuera de ellos mismos, forjando un mar-
co ético subjetivo que dificulta a los violadores seguir operando impunemente
(Lira, 2010).

280
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

La investigación con las víctimas ha mostrado la importancia que tiene para


la satisfacción el hecho de que los relatos sean narrativos desde la cosmovi-
sión afrocolombiana y no sean meramente jurídicos (Saunders, 2014). Nuestros
hallazgos coinciden con Cyrulnik (2001) en que los relatos devuelven la dig-
nidad y los sentidos de lo sucedido, contribuyendo a una regulación afectiva;
encontramos también coincidencia con la investigación de Millán (2007) de que
una motivación fundamental para las víctimas es construir empatías sobre lo
vivido. Las prácticas de memoria encontradas tienen esa función transversal de
pedagogía social que la CNMH apuntaba y que favorece a que no se repitan las
violaciones en el futuro.
Por lo pronto, Colombia vive un proceso de paz con las FARC que ha llega-
do a un acuerdo de terminación del conflicto armado en 2016. En contraste con
anteriores diálogos con la insurgencia, las iniciativas de memoria y los recla-
mos de las víctimas hacen que este país hoy sea distinto, porque esta multipli-
cidad de voces no existía en años pasados.
Las prácticas de memoria individuales y colectivas contribuyen a la sa-
lud mental de la sociedad, permitiendo a través de la denuncia y el sentido
de futuro o expectativas construidas desde las mismas, horizontes colectivos
fundamentados en el respeto de la dignidad humana y los derechos huma-
nos, incluyendo aquellos vulnerados en el marco del conflicto, así como los
generados por causas estructurales. Por lo tanto un escenario de posacuerdo
implica el abordaje de la victimización, la atención y la asistencia de sus da-
ños individuales, constituyendo el trauma cultural al que alude Alexander
(2012) o el trabajo activo de memoria señalado por Jelin (2002); también unos
cambios de las políticas y prácticas institucionales en las que las condiciones
de marginalidad, exclusión y desigualdad sean asumidas como una dimen-
sión sin la cual los ciclos de violencia y victimización del conflicto, de po-
brezas históricas y las condiciones de una ciudadanía plena se posterguen
indefinidamente.
Se entiende por lo tanto por qué las víctimas de Tumaco entrevistadas no se
consideran satisfechas por las acciones de memoria realizadas por el Estado,
muchas de ellas afirman con vehemencia que el Estado no ha hecho nada en
ese sentido. Existe un desafío, ya que las acciones estatales han sido insuficien-
tes, poco difundidas y no llegan a satisfacer las expectativas de las víctimas en
cuanto a la memoria histórica y a la acción en otros campos de los derechos
humanos en la región.
La contracara de estas percepciones se encuentra en algunos funcionarios en-
trevistados, quienes consideran que las víctimas tienen un interés casi exclusivo
en las reparaciones económicas. Sin embargo, las entrevistas realizadas a las víc-
timas muestran la importancia que para ellas tiene la reparación simbólica y en

281
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

especial los ejercicios de memoria. Para las víctimas es necesaria una repara-
ción material, pero si se limita a lo económico puede tener efectos degradantes,
como un trato meramente paternalista que los convierte en meros receptores de
ayuda. Se hace por tanto necesaria una simultaneidad entre medidas económi-
cas y simbólicas.
La construcción de la memoria es una oportunidad para crear puentes entre
el Estado y la sociedad civil, y así fortalecer y recuperar la confianza en la ins-
titucionalidad y en un Estado Social de Derecho. Trabajar de manera conjunta
para reestablecer escenarios, diseñar herramientas, rutas y políticas públicas,
en vista a hacer memoria recogiendo la mirada de las víctimas y su dignifica-
ción, es un camino para construir paz y respeto a los derechos humanos. De
las experiencias relatadas se hace evidente que en los procesos de memoria las
iniciativas y las acciones de las comunidades han precedido las estatales. De
ahí la importancia que el Gobierno reconozca, valide y acoja estas prácticas,
máxime con la puesta en marcha en 2017 de la Comisión para el esclarecimiento
de la verdad, la convivencia y la no repetición como mecanismo del más tardío
proceso de justicia transicional en Colombia.
Al igual que las mujeres de la Asociación Nacional de Familiares de Secues-
trados, Detenidos y Desaparecidos (Anfasep) en Perú, reclamaban al Estado y
a la sociedad ser reconocidas no solo como víctimas indefensas y frágiles, sino
como personas ciudadanas activas defensoras de los derechos humanos y la
justicia, es de considerar que la memoria en Tumaco tiene capacidad de posi-
cionar políticamente a las víctimas como agentes de una sociedad sin violencia,
reconociendo en ellas sus luchas y apoyando las consignas que adelantan. Es
necesario cambiar el imaginario que se tiene de las víctimas y empezar a con-
siderarlas actores en la construcción de una cultura de paz y de respeto a los
derechos, entre otras maneras, a través de sus trabajos de memoria.
Una política pública de memoria para Tumaco no puede ser elaborada desde
el centro del país, debe ser un ejercicio territorial donde participen directamen-
te las víctimas. Es insuficiente reducir la memoria a la creación de monumen-
tos, que muchas veces son pensados desde parámetros ajenos a los territorios y
sin ser consultados con las poblaciones afectadas.
Estas iniciativas se deben construir en clave de pluralidad, pues cada terri-
torio ofrece unas características y modos de vida particular. No es lo mismo la
memoria de la zona andina del departamento de Nariño, con población mestiza
e indígena, que de la zona costera, donde la población es mayoritariamente
afrocolombiana, pues utilizan distintos lenguajes o códigos para representarse
y realizar las exigencias al Estado. Solo de esta manera las medidas que se lle-
guen a adoptar tendrán un sentido reparador.

282
Karen Betancourt • José Luis Foncillas • Freddy A. Guerrero

Retos estatales asociados con las políticas de


memoria regional
Vale destacar que el Estado debe propender por la garantía de los derechos de
las víctimas en torno de la reparación simbólica; se ha constatado que una de
las necesidades es el deseo de dignificación y honra de la memoria de los que
perdieron la vida. Es en primer lugar necesario evitar más daños en este aspec-
to, en especial en los discursos de la fuerza pública, porque algunas explicacio-
nes sobre las victimizaciones pueden ser interpretadas como una justificación
de los hechos.
En segundo lugar, en cada municipio debe existir concertación entre los fun-
cionarios y las víctimas para diseñar e implementar prácticas de memoria que
vayan al encuentro de esa necesidad de dignificación. Se ha visto la gran varie-
dad posible; en ciertos casos podrían ser fotografías en el espacio público, actos
conmemorativos afines a la cultura y la tradición oral del Pacífico, plataformas
virtuales, documentales, libros u otras. Pero siempre consultadas con las vícti-
mas, para no escoger esas medidas a priori, porque entonces en el país se verán
lugares sin memoria, monumentos abandonados de los que la sociedad no re-
conoce su significado, y placas en paredes como resultado de mandatos legales
pero vacíos de apropiación social.
Aunque no sea una práctica de memoria, es importante señalar por la insis-
tencia que le dan las víctimas, la necesidad de mejorar el acompañamiento del
Estado en la gestión del duelo. Será necesario evaluar con las víctimas la nece-
sidad de programas de asistencia psicológica y de profesionales de las ciencias
humanas, desde una articulación institucional y de la sociedad civil, que bajo
los principios de coordinación y complementariedad gestionen y promuevan
procesos comunitarios que fortalezcan el tejido social dañado.
Para que la memoria tenga espacio social es necesario que cuente con espa-
cios físicos. Existen en Colombia iniciativas conocidas como lugares de memo-
ria que están forjando procesos sociales de memoria en los cuatro extremos del
país. En Tumaco, la Casa de la Memoria ha permitido iniciar diferentes trabajos
de memoria con víctimas, adultos y especialmente con población estudiantil. Se
hace necesario que los entes territoriales apoyen o incluso asuman estas iniciati-
vas. Estos espacios nacidos desde la sociedad civil tendrían además el potencial
de ser plataformas capaces de articular al Estado con las víctimas y la sociedad
civil en iniciativas de reparación simbólica.
Es importante que los entes territoriales organicen con las víctimas actos
de memoria para recordar a los líderes asesinados en la región, estudiándose
diferentes posibilidades, como actos públicos, arrullos, monumentos, nombres
de calles, nombres de colegios o establecimientos públicos. La voluntad política
de los mandatarios de turno juega un papel determinante. Su actitud frente a

283
Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

las víctimas que piden dignificación será clave para que realmente se produzca
o no. Además de diseñar correctamente un instrumento de política pública se
debe contar con los recursos para su ejecución. En la etapa del posacuerdo, esta
se convierte en una oportunidad de acercarse a la realización de este propósito
en la construcción de los planes de desarrollo, quedando como objetivo del ente
territorial la contribución a los procesos de reparación simbólica de las víctimas
de Tumaco.
Es importante recalcar que el Congreso de la República expidió la Ley 1734
de 2014, por medio de la cual se crea la Cátedra de la paz, de carácter obligatorio
en los establecimientos educativos del país; no obstante es necesario hacerla via-
ble en los currículos escolares y universitarios. Es imperioso crear herramientas
pedagógicas que permitan obtener la comprensión del porqué de las condiciones
que han hecho posible la violencia, esto con el propósito de la no repetición. Las
víctimas esperan así que la sociedad que supere el conflicto armado sea erigida
sobre el duelo compartido (Hite, 2013). Un equipo de profesionales deberá darse
a la tarea de construir instrumentos pedagógicos de memoria y trabajar temas
como la dignificación de las víctimas y la memoria de los líderes.
Si bien el énfasis en las prácticas de memoria y las recomendaciones tienen
un componente de demanda de justicia, no es esta de carácter vengativa o retri-
butiva, sino parte de las condiciones de construcción de paz; una paz positiva
con justicia social y materialización de oportunidades para el desarrollo de una
cultura de paz desde la cual están comprometidas las prácticas de memoria de
gran parte de los pobladores de Tumaco.
Finalmente, para investigaciones regionales en el suroccidente colombiano
implica considerar iniciativas que cruzan variables, como hechos victimizantes,
enfoques diferenciales y contextos que hacen posible cierto tipo de prácticas de
memoria, así como su apropiación pública y los efectos en términos de movi-
lización y demanda de transformaciones y resistencias. Estos aspectos permi-
tirán reconocer los márgenes estatales y las posibilidades de transformación
en territorios que han sido víctimas del conflicto, pero también de la exclusión
histórica y social.

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Prácticas de memoria y paz de las víctimas del conflicto armado en Tumaco (Nariño)

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286
Tercera parte

El acuerdo y sus partes,


la paz y sus actores
Funciones y retos de la sociedad civil
organizada “pro-paz” en el escenario
de vida cotidiana en Colombia
Mauricio Hernández Pérez*
Jaime Andrés Wilches Tinjacá**

Introducción
En el intento de respuesta a la pregunta, ¿cuáles serán algunos de los retos y
funciones que la sociedad civil organizada pro-paz en Colombia tendrá que
asumir frente al país ya no en clave de conflicto armado sino de posconflicto
bélico (posacuerdo)? el escrito que se desarrolla a continuación se encuentra
dividido en tres partes. En la primera se plantean algunas líneas conceptuales y
reflexiones sobre lo que se entiende por sociedad civil organizada pro-paz en el
actual contexto colombiano; en segunda instancia, se abordan algunas reflexio-
nes sobre los resultados del plebiscito refrendatorio de los acuerdos de paz y
que de una u otra manera colocaron en duda el trabajo de esta sociedad civil;
por último, se presentan algunas consideraciones sobre la funcionalidad que
esta sociedad civil tendrá que prestar en lo concerniente al futuro del país de

*
Magíster en Estudios Políticos y Filósofo de la Universidad Nacional de Colombia. Diplomado
en Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Docente investigador
del programa de Negocios y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle. Direc-
ción electrónica: mhernandezp@unisalle.edu.co
**
Candidato a Doctor en Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Ma-
gíster en Estudios Políticos. Politólogo y Comunicador Social. Coordinador académico del
proyecto El conflicto armado interno como posible expresión invertida del modelo de desarrollo y de la
política en Colombia. Tercera fase: la paz desde las lógicas de la guerra: negociaciones y posibilidades
de construcción social. Docente investigador del programa de Negocios y Relaciones Interna-
cionales de la Universidad de La Salle. Dirección electrónica: jawilches@unisalle.edu.co

289
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

cara a los desarrollos y resultados de la ratificación de los acuerdos alcanzados


entre el Gobierno nacional y las FARC en el marco del post-plebiscito refren-
datorio y por el que se dio vía libre a la puesta en marcha de la denominada
construcción de paz.
Se espera con esto brindar una continuidad al conjunto de reflexiones pre-
sentadas en la primera versión de la apuesta investigativa denominada Perspec-
tivas multidimensionales de la paz en Colombia (Guerrero y Wilches, 2015) y que
llevó por título Capacidades y acumulados de paz de la sociedad civil en Colombia
(Hernández, 2015), esta vez en un escenario de reflexión diferenciado, pues
para ese entonces si bien el país se encontraba en un proceso de negociación, el
conflicto armado continuaba en desarrollo. Para el momento en que se plantean
las ideas que alimentan este capítulo, el escenario es de una nueva oportunidad
política; pensar otro modelo de país en el que la paz (por lo menos aquella en-
tendida como la dejación de armas por parte de los armados y la desmoviliza-
ción de una de las agrupaciones beligerantes) tenga lugar.
Tomar el objeto de interés de reflexión (la sociedad civil organizada que
trabaja por la paz en Colombia), sus funciones, y con ello sus retos en dos
escenarios diferenciados (en situación de conflicto armado interno y en si-
tuación de postconflicto bélico) pone en evidencia un campo de estudio y
de reflexión nuevo, toda vez que un asunto es pensar el ser y quehacer de
la sociedad civil en tiempos de conflictividad armada, y otro diferente, por
supuesto complementario, pero no por ello menos complejo, hacerlo en un
escenario de posconflicto bélico. En este sentido, se teje una legítima preocu-
pación por cómo entender y justificar hoy día ese accionar y acumulado de
paz de la sociedad civil organizada en Colombia hacia un nuevo escenario y
en donde el conjunto de capacidades y los incentivos que dinamizan su razón
de ser han cambiado.
Se esperaría con el desarrollo de estas ideas que, ante un eventual escena-
rio en el que se planteara la posibilidad de reflexionar sobre las perspectivas
multidimensionales de la paz en Colombia en una tercera versión, y que esto
se viese materializado en una nueva publicación, las grandes preocupaciones
y apuestas por esta sociedad civil organizada en nuestro país no estuviesen
más definidas en función de la conflictividad tramitada por la vía armada (aún
permanecen activos otros actores irregulares armados y con posibilidad de mu-
tación o aparición de otros).
Por el contrario, se anhela que las preocupaciones por el hacer y quehacer de
la sociedad civil organizada estuvieran en función de las problemáticas ajenas
a la guerra en cualesquiera de sus diversas manifestaciones y que se han enten-
dido como el escenario de vida cotidiana. Solo el tiempo lo dirá, y se esperará
que así sea, pues se trata de una apuesta hacia lo desconocido.

290
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

Sociedad civil organizada “pro-paz” en Colombia


Se ha vuelto un lugar común, tanto para la visión del ciudadano como para
ciertos círculos académicos y de poder, asegurar que si algo ha caracterizado
a Colombia en su historia es su democracia (en comparación con otros países
de la región), y que ello estaría reflejado, en parte, en el sistema de elecciones
regulares, la libertad en el derecho al voto y el régimen de partidos que, de al-
guna u otra manera, favorece la pluralidad en el marco de lo que constituye la
democracia representativa. Como lo sostuvo el Informe de Desarrollo Humano
para Colombia, en el país existe

Una democracia “formal” si se quiere, pero una democracia arraigada y esta-


ble. Desde la creación de las FARC, se han producido diez elecciones presiden-
ciales abiertas, han sesionado doce Congresos pluripartidistas y una Consti-
tuyente de origen popular, las autoridades locales pasaron a ser elegidas por
la ciudadanía, se han sucedido cuatro elecciones de gobernadores y seis de
alcaldes en todo el territorio, se adoptaron los mecanismos de la democracia
directa y se ha respetado —incluso ha aumentado— la separación de los po-
deres públicos. (PNUD, 2003, p. 32)

En el marco de reflexión sobre nuestra democracia, al momento de indagar por


el papel de la sociedad civil organizada en el contexto colombiano, se le asocia a
esta de manera directa con lo que ha sido el conflicto armado y su reacción fren-
te a los actores allí involucrados (regulares, irregulares, institucionales, etc.).
Se podría indicar que la valoración o la relación directa entre sociedad civil
organizada y conflicto armado interno, trae consigo que se desdibuje, minimice
o relativice la función de la misma y sus potenciales interacciones con el Esta-
do, la sociedad “des-organizada” (o no organizada) y por qué no decirlo, con
la comunidad internacional, a través de temas disímiles al de la conflictividad
armada y que guardan una relación con la reivindicación de los derechos socia-
les, económicos, políticos y culturales que involucran y afectan directamente a
la ciudadanía.
Lo sostenido hasta el momento podría explicarse por las particularidades de
la historia política en Colombia, y que se ha visto acompañada por el ejercicio
de violencia directa de la vía armada que ha ocultado o hecho invisible —con el
pasar del tiempo— la violencia de orden estructural y sistémica hasta ahora en
deuda de ser tramitada desde el Estado y sus instituciones y que ha impedido,
por ello mismo, dar cuenta sobre el accionar de la sociedad civil organizada en
terrenos disímiles al del conflicto armado interno.
En otras palabras, la persistencia de un conflicto armado ha ocultado que la
sociedad civil organizada sea pensada en clave diferenciada y complementaria
a su reacción a problemáticas derivadas de la guerra, y que, por ello mismo,
tareas asociadas a la limitación del poder del Estado, el ejercicio del control

291
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

democrático, el suplir las deficiencias de la desidia estatal y, en definitiva, la


defensa por los intereses de los ciudadanos sea vista como accesoria.
Como sea, en un intento por caracterizar a la sociedad civil organizada pro-
paz en Colombia se podría indicar tres cosas: primero, que esta se corresponde
con el agregado, la masa, la reunión de personas en relación con una función
común; segundo, que se hace difícil pensarla, y por ello mismo comunicar o dar
cuenta de la misma en términos de lo que esta representa o hace en contextos
disímiles al conflicto armado; y tercero, derivado de lo anterior, que permane-
cerá como una noción problemática en el intento de su definición o acotación,
y por ello mismo será una noción abierta a múltiples consideraciones, lo que
trae consigo a su vez la posibilidad de propiciar escenarios de permanente (de)
construcción, máxime en la particular situación a la que está abocado el país: la
puesta en marcha de un acuerdo de paz entre el Gobierno nacional y la guerri-
lla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En otros escritos se ha dispuesto que la presencia histórica de la sociedad
civil en Colombia ha sido tan fuerte como débil (Hernández, 2010) y que,
en este orden de ideas, sería mucho más conveniente referirse a “oleadas de
la sociedad civil organizada” a propósito de su quehacer frente al conflicto
armado. Independiente de ello, dar cuenta de la experiencia acumulada del
accionar de la sociedad civil organizada pro-paz en Colombia a través de un
ejercicio de sistematización, sin que se sacrifique la exhaustividad, sería un
propósito, si bien loable, casi que imposible, pues ante la riqueza del trabajo
realizado con el pasar del tiempo seguro quedará algo por examinar. Algunas
investigaciones han hecho acercamientos profusos en la materia (Hernández,
2004; Sandoval, 2004; Villegas, 2005; García, 2006; Rettberg, 2006; Bejarano,
2011; Villarraga, 2013).
En este orden de ideas, y ante un intento de inventario en el que se presen-
ta la ejemplificación y categorización de algunas de estas iniciativas, el anexo
presentado al final de este escrito reúne algunos ejemplos de la experiencia
acumulada de la sociedad civil organizada pro-paz en Colombia y que ha sido
recolectada y sistematizada a través de una revisión de autores representativos
y otras fuentes de información, en esta oportunidad, organizados bajo catorce
tipos de experiencias tanto a nivel nacional, regional y local. En este cuadro se
señala el nombre de la experiencia, y en algunos casos su ubicación geográfica
y fecha de inicio.1 De esta manera, se encuentran experiencias de:

1 Por limitaciones de espacio dentro del presente documento, no se pueden presentar más ele-
mentos de los aquí dispuestos. Las personas interesadas en consultar en profundidad sobre
cada una de estas iniciativas podrían introducir una búsqueda por nombre de iniciativa en
bases de datos, exploradores y buscadores para indagar por información adicional.

292
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

a. Protección, defensa y resistencia frente a la violencia: corresponde a ac-


ciones de protección, defensa y resistencia frente al conflicto; protección y
acompañamiento de personas, consolidación de territorios y comunidades
de paz y experiencias de resistencia civil.
b. Diálogo y negociación: acciones del tipo de negociación y diálogo, promo-
ción de acuerdos locales y regionales de paz, desarrollo de agendas de paz,
facilitación y mediación en el conflicto, entre otras.
c. Comunicación para la paz y la convivencia: son experiencias encargadas
de comunicar y promover la paz, así como cambiar los imaginarios que
promueven la violencia desde los medios mediante una información tan
completa como balanceada sobre la complejidad de la realidad del conflic-
to armado.
d. Educación para la paz y la convivencia: son experiencias dirigidas a pro-
mover e inculcar los valores de la paz y la convivencia procurando hacer
de la escuela, la universidad y el hogar espacios de promoción de la paz y
con los que se pretende vincular a los jóvenes al proceso de construcción
de paz.
e. Desarrollo y paz: estas experiencias llevan a cabo acciones encaminadas a
promover procesos y modelos de desarrollo en medio del conflicto arma-
do a partir de acciones que incentivan la autogestión económica mediante
proyectos de diferente índole en las comunidades o regiones afectadas.
f. Fortalecimiento y ampliación de la democracia: estas experiencias contri-
buyen o se encuentran dirigidas a ampliar y promover la política como
remedio a la violencia mediante diferentes actividades y acciones de con-
certación ciudadana.
g. Promoción de la paz: son experiencias que mediante un conjunto diversi-
ficado de estrategias tienen por objetivo promover la paz y la convivencia
en la sociedad.
h. Articulación y organización: son acciones cuya finalidad es la creación, el
fortalecimiento o la articulación de las organizaciones que trabajan por la
paz.
i. Reintegración de excombatientes: experiencias que transforman a indivi-
duos desvinculados de grupos armados ilegales en una fuerza ciudadana
de paz. Son actividades que contribuyen a poner en marcha un esquema
sostenible de reinserción, garantizar la vida a quienes dejan las armas, evi-
tar su rotación entre grupos armados ilegales o su ingreso a las redes del
crimen organizado, restaurar todos sus derechos y brindarles asistencia
adecuada. También contribuyen a un cambio cultural con miras a la acep-
tación del desmovilizado por parte de la sociedad en general.

293
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

j. Atención a víctimas (desplazados, refugiados, secuestro, minas): son ex-


periencias en las que se atienden a las víctimas adoptando un enfoque de
derechos donde se apliquen los principios de solidaridad, igualdad, pre-
vención y protección. Estas iniciativas abogan también por la reparación
de los daños materiales e inmateriales sufridos.
k. Memoria, verdad, justicia y reparación: estas experiencias, generalmente
conformadas por asociaciones de víctimas del conflicto armado, tienen por
objeto hacer un llamado a la memoria de los hechos violentos, así como
buscar los mecanismos más apropiados de aplicación de justicia y de re-
paración.
l. Desnarcotización del conflicto y reducción de finanzas que alimentan el
conflicto: son acciones que enfrentan el problema del narcotráfico en fun-
ción de su incidencia. Por ello, se encaminan a crear mercados, arreglos
comerciales, compensaciones ambientales, provisión de servicios sociales
y la erradicación manual para reducir los incentivos del ingreso a la econo-
mía ilegal de las drogas.
m. Recolección y destrucción de armas: experiencias que llevan a cabo, me-
diante acciones concretas y coyunturales, un proceso de recolección y des-
trucción de armas y en algunos casos su sustitución.
n. Otras experiencias: corresponden a todas aquellas acciones que no se en-
cuentran cobijadas bajo las categorías anteriormente dispuestas. Tienen
como característica que sus actores no necesariamente se corresponden
con la sociedad civil organizada como colectivo o como agregado, sino
que son impulsadas por personas a nivel individual y, de alguna u otra
manera, han traído consigo una dinámica pro-paz sobre el conjunto de la
sociedad colombiana.

El inventario aquí presentado espera servir como herramienta de diagnóstico


(pero también como excusa) para dar cuenta, a manera de un ejercicio de pros-
pectiva, de lo que serán algunos retos y funciones que esta sociedad civil tendrá
que enfrentar en una situación de posconflicto bélico, toda vez que la correlación
de fuerzas sobre las cuales se tejía su acción ha cambiado y, de alguna u otra ma-
nera, es sobre esto mismo que, se espera, haya nuevas apuestas de acción.

El tour de force de la sociedad civil organizada pro-paz en


Colombia durante el plebiscito
Concluidas las conversaciones de paz entre el Gobierno nacional y las FARC,
el presidente Juan Manuel Santos decidió jugarse las cartas sobre la mesa y
abrió el escenario para que el conjunto de la sociedad colombiana fuese la que
decidiera el futuro del acuerdo al que se había llegado. Por ello surtió efecto la

294
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

adopción de un mecanismo decisorio (plebiscito), a través del decreto 1392 del


30 de agosto de 2016, mediante el cual se sometió a consideración del pueblo
colombiano el acuerdo final entre las partes mediante la respuesta de Sí o No a
la pregunta: “¿Apoya usted el Acuerdo final para la terminación del conflicto y
la construcción de una paz estable y duradera?”.
Una vez cerradas las mesas de la jornada histórica realizada el 2 de octu-
bre de 2016, los reportes de la Registraduría Nacional del Estado Civil dejaban
entrever un panorama para nada claro sobre qué había sucedido con ese acu-
mulado de trabajo por la paz y del que se ha hecho mención hasta el momen-
to. Se reveló que, de un potencial electoral de 34.899.945 de personas, apenas
13.066.047 ejercieron su derecho al voto. De estas, 6.431.376 votaron por el No
(50,21 %), mientras que por el Sí lo hicieron 6.377.482 (el 49,78 %). La diferencia
entre ambos resultados fue de apenas 53.894 votos. Como ha sido habitual a lo
largo de las jornadas electorales en Colombia, la gran ganadora fue la absten-
ción que, en esta oportunidad llegó al 62,5 % del censo posible de votantes; es
decir, no votaron 21.833.898 de personas. Los resultados del plebiscito refren-
datorio abrieron la ventana de oportunidad para que se hiciera una revisión
y examen sobre el papel y el rol de la sociedad civil organizada pro-paz en
Colombia frente a una realidad compleja en la que no se logró movilizar y di-
namizar la apuesta por la construcción de una paz estable y duradera.
Las críticas y reflexiones sobre estos resultados y cómo se llegó a su conso-
lidación no se hicieron esperar. Uno de los más destacados esfuerzos analíticos
realizados hasta el momento se encuentra en el texto de Gómez (2016), quien
hizo una revisión sobre el manejo del componente emocional y el conjunto de
estrategias adoptadas por el uribismo y los promotores del No. Para el autor, la
gente no logró conectarse ni vincularse emocionalmente toda vez que no se co-
municó de manera efectiva la importancia de ir a las urnas; en esta vía, los pro-
motores del No, a través de un arsenal de “dispositivos retóricos” concitaron
un marco de referencia emocional contrario al proceso de paz que les permitió
el trámite de emociones básicas contrarias al acuerdo (rabia, miedo, decepción
e indignación) sobre el conjunto de la población colombiana que propiciaron
los resultados expuestos.
Al remitirse a las dinámicas del trabajo de la sociedad civil organizada pro-
paz en Colombia señaladas previamente, abunda una serie de preguntas sobre su
quehacer frente a los resultados obtenidos: ¿dónde quedaron las acciones de las
iniciativas que se encargan de comunicar y educar para la paz y la convivencia?
¿Cuáles fueron los dispositivos comunicativos, afectivos y emocionales emplea-
dos por la sociedad civil organizada promotora del Sí? ¿Los hubo? Si fue así, ¿en
qué fallaron? ¿Dónde quedaron las acciones y la pedagogía impulsada por las
iniciativas conducentes al fortalecimiento y la ampliación de la democracia cuan-
do la gran ganadora, como ya se señaló, fue precisamente la abstención? ¿Qué

295
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

pasó con el trabajo de las organizaciones, los colectivos, las personas y aquellos
quienes han demostrado una capacidad acumulada en lo concerniente a la ar-
ticulación y organización en pro de la paz? Y, en definitiva, ¿qué pasó con el
trabajo pro-paz en Colombia? Será acaso que la sociedad civil pro-paz, hoy día,
¿insiste, persiste y no desiste en su trabajo de construcción de paz?
Al respecto tendría que examinarse con detenimiento los resultados totales
arrojados por la Registraduría Nacional; paradójicamente, la mayoritaria
opción por el Sí se dio en las regiones que históricamente han sido afectadas
por la presencia de grupos armados irregulares, y con ello acciones y episodios
de conflictividad armada. En otras palabras, aquellos quienes han sido
directamente afectados por la guerra anhelaron la paz (por lo pronto la paz
entendida como la paz “desarmada”, el silencio de los fusiles2); y lo hicieron
explícito al marcar por el Sí. Mientras que para quienes se encuentran en la
periferia, o al margen de esta, no necesariamente ello se convirtió en algo
deseable, o no por lo menos en los términos en los que estaba planteado en el
acuerdo.3
Mediante un ejercicio simple de comparación y superposición entre la carto-
grafía que muestra la presencia de diferentes expresiones armadas en diversas
regiones del país con la cartografía de los resultados del plebiscito, se podría
evidenciar que la gran mayoría de las zonas y departamentos (salvo quizá, An-
tioquia) afectadas por situaciones de conflictividad armada coinciden, en su
gran mayoría, con los espacios donde ganó el Sí, mientras que la relación con-
traria también se dio: las regiones y departamentos que no han sufrido direc-
tamente los embates de conflicto armado apostaron por el No, como se puede
observar en los mapas expuestos (figura 1).

2 Así se titula un documental de Natalia Orozco, periodista ganadora del premio de periodismo
Simón Bolívar en Colombia. En él se recogen los cuatro años de diálogo entre las FARC y el
Gobierno para encontrarle una salida al conflicto armado. Se estrenó en las salas de cine de
Colombia el 20 de julio de 2017.
3 Suponiendo, claro está, que este hubiese sido leído y comprendido en su totalidad y no tergi-
versado, tanto por quienes votaron el Sí, como por quienes lo hicieron por el No.

296
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

Figura 1. Comparación de cartografías sobre la presencia de


estructuras armadas frente a los resultados del plebiscito

Fuente: Fundación Ideas para la Paz.

Fuente: Registraduría Nacional del Estado Civil.

297
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

De Miera (2017), en su intento explicativo por los resultados del mecanismo


refrendatorio, a través de un ejercicio derivado de la conversación con repre-
sentantes de diferentes sectores, señaló que:

Miguel Suárez, miembro de la Academia Colombiana para la Reintegración


nos hacía una reflexión y una pregunta en cuya formulación ya se planteaba
un cierto cuestionamiento sobre el valor y la legitimidad de la sociedad civil:
“¿Qué entendemos en Colombia por Sociedad Civil? ¿Realmente está repre-
sentada en el tejido organizativo que tiene una cierta trayectoria con alguna
capacidad de movilización?”. Ahí estaban las dudas recurrentes y existencia-
les sobre el papel de la sociedad civil, su legitimidad, su valor, su peso espe-
cífico, su capacidad de influencia. Denotaban un razonable nivel de exigencia,
de autocrítica, de madurez. (de Miera, 2017, p. 54)

Tanto el balance de Gómez como el de de Miera encuentran un punto coincidente


en su análisis en el propósito de indagar por elementos explicativos de la victoria
del No. Para ambos, este resultado fue posible porque se inculcó y tramitó el mie-
do a través de una doble vía: el miedo de “arriba hacia abajo”, es decir, el gestado
desde las fuerzas políticas dominantes (el uribismo) hacia el conjunto y grueso
de la “sociedad civil des-organizada”; pero también el miedo de “abajo hacia
arriba”, infundado por quienes, desinformados (o creyendo en la desinformación
que se tramitó por los medios, o sea, lo que Gómez identifica como “dispositivos
retóricos”) replicaron el mensaje de escepticismo, oscurantismo y maniqueísmo
hacia el grueso de la sociedad colombiana. Pero, ¿miedo a qué exactamente?:

[...] miedo a la implementación de un delirante castrochavismo, miedo a la


pérdida de prebendas y privilegios, miedo a la pérdida del concepto de pro-
piedad privada. Precisamente, tal como enseña la historia, los miedos más
paralizadores y efectivos entre los que menos tienen. (de Miera, 2017, p. 62)

Así las cosas, la experiencia del plebiscito refrendatorio develó debilidades y


fortalezas, escepticismos y esperanzas, errores y aprendizajes sobre lo que traza
el futuro incierto de un país en el marco de un escenario desconocido: el de la
firma de la paz con los violentos.

En un escenario de vida cotidiana en Colombia,


¿la sociedad civil organizada pro-paz para qué?
De Miera ha sostenido dentro de su balance explicativo que “después del tiempo
de los políticos ha llegado para Colombia la hora de la sociedad” (2017, p. 107),
dejando entrever con ello lo que páginas atrás ya había señalado: “lo que a mí
no me cabe ninguna duda es que el papel de esta sociedad civil colombiana, la
que ahora vemos, polimórfica y desordenada, será fundamental para construir
la paz del futuro” (p. 55). Por supuesto, hasta el momento se ha expresado que
el papel de la sociedad civil organizada pro-paz en Colombia se ha pensado

298
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

en clave y función de lo que ha trabajado frente a la situación de conflictividad


armada. Ahora que el país se encuentra en un proceso de posacuerdo, ¿cuál
será el papel de esta sociedad civil con el acumulado de construcción de paz
que ha tenido a lo largo del tiempo y que se ha evidenciado, en parte, a través
del conjunto de iniciativas señaladas en el anexo al final de este texto? Y más
allá de eso, ¿será que tiene sentido continuar hablando de una sociedad civil
pro-paz en Colombia hoy día?
Sin ánimo de ser exhaustiva, esta última parte del capítulo presenta un esbozo
sobre lo que podrían considerarse como posibles funcionalidades y cambios a los
que tendrá que recurrir la sociedad civil organizada en tiempos de posacuerdo.
Para esto, se procederá en tres momentos. El primero presenta un balance sobre
la sociedad civil organizada en función de tres puntos: a) como un agregado, b)
su redefinición y c) la relación que tendrá que entablar con los “no-organizados”.
El segundo momento plantea algunas líneas de proyección del trabajo a desa-
rrollar por parte de esta sociedad civil organizada; específicamente por parte de
algunos sectores que la componen: partidos, iglesia(s), medios de comunicación
y organizaciones no gubernamentales (ONG). Para finalizar, sobre la base del
inventario de iniciativas recopiladas y caracterizadas, se proyectan algunos cur-
sos de acción, función y retos a los que se enfrentarán las mismas en una doble
perspectiva, primero, en el contexto del acuerdo de paz firmado, y segundo, en el
marco de lo que se ha identificado como vida cotidiana.
Con respecto de la sociedad civil organizada pro-paz, su acumulado y capi-
tal social de construcción de paz tendrá que convertirse en conocimiento trans-
misible hacia otras comunidades, ONG, sectores y actores interesados en las
diferentes líneas de acción sobre las cuales han diseñado su razón de ser, solo
que en esta oportunidad su funcionalidad se habrá de proyectar en términos
del favorecimiento de la convivencia y el trámite de la conflictividad (o de po-
sibles escenarios de conflictividad), asumiendo esta como algo natural a la ma-
nera como habitualmente se entiende dentro de la teoría de los conflictos, y a
la violencia como distorsión o recurso inapropiado en el trámite de los mismos.
Así, el conjunto de iniciativas referidas en el anexo final —y muchas más
que quedan por sistematizar—, tendrán como uno de sus retos renovarse en
una dinámica de conflictividad no armada; esto es, en términos de la conflicti-
vidad de la vida cotidiana. El concepto de vida cotidiana aquí empleado corres-
ponde al utilizado por Castillejo (2015), según el cual tiene que ver:

[...] con el universo de encuentros estructurados cara-a-cara que se gestan


entre las personas en muy diversos contextos sociales. Estos encuentros no
son aleatorios ni se dan por azar (aunque obviamente tienen un alto grado
de fluidez), sino que, por el contrario, obedecen a reglas de diverso tipo que
“comunidades de sentido” específicas reproducen y negocian en común. Hay
en esta vida cotidiana un orden que, aunque de menor escala se relaciona

299
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

con estructuras sociales más amplias. Son encuentros estructurados, es decir,


que obedecen a patrones de interacción social con repertorios limitados y que
definen itinerarios personales y colectivos. Es ahí, en esa cotidianidad, en ese
ámbito de lo inmediato, donde se producen y se reproducen, en parte, las
maneras como los seres humanos dan sentido al mundo que les rodea, al igual
que le dan sentido y significado al pasado y al futuro. (p. 7)

Pero, ¿qué es “lo estructurado” en esta vida cotidiana? Corresponde ello a la aper-
tura de un escenario de posacuerdo bélico o de posconflicto para Colombia, pro-
ducto o resultado de las negociaciones entre las partes que consolidaron nuevas
reglas de interacción y relacionamiento social, político, económico y cultural entre
quienes fueron actores directos de la guerra y el resto de los ciudadanos; esto pue-
de leerse en el acuerdo firmado, cuyo contenido tendrá incidencia no solo sobre las
partes que lo pactaron, sino sobre el conjunto total de los colombianos (y dentro de
estos, sobre unos más que otros). Esto trae consigo una situación de incertidumbre
en tanto constituye un escenario aún no experimentado, aún no vivido. De una u
otra manera, la escena del posacuerdo dejará de plantearse como de posibilidad
para convertirse en el escenario de la cotidianidad, en el que se resignifica el pro-
yecto de país, no solo en función del pasado, de lo que ocurrió (la conflictividad
armada), sino de lo que esto supondrá como reto: el futuro mismo.4
En segunda instancia, la sociedad civil tendrá que demostrar una capacidad
de “redefinición” y acción de cara a un nuevo contexto en el que se ha desvin-
culado a uno de los actores armados: las FARC. Si bien esta agrupación no ha
sido el único actor dinamizador de violencia bélica5 sí ha sido uno de los más
representativos en términos de incidencia y confrontación durante la última
mitad de siglo. Frente a esto, la sociedad civil organizada tendrá que revitalizar
su discurso, sus proyectos y sus acciones, lo cual supondría una nueva manera
de pensar la paz en el territorio, en una clave multidimensional, y por ello mis-
mo holística; más allá de eso, se tendrá que definir en función de lo que la vida
cotidiana le develará.
En tercer lugar, y aludiendo a lo sostenido por el Informe Nacional de De-
sarrollo Humano para Colombia: “Como quiera que sea, la sociedad civil no
debería olvidar que es un poder, que el poder existe para ser usado y que usarlo

4 Quizá valdría la pena resaltar que, hablando de miedos, fue ese miedo hacia lo desconocido,
hacia lo incierto, hacia lo que no se ha experimentado, lo que, eventualmente, podría explicar
los resultados del plebiscito, pues ante lo desconocido los colombianos optaron por lo que les
era más “seguro”, cercano y habitual (aunque de diferentes maneras y con disímil nivel de
cercanía): la conflictividad armada.
5 Aún quedan pendientes el Ejército de Liberación Nacional (ELN), uno que otro grupo disidente
de las FARC, grupos neo-narcoparamilitares, así como organizaciones dedicadas al negocio
del narcotráfico, que optan por la vía armada para llevar a cabo su accionar o, como lo señala
el informe de Ideas para la Paz (2017): “nuevas formas de crimen organizado y saboteadores
armados”.

300
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

bien es jugarse a la paz” (PNUD, 2003, p. 459). Pero jugarse la paz —y jugár-
sela bien—, exige ser incluyente con aquellos con quienes no necesariamente
se establecen afinidades ideológicas o intereses comunes. Es aquí donde se en-
cuentra uno de los tantos retos de la sociedad civil organizada en tiempos de
posacuerdo bélico: ¿qué hacer con quienes no están interesados?; es decir, ¿la
sociedad civil desorganizada (no organizada)? ¿Cómo incluir en su trabajo a
aquellos sectores de la sociedad civil que no están asociados? ¿Con los no agre-
miados? ¿Con los escépticos o indiferentes? O simplemente con los que saben
que algo importante está aconteciendo en el escenario futuro del país pero que
no identifican con claridad exactamente de qué se trata, ya bien porque no les
interesa, porque no les afecta o porque lo desconocen.
Aun así, quedan dudas sobre la voluntad y las motivaciones que movilizan
a la sociedad civil no-organizada, la cual ha mostrado su descontento frente al
acuerdo con las FARC, pero que tuvo cierta “flexibilidad” ante el proceso de
desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en 2003 y que
posteriormente se evidenció a través de los resultados en la “Gran encuesta de
la parapolítica” (Semana, 5 de mayo de 2007), en la que un 25 % de los colom-
bianos era tolerante con los paramilitares, aun cuando la mayoría no lo era con
los parapolíticos. En definitiva:

[...] importantes sectores de la sociedad civil observaron con expectativa el pro-


ceso de desmovilización que el Gobierno nacional adelantaba con las Autode-
fensas Unidas de Colombia y consideraban que esta iniciativa podía representar
una posibilidad para avanzar en el camino de la búsqueda de una salida nego-
ciada al conflicto armado colombiano y, aunque había reservas sobre el alcance
y las posibilidades del mismo, los diversos sectores sociales ponderaron positi-
vamente el hecho de que el Gobierno asumiera la responsabilidad de retomar el
ejercicio del monopolio de la ley, la fuerza y la justicia. (Reyes, 2012, p. 20)

Si bien es cierto que la paz no se hace entre amigos sino entre enemigos, se podría
indicar que, de la misma manera, el papel de la sociedad civil organizada tendrá
su razón de ser, no por la movilización y el accionar que logre efectuar entre igua-
les, sino entre quienes se muestran indiferentes a estos procesos; es precisamente
allí en donde se tendrá que efectuar un trabajo lo suficientemente robusto que
permita un cambio de mentalidades y nuevas actitudes hacia el futuro.
En relación con los actores, los partidos políticos tendrán que abogar por
la implementación (no dilación en el Congreso de la República) de un paquete
de reformas que además de responder a lo acordado en La Habana tienda a
cubrir las deficiencias históricas que en los niveles estructurales y sistémicos
han sido descuidados por nuestra clase política. En últimas, se trata de que
hagan su labor y que la hagan bien, es decir, que no caigan en el juego sucio de
crear nuevos focos de polarización (para nada sana) bajo la excusa del legítimo
ejercicio democrático de la oposición.

301
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

La Iglesia tendrá un fuerte compromiso ético en la construcción de paz en


materia de reconciliación, para que los ciudadanos sean capaces de aceptar y
comprenderse en medio de la diferencia, es decir, en apostar por el reconoci-
miento del otro. Sin embargo, y previo a ello, la Iglesia tendrá que aceptar su
parte de responsabilidad en la difusión del odio por el contrario, que desde el
púlpito se hizo durante la época de la violencia bipartidista. Las iglesias ten-
drán que trabajar en la reconciliación para que los ciudadanos sean capaces
de no propiciar escenarios de polarización maniquea que conduzcan hacia el
fortalecimiento de ideologismos.
Las diferentes ONG y los movimientos ciudadanos y comunitarios tendrán
que redefinir un papel mucho más dinámico; por una parte, existe el compro-
miso de hacer pedagogía a lo largo y ancho del territorio nacional sobre el con-
tenido, análisis e implicaciones de los acuerdos de La Habana, pero también se
debe abrir un escenario hacia la defensa de los derechos humanos fundamenta-
les que, en la vida cotidiana, son vulnerados por causa de múltiples intereses.
El deber ser de los medios de comunicación necesita orientarse a informar y
abrir espacios de reflexión, contrario a una desinformación o creación de imagi-
narios para nada conducentes hacia la comprensión de lo que sucede a nuestro
alrededor. Tendrán la responsabilidad de evitar convertirse en “miedos de des-
información” (división y polarización) entre los diferentes sectores que hacen
parte de la sociedad colombiana. Sobre todo, eliminar los miedos a los cuales se
hicieron referencia previamente y que, en lo absoluto, colaboran con el rediseño
de un nuevo modelo de país.
Los anteriores roles, no exhaustivos de por sí, derivan de la función misma
que actualmente ejercen los diferentes sectores de la sociedad civil organizada,
solo que en esta oportunidad se han proyectado sin que se encuentre presente el
elemento de confrontación bélica. En definitiva, ¿cuántas acciones serán necesa-
rias? Esto dependerá de la capacidad de acción, de los recursos disponibles y del
interés y la voluntad dispuestos por parte de todos los involucrados. Tantas como
posibles, pero también tantas como necesarias y suficientes para este propósito.

Conclusiones
Para finalizar, se presenta un esbozo de algunos de los posibles retos y funciones
que las diferentes experiencias tendrán que enfrentar en el contexto del posacuer-
do. Para esto, se resalta en la tabla 1, en la primera columna, el tipo de experien-
cia a la que se ha hecho mención y de los que algunos ejemplos se encuentran
consignados en el anexo al final. Continúa una columna con puntos generales
del Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y
duradera firmado el 24 de noviembre de 2016 y que guardan relación con aspectos
misionales o funcionales a nivel de veeduría, seguimiento, acompañamiento o

302
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

fortalecimiento e implementación del proceso. En la última columna se describen


posibles retos o funciones que las experiencias de la sociedad civil organizada
pro-paz tendrán que atender en el marco de la vida cotidiana, es decir, en el de-
sarrollo del denominado posacuerdo o posconflicto bélico.

Tabla 1. Retos y funciones de la sociedad civil "pro-paz" en Colombia

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

3.4. Acuerdo sobre garantías • Promoción de la no violencia, sus herra-


de seguridad y lucha contra mientas y estrategias conducentes al trámi-
las organizaciones y conduc- te y la resolución de conflictos en la vida
tas criminales responsables cotidiana y no en clave de conflictividad
de homicidios y masacres, armada.
que atentan contra defen- • Trabajar en contra de la estigmatización
sores/as de derechos huma- hacia sus territorios, generada desde la
nos, movimientos sociales o institucionalidad y desde grupos armados
Protección, movimientos políticos o que irregulares, máxime en el marco de los te-
defensa y amenacen o atenten contra rritorios que han sido despejados por las
resistencia frente las personas que participen FARC y que eventualmente se convertirán
a la violencia. en la implementación de los en escenarios de conflictividad social o
acuerdos y la construcción armada por parte de otros actores irregu-
de la paz, incluyendo las or- lares.
ganizaciones criminales que
hayan sido denominadas su- • Apertura y promoción de procesos de in-
cesoras del paramilitarismo y clusión del conjunto de demandas sociales,
sus redes de apoyo. políticas, económicas, culturales y ambien-
tales en las agendas y espacios de planifi-
cación del territorio, aún en deuda de ser
incorporadas.
6. Implementación, verifica- • Si bien el escenario contemplado es el de
ción y refrendación. vida cotidiana, la sociedad civil organiza-
da deberá continuar trabajando porque se
6.1. Mecanismos de imple- dinamicen los procesos de diálogo y nego-
mentación y verificación. ciación aún no activos o que se encuentran
en curso con los diversos actores involucra-
6.2. Capítulo étnico.
dos (ELN, grupos neo-narco paramilitares,
6.3. Componente interna- etc.).
cional de verificación de la
• Promover espacios de diálogo y nego-
Comisión de Seguimiento,
Diálogo y ciación entre los diferentes grupos que,
Impulso y Verificación a la
negociación. cotidianamente, generan situaciones de
Implementación del Acuerdo
conflictividad mediada por la confronta-
Final (CSIVI).
ción violenta (barras e hinchas de fútbol;
6.4. Componente de acompa- grupos de delincuencia común y organiza-
ñamiento internacional. da que luchan por territorios, etc.)
6.5. Herramientas de difusión • Convertir la experiencia acumulada en
y comunicación. materia de diálogo y negociación en un
laboratorio de concertación que procure la
6.6. Acuerdo sobre “Refren- llegada a acuerdos entre partes enfrentadas
dación”. por diversos intereses.

303
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

2.1. Derechos y garantías • Procurar escenarios de oportunidad para


plenas para el ejercicio de la comunicar sobre el acontecer nacional,
oposición política en general, regional y local sin cultivar sentimientos
y en particular para los nue- de miedo, destrucción y desconfianza que
vos movimientos que surjan conduzcan hacia la polarización y el mani-
luego de la firma del acuerdo queísmo en los miembros de una sociedad
final. Acceso a medios de co- en situación de posconflicto bélico.
municación. • Generar y fortalecer alianzas estratégicas
Comunicación 6.5. Herramientas de difusión entre los diferentes medios alternativos
para la paz y la y comunicación. que, más que preocuparse por lograr altos
convivencia. índices de rating, procuren informar, trami-
tar información y propiciar escenarios de
reflexión sobre el acontecer nacional, regio-
nal e internacional.
• Convertir la comunicación y sus diferentes
formatos (prensa, radio, televisión, inter-
net, etc.) en medios y herramientas favo-
rables para pensar un modelo de sociedad
distinto.
1. Hacia un nuevo campo • Educar para la paz deberá entenderse
colombiano: Reforma Rural como oportunidad para dar trámite al
Integral. conjunto de contradicciones; por ello ten-
drá que propiciar escenarios de encuentro,
2. Participación política: aper- debate y reflexión que no repliquen los
tura democrática para cons- modelos de confrontación y polarización
truir la paz. política, social y económica a los que nos
vemos enfrentados en la cotidianidad. En
3. Fin del conflicto.
esta misma vía, se habrá de construir es-
4. Solución al problema de las trategias pedagógicas que logren incidir
drogas ilícitas. en las personas, principalmente en los
jóvenes, actores clave para movilizar pre-
5. Acuerdo sobre las víctimas juicios, desconocimientos e indiferencias
del conflicto. en los retos que traerá consigo la construc-
Educación
para la paz y la 6. Implementación, verifica- ción de paz en la vida cotidiana (Wilches y
convivencia. ción y refrendación. Hernández, 2017).
• Las aulas, en su máxima comprensión y
extensión (educación primaria, media, uni-
versitaria, técnica, tecnóloga, etc.) tendrán
el reto de interactuar con las regiones, de
manera que se deje de lado esa “escisión”
entre centro y periferia; la educación debe
tener el compromiso de tramitar un modelo
distinto de país desde lo que en su interior
trabaja.
• Construir nuevos imaginarios y desvirtuar
las visiones erróneas de configuración de
los otros como potenciales enemigos.

304
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

1. Hacia un nuevo campo • Contribuir en la apuesta para superar la


colombiano: Reforma Rural deuda social y económica que la institu-
Integral. cionalidad históricamente ha tenido con el
agro y el sector campesino. En este orden
1.1. Acceso y uso. Tierras im- de ideas, la experiencia acumulada que
productivas. Formalización estas iniciativas han tenido debe procurar
de la propiedad. Frontera una manera renovada de pensar, de orga-
agrícola y protección de zo- nizar y de potenciar el territorio (marke-
nas de reserva. ting territorial), de fortalecer los modelos
endógenos de desarrollo, abrir escenarios
1.2. Programas de Desarro-
“glocales” de crecimiento y, en definitiva,
llo con Enfoque Territorial
de favorecer el respeto por los procesos
(PDET).
particulares de desarrollo sin que esto vaya
1.3. Planes nacionales para la en detrimento del crecimiento económico
Desarrollo y paz. Reforma Rural Integral. del país.
• El gran reto de las iniciativas de este orden
consistirá en mantener y continuar llaman-
do la atención de los actores internaciona-
les (cooperantes internacionales) que han
apoyado su trabajo para que, en un primer
momento, les sirva de impulso en su tra-
bajo; posteriormente es necesario dejar la
capacidad instalada necesaria para conti-
nuar por sus propios medios mediante la
búsqueda de nuevos mecanismos e instru-
mentos de cooperación disímil, pero a la
vez complementaria a la financiera (coope-
ración sur-sur, cooperación técnica, capital
humano, etc.).
2. Participación política: aper- • Siguiendo algunas de las líneas de reco-
tura democrática para cons- mendación de López (2016), el conjunto
truir la paz. de iniciativas y la experiencia acumulada
tendrán como reto llevar el Estado a las re-
2.1. Derechos y garantías giones mediante la consolidación de meca-
plenas para el ejercicio de la nismos que fortalezcan la descentralización
oposición política en general, política, fiscal y administrativa. Por su-
y en particular para los nue- puesto esto solo será posible si esta corrup-
vos movimientos que surjan ción se reduce de su “mínima expresión” a
Fortalecimiento luego de la firma del acuerdo su desaparición total.
y ampliación de final. Acceso a medios de co-
la democracia. municación. • En el tiempo inmediato y de cara a la di-
námica electoral de 2018, las iniciativas
2.2. Mecanismos democrá- deberán velar, promover y favorecer un es-
ticos de participación ciu- cenario y proyecto de país político distinto
dadana, incluidos los de y deseable en los tiempos del posacuerdo
participación directa, en los y en el que probablemente la paz, o más
diferentes niveles y diversos exactamente el discurso por acabar con lo
temas. acordado en el marco de las conversacio-
nes, se convertirá en el caballo de batalla de
algunas campañas electorales.

305
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

2.3. Medidas efectivas para


promover una mayor partici-
pación en la política nacional,
regional y local de todos los
sectores, incluyendo la po-
blación más vulnerable, en
igualdad de condiciones y
con garantías de seguridad.

6. Implementación, verifica- • La principal apuesta que deben asumir es-


ción y refrendación. tas experiencias consistirá en “abrir” su ac-
tuar hacia la promoción y el trabajo por dar
cuenta de perspectivas multidimensionales
de paces no cerradas o blindadas exclusiva-
mente en función de la dinámica de la con-
flictividad armada. Esto supondrá que el
conjunto de sus acciones, proyectos y estra-
Promoción de la tegias, si bien no desconocerán la todavía
paz. preeminencia de un conflicto armado in-
terno de menor intensidad dinamizado por
otros actores, sí deben favorecer escenarios,
discursos complementarios y alternativos
de lo que supondrá vivir y convivir en la
vida cotidiana, lo que implicará la promo-
ción de la paz en este escenario para todos
desconocido, más aún ante la diversidad de
territorios de la vasta geografía nacional.
3.4. Acuerdo sobre garantías • ¿Existe en Colombia un movimiento por la
de seguridad y lucha contra paz? El trabajo doctoral de García (2006)
las organizaciones y conduc- apunta a señalar, con evidencia empírica
tas criminales responsables y un riguroso proceso de sistematización
de homicidios y masacres, de experiencias, que tal movimiento existe.
que atentan contra defenso- Sin embargo, la pregunta por cuál ha sido
res de derechos humanos, la efectividad del trabajo de la sociedad ci-
movimientos sociales o mo- vil organizada pro-paz en Colombia queda
vimientos políticos o que en entredicho, en parte, por los resultados
amenacen o atenten contra del plebiscito refrendatorio.
las personas que participen • En este sentido, uno de los grandes retos
en la implementación de los y funcionalidades de las iniciativas y pro-
Articulación y
acuerdos y la construcción cesos que caben dentro de esta categoría,
organización.
de la paz, incluyendo las or- tendrá que ver con lograr la articulación y
ganizaciones criminales que organización necesarias para que, de pa-
hayan sido denominadas su- sar de un interés que se proclamaba como
cesoras del paramilitarismo y algo común (la consolidación de la paz),
sus redes de apoyo. la complejidad de intereses que subyacen
5.2. Compromiso con la pro- al interior de las diferentes agrupaciones
moción, el respeto y la garan- que conforman esta sociedad civil orga-
tía de los derechos humanos. nizada (campesinos, indígenas, mujeres,
afrodescendientes, comunidad LGBTI, etc.)
6.1. Mecanismos de imple- traigan consigo un esfuerzo articulado y
mentación y verificación. organizado, y no un conflicto de intereses
entre estos.

306
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

• En consonancia con lo anterior, los dife-


rentes colectivos y sectores de la sociedad
civil organizada tendrán que comprender
que, en lugar de competir por los recursos
(técnicos, políticos, financieros, de capital
humano o de cualquier otro orden) nece-
sarios para el sostenimiento de sus pro-
yectos y acciones, es perentorio crear el
Articulación y escenario de oportunidad proclive hacia la
organización. interacción e intercambio de capacidades
en el trabajo de y por la paz multidimen-
sional. En lugar de competir por los re-
cursos con los que no se cuentan es deber
aunar esfuerzos sobre la base de los recur-
sos que cada una de estas plataformas, per
se, posee. Una funcionalidad al estilo de la
economía de escala aplicada al ejercicio de
construcción de paz.
3. Fin del conflicto. • Este tipo de experiencias contarán con uno
de los más grandes retos que tendrá que
3.2. Reincorporación de las enfrentar la sociedad colombiana (tanto la
FARC a la vida civil —en lo organizada como la no organizada) en su
económico, lo social y lo po- conjunto: abrir el camino hacia la reconci-
lítico— de acuerdo con sus liación y la posibilidad de que quienes no
intereses. estuvimos en la guerra podamos convivir
con aquellos que hicieron de esta su modo
3.3. Obligaciones de los ex-
y estilo de vida ante la carencia de opor-
comandantes guerrilleros
tunidades o cualquier otra razón que los
integrantes de los órganos
llevó a optar por ello. En este sentido, las
directivos de la nueva fuerza
experiencias que trabajan sobre este aspec-
política que surja del tránsito
to tendrán el fuerte compromiso de avivar
de las FARC a la legalidad
Reintegración de procesos de reconciliación en el marco de
para garantizar la correcta
excombatientes. lo que el acuerdo de paz ha estipulado.
ejecución y la estabilidad del
acuerdo final de paz. • Las iniciativas que atienden a excomba-
tientes tendrán la oportunidad (no fácil)
de continuar con su labor, desincentivan-
do posibles disidencias en los procesos de
reincorporación. A diferencia de las otras
experiencias, con o sin conflicto armado,
su razón de ser no se verá modificada, por
el contrario, su labor continuará abonada
por las circunstancias presentadas por los
retos de la vida cotidiana. Evitar que los
excombatientes hagan parte del crimen
organizado se constituirá como uno de sus
derroteros.

307
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

5. Acuerdo sobre las víctimas • El trabajo desempeñado por estas inicia-


del conflicto: “Sistema Inte- tivas en el contexto de la vida cotidiana
gral de Verdad, Justicia, Re- tendrá la funcionalidad de resarcir en la
paración y No Repetición”, comunidad afectada por el conflicto parte
incluyendo la Jurisdicción de los daños que han recibido. Terapias y
Atención Especial para la Paz; y el espacios proclives al manejo del trauma y
a víctimas compromiso sobre derechos del duelo, así como apoyos psicosociales
(desplazados, humanos. serán, entre otras, las tareas que estas ini-
refugiados, ciativas tendrán que enfrentar. Profesiona-
secuestro, 5.1. Sistema Integral de Ver- les y practicantes en el área de la salud, de
minas). dad, Justicia, Reparación y las humanidades y de la psicología podrán
No Repetición. apoyar labores de este orden.
5.2. Compromiso con la pro- • Veeduría y seguimiento al cumplimiento
moción, el respeto y la garan- de la normativa, que en materia de aten-
tía de los derechos humanos. ción a víctimas, se tenga contemplada y en
desarrollo.
5. Acuerdo sobre las víctimas • La aplicación de la justicia y los procesos de
del conflicto: “Sistema Inte- reparación se encuentran estipulados con
gral de Verdad, Justicia, Re- cierto nivel de detalle (aunque no por eso
paración y No Repetición”, con claridad) en el acuerdo sobre víctimas
incluyendo la Jurisdicción del conflicto. Sin embargo, si bien será de-
Especial para la Paz; y el mandante el seguimiento y la culminación
compromiso sobre derechos al conjunto de procesos que se abran como
humanos. resultado, las iniciativas que han venido
trabajando en ello, así como los colectivos
5.1. Sistema Integral de Ver- de abogados organizados y las redes de
dad, Justicia, Reparación y apoyo de víctimas podrían, paralelamente,
No Repetición. prestar sus servicios y constituirse como
apoyo para contribuir con una pequeña
5.2. Compromiso con la pro-
cuota en los procesos judiciales de justicia
moción, el respeto y la garan-
ordinaria, además que se permita con ello
tía de los derechos humanos.
destrabar parte de lo que hoy se encuentra
Memoria, represado en los juzgados. Por supuesto, se
verdad, justicia y tratará de suplir algunas de las funciones
reparación. estatales; como se señaló unas líneas atrás,
la apuesta en un marco de vida cotidiana
consistirá en el intercambio de aprendiza-
jes y experticia sobre diferentes temas, y la
justicia será uno de ellos.
• Las iniciativas y experiencias de este orden
tendrán como reto y función preservar la
memoria de lo acontecido durante la vio-
lencia armada en el país toda vez que la
triada de verdad, justicia y reparación no es
concebible sin el componente de memoria.
Museos, centros de memoria, comisiones
de la verdad y en general todos los dis-
positivos necesarios para la preservación
de la memoria tendrán que vehicular este
componente a través de las iniciativas que
centran su atención en ello.

308
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

• Aunque parezca contradictorio, las expe-


riencias de la sociedad civil organizada
pro-paz de memoria, verdad, justicia y re-
paración tendrán que abrir su discurso ante
la posibilidad de que el olvido (en el senti-
do de las reflexiones propuestas por Rieff,
2012, 2017) se planta como una opción para
nada desdeñable; así como la memoria es
un derecho, el olvido no lo es menos. Por
cuestión de espacio no se podrá profundi-
zar en esta problemática, pero esto plan-
teará un fuerte componente de reflexión y
debates éticos en nuestra sociedad.
4. Solución al problema de las • El aumento en la extensión de cultivos de
drogas ilícitas. coca en el país se presenta como uno de los
grandes retos a enfrentar. Algunas de las
4.1. Programas de sustitución experiencias referidas, como se podrá corro-
de cultivos de uso ilícito. Pla- borar en el anexo al final, son mucho más
nes integrales de desarrollo locales que regionales o nacionales en este
con participación de las co- aspecto; ello supondrá un esfuerzo mayor
munidades —hombres y mu- en la superación de este flagelo que, si bien
jeres— en el diseño, ejecución se constituye como combustible del conflic-
y evaluación de los progra- to armado, corresponde a una problemáti-
mas de sustitución y recupe- ca que se desenvuelve de manera paralela
ración ambiental de las áreas al mismo; de alguna u otra forma, esto cabe
afectadas por dichos cultivos. dentro de las problemáticas que son motivo
de preocupación regional e internacional.
4.2. Programas de prevención
del consumo y salud pública. • En este sentido, el reto consistirá en man-
Desnarcotización tener y apoyar el trabajo realizado hasta
del conflicto y 4.3. Solución al fenómeno de
el momento en materia de sustitución de
reducción de producción y comercializa-
cultivos ilícitos por alternativas adecuadas
finanzas que ción de narcóticos.
alimentan el a los contextos de quienes desarrollan esta
conflicto. práctica en sus territorios.
• Las experiencias que trabajan procesos
de sustitución de cultivos de uso ilícito, o
el cambio en el uso de estos con fines cu-
rativos o de cualquier otro tipo, tendrán
que, en un contexto de vida cotidiana, di-
namizar y apoyar prácticas educativas y
formativas en materia de consumo como
alternativa al desmantelamiento de redes
de microtráfico. Se trataría, entre otras co-
sas, de crear una “cultura de paz” sobre la
base de las hierbas consideradas malditas
a partir de los saberes locales y de quienes
han vivido, desde una lógica de economía
de guerra, la experiencia de siembra y sus-
titución de cultivos de uso ilícito.

309
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

Puntos del acuerdo de Posibles retos y funciones de la


Tipo de
paz relacionados con el experiencia durante la vida cotidiana
experiencia
accionar de la experiencia (posacuerdo/posconflicto bélico)

3. Fin del conflicto. • Las armas no son de uso exclusivo en el


marco de un conflicto armado. Las dinámi-
3.1. Acuerdo sobre cese al cas de (in)seguridad ciudadana soportan,
fuego y de hostilidades bila- de alguna u otra manera, el uso de estos
teral y definitivo y dejación instrumentos. Las experiencias que traba-
de las armas entre el Gobier- jan en pro del desarme tendrán que propi-
no nacional y las FARC. ciar escenarios que favorezcan la entrega
Recolección y de cualquier tipo de arma de quienes hacen
destrucción de parte de la delincuencia común (tanto la
armas. organizada, como la no organizada). Inter-
cambios de mercados por armas y, en caso
de los niños, intercambio de juguetes béli-
cos por juguetes educativos podrán, entre
otros aspectos, señalarse como parte de las
funciones que tendrán que ser atendidas en
su momento.

Fuente: elaboración propia.

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311
Anexo: ejemplos de experiencias de la sociedad civil organizada pro-paz en Colombia

312
(1974-2016)6

Tipo de
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Protección, defen- Movimiento “No Más” (1999); Comunidades de Paz del Bajo Atrato Comunidad de Paz San José de Apartado (Antio-
sa y resistencia Ruta Pacífica de las Mujeres (San Francisco de Asís (1997), Nues- quia, 1997); Comunidades de Autodeterminación,
frente a la violen- (1995); Colectivo de Objeción de tra Señora del Carmen y Natividad Vida y Dignidad del Cacarica (Antioquia, 1999);
cia. Conciencia (1998); Mujeres de Ne- de María; Proyecto Nasa (1980); Comité Todos Unidos por la Vida y la Paz de
gro (1995); Confluencia Nacional Comunidades indígenas de Cauca, Murindó; Asociación de Campesinos del Carare-
de Redes (1998). Chocó y Antioquia (1990); Consejo Opón (Santander, 1987); proyecto Global (Cauca,
Comunitario Mayor de la Asocia- 1987); Comunidad de la Paz de La India (Santan-
ción Campesina integral del Atra- der, 1987); Granja Escuela Miravalle; programa
to (Cocomacia) (1982); Autoridad jóvenes agricultores del Valle del Cauca; Comu-
del norte del Cauca (ACIN) (1993); nidad de Paz de la Natividad de María (Chocó,
Asociación de cabildos indígenas 1998); Comunidad de Paz Nuestra Señora del
del norte del Cauca (2000); Munici- Carmen (Chocó, 1999); Resistencia indígena co-
pios del oriente antioqueño (2001); munitaria de Caldono (Cauca, 2000); Territorio
Unión territorial interétnica del río de Paz de San Pablo (Nariño, 2000); Comunidad
Naya (2002). de Paz del municipio de Cimitarra (Santander,
1987); Asamblea comunitaria El Olival (Santan-
der, 2003); Guardia indígena del norte del Cauca;
Asociación campesina del valle del río Cimitarra
(Antioquia, sur de Bolívar).
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

6 Elaborado por Mauricio Hernández con base en: Cinep-Datapaz; PNUD-Banco de Buenas Prácticas para Superar el Conflicto; Fescol-Premio Nacional de Paz;
Hernández, 2004; Sandoval, 2004; Rettberg, 2006; García, 2006, Villegas, 2006 y Grupo de Memoria Histórica, 2009.
Tipo de
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Diálogo y Comisión de Conciliación Nacio- 14 consejos departamentales de paz; Pacto de no agresión en el resguardo Páez de Villa
negociación. nal (1995); Red Nacional de alcal- Asociación de Municipios del Alto Lucia; pacto de convivencia de la cárcel Modelo
des por la paz; Comisión Civil de Ariari (AMA); Barrancabermeja ciu- de Bucaramanga; resolución pacífica de conflic-
Facilitación entre ELN y Gobierno; dad-región de paz. tos urbanos en la Comuna 2 (Popayán); La María,
Ideas para la Paz (1999); Observa- territorio de convivencia, diálogo y negociación
torio de Paz; Comité de búsqueda (Cauca, 1999).
de la paz (1995); Comisión facili-
tadora de la sociedad civil (1998);
100 municipios de paz (2001); Co-
misión de facilitación civil proce-
so ELN-Gobierno-sociedad (1999);
Mesa de diálogo y negociación en
La Habana.

Comunicación Medios para la paz (1998); Herbin Colectivo de comunicaciones de Escuela de Comunicación Radiofónica (Chocó);
para la paz y la Hoyos (“Las voces del secuestro”) Montes de María (1994); proyecto Correo por la paz (Valle, 2003); Desplazamiento:
convivencia. (1997); Marta Rodríguez de Silva editorial Caja Mágica (Sucre, Bolí- un reto a la solidaridad (Valle, 2004); Doce del
(documentalista). var, Atlántico, 2003). día-D3 (programa de Telepacífico) (Valle, 2002);
colectivos de comunicaciones Mundo Posible;
emisora indígena Radio Libertad (Cauca, 1994);
Radio Pa’yumat: la voz del pueblo Nasa (Cau-
ca, 2002); Campaña 100 días por no a la guerra
(Santander, 2005); cine club “La Rosa Púrpura
del Cairo” (Bolívar, 2002); Colectivo de comuni-
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

caciones Mundo Posible (Cauca, 2004); Cultupaz


(Antioquia, 1999); emisora comunitaria La Come-
ta (Santander, 1997); Pedagogía de los derechos
humanos (Quindío, 2002); Redes constructoras
de paz (Bolívar, 2004); revista la Esquina Regio-
nal (Bogotá, 2002); Tranvida: programa radial de
experiencias de paz (Santander, 2004).

313
Tipo de

314
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Educación para la Movimiento de niñas y niños por Escuela de paz y convivencia (Pro- 100 territorios de paz y 100 experiencias de partici-
paz y la conviven- la paz (1996); Red de jóvenes por grama por la Paz, 1987); Red de Jus- pación (Redepaz); Escuela de convivencia pacífica
cia. la paz; Semana por la paz (1988); ticia Comunitaria y Tratamiento de y solidaria; Catalizadores de Esperanza; Escuelas
Vía crucis nacional por la vida, Conflictos (Justapaz); Jóvenes cons- de vida: una estrategia por el desarrollo social y
la justicia y la paz (Conferencia tructores de paz; Cultupaz (1999); comunitario; Orugas y mariposas para la nueva
Episcopal de Colombia, 1996); Nodo de mujeres indígenas. vida; Escuela La Salle para la paz y la vida; El cuer-
Movimiento por la no-violencia po como territorio de paz; Convivencia y conflicto
en Colombia; Movimiento por escolar; Programa de estudios políticos y resolu-
la vida (1985); Programa de paz ción de conflictos; Juguemos pa’ vivir; Paz-eando
de la Compañía de Jesús (1987); con la convivencia; Escuela de puertas abiertas;
Justapaz (1990); Cultupaz (1999); Delinquir... no paga; Melodías lúdicas y acción pe-
programa pedagogía de paz y dagógica para el desarrollo de los niños y niñas;
convivencia (1999); alianza edu- Investigación desde el aula, Institución Educativa
cación para la construcción de una Carrizales; Institución Educativa Granja-Escuela
cultura nacional de paz; red de Amalaka; Ícaro por la vida; Corporación Maestra
justicia comunitaria y tratamiento Vida; Escuela de paz y convivencia; Pedagogía del
de conflictos. perdón y la reconciliación; Comunarte; Baloncolí,
deporte por la paz; Escuelas de convivencia y paz;
Corporación Escuela de Música Montecarmelo; Te-
jedores de paz (Santander, 2000); Proyecto Utopía
de la Universidad de La Salle (Yopal).

Desarrollo y paz. Red de Programas de Desarrollo Grupo gestor para el desarrollo sosteni- Consejos municipales de paz; comités locales de
y Paz (Redprodepaz) (2000). ble del Casanare; Programa de desarro- producción agropecuaria; Propuesta ciudadana
llo y paz del Magdalena Medio (1995); por el desarrollo y la paz de Aguachica; Lerma,
los 15 programas de desarrollo y paz; experiencia de paz; Desarrollo rural comunitario;
Asociación Supradepartamental de mu- Red de bandas y escuelas de música de Medellín;
nicipios de Alto Patía (Asopatia, 1995); Instituto de Investigación y Desarrollo en Preven-
Corporación Desarrollo para la Paz del
ción de la Violencia y Promoción de la Convivencia
Social (Cisalva) (1994); Círculo de lectores infantil
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia
Tipo de
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Piedemon-te Oriental (Cordepaz) y juvenil para la educación a la convivencia cris-


(1999); Programa nueva sociedad de la tiana en el Vicariato Apostólico San Vicente-Puer-
región nororiental de Colombia (1999); to Leguízamo (1997).
Corporación programa de desarrollo
para la paz (1999); Corporación para el
Desarrollo y Paz del Valle (Vallenpaz)
(2000); Programa de desarrollo del
Alto Ariari (Meta,1998); Programa par-
ticipativo de desarrollo humano sos-
tenible del Darién colombiano (2001);
Programa paz y competitividad para el
eje cafetero (2001); Grupo gestor para
el desarrollo sostenible del Casanare
(2001); Corporación Desarrollo y Paz
del Tolima (Tolipaz) (2003); Corpo-
ración para el desarrollo y la paz del
Alto Chicamocha (2004); Programa
de desarrollo y paz de los Montes de
María (2004); Programa ISA-Región
(Interconexión Eléctrica S. A.) (1999);
Asociación de desarrollo comunitario
Merquemos Juntos (Barrancaberme-
ja, 1992); Asociación de campesinos
de Buenos Aires (Bolívar); Asociación
Guardagolfo (Chocó, Antioquia y Cór-
doba).
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

315
Tipo de

316
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Fortalecimiento y Planeta Paz (2000); Iniciativa de Asamblea Constituyente de Antio- Consulta popular de Aguachica; Pueblo soberano
ampliación de la seguimiento al Plan Colombia-Paz quia (2001); Asamblea Constituyente de Mogotes (Santander, 1997); Asamblea Municipal
democracia. Colombia; Mesas ciudadanas para de Tolima (2001); Asamblea Consti- Constituyente de Tarso (Antioquia, 2001); Micoahu-
una agenda de paz (2000); Inde- tuyente de Nariño por un mandato mano (2002), San Luis (Antioquia, 1995), Samanie-
paz (1994); Escuela de formación popular (2003); Consenso por la paz go (Nariño, 1998), Floridablanca (Santander, 2000),
de liderazgo democrático; Viva de los gobernadores del sur del país; Sonsón (Antioquia, 2000), Guatapé (Antioquia,
la ciudadanía (1990); Iniciativa de Asamblea Constituyente del orien- 2002), Granada (Antioquia, 2002); Asambleas Co-
mujeres colombianas por la paz te antioqueño (2002); Escuela para munitarias de Paz de Argelia, El Olival (Santander,
(2001); Red nacional de Asambleas formadores y formadoras en demo- 2003), El Hato, Tibú (Norte de Santander, 2000);
Constituyentes (1997); Paz Colom- cracia y paz; Cartografía de la espe- Comunidad Viva de Pensilvania (Caldas, 1999);
bia, acción convergencia (2000); ranza; encuentro entre académicos, Red de mujeres y organizaciones del departamen-
Mandato ciudadano por la paz, la líderes y gobernadores indígenas; to del Meta; Políticas públicas y desarrollo del te-
vida y la libertad (1997). Laboratorios de paz del oriente an- jido social; Consenso de mujeres barco de la paz;
tioqueño (2002); gobernadores del Consejo municipal de paz de Piedecuesta; Cultura
sur del país-Alianza sur; Proyecto para la paz en el río Cajambre; Formación y difu-
Nasa de los cabildos indígenas del sión en derechos humanos para la construcción de
norte del Cauca (Jambaló-Caldono- territorios de paz; Fortalecimiento del liderazgo y
Toribío, 1980). la convivencia en la comunidad del río Anchicayá;
Línea de intervención social de la central de coope-
rativas agrarias; Red de participación ciudadana;
Pueblos Hermanos, Lazos Visibles; Corporación
consejo comunitario realizadores de sueños; Cen-
tro de convivencia y cultura en San Gil; Comité de
derechos humanos resguardo Kwet Wala; Promo-
ción de los derechos humanos de las comunidades
en riesgo; Casa de la juventud del municipio de El
Tambo; Plan de Alimentación y Nutrición Esco-
lar (Panes); Empresa comunitaria San Rafael; la
jurisdicción ordinaria y la jurisdicción indígena;
Asociación municipal
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia
Tipo de
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

de mujeres de Buenos Aires; Colectivo Juvenil;


Asociación Cultural Casa del Niño; Fortale-
cimiento de las organizaciones comunitarias;
Malokas, espacios protegidos en el sur del Ce-
sar; Espacio humanitario del Borroscoso Carare
Opón; Organización comunitaria Brisas del río
Agua Blanca; Movimiento Juvenil Álvaro Ul-
cue Chocue; Asamblea municipal constituyente
infantil y juvenil de Marinilla; Reconstruyendo
identidad en medio del conflicto; Asociación
mixta Manos Creativas de Macaján; Plebiscito
por la paz (Cesár, 1995); Asamblea municipal
constituyente de Lejanías (Meta, 1998); Espa-
cio humanitario comunas territorios no violen-
cia (Barrancabermeja, 2002); Asamblea popular
constituyente de Micoahumao (Morales, sur de
Bolívar, 2002).

Promoción de la Ciudadanos y ciudadanas por Acompañamiento a indígenas reclu- Comité de mujeres trabajadoras de La Piangua;
paz. la paz (2009); Alianza de orga- sos; Fomento de los derechos de la Fiesta por la vida; Centro Juvenil Amanecer; Pre-
nizaciones sociales y afines por infancia y de la juventud en Montes vención de la vinculación en el conflicto de niños,
una cooperación para la paz y la de María; Mesa Regional de Dere- niñas y jóvenes; Formando Formadores; Red de
democracia en Colombia; Colom- chos Humanos en Montes de María; jóvenes por la paz; Red juvenil de objeción de
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

bianos y colombianas por la paz; Derechos Humanos en el Macizo conciencia; Objeción de conciencia; Organización
Fundación Antonio Restrepo Bar- Colombiano; Asociación de mujeres Cultural Nuevo Milenio; Club Deportivo Los Co-
co; Centros de Reconciliación. organizadas en el oriente de Antio- lorados; Corpades (1998); Clubes juveniles de paz
quia (1997). de Facatativá y Tocaima (Cundinamarca, 2000);
Manapaz (Medellín); Programa Paz y Reconcilia-
ción de la Alcaldía de Medellín; Fundación Social
Macoripaz (Riosucio, Chocó, 2003); Comunidad
de Bojayá.

317
Tipo de

318
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Articulación y or- Redepaz (1993); Asamblea per- 24 mesas departamentales de traba- Mesas municipales de trabajo por la paz (alrede-
ganización. manente de la sociedad civil por jo por la paz; Red nacional de her- dor de 150 en todo el país); Misión humanitaria de
la paz (1998); Alianza nacional de manamiento de pueblos hermanos verificación en Buenaventura.
mujeres contra la guerra y por la “Lazos Visibles”; Derrotemos la
paz; Red de universidades por la guerra (1992); Seminario paz inte-
paz y la convivencia (1997); Em- gral y sociedad civil (1995).
presarios por la paz (1995); Red
nacional de mujeres por la paz
(1991); Medios para la paz; Des-
tino Colombia (1998); Asamblea
permanente de la sociedad civil
por la paz (1998); Colombia va
(1999); Mesa nacional de concerta-
ción de mujeres (2000); Asamblea
por la paz (1996); Concejo Nacio-
nal de Paz (1997); Primer foro na-
cional de trabajadores por la paz
(1998); Congreso nacional de paz
y país (2002).

Reintegración de Centro de referencia de oportunidades juveniles


excombatientes. don Bosco (Valle, 2004); Casas juveniles (Valle,
2002); Recomponer un camino de vuelta (Cauca);
Centro de atención especializada para desvincula-
dos “Casa puertas abiertas” (Valle, 2001); Modelo
de intervención, regreso a la legalidad (Antioquia,
2004); Centro de atención especializada para jó-
venes desvinculados (Santander, 2001); Benposta,
nación de muchachos (Bogotá, 1974); Sembrando
camino (Antioquia, 2004); Corporación para la
Paz y el Desarrollo Social (Corpades) (1998).
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia
Tipo de
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Atención a vícti- Corporación por la vida y la paz Unidades móviles de atención a víctimas del con-
mas (desplazados, (1992); Proceso de formación de flicto armado; Erradicación del trabajo infantil en
refugiados, se- terapeutas y multiplicadores en ac- la minería artesanal en los Andes; Programa Al-
cuestro, minas). ciones psicosociales en un contexto ternativas a la Violencia (Equipo PAV Colombia);
de violencia sociopolítica; Plan de Soberanía alimentaria en la zona centro del Valle;
acción de derechos humanos y De- Productores de vida; Banco de alimentos; Solu-
recho Internacional Humanitario ciones sostenibles para desplazados de la zona
departamento del Magdalena para centro del Valle; Retorno de comunidades despla-
18 municipios con población en zadas del Valle del Cauca; Fortalecimiento de los
situación de desplazamiento; Re- comités municipales de atención a la población
activación económica y social para desplazada; Acciones comunitarias para la reubi-
las familias en zonas de conflicto; cación de comunidades desplazadas; Promoción
Servicio jesuita a refugiados; Capa- de los derechos humanos y el Derecho Internacio-
citación, orientación y asesoría en nal Humanitario; Promoción de la inclusión social
derechos humanos; Recuperación de las mujeres en situación de desplazamiento;
psicosocial y seguridad alimentaria Atención a los resguardos indígenas de la comu-
en el Atrato Medio; Fundación para nidad Páez; Atención básica y desarrollo integral
el Desarrollo Humano y Comunita- para el restablecimiento de la población desplaza-
rio (Fundehumac); Pastoral social da; Proyecto de restablecimiento de la comunidad
regional del suroriente colombiano. afrodescendiente del Bajo Calima; El retorno de la
alegría; La piel de la memoria; Fondo Comunita-
rio de Ahorro y Crédito (FOCO) de mujeres inmi-
grantes populares de Cali (programa de economía
solidaria para mujeres migrantes por el conflicto
Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

armado); Proceso de retorno y fortalecimiento


de la población de la cuenca baja del río Calima;
Proyecto padrino para la niñez en riesgo en Cali;
Atención integral a niños, niñas y jóvenes despla-
zados; Cali sin hambre; Atención en vivienda a

319
Tipo de

320
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

población desplazada del barrio La Gloria; Crea-


ción de microempresas asociativas en Popayán;
Restablecimiento Turbay; Expedición de sueños;
Comunidad destechada, hacia una vida salu-
dable; Restauración por pérdidas traumáticas;
Fortalecimiento de las asociaciones campesinas;
Protección de los derechos humanos de la pobla-
ción desplazada; Programa Sinú; Asociación de
mujeres “Marcando Huellas de Paz”, de víctimas
de la destrucción a protagonistas de la reconstruc-
ción; Atención humanitaria para comunidades en
situación de desplazamiento; Proyecto de recon-
ciliación; Grupo juvenil “Constructores de Paz”
de Ortega; Recuperación psicosocial y ayuda in-
tegral a familias desplazadas; Retorno inmediato
por amor a nuestras tierras; Familias misioneras
artesanas desplazadas; Pedagogía para la paz y la
protección de la niñez; Hogares “Teresa Toda de
Colombia”, Bucaramanga; Dejamos nuestras co-
sas materiales, pero nos trajimos nuestra cultura;
Liga de mujeres desplazadas de Cartagena (1998);
Fundación diocesana Compartir (Precovicom),
Apartadó, Antioquia (1994); Programa de aten-
ción complementaria a población reincorporada
con presencia en Bogotá.

Memoria, verdad, Red nacional de mujeres (1992); Madres de La Candelaria (1998); Simposio internacional justicia restaurativa y paz
justicia y repara- Iniciativa de mujeres colombianas Fundación Forjando Futuros y Aso- en Colombia (Valle, 2005); Píldoras para la memo-
ción. por la paz (2001); Proyecto “Co- ciación Tierra y Vida; Asociación ria (Medellín, 2004); Centro de acercamiento para
lombia Nunca Más” (1990); Movi- de mujeres del oriente antioqueño la reconciliación y la reparación (2005); Organiza-
miento de Víctimas de Crímenes (1994); Proceso de comunidades ne- ción Wayuu Munsurat (2004).
de Estado (Movice) (2005); Hijos e gras.
Funciones y retos de la sociedad civil organizada “pro-paz” en el escenario de vida cotidiana en Colombia

hijas por la memoria (2006).


Tipo de
Experiencias nacionales Experiencias regionales Experiencias locales
experiencia

Desnarcotización Café, cosecha de paz (Meta, 2000); Coca Nasa


del conflicto y re- (Cauca, 1999); Cosurca (Cauca,1993); Comité de
ducción de finan- Cacaoteros de Remolino de Caguán y Suncillas
zas que alimentan (Chocaguán) (Caquetá, 1989); Comunidad de Cu-
el conflicto. pica y su consejo comunitario; Comunidad de La
Unión Peneya, Caquetá (2007).

Recolección y des- Dirección para la acción integral


trucción de armas. contra minas antipersona.

Otras. Gustavo Moncayo y Yuri Tatiana Hernando Hernández Pardo; Juan Manuel Ro-
Moncayo (1997); Cabo William Pé- dríguez de Niños Forjadores de Paz del Colegio
rez; Gonzalo Sánchez Gómez. Alférez Real de Cali; Municipio de San Carlos
(Antioquia).

Fuente: elaboración propia.


