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Evolución y psicoterapia

Como quizá sepan, la idea básica sobre la psicopatología en los modelos conductual-
contextuales es esta: ciertos procesos básicos reducen la flexibilidad psicológica de las
personas. Desde esa perspectiva, podemos considerar que la psicoterapia involucra diversos
procesos de cambio que pueden ser descriptos según los cinco conceptos que detallamos en
la sección anterior. Veamos uno por uno.

Variación

Ciertos procesos conductuales reducen la variación y amplitud del repertorio conductual. Toda
forma de psicopatología puede ser descripta de esta manera: reducción y rigidez en el
repertorio de conductas. Por ejemplo, una persona con fobia a los perros tiene un repertorio
rígido de conductas: cuando ve un perro, las únicas conductas que emite son de evitación o
escape; no se presenta un rango amplio de conductas (jugar con el perro, acariciarlo, pasar al
lado, silbarle, etc.). Lo mismo pasa con una persona con trastorno obsesivo compulsivo que
ante una contaminación, sólo emite conductas de evitación o escape. Y lo mismo pasa con un
amplio espectro de cuadros psicopatológicos. Es por esto que Hayes y colaboradores
propusieron como proceso central en toda la psicopatología la evitación experiencial (Hayes,
Wilson, Gifford, Follette, & Strosahl, 1996).
Hay dos procesos que contribuyen a la reducción del repertorio conductual: el control
predominantemente aversivo de la conducta y la conducta con regulación verbal excesiva (una
revisión completa de estos procesos ocuparía más espacio que el que tenemos en el blog,
queda para la próxima, pero véase Hayes & Ju, 1998) y Hayes, Brownstein, Zettle, Rosenfarb,
& Korn, 1986)

Los procedimientos en psicoterapia se dirigen a reducir estos dos procesos. El procedimiento


de exposición, por ejemplo, que se utiliza en muchas formas de terapia, tiene como resultado el
aumentar la variabilidad de la conducta frente a estímulos aversivos (y no, como se suele
sostener, para eliminar la ansiedad). Los procedimientos de defusión, mindfulness y
aceptación, por otro lado, se dirigen a reducir la regulación verbal excesiva de la conducta.
Es decir, las terapias contextuales se dirigen a aumentar la variación de la conducta mediante
la reducción del impacto de los procesos que estrechan repertorios.
Selección

Citemos a Hayes y Sanford (2015) para este punto, porque creo que no hay nada que añadir o
agregar a lo que dicen:

“Procesos tales como la evitación experiencial estrechan los repertorios de conducta en parte
porque imponen un criterio de selección disfuncional en el flujo de conductas. Evitar
pensamientos o emociones difíciles lleva a la selección de cualquier acción que
temporariamente los reduzca, desde supresión de pensamientos a abuso de sustancias.
Los procesos tales como identificación de valores o entrevista motivacional pueden ser vistos
como cambios en el criterio de selección para la acción. Los valores son descripciones
respecto a cualidades deseadas de la conducta. La clarificación de valores sirve como una guía
para seleccionar entre las acciones que contribuyen a esos valores y las que no. La mayoría de
las intervenciones de tercera ola adoptan esos procesos, que en sí mismos han demostrado
tener impacto conductual positivo.”
Retención

Las psicoterapias incluyen procedimientos para retener los cambios conductuales funcionales,
a través de la práctica de habilidades conductuales. La utilización de asignaciones para el
hogar, o la prescripción de prácticas de mindfulness fuera de sesión tienen como objeto
favorecer la retención de las conductas saludables (por llamarlas de alguna manera).
Selección de niveles múltiples

Como vimos, la selección de niveles múltiples implica que un rasgo puede seleccionarse
porque es funcional en un nivel, aunque no lo sea en otro (la cooperación en las hormigas es
provechosa a nivel grupal, pero no necesariamente a nivel individual: a una hormiga atorranta
probablemente le iría mejor). En este sentido, la terapia promueve selección de conductas que
son más funcionales a nivel de la persona considerada globalmente, aún cuando impliquen no
ser la mejor opción para conductas más pequeñas. Por ejemplo, si sólo consideramos el nivel
conductual de sentirse bien, el consumo de drogas es una buena opción. Pero si consideramos
el nivel de la persona globalmente, es preferible la abstinencia, aún cuando se asocie a
malestar.

Multidimensionalidad

Hay evidencia de que la psicoterapia tiene impacto en la expresión epigenética vinculada al


estrés. También se puede notar la multidimensionalidad en los objetivos de las terapias
contextuales, que incorporan no sólo la discusión de temas en sesión, sino que crecientemente
están incorporando temas como la dieta, el ejercicio, sueño, recreación, relajación, soporte
social, crecimiento psicológico, involucramiento en la comunidad, etc., que son importantes
para la persona como un todo.

Cerrando

Para cerrar citemos un largo párrafo del artículo de Hayes y Sanford

“Los problemas en el funcionamiento psicológico pueden ser pensados como un


estrechamiento o rigidez de los repertorios conductuales, vinculados a criterios de selección
inapropiados, en un nivel o dimensión erróneo, con insuficiente retención de variantes exitosas
que podrían ocurrir en el contexto determinado. La psicoterapia busca invertir estos procesos.
En las formas modernas de intervenciones contextuales basadas en la evidencia, las
variaciones en la respuesta son logradas a través de métodos tales como promover disposición
a experimentar eventos privados indeseados, exposición a tales eventos, y el uso de métodos
de mindfulness para socavar la insensibilidad a la experiencia directa generada por la
regulación por reglas verbales, a la vez que la atención al momento presente promueve mayor
aprendizaje moldeado por contingencias.
Criterios de selección más saludables son establecidos a través de clarificación de valores y
fijar objetivos, y las respuestas exitosas son retenidas a través de la práctica. Se promueve
mayor sensibilidad al contexto a través de atención conciente y atención flexible al momento
presente. La selección multinivel se promueve a través de socavar conductas egoístas y
enfocarse en el bien del todo, y el pensamiento multidimensional se promueve a través de
asegurarse que los blancos conductuales se ajusten a lo que sabemos respecto a la
importancia de un estilo de vida balanceado y saludable”
Dicho de otro modo, la parte de aceptación, mindfulness y defusión de las terapias promueven
la variación, mientras que la parte de cambio conductual y valores promueve la selección y
retención de las conductas, en un contexto multidimensional y multinivel.

Lo interesante del asunto es verlo de esta manera permite investigar en qué medida los cinco
procesos evolutivos son afectados por la psicoterapia; es decir, permite una forma distinta de
evaluar los resultados e impacto de la misma. Este es un tema extraordinariamente interesante
—si se es lo suficientemente nerd— porque involucra considerar a la psicología y a la
psicoterapia en particular como algo completamente compatible con las ciencias de la
evolución, sin perder un ápice de especificidad ni de rigurosidad.
El futuro está llegando…
Activación conductual en la vida cotidiana

En otros lugares hemos escrito varias veces sobre activación conductual para depresión (por
ejemplo, aquí y aquí), pero enfocándonos más bien en modelos estructurados de tratamiento
(BA y BATD). Pero los principios de activación conductual no sólo son útiles para depresión;
son, después de todo, principios sobre cuál es la mejor manera de cambiar las acciones para
vivir la vida que uno quiere.
Esta vez quisiéramos dedicar algo de tiempo a la aplicación más amplia y cotidiana, más allá
de la depresión, de los principios de activación conductual.

El jardín de los senderos que se bifurcan

“No te confíes de las impresiones generales, muchacho, concéntrate en los detalles”


-Sherlock Holmes
A cada momento hay una multitud de caminos a seguir. Nos despertamos, y elegimos entre un
mate, café, té. Si tenemos que tomar un colectivo, elegimos una parada para esperar
(habitualmente la más cercana). Al mediodía podemos elegir almorzar una ensalada, una
hamburguesa, o incluso pasar por alto el almuerzo. Innumerables pero muy pequeñas
elecciones en el espectro de acciones posibles (pero incluso el Sahara está compuesto de
innumerables pero muy pequeños granos de arena).

Habitualmente esas elecciones son automáticas, sostenidas por hábito, por costumbre —e
invisibles por su automaticidad. Es por eso que el monitoreo o registro cotidiano de conductas
—uno de los componentes básicos de todo abordaje de activación conductual— puede resultar
inesperadamente esclarecedor.

Quizá sirva pensarlo así: ¿qué has hecho hoy, cómo has actuado lo largo del día, y qué camino
trazan para tu vida esas acciones? Pero no en líneas generales, sino en detalle: ¿qué has
hecho a las 9 de la mañana? ¿a las 10? ¿a las 11? En este link está una de las planillas que se
utiliza en BATD, y puede servir para hacer visible lo cotidianamente invisible. El registro de
nuestras acciones y elecciones sirve para hacernos concientes de los patrones de acción
generales en nuestra vida.
El registro tiene otro uso posible además del mostrar patrones generales de acción. Hay una
vieja pieza de sabiduría en el análisis de la conducta: si quieren cambiar una acción, lleven un
registro detallado de ella: ¿bajo qué circunstancias sucede? ¿sucede siempre en cierto tipo de
situaciones? ¿qué efecto tiene? ¿qué estímulos la facilitan?

