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Editorial Letralia: "2000: el futuro presente", varios autores 29/09/10 19:12

Marius Paleologus 1

Tractatus de Teslae formicus


(Tratado de las hormigas de Tesla)
"Time past and time present
are both perhaps contained in time future...".
T. S. Eliot.

Index
I. De las hormigas como género. Donde se trata de la índole de
las hormigas en general

II. Del lugar de las hormigas en la Creación. Donde se las distingue de otras animalias

III. De las diferencias entre las hormigas. Donde se discute si las hormigas conocen
diversidad de especies, o se trata de una, mimetizada

IV. De una hipótesis sobre la existencia en el reino natural de una hormiga hasta hoy
no conocida ni descrita por los filósofos

V. De si esa variante, caso de existir como tal, hubo de salvarse en el arca con Noé
necesariamente

VI. De cómo sobrevivió esa hormiga al diluvio. Donde se discute si, al entrar al arca, se
ocultó en la pelambre de otras bestias e criaturas

VII. De cómo llegaron dichas hormigas hasta tiempos recientes, salvando incontables
peligros

VIII. De cómo Maese Nicola Tesla entró en conocimiento de tales hormigas

IX. De si Maese Nicola Tesla enseñó a tales hormigas a alimentarse con su ingenio
mecánico o corriente alterna, o se limitó a descubrir que ese ingenio era desde el
principio su única y absoluta vianda que se procuraban por algún secreto modo,
toda vez que no se suele encontrar en la naturaleza

X. De cómo el sabio Micer Benjamin Franklin dirimió la disputa entre Micer Edison y
Maese Tesla, con ayuda del físico Micer Nero de Dresden y haciendo uso de las
extrañas criaturas antes descritas, y lo que sucedió con las hormigas

XI. De cómo han llegado hasta nuestra edad estos prodigios

Caput I: De las hormigas como género. Donde se trata de la índole de las


hormigas en general
La bestia o criatura llamada hormiga suele cavar túneles en la tierra, a los que transporta

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su comida para proveerse de ella durante las escaseces invernales. En esos túneles
existen hormigas mayores que aquellas que trabajan como siervas, por lo cual se ha
dado en llamarlas reinas. Su laboriosidad y previsión ha hecho que la Sagrada Escritura
la elija, por boca del rey Salomón, como ejemplo cuando en los Proverbios (30, 24-25) se
dice: "Cuatro cosas son de las más pequeñas de la tierra, y son más sabias que los
sabios: las hormigas, pueblo no fuerte, y en el verano preparan su comida", donde se ve
que el Autor diferencia entre la sabiduría de las hormigas y la astucia de la serpiente,
sinónimo de las artes con las que el Maligno indujo al pecado a los primeros padres del
género humano, y corrompió así a sus descendientes, que engañados por la impostura y
la falacia de Satán, buscan en múltiples vías la salvación de sus almas y olvidan así su
verdadera levadura de hombres pecadores e imperfectos y sus heces adámicas.

Aliméntanse las hormigas de hojas y frutos, de los que extraen un elíxir de propiedades
desconocidas, que al secarse y dejarse añejar durante mucho tiempo, produce la piedra
ámbar según algunos antiguos, aunque según otras autoridades sólo se trata de una
piedra común que posee las especies del ámbar, dada su similitud de color, de brillo y
lisa superficie.

Al igual que el león, no pueden recular, y ésa es la causa de que hagan las veces de
certera guía a hombres y animalias por caminos tortuosos y desconocidos, sirviendo así
como adelantadas después del diluvio, del cual fueron salvadas por Noé junto a las
restantes criaturas, como más adelante se tratará.

Caput II: Del lugar de las hormigas en la Creación. Donde se las distingue de
otras animalias
Ciertos Padres de la Iglesia han referido que las hormigas y las abejas son seres
idénticos, es decir, que han sido creadas el mismo día como una y la misma especie,
pero en contra de esa opinión hay algunos otros que aducen notables hechos, a saber,
que las abejas vuelan en busca del néctar de las flores y producen un zumbido
inconfundible, mientras que las hormigas son mudas y carecen de alas. Se une a ésto el
que las abejas fabrican panales, de celdas exagonales y perfectísimas, donde almacenan
la sustancia melífera. Las hormigas en cambio se adentran en el mundo subterráneo, y
dado su escaso tamaño y menguadas fuerzas, que sin duda suplen con tenaz empeño, se
ignora de qué modo construyen túneles y grutas, en forma de laberintos, que conducen
al recinto donde ocultan la llamada piedra ámbar, difícil de hallar y de comprender, de
color de miel sin serlo, por lo cual se cree que gustan del polvo, en el cual se refugian y
sin duda se refocilan, dado que suelen vivir en lugares oscuros, húmedos y polvorientos,
de modo tal que al aumentar la humedad o desbordarse algún manantial o riachuelo
hasta inundar sus madrigueras, sufren la muerte por agua, así como el fuego las espanta
y ahuyenta. Únese a ello el don guerrero de las abejas, que atacan ferozmente cuando se
creen amenazadas y mueren poco después de enterrar su ponzoña. Las hormigas
producen a veces cierto escozor en la piel de aquél sobre el cual caminan
inadvertidamente, pero no mueren, porque no tienen aguijón que clavar ni la furia altera
sus humores. Son en cambio de naturaleza guerrera, pero no feroz, sino sólo por la
debida obediencia a sus reinas, que les imponen el deber de conquistar tierras y
dominios o defender sus posesiones, y se cuenta que suelen enfrentarse ejércitos de
hormigas en singulares y cruentas batallas, de lo cual proviene gran matanza y duelo
entre ellas.

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Es razonable pensar que las hormigas han sido previstas en el plan del universo por la
infinita sabiduría del Creador para dar ejemplo de laboriosidad organizada, por lo cual
son citadas por la Escritura. Pero el argumento más poderoso a favor de la diferencia
entre hormigas y abejas es la distinción del nombre de las criaturas vivientes, que
proviene de nuestro padre Adam. Pues dice elSalmo (147, 4) que el Creador "cuenta el
número de las estrellas; a todas éstas llama por sus nombre", y más tarde agrega la
Escritura (Génesis, 2, 19) que formó a todas las animalias "y las trajo a Adam para que
viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adam llamó a los animales vivientes, ése
es su nombre", por lo que no se las conocería por dos denominaciones, si de uno y el
mismo ser se tratara. Pero ciertas autoridades aducen en contra que no todo animal fue
nombrado por Adam, puesto que los peces no se incluyen entre los que enumera el
pasaje de la Escritura, pero se les ha respondido que, de no haber sido nombrados por
Adam, no hubiera sido dicho a los primeros padres: "Señoread en los peces del mar, en
las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra" (Génesis, 1,
28). De modo tal que el Altísimo hubo de presentar a Adam por algún medio también a
los peces y monstruos marinos para que los nombrase. Pues mediante el Verbo creó
Dios el universo, que ante él se inclina, y por el don de la palabra recibió Adam la
potestad de señorear sobre los demás seres vivos, semejantes en ésto a él, pero
inferiores porque carecen del alma inmortal.

Caput III: De las diferencias entre las hormigas. Donde se discute si las
hormigas conocen diversidad de especies, o se trata de una sola, mimetizada
Las hormigas parecen diferenciarse sólo por el color y el tamaño del cuerpo que, con
todo, siempre es pequeño, lo cual hace pensar que en el género no hay más que una
especie, cuyos individuos poseen a veces señales, al modo de las familias, en las cuales
es usual que se hereden ciertas marcas, como el cabello rojo o la estatura. Pero en
contra de ésto hay autores que dicen conocer criaturas curiosas semejantes a la hormiga
común: una de ellas es un pez, escasamente visto en los lagos de Francia, que habita en
las profundidades y se asoma a la superficie raras veces, y algunos dicen que también
tiene morada en los abismos de los mares, donde se oculta del hombre, aunque de ésto
no hay referencia fidedigna alguna. Este pez, según quienes lo han visto, tiene en la
cabeza dos largas protuberancias a modo de cuernos, donde van los ojos, su cuerpo es
curvado como el caparazón de los cangrejos y lleva sus presas en la boca hasta su
guarida. Se dice que la hembra deja sus huevos en la orilla, razón por la cual emerge una
vez al año y en la noche; esos huevos están envueltos en una fina malla entretejida de
hilos brillantes que se mueven como tentáculos. Los autores que han descrito a este
monstruo creen que se trata de una gigantesca hormiga de agua.