Mauricio Hernández Pérez • Jaime Andrés Wilches Tinjacá

321
Reflexiones para el escenario del
posacuerdo: desencuentros con la
política de reintegración social y
económica en Colombia a través de
las voces de sujetos desmovilizados
entre 2008-2016
Marisol Raigosa Mejía*
Alba Lucía Cruz Castillo**

Introducción
Este escrito abarca una reflexión teórica sobre el proceso de reintegración social
en Colombia desde dos elementos: el primero, la constitución de la política
pública vista desde los periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez y Juan
Manuel Santos Calderón; las principales características de esta política y algu-
nas especificidades en torno a conceptos y categorías que se instalaron en ella.
La segunda parte es una aproximación a las demandas, tensiones y rupturas
presentes en esta política a partir de las narrativas de diversos sujetos desmo-
vilizados en ambos períodos.
El capítulo recoge testimonios de siete desmovilizados de diferentes grupos
armados al margen de la ley, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Co-
lombia (FARC), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y las Autodefensas Uni-
das de Colombia (AUC), con el propósito de desentrañar desde sus vivencias

*
Magíster en Políticas Públicas y Especialista en Análisis de Políticas Públicas de la Universidad
Nacional de Colombia. Socióloga de la Universidad de Caldas. Docente investigadora del pro-
grama de Trabajo Social de la Universidad de La Salle. Miembro del grupo de investigación en
Trabajo Social, Equidad y Justicia Social.
**
Estudios de Doctorado en Antropología Social. Magíster en Estudios de Familia y Desarro-
llo. Especialista en Política Social. Trabajadora Social. Docente investigadora del programa de
Trabajo Social de la Universidad de La Salle. Miembro del grupo de investigación en Trabajo
Social, Equidad y Justicia Social.

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

aquellos elementos que en la operatividad y puesta en marcha de la política


se tornan como problemáticas, y que son asumidas por ellos como demanda o
expectativa, refiriéndose a aquellas cosas que son solicitadas a la institución o
al colectivo social y que en ocasiones no son cubiertas mediante la oferta insti-
tucional o social en relación con el proceso de reintegración; las tensiones, asu-
midas como aquellas circunstancias que crean contradicción o incertidumbre y
frente a las cuales los desmovilizados tienen resistencia o temor y las rupturas
como percepciones de situaciones que fragmentan la relación entre el desmovi-
lizado y las instituciones del Estado colombiano.
Las tensiones y rupturas de los procesos de reintegración de Justicia y Paz
frente al actual escenario de reinserción en el proceso de paz liderado con las
FARC, debe en primera instancia comprender la naturaleza distintiva de la ne-
gociación desde su componente político, lo cual marca una profunda diferencia
con el anterior proceso; en segunda instancia las voces de los desmovilizados
visibilizan la necesidad de garantizar una seguridad económica que permita
sostener las condiciones de no retorno a la ilegalidad, asunto que para los des-
movilizados en el anterior proceso sigue siendo aún un reclamo, que no solo
se cubre con garantizar el acceso a algunos bienes, sino a la real posibilidad de
una vida digna a seres humanos que provienen de cotidianidades extra norma-
lizadas; en tercer lugar, la institucionalidad debe realizar un esfuerzo real por
conocer a los seres humanos que hoy están asumiendo la reincorporación a la
vida civil, sus trayectorias vitales, políticas y sus expectativas frente al proce-
so; por último, es fundamental sostener las reglas de negociación, pues ya la
confianza en la institución estatal se encuentra desgastada y aún el Estado no
goza de confianza en los actores, ni mucho menos en los territorios de donde
provienen los hoy reincorporados. En esta medida el retornar las voces de quie-
nes han asumido el proceso pone a la luz pública asuntos que pueden seguir
generando tensiones y rupturas en los procesos de normalización a la vida civil
y que requieren un acompañamiento por parte de la institucionalidad, mientras
que del lado de la sociedad civil exige un debate político frente al cual se pue-
dan discutir escenarios de construcción de paz sostenible.

Contextualización del proceso de desmovilización en


Colombia en el escenario de la justicia transicional
Los estándares integrados del proceso de Desarme, Desmovilización y Rein-
tegración (DDR) son las directrices mediante las cuales se establecen los li-
neamientos para llevar a cabo dicho proceso. El objetivo “es contribuir a la
seguridad y la estabilidad en entornos de posacuerdo para que la recuperación
y el desarrollo a largo plazo puedan comenzar” (UN, 2014, p. 13). Es oportuno
aclarar que estos procesos se pueden implementar también en medio de con-
flictos armados, sin haber firmado un acuerdo de paz, como ha sido el caso de

324
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

Sierra Leona, Afganistán, Somalia y, por supuesto, Colombia (FIP, 2014). Este
proceso se dio a conocer a mediados de la década de los ochenta del siglo XX
en países de África y Centroamérica que, para este caso particular, con la fina-
lización de la Guerra Fría se vieron inmersos en conflictos internos (FIP, 2014,
Cartagenaddr.org, 2009).
Según Naciones Unidas (2014), el programa de DDR tiene como objetivo
concebir medidas para hacer frente a los problemas de seguridad que se des-
encadenan luego del proceso; dificultades que se presentan como consecuencia
de la ausencia de condiciones de vida dignas y sostenibles en el tiempo para las
personas que se desmovilizan. Como un complemento a dicho objetivo, el pro-
ceso está compuesto por redes de apoyo a exintegrantes de Grupos Armados
Ilegales (GAI) para la generación de capacidades. En Colombia, también se han
hecho apuestas que le apuntan al fomento de las capacidades en términos de
reintegración y acompañamiento a comunidades receptoras, con el propósito
de promover una reintegración pacífica y duradera entre los exmiembros de los
GAI y las comunidades.
De esta forma, el proceso consta de tres etapas. La primera de ellas es el des-
arme: entendida como la actividad a través de la cual se hace una recopilación,
control y eliminación de armas pequeñas, municiones, artefactos explosivos
y armas ligeras y pesadas que pertenecían a los combatientes y a la población
civil. Es seguida por la etapa de la desmovilización, en la cual los integrantes
de los GAI dejan de ejercer actividades militares. Esta etapa se desarrolla desde
el momento en el que se hace el procesamiento individual de los combatientes
y se les traslada a zonas especiales de acantonamiento. Para ese momento ya se
requiere un apoyo inmediato, que garantice en términos materiales lo que se
ha denominado la reinserción1. Esta fase se caracteriza por ser asistencial, por
brindar a los exintegrantes de los GAI un apoyo financiero en el cubrimiento de
sus necesidades básicas y las de sus familias hasta por un año.
Por último, se encuentra la etapa de la reintegración, que hace referencia
a la generación de capacidades de los exmiembros de los GAI que ahora, en
condición de civiles, deberán obtener empleo e ingresos propios. Esta etapa
del proceso de DDR requiere un esfuerzo social y económico continuo, que se
tendrá que ir desarrollando en el corto, mediano y largo plazo. Cabe resaltar
que los beneficios para la población que es acogida en esta etapa, cobija no solo
a los desmovilizados y sus familias, sino también a las comunidades receptoras
y a las víctimas (ACR, 2015).

1 El DDR, con sus siglas en inglés “Disarmament, Demobilization and Reintegration” reconoce la
reinserción como una fase implícita en el proceso de desmovilización.

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

En su gran mayoría, los desmovilizados poseen atributos psicosociales y


valores que limitan su posibilidad de interacción social; en otras palabras,
no se encuentran preparados para vivir dentro de un conjunto de reglas so-
ciales en coordinación con el presupuesto de la legalidad. Las características
psicológicas de las personas en proceso de reintegración son resultado de la
interacción en contextos familiares, sociales, culturales, económicos y políti-
cos, caracterizados por la violencia, injusticia e inequidad que dificultan la
eventualidad de generar alternativas para la satisfacción de sus necesidades
básicas (DNP, 2008, p. 20).
Teniendo en cuenta los planteamientos anteriores, expuestos en el docu-
mento Conpes 3554 de 2008, se podría afirmar que la reintegración es quizá la
etapa más importante, pero al mismo tiempo la más compleja del proceso de
DDR, dado que no solo necesita de la participación y compromiso del excom-
batiente, sino que también requiere procesos más amplios de transformación
de identidad, capacidad institucional y calidad de gobierno, respaldo para la
justicia transicional, reconciliación, pertinencia de los programas relacionados
con el DDR, corresponsabilidad, pero sobre todo de voluntad política en todos
los aspectos (UN, 2014; FIP, abril de 2014; Cartagenaddr.org, junio de 2009).

Componente de reintegración social


Es preciso reconocer que, pese a que este tipo de reintegración es conexo a
otros aspectos de las mudanzas de la guerra a la paz, como por ejemplo la
instauración de la seguridad primaria y la reintegración económica de los anti-
guos combatientes dentro de la sociedad, es un proceso diferente y crucial para
la construcción de una paz sostenible. Ante la omisión de alguna disposición
relacionada con la reintegración social, aspectos como el temor constante, la
desconfianza generalizada, los traumas individuales y colectivos aún sin zanjar
y los sentimientos de injusticia, pueden desencadenar de nuevo en hechos de
violencia. Es por esta razón que la reintegración social es el soporte de todas
las otras formas de reintegración (económica y política). Si esta no se conduce
de manera adecuada o llegase a fracasar, las otras formas de reintegración se
pondrían en riesgo, porque tanto la legitimidad del Estado, como la confianza
civil y la cohesión social estarían siendo disminuidas.
La reintegración social surge como una herramienta esencial de construc-
ción de justicia social, desarrollo económico y paz sostenible. Es un proceso
complejo anclado en la sanación psicológica individual, la reconstitución de
la confianza civil, la identidad comunitaria y la cohesión social dentro de una
sociedad en posacuerdo. Esto refuerza la reconstrucción del pacto social entre
el Estado y sus ciudadanos (Cartagenaddr.org, 2009, p. 45). Cabe mencionar
también que la reintegración social está forjada por el contexto sociopolítico
en el cual se desarrolla. Los obstáculos para la reintegración, las posibilidades

326
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

para un restablecimiento individual y comunitario y las intervenciones del Es-


tado mediante programas oportunos en cada fase de transición de la guerra a
la paz, dependen en gran medida de la naturaleza del conflicto que tuvo lugar
y del acuerdo de paz logrado, también del nivel de cohesión social anterior
al periodo de violencia y del tipo de relación existente, tanto entre los grupos
armados con la comunidad como entre esta última y el Estado (Cartagenaddr.
org, 2009, pp. 45-46).

Componente de reintegración económica


De acuerdo con lo planteado en el documento Conpes 3554 de 2008, la rein-
tegración económica se define y desarrolla a partir de dos grandes objetivos
estratégicos. El primero de ellos es contribuir a la generación de capacidades,
destrezas y habilidades en la población desmovilizada que les permita, como a
cualquier colombiano, desempeñarse en el mercado laboral; el segundo, es faci-
litar el ingreso a la actividad económica legal generando habilidades laborales,
apoyando procesos de empleabilidad y facilitando y desarrollando planes pro-
ductivos (DNP, 2008, p. 47).
Teniendo en cuenta lo anterior, la Política Nacional de Reintegración Social y
Económica (PRSE) pretende brindarle a la población desmovilizada servicios de
formación para el trabajo mediante criterios de pertinencia, calidad y oportuni-
dad. También se reconoce abiertamente que el desafío de la estrategia de forma-
ción para el trabajo es robustecer un proceso que dé respuesta a las necesidades
de los sectores productivos y a las disposiciones y motivaciones de la población
en proceso de reintegración. Esto, con el fin de brindarle al desmovilizado las
herramientas que le permitan competir en el mercado laboral y a su vez hacer de
ellos un talento humano cualificado y “atractivo” para los empresarios:

Para ello, es necesario que el desmovilizado obtenga la formación técnica, tec-


nológica o complementaria necesaria que lo habilite, capacite y potencie sus
posibilidades para acceder a un trabajo digno. La pertinencia se logra aseso-
rando y ofreciendo al desmovilizado cursos de formación que tengan en cuen-
ta su perfil e interés, y las condiciones productivas y del mercado de trabajo
de las regiones en donde residen. Para asegurar la calidad y oportunidad de
la oferta, el servicio de formación continuará siendo ofrecido por el Servicio
Nacional de Aprendizaje (SENA), y cuando existan limitaciones (en términos
de cobertura), la Agencia Colombiana para la Reintegración Social (ACR) con-
tratará a las Entidades de Capacitación (ECAP) que se encuentren certificadas.
(DNP, 2008, p. 48)

El documento Conpes 3554 de 2008 respecto al componente en cuestión, esta-


blece que el proceso de formación para el trabajo se complementa con los apor-
tes que realice el sector privado, la cooperación internacional y la contribución
de las entidades territoriales. Además, establece que con el propósito de dispo-
ner a los desmovilizados para las mudanzas pedagógicas y metodológicas que

327
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

lleven a cabo las entidades que brinden estos servicios, y teniendo en cuenta la
historia académica de la población en proceso de reintegración, la ACR, con el
apoyo del SENA, fomentará programas que implementen dichas metodologías,
buscando pues que esta población no sea excluida de los criterios de formación
para el trabajo y el desarrollo humano.

Abordaje de las políticas públicas de reintegración del


2006-2017
Entre 2006 y 2010, Álvaro Uribe Vélez, para entonces presidente de la Repú-
blica, desplegó su Plan Nacional de Desarrollo (PND) “Estado Comunitario:
Desarrollo para Todos”. Se concibió como el instrumento para obtener un desa-
rrollo sostenible, otorgándole un papel central al sector privado en torno de su
responsabilidad con la generación de riqueza y crecimiento económico. Entre
los objetivos del documento cabe resaltar: la realización de esfuerzos por garan-
tizar el crecimiento económico elevado y sostenido; la reducción de la pobreza
y el aumento de la equidad; y por último, el fortalecimiento de la Política de
Defensa y Seguridad Democrática (PDSD), en la cual se inscribió para ese mo-
mento el proceso de reintegración. Mediante este último objetivo, se propuso la
consolidación de las capacidades disuasivas de la actividad terrorista, en con-
junto con medidas relacionadas con la atención social en las zonas de conflicto
con el propósito de atenuar el efecto de la guerra en la población civil, bajo la
protección de los derechos humanos.
Cabe señalar que el enfoque central que orientó la política de Seguridad De-
mocrática impulsada por Uribe hizo un énfasis importante en la unificación de
la política antinarcóticos cimentada en la fumigación de cultivos, la moderniza-
ción y el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas de Colombia, continuando así
con la ayuda y la orientación de Estados Unidos. De acuerdo con Pabón (2008),
posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, el presidente George
Bush modificó su discurso y declaró la lucha antisubversiva a nivel global; de
este modo, a las guerrillas colombianas se les dio una denominación de “narco-
terroristas”. En síntesis, con el redireccionamiento de la política internacional
estadounidense, se radicalizó la posición de esta nación frente a sus enemigos
reales y potenciales, desde ese momento la relación entre narcotráfico y terro-
rismo se hizo más estrecha. Bajo la influencia de dichos factores del contexto, el
Gobierno nacional propuso una lucha inminente para el debilitamiento de los
grupos subversivos.
Por otro lado, dados los problemas que se presentaron entre el Programa
para la Reincorporación a la Vida Civil de Personas y Grupos Alzados en Ar-
mas (PRVC) y la Oficina para el Alto Comisionado para la Paz (OACP), se esta-
bleció para 2006 el decreto 3043, mediante el cual se sentenció la creación de la
Alta Consejería para la Reintegración Social y Económica de Personas y Grupos

328
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

Alzados en Armas (ACR), a partir de este se dejó de lado el término reincor-


poración para darle apertura al uso del concepto de reintegración. Este nuevo
programa tendría como objetivo asistir el proceso de reintegración, dado el in-
cremento que se dio en la tasa de desmovilizados tras el acuerdo del Gobierno
colombiano con las AUC. Además, garantizar que el programa de reintegración
pudiese ser sostenible en el tiempo, y sobre todo, comprometerse con el acom-
pañamiento y la formación de los sujetos desmovilizados para garantizarles la
autosuficiencia por medio de mecanismos que les otorgasen habilidades y com-
petencias para el empleo y la reincorporación a la vida civil, teniendo claro por
supuesto que las expectativas generadas a las personas vinculadas al programa
fueran realistas y acordes con la disponibilidad de recursos institucionales y
financieros destinados para este.
También en 2006, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM),
con el apoyo financiero de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo
(USAID), ejecutó el Programa de Reintegración de excombatientes con enfoque
comunitario, el cual apoyaba al Gobierno nacional con proyectos de reintegra-
ción con los desmovilizados de las AUC y a través de la generación de espacios
para alcanzar la reconciliación (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2011). Lo anterior
tenía como finalidad conseguir participación y mayores niveles de impacto en
las poblaciones receptoras, por medio de la promoción de espacios de comu-
nicación entre los desmovilizados y dichas poblaciones, a través de estrategias
“de convivencia, construcción de ciudadanía, reconciliación y reactivación so-
cioeconómica” (DNP, Conpes 3554, 2008).
La OIM también prestó atención especial a asuntos relacionados con migra-
ción forzada, incluyendo a la población víctima del conflicto armado y de la
trata de personas; también, a los niños, las niñas y los jóvenes desvinculados de
los GAI o en riesgo de vinculación, y a las personas en proceso de reintegración
(OIM, 2013).
En 2008 se logra un avance significativo en materia de reintegración, ya que
hasta ese momento no se había circunscrito un plan de acción para la reinte-
gración a la vida civil de excombatientes. Tal acierto se concreta en el Conpes
3554 de 2008, más conocido como Política Nacional de Reintegración Social y
Económica para Personas y Grupos Armados Ilegales. El PNR se define como:

Un plan de Estado y de sociedad con visión de largo plazo, que busca promover
la incorporación efectiva del desmovilizado con voluntad de paz y de su familia
a las redes sociales del Estado y a las comunidades receptoras. La Política busca
asegurar la superación de su condición a través de: a) la integración de la oferta
social y económica del Estado; b) el acompañamiento para incrementar la pro-
babilidad de que las intervenciones mejoren las condiciones de calidad de vida
de la población desmovilizada y de sus familias; y c) la construcción de un mar-
co de corresponsabilidad que por un lado, apoye al desmovilizado a regresar y
convivir constructivamente en su entorno familiar y comunitario, y por el otro,

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

lo comprometa a él y a sus dependientes con la superación de su situación y la


permanencia en la legalidad. (Conpes 3554, 2008, p. 2)

Dicha reintegración fue pensada a partir de la consecución de siete acciones espe-


cíficas: la resolución de la situación jurídica de los desmovilizados; la formación y
atención psicosocial; la promoción de estilos de vida saludables; la participación
en el sistema educativo formal; la construcción de capacidades para la inserción
en el mercado laboral y la generación de ingresos; el fortalecimiento de la política
de Estado para la reintegración; y, finalmente, la promoción de la convivencia y
la reconciliación en las comunidades receptoras (Conpes 3554, 2008).
En 2009 el Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes) desarro-
lló, en apoyo con la Alta Consejería para la Reintegración, el documento Conpes
3607, en el que se establece la declaratoria de importancia estratégica del progra-
ma “Apoyo a comunidades receptoras de población desmovilizada”; además se
define que será subvencionado con recursos de cooperación financiera no reem-
bolsable de la Comunidad Europea (CE). Asimismo, se precisa que el beneficia-
rio y ejecutor de la cooperación, de acuerdo con los convenios suscritos por el
Gobierno nacional con la CE, es la Presidencia de la República a través de la Alta
Consejería Presidencial para la Reintegración Social y Económica de Personas y
Grupos Armados Ilegales (Conpes 3607, p. 3).
Es importante reconocer que, hasta ese momento, la inexistencia de medidas
formales articuladas con la formulación de programas de reintegración comu-
nitaria había sido un elemento complejo en lo concerniente a la posibilidad de
que los desmovilizados se vieran forzados a retornar a las armas, al no encon-
trar aceptación por parte de las comunidades receptoras. Es en este sentido que
el Conpes 3607 cobra relevancia, ya que se reconoce el papel de las comunida-
des en los diferentes territorios como un componente que favorece un proceso
exitoso de reintegración, por lo que estas se caracterizan por tener condiciones
de vulnerabilidad socioeconómica y por ser víctimas de la violencia. Por estas
razones se requería un Modelo de Reintegración Comunitaria con el objetivo
de “estimular la construcción de escenarios de convivencia y reconciliación que
garanticen la construcción de confianza, gobernabilidad y legitimidad de las
instituciones del Estado”, incluyendo dentro de la PRSE un enfoque integral.
Para el desarrollo de este modelo, fue necesaria la implementación de cuatro
componentes: diagnóstico municipal o distrital, formación ciudadana, proyec-
tos de iniciativas comunitarias y acciones simbólicas (Acosta, 2017, p. 57).
Posteriormente, Juan Manuel Santos Calderón, en el Plan Nacional de
Desarrollo (2010-2014) que llevó por título “Prosperidad para Todos”, definió
como eje principal la “Prosperidad Democrática”, reconociendo que gracias a
los resultados obtenidos en seguridad en el Gobierno anterior, resultaba viable
focalizar la atención en objetivos sociales y económicos soportados en tres

330
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

estrategias: la primera, concebida en torno del crecimiento económico sostenido,


basado en una economía más competitiva, más productiva y más innovadora, y
con sectores dinámicos que fortalecieran ese crecimiento; la segunda es la igualdad
de oportunidades, a través de la cual se buscaba equilibrar un entorno que
garantizara que cada colombiano tuviera acceso a las herramientas fundamentales
que le permitieran construir su propio destino, independientemente de su
género, etnia, posición social o lugar de origen; por último, la tercera estrategia
consistió en la consolidación de la paz alrededor de todo el territorio a través del
afianzamiento de la seguridad, la garantía integral de los derechos humanos y el
funcionamiento eficaz de la justicia (PND, 2010-2014).
Una de las apuestas del PND tuvo que ver con la convergencia y el desarro-
llo regional, ya que a partir de este aspecto se consolidó un enfoque regional.
Este contenido determinó las políticas económicas y sociales aplicadas en los
territorios, con proyectos y programas encaminados a la reintegración de exin-
tegrantes de los GAI (Acosta, 2017, p. 59).
Para estimular la participación en el ejercicio de la verdad y optar por el
proceso de reintegración, se promulgó la ley 1429 del 2010 y el decreto 1391
de 2011. La primera corresponde a un precepto de formalización y generación
de empleo, que tuvo como propósito generar incentivos a la formalización en
las etapas iniciales de la creación de empresas, con el objetivo de incrementar
beneficios y reducir los costos de constituirse legalmente. Por su parte, en el
decreto citado se establecieron los beneficios económicos de los programas de
reintegración para la población desmovilizada. De manera complementaria, se
generó un apoyo económico a la reintegración en el mediano y largo plazo, a
partir de un estímulo distribuido entre la empleabilidad y la creación de planes
de negocio o capital semilla (CNMH, 2015).
En septiembre de 2012 se dio inicio a los diálogos con las FARC que tuvieron
lugar en La Habana, Cuba. Ese mismo año, la ACR determinó estrategias de
servicio social, prevención temprana de reclutamiento y utilización de niños,
niñas y adolescentes (NNA) y jóvenes, así como un sistema de reintegración
comunitaria por medio de la resolución 0346. Cabe mencionar, además, que
los requisitos para el acceso al beneficio de la empleabilidad y los planes de
negocio fueron actualizados mediante la resolución 0794 y la resolución 0544
del 2012 (Acosta, 2017, p. 62).
En julio de 2013, mediante la resolución 0754, la ACR dio a conocer la ruta de
reintegración como un plan de trabajo definido conjuntamente entre la entidad
y la persona en proceso de reintegración. Se consideró necesario hacer algunos
ajustes que permitieran armonizar las condiciones, características, montos, re-
quisitos, obligaciones y límites para otorgar los beneficios socioeconómicos a la
población desmovilizada de conformidad con el enfoque multidimensional que
había orientado hasta el momento el proceso de reintegración y era diseñado y

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

ejecutado por la ACR. Se estableció asimismo un enfoque diferencial por medio


del cual se instauró una ruta de reintegración similar en términos de orienta-
ción y duración, pero con características individuales a personas como adultos
mayores, en condición de discapacidad, enfermedad mental o algún tipo de
enfermedad de alto costo.
En 2015 se hace público el Plan Nacional de Desarrollo (2014-2016) “Todos
por un Nuevo País”, propuesto por Juan Manuel Santos. La intención funda-
mental del PND establecido para este periodo presidencial es construir una
nueva Colombia con paz, equidad y educación; esta tríada conforma un cír-
culo virtuoso. Una sociedad en paz puede focalizar sus esfuerzos en el cierre
de brechas e invertir recursos en mejorar la cobertura y calidad de su sistema
educativo. Una sociedad equitativa en donde todos los habitantes gozan de
los mismos derechos y oportunidades permite la convivencia pacífica y facili-
ta las condiciones de formación en capital humano. Finalmente, una sociedad
educada cuenta con una fuerza laboral calificada, que recibe los retornos a la
educación a través de oportunidades de generación de ingresos y de empleos
de calidad, y posee ciudadanos que resuelven sus conflictos sin recurrir a la
violencia. De forma más simple: la paz favorece la equidad y la educación; la
equidad propicia la paz y la educación; y la educación genera condiciones de
paz y equidad. Por ello, este Plan Nacional de Desarrollo se concentra en estos
tres pilares, fundamentales para la consolidación de los grandes logros de los
últimos cuatro años y el desarrollo de las políticas para el próximo cuatrienio
en pro de un nuevo país (PND, 2010-2014, p. 27).
Este PND se plantea de manera sincrónica con el proceso de paz con las
FARC, razón por la cual se propone una sucesión de estrategias para la conso-
lidación de la paz y su sostenibilidad. A su vez, este plan le da continuidad al
enfoque territorial que había sido abordado en el anterior PND, en el cual se
“reconocieron las diferencias regionales como marco de referencia para la for-
mulación de políticas públicas y programas sectoriales” (PND, 2014-2018, pp.
28-29), pero ahora, “incorporando un marco para la identificación y definición
de cursos de acción concretos para cerrar las brechas de desarrollo existentes
entre las regiones, los departamentos —sus subregiones y municipios—, y el
centro del país” (PND, 2014-2018, pp. 29-30).
Para la consecución de los objetivos del plan se proyectan cinco estrategias
“transversales” que aportan a los tres pilares anteriormente mencionados; estas
son: “1) competitividad e infraestructura estratégicas; 2) movilidad social; 3)
transformación del campo; 4) seguridad, justicia y democracia para la construc-
ción de paz; y 5) buen gobierno” (PND, 2014-2018, p. 30).
A partir de estas propuestas y con base en la evolución del proceso
de reintegración, resulta oportuno reconocer los avances en materia de

332
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

normatividad, sin embargo este proceso aún está lejos de encontrarse en


concordancia con las necesidades y desafíos en lo que implica la consolidación
de una reintegración integral. Dado el escenario histórico de posacuerdo
que vive Colombia actualmente, se esperaría que las iniciativas de política
futuras trataran de concretar y de hacer realizables esos aspectos relevantes y
particulares que se han ido incluyendo en la legislación, como por ejemplo: el
enfoque integral o comunitario, el enfoque territorial, el enfoque preferencial
NNA y el enfoque de atención diferencial. Para sintetizar la evolución normativa
al respecto del tema se denota la figura 1:

Figura 1. Síntesis de la evolución normativa en torno de la


Reintegración Económica y Social de Desmovilizados

Fuente: (Acosta, 2017, p. 79)

Teniendo en cuenta lo anterior, cabe mencionar que la reintegración puede jugar


un papel crucial en el acrecentamiento de la legitimidad de las instituciones
políticas, por supuesto, mediante la transformación democrática y la apertura
fáctica y no simplemente retórica del sistema político. Siguiendo esta idea,
un proceso de reintegración implementado eficientemente puede devolver
nuevamente la confianza de los colombianos a las instituciones políticas,
generando por ende como efecto positivo una mayor participación ciudadana
en este proceso de largo aliento.

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

Lectura del proceso de reintegración desde los sujetos


desmovilizados. Las voces de los reintegrados: asuntos
para la discusión
Este apartado ilustra desde la narrativa de siete excombatientes de grupos ar-
mados (FARC, EPL, AUC) las expectativas, tensiones y rupturas que son perci-
bidas por los sujetos en proceso de reintegración; se entenderá como demanda
o expectativa aquellas cosas que son solicitadas a la institución o al colectivo
social; las tensiones se asumen como aquellas circunstancias que crean contra-
dicción o incertidumbre y frente a las cuales se tiene resistencia o temor; y las
rupturas como percepciones de situaciones que fragmentan la relación entre el
desmovilizado y las instituciones.2

Demandas o expectativas
En relación con las demandas o expectativas se especifican las siguientes:

• Mayor pertinencia de la oferta educativa en relación con las expecta-


tivas laborales de los reinsertados.

Si bien es cierto que la ACR cumple con la oferta educativa a los reintegra-
dos, estos mismos cuestionan la calidad y la metodología de enseñanza en el
contexto de la formación para adultos: “fuimos los primeros bachilleres re-
insertados del proceso de reinserción, hicimos un bachillerato en 18 meses…
eso no sirvió mucho” (entrevistado 3, 2016); se puede inferir que algunos no
se encuentran satisfechos con esta porque la calidad es baja: “el sistema de
educación, todo este sistema de educación está mandado a recoger, esto hay
que cambiarlo y sobre todo la base primaria y la base de los que reciben mala
educación y nos forman” (entrevistado 5, 2016). Aunque esta visión no es ge-
neralizada, es importante que los procesos educativos que se les brindan a los
excombatientes sean un medio para contribuir a una mejor calidad de vida,
además deben estar acorde con la formación de adultos en procesos de vida
laboral y activos socialmente.
Según la investigación La reincorporación social del desmovilizado a través de
proyectos productivos (Arismendy, Reyes y Rodríguez, 2007), los reportes del
SENA aseguran que en 2005 más de 500 desmovilizados fueron capacitados por
esta institución; de estos, 165 desmovilizados fueron vinculados a empresas
colombianas y 300 abandonaron el proceso formativo; cifras que demuestran
dos cosas, la primera, la baja incorporación de la empresa en la integración
social como apuesta institucional, y la segunda el poco acompañamiento a los

2 El apartado recrea la información de entrevistas obtenidas en el marco de la investigación for-


mativa titulada Confianza institucional: tensiones y rupturas en los procesos de reintegración social
realizada en el año 2016 y dirigida por la docente Alba Lucía Cruz.

334
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

procesos educativos impulsados por el Estado, frente a los cuales se necesita


mayor diagnóstico.

• Incorporación de la dimensión familiar y de familia en el proceso de


acompañamiento psicosocial.

La ACR no les brinda a las familias de los excombatientes beneficios donde se


incluyan aspectos sociales, económicos, psicológicos y educativos; alguno de
los reintegrados afirma: “no le ayudan con la familia a uno y eso sería bueno
porque mi hijo mayor no me habla y mi exmujer me odia, a mis papás no los
veo hace como cuatro años, estaría más apegado a ellos si nos ayudan” (entre-
vistado 1, 2016); es evidente el reclamo de las personas reintegradas a que sus
núcleos familiares sean tenidos en cuenta en este proceso, ya que el retorno a
la vida civil implica también una reconstrucción de los lazos familiares, redes
de apoyo y entramados emocionales; esto es aún más relevante si se piensa
que al momento de la desmovilización, la familia es la principal figura de
retorno al contexto ciudadano y de confianza con que cuenta el reintegrado.
En tal sentido se torna necesario que la agencia refuerce el componente fami-
liar para que este sea parte del proceso, sobrepasando la visión de la familia
como agente protector de la niñez y dándole paso como agente socializador
de la vida civil, para lo cual esta debe gozar de condiciones para hacerlo en
el marco de los procesos de reconfiguración de la vida civil. En este sentido
Zuluaga (2002), afirma que:

En el mundo de la vida se tejen los diversos sentidos que le dan contenido a las
actitudes, los valores y lo colectivo, espacio que reclama la emergencia de un
sujeto que se hace en la interacción del mundo, y que a través del lenguaje ha
ido y está objetivizando nuevas formas de habitarlo, nuevos contenidos para
leer la interacción. (p. 97)

• Hacer parte activa en los procesos de formulación de estrategias incorpo-


radas en las rutas de acompañamiento y seguimiento a la reintegración.

Según los relatos de los entrevistados se puede afirmar que existe poca parti-
cipación de las personas reintegradas en las actividades y procesos de segui-
miento y acompañamiento a la reincorporación de la vida civil; en relación con
ello, las personas reintegradas tienen reparos en la ruta y afirman que esta no
da respuesta a sus necesidades más próximas, como vivienda, asistencia prima-
ria, entre otras. Es decir, la ruta no tiene una atención de emergencia que pue-
da ser trascendental en el proceso de reincorporación; no cuenta con acciones
enfocadas a establecer una serie de derechos iniciales que los reintegrados ven
como necesarias para entrar a la vida civil. Adicionalmente, no se sienten escu-
chados ni incluidos en el proceso: “los desmovilizados tienen cero. Por mucho
los leerán, los estudiarán los oirán, pero tener participación es estar involucra-
do, poder discutir…” (entrevistado 5, 2016).

335
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

De acuerdo con Cómbita, Delgadillo y Torres (2013), en este proceso es


además importante la participación, porque cualquier iniciativa de reparación
o transformación derivada del conflicto debe pasar por un proceso de
resarcimiento de la confianza, el diálogo y la tan anhelada negociación. De esta
manera la “reformulación del postconflicto en Colombia debe ir más allá de un
análisis, es necesario medir la complejidad en torno a qué prácticas permiten
o no aceptarlo” (Cómbita, Delgadillo y Torres, 2013), incluyendo las prácticas
de negación, que están inmersas en un sistema social de silenciamiento y que
pueden ser concretas en estos escenarios de acompañamiento, más si se tiene
en cuenta que parte de la reintegración es la comprensión de una vida en el
ejercicio democrático de la ciudadanía.

• Incorporar la visión colectiva y de sujetos políticos.

Los excombatientes en el marco de su grupo armado estuvieron involucrados


en procesos de militancia, que involucran la formación política alrededor de
asuntos sociales, económicos y culturales del país; en el marco de estos proce-
sos, los desvinculados apropiaron discursos y formas de percibir mecanismos,
accesos y herramientas de justicia, equidad y norma social; quizá de una forma
muy lejana o cercana de lo que el ciudadano normal percibe del país, lo que es
cierto es que no hay que negar que se instalaron conceptos para comprender el
mundo político.
El ideal político se centró en una noción de pueblo, uno por el que había que
luchar o defender, ese fue quizá en gran parte el sentido de su lucha; en el proceso
de reintegración no se discute la ideología, pero tampoco se potencia o resignifica
la subjetividad política de los participantes desde una perspectiva política; lo que
quizá reduce el proceso de acompañamiento en un acto administrativo. Desde
esta perspectiva, los excombatientes hacen reclamos en relación con incorporar
la visión política en el proceso, al igual que la comunitaria en la ruta de acompa-
ñamiento, “la ACR no tiene el componente comunitario, que es el fundamental
para alguien que arriesgó la vida y mató y vio morir a su gente por cambiar una
sociedad…” (entrevista 5, 2016); para el excombatiente lo comunitario implica
a su grupo, aquel que compartió un ideal, pero que también tiene dolores por
sanar en el escenario de la comprensión política de la guerra.
En este sentido, Alvarado, Ospina y García (2012) aluden que el tratamiento
de las subjetividades políticas implica “la potenciación y ampliación de las
tramas que la definen: su autonomía, su reflexividad, su conciencia histórica,
la articulación de la acción y de lo narrado sobre ella, la negociación de
nuevos órdenes en las maneras de compartir el poder, y el reconocimiento
al espacio público, como juego de pluralidades”, lo que no solo las restringe
en los procesos de reintegración a ver a los excombatientes como personas

336
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

que dejaron las armas, sino como sujetos que construyeron un mundo de lo
político.

• La demanda frente a los procesos de acompañamiento transparente


que no deslumbre experiencias negativas del Estado.

Los entrevistados aluden que el proceso no fue muy de su agrado; el acom-


pañamiento llevado a cabo por los profesionales en el contexto psicosocial no
tuvo en cuenta sus demandas, lo cual hace que se perciba como un servicio,
mas no un espacio de asistencia y apertura a los diálogos interculturales y de
enfoques diferenciales; según los entrevistados, los funcionarios no tienen una
escucha activa a sus requerimientos, “ellos no escuchaban consejos, decían, es
lo que hay y ya usted verá si lo toma o lo deja” (entrevistado 2, 2016); expresio-
nes como la anterior motivaron en gran medida la sensación de inconformidad
frente al proceso de reintegración.
Según la ACR se tiene un plan anticorrupción en el cual se realiza un segui-
miento a la vinculación de funcionarios que cumplan con los requisitos esta-
blecidos por las personas que intervienen en el proceso, además de que se hace
énfasis en evitar el exceso de poder concentrado en un área o cargo y que ge-
nere extralimitación de funciones, asunto que resulta problemático cuando se
tiene la sensación de vicios administrativos, es decir, funcionarios que atienden
por deber y no por un convencimiento, y utilizan a los desmovilizados como
cifras para demostrar el éxito en un proceso de paz. En realidad en este con-
texto no se atiende el reclamo o se da trámite al temor, el miedo y la demanda
emocional que ellos expresan: “muchas veces los doctores ni atención le ponen
a uno, menos les importa qué pasa en realidad” (entrevistado 6, 2016).
Según la investigación sobre reconciliación realizada por la Fundación Ideas
para la Paz (2016), “dentro de las principales razones de ingreso a los grupos
armados ilegales están la intimidación, falta de oportunidades, gusto por la
plata y la aventura, mientras que lo que motiva la salida es el incumplimiento
de expectativas, el engaño, la violencia de género y la corrupción”; esto quiere
decir que el tema de manejo de intereses no es un asunto menor del proceso,
debe ser tratado con delicadeza y como parte de la construcción de confianza
en el contexto de la reintegración.

• Oportunidades concretas que permitan reconstruir una vida digna en


el ámbito personal, laboral y civil.

Los entrevistados coinciden en afirmar que desean reconstruir su vida y para ello
necesitan procesos que contemplen posibilidades de llevar a cabo sus proyectos,
ya que asumen cambios radicales en su cotidianidad: “cuando finalizó ese proce-
so, mi vida cambió mucho, porque el hecho de estar allá, bueno… primero es que
han pasado muchos cambios desde que dices ‘voy a volverme revolucionario en
337
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

este país’ y después volver otra vez, vuelve uno con otra mentalidad y definiti-
vamente es mejor esta situación ahora que estoy como una persona civil” (entre-
vistado 3, 2016); es para ellos un nuevo comienzo, su punto de partida es cero,
no hay nada construido. Por ello parte de su demanda es un marco institucional
que ofrezca estas garantías y les permita desde allí construir un proyecto para in-
sertarse en la sociedad; un proceso que, reconocen, no es rápido, “pero pues, eso
depende del tiempo, luego que lo conocen a uno ya lo aceptan, aunque siempre
está el miedo de decir lo que uno fue” (entrevistado 2, 2016).
Asimismo, los excombatientes tienen el deseo de volver a trabajar, de retomar
labores de la vida cotidiana: “debe ser excelente porque trabajar sin miedo es
salir adelante” (entrevistado 1, 2016); las personas en proceso de integración
necesitan reparar el miedo producido por la guerra, aparte de esto al momento
de su decisión de desmovilización se enfrentan con un reto que puede conver-
tirse en obstáculo, este se encuentra en el ámbito y la capacitación laboral.
En este sentido, la inserción laboral del desmovilizado se torna una acti-
vidad compleja generada por la existencia de una tendencia estigmatizadora
por parte de la sociedad civil y la empresa privada, por lo que se abstienen
de darles trabajo porque los consideran malos o ladrones: “todo es difícil al
principio, pero lo más difícil es conseguir trabajo (…) es que al principio fue
muy duro, nadie me daba trabajo” (entrevistado 1, 2016). Esta realidad lleva
a los desmovilizados a emplearse en la informalidad con gran frecuencia: “yo
hago cosas, yo arreglo lavadoras, yo arreglo neveras, entonces ahí tengo como
bandearme, pero un trabajo, así laboral fijo, no tengo” (entrevistado 7, 2016),
asunto que se torna en un factor de incertidumbre permanente en el proceso:
“yo no sé hacer nada en la vida y tenía miedo de pensar de qué iba a vivir”
(entrevistado 1, 2016).
Las posibilidades de un trabajo digno aseguran para ellos beneficios como
la seguridad social, que a la vez garantiza condiciones de calidad de vida, “yo
llegué hace dos años y medio a conseguir trabajo, no tengo ni salud, ni siquiera
he podido conseguir salud, me afilié al Sisben (el Sistema de Selección de Bene-
ficiarios para Programas Sociales) cuando llegué, luego me fui para Cali unos
días, me metí en una casa como en Ciudad Bolívar, donde no había nada, esta-
ba desocupada, pero me salió nivel 57, es decir, que no tengo derecho a nada”
(entrevistado 7, 2016), “yo tengo trabajo, pero no con todas las de la ley: sí, yo
no tengo EPS (…) no tengo pensión, no voy a tener toda la vida la capacidad
para trabajar” (entrevistado 1, 2016). Cuando el excombatiente decide volver
a la vida civil, los desmovilizados encuentran en estos factores sus primeros
obstáculos, lo cual genera que la materialización de un proceso que ofrece ga-
rantías no sea real.

338
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

• Construir confianza institucional como parte del proceso para la re-


incorporación social.

Es evidente que hay una forma de amoralidad política en buena parte de la so-
ciedad. Desde cuando se promueve el arreglo informal con el oficial de tránsito,
hasta cuando se dan regalos o se profieren amenazas a altos jueces y funciona-
rios para influir en sus decisiones. Cuando el poder público opera en beneficio
de sectores, quebrantando la consigna de defender el bien común, resulta que
lo moral y lo ético se rinde impiadosamente al interés. Sin embargo, la demo-
cracia brinda la posibilidad de elegir a los gobernantes, y es en primer lugar
esa eventualidad la llave maestra de cualquier forma de libertad y cambio. En
segundo lugar, es un campo donde se tiene que trabajar para reconstruir la
confianza en las instituciones públicas; es así como a la sociedad no le queda
claro que todo acto de elección implica un acto de valoración inevitablemente
moral, ético.
La reconstrucción de una legitimidad política está, por lo tanto, condicio-
nada a la posibilidad de reconstruir una base normativa y comunicacional
intersubjetivamente válida, a la cual se puede apelar tanto para establecer cri-
terios compartidos de preferencias y valoraciones en el balance de los fines y
los medios como para atribuir responsabilidades éticas y políticas a los actores
públicos y a los ciudadanos. Los fundamentos de esa normatividad ya no pue-
den situarse, como en el caso de la filosofía política clásica, en una cosmología
racional del universo, ni tampoco, como en el caso de la filosofía política de
la ilustración, en la estructura categorial a priori de la razón humana misma,
juzgada universal e inamovible. Debe fundarse, por el contrario, en reglas cuya
universalidad esté desde el comienzo garantizada, y debe tender hacia valores
cuya validez pueda ser admisible ecológicamente y reconocida como benéfica
en el tiempo de desarrollo de esta y las próximas generaciones de humanos.
Es importante comprender que la confianza institucional está ligada con
una cultura democrática que tiene aspectos incluyentes tolerantes para toda
la sociedad. Lo que se debe lograr es que los intereses de cada individuo sean
escuchados y atendidos, de esta manera se irán generando lazos de confianza
en las instituciones, tanto de manera general como interpersonal.
La confianza es un elemento central donde el conjunto de actitudes se en-
cuentran asociados con la comunidad y la pertenencia a asociaciones, que de
la misma manera implican la participación cívica y la participación política de-
mocrática; lo que a su vez ayuda a construir instituciones sociales y políticas
necesarias para un gobierno democrático y efectivo.
El excombatiente espera que la institución pueda ser vista como un
generador de seguridad frente a su proyecto vital. En este sentido existe un reto
para el Estado, pues las instituciones han sido vistas por ellos como ineficientes

339
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

y ausentes; además tienen una imagen negativa hacia los funcionarios, ya


que son percibidos como corruptos, por lo que esperan que la institución cree
en conjunto con ellos la resignificación de ese sentimiento, necesario para
emprender un proceso de reintegración social exitoso: “estar seguro de que la
institución lo va a ayudar a uno” (entrevistado 1, 2016); el excombatiente espera
que la institución pueda brindar estabilidad emocional, ya que el miedo y la
incertidumbre es parte del proceso que viven al tomar esta decisión: “saber que
lo que hacen, lo hacen por el bien de todos y para todos, que nos van a apoyar”
(entrevistado 6, 2016).
Parte de los sentidos que guían el proceso de reintegración, como lo expre-
san algunos documentos oficiales, se centran en construir confianza como el
elemento fundante de la legitimidad y la paz, por lo cual no es una exigencia
menor de los excombatientes.
Los procesos de DDR y los procesos de Justicia Transicional, los cuales tienen
como horizonte construir una paz que se exprese en seguridad para los des-
movilizados, en garantías para las víctimas, en oportunidades para las comu-
nidades afectadas, en el fortalecimiento de las instituciones y en la construc-
ción de confianza y legitimidad entre todos ellos para lograr las garantías de
no repetición. La paz —con este sentido— es expresión de estabilidad política,
de desarrollo económico y de legitimidad social para resolver pacíficamente
los conflictos y garantizar efectiva y definitivamente la superación de ciclos de
violencia. Los procesos de paz actualmente incorporan exigencias en función
de una reintegración plena y digna de los desmovilizados, lo que se intenta
concretar mediante programas de DDR cada vez más orientados a las comuni-
dades, y en garantías para los derechos de las víctimas para conseguir la paz
sin impunidad. (OACP y ACR, 2010, p. 26)

• Construcción de escenarios de solidaridad social como apoyo a la


reintegración.
La sociedad cumple un factor importante en la reintegración, por ello
construir escenarios de aceptación es necesario; algunas de las cosas que los
desmovilizados visualizan para ello es la urgencia de instalar o resignificar
valores que apoyen estos cambios y que tengan la capacidad para aceptar,
incluir y reconocer a los desmovilizados como actores en la vida civil: “sí,
claro, porque salir de allá es una decisión muy dura pero si hay apoyo se torna
más fácil, que uno sienta que no está solo debe ser excelente” (entrevistado 1,
2016); a esto se suma el grado de discriminación hacia los desmovilizados: “ser
reinsertado es lo más difícil, la guerra es dura pero la guerra está en el monte,
pero tú comes, caminas, corres, cocinas y sigues, pero cuando llegas a la ciudad
es totalmente diferente” (entrevista 3, 2016). En los relatos hay un llamado
constante por pensar el asunto de la guerra como un campo en donde todos
los actores sociales deben cumplir un rol; en tal sentido, la construcción de los
340
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

escenarios de posacuerdo son competencia de la sociedad como un proyecto


conjunto, además de los asuntos morales y éticos que trae consigo esta tarea:

Tradicionalmente, los problemas éticos habían sido visualizados en el micro-


ámbito de las relaciones humanas (por ejemplo, en las relaciones de la vida
privada) y en el meso-ámbito de la interacción política (involucrando, por
ejemplo, intereses de grupos sociales o los intereses de la nación); en la actua-
lidad, los problemas éticos se han extendido al macro-ámbito de relaciones
humanas y remiten a problemas que afectan a la humanidad en su conjunto,
como especie biológica, tanto en sentido físico-espacial —a la población mun-
dial existente actualmente— como temporal —a las generaciones futuras—.
(Figueroa, 2007, p. 13)

Quiere decir esto que la comprensión de la realidad y su cambio es imposible


sin un proyecto ético que la soporte, en el pensamiento de Karl-Otto Apel (1994),
la problemática de la solidaridad aparece en conexión con la necesidad de orga-
nizar la responsabilidad colectiva de la humanidad, asumir que los asuntos de
la guerra o la paz le corresponden al colectivo, en un principio de solidaridad
que aparece estrechamente relacionado con el de responsabilidad, en tanto no
sé es solidario si no existe un proyecto conjunto y éticamente compartido sobre
el cual serlo. Esto lo llamaría Lévinas (citado por Figueroa, 2007) como lazo
posible (peut-être) del ser-los-unos-con-los-otros. Rawls, Ricoeur, Dussel, Derri-
da, Rorty y Parijs, proponen la idea de la existencia de la solidaridad como un
principio fundamental ligado a la justicia social:

Esta conflictividad propia de nuestras historias supone una noción de justicia


y de solidaridad que no es solo un litigio de bienes, sino modos de establecer
lo mínimo que requiere cualquier persona de cualquier generación o de cual-
quier nacionalidad a nombre de un bien que supone el acrecentamiento del
bien de la humanidad. (Figueroa, 2007, p. 223)

Incorporar la solidaridad como elemento de un proyecto ético de sociedad im-


plicaría, para el caso de los procesos de reintegración:
• Romper con el binomio engaño/desconfianza que se presenta como un
problema estructural que afecta el proceso de reintegración. Identificar las
distancias que existen entre la política de reintegración y las demandas
de los desmovilizados permite dimensionar los problemas generales del
actual proceso, pero no mirar el detalle de cada uno de sus componentes.
• Hacer visible el rol político de los desmovilizados en el proceso de reintegra-
ción; desde allí asumirlo como un camino político y no de orden punitivo.
• Formar la ciudadanía en el reconocimiento social del conflicto y sus afec-
taciones a la vida cotidiana.

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

• Dialogar sobre la categoría de víctima, aceptando quizá que la guerra tam-


bién afectó a los desmovilizados.

Tensiones
En relación con las tensiones dentro de los procesos de reintegración, los des-
movilizados reconocieron las siguientes como las más relevantes:

• Entre la falta de garantías del proceso de paz y la paz como un


proyecto social.

El proceso de paz está pensado para que todos los territorios por igual puedan
vivir en armonía y calidad de vida, lo cual de inicio deja de lado enfoques dife-
renciales a nivel territorial. Por esa razón es necesario hacer un llamado a que
cada espacio sea visible en el proceso y desde allí se reconozca la complejidad
del conflicto y sus particularidades, lo que hace que los discursos de quienes
vieron la guerra en los territorios sean diferentes alrededor de la paz y los te-
mores o dudas sobre el mismo sean diferenciales. Por un lado, está la visión
positiva de algunos desmovilizados, en donde se dice

[...] que es algo muy bueno, porque la vida de mucha gente va a cambiar, los
niños ya no van a tener que ir a dar plomo por mandarle plata a los papas para
comer, sería una nueva forma de vida para todos, ¡ojalá que se pueda arreglar
eso! Porque es bueno, además si no lo piensan por el lado de uno deberían
pensarlo por los soldaditos, a mí me daba pensar porque yo vi a muchos jo-
vencitos allá muertos, que eran del ejército y tenían como la edad de mi hijo,
peleaban peleas que no eran de ellos. (Entrevistado 1, 2016)

Esto quiere decir que algunos desvinculados sí confían en el proceso, porque se


dejará de lado la guerra para convertir a Colombia nuevamente en zona de paz,
en donde el perdón es posible.
Para muchos desmovilizados el discurso de la paz se asume como un dis-
curso político enraizado en sus propias luchas políticas por las desigualdades
sociales y la búsqueda de justicia social: “sí es posible, yo he estado muy emo-
cionado con todo lo que está pasando con las FARC, porque a nosotros se nos
aplazó un cuarto de siglo, lo que queríamos era dejar las armas, para que este
país no tuviese que matar, antes creíamos que tocaba matar... pero ya después
uno ve y dice, ‘eso no es así’, ¿sí me entiende?, sí es posible” (entrevistado 5,
2016). Existen voces esperanzadoras sobre el proceso que siguen ligados a los
ideales de lucha social.
Por otro lado, está la mirada negativa, ya que algunos excombatientes no
confían ni en los acuerdos ni en el Estado; para ellos es evidente que el proceso
de paz está pensado con fines lucrativos, pues no es tan solo sacar a las FARC

342
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

de los territorios, sino por el contrario, dejar vía libre a las multinacionales para
que entren y exploten los recursos:

[...] por ejemplo en la firma de ese tratado de paz los que están detrás de todo
eso son las grandes multinacionales, entonces, ¿cuál paz y cuál postconflicto?,
si se supone que el postconflicto es precisamente para sanar todas las heridas
y tener un país mejor, pero nada, a nosotros lo que se nos va a venir es algo
más peligroso y más difícil, porque es que ahorita la gente ya no va a tener la
disculpa de la guerrilla. (entrevistado 7, 2016)

Es muy claro que el proceso de paz no convence a todas las personas, existen
muchas falencias que no permiten avanzar a una paz duradera, ya que varios
ciudadanos que viven en los campos y territorios de guerra no piensan igual a
los que habitan en las zonas urbanas; ellas no saben lo que pasa realmente en la
cotidianidad, que constantemente ve muerte y tragedia.
Finalmente es una voz de reclamo, porque no existe la certeza de que la
ausencia de la soberanía que ejercen los grupos armados sea cubierta por un
Estado que no tiene la capacidad para atender los reclamos de los pobladores
de las regiones; según la percepción de los entrevistados se duda de la cober-
tura y efectividad estatal para gobernar los territorios. Frente a esta situación,
para la Fundación Paz y Reconciliación (2017) existen hasta hoy cinco tipos de
zonas en los territorios que abandonaron las FARC: 1) con presencia del ELN; 2)
con presencia de bandas criminales; 3) con aumento de la delincuencia común;
4) con expresiones de disidencias de las FARC; 5) con esfuerzo de recuperación
del Estado.
Desde que inició el proceso de paz, uno de los retos que se advirtió en ma-
teria de sostenibilidad de la paz tiene que ver con las garantías en la seguridad
de los territorios en los que operó la guerrilla. Los riesgos de que estos espacios
fueran cooptados por otros grupos ha estado latente; las consecuencias de estas
nuevas disputas pondrían a estos espacios ante nuevos escenarios de violencia.
En la región del sur de Córdoba, el bajo Cauca antioqueño y el Pacífico colom-
biano, este ocupamiento ya se ha expresado en asesinatos selectivos, desplaza-
mientos forzados e intimidación de las estructuras armadas emergentes contra
la población civil.

• Entre la oferta del Estado y la efectividad de los procesos.

Dentro del proceso de paz, los desmovilizados ven con preocupación algunas
situaciones cotidianas que pueden causar tensión en relación con la oferta del
Estado y las condiciones particulares de cada individuo, así como con sus ne-
cesidades vitales; se puede afirmar que existe una tensión visible entre las con-
diciones y los tiempos para realizar un proceso de incorporación a la vida civil
y los plazos que le son exigidos a los excombatientes para la participación en

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Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

espacios de acompañamiento. Este lapso en ocasiones no es debidamente pla-


nificado, pero se vuelve un determinante para la continuidad en el proceso y en
la reestructuración de un plan de vida,

[...] por lo general tienen que entrar a trabajar... pero el modelo está tan mal
diseñado que, por ejemplo, para las atenciones psicosociales o las formacio-
nes para el trabajo ellos tienen que ir en horario de oficina, entonces si están
trabajando, uno de los problemas es que el patrón va a decir, o muchos de los
patrones no sabían que era desmovilizado o una desmovilizada, y si empieza
a pedir permiso y usted de un momento le tiene que decir no, es que yo soy
desmovilizado. (Entrevistado 5, 2016)

Situaciones como la anterior crean un ambiente de confrontación entre los des-


movilizados y quienes lideran los procesos de acompañamiento, mientras que
a la vez generan incertidumbres sobre el sentido de la reintegración, poniendo
en cuestión la efectividad del Estado y sus políticas, asunto que recobra impor-
tancia si se tiene en cuenta que muchos de los reintegrados ven al Estado como
un actor violador de los derechos humanos:

La yuxtaposición temporal con el conflicto tiene serias implicaciones para la


reincorporación efectiva de los excombatientes. No les permite volver a su
lugar de origen y son mayores sus problemas de seguridad y los de sus fami-
liares. Las alternativas de empleo se reducen por los efectos acumulados de la
guerra sobre la economía y se incrementan las posibilidades de reincidencia
en las armas o actividades delictivas. No hay dividendos de paz para invertir
en la reinserción, y emergencias humanitarias, como el desplazamiento, com-
piten por atención y recursos. Permanecen ausentes procesos de reconciliación
con los organismos de seguridad pública, militares y policías, y sigue la des-
confianza de los desmovilizados frente al Estado y de la sociedad frente a los
excombatientes. No se puede apelar a las estructuras de mando de los grupos
armados para guiar a los reinsertados en un proyecto político y social bajo las
reglas de juego democráticas; hay fragmentación y poca articulación colectiva
que genere sentido de pertenencia. (Fundación Ideas para la paz, 2005, p. 9)

• Entre la importancia de que se ingrese a la sociedad y el miedo a ser


rechazado.

En general, muchos colombianos resaltan la importancia y el deseo de con-


seguir la paz con los grupos armados al margen de la ley, pero también va-
rios muestran rechazo a relacionarse con excombatientes, y no reconocen en
su desmovilización un aporte significativo a la disminución de la violencia del
país: “es que la gente no perdona” (entrevista 1, 2016). Esta contradicción tiene
implicaciones en los procesos de reintegración; los excombatientes al momento
de tomar esta decisión llegan con muchos temores, y el rechazo es el principal
de estos, el ser juzgados y discriminados, incluso por los mismos profesionales
que van a intervenir en su proceso de reintegración.

344
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

Para los desmovilizados, el estigma de ser considerados indeseables por


la ciudadanía, tal como lo experimentan en su cotidianidad, afecta de manera
grave su sensación de reintegro social: “en la sociedad hay mucha desconfianza,
aquí por ejemplo le preguntan a una persona por algo y la gente lo mira primero
de arriba abajo con desconfianza y a veces le dicen una mentira para ponerlo a
voltear” (entrevistado 7, 2016). Este miedo implica que el Estado implemente
un programa de cultura social basado en la reconciliación, para así cambiar la
mentalidad y actitud ciudadana frente a los excombatientes.
Los desmovilizados deben asimismo enfrentar el hecho de que los ciudada-
nos perciben negativamente sus actos del pasado, y que el rechazo que expe-
rimentan no es gratuito; pero también deben sentirse en ese caso motivados al
trabajo para este cambio de visión hacia ellos. Los programas educativos y psi-
cosociales de la ACR necesitan acercar a los desmovilizados a la idea de que es
imperioso comprender el rechazo de una sociedad que se percibe victimizada
pero a la vez comprometida con ser el apoyo para trabajar en el mejoramiento
de esta visión: “es que la gente [...] juzga muy duro, piensan que uno es malo”
(entrevistado 1, 2016); “ salir de allá es una decisión muy dura, pero si hay apo-
yo se torna más fácil. Que uno sienta que no está solo” (entrevistado 1, 2016).
Cuando los combatientes deciden retirarse de los grupos a los que pertene-
cen y retomar su vida en la legalidad, existen temores: “claro, yo tuve miedo de
volver, hubo compañeros que los mataban por desertores” (entrevista 2, 2016);
al tomar la decisión de volver a la vida civil es importante tener valentía y estar
seguro de que se encontrará un apoyo afuera de los campos de guerra, como
por ejemplo en las instituciones que respaldan estos procesos.
Cuando se desmovilizan tienen miedo, porque siempre son amenazados
por desertores y hasta por el mismo Estado, que en ocasiones vulnera la vida
de estas personas: “hasta qué punto me siento yo confiado en que el Estado
efectivamente me va a cumplir, en que el Estado no me va a matar” (entrevista
4, 2016); los desmovilizados sienten miedo de volver a la vida civil y también de
huir de sus grupos, porque no sienten tranquilidad total: “he sido amenazado,
no me han matado porque, mejor dicho, porque yo digo que uno a la hora de la
verdad, como dice el dicho, uno se muere cuando uno se va a morir, no cuando
a cualquiera se le dé la gana, ¿verdad?, entonces por eso no me han podido
matar, pero si lo hubieran podido hacer, ya lo hubieran hecho” (entrevista 4,
2016). Las instituciones y la sociedad civil juegan un papel clave, pues ellos son
quienes aceptan a las personas y las ayudan a ir dejando de lado el miedo para
poder volver a la legalidad.
El miedo debe vencerse en el día a día: “da mucho miedo volver a la vida civil
y reencontrarse con personas que saben lo que hiciste, todo el mundo sabía que

345
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

hacíamos cosas, de pronto irresponsables y osadas, como pintar ‘Sí a la Constitu-


yente EPL’, y ya eso te marcaba”. (Entrevista 3, 2016)

Rupturas
El sistema de reintegración crea unas rupturas fundamentales que en la ma-
yoría de las ocasiones se vuelven obstáculos para continuar o decidir llevar un
proceso de reincorporación a la vida civil por cuenta propia, sin el acompa-
ñamiento estatal. Entre ellas se destacan las siguientes, desde las voces de los
desmovilizados:

• Participación como punto de partida para un proyecto en la vida civil.

Para los desmovilizados es importante que se creen espacios de diálogo para


así conocer la opinión de los participantes del proceso: “mi opinión no era
importante, ellos solo decían ‘tome esto, le damos esto’, por ejemplo daban
estudio y yo no quise aceptar eso, quería era trabajar y no me colaboraron”
(entrevista 2, 2016).
Los desvinculados dicen haber manifestado sus inconformidades: “dije lo que
no me gustaba, pero nada se cambió, me dijeron que antes diera gracias y pues
hasta sí, soluciones... ninguna” (entrevistado 2, 2016). Al venir de una trayec-
toria de vida donde los espacios para el debate eran fundamentales, en donde
asumir los asuntos políticos es relevante y donde las órdenes se siguen por con-
sentimiento, el sentirse excluido de un espacio de participación es una barrera
para construir el diálogo, un asunto necesario para temas fundamentales como la
construcción particularizada de las rutas de atención y reincorporación o para las
estrategias de acompañamiento acordes con sus vivencias y contextos.

• La confianza en las instituciones y su legitimidad para apoyar un pro-


yecto social de posacuerdo.

Al momento de iniciar el proceso, es conveniente que la Agencia para la Re-


integración aclare las garantías que ellos brindan y de igual forma los impe-
dimentos que se pueden llegar a presentar; en algunas de las entrevistas se
resalta que al momento de iniciar el proceso no se les indicó concretamente
lo que debían hacer para estar en este; se debe especificar con claridad las
condiciones para ser parte del proceso, para así evitar confusiones y posterior
desconfianza.
Se plasma gran inconformidad hacia las instituciones: “tiene que ver con las
instituciones y con todo, porque cuando hablamos de las instituciones estamos
hablando del Estado, y yo en el Estado no confió, porque lo que me ha demos-
trado es que es falso, más falso que una moneda de cuero; desde el 91 hasta aho-
ra lo que hemos visto es todo lo contrario, no tenemos por qué confiar en eso, yo
desconfío, sigo desconfiando porque la práctica me lo ha enseñado” (entrevista

346
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

4, 2016). Esta desconfianza se traslada al posconflicto: “este proceso de paz no


me lo creo, aunque conocía la historia de lo que significó la época de Guadalupe
Salcedo y todos los procesos y las traiciones que ha habido de parte del Estado
frente a ese caso” (entrevista 4, 2016); “mire, yo no creo en el posacuerdo, no
creo, porque es que detrás del posacuerdo están una cantidad de ONG y otra
vez va a pasar lo mismo, o sea, yo no creo porque es que nosotros ya lo vivimos
en carne propia en esa época, y ahora va a ser peor porque hay más plata, hay
más intereses” (entrevistado 7, 2016).
Se considera que frente a una institución que no atiende los reclamos, ni tie-
ne la capacidad para hacerlos, el Estado se ve débil y crea incertidumbres sobre
las garantías que pueda brindar para un escenario futuro:

[...] puede ser que el Estado sí tenga las herramientas, pero las van a aplicar
donde no deben aplicarlas, o sea, eso se vuelve es un negocio donde cuatro se
lucran de eso y el resto de la gente, ¡naaa!, eso cada vez me decepciona más, la
verdad, la verdad yo me he reintegrado solo, reinserción como tal no, los que
realmente se reinsertaron fueron los que no tenían que insertarse, quiero decir
por oportunistas, los que se las picaban de doctores, toda esa clase de gente
en sí, todos los que verdaderamente se reinsertaron se acomodaron y tienen
muy buenos puestos, pero la tropa como tal no, y yo hago parte de la tropa,
yo lo que he hecho en todo este tiempo es reinsertarme solo, yo mismo me he
abierto el camino. (Entrevistado 7, 2016)

Sobre este último aspecto vale la pena poner en consideración una de las pro-
puestas teóricas de la escritora Chantal Mouffe (2007). La autora ha venido de-
sarrollando la idea de que reconocer la constitución antagónica de la vida social
es una necesidad que enfrenta la política democrática en aras de lograr una ela-
boración de los antagonismos por la vía de las relaciones agonistas y la defensa
de una democracia pluralista, que permita la construcción de un nosotros/ellos
a partir del modelo del adversario legítimo. Un elemento importante para tener
en cuenta en su planteamiento es la diferencia que establece entre la política
entendida como algo asociado convencionalmente a un conjunto restringido
de prácticas, instituciones y personas, y lo político como algo constitutivo de la
vida social caracterizada por el antagonismo:

Concibo “lo político” como la dimensión de antagonismo que considero cons-


titutiva de las sociedades humanas, mientras que entiendo a “la política”
como el conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un
determinado orden, organizando la coexistencia en el contexto de la conflicti-
vidad derivada de lo político. (Mouffe, 2007, p. 16)

Lo político tiene que ver con la constitución conflictiva de la realidad social


y la configuración de identidades políticas a partir de la distinción entre un
nosotros/ellos. Esta elaboración implica el entendimiento de que la identidad
es un fenómeno relacional que requiere para su construcción de la diferencia

347
Reflexiones para el escenario del posacuerdo: desencuentros con la política de reintegración social y
económica en Colombia a través de las voces de sujetos desmovilizados entre 2008-2016

y la diversidad. Solo es posible cimentar un nosotros cuando existe un ellos-


diferente como referencia. De acuerdo con este entendimiento resulta complejo
establecer una diferencia tajante entre lo social y lo político, ya que lo político
es parte constitutiva de la vida social, en todos sus ámbitos y manifestaciones.

Conclusiones
La reintegración se ve afectada por las grandes distancias que hay entre las ex-
pectativas de los excombatientes y la oferta institucional del Estado. Esto puede
desencadenar una ruptura del proceso de reintegración social y terminar en
reincidencia a la vida de ilegalidad y exclusión social de los participantes. Para
evitar la desconfianza, incertidumbre y posterior deserción, es fundamental el
apoyo a procesos de empleabilidad, lo que se traduce para el excombatiente
en menores riesgos de ser discriminado y vivir de una manera digna física y
psicológicamente.
Respecto del estigma, la sociedad es la responsable también de este pro-
ceso de reiteración del excombatiente, por lo que las instituciones estatales
deben apostarle a la prevención de los prejuicios y la sensibilización de la
sociedad, formando en principios de solidaridad y de confianza social para
el posacuerdo.
De igual manera, es prioritario generar un acompañamiento psicosocial
dentro del proceso (que abarque el restablecimiento familiar), ya que en las ins-
tituciones estatales no se visibilizan tratamientos comunitarios que abarquen
a los familiares de los desmovilizados. El componente comunitario es de vital
importancia para la continuación exitosa del proceso y al mismo tiempo lograr
que los desmovilizados consigan reintegrase, tener una nueva vida, un trabajo
decente y optar por un futuro mejor.
El proceso de paz es un acuerdo que tiene grandes ventajas como falencias.
Es un gran paso para dejar de lado la guerra y establecer nuevas formas de
relacionarse. Algunos colombianos creen que el acuerdo es importante porque
beneficia a los que han vivido la guerra y podrán volver a tener paz dentro de
su territorio, otras personas creen que este acuerdo está hecho solo para favo-
recer intereses políticos y que solamente beneficia a unos pocos, evidenciando
de nuevo la desigualdad, además de entregarle al país a las multinacionales.
Al tener visiones tan divididas frente al proceso, es importante contar con
ambas partes, pues la diversidad de opinión es la que logra consolidar grandes
resultados. Se debe tener en cuenta el porqué de que el proceso de paz tenga vi-
siones negativas y positivas, para que no se vuelva a caer en actos de violencia
ni vulneración de derechos humanos. La confianza es indispensable en todos
los procesos que se lleven a cabo; cuando una persona decide desmovilizarse
siente desconfianza por parte del Estado y de su grupo de combate, pues los

348
Marisol Raigosa Mejía • Alba Lucía Cruz Castillo

dos generan miedo de volver a la vida civil, ya que existe incertidumbre, y en


algunos casos no se logra vivir satisfactoriamente porque se está con el temor
de que por desertar o volver a la vida legal serán blanco de ataques que vulne-
ren sus vidas o las de su familia.
De acuerdo con lo planteado, el Estado y la sociedad civil deben garantizar
la tranquilidad de esta población por medio de un acompañamiento y que ellos
sientan que pueden estar seguros al dar este paso; en cuanto a las instituciones,
deben ser quienes protejan los derechos de estas personas para que no vuelvan
a recaer o volver a las armas, porque no sienten seguridad o porque no encuen-
tran garantías suficientes para quedarse en la legalidad.
Se debe incluir a los reintegrados en la construcción de procesos, pues ellos
conocen lo que necesitan. Es importante resaltar que todas las personas conocen
sus necesidades, pero es difícil saber qué es lo que necesitan los demás, enton-
ces no se debe intuir que alguien desea algo, la manera adecuada es haciendo
partícipes a las personas para no perjudicarlos con supuestos. Las falencias en
la organización y la falta de claridad afectan el desempeño y la credibilidad de
la institución, y generan desconfianza por parte de los integrantes del proceso.

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351
Las variables psicológicas y su
incidencia en la expansión de
capacidades esperadas en el proceso
de reintegración del conflicto
armado en Colombia*
Marcela Gaitán Forero**
Luz Dary Sarmiento***
Lucas Uribe Lopera****

Introducción
Colombia es un país con uno de los conflictos armados internos más largos, por
lo cual se ha configurado también en uno de los territorios que ha registrado los
más altos niveles de reclutamiento de menores de edad por parte de los grupos
armados ilegales, situación necesaria para mantener el pie de fuerza requerido
por dichos grupos. Por lo anterior, se han realizado numerosos estudios nacio-
nales e internacionales que buscan ofrecer un análisis sobre el conflicto armado
en Colombia, las condiciones que llevan a esto y las secuelas que quedan para el
niño, la niña y el adolescente luego de ser recuperados de las filas de combate.
Dichas investigaciones han mostrado que las huellas que dejan estas acciones
para retornar a la vida civil son catalogadas como de alto impacto psicológico

*
Artículo elaborado a partir de una investigación realizada para optar por título de Magíster en
Estudios y Gestión del Desarrollo, Universidad de La Salle.
**
Magíster en Estudios y Gestión del Desarrollo de la Universidad de La Salle. Trabajadora Social
de la Universidad Nacional de Colombia. Dirección electrónica: mmgaitanf@unal.edu.co
***
Magíster en Estudios y Gestión del Desarrollo de la Universidad de La Salle. Especialista en
Evaluación y Gerencia de Proyectos de la Universidad Industrial de Santander. Trabajadora
Social de la misma institución. Dirección electrónica: luz.sarmiento@savethechildren.org
****
Magíster en Estudios y Gestión del Desarrollo de la Universidad de La Salle. Especialista en
Psicología Social de la Universidad Pontificia Bolivariana. Psicólogo de la Universidad Coope-
rativa de Colombia. Dirección electrónica: lucasuribe@acr.gov.co

353
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

(Carmona, Moreno y Tobón, 2011; Ruiz, 2002; Romero, Restrepo y Diaz, 2009;
Springer, 2012).
Este fenómeno del reclutamiento de menores de edad, configurándose en
una clara violación de los derechos de infancia y adolescencia, ha requerido de
la intervención estatal que, a partir de diversas estrategias institucionales, ha
buscado promover la desvinculación de los grupos armados, restituir los dere-
chos de esta población y garantizar un proceso de reintegración a la vida civil.
En este contexto, las instituciones a cargo de los diferentes procesos de des-
vinculación y reintegración han sido el Instituto Colombiano de Bienestar Fa-
miliar (ICBF) y la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR). Dichas
entidades, a partir del trabajo constante sobre esta problemática, han ido cons-
truyendo una ruta de desvinculación y reintegración, que ha significado un
avance, teniendo efectos positivos sobre su impacto en las vidas de niños, ni-
ñas, adolescentes y adultos que participan de ella, además de configurarse en
un aprendizaje para las instituciones. Sin embargo, ha sido interesante observar
que aun cuando la ruta de desvinculación y reintegración ha venido ganando
claridad, con definición de etapas, procedimientos, recursos e indicadores de
ejecución e impacto, su implementación no ha garantizado el éxito del proceso
en el cien por ciento de la población que se vincula a ella.
En este sentido, en el inicio de este trabajo, se partió de entender que los
procesos institucionales por los que pasan los niños, las niñas y adolescentes
desvinculados, no son aislados de su vida, sino que, por el contrario, hacen
parte integral de su historia personal, una historia que se va construyendo y
deconstruyendo a partir de eventos y personas significativas, que a su vez han
cobrado esta significatividad desde las experiencias, los saberes y las expectati-
vas de ellos mismos. Es en este orden que se entiende que el éxito de un progra-
ma institucional no depende únicamente de quienes lo diseñan e implementan,
ni de su marco normativo o los recursos invertidos, sino que está permeado
por las experiencias y características vitales, individuales y comunitarias de sus
participantes, lo que desde el Enfoque de las Capacidades Humanas es llamado
por Martha Nussbaum como “las capacidades básicas e internas”.
En este orden de ideas, tomando como base elementos del área psicológica,
la hipótesis es que “variables psicológicas como el locus de control, los autoes-
quemas y las ideas irracionales, son factores que influyen en una experiencia
de reintegración exitosa, manifestada en la expansión de capacidades de las
personas en proceso de reintegración”.
Registradas estas consideraciones de orden conceptual, se pasa a exponer
la estructura del escrito. En los primeros tres numerales se desarrolla el marco
contextual y teórico que da cuenta del problema que da origen al proceso de
investigación, y de la postura asumida por los autores en aspectos relacionados

354
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

con los factores psicológicos a estudiar. A continuación, se expone la meto-


dología de investigación, incluyendo precisiones del enfoque, sus métodos e
instrumentos. Posteriormente, en el numeral cinco, se presentan los resultados,
y finalmente, se plantean algunas conclusiones y recomendaciones que surgen
a partir de las mismas.

El desarrollo humano como alternativa para comprender


los retos del posacuerdo
Colombia ha iniciado un proceso de negociación para el cese definitivo del
conflicto armado, cuyo primer gran resultado ha sido la desmovilización de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En este contexto
encamina acciones para la consolidación de mayores niveles de desarrollo. Son
varios los indicadores que muestran que, más allá del crecimiento económico,
los retos para el desarrollo del país son múltiples. Así las cosas, las visiones
del desarrollo centradas en el Producto Interno Bruto (PIB), no aciertan a con-
trovertir las principales causas del conflicto político en Colombia, pues bajo
indicadores de crecimiento positivos, se esconde la desigualdad y la falta de
oportunidades de las personas. Se hace entonces importante explorar algunas
propuestas sobre el desarrollo no solo económico, sino humano que permitan
marcar el rumbo del país hacia escenarios de mayor bienestar y oportunidades
para todos. Es en esta lógica que el presente trabajo se inscribe en la postura del
desarrollo humano, que se define como “un proceso en el cual se amplían las
oportunidades del ser humano” (PNUD, 1990, p. 34).
Esta corriente del desarrollo, originada en los estudios de Sen, propone una
visión del desarrollo a partir de las capacidades reales de personas y comunida-
des para ser y hacer aquello que quieren ser y que tienen razones para valorar;
un desarrollo que debe entenderse “como un proceso de expansión de las liber-
tades reales de que disfrutan los individuos” (Sen, 2000, p. 19). Es una mirada
al desarrollo que concibe a cada persona como un fin en sí misma; más allá de
las medidas, promedios u otro tipo de indicadores de lo colectivo (Nussbaum,
2012; PNUD, 1990).
Centrarse básicamente en el análisis de la renta y del crecimiento del PIB a
nivel de negociación y de posconflicto, podría tener indicadores positivos para
el país sin reajustar problemas como la distribución de la tierra, la desigualdad e
incluso las limitaciones de los sistemas de salud y educación. Sin embargo, un en-
foque centrado en las libertades reales que tienen los individuos no puede dejar
estos aspectos de lado, pues no solo son medios, sino que son fines en sí mismos.
Para el caso de los desvinculados del conflicto armado, una vez emprenden
su proceso de reintegración a la vida civil, se encuentran generalmente en
una situación de vulnerabilidad en la que no han adquirido aún capacidades

355
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

suficientes para enfrentarse al nuevo contexto de vida en la legalidad; este,


a su vez, ofrece una serie de riesgos significativos en un país que aún no ha
superado totalmente su conflicto armado interno y que, de manera paralela
a la negociación de una paz estable y duradera, se ve expuesto a otra serie de
violencias estructurales. En palabras del PNUD (2014), “la vulnerabilidad no es
lo mismo que la pobreza. No significa que haya carencias o necesidades, sino
indefensión, inseguridad y exposición a riesgos, crisis y estrés” (p. 17). De igual
forma, para las Naciones Unidas, dentro del desarrollo humano, se entiende
la vulnerabilidad como “la posibilidad de deteriorar los logros del ámbito del
desarrollo humano y su sostenibilidad. Una persona (o comunidad o país) es
vulnerable cuando existe un alto riesgo de que sus circunstancias y logros se
vean deteriorados en el futuro” (PNUD, 2014, p. 17).
De estas definiciones, se puede evidenciar que la vulnerabilidad es una si-
tuación que está en función del riesgo y las capacidades que se tengan para
afrontarlo. Los desvinculados en Colombia presentan una situación de vulne-
rabilidad especialmente en el momento de regresar a la sociedad civil. Esta
se puede observar en diferentes categorías, dado que, tal como lo plantea
Nussbaum (2012), las capacidades están relacionadas con dimensiones de la
vida de las personas, todas ellas importantes e interconectadas entre sí. Es fun-
damental tener en cuenta que:

Las capacidades se crean durante toda la vida y se deben fomentar y man-


tener; de lo contrario, pueden estancarse. Muchas de las vulnerabilidades (y
fortalezas) de las personas son el resultado de lo que han vivido, por lo que los
logros pasados influyen en la exposición presente y los modos de subsistencia.
(PNUD, 2014, p. 2)

Si se toma por cierta esta afirmación, se entiende que los desvinculados se ven
sometidos entonces durante su permanencia en el grupo armado a un “estan-
camiento” en la expansión de sus capacidades, pues una gran cantidad de lo-
gros y experiencias dentro del contexto de guerra no les son útiles dentro de
la legalidad. El problema aumenta si se tiene en cuenta que la infancia y la
adolescencia son una etapa del ciclo vital fundamental para el desarrollo de ca-
pacidades. Muchas de las capacidades que no se trabajen en esta etapa pueden
verse limitadas más adelante. Al respecto, el Informe de Desarrollo Humano
2014 expresa:

Cuando se realizan las inversiones en capacidades en una etapa más tempra-


na, las perspectivas futuras son mejores. También se da el caso contrario: la
falta de inversiones oportunas y continuas en capacidades puede comprome-
ter gravemente la posibilidad de un individuo de alcanzar un potencial de
desarrollo humano pleno. (PNUD, 2014, p. 3)

356
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

Como se puede evidenciar hasta acá, la participación dentro de un grupo ilegal


en el conflicto armado colombiano trae a una persona afectaciones que será
necesario tener en cuenta en el proceso de reintegración. Esta situación se
exacerba si se trata de niños, niñas y adolescentes, pues su pertenencia al grupo
se da en medio de una edad sensible para el desarrollo de sus capacidades.

El desarrollo debe tener en cuenta variables individuales


De acuerdo con lo mencionado hasta aquí, la libertad también es concebida den-
tro del enfoque de desarrollo humano como un medio. En palabras de Sen (2000):

El aumento de la libertad mejora la capacidad de los individuos para ayudarse


a sí mismos, así como para influir en el mundo [...]. El papel instrumental de
la libertad se refiere a la forma en que contribuyen los diferentes tipos de de-
rechos y oportunidades a expandir la libertad del hombre en general, y, por lo
tanto, a fomentar el desarrollo [...]. La eficacia de la libertad como instrumento
reside en el hecho de que los diferentes tipos de libertad están interrelaciona-
dos, y un tipo de libertad puede contribuir extraordinariamente a aumentar
otros. (Sen, 2000, p. 56)

Es decir que el desarrollo de unas capacidades puede servir de medio para


el desarrollo de otras. Sen utiliza el ejemplo de Japón para evidenciar cómo a
través del desarrollo de las capacidades sociales de sus ciudadanos, especial-
mente la educación, impulsó el desarrollo de las capacidades económicas (Sen,
2000). Asimismo, los informes del PNUD sobre desarrollo humano sugieren
que la inversión social inicial proporciona en las comunidades la expansión
de capacidades de diferente naturaleza (PNUD, 2014). Las capacidades están
interconectadas entre sí, y el adecuado funcionamiento dentro de un conjunto
de estas puede ayudar a expandir otros elementos.

La creación de oportunidades sociales, por medio de servicios como la edu-


cación y la sanidad públicas y el desarrollo de una prensa libre y muy activa,
puede contribuir tanto a fomentar el desarrollo económico como a reducir sig-
nificativamente las tasas de mortalidad. La reducción de las tasas de morta-
lidad puede contribuir, a su vez, a reducir las tasas de natalidad, reforzando
la influencia de la educación básica —en especial de la capacidad de lectura
y escritura y de la escolarización de las mujeres— en la conducta relacionada
con la fecundidad. (Sen, 2000, p. 60)

A la luz de lo anterior, es necesario entonces analizar, bajo el enfoque de desarrollo


humano, las capacidades que han expandido los desvinculados que ingresaron
al programa de reintegración, pues esto permitirá hacer valoraciones sobre el
éxito del proceso. A la vez, las capacidades que han expandido sirven como
análisis para entender cómo se relacionan entre sí, como instrumentos, para
que las capacidades en general continúen expandiéndose. Es en este escenario,

357
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

en el que ante contextos similares se asumen funcionamientos disimiles; vale


la pena entonces retomar el concepto de agencia que propone el enfoque del
desarrollo como libertad.
Este último hace referencia a “la persona que actúa y provoca cambios y
cuyos logros pueden juzgarse en función de sus propios valores y objetivos,
independientemente de que los evaluemos o no también en función de algunos
criterios externos” (Sen, 2000, p. 35). Es decir, en este enfoque no se entiende al
individuo como “paciente” o receptor pasivo de las políticas y el contexto, sino
como un agente transformador de su propia realidad y de su espacio.
Como se mencionó anteriormente, la capacidad no es un aspecto solo re-
lacionado con lo que el contexto político y económico pueda ofrecer al indi-
viduo, sino que es una relación entre dicho contexto y el individuo como tal.
Nussbaum (2012), utiliza el concepto de “capacidades combinadas” para refe-
rirse a esta realidad: “no son simples habilidades residentes en el interior de
una persona, sino que incluyen también las libertades o las oportunidades crea-
das por la combinación entre estas facultades personales y el entorno político,
social y económico” (2012, p. 40).
Así las cosas, para comprender un poco más las diferencias en cómo se han
expandido las libertades de los desvinculados en su retorno a la vida civil, en-
tendiendo que unos procesos han alcanzado mayores capacidades (éxito) que
otros, habiéndose realizado en contextos similares y estando atravesados por la
misma oferta institucional, es necesario también entender otras características
de las personas, como sus rasgos de personalidad, sus posibilidades intelec-
tuales y emocionales, su estado de salud, entre otras variables. Esto se soporta
también en el hecho de que diferentes investigaciones han demostrado cómo
variables psicológicas influyen en la movilidad social y en otros fenómenos so-
ciales (Romero, 2009; Carmona, Moreno y Tobón, 2011; Palomar y Lanzagorta,
2005; Romero, Restrepo y Diaz, 2009).
Entender entonces que las capacidades se dan en la combinación entre las
facultades del individuo y el contexto, hace importante para su compresión el
estudio de ambas realidades. Al respecto, el estudio sobre contexto, políticas
públicas, justicia e instituciones ha sido ampliamente abordado. Por su parte,
el estudio sobre las características del individuo, en lo que Nussbaum (2012)
llama “capacidades internas”, aún requiere de amplio desarrollo. De hecho, en
los textos tanto de Sen como de Nussbaum, los ejemplos y la argumentación
es amplia cuando se relaciona con las políticas públicas y las instituciones con
orientación a los colectivos, mientras que se muestra en desbalance cuando el
análisis es desde el individuo, aspecto que no es conveniente olvidar, dado que
tal como lo plantea Nussbaum:

358
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

Una de las tareas que corresponde a una sociedad que quiera promover las
capacidades humanas más importantes es la de apoyar el desarrollo de las ca-
pacidades internas, ya sea a través de la educación, de los recursos necesarios
para potenciar la salud física y emocional, del apoyo a la atención y el cariño
familiares, de la implantación de un sistema educativo, o de muchas otras
medidas. (2012, p. 41)

Por lo anterior, y teniendo en cuenta que para los sujetos que participaron en la
investigación las variables de políticas públicas, justicia e instituciones son simi-
lares, el escrito se centró en un análisis desde el individuo que permitiera enten-
der cómo algunas características personales de los desvinculados influyen en la
relación de estos con las oportunidades, privaciones y riesgos que se habían ge-
nerado en el contexto desde el comienzo de su proceso de regreso a la vida civil.

