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1.- Introducción.
La mentalidad occidental tiende a comprender la realidad dividida en partes diversas.
La mentalidad oriental no divide la realidad en diversas partes, sino que tiende a
percibirla como una entidad única y compacta.
El Antiguo Testamento capta al hombre como una realidad compacta y unitaria.
Contempla al ser humano en su unidad personal.
El AT percibe la “unidad” de la persona, pero contempla al ser humano desde tres
ángulos que le permiten verlo “de frente”, “de lado” y “por dentro”.
-“de frente”. Significa captarla en aquello que tiene de limitado y condicionante.
-“de lado”. Implica percibirlo desde la dimensión de la responsabilidad con que afronta
la vida.
-“por dentro”. Equivale a percibirlo en su dimensión espiritual.
La persona es espiritual cuando desarrolla su capacidad de pensar, su pasión por amar y
su tesón por orar.
El pensamiento israelita afirma que la unidad de la persona radica en el corazón. La
perspectiva bíblica sitúa en el corazón el centro del ser humano. Ámbito donde acontece
el encuentro personal entre Dios y el hombre.
La Biblia no se limita a contemplar al ser humano como un ser aislado, sino que lo
percibe en el ámbito social.
La noción de la justicia contiene en la Biblia varios significados complementarios:
exige decir la verdad cuando se celebra un juicio ante un tribunal; denota, además, la
práctica de la justicia social y de la misericordia con el prójimo, así como el
compromiso a favor de los pobres; y manifiesta, por último, un peculiar tercer
significado: la Biblia llama “justo” a quien encauza su vida según el proyecto de Dios.
Los libros sapienciales son la escuela donde aprendemos a humanizarnos con la
sabiduría de Dios.
5.- Síntesis.
El AT entiende al ser humano como una persona que vive en sociedad. Al contemplar
al hombre como persona individual lo percibe como un ser unitario y lo contempla des
una triple perspectiva: el hombre es limitado, responsable y espiritual. Al fijarse en el
aspecto social del ser humano, la Antigua Alianza destaca tres notas: el hombre es un
ser comunitario que debe ser justo y está llamado a la trascendencia.
Afirmar que el hombre es limitado no significa considerarlo defectuosos, sino apreciar
las potencialidades y contornos que delimitan su existencia. La responsabilidad implica
el esfuerzo por desarrollar las virtudes y atemperar las contrariedades que depara la
vida.
La espiritualidad esconde tres características: pensar, amar y orar. Pensar no consiste
sólo en razonar: implica comprender la vida en el desarrollo personal y social. Optar por
el amor supone luchar por la justicia, practicar la misericordia y vivir el perdón. La
capacidad de rezar estriba en darnos cuenta de que lo más importante no es lo que
podemos hacer por Dios, sino aquello que Dios hace por nosotros. Quien reza se sabe
sostenido en las buenas manos de Dios y, con el corazón abierto a la Palabra, arriesga su
vida en la liberación humana.
El ser humano no es un individuo aislado, vive en sociedad. El sabio vive la fraternidad
en el seno de la comunicad. Pero además es justo: sabe encajar su vida en el proyecto de
Dios. El esfuerzo de encajar la vida en el proyecto divino abre el corazón del sabio a la
trascendencia. Y la trascendencia abre las puertas del AT hacia Jesús de Nazaret, la
presencia encarnada de la Palabra entre nosotros (Jn 1,1-14).