Otra es la que llaman hormiga-león, ya mencionada en la Escritura por Elifás, rey de los
Temanitas (Job, 4, 11) y que el Fisiólogo describe del modo que sigue: "tiene los
miembros delanteros de un león y las partes traseras de hormiga. Su padre es carnívoro,
pero su madre es herbívora. Cuando engendran a la hormiga-león, ésta nace con dos
atributos, pues no puede comer carne, ya que ello se opone a la naturaleza de su madre,
ni puede alimentarse de plantas, puesto que ello va contra la de su padre: así muere por
falta de alimento". Pero hay quien cree que no se trata de una verdadera hormiga, pues
ésta avanza siempre en una sola dirección y camino, y a la descrita criatura podría
aplicarse la lección que el Fisiólogo extrae del caso: "¡Ay del corazón doble, y del
pecador que va por dos caminos!"2 .

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Caput IV: De una hipótesis sobre la existencia en el reino natural de una


hormiga hasta hoy no conocida ni descrita por los filósofos
En la infinita variedad de la Creación, existe una hormiga cuyas extrañas costumbres han
logrado atraer hacia ellas la atención del autor, y puede suponerse que se trata de un tipo
de individuo de especie diferente dentro del género, aunque ésto no pasa de ser una
hipótesis, puesto que no se encuentra referencia alguna a ella en las autoridades como
Aristóteles, Dioscórides y Plinio, inter alia, la cual a continuación será descrita por si
pudiese resultar de alguna utilidad a los estudiosos.

Esta hormiga, más pequeña que el resto de su género y de color rojizo, se caracteriza
por una conducta singular y maravillosa, que más parecería cosa mágica o demoníaca,
de no decirse en el Salmo 148 que todas las criaturas, hasta los monstruos marinos,
alaban al Altísimo, lo cual supone cierta luz natural o raciocinio elemental, pues
reconocer la existencia del Creador y alabarlo exige de la criatura en cuestión alguna
capacidad intelectiva. Pero es mejor hacer abstención de juicio y describir lo que de tan
extraño ser se ha observado:

Hay quien asegura que la llamada piedra ámbar, elaborada por las hormigas, pierde su
brillo pasado algún tiempo, lo cual advierte esta suerte de hormigas, que la recubren de
nuevo néctar, hasta parecer renovada y brillante. Entonces se reúnen todas alrededor de
la piedra y se deleitan viéndose reflejadas en ella. Tal es su regocijo que suelen
acercarse a la piedra y rozarla, por lo que algunas quedan atrapadas en la sustancia
viscosa. Es por ésto por lo que la piedra ámbar presenta a veces puntos negros en su
superficie, y líneas diversas a modo de abigarrados diseños, ya sean curvas que llegan a
evocar paisajes, pájaros en vuelo, o monstruos mitológicos como el dragón, o ríos y
montañas, y son los cuerpos de las hormigas fundidos con ella.

Cuéntase también en la Didascalia de Teodoro, que al llegar el verano aparecen, en


cuevas abandonadas que pertenecieron a las hormigas, bolas de hierbas envueltas en
una sustancia viscosa, dentro de la cual se advierten los cuerpos petrificados de
numerosas hormigas, y las tales bolas yacen alrededor de la piedra ámbar. Hemos visto
con nuestros propios ojos la existencia de tales despojos, pero además, parece ser que
durante el invierno presérvanse de las heladas formando las mencionadas bolas, con las
cuales rodean primero la piedra ámbar y las hacen rodar juntas, de modo tal que atraen y
envuelven múltiples cuerpos de hormigas, para llevarla hasta el centro del túnel, o grupo
de túneles en forma de laberinto. La piedra ámbar queda así limpia y resguardada del
frío, hasta que en el verano se abre, del mismo modo como las nubes oscuras se
separan para dar paso al sol o astro rey.

Cuenta un discípulo de Casiodoro que al amanecer las tales hormigas se congregaban


en la superficie, atraídas por los rayos solares, acarreando la piedra ámbar, y formaban
en torno a ella una masa compacta de color entre dorado y rojizo, que observada desde
arriba, parecía una copia del sol naciente, lo cual hizo pensar a algunos —más tarde
reprobados como heréticos— en un rito de adoración al astro, cuya forma imitaban al
reunirse en apretada multitud. Lo que se cuenta como cierto es que sacaban de sus
grutas subterráneas la piedra ámbar a la salida del sol para exponerla a sus rayos, cosa
que no hacían en ningún otro momento. Agrega el autor que mientras ésto ocurría,
circunvalaban con gran excitación la piedra en una especie de remolino, de tal modo que
el reflejo solar las hacía parecer una espiral de múltiples volutas que reflejaba al sol

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celeste, y que del movimiento se desprendía un sonido que sorprendió a quienes


aseguran haberlo escuchado, porque se les antojó parecido a música y creen por ello
que la piedra es la quintaesencia de cada sustancia de la naturaleza, separada y extraída
de la tierra impura, que la tenía presa y como estrangulada. Al liberarse de la prisión
constituida por la materia, esta quintaesencia se presenta ora sólida ora volátil. Pues
cuéntase también que la multitud de estas hormigas reunidas en torno a la piedra ámbar,
cuando el calor del sol es más fuerte, hace que sus emanaciones quiebren la piedra, y de
su interior salga una hormiga blanca y provista de alas, que se deja admirar y agasajar
por sus siervas hasta la noche, antes de emprender el vuelo en busca de las mismas
flores que utilizan las abejas para elaborar el manjar melifluo. Parece que el néctar así
recogido por la hormiga blanca realiza con las restantes una función desconocida, pues
aguardan expectantes hasta el amanecer por el retorno de la hormiga blanca, cuyo vuelo
ha de ser forzosamente nocturno, ya que nunca vuelve a tocar la tierra, y al llegar al
punto de origen, los rayos del sol le producen la muerte por disolución en los elementos,
de modo que sólo vive una noche y un día.

Caput V: De si esa variante, caso de existir como tal, hubo de salvarse en el


arca con Noé necesariamente
En la misma Didascalia de Teodoro demuéstrase que toda suerte de hormiga fue creada
por el Altísimo en el quinto día, pues la Escritura dice "E hizo Dios animales de la tierra
según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra
según su especie. Y vio Dios que era bueno" (Génesis, I, 25), donde se ve que la distinción
entre géneros y especies proviene del mismo Creador, y se refiere en especial a las
animalias que se arrastran sobre la tierra, cualidad propia de la hormiga y que comparte
con gusanos, quelonios y pequeños dragos, y para la que, como se ve, es indiferente el
poseer o carecer de extremidades.

Esto se explica porque, en el caso de poseerlas, no serían lo bastante fuertes para


sostener el cuerpo de la bestia o bestezuela y debe arrastrar el vientre o caparazón del
vientre por el polvo, como, según lo establecido en el Génesis (I, 25), ocurre con las
tortugas y otros quelonios, y dice Plinio que también sucede con los cocodrilos del Nilo.