La psicología cognitiva como conceptualizador de variables


individuales que puedan influir en el desarrollo
El trabajo propuesto se centró en buscar elementos desde el individuo que
influyeron en cómo este se relaciona con las oportunidades y los riesgos del
entorno, para comprender la manera en que las capacidades individuales in-
fluyen (o no) dentro del proceso de retorno a la vida civil de los desvinculados
(en términos de desarrollo humano); y teniendo en cuenta también que las va-
riables individuales pueden ser muchas y de muy diversa naturaleza, el primer
paso en el proceso investigativo fue definir y delimitar sobre qué teorías y qué
conceptos se iba a realizar dicho análisis. Lo primero en esta línea fue precisar
que la disciplina que mejor se acomoda al trabajo propuesto es la psicología.
Esto, dado que se encarga de estudiar el comportamiento humano desde el
individuo (Coon, 1999).
La psicología ofrece un cuerpo teórico suficiente para estudiar las variables
y los procesos individuales que derivan en la acción, por lo que puede apor-
tar mucho al concepto de capacidades individuales anteriormente descrito y
que es de significativa importancia en este trabajo. Existen antecedentes que
demuestran cómo las variables psicológicas influyen en la expansión de capa-
cidades del individuo.
De igual forma, existen investigaciones que buscan comprender desde el
aspecto psicológico la relación entre el comportamiento de las personas y su
vinculación con la guerra o con la reintegración. Gracias a estas se ha eviden-
ciado, por ejemplo, que en mujeres jóvenes se hace una atribución significativa
a motivaciones estéticas para ingresar a un grupo armado (Moreno, Carmona y
Tobón, 2010); que en algunos excombatientes recluidos en centros penitencia-
rios “la percepción sobre el conflicto armado contiene elementos estructurales,
económicos, culturales que legitiman el mantenimiento del mismo” (Romero,

359
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Restrepo, Diaz, 2009, p. 219); o que la presencia de trastornos psicológicos in-


fluye en la probabilidad de reincidencia de un desmovilizado (Fundación Ideas
para la Paz, 2014).
Así entonces, al comprender que los procesos psicológicos influyen de ma-
nera determinante en cómo se comporta la persona y cómo aprovecha el en-
torno para expandir sus capacidades, su análisis resulta un factor clave para
entender las diferencias que hacen que algunos desvinculados se hayan rein-
tegrado mejor que otros a la sociedad. En este sentido, es importante tener en
cuenta que los patrones de pensamiento con los que se procesa la información
no son innatos, ni se dan de manera espontánea, son dinámicos y se construyen
con las experiencias de vida significativas de la persona, especialmente en la in-
fancia (Young, 1990). Esto implica, que para quienes desde su infancia hicieron
parte del conflicto armado a través de su vinculación con un grupo armado ile-
gal y que participaron además de escenarios atroces de guerra, la probabilidad
de generar estos esquemas desadaptativos es bastante mayor.
Dado lo expuesto anteriormente, se puede concluir que las variables psi-
cológicas tienen gran relevancia a la hora de entender el acceso y uso de las
políticas sociales de la población, más aún en una como la que fue sujeto de
investigación, que estuvo expuesta en su niñez y adolescencia a escenarios de
guerra y —en muchos casos— de marginación social. Además, que dichas va-
riables pueden tener concordancia con lo que se ha denominado “capacida-
des internas” (Nussbaum, 2012). De esta manera, comprender la relación entre
estas variables y las políticas sociales podría derivar en un mejor uso de los
recursos. No se trata solo de proveer servicios y oportunidades, sino también
de un acompañamiento que permita un empleo más adecuado de los mismos,
mediante el fortalecimiento de las capacidades internas.
Sin embargo, hablar de variables psicológicas desde la psicología cognitiva
continúa abarcando un espectro de posibilidades amplio que no sería posible
abordar en un solo proceso investigativo. Para efectos de comenzar una línea
que podría abrir muchas posibilidades en la generación de conocimiento, se
decidió enfocar la atención en tres conceptos iniciales y exploratorios: el locus
de control, las ideas irracionales y los autoesquemas. Estos fueron seleccionados
porque cuentan con antecedentes investigativos, son representativos dentro de
la teoría cognitiva y tienen escalas ya diseñadas que permiten comparar e inter-
pretar los resultados.

En busca de la respuesta
La pregunta de investigación que orientó este análisis fue: ¿qué relación
existe entre las variables psicológicas y la expansión de capacidades que los
desvinculados han tenido en su regreso a la vida civil? Para su abordaje, desde

360
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

un enfoque de investigación mixto y haciendo uso de la base de datos de la


ACR, se construyeron tres grupos de análisis: en primer lugar, se ubicaron
aquellos desvinculados que presentan una menor expansión de capacidades;
en segundo lugar, los que presentan una expansión promedio; y en tercer lugar,
quienes presentan una mayor expansión de capacidades. Es importante aclarar,
que partiendo del análisis de las propuestas de capacidades que ha elaborado
Sen, Nussbaum y el PNUD, y teniendo en cuenta los datos disponibles, se
definieron como categorías asociadas a la expansión de capacidades en el
proceso de reintegración: el avance institucional, la formación, la productividad,
la seguridad, la legalidad y la habitabilidad.
La metodología de construcción de los grupos constó de seis pasos, los cua-
les se exponen a continuación.
a. Con base en la información disponible (categorías abordadas por el Pro-
grama de Reintegración) y la teoría central de desarrollo humano, se iden-
tificaron las variables que podrían comprenderse como capacidades. El
resultado de este ejercicio fue discutido con expertos en el tema con pro-
pósitos de validación. Las variables definidas fueron quince:
–– Responsabilidad con obligaciones institucionales.
–– Avance en el plan de trabajo.
–– Avance en el beneficio de acompañamiento psicosocial.
–– Nivel educativo.
–– Nivel de formación para el trabajo.
–– Ocupación económica.
–– Estabilidad en aportes.
–– Emprendimiento.
–– Casos de riesgos.
–– Capturas.
–– Reincidencia.
–– Estrato socioeconómico.
–– Tenencia de vivienda.
–– Acceso a servicios públicos.
–– Hacinamiento.
b. Una vez identificadas las variables que podrían servir como referente para
valorar el desarrollo de capacidades, se procedió a hacer una serie de re-
uniones con profesionales de la entidad que proveyó los datos, la ACR,
con el fin de desarrollarlos a profundidad y establecer valores según el
grado de avance. Con una metodología de mesa de expertos y utilizando

361
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

matrices de influencia-dependencia, se establecieron los valores que se re-


lacionan en la tabla 1:

Tabla 1. Valoración de las variables relacionadas con el desarrollo de capacidades

Variable Criterios para asignación de valores

(5) quien culminó el proceso en un tiempo adecuado; (4) quien culminó el


proceso, pero en un tiempo mayor; (3) quien aún no ha culminado el pro-
Responsabilidad ceso pero está próximo a terminarlo; (2) quien no ha culminado y aún no
con obligaciones está próximo, pero ha cumplido con sus obligaciones: (1) ni ha culminado,
institucionales. ni está próximo y es intermitente con sus compromisos; y (0) a quien es
poco cumplido con sus compromisos y no ha culminado, ni está próximo
a terminar.

(5) a quien ya culminó su proceso de reintegración; (4) a quien lleva más


del 80 % de avance en su plan de trabajo; (3) a quien lleva entre 60 % y 80 %
Avance en el plan
de avance en su plan de trabajo; (2) a quien lleva entre el 40 % y el 60 % de
de trabajo.
su plan de trabajo; (1) a quien lleva avanzado entre el 20 % y el 40 % de su
plan de trabajo; y (0) a quien lleva menos del 20 % en su plan de trabajo.

(5) a quien ya culminó su proceso de reintegración; (4) a quien terminó


Avance en el
el acompañamiento psicosocial en el tiempo previsto; (3, 2 y 1) a quienes
beneficio de
terminaron bien el acompañamiento psicosocial (se reduce el valor entre
acompañamiento
mayor tiempo les haya tomado); y (0) a quienes aún no terminan de manera
psicosocial.
satisfactoria este acompañamiento.

(5) si la persona es bachiller; (4) si su máximo nivel es de grado décimo o su


equivalente; (3) si su grado alcanzado es noveno o su equivalente; (2) si su
Nivel educativo.
grado alcanzado es séptimo o su equivalente; (1) si su grado alcanzado es
quinto o su equivalente; y (0) si no ha terminado la primaria.

(5) si el máximo nivel de formación para el trabajo es tecnológico o mayor;


Nivel de
(4) si es técnico profesional; (3) si es técnico laboral; (2) si es auxiliar o com-
formación para el
plementario; (1) si son cursos cortos; y (0) si no tiene nivel de formación
trabajo.
para el trabajo.

Ocupación (5) si la persona está ocupada en el sector formal; (3) si está en el sector in-
económica. formal; (2) si no es económicamente activo; y (0) si está desocupado.

(5) si la persona reporta aportes en los doce meses del año; (4 y 3) si reporta
aportes en más de seis meses (cambia el valor si actualmente está trabajan-
Estabilidad en
do); (2) si está trabajando, pero reporta aportes por menos de seis meses; y
ocupación.
(1 y 0) si reporta aportes por menos de tres meses (varía si actualmente está
aportando o no).

(5) si tiene un plan de negocio en funcionamiento o todavía cuenta la po-


sibilidad de acceder a un capital semilla para este; (2) si tiene registro de
Emprendimiento.
un plan de negocio, pero no se posee evidencia que aún funcione; y (0) si
obtuvo el plan de negocio, pero cerró.

(5) si el NNA no ha presentado casos de riesgo después de su regreso a la


vida civil; (4 y 3) si presentó caso de riesgo, pero hace varios años no ha
Casos de riesgos.
vuelto a presentar; (1 y 0) si ha presentado casos de riesgo desde hace poco
tiempo (varía según el número de casos que haya presentado).

362
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

Variable Criterios para asignación de valores

(5) si nunca ha sido capturado posteriormente a su regreso a la vida civil; y


Capturas.
(0) si ha sido capturado en flagrancia.

(5) si no tiene condenas por delitos posteriores a su desvinculación; y (0) si


Reincidencia.
ha sido condenado por algún delito posterior.

Estrato (5) si el NNA vive en estrato 3 o 4; (3) si vive en estrato 2; y (0) si vive en un
socioeconómico. estrato menor al 2.

Tenencia de (5) si la tenencia es propia; (3) si es tenencia familiar; (1) otras formas de
vivienda. tenencia.

Acceso a servicios (5) si tiene acceso a servicios públicos; y (0) si no tiene acceso a servicios
públicos. públicos.

Los valores asignados son de 0 a 5 según el grado de hacinamiento que


Hacinamiento.
reporte en el hogar. A mayor grado reportado, menor valor asignado.

Fuente: elaboración propia.

c. Una vez establecidas las variables a utilizar como referencia para identi-
ficar aspectos de la expansión de capacidades de las personas en proceso
de reintegración, desde su regreso a la vida civil y habiendo asignado un
valor a cada una según el dato, se procedió a agrupar estas variables en
categorías, obteniendo el resultado que se muestra en la tabla 2:

Tabla 2. Categorías de expansión de capacidades en el proceso de reintegración

Variables Categoría

Responsabilidad con obligaciones institucionales.

Avance en el plan de trabajo. Avance institucional.

Avance en el beneficio de acompañamiento psicosocial.

Nivel educativo.
Formación.
Nivel de formación para el trabajo.

Ocupación económica.

Estabilidad en la ocupación. Productividad.

Emprendimiento.

Casos de riesgos. Seguridad.

Capturas.
Legalidad.
Reincidencia.

363
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Variables Categoría

Estrato socioeconómico.

Tenencia de vivienda.
Habitabilidad.
Acceso a servicios públicos.

Hacinamiento.

Fuente: elaboración propia.

d. Con las variables agrupadas se procedió a organizar nuevamente unas


mesas de expertos con profesionales de la ACR y desvinculados para
comprender qué tanto peso tiene cada variable dentro de la categoría.
Los resultados se muestran en la tabla 3:

Tabla 3. Ponderación de las variables dentro de la categoría de


expansión de capacidades en el proceso de reintegración

Variable Peso Categoría

Responsabilidad con obligaciones


40 %
institucionales.
Avance en el plan de trabajo. 40 % Avance institucional.
Avance en el beneficio de acompañamiento
20 %
psicosocial.

Nivel educativo. 50 %


Formación.
Nivel de formación para el trabajo. 50 %
Ocupación económica. 35 %
Estabilidad. 50 % Productividad.
Emprendimiento. 15 %
Casos de riesgos. 100 % Seguridad.
Capturas. 65 %
Legalidad.
Reincidencia. 35 %
Estrato socioeconómico. 25 %
Tenencia de vivienda. 30 %
Habitabilidad.
Acceso a servicios públicos. 35 %
Hacinamiento. 10 %
Fuente: elaboración propia.

e. A continuación, con el fin de establecer un solo indicador acerca del nivel


de expansión de capacidades de las personas en proceso de reintegración,
se realizó una mesa de expertos con profesionales de la ACR y mesas de
trabajo con algunos desvinculados para establecer la dependencia e in-
fluencia de cada una de las categorías sobre las otras y así obtener una

364
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

ponderación que aportara al indicador final. Los resultados obtenidos se


observan en la tabla 4:

Tabla 4. Ponderación final de las categorías asociadas a la


expansión de capacidades en el proceso de reintegración
Categoría Ponderación
Avance institucional. 10 %
Formación. 25 %
Productividad. 25 %
Seguridad. 10 %
Legalidad. 10 %
Habitabilidad. 20 %
Fuente: elaboración propia.

f. Finalmente, con base en el proceso descrito, se estableció un valor rela-


cionado con la expansión de capacidades de cada una de las 99 personas
identificadas como población sujeta de investigación. Esto con la intención
de establecer dentro de este universo de personas, quiénes habían logrado
un mayor nivel de expansión de capacidades y quiénes uno menor, para
de esta manera tener una referencia que permitiera correlacionar los resul-
tados en la aplicación de los instrumentos de recolección de información.
Con los resultados obtenidos, se calculó el promedio de expansión de capa-
cidades del universo de la población y se identificó también la desviación
estándar. Se logró así conocer los extremos. El resultado de este cálculo se
presenta en la figura 1:

Figura 1. Promedio de expansión de capacidades en el proceso de reintegración

Fuente: elaboración propia.

365
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Con base en estos resultados se identificó a un grupo de 18 personas con una


puntuación en la expansión de capacidades por debajo de 2.4, es decir, los que
menos han avanzado en este sentido. Asimismo, se halló un grupo de 18 per-
sonas por encima de 3.8, o sea, las que más evidencian avances en la expansión
de capacidades. Finalmente, y como punto de referencia, se encontraron a las
18 personas más cercanas al promedio y se estableció un tercer grupo para el
análisis de la información.
De esta manera, el universo de la población para la aplicación de las herra-
mientas se redujo a 54 personas en proceso de reintegración, 18 en cada grupo.
De este universo se tomó una muestra estratificada de 33 % en cada conjunto.
Terminada esta labor de definición de los grupos de análisis y la muestra, se
procedió a aplicar tres instrumentos de corte cuantitativo, uno para cada factor
psicológico de estudio: para el caso del locus de control se utilizó la escala I-E,
desarrollada por Rotter (1966); para el concepto de auto-esquemas, el Cuestiona-
rio de Auto-Esquemas (C. I. E.) desarrollado en Medellín (Barrios, Fernández
y Restrepo, 1994); y para las ideas irracionales se utilizó el Irrational Beliefs Test
(IBT modificado), que fue desarrollado por Jones (1968).
Con la identificación de las correlaciones entre los factores psicológicos y el
avance en el proceso de reintegración, se realizó un análisis cualitativo de estos
desde el método de historia de vida, con el fin de aproximarse a la comprensión
a partir de las historias y percepciones personales.
La información de la etapa cualitativa fue recolectada mediante entrevistas
semiestructuradas. Estas estuvieron compuestas por nueve núcleos temáticos
construidos a partir de la intención de recolectar información según los ciclos
evolutivos de las personas y en relación con aspectos de la historia personal
que influencian o manifiestan los esquemas psicológicos objeto de estudio. Los
núcleos fueron:
• Tema 0: caracterización sociodemográfica.
• Tema 1: entorno familiar de infancia y adolescencia.
• Tema 2: entorno comunitario de infancia y adolescencia.
• Tema 3: entorno institucional de infancia y adolescencia: religión, educa-
ción, salud, trabajo infantil.
• Tema 4: vinculación y desvinculación del grupo armado.
• Tema 5: percepción de la experiencia en los programas de desvinculación
y reintegración.
• Tema 6: entorno familiar actual: descripción de estructura y relaciones.
• Tema 7: entorno institucional actual: descripción de estructura y relaciones.

366
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

• Tema 8: entorno comunitario actual: descripción de estructura y relaciones.


• Tema 9: percepción de los logros en el proceso de reintegración.

Para cada núcleo temático se diseñaron preguntas orientadoras, las cuales es-
tructuraron un guion de entrevista flexible que fue adaptado en cada diálogo,
teniendo en cuenta el desarrollo de este, así como el abordaje de temas emer-
gentes y relevantes para el objetivo de la investigación.
El análisis de los resultados se realizó teniendo en cuenta las variables psi-
cológicas de estudio y las categorías emergentes que dieron cuenta de su cons-
trucción y manifestación.

Análisis y resultados de la investigación


Locus de control
Los resultados encontrados en la medición de este aspecto muestran consisten-
cia con investigaciones anteriores que han asociado el locus de control a mayores
posibilidades de desarrollo social, a través de conceptos como movilidad social,
pobreza, educación o emprendimiento (Barón y Cobb-Clark, 2010; Palomar y
Valdez, 2004; Galindo y Ardila, 2012).
Para el caso de este estudio, el grupo de personas que mostró mayor expan-
sión de capacidades desde su regreso a la vida civil también es el que manifestó
un locus de control más ajustado. Por su parte, los que revelaron menos avance
en su expansión de capacidades expresó una mayor tendencia a un locus de con-
trol externo. Los resultados se presentan en la tabla 5:

Tabla 5. Resultados de la medición del locus de control

Descripción Resultados

Promedio general de la población en la variable locus de control. 6.8

Desviación estándar. 2.7

Promedio del locus de control en el grupo 1 (el de menor expansión de


8.2
capacidades).

Promedio del locus de control en el grupo 2 (el de una expansión pro-


7.5
medio de capacidades).

Promedio del locus de control en el grupo 3 (el de una mayor expansión


7
de capacidades).

Fuente: elaboración propia.

Estos resultados podrían obedecer a que un locus de control interno puede fun-
cionar como herramienta adaptativa, especialmente ante dificultades, pues hace

367
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

que la persona asuma responsabilidad frente a la situación que enfrenta y su


transformación (Seligman, 2006). Asimismo, un locus de control interno promue-
ve la idea de que el éxito depende de uno mismo (Lachman y Weaver, 1998).
Sin embargo, es importante resaltar que en Colombia la movilidad social,
aunque ha progresado en los últimos años, es baja con respecto a otros países
de la región; además es aún más compleja en las zonas más vulnerables del país
(Galvis y Roca, 2014), especialmente en lugares en que, entre otros factores, pre-
valece el conflicto armado (García, Rodríguez, Sánchez y Bedoya, 2015). Esto
quiere decir que, para las personas provenientes de las zonas más complejas
del país, si se nació en un hogar económicamente vulnerable la probabilidad
que la persona viva en las mismas condiciones en su adultez se eleva. La con-
solidación del locus de control externo podría explicar por qué ninguno de los
grupos tuvo tendencia a un locus de control interno, y en el mejor de los casos se
encontró una atribución causal ajustada.
Por otro lado, también valdría la pena explorar la vinculación de los niños,
las niñas y adolescentes a un grupo armado ilegal como una posibilidad de
transformar la calidad de vida que tuvieron en sus hogares de origen, y para
buscar oportunidades de construir un proyecto de vida que por una vía legal
no se considera como posibilidad en algunas regiones. Existen varias investiga-
ciones que asocian los motivos de su vinculación al grupo armado al gusto por
las armas, por el grupo o por dinero en porcentajes mayores al 40 % (Carmona,
Moreno y Tobón, 2012; ODDR, 2014). Este tipo de decisiones, que llevan a un
reclutamiento accedido, podrían asociarse con un locus de control interno, pues
son atribuciones causales que se hacen posteriores a su desvinculación, en la
que no se responsabilizan a agentes externos.
En este caso el locus de control interno se hace presente durante la estadía del
adolescente en el grupo armado como herramienta adaptativa y de desenvol-
vimiento para afrontar su realidad, y como potencialización de sus habilidades
personales en respuesta al espacio de habitabilidad y familiar que se le otorga
desde el grupo armado. Al respecto, en el análisis cualitativo, que facilitó el acer-
camiento a las historias de vida, en los tres casos de reclutamiento accedido se
evidenciaron similitudes en relación con las familias expulsoras, en las que la
desprotección, el maltrato y la falta de afecto, llevaron a los niños, las niñas y ado-
lescentes a ingresar a temprana edad a la oportunidad laboral dada por el cultivo
de la coca en su lugar de origen, y la posterior vinculación al grupo armado como
forma de subsistir y buscar oportunidades de tener una vida distinta (pertenecer
a un grupo, sentirse protegido, deseos de llegar a tener una carrera profesional).
Por otra parte, en los tres casos en mención, la desvinculación fue realizada de
forma voluntaria, mientras que el avance en el proceso de reintegración y las pers-
pectivas en cuanto al proyecto de vida dan cuenta de iniciativa, esfuerzo y com-

368
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

promiso personal, lo cual es más cercano al locus de control interno. En estos casos se
encontró un total aprovechamiento de las oportunidades generadas en el proceso
de reintegración: vinculación a procesos de educación formal y capacitación para
el trabajo, inversión de las ayudas económicas en vivienda e ideas productivas, ge-
neración de vínculos saludables con tutores y profesionales que han acompañado
el proceso de reintegración, proyecto de familia, permanencia en la legalidad.
En los dos casos contrarios, en los que los niños fueron reclutados de forma
obligatoria, la desvinculación y la permanencia en el proceso de reintegración
estuvo igualmente mediada por factores externos. En cuanto al avance en el
proceso de reintegración, en estos dos casos se observó compromiso con al-
gunos componentes del proceso y avance en las categorías de legalidad, pro-
ductividad y seguridad. Sin embargo, las oportunidades ofrecidas no han sido
totalmente aprovechadas en lo relacionado con la formación, el avance institu-
cional y la habitabilidad.

Autoesquemas
El resultado del cuestionario de autoesquemas no mostró diferencias significati-
vas en autoconcepto y en autoimagen entre los grupos de análisis. Sin embargo,
es importante resaltar que ambos conceptos puntuaron muy bajo en los tres
grupos, casi una desviación estándar por debajo del promedio. Por su parte,
en la autoestima sí se evidenció una diferencia entre los grupos de análisis, con
una puntuación más ajustada en el grupo de personas en proceso de reintegra-
ción que más capacidades ha desarrollado. Los resultados generales se pueden
evidenciar en la tabla 6:

Tabla 6. Resultados de la medición de los autoesquemas


de las personas en proceso de reintegración
Resultados
Descripción
Autoconcepto Autoimagen Autoestima

67.3 49.3 65.6 Promedio general.

12.5 7.2 12.4 Desviación estándar.

Promedio de los autoesquemas en el grupo 1 (el


59.5 36 53.3
de menos expansión de capacidades).

Promedio de los autoesquemas en el grupo 2 (el


62.3 36.5 54.3
de expansión promedio de capacidades).

Promedio de los autoesquemas en el grupo 3 (el


61 36.3 61.3
de mayor expansión de capacidades).

Fuente: elaboración propia.

369
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Aunque estos resultados confirman lo expuesto en otros estudios, que eviden-


cian que los autoesquemas en esta población tienen una puntuación baja, al ser
impactados de manera negativa por la permanencia dentro de un grupo arma-
do ilegal, no se podría concluir categóricamente que el puntaje bajo en estas ca-
tegorías sea únicamente producto de esta situación. Por ejemplo, en un par de
investigaciones realizadas, una en la zona rural de Pereira (Montes, Escudero,
y Martínez, 2012) y otra en Bogotá (Moreno et. al., 2011), se muestra que los ni-
ños escolarizados en la zona rural de Pereira en general tienen una autoestima
baja, mientras que los niños escolarizados en el colegio público del estudio en
Bogotá tienden a tener una autoestima alta.
Por supuesto, no se puede generalizar que en lo rural, en términos gene-
rales, la autoestima sea más baja que en lo urbano, pero sí se sienta una duda
acerca de si la autoestima de los niños, las niñas y adolescentes que han sido
desvinculados del conflicto armado colombiano presentan unos bajos autoes-
quemas como impacto de su permanencia en el grupo o los traen ya bajos desde
antes de ser vinculados, en la misma lógica de las características de las comuni-
dades vulnerables en este país.
Sin embargo, bien sea como una condición previa al ingreso al grupo arma-
do ilegal, como impacto de haber pertenecido al mismo, o ambas, el problema
radica en que la afectación en estos autoesquemas dificulta la calidad de vida
de estas personas: “la autoestima tiene mucho que ver con la aceptación de sí
mismo, cuestión ésta más radical ya que cuando no es atendida y satisfecha
de modo conveniente es susceptible de generar comportamientos anómalos”
(Polaino-Lorente, 2000, p. 120). Asimismo, se ha encontrado correlación entre el
rendimiento académico y el auto-concepto (Romero, Calderón, Jarones y Rodrí-
guez, 2013) y entre el auto-concepto y el uso de sustancias alucinógenas (Fuen-
tes, García, Gracia y Lila, 2003).
Por otra parte, si se hace un cruce conceptual entre el locus de control y los au-
toesquemas, el primero hace referencia a la atribución causal que los sujetos rea-
lizan de los eventos que le ocurren y el segundo es una valoración emocional y
cognitiva sobre sí mismo. De esta manera, si una persona con un locus de control
interno, que tiene una tendencia a atribuirse a sí mismo la responsabilidad de
los eventos que le ocurren en la vida, y presentara también bajos autoesquemas,
sería alguien que se atribuye mucha responsabilidad y que no siente, ni cree,
que tiene la suficiente capacidad para hacerle frente.
En este sentido, es importante mencionar que, dentro de los grupos de aná-
lisis cuantitativo, no se encontró ningún grupo con tendencia hacia un locus
de control interno, se identificó que entre menos capacidades ha desarrollado el
grupo del estudio, más externo era el locus de control. En la tabla 7, se presenta
una matriz con esta comparación. Ahora bien, la externalidad en el locus de

370
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

control teóricamente encaja bien con bajos autoesquemas, puesto que para una
persona con un concepto desfavorable de sí mismo, es más sano no atribuirse
muchas responsabilidades sobre su propia suerte. Sin embargo, esta investi-
gación solo pretendió identificar este tipo de relaciones y no profundiza en
las mismas.

Tabla 7. Comparación de las mediciones del locus de control y los


autoesquemas de las personas en proceso de reintegración
Resultados
Locus de Descripción
Autoconcepto Autoimagen Autoestima
control

6.8 67.3 49.3 65.6 Promedio general.

2.7 12.5 7.2 12.4 Desviación estándar.

Promedio de los autoesque-


mas en el grupo 1 (el de
8.2 59.5 36.0 53.3
menos expansión de capaci-
dades).

Promedio de los autoesque-


mas en el grupo 2 (el de una
7.5 62.3 36.5 54.3
expansión promedio de ca-
pacidades).

Promedio de los autoesque-


mas en el grupo 3 (el de
7. 61. 36.3 61.3
mayor expansión de capaci-
dades).

Fuente: elaboración propia.

Por otra parte, es importante señalar que en los autoesquemas que se trabajaron
en el presente estudio, solo se evidenció una diferencia en cuanto a la autoes-
tima del grupo de análisis que mayor nivel de capacidades desarrolló con res-
pecto de los otros dos. Es decir, mientras los otros dos grupos estuvieron cerca
del límite inferior en términos de autoestima, el grupo de mayor avance en la
expansión de capacidades se estableció más cerca del promedio.
Como en los casos anteriores, por el tipo de estudio y por el comportamiento
de los demás autoesquemas, no se podría ser concluyente al afirmar que efectiva-
mente las personas en proceso de reintegración que han expandido en mayor
medida sus capacidades desde su regreso a la vida civil gozan de una mejor
autoestima que los demás. De confirmarse en otros estudios esta hipótesis, to-
davía haría falta revisar si es la autoestima la causa de mejor expansión de
capacidades o, por el contrario, es la mayor expansión de capacidades la causa
de una mejor autoestima.

371
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Por su parte el análisis cualitativo realizado sobre el grupo de mayor expan-


sión de capacidades, develó que la vinculación al grupo armado y las condi-
ciones de maltrato, explotación y privación afectiva que allí pudieron vivir los
entrevistados, no fueron la primera experiencia de vulneración de derechos a la
que algunos de ellos se vieron expuestos, sino que se configuraron en factores
que dieron continuidad a la historia de vulneración que se venía experimentan-
do en su núcleo familiar, ya fuera por acción o por omisión, y que de una u otra
forma generaron un contexto favorable para el reclutamiento.
Entre las vulneraciones detectadas se encontraron: abandono, maltrato fí-
sico y psicológico, trabajo infantil, desvinculación escolar, privación afectiva y
ausencia de redes de apoyo, factores que sin lugar a dudas tienen un fuerte im-
pacto en la formación de los autoesquemas, dado que son elementos que inciden
directamente en el desarrollo de capacidades, generando mayores dificultades
para ser competitivo en el medio productivo, participar en los espacios ciuda-
danos y construir vínculos afectivos.
Es importante resaltar que el tema de la vulneración de derechos previa a
la vinculación del grupo armado es tan fuerte, que incluso en algunos casos
los entrevistados hicieron referencia a un tipo de impacto positivo del recluta-
miento, que está dado precisamente por la relación con el contexto de riesgo,
las deficientes condiciones de vida y la vulnerabilidad de derechos durante la
infancia. En este sentido, no se afirma aquí que el conflicto fue una experiencia
positiva en sí misma, pero sí que ese evento en la historia personal cambió su
rumbo, el cual seguramente por las situaciones mencionadas, desembocaría en
contextos aún más problemáticos, similares a las de otros miembros del grupo
familiar o personas de la comunidad en la que vivían: cárcel, vida en calle, ex-
plotación sexual.
En este orden de ideas, en algunos de los casos también se manifestó que el
hecho de involucrarse en el grupo abrió la oportunidad de acceder al proceso
de reintegración y sus beneficios, lo cual fue clave para consolidar un proyecto
de vida distinto al esperado en el lugar de origen. Se evidenció, además, que
los proyectos de vida de los entrevistados están estructurados para dar cumpli-
miento a las expectativas propias de su imaginario social, educativo y familiar.
Por lo anterior podría decirse que los autoesquemas que muestran mayores
posibilidades de construir proyectos de vida, están relacionados con un auto-
concepto más fuerte, características de personalidad emprendedora, con com-
ponentes cognitivos altos y percepciones positivas sobre sí mismos.

Ideas irracionales
Con relación a las ideas irracionales, luego de revisar los resultados de la aplica-
ción de IBT en los tres grupos de análisis, los resultados permitieron identificar

372
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

diferencias en: irresponsabilidad emocional, evitación de problemas y perfec-


cionismo. Estos se observan en la tabla 8.

Tabla 8. Resultados más significativos de la medición de las ideas


irracionales de las personas en proceso de reintegración
Resultados
Descripción Irresponsabilidad Evitación de
Perfeccionismo
emocional problemas

Promedio de los autoesquemas en


el grupo 1 (el de menos expan- 26.0 29.5 28.8
sión de capacidades).

Promedio de los autoesquemas en


el grupo 2 (el de una expansión 22.8 25.8 29.3
promedio de capacidades).

Promedio de los autoesquemas en


el grupo 3 (el de una mayor ex- 18.7 25.3 34.0
pansión de capacidades).

Promedio general. 24.7 27.6 30.6

Desviación. 5.7 6.0 5.8

Fuente: elaboración propia.

La idea irracional “irresponsabilidad emocional” se asocia al pensamiento: “la


felicidad humana se debe a causas externas y nosotros no tenemos capacidad
para controlar nuestras emociones perturbadoras” (Navas, 1981, p. 79). Esta
surge en una relación ante la ingobernabilidad de la mayoría de los eventos
externos que nos suceden y una percepción de incapacidad para manejar la
emoción que nos produce.
Algunas investigaciones han intentado asociar esta idea irracional de
“irresponsabilidad emocional” con otros aspectos psicológicos, por ejemplo
la asertividad en oposición y en afecto (Riso, Pérez, Roldán y Ferrer, 1988) y
la capacidad de resolver problemas (Calvete y Cardeñoso, 2001); en cuanto a
la asertividad, no se evidenciaron diferencias significativas en los resultados,
aunque las personas con menor asertividad puntuaron por debajo en el aspecto
“irresponsabilidad emocional” que los que tuvieron mayor asertividad. Por su
parte, sí se logró evidenciar que hay una correlación entre esta idea irracional y
la capacidad de resolver problemas.
Dentro de los resultados obtenidos, se observó que el grupo que logró desa-
rrollar en mayor medida sus capacidades en la vida civil, puntuó por debajo en
la idea irracional “irresponsabilidad emocional”; lo que sugiere que esta idea

373
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

se presenta con menor fuerza en estas personas que en las que han desarrollado
capacidades en un menor nivel. Este resultado evidencia consistencia con los
resultados en cuanto al locus de control, pues es lógico hacer una asociación en-
tre esta idea irracional y un locus externo dado que, quienes están influenciados
por esta idea, tienden a culpar al destino, la suerte u otras personas por lo mal
que se sienten (Navas, 1981), al igual que en la teoría expuesta anteriormente
de la atribución causal. Dicha consistencia refuerza la hipótesis de que quienes
se atribuyen mayor responsabilidad con los eventos que ocurren en su vida,
tienden a desarrollar mayor capacidad. En este sentido se podría pensar en un
locus de control interno como una capacidad interna que es fértil en el sentido
planteado por Nussbaum (2012).
En este sentido, se podrían interpretar los resultados con respecto a la idea
irracional: “evitación de problemas”. Esta creencia se expresa en la frase “es
mucho más fácil evitar las dificultades y responsabilidad que afrontarlas” (Na-
vas, 1981, p. 80). Es decir, hace referencia a un esquema de pensamiento que
tiende a no afrontar las situaciones o conflictos que le plantea la vida. Aunque
no tan directamente como en el caso de la “irresponsabilidad emocional”, la
“evitación de problemas” también podría asociarse con el esquema de pensa-
miento que hace una atribución causal externa de sus circunstancias. Los re-
sultados obtenidos de las pruebas cuantitativas mostraron cierta consistencia
en este sentido, pues el grupo de análisis que ha desarrollado en menor grado
capacidades en la vida en la legalidad es a la vez el que mayor puntuación mar-
ca en promedio en relación con la idea irracional de “evitación de problemas”.
Otra de las ideas irracionales en las que se evidenció una diferencia signifi-
cativa es en el “perfeccionismo”. Esta idea se asocia con pensamientos del tipo
“siempre hay una solución única y perfecta para cada problema, y esta es la que
debemos encontrar, o de lo contrario fracasaremos” (Navas, 1981). Es decir, es
un esquema de pensamiento que puede derivar en frustración, ansiedad o an-
gustia, pues autoimpone estándares muy altos o inalcanzables y conlleva a que
la persona se juzgue a través de estos.
Este resultado es muy importante, teniendo en cuenta, que contrario a las
dos ideas irracionales anteriormente expuestas, la idea de “perfeccionismo” tuvo
la puntuación más alta en el grupo de mayor expansión de capacidades, lo cual
podría interpretarse como negativo, pues en estudios previos se ha identificado
una correlación entre esta idea irracional y el enfado y la ansiedad generalizada
(Zwemer y Deffenbacher, 1984), sentimientos ambos que, teóricamente se
buscarían disminuir en una persona que atraviesa un tránsito de la vida dentro
de un grupo armado ilegal y la vida civil. Sin embargo, aunque en primera
medida se podría suponer que es un contrasentido que las personas que
presentan una idea irracional que estaría asociada a enfado y ansiedad, sean
las que mayor nivel de capacidades hayan desarrollado, no necesariamente

374
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

existe una contradicción en este aspecto, pues tendría sentido lógico asociar el
“perfeccionismo” con la atribución causal interna dada la naturaleza de ambas
teorías; de esta manera habría una consistencia en los resultados expuestos
hasta el momento.
Finalmente, en el análisis cualitativo, además de encontrarse coherencia con
los resultados ya expuestos en cuanto a “irresponsabilidad emocional”, “evi-
tación de problemas” y “perfeccionismo”, se halló que la mayor parte de los
entrevistados al margen de los resultados de su proceso y como producto de
su historia de vulneración de derechos (en la familia y el grupo armado), ha
fortalecido la idea irracional de “independencia extrema” con énfasis en el in-
dividualismo y la desconfianza en el otro.
El análisis de las historias de vida evidenció que, aunque esta idea, conver-
tida en un rasgo de personalidad, le ha permitido a los entrevistados generar
relaciones estratégicas en función de la supervivencia y el logro de algunos
componentes del proyecto de vida, ha limitado también la generación de víncu-
los más desinteresados y la participación en espacios sociales y políticos.

Conclusiones
A partir de los hallazgos realizados frente a la pregunta específica de investi-
gación, se encontró una relación positiva entre una mayor expansión de capaci-
dades y un locus de control ajustado, una autoestima fuerte y un mayor nivel de
perfeccionismo. En contraste el locus de control externo y la fuerza en las ideas
de evitación de problemas e irresponsabilidad emocional, se asoció con menor
desarrollo de capacidades.
Los resultados del estudio permitieron identificar una posible relación en-
tre esquemas de pensamiento de atribución causal interna y el desarrollo de
capacidades en la legalidad. En otras palabras, los resultados sugirieron que
las personas que tendían a asumir una mayor responsabilidad sobre su historia
pasada, su presente y su futuro, tenían de igual forma una mayor tendencia a
aprovechar mejor las oportunidades del contexto para la expansión de sus ca-
pacidades. En este sentido, se podría abrir un espacio para la discusión acerca
de si la atribución causal interna se podría interpretar, dentro de la teoría del
desarrollo humano como una variable psicológica fértil, es decir, que favorece
el desarrollo de otras capacidades.
En el análisis de los autoesquemas, los resultados cuantitativos respecto a la
autoimagen y el autoconcepto no presentaron variación que pudiera correlacio-
narse con la expansión o no de capacidades. Por su parte, en la autoestima sí se
evidenció una diferencia entre los grupos de análisis, con una puntuación más
ajustada en el grupo de personas en proceso de reintegración que más capaci-
dades ha desarrollado.

375
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Desde la perspectiva cualitativa se encontró que las dos personas que mos-
traron un locus de control con tendencia hacia lo externo, presentaron también
mayores dificultades para autodefinirse y reconocer y expresar sus cualidades
y capacidades; mientras que en los tres casos en los que se detectó avance en to-
das las capacidades esperadas, se evidenció mayor asertividad en el momento
de hablar de la forma en que los entrevistados se perciben y en el reconocimien-
to que hacen de sus avances en el proceso de reintegración, lo cual demuestra
un desarrollo positivo de los autoesquemas.
Con base en el análisis de las historias de vida que mostraron una relación
entre los autoesquemas positivos y los avances en el proceso de reintegración,
se detectó que los dos factores actúan en doble vía, es decir, los autoesquemas
positivos facilitan el avance en el proceso, y a su vez este incide directamente
en el refuerzo de los autoesquemas. Sin embargo, esta conclusión no fue general
para los tres casos, observándose matices en los que el proyecto de vida se vio
reforzado o debilitado por intervenciones externas.
Finalmente, en cuanto a las ideas irracionales, en la aplicación de las escalas
cuantitativas las diferencias en la medición de la “irresponsabilidad emocio-
nal” y la “evitación de problemas” mostraron mayor presencia de estas ideas
en la población con menor expansión de capacidades.
Por su parte, la idea de “perfeccionismo”, aunque desde la teoría tendría
un efecto negativo, al puntuar de forma más alta en la población con mayor
expansión de capacidades, ha sugerido una influencia positiva que debe ser
analizada con mayor detalle.
En el análisis cualitativo se observó que efectivamente la dependencia, la
evitación de problemas y la culpabilización externa, actúan como factores que
limitan la consolidación autónoma de un proyecto de vida y la expansión de ca-
pacidades en todos los ámbitos. Por otra parte, una idea irracional presente en la
mayor parte de los entrevistados fue la independencia extrema que, producto del
contexto de vulneración de derechos y de la vinculación al grupo armado, aun-
que ha sido útil como mecanismo de protección ante posibles adversidades del
entorno, ha limitado el fortalecimiento de vínculos significativos, redes de apoyo
y desarrollo de la capacidad de participación en escenarios sociales y políticos.
Ahora bien, teniendo en cuenta los resultados del estudio y las conclusiones
que lo anteceden, así como lo expuesto por Nussbaum frente a la tarea que
tiene la sociedad en promover el desarrollo de las capacidades internas, como
base para el aprovechamiento real que se puede hacer de las oportunidades
generadas para desarrollar capacidades combinadas, es preciso destacar algu-
nas conclusiones relacionadas con los requerimientos que deben cumplir, en el
contexto de posacuerdo, los programas orientados a generar condiciones reales
para la reincorporación de los desmovilizados a la vida civil.

376
Marcela Gaitán Forero • Luz Dary Sarmiento • Lucas Uribe Lopera

En este orden, es fundamental que este tipo de programas mantenga el


componente de acompañamiento psicosocial, el cual se debe orientar a la pro-
moción técnica de esquemas que posibiliten que las personas asuman respon-
sabilidad con su propio proceso (mayor desarrollo del locus de control interno).
Asimismo, es necesario fortalecer procesos de resignificación de la experiencia
de vida desde un enfoque que se centre en la particularidad de cada uno de
los casos, y permita que los desvinculados puedan entenderse en el contexto
de la vulneración de derechos, minimizando las ideas de que esta es producto
de algo malo en ellos, y potenciando la comprensión de su historia como una
oportunidad para proyectar el tipo de vida que desean vivir.
Para posibilitar esto, el contexto actual requiere de una serie de reformas
que lleve a una generación real de oportunidades, y que debe estar mediada
por reformas institucionales y sociales. Entre las transformaciones requeridas
se destaca, inicialmente, la revisión y actualización de los contenidos académi-
cos de las áreas psicosociales, las cuales deben incorporar y profundizar nece-
sariamente las nuevas perspectivas del desarrollo, y en especial, en enfoques
como los del desarrollo humano, que como se pudo observar en el estudio pre-
sentado, no es ajeno a teorías y variables psicológicas.
En este sentido, se debe avanzar hacia una formación que, aunque especia-
lizada, incluya elementos importantes para realizar una lectura holística de las
situaciones y los seres humanos en sí mismos, además de favorecer procesos de
investigación e intervención verdaderamente interdisciplinarios, en los que sea
superada la separación que se evidencia en los equipos institucionales, entre
áreas como la psicología, la sociología y la economía.
En este marco, es fundamental que el tema del desarrollo deje de ser abor-
dado desde una mirada segmentada (desarrollo individual, desarrollo social y
desarrollo económico, por nombrar algunos), avanzando hacia una compren-
sión integral, con la que los profesionales logren asumir su labor generando
las articulaciones necesarias para contribuir verdaderamente a la conformación
de procesos de desarrollo. Lo anterior, reiterando obviamente, la riqueza de la
especialización profesional, pero incorporando elementos claves para favorecer
la mirada integral en función del desarrollo humano.
De igual forma, el contexto de posacuerdo requiere de una transformación
institucional (especialmente de las entidades encargadas directamente del pro-
ceso de reintegración), en la que se piense no solo en la creación de nuevos o más
programas de reincorporación, o en el crecimiento de los equipos psicosociales
(dado el aumento de población a atender), sino en la que se reconceptualicen
los modelos de intervención y acompañamiento, favoreciendo la articulación
efectiva de las áreas de trabajo, superando la interacción meramente formal y
generando condiciones para avanzar con una mirada integral del desarrollo.

377
Las variables psicológicas y su incidencia en la expansión de capacidades esperadas en el proceso de
reintegración del conflicto armado en Colombia

Para esto, es indiscutible la necesidad de que todas las instituciones que


directa o indirectamente interactúan con población en proceso de reincorpo-
ración tengan claros los objetivos de este proceso, así como los retos que en-
frentan, tanto en términos de la transformación de su arquitectura, como en
las maneras de asumir el proceso de posconflicto y generar condiciones para la
inclusión de los desvinculados del conflicto armado en la construcción de paz.
En la actualidad, el país está bastante lejos de comprender las causas de la
desigualdad, y más aún de reconocer su impacto en las oportunidades reales
de las personas para vivir en condiciones dignas y coherentes con un proyecto
de vida enmarcado en el ideal propuesto por el enfoque de desarrollo humano
y de lograr un acuerdo social que posibilite la implementación fluida y tran-
quila del acuerdo de paz con las FARC, incluso desde los mínimos de atención
requeridos para hacer viable la reincorporación efectiva de los desvinculados.
Todavía se evidencian debilidades institucionales y resistencias culturales
al cambio, lo cual es coherente con los modelos y las pautas de división y vio-
lencia que el país ha enfrentado, sin embargo es responsabilidad de las ins-
tituciones y de quienes tienen el privilegio del acceso a la información y a la
formación, avanzar en el estudio y puesta en práctica de condiciones que, como
se ha mencionado, amplíen la comprensión integral, tanto de los procesos de
desarrollo, como del acuerdo de paz ya firmado y los que se deben lograr con
otros grupos armados.
En este marco, cobran sentido estudios como el aquí presentado, que sin
pretender ser definitivo, sí ha proveído elementos para avanzar hacia el enten-
dimiento de la forma como las historias de vida y las estructuras psicológicas
configuradas a partir de las mismas pueden o no favorecer procesos de cambio
individuales y sociales, en pro del aprovechamiento de oportunidades para la
creación de capacidades y un desarrollo humano.

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379
Los retos de la justicia
contencioso administrativa ante el
desplazamiento forzado. En busca
de razones para una jurisdicción
especial de víctimas∗
Miguel Andrés López Martínez**

Introducción
El desplazamiento forzado (DEFO) es una de las manifestaciones del conflic-
to armado colombiano que ha cobrado el mayor número de víctimas en las
últimas décadas. De las 8.625.631 que se han reportado en el Registro Único
de Víctimas, para 2017, 7.338.916 experimentan este flagelo (Unidad para las
Víctimas, 2018). Detrás de estas cifras dramáticas subyace una tragedia huma-
nitaria que ha escandalizado a algunas autoridades y a amplios sectores de la
sociedad. La sentencia T-025 de 2004, en la que la Corte Constitucional declaró
el estado de cosas inconstitucional, es un claro ejemplo de la sensación de per-
plejidad que genera el fenómeno.
La población en situación de desplazamiento (PSD) se enfrenta a la viola-
ción de varios de sus derechos fundamentales. El desarraigo y el éxodo ponen

*
Una versión del presente escrito fue propuesto para su publicación como artículo de investiga-
ción en la revista Principia Iuris, impulsada por la Universidad Santo Tomás sede Tunja, que
se encuentra contenida en el volumen 14, número 27 de 2017, bajo el título: Demandas escasas
y sentencias tardías: en busca de razones para una jurisdicción especial de víctimas (páginas 118-143).
La participación en esta publicación se hace con fines de divulgación de su contenido a una
audiencia más amplia, ya que los principales hallazgos y conclusiones aquí consignados se
encuentran publicados en un medio de divulgación académica más restringido.
** Candidato Externo a Doctor en la Universidad de Ámsterdam. Magíster en Derecho Administrati-
vo del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Abogado de la Universidad Santo Tomás sede
Tunja. Correos electrónicos de contacto: maloma11@hotmail.com, maloma11ster@gmail.com.

381
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

en peligro su condición de humanidad: la pérdida de bienes e ingresos los de-


jan en una condición de miseria que no se supera con el simple paso del tiempo
(Ibáñez, 2008, 2009); mínimos como la salud, la educación, vivienda y trabajo se
tornan en meros enunciados para estos colombianos: para el año 2010, apenas
un 23,7 % de los hogares en desplazamiento superó la línea de indigencia y un
2,9 % la de pobreza; el 65 % de la población presentó problemas de insuficien-
cia alimentaria; el 83,3  % se encontraba afiliado al sistema de salud (78  % al
régimen subsidiado) y un 86 % de los menores acudían a la escuela sin ningún
tipo de ayuda para alimentación o útiles escolares: el 90 % de los hogares no
contaba con una vivienda adecuada; solo un 17 % de la PSD que trabajaba como
asalariada contaba con un ingreso igual o superior al salario mínimo (de los
trabajadores independientes apenas un 4,8 %) (Comisión de Seguimiento a la
Política Pública sobre Desplazamiento Forzado, 2010).
La reparación hace parte de ese grupo de derechos fundamentales que pe-
ligran con el DEFO (Sentencia T-025, 2004, Fundamento 101). En un sentido
amplio, la PSD debe recibir remedios que curen en alguna medida los daños
que le generó la expulsión y el despojo (reparación en sentido estricto), pero
también tienen derecho a conocer la verdad sobre las condiciones en que estas
se presentaron (verdad) y a que las autoridades investiguen, juzguen y sancio-
nen a los responsables de su tragedia (justicia) (Rincón, 2010; Organización de
las Naciones Unidas, Asamblea General, 2006).
A juicio de la Corte Constitucional, tales garantías todavía están pendien-
tes. En 2009, evidenció esfuerzos incipientes: los decretos de indemnización
administrativa, por ejemplo, se diseñaron sin la participación de las víctimas,
sin tener en cuenta las dimensiones reales del daño al excluir a quienes fueron
perjudicados por agentes del Estado, bajo la confusión de los conceptos de re-
paración y política pública social (Auto 008, 2009, Fundamentos 97-107). Para
corregir tales defectos, se impuso la orden de formular e implementar una po-
lítica que tuviera enfoque de derechos humanos. La orden no fue plenamente
cumplida. En el Auto 219 de 2011 la Corte encontró que las acciones emprendi-
das por las autoridades fueron insuficientes para reparar a las víctimas (Auto
219, 2011, Fundamentos 125-127).
Existen varios canales para que las víctimas reclamen la garantía de
su derecho a la reparación, la vía judicial ante los jueces contencioso-
administrativos es una de ellas. Aunque otros mecanismos como el de las
reparaciones administrativas ofrecen bondades teóricas y prácticas (Uprimny
y Sánchez, 2010), el jurisdiccional puede brindar algunas ventajas que vale la
pena recordar.
Una de ellas, es que, al tratarse de la resolución de casos concretos, cada
víctima puede recibir los remedios más apropiados a su particular situación, en
lugar de paquetes homogéneos que no la tienen en cuenta (Uprimny, Sánchez

382
Miguel Andrés López Martínez

y Bolívar, 2010; Uprimny, Bolívar, Rangel y Doncel, 2011). La otra, tiene que ver
con los derechos a la verdad y la justicia; por una parte, las sentencias de un
juez contencioso administrativo que ordena la reparación por DEFO, también
declaran la responsabilidad estatal con base en un juicio sobre la conducta de
los funcionarios públicos, que le permite a las víctimas conocer las condiciones
del despojo y la participación de los actores responsables1. Por otra parte, una
declaratoria de responsabilidad puede generar mayor compromiso de las auto-
ridades en la búsqueda, juzgamiento y sanción de los agentes legales e ilegales
que propiciaron el despojo. Al menos eso se puede esperar del mandato consti-
tucional de repetir en contra de los funcionarios que con su dolo o culpa grave
causaron los perjuicios.
A pesar de las ventajas que ofrece el mecanismo judicial contencioso admi-
nistrativo, algunos evidencian dificultades a la hora de brindar reparación a las
víctimas del DEFO. La primera de ellas es que se puede tornar en excluyente y
propiciar desigualdad, ya que no todos los afectados logran acceder al juez. Se-
gún el profesor De Greiff (2006) en un contexto de violación masiva de derechos
solamente aquellas víctimas mejor educadas y más informadas logran acceder
a la justicia, mientras que otras, por ejemplo, aquellas de las zonas rurales, tien-
den a perder esta oportunidad. A lo anterior debe sumarse que quienes hacen
uso de la vía judicial no obtienen siempre los mismos resultados (De Greiff,
2006, p. 458).
La segunda dificultad es que puede existir una considerable distorsión tem-
poral entre el momento de reclamación judicial y el de su decisión definitiva.
Las sentencias del juez pueden tardarse tanto a la hora de proferirse al punto
de quedarse cortas ante la situación de sus beneficiarios, que tiende a empeorar
con el paso del tiempo, que puede llegar incluso al extremo de perder la vida
(Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2011). En el caso colombia-
no dicho fenómeno puede ser tristemente evidenciado en la situación de los
líderes de restitución de tierras, quienes han sufrido la persecución de ejércitos
anti-restitución, cuya cruel tarea se cumple mucho más rápido que la del juez.
El resultado se evidencia en los 381 casos de homicidio en contra de defensores
de Derechos Humanos, muchos de ellos buscando la restitución de tierras para
comunidades étnicas y campesinas, que entre 2010 y 2016 se han reportado por
el Programa Somos Defensores (2017).

1 Aunque en teoría no siempre debe evaluarse la conducta concreta de las autoridades para en-
dilgarles responsabilidad patrimonial, porque existen argumentos en los que solo basta ve-
rificar la antijuridicidad del daño (títulos de imputación objetivos: riesgo excepcional, daño
especial), en el caso concreto de la responsabilidad por DEFO estos últimos ostentan algunas
limitaciones que los hacen inaplicables. Las razones que nos condujeron a tal apreciación las
desarrollamos en el texto intitulado Exploración conceptual de la responsabilidad del Estado frente al
desplazamiento forzado, al que remitimos amablemente a los lectores (López, 2013).

383
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

Estas circunstancias son importantes, pero no justifican la supresión de la vía


judicial como opción de reparación a las víctimas, por el contrario, nos deben
impulsar a proponer soluciones que permitan mitigarlas. Existen dos razones que
nos llevan a pensar así. La primera de ellas, de orden teórico, es que la reparación
judicial ofrece un complemento necesario a la administrativa: el derecho
a la reparación no se agota en la entrega de una serie de beneficios sino que
implica además el juzgamiento de los responsables y la búsqueda de la verdad,
de lo contrario, podríamos pensar en una “compra” del dolor de las víctimas
(Organización de las Naciones Unidas, Comisión de Derechos Humanos, 2005).
La segunda razón, de orden práctico, es que por la vía judicial, concretamente
la contenciosa administrativa, las víctimas pueden acceder a mayores y mejores
beneficios: de acuerdo con los cálculos de la Comisión de Seguimiento, los montos
estimados para reparar el daño de 5’373.265 víctimas son: 145,7 billones si se
siguen los estándares ofrecidos por la jurisprudencia de la CIDH; 26,9 billones,
bajo las líneas de reparación administrativa, contenidas en el decreto 1290 de
2008; 164,2 billones, si se siguen los argumentos señalados en la jurisprudencia
del Consejo de Estado (Comisión de seguimiento a la política pública sobre
desplazamiento forzado, 2011). En este orden de ideas, la pregunta que motiva
estas páginas es la siguiente: ¿se pueden superar las eventuales limitaciones que
tornan en ineficaz la vía judicial contenciosa administrativa para las víctimas del
desplazamiento forzado que reclaman reparación?
Para darle respuesta es necesario resolver antes otro interrogante: ¿cuáles
son las circunstancias concretas que pueden tornar en ineficaz el mecanismo
judicial contencioso administrativo para las víctimas del DEFO?
De entrada, se pueden hacer dos afirmaciones. En primer lugar, existen dos
circunstancias concretas que evidencian la ineficacia de la vía contenciosa ad-
ministrativa para que las víctimas del DEFO reclamen reparación: una de ellas
es que muy pocas recurren al juez para que se declare la responsabilidad del
Estado y la reparación de su perjuicio; la otra, es que existe una distorsión tem-
poral entre el daño y su reparación, porque las sentencias se expiden mucho
tiempo después del legalmente establecido.
En segundo lugar, dichas circunstancias podrían superarse si se tomaran
algunas medidas de ajuste en el procedimiento judicial: una de ellas sería desa-
rrollar una audiencia pública de discusión, previa al fallo definitivo, en la que
víctimas y entidades demandadas pudieran exponer sus preferencias sobre los
límites y formas de reparación (alto participativo en el camino); otra, consistiría en
dar prelación a las demandas de las víctimas del DEFO a la hora de fallar cada
una de las instancias; finalmente, el juez podría hacer un seguimiento posterior
a las órdenes concretas proferidas, a través de autos y audiencias.
Estas dos propuestas cobran relevancia en el marco de un acuerdo de paz
que buscó reforzar los mecanismos jurídicos de reparación disponibles (Ley
384
Miguel Andrés López Martínez

1448 de 2011 o Ley de víctimas) y reconoció que los procedimientos judiciales


establecidos antes de la celebración del acuerdo para reclamar reparación son
válidos y plenamente aplicables en el escenario del post-acuerdo.

Ley 1820 de 2016, artículo 41. Artículo 41.


Efectos de la amnistía
La amnistía extingue la acción y la sanción penal principal y las accesorias, la
acción indemnización de perjuicios derivada de la conducta punible, y la res-
ponsabilidad derivada de la acción de repetición cuando el amnistiado haya
cumplido funciones públicas. Lo anterior, sin perjuicio del deber del Estado de
satisfacer el derecho de las víctimas a la reparación integral en concordancia
con la Ley 1448 de 2011. Todo ello sin perjuicio de las obligaciones de repara-
ción que sean impuestas en cumplimiento de lo establecido en el Sistema Inte-
gral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición.
Para responder estas preguntas, en primer lugar, se averiguó si las limita-
ciones de la vía judicial contencioso administrativa se presentaban en el esce-
nario concreto de la reclamación de reparación por parte de la PSD antes de la
expedición de la Ley 1448 de 2011 y de la Ley 1437 de 2011 (Código de Proce-
dimiento Administrativo y de lo Contencioso Administrativo). Para lograrlo,
se hizo una selección y lectura detallada de cuatro fallos representativos del
Consejo de Estado, teniendo en cuenta tres criterios: material, procedimental
y temporal. El primero, relacionado con el contenido de los fallos, el segundo,
con la naturaleza del proceso que se resolvían en las sentencias y el tercero con
la época en que fueron proferidos.
De acuerdo con el criterio material, se seleccionaron aquellos en los que el
juez definió la responsabilidad estatal por el desplazamiento forzado y masivo
de ciudadanos, es decir, de un conjunto de diez o más hogares (equivalente al de
50 personas) (Decreto 2569, 2000, p. artículo 12). La idea era encontrar sentencias
que evidenciaran el estudio de todos los elementos de la REPE: daño antijurídico,
imputación y reparación. Según el procedimental, estudiamos aquellos proferi-
dos en desarrollo de acciones de grupo y reparación directa (tres y uno respecti-
vamente) porque nos permitían una aproximación más detallada a los obstáculos
formales que enfrentaron las víctimas. Finalmente, el criterio temporal nos llevó
a pensar en decisiones tomadas entre los años 2004 y 2010.
Después de revisar el contenido de las sentencias, se estudiaron dos variables:
el acceso de la PSD al aparato judicial contencioso administrativo entre 2004 y
2010 y la distorsión temporal de los fallos estudiados. Con este propósito se
contrastaron cuatro indicadores presentes en las decisiones y en otras fuentes
(periodísticas, institucionales y legales): el número de personas demandantes
reconocidas como desplazadas por el juez en cada fallo, frente al número

385
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

probable de ciudadanos que resultaron expulsados en el evento concreto


por el que se interpuso la demanda; el tiempo transcurrido en meses entre la
presentación de la demanda y el fallo de segunda instancia, frente al término
contemplado en las leyes procesales como el de obligatorio cumplimiento para
dar trámite completo a las pretensiones de reparación (Ley 472 de 1998 para
la acción de grupo y Decreto 01 de 1984 para la acción de reparación directa).
En el segundo momento se analizaron las propuestas de los académicos para
buscar aquellas que dan respuesta a las circunstancias evidenciadas en el primer
ejercicio. Después, se buscaron argumentos de orden jurídico para justificar su
eventual implementación.

Algunas condiciones del contexto que dificultan el


acceso de las víctimas del desplazamiento a la justicia
contenciosa-administrativa
Antes de presentar el contenido de los datos ofrecidos por las sentencias y ana-
lizarlos a la luz del acceso de la PSD a la justicia contenciosa y de la distorsión
temporal de los fallos, es preciso revisar algunas condiciones del contexto co-
lombiano que han sido favorables al hecho de que los obstáculos teóricos se
hagan realidad, a saber, el profundo impacto del daño que causa el desplaza-
miento y la congestión del aparato judicial.

El impacto del desplazamiento forzado sobre sus víctimas:


un daño tridimensional
El daño que sufre la PSD es complejo porque va más allá de la simple afecta-
ción patrimonial y moral, desde la que se ha entendido el perjuicio tradicio-
nalmente (Henao, 1998). La teoría de la justicia tridimensional de la profesora
Fraser (2008) permite entender mejor el impacto que tiene el desarraigo sobre
sus víctimas. A su juicio, la justicia debe entenderse como una circunstancia en
la que todos los miembros de una sociedad cuenta con los recursos materiales
suficientes para tener una voz independiente (condición objetiva previa) y con
patrones culturales que aseguren el respeto a todos los participantes el derecho
a construir su propia identidad en condiciones de igualdad de oportunidades
(condición previa intersubjetiva) (Fraser, 1997a). Además, considera que es nece-
saria la igualdad de oportunidades para participar en la toma de decisiones
que afectan directamente a cada integrante. En este orden, la justicia tiene tres
dimensiones: distribución, reconocimiento y participación (Fraser, 2008).
Siguiendo de cerca a la profesora Fraser (1997b), la injusticia tiene tres ma-
nifestaciones posibles: de distribución, de reconocimiento y de participación. Se
presenta la primera cuando se altera la distribución de recursos y se reparten
desigualmente entre los integrantes de la comunidad; la segunda, si se desco-
noce la identidad de algunos grupos con características particulares; la tercera,

386
Miguel Andrés López Martínez

en aquellos eventos en los que se niega la voz a algunas colectividades para


intervenir en la construcción de los acuerdos, en igualdad de condiciones.
Al volver la mirada a la PSD encontraremos que sufren un daño tridimensio-
nal, porque son víctimas de las tres injusticias. Teniendo en cuenta las caracte-
rísticas que acompañan al desarraigo que enfrentan, no resulta difícil imaginar
que se trata de una colectividad golpeada por la mala distribución de recursos
materiales, la falta de reconocimiento y de representación.
En primer lugar, el DEFO deja una secuela económica trascendental para
sus víctimas. Activos como la tierra y la vivienda, constituyen mermas impor-
tantes para un hogar desplazado que difícilmente se recuperan: la pérdida de
activos fijos se aproxima a los 9,6 millones de pesos, de los cuales apenas se
recuperan 100 mil (Ibáñez, 2009). Se trata entonces de una colectividad eco-
nómicamente muy vulnerable antes y después del despojo. A lo anterior debe
sumarse la poca disposición que tienen las autoridades para asignar recursos
que la fortalezcan. El debate en torno a los números para financiar la reparación
de víctimas deja ver en las autoridades nacionales una fuerte preocupación por
la sostenibilidad (Departamento Nacional de Planeación, 2011; Comisión de se-
guimiento a la política pública sobre desplazamiento forzado, 2011).
En segundo lugar, el daño cultural implica la falta de reconocimiento que
se evidencia en tres variables: desconocimiento y estigma institucional, desco-
nocimiento y estigma social e imposición de una identidad relacionada con el
enemigo. Las dos primeras tienen que ver con la forma despectiva y excluyente
en que las autoridades y los demás ciudadanos tratan a las víctimas del des-
plazamiento: como damnificados de desastres naturales u oportunistas (Vidal,
2007). La tercera, con la reputación creada por los victimarios, que ven en el
desplazado a un colaborador del bando enemigo (Uribe, 2001; Lair, 2004).
En tercer lugar, tendríamos un daño político representado en dos variables:
pérdida de la capacidad de interlocución con las autoridades y pérdida de la ca-
pacidad de organización y asociación para superar la tragedia humanitaria. La
primera de ellas implicaría el deterioro de los canales de participación ciuda-
dana: quien se ve obligado a migrar pierde las oportunidades y los escenarios
para utilizar algunos mecanismos como el voto, o ser protagonista de procesos
como la consulta popular, por ejemplo (López, 2014). La segunda, estaría re-
lacionada con la destrucción de las relaciones comunitarias que permitían la
subsistencia de las víctimas (Suárez, 2010): escuela, juntas de acción comunal,
asociaciones de vecinos, acueductos veredales, por ejemplo.

Causas generales de la distorsión temporal de los jueces


La justicia contenciosa es una de las más lentas. El estudio dirigido por López
(2007) registró las actuaciones de 53 expedientes archivados con sentencia

387
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

definitiva de segunda instancia, proferida por la Corte Suprema de Justicia y el


Consejo de Estado, entre 1995 y 2005. El promedio de duración de la primera
instancia fue de 2,9 años (35 meses), mientras que el de la segunda osciló
sobre los 5,7 años (69 meses). El término empleado para resolver un asunto de
responsabilidad extracontractual en dos instancias fue de 9 años (108 meses)
en promedio (López, Alviar y Rodríguez, 2007). Según el estudio dirigido
por el profesor Restrepo, para 2008, la cifra de procesos de responsabilidad
estatal pendientes de sentencia en los anaqueles de los juzgados y Tribunal
administrativos de Bogotá era de 8.120 y de 3.735, respectivamente (Restrepo,
Younes, Ruiz y Tavera, 2009, pp. 12-24).
Para Restrepo et al. (2009) la congestión judicial se debe a factores exógenos
y endógenos. Dentro de los primeros, entre otros, a la demanda creciente del
servicio de justicia por parte de los ciudadanos y la reticencia de las autorida-
des administrativas de acatar la jurisprudencia constitucional y administrativa.
Como parte de los segundos, a la falta de personal suficiente en los despachos
y a la excesiva carga de expedientes con que operan a diario. El estudio citado
refleja que el panorama de condiciones para la congestión es variopinto, desde
el abuso de las acciones populares hasta la negligencia de las partes en la notifi-
cación de la demanda o en la presentación de pruebas documentales (Restrepo,
Younes, Ruiz y Tavera, 2009, pp. 136-140).
Para superar los cuellos de botella proponen tomar medidas en torno a tres
frentes: la reducción de la demanda de acceso a la justicia, reformas procesales
para agilizar los procedimientos y cambios administrativos para mejorar la ges-
tión de los despachos. Las conclusiones del estudio muestran la necesidad de
emprender cambios drásticos como desincentivar la toma de decisiones en con-
tra de la jurisprudencia constitucional y administrativa, implementar sistemas
de audiencias y redistribuir las competencias entre juzgados y tribunales con
el apoyo de jueces de descongestión, respectivamente (Restrepo, Younes, Ruiz
y Tavera, 2009, pp. 140-148). Algunas recomendaciones fueron acogidas poste-
riormente, por ejemplo, la de implementar la conciliación extrajudicial como un
requisito de procedibilidad, crear jueces y tribunales de descongestión o la de
desincentivar el abuso de las acciones populares. Sobre la base de las anteriores
precisiones, se revisarán entonces los resultados obtenidos al aplicar la metodo-
logía propuesta en la introducción.

Relación de demandas presentadas y la distorsión temporal de


los fallos que les dieron respuesta
Los fallos estudiados fueron objeto de discusión en el trámite de acciones de grupo
y de reparación directa que el Consejo de Estado definió en segunda instancia.
Los antecedentes de todos los casos coincidieron en tratarse de eventos de
desplazamiento forzado masivo, perpetrados por grupos paramilitares en zonas

388
Miguel Andrés López Martínez

álgidas de la geografía del conflicto: puntos estratégicos por abundancia de recursos


naturales o por la posición que facilita la movilidad de los actores armados2.
Los éxodos emprendidos por la población civil constituyeron medidas pre-
ventivas ante reiteradas amenazas que fueron conocidas por diferentes ONG,
autoridades gubernamentales, la Policía y las Fuerzas Militares. En todos los
fallos que comentaremos, las precarias condiciones de seguridad hicieron im-
posible el retorno, por lo que la gravedad de los perjuicios y del desarraigo es
un aspecto marcado y común.
Como se indicó en la introducción, se intentaron evidenciar dos variables:
el acceso de la PSD al aparato judicial contencioso administrativo entre 2004
y 2010 y la distorsión temporal de los fallos estudiados. Sobre cada una nos
detuvimos en algunos indicadores: sobre la primera, en el número de personas
demandantes reconocidas como desplazadas por el juez en cada fallo, fren-
te al número probable de ciudadanos que resultaron expulsados en el evento
concreto por el que se interpuso la demanda; en cuanto a la segunda, en el
tiempo transcurrido en meses entre la presentación de la demanda y el fallo de
segunda instancia, frente al término contemplado en las leyes procesales como
el de obligatorio cumplimiento para dar trámite completo a las pretensiones de
reparación.

Muchos desplazados y pocas demandas


El primer ejercicio consistió en averiguar el número de víctimas reales del
DEFO, que participaron como demandantes en las acciones de grupo y repa-
ración directa que estudiamos. El segundo, en constatar el número de víctimas
reportadas en los mismos eventos de desplazamiento en fuentes alternas: Red
Nacional de Información de Registro Único de Víctimas (RNI-RUV), informes
de la Defensoría del Pueblo, reportes periódicos de la Consultoría para los De-
rechos Humanos y el Desplazamiento Forzado (Codhes) y artículos periodísti-
cos relacionados.
Debemos advertir que en la recolección de información nos enfrentamos a
dos dificultades que pueden generar algunas imprecisiones. La primera fue que
hicimos la búsqueda en fallos de segunda instancia, por lo que desconocemos
el número exacto de personas que probablemente acudieron al juez y obtuvie-
ron sus resultados definitivos en primera instancia, o por la vía expedita de la
acción de tutela. La segunda, consistió en la ausencia de información exacta
sobre los cuatro eventos concretos de desplazamiento que se estudiaron en las

2 Decreto 2569 de 2000. Artículo 12. Desplazamientos masivos. Se entiende por desplazamiento
masivo, el desplazamiento conjunto de diez (10) o más hogares, o de cincuenta (50) o más
personas. Se entiende por hogar, el grupo de personas, parientes, o no, que viven bajo un
mismo techo, comparten los alimentos y han sido afectadas por el desplazamiento forzado por
la violencia.

389
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

sentencias. Obtuvimos información de distintas fuentes, pero en algunos casos,


como se verá, resultó contradictoria.
A pesar de estas limitaciones, nos atrevemos a plantear como resultado par-
cial la siguiente proposición: en los cuatro casos estudiados, el número de víc-
timas demandantes resultó ser inferior al de aquellas que soportaron el mismo
evento de abandono y despojo, pero no interpusieron acción reparatoria; en
otras palabras, aunque los desplazados fueron muchos, las demandas de repa-
ración ante el juez contencioso fueron pocas.
Dentro de los fallos estudiados, dos se concentraron en eventos de
desplazamiento ocurridos en el departamento de Norte de Santander,
concretamente en los municipios de Tibú (Corregimiento de La Gabarra) y El
Tarra (Corregimiento de Filogringo), entre mayo de 1999 y febrero de 2000,
respectivamente.

Desplazamiento en Norte de Santander.


Los casos de La Gabarra y Filogringo
En el primer caso (Caso La Gabarra, 2006), 82 personas interpusieron acción
de clase (Londoño y Carrillo, 2010, pp.129), sin embargo, el Consejo de Estado
amplió el grupo en segunda instancia a 260, bajo la consideración de que la
inscripción en el registro único de población desplazada no era la única prueba
de la condición de desplazamiento, sino que se admitía cualquier medio que
permitiera evidenciar el domicilio real del demandante (Caso La Gabarra, 2006,
p. Fundamento 2). En el segundo caso (Filogringo, 2007), 43 personas solicita-
ron la reparación de sus perjuicios ante el Tribunal Administrativo de Cundi-
namarca, pero en segunda instancia el Consejo de Estado amplió el número de
beneficiarios a 538, con el mismo argumento esgrimido en el caso La Gabarra
(2007, p. Fundamento 4).
Merece especial mención el papel del juez de segunda instancia a la hora de
ampliar el grupo de beneficiarios del fallo, buscando su coincidencia numérica
con el grupo de los efectivamente afectados con el DEFO. El papel activo que
cumplió el juez comprueba que no todos los perjudicados se acercaron a la
jurisdicción. Para nutrir mejor esta afirmación, debemos relacionar las fuentes
alternativas que nos dieron información sobre estos eventos concretos de
desplazamiento.
Según el informe del Movimiento de Víctimas (2006), el paramilitarismo
puso en marcha un plan de extensión territorial hacia Norte de Santander
desde 1999. Con el ánimo de replegar a la guerrilla y ocupar sus posiciones
estratégicas, hostigó a la población civil de la provincia del Catatumbo usando
los más crueles métodos de intimidación y muerte (Movimiento de Víctimas,
2006, pp. 264-269). El desplazamiento forzado fue una respuesta de la población
civil que buscó escapar de la barbarie paramilitar (Codhes, 2007). Por eso no
390
Miguel Andrés López Martínez

resultan extrañas las altísimas cifras de expulsión y desplazamiento en esa zona


del país entre 1999 y 2001: según el RNI-RUV, 8.821 personas fueron expulsadas
de Tibú en 1999 y 479 de El Tarra en 20003. Si se aprecia esta última cifra se puede
advertir la imprecisión de la información existente sobre el número de víctimas
del DEFO, pues no es coherente con el número de personas que recibieron
reparación judicial en la sentencia que estudió la expulsión en ese municipio. Al
intentar verificar la información en otras fuentes se aprecia cómo para el equipo
de investigadores dirigido por la profesora Beatriz Londoño y Arturo Carrillo,
2178 personas se desplazaron en el caso La Gabarra (Londoño y Carrillo, 2010),
mientras que para el portal Verdad Abierta fueron 5.300 (Verdad Abierta, n.d.).
En todo caso, los números que aparecen en la sentencia son siempre inferiores
a los que se registran de la tragedia.

Desplazamiento en el Cauca. El caso Alto Naya


En este fallo el Consejo de Estado conoció en segunda instancia las pretensiones
indemnizatorias de 81 personas, que interpusieron una acción de grupo por los
daños causados con el desplazamiento al que se vieron obligados para salvar
sus vidas de los ataques paramilitares en Buenos Aires (Cauca). La decisión de
segunda instancia reconoció los derechos de 82 víctimas bajo el argumento de
que existía libertad probatoria para verificar el domicilio en las veredas de la
cuenca del río Naya (Caso Alto Naya, 2007, p. Fundamento 4).
Las acciones de la guerrilla en el Valle del Cauca motivaron una arremetida
paramilitar atroz en el Cauca con fines de ganar posiciones estratégicas de con-
trol. Según registros de la Defensoría del Pueblo, la masacre de 30 indígenas en
la cuenca del río Naya, en abril de 2001, motivó el éxodo de 6.000 personas (De-
fensoría del Pueblo, 2001). Esta cifra coincidió con los registros periodísticos y
oficiales: el periódico El Espectador (2011) reportó una cifra de 6.000 personas,
mientras que los datos arrojados por el RNI-RUV fueron de 6.118 personas y
1699 hogares expulsados en 2001.

Los desplazados de Bellacruz


En esta oportunidad el Consejo de Estado juzgó en segunda instancia las pre-
tensiones de reparación directa de 4 ciudadanos, motivados en los daños sufri-
dos con la expulsión de la hacienda Bellacruz por parte de los paramilitares en
connivencia con el Ejército. En este caso, el contraste numérico entre quienes
demandaron y quienes soportaron es dramático.
Las cifras del desplazamiento en fuentes alternas no son unánimes pero sí
muy superiores a las reportadas en el fallo: 270 hogares según el Colectivo de

3 Red nacional de información del Registro Único de Víctimas: http://rni.unidadvictimas.gov.


co/?q=v-reportes Recuperado el 17 de abril de 2014.

391
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

Abogados José Alvear Restrepo (Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo,


2007), 3.000 personas y 600 hogares, de acuerdo con los testimonios recogidos
por Verdad Abierta (muchas de estas víctimas omitieron denunciar por miedo
a las retaliaciones de sus victimarios) (Verdad Abierta, 2007, 2011). Las fuentes
oficiales tampoco dan cuenta exacta de la expulsión de Bellacruz. El RNI-
RUV permite acceder a datos sobre expulsión de personas y hogares en los
municipios en los que se encuentra ubicada la hacienda: en Tamalameque, 39
personas-16 hogares; en La Gloria, 822 personas-231 hogares; en Pelaya, 751
personas-185 hogares. En la tabla 1 se aprecian mejor las diferencias numéricas
que nos confirman que en cada evento estudiado tuvimos muchas víctimas,
pero pocos demandantes.

Tabla 1. Víctimas que demandaron y víctimas que soportaron

Red Nacional de Información


de Registro Único de
Caso Demandantes Víctimas Otras fuentes
(RNI-RUV)1

2178 personas
(Londoño y Carrillo,
82 (primera instancia)
8.821 personas 2010).
La Gabarra
260 (Caso La Gabarra,
2.658 hogares 5300 personas
fundamento 2)
(Verdad Abierta,
n.d.).

43 (primera instancia)
479 personas
Filogringo
538 (Caso Filogringo,
102 hogares
fundamento 4)

81 (primera instancia)
6118 personas
6.000 personas (El
Alto Naya
82 (Caso Alto Naya Espectador, 2011).
1699 hogares
fundamento 4)

270 hogares
Tamalameque: 39 personas-16 (Colectivo de
hogares Abogados José
Alvear Restrepo,
4 (primera y segunda 2007).
Bellacruz La Gloria: 822 personas-231
instancia)
hogares
3.000 personas-600
Pelaya: 751 personas-185 hogares familias (Verdad
Abierta, 2007, 2011).

Fuente: elaboración propia.

392
Miguel Andrés López Martínez

La distorsión temporal de los fallos del Consejo de Estado


En promedio, la duración del proceso de acción de grupo es de 5,08 años (60,96
meses) y del de reparación directa11,89 años (142,68 meses). Lo escandaloso
es que los promedios legales son mucho menores. Para el trámite de acción de
clase, dos instancias deberían tardar 0,37 años (4,5 meses), mientras que la de
reparación tendría 0,59 años (7,2 meses).
Se calcularon los términos legales con base en la legislación procesal vigente
en el momento en que fueron expedidas las sentencias estudiadas.4 Así, para el
caso de las acciones de grupo, se contabilizaron los días que debería emplear
el juez en las diferentes etapas de acuerdo con la Ley 472 de 1998: notificación
y admisión de la demanda (10 días, art. 53), traslado al demandado (10 días,
art. 53), exclusión del grupo (5 a 10 días, art. 56) audiencia de conciliación (10
días, art. 61) práctica de pruebas (20 a 40 días, art. 62), alegatos de las partes
(5 días, art. 63), fallo de primera instancia (20 días, art. 63), trámite y recuso de
apelación (10 a 20 días, art. 67). La suma asciende a 135 días, 4,5 meses, 0,37
años. No se tuvieron en cuenta algunos términos eventuales que pueden variar
muy poco la cuenta como los de trámite de inadmisión de la demanda o de su
reforma, notificación de la sentencia.

4 En la legislación colombiana se han establecido dos mecanismos procesales para que los ciu-
dadanos puedan reclamar la reparación de perjuicios cuando éstos son cometidos por la acción
y omisión de autoridades o de particulares que cumplen funciones públicas, a saber: la acción
de grupo y la reparación directa. En el primer caso, se trata de una acción que pueden interpo-
ner varios ciudadanos (mínimo 20) cuando han sido individualmente afectados por un evento
común, como por ejemplo, un atentado con carro-bomba que tiene efectos sobre la propiedad
de los vecinos del sector en el que se detona el artefacto explosivo. Al sufrir perjuicios por una
misma causa, el ordenamiento jurídico busca facilitar el trámite de su solicitud de reparación
ante los jueces y brindar una sola sentencia que ordene el pago de una suma general de dinero
de la que tendrán que desagregarse las que correspondan a cada víctima. Lo anterior implica
que el daño se considera plural pero no colectivo, de manera que no se puede entender que
al reparar a uno de los afectados lo sean también quienes no han recibido compensación. Este
mecanismo ofrece la posibilidad de otorgar indemnización a quienes logren probar que fueron
afectados por la misma causa, incluso después de haberse proferido la sentencia. En el caso de
la reparación directa, los ciudadanos pueden recurrir ante los jueces para reclamar reparación
sin que sea necesario adelantar algún tipo de solicitud previa ante las autoridades presunta-
mente responsables. Basta con indicar y probar que se ha sufrido un perjuicio como consecuen-
cia de una acción u omisión de una autoridad estatal, sin que deba probarse la violación de una
norma jurídica concreta. En lo que resulta de interés en este trabajo, la diferencia entre los dos
mecanismos radica en la posibilidad de iniciarse o no por un grupo de mínimo 20 ciudadanos
afectados por un hecho común, y en que para el caso de las acciones de grupo el juez tiene el po-
der de beneficiar a quienes no demandaron inicialmente pero fueron perjudicados, ordenando
a los responsables indemnizar a quienes en el futuro demuestren ser víctimas del mismo hecho.
Esta aclaración puede obviar algunos detalles importantes en la comparación entre acciones de
grupo y la pretensión de reparación directa. Por esa razón, se sugiere ampliar el contenido de
cada una en los correspondientes referentes normativos. Para la acción de grupo: ley 472 de
1998, artículos 46 a 67 y ley 1437 de 2011, artículo 145. Para el medio de control de reparación
directa, ley 1437 de 2011, artículos 140 y 159 a 195.

393
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

En el caso de la reparación directa, los cálculos fueron los siguientes: se


contabilizaron los días que debería emplear el juez en las diferentes etapas de
acuerdo con el decreto 01 de 1984: notificación y admisión de la demanda (5
a 10 días, art. 207 No. 3), fijación en lista (10 días, art. 207 No. 5), práctica de
pruebas (30 a 60 días, art. 209), alegatos de las partes (10 días, art. 210), alegatos
del Ministerio Público (10 días, art. 210), fallo de primera instancia (40 días,
art. 211), trámite y recuso de apelación (78 días, art. 212). La suma asciende a
218 días, 7,2 meses, 0,59 años. Los días en exceso saltan a la vista: en los cuatro
casos que estudiamos, la sentencia definitiva se profirió más allá del término
legalmente permitido. Queda más claro en las siguientes tablas.

Tabla 2. Duración de los procedimientos contenciosos que


dieron lugar a los fallos de REPE por DEFO

Sentencia Caso La Caso Alto Caso


Caso Bellacruz
Gabarra Naya Filogringo

(Reparación
(Acción de (Acción de (Acción de
directa)
Fechas grupo) grupo) grupo)

Demanda 29/mayo/2001 10/marzo/2003 25/enero/2002 16/marzo/98

21/
Primera instancia 22/julio/2004 27/octubre/2005 24/febrero/2000
noviembre/2005

3,14 años 2,62 años 4,45 años 1,92 años


Duración primera
instancia
(37,7 meses) (31,44 meses) (53,4 meses) (23,04 meses)

Segunda
26/ene/2006 15/agosto/2007 15/agosto/2007 18/febrero/2010
instancia

1,51 años 1,8 años 1,72 años 9,97 años


Duración
segunda instancia
(18,13 meses) (21,6 meses) (20,64 meses) (119,64 meses)

4,65 años 4,42 años 6,17 años 11,89 años


Duración del
procedimiento
(55,83 meses) (53,04 meses) (74,04 meses) (142,68 meses)

Fuente: elaboración propia.

394
Miguel Andrés López Martínez

Tabla 3. Comparación de términos de duración entre los


procedimientos reales y los términos legales

Instancia Primera instancia Segunda instancia Sentencia definitiva

0,25 años 0,08 años 0,37 años


Acción de grupo
(promedio legal)
(3,5 meses) (1 mes) (4,5 meses)

3,40 años 1,67 años 5,07 años


Acción de grupo
(promedio real)
(40,8 meses) (20,04 meses) (60,84 meses)

0,38 años 0,21 años 0,59 años


Reparación directa
(promedio legal)
(4,6 meses) (2,6 meses) (7,2 meses)

1,92 años 9,97 años 11,89 años


Reparación directa
(promedio real)
(23,04 meses) (119,64 meses) (142,68 meses)

Fuente: elaboración propia.

Los resultados muestran que las demandas fueron escasas y sus sentencias tar-
días. Nos corresponde ahora señalar algunas posibilidades de respuesta ante la
ineficacia de la vía judicial contencioso administrativa.

Propuestas para el ajuste de la justicia contencioso-


administrativa
Se podrían incorporar tres ajustes al funcionamiento del mecanismo judicial: el
primero, desarrollar una audiencia pública de discusión, previa al fallo defini-
tivo, en la que víctimas y entidades demandadas pudieran exponer sus prefe-
rencias sobre los límites y formas de reparación (alto participativo en el camino);
el segundo, dar prelación a las demandas de las víctimas del DEFO a la hora de
fallar cada una de las instancias; el tercero, hacer un seguimiento posterior a las
órdenes concretas proferidas, a través de autos y audiencias.
En primer lugar, el juez debería hacer un esfuerzo en abrir espacios de diá-
logo con las víctimas y las autoridades antes de dar un fallo definitivo. En este
sentido, podría dar a conocer el sentido de su decisión antes de proferirla. Si esta
resultare favorable a los demandantes, debería proseguir con la celebración de
una audiencia pública de discusión en la que víctimas y entidades demandadas
pudieran exponer sus preferencias sobre los límites y formas de reparación5.

5 En el artículo 61 de la Ley 472 de 1998 se contempló una posibilidad similar, pero para intentar
la conciliación antes del período probatorio.

395
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

Un alto participativo en el camino redundaría en la mayor satisfacción de los


demandantes y en una justicia más eficiente. Por una parte, las medidas serían
más eficaces porque estarían ajustadas a las condiciones particulares de las víc-
timas y permitirían apreciar mejor el grupo de víctimas realmente afectado. El
juez podría intentar en este punto hacer un llamado a quienes por temor o por
ignorancia no recurrieron a su despacho. Por otra parte, sería más eficiente la
administración de justicia porque al permitir a las partes del litigio exponer sus
argumentos sobre los límites y formas de la reparación, podría evitarse una dis-
cusión de segunda instancia, y ello haría más ágiles los trámites necesarios para
darle cumplimiento a la sentencia. La propuesta implica que se puedan diferen-
ciar dos momentos: el de indicación del sentido del fallo y el de su expedición
formal y definitiva. El antiguo Código Contencioso Administrativo (Decreto 01
de 1984) no permitía diferenciar estos dos momentos, pero la Ley 1437 de 2011
sí. Según su artículo 182 No. 2, el juez podrá enunciar el sentido de su decisión
y consignarla por escrito durante los diez (10) días siguientes. En este intervalo
se podría desarrollar la práctica participativa que proponemos.
En segundo lugar, para brindar respuestas que corrijan la distorsión tempo-
ral y agilicen los procedimientos, consideramos que el juez debería dar trámite
preferente a las demandas de reparación de la PSD, sea en el curso de una
acción de grupo o de la reparación directa. Es decir, que la decisión en estos ca-
sos llegue antes que para otras pretensiones de responsabilidad, aunque estas
últimas se hayan interpuesto previamente.
No se puede ignorar que una medida como estas podría causar trauma-
tismos en el trámite del resto de acciones de grupo y de reparación directa.
Pero tampoco se debe pasar por alto el hecho de que las pretensiones de la
PSD tienen un carácter especial. Se trata de un sector de la población sobre
el que recaen injusticias más complejas: de distribución, de reconocimiento
y de representación. Darles prioridad a sus reclamos haría parte de las me-
didas de inclusión necesarias para evitar que se prolongue su invisibilidad.
La sentencia oportuna serviría para promover la confianza de las víctimas
en el Estado (Organización de las Naciones Unidas, Comisión de Derechos
Humanos, 2005). Además, las respuestas judiciales oportunas y eficaces son
una obligación del Estado ante la comunidad internacional. La Convención
Americana de Derechos Humanos y el documento de principios y directrices
son enfáticos en este sentido:

Convención Americana de Derechos Humanos (Ley 16 de 1972). Artículo 25.


