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“Una tragedia en la familia”, pensé…

Walter Saavedra.
“A las seis en punto de la mañana las radios, la televisión e Internet
confirmaron que la noticia [que le habían otorgado el Premio Nobel 2010] era
cierta. Como predijo Patricia, la casa se volvió un loquerío y desde entonces
yo dejé de pensar y, casi casi, hasta de respirar.” (Mario Vargas Llosa).

Interesante escrito de Vargas Llosa,


hablando con una prosa realmente
exquisita, una prosa que hace sentir, muy
profundamente, lo que está expresando
muy íntimamente, a quien lo lee sin
prejuicios… aquellos prejuicios que él
mismo se ha encargado de alimental con
su acción intolerante en política.
Cuando uno lee textos así escritos, con la
tranquilidad de la vida, sin que este
inficionándola la política expresada de
manera irracional, como el acostumbra,
entonces uno si se siente reconciliado con
su manera de manejar el idioma y de
expresar sus sentimientos. Esto es algo
que no siempre logra expresar en sus
artículos porque sus criterios políticos
obnubilan por completo su manejo del
idioma que nos permite un goce
particular, especial...
En este escrito se puede apreciar esa
tranquilidad que en muchas de sus
novelas se logra captar, incluso en los
momentos más furiosos...
Su castellano no es el castellano popular
peruano -como no lo es tampoco el castellano de Martha Hildebrandt, a pesar de su feroz y
desaforado lenguaje que solamente ha tomado la vulgaridad de las expresiones, mas no de los
sentimiento, corrientes de los sectores populares-, pero cuando Vargas Llosa maneja el
lenguaje como ahora lo hace, la belleza expresiva de nuestro idioma surge bella y
armónicamente.
Como diríamos, parafraseando a Jorge Luis Borges, ser peruano es una fatalidad que la
mostraremos lo queramos o no. Pero en el Perú –como en todas partes- hay varias maneras de
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expresarse: una de elite y otra popular... y siempre ésta fue la que aportó la creatividad en su
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manera más fecunda y cuantiosa, cosa que podemos ver en los diferentes pueblos del Perú. Lo
que no niega las expresiones individuales de sectores no populares, que llegan a ser más

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conocidas porque perviven en los libros y llegan a muchos más sectores de lo que podría
hacerlo el lenguaje oral popular o los escritos de los autores de origen popular, que no logran
expresar por escrito lo que sí logran directamente, en la oralidad de su vida.
La belleza se expresa de diferentes maneras, y lo académico está aportando pero no
determinando, según expresaba Miguel de Cervantes en su Quijote. Y también nuestro Cesar
Vallejo lo expresaba en su conocida frase: todo arte o voz genial viene del pueblo y va hacia
él.
Claro Vargas Llosa se ha hecho más elitista que nunca, desde que cambió sus ribetes
políticos. Nadie puede reprocharle ningún cambio a nadie. Lo que puede hacerse es señalar
sus inconsistencias y sus errores manifiestos. El reproche es una actitud sentimental de quien
se siente inferior e injuriado por un cambio que lo deja minusválido, ya que no encuentra a
alguien que exprese de la manera en que lo hacía quien se aleja de sus canteras políticas. O
porque, al conocerlo y conocer sus formas de pensar más íntimas, puede infligirle un daño
mayor que cualquier otro que no tenga esos conocimientos. Pero eso es parte de la vida. Uno
no reprocha nada a nadie, solamente combate y demuestra los equívocos y los errores, si
acaso lo son, si acaso no hay mala intención manifiesta.
Mario Vargas Llosa jamás se convirtió en un icono que rechazara por completo a quienes
discreparan con él... según cuentan algunos que lo conocieron y conocen y discrepan
completamente con sus puntos de vista políticos. Quizás el hombre y el político no estén tan
indesligablemente unidos como él gusta hacerlo aparecer... para estar en el centro de la
noticia.
Aclaremos, que el lenguaje y la sensibilidad de José María Arguedas están más cercanos a lo
que el Perú es y se expresa en cada uno de nosotros. Vargas Llosa tiene todo el derecho de ser
como él desea serlo, es su mundo, es su vida, es su derecho... algo que todos debemos respetar
y combatir, si es que lo consideramos necesario y pertinente.
Mario Vargas Llosa ya ha obtenido el premio que buscaba tan ansiosamente. Él podría decir
que no, que jamás estuvo obsesionado por el Nobel, pero todo nos dice que no era así. Lo que
podría haber sucedido es que estaba ya decepcionado de que no se lo otorgaran. Y no quería
pensar más en aquello que parecía no llegar nunca... ahora no le queda sino mirar hacia abajo
y el futuro nos dirá como es que reaccionará.
Él siempre ha creído ser un oráculo de la vida en todo sentido, al menos eso se nota en sus
opiniones. Ahora que ha sido galardonado con la máxima presea de las letras ¿cómo se nos
mostrará de aquí en adelante? Al menos este escrito, al parecer el primero después del gran
premio donde cuenta las incidencias que tuvieron lugar cuando se enteró de que se lo habían
dado, nos lo muestra equilibrado, juicioso, aparentemente reconciliado con el mundo, un
mundo al que no tardará en seguir combatiendo y sancionando, porque él siempre ha actuado
esgrimiendo la idea de que donde él tiene la razón nadie más la tiene... Forma de actuar muy
típica de nuestro tiempo. Todos actúan de manera similar: tiros y troyanos. Los que lo apoyan
y los que lo atacan.
El premio Nobel es suyo. Lo es por derecho propio. El premio Nobel es de los peruanos. Lo
es por derecho propio. Ésta es una fiesta nacional, ciertamente, aunque esté inficionada por lo
político que ni ahora ni nunca dejará de utilizar este tipo de acontecimientos. Todos se han de
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acercar a él para felicitarlo y ganar alguito con la noticia. Todos dirán frases laudatorias que
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antes jamás habrían dicho, para aparecer en los medios si es que no pueden acercarse a él de
ninguna forma directa.