Desto se deduce que todo viviente incluido en el género hormiga fue creado con el
universo, porque los seres que se arrastran por la tierra surgieron de la divina mano
según su especie, y así se ve que la extraña variante de hormiga antes descrita hubo de
salvarse en el arca con Noé, pues en el caso contrario nunca hubiésemos sabido de ella,
porque ni siquiera habría existido.

Cuéntase en una imitación tardía del tratado de Cicerón De natura Deorum (imitación que
algunos atribuyen a Casio o Pseudo Longinos, aunque con poca o ninguna certidumbre)
que todas las criaturas primigenias, incluyendo a las hormigas, tenían un solo ojo y que
sólo los primeros padres Adam y Eva tenían dos, de acuerdo con la Escritura, que dice,
al referirse al pecado original: "Entonces fueron abiertos los ojos de ambos".

Continúa el autor afirmando que, por tener un solo ojo, todos los animales avanzaban en
una sola dirección sin vacilación alguna, pero que, después de la caída, en muchas
criaturas se creó un segundo ojo, a causa de la dualidad entre el bien y el mal esparcidos
por la Creación, por lo cual muchas empezaron a extraviar su camino, al ser capaces de
tomar por dos direcciones diferentes, según el ojo con que observaran una u otra. Pero

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no es sin razón ni por azar que Dios concede a los hombres y a las bestias dos ojos y
dos orejas, lo cual indica que toda bestia ha de aprender por medio de la vista y el oído
dobles: uno externo y otro interno. En la escala de la Creación el grado superior
corresponde al hombre, que es doble en sí mismo al poseer cuerpo animal y cuerpo
espiritual, como el Apóstol Pablo escribe en su primera epístola a los Corintios. El
cuerpo espiritual es volátil e invisible, y el cuerpo animal padece la corrupción, por lo
cual San Marcos lo llama en su Santo Evangelio la víctima.

Sin embargo, a Aristóteles se suele remitir la negación, o al menos la duda de que los
animales tengan verdaderos ojos; opiniones éstas no confirmadas por los Padres de la
Iglesia, pero tampoco negadas, por lo cual es lo mejor no emitir juicio alguno al respecto
en espera de que las auctoritates resuelvan sobre el asunto.

Dicho autor cree que, por ese motivo, las hormigas se dividieron en dos categorías: las
que poseían dos protuberancias cefálicas o tentáculos, que se cree eran ojos, y las que
tenían una sola, por lo cual esta suerte de hormiga fue llamada la hormiga cíclope, ser
gigantesco en su especie, que además se distinguía de la primera variedad por su color
ámbar, tan brillante que parecía un espejo en el cual se reflejaban las criaturas
propinquas hasta confundirse con ella.

Muchos autores creen que tales tentáculos son prolongaciones de los sesos, que
adoptan forma de cuerno en las bestias ligadas al Maligno, por lo que debe aclararse que
estas hormigas no poseen cuerno alguno, dado que sus protuberancias son frágiles y
suaves y se dirigen siempre hacia la luz, por lo que más parecen ser ojos, con los cuales
se orientan y de donde viene la denominación antes referida, mientras que todo ser o
entidad ligado al Malo huye de la luz, porque ésta es contraria a su condición de hijo de
las tinieblas. Ello explica que tuvieron que salvarse necesariamente en el arca con Noé,
por cuanto el Altísimo dispuso la salvación de todos los vivientes por Él creados, y
entraron en el arca en distinto número, según fuesen puros o impuros, mientras que
perecieron cuantos alentaban el pecado sobre la tierra o se habían entregado
enteramente a él, como lo explica la Escritura (Génesis, 6, 13): "Y dijo Dios a Noé: he
decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí
que yo los destruiré con la tierra".

Hay empero quien sostiene que este argumento carece de valor, por cuanto los animales
marinos se salvaron todos sin necesidad de entrar al arca, sucediendo que entre ellos
los hay puros y mansos, como los peces a los que predicó el santo Antonio de Padua, y
monstruosos y temibles, como el Leviathan, pero carecemos de autoridad para
pronunciarnos al respecto.

Caput VI: De cómo sobrevivió esa hormiga al diluvio. Donde se discute si, al
entrar al arca, se ocultó en la pelambre de otras bestias e criaturas
Hay gran dificultad en saber de qué modo y en qué número entraron al arca las hormigas
para sobrevivir al diluvio, pues enseña la Escritura que "de los animales limpios, y de los
animales que no eran limpios, y de las aves, y de todo lo que se arrastra sobre la tierra,
de dos en dos entraron con Noé en el arca; macho y hembra, como mandó Dios a Noé"
(Génesis, 7, 8-9).

Pero no se ve claramente en este pasaje si la hormiga era o no un animal impuro, y

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tampoco queda claro en el libro tercero de Moisés, llamado Levítico, porque en éste (11,
20-25) se habla de insectos alados que andan en cuatro patas, o que pueden saltar y se
declara inmundos a los primeros y limpios a los segundos. Ocurre que el pequeño
tamaño de la hormiga no permite saber si tiene cuatro patas o un número diferente, y
alas posee sólo la hormiga blanca que vive como dormida en el interior de la piedra
ámbar, en espera del rayo solar que la llamaría al mundo exterior. Por lo que no puede
decirse que sea un animal alado, pues las alas vienen a un solo individuo per accidens.
Hay una tercera dificultad y es que resulta imposible determinar cuándo una hormiga es
macho o hembra, y por ello, entender que Noé las hiciera entrar por parejas en el arca,
como a las otras animalias.

Las razones citadas han creado gran controversia entre las autoridades, a favor y en
contra de la entrada de las hormigas al arca de idéntica forma a las restantes bestias,
pues muchos se basan en que la Escritura no hace distinción de modos, y sus
oponentes alegan que tampoco hace mención de los insectos en el pasaje del diluvio.
Aún la Santa Madre Iglesia no se ha pronunciado definitivamente, por lo cual es lícito
referir una hipótesis curiosa sobre el tema, contenida en la mencionada Didascalia: antes
de entrar al arca, Noé, sabiendo que las aguas anegarían la tierra, tomó un gran puñado
de polvo que guardó en el arca en memoria del Padre Adam, que por sus pecados murió
y fue convertido en polvo, y cuidó de que en esa porción de tierra se alojasen hormigas,
caracoles, gusanos y alimañas semejantes, y de esta forma entraron las hormigas al
arca, en gran copia y no en pareja.

El Pseudo Casiano Lombardo afirma en su Tratado sobre el Génesis que, durante su


estancia en el arca, las hormigas se ocultaron en la pelambre de animales mayores,
como el asna, el león o el camello, a causa de la natural inclinación del género de habitar
bajo tierra y de forma resguardada, pero esta opinión no goza de aprobación ni de
crédito, por cuanto se sabe, a través de Avicena, quien dejó constancia en un escrito
dictado a sus discípulos y transmitido por ellos, que buscaron refugio verdadero en las
orejas de las bestias, atraídas por el calor y la oscuridad del interior. Se prueba ésto
mediante la analogía que existe entre los laberintos y túneles que suelen cavar las
hormigas para habitar en ellos, y el laberinto que forma la prolongación de la oreja
cuando se adentra en la cabeza hacia el cerebro, descrito por el propio Avicena, quien lo
aprendió de Galeno. Hay quienes aducen en contra de ésto que en sus obras sobre los
animales, el Filósofo estableció que el oído no es un pasaje hacia el cerebro, sino hacia
el cielo de la boca para conectar el tubo Eustaquiano con el habla, que es el eco de lo
que se escucha. Pero debe tenerse en cuenta la grande autoridad que en la ciencia
médica alcanzó Avicena, que por ella es llamado el príncipe de los sabios, y por esa
razón es aquí citado.

