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renina.
(1) Si una parte del riñón está isquémica y el resto no, como ocurre cuando una arteria renal
se contrae intensamente, el tejido renal isquémico secreta grandes cantidades de renina. Esta
secreción conduce a la formación de angiotensina II, lo que puede provocar hipertensión. La
secuencia de acontecimientos más probable en la producción de la hipertensión, como se
comentó en el capítulo 19, es: 1) el tejido renal isquémico excreta menos cantidad de la normal
de agua y sal; 2) la renina secretada por el riñón isquémico, y el posterior aumento en la
formación de angiotensina II, afecta al tejido renal no isquémico, lo que hace que retenga sal
y agua, y 3) el exceso de sal y agua provoca hipertensión de la forma habitual. Puede aparecer
un tipo similar de hipertensión cuando zonas parcheadas de uno o los dos riñones se hacen
isquémicas como resultado de la arteriosclerosis o de la lesión vascular en porciones
específicas del riñón. Cuando esto ocurre, las nefronas isquémicas excretan sal y agua pero
secretan mayores cantidades de renina, lo que aumenta la formación de angiotensina II. Estas
concentraciones elevadas de angiotensina II reducen después la capacidad del resto de las
nefronas, por lo demás normales, de excretar sodio y agua. Como resultado de ello se produce
la hipertensión, lo que restaura la excreción renal global de sodio y agua, de manera que el
equilibrio entre la ingestión y la pérdida de sal y agua se mantiene pero a expensas de una
presión arterial elevada.
(1)Las nefropatías que provocan una pérdida de todas las nefronas dan lugar a una
insuficiencia renal que puede no causar hipertensión. La pérdida de un gran número de
nefronas completas, como ocurre en la pérdida de un riñón y de parte del otro, casi siempre
provoca una insuficiencia renal si la cantidad de tejido renal perdida es lo suficientemente
grande. Si el resto de las nefronas son normales y la ingestión de sal no es excesiva, este
trastorno podría no provocar una hipertensión clínicamente significativa porque incluso un
ligero aumento de la presión arterial elevará el FG y reducirá la reabsorción de sodio lo
suficiente para favorecer una excreción suficiente de sal y de agua en la orina, incluso con las
pocas nefronas que quedan intactas. Pero un paciente con este tipo de anomalía puede
hacerse muy hipertenso si se imponen situaciones estresantes adicionales, como tomar una
cantidad grande de sal. En este caso, los riñones no pueden simplemente eliminar cantidades
adecuadas de sal a una presión arterial normal con el pequeño número de nefronas
funcionales que quedan. El aumento de la presión arterial restaura la excreción de sal y agua
para compensar la ingestión de sal y agua en condiciones constantes. El tratamiento eficaz
de la hipertensión exige que se incremente la capacidad de los riñones de excretar sal y agua,
bien por un aumento del FG o bien mediante un descenso de la reabsorción tubular, de
manera que el equilibrio entre la ingestión y la excreción renal de sal y agua pueda mantenerse
a presiones arteriales inferiores. Esto puede conseguirse con fármacos que bloqueen los
efectos de las señales nerviosas y hormonales que hacen que los riñones retengan sal y agua
(p. ej., con bloqueantes b-adrenérgicos, antagonistas del receptor de la angiotensina o
inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina) o con diuréticos que inhiban
directamente la reabsorción tubular de sal y agua.
BIBLIOGRAFÍA