Por ello citamos a Sherlock Holmes al principio de esta sección (bueno, a Conan Doyle en
realidad, pero Holmes es más reconocible): un error frecuente, de parte de psicólogos y no
psicólogos, es centrarse en las impresiones generales en lugar de ser detallado. No es lo
mismo decir de manera general “estoy comiendo de más” que ser preciso: cuándo, bajo qué
circunstancias, en qué momentos, qué efectos tiene, etc.
No es casualidad que haya investigaciones que sugieren que meramente llevar un registro
regular del peso e ingesta es una excelente forma de prevenir el aumento de peso durante las
fiestas de fin de año:
Boutelle et al, 1999. Comparativa de aumento de peso entre personas que registraron su
ingesta y peso regularmente -línea entera-, versus personas que no lo hicieron -línea de
puntos. El eje vertical es la media de cambio de peso en libras, el eje horizontal el es tiempo.
Nótese particularmente lo que pasa durante las fiestas (“Holiday”).
Distinguir las piedras de la arena

Se cuenta a veces la siguiente historia:

Un profesor de filosofía llegó a su clase llevando algunos artículos. Cuando empezó la clase,
tomó un frasco grande de mayonesa y lo llenó con piedras de unos cinco centímetros, y les
preguntó a sus alumnos si estaba lleno. Todos dijeron que sí. Entonces el profesor tomó una
caja con guijarros y las echó dentro del frasco. Sacudió ligeramente el frasco y los guijarros,
más pequeños, cayeron en los espacios entre las piedras. El profesor volvió a preguntar a la
clase si el frasco estaba lleno ahora. Los alumnos rieron y dijeron que ahora sí, estaba lleno. El
profesor tomó entonces una caja con arena y la echó dentro del frasco. La arena llenó el resto
del espacio en el frasco. El profesor dijo “quisiera que reconozcan que este frasco representa
sus vidas. Las piedras son las cosas importantes, tales como familia, salud y relaciones. Los
guijarros son otras cosas un poco menos importantes, como el trabajo y la escuela. La arena
son las cosas más pequeñas y las posesiones materiales. Si lo llenaran con arena al principio,
no habría lugar para las piedritas o las piedras más grandes. Lo mismo aplica para sus vidas.
Si la llenan de cosas pequeñas, nunca tendrán lugar para las cosas que son realmente
importantes”
Activación conductual usa el mismo principio: ¿cuáles son las piedras, cuáles los guijarros y
cuál es la arena en tu vida? Dicho de otro modo: ¿cuáles son tus valores, las cosas
importantes, y qué tanto espacio estás haciendo en tu vida para ellos? Fundamentalmente: de
las acciones y elecciones que has tomado hoy, ¿cuánto has dedicado a las cosas que son
realmente importante, y cuánto a las cosas que no lo son?

Paso a paso: no es la actividad, sino la historia.

En activación conductual siempre se enfatiza que todo cambio tiene que ser pequeño, tan
pequeño que pueda llevarse a cabo con un mínimo de esfuerzo. Después de todo,
modificar una conducta que ha sido cotidiana requiere no sólo el esfuerzo para hacerla, sino
que implica una lucha contra meses y años de refuerzos. Cuando una persona con una larga
historia de abuso de alcohol intenta dejar de beber, no lidia “tan sólo” con cesar la ingesta, sino
principalmente con años y años de hábitos. Porque el principal obstáculo a sortear no es la
actividad sino la historia, activación conductual propone que al cambiar una acción los pasos
sean tan pequeños como se pueda.
Un error frecuente al tratar de cambiar o instalar una nueva conducta es que se suelen poner
metas enormes al principio: “estudiar dos horas todos los días” “ir al gimnasio una hora tres
veces por semana”, “practicar piano una hora todos los días”. Por lo general, los resultados
de plantear metas muy distantes de las posibilidades o de la rutina es que la actividad termina
abandonándose por completo.

Si su meta es estudiar un poco más, hacer ejercicio, ser más sociable, etc., comiencen con los
pasos que podrían dar en su peor día. Sería así: en tu peor día, ¿cuánto sería el máximo de
esa actividad que podrías realizar? Supongamos que la actividad es hacer ejercicio. Si lo
máximo que podrías hacer en tu peor día sería dar una vuelta a la manzana, bien, esa será la
meta a alcanzar. Pero, este es el truco: todos los días. ¿Parece poco, no? Pero como dijimos,
el obstáculo a sortear es la historia y la rutina, no el esfuerzo en sí de la actividad. Se trata más
de cambiar rutinas que de hacer esfuerzos heroicos, no importa demasiado la intensidad.
Sucede también que nos cuesta ser concientes del potente efecto de lo cotidiano: una vuelta a
la manzana por día suma 146 kilómetros en un año. Caminar a la siguiente parada de colectivo
en lugar de la más cercana son unos 40 kilómetros en un año.
Una escritora de un popular sitio cómico narra lo que sucedió cuando luego de varios intentos
frustrados a lo largo de su vida de correr cierta cantidad de kilómetros, tan sólo decidió salir a
correr todos los días, aunque fuera una cuadra y volverse a su casa:
“Cada vez que intenté hacer ejercicio antes, me molestaba por lo mala que era haciéndolo, o
me sentía culpable y frustrada cuando no podía cumplir alguna meta que me había impuesto al
azar. De manera que dejé de correr porque me hacía sentir una mierda.
No ponerme otra meta que no sea “No sé, salí y corré hasta que no quieras correr más”, tuvo
un enorme impacto. No importaba si corría por cinco minutos. El hecho de que mi respiración
sonara como los sonidos que imagino emanan de las personas viejas teniendo sexo era
divertido. De pronto me encontré haciendo esto por diversión.
(…) La parte importante es salir de la casa y tan sólo ir. No importa un carajo si sólo hiciste dos
cuadras, no importa un carajo si la mitad del tiempo caminaste, no importa un carajo si sonás
como un ave muriendo todo el tiempo. Al carajo. Estás ahí afuera, bien por vos”
El hábito sí hace al monje.

Si no puedes con ello, rómpelo en pedazos

Mientras que este título podría referirse a la mejor manera de lidiar con varios artefactos
electrónicos, en realidad se refiere a un recurso de activación vinculado al anterior:
descomponer actividades.

La forma de plantear una meta puede contribuir a su cumplimiento o ser un obstáculo. Una
forma útil de encarar una meta compleja o que requiere mucho esfuerzo es descomponerla en
actividades más accesibles y pensarlas de manera independiente. Por ejemplo, “limpiar
el cuarto que más bien parece una demostración del principio de entropía” probablemente
resulte una tarea más accesible si se divide en metas más breves: “este sábado juntar las
cosas para tirar, el domingo tan sólo doblar la ropa, el martes limpiar”.
Esto ofrece algunas ventajas desde un punto de vista conductual: en primer lugar, las
actividades más pequeñas son más fáciles de llevar a cabo que la meta final; en segundo
lugar, es más probable que las actividades pequeñas encuentren refuerzos positivos y
aumenten la motivación a seguir; en tercer lugar, descomponer la actividad permite reducir la
ansiedad por la tarea y hacerla menos aversiva.

Planificación y refuerzo social

Una vez que tenemos un buen registro de los patrones de conducta y conocemos los detalles
de lo que queremos cambiar, una vez que pensamos en nuestros valores y prioridades, una
vez que planteamos metas accesibles y descompuestas en sus partes más pequeñas, el
componente que resta es el llevarlas a cabo. En activación conductual utilizamos varios
recursos para esto: en primer lugar, agendamos la actividad, a veces verbalmente, a veces por
escrito. Considerar la actividad en el contexto de la rutina diaria hace que tenga un tiempo
propio dedicado. No es lo mismo decir “un día de estos voy a hacer los trámites en el Registro
Civil”, que agendar “trámite en el Registro Civil”, para el jueves a las 9 de la mañana.

En segundo lugar, si queremos cambiar algo, el apoyo social puede ser una herramienta
poderosa. Hacer público un compromiso o una decisión ayuda a su cumplimiento, e incluir la
ayuda de otras personas puede tener un enorme impacto. Un proverbio chino reza “hasta una
hoja de papel es más liviana si se levanta entre dos personas“, y por eso utilizamos refuerzo
social y pedidos explícitos de ayuda en el entorno. Instintivamente hacemos esto todo el tiempo
con las actividades que nos cuesta sostener: hay grupos de personas que se juntan a correr o
a andar en bicicleta, grupos de estudio en la facultad, grupos de pérdida de peso, de lectura,
etcétera.
Resolución de problemas

Uno de los errores más frecuentes que he visto cometer a terapeutas es echarle sutilmente la
culpa al paciente cuando éste no realiza tal o cual actividad: un paciente que no lleva a cabo
una determinada actividad es porque “no tiene motivación“, o porque “en realidad tanto no le
importa“, o (esta me suele sacar de las casillas), “se está autosaboteando“. Es comprensible,
pocos terapeutas están familiarizados con los principios de modificación de conducta, pero es
una vía muerta.
—”Esta persona dijo la semana pasada que quería escalar el Everest y no fue, se está
saboteando“.
—Oh, sí, seguro, seguro…
La perspectiva en activación conductual es bastante más compasiva y pragmática: si alguien
no hace algo que sería positivo para su vida es porque las alternativas resultan más
apetecibles, o porque no hay refuerzo suficiente para ello, ya sea porque no está vinculado a
valores personales o porque realizarlo resulta aversivo. En lugar de echarle la culpa a la
persona, vemos qué salió mal e intentamos resolverlo para el futuro.