De modo que las hormigas creyeron haber llegado a una de sus cuevas al entrar más
profundamente en las orejas de las bestias, y allí tomaron residencia y se sintieron en su
verdadera morada. Dice el autor que al continuar su viaje por dentro de los sesos del
animal, las hormigas encontraron el modo de asomarse a la luz por las ventanas de los
ojos, y se sintieron satisfechas, por cuanto la natural tendencia hacia lo alto de toda
criatura las hace buscar la luz del sol, que para los seres irracionales es la cosa más
elevada y verdadera, y hasta para el hombre es un anuncio de la suprema Luz Divina que
contemplarán los justos en el Paraíso. También refiere que las hormigas que se atarean
en formar y alimentar la piedra ámbar lograron continuar con su costumbre en esta
suerte de vida que llevaron en el arca, porque al entrar hasta lo profundo de los sesos
del animal hasta poder asomarse a la luz por sus ojos, encontraron la pequeña

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protuberancia que segrega el licor ámbar, que es el más precioso de los humores del
cuerpo, y de él se alimentaron y con él formaron la piedra ámbar al endurecerse, y en la
cabeza de las bestias hicieron rodar la piedra hasta lo más hondo en busca del calor o
fuego natural de los humores.

Opinan algunos comentaristas que la bestia elegida por las hormigas con preferencia a
las demás para anidar en sus orejas dentro del arca fue el unicornio, animal rebelde y
huidizo que ciertos viajeros dicen haber encontrado aún en los confines del reino del
Cathay, o al menos haber escuchado testimonios fidedignos sobre ésto de los sabios y
ancianos del lugar, quienes lo llaman vaca velox3 .

Esto se debió a que del unicornio emana un especial aroma que exhalan los humores
que al secarse conforman su cuerno, el cual las hormigas parecen haber confundido con
la piedra ámbar y el olor a miel que de ella se desprende. Este aroma se hace más fuerte
en la fina vellosidad que cubre sus orejas, tan grandes y traslúcidas que han sido
tomadas a veces por alas, pero el Pseudo Casiano Lombardo refuta ésto cuando alega
con razón que yerran tales testigos al tomar al unicornio, animal de fuego, por el caballo
griego Pegaso, hijo del aire.

Caput VII: De cómo llegaron dichas hormigas hasta tiempos recientes,


salvando incontables peligros
El Pseudo Casiano Lombardo añade que, al descender las aguas y regresar la paloma
con una rama de olivo en el pico y dar el Creador a su siervo Noé la señal para
abandonar el arca, todos los animales retornaron a la tierra y al aire, salvo los peces que
permanecieron en las aguas, confinadas ya a los mares y ríos. Pero las hormigas
regresaron sólo en menor copia de las que habían entrado al arca en el polvo de la tierra
que recogió Noé para recordar al padre Adam. Y la razón fue que muchas de ellas se
extraviaron en el laberinto encontrado por ellas en la cabeza de las bestias y allí
murieron sin hallar la salida. El autor cree que algunas lograron salir guiadas por la
atracción de la luz, mientras que otras quedaron rezagadas y perdieron el camino que
seguían sus compañeras, por lo cual nunca emergieron hacia la luz, absortas en la nueva
piedra ámbar producida por el humor interno de la bestia, antes descrito, aunque el autor
cree que no se trataba de la misma piedra ámbar, sino de una semejante.

Agrega que Noé quiso devolver a la tierra, ya seca, el puñado de polvo que había tomado
de ella para llevar consigo en el arca y cobijar en él a las criaturas que se arrastran por la
tierra y cavan túneles en ella, para cumplir el mandato según el cual el polvo ha de
regresar al polvo. Pero al hacerlo, ya no encontró en éste a las hormigas, que se habían
refugiado en el nuevo laberinto semejante al que solían fabricar según la memoria de su
antiguo modo de vivir.

Tales cuestiones han llevado al autor a preguntarse si no habría otra oculta razón por la
cual las hormigas, una vez en el arca, se cobijaron en las orejas de las bestias, por cuyos
pasadizos arribaron al cerebro. Y concluye que la causa verdadera de ésto fue la
restitución del orden natural que durante el diluvio se produjo en el interior del arca, en
la cual ocurrió como profetizaba la Escritura antes de la venida de Nuestro Señor y
Salvador Jesucristo: "Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se
acostará" (Isaías, 11, 6), pues que ésto ocurría en el Paraíso antes de la tentación y caída
de los primeros padres, hasta que el pecado que manchó al género humano fue también

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la causa de que surgiera grande enemistad entre otras criaturas.

La mencionada restitución del orden natural parece entonces apuntar a la época anterior
al pecado original, en la cual bestias de todo género convivían gozosas, como ocurrió en
el arca, y de acuerdo con ésto, las hormigas procuraron asentarse en el cerebro de las
bestias, semejante al Edén, por cuanto está constituido y atrapado dentro de las
membranas circundantes, a manera de una serpiente que se recoge sobre sí misma para
dormir. Se afirma que el Paraíso es el hombre, pero sólo la cabeza, que apunta hacia el
cielo, y el río que fluye del Edén, es decir, el cerebro, se divide en cuatro principios,
según consta en el Génesis: el nombre del primero es Fisón, igual al ojo; el segundo es
Geón, que corresponde al oído, que es una cosa laberíntica; el tercero, Tigris, es el
olfato, porque al inspirar el aire, se aspira un pneuma más rápido y fuerte, que anima a la
criatura; el cuarto es el Eufrates o la boca, a través de la cual entra el alimento que
alegra, nutre y da figura, y en el caso del hombre, por él sale la palabra, que es el mayor
don de Dios, y las bestias imitan con sonidos diversos. Aunque todo ésto, por referirse a
las hormigas, debe ser entendido con respecto a las solas animalias, por cuyas orejas
entraron hasta llegar al cerebro y asomarse por los ojos, imitando al modo de la criatura
irracional las disposiciones del Altísimo, que únicamente el hombre, hecho a Su Imagen
y Semejanza, cumple en grado sumo, por lo cual su alma recibe tras la muerte, y aun en
vida, como muchos ejemplos extraídos de la Escritura y de las vidas de Santos
muestran, la recompensa o el castigo merecidos por su conducta terrenal, conforme a
las leyes de la Justicia Divina.

Sobre ésto dice el Salmista (22, 21) que la Eterna Misericordia puede librar de la boca del
león y del cuerno del unicornio, de naturaleza ígnea, el cual atrajo con mayor fuerza que
a otras bestias a las hormigas que buscaron la piedra ámbar en los laberintos de sus
sesos.

Dícese que a cambio de ese don las hormigas prestan al unicornio un gran servicio, que
consiste en congregarse en torno a éste mientras duerme formando dos círculos
concéntricos en derredor, que se mueven velozmente en sentidos contrarios, de forma
tal que su color rojizo crea la ilusión de una llama perpetua y viva, que hace invisible al
unicornio que sueña en su interior. De este curioso modo velan su sueño muy
celosamente para evitar que reptiles e impuras sabandijas lo contaminen
aprovechándose de su indefensión y roben sus poderes y virtudes. Poseen la astucia de
percibir desde lejos el peligro que acecha y se disponen al ataque como ejército bien
organizado.

Pues que el unicornio sueña muy a menudo, como escribe el Filósofo en su Parva
Naturalia, al soñar abrió las puertas de los sus sentidos de modo que permitió a las
hormigas el acceso al túnel de luz que es por dentro su cuerno. Y al final de aquél estaba
la piedra ámbar, formada por el licor caliente que sus sesos segregaban y alimentada por
la luz del cuerno, y que se enfriaba con el aire exterior que penetraba por sus orejas,
narices y demás sentidos, abiertos durante el sueño, sobre todo en invierno —cuando se
produce la mayor concentración de ambrosía—, mientras se guarecía de las nieves en
grutas secretas. La piedra le proporcionaba grande fuerza y fiereza, que las hormigas
procuraban también aprovechar. Esto se explica porque también el Salmista dice (92,
10): "Aumentarás mis fuerzas como las del unicornio; seré ungido con aceite fresco", y Piconio
Egeo el Filólogo, discípulo del Areopagita, cree que este aceite provenía del interior de la
cabeza del unicornio y era segregado por sus sesos como una suerte de ambrosía.