Protección Judicial 1. Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápi-
do o a cualquier otro recurso efectivo ante los jueces o tribunales competentes,
que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales recono-
cidos por la Constitución, la ley o la presente Convención, aun cuando tal

396
Miguel Andrés López Martínez

violación sea cometida por personas que actúen en ejercicio de sus funciones
oficiales. (Organización de Estados Americanos, 1969)

El deber de respetar y asegurar que se respeten las normas sobre derechos hu-
manos y DIH implica permitir a las víctimas un acceso equitativo y efectivo a la
justicia (Organización de las Naciones Unidas, Asamblea General, 2006, págs.
Fundamento II-3). Lo anterior se traduce en un esfuerzo por minimizar todos
los inconvenientes que puedan obstaculizar la garantía de los recursos de pro-
tección (Organización de las Naciones Unidas, 2006, p. Fundamento VIII-12).
La propuesta cuenta con suficiente respaldo en normas internacionales. Por
ello debería ser objeto de protección inmediata a través de la acción de tute-
la. En otras palabras, si el juez contencioso no diera trámite preferente a las
pretensiones de reparación de la PSD, sobre las del resto de ciudadanos en
condiciones distintas al DEFO, las víctimas podrían contar con el recurso de
amparo para conminarlo a que decida primero su demanda (Uprimny, Sánchez
y Bolívar, Concepto jurídico en el proceso T-24060 AC. Respuesta a Oficio UPT-
A-460/2010, 2010).
El uso del recurso de amparo sería legítimo en este caso porque con ello
se buscaría proteger el acceso material a la justicia. Se trataría de proteger un
derecho fundamental que se traduce en la tutela judicial efectiva, es decir, en el
hecho de que los ciudadanos puedan ver realizados sus derechos en las senten-
cias del juez. Ello implica la obligación de impulsar todas las condiciones que
sean necesarias para que el acceso al servicio sea real y efectivo (Araújo, 2011).
El ejercicio de poner a la PSD en el primer puesto de la lista de espera, por
encima de otras víctimas que reclamarían el cumplimiento de su sentencia fa-
vorable, tiene las mismas explicaciones que mencionaron anteriormente, frente
al trámite preferente de la demanda. Sin embargo, para evitar injusticias frente
a los demandantes que triunfaron antes, sería necesario que las autoridades
discutieran el orden de prioridades con las víctimas y el juez. El alto participativo
en el camino podría ser el momento oportuno para hacerlo. De esta manera tam-
bién se reduciría la demanda posterior de acceso al servicio de justicia.
Finalmente, el juez debería desarrollar un proceso de seguimiento de sus
órdenes. Proponemos que se lleve a cabo a través de audiencias en las que
pueda verificarse el grado de cumplimiento de los acuerdos alcanzados. Sería
conveniente que se convirtieran en espacios de diálogo con las víctimas para
ajustar algunas medidas de reparación cuando estas evidencien su ineficacia.
Podría además expedir órdenes para que las autoridades responsables dieran
trámite preferente al pago de indemnizaciones, restitución de derechos y cum-
plimiento de medidas de satisfacción, rehabilitación y de no repetición. Sería
importante que dicho mandato se reforzara con un proceso de seguimiento
continuo a través de autos y audiencias (Peña, 2011).

397
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
una jurisdicción especial de víctimas

Conclusiones
Existen dos circunstancias que pueden tornar ineficaz el mecanismo judicial
contencioso administrativo para las víctimas. La primera, que muy pocas se
acercan al estrado judicial. Gracias a la revisión de antecedentes teóricos, nos
atrevemos a afirmar que ello se debe a la pérdida de la capacidad de interlo-
cución con las autoridades y de organización y asociación para superar la tra-
gedia humanitaria, que sufren quienes experimentan el desplazamiento (daño
político). La segunda limitación, distorsión temporal de los fallos, obedece a
factores externos a la PSD: la congestión que caracteriza a nuestros estrados,
marcada por cuellos de botella que aún no se han superado.
En aras de mejorar el canal judicial, quedan sobre la mesa de discusión tres
propuestas con algunos argumentos que las justifican, pero sin ninguna evi-
dencia que nos asegure su funcionamiento eficaz. Aparece entonces un nuevo
interrogante que preferimos dejar pendiente: ¿Acaso el juez contencioso está en
capacidad de asumir los cambios propuestos? Las circunstancias de congestión
en los despachos, el aumento preocupante de hechos victimizantes en el último
año y la creciente demanda de justicia nos llevan a pensar que estamos ante una
tarea imposible6.
Las propuestas aquí esbozadas pueden generar descontento entre otros ciu-
dadanos reclamantes de reparación por causas diferentes, lo que sugiere la ne-
cesidad de pensar en un aparato institucional especializado en la atención de
las víctimas del conflicto. Se trataría de un esfuerzo institucional coherente con
el que se viene haciendo para atender la demanda de justicia criminal. En otras
palabras, si se asume un compromiso y esfuerzo de implementar una justicia
para los perpetradores, resulta apenas lógico y justo que se haga uno similar
para llevar justicia a sus víctimas en forma de reparación. Por eso, desde estas
páginas nos permitimos dejar una propuesta en “puntos suspensivos”: es nece-
sario construir una jurisdicción especial para la reparación de las víctimas del
conflicto armado. El papel de los jueces y magistrados especializados para la
restitución de tierras es importante, pero se limita al estudio de solicitudes de
restitución, su competencia no llega hasta el reconocimiento de otros remedios
(Ley 1448, art. 91).
El diseño institucional que hasta ahora se ha elaborado para la implemen-
tación de los acuerdos de paz con las FARC, refuerza el que ya se había esta-
blecido en la Ley de víctimas (Ley 1820 de 2016, artículos 14 y 41), pero no lo
amplía, lo que sugiere que sus limitaciones y obstáculos se mantienen. En un
contexto en el que la restitución de tierras es todavía una tarea pendiente y casi

6 Según Codhes, para 2011 el número de personas en desplazamiento ascendió a 5’445.406. Para
2012 los números se tornaron más aterradores: 130 eventos de DEFO, 43.133 almas en éxodo (en
2011 fueron 73 eventos y 29.521 respectivamente) (Codhes, 2012).

398
Miguel Andrés López Martínez

imposible de cumplir7, un grupo nutrido de jueces concentrados en lograr la


reparación para las víctimas podría ser un paso importante hacia la paz y la
reconciliación.

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7 Según el Observatorio de Restitución y Regulación de Derechos de Propiedad Agraria (Gutié-


rrez, 2013), es imposible que el proceso de restitución de tierras para la PSD logre la meta de
restituir la tierra despojada a todas las víctimas del DEFO dentro de los 10 años de vigencia de
la Ley de víctimas. Por ejemplo, en el escenario más optimista de prospección, el último recla-
mante de tierra accedería a la restitución dentro de 51 años. Son varias las razones que justifican
esta afirmación, entre otras: que la política de restitución se diseñó sobre la base de que a partir
de 2011 el fenómeno del despojo no se volvería a producir, y que el aparato institucional carece
de recursos y personal suficiente para atender el creciente número de solicitudes.

399
Los retos de la justicia contencioso administrativa ante el desplazamiento forzado. En busca de razones para
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402
La asociatividad en la construcción
de paz en Colombia
Amanda Vargas Prieto*

Introducción
El Acuerdo de Terminación del Conflicto entre el Gobierno Santos y las FARC ha
implicado la realización y promulgación de una normativa específica para asegu-
rar el proceso de paz e iniciar una vía de posacuerdo gracias al mecanismo deno-
minado Fast Track (vía rápida). El punto 1 del acuerdo denominado “Hacia un
Nuevo Campo Colombiano Reforma Rural Integral”, reconoce que la efectividad
y el buen desarrollo de la Reforma Rural Integral depende de la participación de
las comunidades, con espacios de participación para la transformación e inciden-
cia en la planeación, implementación y seguimiento de los diferentes planes y programas
acordados (Gobierno de Colombia y FARC, 2016). De manera específica reconoce
a la Economía Solidaria y Cooperativa, el punto 1.3.3.1 establece el fortalecimiento
de las capacidades productivas y de las condiciones de acceso a los instrumentos de desa-
rrollo rural (medios de producción, asistencia técnica, formación y capacitación, crédito
y comercialización, entre otros acordados (Gobierno de Colombia y FARC, 2016)
orientando al desarrollo de la Economía Solidaria y Cooperativa para estimular
formas asociativas de trabajo basadas en la solidaridad.

* Doctora en Ciencias Económicas, Magister en Inteligencia Económica y Administradora de Em-


presas. Investigadora postdoctoral del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales – CLACSO.
Profesora asociada de la Universidad de La Salle, Bogotá-Colombia. Correo electrónico: amvar-
gas@unisalle.edu.co.

403
La asociatividad en la construcción de paz en Colombia

Tradicionalmente la economía rural ha tenido aspectos culturales relaciona-


dos con las prácticas asociativas solidarias de los pobladores. Como se indica
en el estudio de Misión Rural, la experiencia muestra que la asociatividad es
la esencia misma de proyectos exitosos, así como la identificación de objetivos
comunes y visiones compartidas de los territorios (Ocampo, 2014). Al analizar
la realidad del sector rural colombiano se puede evidenciar, que desde hace
más de cuatro décadas existen problemáticas sociales y políticas que desen-
cadenan situaciones de pobreza, desempleo, violencia y escasez de recursos,
presentando así escenarios de reformas frustradas, desapropiación de tierras,
homicidios, desapariciones y en general las consecuencias del conflicto armado
(Parra, Ordóñez y Acosta, 2012). Desde los años noventa en el sector agrario en
Colombia, se observa un crecimiento del 2 %, mucho menor al crecimiento del
resto de los sectores del país que en promedio es del 4 %. A su vez, por debajo
del crecimiento del sector rural en otros países latinoamericanos que superan
este índice, como Chile, Brasil y Argentina (DNP, 2015). Según informes del
PNUD para el año 2011 tres cuartas partes de los municipios del país eran pre-
dominantemente rurales (75,5  %) y no más del 31,6  % de la población vivía
en estos sectores, esto debido a que los municipios rurales presentan mayores
desequilibrios en temas como alfabetización, presencia del Estado y capacidad
económica estable de los hogares (PNUD, 2011).
Teniendo en cuenta que cerca de 9 millones de colombianos dependen de
la economía rural, pues en Colombia el 87  % del territorio del país es rural
y representa el 35 % de la población (Rojas y Rivera, 2011) y que este sector
en temas de producción está conformado por el potencial agropecuario que se
aproxima al 36,2 % del territorio, comprendido por los sistemas tradicionales,
en donde a la agricultura le corresponde el 19,3 %, a la ganadería el 13,3 % y
a la combinación de cultivos agrícolas y forestales el 3,55 % (Perfetti, Balcázar,
Hernández y Leibovich, 2013).
De acuerdo con la Cepal (1995) en el territorio rural es notorio que la pobla-
ción predominante sea de edad avanzada, y que las condiciones de vida de este
sector no cuenten con un desarrollo dinámico (Dirven, 1995). Atria (2000) sostie-
ne que la combinación de bajos ingresos laborales y escaso capital educativo, es
el principal factor que se asocia a la presencia de la pobreza en los países latinoa-
mericanos. Estos habitantes rurales se han visto en la necesidad de movilizarse
hacia zonas urbanas en busca de una mejor calidad de vida o en busca de refugio
a causa del conflicto armado. Las personas de la población rural, en especial los
jóvenes, mujeres y población indígena, son quienes tienen una situación más vul-
nerable en el país (Unfpa, 2016). Procasur (2012) realiza igualmente una caracte-
rización, en donde la población joven rural de Colombia experimenta un estado
de vulnerabilidad específica y vive envuelta en una compleja red de exclusión
social, estructurada alrededor de varios ejes, como la pertenencia étnica, el géne-
ro, la clase social, el rango de edad, etc. (Procasur, 2012).

404
Amanda Vargas Prieto

Teniendo en cuenta la problemática del sector rural y los desafíos de la


implementación de los acuerdos de paz para el sector solidario en Colom-
bia, la pregunta es: ¿cómo los procesos de asociatividad territorial son una
herramienta de desarrollo en el marco del posacuerdo? Este capítulo presenta
la relación entre gestión del conocimiento a nivel organizacional y generación
de capital social en un territorio (1). Luego se analiza cómo el capital social se
ve reflejado en la creación de organizaciones solidarias y su participación en el
desarrollo del territorio (2).

Comunidades cognitivas y generación de capital social


Vargas (2015) utiliza un enfoque basado en las comunidades cognitivas para
entender el proceso de creación de conocimiento en un tipo de organización
solidaria; las cooperativas agrarias. Las comunidades cognitivas se interesan en
la dinámica interna de la organización, es decir, en la creación del conocimien-
to en su interior. Las comunidades cognitivas son definidas por Muller (2004)
como estructuras de interacciones sociales destinadas a la generación y difu-
sión del conocimiento. Estas estructuras se caracterizan por ser lugares sociales
de intercambio voluntario de experiencias y relaciones de confianza (Cappe,
2005; Diani, 2002). En las comunidades cognitivas se crea y utiliza el conoci-
miento. Los miembros de la comunidad comparten una identidad (Vaast, 2003),
un lenguaje (Foray, 2009), un acervo de conocimiento y una serie de intereses
(Lewis, 1969). Existe además una proximidad cognitiva entre sus integrantes
(Gallie y Guichard, 2002). Las comunidades cognitivas tienen tres característi-
cas básicas, a saber: 1) una alta frecuencia de interacciones, 2) la presencia de
un flujo de información identificada y 3) el acceso a la información por parte de
cada uno de sus miembros (Bowles y Gintis, 1998; Dupouët y Tricot-Chamard,
2009; Probst y Borzillo, 2007). Estos rasgos aseguran la creación de situaciones
favorables a la difusión de la información y la adopción de procesos innova-
dores en las empresas. Sin embargo, no se tuvo en cuenta las interacciones con
comunidades cognitivas que se encontraban fuera de las cooperativas. Por esto,
se decide integrar el concepto de capital social para entender cómo las organi-
zaciones solidarias pueden interactuar con individuos u otras organizaciones
en un territorio.
La noción de capital social revela cierta complejidad y a pesar de su relevan-
cia desde la década de 1980 no hay un consenso sobre su definición teórica ni
su utilización metodológica (Durlauf, y Fafchamps, 2005; Cortés y Sinisterra,
2010). Sin embargo, se puede identificar los primeros aportes a esta teoría. Ini-
ciando con el enfoque culturalista de Bourdieu (1980), el enfoque institucio-
nalista de Granovetter (1985), el enfoque estructuralista de Coleman (1990) y
finalmente el momento en el que se reconoce la relación entre capital social y
desarrollo económico por Putnam, Leonardi y Nanetti (1993). A partir de estos

405
La asociatividad en la construcción de paz en Colombia

autores en la década del 2000, el Banco Mundial utiliza el capital social como
instrumento de las políticas de desarrollo.
Granovetter (1985) plantea el enraizamiento como “un concepto infrasociali-
zado del hombre”, en extremo funcionalista. Es decir que se considera al hom-
bre como agente racional al que no le afecta el comportamiento de los otros.
Así se desconoce la importancia de las relaciones interpersonales y las redes
sociales para la generación de confianza, para el establecimiento de expectati-
vas y para la creación y cumplimiento de normas (Coleman, 2001). Granovetter
introduce al análisis de los sistemas económicos la idea de organización social
y relaciones sociales desde una perspectiva que conserva la continuidad e his-
toricidad del proceso económico (Cortés y Sinisterra, 2010).
De acuerdo con Cortés y Sinisterra (2010), diversos autores aportaron en
la definición de capital social, Putnam et al. (1993) define capital social como
“las características de la vida social —redes sociales, normas y confianza— que
permiten a los participantes actuar juntos de una forma más efectiva para con-
seguir objetivos compartidos” (Putnam et al., 1993, p. 147). Sin embargo, los
autores plantean que James Coleman fue quien propuso la funcionalidad del
concepto en el estudio de la política y la economía:

Al igual que otras formas de capital, el capital social es productivo y hace


posible el logro de ciertos fines que serían inalcanzables en su ausencia [...]
por ejemplo, un grupo cuyos miembros manifiestan confiabilidad, y confían
ampliamente unos en otros, estará en capacidad de lograr mucho más en com-
paración con un grupo donde no existe la confiabilidad ni la confianza [...]. En
una comunidad agrícola [...] donde un agricultor necesita que otro le embale
el heno y donde los instrumentos agrícolas son en su mayoría prestados, el
capital social le permite a cada agricultor realizar su trabajo con menos capital
físico en forma de herramientas y equipos. (Coleman, 2001, p. 51)

El capital social se crea mediante las relaciones entre los diferentes agentes y
la realización de acciones colectivas. Se generan acciones de intercambio que
suceden gracias a los intereses comunes. Así, es fundamental identificar el ob-
jeto de interés y por otra parte es necesario saber qué le da continuidad a esta
relación. Con respecto a la continuidad, esta depende de acuerdo con Coleman
(1990) a la confianza y distribución consensuada de derechos, los cuales esta-
blecen normas que son consideradas recursos de la estructura social y las que
dan viabilidad a la relación entre intercambio e interacción y por otro lado vin-
culan los planes individuales y colectivos.
Se identifican tres formas básicas: las relaciones sociales o redes sociales,
la confianza y las normas sociales (Coleman, 1990; Putnam et al., 1993; 2001).
Las relaciones sociales se explican porque generan en los individuos un conjunto
de obligaciones y expectativas que les otorga mayor o menor confianza en las
estructuras sociales, “además que proveen los medios necesarios para organizarse

406
Amanda Vargas Prieto

y controlar la acción del gobierno” (Cortés y Sinisterra, 2010, p. 31). La confianza


se explica porque promueve valores en el conjunto de individuos basados en
el principio de reciprocidad y así hay cierta certeza que las obligaciones serán
cumplidas. Finalmente, las normas sociales se justifican por el reconocimiento, el
estatus, el honor y las recompensas (Cortés y Sinisterra, 2010).
Para Putnam et al. (1993) son las asociaciones horizontales entre individuos
y su capacidad para desarrollar densas redes de interdependencia, las que
reflejan normas culturales y de confianza que facilitan la cooperación. Para el
autor, una fuente invaluable de rendimiento es el vínculo estrecho entre normas
de reciprocidad, confianza y compromiso cívico. Este último se refiere al capital
social de las colectividades para el bien común. De esta manera se establece una
relación entre capital social y virtudes cívicas (Sudarsky, 2001). Así, se podría
justificar la relación con el desarrollo regional. Se supone que cuando hay
procesos de asociatividad y buena comunicación en redes y relaciones sociales
densas, se reduce la incertidumbre sobre la estructura y las expectativas de la
comunidad y así hay un mejor intercambio.
En la perspectiva de Cortés y Sinisterra (2010) existen tres condiciones im-
portantes que permiten afirmar que el capital social es generador de desarrollo
regional. La primera es que el capital social es un bien público no apropiable.
La segunda es que el capital social es facilitador de los intercambios, al es-
trechar los vínculos entre individuos y reducir los costos de transacción. Por
último, la tercera se refiere a su condición de recurso acumulable, es decir, que
se aumenta a medida que se usa. Lo denominado por Putnam et al. (1993), el
círculo virtuoso, pues el incremento del capital social permite generar y forta-
lecer más capital individual, y este nuevamente incrementa el capital colectivo
(Putnam et al., 1993; Coleman, 1990; Stein, 2003).
Al aumentar el capital social colectivo, se podría pensar que mejorarían los
procesos de gobernanza a nivel estatal pues “el capital social juega un rol pre-
ponderante en la generación de gobernanza, esto es la participación de la ciu-
dadanía en la toma de decisiones públicas y en el control de sus gobernantes”
(Cortés y Sinisterra, 2010, p. 30), el capital social contribuirá así al fortaleci-
miento institucional, debido a que permite mejorar la calidad de los flujos de
información, mantiene las normas y reduce los costos de transacción (North,
1993; Dixit, 2004). También es posible que se mejore la relación con otras or-
ganizaciones e incremente el trabajo en red debido a que “las posesiones ins-
titucionales de las personas que constituyen capital social pueden extenderse
a medida que se amplían las redes a las cuales pertenecen, adquieren nuevas
membresías en distintas organizaciones sociales y civiles, se aumenta la reci-
procidad y la confianza de los intercambios, o se permite el acceso a nuevos
grupos” (Cortés y Sinisterra, 2010, p. 32).

407
La asociatividad en la construcción de paz en Colombia

Conceptos y enfoques de la asociatividad


En Colombia, en el marco del posacuerdo, es necesario definir nuevas políticas
públicas orientadas a incentivar el desarrollo asociativo en el medio rural. La
asociatividad de las comunidades campesinas ha sido evidenciada desde un
enfoque de asociatividad, que podría analizarse desde el enfoque de la econo-
mía solidaria.
Así bien, es interesante el estudio de las organizaciones de naturaleza soli-
daria como los son las asociaciones, cooperativas, fundaciones, corporaciones,
mutuales y todas aquellas que surjan en el marco de la economía solidaria. El
Estado ha reconocido este tipo de organizaciones como instrumento para gene-
rar espacios de coordinación más eficientes, y por esto incentiva su creación. Es
así como se resalta el tema del sector rural como una dimensión fundamental
en las negociaciones del conflicto a nivel regional y local. Por tanto, resulta im-
portante el análisis empírico y teórico de los jóvenes emprendedores sociales
vinculados a la economía solidaria que emergen en Colombia, y que fomentan
la generación de capital social de los territorios rurales.
Así, se reconoce la asociatividad como un elemento importante en la
generación de capital social sobre todo en las poblaciones rurales, las que
son socioeconómicamente más vulnerables y es considerado como uno de
los mecanismos más efectivos para garantizar la sostenibilidad (Rodríguez,
2007). Para que la asociatividad sea posible debe partir de un proceso colecti-
vo voluntario, garantizar el mantenimiento de la autonomía gerencial de las
organizaciones que participan y propiciar una cultura de cooperación y com-
promiso (Naciones Unidas, 2006). Así pues, en la literatura se encuentra que
el emprendimiento solidario está determinado por el acercamiento al cum-
plimiento del objeto social; por su capacidad de arraigarse en un territorio
concreto; por operar como un proceso de encadenamientos de empresas de
su mismo tipo y por el fomento de procesos autogestionarios y participativos
(Arboleda y Zabala, 2011, p. 77) y se diferencian de otras formas empresaria-
les porque se identifican por sus capacidades, una de ellas es la capacidad
organizativa que consiste en un sistema de reglas autónomas, donde se esta-
blecen compromisos de participación. Igualmente la capacidad empresarial,
que en este caso trata sobre la función de cumplir con producir beneficios y
generar ingresos. También la capacidad de impacto social como generadoras
de trabajo y contribuyentes a mejorar las condiciones de vida de los indivi-
duos y las colectividades. Además la capacidad rentable, es decir que en la
práctica de sus actividades logran disminuir los costos de operación, eliminar
la dependencia del capital y generar mayores valores agregados y por último
la capacidad integrativa mediante la unión de esfuerzos con otras formas em-
presariales, conformando redes que hacen posible la maximización colectiva
de los factores (Arboleda y Zabala, 2011).

408
Amanda Vargas Prieto

El concepto de desarrollo rural ha evolucionado después de la Segunda


Guerra Mundial. Esta evolución ha incidido de forma directa en los modelos de
desarrollo adoptados por los países, y, por ende, en la política pública del sec-
tor rural. La era del desarrollo puede ser vista a partir de cuatro grandes fases.
Las teorías de la modernización y el estructuralismo de los años cincuenta a los
años setenta; la teoría de la dependencia en los años sesenta y setenta; el neoli-
beralismo de los años ochenta hasta la actualidad; y, las aproximaciones críticas
al desarrollo como discurso cultural latinoamericano de los años noventa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la descolonización y la Guerra Fría,
nace la teoría de la modernización con el objetivo de adaptar a los países del
sur a los medios de producción del norte, especialmente Estados Unidos y Eu-
ropa. Estos últimos, se encargaron de difundir conocimiento, capacidades y
producción de insumos agrícolas privilegiando soluciones tecnológicas a los
problemas del campo. De esta manera, los avances tecnológicos llegarían a tra-
vés de centros de investigación y sistemas de extensión que favorecerían proce-
sos de producción pasando de una agricultura de subsistencia a una capaz de
integrarse al modelo capitalista, allí se encuentra la denominada “Revolución
verde”. Los principales autores de la modernización son Oscar Lewis, Robert
Redfiel, Sol Tax, Ver Hoselitz, Everett Hagen, Clifford Geertz, Wilbert Moore,
Neil Smelser, George Foster, Everett Rogers y S. N Eisenstadt, todos ellos de
universidades norteamericanas.
En Latinoamérica se destacan los trabajos de Gino Germani y Aldo Solari,
quienes reconocían una sociedad en transición, en donde, el llamado desarrollo
económico suponía un estado inicial y un estado final, concibiéndolo en térmi-
nos de transito de una sociedad “tradicional” a una “desarrollada”. Es en este
periodo donde aparece la “Revolución Verde”, la cual consistió en un conjunto
de tecnologías integradas por componentes materiales y técnicas de gestión,
que al usarse en tierras idóneas y entornos socioeconómicos propicios traerían
un aumento en los rendimientos e ingresos de los agricultores. Sin embargo,
sus resultados concretos mostrarían, especialmente para el caso de México, una
ampliación de la brecha entre los grandes y pequeños agricultores, que daba
lugar a la concentración de la riqueza, la generalización de la pobreza y final-
mente, la disolución del campesinado (Polanco, 1980). En Colombia esta fase se
vio reflejada a través del Programa de Desarrollo Rural Integrado (DRI), puesto
en marcha en Colombia hacia la década de 1970 y cuyo objetivo era transformar
las sociedades rurales atrasadas en sociedades orientadas al mercado, a través
de paquetes tecnológicos que trajeron consigo estrategias productivas (asisten-
cia técnica y crédito), de mercadeo (comercialización), de infraestructura bási-
ca (caminos rurales, electrificación y acueductos) y de servicios sociales como
educación y salud. En América Latina después de la Segunda Guerra Mundial
y hasta comienzos de los años setenta aparece el estructuralismo basado en la

409
La asociatividad en la construcción de paz en Colombia

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Este enfoque


propone el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI):

Primero, sostener el proceso de industrialización mediante las divisas obteni-


das por las exportaciones y destinadas a financiar las importaciones de bienes
de capital e intermedios y materia prima que la industria exigía; segundo, pro-
porcionar un suministro constante de mano de obra barata para esa industria;
tercero, satisfacer las necesidades alimenticias de las poblaciones urbanas, evi-
tando el incremento tanto del precio de los alimentos como de las importacio-
nes de productos agropecuarios, con lo cual se facilitaba el mantenimiento de
unos salarios industriales bajos y contrarrestaba posibles problemas de esca-
ses de divisas; cuarto, suministrar a la industria de materias primas de origen
agropecuario y forestal que requerían; quinto, generar un mercado doméstico
para los productos industriales. (Kay, 2007, p. 54)

El estructuralismo lejos de generar modernización en lo rural aumentó la crisis


del sector al punto que Ecuador y Colombia tuvieron que importar alimentos
como trigo, arroz y leche en polvo. En este contexto, surgen las primeras coope-
rativas agrarias en Colombia y nace una de las más representativas en la actua-
lidad, Colanta. Si bien dentro del modelo existía un privilegio por la industria,
esto no significó ausencia de políticas encaminadas a modernizar la estructura
agraria de manera similar al enfoque de modernización. Los resultados de este
modelo para el campo fueron varios: ampliación de monocultivos en detrimen-
to de la diversidad de la producción agrícola, deterioro de los recursos, for-
talecimiento del modelo de concentración del ingreso y tenencia de la tierra,
agudización de la pobreza en la población rural, disminución del empleo y
del ingreso del sector agrícola y debilitamiento o desaparición de movimientos
campesinos (Pérez, 2002).
La teoría de la dependencia explica las diferencias del capitalismo entre los
países desarrollados y los subdesarrollados o dependientes, especialmente en
lo que refiere a la industrialización en América Latina y sus relaciones econó-
micas y financieras con el sistema internacional. Este enfoque demuestra que
el subdesarrollo y la pobreza son consecuencias del sistema capitalista y las
relaciones de dominación y dependencia que genera con los países desarrolla-
dos. Algunos de los principales autores Fernando Henrique Cardoso, Osvaldo
Sunkel, Celso Furtado, Helio Jaguaribe, Aldo Ferrer y Aníbal Pinto, Ruy Mauro
Marini, Theotonio Dos Santos, André Gunder Frank, Oscar Braun, Vania Bam-
birra, Aníbal Quijano, Edelberto Torres Rivas, Tomas Amadeo Vasconi, Alonso
Aguilar y Antonio García y Alain de Janvry.
Como enfoque predominante desde la década de 1980, las políticas neolibe-
rales han fortalecido el desarrollo de explotaciones agropecuarias capitalistas,
especialmente aquellas dirigidas al comercio exterior y de bienes no tradiciona-
les. Sin embargo, los pequeños agricultores son los que han sufrido la apertura

410
Amanda Vargas Prieto

económica pues se han enfocado en la producción local, y quienes han tenido


que sortear las desventajas de la libre competencia. Pérez (2002) identifica los
principales efectos del modelo para el sector agropecuario: a) desaceleración
del crecimiento del valor de la producción agropecuaria; b) caída de la partici-
pación del sector agropecuario en el Producto Interno Bruto (PIB); c) reducción
de las áreas cultivadas, especialmente de café y de los cultivos transitorios; d)
desprotección de la producción interna que ha favorecido la importación ma-
siva de alimentos frescos y procesados muy por debajo de los precios nacio-
nales; e) caída de precios internacionales; f) aumento de las tasas de interés y
disminución de la rentabilidad de las actividades agropecuarias; g) deterioro
de la balanza comercial agropecuaria; h) aumento de la brecha urbano-rural,
especialmente frente a la pobreza; i) incremento de la tasa de desempleo rural;
j) mayor índice de concentración de la tierra y de capital que limita el acceso a
recursos y tecnologías del campesino minifundista o sin tierra.
El neoestructuralismo intenta actualizar al estructuralismo y comparte con
este la postura, según la cual, las causas del subdesarrollo en Latinoamérica tie-
nen sus raíces en factores endógenos estructurales (Kay, 2007). De esta manera,
la Cepal, principal exponente, estableció como criterio para lograr el desarrollo
en los países latinoamericanos la transformación productiva con equidad so-
cial. En un contexto de mayor competitividad internacional, dicha transforma-
ción debe lograrse a través de la implementación de nuevas tecnologías en los
procesos productivos (Cepal, 1996). En esta lógica, lo rural debe ser visto más
allá de lo agropecuario. De ahí, la importancia de entender los nuevos modelos
de desarrollo como una propuesta que se estructura desde los territorios y en
donde lo rural juega un papel determinante, especialmente en la transforma-
ción de los conflictos sociales, económicos, políticos y ambientales que trajo
consigo el modelo neoliberal.
La nueva ruralidad se refiere a las transformaciones del sector rural pro-
ducidas por la globalización y las políticas neoliberales, especialmente en lo
que tiene que ver con las múltiples actividades no agropecuarias que se están
adelantando por las familias campesinas. Sus fundamentos son la redefinición
del ámbito de acción de la política rural, revisión a fondo de la economía ru-
ral y creación de una nueva institucionalidad rural. Para ello, la nueva rurali-
dad revaloriza el campo asignándole nuevas funciones que mitiguen distintas
problemáticas de lo urbano. Algunas de ellas son: a) equilibrio territorial que
reduzca presión y sobreexplotación de ciertas áreas, a la vez que reoriente sus
usos y destino; b) equilibrio ecológico y producción de recursos y servicios am-
bientales; c) producción de alimentos limpios u orgánicos; d) usos agrarios no
alimentarios; e) establecimiento de agroindustrias y empresas manufactureras;
f) espacios para actividades de esparcimiento y creación al aire libre; g) recons-
trucción cultural y del patrimonio histórico; y h) manejo de recursos colectivos,
especialmente ambientales (Pérez, 2002).

411
La asociatividad en la construcción de paz en Colombia

Para la nueva ruralidad, el campo juega un papel protagónico y de ahí que,


se enfoque en las adaptaciones, subversiones y resistencias que localmente han
surgido como respuesta a las prácticas actuales del desarrollo. Para ello, enfa-
tiza en la capacidad de acción de los actores y apoya un proceso de desarrollo
desde abajo, en el cual los campesinos se convierten en agentes dinamizadores
de lo que entienden y quieren por desarrollo. En este sentido, el desarrollo rural
se entiende como el proceso por el cual se generan capacidades y condiciones
para que individuos y colectividades transformen su territorio y mejoren su ca-
lidad de vida aumentando el capital social. Para ello, es indispensable la incor-
poración de estrategias productivas (asistencia técnica y crédito), de mercadeo
(comercialización), de infraestructura básica (caminos rurales, electrificación y
acueductos) y de servicios sociales como educación y salud. En este contexto,
lo rural debe superar lo agropecuario, reconociendo propuestas productivas en
los territorios en donde la dimensión ambiental y territorial cobra vital impor-
tancia como medida de protección de los recursos naturales.

Conclusiones
El objetivo de este capítulo era reflexionar teóricamente sobre cómo los proce-
sos de asociatividad territorial pueden ser una herramienta de desarrollo en el
marco del posacuerdo. Para esto se desarrollaron dos partes. La primera carac-
teriza las comunidades cognitivas e identifica el vacío teórico que existe, sobre
la falta de análisis de diferentes comunidades cognitivas fuera de las organiza-
ciones. Estas comunidades cognitivas pueden ser las redes, las colectividades,
entre otras. De esta manera se decide estudiar el concepto de capital social para
ampliar el análisis al territorio. Al definir el capital social, se identifican tres
condiciones básicas: las normas sociales, las relaciones sociales y la confianza.
Al desarrollar estas condiciones el capital social aumenta y este a su vez mejora
la gobernanza a nivel estatal, pues aumenta la participación ciudadana en la
toma de decisiones y mejora el control de los gobernantes. Este trabajo puede
ser evaluado de acuerdo con la vitalidad de las estructuras asociativas (núme-
ros de asociados y actividades realizadas), los comportamientos (participación
ciudadana, entretenimiento colectivo) y las actitudes (confianza en los conciu-
dadanos y en las instituciones).
Una de las propuestas más importantes en el acuerdo de paz firmado con
la guerrilla de las FARC es el desarrollo de las organizaciones solidarias, par-
ticularmente las cooperativas agrarias, con el fin de incentivar el progreso del
campo. Con el fin de entender cómo la asociatividad puede incentivar el desa-
rrollo en Colombia se analizan sus cuatro fases en América Latina. Las teorías
de la modernización, el estructuralismo, la dependencia, el neoliberalismo y
las aproximaciones críticas al desarrollo como discurso cultural latinoameri-
cano de los años noventa. Finalmente, y después del análisis, se elige la nueva

412
Amanda Vargas Prieto

ruralidad como base teórica de esta investigación, entendiendo el desarrollo


rural como el proceso por el cual se generan capacidades y condiciones para
transformar su territorio a través de procesos asociativos.

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415
Marcos, aprendizaje social y la
percepción de justicia en el proceso
de paz entre el Gobierno colombiano
y las FARC
Claudia M. Pico*
Álvaro A. Clavijo**

Introducción
La guerra que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el
Gobierno colombiano han sostenido por más de 50 años llegó a su fin con el
acuerdo firmado entre el gobierno de Juan Manuel Santos, y la cúpula de ese
grupo rebelde en el 2016. Esta versión del acuerdo fue firmada tras el rechazo
popular que tuvo la primera versión del acuerdo en el plebiscito celebrado el
2 de octubre de ese mismo año. Sin embargo, meses después de la firma la
opinión popular se mantiene dividida, los ánimos caldeados y la posibilidad
de consenso en torno a las posibilidades de reconciliación cada vez más lejana.
En este capítulo se analizan las diferencias discursivas entre promotores y de-
tractores del acuerdo y se plantea que una ruta efectiva para la construcción del
país en el posacuerdo debe estar acompañado de un discurso más responsable
que dé cuenta del contenido de los acuerdos y del reconocimiento de la existen-
cia de problemas socioeconómicos de naturaleza estructural.

* Docente investigadora en la Universidad de La Salle. Economista con Maestría en Economía


de la Universidad del Rosario y Maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia.
Candidata al doctorado en Psicología de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electró-
nico: clapico@unisalle.edu.co
* Doctorado en Psicología Experimental de la Universidad de Sao Paulo. Magíster en Psicología
de la Universidad Nacional de Colombia. Especialización en Psicología de la Fundación Uni-
versitaria Konrad Lorenz de Bogotá. Psicólogo e investigador de la Universidad Nacional de
Colombia. Correo electrónico: aaclavijoa@unal.edu.co

417
Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

La referida división entre promotores y detractores de los acuerdos no es


nueva, los sondeos previos al plebiscito, realizados por firmas como Datexco
(El Tiempo, 11 de agosto de 2016) mostraban que el 33,7  % estaba a favor de
refrendar los acuerdos mientras que el 32,4 % manifestó estar en contra. Estos
hechos dan cuenta de la falta de consenso que hay en torno a los acuerdos y
propone la necesidad de buscar explicaciones sobre sus raíces. Para ello pro-
pone dos hipótesis, la primera plantea que el origen del desacuerdo puede ser
semántico (asociado con las palabras usadas en el discurso de los que están a
favor y en contra). Por su parte, la segunda considera que el origen del disenso
puede ser estructural (relacionado con la evolución histórica de los procesos
de negociación y con la histórica desconfianza de la ciudadanía por el carácter
prolongado del conflicto).
El presente capítulo se centra en la primera hipótesis, la de la diferencia se-
mántica, partiendo del trabajo del uso de marcos en los procesos de toma de de-
cisiones que propusieron Daniel Kahneman y Amos Tversky (1981). De acuerdo
con este trabajo, si bien las elecciones individuales se presumen racionales, es
posible identificar problemas de decisión en los que los individuos violan los
requerimientos de consistencia cuando hay un cambio en los marcos, esto es
en la forma en la que se presenta la información. Este trabajo fue aplicado al
problema de la justicia por Kahneman, Knetsch y Thaler (1986), quienes explo-
raron en qué medida la justicia afecta los resultados del mercado y realizaron
simulaciones de escenarios en los que una empresa fija un precio o salarios que
afectan el producto recibido por otros individuos. Los autores advirtieron que
un cambio en los marcos alteraba el proceso de toma de decisiones y que las
consideraciones sobre justicia afectan los resultados del mercado. La pregunta
es si esas consideraciones sobre justicia y los cambios en los marcos afectan las
elecciones individuales para el caso del proceso de paz. Para dar respuesta a
este interrogante se replican algunos de los problemas construidos por Kahne-
man, Knetsch y Thaler (1986) y se parte de la idea de justicia de Schmöller, Von
Halle y Schutz:

Las concepciones que nos guían de acá en adelante y de las que se deriva la
idea de justicia, […] están compuestas por una parte por la naturaleza peculiar
de las prescripciones legales, como reglas formales de las relaciones sociales
y por el otro por los propósitos ideales de la vida social que determinan los
contenidos materiales de las normas. (1894, p. 5)

Se trata así de un equilibrio institucional en el que se favorece la ley y en el


que la construcción de los instrumentos normativos parte de la naturaleza de
los grupos sociales y de sus formas de vida. Para Palacios (2012, citado por la
Comisión histórica del conflicto y sus víctimas, 2015):

418
Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

[...] la persistencia del conflicto (se debe a) la inhabilidad de los grupos que
dirigen la sociedad y manejan el Estado para operar con mayores márgenes
de soberanía en el contexto internacional de un lado y del otro, la incapacidad
de construir consensos básicos en torno a un régimen político democrático,
garante de la convivencia ciudadana, la igualdad jurídica, el amparo de los
derechos sociales y el imperio de la ley. (p. 32)

El referido ideal se combina en este caso bajo la forma de las posibilidades nor-
mativas del acuerdo y las realidades y expectativas del pueblo colombiano en
torno a él y a su cumplimiento. De ahí que resulte relevante aproximarse a esas
expectativas con un estudio de la percepción de justicia que hay tras la firma
de los acuerdos de paz en Colombia. Para ello se hará una breve reconstrucción
de los hechos históricos que rodean este acuerdo como recurso para describir la
naturaleza del conjunto de relaciones sociales que se han tejido en las últimas
décadas y la forma en que se condicionan las opiniones sobre lo que se consi-
dera justo o injusto.
El trabajo plantea que el largo historial de desconfianza producto de un con-
flicto tan prolongado, tiene incidencia sobre la idea de justicia de los colom-
bianos y favorece las divisiones que se han registrado. Al mismo tiempo, se
verifica que las prácticas discursivas de los grupos, tanto de partidarios como
de detractores, inducen falta de consistencia en las opiniones individuales so-
bre algunos problemas de justicia distributiva y suponen desviaciones de con-
ductas racionales que son críticas para entender el clima de desconfianza en
torno al posacuerdo. Por último, se plantea que para crear un ambiente prolon-
gado de reconciliación se precisa la moderación en las prácticas discursivas que
inciden en la polarización y crean ideales de justicia que no necesariamente se
compadecen con la realidad del acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano
y las FARC.

Bases teóricas para entender el rol de los efectos marco en


los procesos de toma de decisiones
Daniel Kahneman (2012) afirma que se entiende por efectos marco: “a las influen-
cias injustificadas de una formulación sobre creencias y preferencias” (p. 474). Con
el fin de demostrar dichas influencias, Kahneman, junto con Tversky, presentaron
el siguiente problema a un grupo de participantes:

¿Aceptaría un juego que ofrece un 10 por ciento de posibilidades de ganar 95


dólares y un 90 por ciento de posibilidades de perder 5 dólares?

¿Pagaría 5 dólares por participar en una lotería que ofrece un 10 por ciento de
posibilidades de ganar 100 dólares y un 90 por ciento de posibilidades de no
ganar nada?

419
Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

Aunque las dos proposiciones son idénticas, la segunda versión es preferida


por la mayoría de las personas, ya que para ellos resulta más aceptable per-
der el precio de un billete de lotería a perder un juego. La reacción de los in-
dividuos ante este tipo de problemas tiene implicaciones para la teoría de la
utilidad esperada, ampliamente usada en teoría económica, según la cual los
individuos calculan la utilidad de los pagos ponderado por las probabilidades:
“Las preferencias individuales violan sistemáticamente este principio […] las
personas sobreestiman los resultados que obtienen con certeza en relación con
los resultados probables” (Tversky y Kahneman, 1979, p. 265).
Los resultados descritos se alejan del supuesto de racionalidad, sin embar-
go, también han sido interpretados como producto de representaciones men-
tales sobre eventos pasados. Reyna (2006) se refiere a estos procesos como gist
trance y called verbatim en donde las primeras son representaciones difusas de
eventos pasados mientras que las segundas corresponden a representaciones
detalladas. Usualmente, son las representaciones difusas más que el cálculo de
probabilidades las que toman partido en los procesos de toma de decisiones
por lo que resulta relevante evaluar el origen de esas representaciones que se
asocian a un historial de interacción.
La existencia de las representaciones y los problemas en el cálculo de pro-
babilidades hacen que la conducta maximizadora, propia del modelo de racio-
nalidad instrumental1, pueda estar condicionada por la percepción individual
del contexto del problema y por el historial de interacción entre los agentes que
toman decisiones. En el caso del presente escrito el contexto de toma de deci-
siones implica la percepción de justicia, que en un contexto de mercado ha sido
abordada por Kahneman, Knetsch y Thaler (1986, citando a Akerlof), quienes
afirman que “los clientes que sospechan que un oferente los trata injustamente
son más propensos a buscar otras alternativas, Akerlof sugiere que las firmas
invierten en su reputación para producir una buena imagen entre los clientes y
altos estándares morales entre sus empleados” (p. 728). La afirmación presen-
tada sugiere que la percepción de justicia incide en los resultados del mercado
y fuerza la realización de inversiones que se extienden más allá de los costos de
producción para garantizar la construcción de una reputación que mantenga
activos los negocios.
Se presume que la construcción de esta reputación incide en las represen-
taciones mentales. De ahí que el problema de la percepción de justicia en este
trabajo vaya a ser abordado a través del uso de dos recursos extraídos de los
estudios sobre economía del comportamiento: el uso de marcos para demostrar
los efectos que tienen sobre los procesos de elección y decisión individual y las

1 Se refiere a los agentes que no enfrentan ninguna restricción para saciar sus deseos maximiza-
dores (Ayala, 1999)

420
Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

representaciones mentales que se derivan de un historial de interacción que se


constituye en la base de la reputación de actores como el Gobierno colombiano
y las FARC.

Desconfianza, desigualdad y aprendizaje social en la


historia reciente de Colombia
Las tendencias generales de la desigualdad y el conflicto
Colombia es un país con un largo historial de conflictos distributivos de diversa
naturaleza. García y La Rosa (2013) afirman que: “la historia de Colombia ha
sido explicada por sus épicos conflictos. En años recientes, a juzgar por los títu-
los de libros y artículos publicados por editoriales internacionales, las palabras
Colombia y conflicto son prácticamente sinónimas” (p. 170). La generalidad del
conflicto se traslada a los problemas de distribución, siguiendo a Ferranti, Pe-
rry, Pereira y Walton (2004): “La desigualdad es una característica omnipresen-
te de las sociedades de América Latina en términos de diferencias en ingresos,
acceso a servicios, poder e influencia y, en muchos países, tratamiento por la
policía y el sistema judicial” (p. 2). Recientes reportes sitúan a Colombia como
el segundo país más desigual de la región y séptimo en el mundo (Monterrosa,
16 de noviembre de 2017), hecho que es evidente al revisar las cifras de distri-
bución de la riqueza (ver figura 1) y de distribución de la tierra (ver figura 2):

Figura 1. Índice de GINI en Colombia (2002-2012)

Fuente: DANE (2012).

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Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

Figura 2. Índice de GINI de tierras y propietarios (2002-2012)

Fuente: CEDE (Universidad de Los Andes), Instituto Geográfi-


co Agustín Codazzi, Universidad de Antioquia (2012).

Este largo historial está acompañado además por una creciente violencia polí-
tica que ha creado una sucesión de abusos en los derechos humanos: la escala
de terror político2 de los últimos años así lo demuestra (ver figura 3). La califi-
cación de 5 que se presenta de forma sistemática permite suponer que Colom-
bia ha experimentado un historial prolongado de abusos de derechos humanos
como producto de las acciones armadas de las guerrillas (FARC, ELN y EPL), el
paramilitarismo, el Estado y la delincuencia común3.
Así, el conflicto, la desigualdad y la violencia política se pueden citar como
características recurrentes de la historia nacional reciente, sin embargo, para
el 2016 la escala de terror político tuvo una variación positiva que no se había
producido en el país desde 1979 cuando el nivel registrado fue de 3, nivel que
implica que hay incidencia de asesinatos y de violaciones de derechos civiles
que no afectan a la totalidad de la población, esto permite inferir que si bien el
conflicto colombiano no ha llegado a su fin, sí ha registrado un descenso impor-
tante en su intensidad.

2 La Escala de Terror Político (ETP) de la Universidad de Carolina del Norte utiliza informes
anuales de Amnistía Internacional y del Departamento de Estado de Estados Unidos para cla-
sificar a los países en una escala de cinco puntos – desde el nivel 1 (estado de derecho seguro,
sin prisioneros políticos, la tortura es algo raro) al nivel 5 (asesinato político, brutalidad y terror
con impacto nacional) Ver: www.terrorscale.org.
3 De acuerdo con los datos registrados por el Centro Nacional de Memoria Histórica (2013) el
40 % de las muertes generadas por el conflicto armado fueron ejecutadas por grupos parami-
litares, el 20 % por la guerrilla de las FARC, el 3 % por el ELN y el 30 % por otros grupos no
identificados.

422
Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

Figura 3. Escala de terror político (1998-2016)

Fuente: www.terrorscale.org

Principales transformaciones de las FARC


La raíz de las condiciones descritas en el apartado anterior se puede rastrear
desde el siglo XIX, en el que se efectuó un reparto de la tierra que favoreció a
propietarios con capacidad para dinamizar un modelo agroexportador (Sán-
chez, Fazio, López-Uribe, 2011). Este conflicto agrario y la expansión de una ola
de violencia política que inicia con el asesinato del candidato presidencial Jorge
Eliécer Gaitán se convirtió en la base para el surgimiento de guerrillas comu-
nistas. Para entonces (1949-1978) las FARC eran de naturaleza silenciosa, poco
combativa e identificada como hija de la violencia bipartidista y de un conflicto
social no resuelto por el Estado (Aguilera, 2010).
En el período de 1978-1991, las FARC se reformulan como guerrilla, con-
quistan nuevos territorios en zonas rurales del país y adoptan un plan para ac-
ceder al poder con la creación de un partido político (Unión Patriótica), el cual
perdió cerca de 2000 miembros como producto de un exterminio perpetrado
por paramilitares, sicarios, narcotraficantes, el Ejército Popular de Liberación
(EPL) y militares (Romero, 2012). Este hecho se convierte en el punto de partida
para el recrudecimiento del enfrentamiento entre el Gobierno y la guerrilla que
decide llevar su lucha armada hasta la victoria final (Aguilera, 2010).
Entre 1991 y 2010 el grupo guerrillero: “se compromete con la guerra, de-
sarrolla la ocupación territorial y la ofensiva militar incluyendo la negociación
como estrategia política para desembocar en la intensificación de esta o para
concluir en la acentuación de una nueva república en sus zonas de retaguardia
nacional” (Aguilera, 2010, p. 10). En esta última fase, las FARC se financiaron
con el secuestro, la extorsión y el narcotráfico y se fortalecieron con un mayor

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Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

número de frentes en el territorio nacional, lo que supuso el recrudecimiento de


la guerra, el aumento de los enfrentamientos armados con grupos militares y
paramilitares y el consecuente desplazamiento de población que alcanzó cifras
de más de 6 millones de personas. Colombia se convirtió en el segundo país
con mayor número de desplazados en el mundo y solo fue superado por Siria.

La interacción entre las FARC y los Gobiernos de Colombia


Al tiempo que la guerrilla de las FARC mutaba, también lo hizo la sucesión
de Gobiernos que tuvieron que enfrentarlos. Así, mientras algunos eligieron la
confrontación armada otros gestionaron procesos de paz para poner fin a los
enfrentamientos. Dentro del primer grupo se cuentan los intentos por reprimir
el avance de estos grupos y que fueron propios del régimen conocido como
Frente Nacional y de los dos Gobiernos del expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Por su parte en el segundo grupo se cuentan los intentos de Belisario Betan-
cur, Virgilio Barco, César Gaviria y Andrés Pastrana. En el primer caso, Betan-
cur intentó hacer frente a las causas estructurales del conflicto que se asocian
al problema distributivo que se describió anteriormente. Por primera vez el
Gobierno colombiano negoció con estos grupos como iguales y se pactó una
desmovilización y una participación en política que terminó en incumpli-
mientos y en el referido exterminio de la Unión Patriótica. Barco y Gaviria,
negociaron con otros grupos guerrilleros y lograron la desmovilización del
M-19, el movimiento indígena Quintin Lame y parte del EPL, este hecho viene
acompañado de una Asamblea Nacional Constituyente que concluyó con la
promulgación de la Constitución Política de 1991. Andrés Pastrana, empren-
dió un proceso de negociación con la guerrilla de las FARC que comprendía la
creación de una zona de distensión en el territorio de San Vicente del Caguán,
sin embargo, el proceso estuvo cargado de desconfianza por cuanto mientras
se efectuaban las negociaciones se ejecutó el Plan Colombia, con recursos del
Gobierno norteamericano, para la lucha contra el terrorismo y la proliferación
de cultivos ilícitos.
Los fallidos procesos de negociación descritos, junto con el desarrollo histó-
rico de las FARC hacen natural la existencia de una creciente desconfianza en el
grupo armado, la pérdida de legitimidad de su lucha y una percepción ciuda-
dana negativa que se extiende a los procesos en los que participe. Sin embargo,
también develan el potencial de aprendizaje social que se extrae de la larga
sucesión de acuerdos fallidos y que puede ser entendido a través de la teoría de
Aumann (2006), en la que en un juego repetido, ambos jugadores (para el caso
bajo estudio, el Gobierno y las FARC) conocen las estrategias y debilidades del
otro y pueden anticipar los incentivos necesarios para mantener un acuerdo.
Las circunstancias que han rodeado la firma del presente acuerdo, firmado
el 24 de noviembre de 2016, en el que se puso fin al ciclo de negociación, pueden

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Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

ser vistas como la expresión de los dos procesos descritos anteriormente: i) la


creciente desconfianza de la ciudadanía en relación con este grupo armado que
hizo que el 51 % de los votantes en el plebiscito se manifestaran en contra de
la refrendación del acuerdo y, ii) la evidencia de aprendizaje social que sugiere
que el país ha logrado superar algunos de los fallos de procesos anteriores con
un acuerdo que concluye sin la promesa inmediata de un recrudecimiento de
la guerra.
La desconfianza descrita se ha convertido en un recurso exitoso usado por
los detractores del acuerdo, en particular por el expresidente Álvaro Uribe Vé-
lez, quien en pronunciamiento público en la ciudad de Santa Marta el pasado
26 de agosto de 2016 y revisado por Lewin (2016), se refirió al proceso usando
las siguientes afirmaciones (ver tabla 1):

Tabla 1. Comparación entre el contenido de los acuerdos y


el discurso del expresidente Álvaro Uribe Vélez

Tema Afirmación AUV Acuerdo de paz

“El Gobierno ha estimulado “Con el propósito de lograr la democrati-


una campaña contra más de zación del acceso a la tierra, en beneficio de
dos millones de agricultores y los campesinos y de manera especial de las
ganaderos, víctimas del narco campesinas sin tierra o con tierra insuficiente
terrorismo. Por ejemplo, las y de las comunidades rurales más afectadas
palabras del abogado Santiago por la miseria, el abandono y el conflicto, re-
de la FARC, la Ley de tierras, gularizando los derechos de propiedad y en
incendiaria de guerras rurales consecuencia desconcentrando y promovien-
a machete, el patrocinio oficial do una distribución equitativa de la tierra, el
de invasiones y el texto de La Gobierno Nacional creará un fondo de tierras
Habana, reducen a los agricul- de distribución gratuita. El fondo de tierras
tores a la condición de asesinos tiene un carácter permanente, dispondrá de
Reforma rural y desplazadores de campesi- tres millones de hectáreas durante sus prime-
nos.” (Uribe citado por Lewin, ros 10 años de creación, las que provendrán
2016) de las siguientes fuentes: tierras provenientes
de la extinción judicial de dominio a favor de
la nación, tierras recuperadas a favor de la
nación, tierras provenientes de la actualiza-
ción, delimitación y fortalecimiento de la re-
serva forestal, con destino a los beneficiarios
y beneficiarias del fondo de tierras, tierras
inexplotadas, tierras adquiridas o expropia-
das por motivos de interés social y tierras do-
nadas.” (Gobierno Nacional, 2016, pp. 11-12)

425
Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

Tema Afirmación AUV Acuerdo de paz

“El Gobierno disimula su in- El acuerdo establece como principio: “Regu-


diferencia frente a los anhelos larización de la propiedad: es decir, lucha
populares con un acuerdo de contra la ilegalidad en la posesión y propie-
demagogia agrarista que bus- dad de la tierra y garantía de los derechos de
Desarrollo
ca la colectivización del cam- los hombres y las mujeres que son legítimos
rural
po y la destrucción del agro poseedores y dueños, de manera que no se
productivo” (Uribe citado por vuelva a acudir a la violencia para resolver
Lewin, 2016) los conflictos relacionados con la tierra.” (Go-
bierno Nacional, 2016, p. 11)

“Para protocolizar el premio al “La superación de la pobreza no se logra


crimen, la paz a su manera, que simplemente mejorando el ingreso de las
justifique a una administración familias sino asegurando que niños, niñas,
que acabó la confianza de inver- mujeres y hombres tengan acceso adecuado
sión, (Santos) menguó la econo- y servicios y bienes públicos. Esa es la base
mía, derrochó las bonanzas y de una vida digna. Por eso la superación de
ha creado dificultades de sos- la pobreza en el campo, depende, ante todo,
Política social
tenibilidad a políticas sociales.” de la acción conjunta de los planes nacionales
(Uribe citado por Lewin, 2016) para la reforma rural integral, que en una fase
de transición de 10 años logre la erradicación
de la pobreza extrema y la reducción en to-
das sus dimensiones de la pobreza rural en
un 50 %, así como la reducción de la desigual-
dad...” (Gobierno Nacional, 2016; pp. 19-20)

“El Gobierno que pasó de ne- “Las sanciones ordinarias que se impon-
gar la impunidad a justificar drán cuando no exista reconocimiento de
que los máximos responsables verdad y responsabilidad, cumplirán las
no vayan a la cárcel” (Uribe ci- funciones previstas en las normas penales,
tado por Lewin, 2016) sin perjuicio de que se obtengan redencio-
nes en la privación de libertad, siempre y
cuando el condenado se comprometa a con-
tribuir con su resocialización a través del
trabajo, capacitación o estudio durante el
Sistema penal
tiempo que permanezca privado de la liber-
tad. En todo caso la privación efectiva de li-
bertad no será inferior a 15 años ni superior
a 20 en el caso de conductas muy graves.
Las denominadas sanciones alternativas y or-
dinarias sí incluirán privaciones efectivas de
la libertad como cárcel o prisión o cualquier
medida de aseguramiento.” (Gobierno Na-
cional, 2016, p. 147)

Fuentes: Lewin (2016), Gobierno Nacional (2016).

De acuerdo con la información consignada en el cuadro anterior surgen algu-


nos elementos contrastantes en las prácticas discursivas de la oposición frente a
los contenidos del acuerdo. Esos contrastes referidos en la tabla 1 se convierten
en el insumo usado para indagar sobre la percepción de justicia que tienen los
colombianos sobre el proceso.

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Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

Método de construcción de la encuesta sobre la percepción


de justicia del proceso de paz en Colombia
Con el fin de ofrecer una aproximación a la incidencia de los elementos discur-
sivos previamente señalados y el rol de las representaciones mentales sobre
los procesos de decisión individuales en torno a la refrendación del acuerdo,
se propuso un cuestionario de 20 preguntas sobre justicia distributiva, distri-
bución del poder político y percepción general de justicia en algunos entor-
nos económicos. El instrumento elaborado tomó como base la teoría de marcos
aplicada a los discursos presentados en la tabla 1. Se construyeron en total 11
escenarios de los cuales 6 estaban relacionados con el acuerdo que adelantó el
Gobierno Santos con la guerrilla de las FARC y los 5 restantes correspondían a
casos generales de percepción de justicia. Dentro de los escenarios que indaga-
ron sobre el proceso directamente se construyeron preguntas sobre desarrollo
rural, política de tierras, gasto público necesario para la ejecución del acuer-
do, participación política, cantidad de beneficiados y condiciones generales del
acuerdo. En los escenarios restantes se usaron preguntas originalmente cons-
truidas por Kahneman, Knetsch y Thaler (1986).
La encuesta fue aplicada usando un formulario en línea y en el que las
preguntas se presentaban de forma aleatoria. Cada una de las 20 preguntas
resueltas por los participantes tenía 4 opciones de repuesta: completamente
justo, aceptable, injusto y completamente injusto. Se consideraron para la par-
ticipación colombianos mayores de edad, con posturas políticas diversas para
garantizar neutralidad en las valoraciones realizadas. Las instrucciones dadas
a los participantes fueron las siguientes: “A continuación se le presentan un
conjunto de preguntas que tienen como propósito evaluar su percepción sobre
justicia en diversas situaciones económicas y sociales. El presente instrumento
será usado con fines puramente académicos. Agradecemos su participación y
honestidad en la solución de las situaciones que se presentan a continuación.
Tome tanto tiempo como necesite para dar respuesta al presente cuestionario”.

Evaluación del efecto de los marcos en la percepción de


justicia del acuerdo de paz
El instrumento, diligenciado por 68 participantes, presenta situaciones que son
equivalentes pero que tienen modificaciones en la forma en la que se presenta
la información. El primer elemento que se contrastó corresponde al ideal de
eficiencia propio de la economía del bienestar, el óptimo paretiano. Se pregun-
ta sobre la percepción de justicia usando los estándares del óptimo paretiano,
esto es la idea de que no es posible mejorar el bienestar de un individuo sin
empeorar el de otro:

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Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

Pregunta 18. Una persona ha sido víctima de grupos armados quienes la han obligado
a abandonar su propiedad y han ejecutado a varios miembros de su familia. Aunque
varias personas opinan que un acuerdo de paz los beneficia, esta persona considera que
los puntos del acuerdo garantizan impunidad para sus agresores.

De los 68 participantes, 64,7 % consideran que esta situación es completamente


justa o aceptable, mientras que el 36,8 % la catalogan como injusta o comple-
tamente injusta. Este hecho sugiere que los participantes aceptan la premisa
según la cual no es posible alcanzar un acuerdo que favorezca a la sociedad en
su conjunto, por lo que el mejor acuerdo posible se logra con una solución en la
que se beneficie a la mayoría.
Dos factores evaluados demuestran que la existencia de los marcos afecta la
consistencia en la selección de alternativas, el primero es el relativo a la política
de tierras en las que en un caso se usa el término expropiación mientras que en
el otro caso la referencia se cambia a un proceso de restitución. Los problemas
presentados a los participantes fueron:

Pregunta 5. Un gobierno ha emprendido un proceso de reforma de tierras para corre-


gir la desigualdad en los derechos de propiedad, a partir de la expropiación a legítimos
propietarios y posterior reasignación a víctimas del conflicto armado de 20 millones
de hectáreas.

Pregunta 8. Un gobierno ha emprendido un proceso de reforma de tierras para corregir


la desigualdad en los derechos de propiedad mediante un proceso de restitución de 20 mi-
llones de hectáreas a víctimas del conflicto armado con propiedad legítima sobre la tierra.

En este caso, 55 % consideraron injusta la expropiación, una vez la expresión fue
reformulada con la palabra restitución esta proporción se redujo a 14 %. Como
se indicó en el apartado anterior, el programa de restitución de tierras contempla
dentro del reparto diversos tipos de terrenos dentro de los que se cuentan los
baldíos y solo en casos excepcionales se contempla la expropiación por lo que el
escenario de la pregunta 8 es más probable en una eventual refrendación.
El segundo caso en el que se puso en evidencia la falta de consistencia en
las respuestas de los participantes corresponde a la participación en política, al
respecto se preguntó lo siguiente:

Pregunta 3. Luego de un conflicto prolongado los miembros de un grupo insurgente


acuerdan iniciar su participación en política con la conformación de un partido que
llegará al Congreso sin elección popular por un único período, esto con el fin de avan-
zar en la consolidación de un sistema de partidos en el país.

Pregunta 10. Luego de un conflicto prolongado los miembros de un grupo terrorista


acuerdan iniciar la conformación de un partido político para ocupar curules, sin elec-
ción popular, dándoles la posibilidad de fijar leyes sin consultarle al pueblo.

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Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

En este caso, el contenido del acuerdo establece que se garantizarán curules en


el Congreso de la República para miembros de las FARC por un único período,
esto es, la primera proposición da cuenta del contenido de los acuerdos, en el
segundo caso se hace énfasis en las implicaciones de su participación mientras
que no se señala el tiempo por el que se extenderá su participación. Para este par
de preguntas el 63 % consideraron justa o aceptable la participación en el primer
escenario y esta proporción cayó a 46 % en el caso de la segunda proposición.
Además de los puntos anteriores se consideró pertinente someter a prueba
la incidencia de algunos recursos discursivos de los líderes de la oposición al
proceso: la referencia a las FARC como grupo terrorista, el uso de expresiones
como despilfarro para referirse a la fase de negociación, el uso de la palabra
impunidad, entre otros. Este contraste se hizo en las seis preguntas que siguen:

Pregunta 1. En un país se ha pactado la reducción de la pobreza rural en un 50 %


en un período de 10 años previa aceptación de un programa de creación de zonas de
normalización en las que convivirán ciudadanos del común y miembros de grupos
insurgentes que se reincorporan a la vida civil.

Pregunta 13. En un país se ha pactado la reducción de la pobreza rural en un 50 %


en un período de 10 años previa aceptación de un programa de creación de zonas en
las que habitarán reinsertados provenientes de grupos terroristas con gente del común.

Pregunta 6. Un gobierno ha despilfarrado los dineros del Estado para un proceso


de negociación cuyos altos costos se asocian a la contratación de un equipo para el
establecimiento de una mesa de negociaciones entre ellos y un grupo terrorista. El fin
de los cuantiosos gastos es el logro de un acuerdo de paz para un conflicto que se ha
prolongado por más de 50 años.

Pregunta 15. Un gobierno ha emprendido un proceso de negociación con altos costos


asociados con la contratación de un equipo negociador para el establecimiento de una
mesa de negociaciones entre ellos y un grupo insurgente. El fin de los cuantiosos gas-
tos es el logro de un acuerdo de paz para un conflicto que se ha prolongado por más
de 50 años.

Pregunta 12. En un país se ha acordado redistribuir el gasto público desde el rubro de


defensa hacia la construcción de vías terciarias orientadas al mejoramiento del desa-
rrollo rural, el costo de la redistribución es la impunidad de criminales de lesa huma-
nidad que han acordado abandonar la lucha armada.

Pregunta 17. En un país se ha acordado redistribuir el gasto público desde el gasto en


defensa hacia la construcción de vías terciarias orientadas al mejoramiento del desa-
rrollo rural, el costo de la redistribución es un régimen de justicia y paz con reducción
de penas para miembros de grupos insurgentes que han cometido crímenes.

En el caso de las preguntas 1 y 13 la proporción de participantes que consideran


injusta la segunda proposición en relación con la primera varía en 7 %, entre las

429
Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

preguntas 6 y 15 la variación registrada por el uso de la palabra despilfarro por


altos costos no fue significativa y cerca del 75 % de los participantes en ambos
casos catalogaron como justa la proposición. Por su parte en las preguntas 12
y 17 la proporción de personas que consideraron que la proposición 17, del
régimen de justicia y paz como aceptable o completamente justa, se incrementó
en 6 % en relación con la expresión que usó la impunidad de criminales como
recurso discursivo.
Los resultados descritos demuestran que en general se perciben como justas
las proposiciones que fueron extraídas del acuerdo logrado por el Gobierno
Nacional. Se reconoce la falta de consistencia en relación con los puntos del
acuerdo que han generado más debate y que se asocian con problemas que han
persistido a lo largo de la historia del país, es el caso del programa de redistri-
bución de la propiedad rural y el de participación política. Los casos restantes
muestran que para el caso de los participantes, y con independencia de los re-
cursos discursivos de la oposición, hay una alta favorabilidad para los puntos
pactados en el acuerdo por lo que para esta muestra, la opinión está menos
dividida de lo que registran los sondeos recientes.
Las preguntas restantes funcionaron como controles para validar si la falta
de consistencia se asociaba a la formulación de las preguntas o si era indepen-
diente de la misma. Dichas preguntas correspondieron a réplicas de las presen-
tadas por Kahneman, Knetsch y Thaler (1986), los resultados muestran que en
dos casos se presenta falta de consistencia, en los restantes, si bien se registran
cambios, los mismos no muestran una reversión en la tendencia a valorar de
forma diferencial un evento por el cambio en los marcos:

Pregunta 2. Una pequeña fotocopiadora tiene un empleado que ha trabajado allí por
seis meses y ha ganado $9.000 por hora. Otros negocios competidores han contratado
personas igualmente confiables a $7.000 la hora. El dueño del primer negocio decide
reducir el salario de su empleado a $7.000.

Pregunta 9. Una pequeña fotocopiadora tiene un empleado que ha trabajado allí por
seis meses. Este empleado deja su trabajo y el propietario decide reemplazarlo por una
persona cuyo pago será de $7.000 por hora.

Pregunta 4. Una compañía está ganando poco. Está ubicada en un país que experimen-
ta una recesión, con un desempleo alto pero con inflación baja. Hay muchos trabajadores
ansiosos por trabajar en la empresa. La compañía decide reducir los salarios 7 % al año.

Pregunta 19. Una compañía está ganando poco. Está ubicada en un país que expe-
rimenta una recesión, con un desempleo alto y una inflación de 12 %. La compañía
decide incrementar los salarios solo en 5 % al año.

430
Claudia M. Pico • Álvaro A. Clavijo

Pregunta 7. Una pequeña compañía emplea varios trabajadores y les paga los salarios
promedio. La compañía ha estado perdiendo dinero, los productores deciden reducir el
salario de los actuales trabajadores en 5 %.

Pregunta 14. Una pequeña compañía emplea varios trabajadores y les paga los sa-
larios promedio. Hay condiciones de desempleo en el área y la compañía podría re-
emplazar los actuales empleados con unos mejores a un mejor precio. La compañía,
sin embargo, ha generado beneficios. El productor reduce el salario de los actuales
trabajadores en 5 %.

Pregunta 11. Un popular modelo de automóvil registra escasez y ahora los clientes
deben esperar dos meses para su entrega. Un vendedor ha estado vendiendo los autos
al precio listado. Ahora el vendedor los está ofreciendo $200.000 por encima del precio
original.

Pregunta 20. Un popular modelo de automóvil registra escasez y ahora los clientes
deben esperar dos meses para su entrega. Un vendedor ha estado vendiendo los autos a
un precio $200.000 por debajo del precio de lista. Ahora solo los vende al precio listado.

Pregunta 16. Un propietario de un apartamento tiene un inquilino que vive con un


ingreso fijo. Una mayor renta podría significar que el inquilino no podría pagarla.
Otros pequeños apartamentos están disponibles. El costo del propietario se ha elevado
significativamente durante el último año por lo que el propietario incrementa su renta
para cubrir los costos que incluyen la renovación del espacio.

Las preguntas 2, 9, 7 y 14 evidencian cambio de consistencia en las decisiones,


mientras que el 70 % catalogó la situación 2 como injusta, con el cambio de marco
el 83 % pasó a considerarla justa. Entretanto, mientras que en la pregunta 7 el
72 % consideró la proposición justa, en la pregunta 14, con los mismos resultados
económicos, el 64 % la consideró injusta. Para el caso de las preguntas restantes,
las proporciones variaron, pero no se registró reversión en las decisiones.
El uso de preguntas de control valida en el grupo de participantes inconsis-
tencias como producto del uso de marcos al tiempo que se presenta consisten-
cia en algunas circunstancias.

Conclusiones
El presente trabajo exploró la incidencia de la existencia de marcos en deci-
siones asociadas con la justicia. Se comprobó que en ciertas circunstancias se
registra falta de consistencia en los procesos de decisión como producto de esos
marcos, lo que permite suponer que para el grupo evaluado las ideas de justicia
son relativas a las circunstancias.
Se sometió a prueba el postulado de Kahneman y Tversky (1981) para el caso
de los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. Para ello se

431
Marcos, aprendizaje social y la percepción de justicia en el proceso de paz
entre el Gobierno colombiano y las FARC

usaron dos recursos: el primero consistió en hacer un breve balance del contex-
to que rodea el acuerdo y el historial de negociación entre estos dos grupos. Se
planteó que este historial ha profundizado la desconfianza de los colombianos
y que puede constituir una potencial fuente de disenso de cara a lo que sería la
implementación de los puntos concertados y firmados el 24 de noviembre de
2016. Así mismo, se ofrece una hipótesis de la posible existencia de aprendizaje
social por el largo historial de negociación entre el Gobierno y este grupo arma-
do, que puede ser revisada más detalladamente en futuros trabajos.
Una vez contextualizadas las interacciones que se han gestado en el conflic-
to se procedió a evaluar mediante una encuesta, con la construcción de escena-
rios hipotéticos, si se registraba falta de consistencia en la toma de decisiones
individuales con cambios en los marcos que se derivaron de los recursos dis-
cursivos de los opositores del acuerdo y aquellos contenidos en los acuerdos.
La evidencia muestra que en general los participantes valoran como justos la
mayoría de los puntos acordados. Así mismo se comprueba que si bien el pro-
blema semántico incide en la idea de justicia de los participantes, los disensos
no tienen como única fuente las variaciones en el discurso, por lo que para
garantizar el éxito del acuerdo requirirá un ejercicio que permita la reducción
de la desconfianza que se ha gestado por el largo historial de la confrontación
armada en el país.
Así las cosas, este estudio pone en evidencia que el discurso incide en las
valoraciones de justicia de los colombianos y que por tanto la claridad y mo-
deración en las prácticas discursivas y la pedagogía en torno al contenido real
de los acuerdos resulta clave para que se alcance un consenso colectivo amplio
fundado en un ideal de justicia que favorezca la reconciliación y siente las ba-
ses para la implementación que supone retos importantes en el mediano plazo,
como la superación del histórico clima de desconfianza que se ha creado en
torno a este tipo de procesos.
Los avances recientes en materia de escala de terror político y los primeros
saldos del acuerdo de paz con una reducción de muertes y acciones asociadas
con el conflicto armado constituyen evidencia de aprendizaje social y del re-
conocimiento de necesidades de los actores involucrados en el conflicto. Sin
embargo, los costos de la implementación, los asesinatos de líderes sociales y
la oposición a la participación política de las FARC suponen retos importantes
en el posacuerdo.

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434
Cuarta parte

Comunicar la paz: hacia la


reconstrucción del relato nacional
Estilo de liderazgo de Uribe y
Santos: ¿rasgo de la personalidad o
estrategia política?
José Manuel Rivas Otero*

Introducción
El 27 de septiembre de 2016 Colombia vivió un momento histórico, el Gobier-
no de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) firmaron el acuerdo de paz que ponía punto final a más de medio siglo
de conflicto armado interno. El presidente Santos quería refrendar lo acordado y
planteó un plebiscito para el 2 de octubre, en el que los colombianos, contra to-
dos los pronósticos votaron en contra del acuerdo: ganó el no por un 50,2 %, con
una abstención de más del 60 % (Registraduría Nacional del Estado Civil, 2016).
El resultado del plebiscito supuso una derrota para Santos y una victoria para
el expresidente Álvaro Uribe, abanderado del no y quien desde el comienzo del
proceso de paz se había mostrado contrario a negociar con la guerrilla. Aunque
el Gobierno y las FARC suscribieron un nuevo acuerdo que fue aprobado por el
Congreso en noviembre de ese mismo año, el resultado del plebiscito hizo visible
la polarización política que vive el país y que protagonizan estos dos líderes. La
disputa Uribe-Santos es una señal de que la política contemporánea, fuertemen-
te mediatizada, se centra cada vez más en los líderes y menos en los partidos
(Blondel y Thiébault, 2010), de ahí que en los últimos años se haya producido un
resurgimiento de las publicaciones académicas sobre el liderazgo.

* Investigador de la Universidad de Salamanca.

437
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

El papel protagónico de los líderes, y en particular de los presidentes, es


todavía mayor en situaciones bélicas o de inestabilidad, en la medida en que
son capaces de canalizar el descontento y las demandas de la ciudadanía, y
gozan de mayor autonomía en la toma de decisiones, pues ejercen de directores
de la seguridad y la defensa (MacFarland, 1969; Bachelet, 2004; Burns, 2010). En
este sentido, Colombia es un caso paradigmático ya que el poder ejecutivo ha
centralizado la toma de decisiones relacionadas con el conflicto armado interno.
Un ejemplo son las negociaciones de paz que desde el Gobierno de Belisario
Betancur (1982-1986) se han convertido en “proyectos presidenciales” que
dependen en gran medida “del estilo personal de gobernar” de los presidentes
(Palacios, 2001, pp. 43-45).
Algunos trabajos procedentes de la psicología social y de las relaciones in-
ternacionales (Conway, Suedfeld y Clemens, 2003; Conway, Gornick, Houck,
Towgood y Conway, 2011; Dyson, 2009a, 2009b; Winter, 2013; Rivas y Tarín,
2017), analizan los estilos de los líderes políticos y los relacionan con la toma
de decisiones. Estos trabajos definen el estilo de liderazgo como un conjunto
de rasgos personales y manifiestos del líder (Hermann, 1977) que se evalúan
mediante técnicas de análisis de contenido y de discurso, entre las que destacan
el Leader Trait Assessment (LTA). Este tipo de técnicas toman en consideración
factores relacionados con la personalidad de los individuos (Byman y Pollack,
2001), contribuyendo de este modo a complementar los enfoques estructuralis-
tas de los estudios sobre política exterior y resolución de conflictos.
Este capítulo tiene como objetivo evaluar los estilos de liderazgo de Uribe y
Santos, comprobar si se producen cambios y, si es así, explorar factores situa-
cionales que podrían explicarlos. La hipótesis es que factores contextuales como
la presión mediática, las expectativas electorales o el acceso a las instituciones
provocan cambios en los estilos de liderazgo. Aquí se argumenta que los estilos
de liderazgo en Colombia, más que manifestar rasgos de la personalidad, res-
ponden a una estrategia discursiva que puede cambiar en función del contexto.
Como ya apuntó Maquiavelo, el liderazgo no solo es un conjunto de atributos,
sino que tiene que ver sobre todo con la capacidad de los líderes para reconocer y
aprovechar, desde el punto de vista estratégico, las oportunidades de cambio que
existen en un momento histórico determinado (Edwards, 2009). De este modo, se
aborda el conflicto armado desde una perspectiva novedosa, en la que se aportan
datos sobre el papel que tienen los líderes en la resolución de conflictos.
La estructura del capítulo es la siguiente: en primer lugar, se realiza un
recorrido por la literatura sobre estilos de liderazgo; en segundo lugar, se lleva
a cabo un repaso del contexto histórico-biográfico; en tercer lugar, se examina
la metodología de análisis de contenido de entrevistas para la medición de los
estilos de liderazgo; el cuarto paso es comprobar si existen factores contextuales
que expliquen los cambios de estilos de estos líderes en distintas etapas de su

438
José Manuel Rivas Otero

trayectoria política; y finalmente, se presentan las conclusiones y las perspectivas


de futuro.

Estilos de liderazgo en contextos de crisis


Este capítulo se enmarca en el enfoque de los rasgos personales del líder ―estilo
de liderazgo―. La consideración del liderazgo como estilo significa definirlo
como un conjunto de atributos personales del líder, evaluados mediante el
análisis del lenguaje, que puede influir en mayor o menor medida sobre su
comportamiento en un determinado contexto (Hermann, 1977).
Los atributos personales son aspectos de un individuo por su condición de
individuo ―estadísticas biográficas, formación, experiencia, capacidades, ha-
bilidades, motivación, creencias y valores― y pueden ser de dos tipos: profun-
dos, como los impulsos emocionales y las necesidades básicas; o manifiestos,
tales como la capacidad de control del entorno, la necesidad de influencia, el
grado de apertura a la información y la motivación. El estilo de liderazgo se
conforma mediante los atributos manifiestos y responden a dos dilemas que
afectan al comportamiento político del líder: cómo ejercer el control sobre su
entorno político, es decir, si delega responsabilidades o asume el rol de prota-
gonista ―recepción a la información externa―; y cómo configurar la agenda
política, si prioriza en la solución de problemas o en las relaciones sociales con
los grupos que le apoyan ―motivación― (Hermann, 1999).
Las dos principales influencias de los estudios sobre estilos de liderazgo son
Nicolás Maquiavelo y Max Weber1. En El Príncipe, Maquiavelo considera que
el gobernante depende de dos condiciones para llevar a cabo grandes obras: la
virtud y la fortuna. La primera implica la posesión de dos atributos: la valentía
del león para vencer a los enemigos y la astucia de la zorra para obtener y con-
servar el apoyo de sus colaboradores y el pueblo; la fortuna hace referencia a la
necesidad que tiene el príncipe de amoldar su estilo de gobernar al momento
histórico, siendo capaz de ver y aprovechar las situaciones favorables que van
surgiendo2 (Maquiavelo, 2004). Weber, por su parte, distingue dos tipos de lí-
deres en función de su legitimidad: el carismático, a quien las masas obedecen
porque perciben en él atributos excepcionales, y el profesional, que no gobierna

1 Esta revisión teórica se centra en los trabajos sobre estilos de liderazgo y toma de decisiones,
pero la literatura acerca del liderazgo político es más amplia; para profundizar en los enfoques
y teorías véase Rivas y Alcántara (2015).
2 “Creo, además, que prospera aquel que armoniza su modo de proceder con la condición de
los tiempos y que, paralelamente, decae aquel cuya conducta entra en contradicción con ellos”
(Maquiavelo, 2004, p. 135).

439
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

para sí mismo sino al servicio de sus jefes3 en el marco de un partido u organi-


zación burocrática (Weber, 1977, 2006).
Tanto Maquiavelo como Weber resaltan la importancia del entorno en la
configuración de los estilos de liderazgo4. Esta idea será retomada posterior-
mente por la ciencia política. Theda Skocpol (1979) señala que, en contextos de
crisis, se eliminan algunos obstáculos del régimen anterior como los privilegios
y el poder institucional de las clases altas, y surgen líderes políticos que asumen
el reto de reconstruir el Estado. James MacGregor Burns (2010) plantea que los
líderes que buscan transformar la sociedad actúan estratégicamente para ello
porque disponen de una situación favorable, mientras que los que persiguen
consolidar logros anteriores sin impulsar grandes cambios generalmente están
inmersos en coyunturas poco favorables. Por su parte, José Luis Méndez (2013)
considera que los líderes se posicionan políticamente en función del contexto y
a esto lo denomina “acción estratégica” (p. 19).
Sin embargo, los estudios sobre estilos de liderazgo y toma de decisiones
han tenido mayor desarrollo en el campo de la psicología social y se han cen-
trado más en los atributos de los líderes que en los entornos y contextos en
los que se desenvuelven. En la década de 1930, Lewin, Lippitt y White (1939)
llevan a cabo un experimento con grupos controlados de niños para comprobar
los efectos de distintos estilos de liderazgo en el comportamiento. Dos décadas
después, Lasswell (1963) elabora una tipología de estilos de liderazgo a partir
del análisis de las historias clínicas de dirigentes políticos.
Tras un periodo de relativo abandono del tema, desde la psicología social y
las relaciones internacionales se ha retomado el estudio de los estilos de lide-
razgo partiendo de la idea de que determinados rasgos de la personalidad del
líder pueden influir en el proceso de toma de decisiones (Kernberg, 1999). En
relaciones internacionales, Daniel Byman y Kenneth Pollack (2001) reivindican
el impacto de los líderes individuales con ejemplos históricos concretos, argu-
mentando que desempeñan un papel central en la configuración de la política
exterior de un Estado, incluyendo las guerras, las alianzas y las negociaciones
de paz. David R. Mares y David Scott Palmer (2012), por su parte, explican
las decisiones sobre guerra y paz tomadas en el conflicto armado entre Perú y
Ecuador (1995-1998) y atienden diversos factores, entre los que se incluyen las
características personales de los líderes.
En el campo de la psicología social también se hace referencia al impacto del
estilo de liderazgo sobre las decisiones políticas utilizando diversas técnicas de

3 Estos políticos profesionales no solo viven para la política sino de la política (Weber, 2006).
4 Otro de los enfoques de los estudios del liderazgo es el posicional-contingente, que enfatiza en
la posición del líder dentro de su entorno y del contexto en el que actúa (Northouse, 2001).

440
José Manuel Rivas Otero

análisis. En algunos trabajos se evalúan estilos de liderazgo teniendo en cuenta


diferentes dimensiones de la personalidad. Fred I. Greenstein (2009) analiza
cualitativamente los estilos de los presidentes estadounidenses desde Franklin
D. Roosevelt tomando en consideración diversos atributos: aptitud comunica-
tiva, capacidad de organización, habilidad política, visión, estilo cognitivo e
inteligencia emocional.
David G. Winter et al. (1991) y Margaret G. Hermann (1999) construyen
perfiles de liderazgo mediante la referida técnica LTA5. Los primeros evalúan
motivos, cogniciones y rasgos de la personalidad de los presidentes George
Bush y Mijaíl Gorbachov, discutiendo los resultados de la evaluación de estilos
de liderazgo ―atributos poseídos― con las impresiones populares y mediáticas
de estos líderes ―atributos percibidos― (Winter et al., 1991).
Hermann (1999), por su parte, examina tres dimensiones y siete rasgos de
la personalidad para evaluar estilos de liderazgo: la creencia de control del
medio y la necesidad de poder e influencia, que configuran la reacción a las res-
tricciones del entorno; el grado de complejidad conceptual y la autoconfianza,
que conforman la apertura a la información externa; y la tendencia a resolver
problemas, la identificación con el grupo y el grado de desconfianza hacia otros
grupos, que integran la motivación. La creencia de control del entorno se re-
fiere a la predisposición del líder para hacer frente a los obstáculos del medio
en el que se encuentra (Hermann, 1999); la necesidad de influencia remite a la
preocupación de él o ella por establecer, mantener o restaurar su poder y a su
deseo de controlar, influir o tener un impacto sobre otras personas o grupos
(Winter, 1973); la falta de complejidad conceptual indica el grado en que se
clasifican objetos e ideas y reacciona a los estímulos externos por lo que el líder
que carece de esta cualidad percibe su entorno en parámetros polarizadores
―negro-blanco, bueno-malo― y es menos flexible a estímulos y situaciones; la
auto-confianza informa sobre la capacidad del sujeto de reaccionar e interac-
tuar con objetos y otros sujetos del entorno; la tendencia hacia los problemas
revela el grado de compromiso del líder con los objetivos de su organización; y
la identificación con el grupo y la desconfianza hacia otros grupos son atributos
que aluden a la necesidad que tiene el líder de mantener la cohesión interna de
su grupo, bien ensalzando sus virtudes, o bien generando desconfianza hacia
otros grupos (Hermann, 1999).
En otras investigaciones sobre el estilo de liderazgo se tienen en cuenta solo
una de las dimensiones o categorías de la personalidad propuestas por Her-
mann. En algunas se examina el grado de apertura a los flujos de información

5 Esta técnica se puede utilizar para evaluar estilos de liderazgo de presidentes o primeros minis-
tros, pero también de líderes insurgentes y opositores (Hermann y Sakiev, 2011; Rivas y Tarín,
2017) y de la sociedad civil (Hermann y Pagé, 2016).