Skinner, socarronamente, decía “la rata siempre está en lo correcto“, y en cierto sentido es
cierto. Las acciones de ratas y personas son función de las historias de aprendizaje y del
ambiente presente. Siempre se hace lo mejor (incluso podríamos decir, lo único), que se podría
hacer con las circunstancias presentes. Si queremos cambiar algo, necesitamos modificar
esas circunstancias (digresión: siempre me he preguntado qué tipo de contexto hace que una
misma persona considere, por ejemplo, a la criminalidad asociada a la pobreza como inevitable
pero al considerar a un paciente diga que “en realidad no quiere cambiar“, como si no se tratara
en ambos casos de acciones influenciadas por las circunstancias)
Por ello, en lugar de castigarnos o echarnos la culpa a nosotros o a alguna condición interna
(no tengo motivación, me falta autoestima, etc.), una mejor alternativa es dar un vistazo a lo
que sucede alrededor: ¿recordé la actividad? ¿era accesible? ¿podría reducir la intensidad?
¿busqué apoyo social? ¿podría cambiar la actividad o reducir la exigencia? ¿está vinculada
con mis valores?

Cerrando

Los principios de activación conductual pueden ser extremadamente útiles para la vida
cotidiana, más allá de su aplicación para depresión clínica. No son garantía de que todo sea
fantástico, claro está, tan sólo aumentan las chances de que algo suceda.

Y una invitación a modo de despedida: piensen en algo que sería positivo para su vida si lo
hicieran, algo que querrían cambiar en lo que hacen. Siendo que esta es la única vida que
tenemos, ¿qué harían si fueran a vivir su vida a propósito, como si su vida les perteneciera?
Quizá sea algo como hacer más ejercicio, retomar contacto con personas importantes para
ustedes, aprender algo nuevo, o lo que sea que se les ocurra. Tómense un tiempo para
considerar qué tan importante es, a cuál de sus valores se asocia (este formulario puede
resultar útil), y consideren cuál sería el paso más pequeño que podrían dar hoy para acercarse
a ello, una actividad muy pequeña, realizable, pero que vaya en esa dirección. Pónganlo en su
agenda, o pidan a alguien que se lo recuerde, y vean que pasa cuando lo llevan a cabo.

El espinel

En los ríos de Santa Fe se suele usar un tipo de aparejo de pesca, el espinel. Básicamente
consiste en una cuerda a la cual se unen, a intervalos regulares, líneas con anzuelos
(brazoladas), de manera que un solo espinel puede tener, digamos, diez o más anzuelos.

En las islas del Paraná y afluentes, el espinel suele atarse a las ramas de un árbol próximo a la
orilla, y se espera. El pescador deja el espinel atado al árbol y vuelve al día siguiente. Por
supuesto, es infrecuente que todos los anzuelos resulten efectivos, y sólo algunos capturan un
pez. Por eso se usan varios anzuelos: el número mejora las chances.

Algo parecido pasa en terapia. Cuando trabajamos con depresión desde activación conductual
o con valores desde terapia de aceptación y compromiso, tratamos de alentar que se armen
espineles de conducta, esto es, fomentar acciones y formas de actuar en distintas áreas
vitales: ponemos una línea en el trabajo, una en la familia, otras en las amistades, y así.
Técnicamente, decimos que proponemos acciones con refuerzo positivo en áreas variadas.
Dicho menos técnicamente, abrimos el juego a la riqueza del mundo. El terapeuta no pesca por
el paciente. Ayuda a armar los aparejos, ayuda a distinguir las áreas de pesca y las mejores
maneras de pescar.

No podemos controlar la pesca del día; cuando el río sube el pique baja;el verano es más
propicio para algunas especies y el invierno para otras. La pesca es una cosa de espera. No
sirve de nada revisar a cada rato las líneas, ni confiar en un solo anzuelo puesto cerca del
remanso. Lo único que puede controlar el pescador es armar sus líneas, y pacientemente
revisarlas, repararlas, y esperar, porque el sustento no proviene de un solo anzuelo. Cuando
un anzuelo no tiene pique, quizá alguno de los otros sí.

El espinel no garantiza la pesca, pero el pescador que no echa sus anzuelos al agua está
perdido.

Nosce te ipsum, pero posta

“¿Conocerme a mí mismo? Si lo hiciera, saldría corriendo espantado”-Goethe


Aquel que se conoce a sí mismo es visto como el portador de cierta sabiduría de la que no
todos gozan. Desde la época remota en que fue tallado en el frontón del templo de Delfos
hasta nuestros días, el mandato ha gozado de gran popularidad, aún cuando sólo pobremente
podamos definir a qué se refiere en realidad y, mucho menos, alcanzarlo sin esfuerzo.

¿Qué significa “conocerse a sí mismo”?

“Te advierto, quien quiera que fueres, ¡Oh; tú que deseas sondear los arcanos de la
naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo
fuera! Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿Cómo pretendes encontrar otras
excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Conócete a ti mismo y conocerás al
universo y a los dioses!”. (Inscripción en el frontispicio del Templo de Apolo en el Monte
Parnaso, Grecia; 2500 a.C.).
Y, no menos importante: ¿Para qué?

La filosofía hace sus aportes. La búsqueda de la Verdad. Encontrar la virtud en el


conocimiento. La medida de lo que el hombre debe hacer como norma para su conducta.
Reconocer los límites de la propia naturaleza (¡y no aspirar a lo que es propio de los dioses!).
Evitar la desmesura. Reconocer sus posibilidades.

¿De qué se trata entonces conocerse a sí mismo? Y, lo que es más relevante quizá: ¿por qué
camino lo lograríamos? ¿Por el camino de la reflexión? ¿Se trata de un recorrido hacia las
“profundidades”? ¿de un viaje interior?. Vamos a ponerlo simple: si algo te resulta fácil y sin
esfuerzo es probable que sus resultados sean poco confiables. Como observó William Shaw:
Conocerse a uno mismo no sólo es la cosa más difícil, sino también la más incómoda. De
modo que si querés mantenerte en un plano especulativo e inútil podés seguir confiando en los
resultados de ese viaje interior de reflexión la mayor parte de las veces reforzado por la
impresión de “tener razón”.

Te proponemos aquí, en cambio, un “viaje exterior” para conocerte a vos mismo. Este viaje
será útil con una condición: tener conciencia de la propia ignorancia. De modo que si
considerás que ya te conocés bien a vos mismo, te despedimos cordialmente en esta
estación, «pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser
sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro
lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente
es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea
a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea
tampoco lo que no cree necesitar». (Platón, Banquete, 203e-204a).
Para poder extendernos, necesitamos ponernos de acuerdo en dos cosas básicas: qué es el “sí
mismo” y qué es “conocer”.

Aunque no suene muy poético (aunque para algunos de nosotros lo es), proponemos que el “sí
mismo” está compuesto por nuestros comportamientos, por las conductas que emitimos:
nuestras conductas son aquello que hace que seamos lo que somos –no olvidemos que pensar
y sentir son también conductas.

Y si acordamos en que “pensar y sentir” son verbos, acciones, entonces acordaremos en que
“conocer” es comportarse.

Desde el punto de vista del conductismo contextual-funcional, el conocer no es


específicamente la actividad del cerebro ni tampoco una actividad que ocurre en un “mundo
mental” atemporal y a-espacial; es una actividad de un organismo completo interactuando en y
con el mundo. (Hayes & Hayes, 1992). Conocer, así, es una conducta particular adecuada en
presencia de unos estímulos discriminativos dados (Freixa i Baqué, 2003).

Estamos entonces ahora listos para definir qué implica “conocerse a sí mismo”: se trata de
conocer las propias conductas. ¿Cómo conocemos nuestras conductas? Analizando las
circunstancias que las disparan, seleccionan, mantienen o eliminan. Y esas circunstancias sólo
podemos encontrarlas en su contexto y no en las conductas en sí mismas.

Si conocemos interactuando en y con el mundo y nuestras conductas son mantenidas por


factores ambientales, conocerse a sí mismo no puede sino ser un “viaje exterior”. Y como lograr
identificar qué mantiene nuestras conductas implica un análisis dedicado que muchas veces
contraría el “sentido común”, no es tarea fácil –diría Nietzsche: El sí mismo está muy bien
escondido de uno mismo.
La lección más importante: el conocimiento de sí, tal como lo hemos definido, no es un
conocimiento que se alcanza de una vez y para siempre. Si somos nuestras conductas y
conocer es un acto-en-contexto, conocernos a nosotros mismos es una tarea que no tiene fin.
Para los curiosos esto no puede ser sino una ventaja. Es un viaje en sí –una “práctica”-, no un
destino al que se llega.

Qué cuernos es el análisis funcional

Uno de los temas peor entendidos dentro de las terapias de tercera ola es el de análisis
funcional. Y es curioso que así sea porque constituye una idea central en tercera
ola, especialmente en las terapias de tradición más bien conductual (ACT, DBT, FAP, etc.).

Veamos si podemos proveer una introducción general y relativamente accesible de lo que


significa el condenado “análisis funcional” y así proveerlos de un tema de conversación que
será la sensación de la próxima rave a la que asistan. Dense por avisados: el análisis funcional
es un tema extenso, aquí sólo vamos a dar un panorama general sobre algunas de sus
implicaciones en la clínica más bien “cotidiana”.

Análisis funcional, ¿para qué?

