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Viernes, 01 de octubre de 2004

LAS CAUSAS DEL TERRORISMO

Releyendo a Arana para entender a la ETA


Por Pío Moa

Evidentemente, si uno cree pertenecer a un pueblo "singular por sus bellas cualidades, pero
más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española
ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo, como instruía Arana,
un pueblo "que difiere más del español que el ruso de los paraguayos" como enseñaba un
doctrinario etarra.

Y si resulta que ese pueblo tan fuera de lo común sufre secular esclavitud por parte de otro,
entonces parece razonable tratar de recobrar la libertad sin vacilar para ello en el uso de la
violencia.

Claro que, se oye decir, Arana, en contraste con la ETA, no predicó la violencia. Pero es
falso: "Cuando el pueblo español se alzó en armas contra el agareno invasor y regó su suelo
con sangre musulmana para expulsarlo, obró en caridad. Pues el Nacionalismo bizkaíno se
funda en la misma caridad", escribió. No obstante, Arana conservaba bastante realismo para
entender que por el momento carecía de fuerzas suficientes: "Me cuidaré, en las
circunstancias actuales, de llamar a los bizkaínos a las armas". Mientras la situación no
mejorase, se contentaba con ir creando condiciones para la rebelión., invocando fantásticas
batallas liberadoras de la Edad Media, y difundiendo un odio incondicional a España: "Ese
camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro"; "No hay odio que sea
proporcionado a la enorme injusticia que con nosotros ha consumado el hijo del romano".
Como todos los políticos que hacen del odio una clave de su acción, acusaba de lo mismo a
los maketos: "Nos esclavizan, y no contentos con ello nos aborrecen a muerte, no han de
parar hasta extinguir nuestra raza". Los maketos sólo pensaban en prostituir a las hijas de
los vascos, matar a los hijos, destruirlo todo. Si algo indignaba a Sabino era la fraternidad
corriente entre los vascos y los maketos, y puede decirse que dedicó sus energías y su vida
entera a destruir tal fraternidad. Por lo demás, el PNV siempre dedicó la mayor atención a
formar asociaciones de montañeros, juveniles, etc., capaces de transformarse en milicias
llegada la ocasión oportuna.

En la política y la vida corriente no solemos actuar tanto en función de los hechos como de la
forma como los vemos o los queremos ver. La mezcla de narcisismo y victimismo exaltados
reflejada en estas doctrinas tiene algo, o mucho, de enfermizo, y forzosamente distorsionan
la percepción de la realidad; pero si uno se las cree, insisto, tenderá a obrar en
consecuencia. Los etarras las creyeron y obraron en consecuencia.

He aquí, pues una de las raíces fundamentales del terrorismo nacionalista vasco (y de la
colaboración con él por parte de los nacionalistas no directamente violentos), raíz nada
oculta, pero a la que ni Rodríguez, ni Marías ni Ramoneda y tantos otros prestan la menor
atención.

En el caso de la ETA esa propensión al odio y la violencia se ha unido a la del marxismo. Aun
con sus muchas diferencias fundamentales, existen entre ambas formas de entender el
mundo, la marxista y la peneuvista, similitudes importantes, en especial su mesianismo. El
nacionalismo tradicional considera al pueblo vasco un pueblo elegido, católico por naturaleza,
que no debía contaminarse con otros (esta concepción le ha ganado una entusiasta
aceptación entre buena o mala parte del clero vasco); y para el marxismo existía una "clase
elegida", el proletariado. El marxismo era optimista: el proletariado liberaría a la humanidad
entera de sus opresiones y atrasos, mientras que el nacionalismo sabiniano era pesimista:
los demás pueblos no estaban a la altura del vasco, ni probablemente lo estarían nunca, de
modo que más valía aislarse de ellos, salvo para las relaciones comerciales o puramente
utilitarias.

La ETA acusaba al PNV de "reaccionario" por esa razón. El pueblo vasco, separado de España
(y de Francia), pero socialista, formaría parte del proceso general de emancipación humana.
Las dos ideas no acababan de encajar, y en el seno de los terroristas siempre hubo
tensiones, a veces sangrientas, entre quienes privilegiaban el aspecto "proletario" y quienes
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ponían en primer plano el "euskérico". Los primeros tendían a debilitar el terrorismo y a un


mayor españolismo, y los otros, a lo contrario.
Éstos prevalecieron, por lo general.

No sé si alguien creerá, aquí llegados, que el problema se resolvería mediante un diálogo que
aclarase a los terroristas la verdadera historia de las Vascongadas o del nacionalismo, que
les "demostrase" que en España existe democracia y que sus asesinatos son "innecesarios",
carecen de "justificación", o cosa por el estilo. Quien así piensa ignora o finge ignorar los
vericuetos del fanatismo. Como decía un manual de formación de etarras, "Para nosotros
nuestra verdad es la verdad absoluta, es decir, verdad exclusiva que no permite ni la duda ni
la oposición, y que justifica la eliminación de los enemigos virtuales o reales". La
discrepancia se mira automáticamente como prueba de traición o de complicidad con el
"enemigo" español, capitalista, etc., incluso, o más aún, cuando el discrepante pretende
mostrarse conciliador o "comprensivo". "Para el gudari-militante, engañar, obligar y matar
no son actos únicamente deplorables, sino necesarios". Quien recorra el historial de la ETA
percibirá hasta qué punto ha sido siempre consecuente con estos principios.

Por otra parte hay un gran trecho entre las palabras exaltadas y los hechos, entre las
incitaciones al asesinato y el asesinato mismo. Existen posibilidades de diálogo sólo mientras
el crimen no llega, o cuando su comienzo es reciente. Pero una vez consumado y repetido, la
cadena de justificaciones y nuevos crímenes impide la vuelta atrás salvo mediante la
destrucción de las organizaciones terroristas. El terrorista no puede admitir en una discusión
abstracta que la sangre se haya derramado por error y menos todavía de manera criminal.
La espiral del fanatismo cobra demasiada solidez como para romperse con "diálogos", y la
ETA no empezó ayer a asesinar: lleva treinta años en el oficio.

Además, ese diálogo, en tales condiciones, significa la máxima injusticia y el máximo


desprecio a las víctimas y al propio estado de derecho. El desprecio de la izquierda y de una
parte de la derecha por las víctimas del terrorismo etarra se mantuvo durante muy largos
años, también en la democracia (en el PNV se mantiene de lleno, salvo si son de su partido).
Sólo empezó a cambiar su actitud cuando socialistas y personajes progresistas cayeron
también bajo las balas o las bombas de los "liberadores de Euskadi".

Pero peores serían las consecuencias para la convivencia social: el estado de derecho socava
sus propios fundamentos si admite el asesinato como un instrumento político e incluso lo
premia con concesiones. Obrar así es convertirse en cómplice de los asesinos contra la
sociedad. Por asombroso que suene, esa es la vía que propone el gobierno y una multitud de
intelectuales. Las razones de ello las examinaré en un próximo artículo.

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