441
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

de los líderes políticos, partiendo de la hipótesis de que determinados rasgos


de la personalidad, como una visión distorsionada de la realidad y una excesi-
va autoconfianza, incrementan la voluntad de asumir riesgos y, por lo tanto, la
posibilidad de desencadenar o prolongar conflictos e impedir soluciones nego-
ciadas (Byman y Pollack, 2001).
Burke y Greenstein (1991) comparan las decisiones sobre Vietnam de
Eisenhower y Johnson, y observan cómo el primero, más abierto a la información
aportada por sus asesores, adoptó una posición contraria a participar en la
guerra de Indochina, mientras que el segundo, menos receptivo a los consejos
externos, inició una intervención militar que, con el tiempo, desencadenaría
una de las mayores derrotas militares del país.
Conway et al. (2001, 2003) investigan el papel de la integrative complexity en
las decisiones políticas en política exterior o que conducen a la guerra o a la
paz. Este constructo psicológico, similar a la complejidad conceptual de Her-
mann (1999), informa sobre el grado en que los individuos diferencian pers-
pectivas distintas sobre un problema concreto ―diferenciación―, y el grado
en que esas perspectivas se integran en un marco coherente ―integración―.
En épocas de crisis, los líderes con baja complejidad en la integración tienen
una posición más rígida, son más inflexibles, por lo que es más probable que
desencadenen conflictos; mientras que los líderes con alta complejidad son
más flexibles y cooperativos y, en consecuencia, tienen más posibilidades de
alcanzar acuerdos. Esta relación entre baja complejidad conceptual y posi-
ciones inflexibles es muy clara en la retórica radical de los grupos terroristas
(Conway et al. 2016).
Por último, Dyson (2009a, 2009b, 2016) explica la política interna y externa
de los primeros ministros británicos en contextos de incertidumbre como gue-
rras o crisis económicas. Atendiendo a los atributos personales de estas, y en
particular a la capacidad cognitiva, el autor argumenta que un bajo grado de
complejidad conceptual, es decir, una visión del mundo basada en parámetros
polarizadores ―bueno-malo, amigo-enemigo―, afecta al procesamiento de la
información recibida y a la toma de decisiones.
Otra dimensión del estilo de liderazgo analizada de forma autónoma es la
motivación. En los trabajos que enfatizan en los rasgos motivacionales se defien-
de que los líderes que se identifican con el grupo o desconfían de otros grupos
poseen un sistema de creencias que disminuye su capacidad crítica e incremen-
ta su disposición a asumir riesgos y generar conflictos (Walker, 1990; Byman y
Pollack, 2001), mientras que aquellos que enfatizan en solucionar los problemas
comunes son más dados al diálogo y la negociación (Hermann, 1999).
Un primer grupo de investigaciones (George, 1969; Walker, 1990, 2013)
abordan la relación entre las creencias motivacionales de los líderes y su

442
José Manuel Rivas Otero

comportamiento en la formulación de políticas6, como Walker (1990, 2013)


que analiza a distintos líderes ―secretarios de Estado, jefes de organizaciones
insurgentes― para predecir comportamientos diplomáticos y prever ataques
militares o terroristas. Un segundo grupo de investigaciones, lideradas
por Winter, examinan el efecto de los atributos motivacionales sobre las
decisiones.7 Winter (1973) distingue tres tipos de motivaciones: las de poder,
asociadas al prestigio social y al impulso de tomar riesgos; las de filiación,
relacionadas con las relaciones interpersonales y la pertenencia a un grupo; y
las de responsabilidad, vinculadas a la necesidad de actuar de acuerdo con las
consecuencias. Esta clasificación se puede aplicar a discursos de directivos de
empresas (Winter, 1991) o de líderes políticos de distinto tipo como presidentes
(Winter, 1973) y jefes opositores (Winter, 2016).
Los trabajos sobre estilos de liderazgo presentan dos dificultades. Por un
lado, examinan los atributos personales que el líder posee y no los que sus se-
guidores perciben8, sin tener en cuenta que, en las sociedades actuales, la dis-
puta política se produce en un escenario mediático (Priess, 2000) en el que la
imagen personal que trasmite el líder a los ciudadanos importa más que su
personalidad real. Por otro lado, las técnicas que utilizan no suelen tener en
cuenta los cambios de estilo en función del contexto, ya que la mayoría de ellas
se aplican en estudios comparados y sincrónicos sobre política exterior y no en
análisis de caso diacrónicos9. Para solventar estas limitaciones metodológicas,
en el apartado seis de este trabajo se propone un método de evaluación de esti-
los de liderazgo que toma como unidades de análisis las respuestas del líder en
entrevistas. Esta solución permite evaluar los estilos de liderazgo que perciben
los ciudadanos a lo largo del tiempo con el fin de comprobar si efectivamente
varían en función del contexto.

Análisis de contenido y tipología de estilos de liderazgo


En este capítulo se analizan los casos de los líderes colombianos Uribe y San-
tos. Se elige Colombia porque es un caso poco probable; se trata de un país con
fortaleza institucional y según la teoría de estilos de liderazgo la capacidad de
influencia de los líderes en la toma de decisiones es menor en regímenes políti-
cos con instituciones fuertes y estables (Byman y Pollack, 2001). Se seleccionan

6 Para ello, utilizan el operational code, una técnica de análisis de discurso.


7 Estos trabajos recurren a técnicas experimentales.
8 Una excepción es el referido estudio de Winter et al. (1991).
9 Aunque existen excepciones, como el trabajo de Keller y Foster (2016), que enfatiza en que
el líder manifiesta distintos estilos y atributos de forma estratégica, dependiendo de factores
situacionales, en consonancia con lo que señala la literatura sobre estilos de liderazgo en la
ciencia política.

443
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

a estos dos líderes porque ambos ocuparon, en momentos distintos, cargos con
capacidad decisoria en materia de guerra y paz ―Uribe, la presidencia de la
República, Santos, el Ministerio de Defensa y la presidencia de la República―.
Para comprobar la evolución de los estilos de liderazgo se delimita el rango de
tiempo 2006-2016 porque comprende etapas clave en la vida política de ambos
líderes: presidente (2006-2010), expresidente aliado del Gobierno (2010-2012)
y jefe de la oposición (2012-2016) en el caso de Uribe; ministro de Defensa
(2006-2009), candidato presidencial (2010) y presidente (2010-2016) en el caso
de Santos.
Los estilos de liderazgo se operacionalizan a través de una tipología de ela-
boración propia basada en los trabajos de Hermann (1986, 1999) y construida
por la posesión de atributos evaluados con el LTA. Esta técnica de análisis de
contenido se implementa en seis pasos o fases analíticas. En primer lugar, se
selecciona el material sobre el que se va a realizar el análisis. Se utilizan en-
trevistas —solamente las respuestas del líder— realizadas por sujetos ajenos
a la investigación y tomadas de medios de comunicación diversos —prensa,
radio y televisión— y de otras fuentes secundarias —investigaciones académi-
cas, fundaciones, ONG, páginas web—. La base de datos de elaboración propia
comprende 83 entrevistas a 15 líderes colombianos entre 1982 y 201610. Se usan
entrevistas porque son un material más espontáneo que los discursos y de fácil
acceso, aunque su principal inconveniente es que la realización del análisis está
sujeta a la disponibilidad de entrevistas.
En segundo lugar, se descompone el texto en unidades de codificación, que son
los elementos lingüísticos que se cuantifican en cada una de las categorías y dimen-
siones. En el análisis de contenido se distinguen tres tipos de unidades de análisis:
palabras —y grupos de palabras—, frases —y cuasi-frases— y textos completos
(Alonso, Volkens y Gómez, 2012). La técnica LTA contabiliza palabras y grupos
de palabras11. Asimismo, se tiene en cuenta el sentido de las palabras y grupos de
palabras dentro del texto, por lo que el conteo se realiza de forma manual.
En una tercera fase se crea el esquema de clasificación que contiene las di-
mensiones y las categorías en las que se agrupan las unidades de codificación.
Tomando como referencia el trabajo de Hermann (1999), el análisis se efectúa

10 Líderes en la base de datos: Virgilio Barco (Colombia), Jaime Bateman (Colombia), Belisario Be-
tancur (Colombia), Alfonso Cano (Colombia), Álvaro Fayad (Colombia), Antonio García (Co-
lombia), César Gaviria (Colombia), Timoleón Jiménez (Colombia), Iván Márquez (Colombia),
Manuel Marulanda (Colombia), Antonio Navarro Wolf (Colombia), Tanja Nijmeijer (Colombia),
Andrés Pastrana (Colombia), Manuel Pérez (Colombia), Gustavo Petro (Colombia), Carlos Piza-
rro (Colombia), Nicolás Rodríguez (Colombia), Ernesto Samper (Colombia), Juan Manuel Santos
(Colombia), Jesús Santrich (Colombia), Julio César Turbay (Colombia), Álvaro Uribe (Colombia).
11 Las unidades de codificación son palabras en inglés. Se utilizan entrevistas en inglés o traducidas
a este idioma para disponer de una mayor cantidad de material con el que comparar y calcular las
medias.

444
José Manuel Rivas Otero

con base en cinco categorías exclusivas agrupadas en dos dimensiones. Como


se observa en la tabla 1, la primera dimensión, grado de apertura a los flujos de
información, está formada por dos categorías: falta de complejidad conceptual
y autoconfianza. La segunda dimensión, motivación, contiene tres categorías:
orientación hacia los problemas, identificación con el grupo y desconfianza hacia
otros grupos12. Este esquema de clasificación se usa no solo para la revisión de los
casos colombianos sino también para evaluar el estilo de otros líderes del mundo
y para calcular la media internacional, de ahí las palabras que se utilizan.

Tabla 1. Análisis LTA: dimensiones, categorías y unidades de codificación

Dimensiones Categorías Unidades de codificación

Palabras: absolute, absolutely doubt(less),


certainly, full, fully, clear, clearly, obvious,
obviously, evident, completely, quite, surely,
Falta de complejidad
total, totally, irreversible, irrevocable, final,
Grado de apertura conceptual
finally. Grupos de palabras: I have no doubt, no
a los flujos de doubt, without hesitation, of course, I’m sure,
información no turning back.
Palabras: I, my, myself, me, mine, confidence,
Autoconfianza conviction, I have been, a server, other self-
references
Palabras (formas verbales): to advance, to solve, to
overcome, to resolve, to restore, to restructure,
to strengthen, to negotiate, to defeat, to stop,
Tendencia a resolver to end, to finish, to terminate, to reduce, to
problemas prevent, to appeal, to accomplish, to achieve,
to reach (goals), to transforming, to proposal.
Palabras: negotiation, achievement, progress,
Motivación success, goal, challenge, propose, future.
Palabras positivas hacia: people, nation, country,
homeland, patriot, independence, identity,
self-determination, sovereign, (supra)region,
Identificación con el
poor, humble, grassroots, religion group, God,
grupo
Gospel, Bible, Jesus, Islam, Muslim, Allah,
Koran, Sharia, Muhammad, social class (no
middle).

12 Estas dimensiones y categorías se definen en el epígrafe anterior.

445
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

Dimensiones Categorías Unidades de codificación

Palabras: enemy, terror, terrorist, terrorism,


subversive, rebels, traitors, bandits, separatists,
extremism, radicalism, totalitarism, oligarchy,
caste, criminal group, putsch, coup d’état,
conspiracy, apostates, infidels (kafirs), murder,
torture, genocide, massacre, extermination, dic-
tatorship, authoritarian, slaughter, domination,
Desconfianza hacia
Motivación destruction, bombs, bombing, disappearance,
otros grupos
repression, forced displacement, kidnapping,
threat, external threat, islamism, fundamenta-
lism, wahhabism, Al-Qaeda, communism, cha-
vism, fascism, Nazism, imperialism, empire,
imperial, superpower, WMD, chemical/nuclear
weapons, occupation, occupants, invaders, co-
lonial and other derogatory references.
Fuente: elaboración propia a partir del trabajo de Hermann (1999).

En cuarto lugar, a partir de las dimensiones y las categorías evaluadas, se


construye una clasificación de estilos de liderazgo. Como se recoge en la tabla
2, los líderes maniqueos —Margaret Thatcher, Mariano Rajoy— poseen un
grado de complejidad conceptual inferior al promedio y perciben la realidad en
parámetros polarizadores. Los auto-confiados —Bill Clinton, George W. Bush,
Jacob Zuma— tienen una gran confianza en sí mismos; estos líderes poseen
fuertes convicciones ideológicas y son poco receptivos a la información externa
(Hermann, 1999). Los herméticos —Tony Blair, Ernesto Samper— combinan
un grado bajo de complejidad conceptual con una fuerte autoconfianza, por lo
que son muy cerrados a la información de sus asesores. Los bomberos —Hu
Jintao, Xi Jinping, Juan Manuel Santos— están motivados por la resolución de
los problemas de un grupo o entidad política (Hermann, 1999). La motivación
principal de los paraguas —Manuel “El Cura” Pérez, Hashim Thaçi— es favorecer
al grupo con el que se identifican y reivindicar su identidad. Los desconfiados
—Álvaro Uribe, Bashar Al-Ásad— están motivados por el grupo, pero se
preocupan principalmente de que otros grupos —gobiernos, países, “imperios”,
“organizaciones terroristas”— no interfieran en sus asuntos (Hermann, 1999).
Los sectarios —Dokú Umárov, Shamil Basáyev— combinan la apelación de las
identidades del grupo con la impugnación hacia otros grupos adversarios o
enemigos. Para finalizar, los líderes que obtienen un puntaje promedio o bajo
en todas las categorías del análisis no manifiestan ningún estilo de liderazgo y
se clasifican como administradores —Manmohan Singh, David Cameron, Dilma
Rousseff—, una tipología tomada del político profesional teorizado por Weber y
del líder administrador propuesto por Lasswell.

446
José Manuel Rivas Otero

Tabla 2. Dimensiones, categorías y estilos de liderazgo

Dimensiones Categorías Estilos

Falta de complejidad conceptual Maniqueo


Grado de apertura a los
flujos de información
Autoconfianza Auto-confiado

Falta de complejidad conceptual + Auto-


Hermético
confianza

Tendencia a resolver problemas Bombero

Motivación Identificación con el grupo Paraguas

Desconfianza hacia otros grupos Desconfiado

Identificación con el grupo + Desconfian-


Sectario
za hacia otros grupos
Administrador (sin
Ninguna de las anteriores
estilo)
Fuente: elaboración propia a partir de los trabajos de Lasswell
(1963), Weber (1972) y Hermann (1986, 1999)

Tabla 3. Normas y reglas

Normas Reglas

1. Se aplica a cualquier tipo de líder ejecuti- 1. Se han de incluir tres o más entrevis-
vo, legislativo, de oposición o insurgente, tas de cada líder, cuyas respuestas
en cualquier contexto o periodo histórico. sumen entre 7.000 y 15.000 palabras.

2. Se pueden evaluar todas o solo algunas de


2. Las entrevistas deben tener formato
las características propuestas como cate-
pregunta-respuesta.
gorías analíticas.

3. No admite otro material distinto al de la


entrevista; se analizan entrevistas adqui- 3. Las entrevistas han de tener tres o
ridas; pero también se pueden utilizar en- más preguntas-respuestas.
trevistas de investigación.

4. Las entrevistas utilizadas para eva-


4. Los estilos de liderazgo propuestos en
luar a un líder no pueden ser de un
función de las categorías analíticas no se
mismo medio de comunicación, al
circunscriben exclusivamente a contextos
menos una de ellas debe ser de un
de conflicto armado.
medio distinto.

447
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

Normas Reglas

5. El muestreo no es representativo; se pue-


5. El conteo se limita exclusivamente
de incluir un alto número de líderes para
a las unidades de cuantificación
obtener un promedio total con el que ob-
propuestas−palabras o grupos de
tener las frecuencias de cada categoría
palabras.
analítica.
6. En el conteo se debe tener en cuenta
6. El medio que publica la entrevista será
el sentido de las palabras y grupos de
una variable de control.
palabras dentro de la frase.
7. La media se calcula teniendo en cuen-
7. Las medias se calculan en porcentajes, ta el número de palabras de las res-
aunque se pueden aplicar denominadores puestas del líder en la entrevista y no
distintos. el número de palabras totales de la
entrevista.
8. Todas las categorías son incluyentes,
8. Un líder posee un estilo de liderazgo
compatibles en un mismo líder. Cada
cuando el resultado de la diferencia
categoría propuesta implica un estilo de
entre la frecuencia (f) o media del líder
liderazgo distinto. Cuando un líder no
(X/1) y la media total (X/1) de la catego-
posee ninguna de las características medi-
ría en cuestión es mayor que la desvia-
das mediante las categorías analíticas, se
ción típica (σ) de dicha categoría
clasifica como administrador.
Fuente: Elaboración propia.

El quinto paso para implementar la técnica es crear un manual de codificación,


en el que debe incluirse la introducción —donde se recogen los objetivos, con-
ceptos e hipótesis de la investigación—, la selección del material, el esquema de
codificación, la definición de los códigos y categorías, y las normas y reglas de
codificación. Los tres primeros elementos se corresponden con las tres primeras
fases analíticas. En cuanto a la codificación, se utilizan códigos analíticos cuyo
primer dígito señala la dimensión y el segundo, la categoría. Con relación al
último elemento, se han construido ocho normas y ocho reglas para garantizar
la validez y la fiabilidad del método13, que se agrupan en la tabla 3.
El último paso es proceder al conteo y a la presentación de los resultados.
Mediante el conteo, se calcula la frecuencia con la que se repiten las palabras
y grupos de palabras en cada categoría. El líder posee un estilo de liderazgo
cuando el resultado de la diferencia entre la frecuencia de palabras y la media
total de la categoría en cuestión es mayor que la desviación típica de dicha
categoría14. Este criterio, propuesto por Hermann (1999), ha sido utilizado con

13 Además, en agosto de 2015 se realizó una prueba de fiabilidad del método. Seis investigadores
independientes —tres titulares y tres suplentes— del Grupo de Investigación de Partidos Polí-
ticos de la Universidad Nacional de Colombia, dirigido por David Roll, replicaron el conteo de
palabras de dos líderes políticos contenidos en la base de datos de líderes mundiales —Aslan
Masjádov y Dokú Umárov— y se obtuvieron correlaciones muy altas −cercanas a 1− en todas
las categorías (Rivas y Tarín, 2017).
14 La fórmula es: f – t > σ.

448
José Manuel Rivas Otero

éxito para evaluar estilos de liderazgo en diversos trabajos académicos (Dyson,


2009a, 2009b; Hermann y Sakiev, 2011; Keller y Foster, 2012; Foster y Keller,
2014; Rivas y Tarín, 2017).
Una vez evaluados los estilos de liderazgo de Uribe y Santos entre 2006 y
2016 se comprueba si varían de una entrevista a otra con el fin de identificar los
factores contextuales que podrían explicar los cambios de estilos. Los factores
hallados se operacionalizan de forma dicotómica en función de su ocurrencia o
no a lo largo del tiempo.

Contexto histórico-biográfico
Desde su independencia, la historia de Colombia ha estado marcada por la vio-
lencia política. Durante el siglo XIX se sucedieron varias guerras civiles entre los
partidos Liberal y Conservador; tras un periodo de relativa tranquilidad durante
el primer tercio del siglo XX, el asesinato del líder liberal liberal, Jorge Eliécer
Gaitán, en 1948 desencadenó una nueva etapa de enfrentamiento partidista, co-
nocida como La Violencia, que culminó con la dictadura del general Rojas Pinilla
en 1953. En 1958, liberales y conservadores acordaron el retorno de las elecciones
y pactaron el establecimiento de un régimen político, el Frente Nacional (1958-
1974), que excluía del poder al resto de fuerzas políticas colombianas.
La conformación del Frente Nacional puso en evidencia que la participación
política en Colombia “era cosa de élites” (Salamanca, 2008, p. 20), de ahí que a
mediados de la década de 1960 fuerzas políticas que habían sido excluidas por
el régimen, fundamentalmente de origen rural, declararan “la guerra al Esta-
do” (Nasi, 2010). Con la creación de los primeros grupos insurgentes, las FARC,
el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación
(EPL), comenzó el conflicto armado interno.
Con la llegada a la presidencia de Belisario Betancur en 1982 se iniciaron las pri-
meras políticas de paz en el marco de una negociación con los grupos insurgentes,
en lo que fue el primer intento de encontrar una solución pacífica al conflicto arma-
do colombiano desde su irrupción en 1964 (Nasi, 2010). Desde entonces, el tema de
la paz se ha convertido en el “punto nodal de la vida política del país” (Palacios,
2001, p. 41) y la mayor parte de los líderes políticos, tanto ejecutivos como insur-
gentes, han intentado poner fin al conflicto por la vía de la negociación.
En 2002, el fracaso de los diálogos de paz entre el Gobierno del presidente
Andrés Pastrana y las FARC y el empeoramiento de la seguridad pública,
motivó a la presidencia a Álvaro Uribe que, a diferencia de sus antecesores,
le apostó a la solución militar del conflicto y el combate de las organizaciones
guerrilleras mediante su Política de Seguridad Democrática. En mayo de 2006
y después de lograr un amplio apoyo para reformar la Constitución, Uribe se
convirtió en el primer presidente reelecto de Colombia.

449
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

El año anterior, Juan Manuel Santos, del opositor Partido Liberal, se incor-
poró a la coalición uribista conformando el Partido Social de Unidad Nacional
―Partido de la U― que ejerció como principal soporte político del presidente
Uribe en el Congreso. El 19 de julio de 2006, Uribe nombró a Santos ministro de
Defensa. Como titular de esta cartera, aplicó una política de mano dura contra
la insurgencia, especialmente de las FARC. En mayo de 2009, Santos renunció
como ministro y advirtió: “si el presidente [Uribe] se lanza, lo apoyo y lucharé
por su reelección desde la posición que él quiera” (Amat, 2009). Casi un año
después, en abril de 2010, fue nombrado candidato por el partido oficialista y
durante su campaña electoral se mostró partidario de continuar con las políti-
cas de Uribe. De hecho, tras una holgada victoria en segunda vuelta en junio
de ese año, su mandato comenzó con una fuerte ofensiva contra la insurgencia.
Aunque todo parecía indicar que sería un presidente continuista de las po-
líticas de su antecesor, una de sus primeras medidas fue normalizar las rela-
ciones diplomáticas con la vecina Venezuela, prácticamente rotas durante el
Gobierno de Uribe. Después de unos acuerdos exploratorios a puerta cerrada
desde comienzos de 2012, el Gobierno de Santos y las FARC firmaron en agosto
un acuerdo general para ponerle fin al conflicto. Este hecho provocó la ruptura
con Uribe, quién se opuso a la negociación y terminó creando junto con algu-
nos de sus seguidores una fuerza política, Centro Democrático, que pronto se
convirtió en el principal partido de oposición al Gobierno. En junio de 2014,
Santos fue reelegido presidente con una campaña centrada en el logro de la paz
a través de la negociación (Rivas y Roll, 2016, p. 374).
Después de cuatro años de diálogos y meses de incertidumbre, el 27 de sep-
tiembre de 2016 el Gobierno y las FARC firmaron el acuerdo final de paz que
puso fin al conflicto armado entre el Estado y el grupo insurgente. Sin embargo,
el acuerdo fue rechazado en plebiscito por un margen muy estrecho. A pesar de
que en apenas un mes se alcanzó un nuevo acuerdo de paz —se aprobó por el
Congreso en noviembre de ese mismo año— el plebiscito supuso una derrota
electoral del planteamiento negociador de Santos y una victoria de las tesis de
Uribe, quien había liderado la campaña a favor del no.

Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos (2006-2016): estilos de


liderazgo y factores contextuales
Para comprobar si existen cambios en los estilos de liderazgo a lo largo del
tiempo y, si es así, identificar qué factores contextuales pueden explicar es-
tos cambios, en este punto primero se recogen los resultados del análisis LTA
de Uribe y Santos entre 2006 y 2016, que toma como referencia la media y la
desviación típica de las entrevistas contenidas en la base de datos de líderes
colombianos, y después se muestra gráficamente la evolución de cada una de
las categorías.

450
Tabla 4. Estilos de liderazgo: resultados de la evaluación Uribe-Santos (2008-2016)
Fecha Palabras falta de complejidad Tendencia a Identificación con el Desconfianza hacia
Líderes Autoconfianza
entrevistas conceptual1 resolver problemas grupo otros grupos
x2 s2 x2 s2 x2 s2 x2 s2 x2 s2
0,40 0,22 2,00 1,56 0,56 0,31 0,32 0,30 0,45 0,44
f f-x f f-x f f-x f f-x f f-x
Á. Uribe 21/01/2008 1.246 0,32 -0,08 1,93 -0,07 0,24 -0,32 0,24 -0,08 0,80 0,35
Á. Uribe 5/5/2009 792 0,13 -0,27 2,15 0,15 0,25 -0,31 0,51 0,19 0,51 0,06
Á. Uribe 23/07/2010 2.713 0,41 0,01 5,79 3,79* 0,37 -0,19 0,48 0,16 0,26 -0,19
Á. Uribe 16/06/2011 7.184 0,18 -0,22 5,55 3,55* 0,14 -0,42 0,32 0,00 0,72 0,27
Á. Uribe 22/06/2012 2.443 0,37 -0,03 3,68 1,68* 0,20 -0,36 0,33 0,01 1,27 0,82'
Á. Uribe 13/06/2013 2.856 0,28 -0,12 3,29 1,29 0,56 0,00 0,04 -0,28 0,60 0,15
Á. Uribe 4/4/2014 1.325 0,60 0,20 1,74 -0,26 0,45 -0,11 0,23 -0,09 2,26 1,81'
Á. Uribe 29/08/2015 929 0,11 -0,29 2,05 0,05 0,22 -0,34 0,54 0,22 1,29 0,84'
Á. Uribe 1/6/2016 2.080 0,38 -0,02 1,39 -0,61 0,14 -0,42 0,05 -0,27 1,59 1,14*
J. M. Santos 7/2/2008 574 0,17 -0,23 1,39 -0,61 0,17 -0,39 0,00 -0,32 0,17 -0,28
J. M. Santos 24/05/2009 1.046 0,57 0,17 3,73 1,73' 0,67 0,11 0,38 U,06 0,19 -0,26
J. M. Santos 24/06/2010 1.565 0,26 -0,14 3,71 1,71* 0,58 0,02 0,00 -0,32 0,00 -0,45
José Manuel Rivas Otero

J. M. Santos 20/06/2011 8.523 0,16 -0,24 2,04 0,04 0,47 -0,09 0,06 -0,26 0,47 0,02
J. M. Santos 3/7/2012 2.394 0,33 -0,07 3,22 1,22 0,58 0,02 0,13 -0,19 0,17 -0,28
J. M. Santos 25/04/2013 2.205 0,27 -0,13 4,49 2,49* 1,32 0,76* 0,14 -0,18 0,18 -0,27
J. M. Santos 15/05/2014 1.330 0,23 -0,17 2,48 0,48 1,13 0,57* 0,00 -0,32 0,23 -0,22
J. M. Santos 19/07/2015 1.905 0,26 -0,14 1,36 -0,64 1,15 0,59* 0,26 -0,(6 0,16 -0,29
J. M. Santos 6/6/2016 2.710 0,44 0,04 1,40 -0,60 0.63 0,07 0,07 -0,25 0,26 -0.19
*f-x>s

1 Todos los valores expresados en porcentajes

2 Media y desviación típica obtenidos de la base de datos de líderes colombianos

451
Fuente: elaboración propia
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

La tabla 4 recoge los resultados del análisis LTA. En términos generales, la mi-
tad de las entrevistas analizadas puntúan en al menos alguna categoría —9 de
18— y la otra mitad se mantiene en torno a la media de los líderes colombianos.
Uribe y Santos cumplen con el criterio propuesto por Hermann (1999)15 en la
categoría autoconfianza: el primero en las entrevistas de 2010, 2011 y 2012 y el
segundo en las de 2009, 2010 y 2013. Sin embargo, Uribe muestra desconfianza
hacia otros grupos en 2012, 2014, 2015 y 2016; mientras que Santos manifiesta
tendencia a resolver problemas en 2013, 2014 y 2015. En las categorías falta de
complejidad conceptual e identificación con el grupo, ambos líderes se sitúan
en torno a la media colombiana.
En consecuencia, como se observa en la tabla 5, Uribe y Santos exteriorizan
estilos de liderazgo distintos a lo largo de estos años. El líder paisa muestra un
estilo autoconfiado entre 2010 y 2012 y un estilo desconfiado en 2012 y entre
2014 y 2016. Por el contrario, Santos exhibe un estilo autoconfiado en 2009, 2010
y 2013 y bombero (alta tendencia a resolver problemas) de 2013 a 2015. En las
demás entrevistas, estos líderes no evidencian estilos de liderazgo, por lo que
se clasifican como administradores.

Tabla 5. Estilos de liderazgo: entrevistas y estilos

Líder Entrevista Estilo de liderazgo

Álvaro Uribe 21/01/2008 Administrador

Álvaro Uribe 05/05/2009 Administrador

Álvaro Uribe 23/07/2010 Autoconfiado

Álvaro Uribe 16/06/2011 Autoconfiado

Álvaro Uribe 22/06/2012 Autoconfiado, desconfiado

Álvaro Uribe 13/06/2013 Administrador

Álvaro Uribe 04/04/2014 Desconfiado

Álvaro Uribe 29/08/2015 Desconfiado

Álvaro Uribe 01/06/2016 Desconfiado

Juan Manuel Santos 07/02/2008 Administrador

Juan Manuel Santos 24/05/2009 Autoconfiado

Juan Manuel Santos 24/06/2010 Autoconfiado

Juan Manuel Santos 20/06/2011 Administrador

Juan Manuel Santos 03/07/2012 Administrador

15 Véase nota al pie número 15.

452
José Manuel Rivas Otero

Líder Entrevista Estilo de liderazgo

Juan Manuel Santos 25/04/2013 Autoconfiado, bombero

Juan Manuel Santos 15/05/2014 Bombero

Juan Manuel Santos 19/07/2015 Bombero

Juan Manuel Santos 06/06/2016 Administrador

Fuente: Elaboración propia.

Si comparamos la evolución de las categorías se observan algunos resultados


interesantes que permiten la identificación de factores contextuales que pueden
ayudar a entender las variaciones de estilos. En la figura 1 se observa que la falta
de complejidad conceptual evoluciona de forma distinta en los líderes evaluados,
aunque en general los puntajes en esta categoría oscilan en torno a la media colom-
biana —algo más alta que la media mundial— en la mayor parte de las entrevistas.
Destacan dos incrementos en el puntaje de ambos líderes: el de Santos en
mayo de 2009 y el de Uribe en abril de 2014. Con relación al primero, Santos
dimitió como ministro de Defensa el 18 de mayo de 2009, seis días antes de con-
ceder la entrevista. Durante su renuncia declaró que no salía como candidato
presidencial y que esperaría la decisión que tomara el entonces presidente Uri-
be (El Espectador, 18 de mayo de 2009). El aumento de su falta de complejidad
conceptual pudo deberse a que en ese momento no ocupaba ninguna posición
institucional [Factor 1]. Este factor se ha identificado en otros trabajos para ex-
plicar los cambios en la autoconfianza de líderes políticos.

Figura 1. Falta de complejidad conceptual Uribe-Santos 2008-2016 (%)

Fuente: elaboración propia.

453
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

Por otro lado, la mayor falta de complejidad de Uribe en abril de 2014 podría
deberse a que el mes anterior su partido, Centro Democrático, había logrado
convertirse en la segunda fuerza más votada en las elecciones legislativas y
en las que el expresidente encabezó una lista cerrada para el Senado. En este
caso, el éxito electoral y la expectativa16 de asumir un cargo institucional —los
congresistas no tomaron posesión hasta julio— podrían explicar el alto puntaje
de ese año [Factor 2].
Como se puede ver en la figura 2, los resultados en autoconfianza son más
dicientes. Uribe comienza con puntuaciones en torno a la media entre 2008 y
2009, experimenta una subida de casi cuatro puntos en 2010 —manifestando
un estilo de liderazgo autoconfiado entre este año y 2012— y después va de-
creciendo hasta volver a valores cercanos a la media a partir de 2014. El incre-
mento de los puntajes entre 2010 y 2012 puede deberse a varios factores; por
un lado, Uribe confiaba en la continuidad de sus políticas ya que en junio su
candidato Santos arrasó en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales
al obtener casi el 70 % de los votos [Factor 2]; por otro lado, en julio de 2010, a
escasos días para que dejara la presidencia, la situación económica del país era
muy favorable [Factor 3] y los datos macroeconómicos respaldaban su gestión,
entre 2002 y 2010 el PIB de Colombia se había triplicado (Banco Mundial, 2017).

Figura 2. Autoconfianza Uribe-Santos 2008-2016 (%)

Fuente: elaboración propia.

16 Días después de las elecciones legislativas un ciudadano presentó una demanda ante el Conse-
jo de Estado en la que pedía que se anulase la elección de Uribe como Senador por no cumplir
con los requisitos legales. Esta fue rechazada en agosto de ese año.

454
José Manuel Rivas Otero

Santos, por su parte, tiene dos momentos de mayor autoconfianza, entre los
años 2009 y 2010, y en 2013. El aumento en el primer periodo puede deberse a
dos factores: por una parte, a que entre su renuncia al Ministerio de Defensa
en abril de 2009 y su toma de posesión de agosto de 2010 no ocupó ninguna
posición institucional [Factor 1]; y por otra, a su vaticinada y efectiva victoria
en las elecciones presidenciales [Factor 2]. El incremento de la autoconfianza de
Santos desde mediados de 2012 —y de la simultánea pérdida de autoconfianza
de Uribe— puede deberse al descenso de la intensidad del conflicto [Factor 4]
previo al inicio de la negociación con las FARC, anunciada al mundo por Santos
el 16 de agosto de 2012 pero que había comenzado en febrero de ese año con la
mediación de terceros países. Estos diálogos dieron sus primeros frutos en abril
del año siguiente con la firma del primer acuerdo de paz sobre el tema agrario
suscrito por el Gobierno colombiano y la guerrilla, pero esto no significó la
relajación del conflicto armado; de hecho, a la semana siguiente del mismo se
retomaron los enfrentamientos, de ahí que la autoconfianza de Santos descien-
da progresivamente en los años posteriores.
En tendencia a resolver problemas, Uribe y Santos muestran resultados muy
distintos sobre todo a partir de 2012. Como recoge la figura 3, hasta ese año
los puntajes de ambos líderes se situaban en torno a la media, aunque los de
Santos —excepto en 2008— eran considerablemente más altos. Durante todo el
periodo analizado, Uribe se mantiene con porcentajes por debajo de la media
colombiana, excepto en 2013 donde se sitúa en torno a ella. En lo que respecta a
Santos, tras una leve subida en 2012, un mes antes del anuncio oficial de la mesa
de diálogo con las FARC, en abril del año siguiente logra puntuar, al manifestar
un estilo bombero que mantiene hasta 2015. Un factor ya mencionado que po-
dría explicar el cambio de estilo de Santos hacia una mayor tendencia a resolver
problemas entre 2012 y 2015 puede atribuirse al descenso de la intensidad del
conflicto [Factor 4], resultado del debilitamiento que sufrió el grupo insurgente
durante el periodo de Santos como ministro de Defensa y sus primeros años de
su mandato. Además, en agosto de 2013, un mes después de la primera entre-
vista en la que Santos muestra tendencia a resolver problemas, el Gobierno y la
guerrilla anunciaron el primer acuerdo de paz.

455
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

Figura 3. Tendencia a resolver problemas Uribe-Santos 2008-2016 (%)

Fuente: elaboración propia.

Con relación a los resultados de identificación con el grupo, Uribe y Santos ma-
nifiestan tendencias similares aunque con intensidades muy distintas. Como se
muestra en la figura 4, en todos los años salvo 2013 Uribe obtiene puntajes más
altos que Santos en esta categoría, aunque no llega en ningún momento a mani-
festar un estilo paraguas (alta identificación con el grupo). Llaman la atención
dos subidas; en 2009 —y 2010 en el caso de Uribe— y en 2015. El aumento de la
identificación con el grupo de Santos en mayo de 2009 puede deberse a la au-
sencia de posición institucional [Factor 1] que pudo afectar positivamente a esta
categoría. Los factores que podrían explicar el incremento de la identificación
con el grupo de Uribe durante 2009 y 2010 no son fácilmente identificables; en
otros trabajos sobre estilos de liderazgo (Rivas y Tarín, 2017) se ha observado
que los puntajes en esta categoría son más altos en líderes de oposición o que no
ocupan una posición institucional [Factor 1], por lo que el poco tiempo que le
quedaba de mandato, la certeza de la no reelección y la necesidad de construir
identidad de grupo como líder situado fuera del marco institucional podrían
estar detrás de este cambio.

456
José Manuel Rivas Otero

Figura 4. Identificación con el grupo Uribe-Santos 2008-2016 (%)

Fuente: elaboración propia.

El incremento de la identificación con el grupo de ambos líderes en el 2015 tiene


una explicación: la crisis entre Colombia y Venezuela con la orden del presiden-
te Maduro de cerrar la frontera. En contextos de conflicto diplomático [Factor
5] con otros países, los líderes tienden a intensificar los discursos nacionalistas
que buscan motivar la identificación del grupo. No obstante, cabe subrayar que
la intensidad del cambio que se da ese año en esta categoría no es la misma
en ambos líderes; Santos ni siquiera iguala la media colombiana mientras que
Uribe registra su puntaje más alto, quedando a pocas décimas de manifestar un
estilo paraguas. Los resultados de desconfianza hacia otros grupos recogidos
en la tabla 5 son interesantes y manifiestan claramente la divergencia de estilos
entre ambos líderes. Santos mantiene puntajes por debajo de la media colom-
biana en todas las entrevistas, excepto en 2011 en la que obtiene un porcentaje
cercano a la media. Uribe, por el contrario, se sitúa por encima de la media en
todas las entrevistas excepto en 2010 y presenta dos subidas importantes, una
en 2012 y otra en 2014, que se mantiene con altibajos hasta 2016.

457
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

Figura 5. Desconfianza hacia otros grupos Uribe-Santos 2008-2016 (%)

Fuente: elaboración propia.

El primer pico de Uribe puede deberse a la presión mediática [Factor 6]. En


junio de 2012 la prensa colombiana informó de la detención de las supuestas
cuñada y sobrina de Uribe, acusadas de tráfico de drogas y lavado de activos
en asociación con el narcotraficante mexicano “Chapo Guzmán” (El Espectador,
10 de junio de 2012). Aunque el expresidente negó públicamente la relación
familiar con estas personas, el periodista Gonzalo Guillén aportó como prueba
el registro civil de nacimiento de la sobrina (Arco Iris, 9 de junio de 2012). El
segundo incremento de la desconfianza hacia otros grupos puede explicarse,
en primer lugar, por la baja intensidad del conflicto [Factor 4] y por la necesi-
dad de construir una oposición que polarice socialmente en torno al rechazo
al proceso de paz liderado por Santos, presentando a los insurgentes y a sus
aliados externos como “terroristas” y “criminales”, y acusando al presidente y
al Gobierno de conducir al país hacia el “castrochavismo”; en segundo lugar,
por la situación económica de Colombia [Factor 3] que desde 2014 experimentó
un proceso de desaceleración del crecimiento del PIB (Banco Mundial, 2017); y
en tercer lugar, por la presión mediática [Factor 6] que se intensificó por nue-
vas denuncias de guerra sucia contra el expresidente, la orden de busqueda y
captura contra el exministro uribista Andrés Felipe Arias —detenido en Esta-
dos Unidos en agosto de 2016— y la detención de Santiago Uribe, hermano de
Álvaro, por delitos relacionados con el paramilitarismo.

458
José Manuel Rivas Otero

Tabla 6. Factores contextuales, atributos y líderes


Atributo
Factor Falta de Tendencia Desconfianza
Identificación
complejidad Autoconfianza a resolver hacia otros
con el grupo
conceptual problemas grupos
F1: Presencia
Santos Santos1 Santos, Uribe
institucional
F2: Éxito (o
expectativa) Uribe Uribe1, Santos1
electoral
F3: Situación
Uribe1 Uribe3
económica
F4: Intensidad
conflicto Santos1, Uribe Santos2 Uribe3
interno
F5: Intensidad
conflicto Uribe, Santos
externo
F6: Presión
Uribe3
mediática
1. Impacto sobre el estilo de liderazgo autoconfiado.
2. Impacto sobre el estilo de liderazgo bombero.
3. Impacto sobre el estilo de liderazgo desconfiado.

Fuente: elaboración propia.

El estudio de la evolución de los atributos y estilos de Uribe y Santos ha permiti-


do identificar seis factores contextuales que podrían estar detrás de los cambios
ocurridos entre 2006 y 2016 y que se agrupan en la tabla 6: la falta de presencia
institucional [Factor 1], que tiende a aumentar la falta de complejidad concep-
tual, la autoconfianza y la identificación con el grupo; el éxito o expectativa
electoral [Factor 2], que impacta positivamente sobre la falta de complejidad
conceptual y la autoconfianza; la situación económica [Factor 3], que tiene efec-
to sobre la autoconfianza y la desconfianza hacia otros grupos; la intensidad
del conflicto interno [Factor 4], que afecta a la autoconfianza y a la desconfian-
za hacia otros grupos; la intensidad del conflicto externo [Factor 5] que afecta
positivamente a la identificación con el grupo; y la presión mediática [Factor 6],
que tiende a incrementar la desconfianza hacia otros grupos. Algunos de estos
factores, como la presencia institucional o la intensidad del conflicto externo,
pueden hacer cambiar un atributo, pero este cambio no necesariamente ha de
significar un cambio de estilo. El hecho de que algunos factores contextuales,
como la intensidad del conflicto interno, afecten de modo distinto a las mismas
categorías y estilos de liderazgo en función de los objetivos políticos de los líde-
res analizados da peso a la hipótesis de que el estilo de liderazgo y los atributos
que lo conforman responden a un comportamiento estratégico que cambia en
función del contexto.

459
Estilo de liderazgo de Uribe y Santos: ¿rasgo de la personalidad o estrategia política?

Conclusiones y perspectivas de futuro


De esta investigación se pueden concluir varios aspectos. En primer lugar, la
técnica LTA ha permitido identificar distintos estilos de liderazgo. Uribe mues-
tra un estilo autoconfiado entre 2010 y 2013 y desconfiado en 2012, y entre 2014
y 2016; Santos, por su parte, manifiesta un estilo autoconfiado en 2009, 2010 y
2013, y bombero entre 2013 y 2015; en el resto de las entrevistas se clasifican
como líderes administradores.
En segundo lugar, se comprueba que los atributos de los líderes no son es-
tables, sino que cambian a lo largo del tiempo, confirma lo que plantean Keller
y Foster (2016). Esto cuestiona una de las premisas de la teoría de estilo de lide-
razgo: el carácter constante de los rasgos evaluados. Este análisis ha permitido
identificar además seis factores contextuales que ayudan a explicar los cambios:
la falta de presencia institucional [Factor 1], que afecta positivamente a la falta
de complejidad conceptual, la autoconfianza y la identificación con el grupo; el
éxito o expectativa electoral [Factor 2], que impacta positivamente sobre la falta
de complejidad conceptual y la autoconfianza; la situación económica [Factor
3], que tiene efecto sobre la autoconfianza y la desconfianza hacia otros grupos;
la intensidad del conflicto interno [Factor 4], que afecta a la autoconfianza y a la
desconfianza hacia otros grupos; la intensidad del conflicto externo [Factor 5],
que impacta sobre la identidad con el grupo; y la presión mediática [Factor 6],
que tiende a incrementar la desconfianza hacia otros grupos.
De acuerdo con lo anterior, el principal aporte de la investigación es la com-
probación de que los estilos de liderazgo y los atributos que los conforman no
siempre indican rasgos de la personalidad, sino que a veces responden a un
comportamiento estratégico que cambia en función del contexto. Por ejemplo,
un factor contextual como la menor intensidad del conflicto interno afecta de
forma distinta a los atributos y al estilo de los líderes; Santos, cuyo objetivo
político durante la presidencia era la salida negociada al conflicto armado, pasó
de ser administrador a mostrarse autoconfiado y bombero, mientras que Uribe,
contrario al proceso de paz y a quien las políticas de confrontación le dieron
muchos réditos políticos, dejó de ser administrador para rebajar su autocon-
fianza y exhibirse como desconfiado.
Pese a estos hallazgos, en el futuro se debe abordar el problema de la dispo-
nibilidad de entrevistas con el fin de realizar un análisis diacrónico más com-
pleto; una solución podría ser aplicar la técnica LTA en otro tipo de materiales,
como las intervenciones de los líderes en el Congreso que recogen los diarios
de sesiones (Dyson, 2006, 2009a). Además, en el plano analítico, es necesario
comprobar las hipótesis planteadas aquí mediante un estudio explicativo y
comparado que incluya más líderes y casos, y testar el rol que puede tener el
estilo de liderazgo en el nuevo escenario de construcción de paz en Colombia.

460
José Manuel Rivas Otero

Finalmente, en cuanto al caso de Colombia, conviene estar atento al papel que


jugará el estilo de liderazgo en el nuevo escenario de construcción de paz que
se abrirá tras las citas electorales de 2018.

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464
Una paz ¿colombiana?, imaginarios
políticos reforzados por los medios
de comunicación
Nathalia Bonilla Berríos*

Introducción
Los medios de comunicación en Colombia han sido los responsables de formar
un imaginario del conflicto armado al pueblo desde los inicios de La Violencia
y a través de los procesos de paz con diferentes grupos armados ilegales. Tras
un cúmulo de discursos repetidos con el pasar de los años, el rol de la prensa
ayudó a determinar los resultados del plebiscito por la paz en 2016. Mientras
la prensa internacional giraba a favor de la campaña del “sí” y el optimismo
que conllevaba presenciar un hecho histórico, a nivel doméstico, la prensa co-
lombiana ofreció espacio a una pluralidad de voces que, en vez de fortalecer la
responsabilidad social de los medios de comunicación en informar y formar a
sus audiencias, generó muchas dudas sobre la legitimidad del acuerdo de paz,
firmado el 26 de septiembre de 2016 entre el Gobierno de Juan Manuel Santos
y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Lo que pasaría el
día después del plebiscito fue una incógnita que caló muy hondo en la psiquis
colectiva. En este capítulo, se buscará analizar el uso de la palabra paz, si existe
un imaginario mediático —o colombiano— sobre el término y cómo los medios
de comunicación colombianos reforzaron narrativas de periodismo de guerra
durante el proceso de paz, la campaña del plebiscito y el período del posacuerdo,

* M.A. Relaciones Internacionales, University of York. Correo electrónico: nbonilla02@gmail.com.

465
Una paz ¿colombiana?, imaginarios políticos reforzados por los medios de comunicación

reproduciendo posturas políticas en sus líneas editoriales y dejando a un lado


su responsabilidad social.
Como punto de partida, es necesario comprender que la vasta mayoría de
los asuntos domésticos e internacionales se conocen e interpretan mediante los
medios de comunicación. Vázquez (2009) asegura que “nuestra percepción de
lo que ocurre en el mundo es esencialmente mediática, y los medios se con-
vierten en productores de imaginarios” (p. 356) y la idea de paz es una que ha
buscado fraguarse colectivamente durante las más de cinco décadas del con-
flicto armado, las negociaciones en La Habana, Cuba, el plebiscito y el período
de posacuerdo con las FARC. En esta última etapa, hay que reconocer que el
conflicto armado continúa entre el Ejército Nacional y otros frentes guerrilleros
tales como el Ejército de Liberación Nacional, los paramilitares y las Bacrim.
Si esta es la realidad en el terreno, ¿cómo se podría abogar mediáticamente
e ideológicamente por una paz colectiva? Según la Real Academia Española
(2017), la paz se define —entre muchos significados—, como “una situación
en la que no existe lucha armada en un país” pero que, cabe destacar, también
trasciende a una dimensión social y hasta política. La paz puede ser positiva
o negativa y, antes de explicar el uso del término recientemente, es necesario
detenerse en este último aspecto. La paz positiva es más que la ausencia de
guerra, es “el proceso de realización de la justicia en los diferentes niveles de
la relación humana. Es un concepto que lleva a aflorar, afrontar y resolver los
conflictos de forma no violenta y el fin, de la cual es conseguir la armonía de
la persona con sí misma, con la naturaleza y con las demás personas” (Caireta
y Barbeito, 2005, p. 19). Esa percepción de la paz es la que no se transmite con
frecuencia en los medios de comunicación en Colombia. Al contrario, la paz
negativa es la que recibe mayor atención.

El uso de la palabra paz


Marisol Gómez, editora del periódico El Tiempo, decía que la paz se había
convertido en una palabra muy politizada en Colombia. Así describió con es-
cepticismo las negociaciones que se llevaban a cabo en La Habana, ante una
reducida audiencia de un webinar que ofreció para la Fundación Nuevo Perio-
dismo Iberoamericano (Gómez, 2014). La periodista destacó que la narrativa
de los medios de comunicación nacionales había y ha contribuido a que per-
manezca una mentalidad de desconfianza hacia el Gobierno como institución
y las FARC.
Además, en su intervención, recalcó que en su país la paz había perdido la
importancia que se le otorga a nivel internacional, precisamente por cómo los
políticos han buscado beneficiarse con su uso en discursos, y por el desánimo
natural que viene con el paso del tiempo y ver que las cosas siguen más o menos

466
Nathalia Bonilla Berríos

igual. El proceso de paz y la campaña del plebiscito supuso una lucha ideológica
entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, figura que encabeza el “uribismo” como
movimiento opositor al Gobierno Santos. Es importante destacar que una de las
principales promesas de campaña electoral de Santos, candidato a reelección
por la coalición de partidos denominada “Unidad Nacional”, en los comicios
presidenciales de 2014, fue la búsqueda de la paz con las FARC (Semana, 2014).
En su lucha por un futuro distinto para Colombia, Santos alejaba su discurso
del que imperó durante los dos términos de Uribe como presidente, entre 2002
y 2010. Caicedo (2016) argumenta que, al llegar al poder, la administración de
Uribe, viendo los esfuerzos infructuosos de la administración de Andrés Pas-
trana (1998-2002) prefirió dejar a un lado el concepto de “paz” y enfocarse en
el término “seguridad”. Su discurso giró —y aún permanece en la actualidad
con los seguidores de su plataforma—, en torno a la distinción de nosotros, el
Gobierno, y ellos, las FARC. En aquel entonces, la guerrilla no fue vista como
un grupo armado ilegal sino como un grupo terrorista al cual había que vencer
y del cual había que proteger a la población. Cuando sucedió el poder a Santos,
presto a ocupar la silla presidencial y abierto a la posibilidad de emprender un
diálogo de paz con este grupo, Uribe lo criticó por considerar que no se podía
negociar con grupos terroristas. Según Castellanos (2014), la visión de Uribe “se
evidencia a través de la dramatización que aquellos que están de acuerdo con
que se lleve a cabo un proceso de paz son descalificados, cuestionados, ridiculi-
zados, puestos bajo sospecha e incluso puestos bajo peligro” (p. 196).
Entender esta postura política es relevante pues la división ideológica y el uso
del lenguaje entre ambas figuras políticas y sus partidos políticos marcaron la
producción y difusión de imaginarios sobre la paz y el proceso para alcanzarla.
Tan pronto Santos anunció su plataforma para la reelección y durante los meses
de negociaciones de paz en La Habana, Cuba, lo que prevaleció en los medios de
comunicación locales fue un contenido dirigido a responder la duda creada de si
la paz que fuera acordada respondía al imaginario solo de Santos. En ese sentido,
Valencia (2014) considera que gran parte de los medios se dieron a la tarea “de
sembrar dudas sobre la decisión del presidente y sobre el interés de la guerrilla
por sacar adelante el proceso de paz. Ese mismo lenguaje, con el que alimentan
el odio y el escepticismo que la mayoría de los colombianos sienten frente a las
FARC (no gratuito, claro está), lo han utilizado para descalificar la tarea de Cuba
como país intermediario, o de las Naciones Unidas y de la Universidad Nacional
en el proceso de selección de las víctimas que han estado yendo a Cuba.” (p. 40).
La duda que imperó en el proceso fue creada por el uribismo. Según Caicedo
(2016), la fundación del partido Centro Democrático fue en respuesta a los planes
de Santos de iniciar un diálogo con las FARC, bajo la premisa de que la paz debía
ser impuesta por el Estado y no producto de un proceso de diálogo que solo trae-
ría consigo inseguridad. Según explica el autor,

467
Una paz ¿colombiana?, imaginarios políticos reforzados por los medios de comunicación

En cualquier contexto de violencia armada, la palabra “paz” podría evocar


ideales de optimismo y esperanza. La magia social ejercida desde las estra-
tegias discursivas del Centro Democrático ha consistido en “revolucionar”
esta palabra, darle la vuelta para que evoque sentimientos de escepticismo y
desconfianza, para que recuerde constantemente el fracaso del Gobierno de
Pastrana (1998-2002) en un proceso similar. Con un ánimo de crítica, burla
y descalificación, se refieren al actual proceso de negociación como la “paz
de Santos”. La fórmula mágica y política “paz de Santos” parodia la palabra
“paz” y la resignifica como expresión de un Gobierno débil, que fue incapaz
de controlar el terrorismo. (p. 22)

El imaginario mediático
Las visiones contrarias y oficialistas sobre la palabra “paz” han sido reproduci-
das por los medios de comunicación en Colombia sin mucha interpretación a lo
largo de la historia. Por más de 50 años, el periodismo que se ejerce en la pren-
sa, la radio, los canales de televisión y, ahora el internet (y hasta cierto punto,
las redes sociales por el creciente periodismo ciudadano) se ha nutrido princi-
palmente de la propaganda que emite el Estado y su contraparte, las guerrillas
y los paramilitares. Una información que, cabe destacar, es muy controlada.
(Vázquez, 2009, p.354) y que, tiene dos emisores, el que la produce y el que la
publica y, que conste, que no siempre hay conexión entre las intencionalidades
de cada uno de estos dos emisores (Correa, 2008).
En ese sentido, la prensa se ha acostumbrado al papel de reproductor de
imaginarios sin cuestionar la veracidad o el impacto de sus contenidos en la
psiquis de sus audiencias. Valencia (2014) explica que Caracol TV, RCN TV,
Casa Editorial El Tiempo y Caracol Radio, son las principales empresas me-
diáticas con mayor acogida en el pueblo colombiano. El autor los califica de
monopolios, por sus grandes contratos publicitarios, así como también por su
incidencia para que el relato público sea homogéneo sobre el conflicto armado
y el proceso de paz con las FARC. Para Valencia (2014):

El cubrimiento periodístico y la producción de la información sobre el con-


flicto forjan el pensamiento único que confunde a las audiencias, porque estos
medios solo se ocupan de mostrar a las FARC o al ELN, como el problema y
no al conflicto social, político y económico como el verdadero problema para
afrontar como sociedad y como país, y que en últimas es el verdadero causante
de la pobreza, el atraso y la desigualdad. Tanto en los titulares, como en el de-
sarrollo de la noticia, en noticieros de radio y televisión, o de prensa, cuando
se trata de cubrir los sucesos del conflicto armado, muchas veces se recurre a
un lenguaje guerrerista, insuflado de patrioterismo que, sobre todo en las últi-
mas décadas, ha sembrado miedo y odio en la opinión pública. (p. 40)

Valencia (2014) discierne que los actuales medios de comunicación “debido a


sus lógicas comerciales para el mantenimiento del monopolio informativo, y

468
Nathalia Bonilla Berríos

con sus lenguajes guerreristas y sus prácticas periodísticas desentendidas de


lo público, contribuyen a la banalización del mal, no solo de la guerra, sino de
lo absurdo de la política colombiana.” (p. 42). Sin embargo, hay otros factores
que ayudan a esclarecer por qué la cobertura del conflicto armado se prestaba
y presta para hacerse desde un escritorio en las urbes y con un ángulo de
periodismo de guerra por varias décadas. En la actualidad hay una resistencia
de reportar a profundidad en las regiones más afectadas por este fenómeno
violento: el costo que conllevará para las empresas, la dificultad de acceso a
las zonas rurales, los riesgos que corren los comunicadores en el ejercicio de
su labor y la poca garantía que otorgan los medios para los que trabajan. Un
informe de la Organización de Estados Americanos indicó que los asesinatos
contra periodistas en Colombia han sido:

[...] una herramienta de intimidación mediante la cual se envía un claro mensaje


a todas aquellas personas de la sociedad civil que realizan tareas de investiga-
ción o informan sobre atropellos, abusos e irregularidades. Esta práctica busca
que la prensa como mecanismo de control guarde silencio o se haga cómplice
de aquellas personas o instituciones que realizan actos o hechos abusivos. En
última instancia, lo que busca es impedir que la sociedad sea informada de estos
acontecimientos. (Organización de los Estados Americanos, 2005, p. 26)

Por estas razones y muchas otras, el conflicto armado ha sido construido a la


audiencia colombiana con un ángulo de periodismo de guerra, caracterizado
por privilegiar la rapidez de la información, el nivel de violencia para crear ti-
tulares llamativos y que simplifica el carácter de sus actores entre bueno o malo
(Yang Lai Fong, 2009, p. 19). Consecuentemente, se ha dejado a un lado la otra
cara del conflicto, no solo las voces de las víctimas, sino de una sociedad que ha
sido fragmentada y acallada desde que las primeras generaciones obreras del
país fueron reprimidas por el Estado, ya que, según destaca González (2013),
“hay un hilo conductor asociado a cultura política y violencia en Colombia y
por tanto, pareciera que en el país nos hemos habituado a resolver los conflictos
a través de la violencia” (p. 101).
Esa violencia, que ha variado su intensidad por períodos ha generado “una
rutina informativa en la que periodistas y receptores acaban acostumbrados a
las informaciones sobre la guerra” (Marcos, 2013, p. 152). Precisamente, sema-
nas después de haberse acordado la fecha para la firma de un acuerdo de paz
con las FARC, Santos expresó en la ceremonia del Premio Nacional de Perio-
dismo “Simón Bolívar” 2015 que “en cierta forma, al periodismo en Colombia
le ha sucedido lo que le ha sucedido a la sociedad: se acostumbró a la guerra.”
(Santos, 2015). Además, en su discurso el mandatario destacó “el poder” que
tenían los medios de comunicación para “movilizar al país entero” hacia la re-
conciliación y lanzó una convocatoria para que cumplieran ese papel.

469
Una paz ¿colombiana?, imaginarios políticos reforzados por los medios de comunicación

Las palabras del presidente colombiano enfocan otro tema importante. La


violencia ha sido lucrativa para los medios de comunicación. Si se toma en
cuenta que cada hecho relacionado al conflicto armado contiene un valor no-
ticioso que desencadena en narrativas que perpetúan y “privilegian el drama,
la tragedia, la novedad, la espectacularidad, el antagonismo y el heroísmo”
(Tamayo y Bonilla, 2007, p. 28); claramente, se establece un contraste con las
noticias positivas que no andan cargadas de un impacto similar y que se tiende
a pensar, no venden.
Para ahondar más sobre este aspecto, el Consejo de Redacción (2015) en
conjunto con otras entidades incluyendo la Fundación de Nuevo Periodismo
Iberoamericano publicó un documento que recopilaba entrevistas a periodistas
colombianos y extranjeros con el fin de analizar la cobertura de las actuales
negociaciones de paz. Entre las múltiples preocupaciones que destacaban los
profesionales se encontraban cuán limitado era el acceso de los periodistas a la
mesa —que hay que reconocer beneficiaba en parte al proceso— y el desafío de
cubrir el proceso en Colombia y depender de la tecnología o fuentes oficiales
para reportar, se hallaba el factor de la novedad. El periodista de guerra, Álvaro
Sierra Restrepo, explicó que

El proceso de paz produce noticias, no grandes ‘chivas’, por la forma como


está diseñado, pero eso es sano para la negociación. Lo más noticioso también
es lo más reservado, es una línea de acceso cerrada a los medios. No hay una
negociación que pueda funcionar de otra manera. Lo que es ‘bueno’ para la
negociación no necesariamente lo es para los medios. (Consejo de Redacción,
2015, p. 7)

Sierra Restrepo también reparó en que los medios fallaron en no explicarle al


pueblo cómo y en qué afecta su vida cotidiana los acuerdos de La Habana y,
a raíz de ello, solo ha exacerbado la desconexión social y la desconfianza en
el proceso. Además, recalcó que mientras los actores principales del conflicto
armado se preparaban para el posconflicto, el periodismo no podía quedarse
atrás. Debía, a su entender, capitalizar su labor de formación sobre el proceso,
brindando análisis y contexto y no conformarse con ser simplemente repro-
ductores de la información a su disposición. En este punto coincidió Marisol
Gómez Giraldo, editora de El Tiempo, quien también participó de este docu-
mento creado por el Consejo de Redacción (2015). En su entrevista, destacó
que “el periodismo debe asumir desde ya la construcción de la agenda para el
posconflicto”, no obstante, considera que ni los medios de comunicación ni los
comunicadores se encuentran preparados para ese escenario. Según opinó,

Creo que ni siquiera lo han pensado en su real magnitud porque los medios
vivimos de los afanes diarios. Profesionales especializados hay, pero es nece-
sario trazar planes. Los medios pueden jugar un papel muy importante. (Con-
sejo de Redacción, 2015, p. 11)

470
Nathalia Bonilla Berríos

Es importante tener en cuenta que los periodistas, más allá de ser comunicado-
res, son ciudadanos del país y sus vidas han sido trastocadas por imaginarios que
han percibido del conflicto desde su infancia. Por ende, la labor de reconstrucción
de narrativas de memoria y reconciliación, que son vistas como parte esencial
de la cobertura posconflicto, es una tarea que los periodistas deberían reconocer
como propia porque “a partir de sus percepciones personales se construyen las
piezas periodísticas que se publican en los medios” (Tamayo y Vélez, 2007, p. 31).
A diferencia de los profesionales que trabajan en las urbes desde un escrito-
rio, son muy pocos los periodistas que cubren en las regiones donde se ha des-
envuelto principalmente el conflicto armado. La editora de la revista Cosmos,
Gloria Castrillón, enfatizó en este punto al reconocer, en su entrevista con el
Consejo de Redacción (2015), que los periodistas colombianos no fueron incisi-
vos con las negociaciones ni maximizaron la oportunidad de ver qué opinaba
la gente en las regiones sobre el proceso de paz. Según indicó, la labor de los
comunicadores en terreno era esencial porque
Los voceros están en La Habana, pero la realidad está cercana a los periodistas
de las regiones. Ellos son los que conocen las zonas de conflicto y son cercanos
a las comunidades que lo siguen viviendo, que lo sufren y padecen. Son esas
comunidades a las que en teoría les va a cambiar la realidad una vez se firmen
los acuerdos de paz. (Consejo de Redacción, 2015, p. 14)

La campaña por el plebiscito y las dos versiones de paz


Cuando se firmó la paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC,
se estableció un tiempo limitado para realizar campañas a favor o en contra de
un plebiscito que diera a conocer la postura del pueblo. El plebiscito también
servía a otro propósito: demostrar que la paz acordada no era la de Santos
sino la de todos los colombianos. Este planteamiento lo asevera Cortés (2016)
al considerar que la frase del mandatario “no era necesario someterlo a refren-
dación. Lo hice porque soy un demócrata” significaba que “en este momento
trascendental de nuestra historia política, el representante del Poder Ejecutivo
reconoce el sentido más profundo de la Constitución de 1991 y el significado
constituyente del pueblo como legislador primario.” (p. 40). La campaña del
“No”, liderada por Uribe, se impuso en el plebiscito del 2 de octubre de 2016.
Para López (2016), la ausencia del ejercicio de un periodismo de paz y el cubri-
miento “deficiente” de los foros sobre los puntos del acuerdo de paz impidió:
Cosas extraordinarias, como el hermanamiento de víctimas de diferentes
victimarios que acabaron abrazándose en los foros de Barranquilla y de
Barrancabermeja, no fueron contadas a los colombianos por los medios
públicos. Por su parte los noticieros privados de televisión, principales
proveedores de información masiva sobre los asuntos de política interna
mantienen su propuesta comercialista, liviana y tendencialmente amarillista
sin información de calidad ni algún nivel de profundización.

471
Una paz ¿colombiana?, imaginarios políticos reforzados por los medios de comunicación

En su análisis, López (2016) calificó la cobertura mediática del noticiero de


RCN como subordinado a los postulados del Centro Democrático “tuvo y
sigue teniendo implicaciones muy graves de desinformación y manipulación
de la opinión de los colombianos sobre el proceso de paz y los acuerdos de La
Habana.” Por su parte, Restrepo (2016) reparó en el daño que causó al plebiscito
la cobertura mediática con perspectiva de guerra. A su juicio:

[…] las imágenes son acompañadas por las voces desencajadas de los convo-
cantes a seguir la guerra, gritan, manotean, intimidan, anuncian muerte para
lograr otra victoria. Esta comunicación ideologizada en nada contribuye a per-
donar, cesar odios, desarmar mentes, abolir lenguajes de ofensa. (p. 55)

La falta de balance en la cobertura mediática a nivel doméstico fue una de las


causas junto al hecho de que, por más que hubo una pluralidad de voces, el
espectro de las diferencias de opinión no fue muy amplio (Altman, 2016). La
eficacia de ciertos sectores políticos en controlar el flujo de información y el
hermetismo de las negociaciones de paz no permitió una cobertura de calidad
sobre lo pactado. Lindarte (2016) explica que durante las negociaciones “casi
no existió la retroalimentación efectiva desde fuera de la mesa de La Habana”.
Además, añadió que “tampoco ayudó que la mayor parte de la pedagogía —y
más todavía, de las campañas— apelaran a las emociones e intereses de cada
bando, de modo que tanto la pedagogía como las campañas se convirtieron en
prédica para los ya creyentes o en intento de conversión de paganos.” El costo
socioeconómico que conlleva el posacuerdo también alimentó dudas en la po-
blación colombiana.
Mientras los medios de comunicación internacionales publicaban contenidos
que favorecían la campaña del sí, fueron las entidades más sorprendidas
junto a los sistemas de encuestas que decían que los votantes elegirían la paz.
Kersten (2016) considera que a pesar de las “buenas intenciones” de la prensa
internacional y el apoyo de la comunidad internacional al acuerdo de paz,
fallaron en reconocer la complejidad del documento y la polarización ideológica
en la sociedad colombiana. En este punto, Koven (2016) también coincide en
este planteamiento al calificar la cobertura de los medios internacionales como
superficial y no representativa del clamor social en el país. En una entrevista
con El Espectador, Morales (2016) dividió la labor periodística sobre el proceso
de paz en tres etapas: la negociación, en la cual se ejerció un periodismo
de declaraciones; la firma del acuerdo, la cobertura fue más positiva y de
celebración; y el plebiscito, donde el periodismo, según explica “se cerró a favor
de una manera emocional y desconoció a la población colombiana. Creyeron
que era políticamente desarrollada, pero la verdad es que la mayoría del país
se estancó en el siglo XX y vivimos una historia distinta a la que narran los
medios desde Bogotá. Somos un país de creencias, no de ideologías y eso fue
determinante”.

472
Nathalia Bonilla Berríos

La construcción de una paz ¿colombiana? en el posacuerdo


Sería iluso delinear cuál debería ser la nueva construcción de imaginario a la
audiencia en un escenario de posacuerdo. Eso es, reconociendo la diversidad
de medios e intereses de los ciudadanos que los siguen. Lo que sí se puede acor-
dar es que, después de la firma del acuerdo de paz, la retórica de periodismo
de guerra sigue liderando la rutina informacional. En un webinar organizado
por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, Sierra (2017) señaló que
el resultado del plebiscito por la paz reveló fallos en la cobertura periodística,
siendo vocera de propaganda institucional y narrativas partidarias. Ante el reto
de cubrir la desmovilización de las FARC, los medios de comunicación tienen
la oportunidad de ser “el tránsito del enemigo al adversario es uno colectivo,
del imaginario de la sociedad” (Sierra, 2017). El periodista indicó que se debe
ejercer un periodismo “ni santista ni uribista” y expresó su preocupación en
torno a la cercanía al poder de varios medios de comunicación y que representa
problemas en la llamada era de la posverdad.
Una de las tareas de los medios de comunicación en el escenario de po-
sacuerdo es darle seguimiento a la implementación de los acuerdos de paz y
establecer una conexión entre el pueblo colombiano con el acuerdo. Optar por
un periodismo de ángulo de paz humaniza a las partes y no las demoniza ni las
simplifica en dos bandos, entre “ellos” y “nosotros”. El informe “Pistas para na-
rrar la paz” arroja luces sobre el rol que deben tomar los medios. Una encuesta
realizada a 200 periodistas para este reporte reveló que el 90 % considera ne-
cesario saber la importancia de resolver conflictos sin violencia, conocer sobre
derecho internacional humanitario y cultura y pedagogía para la paz. De igual
forma, gran parte consideró que para hacer periodismo de paz es necesario co-
nocer sobre la Ley de Víctimas y la Ley de Restitución de Tierras para verificar
que los acuerdos se cumplen y que se escuchan las voces de una pluralidad de
actores. Para construir una agenda editorial del posacuerdo, tiene que transfor-
marse el ángulo de periodismo de guerra a un periodismo de paz, un concepto
propuesto por Galtung y que se diferencia del primero, por reportar las causas
y las consecuencias, presenta diversas voces de un mismo conflicto y no a los
actores entre buenos o malos (Yang Lai Fong, 2009). En la misma perspectiva:
La cultura política y profesional que subyace en sus modos de ver la realidad,
de manera que sea posible ensayar otros criterios informativos en los que la
paz —la cultura de la paz— adquiera visibilidad como un asunto de interés
público. (Tamayo y Bonilla, 2007, p. 30)

En 2016, el proyecto la Conversación Más Grande del Mundo —liderada por


la Presidencia de la República— organizó una mesa de diálogo para analizar
el rol de los medios de comunicación en la construcción de paz. Se enfatizó en
la necesidad de crear una pedagogía de paz que esté despolitizada y deje a un
lado el partidismo y la estigmatización. En la actividad, se acordó que:

473
Una paz ¿colombiana?, imaginarios políticos reforzados por los medios de comunicación

La paz no puede caer enteramente sobre los medios, la responsabilidad tam-


bién es de la sociedad civil y de las comunidades. Se estigmatiza y se juzga a
los medios como si estos pudieran hacer la gran transformación cuando, en
realidad, estos son un reflejo de lo que sucede en la sociedad. (p. 6)

A este punto, se desconoce qué significa una paz colombiana. Los imaginarios
de la paz son los que imperan en los medios de comunicación, cuyo rol ha sido
reproducirlos sin mucha interpretación. Esto implica una tarea urgente a resol-
ver porque, a juicio de Candela (2015), los periodistas colombianos han pasado
de “ser informadores a pregoneros del espectáculo para la paz”. Esa delgada
línea entre la propaganda y el periodismo se ha hecho más difusa. Nótese que
“el periodismo no tiene como misión que se haga la paz ni que se prosiga la
guerra” (Basternier, 2015). El informe “Pistas para narrar la paz”, financiado
por la Fundación Konrad Adenauer, parte de esa aseveración al reiterar que
los medios de comunicación no deben ser militantes de la paz ni los periodistas
deben abogar por ella sino añadirla como un tema más en su agenda editorial.

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476
Reflexiones sobre el conflicto armado
en Colombia a partir del cine*
Martín Agudelo Ramírez**

Introducción
El extremo septentrional de Suramérica es un lugar pródigo. Un auténtico pa-
raíso, hasta el presente azotado por una plaga de muerte causada por el odio
y la indiferencia. La ciudad de Babel se alza entre los actores armados de un
conflicto singular, todos ellos perdidos en el horizonte, sin capacidad alguna
para justificar sus luchas.
El arte, ciertamente, es un instrumento importante para registrar esas hue-
llas infaustas que se hacen presentes en un espacio extraordinario como es el
suelo colombiano. En este contexto, el cine se constituye en una pieza valiosí-
sima para emprender una aproximación sobre la crudeza de un conflicto dan-
tesco. Son numerosos los proyectos fílmicos recientes que muestran la cruenta
realidad que ha irrumpido en Colombia; un país constantemente atormentado
por el olvido de sus habitantes y en los que aparecen comprometidos fuerza
pública, guerrilla y paramilitares en medio de una población civil que resulta
ser la gran damnificada.

* Una versión del capítulo se encuentra en la revista Trayectorias Humanas Trascontinentales, 1,


2017.
** Universidad Autónoma Latinoamericana - Art-Kiné. Correo electrónico martinagramirez@
gmail.com.

477
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

Cuando se ha pretendido ilustrar la crudeza del conflicto armado, tanto el


cine de ficción como el documental han entregado piezas valiosas para dar un
testimonio imprescindible en el deber de memorar. Profusos directores y pro-
ductores, en Colombia, han intentado retratar el conflicto a través de varias
películas con un toque “neorrealista”.
Este trabajo hace un reconocimiento a la labor emprendida por los realiza-
dores colombianos, que han dejado un testimonio importante al deber de me-
morar. Se hará énfasis en el cine sobre la última etapa del conflicto armado, en
especial, en lo concerniente a los rostros de las víctimas, el accionar paramilitar
y los desplazamientos, los dramáticos casos de falsos positivos, y la violencia
contra niños.

Un pródigo testimonio fílmico


El cine colombiano, en numerosas ocasiones, ha sabido manifestar una estética
del horror, y también ha sido una pieza invaluable para asumir el deber de
hacer memoria. Los registros con los que ya se cuenta son importantes. Siguen
sin agotarse, aunque finalmente el intérprete encuentre lugares comunes para
su análisis. En las primeras dos décadas del nuevo milenio, pródigos registros
fílmicos se han constituido en testimonio de primera mano para entender las
diversas peculiaridades de un conflicto sin igual. Las películas han puesto en
evidencia el recrudecimiento de la violencia a partir de los noventa, generan-
do conciencia. Un espectador crítico emerge, luego de examinar unos filmes
que han terminado por situarnos ante un espejo que enrostra nuestra propia
vergüenza. Y esa cobardía que nos aflige no es otra cosa que la tragedia de no
poder negar nuestra responsabilidad compartida.
El tratamiento que haga el séptimo arte resultará decisivo en esa búsqueda
de responsabilidad. El cine de los últimos años ha enseñado la aspereza de un
cruento conflicto circular que se extendió a lo largo y a lo ancho del país; el
impacto es inevitable. Vale la pena destacar que hay películas que posibilitan
inspeccionar la continuidad de los distintos tipos de violencia presentes a lo
largo de la historia. Existen numerosos filmes lúcidos que enseñan que hay una
hediondez insoportable en el entorno, y en los que la circularidad horrenda se
exterioriza. Sobre todo, quienes habitan en la periferia están perdidos. Como
bien lo ha retratado el séptimo arte, hay un espacio cerrado que atrapa a la gen-
te frágil y que termina por sacrificarla. El cine nos entrega interesantes piezas
para ser evaluadas. En este sentido, a modo de referente, vale la pena destacar
el guion construido para el lúcido cortometraje animado Ruta natural (Andrés
Huertas, 2014) y las fracturas que se enrostran en la película La sociedad del se-
máforo (Rubén Mendoza, 2010).

478
Martín Agudelo Ramírez

El corto de Andrés Huertas, en un género experimental, provoca un impor-


tante impacto visual y auditivo. El joven director nariñense expresa muy bien
en su trabajo fílmico animado computarizado, de dos minutos aproximados, su
visión sobre el conflicto armado en Colombia. Una mancha negra, envolvente,
se cierne sobre unos niños que corren y juegan con un avión de papel, y que an-
tes de encontrarse con la desgracia habitaban un entorno verde, especialmente
esperanzador. La violencia corta los sueños de unos inocentes, en medio de
unos círculos trágicos.
En La sociedad del semáforo, filme rodado con actores naturales, se advierte un
testimonio imprescindible para evaluar esa circularidad trágica presente en los
habitantes de la calle en las ciudades colombianas. La película muestra el en-
torno propio en el que se desenvuelven unos desamparados peculiares, como
son los indigentes. Su marginalidad les ha asegurado un espacio para el olvido,
en las calles de una gran urbe como Bogotá. La película pone de presente la
vergüenza de la marginación de los habitantes de la calle, lugar reservado para
muchos de los desplazados que no esperan ser beneficiados por la memoria.
Esta es la tragedia de Raúl Tréllez (Alexis Zúñiga), un reciclador desalojado por
la violencia en el Chocó que junto con sus otros compañeros de la calle constru-
ye un espacio alternativo.
El cine colombiano contemporáneo es un testimonio valioso de enseñanza
sobre el alcance de la violencia en las últimas décadas. Muestra en qué términos
la población civil ha sido afectada por el actuar demencial de los múltiples ac-
tores armados del conflicto. Revela, además, la ausencia y debilidad del Estado
colombiano en cuanto al manejo de ese mal endémico que se ha alojado por
tantos años, sin que haya podido extirparse. A partir de diversas piezas fílmicas
se comprende la política como ausencia y como defecto; se avizora una políti-
ca que no se hace visible en la vida cotidiana para salvaguardar las libertades
y que ha sido bastante indiferente frente al actuar de los actores armados no
estatales.
Una tierra salvaje se impone en un espacio en donde el Estado siempre de-
bió hacerse presente. Las palabras con las que se introduce el documental Impu-
nity resultan inolvidables para intentar comprender las condiciones propias de
un territorio habitado por el mal: “En esta selva no hay Estado, aquí hay guerra.
Desde siempre. Guerra civil, un conflicto armado interno, amenaza terrorista,
lucha ideológica. Los extremos: izquierda, derecha. Los mismos métodos: com-
petencia de crueldad” (Impunity, Hollman Morris y Juan José Lozano (dirs.),
Colombia, 2011).
El cine ha sabido retratar muy bien ese espacio bestial a través de unos
recursos “estéticos” que hacen visible el horror. El testimonio fílmico segui-
rá presente. Los realizadores de películas actuales, a través de sus obras, han

479
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

asumido como regla de oro el deber de informar y de denunciar sobre lo que


ha sucedido en el país. Numerosas películas, en la modalidad de ficción, y sig-
nificativos documentales se destacan como pruebas representativas del tema
en estudio. Todos esos textos fílmicos posibilitan entender por qué la violencia
se aloja de manera circular en la ancha geografía colombiana y la necesidad de
configurar una memoria. Se relacionan, entre otros, los films siguientes: Como
el gato y el ratón (Rodrigo Triana, 2002), Primera noche (Luis Alberto Restrepo,
2003), La sombra del caminante (Ciro Guerra, 2004), Heridas (Roberto Flores Prie-
to, 2006), La pasión de Gabriel (Luis Alberto Restrepo, 2009), Retratos en un mar de
mentiras (Carlos Gaviria, 2010), La sociedad del semáforo (Rubén Mendoza, 2010),
Los colores de la montaña (Carlos Arbeláez, 2010), Impunity (Hollman Morris y
Juan José Lozano, 2011), Silencio en el paraíso (Colbert García, 2011), Postales
colombianas (Ricardo Coral Dorado, 2011), Pequeñas voces (Jairo Carrillo, 2011),
Todos tus muertos (Carlos Moreno, 2011), Porfirio (Alejandro Landes, 2011), La
Sirga (William Vega, 2012), El páramo (Jaime Osorio Márquez, 2012), Carta a una
sombra (Daniela Abad y Miguel Salazar, 2015), Alias María (José Luis Rugeles,
2015), Violencia (Jorge Forero, 2015).
El cine hace visible lo que desde las instancias de poder es invisible. El ma-
terial es abundante. Encontramos cine sobre falsos positivos, desplazados, des-
apariciones forzadas, despojos de tierras, matanzas, violencia contra la mujer,
reclutamiento de niños, etc. Películas como las relacionadas dejan entrever que
hay un país dominado por la amnesia causada por la apatía de unas instancias
de poder sin horizontes claros. El séptimo arte ha sabido retratar la presencia
de una sociedad fragmentada e indiferente. Por esto, es importante celebrar las
apuestas fílmicas que se han hecho; todas ellas contribuyen a que se configure
una mayor consciencia sobre nuestras apuestas políticas y direccionamientos
éticos que son inexcusables.

El papel de la víctima
En lo que concierne a la víctima, son notables los proyectos cinematográficos
emprendidos en los últimos años. Algunos de ellos han introducido, con acto-
res naturales, personajes inolvidables que ponen en evidencia su propio dolor.
Son varios los directores comprometidos que evalúan el conflicto colombiano
de manera crítica y profunda, destacando el papel de la víctima. El cine recono-
ce el sufrimiento de los hijos de una tierra que grita desde lo más profundo de
sus “entrañas”. Como ejemplos notables se destacan los recientes filmes Porfirio
(Alejandro Landes, 2011) y La Sirga (William Vega, 2012). Ambas películas, a
través de sus planos, interpelan dando cuenta del registro de la violencia en los
rostros y miradas de sus protagonistas.
Porfirio relata una historia real. La película muestra los momentos vividos
por una víctima del conflicto (Porfirio Ramírez Aldana) antes de tomar una

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Martín Agudelo Ramírez

decisión generada desde su desesperanza. El personaje decide secuestrar un


avión. Su propósito era reclamar por la falta de atención oportuna en su caso.
Antes había demandado al Estado por la discapacidad originada a raíz de un
acto violento en el que al parecer estaban comprometidos agentes estatales. El
filme de Landes, rodado en Florencia (Caquetá), no se centra en ese último acto
de justicia por mano propia ejecutado por Porfirio. Su propósito fundamental,
a través de numerosos primeros planos, es mostrar a un “ser común” en su
vida cotidiana, atrapado por los límites de su cuerpo, y sin que se tengan que
realizar juicios de reproche, que son los que posteriormente harán la institucio-
nalidad.
La película dirigida por Landes, ante el público, expone el dolor de una
víctima del conflicto. Lo hace mediante un enfoque bastante intimista. El filme
sabe retratar los detalles propios de las distintas facetas de un ser humano que,
aunque marcado por la desesperanza, se resiste a renunciar a sus sueños. Por-
firio lucha por vivir y desafía las condiciones hostiles en las que se encuentra,
debido a la invalidez que le causó un acto de violencia. La película de Landes
es una lección que sabe situar a la víctima, pudiéndose apreciar en unos planos
estáticos inolvidables. Se avizora un auténtico espejo en el que podrá reflejarse
el rostro de un ser bastante atribulado.
La Sirga presenta la historia de Alicia (Joghis Seudin Arias), una campesina
víctima del conflicto. Su familia ha sido masacrada. Alicia huye luego de pre-
senciar la muerte de sus padres y el incendio de su casa causados por actores
violentos; pretende encontrar en un hostal en ruinas, “La Sirga”, un espacio
para reconstruir su vida. En ese sitio, ubicado en los alrededores de la laguna
de La Cocha, de propiedad de su tío Óscar, la adolescente busca erradicar el
dolor que la ha perseguido. Sin embargo, la sombra de la violencia seguirá sien-
do compañera inseparable de la joven. La película no “muestra” directamente.
Hay un paisaje que permite comprender lo que le está sucediendo a Alicia, sin
que se tenga que explicitar una narrativa de diálogos. Esto, precisamente, es
uno de los recursos más significativos de la notable película.
En La Sirga la metáfora se enseña a través de un rostro y de sus silencios. La
profunda soledad de la protagonista se hace palmaria. La película de Vega, a tra-
vés de las miradas y los mutismos de los personajes, da cuenta de una fotografía
que abre paso a una alegoría sobre el efecto propio de la amnesia causada por la
violencia. No se hace imperioso demostrar el dolor en las voces humanas; no se
requiere enunciar un sinnúmero de palabras para entender el miedo que invade
íntegramente a Alicia. Más valen las imágenes, y Vega logra enseñarlo.
Los directores colombianos, de manera recurrente, tratan a la víctima como
un ser condenado por la desmemoria y sin posibilidad de ser escuchado por
“una dirigencia que abdicó de la historia, que no siente el llamado de la tierra,

481
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

la grandeza de una tradición, la necesidad de símbolos compartidos” (Ospina,


2013, p. 230). Ciro Guerra, en este sentido, ofrece una mirada bastante peculiar
de la víctima en la alegórica La sombra del caminante (2004), una película que
“[…] traslada el sentido y las implicaciones del conflicto colombiano a los des-
heredados de la fortuna que deambulan con gesto atribulado por las calles de
Bogotá” (Osorio, 2010, p. 39).
La sombra del caminante, filmada en video digital, es una historia en la que
no se recurre, como lo comenta el director a “balas, rifles, ejércitos en combate,
muertos”. Un guion inteligente es suficiente, en compañía de una banda sonora
bella, ambientada por un piano, para que el espectador reconozca un propósito:
mostrar la crudeza de un conflicto que ha provocado profundas honduras.
Las vidas de dos hombres solitarios, víctima y victimario, se cruzan en la
película. El primero es Mañe (César Badillo), un hombre discapacitado, habi-
tante de un inquilinato en Bogotá. En el cuerpo de Mañe se registra una secuela
irreversible; ha perdido una pierna. Aunque ha sobrevivido, el hombre lisiado
se siente como una persona “muerta”. El otro personaje, sin nombre, es un sille-
tero de la calle (Ignacio Prieto), un ser atormentado por un mundo de tonalidad
manifiestamente gris; es un hombre solitario y testigo de la violencia, interlo-
cutor constante de Mañe durante el desarrollo del filme. Ambos son seres que
buscan superar su aislamiento profundo en medio de constantes encuentros y
desencuentros. Las voces de la tragedia se desatan, máxime cuando sus des-
venturas provienen del fuego cruzado de grupos disímiles al margen de la ley.
En realidad, Mañe dialoga con un hombre a quien no se le ha ofrecido nin-
gún tipo de alternativa para reconstruir su vida. Las palabras, bastante aciagas,
del personaje interpretado por Badillo, revelan una manifiesta marginalidad.
Esto lo confirma magníficamente la escena en el cementerio, cuando Mañe hace
una confesión sobre lo que piensa acerca de la crudeza de una violencia absur-
da que ha generado demasiado dolor y que ha convertido a los sobrevivientes
en unas sombras.

