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“Falta respeto en el País Vasco: respeto por la vida y por la integridad física, negadas
por los terroristas de ETA; respeto por la palabra dada, por las reglas de juego y por los
procedimientos legales; respeto por los que sufren y son injustamente perseguidos;
respeto por las víctimas y por sus familias, en definitiva, falta respeto por el otro y por
su dignidad”. En su pequeño despacho de catedrático de Filosofía del Derecho de la
Universidad Carlos III de Madrid, Gregorio Peces-Barba, visiblemente enojado y
apesadumbrado ha bajado su habitual tono de voz, para fijar la mirada en los titulares
de prensa, que siguen hablando del asesinato en Azpeitia del empresario Ignacio Uria.
Es el último episodio de una escalofriante historia que dura ya casi medio siglo y contra
la que desde su atalaya de catedrático, político o abogado el ex presidente de las
Cortes ha venido luchando, desesperándose de que siga habiendo fanáticos que
justifican esos atentados. Para él no hay duda, el País Vasco padece una crisis moral
profunda envuelta en un ideario nacionalista soberanista que carece de posibilidades y
de futuro, pero que aún mantiene demasiadas adhesiones.
Hace pocos días tuvo ocasión de celebrar el XXX aniversario de la Constitución junto a
los demás padres de la Carta Magna. Un grato encuentro que, sin embargo, no diluyen
en su memoria los difíciles años anteriores a la transición y los peligrosos estertores
del franquismo. Peces-Barba no olvida que en estas fechas de diciembre, hace 38 años,
participó en uno de los acontecimientos políticos que iba a herir de muerte al régimen
franquista: el histórico Proceso de Burgos, celebrado en diciembre de 1970. Con ese
juicio contra ETA, “los militares querían -según escribió más tarde Mario Onaindia, uno
de los acusados- querían montar un gran acto publicitario, sin duda alguna, para
garantizar la supervivencia del régimen”. Pero el tiempo que tardaron en preparar
aquel espectáculo hizo posible, por otro lado, que las fuerzas de oposición al régimen
se preparasen para este proceso y nombrasen a un espectacular abanico de letrados
vascos, a los que se sumaron Gregorio Peces-Barba, cercano al socialismo, y Josep Solé
Barberá, del PSUC catalán, para defender a los 16 acusados etarras.
Casi 40 años después, habla con cariño de su entonces defendido, Víctor Arana Bilbao,
Txepetón, “reinsertado desde el inicio de la democracia y con un comportamiento
ciudadano ejemplar”. Pero reconoce que su defensa debió de ser muy mala, porque a
su “pobre” cliente le cayeron 70 años de cárcel, cuando la fiscalía “sólo” había pedido
sesenta. “En la cárcel tuve muy buena relación con Arana, luego con su familia, y a su
niño le regalé un balón del Real Madrid, que su padre consideró como una pequeña
provocación pero aceptó por ser regalo mío”. Ese niño le recordaba también su
infancia, cuando con cuatro o cinco años Gregorio visitaba a su padre en la cárcel de
Torrijos, donde estaba recluido por “auxilio a la rebelión”, que era el delito creado a
posteriori para condenar a los vencidos de la Guerra Civil.
Sin embargo, la relación de Peces-Barba con el País Vasco se inicia mucho antes del
Proceso de Burgos. Estando en COU, unos amigos le invitan a veranear a Zarautz, y a
partir de entonces y con toda su familia se trasladará a Hondarribia, en donde pasarán
los veranos hasta principios de los setenta. Esos años coinciden también con una
efímera “aventura” democristiana que se acaba en 1964, y hasta 1972, que empieza a
militar en la clandestinidad en el PSOE de Madrid, no se comprometerá con la
actividad política partidaria, dedicándose casi en exclusiva a la fundación y
lanzamiento de la revista Cuadernos para el Diálogo, a sus tareas universitarias y a la
defensa ante el Tribunal de Orden Público (TOP) y los tribunales militares de militantes
antifranquistas.
Pero esas estancias veraniegas en Euskadi también le sirven para mantener sus
primeras relaciones con la oposición política vasca. Tras instalar junto con Tomás
Quadra Salcedo su primer despecho profesional en Madrid, se trasladará a menudo a
Euskadi para participar, por ejemplo, como letrado defensor en el sumario I/63, el
primer proceso contra CC OO, que instruyó y juzgó en el TOP. Fue su estreno y el de
ese tribunal, ante el que le tocó defender a miembros de la Comisión Obrera de
Vizcaya como David Morín y Gómez Lavín. Les condenaron sólo a arresto mayor por
haberse constituido sin las formalidades exigidas por las leyes. Después, cuando el
fenómeno de las comisiones obreras se multiplicó, el tribunal las vinculó con al Partido
Comunista y aumentó considerablemente las penas. Desde 1963 hasta 1976, en que se
suprimió el TOP, el despacho de Peces-Barba defendió más de mil casos: “Eran
procesos absurdos”, afirma desde la distancia.