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De lo anterior se concluye que las hormigas conservaron la memoria del primigenio


estado, en el cual aprendieron a excavar sus moradas como laberintos, y por eso
buscaron perpetuarlas en el Arca, y aun más tarde, como enseguida se dirá.

Caput VIII: De cómo Micer Nicola Tesla entró en conocimiento de tales


hormigas
Refiérese en la Misceláneadel citado Piconio Egeo que Micer Nicola Tesla, varón de
preclaro ingenio y profundísima ciencia, conoció los trabajos e faenas de las hormigas
con la piedra ámbar y fue ésto del modo siguiente: acostumbraba el sapientísimo señor a
caminar a diario largo rato por los bosques, donde encontraba el necesario solaz y
recogimiento para meditar en los libros de las autoridades antiguas y desentrañar sus
difíciles significados.

Prefería las horas crepusculares, tanto matutinas como vespertinas, porque en ellas sol
y luna suelen unirse, y como resultado de su cópula aparecen en el cielo colores como el
del lapislázuli, imposibles de verse en otros momentos del día.

En uno de sus deambulares vespertinos esperaba la oscuridad para buscar una hierba
que reluce en la noche, llamada nyctegretox o nyctilops, porque desde lejos se la ve
irradiar una fosforescencia de un verde intenso semejante al musgo que crece en los
ojos de agua, en las paredes y troncos de árboles, o en el pan putrefacto, pero muchas
cosas se dicen de oídas sin poder nadie asegurar haberlas visto. De modo que el sabio
varón se proponía confirmar o desmentir definitivamente esa noticia. Así discurría,
cuando sintió que sus pies avanzaban entre humedades, lo cual llamó su atención pues
que en dicho paraje no se conocía arroyo ni fuente alguna. Y mirando al suelo halló un
hilo de agua que iba a dar a una peña sobre la cual apoyaba su cabeza y cuerno un
unicornio que dormitaba, lo cual causó su asombro y espanto en tal medida que hubo de
detenerse y cerrar sus ojos para hacer copia de fuerzas, porque sólo en las
descripciones de Plinio y en las Etimologiae de San Isidoro había conocido a dicha
criatura. Y una vez que hubo salido de su grande espanto y miró de nuevo al lugar, el
unicornio había desaparecido y sólo estaba la peña, a la cual el docto varón se acercó.
Vio entonces que de la piedra donde había reposado la cabeza de la bestia emanaban
cuatro hilos de agua que salían de una misma corriente, como el río que fluye del Edén
se divide en cuatro principios, y seguían la dirección de las partes que componen la
cabeza: el primero la del ojo; el segundo la del oído; el tercero la del olfato, es decir, la
del cuerno que sobre las narices se alza, y el cuarto la de la boca, todo ello de la manera
descrita en el capítulo precedente, similares a los cuatro ríos del Paraíso.

Creyendo Micer Nicola Tesla que se trataba de los naturales humores que exhala el
unicornio mientras duerme, tan apreciados por los médicos y por la farmacopea, tomó un
poco de cada fluido en unas redomas que solía llevar consigo para tales usos. Pero al
recogerlos sintió un aroma dulce, como a miel y un rumor desconocido, y vio entre las
grietas destellos de tono ámbar y hormigas de raro color rojizo, más pequeñas de lo
usual, y el eminente sabio recordó que eran las descritas en la Didascalia de Teodoro,
que fabricaban y custodiaban la piedra ámbar, y según algunos también la piedra imán,
que atrae a unos cuerpos y rechaza otros, según el grado de simpatía o espíritu común —
o de antipatía o espíritus antagónicos— que entre ésta y aquellos exista.

Maese Tesla se ocupaba entonces de las propiedades de las piedras y de los metales

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groseros y nobles, y las energías de los cuatro elementos que en ellos se contienen, y su
mayor afán consistía en obtener la piedra milagrosa que se extrae de la cabeza del drago
mientras duerme, descrita por Plinio el Viejo, de color negro brillante y forma piramidal,
semejante a la piedra de Abisinia, también conocida como espejo mágico de Abisinia,
que sirve a los nigromantes para sus abominables prácticas e sortilegios. Son útiles
también a los astrólogos, porque creen que el dragón terreno es simulacrum de un cierto
dragón celeste en cuya existencia creen, y ese dragón celeste inspira sus profecías, que
muchos aseguran ser ciertas aunque los Santos Padres previenen de seguirlas y aun de
escucharlas porque las consideran y juzgan como artes demoníacas, de las que se vale
el Maligno para desviarnos de la Senda del Bien con falsas promesas, confundiendo la
humana concupiscencia con emblemas, alegorías y poderes engañosos asociados a las
supersticiones paganas.

Sépase sin embargo que estos usos nefastos o cuando menos dudosos e reprochables,
y más aun las artes maléficas son cosas muy ajenas al honrado y piadoso Micer Nicola
Tesla, quien procuró volver al día siguiente con las vasijas e instrumentos adecuados
para recoger tan curiosas materias. Hecho lo cual guardó cada una en un vaso y se
durmió, vencido por la mucha fatiga, sin advertir que había olvidado poner en cada uno
un rótulo que recordase de qué ángulo de la piedra había sido tomado.

Esa noche Maese Tesla soñó con un ave que al abrir su cola mostraba una especie de
abanico polícromo, cuyas plumas ondeaban como mecidas por el viento, de modo que
de su cola irradiaban destellos. Esta ave parecía correr a gran velocidad pero al mismo
tiempo dormir, aunque su ojo lo miraba fijamente. Al despertar, Maese Tesla quedó
confundido, y no sólo porque no podía identificar el fluido contenido en cada vaso, sino
porque durante su sueño, todos habían adquirido tonalidades diferentes: uno de un azul
celeste, otro de un verde esmeralda, el tercero de color naranja, y el último dorado como
el oro. Maese Tesla, quien también cultivaba el noble arte alquímico, decidió probar en
su laboratorio hermético los cuatro fluidos para averiguar su naturaleza y sus
propiedades y virtudes, pues el sueño de poco antes parecióle signo de buen presagio.

Comenzó por el último, porque el color del oro le recordaba al del incorruptible lapis
philosophorum que se obtiene al culminar el opus y que es simbolizado por el Rey
coronado. Y en lugar de verter en la retorta el elíxir, decidió probar unas gotas, lo cual
hizo con gran valentía, no sin antes encomendarse —como varón piadoso— a Nuestro
Señor Jesucristo y a su Santísima Madre, y al Santo Arcángel Miguel, que rige en el día
domingo, consagrado al sol que tiene poder sobre la creación del oro filosofal. Y al
ingerir el elíxir, sintió su aposento llenarse de presencias angélicas de naturaleza ígnea,
con las que comenzó a hablar en lenguas no conocidas por mortal alguno, y que
resplandecían como el mismo sol y cambiaban de forma una y otra vez, como seres
alados y fulgurantes que se dirigían a él de un modo inefable, en el cual también Maese
Tesla respondía. Largo rato duraron estas metamorfosis hasta que al fin adquirieron la
figura de un unicornio, similar a aquel del bosque, que contempló a Maese Tesla y lo
instó a probar los elíxires contenidos en las restantes redomas, tras lo cual se convirtió
en una estela luminosa que atravesó la pared y desapareció.

