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Las respuestas desde el fracaso

José Jesús Carrera Mendoza


El mundo es más de lo que queda encerrado en la celda de los sentidos. Yo
soy más de lo que veo, de lo que siento. Percatarnos de esto implica darse cuenta
que lo que soy me exige ser, y ser de una manera especial; me lleva a despertar
en mí la conciencia de que en mí hay algo que me hace ser lo que soy y de la
manera en que soy, me conduce a la noción más íntima, despierta mi esencia.
Así lo detalla Lavalle: «existe una experiencia inicial que se halla implicada en
todas las otras y que otorga a cada una de ella su gravedad y profundidad: la
experiencia del ser»1. Ahora, esta experiencia despierta en el hombre
interrogantes, alguna son: ¿qué soy? Y ¿qué tengo que hacer con lo que soy, es
decir, cómo debo vivir?
En el tiempo moderno se buscará responder a dichas interrogantes desde el
mundo de las ciencias positivas, dejando de lado las profundizaciones o
reflexiones metafísicas, y esto porque se le considera a la filosofía como inútil
e inservible. Siguiendo el camino de la ciencia positiva podemos llegar a la
ubicación actual del hombre común, o la concepción genérica que de él se tiene
en el ambiente materialista, pues del positivismo caemos en un materialismo,
donde negando lo que es, no aceptándolo como la existencia misma lo grita sin
problemas, es decir, ser espiritual y trascendente, ahora vive esclavizado a una
pura existencia terrena, efímera, pasional, material. Negando a sí mismo su ser,
la vida se le torna dura, pesada, difícil. Por lo que vive en el sueño al que llama
vida, en la cual busca su la realización más íntima por caminos que nos alejan
de lo que realmente es. De esta manera, lo que para la ciencia es un fracaso, es
decir, la filosofía; ahora ella muestra precisamente el fracaso que representa la

1
L. Lavelle, la presence totale. Aubier, París, 1934, pag. 25

1
sola ciencia como único parámetro de respuesta válida para las interrogantes del
hombre, pues sus respuestas no logran ser del todo convincentes.
Ya decía Platón: «es hermoso y divino el ímpetu ardiente que te lanza a las
razones de las cosas; pero ejercítate y adiéstrate en estos ejercicios que en
apariencia no sirven para nada, y que el vulgo llama palabrería sutil, mientras
eres aun joven; de lo contrario la verdad se te escapará de las manos» 2. Pues
estos ejercicios muchas veces en apariencia inútiles al ser visto únicamente
como mera palabrería etérea, son los que nos conducirán a dar con mayor
satisfacción a nuestros apetitos cognoscibles despertados en nosotros por la
conciencia de existir: ¿Qué soy y cómo vivir? La razón ilumina la realidad y la
filosofía nos ayuda a entender lo iluminado, pues como dice H. Mandrioni el
filósofo es la sede natural del diálogo entre la inteligencia y el ser, diálogo al
que llamo metafísica.3 Aun dentro de la Filosofía, responder será difícil, hay un
problema en la comprensión del hombre, la contraposición experimentada
durante su vida entre sus tendencias, el tormento del espíritu: «el hombre que
es grandeza de pensamiento a la vez que miseria de pecado, está siempre en
tratos con el error, siempre en el ansia de una búsqueda que pretende abarcar lo
visible e inevitable: cae hasta el nivel de la carne que anhela delicias y placeres,
o se lanza hacia las cimas serenes y luminosas de la pura espiritualidad;
contradicción viviente de sabiduría y estulticia, de verdad y error, incansable e
inquieto viajero que bebe de mil fuentes y tiene cada vez más sed»4.
De esta forma, para el hombre vivir representa una angustia si no sabe antes,
con claridad, lo que es. Es la angustia de una voluntad que siempre quiere,
muchas veces esto y su contrario, lo que conduce a cuestiones o anhelos

2
Platón, Parménides, 135 d.
3
Cfr. H. Mandrioni, Introducción a la filosofía, Kapelusza, Buenos Aires, 1964, pag 15
4
Sciacca, La filosofía y el concepto de la filosofía, pag 14