Antes que nada: análisis funcional en realidad es “análisis funcional de la conducta“. Se trata
de LA herramienta clínica básica de toda terapia de orientación conductual.
En una primera aproximación, la idea del análisis funcional es simple: se trata de indagar, para
una determinada conducta, las relaciones que tiene con ciertas variables contextuales que la
influencian. Dicho así, pareciera ser simple, ¿no?. Pero permítanme una digresión para explicar
por qué es importante.
Comúnmente, los abordajes psicoterapéuticos hacen blanco en un contenido o conjunto de
contenidos de la psicología del paciente: cogniciones irracionales, emociones negativas,
complejo de Batman, contenidos reprimidos, baja autoestima, baja motivación, etc. Cada
terapia escoge su veneno. Luego se verá en la labor clínica si tal contenido es central o no,
pero el asunto es que la terapia gira en torno a la presencia o ausencia de
determinados contenidos psicológicos. Por eso, en la mayoría de los abordajes
psicoterapéuticos, los problemas del paciente se pueden definir en términos de presencia o
ausencia de ciertos contenidos intrapsicológicos (ya sean aisladamente o como constelación
de síntomas): este paciente siente ansiedad, este otro tiene pánico, este otro tiene trauma, y la
terapia procede en consecuencia, eliminando o corrigiendo el contenido problemático en
cuestión.
Para un terapeuta ACT/DBT/FAP , la información que surge de un abordaje así no es
necesariamente incorrecta: es insuficiente. Un contenido psicológico no basta para describir un
problema. Supongamos dos casos:
1. un paciente siente ansiedad cuando tiene que hablar en público, sube al escenario y
habla, prestándole atención al público y conectado con lo que tiene para decir.
2. otro paciente siente ansiedad cuando tiene que hablar en público, y gana la puerta cuando
le toca el turno de hablar.
En el primer caso, quizá no sea necesario hacer nada clínicamente (porque para ese hipotético
paciente la ansiedad no constituye un obstáculo). En el segundo caso, es probable que se
requiera algún tipo de intervención.

Lo que marca la diferencia entre ambos casos es la relación entre dos eventos: el contexto
(estar cerca del escenario y sentir ansiedad), y la conducta (hablar o salir corriendo). Y acá
está el carozo de la aceituna: para las terapias contextuales lo importante a la hora de analizar
e intervenir es la relación entre la conducta y el contexto (ciertas variables del contexto al
menos), no la mera presencia o ausencia de ciertos contenidos. Ninguna conducta tiene
sentido para un terapeuta contextual sin esa relación.
Una escena frecuente al supervisar es esta:

– Terapeuta supervisando: Esta paciente tiene ansiedad.


– Yo: ¿Y?
(Por decir esas cosas es que nadie quiere supervisar conmigo).

No es que uno sea jodido (bueno, sí lo soy, pero no es el punto), es que la información “siente
ansiedad” (o pánico, o pensamientos irracionales, o recuerdos intrusivos, etc.), es insuficiente.
Necesitamos algo más de información, y esa información viene en términos de relaciones
funcionales entre la conducta y el contexto en que sucede: ¿en qué consiste la ansiedad para
esa paciente? ¿Qué conductas aparecen en el momento que empieza a experimentar eso?
¿Qué conductas cesan? ¿qué consecuencias inmediatas tienen las conductas que realiza en el
momento de tener ansiedad? ¿qué consecuencias a mediano y largo plazo, sobre sus valores
y objetivos de vida?
La parte de describir la conducta en cuestión (en términos de intensidad, frecuencia, duración,
etc.), es lo que llamamos “topografía” o análisis topográfico de una conducta, es decir la
descripción, en qué consiste tal conducta. El DSM por ejemplo, es una colección
de descripciones topográficas (ciertos síntomas, con cierta frecuencia, con cierta intensidad,
etc.).
La parte de describir las relaciones entre esa conducta y su contexto o ambiente es la parte de
“función” o análisis funcional de la conducta.
La topografía es necesaria pero por lo general es insuficiente para intervenir. Como en el
análisis de la conducta decimos que la conducta es función del ambiente o contexto, llamamos
a estas relaciones “funcionales”, y de allí viene lo de “análisis funcional”.
Lo que llamamos habitualmente “análisis de la conducta” consiste en una descripción de
la topografía y de la función de una conducta. Ambas son necesarias, pero habitualmente, la
parte de la función queda excluida en la psicología. Esta es una de las principales diferencias
entre las terapias contextuales y otros modelos: no se consideran las experiencias psicológicas
en sí mismas solamente, sino que también se analiza la función que tienen.
Niveles de análisis funcional

El análisis funcional es como el lente de una cámara de fotos: se puede alejar hasta abarcar
una panorámica de una montaña, o acercar lo suficiente para ver el pétalo de una flor (lo sé,
soy la envidia de García Lorca). Dicho de manera menos poética, un análisis funcional puede
hacerse de manera general o con mucho detalle. Cuánto es necesario abarcar es una cuestión
puramente pragmática, que depende de cada caso.

Un análisis funcional requiere que establezcamos las relaciones entre tres cosas:

1. Cuál es la conducta que me interesa (conducta X)


2. Cuáles son los antecedentes (qué está sucediendo en el momento que se emite la
conducta X)
3. Qué consecuencias tiene (qué pasa en el mundo y en la persona una vez que se emite
la conducta X)
La parte de antecedentes y consecuencias es lo que llamamos “contexto”. Ahora bien, contexto
no significa “afuera” del organismo, sino “afuera” de la conducta. Como decía Skinner, “la piel
no es una barrera muy importante”. Contexto es un término no espacial sino más
bien temporal, que abarca:
a) Antecedentes: todo lo que estaba pasando en el momento de emitirse la conducta en
cuestión, ya sea en el mundo físico o dentro del organismo en cuestión. En el caso del orador
huidizo que vimos antes, si la conducta que nos interesa es que salió corriendo, el contexto es
el escenario, la gente, la ansiedad, las luces, los pensamientos, etc.
b) Consecuencias: todo lo que sucede una vez que se emite la conducta, dentro y fuera del
organismo. En el caso del orador huidizo, al emitir la conducta de huida podría ser que la
ansiedad inmediatamente disminuya, aparece culpa, ya no hay público ni luces, etc.

En la clínica, una forma simple de análisis funcional, el equivalente a la foto panorámica de la


montaña, podría ser algo así:

¿Qué estaba pasando, en vos y afuera, en el momento de salir corriendo? ¿y qué pasó
después?
Por supuesto, al preguntar de esta manera estamos sacrificando detalles. A veces puede ser
útil, a veces no. Como mencionamos antes, es una cuestión pragmática.

Pero un análisis funcional también puede ser minucioso en extremo. En la otra punta del
espectro, DBT utiliza como herramienta básica el llamado “análisis en cadena” (es un término
de DBT, consiste en un análisis topográfico + un análisis funcional detallado, todavía no he
conseguido una buena explicación de para qué cuernos le cambiaron el nombre), para una
autolesión puede expandir el contexto hasta abarcar qué tanto había dormido el paciente el día
anterior, si había estado consumiendo sustancias, si hubo eventos estresantes en los días
previos, y un largo etcétera. De esta manera, el análisis funcional puede abarcar un contexto
de incluso días.
Por otra parte, un análisis funcional puede llevarse a cabo tanto sobre eventos que suceden
fuera de sesión como sobre eventos que suceden en sesión:

(Terapeuta): – Me da la impresión de que te desconectaste de la sesión, desviaste la mirada y


estás hablando poco.
(Paciente): – Sí, me angustié y empecé a pensar en lo que voy a hacer cuando llegue a casa.
T: – Ah, ok, ¿y En qué momento empezaste a sentirte angustiado?
P: –Cuando mencionaste a mi papá
T: – ¿Esto es algo que te pasa a menudo, digo, desconectarte cuando sentís eso?
P: – Sí, pero termino estando colgado todo el día…
T: – Entiendo, debe doler un montón, y parece que cuando te desconectás del malestar, te
desconectás también de tu vida, de lo que estás haciendo. ¿Te parecería bien si por esta vez,
por un rato aquí, dedicamos un rato a estar con esas sensaciones y ver en qué consisten?
En esta pequeña viñeta, verán que están los mismos elementos de un análisis funcional más
detallado: los antecedentes contextuales (el terapeuta mencionando al papá, sentir malestar),
conducta (desviar la mirada y dejar de hablar). Las consecuencias no están del todo
especificadas en la viñeta (podría preguntarse sin problema), pero están implícitas:
“desconectarse” probablemente alivie en cierta medida el malestar. Las últimas tres líneas
representan una pequeña inducción a una forma de aceptación: una invitación a estar sin
defensa (aceptación), con sensaciones que generalmente son evitadas con cierto costo (estar
desconectado todo el día).

Entonces, un análisis funcional puede llevarse a cabo en dos segundos o en cuarenta minutos,
abarcar el contexto ampliado o el contexto inmediato, abarcar conductas fuera de sesión o
conductas en sesión, pero en su esencia, siempre incluye los mismos elementos:
antecedentes, consecuencias, y su relación con la conducta.

Cerrando

Por supuesto, hay mucho, muchísimo más para decir y aprender sobre el análisis funcional. En
este artículo sobre pretendimos dar un panorama general de lo que significa en la clínica
cotidiana.