Micer Tesla fue probando entonces los cuatro elíxires y comprobó en sí mismo que cada
uno de ellos estaba asociado a uno de los sentidos, que se asientan en las distintas
partes de la cabeza. Pues uno abrió sus oídos a la música de las esferas, el otro su olfato
a los aromas de los cuatro elementos y de los tres principios, y el último sus ojos de tal
modo que pudo comprobar cómo todas las cosas en la Creación estaban animadas con

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el Espíritu de Dios. Así abiertos sus sentidos corporales a las regiones terrenas y
celestes que al hombre común permanecen ocultas, comprendió que faltaba todavía un
quinto, llamado sentido común por Aristóteles, y que debía forzosamente estar asociado a
la piedra ámbar. Quiso entonces probar también la resina del ámbar, pero al mirarla más
de cerca, observó que en su superficie se aposentaban las hormigas pequeñas y de
color rojizo que ya había visto en el bosque, en las grietas de la peña donde había
apoyado su cabeza el durmiente unicornio. Pasó por su mente la idea de mezclar los
cuatro elíxires y probar también el resultado, pero se abstuvo de ello al recordar que los
Maestros de la Obra Alquímica desaprueban tal práctica y la consideran muy peligrosa,
porque la mezcla de elementos diversos pudiera generar el caos, sin virtud germinativa,
de mortales efectos para quien se atreviese a probarlo en sí mismo.

Y pues que por efectos del elíxir color oro había adquirido el don de lenguas, pudo
entender el lenguaje de las hormigas y supo cómo fabricaban y custodiaban la piedra
ámbar, según en los capítulos anteriores se ha contado, y consideró entonces la
posibilidad de emplear las fuerzas y poderes de estas animalias en el mejor
funcionamiento de su notable y celebrado ingenio mecánico, productor de luz, como en
el próximo capítulo se verá.

Caput IX: De si Maese Nicola Tesla enseñó a tales hormigas a alimentarse con
su ingenio mecánico o corriente alterna, o se limitó a descubrir que ese
ingenio era desde el principio su única y absoluta vianda que se procuraban
por algún secreto modo, toda vez que no se suele encontrar en la naturaleza
Dícese que Maese Tesla quiso encontrar una explicación de tan curiosos fenómenos
como los antes descritos, y ésto no le pareció difícil, porque era varón versado en la
alquimia y en la elaboración de los metales, dado a desentrañar secretos profundísimos
de todo tipo de sustancias.

Entre otros, logró aprender a evitar la sublimación perniciosa, detectable por la presencia
de cuerpos extraños e inmundicias que flotaban en la superficie de la vasija en la cual se
mezclan los elementos y forman una coagulación llamada floris lactis o nata, que al
corromperse se transforma en una suerte de limo. También consiguió esquivar la temible
rojez prematura, en la cual aparecen en dicha mezcla partículas que se precipitan al fondo
del vaso, para formar una masa viscosa y densa que adquiere el color de la sangre, del
mismo modo como la Tierra se abrió para recibir la sangre de Abel el Justo, derramada
por el infame Caín, por todo lo cual la presencia de esta rojez prematura se considera una
pésima señal en el Opus sacrum.

Hay quien afirma que Maese Tesla fue uno de los primeros en obtener la piedra filosofal
o lapis philosophorum después de largos años de experimentación con sustancias
terrenales, y que gracias al gran poder e fuerza que de la piedra emana, compuso su
celebrado ingenio conocido como corriente alterna, consistente en un fuerte
desprendimiento de fuerza luminosa que se logra por la cercanía de dos o más
gigantescas piedras imanes, tan descomunal que puede mover hasta molinos y
mecanismos diversos. El contacto con la piedra bendita llenó a Maese Nicola Tesla de
vigor regenerante y quedó preso de inmenso entusiasmo, gracias al restablecimiento del
humor vivificante, perdido y consumido por la larga duración de la obra alquímica,
dejando atrás lo que los filósofos llaman sequedad astral o abismo sin eco, resultante de
los humores superfluos y corruptores que provocan la melancolía y sumen el alma en el
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más oscuro abandono.

Hay quien cuenta sin embargo que Maese Tesla no inventó el ingenio denominado
corriente alterna, sino que lo encontró del misterioso modo a continuación descrito:

Al regresar a donde primero encontró al unicornio, al anochecer, Maese Tesla halló en su


lugar un pequeño grifo de color bermejo, que tenía cara de niño y estaba lamiendo la
piedra sobre la cual se había recostado el unicornio. Al terminar, se desprendió de sus
lomos la piel, como algunas criaturas suelen mudarla, y dicha piel cayó en la hierba.
Maese Tesla la tomó en sus manos, y su contacto provocó en ellas un raro
estremecimiento, como el de un fluido que las sacudiera, hasta que se desintegró al ser
bañada por el rocío de los arbustos. Maese Tesla miró hacia el bosque por donde había
desaparecido el niño grifo y vio dos ojitos fulgurantes. Miró de nuevo a la piedra donde
estuvo el animal, y encontró sobre ésta a las ya conocidas hormigas, hecho sumamente
raro, por cuanto dichas animalias no suelen salir de sus madrigueras por las noches.
Levantó entonces la piedra y encontró, cavado en la roca, un diseño como de laberinto,
lleno de hormigas, y en el centro, la piedra ámbar que irradiaba luz propia. La dejó al
sereno nocturno junto con una piedra lunar en un recipiente que empleaba para esos
casos, y durante la noche hubo una tormenta que descargó sus rayos sobre las piedras,
y al otro día encontró que ambas piedras juntas producían la descarga luminosa que
llamó corriente alterna. Se sabe que las hormigas se alimentan de ella, pero no ha sido
posible hasta hoy saber si fue Maese Nicola Tesla quien las enseñó a hacerlo, al
mostrarle las virtudes nutricias de dicho fluido, o fue el propio Noé quien descubrió en el
Arca la cuidadosa vela de la piedra ámbar por parte de las hormigas, y les señaló la
fuerza y poder emanados de ella como único alimento durante el diluvio, de modo que,
una vez adquirida la costumbre, continuaron en lo adelante y para siempre
sustentándose de la corriente alterna como única vianda.

Sea como fuere, la notable invención de Maese Tesla arriba descrita no ha dejado de
suscitar envidias y competencias de todo tipo en otros sabios y artífices, que no han
perdido ocasión para desacreditarlo. Entre ellos se ha destacado el docto Micer Thomas
Edison, quien se había considerado hasta entonces el más relevante creador de ingenios
mecánicos, y llegó a construir un aparato por él llamado generador de corriente, que por
vías desconocidas llegaba a iluminar pequeños entornos sin ayuda de vela o bujía
alguna. No faltó quien dijera que se trataba de un hábil engaño, y que Micer Edison se
valía de insectos semejantes a las luciérnagas, ocultos en ciertos puntos de su
escenario, toda vez que la luz supuestamente generada era débil e insuficiente para
describir minuciosamente los detalles de los objetos, pero de ésto se hablará en el
siguiente capítulo.

El caso es que el ingenio de Maese Tesla parece sobrepasar con creces el poder y
alcance del anterior, cosa que no puede atestiguar quien ésto escribe porque no ha
tenido ocasión de observarlo con sus propios ojos, y debe atenerse a los testimonios de
quienes lo han visto. Hubo de pasar más tarde por una durísima prueba al ser
denunciado al Santo Oficio por sospecha de practicar las artes demoníacas, y dícese que
el denunciante fue Micer Edison. Maese Tesla fue de este modo digerido, cocido y
fundido en el fuego de la tribulación, al punto de llegar a tal desesperación que imploró
el socorro de la Gracia y la Misericordia divinas. Y ocurrió que su buena fama de probo y
discreto varón, devoto y del todo conforme con lo que manda la Santa Madre Iglesia,
propició que algunas personas benevolentes hiciesen llegar su invento hasta el Papa,
quien entusiasmado con éste, comenzó a emplearlo en sus propios palacios de Roma, y

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declaró a Maese Tesla protegido suyo, con lo cual fueron silenciadas las acusaciones y
cerrado el proceso inquisitorial, con lo cual se confirma que la Providencia nunca
abandona a su suerte al hombre justo.