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El mismo Mario Vargas Llosa sabe que este premio lleva agua a su molino político. No es tan
ingenuo como para no darse cuenta. Por eso su silencio no es un silencio que lo ignore, sino
que es un silencio que sabe perfectamente que no tiene que decir nada para expresar lo que
todo el mundo sabe aunque nadie lo diga explícitamente. Pero es algo que está ahí y no puede
reprochársele.
Nadie lo hizo –o ya se ha olvidado- cuando Pablo Neruda recibió el premio Nobel. Pablo
Neruda que cantaba a Stalin y se proclamaba abiertamente estar en los senderos políticos
completamente opuestos al que está Vargas Llosa ahora. Y, sin embargo, el premio Nobel
2010, se ha acordado benévolamente de Pablo Neruda. Con cariño. ¿Qué significado real
tiene esta alusión a alguien de tan opuesta manera de pensar? Un distanciamiento en su dureza
política. Ha santificado a Susana Villarán: no la considera negativa. ¿Desde qué ángulo
político está haciendo este enjuiciamiento? Pareciera haberse humanizado este Vargas Llosa
que así se expresa a escasas horas de habérsele otorgado el Nobel.
En estos instantes, sus adversarios políticos lo que más hacen es buscarle los deméritos que
pueda tener y tiene en el plano político, plano en el que ha actuado y metido la pata con todo.
Se ha metido en situaciones, en elementos que solamente ha conocido en sus propios escritos
y en muchos de sus recuerdos que ya son sino solamente eso: recuerdos.
Ahora él, que ha estado siempre cerca del poder, que ha sido un poder cerca del poder, ahora
Mario Vargas Llosa es el poder mismo… ¿Para qué quiere ser Presidente de su país? Ya esa
idea no le seduce. Ahora él es más poderoso que el Presidente de un Perú perdido en la bruma
de un pasado idílico, de un futuro sin lineamientos precisos, un Perú que ha resurgido en el
mundo gracias a él, gracias al Nobel que se le ha otorgado. Casi todos han callado, o se han
alineado a su lado. Otros escriben recordando sus ideas políticas, sin hacer alusión a los
criterios con que la Academia Sueca ha tomado en cuenta para otorgarle el Premio Nobel de
Literatura 2010.
Pero precisamente porque Mario Vargas Llosa es ya un poder casi omnímodo, para quienes
piensan como él, para quienes lo ven como abanderado de sus lineamientos políticos,
precisamente por eso es que será combatido por sus opositores que solamente ven en él ideas
políticas y piensan que el arte solamente puede ser arte si sirve a la política. Lo quiera o no, él
ha permitido con su accionar que esas ideas se alimenten y cobren fuerza en esos sus
opositores, así como en quienes lo apoyan.
Por supuesto que Vargas Llosa seguirá combatiendo como lo ha hecho hasta ahora. Por este
premio no va a abandonar sus ideas políticas, eso es muy cierto. Pero ¿Cómo las expresará de
aquí en adelante? ¿Cómo lo cambiará a él este poder político que, en su caso, especialmente,
viene anejado al Nobel?
Quizás este momento nos permita releer sus obras con la tranquilidad que permite el juicio de
la Academia Sueca, tan exento de motivaciones políticas explícitas, tan libre de criterios que
puedan encender la polémica de uno o de otro lado, y que, sin embargo, ha echado más leña al
molino de la pugna donde él ha sido y es el centro.
Ahora todos celebran el acontecimiento de que un peruano haya sido galardonado con el
Premio Nobel 2010, y es ciertamente un momento de celebrar. Ya nadie escuchará a los
detractores. La gente no tiene oídos sino para gozar de aquello que ha puesto al Perú en el
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centro del universo, cosa que no acontecía hace ya muchísimo tiempo. Y jamás se presentó
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como un acontecimiento que formalmente pone el nombre del país dentro de lo mejor en el
mundo, a lo grande, llamando la atención hasta de quienes no se han sentido nunca

