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Verónica Fernández López

Prof. Liliana Suárez Navaz

Antropología Social y Cultural

28 de septiembre 2018

Felicidad en punto

Uno de los comportamientos que nos define como animales es la curiosidad, la


cual nos ha permitido progresar. Un ejemplo de esto, claramente, es la filosofía, la cual
nace del asombro y de la admiración ante el mundo y la existencia, y es entonces
cuando florecen las preguntas.
Lévi-Strauss (Lévi-Strauss, 1988) hace mención a cuando el hombre moderno se
encuentra con los indígenas que habitaban el Nuevo Mundo, a estos les embarga la
curiosidad y se cuestiona acerca de esta nueva humanidad, encontrándose con dos
posturas, una donde veían en estas sociedades el punto de partida, lo cual significaba
que la sociedad que ellos conocían había avanzado y que no había motivo para
detenerse, y otra postura donde había una nostalgia hacia el orden antiguo. Partiendo del
símil de que esta sociedad de indígenas puede funcionar como una antigua, podemos
observar una dualidad acerca de cómo se ve el mundo y una disputa acerca de cuál de
las dos posturas es la correcta para la humanidad; y lo correcto en este caso para la
humanidad es lo bueno, el bien; ¿y que encontramos en el bien que no sea acaso la
felicidad? En este ensayo cabe contender en cuál de las dos “humanidades” se haya la
felicidad, si en una sociedad antigua o en una moderna.

La supervivencia de los seres humanos ha ido mejorando de forma notoria a lo


largo de toda nuestra existencia. Pero una supervivencia mejor no está directamente
relacionada con una vida más feliz. Tenemos muchas más cosas, tanto físicas como
mentales, que nuestros antepasados; por ejemplo, tenemos más conocimientos acerca de
todo gracias a la divulgación, y actualmente poseemos hasta máquinas que nos hacen la
comida y nos dispensan agua, pero ¿hace esto que seamos más felices? Al hablar de
estas cosas nuevas es inevitable hablar de la economía de consumo que se intentan
centrar más en nuestra felicidad que en nuestra manutención o permanencia en el
mundo, delegando así nuestro instinto vital de supervivencia en un campo un poco
menos amplio, como la medicina. Por ejemplo, encontramos toda una gran sección
dedicada a hobbies como los deportes, la pintura, la ciencia, la robótica, viajar, el baile,
los juegos, los juguetes, el voluntariado e incluso la cocina, pero no para sobrevivir sino
como una mera forma de entretenimiento. Por lo que, puede verse que gran parte de lo
que mueve el mundo intenta regirse hacia nuestra felicidad, y que confiamos en el
Estado y en el mercado para casi todo lo que necesitamos: manutención, educación, un
hogar, seguridad y salud. La propia economía tiene como objetivo satisfacer las
necesidades de las personas, es decir, su fin último somos nosotros; aunque podríamos
darnos cuenta de que hay individuos que buscan un beneficio individual, como puede
ser la acumulación de riquezas; pero lo que buscan estas personas son niveles de vida
más elevados, mejor atención médica, casas más grandes, coches más rápidos, comida
más exquisita y estos niveles de vida les hace, en parte, felices.
Fernández López, 2

Si analizamos el progreso de la historia del ser humano podemos observar que


cada vez se han ido produciendo nuevos descubrimientos, véase la agricultura, la
escritura, la imprenta la rueda, la industria, la informática, etc.
También podemos observar que la modernidad nos ha traído integridad física de los
grupos humanos, en otro tiempo aislados, y medios de comunicación que hace más
sencilla una divulgación del conocimiento humano y las relaciones personales. Por lo
que debería deducirse según lo anterior que a mayor progreso mayor felicidad y, sin
embargo, aquí es donde entra en juego el poder y las desigualdades; donde unos pocos
viven cómodamente a costa de un excesivo trabajo del resto, el ejemplo más claro de
esto son las clases sociales. En esta forma de organización social se puede encontrar que
solo los de la gran élite tienen acceso a los nuevos descubrimientos, como la imprenta,
el coche o la medicina, y es verdad que estos hacen de la vida algo más cómoda,
llevadera, duradera y sencilla, lo cual conlleva la supresión de muchos problemas, pero
también conlleva la supresión de la satisfacción de lograr superarlos. Al entrar en esta
nueva “humanidad” hemos apartado nuestro lado instintivo, perdiendo agudeza en
distintas destrezas como puede ser nuestros sentidos, por lo que, si algún día la
organización en la que se haya el hombre moderno tambalea, el hombre individual lo va
a tener más difícil a la hora de sobrevivir en un estado salvaje.

Como resultado de este dualismo histórico considero que se pueden observar dos
tipos de felicidad, una primera, correspondiente con el mundo moderno y una segunda,
homóloga al mundo antiguo.
La primera felicidad, que es más momentánea, está fundamentada en una sociedad
basada en el consumismo, es decir, el mundo moderno. Se buscan los placeres y
satisfacciones instantáneos, pero una vez se finaliza el último juego, o se acaba el
pequeño plato de comida exquisita, esta satisfacción/felicidad se va y buscamos nuevos
placeres. Esto determina cómo está formada esta sociedad que fomenta el avance de
materias. Aquí encontramos los autores modernos que, aunque hayan tratado la
felicidad de forma distinta encontramos un punto en común: la felicidad no es un bien
en sí misma, ya que para saber lo que es la felicidad hay que conocer los bienes que la
producen, es decir, la felicidad está determinada, no determina; y en este caso puede
estar determinada por todos estos nuevos descubrimientos. Como dijo Andrew Carnegie
“Capitalismo es convertir lujos en necesidades”.
La segunda felicidad está ligada al mundo antiguo, donde no tiene por qué haber placer,
y la felicidad deja de estar estrechamente relacionada con el mundo material. Por
ejemplo, Aristóteles ha manifestado que la felicidad ha sido identificada con muy
diversos bienes: con la virtud, o con la sabiduría filosófica, o con todas ellas
acompañadas o no de placer, o con la prosperidad.

En definitiva, podemos encontrar dos tipos totalmente distintos de felicidad en


las dos “humanidades” con las que nos encontrábamos al principio. Vemos en las dos
diferencias sustanciales donde prima el progreso o el instinto, pero en ambas
encontramos la curiosidad, innata al ser humano, al igual que la felicidad. Y ya sea
como fin o como medio buscamos la felicidad, y es aquí donde cada uno de nosotros,
hombres de la modernidad, debemos intentar alcanzar un punto medio con una felicidad
momentánea, sabiendo disfrutar de la comodidad y una felicidad más íntima relacionado
con nuestra esencia personal, aprendiendo a conectar con nosotros mismos y con los
demás.
Fernández López, 3

Bibliografía
Lévi-Strauss, C. (1988). Las tres fuentes de la reflexión etnológica. En J. R. Llobera, La
antropología como ciencia (pág. 389). Barcelona: Anagrama.

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