Las células del hígado producen y secretan a la sangre lipoproteínas
de muy baja densidad (VLDL). Estas transportan, además de colesterol, gran cantidad de triacilglicéridos producidos por el organismo, principalmente en el hígado.
Las VLDL son transportadas en la sangre hacia los tejidos muscular
y adiposo donde, al igual que los quilomicrones, descargan parte de sus triacilglicéridos.
Las lipoproteínas de muy baja densidad se van transformando
sucesivamente en lipoproteínas de densidad intermedia (IDL), baja (LDL) o alta (HDL) a medida que descargan lípidos y proteínas en su trayecto; al ir perdiendo lípidos la densidad de las lipoproteínas va aumentando.
Las lipoproteínas de baja densidad (LDL) ya sólo contienen ésteres
de colesterol y un solo tipo de apoproteína. Ellas se encargan de transportar la mayor parte del colesterol en la sangre, casi las tres cuartas partes.
Las LDL permanecen en la circulación durante varios días; su función
es llevar colesterol a los tejidos periféricos. Pueden ser captadas por las células del hígado o por cualquier otra célula del organismo gracias a los receptores específicos que se encuentran en la membrana celular. El 60-80% de los receptores de LDL se encuentra en el hígado. La cantidad de receptores en una célula depende de la cantidad de colesterol intracelular, cuanto más colesterol hay en el interior de la célula, menos receptores hay en su superficie. El número de receptores es regulado genéticamente por la misma célula.
Las LDL son las más nocivas de las lipoproteínas. Estudios
epidemiológicos han demostrado que el riesgo de infarto de miocardio se relaciona íntima y directamente con los niveles de LDL en la sangre. Por eso, al colesterol transportado por las LDL se le conoce popularmente como colesterol malo.
Las lipoproteínas del tipo HDL (de alta densidad) se encargan de
transportar el colesterol desde los tejidos periféricos hacia el hígado; concentran el colesterol libre circulante (producto de la rotura de las células y lo transportan hacia el hígado para su excreción); esto sería el transporte en reversa del colesterol. Las HDL se producen en el hígado y en el intestino. Se ha demostrado que niveles altos de HDL se relacionan con la disminución de la incidencia de infarto cardiaco. Las HDL que produce el hígado son reconocidas como factor protector contra la ateroesclerosis, por eso al colesterol transportado por las HDL se le reconoce popularmente como colesterol bueno.
En mujeres que oscilan entre 25 y 40 años de edad y en atletas se
han encontrado concentraciones elevadas de HDL. El tabaquismo, la obesidad, la vida sedentaria, los andrógenos y los betabloqueadores disminuyen su concentración en el suero (cuadro 1). Hoy se considera que una de las apoproteínas de las lipoproteínas, la llamada apo AI, es mejor protectora contra la ateroesclerosis que las HDL. La producción de apo AI es mayor en la mujer que en el hombre. Dietas ricas en carbohidratos propician que las apoproteínas AI se desechen con facilidad, y dietas ricas en grasas hacen que el organismo produzca menos apoproteínas. Se sabe que el ejercicio favorece su producción.
En resumen, el circuito del colesterol endógeno es el único que
proporciona a las células, gracias a la LDL, el colesterol de la sangre, el cual es captado mediante receptores específicos.
Es el acúmulo anormal de triglicéridos en los órganos del parénquima
(hígado, riñón, etc) Este depósito se produce por un defecto en cualquiera de los pasos que van desde que los ácidos grasos entran en el hígado hasta que salen formando lipoproteínas. La secuencia normal de acontecimientos sería la siguiente:
1. Entrada de ácidos grasos libres al interior del hígado. No todos los
ácidos grasos que están en el interior del hígado tienen una procedencia exógena ya que en su interior también hay una síntesis de ácidos grasos a partir del acetato.
2. Estos ácidos grasos sufren unas transformaciones que van a dar
lugar a diferentes sustancias:
- Triglicéridos
- Colesterol
- Fosfolípidos
- Cuerpos cetónicos (tras oxidación mitocondrial de los ácidos
grasos)
3. Los triglicéridos se unen a apoproteínas y forman lipoproteínas que
es como salen del hígado a la sangre. Posibles mecanismos que conducen a la acumulación de triglicéridos.
Un error en cualquiera de estos pasos daría lugar a un acúmulo
anormal de triglicéridos, es decir, a una esteatosis.
Una de las principales causas de esteatosis hepática es el alcohol,
dado que es un tóxico que afecta a varios de los procesos del metabolismo normal de los ácidos grasos. Otras causas que también influyen son: la malnutrición proteica, la diabetes mellitus, la obesidad, etc.
Normalmente este tipo de acúmulo es reversible, es decir,
desaparece al cesar la causa que lo generó, si bien puede no regresar si está lesionado de una forma irreversible alguno de los procesos celulares vitales implicados.
Si la esteatosis es leve, puede que no se afecte macroscópicamente
el órgano en el que se ha producido. En el hígado, si sigue progresando, se produce un aumento de tamaño de la víscera, haciéndose más amarillenta, hasta que en casos extremos puede transformarse en un órgano amarillo brillante, blando y grasiento.
En microscopía óptica se empiezan viendo pequeñas vacuolas grasas
alrededor del núcleo. A medida que progresan estas vacuolas se van uniendo, creando espacios claros, que desplazan al núcleo a la periferia, son las llamadas células en anillo de sello. 2. El eje tiroideo es un ejemplo clásico de un circuito de retroalimentación endocrino. En este eje se distinguen 3 escalones: hipotálamo, hipófisis y tiroides. La TRH hipotalámica estimula la producción hipofisaria de TSH, la cual, a su vez, estimula la síntesis y secreción de hormonas tiroideas (HT). Las HT actúan por retroalimentación negativa inhibiendo la producción de TRH y TSH. El “punto de ajuste” en este eje es el establecido por la TSH. La TRH es el regulador positivo principal de la síntesis y la secreción de TSH. Al igual que otras hormonas hipofisarias la TSH se libera de forma pulsátil y presenta un ritmo diario; alcanza su nivel máximo por la noche. En la práctica clínica se miden la TSH y las HT en el plasma. Las células tirotropas hipofisarias actúan no sólo como el locus de regulación, sino también como un comparador, pues el organismo considera que los niveles de HT que recibe la hipófisis son “representativos” de los que están recibiendo otros tejidos periféricos. De esta forma, tejidos como el muscular o el adiposo no precisan emitir un mensaje propio sobre la recepción adecuada de HT. Como factor externo al sistema, los estrógenos aparecen como estimuladores de la síntesis y secreción de TSH, hecho que puede servir para explicar la mayor incidencia de enfermedades de la tiroides en el sexo femenino. Otro aspecto importante de la regulación de la glándula tiroides, no vinculado a la secreción de hormona tirotropa (TSH), es la denominada autorregulación tiroidea, íntimamente relacionada con la cantidad de yodo del organismo. Así, cuanto más yodo contiene la dieta, menos capta el tiroides, y viceversa. La administración brusca de cantidades importantes de yodo reduce de forma notable la organificación del yoduro. Esta respuesta, hasta cierto punto paradójica, y que se ha utilizado en terapéutica, se denomina efecto de Wolff-Chaikoff. No obstante, este efecto del yodo es transitorio, ya que si continúa el aporte, la glándula se adapta a esta situación y se produce un "escape" de las funciones tiroideas, incluso por encima de lo normal. 3.