En Euskadi sus contactos se multiplican con gente afín a Cuadernos para el Diálogo y
con el PNV, fundamentalmente. “Tuve relación con el Gobierno vasco en el exilio en
Paris: con el propio lehendakari Leizaola y con Joseba Rezola, y posteriormente, de
manera bastante habitual, fui defendiendo a muchos militantes del PNV hasta 1975″.
Recuerda algunos casos pintorescos, como la reunión de una quincena de abogados
para defender a otros tantos militantes nacionalistas acusados de colocar una ikurriña
en la torre de la iglesia el Buen Pastor de San Sebastián. Entre los acusados estaba el
senador Joseba Elosegi, ex comandante de gudaris durante la guerra, testigo del
bombardeo de Gernika y protagonista de un espectacular suceso, cuando el 18 de
setiembre de 1970 intentó inmolarse a lo bonzo ante Franco en el frontón de Anoeta
de la capital donostiarra. “Joseba Elosegi era una persona muy afable, valiente y con
gran sentido del humor”.
Pero Peces-Barba, muy pronto percibe la diferencia entre los dos mundos
nacionalistas, el radical y el moderado. Pare él, el PNV era otro grupo de oposición al
franquismo y tenía todo su apoyo y su comprensión. Afirma que entonces ninguna de
las dimensiones que él consideraría separatistas aparecían en sus postulados. “Lo que
sí percibí entonces es que algunos de los militantes de aquella primera ornada de ETA
eran unos idealistas, pero otros ya apuntaban a ser unos criminales [ETA empezó a
matar en 1968]. Eso sí me empieza a preocupar seriamente, como el clima de dura
tensión que se va imponiendo”.
A partir de 1972, Peces-Barba inicia también sus contactos con los socialistas vascos.
Interviene en Euskadi en temas de formación y conoce enseguida a Enrique Múgica y a
Txiki Benagas. En Francia, en Carmaux, cerca de Toulouse, en unos locales cedidos por
el ayuntamiento socialista, organiza un seminario de formación al que acuden muchos
militantes del País Vasco, entre ellos José Antonio Maturana y “un joven muy listo,
desde entonces una de las buenas cabezas del socialismo vasco”, dice de Ramón
Jáuregui. También se relaciona con Nicolás Redondo Urbieta, Eduardo López Albisu (el
padre de Patxi López) y, por supuesto, con Ramón Rubial. “Era un compañero
respetado y querido por todos; por su ejemplo de militancia y por los 20 años largos de
represión en la cárcel que sufrió durante el franquismo. Siempre sentí por él un gran
afecto. Todos le debemos mucho”.
Siguen luego los meses de labor clandestina, hasta el llamado pacto del Betis entre los
socialistas andaluces y vascos, y el primer congreso del partido en semi-libertad, en
diciembre de 1976, que el futuro rector de la Carlos III recuerda con cierta amargura.
Pero los contactos se recomponen cuando Felipe González le pide que vaya de
diputado por Valladolid. A partir de 1977 reanuda también sus relaciones con el PNV,
siendo Peces-Barba testigo directo del comportamiento de los nacionalistas ante la
Constitución. “Un comportamiento muy poco claro y ambiguo”. “Es absolutamente
falso”, asegura, “que nadie les cerrase el camino en la ponencia constitucional. Ellos
jamás lo quisieron, pero luego sí se rasgaron las vestiduras, cosa que es muy suya.
Estaban muy satisfechos con la representación de Miquel Roca [de CiU], pero lo cierto
es que, al mes de empezar nuestro trabajo, Roca nos dijo que consideraba
insoportable a esa gente y que él, desde luego, no les representaba”.
“Este último”, comenta, “era muy reticente, muy reservado, y no quería que se supiese
que participaba en las reuniones de las noches. En una de ellas, Abril Martorell, salió al
balcón de mi despacho a fumar y el retén de periodistas que montaba guardia delante
del edificio dispararon sus flases hacía el dirigente de UCD. ‘Nos han descubierto”, dijo
éste, y decidimos suspender la reunión. Entonces, Arzalluz me preguntó si podía
quedarse en mi despacho, que ya descansaría en una butaca. Me sorprendió
muchísimo su petición, pero tampoco me opuse. No le pregunté por qué lo hacía, pero
era obvio que no quería que le vieran los periodistas. Se quedó toda la noche allí y salió
a las siete de la mañana, cruzándose con una piadosa vecina que iba a misa de ocho y
que se asustó tanto que le confundió con un violador”.
Cuenta Peces Barba que mantuvo buenas relaciones con diputados nacionalistas, que
se encontraban muy cómodos en Madrid, y también conoció al actual consejero de
Justicia del Gobierno vasco, Joseba Azkarraga. “Entonces era muy simpático, pero
ahora es unos de los talibanes vascos. Mientras el PNV da una de cal y otra de arena, la
ambigüedad de la EB de Madrazo y la EA de Azkarraga no ayuda nada. A este último
parece que le molesta que se detengan etarras, siempre encuentra alguna pega o lanza
alguna advertencia al respecto”.