Toda acción humana, toda conducta, tiene determinantes históricos y ambientales, distantes e
inmediatos. El análisis funcional no es un trámite ni una formalidad; tampoco es algo que
utilicemos de vez en cuando, como si se tratara de una técnica en particular. Es un recurso que
utilizamos todo el tiempo, y es la mejor herramienta con la que contamos.

Una herramienta que nos recuerda todo el tiempo que las conductas no suceden en el vacío;
como decía Ortega y Gasset, “soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
Nosotros diríamos que es la acción y su contexto, en un ida y vuelta múltiple y recíproco.

Cómo crear grupos que funcionen: la plataforma PROSOCIAL

Hace un tiempo me encontré con un anuncio que me llamó la atención (cosa que no es muy
difícil cuando uno es un poco disper— miren, un pajarito!).

En concreto, lo que se anunciaba era que The Evolution Institute (EI) —una organización
destinada a la diseminación e implementación de ciencia evolutiva— junto con la Associacion
for Contextual Behavioral Science (ACBS) —una institución destinada a la diseminación e
implementación de ciencia conductual— habían llevado a cabo un proyecto en conjunto, un
“marco práctico para mejorar la eficacia de grupos”. Sonaba un poco a chino para mí, por lo
cual me puse a investigar un poco. Permítanme que les cuente.
Los grupos y la tragedia de los comunes

Hay desarrollos en ciencia evolutiva que sugieren que la característica principal de los seres
humanos, la que da origen al lenguaje y la cognición, el uso de herramientas y la cultura es la
capacidad y la tendencia a la cooperación. Como habrán notado, la pertenencia a grupos es
una parte importante de nuestras vidas —“grupos” entendido aquí como cualquier agrupación
de personas con un fin común, puede tratarse de una familia, una comunidad, una nación, una
banda de músicos, miembros de un equipo de trabajo; pueden ser dos personas, cincuenta o
diez mil.
Ahora bien, no todos los grupos funcionan de manera eficaz. En particular, un problema que
suele surgir en los grupos es una versión de lo que Hardin (1968), ha denominado “la tragedia
de los comunes”. Permítanme darles el ejemplo clásico de esto.
Imaginen una comunidad que comparte un área de pastoreo para sus vacas. El terreno sólo
puede alimentar a un determinado número de vacas, pero cada granjero puede obtener un
beneficio personal si agrega más vacas propias al terreno común. Ahora bien, si todos los
granjeros hacen eso, entonces el bien común se arruina, y pierden todos. Esta misma
situación se puede repetir con variaciones en todo tipo de grupos, como podrán imaginarse
(piensen en miembros de un comité que omiten su trabajo, equipos de trabajo en los cuales
alguien obtiene ventajas económicas a expensas de los demás, músicos que faltan a los
ensayos de una banda, etc.)

La solución postulada tradicionalmente es que se necesita una regulación superior o privatizar


los bienes comunes para prevenir que esto suceda. Desde esta perspectiva, la única forma de
prevenir la tragedia de los comunes es implementar un organismo de gobierno, externo al
grupo, que regule el acceso a los bienes comunes, o bien que el bien común pertenezca a un
tercero (privatización).

Ahora bien, Elinor Ostrom estudió los grupos o comunidades que administraban bienes
comunes y propuso una solución diferente. Ostrom postuló que no era siempre necesaria una
administración o control externo al grupo, ya que algunos grupos, cuando cumplían con
algunas condiciones, podían administrar exitosamente los bienes comunes de manera
sustentable (Cox, Arnold, & Villamayor, 2010). Postuló entonces en base a varias
investigaciones una serie de principios, y este trabajo le valió un premio Nobel en economía en
2009 (fue la primera mujer en recibir el Nobel de economía, dicho sea de paso) (Baiardi, 2011).
Ahora bien, lo que hicieron los dos institutos mencionados fue reformular y adaptar esos
principios de acuerdo a lo que mejor conocen: las teorías evolucionistas sobre la
cooperación y las teorías sobre la conducta humana (Wilson, Ostrom, & Cox, 2013). De
esta cooperación surgió una serie de 8 principios centrales junto con una guía de aplicación,
que puede utilizarse con a cualquier grupo con un fin común que tenga interés en mejorar su
eficacia. Estos 8 principios centrales describen básicamente, cuál es la mejor manera de
diseñar un grupo de forma tal que pueda lograr sus objetivos y mejorar la cooperación y el
bienestar de sus miembros.
En la práctica la plataforma PROSOCIAL se aplica en dos o tres jornadas de trabajo con un
grupo, guiadas por un par de coordinadores (aunque puede ser administrada por el propio
grupo), con el fin aumentar la flexibilidad psicológica de sus miembros, evaluar la situación del
grupo respecto a los principios centrales y resolver problemas para la aplicación de esos
principios.

Además de la aplicación de principios de diseño de grupos, PROSOCIAL utiliza intervenciones


de mindfulness y valores personales provenientes de Terapia de Aceptación y Compromiso
para facilitar la discusión de los principios.

Dado que estaba curioso sobre las características distintivas de PROSOCIAL me puse en
contacto con Paul Atkins, un colega y coordinador PROSOCIAL, y esto lo que dijo sobre la
plataforma:

“Para mí hay dos grandes formas en las cuales (PROSOCIAL) difiere de otras formas de
facilitación grupal que he utilizado en el pasado:
a) Muchos modelos parecen enfocarse O BIEN en la parte emotiva y simpática (de pertenecer
a un grupo), o BIEN en la parte más dura, como la necesidad de monitorear y resolver
conflictos. La evidencia sobre la conducta humana sobre la cual este modelo está construido
muestra claramente que los humanos están respondiendo a sistemas, y que según el ambiente
que creemos pueden suceder conductas positivas y gentiles o bien conductas individualistas y
egoístas.
b) El uso de mindfulness y valores al inicio cambia completamente la dinámica de la
conversación. Ya se que se esté usando la matrix, el modelo de punto de elección o alguna
otra herramienta, la inclusión de Terapia de Aceptación y Compromiso profundiza todo de
manera que incluso una conversación sobre monitoreo, por ejemplo, se convierte en
“monitoreo al servicio de qué”.
Los principios centrales de PROSOCIAL

Los 8 principios tienen dos fines principales: coordinar y proteger al grupo. “Proteger al grupo”
implica especialmente establecer algunos criterios de organización que reduzcan la
probabilidad de que algunos miembros se aprovechen del grupo, y que influencias externas lo
perjudiquen. Todos conocemos casos de grupos que se han desarmado o que han resultado
ineficaces porque sólo colaboraban algunos de los miembros (piensen en los grupos para
hacer un trabajo práctico en el colegio o la facultad, por ejemplo), o grupos en los cuales el
esfuerzo de algunos miembros no les reportaba ningún beneficio o reconocimiento.
En cierto modo, la plataforma PROSOCIAL asume que si no se cumplen ciertas condiciones en
el diseño de un grupo, las probabilidades de que un miembro se beneficie a expensas de los
demás son altas, y esto lleva a una reducción de la cooperación y de los esfuerzos grupales
(para poner un ejemplo práctico: ¿cuánta motivación sienten para pagar impuestos -lo que
podríamos llamar una forma de participación en el grupo llamado “país”- cuando se enteran
que un dirigente político está usando fondos públicos para fines propios?).
Algunos grupos adoptan buenas prácticas espontáneamente, o por una serie de ensayos y
errores, o bien aprendiendo de otros grupos, y en esos casos la aplicación de los principios es
automática o implícita. Pero en la mayoría de los casos, una revisión del grupo a la luz de estos
principios puede mejorar en gran medida el funcionamiento de un grupo y el bienestar de sus
miembros. Hay que mantener en mente que el cómoimplementar los principios varía de grupo
en grupo, los principios PROSOCIAL no son un recetario sino una guía.
Veamos a continuación un resumen de los principios centrales de PROSOCIAL. Si participan
en un grupo cuyos miembros comparten una tarea o fin en común, quizá les interese
considerar en qué medida están siendo aplicados los principios. Por supuesto, no todos los
principios aplican en todos los casos, y en otros casos, se necesitan algunos principios
adicionales; depende siempre de la características del grupo en cuestión (por eso se suele usar
un coordinador para llevarlos a cabo).

Para dar un ejemplo práctico de la aplicación, supongamos que vamos a armar una banda de
rock llamada Los Borbotones y veamos cómo se podrían aplicar cada uno de los principios en
ese caso.
1. Identidad grupal y comprensión del propósito

El primer principio establece que es central que los miembros se perciban a sí mismos como
parte de un grupo con un objetivo. Por un lado, esto involucra establecer claramente cuáles son
los miembros y las fronteras o límites del grupo.

Por otro lado, clarificar y explicitar cuál es el propósito del grupo y generar actividades no
directamente relacionadas con el objetivo del grupo (como juntarse a cenar una vez por
semana), adoptar un nombre, emblema u otro tipo de símbolo que identifique a los miembros
puede generar un fuerte sentido de pertenencia grupal. En este punto el modelo PROSOCIAL
utiliza recursos de clarificación de valores provenientes de Terapia de Aceptación y
Compromiso. Básicamente este principio responde a la pregunta “¿por qué estamos haciendo
esto, al servicio de qué?”

