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Universidad Pontificia Bolivariana.

Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades. Programa de Teología.


Historia de la Iglesia moderna y contemporánea.
Juan Sebastián Ocampo Murillo.
Profesor: P. Pedro Ospina
Informa de la tercera parte del libro La onda larga del Vaticano II. Por un nuevo
posconcilio. Massimo Faggioli.

La tercera parte del libro de Faggioli está consagrada al análisis histórico de la Iglesia después
del magnánimo evento del Concilio Vaticano II. Para ello, en el primer apartado titulado “El
Vaticano y la Iglesia de los márgenes”, el italiano se devana desarrollando el concepto de
“Iglesia”. Esta puede parecer una palabra muy inocente, muy evidente y no levanta sospecha
alguna, porque, aparentemente, ya está naturalizada e inmiscuida en el argot general de las
personas. Sin embargo, al igual que cualquier otro concepto, como producto de la
representación de los hombres en el tiempo, su uso y desarrollo no es marginal al trasegar
histórico de los hombres; muy por el contrario, esta palabra tan inocua y transparente, durante
mucho tiempo estuvo sujeta a premisas rigurosamente institucionales, pues se recogió la
premisa sistematizada por Trento (que partía de la tradición), de que “Iglesia” era una
cuestión exclusivista: “fuera de la Iglesia no hay salvación”, decía San Cirilo. Más tarde el
Concilio Vaticano I (1869-1870), se hizo cargo de pontificar aún más este término casi que
ligándolo al Magisterio que velaba por el sacrificio de la misa.
Este historiador de la Iglesia asevera que el Concilio Vaticano II retornó a una noción más
histórica y “cristiana” de la concepción de la Iglesia. Em documentos como la Lumen
Gentium, se deja en claro que Iglesia no hacía única y exclusivamente referencia a un marco
legalista e institucional, sino que esta es el cuerpo de Cristo resucitado que camina, en donde
todos somos sus miembros y Él la cabeza, y que cada experiencia de Dios, mediante la praxis,
debe dignificar y significar la condición material e histórica de los pueblos. Ya la cuestión,
según esto, no acaecía en un canon exclusivista, sino que era volver la mirada hacia cada
sujeto que constituye la Iglesia en marcha del Señor. Cristo ha delegado en la Iglesia la gran
responsabilidad de continuar con la tarea litúrgica, que implica propugnar porque los
hombres habitan su singularidad viviendo una verdadera experiencia en Dios (Gal 2, 20; 4,1).
Junto a esa historia metafísica de la Iglesia, en donde se sitúa el plano salvífico soteriológico,
se posa la historia civil, se entretejen y la segunda se debe alimentar de la gracia. Faggioli
resume este afán modernizante de la Iglesia con la siguiente cita de Marie Dominique-Chenu:
La expresión signos de los tiempos adquiere sentido y alcance no solo en la redacción
de la Gaudium Et Spes, sino en el tejido mismo de la doctrina y el método, allí en
donde la Iglesia se define en su relación consubstancial con el mundo, y con la
historia. Se trata de una categoría constitucional que decide las leyes y las
condiciones de la evangelización (p.63).
Ahora bien, en el segundo título de esta tercera parte que recibe el nombre de “La curia
romana durante y después del Vaticano II: ¿Reforma teológica o reforma legal-racional?”, el
leitmotiv se centra en explicar cómo la reforma eclesial buscaba la recuperación de la
concepción “pueblo de Dios”, volviendo así a una instancia de Communio. Para Faggioli esto
fue un momento de síntesis de muchos presupuestos modernos que se estaban fraguando en
el seno de la Iglesia entre los siglos XVIII, XIX y XX. De acuerdo con este profesor de
historia de la Iglesia, hubo un claro afán por volver a las fuentes de la teología,
concentrándose en encontrar cómo estas siempre representaron un compromiso cósmico y
universal con la totalidad de la humanidad. Para esto se precisó vivir dos momentos: 1)
ressourcement (profundización teológica; y, 2) Raprochement (reconciliación).
En concordancia con lo anterior, para el italiano, revisitar las fuentes tiene como égida
fundamental recobrar la visión de una “Iglesia pobre”, “no en el sentido de la privación
material, sino de una privación del equipaje cultural e ideológico innecesario que constituye
un auténtico lastre para la comunidad peregrina” (p.64). Es pues, que una Iglesia auténtica es
una Iglesia de pobres para los pobres, por tanto, no debe estar parcializada ni mezclada con
mezquinos intereses. El documento conciliar Gaudium et spes, entonces, estaría abarcando
dos flancos de suma importancia: el primero de estos es la Iglesia inmersa en el mundo
moderno (in mundo huius temporis), y la condición de la persona humana en el mundo
moderno (conditio hominis in mundo moderno). Cuando se armonizan estos dos flacos se
halla que la Iglesia encuentra su plenitud en el mundo, así, debe avivar la sed de justicia
frente a las iniquidades de la modernidad. Por ende, la perspectiva pastoral de la Iglesia no
debe desembarazarse de estas características.
Finalmente, el texto de devana hablando de las vocaciones religiosas y los carismas en el
mundo moderno. Esto no era un problema por el cual preocuparse durante la Edad Media
salvo por la parte legal de cómo unir todos los conventos y órdenes al dominio y el tutelaje
de Roma. No obstante, pareciera que ya para el siglo XX había decaído el imaginario que
sugería que la pertenencia a estos grupos religiosos era una opción válida de vida, que además
acarreaba prestigio y distinción social. Muy por el contrario, la Iglesia debía enfrentarse a la
pérdida de vocaciones, la pérdida de fieles, el envejecimiento de ordenados y ordenadas,
entre otras cosas. Faggioli interpela:
Los religiosos no solo tienen parte en la mediación entre la institución y la realidad
sobre el terreno, sino que también deben negociar entre la identidad de clérigos y la
voz carismática en la Iglesia y en sus propias comunidades; entre el statu quo
institucional y el llamado profético; en la transición de una iglesia católica
monocultural, europea y occidental a una Iglesia verdaderamente global, en formas
que no siempre se trazaron en los textos, ni siquiera en los debates del Vaticano II.
(p.98)
Hubo nociones difíciles de consolidar como el sacerdocio universal de los fieles y el papel
que debían cumplir los miembros de las órdenes religiosas. Sin embargo, existió un claro
interés por conjugar al clero regular y al clero secular en la figuro de obispos y superiores
que detentaran la autoridad y pudiesen velar por formas alternativas de religosidad

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