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interesados por la literatura. Eso no ha pasado ni pasa con César Vallejo, a quien la gente
conoce pero no ha leído, o quizás haya leído alguno de sus poemas sin llegar a entenderlo.
Este acontecimiento se ha presentado por primera vez en nuestra literatura. No decimos que
no haya literatos de renombre o conocidos en el mundo, pero siempre sus nombres se
circunscribieron al ámbito académico. Jamás literato alguno salto a la palestra mundial de esta
manera tan masiva. Esto ha pasado por primera vez. Y eso es lo que le gusta a la gente, lo que
quiere la gente, lo que la gente desea para sentirse mejor, para no sentirse menospreciada,
para darse cuenta que los peruanos somos más de lo que pensamos ser… No mejor que otros
en el mundo, no superiores a otros, sino simplemente mejor de lo que pensamos ser.
Un acontecimiento como éste tiene que regocijarnos y hacernos reflexionar. Los criterios de
la Academia Sueca nos han removido a todos aquellos que tenemos cierta seriedad en la
contemplación del mundo y en la lectura crítica de las obras que llegan a nuestras manos. Al
César lo que es del César.
Este escrito me ha acercado al autor Mario Vargas Llosa, con el que siempre discrepe en
pol ítica, aunque no puedo negar que he gozado leyendo muchas de sus nove las, que no
todas... Algunas de sus novelas me han parecido simplemente propagando política y algunas
de sus obras de propaganda política me han parecido novelas…

Mario Vargas Llosa: "Cada libro ha sido una aventura"


En su última columna, MVLL cuenta lo que reflexionó en 14 minutos que le tomó
confirmar la noticia del Pre mio Nobel de Literatura. Aquí el relató del escritor peruano
universal
Domingo 10 de octubre de 2010 - 08:50 am 4 comentarios