Los Borbotones: este principio es de aplicación relativamente sencilla para nuestro grupo de
rock. Además de lo musical, acordamos un nombre, una vestimenta y otros temas de estética,
y en las primeras reuniones establecimos cuáles serían los miembros estables del grupo.
2. Distribución justa de los costos y beneficios

El segundo principio establece que el grupo debe establecer un mecanismo o acuerdo por el
cual los beneficios percibidos por cada miembro sean proporcionales a la contribución que
haya realizado al grupo. Cuanta más injusticia haya en el reparto de beneficios según costos,
menos probable es que el grupo pueda funcionar fluida y cooperativamente.
Esto no necesariamente implica que todos los miembros deben recibir beneficios iguales,
sino proporcionales al costo y esfuerzo que dedican. Es apropiado que, por ejemplo, los
miembros que contribuyan más o que asuman mayores riesgos o responsabilidades perciban
un beneficio proporcional.
La implementación de este principio puede variar para ajustarse a las características del grupo.
Por ejemplo, algunas tareas pueden ser realizadas de manera rotativa por los miembros de
manera que sean un esfuerzo compartido; o bien las finanzas del grupo pueden ser
administradas por dos personas en lugar de una de manera de garantizar transparencia en el
manejo.

Tampoco esto implica que “beneficios” se refiera exclusivamente a recompensas económicas o


materiales. En ocasiones puede significar, por ejemplo, obtener reconocimiento social por las
contribuciones.

Los Borbotones: aplicamos este principio en nuestro grupo estableciendo, entre otras cosas,
que el compositor y arreglador de las canciones (es el tecladista, porque al resto no se nos cae
una idea ni aunque nos pongan patas para arriba), perciba un porcentaje mayor de las
ganancias por show o de las regalías. Además, quien proporciona el vehículo para llevar los
instrumentos (el baterista en nuestro caso), recibe una compensación por el combustible y
mantenimiento del vehículo si es necesario.
3. Proceso inclusivo y justo de toma de decisiones
Este principio enuncia que es central que el proceso de toma de decisiones en el grupo sea
inclusivo. Si bien la manera ideal de lograr esto es que todas las decisiones se tomen por
consenso, esto no es siempre posible.

En ciertas situaciones, un grupo puede delegar decisiones simples en un miembro confiable del
grupo y que otros miembros revisen ese proceso, mientras que las decisiones más complejas
sean tomadas por el grupo en conjunto.

Los Borbotones: decidimos grupalmente cuando se trata de temas importantes, como por
ejemplo, con qué discográfica firmar para hacernos ricos, y las decisiones más pequeñas,
como por ejemplo, armar la lista de canciones que vamos a tocar en un show, son tomadas por
el tecladista y el bajista (mayormente para darle algo que hacer).
4. Monitoreo de conductas pactadas

Un dato interesante: un chequeo de rutina, que incluye revisar en voz alta items como “estamos
operando al paciente correcto” y “estamos realizando una apendicectomía”(en lugar de,
digamos, una lobotomía), reduce las muertes en quirófano a la mitad (y las complicaciones
quirúrgicas en un 30%), según un informe de la OMS.

Establecer un procedimiento de monitoreo para los comportamientos relevantes para el grupo


sirve a dos propósitos: coordinación de los esfuerzos (el checklist prequirúgico tiene
principalmente esa función), y protección del grupo. Cuando no se protege al grupo por medio
del monitoreo pueden pasar dos cosas: que algunos miembros se aprovechen injustamente de
los recursos comunes, y que los miembros más cooperativos reduzcan su participación porque
saben que pueden verse explotados.
Los Borbotones: armamos un calendario de ensayos y de fechas para tocar que está
accesible para todos, y antes de tocar revisamos la lista de canciones grupalmente para
asegurarnos de que vamos a tocar todos lo mismo, cosa que no siempre pasaba.
5. Sanciones graduales para conductas indeseadas

Este principio establece que debe existir un sistema de sanciones graduales para las
conductas nocivas para el grupo.

Hace algunos participaba en reuniones de supervisión de terapeutas, en las cuales si un


miembro llegaba con algunos minutos de retraso de la hora de inicio tenía que someterse a un
análisis conductual de su tardanza (si no están familiarizados, es un proceso algo tedioso de
análisis de causas y soluciones). Si las tardanzas eran excesivas y reiteradas, ese miembro
recibía una reprimenda, y en caso de tardanzas repetidas y excesivas, era posible que fuera
expulsado. A eso se refiere el principio de “sanciones graduales”.

Algunos grupos no tienen sanciones graduales: tan solo toleran conductas nocivas hasta que
se expulsa al miembro responsable o bien se disuelve el grupo. Otros grupos tienen sanciones
graduales pero no las aplican, o bien las aplican sólo a algunas miembros. Acordar
grupalmente cuáles son las conductas nocivas para el grupo y qué consecuencias tendrá es
una buena idea; de esa forma todos los miembros pueden saber y acordar qué acciones son
indeseables para el grupo y se reducen las chances de que una sanción sea percibida como
injusta.

Los Borbotones: acordamos que quien llegue tarde a los ensayos tiene que acomodar la sala
cuando nos vayamos. Quien llega tarde dos veces seguidas, tiene que traer comida para todos
la próxima vez. Con ese sistema, el guitarrista nos estuvo alimentando durante un mes.
6. Resolución rápida y justa de conflictos
Generalmente cuando armamos un grupo no consideramos la posibilidad de conflictos y de
cómo resolverlos. Los roces aparecen después de un tiempo, y con frecuencia hay que
resolver conflictos sobre la marcha, en el calor del momento. Por esto, el principio 6 sugiere
que establecer de antemano una forma de resolución de conflictos puede ayudar a que los
mismos se resuelvan de manera rápida y de la forma más armónica posible.

Una estrategia frecuente suele ser delegar la resolución de conflictos en los miembros del
grupo de mayor experiencia —por ejemplo, varias sociedades a lo largo de la historia han
recurrido a un consejo de ancianos para arbitrar disputas.

Los Borbotones: acordamos que en caso de disputas sobre decisiones a tomar se decida por
votación. Cuando esto no sea posible por la naturaleza de la disputa, es nuestro Manager el
que oficiará de árbitro.
7. Autoridad para autogobernarse

Este principio no se refiere tanto al diseño interno del grupo, sino más bien a las relaciones del
grupo con el resto de la sociedad. Para funcionar exitosamente, un grupo debe adquirir la
capacidad de tomar sus propias decisiones dentro del marco de la sociedad en la que se
encuentra.

Este principio establece que, además de resolver las cuestiones internas al grupo, el mismo
debe enfocarse en los asuntos externos que limiten o mejoren la capacidad de autogobierno.
En ocasiones, esto puede incluir, por ejemplo, organizarse para peticionar a las autoridades
locales o a los niveles jerárquicos de una empresa.

Los Borbotones: prohibimos que la novia del tecladista viniera a los ensayos. Seguía
insistiendo que en la mitad de una balada hubiera un solo de licuadora eléctrica.
8. Relaciones apropiadas con otros grupos

Frecuentemente es necesario interactuar con otros grupos para lograr algunos objetivos. En
estos casos, los fines de protección y cooperación aplican no sólo al grupo inicial, sino a las
relaciones con otros grupos. Cuando dos o más grupos colaboran para conseguir un fin común,
los mismos principios que hemos revisado hasta ahora aplican a las relaciones entre los
grupos.
Los Borbotones: con otros grupos de música nos organizamos para pedir que los dueños de
locales en que tocamos dejen de alimentarnos exclusivamente en base a pizza de muzzarella.
Cerrando

Los principios no son una panacea ni una garantía, sino tan solo una mejor forma de proteger y
coordinar grupos. Algunos grupos requerirán principios auxiliares además de los 8 principios
centrales que listamos. Cabe señalar que los principios se pueden aplicar a múltiples niveles:
funcionan tanto para nuestra hipotética banda de rock como para una comunidad o un país,
variando las formas de implementación en cada caso.

Lo que me ha resultado fascinante desde el inicio sobre PROSOCIAL es que se trata de la


aplicación de principios con fuerte respaldo empírico, provenientes de áreas disímiles pero
compatibles (economía, sociología, ciencia evolutiva, ciencia conductual), y, cosa rara en estos
casos, ha resultado en una aplicación tremendamente práctica.

¿Como evolucionará la plataforma PROSOCIAL? Es difícil de decir, pero tiene perspectivas


más que interesantes. Le preguntamos a Kevin Polk, uno de los desarrolladores de la
plataforma y coordinador de grupos, cuáles creía él que eran los puntos débiles del modelo. Su
respuesta fue interesante:
“No sé si hay una debilidad en el modelo. Un problema que tiene ProSocial es que se trata de
un modelo de colaboración/cooperación, mientras que la mayoría del mundo occidental trabaja
desde un modelo de obediencia. Ese cambio de exigir obediencia a fomentar cooperación es
difícil para muchos maestros y managers. Puede ser difícil incluso para grupos comunitarios”

Por qué (no) me importa ACT

En los talleres de nivel inicial de Terapia de Aceptación y Compromiso suelo empezar


describiendo por qué trabajo con ACT, es decir, por qué me gusta ACT, y querría repetirlo aquí
para ustedes, los dos lectores que tenemos.
Básicamente, hay dos características que me atraen del modelo. En primer lugar –esto es un
requisito indispensable– se trata de un modelo con base empírica. La comunidad ACT tiene un
fuerte interés en la investigación, tanto en investigaciones de eficacia como en investigaciones
más pequeñas, de proceso. La teoría de marco relacional, la base de ACT, tiene también un
enorme número de investigaciones publicadas (en el sitio web de la ACBS se listan un poco
menos de 250 publicaciones de investigaciones sobre RFT, y eso sin contar los artículos
conceptuales…).
En segundo lugar, me atrae la flexibilidad y sensibilidad del modelo. ACT es un modelo que
permite trabajar con diagnósticos cerrados (digamos, pánico), en un protocolo, pero que a la
vez tiene sensibilidad y flexibilidad suficiente para abordar temas más abstractos y complejos –
el modelo abarca valores, una vida con sentido, y nuestra relación con un mundo que a veces
duele.