Caput X: De cómo el sabio Micer Benjamin Franklin dirimió la disputa entre


Micer Edison y Maese Tesla, con ayuda del físico Micer Nero de Dresden y
haciendo uso de las extrañas criaturas antes descritas, y lo que sucedió con
las hormigas
Tras hacerse evidente la envidiosa animadversión que Micer Edison sentía hacia Maese
Tesla, dio mucho que hablar el hecho de que los partidarios de uno y otro sabio adujeron
el mismo argumento para atacar al contrincante, ésto es, que podía haber empleado
también una extraña sabandija luminosa llamada cocuyo, según ellos descrita en un libro
compuesto por el adelantado hispano Gonzalo de Oviedo e intitulado Historia natural de
las Indias, en cuyo capítulo XV se da testimonio sobre esta criatura del aire, abundante en
ciertas islas allende el mar hasta ahora desconocidas, y no descritas en Orbis
Terrarumalguno, lo cual ha hecho considerar este dato como absurdo y fantasioso.
Dícese que el susodicho insecto posee dos alas firmes y duras, y bajo éstas, otras dos
más finas y frágiles que se desprenden durante el invierno. Sus ojos fulguran como
candelas y emiten un destello intermitente, de modo que por donde pasan, irradian tal
claridad que puede verse como a la luz del día. Es por ésto por lo que se ha acusado a
Micer Edison de haber empleado gran copia de estas criaturas, encerradas en su aparato,
para alumbrar las estancias. Pero no parece razonable esta imputación, por cuanto la
existencia misma de dicha sabandija no está demostrada.

Dícese también sobre estas alimañas que son capaces de inducir el sueño, pues muchas
de ellas, encerradas en una vasija, emiten un zumbido que adormece a animales o a
hombres que se encuentren cerca, por lo cual el apócrifo autor advierte que no se deben
emplear lámparas formadas por los susodichos cocuyos cuando es necesario
permanecer atento durante la noche, como sucede con los Maestros alquimistas, que
han de velar el atanor y el proceso de cocción en el fuego blanco y el fuego rojo, hasta
aparecer el abrazo del fuego doble, o con los Santos monjes que sacrifican el sueño para
dedicarse a la oración. Pues uno y otro pretenden por diversas vías la Redención de la
materia manchada por el pecado, de acuerdo con el pasaje de la Escritura (Isaías, 1, 18),
que reza: "si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si
fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana".

Entonces Maese Tesla, abrumado por tantos embrollos, calumnias y maquinaciones,


cayó en un estado de profunda melancolía a causa de la confusión de la bilis negra con
los restantes humores, y atacado por la fiebre, comenzó a delirar. Así pasó dos noches, y
en el delirio se le escapaban confusas frases sobre unas máquinas que podrían controlar
todo el trabajo humano con sólo accionar unos fuelles o teclas que, ayudados por la
corriente alterna, harían en unos instantes el trabajo de mil copistas, contadores y
amanuenses. Sus alarmados servidores no lograron con brebaje alguno sacarlo de tan
delicado estado, y a causa de la extrema debilidad del enfermo, no se atrevieron a
solicitar una sangría del barbero del pueblo. Temiéndose ya por la vida de Maese Tesla,
se hizo venir a Micer Nero de Dresden, físico sobresaliente y profundo conocedor de
Avicena, de Galeno y las autoridades médicas, y viejo amigo de Maese Tesla.

Micer Nero acudió a toda prisa a la cabecera del enfermo, y tras observar los síntomas,
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preparó una pócima compuesta por granadas mondadas mezcladas con pimienta y
heces de ratón. Puso todo ésto a cocer durante varias horas hasta que adquirió el color
de la herrumbre y comenzó a exhalar un fuerte olor a azufre. Destiló el líquido obtenido, y
procedió a bañar con éste a Maese Tesla, ayudado por uno de los sirvientes, mientras
pronunciaba en voz alta el siguiente conjuro: "Sublata causa, dollitur effectus". Hecho lo
cual sentóse junto al amigo enfermo a esperar por el resultado de su tratamiento.

Maese Tesla tuvo fuertes sudoraciones, tras las que comenzó a salir de su estado febril.
Para calmarlo y hacer que durmiese, Micer Nero de Dresden tomó entre las suyas la
mano del enfermo y comenzó a contarle interesantes noticias que había leído en un
manuscrito recientemente comprado a un mercader proveniente del Cathay, entre las
cuales descollaba la referente a ciertos árboles que dan un fruto envuelto en sus hojas
que, al caer al agua en tiempo oportuno, cobra vida y se convierte en un pájaro al que
llaman ave de árbol, pero se malogra si cae al suelo4 . Todo ello agradó a Maese Tesla
quien, sosegado por la conversación, cayó en un sueño profundo y reparador. Soñó
entonces que yacía en su lecho y el niño grifo encontrado en el bosque le lamía las
manos para atraer su atención y lo invitaba a seguirlo. Se adentraban ambos por un
frondoso bosque, en uno de cuyos claros estaba un pelícano que irradiaba fuego blanco
de grande resplandor, y hundía el pico en su propio pecho. Y de la herida brotaba un
surtidor de un líquido dorado y transparente que se bifurcaba, y cada uno de los chorros
así surgidos se dividía a su vez en dos hasta que los hubo en gran número; y debajo se
colocaban los polluelos del pelícano, que abrían sus picos para alimentarse con los
chorros. Hasta que el pelícano fue totalmente consumido por el fuego, y entonces
acudieron las hormigas rojas en busca de las cenizas, y las transportaron poco a poco y
con grandes esfuerzos hacia el laberinto donde guardaban la piedra ámbar.

Una vez repuesto y en condiciones de reanudar su vida normal, Micer Nero le ordenó
llevar consigo durante largo tiempo una bolsa de alcanfor, cuya propiedad consiste en
ahuyentar los espíritus oscuros atraídos por la bilis negra. También le recomendó ciertas
abluciones, capaces de blanquear al cuervo, resultante de la extrema negrura con que la
bilis de Saturno se insinúa en la materia, y de transmutar al Saturno lánguido o
melancólico en el Júpiter jovial, removiendo así las heces de la pasión inútil o
pensamiento derivado de la bestia, morbosamente fijados en el atanor interno del
hombre, que no puede ser limpiado con lejía. De tal modo, la oración dulcificaría lo
amargo para no permitir a los pequeños cuervos retornar a sus nidos, una vez
purificados por el rocío de los filósofos.

Micer Nero de Dresden indagó por el número de noches empleadas por Maese Tesla en
vigilar, en compañía de las hormigas, la cocción en los fuegos blanco y rojo. Pues la
fusión de ambos engendraba una suerte de rosa blanquísima, de efímera vida y belleza
inefable, que adquiría diferentes tonos, desde el caléndula hasta el amaranto para
diluirse finalmente en los éteres, como humo que se difunde en el viento. Y supo que el
excesivo velar, los repetidos ayunos y la desazón producida por las acusaciones de
Micer Edison eran la causa del desequilibrio de la bilis negra y la consiguiente
melancolía de Maese Tesla, por lo cual se propuso remediarlo e hizo venir para ello al
prodigioso alquimista anglosajón Micer Benjamin Franklin.

Advertido por el físico, Micer Franklin acudió bien provisto de criaturas luminosas, dicen
algunos que los extraños cocuyos antes mencionados —aunque de ésto no hay prueba
alguna— y un bastón de metal que empleaba como bordón en sus peregrinaciones,
aunque muchos decían que tenía usos mágicos. Al entrevistarse con Maese Tesla,

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procuró enterarse discretamente de los pormenores de su disputa con Micer Thomas


Edison, hecho lo cual envió mensajeros en busca de los más eminentes sabios de
Oxford, París y Bolonia, y convocó a una sesión en la cual se mostraría públicamente la
eficacia del ingenio creado por Maese Tesla.