Ese día, como todos los días desde que, hace tres semanas, llegamos a Nueva York, me
levanté a las cinco de la mañana y, procurando no despertar a Patricia, me fui a la salita a leer.
Era noche cerrada todavía y las luces de los rascacielos del contorno tenían la apariencia
inquietante de una gigantesca bandada de cocuyos invadiendo la ciudad. Dentro de una hora
más o menos comenzaría a amanecer y, si estaba despejado el cielo, las primeras luces irían
iluminando el río Hudson y la esquina de Central Park con sus árboles que el otoño comienza
a dorar, un lindo espectáculo que me regalan cada mañana las ventanas del departamento
(vivimos en el piso cuarenta y seis).
Tenía el día planificado con toda precisión. Trabajaría un par de horas preparando la clase del
próximo lunes en Princeton, en la que ilustraría el tema del punto de vista con ejemplos
tomados de “El reino de este mundo” de Alejo Carpentier, media hora de ejercicios para la
espalda, una hora de caminata en Central Park, periódicos, desayuno, ducha, y a la Public
Library de Nueva York, donde escribiría mi Piedra de Toque para “El País” sobre el suicidio,
tirándose del puente George Washington, en la Universidad de Rutgers, de Tylor Clementi,
violinista y joven estudiante al que dos compañeros homófobos habían denunciado como gay,
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difundiendo en la red un video en el que aparecía besándose con un hombre.


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Inmediatamente fui absorbido por la magia de “El reino de este mundo” y la transfiguración
mítica que la prosa de Carpentier hace de los primeros intentos independentistas en Haití. El

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narrador omnisciente de la historia es una astuta ausencia erudita, libresca, barroca y
rebuscada que narra desde muy cerca de la sensibilidad del esclavo Ti Noel, quien cree en los
Grandes Loas del vudú y que los hechiceros del culto, como Mackandal, gozan del don de la
licantropía, es decir, pueden transformarse en animales a voluntad. Hacía por lo menos veinte
años que no la releía y su poder de persuasión seguía siendo irresistible.
De pronto advertí la presencia de Patricia en la salita. Se acercaba con el teléfono en la mano
y una cara que me asustó. “Una tragedia en la familia”, pensé. Cogí el aparato y escuché,
entre silbidos, ecos y eructos eléctricos, una voz que hablaba en inglés. En el instante en que
alcancé a distinguir las palabras “Swedish Academy” la comunicación se cortó. Estuvimos
callados, mirándonos sin decir nada, hasta que el teléfono repicó otra vez. Ahora sí se oía
bien. El caballero me dijo que era el secretario de la Academia Sueca, que me habían
concedido el Premio Nobel de Literatura y que la noticia se haría pública dentro de 14
minutos. Que podía escucharla en la televisión, la radio e Internet.
–Hay que avisar a Álvaro, Gonzalo y Morgana –dijo Patricia.
–“Mejor esperemos que sea oficial”:http://elcomercio.pe/noticia/650497/mario-vargas-llosa-
ha-sido-sorpresa-mayuscula-primer-momento-pe nse-que-era-broma –le contesté.
Y le recordé que, hacía muchos años, en Roma, nos habían contado la broma pesada que le
jugaron unos amigos (o más bien enemigos) a Alberto Moravia, haciéndose pasar por
funcionarios de la Academia Sueca y felicitándolo por el galardón. Él alertó a la prensa y la
noticia resultó un embrollo de mal gusto.
–Si es cierto, esta casa se va a volver un loquerío –dijo Patricia–. Mejor dúchate de una vez.
Pero, en vez de hacerlo, me quedé en la salita, viendo asomar entre los rascacielos las
primeras luces de la mañana neoyorquina. Pensé en la casa de la calle Ladislao Cabrera, en
Cochabamba, donde pasé mi infancia, y en el libro de Neruda “Veinte poemas de amor y una
canción desesperada”, que mi madre me había prohibido leer y que tenía escondido en su
velador (el primer libro prohibido que leí). Pensé en lo mucho que le hubiera alegrado la
noticia, si era cierta. Pensé en la gran nariz y la calva reluciente del abuelo Pedro, que escribía
versos festivos y explicaba a la familia, cuando yo me negaba a comer: “Para el poeta la
comida es prosa”. Pensé en el tío Lucho, que, en ese año feliz que pasé en su casa de Piura, el
último del colegio, escribiendo artículos, cuentecitos y poemas que publicaba a veces en “La
Industria”, me animaba incansablemente a perseverar y ser un escritor, porque, acaso
hablando de sí mismo, me aseguraba que no seguir la propia vocación es traicionarse y
condenarse a la infelicidad. Pensé en el estreno, ese mismo año, en el teatro Variedades de
Piura, de mi obrita “La huida del Inca”, que mi amigo Javier Silva publicitaba a voz en cuello
por las calles con una gran bocina, desde el techo de un camión, y en la bella Ruth Rojas, la
Vestal de la obra, de la que yo estaba enamorado en secreto.
–Es una tontería pensar que esto puede ser una broma –dijo Patricia–. Llamemos a Álvaro,
Gonzalo y Morgana de una vez.
Llamamos a Álvaro a Washington, a Gonzalo a Santo Domingo y a Morgana a Lima, y
todavía faltaban siete u ocho minutos para la hora señalada. Yo pensé en Lucho Loayza y
Abelardo Oquendo, los amigos de adolescencia y en la revista “Literatura”, de la que sacamos
apenas tres números, de nuestro manifiesto contra la pena de muerte, del homenaje a César
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Moro, y de las feroces discusiones que a veces teníamos sobre si Borges era más importante
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que Sartre o este que aquel. Yo sostenía lo último y ellos lo primero y eran ellos, por