Es por estos motivos que es uno de los modelos que más uso en terapia con mis pacientes, es
por estos motivos que enseñamos y escribimos en un par de lugares sobre ACT.

Al mismo tiempo, ACT, como cualquier otra teoría, me importa un carajo.

No me dedico a la psicología para defender una teoría, ni para cuidar la reputación de sus
creadores. No tengo ni idea de por qué entré en esta disciplina, pero sí sé por qué sigo en ella:
porque conozco de primera mano el sufrimiento, pero, más importante aún, porque conozco de
primera mano el sufrimiento de los demás. Conozco el dolor de ver personas que me importan
abandonar proyectos por el pánico, o la reclusión por la ansiedad social. Conozco el dolor de
ver personas que adoro torturadas por un recuerdo o una idea.

Pero hay algo más. He visto, una y otra vez, a esas personas en terapias que no les sirven.
Terapias en las que transcurren años sin que haya cambios perceptibles. Terapias que
terminan fomentando el uso crónico de medicamentos (los mejores aliados de los laboratorios
son las psicoterapias ineficaces), o una dependencia penosa del terapeuta. Terapias que
terminan culpando al paciente por su sufrimiento, o que fomentan una actitud terriblemente
poco compasiva por parte del terapeuta.

Y este es el asunto: no siempre puedo ayudar de manera directa (y especialmente no puedo


ayudar a las personas cercanas como psicólogo), pero sí puedo hacer otra cosa: diseminar
terapias que funcionen, hacerlas accesibles y comprensibles, en la medida de mis
posibilidades. Ayudar a otros terapeutas a ayudar de la mejor manera posible.

Es por eso que rechazo ciertas teorías de psicoterapia. No por adherencia a otro modelo
(rechazar el modelo A solamente porque no es el modelo B me resulta algo curioso), sino
porque no son la mejor forma de lidiar con el sufrimiento humano, ya sea porque no puedan
demostrar sus postulados, o porque no les interese demostrarlo y apelen a mi fe o a mi
experiencia personal (“no lo puedo demostrar, tenés que probarlo por vos mismo“). Y el tema
es que apelar a mi experiencia personal en estos asuntos es mal negocio. Mil veces he
experimentado y luego creído en cosas que resultaron erróneas, mil veces algo en lo cual creía
a pie juntillas terminó siendo una patraña. Mi experiencia personal está bien para el arte, por
ejemplo (la única manera de saber si me gusta una canción es escucharla), pero no es lo mejor
para otros ámbitos (digamos, la experiencia personal no es la mejor manera de descubrir si el
cianuro es buen condimento para el arroz).
ACT, como los otros modelos con los que trabajo, es un medio para un fin. Nada más. Toda
teoría lo es, por supuesto, pero en psicología suele suceder que el medio se convierte en un fin
en sí mismo, y la utilización de una teoría se convierte en un culto a quien la desarrolló (basta
notar la cantidad de modelos psicológicos cuyos seguidores se identifican por el nombre de su
creador). Por eso es una mala idea proponer que una teoría se convierta en un estilo de vida (y
algunos modelos de psicoterapia son propensos a esto): se pierde el espíritu crítico, se pierde
el escepticismo, se pierde de vista el fin. Si sirve para lidiar con algunas dificultades, perfecto,
pero recordemos que es tan sólo una teoría, no la receta para vivir.
ACT es un medio para un fin. La enseñamos porque es una terapia amigable tanto para
terapeutas de orientaciones humanísticas como para terapeutas que buscan terapias con
soporte empírico. La enseñamos porque es un modelo relativamente económico de aprender
(tiene un conjunto pequeño de procesos postulados), y de aplicación potencialmente muy
amplia. La enseñamos porque a algunos terapeutas los puede acercar a la práctica basada en
evidencia, y a otros terapeutas los puede ayudar a expandir su repertorio de opciones
terapéúticas.

Pero es un medio para un fin. Es una teoría, y en última instancia, todas las teorías son
erróneas. Como decía Hayes, el asunto es descubrir pronto de qué manera son erróneas. Las
investigaciones hasta ahora sugieren que ACT es más o menos igual de efectiva que las
mejores terapias para ciertos tipos de trastornos psicológicos (no para todos, pero sí en general
para los motivos de consulta más habituales). Si las investigaciones de ACT siguen dando
bien, perfecto, vamos adelante. Pero si aparecieran alternativas consistentemente mejores, si
los recursos que usamos resultaran peores que otros, abandonemos el barco más rápido que
ligero.
No me importa ACT. Me importan las personas.

Carapálidas y el naranjazo (acerca de cognitivos y conductuales)

Cada tanto alguien me pregunta sobre las diferencias entre enfoques cognitivos y
conductuales, y me encuentro con que la mayoría de las personas tiende a pensar que éstas
se resumen a que los cognitivos “creen” en los pensamientos y los conductuales sólo en la
conducta observable. Como podrán imaginar ustedes, la cosa es un tanto más compleja.

Si me siguen por un rato (digo, si no hay nada mejor que hacer), permítanme intentar explicar
una de las principales diferencias con un ejemplo que usamos en una clase hace unos días.
Para esto, tendremos que dar un rodeo (el primero del día), y hablar un poco de las hipótesis
causales, es decir, de qué hablamos cuando hablamos de las “causas” de un fenómeno.

Claudio y Carlos

Para poner un ejemplo que nos ayude a entender el embrollo, supongamos que tenemos esta
inquietud: ¿por qué algunas personas tienen la piel más clara que otras?
Le hacemos la pregunta a Claudio, nuestro médico de confianza, quien nos da esta respuesta:

—Algunas pieles son más claras porque se sintetiza menos melanina, el pigmento que le da
color a la piel.
(Para mantener la brevedad del artículo, omitamos el proceso biológico detallado). Esta es una
respuesta completamente válida, pero sospechamos que no es la única forma de responder a
nuestra pregunta. Algo desconfiados, más tarde ese mismo día le preguntamos a Carlos,
nuestro biólogo evolutivo de cabecera, quien nos responde lo siguiente:

—La vitamina D (que previene, entre otras cosas, el raquitismo), se sintetiza a partir de la
exposición a la luz solar (motivo por el cual es buena idea que largues la computadora de tanto
en tanto). Las pieles claras aparecieron hace unos 50.000 o 100.000 años atrás, a medida que
los seres humanos se asentaron en latitudes más distantes del Ecuador con menos horas de
luz solar. En esas condiciones la piel con menos pigmento resulta favorable en tanto requiere
menos horas de exposición al sol para producir vitamina D (link). Ese cambio en las
condiciones ambientales llevó a que las pieles más claras contaran con ventaja en esas
latitudes (y con desventaja en regiones con más sol porque reciben cinco veces más radiación
ultravioleta, lo que aumenta la incidencia de cáncer de piel).”
Ambas respuestas son completamente distintas y a la vez completamente válidas. Claudio
responde hablando sobre el mecanismo bioquímico que lleva a que la piel se vea más pálida;
Carlitos, en cambio, menciona las condiciones históricas y ambientales que ocasionaron que
ese cambio tenga lugar. En cada caso, lo que está en discusión es el tipo de hipótesis
causales que se ponen en juego, el tipo de perspectiva que se adopta al responder.
Nos vamos, maldiciendo por lo bajo a Claudio y Carlos, pero no podemos sacudirnos la
impresión de que algo similar sucede entre los modelos cognitivos y los modelos conductuales
en cuanto a los fenómenos psicológicos. Tomemos el caso de la depresión, y hagamos la
pregunta “¿qué causa la depresión?”. Para ilustrar la posición cognitiva en este tema, citemos a
Beck (2010):
“debemos buscar el principal foco de patología en el modo peculiar que tiene el individuo de
verse a sí mismo, sus experiencias y su futuro (la “tríada cognitiva”) y en su forma idiosincrática
de procesar la información (inferencia arbitraria, recurso selectivo, sobregeneralización, etc.).”
Mientras que para ilustrar la posición conductual, citemos a Martell et al (2001)

“Nuestra principal asunción es que la depresión puede ser conceptualizada como un proceso
ocurriendo en el contexto de las vidas de las personas, esto es, la depresión puede ser
comprendida como una serie de acciones y eventos más que como un objeto o mecanismo
interno.(…) La depresión puede ser significativamente abordada como las relaciones entre las
personas y sus ambientes”
En el caso de Beck, la explicación apela a causas internas, a un mecanismo que se pone en
marcha; se parece más a aquella respuesta de Claudio , “hay menos melanina en la piel”. En el
caso de Martell, la explicación apela a los intercambios del ambiente. En lugar de mirar hacia
adentro, mira afuera, a los intercambios entre individuo y ambiente, y se parece más a la
respuesta de Carlos “los humanos se mudaron a regiones con menos sol”.
¿Cuál respuesta es más válida? Ninguna, por supuesto. Estamos hablando de distintas formas
de conceptualizar la realidad. En rigor, estamos hablando de distintas hipótesis del mundo, en
el sentido propuesto por Stephen C. Pepper, y haremos aquí la segunda digresión del día (les
juro, no es que los odie, es que tengo el pensamiento arborizado).
Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Philosophical Club Band