En la fecha fijada para la asamblea de sabios, ansiosos de esclarecer la verdad, Micer


Nero de Dresden y Micer Benjamin Franklin, quienes actuaban como jueces en compañía
del monje Roger Bacon, autor también de múltiples artefactos ingeniosos, colocaron en
dos habitaciones diferentes a los contendientes y aguardaron todos la caída de la noche
para comenzar la prueba. Tocó el primer lugar a Micer Edison, quien dispuso su
invención, la cual comenzó a alumbrar. Entonces, Micer Franklin puso en libertad a los
insectos que traía consigo, quienes se posaron en la vara de metal y enseguida, con
extraños zumbidos, se comunicaron con sus congéneres, de modo que éstos
comenzaron a luchar furiosamente por salir del aparato cuya luz provocaban, para
reunirse con los restantes, y el engaño quedó al descubierto, con gran estupor de los allí
reunidos.

Los sabios de Oxford pusieron a prueba entonces la capacidad del invento de Maese
Tesla para alumbrar en la oscuridad. Fueron colocados frente a frente los imanes, y en el
centro la piedra ámbar rodeada de las hormigas, y todos los doctos varones allí
congregados pudieron presenciar cómo, con la sola ayuda de los imanes y la piedra, se
llenaba de luz la estancia, cuyas ventanas habían sido cubiertas con espesos cortinajes,
hasta el punto de poderse leer con poca dificultad las letras pequeñas, ya desgastadas,
de un antiguo manuscrito, por lo cual Maese Tesla fue aclamado por tan insigne
asamblea, cuyo mayor asombro provino de observar que las hormigas, alineadas como
ejércitos en torno a los imanes y la piedra, comenzaban a moverse en círculo todo el
tiempo que duró la prueba y hasta su final, tras lo cual volvieron a colocarse alrededor
de la piedra ámbar.

No queriendo los amigos de Maese Tesla concluir con la infamante vergüenza de Micer
Edison y considerando que había sido suficientemente escarmentado, anunciaron la
exhibición de un nuevo prodigio, aprovechando que la noche se anunciaba tormentosa.
Micer Franklin abrió las ventanas y colocó bajo éstas su bastón de metal, cuyo extremo
inferior introdujo en un candil. Al comenzar la lluvia, se escuchó un fuerte trueno, y el
relámpago entró por la ventana hasta la vara de Micer Franklin, aterrando a algunos de
los presentes que, creyéndose amenazados, intentaron huir entre alaridos de pánico.
Pero fue mayor el estupor cuando la luz, atraída por el bastón de metal, encendió el
candil y desapareció para dar paso a una suave llama.

El hecho fue consignado en los anales de las abadías y universidades de las cuales
provenían los doctos varones allí congregados, y dícese que nunca más Micer Edison ni
ningún otro envidioso se atrevió a molestar nuevamente a Maese Tesla, quien salió por
completo de su estado de melancolía y dio gracias a sus buenos amigos Micer Nero de
Dresden y Micer Benjamin Franklin por el auxilio inestimable que le habían brindado.

Caput XI: De cómo han llegado hasta nuestra edad estos prodigios
Se ha visto en nuestra edad que las hormigas rojas, que custodian la piedra ámbar,
buscan cobijo y amparo en el interior de los ingenios hoy llamados eléctricos que
funcionan al modo inventado por Maese Tesla o corriente alterna, que tiene como base la

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piedra imán, hija de la piedra ámbar. Dícese que los discípulos de Maese Tesla —
inspirados también en los tratados de Maese Blas Pascal y Micer Gottfried Wilhelm
Leibniz, amigos y colaboradores de Maese Tesla— buscaron facilitar mediante este
ingenio los complicados cálculos de los astrólogos y las cuentas interminables de los
tesoreros reales, para lo cual construyeron un laberinto de metal compuesto de
minúsculas celdas, en las cuales colocaron pequeños trozos de piedra imán y de piedra
ámbar, rodeados por las hormigas. Dicho laberinto fue colocado en una caja cuadrada
sobre la cual se dispuso una lámina de vidrio o cristal, en cuya superficie aparecían
signos luminosos. Los sabios interesados en calcular debían pulsar unos pequeños
botones fijos a unos pedúnculos, y en el cristal aparecían las cifras a sumar o restar y
los resultados bien ordenados de las cantidades computadas, por lo cual se convino en
bautizar a estos ingenios como ordenadores o computadoras. Lograron también utilizarlos
para recopilar y guardar citas de autoridades y sabios, colecciones de aforismos y
sentencias, y toda suerte de conocimientos, con grandísimo provecho, pues con sólo
oprimir dichos botones podían traer a mano cuestiones cuya búsqueda por los medios
ordinarios hubiera sido extremadamente fatigosa.

Al comprobar los grandes beneficios proporcionados por tal dispositivo, todos los
sabios de las más diversas regiones se apresuraron a emplearlo en sus estudios y
faenas. No han faltado quienes, celosos ante cualquier innovación, auguren terribles
castigos y plagas a quienes hagan uso de tan insólitos instrumentos. Cuéntase que a
fines del pasado siglo, nigromantes, charlatanes y agoreros vaticinaron el fin del mundo,
destruido por la parálisis de los mencionados ingenios, también llamados computadoras
u ordenadores. Tanto revuelo e inquietud causaron, que los más eminentes teólogos,
convocados por el Papa, discutieron largamente los pro y los contra de tales
predicciones y del empleo de los aparatos. Y en medio de las discusiones llegó la fecha
prevista sin que se manifestara contratiempo alguno ni se cumplieran las profecías del
Apocalipsis, con lo cual los autores del escándalo cayeron en descrédito y fueron
duramente castigados por los señores feudales a los cuales servían, y fuertemente
amonestados y corregidos con durísimas penitencias por Obispos y Legados del Papa.
Hay quien dice que Micer Edison, incorregible en su envidia hacia Maese Tesla, estuvo
detrás de toda la intriga como su cerebro maquinador, pero no se han encontrado
suficientes indicios para inculparlo, aunque las pesquisas continúan.

Vueltos de este modo al orden, los ingenios eléctricos de múltiples configuraciones y


usos continúan funcionando con ayuda de las hormigas que en su interior custodian la
piedra ámbar, y también la piedra imán, hija de la anterior, sin reclamar otro alimento que
la propia corriente alterna. He aquí por qué todos los razonamientos expuestos explican
que tales criaturas figuren en los bestiarios como Formicae Teslae, donde se pone fin a
este tratado para honra y adelantamiento del desocupado lector, quien sabrá sacar
provecho de este saber, jurando el auctor que nada hay en éste que contradiga lo dicho,
enseñado y establecido en la Escriptura y por la Santa Madre Iglesia y las autoridades
admitidas por ella e basadas en el Filósofo.

Notas
1. Pseudónimo tras el cual se cree que se ocultan el alquimista Mario Palou y su Soror
Mistica Lourdes Rensoli-Laliga (S. XX-XXI D.C.). Regresar.

2. Bestiario medieval. Madrid:Siruela, 1996, p. 172. Regresar.

http://www.letralia.com/ed_let/2000/c08.htm Página 17 de 18
Editorial Letralia: "2000: el futuro presente", varios autores 29/09/10 19:12

3. Cfr.: Athanasius Kircher: China Ilustrata. Amsterdam, 1667, p. 258b; del mismo:
Mundus Subterraneus. Amsterdam, 1665, cap. VIII. Regresar.

4. Bestiario medieval, ed. cit., p. 145. Regresar.

http://www.letralia.com/ed_let/2000/c08.htm Página 18 de 18

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