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supuesto, quienes llevaban la razón. Fue entonces cuando me pusieron el apodo (que a mí me
encantaba): ‘El Sartrecillo Valiente’.
Pensé en el concurso de La Revue Francaise que gané el año 1957, con mi cuento “El
desafío”, que me deparó un viaje a París, donde pasé un mes de total felicidad, viviendo en el
hotel Napoleón, en las cuatro palabras que cambié con Albert Camus y María Casares en las
puertas de un teatro de los Grandes Bulevares, y mis desesperados y estériles esfuerzos para
ser recibido por Sartre aunque fuera solo un minuto para verle la cara y estrecharle la mano.
Recordé mi primer año en Madrid y las dudas que tuve antes de decidirme a enviar los
cuentos de “Los jefes” al Premio Leopoldo Alas, creado por un grupo de médicos de
Barcelona, encabezado por el doctor Rocas y asesorado por el poeta Enrique Badosa, gracias
a los cuales tuve la enorme alegría de ver mi primer libro impreso.
Pensé que, si la noticia era cierta, tenía que agradecer públicamente a España lo mucho que le
debía, pues, sin el extraordinario apoyo de personas como Carlos Barral, Carmen Balcells y
tantas otras, editores, críticos, lectores, jamás hubieran alcanzado mis libros la difusión que
han tenido.
Y pensé lo increíblemente afortunado que yo he sido en la vida por seguir el consejo del tío
Lucho y haber decidido, a mis 22 años, en aquella pensión madrileña de la calle de Doctor
Castello, en algún momento de agosto de 1958, que no sería abogado sino escritor, y que,
desde entonces, aunque tuviera que vivir a tres dobles y un repique, organizaría mi vida de tal
manera que la mayor parte de mi tiempo y energía se volcaran en la literatura, y que solo
buscaría trabajos que me dejaran tiempo libre para escribir. Fue una decisión algo quimérica,
pero me ayudó mucho, por lo menos psicológicamente, y, creo que, en sus grandes rasgos, la
cumplí en mis años de París, pues los trabajos en la Escuela Berlitz, la Agence France Presse
y la Radio Televisión Francesa me dejaron siempre algunas horitas del día para leer y escribir.
Y pensé en la extraña paradoja de haber recibido tantos reconocimientos, como este (si la
noticia no era una broma de mal gusto), por dedicar mi vida a un quehacer que me ha hecho
gozar infinitamente, en la que cada libro ha sido una aventura llena de sorpresas, de
descubrimientos, de ilusiones y de exaltación, que compensaban siempre con creces las
dificultades, dolores de cabeza, depresiones y estreñimientos. Y pensé en lo maravillosa que
es la vida que los hombres y las mujeres inventamos, cuando todavía andábamos en
taparrabos y comiéndonos los unos a los otros, para romper las fronteras tan estrechas de la
vida verdadera, y trasladarnos a otra, más rica, más intensa, más libre, a través de la ficción.
A las seis en punto de la mañana las radios, la televisión e Internet confirmaron que la noticia
era cierta. Como predijo Patricia, la casa se volvió un loquerío y desde entonces yo dejé de
pensar y, casi casi, hasta de respirar.
Nueva York, octubre del 2010

(*) Premio Nobel De Literatura 2010


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