Yo sí que conozco la muerte. Lo que necesita uno en este país para enriquecerse
es montar un cementerio privado, hermano. Sobran los clientes como mi papá
y mi mamá […] los descuartizaron, los colgaron después allá frente a la casa.

[…] Dijeron primero que eran guerrilleros, después que no, que paracos, des-
pués que narcos, después que… que el ejército. Pero al fin de cuentas lo que
uno sabe es que están muertos, hermano, como yo. (Guerra, 2014)

En un país marcado durante tantos años por la desdicha, y en donde los vivos se
sienten “más muertos” que los propios “muertos”, como lo señala el silletero de
la película de Ciro Guerra, las víctimas tienen sus propias maneras de afrontar
su padecimiento. Pero la mirada de Mañe se cruza con la comprensión que tiene

482
Martín Agudelo Ramírez

ese otro singular personaje protagónico, un hombre con un pasado igualmente


trágico. El silletero, habiendo pertenecido a un grupo armado al margen de la
ley, deja la hipocresía; habla sin tapujos, explica la comprensión que tiene sobre
la violencia en el país y exterioriza en qué medida lo ha afectado. Su testimonio
de víctima directa no puede disociarse del hecho de haber infligido igualmente
sufrimiento; la culpa le acecha.
El silletero se ha convertido en un espectro. No encuentra en la urbe un
espacio que le acoja y redima. Su dolor le permite tener una experiencia que
determina una mirada peculiar sobre la manera de diferenciar el muerto y quien
sigue viviendo, como lo manifiesta en la escena del cementerio. “Los muertos
cagados de la risa allá en el infierno y los vivos que se quedan esperando a
ver qué les toca”. El reconocimiento de la muerte, por parte de ese singular
personaje, habrá de ser un referente básico para generar conciencia de las
condiciones con las que se vive actualmente: “ser muerto colombiano es un
orgullo que cuesta”.
La voz de quien lleva su silla a cuestas, en la película de Guerra, será la voz
de ese “otro” indispensable para que el lisiado pueda escucharse. Será, asimis-
mo, un puente para la interlocución, indispensable para que haya conciencia y
se pueda rememorar. Y si bien hay un profundo resentimiento, posteriormente,
en el filme se muestra que la muerte es un momento especial para que el perdón
pueda alojarse.
¡Qué paradoja! ¿Por qué envidiar la muerte, como trágicamente se describe
en La sombra del caminante, pese a que tenemos un país desbordado en recursos,
suficientes para que sus habitantes puedan vivir bien? La víctima del conflicto,
desde la presentación que hace Guerra, no tiene esperanza. Solo a través del
diálogo entre los personajes protagónicos de la historia se va construyendo un
encuentro de experiencias, siendo el dolor una constante en su desarrollo. Por
esto uno de ellos expresa: “Solo queda el recuerdo y nosotros”. La nada invade
a la víctima. Esta se siente sola; y lo que más preocupa, en principio, es que
no se otean soluciones decisivas para encarar el problema. Muchas interpre-
taciones caben a la hora de evaluar el final del filme de Guerra, y es inevitable
preguntar por las posibilidades que se tienen de cambiar las vidas de unas
personas que, por culpa de la violencia, se han convertido en unos espectros
ignorados por el resto de la sociedad.

Desplazamientos forzados y violencia paramilitar


Los temas de desplazamientos forzados y matanzas campesinas a manos
de grupos paramilitares son ilustrados en la película Retratos en un mar de
mentiras (Carlos Gaviria, 2010). Este es un filme de ficción sobre una de las
manifestaciones más dramáticas del conflicto: los rostros de las víctimas

483
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

desplazadas por la violencia causada por los paramilitares. La película


neorrealista de Gaviria presenta el drama de una joven desalojada de su hogar.
Su familia fue masacrada cuando aún era niña. El desplazamiento marcará el
destino de Marina. El personaje interpretado por Paola Baldión representa al
desplazado que es lanzado hacia una ciudad inhóspita, poco acogedora, y que
nunca podrá sentir como suya.
Marina es un símbolo del dolor causado por la violencia proveniente de
un conflicto absurdo, que la ha dejado muda y amnésica. Hace parte de ese
gran grupo de desplazados del campo que engrosan los cinturones de miseria
de las ciudades. La joven es un ser a quien el terror le ha robado la identi-
dad. El rostro de la víctima se encuentra sumido en un padecimiento extremo.
Los desplazados podrían identificarse con los seres anónimos y perdidos en la
ciudad, presentados por Mario Mendoza, como seres de “mirada extraviada,
idos, famélicos, que no reconocen a nadie, que no hablan, que parecen no tener
memoria”, seres que “no tienen futuro, que no van hacia ninguna parte”, que
son rechazados en una ciudad ya que “reflejan horrores que no nos son desco-
nocidos”, y también con aquellos “seres fantasmales que arrastran su presencia
negra a lo largo de las avenidas o que dormitan debajo de los rascacielos, y que
ya no son como nosotros” (Mendoza, 2013, pp. 208-209).
No obstante, ese signo trágico presente en el rostro de una persona des-
plazada por la violencia, Retratos en un mar de mentiras muestra una variable
provocada por la resistencia de la víctima. La protagonista no se queda inerme.
Marina lucha contra el olvido forzado por los violentos. Trata de memorar,
recuperarse de su amnesia. Marina busca recuperar una identidad perdida por
causa del accionar paramilitar que la arrojó a un lugar en el que no podrá reco-
nocerse. Luego de la muerte del abuelo (Edgardo Román), Marina y su primo
Jairo (el fotógrafo ambulante, interpretado por Julián Román), emprenderán
en un pequeño carro, viejo y destartalado, un viaje de regreso hacia esa tierra
de donde fueron despojados de sus sueños. Ambos recorrerán unos extensos
caminos por el territorio colombiano. Hay un viaje desde el sur de Bogotá hasta
un pueblo del Caribe, que se realiza con el propósito de recuperar lo que los
violentos se robaron.
Marina y Jairo viajan por las carreteras de un país fastuoso: un lugar de
montañas imponentes, de formas geométricas únicas y con un verdor intenso
que confirma la riqueza de los suelos; un sitio paradisíaco de ríos cristalinos; un
jardín con flora y fauna variadas. El personaje interpretado por Román expresa
muy bien ese sentimiento de reconocimiento de la magia del país en el que ha-
bita. Jairo, en medio de su contemplación de una hermosa catarata, manifiesta
con contundencia: “Este país es una berraquera. Por más que intentemos cagár-
noslo, no podemos. Que vividero tan bueno”. (Gaviria, 2010). Jairo no pierde
su sensatez. Tiene la inteligencia suficiente para acudir al sarcasmo. Su incon-

484
Martín Agudelo Ramírez

formidad radica en no sentirse representado por un Estado constantemente


ausente. Indica su insatisfacción frente a una institucionalidad manifestada a
través de unos símbolos y que no ha podido ser asimilada por los habitantes de
las periferias y zonas rurales. Jairo, con ironía, expresa que no entiende por qué
una canción Para-parranda de Leonardo Gómez Jattin no sustituye al “Gloria
inmarcesible” del himno nacional colombiano.
Los paisajes que presenta el filme de Carlos Gaviria son hermosos. La posi-
bilidad de contemplarlos, siguiendo la música colombiana con interpretaciones
como las del grupo María Mulata, reconfortan durante todo el viaje de carretera
emprendido por los protagonistas. Pero el sentimiento opuesto resulta inevita-
ble cuando se muestran las enormes desigualdades existentes a lo largo del re-
corrido. Junto con el asombro causado por la contemplación de tanta maravilla
aparece el estremecimiento que se produce cuando se observa el dolor reflejado
en los rostros de numerosos seres marginados. Cuando el viaje llega a su final
se impondrá lo trágico; nuevamente el actuar paramilitar sacrificará una vida
más: la de Jairo. En la película de Gaviria los protagonistas emprenden el regre-
so a unas tierras en las que se ha impuesto la ausencia de memoria en sus ha-
bitantes. La ciudad (Bogotá) no es el espacio para la redención de esas víctimas
ya que no es su tierra prometida; pero tampoco habrá redención en el lugar de
donde las víctimas fueron desalojadas. Los esfuerzos de Marina y Jairo serán
infructuosos. Silencios, muerte y un mar en el que se sepulta a un desalojado
cerrarán esta historia de profundo sufrimiento.
Retratos en un mar de mentiras desnuda nuestra vergüenza. En una tierra tan
pródiga como Colombia ha faltado la capacidad suficiente para memorar; las
víctimas están solas en su proceso de alcanzar la “verdad”; su dolor aún sigue
marginado por la indolencia. Pero, no es fácil memorar cuando la trivialidad
y la superficialidad se hacen manifiestas. La sociedad colombiana se encuen-
tra manipulada por múltiples intereses, y por causa de ciertas instancias de
poder sigue sin reconocer la gravedad y las dimensiones del conflicto interno.
La actuación espléndida de Paola Baldión nos muestra lo difícil que resulta
superar la amnesia presente en la víctima desplazada. Cualquier posibilidad
de recordar y recuperar lo suyo la pondrá en un riesgo inminente. El viaje por
carretera, un viaje por la memoria concluirá en el mar, sin que se haya logrado
el propósito buscado.
“¿A dónde van?”, la cumbia colombiana interpretada por María Mulata in-
troduce una cuestión de real incertidumbre, sin que aparezcan soluciones claras:
“¿A dónde van las huellas que atrás quedaron? […] ¿A dónde van los sueños que
se olvidaron tras la partida? ¿A dónde van las pisadas perseguidas por el dolor?
¿A dónde van las almas que han arrastrado con tanta vida? ¿A dónde van las
lágrimas derramadas por el rencor? ¿A dónde van las sonrisas de los niños?”

485
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

Una película como Retratos en un mar de mentiras nos hace pensar en la


importancia de superar una banalización que ha terminado por excluir a
miles y miles de personas. El problema agrario presente en Colombia tiene
que asumirse con responsabilidad. Los grupos ilegales han imposibilitado
que los desarraigados de la tierra encuentren un lugar tranquilo en el que
puedan recuperarse. La problemática sobre el desplazamiento forzoso debe
ser evaluada con suma responsabilidad. Para la comprensión del fenómeno son
importantísimos los procesos educativos que se emprendan. Por esto, quienes
trabajan en el séptimo arte tienen una enorme responsabilidad en el tratamiento
de la violencia. Se trata de encarar sin evadir. Mostrar sinceramente es un reto.
Retratar lo que ha sido “un mar de mentiras” es una alternativa decente para
emprender un camino certero en nuestro “deber de memorar”.

Los “falsos positivos”


La política estatal de lucha contra la insurgencia, entre 2002 y 2008, no fue lo
suficientemente exitosa. Unos decretos provenientes del Ejecutivo de entonces
crearon incentivos y estímulos a favor de la fuerza pública. El deseo de algunos
de sus posibles beneficiarios por mostrar resultados, en cuanto al número de
“bajas” en operaciones militares, dio lugar a que se orquestara un plan maca-
bro. Resultado final: un sacrificio horrendo de numerosas víctimas inmoladas,
civiles no combatientes. Varios militares estuvieron comprometidos en las eje-
cuciones de jóvenes que fueron presentados como guerrilleros.
El cine colombiano ha sabido retratar ese episodio desolador del conflicto co-
lombiano. Se trata de un suceso sin parangón a nivel mundial, y el cine encuentra
en Silencio en el paraíso (Colbert García, 2011) un buen exponente. La película es
un testimonio de ficción sobre los “falsos positivos”, que relata la tragedia de
Ronald, personaje interpretado por Francisco Bolívar, un habitante del barrio El
Paraíso, sector bastante deprimido de Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá.
En la película de Colbert García se narra la historia de un joven de veinte años
que lucha honradamente para obtener unos ingresos que le permitan sobrevivir
y darle sustento a su familia. Las condiciones del barrio en el que habita y en el
que labora son bastante hostiles. Ronald consigue sus recursos por medio de un
megáfono y una original bicicleta (especie de triciclo), instrumentos para realizar
su trabajo en publicidad. El joven es un muchacho sencillo y bastante cálido, ena-
morado de una chica llamada Lady, a quien conquista con sus cartas.
El filme se torna decisivamente trágico cuando la bicicleta de Ronald es
hurtada por el no pago de extorsiones (“vacunas”) impuestas por jóvenes
del sector. Esto incita a que Ronald busque otro tipo de trabajo. Se encuentra
desesperado. En este momento, el “engaño” acabará con su sueño. El muchacho
terminará siendo víctima de un “negocio” de vacantes, en el que se requerían

486
Martín Agudelo Ramírez

jóvenes para realizar determinadas labores fuera de la ciudad. Ronald creyó


encontrar un trabajo que aligerara provisionalmente su difícil situación
económica, pero era una nueva víctima de un plan siniestro. La muerte le
esperaba. El muchacho protagonista de Silencio en el paraíso es ejecutado. Cae en
manos de unos militares que mataron a un sinnúmero de jóvenes presentados
como bajas en combate, a cambio de obtener recompensas. Un sueño es
destruido. Ha sido silenciado un paraíso configurado en los ideales de un chico
que no renunciaba a ser feliz, pese al entorno hostil en el que se encontraba.
El Paraíso no era un edén en la Tierra. No obstante, las condiciones misera-
bles del barrio, muchachos como Ronald hacen lo posible para que el paraíso
sea más real en la Tierra. Con gran dosis de humor, Ronald manifestaba que
El Paraíso era el “único lugar donde la gente quiere estar una encima de otra”.
Estar en el Edén, desde la óptica del ingenuo muchacho, era prioritariamente
un estado, más que estar rodeado de riqueza. El cariño de Lady era el paraíso
buscado por Ronald. El amor le permitía escapar del “paraíso al revés”. Esto,
precisamente, era lo que significaba el barrio para el chico. Hay una apuesta
por una dimensión nueva. Hay una búsqueda hacia un estado en el que Ro-
nald quería proyectarse, y en el que el joven creía que era posible encontrar su
redención. El contenido de la carta que Lady lee, cuando los dos enamorados
se encuentran sentados, dándose la espalda en lo alto de un promontorio, es
bastante revelador. El mensaje es claro: dejar ver el espíritu de un hombre aún
no contaminado por el “mal”. Ronald se revela como un ser que no merece la
privación del Edén, al menos del paraíso con el que el joven venía fantaseando.
Sin embargo, la pesadilla se impuso. No hay albergue para la felicidad. Las
dichas de jóvenes como Ronald son estados pasajeros, presentes en unos seres
destinados a ser olvidados definitivamente. El paraíso se esfumó: el sueño del
chico terminó siendo destruido por hacer parte del grupo de los marginados.
Ronald había “clasificado” finalmente; pudo pertenecer al grupo de “mano de
obra” no tan “cualificada” que era el que se buscaba en el negocio de “vacan-
tes”. De esta manera, el desenlace fatídico se va anticipando con las palabras
que, antes de su partida, manifiesta el personaje central de la historia. No hay
espacio para los proyectos, no es posible expresarlos.
El vaticinio lóbrego que Ronald albergaba, plasmado en la carta final que le
entrega a Lady, y que esta lee cuando el joven sale de la ciudad, se cumplió. Los
oscuros presagios y la espera de destino desconocido se impondrán. Aunque
Ronald quiera regresar y estar entre los brazos de su amada no lo podrá hacer.
El muchacho no tendrá derecho a la felicidad. Haber pertenecido a un lugar
perdido y sin redención, sin presencia estatal, ha sido su gran tragedia. Los sue-
ños de Ronald no podrán ser realizados. El averno finalmente tomó un paraíso
vinculado con un proyecto personal. Acciones imputables a agentes estatales
son responsables de esta desdicha. La decadencia se impuso y el futuro se cerró

487
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

para un joven que, a partir de la película, carga con la misma maldición que
se cierne sobre el barrio en el que vivía. El final del filme es dramático. Ronald
muere. El paraíso anhelado en la Tierra ha sido sacrificado por la paranoia pro-
veniente de unas huestes de la muerte, sin que podamos justificar jamás lo que
pasó. La imagen de la mano del joven asesinado, cuando la abre y deja ver su
pequeña bicicleta con la bandera tricolor colombiana, es espeluznante.

Los niños
Los colores de la montaña (Carlos Arbeláez, 2010) es un texto fílmico excepcional
en cuanto a sus imágenes. Su fotografía tiene la fuerza suficiente para saber
retratar lo que es el miedo. La película muestra, de manera dramática, el cerco
que se cierne sobre unos rostros inocentes. Manuel, Julián y Poca Luz, unos
niños que viven en las montañas de Antioquia, son los protagonistas de esta
historia de desventuras. Los chicos aún no han sido desplazados por el accio-
nar violento de los grupos armados, pero la región ya ha sido acorralada por la
peste endémica de la violencia.
Cuando se hace una aproximación al conflicto armado desde el cine se en-
cuentra en la apuesta de Arbeláez un testimonio invaluable. Los niños de La Pra-
dera no entienden bien lo que está sucediendo en la zona. Día a día se reduce el
número de compañeros que asisten a la escuela, los adultos viven en zozobra
constante, los esfuerzos de la maestra por imponer colores de esperanza se es-
fuman; en últimas, hay un aire que enrarece el espacio en el que han habitado.
Entretanto, Manuel, Julián y Poca Luz juegan. Mantienen sus lazos de amistad a
través de sus experiencias lúdicas, y el balón será un motivo más para fortalecer
sus vínculos. Pero la pelota se pierde en un campo minado; los niños la quieren
recuperar y el alto nivel de tensión es inevitable para todos los espectadores que
se encuentran en sus butacas por primera vez visionando este espejo sobre el ho-
rror. Este es el registro sobre el conflicto interno que Arbeláez entrega, ilustrando
muy bien en qué consiste esa atmósfera amenazante que proviene de una violen-
cia aterradora que impondrá el desplazamiento. No puede esperarse otro final.
Solo hay dos alternativas: salir de la región o morir en ella.
El desasosiego se apodera de niños que son víctimas del conflicto armado.
Los colores de la montaña describen un antes del desplazamiento. Pero también
encontramos el testimonio del séptimo arte sobre las tragedias presentes en los
niños que han salido de sus regiones, con sus sueños ya arrebatados. La guerri-
lla tiene una cuota de responsabilidad enorme. Son cuantiosos los casos de re-
clutamientos forzados de niños en las filas de los grupos insurgentes, así como
los de muertes y lesiones de menores de edad en los campos minados. Películas
como Pequeñas voces (Jairo Carrillo, 2011) y Alias María (José Luis Rugeles, 2015)
muestran los efectos del daño causado en ese grupo vulnerable.

488
Martín Agudelo Ramírez

Pequeñas voces es un filme animado que muestra las huellas del conflicto en
los menores desplazados. Es “una historia contada por los niños que viven la
guerra, dibujada por ellos […]” (Carrillo, 2011). Sus protagonistas son Marga-
rita, Pepito, John y Juanito. Todos explican sus trágicas experiencias y qué los
conduce a salir de una tierra en la que se sentían bien. Los niños terminan vi-
viendo en una ciudad que no les gusta y en la que se sienten bastante extraños.
Al niño se le prepara para matar. Se trata de una víctima obligada a consumar
actos de victimario; el niño es presionado a que se convierta en un instrumento
de terror. He aquí una de las manifestaciones más degradadas del conflicto
interno en Colombia. En la película de Jairo Carrillo uno de los niños expre-
sa que “cualquier hombre armado inspira terror”. Las tinieblas desplazan las
ilusiones y lo único que queda es la desesperanza. En Pequeñas voces los niños
enseñan sobre la necesidad de terminar con una larga pesadilla. Son las voces
de los niños las que interpelan, para igualmente decir “no más”. Ellos quieren
soñar, jugar y retornar a los sitios de donde fueron desalojados; escucharlos es
un paso obligado para que se abra camino a la reconciliación.
El reclutamiento infantil es igualmente abordado en Alias María. La película,
rodada en la zona del Magdalena Medio, describe la tragedia de una niña de
trece años que es reclutada en la guerrilla, involucrándose como una víctima
más del conflicto armado. María se encuentra en embarazo y pasa por un mo-
mento difícil en el que debe resolver si tiene al bebé. Mientras define su dilema
se le encomienda la tarea de llevar a un recién nacido hasta el sitio en el que se
encuentra un comandante guerrillero de la zona.
El cine sobre el reclutamiento de menores pone en evidencia una de las fa-
cetas más brutales del conflicto interno en Colombia. El séptimo arte enseña
sobre la injusticia de despojar a los niños de su inocencia, al cubrir su vida de la
crueldad. Hay un espejo que nos muestra cómo el ensueño infantil es suplido
definitivamente por el terror. El cine, de esta manera, visibiliza unos actos atro-
ces que, como lo confirman testimonios abundantes, no pueden considerarse
como casos de vinculaciones realizadas por voluntad propia.

Conclusión
El cine sobre el conflicto armado en Colombia ha mostrado el horror. Encontra-
mos un escenario que posibilita recordar y pensar. Los hedores de la violencia
son bastante desagradables, pero tenemos que aceptar nuestras responsabilida-
des. El conflicto no puede asumirse como si fuera algo extraño para cada uno
de nosotros. ¿En dónde hemos estado durante los distintos episodios de una
tragedia que enluta al pueblo? ¿Por qué hemos sido tan indiferentes? “Visitar”
el cine de los últimos quince años sobre el conflicto armado en Colombia es una
oportunidad valiosa para evaluar la degradación y la miseria causadas por las

489
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

distintas manifestaciones de la violencia, pero también es un momento para


abrirle paso a la memoria.
El cine nos ilustra sobre todos los actores del conflicto armado (guerrilla,
paramilitares y el Estado a través de varios agentes) y los crímenes cometidos
(desplazamiento interno, secuestros, genocidios, reclutamientos indebidos,
falsos positivos, etc.). Heridas profundas han sido mostradas en diferentes
filmes. Habrá de emprenderse un embate en contra de sentencias o decretos
que resultan imperdonables cuando se trata de memorar. También deberá
desconfiarse del sinsentido proveniente de cualquier historia confeccionada
por discursos de poder que pretenden hacer de la mentira una regla, para que
no se generen los cambios requeridos en una sociedad decente.
El cine es una oportunidad única para desnudar nuestra vergüenza. Sin em-
bargo, como sucede con todas las artes, no es tarea fácil representar algo que
ha provocado tanto dolor como el conflicto colombiano. Resulta titánico el es-
fuerzo que emprende el artista para registrar en su memoria los silencios que
produce el conflicto, los ruidos apocalípticos que en los múltiples combates se
generan por parte de los actores armados implicados, los olores de putrefacción
provenientes de la muerte que se esparce por todas partes.
No obstante, la pantalla se nos presenta como un espejo a través del cual re-
suena la miseria convertida en terror. Es inevitable que sentados en una butaca
nos sintamos angustiados por nuestra indolencia. Asimismo, es posible que el cine
aporte para que hagamos un esfuerzo por memorar sobre lo sucedido. Sin apostar
por una absurda victimización se requiere de una memoria colectiva que permita
que la sociedad civil se comprometa, para que la víctima se encuentre en ella.
A partir del cine es posible encontrar una herramienta efectiva de inserción
en el ámbito de la acción, que contribuya a nuestro propio reconocimiento. Una
vez la pantalla visibiliza se hace inevitable cuestionar por la insensibilidad que
ha carcomido a una sociedad que no ha reconocido una Colombia invisible pro-
fundamente desgarrada. En estas condiciones hay que decir “no más”. Actuar,
el paso siguiente, resulta ser mucho más complejo, en atención a los numero-
sos obstáculos provenientes de una dirigencia no comprometida y apoyada,
en buena parte, por una sociedad civil indiferente. El cine, el de ficción y el
documental, es una pieza invaluable para emprender ese camino alternativo
de diagnóstico y de búsqueda de soluciones. Es bueno que se haga cine sobre
el conflicto armado interno; los filmes son una herramienta invaluable de ense-
ñanza para el reconocimiento histórico.
Se aplaude el esfuerzo hecho por directores, productores, realizadores y ac-
tores involucrados en el séptimo arte. Todos ellos realizan un testimonio valio-
so para que nuestros muertos sean por fin reconocidos. El cine es un material
valioso para testificar sobre un conflicto endémico que ha degradado a los ac-

490
Martín Agudelo Ramírez

tores involucrados. También es una herramienta importante para concretar el


reconocimiento requerido para superar los hilos de un poder, decrépito y ana-
crónico, que no ha contribuido en la solución del conflicto.
El arte permite reconstruir memoria, y el cine como manifestación artísti-
ca lo hace. Se comprende lo afirmado por José Luis Rugeles, director de Alias
María: “El cine debe aportar a que se construya la memoria del conflicto”. Hay
toda una encrucijada en la que el séptimo arte sigue cobrando un protagonismo
notorio. El cine es el gran espejo de nuestra cobardía. A partir de él, es posible
establecer puentes, como el del mensaje contenido en Si esto es un hombre (¡Ecce
Homo!). Con seguridad, el trabajo emprendido de manera juiciosa por numero-
sos directores ha permitido identificar distintos personajes que representan a
esos seres degradados, referidos por Primo Levi.
¿Si esto es un hombre? ¿Qué sucedió con Porfirio, Alicia, Mañe, el silletero,
Marina, Jairo, Ronald, Manuel, Juanito, John, María, entre otros? Las voces de
todos estos personajes, y también sus “silencios”, continuarán retumbando
en nuestros oídos. Estas víctimas son seres despojados de su humanidad, por
cuenta de un conflicto absurdo que hizo de ellos unos espectros. Seguirán
deambulando entre nosotros para que no olvidemos. Aún no sabemos a dónde
van. “¿A dónde van?” “¿A dónde van las huellas que atrás quedaron?”, “¿A
dónde van las pisadas perseguidas por el dolor?”. Habrá que recordar, como lo
enseñó con gran maestría Levi, solo sobre esa base habrá perdón y reconcilia-
ción, lo que ya supone una inestimable apuesta ética.
Que la manifestación de un sobreviviente del holocausto siga interpelando
en un país con una aterradora tendencia a la sin memoria. No vaya a suceder
que por la inobservancia de la exhortación de Levi (2011), por no pensar en lo
que ha sucedido, se siga la maldición anticipada por el inolvidable escritor: que
nuestra casa se derrumbe, que la enfermedad nos imposibilite y que nuestros
descendientes nos vuelvan el rostro, por no memorar que el horror se hizo pre-
sente y que la indiferencia impidió reconocerlo. No otro destino trágico puede
esperarse en una sociedad en la que la víctima sobreviviente, convertida en una
sombra, se siente tan muerta como todos aquellos a quienes su vida ha sido
suprimida por el actuar de los violentos, como lo enseña una de las voces de La
sombra del caminante. Nos referimos a las palabras de un desarraigado que, al
compararse con los abatidos, expone: “al fin de cuentas lo que uno sabe es que
están muertos, hermano, como yo”.

Referencias
Carrillo, J., Andrade, O., Trompetero, H., Angarita, C., y Giraldo, J. (producto-
res) y Carrillo, J., y Andrade, O. (directores). (2011). Pequeñas voces [Cinta
cinematográfica]. Colombia: Cinecolor Films.

491
Reflexiones sobre el conflicto armado en Colombia a partir del cine

Levi, P, (1947 [2011]). Si esto es un hombre. Barcelona: El Aleph


Mendoza, M, (2013). La locura de nuestro tiempo. Bogotá: Planeta.
Osorio, O. (2010). Realidad y cine colombiano: 1990-2009. Medellín: Universidad
de Antioquia.
Ospina, W. (2013). Pa que se acabe la vaina. Bogotá: Planeta.

Filmografía
Rodrigo D no futuro (Dir. Víctor Gaviria, 1990)
La vendedora de Rosas (Dir. Víctor Gaviria, 1998)
Primera noche (Dir. Luis Alberto Restrepo, 2003)
La Sombra del Caminante (Dir. Ciro Guerra, 2004)
Heridas (Dir. Roberto Flores Prieto, 2006)
La pasión de Gabriel (Dir. Luis Alberto Restrepo, 2009)
Retrato de un mar de mentiras (Dir. Carlos Gaviria, 2010)
La sociedad del semáforo (Dir. Rubén Mendoza, 2010)
Impunity (Dir. Hollman Morris y Juan José Lozano, 2011)
Los colores de la montaña (Dir. Carlos Arbeláez, 2011)
Silencio en el paraíso (Dir. Colbert García, 2011)
Postales Colombianas (Dir. Ricardo Coral Dorado, 2011)
Pequeñas Voces (Dir. Jairo Carrillo, 2011)
Todos tus muertos (Dir. Carlos Moreno, 2011)
Porfirio (Dir. Alejandro Landes, 2011)
La Sirga (Dir. William Vega, 2012)
El Páramo (Dir. Jaime Osorio Márquez, 2012)
No hubo tiempo para la tristeza (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013)
Allá, Desplazados en la gran ciudad (Dir. César Romero y Natalia Zapata, 2013)
Ruta natural (Dir. Andrés Huertas, 2014)
Conversación con Dios; un Regalo a Bojayá (Dir. María Cecilia Aponte, 2015)
Carta a una Sombra (Dir. Daniela Abad y Miguel Salazar, 2015)
Alias María (Dir. José Luis Rugeles, 2015)

492
¿Cómo nos estamos comunicando?
El reflejo de las interacciones
sociales en el humor memético
colombiano*
Irene del Mar Gónima Olaya**

Introducción
En un principio...
El presente capítulo surge de un deseo por explorar el humor político como
escenario de disputa de discursos, y prácticas socioculturales, que se tejen como
universos de “historia” e “identidad”. Sentado sobre bases metodológicas de la
memoria histórica, el trabajo se vale de conceptualizar la memoria como un es-
pacio para la construcción e interpretación narrativa de las interacciones sociales,
es decir, de las cotidianidades; a partir de esto se comprende que la creación de
historias es un cúmulo de procesos en los cuales se desarrollan, reproducen, de-
safían o controvierten estructuras de organización social, las cuales coordinan y
mantienen modelos de relación (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013).

* El presente capítulo es la síntesis del trabajo: “Había una vez un tonto tan torpe… Estrategias
de la narrativa cómico-humorística en la construcción de imagen de Álvaro Uribe Vélez duran-
te el cierre de los Acuerdos de Paz, dentro del diálogo ‘memético’”. Presentado para optar por
el título de Magíster en Estudios del Discurso: comunicación, sociedad y aprendizaje.
** Antropóloga egresada de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia), Magíster en Es-
tudios del Discurso: comunicación, sociedad y aprendizaje de la Universitat Pompeu Fabra
(Barcelona, España).

493
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Desde allí, la propuesta de investigación se centra en estudiar si —y bajo qué


mecanismos— el humor se presta para la articulación de ‘memorias’, ‘historias’
e ‘identidades’ alternativas a las concebidas por los discursos estatales-nacio-
nalistas, lo que genera o reinventa los tradicionales discursos de la “Historia”.
Enfocado en el fenómeno de los “memes”, este estudio hizo una revisión de al-
gunos fragmentos de la construcción discursiva, es decir, algunas de las narra-
ciones sobre el proceso de paz colombiano; decantándose hacia una reflexión
minuciosa de la imagen de Álvaro Uribe Vélez reflejada en la producción hu-
morística de la etapa de cierre de los Diálogos de Paz (2016-2).
Ahora bien, antes de seguir, cabe anotar que la investigación en sí misma es
algo más que el documentar una dinámica de lucha. Con ella, y de ella, nace
y toma forma un proceso de significación que desemboca en el establecimien-
to de una narrativa propia alrededor de los hechos consignados. Una historia
desde la que me paro yo, Irene del Mar, como persona habitante del contexto,
como investigadora incipiente, como sujeto del discurso y como agencia social
latente. En esta medida, el trabajo se moldea desde lo auto-etnográfico, proyec-
tándose bajo el concepto propuesto por Geertz (1973), de descripción densa.
El antropólogo parte de una concepción semiótica de la cultura, desde la
cual propone su estudio como la interpretación de la interpretación; es decir,
como una cadena de comprensión que enmarcándose en un universo semántico
específico —aquel que se desea estudiar— busca dar cuenta de los tipos de aso-
ciaciones y relaciones lógicas que sostienen y edifican el determinado sistema
cognitivo.
Este es el marco de lectura que propongo para el trabajo; que permite con-
siderar la investigación realizada como un proyecto que busca explorar, por
medio de la interpretación, las redes de significación que moldean los textos
seleccionados. Conjetura, a partir de allí, el tipo de relaciones semántico-prag-
máticas que dan paso a las interrelaciones e interacciones de quienes las viven.
De esta manera, el siguiente ensayo discurre en cuatro secciones. Dado que
el trabajo se fundamenta en una lectura del humor y su expresión en discursos
gráficos digitales (‘memes’) como elementos de acción y participación políti-
ca, en el primer apartado se encontrará una pequeña revisión alrededor del
concepto de ‘meme’, donde se contempla su construcción como herramienta
de agencia social, lo que enfatiza su potencial como vehículo de creación de
historias e identidades.
Ello da paso a desentrañar la configuración del humor como narración des-
de el marco de la semiótica, siendo el siguiente apéndice una breve explicación
del escenario conceptual desde el que se generó la metodología del estudio. En
él se encuentra un repaso sobre la maquinaria humorística y la forma como esta
se teje dentro de las interacciones.

494
Irene del Mar Gónima Olaya

Tras abordar estos dos temas se discurre en la interpretación de las diferen-


tes expresiones gráficas recolectadas, aborda con ellas las narraciones que son
planteadas desde algunas de las diferentes características a partir de las cuales
se configuran la(s) historia(s) contada(s). Hay, entonces, una revisión de tres
elementos básicos encontrados dentro de las representaciones humorísticas, los
cuales nos hablan de cómo se construyen las narrativas concebidas: la “lógica
uribista”, la campaña opositora en “acción” y la metáfora como imagen pública
colectiva. El primero se concentra en el tejido desde el cual se da sentido a la
acción liderada por el político colombiano; el segundo sigue el retrato, y con
ello la comprensión, que se da de la campaña opositora; y el tercero da cuenta
de la imagen pública que se crea y sostiene, del senador Uribe Vélez dentro de
un fragmento de los imaginarios socioculturales compartidos por la población
colombiana.
Finalmente, tras una breve discusión de los resultados se da paso a algunas
de las reflexiones que han quedado durante el proceso de la investigación, con
el ánimo de compartir lo que ha significado la elaboración del estudio, en aras
de que sean un punto de dialogo para futuras ocasiones.

¡De todos los mundos posibles!, el guion-dígase de:


marco teórico
Los “memes”: ‘Meme’ me, me, me… dices, te digo, nos decimos,
nos dicen. ¿El decir? El diálogo
La aparición del concepto de ‘meme’ se remonta a la segunda mitad del si-
glo XX, en manos de Dawkins, quien en 1976 acuña el término para referirse
a “small cultural units of transmission, analogous to genes, that spread from
person to person by copying or imitation.” (Shifman, 2014, p. 8). O, en otras
palabras, una ‘idea’ que busca una ‘replicación’ masiva para su ‘supervivencia’
(Adegoju y Oyebode, 2015).
Esta primera conceptualización de lo que se entiende por ‘meme’ resulta un
poco problemática. Si bien es un primer paso hacia la definición de una unidad
cognitiva sociocultural se introduce en el concepto un automatismo que oculta
el proceso semántico y pragmático que supone la existencia de una entidad
de significado comunal —es decir cultural— que desliga el fenómeno de su
dimensión como acción social; el mismo paralelo que establece el autor con la
genética para exponer su concepto apunta a un mecanismo autosuficiente que,
a manera evolutiva, conduce una propagación autónoma.
El cuestionamiento entra en tanto; por un lado se entiende el ‘meme’ como
unidad cognitiva, lo que deja el concepto atravesado por una agencia (o exis-
tencia) social; y por otro, en cuanto se lo lee como algo comunal o compartido,

495
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

ligándolo, inexorablemente, con cadenas de interacción. Así pues, como enti-


dades y procesos de significación colectiva, los “memes”, lejos de ser unidades
epistémicas herméticas y automatizadas, están vinculados con prácticas con-
cretas de comunicación, que se articulan por medio de acciones y cadenas de
interlocución, las cuales, a su vez, posibilitan su creación y propagación.
Ahora bien, con la popularización del internet como medio de interacción
social, el término ‘meme’ se ha adoptado para describir una serie de expresio-
nes digitales que, como conjunto, representan en el diálogo una posibilidad
de concreción, producción y propagación del ‘pensamiento cultural’. Shifman
(2014) describe los memes digitales como artefactos que:

reflect deep social and cultural structures. In many senses, Internet memes can
be treated as (post)modern folklore, in which shared norms and values are
constructed through cultural artifacts such as Photoshopped images or urban
legends (…) I define an internet meme as: (a) a group of digital items sharing
common characteristics of content, form, and/or stance, which (b) were crea-
ted with awareness of each other, and (c) were circulated, imitated and/or
transformed via the Internet by many users. (pp. 15;41)

Retomando esta concepción de artefacto, Wiggins y Bowers conceptualizan el


‘meme’ como un género enfatizado en su carácter como evidencia de un siste-
ma comunicativo, el cual se coordina a partir de prácticas subjetivas que cons-
tantemente (re)producen y construyen su estructura; de esta manera, se resalta
la agencia social detrás del consumo y la producción de los memes (Wiggins y
Bowers, 2014).
Desde esta posición, la entidad memética deja de ser, entonces, un ente ais-
lado de información que se trasmite instintiva y masivamente dentro de un eco-
sistema social, para convertirse en una herramienta que permite la articulación
y producción de cadenas comunicativas dentro de la estructura de interacción,
en este caso digital. Y, como herramienta, el ‘meme’ es al mismo tiempo, pro-
ducto y evidencia de la acción social subjetiva que interviene (y crea) en el diá-
logo. En este sentido, la participación del sujeto dentro de la dialéctica digital
se revela como un acto de agencia social. No solamente porque su interacción
y consumo hacen parte de un diálogo generado, sino también porque al man-
tener la estructura (re)constituyéndola con sus prácticas de intercomunicación
rutinarias, tiene impacto sobre el moldeamiento estructural de los universos
semántico-cognitivos que componen estos diálogos. Es decir, sobre el discurso
que es replicado ‘meméticamente’.
El humor como elemento composicional de estas expresiones ha sido
reconocido, por la literatura dedicada a su estudio, como una parte clave
de estas: “internet memes are humorous par excellence” (Piata, 2016, p. 41).
Shifmann habla de la importancia de la existencia del humor dentro del discurso

496
Irene del Mar Gónima Olaya

‘memético’ para su (re)producción exitosa, y categoriza su presencia por medio


de tres cualidades: “playfulness, incongruity, and superiority.” (2014, pp. 79-81).
El autor retoma en su categorización dos de las teorías tradicionales para la
explicación del humor y agrega el componente del juego. Este último elemento
señala un nuevo puente para la activación de la agencia subjetiva dentro de la
cultura de participación digital. Se nos ubica, entonces, frente a expresiones
que, además de poseer las características tradicionales del humor como posi-
bilitador de acciones políticas, cargan el juego como la invitación a participar e
intervenir en un diálogo.
Estas circunstancias han favorecido que las expresiones gráficas de humor
político se inserten ávidamente en el diálogo ‘memético’. La expresión del hu-
mor político en diálogos digitales es un fenómeno que en los últimos años ha
ganado bastante acogida1, proliferando en este campo a partir de nuevas formas
que, entre otras, se nutren del internet y la comunicación mediática como po-
sibilidades de generar unidades que interconectan con diferentes dimensiones
y textos desde la apropiación, transformación, intertextualidad, ‘remix’, etc. Es
muy notable, también, que la generación de estos diálogos ‘meméticos’ de hu-
mor político, como muestra de la participación de los agentes sociales, es una
práctica que genera nuevas esferas de participación política, en las cuales se
activan dinámicas de creación ‘identitaria’. Creaciones que revelan, justamente,
la multiplicidad de constructos histórico-culturales que abarcan las personas en
sus cotidianidades.

El humor desde la narración


Entonces, para revisar la construcción humorística de las imágenes se hizo una
articulación del modelo teórico para el análisis semiótico de humor gráfico en
prensa desarrollado por Ruiz Collantes (1996). A partir de tres ideas, esceno-
grafía, ‘cara’ (imagen-acción), y acción, se hiló el humor político memético como
objeto de estudio.
Viene lo primero, la escenografía. En su investigación, Ruiz Collantes se
vale de una lectura pragmática del humor en prensa para conceptualizar la
producción de los diferentes tipos de textos informativos por medio de ‘los
contratos de veridicción’ (p. 576). A partir de esta estrategia, el autor entiende
los textos articulados dentro de interacciones socialmente pactadas que actúan
como plataformas para la configuración del contenido semántico comprendido
en ellos; de esta forma, un texto puede desplegar varias dimensiones semánticas,
las cuales, por medio de correlaciones, es decir, del juego comunicativo pactado
entre participantes, van a constituir cadenas de significación.

1 Recientemente este tema ha sido el objeto de varias investigaciones como las producidas por
Batrich (2014); Adegoju y Oyebode (2015); Huntington (2016); Piata (2016); Roos, Rivers (2017).

497
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Figura 1.

a.

b. c.

Con esto en mente, Ruiz Collantes explora, dentro de la mecánica del humor,
dos tipos de sistematización de la información, en los cuales se movilizan di-
ferentes estados de valoración. El autor entiende que el planteamiento de co-
micidad o humorismo dentro de un texto, pueden presentarse como dado en
un nivel en el cual, aun cuan manufacturado, se entiende como propio de la
situación acontecida; o, como postura explicitada abiertamente por el enuncia-
dor. Entonces, por ejemplo, una imagen como la de la figura 1 puede ser pre-
sentada, dentro de un texto o como texto mismo, como risible, sin una intención
jocosa o sin su dilucidación; por otra parte, puede convertirse en un vehículo
para configurar la comicidad dentro de un texto explícitamente intencionado
a la burla, lo que permite la articulación simultánea de otros mensajes. En tal
caso la representación es tomada como broma en un nivel literal, que funciona
como marco de valoración para (toda) la información presentada; así, el autor
del comentario humorístico no necesariamente asume la responsabilidad de las
implicaturas que genera.
A partir de esto, y volviendo sobre el concepto del ‘meme’ como género,
es decir, como herramienta de agencia que posibilita la (re)creación constante
de una estructura comunicativa, en el presente trabajo se parte de entender
que los “memes”, como discurso dialéctico, constituyen un escenario, es decir,
una estructura en la cual el registro cómico-humorístico está pactado entre los

498
Irene del Mar Gónima Olaya

participantes desde el explicitar del mismo. En otras palabras, en este caso los
“memes” actúan como una escenografía pragmática que, más allá de las dife-
rentes configuraciones semánticas que lleven las expresiones dadas, enmarcan
la información en un universo dentro del cual ‘el sentido del humor’ se declara
abiertamente como estrategia retórica que guía el diálogo.
Frente a la noción de acción, la definición, dentro de la propuesta de Ruiz
(1986), toma forma desde un modelo que sintetiza diferentes elementos de la
teoría de la acción con otros de la teoría de la narración; de esta manera, las accio-
nes se entienden como procesos de transformación de estados que se configuran
narrativamente, teniendo como base una intencionalidad marcada por el sujeto.
A partir de ello se genera un canon de acción dibujado de la siguiente manera:

Un sujeto tiene un deseo o una obligación, un querer o un deber, consecuencia


de una causa motivacional de la que se puede dar cuenta y que de alguna for-
ma justifica el deseo o la obligación que tiene. A partir de este deseo u obliga-
ción, el sujeto puede decidir un objetivo, en este caso el deseo o la obligación
se convierten en un motivo de la decisión sobre el objetivo, el objetivo, en este
sentido, corresponde a la intención de conseguir aquello determinado por el
querer o el deber. A partir de la decisión sobre el objetivo, el sujeto decide
también aquellos medios adecuados para la consecución de dicho objetivo,
ello supone que el sujeto cree que tales medios le llevarán al logro del objetivo,
dado que los medios son adecuados y él es competente —sabe y puede— para
su puesta en práctica; por otra parte, cree que tomando en cuenta la relación
entre objetivos y medios, dicha operación le resulta rentable. La ejecución in-
tencionada de las acciones proyectadas sobre medios y según el plan previsto
resultará un éxito y el sujeto logra el objetivo que se convierte así en el resul-
tado de la acción. La acción y su resultado, a la vez, pueden producir conse-
cuencias previstas o no previstas. (p. 314)

En otras palabras, el esquema da cuenta de un fenómeno intencionalmente ge-


nerado por parte de un sujeto en búsqueda de la consecución de un logro; para
causar el fenómeno el sujeto piensa y proyecta el movimiento de acuerdo con
sus posibilidades recursivas y en concordancia con la consecución que es espe-
rada. Fundamentado en este esquema canónico de acción, el autor propone el
establecimiento de un prototipo de sujetos denominados los ‘sujetos risibles’;
este concepto demarca existencias que, tras trasgredir bajo determinadas cir-
cunstancias la lógica de la acción, se convierten en objeto de risa en cuanto
su racionalidad se ve ridiculizada. La comprensión de esto requiere que nos
paremos sobre una perspectiva desde la cual se entiende el modelo de acción
como un constructo social, el cual conjetura para los individuos una secuencia
lógica específica de la acción narrada; es decir, un conjunto de expectativas y
una serie de acuerdos sobre el actuar. Siendo esto así, la ruptura de alguno de
los pasos lógicos de la acción puede causar la constitución de los denominados
‘sujetos risibles’. Como referencia en el proyecto acá ilustrado se exploraron
dos categorías de aquellos: el sujeto tonto, y el sujeto torpe.
499
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

La categoría de sujeto tonto se instaura sobre el individuo que cognitiva-


mente comete errores a la hora de configurar el curso lógico que conlleva una
acción, a pesar de tener la capacidad para hacer un raciocinio que lo conduzca
por el curso de las expectativas. Es decir, a la hora de proyectar una acción —dí-
gase, en lo coloquial, de plantear un camino—cae en errores que lo convierten
en un tonto frente a otros sujetos, quienes sí logran plantear una cadena lógica
de acción ‘adecuada’ con la misma capacidad de raciocinio. En otras palabras:
“el tonto, (…), [es] aquel sujeto que decide de forma inadecuada y mediante ra-
zonamientos incorrectos una relación medios-objetivos” (p. 337). Por otro lado,
el torpe se define en relación con la ejecución de la cadena de acción. Si bien este
sujeto tiene la capacidad de plantearse correctamente el curso que ha de llevar,
haciéndolo coherentemente, a la hora de ponerlo en práctica recae en fallas de
ejecución que le llevan a la realización no exitosa de la acción. Frente a los ‘há-
biles’, aquellos que ejecutan la acción de acuerdo con el planteamiento lógico,
el torpe se convierte en objeto de burla.
Entonces, en resumen, los sujetos risibles que determinan el objeto cómico-
humorístico de los textos, surgen como la presentación de errores en un esquema
de acción socialmente preestablecido. Errores que resultan en inconsistencias ló-
gicas para aquellos demás individuos cuyo actuar se encuentra predeterminado
bajo el modelo compartido, lo que genera un objeto de gracia y burla al ponerse
dentro de un espacio en el que se dan evaluaciones desde la comparación.
Finalmente, como tercer concepto tenemos la imagen-acción. Esta idea se
apoya en la conceptualización que hace Goffman (1973) acerca de la ‘cara’. Par-
tiendo de la ‘cara’ como un posicionamiento ‘indentitario’; por medio del cual
los individuos se localizan dentro de un escenario social, Goffman sostiene que
los actores sociales establecen una serie de pautas (acciones) a través de las
cuales generan una coherencia narrativa cuyo objetivo es re-crear y sostener las
identidades en que se ubican. Tomando esto como base, Ruiz (1986) inscribe
este actuar dentro de la ejecución del modelo canónico de acción para proponer
que cuando un sujeto no tiene la capacidad de construir una imagen social co-
hesionada y coherente es convertido en un sujeto risible, y fin de burla:

[...] si [el sujeto] reclama para sí una determinada cara y posteriormente sus ac-
tos contradicen la imagen que ofreció de sí mismo, dicho sujeto sí puede pasar a
constituir un sujeto risible para los demás, y ello no porque no posea determina-
das virtudes o sea acreedor de determinados defectos, sino porque ha demostra-
do ser un sujeto tonto-torpe que no es capaz de adecuar sus acciones a los fines
presupuestos por su reclamación explícita de una cara determinada. (p. 551)

El ‘trabajo de cara’, acá entendido como imagen-acción, es algo fundamental


dentro de la arena pública. La creación de imagen y su publicidad es algo
que, hoy en día, se instaura en el ámbito de la política como parte del accionar
gubernamental, quedando en disputa para ser juzgado por la comunidad. Es

500
Irene del Mar Gónima Olaya

a partir de estos tres conceptos (escenografía, acción, e imagen-acción) que la


investigación desarrolla una observación sobre los mecanismos usados para
la construcción del humor en el discurso ‘memético’, y a través de ello busca
la configuración de las narrativas contadas, para desentrañar con ellas la(s)
historia(s) expuestas y la(s) identidad(es) reclamadas.

Luces, cámara, metodología…


Inicialmente, la recolección de corpus partió de la siguiente delimitación
temporal:
• El periodo comprendido por los diálogos de paz entre el Gobierno y las
FARC; de 2012 a 2016.
• La focalización en cinco eventos claves dentro del transcurso de este tiempo:
–– El inicio de los diálogos.
–– Las elecciones presidenciales de 2014.
–– El lanzamiento de la campaña de oposición frente a la firma, y la re-
frendación, de los acuerdos de paz.
–– El triunfo del "No" en el plebiscito convocado por el Gobierno Nacio-
nal, para la refrendación de los acuerdos de paz firmados con las FARC.
–– La subsecuente firma y refrendación de nuevos acuerdos por medio
del Congreso Nacional.

Dado que la recolección de las imágenes excedía por completo las dimensiones
del trabajo, se hizo una reevaluación para concentrar la mirada exclusivamente
en el último año de negociaciones, es decir 2016. Con ello en mente, se desa-
rrolló la búsqueda de imágenes en Facebook, herramienta elegida como medio
de exploración, debido a su carácter de red de interacción digital masiva. Lo
anterior sucedió en las siguientes etapas:

Primero
Dentro de la plataforma se realizó una revisión sistemática de las páginas y
grupos que se dedican, específicamente, a la movilización de expresiones coti-
dianas de humor político colombiano, de modo tal que la obtención del corpus
se centrara en ellas. Se tomó como base la representatividad de cada página,
la fluidez del movimiento interactivo y su alcance poblacional y se procedió
a hacer una selección de grupos en los que se pudiera recoger la información.
Tras el proceso de descarte quedan en foco tres páginas de humor político
gráfico colombiano: “Álvaro Uribe Vélez NO es el gran colombiano”, “Memes
Política Colombiana” y “La naranja castro chavista”.

501
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Segundo
Por medio de las tres páginas nombradas, y tomando en cuenta la periodiza-
ción establecida, se da una recolección general que permitió generar una trama
de 335 imágenes. Partiendo de allí se siguió acotando el corpus para enfocar
las imágenes presentadas por una sola página: “La naranja castro chavista”. La
decantación se dio gracias a que los contenidos de las expresiones recogidas en
ella tienen un trato más continuo, en comparación con las otras dos páginas,
de los sucesos acontecidos durante la campaña de oposición, realizada por el
partido del senador Álvaro Uribe Vélez, Centro Democrático.

Tercero
El total de imágenes rondaba una cifra aproximada a 127, así que el trabajo se
fue cerniendo, entonces, a interpretar, la producción gráfica de cinco meses,
desde julio a noviembre. Para tal propósito, en el análisis final se seleccionaron
cinco “memes” de cada mes, elegidos representativamente por la constancia de
temas y elementos reiterativos en cada caso.

…y ¡Acción!...
A lo largo de este apartado expondré tres de los elementos básicos hallados en
las construcciones discursivas del humor político digital colombiano durante
el segundo semestre de 2016. Para la ilustración que se busca me valdré de la
exposición de algunas de las imágenes estudiadas, con el ánimo de entender la
trama que da paso a la(s) interpretación(es) que presentan los textos; es decir,
de leer y comprender la forma en que se narran la(s) historia(s).

La macro-narrativa: canon ‘PAZ’


Antes de mirar las imágenes que van a ayudar a construir el paisaje general,
voy a introducir un rasgo amplio que llevan estas expresiones en su configu-
ración, para delimitar con él los bordes de la ilustración que se busca llevar a
cabo. La edificación del humor dentro de las expresiones estudiadas está, en su
mayoría, dada como un comentario frente al mal “manejo de cara” del político
colombiano. Es decir, el objeto último de burla de los ‘memes’ gira alrededor de
la imagen pública del representante. Ahora bien, en este acápite se verá cómo
justamente es el proceso de ridiculización de su imagen el que señala la historia
que se teje alrededor de los hechos consignados (es decir, el cierre del proceso).
Empecemos, entonces, a explorar el proceso de burla. La primera cosa para
exponer es cómo el proceso cómico-humorístico de las expresiones recolectadas
tiene por base un mecanismo que busca enmarcar a Uribe Vélez como “tonto”,
por medio de la figuración de su acción, para generar una línea narrativa que
desea evidenciarlo como un ser “torpe” (actor al margen de la ley), al realzar su
incapacidad de mantener una imagen pública coherente.

502
Irene del Mar Gónima Olaya

¿A qué me refiero con esto? Vamos por pasos. El primero es revisar cómo y
cuál es el tipo de acción que se construye del senador dentro de los “memes”.
Allí se encuentra radicada la primera de las características fundamentales
que buscamos escudriñar sobre el planteamiento humorístico que hacen las
imágenes: la conceptualización de la “lógica uribista”. El fenómeno es el si-
guiente: para configurar a Uribe como sujeto risible, las expresiones humorís-
ticas parten de un trabajo intertextual que remite a la lógica de su campaña de
oposición para proyectarla dentro de una cadena de valoración lógica disímil
—y en cierta medida inversa—, presentándole, con ello, como un tonto.
Es decir, lo que nos encontramos dentro de las imágenes es que el accionar del
expresidente (en el espacio temporal de la actualidad inmediata) es proyectado
dentro de un modelo canónico narrativo, al que llamaremos ‘paz’, en el que la
consecución de ‘la paz’ se halla como objetivo último. Ahora bien, ‘la paz’ dentro
de este esquema narrativo, es equiparada a, es decir cobra significado desde la re-
solución exitosa de los diálogos entre las FARC y el Gobierno Nacional; cuestión
que se define no solo por la firma de los acuerdos de paz, sino por su refrenda-
ción constitucional. De esta manera, la cadena lógico-narrativa que guía la con-
secución del objetivo (es decir, que establece el camino de la acción) implica los
anteriores pasos de validación. Así pues, la ruptura de cualquiera de estos pasos
representa en este esquema el fracaso de ‘la misión’. Todo esto acontece, mientras
que el senador y su partido persiguen una lógica de acción diferente, en la que
la consecución de ‘la paz’ conlleva otros sentidos al cobrar significado desde la
conceptualización de ‘paz sin impunidad’ (Uribe, 2016). Esta situación propicia
un camino de oposición a los acuerdos por cuanto ‘la paz’ se vería invalidada
dentro de su esquema de acción por los términos pactados.

Figura 2.

503
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

A esta proyección de la acción del senador, se suman otra serie de cánones,


socialmente acordados, que toman presencia en cuanto Uribe Vélez se localiza
desde su figura gubernamental como representante político senador miembro
del Congreso de la República, expresidente de la Nación. Tal identidad ubica
sus ejecuciones añadiéndole otra dimensión de presuposiciones y expectativas
(cánones de acción socialmente compartidos) que se conjugan tras el imagina-
rio social que compone la figura del ‘representante democrático’. De este modo,
la proyección de su obrar, dentro de la secuencia lógica discutida, se ve deli-
mitada por concepciones articuladas alrededor de su acepción como actor res-
ponsable de procurar y conllevar una voluntad de equilibrio y bienestar social
hacia la población civil.

Figura 3.

Así pues, las expresiones humorísticas estudiadas se valen de situar a Uribe


Vélez desde los estereotipos mencionados y su inserción como actor dentro
del esquema de acción ‘paz’ para manufacturar intertextualmente su presen-
cia como sujeto risible. Lo que estas expresiones gráficas realizan es evaluar el
desenvolvimiento de su actuar ‘real’ desde la comparación, enfrentándolo con
aquel compuesto esperado por el entrelazado de expectativas que componen
los cánones base instaurados en los imaginarios sociales. De esta forma, se hace
alusión a un sujeto tonto, que surge al presentarse como un personaje que, en
teoría, proyecta su acción buscando un ‘bienestar nacional’ —concepto conden-
sado en la idea de consecución de ‘la paz’— pero que hace todo lo opuesto y
confecciona una acción desde la cual invalida los acuerdos de paz, aun cuando
se entiende que dicho sujeto tiene la capacidad de raciocinio para realizar el
planteamiento de acción ‘correcto’ (es decir, acuerdos refrendados igual a éxi-
to en los diálogos, igual a ‘la paz’). Ejemplos de esto los tenemos en la figura
3, en las que se pone de relieve la proposición de discordancia, efectuada al
adecuar el discurso propuesto por el senador (paz desde la invalidación de los
acuerdos, ‘paz sin impunidad’) al canon de acción ‘paz’ (que es sentado como
el lineamiento de acción, en virtud del contexto abordado).
504
Irene del Mar Gónima Olaya

Frente a ‘su’ discurso, entonces, el senador que pide y aboga por la paz, no
elige ‘correctamente’ las pautas de su acción para la consecución del objetivo.
Percibimos así la conjetura que esto supone como cuestionamiento alrededor
del actuar del representante político: ¿invalidación de los acuerdos, y enfren-
tamiento armado como métodos para la consecución de ‘la paz’? Se exhibe la
evaluación de medios propuestos por el senador, frente a la finalidad que tiene
‘paz’ como esquema narrativo.
Desde esta proposición de Uribe como sujeto tonto, por medio de la contra-
posición entre el esquema ‘paz’ y aquel de ‘paz sin impunidad’, las imágenes
gestionan una cadena de asociaciones que se concentran en la manufactura y el
manejo de su ‘cara’ para crear implicaturas que apuntan a vincularlo y a leerlo
bajo un nuevo marco de referencia.
Esto quiere decir que asumir a Uribe Vélez bajo la figura del representan-
te político equivale también a leerlo ‘identitariamente’ a partir de una carrera
profesional que lleva construyendo desde hace más de tres décadas. Tal locali-
zación conduce a situarlo bajo unos presupuestos de experiencia, que cargados
con el aval de estudios académicos suponen un manejo de la administración
pública con cierto grado de inteligencia. Esta relación lógica, que es uno de los
componentes del canon de acción socialmente considerado dentro de la figura
del representante político democrático, da paso, a la hora de insertarse dentro
de la contraposición narrativa ya demarcada, para la construcción de una ‘cara’
de Uribe Vélez radicalmente opuesta. Entender a Uribe como un sujeto que no
puede ser un ‘tonto’ (dentro de las condiciones lógicas propias que requiere la
ubicación sociopolítica en la que se posiciona), permite que los manufactureros
de los mensajes reclamen para él una ‘cara’ diferente a aquella que propone el
dirigente político dentro de su discurso de posicionamiento identitario. De esta
manera se da paso a la representación de “Uribe actor activo —valga la redun-
dancia— del conflicto armado colombiano”.

Figura 4.

505
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Con este reclamo se hace presente otro entramado de relaciones que comple-
mentan la representación de Uribe como sujeto ‘al margen de la ley’, pues se
sustenta que no solamente se le lee así porque actúa inscrito en los parámetros
de un ‘para-estado’ (o sea como actor del conflicto armado), sino también, en
cuanto tima o engaña a la población civil mediante la construcción de una ‘fa-
chada’, ‘cara’, con la que pretende ocultar y evitar la responsabilidad de asumir
el accionar que lleva en marcha. Esta construcción de Uribe como sujeto ‘cri-
minal’, al margen de la ley, es nuevamente el desenvolvimiento de su ser como
sujeto risible.

Figura 5.

Volviendo a que un sujeto puede convertirse en un sujeto torpe si el desarrollo


de la ‘cara’ que crea para sí no se da continua y convincentemente en los
diferentes círculos dentro de los que se inscribe con tal posicionar, en tanto,
el no ser completamente coherente con su ‘cara’ supone una ruptura de las
cadenas lógicas que componen su imagen, lo que implica una acción no exitosa
o malograda; la burla hacia la ‘cara’ o imagen pública de Uribe se gestiona como
un atrevimiento que reta, y cuestiona, su posición de representante democrático
desde la ridiculización de su competencia para aparentar debidamente aquella
imagen que busca construir.
Entonces, la narrativa configurada en los ‘memes’ toma de base el discur-
so del senador (‘paz sin impunidad’), plasmándolo en otra lógica del actuar
socialmente esperada (‘paz’), para conjeturar su implicación como ‘actor del
conflicto armado’; lo que recrea sus acciones (de campaña) como una falencia
dentro de su imagen-acción (es decir la ejecución de su imagen pública) que
pone en evidencia su carácter de ‘timador’, y explícita su voluntad de guerra.
La falla que conlleva a la ruptura en su engaño provee al mensaje con un objeto
de burla, que, entre otras, funciona como catalizador de tensiones, al permitir
en el riente la satisfacción de desvelar al ‘mentiroso’ por medio de sus errores.

506
Irene del Mar Gónima Olaya

Entre ‘la racionalidad’ y ‘el engaño’: la política del


convencimiento o el arte de persuadir
El segundo elemento de comicidad que tiene fuerte presencia en las expresio-
nes gráficas estudiadas es aquel de la ejecución de la campaña de oposición. Lo
que podemos observar, entonces, es que los mensajes además de construir la
narración de Uribe Vélez como un oxímoron, para presentarlo como un sujeto
tonto, también le presentan como un ejecutor torpe de su propia campaña, para
apuntar la mofa, igualmente, al proceso persuasivo que buscan llevar a cabo.
El objeto-sujeto de burla dentro del marco ‘campaña’, surge ante el ideal de
la tarea del político, en tanto líder, de generar persuasión como parte del ejer-
cicio de la democracia. Lo que las imágenes despliegan es un imaginario que se
fundamenta en una noción de convencimiento ligada a la práctica de cadenas
argumentativas fácticas; de este modo se encierra la acción en la expectativa
por la presentación de una argumentación que parta de una coherencia semán-
tica interna clara y evidente, pero que, aún más, sustente su credibilidad en la
base de una ‘objetividad’ —racional—, a partir de la enunciación de ‘hechos’.
Frente a esto, y creándose en consonancia al referente —entre otros— de la pin-
tora payanesa María Alejandra Muñoz2, el diálogo ‘memético’ va a configurar
una desacreditación de la acción-campaña de Uribe desde su asociación icono-
gráfica con el Sagrado Corazón.

Figura 6.

2 El domingo 28 de agosto, 2016, la senadora Paloma Valencia, representante afiliada al Cen-


tro Democrático, y fiel seguidora y partidaria de la política pública de Álvaro Uribe Vélez,
realizó una trasmisión en vivo, por medio de la red de Facebook, dedicada a “hacer peda-
gogía por el NO”. Durante el acto la representante apareció en un encuadre que como fon-
do escénico dejó ver el cuadro acá discutido. https://www.facebook.com/palomavalencial/vi-
deos/1802471303373423/

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¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Haciendo uso de esta imagen, se va a figurar la acción persuasiva del senador,


y su campaña de oposición, desde la relación con los mecanismos religiosos;
recurriendo con ello a la dualidad del imaginario ‘fe vs. racionalidad’. De esta
forma, vemos que los “memes” se apropian de la idea ‘Uribe santo’, para re-
crear una ruptura en la acción del senador, que se da en relación con su ‘poder
argumentativo’, y la (in)sostenibilidad de su campaña desde la racionalidad.
Hay, entonces, en el imaginario cómico-humorístico un Uribe sujeto que es
presentado como icono, objeto de veneración y fe, el cual construye su acción,
y edifica su fuerza opositora, desde la persuasión no racional, no fáctica; tor-
nándola en una acción inválida y fallida desde el esquema de persuasión del
‘canon argumentativo’.
Esto suma otra capa de Uribe como objeto de burla, relacionada con la con-
fección de su imagen-acción (imagen pública), en la que lo hallamos como su-
jeto risible desde una nueva elaboración, si se quiere más profunda, sobre su
figura como un ‘timador’.

Figura 7.

El vínculo intertextual, con la narrativa religiosa, que sostienen las expresiones


gráficas, es gestor de dos ideas. La primera, posicionando la retórica religio-
sa como mecanismo persuasivo no fáctico, movilizando implicaturas desde el
imaginario de la dualidad ya referida, se conceptualiza esta práctica desde una
perspectiva en la cual es derogada como dispositivo de fiabilidad, dado que es
no verificable y, por lo mismo, invalida. Al tiempo que se le edifica como una
amenaza; puesto que se presta para la manipulación cognitiva y discursiva de
las personas, ante la posible fabricación (replicación, mantenimiento) de na-
rrativas ‘falaces’, que al no seguir el mecanismo de la argumentación fáctica

508
Irene del Mar Gónima Olaya

se tornan esquivas a sus modos de evaluación, es decir demostración, siendo,


entonces, difíciles de descomponer como ‘mentiras’.

Figura 8.

Así pues, los “memes” arman una narrativa desde la que (re)crean a Uribe
Vélez como un timador, manufacturándolo en resonancia con las presuposi-
ciones de las prácticas discursivas de persuasión religiosa. De esta forma, lo
montan desde una percepción de ‘riesgo’, en la que se le expone como un ser
con potencial para infligir daño, dado que, como estafador, no solamente tiene
la cualidad de construir una(s) “cara(s)” socialmente aceptada que posibilite el
encubrimiento de acciones no necesariamente vigentes dentro de los cánones
de legitimación social; sino que, además, puede persuadir, y movilizar a otros
bajo un actuar que supone un “peligro” para esos cánones de legitimación.
Bajo esta misma narrativa, tomando provecho de la representación construida
por la artista payanesa, se le establece como sujeto risible desde la torpeza que
conlleva, descuidadamente, poner en evidencia el mecanismo de su acción, de-
rribando con ello su ‘cara’ o imagen pública. Las expresiones gráficas remiten
al cuadro, y a la campaña, señalándolos como elementos que evidencian la otra
‘cara’ de Uribe; elaborando estos elementos como falencia en la construcción de
su imagen pública, y revelándolo como un sujeto ‘torpe’ que demuestra ser, en
vez de político, estafador, amenaza, actor del conflicto armado, etc.

Disfraz y metáfora: representando, narrando, viviendo la(s)


Historia(s)
La propuesta para este fragmento consiste en contemplar la conversación
generada por las expresiones gráficas, centrándonos en el disfraz. El ‘disfraz’
entendido como un mecanismo que articula la creación cómica, desde la mofa
a la ‘cara’, o imagen pública. Visto así, se trata de una herramienta que edifica

509
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

una identidad, al constituir un marco de referenciación y ubicación entre


interlocutores. El disfraz es burla por sí mismo. La desacreditación de la ‘cara’
pública de Uribe hace parte del juego de deslegitimación que proponen las
imágenes, y que en últimas centra y orienta su producción (en un nivel explícito).
Por medio se ve al senador personificado en posiciones que van desde criaturas
ficticias como los “Pokémon” a referentes culturales populares como artistas o
reinas, para insertarse hasta en referencias históricas de la memoria colectiva.
Desde sí, el disfraz establece una interlocución directa a la ‘cara’, que, tendiendo
a la ofensiva, se enfoca en hacer de Uribe Vélez un objeto de burla al ridiculizar
su posición como hombre, letrado, de familia acaudalada, terrateniente, con
poder público y político, etc. El agente que construye la representación hace
uso de este como método para la transformación, articulando una ruptura del
posicionamiento del senador, y construyéndolo, desde lo grotesco, como una
burla de sí mismo.
En tanto acto de manipulación de una ‘cara’, y mecanismo articulador de
referencias o correlaciones, el disfraz en estas representaciones entra a funcio-
nar, también, como metáfora. A partir de él, no solamente se teje comicidad,
sino que, además, se genera un proceso cognitivo desde el que se conceptualiza
a Uribe Vélez en posiciones determinadas. Plantear el disfraz como metáfora
nos permite reflexionar acerca de cómo la manipulación del aspecto físico y la
abstracción de una representación a través de la asociación de rasgos, gestiona
una caracterización y categorización del senador desde ciertos universos se-
mánticos específicos; que genera la identidad desde la que se le configura como
participante en la interacción y establece determinados modelos de relación.
Para seguir esta idea vamos a deshacer un poco tres de los prototipos de ubi-
cación más comunes bajo los que se sitúa a Uribe Vélez dentro las expresiones
gráficas recogidas: el niño, el desequilibrado mental, y el líder.
Empecemos con el niño. Es de notar, de entrada, que asumir a un ‘otro’
como niño implica ubicarlo sobre cierto esquema de relaciones, en el que se en-
tiende que su subjetividad es, entre otras cosas y en diferentes aspectos, vulne-
rable, inocente, ignorante, desmedida, y en rasgos carentes de mecanismos de
auto-regulación. La figura del niño se concibe desde una perspectiva en la que
se entiende que el sujeto no ha desarrollado una agencia social3 autónoma, en
tanto está aprendiendo a entender e interiorizarla; razón por la cual, este suele
estar correlacionado con la necesidad de tener presente, también, una figura
usualmente autoritaria, que estructura y orienta tal proceso.

3 Agencia social desde el reconocimiento de los sujetos como existencias insertas en un haz de
relaciones sociales, que implican ciertos modelos de acción, y que están en permanente inter-
acción.

510
Irene del Mar Gónima Olaya

Dentro de las expresiones en las que hallamos a Uribe como niño, hay una
característica preponderante, en relación precisamente con su desarrollo como
agente social, la cual vale la pena rescatar. El senador es ubicado sobre el per-
sonaje del niño ‘malcriado’, que es consentido, rebelde, descontrolado; aparece
como una figura que se opone y desafía la autoridad desde una posición de
capricho, y encuadra su actuar con cierta condescendencia como una queja o
‘berrinche’ sin fundamentos. Con ello se articula, de cierta manera, una ‘anula-
ción’ de su participación dentro de la interacción; en tanto, como es explicitado
en la figura 9, su intervención es interpretada, si a mucho, como risible, pero,
más allá de eso, como irrelevante. En su caracterización como niño, Uribe Vé-
lez es retratado, entonces, como un sujeto descontrolado, bajo una orientación
cuestionable; el cual, no tiene cabida en la discusión como un interlocutor vá-
lido, puesto que su participación se convierte en un reclamo sin fundamentos,
que está dado para llamar la atención y causar una movilización de esquemas a
su favor. Desde ello esta figura se le relega como actor civil, y se le desautoriza
como autoridad gubernamental.

Figura 9.

Tenemos por otro lado la figuración del desequilibrado mental. Valiéndose de


una visión similar a la del niño, la lectura del representante político desde la ‘lo-
cura’ lo sitúa en una posición de descontrol emocional y falta de autorregulación.
Nuevamente, restando al interlocutor de una ‘razón’, un ‘raciocinio’ válido, o,
mejor aún, de una ‘racionalidad’, se invalida su participación adjudicándole una
incapacidad. A diferencia de las anteriores representaciones, la construcción de
Uribe Vélez desde el desequilibrio mental, aun cuando le presenta como un inter-
locutor invalido dentro de la conversación, al sustraerle la capacidad de control
sobre su agencia, tiene un tono distinto a aquella del niño. En expresiones de in-
fantilización el impacto de su actuar y de su agencia son minimizados, mientras
que en la imagen de ‘la locura’ (figura 10) su agencia social es enmarcada desde
la falta del autocontrol y regulación, pero es mostrada como amenaza.

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¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Figura 10.

De esta manera, el representante político es directamente figurado como ‘líder mal-


vado’. Figura de autoridad que, como ya hemos explorado, se edifica alrededor
de dos rasgos macro: su hacer persuasivo como manipulación cognitiva sobre los
demás, y la utilización de métodos violentos para el establecimiento y la repro-
ducción de la autoridad y el orden. Se hace una aproximación a la noción de Uribe
como figura de poder, vinculada al control opresor y agresivo; se ve entonces al
senador en relación directa con movimientos de ultraderecha, en asociación a regí-
menes dictatoriales, y con conexiones a métodos abiertamente violentos.

Figura 11.

En resumen, la construcción discursiva de Uribe Vélez desde su interrelación


como diálogo “memético” es una representación que lo conceptualiza como

512
Irene del Mar Gónima Olaya

un interlocutor no válido dentro de la interacción, en tanto no posee una


racionalidad ‘normal’ que active en él un sentido de responsabilidad frente a su
agencia social. Lo que resulta en una amenaza para el resto de los participantes,
que se ve materializada en una autoridad nociva, la cual se enmascara tras la
manipulación discursiva del otro, y los escándalos públicos.

La caída del telón


Resta el cierre, y para anudarlo haré unas pequeñas consideraciones que, más
que otra cosa, actúan como catalizadoras de una reflexión personal; de las que,
sin embargo, deseo dejar constancia en tanto considero que frente al trabajo
realizado son, finalmente, la concreción de aquello que para mí ha significado,
ha sido, y ha dejado el camino realizado; y que frente a los nuevos retos que se
abordan en la coyuntura actual son unos de los puntos que merecen atención.
Lo primero, el humor. Empecé este trabajo haciendo una exploración, por
varios frentes, para la manufactura de una definición de humor político que
guiara el estudio. Por medio de ella le vi tomar forma un poco desde su descrip-
ción pragmática, un poco desde su entendimiento como fenómeno social; la mez-
cla dejó de punto de partida un mecanismo que mediante el juego de esquemas
con lógicas opuestas activa la agencia social al generar nuevos marcos de lectura,
y cognición, a los aconteceres políticos; movilizando con ello nuevas cadenas de
valoración crítica, y tendiendo a lo contra-hegemónico. De allí fue desenvolvien-
do en una mirada más cercana a las estructuras narrativas, con la observación del
surgimiento de los sujetos risibles ante determinadas transgresiones del sentido
—o curso— socialmente compartido y preestablecido de una acción.
El humor, quizás, no es necesariamente un proceso re-interpretativo frente
a determinado fenómeno social, más sí el explicitar de cogniciones varias de
interacciones que se asumen unísonas pero que se mueven en universos dife-
rentes. Para aclarar un poco estas ideas voy a pasar a lo segundo, y desde allí
buscaré ilustrarme mejor. Lo segundo, la memoria; la reflexión que he realiza-
do alrededor de los “memes” surgidos durante el auge de la contienda por la
refrendación y la ‘era posplebiscito’, me ha permitido articular un pensamiento
que, quizá por obvio que es, hemos ignorado dentro del contexto colombiano.
La división, la ruptura, la oposición y el bipartidismo, que se sienten presentes
en el ambiente, son temas constantes en nuestra cotidianidad, sobre los que
repetidamente volvemos. Creo, sin embargo, que a pesar de lo mucho que los
revisitamos, y hablamos de ellos, hemos olvidado qué, cuando como población
nos situamos desde lados diferentes, nos paramos, de hecho, desde perspec-
tivas distintas; que no son necesariamente opuestas, aunque bien puedan ser
contrarias, pero que, ante todo, son disímiles.

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¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

Nos movemos bajo discursos que divergen en los sentidos —entiéndase por
sentido, de aquí en más, tanto el significado de un referente, como el curso de
una acción—. Aun cuando usamos referentes comunes que asumimos como ho-
mogéneos, sintiéndolos como unánimes. El humor, entonces, más que una rein-
terpretación de, en este caso tomándolo de ejemplo, la campaña de oposición, o
la figura del senador, es el explicitar de una de las dimensiones discursivas bajo
las que se mueve cognitivamente cierta parte de la población, que no es, como
absoluto, hegemónica, pero tampoco marginal. Con ella, y desde ella, interpre-
tar lo que viene representado el ‘otro’ cae, por supuesto, en un contrasentido;
puesto que se espera que tal ‘otro’, se mueva en el mismo sentido que el ‘uno’.
Ahora bien, en muchos espacios de la cotidianidad estamos acostumbrados so-
cialmente a acordar ciertos entendimientos que nos permiten interactuar; ello
no significa que nos movamos en un mismo sentido. No lo hacemos, porque ni
siquiera nosotros, como sujetos individuales o entidad colectiva, nos movemos
en un mismo solo sentido; nos hallamos en la multiplicidad.
Pienso que nos movemos dentro de ciertos universos semánticos, desde los
que generamos diferentes cadenas de significación que guían y dan sentido a
nuestras acciones; estas cadenas, sin embargo, no considero son absolutamente
unísonas, tampoco lo creo lineales, y en ningún momento unidimensionales.
Considero que nuestro actuar se enmarca en diferentes esferas de significado
que discurren paralelas en el tiempo e interconectadas espacialmente, y a partir
de allí nos movilizamos entre diferentes eventos, fenómenos, y circunstancias,
que se yuxtaponen, se contraponen, y bajo determinados marcos se oponen, sin
por ello perder la lógica que llevan, o anularse. Parece que usamos, asumirnos
y entendernos en un solo plano, aun cuando en la praxis diaria estamos nego-
ciando constantemente entre varios; a partir de prácticas que sabemos y desa-
rrollamos de cierto modo, e imaginarios o ‘ideales’ que, a pesar de entender
como tal y no hallarlos concretos en la práctica, vivimos y concretamos como
realidades en otros planos.
Ejemplo de ello es la noción del estado como sistema, y los imaginarios que
de ahí se desprenden. Sabemos por certeza propia, de experiencia rutinaria,
que las imágenes más abstractas de ‘El Estado’, como ‘Sistema’, no suceden en
la práctica en tanto el Estado como sistema en la práctica implica cotidianida-
des subjetivas con sentidos diversos. Y, sin embargo, vivimos la representación
del Estado como sistema en ciertos planos ‘ideales’, en los que todavía espera-
mos que el curso de acción de ciertas cosas, de otros planos más prácticos, sea el
de ‘esa realidad’. Entonces caemos constantemente en sorpresas que no son del
todo sorpresas, cuando nos hallamos ante situaciones que nos develan el estado
en su cotidianidad: como la corrupción en el aparato político que lo maneja, o
el uso de la violencia y la agresión como método de control; y otros dilemas
que hallamos diariamente en todas las primeras planas. Situaciones a las que
estamos habituados al saberlas como ‘realidad práctica’ del ‘imaginario’, pero

514
Irene del Mar Gónima Olaya

que nos asombran y causan desconcierto al no cumplir con las expectativas de


tales ‘ideales’ que en otros niveles configuramos como ‘realidad’.
El humor político o la sátira, resulta entonces siendo un reflejo de estas
negociaciones. Nos muestra que vivimos en el entrelazamiento de los varios
‘mundos posibles’, algunos de los cuales aceptamos y vivimos como pertinen-
tes y verdaderos dentro de ciertos límites, pero que relegamos como represen-
taciones ‘imaginarias’ o ‘ideales’ dentro de otros. Finalmente, a lo que voy con
todo esto, es a que como entes sociales nos movemos en varias y diferentes
cadenas o dimensiones discursivas; que se entrecruzan, se trasgreden y que aun
cuando en cierto plano sentimos o entendemos como contrasentido, opuestas
y excluyentes, coexisten sin invalidarse o anularse —como a veces tendemos a
pensar que lo hacen—.
Pienso y siento que buscar constituir un cambio del ‘otro’, del ‘poder’, o de
‘la hegemonía’ etc., bien sea esperado a través del diálogo u otros métodos,
requiere de entender la validez que constantemente le negamos, al verlo como
‘ilógico’, ‘injusto’, ‘insostenible’ o, en fin, las muchas categorizaciones que le
damos al rechazar sus planteamientos. Me parece importante asumir la validez
de nuestros interlocutores para poder incluirlos en nuestra acción, porque difí-
cilmente se puede forjar un nuevo paradigma, o una nueva cadena discursiva
con un ‘otro’ si no entendemos ni asumimos, como válidas —por lo menos en
cierta(s) esfera(s)— las asociaciones desde las que este se mueve, construyendo
sus sentidos y su acción. El cambio debe construirse con ‘él’ y no imponerse a
partir de lo propio.
En otras palabras, uno de los retos por afrontar en los años por venir, frente
a la construcción de un período de ‘posacuerdo’ está en mantener un ejercicio
de revisión y reflexión sobre las cadenas comunicativas que nos unen como co-
lectivo social. El acuerdo como acción es una parte esencial para la preservación
de una convivencia en armonía; y por lo mismo es significativo recordar que tal
acción no es de conjugar solamente como un abstracto. Igual de importante que
seguir de cerca el proceso de concreción empírica de las pautas legales sentadas
en el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz es-
table y duradera, es mantener una dinámica de negociación entre nosotros como
actores civiles. Tanto en macro como en micro es determinante trabajar en lazos
de comunicación que nos permiten relacionarnos.
Años de cadenas de violencia reiterativa han dejado en nosotros modelos
que tienen como marcas discursivas la agresividad, la exaltación y la anulación.
Reconocer, así, que uno de los pasos a dar es volver sobre el aprendizaje de
comunicarnos entre nosotros y con nosotros mismos, es clave si buscamos la
construcción de nuevas dinámicas de interacción que no partan de la violencia.
La negociación constante y la evaluación reflexiva de la información que nos es

515
¿Cómo nos estamos comunicando? El reflejo de las interacciones sociales en el humor memético colombiano

transmitida y que transmitimos son herramientas por desarrollar, si buscamos


hacer del conflicto un elemento de impulso para la construcción, y no una con-
frontación violenta y tóxica.
En la era de la comunicación mediática masiva y fragmentaria asumir con
responsabilidad por parte de todo emisor de las comunicaciones dadas, de las
noticias generadas, de los temas debatidos, etc., conlleva una apuesta por pen-
sar en no solo la información compartida, sino asimismo el modo, el tono, la
manufactura como se hace la trasmisión, las razones de ser de las emisiones
y lo que se busca a través de ellas. De igual manera se debe realzar que como
participantes de las interacciones es nuestro deber contextualizar y manejar la
información de manera fructuosa y no dañina. Discernir, reflexionar, compren-
der, nuestro sentido(s) y los del ‘otro’ ayuda a relacionarnos sin violencia.
En pocas palabras, se trata de construir y aprender nuevos modelos para
comunicarnos, y tener presente que ver el acuerdo materializado implica,
más allá de la implementación legal de las normas de convivencia, la acción
de disposición constante hacia la transformación de nuestro sentido, desde la
admisión de (los) otro(s), buscando la conciliación en un común. No asumirnos
como unísonos, pero trabajar constante y conjuntamente por serlo.

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517
Quinta parte

La paz, un asunto local, una


preocupación global
De Plan Colombia a Paz Colombia:
el abordaje al conflicto armado
desde la subordinación selectiva en
las relaciones Colombia – Estados
Unidos y el neoconservadurismo en
la política exterior estadounidense
Hugo Fernando Guerrero Sierra*
Camila Andrea Fúquene Lozano**
Federico Lozano Navarrete***

Introducción
Este capítulo analiza, en primer lugar, las cuatro etapas en las que se han
dado diferentes grados de alineación entre las amenazas a la seguridad
identificadas por Estados Unidos y el abordaje que el Estado colombiano ha
dado a problemáticas internas como el conflicto armado, los grupos armados
ilegales (GAI) y el narcotráfico. Esta conexión se ha configurado como eje de las
interacciones entre los dos países y ha propiciado la existencia de un debate sobre
las relaciones Colombia – Estados Unidos entre dos corrientes principales: una,
en la que las interacciones entre los dos países son entendidas desde la condición
de sumisión y dependencia de Colombia; y otra, que entiende la relación entre
los dos países como una de subordinación pragmática por parte de Colombia.
En segundo lugar, se analiza cómo paralelamente, tanto la Guerra Fría como el

*
Ph.D en Relaciones Internacionales y Globalización. Abogado. Docente investigador de tiempo
completo y director del Grupo de Investigación en Política y Relaciones Internacionales de la
Universidad de La Salle. Correo electrónico: hfguerrero@unisalle.edu.co.
**
Profesional en Negocios y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle. Ha par-
ticipado en diferentes eventos académicos, en los que ha discutido temáticas relativas a las
relaciones entre Colombia y Estados Unidos y el manejo del conflicto armado.
***
Profesional en Negocios y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Salle. Ha par-
ticipado en diferentes eventos académicos, en los que ha abordado temáticas relativas a las
relaciones entre Colombia y Estados Unidos y el manejo del conflicto armado.

521
De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

11-S permitieron que el neoconservadurismo, una tendencia intelectual nacida


en Estados Unidos en la década de 1960, modificara sus prioridades temáticas de
lo doméstico a lo internacional y profundizara su influencia en la política exterior
de ese país.
El capítulo hace un énfasis en las etapas de creación e intensificación del
Plan Colombia (PC) como los momentos de mayor alineación entre las proble-
máticas internas de Colombia y los intereses estadounidenses, entendiéndolo
también como el instrumento que permite observar el ascenso de la influencia
de la tendencia neoconservadora en la política exterior de Estados Unidos. A
su vez, este capítulo analiza cómo ambos fenómenos aportan elementos para
estudiar, tanto la forma en la que las relaciones entre Colombia y Estados Uni-
dos se manifestaron durante el desarrollo de las negociaciones de paz entre el
Gobierno colombiano y las FARC, como la manera en la que han empezado a
desenvolverse en el contexto del posacuerdo.
Para explicar todo esto, el primer apartado presentará una revisión de las
principales discusiones sobre las relaciones Colombia – Estados Unidos. El se-
gundo analizará la evolución de las ideas neoconservadoras y las formas en la
que han llegado a influenciar la política exterior estadounidense. En el tercer
apartado se realizará un recuento histórico de las relaciones Colombia – Esta-
dos Unidos con miras a entender sus particularidades y la manera como han
propiciado los fenómenos descritos hasta ahora. Por último, se presentarán las
conclusiones que resultan del análisis presentado.