2
profundos. Es la angustia la que nos lleva a preguntarnos: ¿lo que quiero y hago
define lo que soy? O ¿lo que soy guía lo que quiero y hago?
La respuesta es que somos, y por el hecho de ser somos independientes de
lo demás. Es decir, somos capaces de subsistir en sí, obrar desde sí, ser
responsables de sí y poseer dignidad en sí. «La posición privilegiada del ser
humano racional, se le expresa cuando se afirma que es una persona humana.
Este término sintetiza en su unidad todas las propiedades y características
debido a las cuales el hombre se distingue de los otros seres, y ocupa su puesto
específico en la jerarquía de los mismo»5.
Somos personas humanas ¿cómo habremos de vivir? Como personas
humanas habremos de vivir. Pues el «viviente no es el producto final de una
convergencia momentánea y fortuita de fuerzas. Por el contrario, debido a la
configuración de sus partes heterogéneas, al poder intrínseco de autolimitarse,
de autotransformarce, de autorregenerarse a partir de su propia intimidad,
demuestra que aloja en su misma esencia un vínculo unificante y finalizante,
cuyo poder unificador, totalizador y teleológico, sólo puede ser la expresión de
un idea directriz inminente al propio ser. Por eso el valor de la vida se confunde
en los vivientes con el valor de “ser”. Vivir, para los vivientes es ser. O sea, el
ser de ese existente denominado viviente, es vivir. Lo que ubica al ser viviente
en un determinado nivel ontológico, no es algo anterior, posterior o ajeno a la
vida; es la vida misma»6. Lo que en el hombre culmina, pues al ser persona,
vive no una vida como la del resto de los vivientes sino una vida racional
espiritual, es decir, tiene vida humana, es un viviente humano.
Así, respondiendo: soy un hombre, al cual la vida lo lleva a la conciencia de
que existe, pero no como existen todos los demás seres, sino que existe como

5
H. Mandrioni, Introducción a la filosofía, Kapelusza, Buenos Aires, pag 147
6
Ídem 102

3
persona humana, un ser subsistente, incomunicable, dotado de naturaleza
racional, poseyendo un lujar específico en la jerarquización de los seres, esto se
denota en que incluso entre los vivientes se distingue por su vida racional
espiritual, humana. Y a mí hombre, a mí persona humana, no me define lo que
quiero o hago, pues antes de querer o hacer yo ya soy y eso me constituye como
único, el ser. Pero ahora viene la parte final: ¿qué tengo que hacer con lo que
soy, es decir, cómo debo vivir? Es decir, lograr que lo que soy guíe lo que quiero
y hago.

Es momento de la vivencia de lo que somos, en otras palabras, pasar de la


vida del hombre, que es pura existencia terrena, efímera, pasional, material,
camino de la relativa tranquilidad, que no hace nada por satisfacer los anhelos
profundo sino que agobia a través de una crisis de indiferencia ante estos; pasar
a la vida humana¸ que es vivencia sana y tratamiento de la angustia lograda sólo
por medio del ejercicio íntimo de las dimensiones fundantes de la persona
humana, reconocidas y fundamentadas por la filosofía, y en ella por la
ontología. Así, cuando la ciencia nos ha alejado del hombre, la filosofía nos
traído de nuevo ante él, por lo que apoyada y no peleado con la ciencia la
filosofía fundamenta al hombre mismo, y del hombre mismo despertamos a la
ontología.
Termino respondiendo a la segunda cuestión, no con máximas de vida, sino
indicaciones del ejercicio: al cómo debo vivir se responde comportándote como
lo que eres. «La acción humana está desencadenada y dirigida por móviles que
dimanan de la voluntad y de la regulación racional. El comportamiento personal
plenamente humano, no consiste en una mera respuesta automática a una
situación determinada, sino en la respuesta “significativa” para el hombre. Sólo
el hombre, por el dominio que ejerce sobre la fluencia de su mundo sensible, es

4
capaz de obrar conforme fines personales. Existe en él un centro íntimo, una
totalidad, una incomunicabilidad y señorío sobre sí mismo y la presión
constante del medio, que sólo es explicable por la presencia de un poder
espiritual»7

Bibliografía
Grenet, Ontología, Herder, Barcelona, 1965

Lavelle, La presence totale. Aubier, París, 1934,

Mandrioni, Introducción a la filosofía, Kapelusza, Buenos Aires, 1964

Platón, Parménides

Sciacca, La filosofía y el concepto de la filosofía,, Troquel, Buenos Aires,


1955

7
Ídem, 151

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