Perspectivas, discusiones y consensos sobre las relaciones


Colombia – Estados Unidos
Sobre esta temática ha existido un debate que podría sintetizarse en dos co-
rrientes principales. La primera perspectiva toma elementos tanto del realismo
clásico como de la teoría de la dependencia. Tickner (2007) —sin inscribirse en
esa corriente—, afirma que, según esas posturas, Colombia se encuentra en una
indiscutible condición de sumisión y, por lo tanto, su accionar se encuentra
subyugado al ejercicio de parte de Estados Unidos de su poder hegemónico.
En esta lógica se incluyen posiciones que argumentan que el protagonismo co-
mercial que Estados Unidos tiene para Colombia y la existencia de vínculos
militares, de justicia y multilaterales, entre otros, han dado paso a la percepción
generalizada de dependencia por parte de Colombia (González y Godoy, 2007).
Por el contrario, la segunda perspectiva entiende la relación entre los dos
países como de subordinación pragmática. Esto supone que el grado de alinea-
ción de Colombia ha respondido en mayor proporción al nivel de conveniencia
que algunos gobiernos le han asignado a la alineación, y no a variables externas
como la distribución de poder en el sistema internacional (Garay, 2009). En

522
Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

esa misma línea, autores como Tickner (2007), Guerrero (2011) y Borda (2012),
plantean que los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe en particular
buscaron crear una imagen de Colombia como “país problema” frente a Es-
tados Unidos, con el objetivo de que ese país decidiera intervenir con recur-
sos y asistencia técnica en lo que esas administraciones consideraban como
prioritario. Los autores sostienen que el manejo que se le dio a la intervención
estadounidense profundizó la asimetría de la alineación y creó dinámicas de
subordinación cada vez más fuertes.
Pese a las divergencias expuestas, existen consensos en esta discusión. Los
autores abordados hasta el momento — y otros, como Duarte y Ostos (2005),
Pastrana (2011)— concuerdan, en identificar la pérdida de Panamá en 1903 con
el apoyo de Estados Unidos como un hito determinante. Para los autores, a
partir de allí, la asociación con ese país fue concebida por las élites colombianas
como el mecanismo principal para la obtención de sus objetivos. Asimismo, la
mayoría de los estudios revisados coinciden en identificar al PC como punto
máximo de alineación entre las problemáticas internas de Colombia y los inte-
reses estadounidenses. Los autores también dan cuenta del protagonismo de
la seguridad —en particular del narcotráfico y los GAI—, y, en menor medida
del comercio y la liberalización económica en la agenda de las relaciones entre
Colombia y Estados Unidos.

La influencia progresiva del neoconservadurismo en la


política exterior estadounidense: de la crisis moral a la
estrategia de seguridad nacional
Este apartado pretende realizar un análisis de las distintas etapas en las que
el neoconservadurismo ha tenido influencia política exterior estadounidense,
haciendo énfasis en tres momentos: la crisis política y moral del Partido Demó-
crata en los años sesenta; el ascenso de Ronald Reagan y la contención contra el
comunismo en los ochenta; y la Estrategia de Seguridad Nacional de George W.
Bush posterior a los acontecimientos del 11 de septiembre. Del mismo modo,
esta sección abordará tanto la forma en la que se manifestó el neoconservadu-
rismo durante la administración de Barack Obama, como la manera en la que
se ha hecho visible en el primer año del Gobierno de Donald Trump. Al final
de este análisis se espera haber expuesto las diversas transformaciones internas
de la tendencia neoconservadora, así como los exponentes y medios a través
de los cuales se ha establecido una conexión entre los principales postulados
neoconservadores y la política exterior estadounidense.
En primer lugar, se debe resaltar que el neoconservadurismo difícilmente ha
logrado ser definido de manera uniforme dada la heterogeneidad de quienes lo
conforman. Lynch (2008) reúne diversas perspectivas, entre las que se destaca la
caracterización del neoconservadurismo como un “movimiento” o un “nuevo

523
De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

grupo de interés político”. Por otro lado, personajes representativos del neocon-
servadurismo como Kristol (1995) lo describen como un modo de “persuasión”,
mientras que Ryan (2010) y Stelzer (2004) afirman que académicos neoconserva-
dores como Muravchik y Podhoretz lo definen como una forma de “sensibilidad”
o “tendencia”. Este capítulo tomará en cuenta la definición de tendencia presen-
tada por Podhoretz, que ha sido aceptada, tanto por académicos propios de la
tendencia como por periodistas y académicos críticos de la misma (Boot, 2004;
Drolet, 2010; Friedman, 2006; Homolar-Riechmann, 2009; Vaïsse, 2010a).

La recuperación de la doctrina moral estadounidense


Durante los años sesenta, Estados Unidos fue testigo del surgimiento de una
nueva ola de intelectuales críticos de las políticas implementadas por el que
ellos consideraban como el liberalismo radical estadounidense. Este grupo,
conocido como los intelectuales de Nueva York —luego neoconservadores—,
se encontraba inicialmente bajo el ala liberal del espectro político y enfocaba
sus análisis en la política doméstica del país (Boot, 2004; Thompson, 2011). Los
intelectuales de Nueva York afirmaron que existía una crisis política y moral
en el país, que era el resultado del fracaso de programas como el New Deal de
Franklin D. Roosevelt y The Great Society de Lyndon B. Johnson, para hacer
frente a la creciente influencia de las minorías en la izquierda estadounidense
(Thompson, 2011; Vaïsse, 2010a). Según este grupo de pensamiento, la crisis
política se hacía manifiesta en un exceso de permisividad del Estado en asuntos
como los programas de reducción de pobreza y transferencia de riqueza. En
términos morales, según I. Kristol (1995) y Vaïsse (2010a), para los intelectuales
de Nueva York la crisis se manifestó a través de las tensiones sociales resul-
tantes del desafío a la moral tradicional estadounidense que representaban los
movimientos liderados por estudiantes, feministas, ambientalistas y afroame-
ricanos en favor de los derechos civiles y en contra de la guerra de Vietnam.
Ante esto, los intelectuales de Nueva York consideraron, en lo político,
que la prestación de los servicios públicos no debía depender del Estado
de bienestar en su totalidad y que, por ende, este debía limitar la cobertura
de sus programas sociales. En lo moral, se acercaron a perspectivas más
conservadoras con respecto a las áreas en las que el Estado sí debía interferir,
principalmente, la calidad de la relación con la Iglesia, la educación, el
embarazo en adolescentes, la regulación de las drogas y la pornografía (Boot,
2004, I. Kristol, 2004). En términos económicos, Kristol (1995) afirma que las
principales recomendaciones desde el neoconservadurismo tendían hacia
medidas como la reducción de impuestos y tasas de interés para estimular el
consumo, la separación de las finanzas públicas de la economía doméstica y la
adopción del déficit presupuestal como parte del ejercicio democrático, si las
condiciones lo hacían necesario.

524
Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

Para sintetizar, diferentes autores (Thompson, 2011; Vaïsse, 2010a) retrata-


ron el pensamiento neoconservador en sus inicios como defensor del Estado de
bienestar y de la reivindicación de las minorías siempre y cuando, en términos
políticos, se dieran en el marco de un ejercicio limitado y regulado por el rol mus-
cular del Estado y, en términos morales, mantuvieran los principios y valores
estadounidenses —comunidad, familia y trabajo—. Por último, es importante
entender que el principal medio de difusión del pensamiento neoconservador
en sus inicios fue la prensa. Como afirma Vaïsse (2010b), los intelectuales más
importantes pertenecientes a la primera etapa del neoconservadurismo conflu-
yeron en dos escenarios particulares: The Public Interest, —revista creada por
Irving Kristol y Daniel Bell en 1965— y Commentary —cuyo editor fue Norman
Podhoretz—, en la que participaron personajes como Nathan Glazer, Seymour
Martin Lipset, James Q. Wilson y Daniel Patrick Moynihan.

La etapa intermedia: transición al Partido Republicano y cambio


de enfoque temático
La derrota del candidato demócrata George McGovern en 1972 frente a Ri-
chard Nixon dejó en evidencia el declive del Partido Demócrata que, según
Boot (2004) y Vaïsse (2010a), se enfocó en representar las reivindicaciones por
las que las minorías habían luchado fuertemente en la década anterior al dejar
de lado la representación de los demócratas tradicionales —población blanca
de clase media—. De tratar asuntos como las condiciones y horas laborales o los
salarios, el Partido Demócrata se concentró en representar las discusiones sobre
identidad, moralidad y derechos civiles.
En términos de política exterior, Boot (2004) afirma que la debilidad del
Partido se evidenció con la promoción de una política aislacionista para hacer
frente a la creciente amenaza comunista. En este sentido, W. Kristol y Kagan
(2004) recalcan que los neoconservadores también reprocharon la détente re-
publicana como estrategia política blanda asumida por los realistas Nixon y
Kissinger (1969–1974) para alivianar las tensiones con la URSS y China. Para el
neoconservadurismo, además de buscar la democratización de los regímenes
autoritarios, Estados Unidos debía ser el líder en el establecimiento de un orden
económico mundial y de la defensa de las reglas de comportamiento interna-
cional que beneficiaran directamente a los estadounidenses.
Con el ascenso de Reagan al poder (1981–1989), los intelectuales que vie-
ron en él una continuación de las tradiciones de Theodore Roosevelt, Woodow
Wilson y Franklin D. Roosevelt iniciaron una aproximación al neoconservadu-
rismo contemporáneo con la transición al Partido Republicano1 y el viraje del

1 De acuerdo con Vaïsse (2010b) el grupo de neoconservadores que caracterizó esta segunda
etapa o etapa intermedia estuvo compuesto por Pat Moynihan, Norman Podhoretz, Paul

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

enfoque en la política doméstica hacia la política exterior (Boot, 2002; Kristol,


1995). Según Lieberman (2009), existía un engranaje a nivel doméstico entre las
políticas implementadas por Reagan y los preceptos neoconservadores. A su
vez, Vaïsse (2010a) explica que, en términos de política exterior la compatibili-
dad fue más allá de un acuerdo aislado de intereses, en tanto algunos neocon-
servadores, ahora simpatizantes del Partido Republicano —Paul Wolfowitz, Pat
Moynihan y Elliot Abrams—, entraron a trabajar en la administración Reagan e
inspiraron parte de su política exterior.
No obstante, es importante resaltar que Reagan no fue un presidente neo-
conservador. Healy (2011) explica que, si bien existía una afiliación de los inte-
lectuales neoconservadores a las ideas y de Reagan durante su primer periodo
presidencial, también criticaron fuertemente —en especial durante el segundo
periodo— que este no liderara una confrontación directa con los soviéticos.

El ascenso del neoconservadurismo y la Doctrina de Seguridad


Nacional
Durante el fin de la Guerra Fría, según Vaïsse (2010a), el neoconservadurismo
enfrentó un periodo de estancamiento, en tanto existía una creencia generalizada
impulsada por los medios y el gobierno estadounidense de que no se volverían
a librar guerras entre Estados, que —a su vez— llevó al país a experimentar un
periodo de desarme estratégico con la reducción presupuestal de defensa y la
adopción de una política de apaciguamiento durante las administraciones de
George H. W. Bush (1989–1993) y Bill Clinton (1993–2001) (W. Kristol y Kagan,
2004; Rice, 2004). Esta situación se configuró como el eje temático de una nueva
etapa en el neoconservadurismo, en la que se reafirmó su vinculación al Parti-
do Republicano en 1995 y al abordaje de cuestiones de política exterior. Dicho
fortalecimiento se evidencia en la confluencia de figuras como William Kristol
—hijo de Irving Kristol— Robert Kagan, Gary Schmitt, Max Boot y Douglas Feith
en tres escenarios primordiales: La revista The Weekly Standard (1995) y los think
tanks American Enterprise Institute (AEI) y el PNAC (1997-2006), que tendrían
un rol imperante durante la administración de George W. Bush (Vaïsse, 2010b).
En este punto, Homolar-Riechmann (2009) y Thompson (2011) logran diferenciar
una facción pragmática de una radical al interior del neoconservadurismo. En la
primera facción las posibles intervenciones que Estados Unidos decidiera ejecutar
debían ir en concordancia con la necesidad misma de realizar dicha intervención,
mientras que el neoconservadurismo radical —característico de la tercera etapa—
promovía una intervención directa y militarista, bajo la premisa de que el poder
estadounidense tenía la capacidad de configurar un mundo seguro para todos. A

Wolfowitz, Charles Horner, Douglas Feith, Midge Decter, Nathan Glazer, Richard Perle, Jeane
Kirkpatrick, Eugene Rostow, Ben Wattenberg, Joshua Muravchik, Elliott Abrams y otros.

526
Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

diferencia de los neoconservadores pragmáticos, los radicales no contaban como


aliados a aquellos que no promovieran los mismos principios democráticos y
morales de los Estados Unidos.
Los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 marcaron un punto de
inflexión, a partir del cual el neoconservadurismo materializó sus discursos rei-
vindicativos a través del ascenso de George W. Bush al poder. En este punto se
logró observar la influencia que llegaron a tener los think tanks nombrados con
anterioridad en la formulación de políticas de seguridad nacional.
Si bien no es posible afirmar que el Gobierno de George W. Bush fue total-
mente neoconservador, sí se encontró un grado elevado de influencia de miem-
bros de esa tendencia en la formulación de determinadas estrategias de política
exterior. Por ejemplo, el Subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz; el Subsecre-
tario de Defensa para Políticas, Douglas Feith; el Jefe de Gabinete del Vicepresi-
dente, Lewis “Scooter” Libby y el miembro del Consejo de Seguridad Nacional
para Oriente Próximo, Elliott Abrams, hacen parte de la tendencia neoconserva-
dora. Adicionalmente, uno de los instrumentos utilizados por Bush, que logra
visibilizar la influencia del neoconservadurismo es la Estrategia de Seguridad
Nacional (ESN) del 2002. De acuerdo con Boot (2004) “La ambiciosa ESN que
la administración inició en septiembre de 2002 [...] fue absolutamente un do-
cumento neoconservador” (p. 1). Peleg (2009), además, estableció una relación
entre la ESN y el pensamiento neoconservador a través de dos elementos: el
terrorismo patrocinado por el Estado y los ataques preventivos.

Entre la consolidación y el desprestigio


De acuerdo con Iglesias (2015), finalizada la administración de George W. Bush,
y en especial como resultado de la intervención estadounidense en Irak, el neo-
conservadurismo enfrentó un periodo de desprestigio. Adicional, la política ex-
terior implementada durante los dos periodos presidenciales de Barack Obama
dejó ver una ruptura frente a los postulados neoconservadores, particularmen-
te en lo relativo al excepcionalismo, un principio esencial del neoconservadu-
rismo. No obstante, las críticas y el distanciamiento por parte del Gobierno
no lograron un replanteamiento de los principios de esa tendencia, ni de su
autopercepción como una doctrina exitosa para la política exterior estadouni-
dense. De hecho, durante este periodo sus planteamientos se centraron en una
crítica a las acciones llevadas a cabo por el Gobierno de Obama en el escenario
internacional al punto de afirmar que estas eran responsables de un declive en
el liderazgo de los Estados Unidos:

Para el final de la presidencia de Obama, la posición de los Estados Unidos


en el mundo era más débil – clara y apreciablemente más débil- que cuando
asumió la presidencia. La fuerza del poder americano se redujo y la libertad
retrocedió. (Kristol, 2017)

527
De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

Ahora bien, en el caso de la valoración desde el neoconservadurismo sobre las


declaraciones de Donald Trump durante su campaña presidencial, se observa
una postura amplia de preocupación, centrada en rasgos de su personalidad.
Sobre esto, los neoconservadores han advertido sobre una falta de credibilidad
moral y sobre la impredecibilidad de su carácter. No obstante, Trump refleja
principios de la política doméstica y exterior defendidos por el neoconserva-
durismo, como el favorecimiento de un modelo económico proteccionista y
una posición unilateralista en la esfera internacional basada en la desconfian-
za frente a las organizaciones multilaterales (Heilbrunn, 2016). Sin embargo,
aunque algunos sectores del neoconservadurismo han saludado varias de las
decisiones del Gobierno Trump en su primer año, en particular en lo relativo a
Medio Oriente (Warren, 2017), persisten posiciones encontradas sobre el grado
de influencia y satisfacción que el neoconservadurismo encuentra en la admi-
nistración actual.
A partir del marco histórico expuesto, es posible establecer dos momentos
de la paulatina inserción del neoconservadurismo en la política exterior esta-
dounidense. Por un lado, la primera etapa de la tendencia, por sus reducidos
medios de difusión y falta de influencia en las esferas legislativa y ejecutiva, no
llegó a impactar la política exterior de Estados Unidos significativamente. Sin
embargo, posterior al Gobierno Reagan, se observó la consolidación del neo-
conservadurismo alrededor de los think tanks y, de forma más acentuada, con la
participación de intelectuales neoconservadores en la formulación de política
exterior y de seguridad de George W. Bush.

Las conexiones entre la política exterior estadounidense y


el abordaje al conflicto armado
Esta sección presenta un recorrido histórico de las relaciones entre Colombia y
Estados Unidos en cuatro etapas: (1) la lucha contra la amenaza comunista, (2) la
creación del PC, (3) la intensificación del PC y (4) la diversificación de la agenda
con miras al pos-conflicto. Estas etapas reflejan grados diferenciados, alineación
entre los discursos de las amenazas a la seguridad nacional de Estados Unidos
y la forma en la que el Estado colombiano caracterizó el conflicto armado en
diferentes momentos. Con base en ese análisis, esta sección plantea que la pers-
pectiva de la subordinación selectiva explica de mejor manera cómo el funciona-
miento de las relaciones Colombia – Estados Unidos propició la creación del PC
y la presencia de elementos del neoconservadurismo en su intensificación. Del
mismo modo, esa perspectiva permite analizar la forma en la que las relaciones
entre Colombia y Estados Unidos se han manifestado, tanto durante el desarrollo
de las negociaciones de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC como en el
contexto del posacuerdo.

528
Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

La lucha contra la amenaza comunista y las guerrillas en


Colombia
En el contexto de Guerra Fría, la política exterior estadounidense se volcó hacia
una estrategia de contención de la amenaza comunista combinando mecanis-
mos institucionales regionales e instrumentos militaristas y de carácter contra-
insurgente. Mientras tanto, en Latinoamérica, el éxito de la Revolución Cubana
propició el surgimiento de grupos guerrilleros de corte marxista en varios paí-
ses de la región (Arias, 2014; Guerrero, 2011; Zuluaga, 2007).
En Colombia, diversos factores propiciaron la confluencia de las lógicas es-
tadounidenses que resalta De Zubiría (2015). En primer lugar, de acuerdo con
el trabajo llevado a cabo por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH,
2013), hubo una exacerbación del talante anticomunista del Gobierno militar
de Rojas Pinilla (1953-1957) debido a que las autodefensas campesinas guiadas
por el Partido Comunista rechazaron la amnistía ofrecida por ese Gobierno.
Las acciones ofensivas adelantadas contra esos grupos los radicalizaron y mo-
tivaron su transformación en guerrillas de izquierda. El CNMH (2013) expone
que el esquema militar y el enfoque anticomunista persistieron aún después
del Gobierno de Rojas Pinilla e instalado el Frente Nacional (1958–1974) como
estrategia de apaciguamiento de la violencia bipartidista y de la competencia
político–burocrática entre los partidos Liberal y Conservador.
De acuerdo con varios de los autores del informe Contribución al entendi-
miento del conflicto armado en Colombia de la Comisión Histórica del Conflicto
Armado y sus Víctimas (CHCAV), la debilidad del Estado y de las Fuerzas
Armadas en particular2, crearon en las élites gobernantes la necesidad de pre-
sentar a Colombia como incapaz de detener la avanzada comunista para invo-
lucrar a Estados Unidos en el conflicto armado. La política exterior del país se
puso al servicio de ese propósito, particularmente a través de la inscripción de
Colombia en los mecanismos regionales mencionados con anterioridad y de la
adopción de lineamientos estadounidenses en políticas de seguridad interna
(Murgueitio, 2005; Zuluaga, 2007; Santos, 2010; CNMH, 2013; Moncayo, 2015).
Este fue el primer momento de convergencia entre la agenda estadouni-
dense en materia de seguridad y el manejo del conflicto armado por parte del
Estado colombiano. De hecho, Guerrero (2011) afirma que se trata del primer
episodio de internacionalización del conflicto armado; sin embargo, —conti-
núa— esa conexión no dio mayor protagonismo al caso colombiano en la agen-
da estadounidense, en la medida que se trataba tan solo de uno de los múltiples
frentes de contención al comunismo en todo el planeta durante la Guerra Fría.

2 De acuerdo con cifras de Russell Ramsey (1981) citadas por Alfredo Molano en su colaboración
al informe de la CHCAV, para 1953 la cifra de guerrilleros armados podía oscilar entre los
40.000 y 55.000, mientras la Fuerza Pública no contaba con más de 25.000 hombres.

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

Por el contrario, Estados Unidos tenía un papel central en las estrategias de los
distintos gobiernos colombianos para enfrentar a los GAI. Varios de ellos, a lo
largo de esta etapa de la lucha contra el comunismo, se inscribieron activamen-
te en los mecanismos, idearios y políticas de seguridad estadounidenses con el
fin de involucrar a Estados Unidos en el combate a las guerrillas.
No obstante —afirma (Guerrero, 2011)—, durante los Gobiernos de Belisario
Betancur (1982-1986) y Virgilio Barco (1986-1990) se dieron los primeros inten-
tos por una salida negociada del conflicto. Esto representó un viraje frente a
la perspectiva militarista predominante en la lógica de la Guerra Fría y de las
políticas de seguridad estadounidenses.
Sin embargo, el fracaso de los acercamientos de Betancourt a una salida
negociada de la confrontación con los grupos guerrilleros —como lo señala
Guerrero (2011)— generó un escalamiento de la violencia y detonó el involu-
cramiento de otros actores en el conflicto. Ello, sumado a cambios en el sistema
internacional y en las prioridades de la política exterior estadounidense, dio
paso al segundo momento de la conexión entre las relaciones Colombia – Esta-
dos Unidos y el abordaje del conflicto armado: la narcotización.

Creación del Plan Colombia: elementos del neoconservadurismo


en la guerra contra las drogas
Con el fin de la Guerra Fría, el comunismo fue remplazado por el narcotráfico
como la principal amenaza a la seguridad de Estados Unidos. A diferencia de la
lucha anticomunista, cuya confrontación se dio en todo el planeta, la amenaza del
narcotráfico estaba mucho más focalizada en Latinoamérica, en especial en la re-
gión andina y en Colombia en particular (Duarte y Ostos, 2005; Santos, 2010). De
acuerdo con Guerrero (2011), la estrategia estadounidense en este tema implicó
iniciativas económicas, militares y diplomáticas enfocadas en combatir la pro-
ducción y el tráfico en países como Perú y Bolivia. Sin embargo, según el autor, la
presión ejercida en esos países, y el aumento de la demanda por las drogas ilícitas
desplazaron la problemática a Colombia, que se convirtió en el escenario de pro-
ducción, transformación y tráfico de la coca. Así, las mafias del contrabando y la
marihuana se transformaron en los grandes carteles de la cocaína.
Como resultado, la atención del gobierno estadounidense pasó a centrarse
en apoyar a Colombia en la lucha contra esas nuevas organizaciones en el mar-
co de la “guerra contra las drogas” (Fernández, 2002). El CNMH (2013) afirma
que, en ese contexto se dio un enfrentamiento directo entre el Estado colom-
biano y los grandes carteles de la coca. El Estado entonces debía pelear en dos
frentes, el del conflicto armado y el del narcotráfico.
Adicionalmente, Guerrero (2011) y Moncayo (2015) señalan que la incapa-
cidad del Estado para ofrecer seguridad a ganaderos, terratenientes y mineros

530
Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

propició que esos sectores promovieran el surgimiento de nuevos grupos arma-


dos en diferentes regiones del país. Posteriormente, esas agrupaciones empeza-
ron a ser financiadas por los carteles del narcotráfico y adquirieron un discurso
contrainsurgente. De ese modo se configuró el fenómeno del paramilitarismo
en Colombia, que —según el CNMH (2013)— tuvo un carácter dual para el
Estado, como aliado en la lucha contra las guerrillas y como enemigo en el en-
frentamiento al narcotráfico.
Por otro lado, la desaparición del apoyo externo a las guerrillas con la caída
del bloque comunista y la atomización del negocio del narcotráfico tras la gue-
rra entre el Estado y los carteles, dieron pie a que varios GAI se involucraran
en la economía de la droga y experimentaran un proceso de expansión que
profundizó la debilidad del Estado. Esa debilidad fue un factor determinante
en el cambio al manejo diferenciado del narcotráfico y del conflicto armado por
parte del Estado colombiano (Guerrero, 2011; Pécaut, 2008).
En consecuencia, los Gobiernos colombianos de finales de los noventa adop-
taron los lineamientos estadounidenses para hacerle frente al narcotráfico e ins-
cribieron el conflicto armado en la “guerra contra las drogas” argumentando
la vinculación de los grupos armados en ese negocio bajo etiquetas como la de
“narcoguerrillas”. Esto, sumado a la carencia de legitimidad del Gobierno de
Ernesto Samper (1994–1998) tras las denuncias de que su campaña había sido
financiada con dinero del narcotráfico, dio lugar a que diferentes grupos socia-
les, económicos y políticos colombianos empezaran a percibir que la internacio-
nalización de la política antidrogas bajo los lineamientos de Estados Unidos y
la recepción de ayuda por parte de ese país para conseguir estabilidad interna
eran estrategias deseables (Duarte y Ostos, 2005; Santos, 2010).
En ese contexto, Andrés Pastrana (1998–2002) fue elegido como presidente
de Colombia con un discurso que giraba en torno a la salida negociada del con-
flicto y a devolverle a Colombia un lugar en el mundo. Durante su Gobierno
tuvo lugar la primera estrategia intensiva de internacionalización del conflicto
armado en dos sentidos: el político y el militar (Borda, 2012; Tickner, 2007). En
lo político, la estrategia de internacionalización fue la llamada “diplomacia por
la paz” para buscar apoyo de la comunidad internacional frente al proceso de
paz adelantado por ese Gobierno. Sin embargo, según Guerrero (2011), esta
iniciativa derivó de manera poco sorpresiva en que la estrategia de interna-
cionalización se enfocara en el restablecimiento de una “relación especial” con
Estados Unidos.
En ese sentido, el eje en torno al cual giró la estrategia de internacionalización
del conflicto frente a Estados Unidos fue el militar. Borda (2012) y Tickner (2007)
afirman que la atracción de los recursos de Washington durante el Gobierno de
Bill Clinton obedeció a la habilidad del Gobierno colombiano para presentar

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

a Colombia como un “país problema” incapaz de enfrentar por sí solo el


narcotráfico y los GAI —presentados como una sola problemática—, enfatizando
en las repercusiones que tenía el tráfico de drogas en el país del norte. El PC
nació como el instrumento central de la estrategia de internacionalización del
conflicto en el marco administración Pastrana. Inicialmente, el PC planteaba
que el problema del narcotráfico en Colombia tenía raíces sociales y que debía
abordarse por lo tanto de manera multilateral en una suerte de Plan Marshall
para Colombia (Santos, 2010). No obstante, dado que el Gobierno colombiano
consideraba indispensable la ayuda proveniente de Estados Unidos, permitió
un nivel elevado de intervención de ese país en el diseño y la ejecución del PC,
y estimuló la profundización del involucramiento estadounidense en Colombia
(Tickner, 2007).
De hecho, el PC alineó profundamente la situación colombiana a los inte-
reses de Estados Unidos de diferentes formas. En primer lugar, priorizaba el
narcotráfico frente a todas las demás problemáticas presentes en el conflicto.
En segundo lugar, anteponía una estrategia militarista a una estrategia social
para enfrentar las drogas ilícitas —el 80 % de los recursos se destinaron a pro-
gramas relacionados con el fortalecimiento de la Fuerza Pública y tan solo el
20 % a iniciativas de naturaleza económica y social—. Por último, reflejaba la
resistencia —inicial— de Estados Unidos para utilizar de los recursos del PC
para enfrentar directamente a las guerrillas, a pesar de que esto era un objetivo
primordial del Gobierno colombiano (Santos, 2010).
Aunque la administración Clinton no puede ser catalogada como neocon-
servadora, es posible identificar dos elementos relacionados con esa tendencia
de pensamiento en la creación del PC. El primer elemento es su claro enfoque
militarista, aunque indirecto. Al respecto, Hawkins (2008) afirma que la presión
de Estados Unidos por la militarización del PC provenía de “específicos grupos
neoconservadores de ultra derecha, que estaban íntimamente vinculados con el
complejo militar-industrial de Estados Unidos y la extrema derecha en Colom-
bia. Estos, a su vez liderados por el Heritage Foundation y muchos republicanos
en el congreso, apoyaron firmemente el Alliance Act” (p. 19). Adicionalmente,
Clinton era presionado por el Partido Republicano en general, desde donde se
afirmaba que sus acciones contra el narcotráfico no eran suficientemente fuertes
(Rosen, 2012).
El carácter indirecto de la intervención se evidenció en el reporte del Comité
de Relaciones Exteriores de Estados Unidos sobre el PC. El reporte resolvió, de
forma explícita, que el apoyo militar iba a darse en términos de entrenamiento
a las fuerzas armadas y de envío de equipos —helicópteros—, pero por nin-
gún motivo el personal del Departamento de Defensa debía intervenir en las
operaciones militares (Biden, 2000). El segundo elemento radicó en la forma
como el Plan reflejó la transición temática del neoconservadurismo de lo moral

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Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

y lo doméstico a los asuntos de política exterior. Esto se hizo visible en tanto el


poder militar de Estados Unidos fue empleado de manera indirecta para hacer
frente al narcotráfico, entendido como un fenómeno que amenazaba no solo la
seguridad nacional, sino la moral cívica defendida por el neoconservadurismo
(Bronner, 2004).
Adicionalmente, varios autores neoconservadores —a través de artículos
publicados por el AEI y en The Weekly Standard— aseguraron que la razón ini-
cial de abordar el caso colombiano desde una estrategia indirecta residió en
que, durante los debates generados al interior del Congreso respecto al tipo de
ayuda que le sería provista a Colombia, tanto demócratas como republicanos
coincidieron en que el Gobierno no se podía permitir una “segunda Guerra de
Vietnam”, y por ello, la intervención en el PC debía ser indirecta (BBC News,
2001; Boot y Bennet, 2009; Falcoff, 2000).

Intensificación del Plan Colombia: la guerra contra el terrorismo


y la cúspide de la influencia neoconservadora en la política
exterior estadounidense
El fracaso del proceso de paz de Pastrana fortaleció la popularidad del dis-
curso de mano dura de Álvaro Uribe que lo llevó al poder. Simultáneamente,
los atentados del 11-S ubicaron al narcotráfico en un segundo lugar frente a la
amenaza del terrorismo como nueva prioridad para la seguridad nacional de
Estados Unidos (Borda, 2007; Guerrero, 2011; Zuluaga, 2007). Como lo mues-
tran Guerrero (2011) y Pardo y Tickner (2003), el suceso que sentó las bases de
una nueva conexión a través del discurso de la guerra contra el terrorismo fue
la solicitud del Gobierno de Andrés Pastrana a la comunidad internacional, en
particular al Departamento de Estado de Estados Unidos, de etiquetar a los
GAI en Colombia como principal amenaza terrorista del hemisferio occidental.
La profundización de la alineación fue la intensificación del PC, que se evi-
denció, en primer lugar con el incremento de los montos de ayuda —haciendo
de Colombia el tercer país receptor de ayuda estadounidense en el mundo—
(Borda, 2007) y la continuidad del protagonismo del componente militar. En
segundo lugar, la intensificación del PC se materializó a través de un involu-
cramiento más directo de Estados Unidos en el territorio colombiano. La cifra
de militares provenientes de ese país llegó a 411 en 2003 (Borda, 2012). Adi-
cionalmente, la intensificación permitió derribar la resistencia de Washington
frente al uso de los fondos del PC en el combate a las guerrillas gracias a la
identificación de dichos grupos como organizaciones “narcoterroristas” (Duar-
te y Ostos, 2005).
La estrategia de Álvaro Uribe para insertar a Colombia como uno de los
frentes de la guerra contra el terrorismo se manifestó, por una parte, cuando
Colombia fue el único país latinoamericano en apoyar la invasión liderada por

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

Estados Unidos a Irak. Por otra parte, pese a una negativa inicial, los condicio-
namientos a la liberación de los fondos planteados por Washington llevaron al
Gobierno colombiano a conceder inmunidad ante la Corte Penal Internacional a
los militares estadounidenses en Colombia (Bernal, 2015; Borda, 2012; Duarte y
Ostos, 2005). Adicionalmente, Castellanos (2014) muestra que, en términos dis-
cursivos, la estrategia llegó al punto de establecer un paralelo entre los grupos
armados en Colombia —en especial de las FARC— y Al Qaeda.
Para Rojas (2015), lo anterior obedeció a la intención de consolidar la imagen
de Colombia como un aliado incondicional de Washington para asegurar la
prolongación del PC y el sostenimiento de la política de Seguridad Democráti-
ca. Duarte y Ostos (2005) afirman que la percepción de debilitamiento militar
y político real de las FARC y el ELN gracias a las acciones ofensivas del Go-
bierno, que —a su vez— estaba relacionada con la profundización de la alinea-
ción de Colombia a los intereses de Estados Unidos y la Política de Seguridad
Democrática, recogió apoyo popular. La capitalización que hizo Uribe de ese
apoyo derivó en la ignorancia consciente en términos de violaciones a los de-
rechos humanos y, política exterior, del aislamiento de Colombia en la región,
incluyendo puntos críticos en las relaciones con Venezuela y Ecuador (Ardila
y Amado, 2009).
Paralelamente, la intensificación del PC permite observar la transición defi-
nitiva del neoconservadurismo a los asuntos de la política exterior de Estados
Unidos, a través del rol representado por George W. Bush como la personifi-
cación parcial de las ideas neoconservadoras y de la influencia de los discur-
sos y posturas de personajes como Paul Wolfowitz y Elliott Abrams frente al
desarrollo del PC en esta etapa. En ese sentido, Tokatlian (2004) resalta que
tanto Donald Rumsfeld (Secretario de Defensa) como Paul Wolfowitz (Subse-
cretario de Defensa) mantuvieron una visión sobre Colombia en la que primaba
el ejercicio militar en vez de una salida diplomática, dada la desconfianza que
generó el fortalecimiento de las FARC durante los diálogos con el Gobierno de
Pastrana y el escalonamiento de la violencia después del fracaso de estos. Si
bien Rumsfeld, Wolfowitz y Abrams coincidían en lo imperativo del abordaje
militar, Abrams consideraba que la forma cómo se estaba abordando la lucha
contra las drogas era insuficiente para reafirmar debidamente los principios y
las políticas estadounidenses.
Adicionalmente, la presencia de las ideas neoconservadoras en la etapa de
intensificación del PC fue visible a través de diversas publicaciones encontradas
en prensa. Es importante rescatar que si bien el PC no se planteaba como un
tema prioritario en el obituario periodístico neoconservador3, autores como

3 Commentary¸ por ejemplo, dedicó la mayor parte de sus publicaciones a tratar los temas en
Medio Oriente

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Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

Boot y Bennet (2009), Currie (2007) y Wolfowitz y O’Hanlon (2011) reiteraron,


en primer lugar, la imposibilidad del Gobierno de Andrés Pastrana para
cumplir con los propósitos inicialmente planteados en el PC. Al respecto,
afirmaron que la salida negociada a través del proceso de paz y su posterior
fracaso únicamente fortalecieron a los movimientos insurgentes mientras que
debilitaron la imagen y el margen de acción del Estado.
En segundo lugar, los autores aplaudieron la profunda alineación entre el
Gobierno de George W. Bush y el de Álvaro Uribe entre 2002 y 2008 en tanto
el ascenso de Bush a la presidencia y los acontecimientos del 9-11 significa-
ron para el neoconservadurismo una oportunidad para profundizar el invo-
lucramiento de los Estados Unidos en el desarrollo del PC. Esta situación fue
observable de dos formas: primero, con la posición de Estados Unidos que ar-
gumentaba que las estrategias del Plan no podían limitarse a la erradicación
de los cultivos ilícitos; además, debían actuar en función de la eliminación de
los GAI. Los autores hicieron particular énfasis en el éxito que tuvo el Plan en
términos de la drástica reducción en las cifras de asesinatos y secuestros, y en
la estimulación de la economía colombiana producto de las políticas implemen-
tadas por el entonces presidente.
Por último, resaltaron que la razón principal detrás de la no priorización del
PC dentro de la agenda neoconservadora, en contraposición a la creciente im-
portancia que obtuvieron los casos de Irak y Afganistán —aun cuando el caso
colombiano era catalogado como un asunto de terrorismo consecuencia de la
clasificación otorgada por el Gobierno colombiano—, residió en que uno de los
elementos fundamentales dentro de la agenda neoconservadora, en términos
de intervención militar directa, es el cambio de régimen. En el caso de Colom-
bia, no fue necesario un cambio de régimen, al contrario, la alineación existente
entre los presidentes se tradujo en que la eliminación del terrorismo al interior
de Colombia podía ser llevada a cabo por el Estado y no veía la necesidad de
una intervención directa, desde una posición más bien pragmática.

Replanteamiento: balanceando la alineación y diversificando de


la agenda de cara al posacuerdo
En 2010, con un discurso centrado en “defender, continuar y mejorar el legado
de Uribe”, Juan Manuel Santos fue elegido presidente de Colombia. No obstan-
te, desde muy temprano, Santos empezó a marcar distancia de su predecesor
(Hernández, 2014). A nivel interno, el objetivo del Gobierno Santos de encon-
trar una solución definitiva a la guerra en Colombia se visibilizó con la apertu-
ra de un proceso de paz con las guerrillas, la Ley de víctimas y restitución de
tierras, y la Política Integral de Seguridad y Defensa para la Prosperidad (Rojas,
2013). En términos de política exterior, de acuerdo con Pastrana (2011), el dis-
tanciamiento radicó en los esfuerzos de la administración Santos orientados a

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

recuperar y normalizar las relaciones de Colombia con Venezuela y Ecuador;


diversificar la agenda —en particular frente a Estados Unidos—, más allá de
los discursos contra el narcotráfico y el terrorismo —que mantenían protago-
nismo en la administración Obama, aunque en menor medida con respecto al
Gobierno Bush—; y reducir la vulnerabilidad y la alineación incondicional a los
intereses estadounidenses.
Rojas (2013) señala que el cambio en las dinámicas de la relación entre Co-
lombia y Estados Unidos se manifestó de diferentes formas desde el inicio. Del
lado colombiano, por ejemplo, cesó la insistencia del Gobierno para instalar ba-
ses militares estadounidenses en su territorio, considerando la declaración de
inconstitucionalidad por parte de la Corte Constitucional, pero sobre todo, las
implicaciones que esto tendría en las relaciones con otros países de la región.
Del lado de Estados Unidos, tanto el Congreso como el Gobierno insistieron en
sus objeciones frente a la aprobación del Tratado de Libre Comercio, relacio-
nadas con denuncias sobre violaciones de los derechos humanos y asesinatos a
sindicalistas, en contraste con los marcados esfuerzos del Gobierno Bush para
ratificarlo (Pastrana, 2011; Hernández, 2014). Asimismo, hubo un cambio en la
distribución de los recursos de cooperación, que pasaron de estar 80 % orienta-
dos a la ayuda militar y 20 % a programas económicos y sociales, a una relación
de 60 % y 40 %, respectivamente.
En ese contexto de nuevas dinámicas, tuvo lugar en septiembre de 2010 el
primer encuentro entre los presidentes Santos y Obama. Para Rojas (2013), el
encuentro arrojó una agenda que, además de los temas tradicionales, incluía
asuntos como desarrollo social, crecimiento económico, medio ambiente y de-
rechos humanos, y daba una importancia central al proceso de paz. De hecho,
de acuerdo con Shifter (2016), el Gobierno de Barack Obama respaldó el proce-
so de paz desde sus inicios. En consecuencia, las relaciones se desenvolvieron
bajo la asunción de que Colombia se hallaba en un proceso de transición hacia
el pos-conflicto, en drástica oposición a la imagen de “país problema” que pre-
dominó en la política exterior colombiana de los gobiernos anteriores.
En ese sentido, en febrero de 2016, durante el acto de conmemoración de los
15 años del Plan Colombia, el presidente Barack Obama anunció que solicitaría
al Congreso de su país un paquete de ayuda de 450 millones de dólares para
Colombia en el presupuesto 2017: el plan Paz Colombia. De acuerdo con las
palabras del presidente Obama, su objetivo era que Paz Colombia estuviera
enfocado en reforzar los logros en seguridad, apoyar el desminado, reintegrar a
los excombatientes y extender oportunidades y el estado de derecho a las áreas
más remotas. Paz Colombia también tendría elementos relacionados con la de-
fensa de los derechos humanos, la justicia para las víctimas y el combate contra
los efectos de las drogas ilegales (Office of the Press Secretary, 2016).

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Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

Un frente adicional de cambio relevante fue la adopción por parte del


Gobierno de Juan Manuel Santos de un discurso más crítico y revisionista
—aunque cauteloso— frente a la “guerra contra las drogas” en escenarios
como la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas
de 2016, (UNGASS, 2016) sobre el problema mundial de la droga (Sistema
Informativo del Gobierno [SIG], 2016). El Gobierno colombiano, además, se
ha visto recientemente en una posición compleja en la relación con Estados
Unidos con respecto a este tema como consecuencia de tres factores.
El primero de ellos es el aumento en las hectáreas cultivadas con coca. El In-
forme sobre la Estrategia Internacional para el Control de los Narcóticos (INCSR)
del Departamento de Estado de Estados Unidos (2017) calculó que para 2015 el
área cultivada de coca en Colombia había aumentado un 42 %. Por su parte, el
Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos [SIMCI] (2017) registró un
aumento del 52 % entre 2015 y 2016. El segundo factor es la suspensión de las
fumigaciones aéreas con glifosato en octubre de 2015 por decisión del Consejo
Nacional de Estupefacientes, basándose en los riesgos para la salud y en cum-
plimiento de un fallo de la Corte Constitucional (El Espectador, 2015). El tercer
factor radica en los compromisos adquiridos por el Gobierno en el marco del
punto cuatro del Acuerdo Final con las FARC, en el que, si bien no se prohíbe
la erradicación forzosa ni la fumigación, se promueve la sustitución voluntaria
de los cultivos ilícitos acordada con las comunidades en los territorios (Mesa de
Conversaciones de La Habana, 2017). Debe resaltarse que, a pesar de la incomo-
didad que generó la decisión, la administración de Obama respetó la suspensión
de las fumigaciones aéreas y continuó apoyando el proceso de paz (Shifter, 2016).
No obstante, parte de la complejidad de la situación radica en que el INCSR
argumenta que el aumento se debe, en primer lugar, a que integrantes de las
FARC estimularon la siembra en las comunidades suponiendo que los subsidios
del Gobierno posteriores al Acuerdo Final se enfocarían en las regiones con ma-
yor cantidad de coca; y, en segundo lugar, a que el Gobierno colombiano redujo
las operaciones de erradicación en áreas controladas por las FARC para reducir
el riesgo de conflicto armado durante las negociaciones. En ese sentido, si bien
durante los gobiernos de Santos y Obama tuvo lugar una diversificación de la
agenda y una relación más balanceada entre los dos países, las afirmaciones en
el INCSR plantean un desafío para el Gobierno colombiano con el Gobierno
de Donald Trump, que ha mostrado hasta ahora una aproximación más fuerte
frente al narcotráfico. La principal muestra de esto es un pronunciamiento del
Secretario de Estado de Estados Unidos insistiendo en la reanudación de la
fumigación aérea a cultivos de uso ilícito (El Tiempo, 2017).
Asimismo, las declaraciones del presidente Trump al final de su encuentro
con el presidente Santos en mayo de 2017 (The White House, Donald Trump,
2017), permiten observar una diferencia de prioridades en dos sentidos. En

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

primer lugar, el énfasis que Trump dedicó a la preocupación por el aumento


en las áreas cultivadas con coca deja ver que este asunto ocupará un lugar
prioritario en la relación con Colombia, seguido por la situación de Venezuela.
En segundo lugar, el hecho de que el presidente Trump no incluyera en sus
declaraciones el apoyo al proceso de paz —que solo salió a flote durante la
ronda de preguntas— ha sido interpretado como una muestra de que la
importancia que su administración le ha dado a este tema es menor comparada
con la administración anterior y con la que tiene para el Gobierno de Santos
(Semana, 2017).

Conclusiones
Este capítulo pudo analizar la compleja yuxtaposición de dos procesos para-
lelos. En primer lugar, se lograron identificar el proceso y los canales a través
de los cuales se dio la influencia progresiva del neoconservadurismo en la po-
lítica exterior estadounidense. Al observar la transformación de la tendencia
neoconservadora de enfocarse en asuntos morales y domésticos a asuntos de
política exterior y seguridad, su transición del Partido Demócrata al Partido
Republicano y su subsecuente división entre pragmáticos y radicales, este texto
logró exponer que, si bien los gobiernos de Ronald Reagan y George W. Bush
no fueron plenamente neoconservadores, sí lograron visibilizar el ascenso de
la influencia del neoconservadurismo en la política exterior estadounidense.
En el caso de Reagan, esta influencia se evidenció a través de la alineación de
intereses con la participación de Paul Wolfowitz, Pat Moynihan y Elliot Abrams
en distintas recomendaciones adoptadas dentro de las estrategias de política
exterior. En el caso de George W. Bush, el ascenso del pensamiento neocon-
servador fue visible de tres formas: (1) a través de la influencia directa de Paul
Wolfowitz, Elliot Abrams, Douglas Feith y Lewis Libby en la formulación mis-
ma de la política exterior del país; (2) con la participación de think tanks, como
el AEI y el PNAC, como asesores del gobierno Bush; y (3) por medio de la
formulación de la ESN, un instrumento que definió el comportamiento de Esta-
dos Unidos en el escenario internacional,. Adicionalmente, se logró establecer
que, además de la influencia en la formulación de política y los think tanks, el
neoconservadurismo también influenció la política exterior estadounidense a
través de la prensa (The Public Interest, Commentary y The Weekly Standard).
De hecho, como se observó al final de la segunda sección, fue primordial-
mente a través de la prensa que el neoconservadurismo hizo visibles sus críticas
frente a la política exterior de la administración Obama en un momento en el que
su influencia directa estuvo limitada, principalmente, como consecuencia de la
invasión a Irak. En el caso del Gobierno de Donald Trump, aunque existen voces
encontradas dentro del neoconservadurismo frente a su política exterior y sobre
el grado de influencia que esa tendencia ha tenido en el primer año de su ad-

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Hugo Fernando Guerrero Sierra • Camila Andrea Fúquene Lozano • Federico Lozano Navarrete

ministración, algunos análisis identifican que varias de sus decisiones recientes,


particularmente en Medio Oriente, coinciden con posturas neoconservadoras.
En segundo lugar, este capítulo logró analizar cómo la subordinación
selectiva en las relaciones Colombia – Estados Unidos explica las etapas
en las que se han dado diferentes grados de alineación entre las amenazas
a la seguridad identificadas por Estados Unidos y el abordaje que el Estado
colombiano ha dado al conflicto armado. La subordinación selectiva permite
entender, por un lado, las condiciones que prepararon el terreno para la
creación y la intensificación del PC como momento cúspide de la alineación
entre los intereses estadounidenses y las problemáticas internas de Colombia;
y, por otro lado, la forma en la que se han dado entre los dos países, tanto
durante las negociaciones de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC,
como en las primeras etapas del posacuerdo.
Una evidencia del carácter selectivo de la alineación es que su intensidad
varió conforme a la importancia que los diferentes gobiernos le asignaron al
involucramiento estadounidense, de acuerdo con la evolución del conflicto y
a las soluciones que consideraron pertinentes. Por ejemplo, mientras que los
Gobiernos de Belisario Betancur y Virgilio Barco establecieron una separación
entre el conflicto armado y la guerra contra el narcotráfico dejando en un se-
gundo plano los lineamientos estadounidenses, las administraciones Pastrana
y Uribe consideraron indispensable inscribir el conflicto armado en las luchas
contra el narcotráfico y el terrorismo, respectivamente, como parte de sus estra-
tegias para hacer frente a los GAI. Del mismo modo, durante los Gobiernos de
Juan Manuel Santos y Barack Obama, fue posible diversificar la agenda en un
sentido que permitió posicionar el proceso de paz como una prioridad en las
relaciones de los dos países, incluso más allá de la problemática del narcotrá-
fico. La muestra más significativa de esta afirmación es la visión del plan Paz
Colombia expuesta por el presidente Obama, con una perspectiva mucho más
comprehensiva que militarista de la cooperación en el pos-conflicto.
Las etapas de creación e intensificación del PC permitieron observar la in-
fluencia del neoconservadurismo en la política exterior estadounidense. En la
etapa de creación, si bien no puede afirmarse que el Gobierno Clinton haya sido
neoconservador, hubo grado de influencia de esa tendencia de pensamiento a
través de los intereses de grupos neoconservadores que se vieron reflejados
en la presión del Partido Republicano por una intervención militarista aun-
que indirecta a través del PC. Con respecto a la intensificación del PC como
instrumento que visibilizó el ascenso de la tendencia neoconservadora en la
política exterior de Estados Unidos, debe señalarse que el abordaje pragmático
y militarista que el neoconservadurismo dio al PC residió en que en Colombia,
a diferencia de los casos de Irak y Afganistán, no se vio la necesidad de un
cambio de régimen.

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De Plan Colombia a Paz Colombia: el abordaje al conflicto armado desde la subordinación selectiva en las
relaciones Colombia – EEUU y el neoconservadurismo en la política exterior estadounidense

De hecho, los atentados del 9-11, la llegada al poder de Bush en Estados


Unidos y Uribe en Colombia, y el surgimiento del discurso de la guerra contra
el terrorismo generaron una alineación con los intelectuales del neoconserva-
durismo pragmático, que incluso vieron en el PC un modelo de intervención
que debía ser replicado en los casos de Medio Oriente; y la conexión entre el
Gobierno Bush y el enfoque militarista que el Gobierno de Uribe dio al PC,
permitió que la intervención de Estados Unidos se limitara a una ampliación en
los fondos dirigidos a la militarización y no una intervención directa, aunque
permitiendo el uso de los recursos directamente en el combate a los GAI.
Por último, con los elementos aportados se proyectan dos escenarios en los
que las relaciones Colombia - Estados Unidos llegarían a influenciar el contexto
de posacuerdo en Colombia. Ambos dependen en gran medida de los procesos
electorales en Colombia en el 2018 y de la posición del Gobierno Trump de
anteponer el tema de los cultivos ilícitos frente al proceso de paz. En el caso de
una victoria electoral por parte de sectores a favor del proceso de paz, podría
esperarse una continuidad por mantener la implementación de los acuerdos
como el mecanismo más efectivo de combate al problema del narcotráfico, fren-
te a una insistencia de Washington en retomar la fumigación aérea y una apro-
ximación a las drogas ilícitas desde la seguridad y no desde la construcción de
la paz. Por el contrario, una victoria desde sectores opositores al acuerdo final
podría tener una alineación con el abordaje desde la seguridad al asunto de los
cultivos ilícitos y replantear la sustitución voluntaria, plasmada en el acuerdo.
Sin embargo, debe resaltarse que, aunque el crecimiento de las áreas cultivadas
con coca hace parte del discurso de estos sectores, sus prioridades se orientan
en criticar el sistema de justicia transicional y la participación política de los
líderes de las FARC.

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La triple frontera entre Colombia,
Brasil y Perú. Una mirada en torno
al posacuerdo desde la seguridad
ambiental
María Eugenia Vega*
Hadrien Lafosse**

Introducción
La discusión acerca de lo que representa la región amazónica en los niveles glo-
bal, subregional y local es uno de los temas que ha acaparado el debate público
en el tiempo reciente. Pero en términos prácticos esto no ha trascendido de una
actitud meramente declamativa y retórica. En todo caso, no puede decirse lo
mismo respecto de las comunidades locales, las organizaciones de la sociedad
civil y por supuesto la academia, quienes llevan décadas denunciando la grave-
dad de la ausencia de políticas por parte de los Estados involucrados.

*
Politóloga de la Universidad de Buenos Aires. MSc en Defensa Nacional, Escuela de Defensa
de la República Argentina. Doctoranda en Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires. Do-
cente de la Universidad de Buenos Aires, profesora visitante e investigadora en la Maestría en
Ciencia Política de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Actualmente profesora
investigadora de tiempo completo del Programa de Negocios y Relaciones Internacionales,
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad de La Salle, Bogotá: Integrante del
grupo de investigación Economía y Desarrollo Humano de la Universidad de La Salle. Correo
electrónico: maeuvega@unisalle.edu.co.
**
Pregrado en Comercio Internacional, Lycée marcelin Berthelot, Saint Maur, Francia. MSc en
Administración de Empresas, NEOMA Business School, Reims, Francia. Profesor investigador
de tiempo completo del Programa de Finanzas y Comercio Internacional, Facultad de Ciencias
Económicas y Sociales, Universidad de La Salle, Bogotá. Integrante del grupo de investigación
Economía y Desarrollo Humano de la Universidad de La Salle. Correo electrónico: hlafosse@
unisalle.edu.co.

547
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

En lo que aquí compete y dado que la mayoría de las investigaciones se han


centrado en la Amazonia como un todo, el presente capítulo se basa en una idea
restringida sobre el trapecio geográfico que refiere a la frontera compartida por
Colombia, Brasil y Perú. Es en este sentido que interesa aquí detenerse en el
área particular de esta región, partiendo de la premisa de que así pueden visi-
bilizarse mejor las problemáticas puntuales y, por ende, el tratamiento político
(o no) de las mismas. Efectivamente, la triple frontera es una región signada por
la complejidad, donde convergen múltiples actores e intereses de importancia
estratégica en los planos local, subregional y global y donde se hace presente
en todas sus facetas el concepto de seguridad multidimensional, tal y como se
aborda en el siguiente apartado. Aspectos como el tráfico ilegal de especies y la
biopiratería, el narcotráfico o las actividades extractivas legales e ilegales, que a
su vez se retroalimentan con el marco general del conflicto interno colombiano
y sus efectos sobre los países vecinos, ponen una vez más de manifiesto que
en la actualidad los problemas de seguridad, que abarcan aspectos militares,
políticos, económicos, sociales y medioambientales.
Así, es en función de este panorama que cobra relevancia al explorar el caso
desde el concepto de seguridad ambiental y de los planteos de la Escuela de
Copenhague, en el sentido de que permite un tratamiento novedoso de esta
compleja zona, fuente permanente de tensiones. Se vuelve más interesante aún
ya que se trata de un concepto controvertido y que no solo no ha sido amplia-
mente trabajado en relación con la triple frontera, sino que mucho menos se lo
ha tratado desde las percepciones oficiales que en materia de seguridad consi-
deran los Estados en cuestión1. A estas alturas resultan innegables los proble-
mas de seguridad común en relación con el medio ambiente y si bien los países
que comparten esta frontera tradicionalmente se han enfocado en los impactos
del conflicto interno en Colombia, no se han tratado las problemáticas relativas
a la seguridad ambiental —o por lo menos no se las ha entendido de la misma
manera—. Mucho menos, y en todo caso dado lo novedoso y coyuntural del
proceso, se ha hecho referencia a sus potenciales implicancias en el escenario
del posacuerdo colombiano. Con esto por delante, resulta lógico señalar que se
trata de una temática nada simple de acotar a la vez que bien interesante desde
el amplio abanico de perspectivas desde las que podría abordarse. Basten como
ejemplo planteos sobre seguridad ambiental desde los estudios de fronteras, de
conceptos tales como recursos naturales estratégicos, conflictos socioambienta-
les o gobernanza ambiental.

1 Entre las investigaciones sobre el tema destaca el trabajo de Veyrunes (2008), quien toma la
región amazónica en su conjunto desde la seguridad ambiental e indaga sobre cómo los dife-
rentes actores perciben las amenazas puntuales.

548
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

Un punto importante a tratar a partir de otras investigaciones es la premisa


acerca de que los problemas ambientales solo pueden ser resueltos en el ámbito
del regionalismo y para ellos se ha profundizado en el estudio de las formas
que asume la integración regional en América Latina y del Sur, el concepto de
regionalismo y las discusiones a su alrededor2. En tanto no se pierde este nor-
te —al contrario, destaca nuevamente la relevancia del plano subregional—,
el presente escrito no trata estas cuestiones precisamente porque se entiende
que, a pesar del sinnúmero de acuerdos suscritos a este respecto por los países
en cuestión3, lo que se requiere en principio es de una visión compartida de la
seguridad ambiental.
Con el propósito de observar si el tratamiento de los problemas ambientales
en la triple frontera es entendido por los países implicados como un asunto
de seguridad, se procederá al análisis de contenido de los Libros Blancos de De-
fensa y documentos equivalentes en el caso de Colombia. Efectivamente, los
Libros Blancos constituyen, dentro de las medidas de confianza mutua4, “un
instrumento por excelencia para la transparencia y el fortalecimiento de la de-
mocracia en materia de seguridad” (Vega, 2008, p. 83) ya que se trata de un
“documento de política clave en el que cada Estado presenta el amplio marco
de política estratégica para la planificación de la defensa, con una perspectiva
de mediano plazo” (p. 83). Puede decirse que son una oportunidad para buscar
indicadores entre los diferentes países y constituyen las fuentes esenciales que
reflejan percepciones oficiales, lo que permite al investigador abordar de forma
comparada las concepciones acerca de la seguridad y defensa en el entorno
regional (Vega, 2008).
A partir de este abordaje y con los objetivos presentados, en primera
instancia, se plantean los postulados de la Escuela de Copenhague sobre
todo por la utilidad que supone esta perspectiva ecléctica de las relaciones
internacionales y su introducción del concepto de securitización, para sobre
estas bases proceder a la discusión del por sí controversial concepto de
seguridad ambiental. De forma que en principio conviene alertar que aquí

2 Para ampliar sobre este particular se recomienda consultar Vega y Lafosse (2016).
3 Por ejemplo, es importante destacar que si bien la protección de esta región en términos am-
bientales y otros también se encuentra bajo la órbita del Tratado de Cooperación Amazónica
y por ende, la organización que se encarga de velar por su cumplimiento (Organización del
Tratado de Cooperación Amazónica —OTCA—), no serán objetos de análisis en este capítulo.
4 Desde una concepción preventiva de la seguridad, en su versión cooperativa busca establecer
relaciones colaborativas en lugar de confrontacionales entre los Estados, suponiendo que los
objetivos de seguridad son identificados como comunes y compartidos. Dentro de este esque-
ma, las medidas de confianza mutua —Confidence and security building measures— constituyen
el paso principal, son un tema central de la diplomacia preventiva, y su desarrollo posibilita
acciones que generan mecanismos de prevención de conflictos, en tanto contribuyen de manera
efectiva a la transparencia y a hacer predictibles los comportamientos. (Vega, 2008, p. 83)

549
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

deben sortearse dos obstáculos básicos: la ausencia de consenso acerca de la


seguridad ambiental y los problemas de índole conceptual al tratar las nuevas
amenazas. Muy someramente se harán algunas referencias sobre Suramérica.
En segundo lugar, se efectúa un paneo general sobre la triple frontera entre
Colombia, Brasil y Perú, con el objeto de denotar su importancia en términos
ambientales, los desafíos y principales amenazas que la aquejan, para en el si-
guiente apartado, analizar las percepciones oficiales de los Estados en cuestión,
que permitan visualizar si tratan el medio ambiente como un problema de se-
guridad, si extreman las medidas de seguridad en relación a la importancia que
se le asigna al ambiente —securitización— o si, por el contrario, sencillamente
no se refleja mayor preocupación ni mucho menos desde esta perspectiva.
Sobre estas líneas argumentales, el análisis permitirá llegar a una serie de
conclusiones que, entre otros aspectos, enfatizará las discusiones actuales ante
el escenario del posacuerdo en Colombia en el marco de la triple frontera desde
el punto de vista del concepto de seguridad ambiental.

La discusión en torno al concepto de seguridad ambiental:


algunas implicancias para Suramérica
Actualmente queda fuera de discusión que el carácter cambiante del sistema
internacional y la creciente interdependencia requieren de perspectivas más
amplias que las tradicionales acerca de la seguridad. El problema de las nuevas
amenazas no solo radica en su impacto transnacional sino también en su natu-
raleza polifacética y cambiante. Pero sobre todo en el hecho de que no se mani-
fiestan de forma unívoca, sino que por el contrario, su peligrosidad deviene del
hecho de tratarse de un intrincado complejo de fenómenos que la academia aún
a estas alturas no ha logrado desglosar a fin de una mejor conceptualización. En
este sentido y en concordancia con esta visión amplia, esta investigación toma
los postulados de la Escuela de Copenhague (Buzan, 1991, Waever, 1995, Møller,
2000), que si bien analiza la seguridad bajo los fundamentos del neorrealismo
sistémico, también incorpora conceptos del liberalismo como la instituciona-
lidad, de la seguridad humana y del constructivismo. Como se planteaba en
otro trabajo (Vega, 2013), el resultado es una perspectiva que, aunque ecléctica,
brinda amplitud para comprender la seguridad como componente integral de
las relaciones internacionales y de los Estados, centrándose en el resguardo de
las instituciones políticas y sociales, así como de los individuos.
En este contexto, la seguridad es entendida como aquella situación en la que
“un representante de un Estado declara una condición de emergencia, así que
reclama el derecho de usar cualquier medio que sea necesario para bloquear el
desarrollo de la amenaza” (Waever, 1995, p. 21). Por lo tanto, cabe la posibilidad
de que cualquier problema pueda ser situado en el continuum que va desde la

550
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

no politización —no implica la toma de decisiones— a la politización —demanda


decisiones— y trasciende de esta hacia la securitización, es decir, donde el tema
en cuestión es concebido como amenaza a la supervivencia y requiere de medidas
extraordinarias que justifican acciones por fuera de los procedimientos políticos
normales. Sin embargo, autores como Buzan, Waever y de Wilde (1998) advierten
que la securitización de una problemática solo debe darse cuando esta representa
una amenaza inminente al suponerse en riesgo la propia supervivencia, ya que lo
más deseable es la desecuritización, es decir, emplear todas las acciones tendien-
tes a disipar la amenaza sin poner en riesgo el Estado de Derecho (Waever, 1998,
p. 27). Por cuanto este concepto se constituye en columna vertebral del presente
trabajo, vale subrayar el énfasis con el que la Escuela de Copenhague advierte
los peligros de una excesiva securitización, al recordar que los responsables del
manejo de los problemas de seguridad son los actores y no “fuerzas anónimas y
objetivas” (Buzan, Waever y de Wilde, 1998, p. 212). Dentro de esta amplitud y
atendiendo a la incertidumbre y complejidad características del actual escenario
internacional, Buzan (1998) sostiene que la seguridad de las colectividades se ve
afectada por cinco factores principales: militares, políticos, económicos, sociales
y medioambientales. Nos detendremos en este último, introduciéndose aquí, el
concepto de seguridad ambiental.
En principio, debe advertirse que su abordaje implica sortear una serie de
obstáculos. Pasadas ya tres décadas desde la inclusión del medio ambiente en
la agenda internacional y abriendo paso a un tema de estudio conocido como
“la seguridad del medio ambiente” (Mathews, 1989), no existe aún consenso
académico a este respecto. Así, las controversias respecto de la inclusión del
ambiente en los análisis de seguridad internacional pueden situarse desde la
década de los ochenta, principalmente con los aportes de Ullman (1983) y de
los escépticos, que consideran que la securitización de las problemáticas am-
bientales son meramente alarmistas. Esta etapa es la que se ha denominado
como la primera generación de estudios de seguridad ambiental, que da paso
a una segunda, que asentará la legitimidad de esta relación al centrarse en la
correspondencia entre escasez de recursos naturales y “conflictos violentos a
través de estudios de casos empíricos” (Veyrunes, 2008, p. 9). En una tercera
etapa se integran variables de seguridad humana y de cooperación, y en una
cuarta y última generación, al decir de Lavaux (citado en Veyrunes, 2008), “se
puede abordar la seguridad ambiental con variables tales como la escasez de
recursos naturales, los intereses nacionales, los conflictos violentos, y de esta
manera analizarla desde un punto de vista más humano introduciendo las va-
riables de pobreza, conflictualidad Estado-sociedad, problemas de gobernanza
y cooperación (pp. 9-10)
Tratando de sortear lo que se podría denominar como una suerte de pobre-
za teórica, como campo de análisis atiende las “amenazas no convencionales

551
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

contra el sustrato ambiental esencial para el desarrollo de la población y para el


mantenimiento de su integridad funcional” (Mattheus, 1995). En este sentido,
Foster y Wise (1999) conceptúan a estas amenazas como:

[...] aquellas condiciones de degradación ambiental y escasez inducidas por


el deterioro de los recursos naturales que directa o indirectamente ponen en
peligro la seguridad y que deben valorarse [...] por la contribución que reali-
zan a la intranquilidad social, violencia colectiva, conflictos interestatales o
desestabilización, en cualquier lugar del mundo donde intereses estratégicos
importantes están en juego. (p. 21)

En efecto, el abanico de cuestiones susceptibles de ser consideradas como ame-


nazas al ambiente resulta demasiado amplio y en un intrincado complejo de
relaciones por cuanto refiere, en tanto situación ideal, al mantenimiento de la
biósfera local y global como sistema esencial de sustento del cual dependen to-
das las actividades humanas (Buzan y Waever, 1998, p. 152). Por lo que, “como
derivación, tampoco se ha podido determinar cuándo un problema es de segu-
ridad ambiental, cómo se responde, ni con qué medios” (Vega, 2013, p. 235).
Suramérica puede ubicarse en este contexto, ya que si bien la región ha sido
tradicionalmente relegada a una posición de marginalidad estratégica en el es-
cenario internacional, los cambios referidos en la naturaleza de las prioridades
de la agenda de seguridad internacional han impactado de forma inusitada
sobre la misma. Efectivamente, al conjugarse entre sí se retroalimentan con la
debilidad institucional que caracteriza a los Estados de nuestra región, lo que
crea un funesto y complejo entramado cuya peligrosidad repercute en todos los
ámbitos de la sociedad.
Al estar ligados a la inestabilidad y fragilidad de la institucionalidad polí-
tica, los desequilibrios económicos y el ascenso de la conflictividad social, la
problemática de seguridad tiende a ser integrada como un elemento de la go-
bernabilidad democrática, dando lugar a su redimensión política desde el con-
cepto de seguridad multidimensional. Tal como lo expresa Celi (2005), la actual
agregación de la seguridad en la agenda política multilateral se deriva de los
impactos subregionales o vecinales, de crisis internas en Estados del área y el
riesgo de desborde, de la internacionalización y regionalización de conflictos
de matriz nacional. Aquí sin duda, es donde entran a jugar los mecanismos
de transparencia y generación de confianza que entre otras medidas de cons-
trucción y fomento de la confianza mutua, se encuentran los Libros Blancos de
Defensa. En América Latina se entrelazan cinco dimensiones de la seguridad
reconocidas por Buzan (1991) y por lo mismo se ven reflejadas en el reconoci-
miento expresado en la Declaración de Seguridad de las Américas (2003):

La seguridad de los Estados del Hemisferio se ve afectada, en diferente


forma, por amenazas tradicionales y por las siguientes nuevas amenazas,

552
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

preocupaciones y otros desafíos de naturaleza diversa, tales como el


terrorismo, la delincuencia organizada transnacional, el problema mundial
de las drogas, la corrupción, el lavado de activos, el tráfico de armas y las
conexiones entre ellos; la pobreza extrema y la exclusión social de amplios
sectores de la población, que también afectan la estabilidad y la democracia
—la pobreza extrema erosiona la cohesión social y vulnera la seguridad de
los Estados—; los desastres naturales y los de origen de humano, (…) y el
deterioro del medio ambiente.

Queda claro entonces, que la región y sus instituciones no desconocen la inte-


gración de los problemas ambientales a las lógicas de seguridad. En relación
con esto, en una investigación previa (Vega, 2008) se observaba que el avance
de la definición compartida de seguridad hemisférica como concepto multidi-
mensional, si bien implica el reconocimiento de que los problemas de seguri-
dad son comunes y requieren respuestas cooperativas, también alerta que las
definiciones amplias pueden conducir a la securitización de los problemas en
la región y a la militarización de las respuestas, lo que reproduce una tendencia
histórica a extender el campo de acción de los militares, que podría conducir
a su desprofesionalización y politización.
En tanto complemento necesario a
estos argumentos, resalta que existe un cierto acuerdo entre los analistas (Lake
y Morgan, 1997; Hurrell, 1998; Kurtenbach, 2003) al señalar que luego de la
Guerra Fría se desplazó la seguridad del nivel global al regional, porque al
no existir una división del globo en dos esferas con intereses enfrentados, las
regiones dejaron de tener el mismo valor para esos intereses, acompañado con
el hecho de que las amenazas a la seguridad dejaron de ser externas a la región
para pasar a tener mayor relevancia a nivel intra-regional (Herz, 2006). Esta
devolución de la seguridad a la esfera regional, iniciada en los años ochenta,
comenzó a recibir atención dentro de los esquemas de integración en la déca-
da siguiente. Sin embargo, como en otras investigaciones ya se ha trabajado
sobre las relaciones entre seguridad ambiental e integración regional (Vega,
2013, Vega, 2008, y Vega y Lafosse, 2016) solo cabe aquí poner de manifiesto
la insoslayable necesidad de reformular las políticas de seguridad estatales e
incentivar las subregionales. Si de algo no quedan dudas es que las amenazas
transnacionales requieren de respuestas cooperativas.

La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una lectura


desde la óptica de la seguridad ambiental
Tal como se ha expresado en la introducción de este capítulo, la triple frontera
se encuentra imbricada en la Amazonía, área determinante para la superviven-
cia de la humanidad, pero también foco susceptible de ambición por parte de
actores estatales y no estatales. Cuando se habla de la Amazonía no existe un
consenso sobre su definición por cuanto diferentes factores pueden delimi-
tarla, sea la cuenca hidrográfica, la selva tropical húmeda, diversos criterios

553
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

de índole legal o como sostienen Gutiérrez, Acosta y Salazar (2004), “Existen


varias Amazonias, las cuales conforman una gran región, donde cada una tiene
una distribución regional diferente” (p. 21). Si bien los límites no están exacta-
mente delineados —el río Amazonas marca la frontera física—, la Amazonia
también representa una frontera internacional (Ladino y Rey, 2010, p. 36). Con
más razón es difícil estimar de forma estricta el espacio geográfico que aquí
ocupa, que es el ángulo más meridional del trapecio amazónico5.
Se trata de una región homogénea y a la vez heterogénea, y ambas con-
diciones la vuelven una fuente permanente de tensiones. Las similitudes son
inapelables debido a su megabiodiversidad, en tanto eje de conexión entre dos
océanos. También es común la distancia que separa a las poblaciones de Leti-
cia (Colombia), Tabatinga (Brasil) y las comunidades ribereñas de Perú con las
respectivas capitales. Al decir de la Sociedad Geográfica de Colombia, salvando
este punto de encuentro, las fronteras entre los tres países son prácticamen-
te “fronteras muertas o vacías”, definidas así porque carecen de intercambios
humanos efectivos por tratarse de áreas deshabitadas, desérticas o selváticas
(Sociedad Geográfica de Colombia, s.f.).
Zona de densa selva tropical, que además de su biodiversidad posee otros
recursos naturales estratégicos como los hidrocarburos, las maderas, el titanio, el
oro, el platino, la bauxita, los diamantes, el manganeso, el mobio y el coltán pero
que a su vez su explotación amenaza el agua y la biodiversidad. También cabe de-
tenerse en los recursos genéticos, propios de las diversas comunidades indígenas
que habitan en la región y víctimas de biopiratería; “las políticas de aculturación,
asimilación e incorporación en los espacios biofísicos, han generado un saqueo
del patrimonio natural de esos territorios ancestrales y el desconocimiento de las
culturas que genera la pérdida del conocimiento de uso y manejo tradicional de
los ecosistemas amazónicos” (Macana y Ordóñez, 2013, p. 19).
Completa el cuadro de situación, la presencia importante del crimen orga-
nizado, que involucra mercados negros, minería ilegal, deforestación agresiva,
migraciones, tráfico de armas, especies y personas, amenazas que a su vez se
catalizan con el conflicto armado colombiano. Estas encuentran el caldo de cul-
tivo perfecto en situaciones con crisis políticas y económicas que, si bien tienen
sus matices, en general incluyen elementos como la debilidad de las institucio-
nes del Estado de Derecho, la corrupción y los problemas ligados al desarro-
llo y la inequidad social. Una presencia estatal tan débil favorece el desarrollo
de estas actividades ilegales que tienen nefastas consecuencias sobre el medio

5 Si bien Trapecio amazónico refiere estrictamente a la porción de territorio colombiano entre los
ríos Putumayo y Amazonas –debido a su forma aproximada a esta figura–, aquí se lo utilizará
en general considerando al sur del Trapecio amazónico colombiano y al área fronteriza colin-
dante que incluye las poblaciones de Leticia (Colombia), Tabatinga (Brasil) y la peruana de
Santa Rosa.

554
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

ambiente, pero también aquellas actividades consideradas legales, como las ex-
tractivas o la agricultura extensiva que generan graves repercusiones, y que
sin dudas arrastran hacia conflictos socioambientales (Rezente y Tafner, 2005,
citado en Veyrunes, 2008).
Nuevamente puede observarse cómo se manifiestan aquí, de forma interre-
lacionada, las mencionadas ut supra cinco dimensiones de la seguridad, que
deja en descubierto no solo lo arbitrario de esta clasificación —obviamente váli-
da con el fin de ordenar una realidad compleja— sino sobre todo, los problemas
de tratamiento conceptual de las actuales dinámicas de seguridad. No obstante,
y en pos de precisar este trabajo, se entiende aquí que los elementos con con-
secuencias directas sobre la seguridad ambiental en la zona son la internacio-
nalización del conflicto colombiano y la ausencia de los respectivos Estados en
grandes extensiones de territorio. Efectivamente, la zona se caracteriza por una
fuerte presión del conflicto armado, donde la guerrilla de las FARC controla
las economías ilegales como el negocio de los cultivos ilícitos y el del coltán,
además que tradicionalmente sus acciones armadas han afectado la de por sí
deficiente infraestructura vial, de comunicaciones, eléctrica, petrolera y minera
(Escobar, 2013).
Resultan innegables, entonces, los impactos ambientales de todas estas ac-
tividades y de aquí vuelve a manifestarse el interés por asumir la perspectiva
de la seguridad ambiental, ya que gran parte de las consecuencias devienen del
narcotráfico. Efectivamente, engendran la destrucción del bosque tropical, la
agricultura y la contaminación de las cuencas hídricas dado el uso de químicos
de alta toxicidad que erosiona el suelo y pérdida de nichos ecológicos, del po-
tencial genético y de la cobertura vegetal. Lo mismo resulta como consecuencia
de las políticas de fumigación de las hojas de coca por parte del Estado colom-
biano. Todo esto “[...] contribuye a alterar el régimen de lluvias, el clima local y
aumentar las emisiones de gas carbónico” (Veyrunes, 2008, pp. 18-19).
El conflicto colombiano pone de manifiesto la manera en que los vecinos se
ven afectados directamente, desde múltiples factores, sea por los movimientos
migratorios o por las conexiones que el narcotráfico y la guerrilla sostienen con
el crimen organizado, las fuerzas de seguridad y las militares. Evidentemente,
de aquí surgen discusiones que no pueden agotarse en este espacio, aunque
vale la pena adelantar que algunos de estos aspectos serán sometidos a especu-
lación a medida que avanza esta investigación.
En definitiva, la región bajo estudio muestra cómo las amenazas a la se-
guridad ambiental se dan a partir de la confluencia entre relaciones sociales
conflictivas representadas por la historia más la aparición de nuevos actores de
los conflictos enmarcados en la dinámica de la globalización (Espitia, 2007, p. 78).
La ausencia del Estado en los tres casos resulta de un sistema de seguridad en

555
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

crisis que posibilita el surgimiento de zonas grises, ya que hay vacíos de esta-
tidad. Es decir, la triple frontera manifiesta la relevancia “[...] de manejar una
agenda interméstica, teniendo en cuenta la vulnerabilidad de la soberanía de
los Estados, tanto interna como interdependiente, en un contexto de alta inter-
dependencia y globalización” (Sampó, 2003, p. 105).

Las percepciones nacionales


Las políticas a corto plazo hacia la Amazonía o la ausencia de ellas desde el ni-
vel central colombiano; el conflicto interno, la producción de coca y el auge del
narcotráfico; la militarización fronteriza y la ingobernabilidad son, entre otros,
factores que marcan diferencias profundas en la percepción que los países veci-
nos pueden tener frente a la integración amazónica (Rengifo y González, 2006).
Todos los elementos hasta aquí analizados han puesto de relieve las graves con-
secuencias a nivel ambiental que padece la triple frontera amazónica. Siguien-
do el planteo inicial, se da paso en esta sección al análisis de las percepciones
nacionales oficiales de los Estados involucrados respecto de la región, desde el
punto de vista de la seguridad ambiental.

Brasil: la defensa nacional en clave de seguridad ambiental


En el caso de Brasil, tanto para los gobiernos de facto (1964-1985) como para
los democráticos y en la actualidad, la cuenca amazónica ha sido vista como un
área de vital importancia a nivel económico y político que influye de manera
determinante en el desarrollo como país y en la consecución y mantenimiento
de su interés nacional. Sin dudas, la Amazonía es un tema de seguridad nacio-
nal en Brasil “[...] Definida inicialmente a partir de hechos históricos e impul-
sado por intereses contemporáneos la soberanía brasilera sobre la Amazonía
se constituye en un tema candente en el área política y en la sociedad civil”
(Miranda, 2004). Por esto mismo, es abundante la producción académica sobre
este caso, aunque no puede dejar de anotarse que prácticamente la totalidad
de esta ha tomado el Amazonas en su conjunto, pasando por alto estudios de
caso como el que aquí ocupa. Si bien difícilmente pudiese mencionarse todo el
complejo de políticas que implica la arquitectura de defensa de un país como
Brasil, en términos generales no se puede menos que resaltar el uso geopolítico
que hace de la región amazónica, sobre todo en vista de su posicionamiento
como potencia regional.
Más específicamente, en la Política de Defensa Nacional (1996 y 2005),
predecesoras del Libro Blanco de Defensa (2012), se considera de forma
pormenorizada la relación entre seguridad y medio ambiente por cuanto se
definen áreas geopolíticas fundamentales como el Atlántico Sur y la zona aquí
estudiada, donde se entrelazan las problemáticas estudiadas, dada su alta
potencialidad de conflicto. Más detalladamente, el referido documento del

556
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

año 2005 hace explícito el refuerzo de las capacidades militares en esta zona
al prever que las amenazas y conflictos podrían presentarse ante la ambición
de otros Estados sobre sus recursos naturales. Así, a la par de que en los años
noventa se desactivaron las hipótesis de conflicto con los países vecinos en
el sentido clásico, el Amazonas incrementó su relevancia desde el punto de
vista de la defensa para Brasil, volcándose por ejemplo hacia el control de los
pasos fronterizos. De hecho, como expresa Sampó (citando a Cavagnari Filho,
2003), para ese entonces “[...] el intento de regionalización de la guerra en
Colombia despertó el interés del gobierno brasileño en la seguridad y defensa
militar del Amazonas” (p. 104). Su faixa de fronteira6 con respecto a Colombia
está directamente relacionada con el conflicto armado, que según el Ejecutivo
brasileño, es de donde proviene la principal amenaza externa de este país
(Moreira, 2009, p. 17 citado por Zárate, 2015, p. 89). Además, específicamente
en esta franja, Brasil da prioridad “al desarrollo sustentable, a la integración
nacional y a la cooperación con los países fronterizos en los aspectos relativos
a la seguridad y al combate a los ilícitos transnacionales” (Libro Blanco de
Defensa Nacional, 2016, p. 19)
De esta manera, perfectamente puede inferirse que para poder garantizar
el valor estratégico de esta eco región, ante todo debe evitarse que sus ve-
cinos —sobre todo Colombia—, permitan que sus amenazas internas gene-
ren un efecto de desborde, de forma que su política de defensa y seguridad
contempla la cooperación y la necesidad de integrar acciones con el resto de
los países que la componen (Rodríguez, 2008-2009). Ya la Política de Defen-
sa Nacional del año 2005 sostenía que “Para contraponerse a las amenazas
en la Amazonía, es imprescindible ejecutar una serie de acciones estratégicas
orientadas para el fortalecimiento de la presencia militar, efectiva acción del
Estado en el desarrollo socioeconómico y ampliación de la cooperación con
los países vecinos, visando a la defensa de las riquezas naturales y del medio
ambiente” (p. 13).
La agenda de seguridad de Brasil ha sido paulatinamente replanteada, es-
tableciendo prioridades que responden a la necesidad de crear un poder de
disuasión real para defender la zona y sus intereses. Para tal efecto contempla
como temas principales “la defensa de la soberanía sobre el área amazónica, la
protección de la biodiversidad y la cuestión del tráfico de drogas proveniente
de Colombia” (Del Sar, 2009, s/p). El mismo organismo público es taxativo en
este sentido:

6 De acuerdo con la Constitución Federal (artículo 20 inc. 29), “la faja de hasta ciento cincuenta
quilómetros de ancho, a lo largo de las fronteras terrestres, designada como franja de frontera,
se considera fundamental para la defensa del territorio nacional, y su ocupación y utilización
serán regladas por ley.”

557
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

La Amazonia representa uno de los centros de mayor interés para la defensa.


La defensa de la Amazonia exige avance de proyecto de desarrollo sostenible
y pasa por el trinomio monitoreo/control, movilidad y presencia. Brasil será
vigilante en la reafirmación incondicional de su soberanía sobre la Amazonia
brasileña. [...] No permitirá que organizaciones o individuos sirvan de instru-
mentos para intereses extranjeros - políticos o económicos - que quieran debi-
litar la soberanía brasileña. Quien cuida de la Amazonia brasileña, a servicio
de la humanidad y de sí mismo, es Brasil. (Estrategia Nacional de Defensa. Paz
y seguridad para Brasil, 2008, p. 14)

Por su parte, la directriz política en materia de defensa actual, el Libro Blan-


co de Defensa (2012) enfatiza en la multidimensionalidad del concepto de se-
guridad y refrenda la consideración previa acerca de los recursos naturales
estratégicos, lo que se condice con el marco normativo existente respecto del
medioambiente y la seguridad. En su primer capítulo “El Estado Brasileño y la
Defensa Nacional”, se plantea de forma muy clara la prioridad que representa
la Amazonia, entendida como

[...] uno de los focos de mayor interés de la defensa. Lo que se denomina Pan-
Amazonia, que equivale a la totalidad de Amazonia en América del Sur, tiene,
en números aproximados, el 40 % del área sudamericana y detiene un 20 % de
la disponibilidad mundial de agua dulce. La mayor parcela de extensión ama-
zónica pertenece a Brasil, alrededor del 70 %. Brasil afirma su incondicional
soberanía sobre la Amazonia brasileña, que tiene más de 4 millones de km2,
alberga reservas minerales de distintos órdenes y la mayor biodiversidad del
planeta. (p. 19)

En su capítulo III “La defensa y el instrumento militar”, muestra cómo se des-


glosa esta visión de la seguridad ambiental. En el organigrama del Ministerio de
Defensa (p. 57), presenta el Centro de Administración y Operación del Sistema
de Protección de Amazonia (CENSIPAM), dependiente de la Secretaría General
del organismo. Este Centro se encarga de “proponer, acompañar, implementar
y ejecutar las políticas, directrices y acciones dirigidas al Sistema de Protección
de Amazonia (SIPAM)7. Conformado por organismos federales, estatales, dis-
tritales, municipales y no gubernamentales, el Centro promueve la activación
gradual y estructurada del SIPAM, y desarrolla acciones para actualización y
evolución progresiva del concepto y del aparato tecnológico del SIPAM” (p.
64). También aquí, se hace especial referencia al Sistema Integrado de Monito-
reo de Fronteras (SISFRON), enfatizando la importancia de la Amazonia sobre
la idea de contribuir con “[...] iniciativas unificadas de carácter socioeconómico

7 “Es una organización sistémica de producción y difusión de informaciones técnicas, formada


por compleja base tecnológica y una red institucional, encargada de integrar y generar infor-
maciones actualizadas para articulación, planificación y coordinación de acciones globales del
gobierno en la Amazonia Legal, objetivando la protección, inclusión y desarrollo sostenible de
la región.” (Libro Blanco de Defensa, 2012, p. 65).

558
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

que favorezcan el desarrollo sustentable de las zonas fronterizas” (p. 74). Parte
de estas iniciativas se complementan en el 2013, cuando el Senado brasileño
“aprova projeto de lei que trata do Plano Nacional de Defesa e Desenvolvi-
mento da Amazônia e da Faixa de Fronteira. A proposta tem como objetivos
o desenvolvimento regional, a ampliação da produção sustentável, a redução
das desigualdades com a execução de políticas públicas, a implantação de in-
fraestrutura de transportes, energia e saneamento, o combate a organizações
criminosas, entre outras coisas”. (Colaboración UE – América Latina sobre CTF
2010-2015, p. 10)
Para brindar operatividad, las fuerzas armadas están dotadas de importan-
tes atribuciones en este sentido. Mientras la fuerza terrestre se enfoca en la
región amazónica a través de herramientas como el SIPAM y el SISFRON, o
el Programa Amazonia Protegida como parte de la Estrategia Brazo Fuerte8,
la fuerza aérea también se enfoca en la zona a través de diferentes tipos de
operaciones, como, por ejemplo, Agata 39. En el caso de la Armada, su empleo
ha sido reposicionado para tener mayor presencia en la desembocadura del río
Amazonas.
En resumen, para Brasil, aquello que atente contra la protección de la bio-
diversidad y del medioambiente es considerado como amenaza directa a la de-
fensa y seguridad nacionales, lo que puede resumirse en que: “La Amazonia
representa uno de los focos de mayor interés de la defensa” (Plan Estratégico de
Defensa Nacional de Brasil, 2008, numeral 10). Como contraparte, el país resal-
ta la importancia de la cooperación fronteriza sobre todo en la Pan-Amazonia
en términos de seguridad y tráficos ilícitos en el marco del Tratado de Coope-
ración Amazónica y de la Nueva Agenda Estratégica de Cooperación Amazó-
nica. No obstante, es de anotarse que no hay referencias específicas respecto
de la Triple Frontera en cuestión. Lo que queda claro es que el Estado brasile-
ño enfatiza el interés estratégico de la Amazonia, la necesidad de proteger sus
fronteras y la necesidad de cooperación internacional en esta región. Podría

8 Acciones específicas del Ejército brasileño, compuestas por planes que, en términos genera-
les, articulan el posicionamiento de efectivos para atender la concepción estratégica de uso,
presencia y disuasión. Entre otros, destaca el “Programa Amazonia Protegida - conjunto de
proyectos volcados hacia el fortalecimiento de la presencia militar terrestre en Amazonia. Prevé
la implantación progresiva de nuevos Pelotones Especiales de Frontera, además de la moder-
nización de los existentes. En una segunda etapa establece acciones para el fortalecimiento
de la estructura operativa y logística del Comando Militar de la Amazonia”. (Libro Blanco de
Defensa Nacional, 2012, p. 125)
9 Actividad conjunta de las Fuerzas Armadas brasileñas destinada a combatir delitos transfron-
terizos y ambientales, en coordinación con otros organismos federales y de los estados. “Sus
principales objetivos son la neutralización del crimen organizado, la reducción de los índices
de criminalidad, la cooperación con los países fronterizos y el apoyo a la población en la franja
de frontera” (p. 167)

559
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

decirse, entonces, que el líder regional ha emprendido una serie de acciones


que podrían suponer una progresiva securitización del medio ambiente.

Perú, o la seguridad ambiental de los intereses comerciales


En el caso de Perú, el Libro Blanco de Defensa en sus dos versiones, 2005 y 2016,
aparece en su primer capítulo el concepto de multidimensionalidad de la segu-
ridad al integrar lo social, haciendo énfasis a su vez en las nuevas amenazas en
el espacio sudamericano. En el capítulo segundo de su versión más actualizada,
“Perú en el mundo”, trata con mayor detalle las nuevas amenazas a la seguri-
dad y defensa nacional e identifica entre las amenazas externas a aquellas que
“[...] podrían surgir de crisis en función de escasez de recursos naturales de valor
estratégico, tales como recursos vitales” (Libro Blanco de Defensa, 2016, p. 63)
y como parte de las amenazas internas, identifica la depredación del medioam-
biente. Entre los Objetivos y Políticas del Estado para la Defensa Nacional, el
objetivo 3, referente a las “condiciones económico-estratégicas que aseguren la
paz, la integración y la prosperidad”, presenta como política “Preservar el am-
biente en general y la biodiversidad en particular, en función de los intereses na-
cionales” (p. 65) En concordancia con esto, entre las funciones del Ministerio de
Defensa resalta aquella que refiere a “Participar en la implementación y ejecución
de la política del Estado en materia de desarrollo nacional, defensa civil, asuntos
antárticos, asuntos amazónicos y de protección del medioambiente” (p. 76).
También el capítulo segundo, refiere a la región amazónica sobre todo desde
el punto de vista de su significación económica en relación con la hidrografía, por
cuanto “El río Amazonas accede a la cuenca hidrográfica del Orinoco, la que se
proyecta a la Cuenca del Atlántico. El Amazonas, además de ser navegable desde
territorio peruano hasta el Océano Atlántico, materializa la proyección geopo-
lítica bioceánica del Perú y convierte al territorio peruano y brasileño en una
plataforma de acceso a dos grandes océanos que llama a explotar las ventajas
del acceso estratégico a enormes mercados ubicados en ambas cuencas” (p. 50).
Adicionalmente, muestra especial interés en participar en el SIVAM/SIPAM en-
tendiendo la importancia del proyecto para el desarrollo de la Amazonía (p. 35).
Como en el caso brasileño, las fuerzas armadas y de seguridad también se
encuentran abocadas a la protección del medio ambiente y sobre el desarrollo
de la Amazonía, aunque en principio pareciese que sus misiones y funciones
no están concebidas con una impronta tan realista como la de su vecino. Por
ejemplo, emprenden acciones contra la tala ilegal y el contrabando de madera,
a los que se entiende como delitos ecológicos que afectan el desarrollo nacional;
en este sentido, destaca las relaciones entre el contrabando de madera perpe-
trado por bandas criminales con el narcotráfico y el terrorismo (Libro Blanco de
Defensa, 2016, p. 86). Por su parte, la Comandancia General de Operaciones de
la Amazonía, dependiente de la Marina de Guerra, realiza tareas de vigilancia

560
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

de las cuencas fluviales amazónicas y de este órgano depende el Servicio de


Hidrografía y Navegación de la Amazonia. La Fuerzas Aérea realiza labores
de fotografía, “[...] estudios de suelos, control de producción y productividad
agrícola, con aplicaciones al uso actual de la tierra, niveles de erosión, inven-
tarios forestales, control de parques y bosques nacionales, reservas de agua e
irrigaciones para la planificación agropecuaria” (p. 106).
También, es dable destacar que bajo la idea de desarrollo rural fronterizo se
han puesto en marcha las llamadas Unidades de Asentamiento Rural, con el fin
de promover la presencia del Estado para así “[...] garantizar la territorialidad
fronteriza y movilizar las otras capacidades del Estado en el campo económico
y social” (Huamaní, 2010). Esto permite al país desarrollar una visión de se-
guridad nacional desde las fronteras donde se acumulan condiciones político-
militares que presionan la institucionalidad para actuar de forma más eficiente
y sin excluir a la periferia (p. 156).
En relación con el conflicto colombiano, Perú condena los grupos al margen
de la ley a la vez que explicita la no injerencia en los asuntos internos de los
Estados; en el ámbito de la seguridad y defensa se busca consolidar una asocia-
ción estratégica para la adopción de acciones en la frontera por el impacto del
crimen organizado sobre las poblaciones de ambos países. Como ejemplo, vale
mencionar que su gobierno apoya los esfuerzos de pacificación adelantados por
el gobierno colombiano entendiendo que esto resultará en la estabilidad y se-
guridad para toda la región (Libro Blanco de Defensa, 2016, p. 40). De hecho, en
abril de 2014 el expresidente peruano Humala expresó que “la paz en Colombia
será un triunfo para toda América Latina”.
En términos generales, el Libro Blanco de Perú hace una breve presentación
del Amazonas haciendo hincapié en la importancia estratégica del río Amazo-
nas, ya que lo entiende desde el potencial económico de navegabilidad para el
país. En este sentido, se menciona, entre otros ejemplos, el “Eje del Amazonas”,
que conecta el Norte de Perú con el Este de Brasil, denotando las posibilidades
comerciales que podrían resultar de la optimización de este eje fluvial10. Por
tanto, si bien se toma en consideración la protección del medioambiente en la
definición de seguridad, se observa que la importancia dada a la región amazó-
nica es netamente de índole económica.

10 Para ampliar este y otros temas relacionados, se recomienda ver el trabajo de Novak, F. y Na-
mihas, S. (2014), sobre cooperación en seguridad fronteriza para el caso peruano y acciones de
cooperación de Colombia.

561
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

Colombia: la seguridad ambiental en el clivaje conflicto-


postconflicto
En el caso colombiano, si bien tradicionalmente otras prioridades han dificul-
tado la elaboración de declaraciones formales de políticas de defensa en pos
de una mayor transparencia, no caben dudas acerca de que los problemas que
más afectan a la triple frontera tienen que ver con dos elementos principales:
el primero, el narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y la delincuencia en
general; por otro lado, los conflictos relacionados con la “extracción ilegal de
manera y recursos minerales, contrabando de fauna, flora y recursos genéticos,
sobreexplotación de recursos naturales y degradación medioambiental” (Re-
gions, 2013, p. 24). Para Hernández (2008), las amenazas son

Tránsito y tráfico de narcóticos con todas las implicancias para el ecosistema


y la población; el almacenamiento y transporte de armas o insumos nucleares,
químicos o bacteriológicos gracias a las ventajas de tránsito y ocultamiento
que brinda la selva; delincuencia organizada y “desorganizada” que deprede
y destruya los recursos renovables y no renovables; tráfico de personas y es-
pecies nativas con fines comerciales; y accionar de grupos armados al margen
de la ley. (p. 15)

En lo que respecta a la relación entre seguridad y medio ambiente se encuen-


tran dos momentos en las percepciones oficiales, ya que se pasa de la securiti-
zación para enfrentar a los elementos insurgentes del conflicto armado interno
que supuso la “Política de Seguridad Democrática” (PSD), “caballo de batalla”
de las dos gestiones del ex presidente Álvaro Uribe (2002-2006 y 2006-2010),
hacia una progresiva estrategia de diálogo y concertación de un proceso de paz
con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) —comenzado
en 2012—, marcada primero por la “Política Integral de Seguridad y Defensa
para la Prosperidad (2010-2014)” hasta llegar a la actual, denominada “Política
de Defensa y Seguridad para la Nueva Colombia 2015 – 2018”.
La primera (2003), por obvias razones que han dado lugar a un sinnúmero
de investigaciones, da prioridad a la lucha interna en pos del fortalecimiento
del Estado de Derecho en todo el territorio nacional. Sin arrojar demasiada luz
sobre la seguridad ambiental en la triple frontera, se circunscribe, en términos
generales, al control territorial sobre la Amazonia y en su relación al ambiente
en torno al narcotráfico. A modo ilustrativo:

Si continúa el cultivo de coca, la cuenca amazónica colombiana estará en grave


peligro: la siembra de una hectárea de coca requiere la tala de tres hectáreas
de selva virgen. En la última década, 1.361.475 hectáreas fueron deforestadas
con este fin. La tala del bosque conlleva la acidificación y erosión del suelo
amazónico, con la consecuente sedimentación de los ríos y la inundación de
la selva. Adicionalmente, la tala y quema de bosques para el cultivo de coca
contribuye a cerca de un cuarto de las emisiones totales de CO2 del país,

562
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

exacerbando así el problema del cambio climático global. Por otra parte, varios
de los pesticidas utilizados por los cultivadores de coca se encuentran entre
los más tóxicos. El Paraquat, prohibido en todos los países industrializados,
pero de uso frecuente en los cultivos de coca, es carcinógeno, neurotóxico y se
adhiere a los suelos hasta por 25 años, interrumpiendo los ciclos de nutrición
del bosque amazónico. (Política de Seguridad Democrática, 2003, p. 27)

Dentro de sus objetivos estratégicos, junto con la erradicación de cultivos ilíci-


tos y el desarrollo de la economía lícita, se hace referencia a la recuperación del
medio ambiente. Sin embargo, es de anotar que, a pesar de estas referencias, así
como de la supuesta priorización de la erradicación manual, las consecuencias
ecológicas de las tan controvertidas aspersiones aéreas con glifosatos que carac-
terizaron a buena parte de las prácticas llevadas a cabo bajo la PSD —y que con-
tinuaron— todavía son motivo de controversia11. Aunque la PSD claramente
expresa que los retos de mayor importancia para el desarrollo de su estrategia
son “[...] la cooperación internacional, la mitigación de los impactos del cambio
climático y la protección del medio ambiente y de los recursos naturales” (p. 13),
lo que se evidencia es que por esta razón la preocupación principal es el combate
a los cultivos ilícitos y, sobre todo, la poca o escasa importancia estratégica que
se le da como eco región. La PSD subraya que las áreas fronterizas son de interés
estratégico para el país por ser propicias para “el terrorismo, la exigencia de ex-
torsiones y el uso de estas áreas para realizar actividades ilícitas” (p. 11). Es decir,
redunda en lo ya anotado.
A poco de comenzada la gestión del actual presidente Juan Manuel Santos,
en 2011 el Ministerio de Defensa Nacional presentó la denominada “Política
Integral de Seguridad y Defensa para la Prosperidad”, bajo el precepto de ade-
cuar los objetivos en estas materias al Plan Nacional de Desarrollo (2010-2014)
“Prosperidad para Todos”. La premisa fundacional plantea que la prosperidad
solo es plausible de alcanzarse con la paz y que “[...] es el resultado de la pre-
valencia del Estado Social de Derecho, la protección integral de los derechos
humanos y el funcionamiento eficiente de la justicia dentro de un ambiente
seguro” (PISDP, 2011, p. 31). En consecuencia, la seguridad debe ser entendida
como un propósito colectivo de corresponsabilidad Estado-sociedad civil. Sin
embargo, a la vez que se focaliza en el conflicto interno, la criminalidad en
general y la seguridad ciudadana, prácticamente ni se mencionan los aspectos

11 Este herbicida químico no discrimina el tipo de cultivo y ha afectado seriamente a las poblacio-
nes en múltiples aspectos. De hecho, en el año 2008 el gobierno ecuatoriano demandó a Colom-
bia ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por los efectos de vecindad de estas sobre
su territorio, ya que parte de este potente químico es arrastrado por el viento, contaminando a
su paso fuentes de agua y cultivos legales; la demanda fue desistida al llegarse a un acuerdo de
solución diplomática. A pesar de esto y otras consecuencias, las aspersiones con glifosato per-
sistieron hasta 2015, cuando y tras un fallo de la Corte Constitucional ordenó hacer seguimiento
a sus posibles efectos sobre la salud.

563
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

ambientales, no solo de la seguridad, sino de la pretendida “Prosperidad para


Todos”. Solamente entre los objetivos sectoriales de la defensa se menciona
“contribuir a la atención oportuna a desastres naturales y catástrofes entre los
objetivos sectoriales de la defensa” (PISDP, 2011, p. 39) y en la publicación de
sus resultados se atiene a agrupar los Delitos contra los Recursos Naturales y el
Medio Ambiente prescritos en la Ley 599 de 200012.
Finalmente, la actual “Política de Defensa y Seguridad: Todos por un Nuevo
País” (2015-2018), encarada hacia el postconflicto y la consolidación de la paz,
menciona entre sus objetivos estratégicos la protección del medio ambiente,
entiende que estos buscan responder a los retos y oportunidades existentes en
las áreas de contribución a la paz13. No obstante, pareciese que el hincapié solo
está puesto en la minería ilegal que al estar estrechamente relacionada con el
narcotráfico y la legitimación de capitales, es utilizada por las organizaciones
criminales “para debilitar los circuitos de la economía legal en diferentes zonas
del territorio nacional [...] que afectan de forma directa las poblaciones locales
al tiempo que deterioran el medio ambiente” (p. 11).
En relación con los instrumentos de la defensa, el objetivo específico 8 del
capítulo III expresa la necesidad de “poner a disposición del Estado colom-
biano las capacidades de la Fuerza Pública para mitigar los efectos del cambio
climático, atender desastres naturales y proteger los ecosistemas” (p. 15), en
razón de que se consideran “no solo un activo estratégico de la nación sino
que su explotación indebida se constituye en mecanismo de financiación para
grupos armados al margen de la ley y el crimen organizado, lo que promueve
situaciones de crisis social, ambiental y económica en diversas zonas” (p. 30).
En este sentido, destaca que

[...] el Sector Defensa trabajará mancomunadamente en la seguridad ambien-


tal, apoyando las operaciones que prevengan el deterioro de la riqueza natu-
ral, asumiendo un compromiso sectorial prioritario [...] Así mismo, el Sector
buscará certificaciones de calidad para el Grupo Social Empresarial de la De-
fensa y las Fuerzas, en temas ambientales. Finalmente, el Sector formulará la
“Política Ambiental del Sector Defensa” y orientará su labor a apoyar a las
autoridades ambientales para prevenir, responder, controlar y mitigar la con-
taminación ambiental y ejercer control real y efectivo en zonas de explotación
y corredores de tráfico de recursos naturales. Lo anterior se logrará mediante

12 Aquí se encuentran las normas rectoras de la ley penal colombiana, que en su Libro II Parte
especial de los delitos en particular, trata en el Título XI De los delitos contra los recursos
naturales y el medio ambiente (arts. 328 a 339). En los Logros de la PISDP, publicados por el
gobierno nacional en el año 2013, se mencionan básicamente los que refieren a caza y pesca
ilegal, aprovechamiento ilícito de recursos naturales y el daño a recursos naturales (p. 33).
13 Debe aclararse aquí que los autores tienen presente la importancia que adquirió el medioam-
biente en los Acuerdos de La Habana, solo que no se los trabaja aquí por alejarse del particular
enfoque de esta investigación.

564
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

el despliegue de la Fuerza Pública en zonas ricas en recursos naturales y co-


rredores de tráfico, así como mediante el fortalecimiento de las capacidades de
vigilancia y control territorial.

Como se observa, muy poco ocupa a la relación medio ambiente–seguridad; en


otro orden de ideas, analistas como Beltrán (2013) señalan que aquí perviven
los lineamientos centrales de la PSD, básicamente en lo que tiene que ver con
brindarle protección a las locomotoras de la prosperidad14, es decir, apuntando
a mejorar las condiciones para la inversión del capital extranjero.
Si tradicionalmente la responsable de la deforestación indiscriminada fue
la explotación del caucho con la colonización descontrolada que propició, del
lado colombiano no caben dudas que en la actualidad la también indiscrimina-
da “locomotora minero-energética”, que sumada al problema de los cultivos
ilegales supondrán mayores niveles de conflictos ambientales en la zona.
En resumen, pueden observarse los cambios en la política de defensa y se-
guridad colombiana, aunque siempre basada en su problemática interna, lo que
demuestra un mínimo interés hacia la triple frontera y la seguridad ambiental,
desde perspectivas diferentes, pero siempre abocada al conflicto armado y al
narcotráfico. Así, la ausencia del Estado, “[...] no solo militar sino en su función
promotora y reguladora del desarrollo, las alianzas de dirigentes políticos con
mafias y grupos irregulares y la violación a los derechos humanos, prolongan
la confrontación armada en ámbitos fronterizos, lo que constituye una amenaza
para Colombia, las naciones vecinas y las poblaciones locales” (Ramírez, 2010,
p. 140). Como han imperado las lógicas de contención del “efecto derrame”
del conflicto interno sobre los países vecinos y las respuestas militares, en pa-
labras de Pastrana (2016) esto se traduce en que “las decisiones adoptadas en
lo concerniente a los territorios fronterizos terminan afectando las relaciones
exteriores y propiciando presiones de los vecinos sobre políticas como las de
seguridad y defensa y la política exterior”15. (p. 210)

14 El Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014 propuso bajo esta denominación el “conjunto de


aquellos sectores que tienen un mayor impacto sobre la economía regional, y que a su vez
avanzan más rápido”, refiriendo cinco locomotoras de la prosperidad democrática: la vivien-
da, la infraestructura, la agricultura, la minería y la innovación. Como estrategia principal de
desarrollo se propuso la locomotora minero-energética, lo que dio paso a la profundización
de las actividades de exploración y explotación de recursos naturales, especialmente por las
industrias como la carbonífera y la petrolera (PND 2010-2014 Tomo I, p. 205). Para esto, el eje
fundamental ha sido la promoción de la inversión nacional, pero sobre todo, de la extranjera.
Los resultados hasta aquí observados han sido objeto de importantes críticas en torno de los
desmedidos impactos ambientales. No se recomiendan investigaciones en particular ya que el
tema continúa ocupando no solo a la academia sino a la opinión pública en general.
15 Carrión (2016) sostiene que la negociación entre el gobierno Santos y las FARC se hizo a espal-
das a los países vecinos. (p. 196)

565
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

Sin embargo, Macana y Ordóñez (2013) observan que la actual gestión


presidencial intenta ampliar el enfoque con que aborda las relaciones en la
región, de ahí que desde un contexto institucional comprenda que la región
amazónica es un escenario de reconciliación fronterizo y constitución de
un proyecto regional, representa un aprovechamiento de su condición
geoestratégica de pívot el cual debe superar la política contra el narcotráfico a
través de la lucha antiterrorista y posicionar el potencial de la región desde la
biodiversidad y las fuentes energéticas (pp. 19-20).

Conclusiones: un acercamiento al escenario del posacuerdo


en Colombia
Como resulta de esta propuesta preliminar, en principio han debido sortearse
dos limitaciones intelectuales básicas: la incomprensión de la problemática que
se traduce en un análisis poco realista, y la ausencia de un diagnóstico adecua-
do de las dimensiones y características que adquiere este problema en el ámbito
regional. A partir del marco teórico y del caso trabajado, ha podido corroborar-
se que existe una amplia divergencia respecto de si el ambiente es un problema
que debe ser tratado bajo la lógica de los estudios de seguridad y al considerar
variables como la cesión de soberanía o ciertas tendencias a securitizar con-
flictos de naturaleza no militar o no vinculados al llamado “poder duro”, las
respuestas ante determinadas amenazas están dadas por un tratamiento estric-
tamente gubernamental y por las posiciones políticas dentro de los Estados.
También juegan el contexto institucional y el sistema sociopolítico en general,
y derivado de este mismo análisis han podido reflejarse casos de Estados, que
securitizan más o menos los problemas ambientales propios de la zona.
Sin dudas, el panorama analizado arroja percepciones divergentes respecto
de la manera en la que los Estados aprecian el valor de la región bajo estudio
y, sobre todo, el tratamiento del medio ambiente desde el punto de vista de
la seguridad. En definitiva, no mucho ha cambiado desde que Grisales (2005)
planteaba que

Tres legislaciones antagónicas regirán en la frontera, tres órdenes territoriales


se enfrentarán, tres sistemas aduaneros no coincidirán, tres tradicionales ins-
titucionales y operativas no serán afines, tres tipos de políticas públicas se su-
perpondrán, dos idiomas latinos e innumerables lenguas indígenas formarán
parte de la cotidianidad, tres maneras de encarar la seguridad en la frontera
se consolidarán. (p. 57)

Como acaba de referirse, las zonas fronterizas no son percibidas en tanto es-
pacios de seguridad común ya que las amenazas para la región, aún en pleno
siglo XXI, son tratadas bajo la óptica de la soberanía nacional. De esta manera,
se conjugan medidas de construcción de la confianza mutua —el caso de los

566
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

Libros Blancos o ciertas acciones y políticas emprendidas por algunos Estados


de la región, como el mencionado caso del SIPAM— con alianzas con potencias
extra-regionales, como lo ha sido históricamente la participación estadouniden-
se en el conflicto colombiano.
En el caso de Brasil, su proyección estratégica frente al Amazonas radica en
la necesidad de emplear su poder nacional para lograr un liderazgo regional
que le permita consolidar la eco-región amazónica como eje estratégico de in-
tegración en América del Sur. Es en este sentido en que aparece como el Estado
con mayor tendencia a la securitización del medio ambiente en la zona. De cara
al escenario de posacuerdo en Colombia, ha demostrado incesantemente su re-
chazo a las FARC y su capacidad de acción en la frontera para evitar el desbor-
damiento de los efectos del conflicto colombiano, aunque apoye las iniciativas
de resolución pacífica (Pastrana, 2011, p. 16)
Perú, en principio, no trabaja la frontera de forma particular, sino que hace
referencia al Amazonas como un todo. Además, tiene una mirada netamente eco-
nómica, donde solo concibe el uso estratégico de las capacidades fluviales que
brinda la región para sus mercados, especulando en este sentido con la interco-
nexión entre los océanos Atlántico y Pacífico. Por su parte Colombia se centra
solamente en su conflicto interno y prácticamente no hace referencia a las proble-
máticas fronterizas ligadas al medio ambiente. El trabajo arroja lo que parece un
desinterés por la zona, por lo menos por parte de Perú y Colombia, al no poner
de manifiesto la importancia geopolítica y estratégica de esta eco-región, más allá
de sus amenazas criminales. De manera que se avizora que el vacío del Estado en
estos aspectos permanecerá por lo menos en el mediano plazo.
Si bien Brasil, Perú y Colombia han obtenido ciertos beneficios al poseer la
Amazonía dentro de sus zonas geopolíticas puede afirmarse que han sido los
actores criminales quienes más se han beneficiado de las riquezas y condicio-
nes geográfico-ambientales de la región, de gran utilidad para su accionar. Por
ejemplo, visto desde la perspectiva de la infraestructura, no solo el conflicto
armado sino también la ausencia del Estado por parte de los vecinos ha propi-
ciado el atraso de las comunicaciones; de continuar este aislamiento, sin dudas
este será aprovechado por las bandas delictivas que confluyen entre el narcotrá-
fico, el contrabando y los mercados negros en general.
En este punto es conveniente detenerse en una aproximación al posacuerdo
en Colombia. Si bien por el momento solo se puede trabajar desde el plano de
la especulación, la perspectiva planteada en torno de la seguridad ambiental
en el trapecio trinacional amazónico arroja una importante serie de cuestiones
sobre las que reflexionar.
Efectivamente las fronteras, como atributo esencial del Estado nación, deben
constituirse en uno de los principales escenarios de intervención de cara a la

567
La triple frontera entre Colombia, Brasil y Perú. Una mirada en torno al posacuerdo desde la seguridad ambiental

culminación de un conflicto que justamente se representó por la ausencia de


estatidad en vastas regiones del territorio nacional. En relación con el modo
de abordaje del presente, son el ámbito por excelencia donde poner en práctica
modelos de seguridad alternativos, basados en la prevención y cooperación
más que en la reacción militar. Cabe en este sentido citar a modo de ejemplo
que una de las controversias más escuchadas alrededor del proceso de paz con
las FARC —y justificada a partir de la experiencia de desmovilización de gru-
pos paramilitares durante la gestión de Uribe— son las probabilidades de rea-
comodamiento de los grupos guerrilleros en bandas criminales en disputa por
el negocio del narcotráfico.
A los problemas ligados al narcotráfico y la delincuencia organizada en ge-
neral, tristemente los grandes protagonistas de esta región deberán agregarse
nuevas dificultades en torno de la restauración de tierras, la legitimación de su
propiedad y el retorno de la población desplazada. Como si fuese poco, apa-
recerá aquí el nuevo enredo entre la restitución de tierras y las concesiones de
explotación minera.
La cuestión minera seguramente será una de las que más dará de qué ha-
blar en torno al fin del conflicto armado. Así como en el trabajado se han men-
cionado las contradicciones entre el modelo de crecimiento planteado por el
gobierno colombiano y las pretensiones —al menos escritas— en términos am-
bientales, paradójicamente también es dable plantear que de alguna manera los
grupos insurgentes han fungido una suerte de rol “conservacionista” toda vez
que en los territorios bajo su poder no han podido desarrollarse actividades
extractivas. También, se plantean nuevas interrogantes sobre si el Plan Paz Co-
lombia significará más financiamiento para aspersiones con herbicidas de du-
dosas consecuencias sobre la salud y el medio ambiente. En resumen, los temas
ambientales y la actividad minera implican una potencial fuente de conflicto en
una Colombia en búsqueda de la paz.
Teniendo en cuenta el carácter per se conflictivo de la región y la vulnera-
bilidad de los Estados a partir de la imposición de agendas intermésticas, es
necesario desarrollar políticas basadas en la cooperación interestatal a fin de
reducir, por un lado, las amenazas y, por el otro, las presiones internacionales
sobre los países amazónicos. Siguiendo en esta línea argumental, los países que
comparten la frontera deberían garantizar una solución regional a la minería
ilegal, pero también los vecinos deben exigir a Colombia una mejoría sustancial
de la regulación del sector minero.
En términos generales estos países no cuentan con definiciones operativas
para enfrentar los requerimientos del actual sistema internacional en materia
de seguridad ambiental. La región solo puede ser percibida como un rompe-
cabezas donde coexisten diferentes visiones acerca de la seguridad y defensa.

568
María Eugenia Vega • Hadrien Lafosse

Existen valoraciones y objetivos divergentes en las agendas de los países que


comparten la triple frontera, así como una primacía del rol de los gobiernos so-
bre las políticas de Estado y todo esto incide negativamente en la cooperación
transfronteriza.
Las tendencias conflictivas podrían potencializarse hacia el futuro si esta
miopía continúa sin corrección; en vista de la variedad de conflictos en la triple
frontera resulta evidente que sus causas de ninguna forma pueden combatirse
exclusivamente por medios militares, sino a través de una combinación de me-
didas financieras, económicas, políticas y policiales. Estos problemas pueden
remediarse por medio de la asociación de esfuerzos nacionales, regionales e
internacionales, los que deberían incluir tanto el intercambio de información
como la cooperación y la armonización del derecho entre los actores estatales.
De manera que “se debe apuntar hacia la creación futura de una región de
planificación trinacional, entendiendo la soberanía de una manera más flexible
(Grisales, 2005, p. 61).
En definitiva, la construcción y consolidación de la paz se hallan indefec-
tiblemente ligadas tanto al éxito que tenga el Estado para cubrir el abandono
generado por cinco décadas de conflicto como a su capacidad de articular po-
líticas con sus vecinos. Además, es en las relaciones de vecindad donde Co-
lombia tiene la oportunidad de revertir la imagen que ahora proyecta, de ser
la principal fuente de inseguridad y amenazas regionales. La introducción del
concepto de seguridad ambiental, siempre escapando a los peligros de la secu-
ritización, puede apuntalar en este sentido.

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572
Implementando la paz: la ONU y el
monitoreo del acuerdo de La Habana
Alexander Arciniegas Carreño*

Introducción
En virtud de las resoluciones 2261 y 2307 de 2016, el Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas autorizó la implementación de una Misión Política de obser-
vadores internacionales en Colombia.
En tal sentido este artículo pretende precisar la naturaleza, tamaño, man-
dato y aspectos operacionales de la Misión de Naciones Unidas desplegada en
Colombia desde mediados de septiembre de 2016 para monitorear y verificar
el proceso de dejación de las armas de las FARC y el cese al fuego en el marco
del acuerdo de La Habana. Al mismo tiempo detalla una de las singularidades
del proceso de paz colombiano como fue el mecanismo tripartito de monitoreo
y verificación encabezado por la ONU. Posteriormente, y con fundamentos en
los informes mensuales divulgados por el Mecanismo de Monitoreo y Verifica-
ción, se revisa el proceso iniciado el 30 de noviembre tras la refrendación del
acuerdo de paz y concluido el 27 de junio de 2017 con la dejación de armas;
poniendo el foco en el caso de la zona veredal de Caño Indio. Todo lo anterior

* Columnista en temas internacionales del diario Vanguardia Liberal y profesor, investigador de


la Universidad de Santander UDES en Bucaramanga. Doctor en Ciencia Política de la Universi-
dade Federal do Rio Grande do Sul, (UFRGS) Porto Alegre/Brasil. Magister en Ciencia Política
UFRGS, Abogado, Universidad Industrial de Santander UIS (2003). Pós-doutorado en el Pro-
grama de Pós-graduação em Ciência Política da UFRGS-Brasil (2014-2017). Correo electrónico:
al.arciniegas@mail.udes.edu.co.

573
Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

con el propósito de argumentar que en coyunturas fluidas como es el caso de la


implementación de un acuerdo de paz, la presencia de actores internacionales
que puedan ser garantes de imparcialidad para las partes y que además cuen-
ten con conocimiento técnico para el manejo de estos contextos, como es el caso
de la ONU, es fundamental en el propósito de consolidar el fin del conflicto y
avanzar en el proceso de construcción de la paz1.

Naturaleza y cronología de la Misión


La Misión Política de Naciones Unidas en Colombia empezó a gestarse en ju-
nio de 2015 cuando las partes en La Habana solicitaron el apoyo del organis-
mo multilateral para la subcomisión de Fin del Conflicto. Este apoyo estaba
orientado a la supervisión del cese al juego bilateral (ONU, 2015). En tal orden,
el Secretario General de Naciones Unidas designó al diplomático francés Jean
Arnault como su delegado en la Subcomisión. Posteriormente, previa solicitud
del Gobierno y las FARC al Secretario General para el establecimiento de una
misión en Colombia, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó por unanimi-
dad la resolución 2261 del 25 de enero de 2016 (proyecto presentado por Reino
Unido (El Tiempo, 2016)) que estableció por un periodo de 12 meses prorroga-
bles, una misión de observadores internacionales no armados para verificar la
dejación de armas e integrar el mecanismo tripartito encargado de monitorear
el cese al fuego y de hostilidades tras la firma del acuerdo de paz (ONU, 2015).
Siendo esta la primera vez que la ONU participó de un mecanismo tripartito2.
Así las cosas, en marzo de 2016, Arnault fue designado como representante
especial del Secretario General y jefe de la Misión en Colombia, la cual se pla-
nificó en tres fases:
La primera con carácter preparatorio y establecería la sede de la misión en
Bogotá, así como evaluaría las condiciones para la instalación de ocho sedes
regionales. La fase dos tuvo por objeto acordar la operatividad de la misión a
nivel local. En tanto que la tercera fase incluyó el despliegue de los observadores
de la ONU y la puesta en marcha del mecanismo tripartito (ONU, 2015) tras la
firma del acuerdo de paz.
Con la firma del cese al fuego bilateral y definitivo el 23 de junio, la ONU recibió
el encargo general de verificar internacionalmente el acuerdo. Esta responsabilidad

1 Siguiendo a Rettberg (2010), cuando se habla de construcción de paz se alude a un amplio


conjunto de actividades, que van desde desarmar ex combatientes, destruir armas y desarrollar
tareas de desminado, hasta repatriar refugiados, proteger el medio ambiente, avanzar en la
protección de los derechos humanos, reformar y fortalecer las instituciones gubernamentales,
apoyar la reconciliación, la participación política y generar las bases para el desarrollo.
2 Entrevista realizada el 16 de marzo por el autor a una de las oficiales de enlace del componente
civil dentro de la sede regional Bucaramanga.

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Alexander Arciniegas Carreño

suponía también asumir la coordinación del mecanismo tripartito encargado del


monitoreo del cese al fuego y de las hostilidades, lo mismo que verificar la dejación
de armas. Así el mandato autorizaba al personal de la ONU dirimir controversias
entre las partes; formular recomendaciones en torno a la aplicación del cese al fuego
y de hostilidades y la dejación de armas; e informar de manera independiente sobre
el cumplimiento del Acuerdo por las partes (ONU, 2015).
Más específicamente, la coordinación del mecanismo de monitoreo del cese
al fuego por parte de la ONU implicaba entre otras responsabilidades: mo-
nitorear el redespliegue de las unidades del Ejército y el desplazamiento de
las unidades de las FARC a las zonas veredales transitorias de normalización
(ZVTN); organizar las operaciones del mecanismo tripartito considerando la
coordinación de tareas, el análisis de amenazas, información y logística; vigilar
las zonas de agrupamiento y visitar los campamentos de la guerrilla; interlocu-
tar con las poblaciones y autoridades locales; apoyar a los equipos tripartitos en
la evaluación de incidentes y en la preparación de informes, lo mismo que en la
búsqueda de corregir cualquier incumplimiento (ONU, 2015). La mayor parte
de estas actividades se ejecutaron a nivel local a través de equipos de monitoreo
tripartito con base en la sede local del mecanismo (ONU, 2015).
Por otra parte, la verificación de la dejación de armas incluyó: supervisar
la recuperación por parte de las FARC de sus armas, municiones y granadas y
su traslado a los campamentos; verificar la destrucción del armamento inesta-
ble; monitorear a través de observadores en campo, las armas individuales y
colectivas de la guerrilla en sus campamentos, zonas veredales transitorias de
normalización (ZVTN) y puntos transitorios de normalización (PTN); recibir
e inutilizar las armas individuales y colectivas de las FARC, lo mismo que sus
granadas y municiones; almacenar el armamento clasificado en contenedores
y lugares seguros bajo observación permanente de la ONU y finalmente trans-
portarlos fuera de las ZVTN y de los PTN (ONU, 2015).
Para cumplir su mandato la misión se estructuró bajo la jefatura de un repre-
sentante especial del secretario general de la ONU, en quien recayó la responsa-
bilidad política de la verificación internacional de lo acordado, la formulación de
recomendaciones para el arreglo de controversias y la presentación de informes.
Este funcionario contó con el apoyo de un representante especial adjunto, un ob-
servador jefe, el general argentino Javier Pérez Aquino; un director de apoyo a la
misión y un jefe de gabinete. La oficina del representante especial debía presentar
informes y desarrollar tareas de planificación, gestión y análisis de información,
información pública y enlace con agentes nacionales (ONU, 2015).
Este mismo funcionario desempeñaba labores de dirección sobre los cuatro
componentes de la misión: observación, coordinación y apoyo sustantivo, apoyo
sobre el terreno y seguridad. De modo general la Misión Política de la ONU

575
Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

en Colombia se diseñó para operar en 40 emplazamientos dispersos a lo largo


y ancho del país: ocho sedes regionales: Bogotá, Valledupar, Bucaramanga,
Quibdó, Medellín, Villavicencio, Popayán, Florencia y San José del Guaviare
(El Colombiano, 2016); 23 ZVTN (que reúnen varios campamentos); 8 PTN (de
menos tamaño que las anteriores y con un solo campamento), tal y como lo
muestra el mapa que aparece a continuación (figura 1)

Figura 1. Misión de la ONU en Colombia.

Fuente: Oficina del Alto Comisionado para la Paz (2016, p. 2)

El componente de observación fue integrado por 40 observadores en el nivel


nacional, 90 regionales y 320 locales. Para un total aproximado de 450 observa-
dores, apoyados por personal civil y destinados a los zonas y puntos de concen-
tración, (ONU, 2015). Además del personal militar desarmado vestido de civil
e identificado con distintivos especiales de la ONU (El Espectador, 2017) que
hacía las veces de observadores internacionales, la misión contó así mismo con
personal civil nacional e internacional y voluntarios de Naciones Unidas, que
apoyaba en asuntos jurídicos, conducta y disciplina e incorporación desde una
perspectiva de género (ONU, 2015). En el caso de los observadores, este perso-
nal era procedente de países de la Comunidad de Estados latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) a excepción de países fronterizos3, esto último por decisión
de la subcomisión técnica del fin del conflicto en La Habana.

3 Entrevista realizada el 16 de marzo por el autor a una de las oficiales de enlace dentro del com-
ponente civil en la sede regional Bucaramanga.

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Alexander Arciniegas Carreño

Sobre la naturaleza técnica de la Misión en Colombia es bueno esclare-


cer que no se trata de una Misión de Mantenimiento de la Paz (DPKO) o de
“cascos azules”, sino de una Misión Política Especial (DPA), razón por la cual
como se anotó los observadores internacionales van de civil y desarmados (El
Tiempo, 2016).
En este sentido, aunque tanto las DPKO como las DPA son autorizadas por
el Consejo de Seguridad o la Asamblea General de la ONU (El Colombiano, 2016)
y requieren del consentimiento de las partes, se distinguen entre sí, por sus fi-
nalidades y por la presencia o no de personal policial o militar armado.
Las DPKO de las cuales hay 15 en ejecución en este momento en los cinco
continentes: Haití, Liberia, República Centroafricana, República Democrática
del Congo, India y Pakistán, Kosovo, el Líbano, Egipto, implican la presencia
de policías y militares armados a efectos de garantizar la paz y la seguridad
con el uso de la fuerza de ser necesario, aunque en los términos del mandato
conferido. Dentro de los objetivos de este tipo de misiones están la prevención
de conflictos intra e interestatales; el establecimiento de la paz que supone ac-
ción diplomática o “buenos oficios” para acercar a las partes enfrentadas; con-
solidación de la paz que se refiere a un proceso complejo y de largo plazo para
reducir el riesgo de recaer en el conflicto, aumentando las capacidades estatales
en todos los niveles para proveer seguridad y desarrollo sostenible, y la impo-
sición de la paz, es decir, aplicación de medidas coercitivas incluido el uso de la
fuerza para restablecer la paz y la seguridad internacional (ONU, s.f.).
Por su parte las misiones políticas de las cuales además de Colombia hay
otras 22 en ejecución en: Siria, Yemen, Chipre, Guyana-Venezuela, Libia, So-
malia, Irak, Guinea Bissau, Afganistán, etc., integran un proceso continuo de
operaciones de paz que la ONU desarrolla en las diferentes etapas de los con-
flictos. En algunos casos las misiones políticas desarrolladas durante negocia-
ciones de paz, han sido seguidas por misiones de mantenimiento de la paz
(Departamento de Asuntos Políticos, ONU, s.f.). En otros son estas las que han
dado lugar a misiones políticas de vigilancia para la consolidación de la paz a
largo plazo (Departamento de Asuntos Políticos, ONU, s.f.). Las DPA son, en
cualquier caso, operaciones sobre el terreno, dirigidas como en el caso colom-
biano, por un representante superior del secretario general, que por los medios
diplomáticos evitan o resuelven conflictos y apoyan transiciones políticas en
coordinación con actores nacionales y agencias humanitarias de desarrollo de
la ONU (Departamento de Asuntos Políticos, ONU, s.f.).
En este orden, un antecedente cercano al caso colombiano sea la Misión de
Verificación de los Derechos Humanos en Guatemala (Minugua), establecida
en septiembre de 1994 por la Asamblea General, la cual, si bien inició como
una misión política (El Tiempo, 2016), incorporó posteriormente, operación de

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Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

mantenimiento de la paz denominada Misión de Verificación de las Naciones


Unidas en Guatemala autorizada por el Consejo de Seguridad en enero de 1997,
mediante resolución 1094 de 1997 y que entró en operación en marzo de ese
año. Esta misión encabezada por un oficial español, el General de brigada José
B. Rodríguez (ONU, s.f. b), desplegó un componente de 145 observadores mi-
litares y 43 oficiales de policía encargados de la verificación del cese al fuego
entre el Gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG)
y la desmovilización y concentración de los excombatientes (El Tiempo, 2016).

El MMyV: Aspectos institucionales, implementación y


responsabilidades
Para asegurar el cumplimiento del cese al fuego y hostilidades el Gobierno y
las FARC pactaron dentro del capítulo 6 del acuerdo final, la constitución de un
Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MMyV) —integrado por militares— y
las reglas para su composición, despliegue en el territorio y funcionamiento. Tal
mecanismo se conformó por integrantes de las fuerzas armadas, las FARC y la
ONU, quienes tomaban las decisiones por consenso y comenzó a operar a par-
tir del 30 de noviembre, fecha de la refrendación del acuerdo. El componente
internacional de la ONU que como se señaló participó por primera vez4 dentro
de un mecanismo tripartito, lo presidió, lo coordinó, y mantuvo por separado
su cadena de mando y la de los otros dos integrantes (Acuerdo final, 2016); al
tiempo de que se encargaba de verificar la dejación de armas de la guerrilla.
En términos organizacionales el MMyV incluyó tres niveles distintos pero
articulados. En el primer nivel equipos locales de monitoreo estaban encarga-
dos de garantizar en el terreno el cumplimiento del cese al fuego; estos equipos
se constituyeron por 7 integrantes desarmados y debidamente uniformados: 3
integrantes de la ONU, 2 de la fuerza pública y otros 2 de la guerrilla. Para su
seguridad tales equipos estaban apoyados por 7 integrantes de la Policía Nacio-
nal armados, que aunque asentados en cada una de las zonas verdales tenían
restringido ingresar a los campamentos. Los equipos de monitoreo, su personal
de protección y otros funcionarios estatales, estaban instalados en sedes locales
ubicadas en áreas cercanas a cada zona veredal. A su vez, cada una de estas
zonas disponía de 5 equipos de monitoreo encargados de efectuar patrullajes
dentro de cada zona y en sus proximidades, recaudar quejas en terreno, elabo-
rar informes de lo observado y resolver pequeños incidentes.
A su turno los equipos regionales de monitoreo y verificación operaron
en Bogotá, Valledupar, Bucaramanga, Quibdó, Medellín, Villavicencio,
Popayán, Florencia y San José del Guaviare, en donde se establecieron sedes

4 Entrevista realizada a un funcionario de la ONU el 16 de marzo de 2017 en la ciudad de Buca-


ramanga.

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Alexander Arciniegas Carreño

administrativas para dos equipos de monitoreo y verificación compuestos por


7 integrantes cada uno y distribuidos del mismo modo que los equipos locales.
Los equipos regionales tenían la función de recaudar y verificar los informes de
los equipos locales.
Finalmente, el equipo nacional con sede en Bogotá y responsable de vocería
única del mecanismo en cabeza de la ONU fue conformado de la misma mane-
ra que los otros dos niveles y se encargó de verificar y resolver los incidentes
que no pudieran solucionarse en el nivel regional5. En el mecanismo se buscó
que los 3 actores en los niveles local, regional y nacional estuvieran involucra-
dos en la verificación, con la mayor capacidad resolutiva posible a efectos de
evitar que los problemas escalaran del plano local hacia arriba6.
En relación con la composición exclusivamente militar del mecanismo un
representante de las FARC integrante de uno de los equipos regionales al ser
entrevistado sostuvo: “con los militares del mecanismo nos entendemos un po-
quito más, ellos han vivido la guerra; saben qué es cargar un herido o verlo
morir en la selva sin poder hacer nada”7
De otro lado y en lo que respecta al periodo comprendido entre la refren-
dación y la dejación total de armas por parte de las FARC, es necesario comen-
zar señalando que la victoria del "No" en el plebiscito de 2 de octubre de 2016
obligó a las partes a reformular lo acordado inicialmente, proceso que derivó
en el “Protocolo para el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo”
(CFHBC) entre Gobierno y FARC del 13 de noviembre de 2016, lo mismo que el
acuerdo final del 24 de noviembre, refrendado por el Congreso de la República
6 días después.
El MMyV reinició actividades el 7 de noviembre de 2016. Previamente fue-
ron realizadas visitas técnicas a los lugares en donde se ubicarían las ZVTN
y los PTN; al igual que se desarrollaron tres fases de capacitación para sus
integrantes en los tres niveles territoriales; así como las tareas necesarias para
el despliegue del mecanismo, lo mismo que su coordinación operativa, técnica
y logística (MMyV, diciembre de 2016). Considerando que el protocolo del 13
de noviembre previó el traslado de los combatientes y milicias de las FARC a
los 36 Puntos de Pre-agrupamiento Temporal (PPT) el MMyV diseñó el “Plan
Esperanza” para monitorear el cumplimiento de la separación de fuerzas y el
cese al fuego desde las sedes regionales y las sedes locales temporales (MMyV,
diciembre de 2016, p. 2). Este Plan se reforzó con la entrada en vigencia del

5 Ver: https://www.youtube.com/watch?v=o1IY-ez9tOw
6 Entrevista realizada a un funcionario de la ONU el 16 de marzo de 2017 en la ciudad de Buca-
ramanga.
7 Entrevista realizada el 10 de marzo de 2017 en la ciudad de Bucaramanga..

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Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

Acuerdo Final y con la determinación del 1 de diciembre de 2016 como el Día


D para la implementación.
En términos de la verificación del cese al fuego y hostilidades en el periodo que
va de 7 de noviembre al 7 de diciembre se registraron 27 incidentes, 3 de los cua-
les fueron clasificados por el MMyV como “incumplimiento que constituye viola-
ción”, siendo los más graves los registrados en el municipio de Santa Rosa sur de
Bolívar y Tumaco Nariño con la muerte de 2 (MMyV, diciembre de 2016, p. 6).
En lo que se refiere a la verificación de la dejación de armas, a partir del
día D+5, el componente internacional del MMyV recibió de las FARC informa-
ción sobre las armas en su poder e inició la planificación del posterior almace-
namiento, registro, recolección, transporte, extracción y disposición final del
arsenal insurgente. Asimismo, en El Diamante departamento del Caquetá, se
verificó la destrucción de 620 kilos de “material inestable” (MMyV, diciembre
de 2016, p.6). En diciembre de 2016 el MMyV llamo públicamente a agilizar
la implementación de los campamentos para las ZVTN y los PTN; mejorar la
atención a las necesidades de los integrantes de las FARC pre concentrados;
avanzar en el despliegue del mecanismo en las regionales de Medellín y Quib-
dó y mejorar su funcionamiento para optimizar el monitoreo y la verificación
(MMyV, diciembre de 2016).
Del mismo modo y ante los atrasos del cronograma inicial, Gobierno y FARC
emitieron el 28 de diciembre un comunicado conjunto en el que se establecieron
un total de 19 ZVTN y 7 PNT; se confirmó la llegada de trabajadores civiles
contratados por el Gobierno para apoyar a las “comisiones de construcción de
las FARC” en los trabajos de construcción de los campamentos; al acordar tam-
bién que las partes habilitarían gradualmente las zonas y puntos transitorios
mientras que los guerrilleros permanecerían en las zonas de pre agrupamiento.
En relación con el despliegue del mecanismo este ya había sido integrado y
desplegado en la Sede Nacional y en 5 de las 8 regionales. Así mismo, equipos
tripartitos de monitoreo comenzaban a operar en 18 de las 26 locales tempora-
les (MMyV, enero de 2017, p.3).
De esta manera fueron ejecutadas 288 “actividades operativas” entre acom-
pañamiento del desplazamiento de las FARC, visitas técnicas de monitoreo a los
PPT y a las ZVTN / PTN, monitoreo a los dispositivos en el terreno de la Fuerza
Pública, seguimiento a la atención medica de los integrantes de las FARC, apo-
yo a las visitas de autoridades nacionales e internacionales (MMyV, enero de
2017, p. 4). Para el mes de diciembre el número de solicitudes de verificación se
triplicó alcanzando un total de 73 de los cuales un 53 % se categorizaron como
irrelevantes. El 9 de diciembre el mecanismo efectuó recomendaciones a las
FARC quienes reconocieron su responsabilidad en actos de hostilidad contra
la población acaecidos en el municipio de San Francisco, Nariño y que dejaron

580
Alexander Arciniegas Carreño

dos personas muertas y otras dos heridas. El incidente más relevante pero que
no afectó el cumplimiento de los acuerdos ocurrió en el municipio antioqueño
de Yondó, en donde el mecanismo estableció que algunos integrantes de las
FARC salieron irregularmente del PPT (MMyV, enero de 2017).
En relación con la dejación de armas se ejecutaron tareas de planeamien-
to con base en la información aportada por la guerrilla sobre el armamento
y material inestable de sus estructuras; lo mismo que capacitaciones para los
observadores de la ONU dentro del mecanismo para la identificación, registro,
monitoreo y verificación del armamento, (MMyV, enero de 2017, p. 4).
A finales de diciembre la neutralidad del componente internacional del
MMyV fue cuestionada por sectores críticos del proceso de paz y por la propia
embajadora de Colombia ante la ONU, al publicarse un video en el que obser-
vadores de la misión bailaban con excombatientes de las FARC en un punto
de reagrupamiento y durante la celebración del fin de año. Como resultado
del escándalo la ONU separó de la misión a los 3 observadores y el supervisor
involucrados en el hecho (El Tiempo, 2017).
El 17 de enero las partes acordaron que antes del 31 del mismo mes, las
FARC iniciarían su traslado a las Zonas Transitorias y Puntos de Normaliza-
ción para iniciar la construcción de los alojamientos al tiempo que el Gobierno
proporcionaría los materiales de construcción necesarios. De esta manera las
actividades del MMyV se concentraron en acompañar el desplazamiento de los
6900 integrantes de las FARC a los 26 puntos temporales. De modo que fueron
planificados por el mecanismo en los términos del “Protocolo del capítulo de
seguridad para los desplazamientos de las FARC del acuerdo del CFHBD y
DA” un total de 36 desplazamientos en 14 departamentos de los cuales se con-
cretaron 32 que iniciaron el día 28 de enero contando con el apoyo de 14.098
hombres de la fuerza pública (MMyV, enero de 2017, 2016). Por otro lado, el
MMyV verificó la atención del Gobierno a las necesidades de los guerrilleros
concentrados con relación al suministro de alimentos, medicamentos, brigadas
de salud y atención a casos urgentes (MMyV, febrero de 2017, p. 4), en vista de
que había serios problemas con la atención médica.
Para acompañar los movimientos de las FARC en la sede nacional del MMyV
se implementó un plan de comunicaciones y de coordinación y un centro de
operaciones articulado con las sedes regionales y locales, que además contó con
el apoyo del Comando Estratégico de Transición (COTEC) del Ejercito Nacio-
nal, la Unidad Policial para la Edificación de la Paz (UNIPEP) y de la Oficina del
Alto Comisionado para la Paz (MMyV, febrero de 2017).
En consonancia con este mayor esfuerzo logístico y operativo durante el
mes de enero el MMyV completó su despliegue en las 8 sedes regionales y la
sub Sede Regional de Bogotá encargada del monitoreo y la verificación en las

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Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

ZVTN de Planadas, Jordán, La Fila e Icononzo en el Tolima. El equipo de la


regional Bucaramanga encargado de la Zona de Caño Indio empezó a operar
desde su oficina permanente y los miembros de las FARC se integraron al me-
canismo en Quibdó.
Paralelamente, equipos de monitoreo hicieron presencia en 23 de las 26
ZVTN y PTN. De modo que las actividades relacionadas con la verificación de
cese al fuego alcanzaron en enero un total de 595, destacándose las tareas de
monitoreo y acompañamiento de las FARC, visitas técnicas y de monitoreo a las
zonas transitorias, visitas a los dispositivos sobre el terreno de la Fuerza Públi-
ca, monitorio a la atención médica a los integrantes de las FARC, monitoreo a
las comisiones de construcción de las FARC en las ZVTN y la coordinación de
visitas de autoridades nacionales e internacionales como sucedió con las visitas
del ministro de relaciones exteriores de Alemania y del presidente de Francia a
las ZVTN de la Guajira (Meta) y los Monos (Cauca) respectivamente.
Sobre un total de 10 incidentes reportados en este periodo la conducción
nacional del MMyV identificó 3 incumplimientos y 2 violaciones al CFHBD
ocurridos en la vereda El progreso, Tibú (N. de Santander), Conejo y San José
del Oriente en el municipio de La Paz (Cesar); San Vicente del Caguán (Caque-
tá); el Retorno, San José del Guaviare (Guaviare) y los Pinos vereda del Buenos
Aires (Valle del Cauca)8.
En cuanto a las actividades relativas a la dejación de armas toda vez que las
partes acordaron el 17 de enero mantener el D+180 a partir del 1 de diciembre,
la Misión de la ONU se comprometió a comenzar la verificación con la iden-
tificación y registro de armamento de los miembros las FARC en el MMyV.
También se realizó la extracción de armamento liviano de una caleta ubicada en
Miranda (Cauca), y que fue conducido a la ZVTN de Monte Redondo (MMyV,
febrero de 2017). Durante febrero el MMyV culminó el acompañamiento de los
36 desplazamientos de las FARC hacia las ZVTN y PTN, proceso en el que el
incidente más grave ocurrió camino a la zona de Caño Indio en el Catatumbo
(MMyV, marzo de 2017) cuando algunos habitantes del corregimiento de la
Gabarra denunciaron la presencia de grupos paramilitares en la zona.

8 El primer incidente es la violación de una menor por parte de un integrante del Ejército, en el
segundo caso integrantes de la Fuerza Pública realizaron operaciones a menos de 3000 metros
de la ubicación de las FARC por lo que el MMyV concluyó la existencia de un incumplimiento
atribuible al Gobierno. Lo mismo que en el caso de los 3 militares que ingresaron a una PPT; en
el ataque armado contra alias “Mojoso” en el que pereció la mujer que lo acompañaba, a manos
del Bloque Sur de las FARC se concluyó que esta organización incurrió en una violación grave
del CFHBD. El cuarto hecho, en el que integrantes de la Fuerza Pública detuvieron a cinco
miembros de las FARC que se trasladaban armadas por fuera de su PPT, se tipificó como una
violación leve de los acuerdos. El quinto incidente fue caracterizado como una violación impu-
table a las FARC debido al desplazamiento de 3 de sus integrantes dos de los cuales portaban
armas cortas. (Ver Informe III MMyV, 2016).

582
Alexander Arciniegas Carreño

Otra de las funciones principales en este lapso fueron el monitoreo de la


construcción de los campamentos de las FARC en las zonas temporales, proce-
so que se desdobló en tres fases: identificación y arriendo de predios, adecua-
ción de terrenos: servicios públicos y zonas comunes y entrega de materiales y
construcción de espacios de alojamiento (MMyV, marzo de 2017, p. 8). Si bien
a esa altura la primera fase estaba concluida para los 26 campamentos, la fase
dos en caso de Caño Indio y otras 12 zonas veredales presentaba un porcentaje
de avance de entre 0 y 10 %; mientras la fase tres en la misma vereda norte san-
tandereana y en otras 19 en todo el país, oscilaba entre 0 y 20 %, (MMyV, marzo
de 2017, p. 8). En estas circunstancias el MMyV urgió a las partes a intensificar
los trabajos y concretar su finalización a fin de ofrecer condiciones mínimas de
habitabilidad a los miembros de las FARC (MMyV, marzo de 2017).
También el MMyV apoyó la reincorporación de los menores de edad en los
términos del acuerdo final, contribuyendo junto con el Comité Internacional de
la Cruz Roja en el traslado de los menores de las ZVTN y PTN; de igual manera
fue verificado el abastecimiento de alimentos (concordancia entre los alimentos
solicitados y los recibidos, mantenimiento de la cadena de frio, adquisición de
los víveres en el ámbito local, etc.) para las zonas de concentración, y se reco-
mendó la instalación de puestos de salud en las referidas zonas a efectos de
brindar atención médica a los miembros de las FARC, la población civil y los
integrantes del mecanismo (MMyV, marzo de 2017).
A esta altura el despliegue del mecanismo en la sede Nacional y sus 8 sedes
locales, más la sub sede regional de Bogotá funcionaba con normalidad, mien-
tras el despliegue local se mantenía en 23 de las 26 ZVTN y PTN. En términos
de personal el MMyV alcanzó los 1094 integrantes de los cuales 450 eran obser-
vadores de la ONU.
En materia del cese al fuego se recibieron 41 solicitudes, la mayoría de las
cuales apuntaban a violaciones leves relacionadas con las salidas de las zonas de
concentración por parte de integrantes de las FARC sin que fueran coordinadas
con el mecanismo. También hubo incumplimientos de los protocolos en cuanto a
las rutas de los desplazamientos de los puntos de pre agrupamiento a las zonas
veredales y puntos transitorios (MMyV, marzo de 2017, pp. 11-12). El 1 de marzo,
luego del desplazamiento de los combatientes desde los puntos de pre agrupa-
miento, se puso en marcha el proceso de dejación de armas, lo que dio inicio al
registro e identificación de todas las armas en los campamentos temporales de
las FARC en las ZVTN y PV; almacenamiento de las armas de los integrantes de
esa guerrilla que componen el MMyV y a la planificación y destrucción del arma-
mento inestable almacenado en caletas, (MMyV, marzo de 2017).
También el mecanismo debió adecuar su accionar a los compromisos
acordados por las partes los días 25 y 26 de marzo dentro de la Comisión de

583
Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

Seguimiento, Impulso y Verificación de la implementación (CSIVI) en virtud de los


cuales el Gobierno se comprometió a la entrega de la totalidad de infraestructura
en las zonas veredales, suministro de ambulancias y personal médico. Mientras
que las FARC ofrecieron entregar los listados de sus integrantes incluidos sus
milicianos. Del mismo modo, el MMyV avanzó en los diálogos con el Gobierno
sobre la adecuación y puesta en marcha de los espacios dentro de las ZVTN para
los integrantes de las FARC privados de la libertad, pero beneficiarios de amnistía
e indulto. Así mismo y como parte de lo acordado en la CISIV y en coordinación
con la oficina del Alto Comisionado para la Paz, se apoyó la “dejación de armas”
y el “tránsito a la legalidad” de unos mil integrantes de las FARC que estarían
desempeñando tareas relacionadas con la implementación de los acuerdos:
escoltas, desminado humanitario, sustitución de cultivos ilícitos y participación
dentro del MMyV (MMyV, marzo de 2017, p. 2).
A esta altura el mecanismo tenía un total de 1.153 integrantes, de los cuales
509 eran personal ONU y en lo referente a su presencia territorial esta se man-
tuvo en 23 de las 26 sedes locales temporales, teniendo que operar en sedes
transitorias los equipos tripartitos de Caño Indio (Norte de Santander), Agua
Bonita (Caquetá) y el PTN de Gallo (Córdoba) (MMyV, marzo de 2017, p. 2). En
el plano operativo las 1071 actividades desarrolladas durante marzo incluyeron
el “acompañamiento y monitoreo” de los desplazamientos de las FARC; visi-
tas de autoridades nacionales e internacionales (delegaciones del Reino Unido,
Suecia y la visita del embajador de Francia); monitoreo en los desplazamientos
de la guerrilla; acompañamiento a los ingenieros encargados de trabajar en la
infraestructura de las zonas y puntos de concentración; visitas de monitoreo a
estos mismo puntos; monitoreo a los dispositivos sobre el terreno de la fuerza
pública; interlocución con autoridades y comunidades; apoyó en el proceso de
cedulación de los miembros de la FARC; monitoreo logístico en materia de pro-
visión de alimentos y atención medica; y “evacuación” de personal por razones
de salud (MMyV, abril de 2017, pp. 5-6).
El balance del proceso de monitoreo del cese al fuego registró un total de 24
solicitudes por hechos diversos como: información incorrecta de movimientos
de las FARC que no se llevaron a cabo, empleo irregular de equipos electrónicos
por parte de la fuerza pública para localización o registro de audio, actividades
del Ejército para inducir la desmovilización de las FARC, sobrevuelo de una ae-
ronave militar por debajo de los límites establecidos y proselitismo armado por
parte de las FARC (MMyV, abril de 2017, pp. 11-12). En lo que toca al avance
de la dejación de armas, la ONU dentro del mecanismo tripartito culminó los
procesos de “registro” (cantidad y tipo) e “identificación” (características) del
armamento individual de los integrantes de las FARC dentro de los campamen-
tos y dio el paso inicial para el almacenamiento gradual de las armas al recibir
aquellas que pertenecían a los 322 miembros de las FARC que actuaban dentro
del MMyV (MMyV, abril de 2017, p. 13).

584
Alexander Arciniegas Carreño

A comienzos de abril y conforme a lo acordado con el Gobierno, las FARC


presentaron una lista de 6804 personas localizadas en las ZVTN y PTN y un
primer listado de 1541 milicianos (MMyV, marzo de 2017,). En este mismo mes
el MMyV recibió de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz las listas de
personas que participan en tareas vinculadas a la implementación de los acuer-
dos que transitarían a la legalidad con “la dejación de su arma individual.”
(MMyV, abril de 2017, p. 1). En lo relativo al despliegue del mecanismo lo más
destacado es que el equipo de la sede regional de Medellín dejó de operar en
oficinas temporales. Mientras a nivel local el tripartito seguía operando en 23
sedes locales y en 3 sedes locales transitorias9 (MMyV, abril de 2017).
Durante este periodo que corresponde al D+150 se realizaron un total de
1449 actividades: acompañamiento de las FARC en actividades relativas a la
implementación del acuerdo, capacitación, atención médica, visitas de delega-
ciones internacionales y gobernantes nacionales y regionales; monitoreo de las
ZVTN y PTN; Fuerza Pública, “Zonas de Seguridad”; interlocución con au-
toridades y con la sociedad civil; monitoreo del abastecimiento de alimentos,
atención en salud y del avance en la construcción de los campamentos de las
FARC10 y coordinación de la salida de menores de edad de las ZVTN y PTN
(MMyV, abril de 2017, p. 4).
Igualmente se reportaron 28 solicitudes de verificación. Al tiempo que la
conducción nacional del MMyV concluyó la verificación de 34 incidentes en
donde la única violación grave correspondió al abuso sexual de una menor
por parte de un integrante del Ejército, hecho al que se aludió anteriormente
(MMyV, abril de 2017, p. 7). En lo que se refiere a las violaciones leves 11 fue-
ron responsabilidad de las FARC11 (MMyV, abril de 2017, pp. 8-9). Mientras el
Gobierno cometió tres violaciones: la detención de una “Comisión de Asturia-
nos” por varias horas antes de autorizar su ingreso a la ZVTN; no proporcionar
medidas de seguridad pertinentes para el desplazamiento del MMyV, cuyos
integrantes fueron retenidos por el ELN; y detener a un integrante de las FARC
mientras realizaba diligencias médicas (MMyV, abril de 2017, p. 9).

9 Estas sedes locales transitorias fueron: el Gallo (Córdoba), Agua Bonita (Caquetá) y Caño Indio
(Norte de Santander); en esta ultima el monitoreo se ejecuta desde la sede local aún sin estar
habilitada.
10 En cuanto al avance en la construcción de los campamentos de las FARC al interior de las zonas
y puntos transitorios es importante mencionar que Caño Indio apenas alcanza un 17 %, solo su-
perando a Monterredondo y La Guajira con 11 % y 0 % respectivamente. Mientras que Carrizal,
La Plancha y San José de Oriente alcanzaban porcentajes de avance superiores al 96 % 100 %.
11 Estas se resumen con proselitismo armado, realizar desplazamientos entre las ZTVN o efectuar
actividades de “pedagogía de paz” con la población civil sin coordinación con el mecanismo,
permitir el ingreso de persona civil a los campamentos.

585
Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

Así mismo, el mecanismo manifestó preocupación por el asesinato de Luis


Alberto Ortiz Cabezas (Revista Semana, 2017) miembro de las FARC y beneficiado
de la ley de amnistía, el 16 de abril en el Municipio de Tumaco; al igual que José
Yatacué ultimado el 25 de abril en Toribio Cauca y el asesinato de tres familiares
de un integrante de las FARC el 24 de abril en Tarazá Antioquia (MMyV, mayo
de 2017, p. 9).
En lo tocante al avance de la dejación de armas, el 7 de mayo el componen-
te del MMyV adelantaba tareas de recepción y almacenamiento de las armas
de los miembros de las FARC concentrados en los campamentos y destinados
a apoyar tareas de desminado, sustitución de cultivos, pedagogía de paz, in-
ventario de bienes (MMyV, mayo de 2017, pp. 12-13). Paralelamente se avanzó
en la planificación y verificación de la destrucción de armamento inestable y
extracción de armamento almacenado en caletas (MMyV, mayo de 2017, p. 13).
A comienzos de mayo tuvo lugar la visita al país del Consejo de Seguridad en
pleno que sirvió para que el organismo conociera de primera mano el trabajo
que está siendo ejecutado por la Misión Política de la ONU y respaldara una se-
gunda misión que tras la dejación de armas, deberá verificar las garantías de se-
guridad de las FARC en su reincorporación a la vida civil (El Espectador, 2017).
Otro hecho importante durante este mismo mes tiene que ver con que debi-
do a los retrasos acumulados en la implementación y construcción de las zonas
veredales; en la excarcelación de los guerrilleros y en la entrega de información
sobre sus unidades, armas y depósitos de armas de las FARC; las partes refor-
mularon el cronograma del desarme que expiraba el 31 de mayo, prorrogando
las ZVTN hasta el 1 de agosto y extendiendo el plazo para concluir la entrega
final de armas hasta el 20 de junio. Paralelamente se amplió hasta el 1 de sep-
tiembre el término para que la ONU con apoyo de la Fuerza Pública destruyera
900 caletas con material explosivo, muchas de ellas ubicadas en zonas de difícil
acceso (El Espectador, 2017).
Finalmente, en mayó se desplegó el mecanismo en las 26 zonas del nivel
territorial (MMyV, junio de 2017), de suerte que las 1551 personas desplegadas
en sus tres niveles desarrollaron 1416 actividades de monitoreo y acompaña-
miento en las áreas rutinarias. En cuanto al cese al fuego y hostilidades se ana-
lizaron 29 incidentes dentro de los cuales se reportaron 4 incumplimientos y 3
violaciones graves (MMyV, junio de 2017, p. 8). En lo concerniente a la dejación
de armas el personal de la ONU concluyó el almacenamiento de las armas de
los integrantes de las FARC encargados de colaborar en actividades relaciona-
das con la implementación del acuerdo final. Posteriormente, el 7 de junio los
observadores internacionales recibieron el 30 % de las armas de los integrantes
de las FARC concentrados en las ZVTN/PTN; al tiempo que continuó con la
“destrucción de armamento inestable”, lo mismo que con la localización y des-
mantelamiento de caletas (MMyV, junio de 2017, p. 9).

586
Alexander Arciniegas Carreño

De acuerdo con el informe de junio en que debía concluirse el proceso


de dejación de armas, el MMyV operó con 1160 integrantes, 514 de los cuales
correspondían a observadores internacionales destacados en la Misión de la
ONU. Dentro de los cuales, como lo muestra el siguiente cuadro, además de
militares y policías se incluían 70 observadores internacionales civiles.

PAÍS Hombres Mujeres Total

Argentina 84 7 91

Bolivia 51 0 51

Canadá 2 0 2

Chile 64 2 66

Cuba 10 1 11

Costa Rica 2 1 3

República Dominicana 10 3 13

España 15 5 20

El Salvador 33 8 41

Guatemala 17 2 19

Honduras 14 1 15

México 21 4 25

Noruega 0 3 3

Paraguay 34 4 38

Portugal 10 3 13

Reina Unido 2 1 3

Rusia 1 1 2

Suecia 5 2 7

Uruguay 19 2 21

TOTAL 394 50 444

Fuente: MMyV (julio de 2017, p. 2).

En materia operacional el mecanismo actuó a plena capacidad en las 29 sedes


locales, en las 9 oficinas regionales y en la sede nacional, ejecutando un total
de 1392 actividades: acompañamiento a las FARC en actividades vinculadas a
la implementación del acuerdo; monitoreo de capacitaciones para la reinserción
realizadas en las ZVTN; acompañamiento del censo socioeconómico concluido
el 30 de junio por la Universidad Nacional. Así mismo se realizó la certificación
de las instalaciones de la ZVTN de La Guajira (Meta) construidas para acoger

587
Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

720 miembros de las FARC objeto de amnistía, indulto y tratamientos penales


especiales. Una de las actividades más importantes durante junio fue el “monitoreo
y verificación” del traslado de 2256 milicianos a las ZVTN y PTN. A lo que se agrega
el monitoreo de estas instalaciones, de los dispositivos en el terreno y zonas de
seguridad, acompañamiento de la logística para el abastecimiento de alimentos y
atención en salud, lo mismo que el avance en la construcción de los campamentos
de las FARC y la interlocución con autoridades y comunidades locales (MMyV,
julio de 2017, p. 2). En relación con las actividades de monitoreo del cese al fuego
y hostilidades en junio se registraron 31 solicitudes de verificación y se concluyó
la verificación de 56 incidentes, entre los que se identifican 3 violaciones graves
referidas al ingreso a las ZVTN de personal de la fuerza pública o de la guerrilla
vestidos de civil y portando armas (MMyV, julio de 2017).
Por otro lado, el componente internacional del MMyV culminó el proceso
de verificación de la dejación de armas de los integrantes de las FARC y sus
milicianos reunidos en las 29 ZVTN/PTN. También se avanzó en la localización
de 660 caletas y en la extracción de 456 de las cuales en 94 casos el proceso se
completó exitosamente. Paralelamente, se llevó a cabo la destrucción de muni-
ción y de “material inestable” (MMyV, julio de 2017, p. 11).

La ZVTN de Caño Indio


Esta vereda de Norte de Santander en donde se ubicaron dos puntos de con-
centración de los guerrilleros de las FARC en su camino hacia la vida civil tiene
un área de 24 km2 (Verdad Abierta, 2017) y alberga 53 de las 200 familias que
componen un conjunto de veredas del que también hacen parte: Chiquinquirá,
el Progreso 2 y Palmeras-Mirador. Como sucede en el Catatumbo en donde
para 2015 había alrededor de 11.500 hectáreas de coca, Caño Indio tiene en los
cultivos de coca la base de su economía (Verdad Abierta, 2017), al carecer de
infraestructura básica como vías, acueducto, alcantarillado y electricidad. La
ZVTN allí localizada tiene un perímetro de seguridad de unos 3 kilómetros y se
sitúa a unos 47 km (Verdad Abierta, 2017) del perímetro urbano del municipio
de Tibú fronterizo con Venezuela. Aunque de modo similar a la instalada en
Tumaco (Nariño), Caño Indio no está situada en la “línea fronteriza”, pues de
lo contrario violaría una de las condiciones establecidas desde la mesa de La
Habana para el establecimiento de las ZVTN.
Por otro lado, en el territorio de Caño Indio no solo hacen presencia las Juntas
de Acción Comunal, la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat), o la
Coordinadora nacional de productores y trabajadores de coca, marihuana y
amapola. Existen también resguardos indígenas como los Motilón Barí y Catalaura
Gabarra; lo mismo que presencia de actores armados ilegales como el Ejército de
Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL). Esta ZVTN
fue la última en ponerse en marcha debido al fenómeno de los cultivos ilícitos;

588
Alexander Arciniegas Carreño

pues gobierno y comunidades campesinas tardaron en acordar las condiciones


económicas para llevar adelante la sustitución (La Opinión, 2017). En otras
palabras, los habitantes de Caño Indio estaban de acuerdo con la instalación de
la ZVTN, pero no con la erradicación (Verdad Abierta, 2017), pues argumentan
que sin cultivos ilícitos no tendrían condiciones materiales para sobrevivir.
En esta región la instalación de la zona veredal se dio en paralelo con la
ejecución de un plan piloto de sustitución de cultivos ilícitos: coca, marihuana
y amapola concertado con la comunidad y que buscó desarrollar el Plan Na-
cional de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS) lanzado por el Gobierno y las
FARC en enero pasado y que materializa el punto cuatro del acuerdo de paz:
“Solución al problema de las drogas ilícitas”. De esta manera, si bien uno de
los requisitos para la instalación de zonas veredales es que estuvieran libres de
cultivos de coca, se optó por mantener la designación de Caño Indio bajo el su-
puesto de que trasladarla como ocurrió en los departamentos de Chocó y Cauca
que presentaron situaciones similares, implicaba perder lo avanzado con esta
comunidad en materia de sustitución (El Espectador, 2017).
El impase en torno a los planes de sustitución solo fue resuelto el 27 de enero
de 2017 con el compromiso del Gobierno de entregar a cada campesino con o sin
cultivos ilícitos, un conjunto de beneficios entre los que se destacan: un millón
de pesos (US$337) mensuales durante un año a cambio de ejecutar actividades
de sustitución de cultivos ilegales o trabajo en obras públicas. (Asociación de
Campesinos del Catatumbo Ascamat, 2017). Superadas las diferencias iniciales,
se iniciaron las tareas para reparar la única vía de acceso a la vereda, obra que se
interrumpió varios días debido a cuestiones climáticas (Verdad Abierta, 2017).
De este modo el 4 de febrero arrancó el tránsito de los integrantes del Frente 33
de las FARC, por lo que 538 guerrilleros entre combatientes armados y milicianos
se trasladaron desde los puntos de pre-agrupamiento de Caño Tomás, San Isidro
y la Esperanza (La Opinión, 2017) hasta la ZVTN de Caño Indio.

589
Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

Figura 2. Tránsito de integrantes del Frente 33 de las FARC

Fuente: elaboración propia con base en La Opinión (2017).

Sin embargo, el tránsito de una de las caravanas de guerrilleros proveniente


del punto de reagrupamiento temporal de Caño Tomás en el municipio de
Teorama y que había iniciado su desplazamiento el 8 de febrero, permaneció
detenido durante 5 días a la altura de la vereda Mata de Coco en el corregi-
miento de La Gabarra. Esto como consecuencia de que miembros de la comu-
nidad entre quienes se encontraban líderes de la Asociación de Campesinos
del Catatumbo (Ascamcat) que acompañaban al grupo de 189 guerrilleros, de-
cidió detener el desplazamiento alegando falta de garantías para la seguridad
debido a las denuncias de campesinos sobre la presencia de paramilitares en la
zona de Las Timbas, un día después de que la caravana pasara por ese punto
camino a Caño Indio (La Opinión, 2017). De esta forma se exigió por parte de
los denunciantes el acompañamiento del gobierno y de la ONU para que se
verificaran tales hechos.
La presunta presencia de unos 15 integrantes de grupos paramilitares por-
tando armas largas suscitó temor no solo entre los integrantes de la caravana
guerrillera sino entre la comunidad de la Gabarra, pues sus habitantes fueron
víctimas entre 1999 y 2004 de la violencia paramilitar. A este respecto y res-
pondiendo a las versiones de que las FARC habrían presionado a la población
para que hiciera tales denuncias, un integrante de esta guerrilla y del meca-
nismo tripartito afirmó: “esa gente denunciaba porque son los sobrevivientes
de la masacre de La Gabarra que saben que se están jugando la vida"12. En un
sentido similar se manifestó una funcionaria civil de la Misión de la ONU que

12 Entrevista realizada por el autor en la ciudad de Bucaramanga el 15 de marzo de 2017.

590
Alexander Arciniegas Carreño

cumplía laborares de enlace con la comunidad en Caño Indio y de apoyo a los


observadores internacionales, quien manifestó: “En Mata de Coco debajo de La
Gabarra, el bloqueo al desplazamiento de las FARC ocurrió no porque la gente
estuviera en contra de la presencia de los guerrilleros sino para exigir garantías
de seguridad ante la presencia de Águilas Negras arriba en ‘el 60’” 13. Ante las
graves denuncias fueron enviados desde el Ministerio de Defensa 2200 miem-
bros de la fuerza pública para reforzar el vacío de poder generado por la salida
de las FARC y garantizar la seguridad de los guerrilleros y de la población
(Verdad Abierta, 2017).
Por otra parte, el hecho de ser la última zona veredal puesta en marcha,
retrasó los trabajos de adecuación de las zonas comunes como infraestructura
sanitaria y cocinas, lo mismo que la construcción de los alojamientos, los cuales
a pesar de estar previstos para finales de abril (Semanario Voz, 2017) seguían
inconclusos en junio, como consecuencia de la lentitud de la burocracia estatal
en sus distintos niveles territoriales y las difíciles condiciones climáticas y a
la precariedad de la vía de acceso. De hecho, a mediados de marzo durante
una entrevista con un integrante de las FARC que participaba del tripartito
atribuía al incumplimiento del Gobierno que la única vía de acceso a la zona
veredal de Caño Indio estuviera en condiciones tan precarias que los vehículos
de la Registraría Nacional de Estado Civil, al igual que el que transportaba los
víveres destinados a la zona veredal, habían quedado atascados en el lodo.14
Tales atrasos entorpecen las actividades de los excombatientes en su tránsito a
la vida civil, dificultaron como resulta comprensible, el trabajo del mecanismo
de monitoreo que se vio imposibilitado para desplegar observadores militares
en el terreno15 y tuvo que operar desde Tibú a más de 40 km de la zona veredal.
Esto sin dejar de lado la “situación de seguridad”, que no solo obstaculizaría
la concentración de las FARC en la ZVTN, sino que limitó las actividades y el
despliegue en terreno del mecanismo de monitoreo (MMyV, abril de 2017, p. 4).

Consideraciones finales
El capítulo describió, el papel cumplido por la ONU en el proceso de verificación
del cese al fuego y de la dejación de armas de las FARC. En este camino se
dejó claro por qué este acompañamiento internacional a la implementación de
lo acordado por Gobierno y FARC se cumple dentro de una misión política
o DPA y no dentro de la lógica de una misión de mantenimiento de paz, que
como se expresó puede emplear la fuerza para el cumplimiento de su mandato.
Igualmente, fueron explicitados los aspectos institucionales de la Misión en

13 Entrevista realizada por el autor en la ciudad de Bucaramanga el 16 de marzo de 2017.


14 Entrevista realizada por el autor en la ciudad de Bucaramanga el 15 de marzo de 2017
15 Entrevista realizada por el autor en la ciudad de Bucaramanga el 16 de marzo de 2017.

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Implementando la paz: la ONU y el monitoreo del acuerdo de La Habana

Colombia y las tareas para las que fue facultada en virtud del mandato recibido
por el Consejo de Seguridad en enero del año anterior, entre ellas presidir y
coordinar el MMyV. En lo que respecta a este mecanismo el recuento detallado
de las actividades que desarrolló durante sus ocho meses de operaciones, en
donde los 514 integrantes del componente internacional fueron factor clave
para fortalecer la confianza entre las partes en el conflicto, tomar decisiones y
resolver incidentes a través de la regla del consenso.
De hecho, los resultados que mostró pueden hacer que el tripartito sea
uno de los aportes colombianos a otros procesos de paz en el mundo, como
lo sugirió recientemente Jean Arnault, jefe de la misión en su declaración al
Consejo de Seguridad. Desde el 1 de diciembre de 2016, o Día D, el MMyV
desempeñó un conjunto variado de tareas: la verificación y resolución de
violaciones al cese al fuego y de hostilidades; la verificación de la dejación de
las armas; verificación de la atención médica a los miembros de las FARC y
del abastecimiento logístico para las 26 zonas de concentración; seguimiento
de la construcción de la infraestructura en las zonas veredales; monitoreo de
la fuerza pública y de la concentración de los excombatientes; articulación con
autoridades gubernamentales locales, nacionales e internacionales, lo mismo
que con las comunidades locales.
En el caso de la zona veredal de Caño Indio, además de caracterizar este te-
rritorio desde el punto de vista geográfico y sociopolítico se buscó argumentar
cómo allí el proceso de dejación de armas y de reintegración de los excomba-
tientes estuvo desafiado por problemas como: la histórica ausencia estatal que
amplifica las dificultades que la propia geografía impone, las dilaciones para la
puesta en marcha de la zona veredal; la presencia de actores armados ilegales
y de cultivos ilícitos. Este caso es particularmente ilustrativo porque allí se reú-
nen de modo paradigmático las dificultades que el pos acuerdo deberá encarar
en buena parte de los territorios en donde las FARC caminan hacia la civilidad
después de hacer la guerra durante más de cinco décadas.
El pasado 14 de septiembre, el Consejo de Seguridad aprobó por una-
nimidad una segunda misión de la ONU para Colombia, hecho que resulta
fundamental, pues de la misma forma en que la participación de este actor mul-
tilateral contribuyó significativamente el avance del cese al fuego y desarme;
esta nueva misión apoyada en un componente civil desarmado y encargada de
acompañar la reintegración de excombatientes no solo en sus dimensiones so-
ciales, económicas y políticas sino principalmente, en relación con las garantías
de seguridad efectiva en los 242 municipios en los que operó la guerrilla; será
fundamental para la implementación y sostenibilidad de lo acordado. Sobre
todo, considerando que además del asesinato sistemático de líderes sociales,
entre noviembre de 2016 y enero de 2018 fueron ultimados 54 integrantes de las
FARC o sus familiares.

592
Alexander Arciniegas Carreño

La presencia de la ONU en esta nueva fase del proceso, presentando a las


partes y a la sociedad balances periódicos en relación con la implementación,
será un factor que presionará al Gobierno colombiano a adoptar una postura
asertiva para detener el exterminio de quienes se han acogido a la legalidad y
evitar que se repita la tragedia de la Unión Patriótica; al tiempo que representa
una muestra de confianza y apoyo de parte de la comunidad internacional a la
construcción de paz.

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Indio. Recuperado de http://www.verdadabierta.com/procesos-de-paz/
farc/6553-el-largo-camino-de-las-farc-hasta-cano-indio

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Editores
Ricardo García Duarte.
Rector de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Politólogo especializado del
Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences – Po). Magíster en Análisis de Proble-
mas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos. Abogado de la Univer-
sidad Nacional de Colombia. Par evaluador reconocido por Colciencias en la Categoría
Investigador Junior y catedrático en varias universidades. Analista de coyuntura nacio-
nal e internacional y autor de diferentes publicaciones y libros. Fundador de las revistas
Coyuntura Política y Esfera; y co-fundador de la revista digital Razón Pública.

Jaime Andrés Wilches Tinjacá.


Candidato a Doctor en Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona. Po-
litólogo Grado de Honor y Magíster de la Universidad Nacional de Colombia, Comuni-
cador Social y Periodista de la Universidad Central. Se desempeñó como Coordinador
de la Línea de Memoria y Conflicto en el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Con-
flicto Urbano (Ipazud) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, además
fue docente-investigador de la Universidad de La Salle. Par evaluador reconocido por
Colciencias en la Categoría Investigador Asociado. En la actualidad es investigador del
Instituto de Estudios en Comunicación y Cultura (IECO) de la Universidad Nacional de
Colombia.

Hugo Fernando Guerrero Sierra.


Ph.D en Relaciones Internacionales y Globalización y M.A en Derecho Internacional
Público y Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. M.A.
en Cooperación Internacional de la misma universidad. M.A en Gobernabilidad y Ges-
tión Pública por el Instituto Ortega y Gasset (España). M.A en Estudios Estratégicos y
Seguridad Internacional de la Universidad de Granada (España). Abogado de la Univer-
sidad Nacional de Colombia. Docente e investigador en diferentes centros académicos
de España, Estados Unidos y Colombia. Par evaluador reconocido por Colciencias en
la Categoría Investigador Senior. En la actualidad es docente-investigador de tiempo
completo y director del Grupo de Investigación en Política y Relaciones Internacionales
(GIPRI) en la Universidad de La Salle.

Mauricio Hernández Pérez.


Estudiante de Doctorado en Ciencias Humanas y Sociales (Universidad Nacional de
Colombia), Magister en Estudios Políticos y Filósofo de la Universidad Nacional de Co-
lombia. Diplomado en Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona (Espa-
ña). Se desempeñó como Coordinador de la Línea de Memoria y Conflicto en el Instituto
para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD) de la Universidad Distrital
Francisco José de Caldas. Par evaluador reconocido por Colciencias en la Categoría In-
vestigador Junior. En la actualidad es docente-investigador de tiempo completo de la

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Este libro se
terminó de imprimir
en julio de 2018
en la Editorial UD
Bogotá, Colombia

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