Pepper (1942), sostenía que todos los sistemas filosóficos se pueden agrupar en torno a un
puñado de perspectivas que él llamó “hipótesis del mundo”. Las mismas representan modelos
o guías para las observaciones e inferencias que se realizan (anticipando en cierto modo las
ideas de paradigma de Kuhn, quien estaba familiarizado con el trabajo de Pepper).
Las hipótesis del mundo se basan a su vez en “metáforas raíz”, conceptualizaciones de sentido
común de un área que guían la construcción de conceptos y categorías. Dicho de otra manera,
frente a un fenómeno a analizar, las metáforas raíz son distintas formas de responder a esta
pregunta: “fundamentalmente, ¿cómo vemos el mundo, cómo construimos conceptos y
categorías y cómo consideramos que algo sea verdadero?”.
Según Pepper, hay cuatro formas principales de respuesta en los sistemas
filosóficos: formismo, organicismo, mecanicismo y contextualismo. A fines de este artículo,
omitamos las dos primeras y digamos que la posición cognitiva se ve mejor ilustrada por el
mecanicismo, mientras que la posición conductual se enmarca mejor en el contextualismo.
Expliquemos un poco esto.
Dicho mal y pronto (como todo lo que escribo), el mecanicismo utiliza la metáfora raíz de
una máquina para estructurar el mundo; esto es, ve y categoriza los fenómenos que analiza
como pertenecientes a un mecanismo, partes que integran un todo (pero las partes son lo
primero), y de cuya interacción surgen los fenómenos. De hecho la metáfora de la máquina es
bastante explícita en el campo de la psicología cognitiva; abran un libro de terapia cognitiva y a
poco recorrer verán un esquema o diagrama de la interacción entre las distintas partes de la
mente humana.
El contextualismo, por su parte, utiliza la metáfora raíz de “el acto en contexto”, es decir, la
acción históricamente situada. Es desde ahí que ve y categoriza el mundo: como los
intercambios entre el acto y su contexto (parecido a aquello de “el hombre y su circunstancia”,
de Ortega y Gasset). Es una posición holística, en el sentido que el todo es lo primero, y las
partes son derivadas. Nuevamente, abran un libro de conductismo, y verán enseguida cómo la
conducta es explicada en términos de las acciones y los intercambios con el ambiente (algunos
tipos de conductismo, al menos).
Es por eso que cuando le preguntamos a Claudio sobre la coloración de la piel, responde
desde una perspectiva mecánica, mientras que cuando le hacemos la misma pregunta a
Carlos, responde desde una perspectiva contextual. Es por esto también que Beck y Martell
(los dos ejemplos que citamos), responden de manera tan distinta: están viendo el mundo de
otra manera.

Por supuesto, el contextualismo y mecanicismo no sólo sirven para describir los abordajes
conductuales y cognitivos. La teoría freudiana, por ejemplo, es claramente mecanicista (la
psique compuesta por partes que interaccionan entre sí –incluso Freud incluyó diagramas de la
interacción entre partes); las teorías sistémicas son más bien contextuales, por otra parte.

La media naranja

Pepper fue muy explícito en que una hipótesis del mundo no se puede evaluar en términos de
la otra –como diría Kuhn luego, los distintos paradigmas son incomensurables. Digámoslo así:
si yo veo un edificio desde arriba y otra persona lo ve desde abajo, no tiene sentido postular
que una perspectiva es más “verdadera” que la otra. A la vez, no se puede evitar tener una
perspectiva, y no es posible tener perspectivas múltiples de manera simultánea.

Esto no implica que no haya nada para decir sobre la diferencia entre ambas posiciones,
porque cada forma de ver el mundo tiene distintos efectos.

La perspectiva conductual tiende a abordar los fenómenos psicológicos en términos de su


contexto, es decir, de variables ambientales e históricas. Es por esto que el estudio de caso de
larga duración ha sido una de las formas privilegiadas de trabajo en el análisis de la conducta,
más que los métodos estadísticos. Es por este motivo que Skinner, bromeando, mencionó que
quería incluir una dedicatoria en su libro “Schedules of reinforcement”: “Dedicado a los
matemáticos, estadísticos y metodólogos científicos con cuya ayuda este libro nunca se
hubiera escrito”.
Pero esto va un poco más allá. Esta perspectiva tiene otro requisito, y es que la explicación de
los fenómenos tiene que desembocar finalmente en variables manipulables, es decir, eventos
que uno pueda controlar o influenciar directamente.
Para un conductista una explicación que no incluya esas variables no es necesariamente
errónea: es incompleta porque no se pueden manipular los pensamientos directamente.

Y esta es la raíz, diría yo, del rechazo conductual a las hipótesis cognitivas. Las hipótesis
cognitivas sobre los fenómenos, por lo general, adjudican estatus causal a los pensamientos o
experiencias internas: “Pedro hace X porque pensó Y” (por supuesto que la cosa es más
compleja que esto). Para el conductista este tipo de explicación es insuficiente porque no
incluye a) las variables contextuales en las que sucede X, b) las variables para que piense Y, c)
y las variables contextuales que permiten que haya un vínculo entre X e Y.
Es la misma crítica que Carlos, nuestro biólogo, podría hacerle a Claudio, nuestro médico, con
respecto al fenómeno de las pieles pálidas: “tu explicación está incompleta, no explicás qué
generó que haya menos melanina, sólo describís el mecanismo”. Es que para Carlos, hasta
tanto la explicación no llegue a las variables ambientales, la explicación será insatisfactoria.

Por mi parte, creo que en psicología ambas posiciones tienen sus debilidades y fortalezas. Por
ejemplo, el mecanicismo (la cognitiva, digamos), mirando hacia adentro del fenómeno, tiende a
olvidar el contexto más amplio en el cual suceden sus fenómenos. El contextualismo (los
contextuales), mirando los alrededores del fenómeno, es muy eficaz en considerar el contexto
inmediato e histórico, pero tiende a carecer de precisión, de detalle.

Y no hay forma de escapar a esto, no hay una posición superadora, sólo otras perspectivas con
otras fortalezas y otras debilidades. Ortega y Gasset escribió alguna vez que nadie jamás ha
visto una naranja, sólo podemos ver media naranja e imaginarnos la mitad que queda del otro
lado. Lo que sí podemos hacer es pedirle a quien está viendo la naranja desde el otro lado que
nos cuente qué es lo que ve, y a su vez, esa persona puede escuchar qué es lo que tenemos
para decir.

Compartir la naranja en lugar de zumbarle al otro un naranjazo por la cabeza. Hay fruta para
rato.

Artículo invitado: La externalizacion del problema desde una perspectiva


contextualista funcional

Creemos que es una buena idea la conversación con ideas y perspectivas distintas a la propia.
Por eso, cuando el Lic. Javier Mandil —uno de los directores del ETCI (Equipo de Terapia
Cognitiva Infanto Juvenil), y co-autor de varios libros que son referencia obligada para quienes
trabajan TCC con niños y adolescentes— nos contó que había estado trabajando en una idea,
pensando en cierto diálogo posible entre ACT y herramientas de terapia narrativa, lo invitamos
a publicar el artículo en el blog —aún cuando eso deje en evidencia la pobreza conceptual de
nuestros propios artículos.
Le agradecemos a Javier por la colaboración, y esperamos que les guste tanto como a
nosotros.

La externalizacion del problema desde una perspectiva contextualista funcional.


¿Posible herramienta ACT?

Lic. Javier Mandil


Fundación Equipo de Terapia Cognitiva Infanto Juvenil (ETCI)
1-Introducción: Teoría y Practica del Cut and Paste

¿Nada se pierde y todo se transforma? Este, como todos los planteos absolutistas, es
discutible. Más bien, pareciera ser que algunos conceptos y herramientas nodales de la
práctica psicoterapéutica tienen razón para conservarse y transformarse gracias a su utilidad
clínica y a la posible coherencia con marcos epistemológicos actuales. No es lo mismo plantear
desde un conservadurismo epistémico “esto ya lo dijo Freud” que reflexionar “Este planteo X
presenta ciertos paralelismos con Y, y revisándolo de la manera alfa podemos incorporarlo
como herramienta en el marco omega”. Abducciones de este tipo dieron lugar a desarrollos
notables en la psicoterapia. Por poner dos ejemplos clave: Hayes (2008) plantea su entusiasmo
por la incorporación de ejercicios experienciales a ACT debido a que los considera “formas de
exposición, no a los estímulos temidos externos, sino a las experiencias privadas indeseables”.
Así mismo, señalar que las formas mas básicas de validación propias de la DBT (Linehan,
1993) encuentran su origen en la aceptación incondicional y la resonancia empática propuestas
por Carl Rogers, resulta a esta altura una afirmación de perogrullo. Claramente las
intervenciones terapéuticas, al ser abducidas por otros marcos teóricos y metodológicos
cambian algunas de sus funciones pragmáticas. Algunas preguntas generales que motivan
este pequeño escrito podrían plantearse de la siguiente manera: “¿Qué intervenciones
descriptas en la historia de la psicología clínica podrían ser recuperadas y retransformadas
para incrementar la gama de herramientas y la flexibilidad de los terapeutas? ¿Podrían aportar
herramientas destinadas a complejizar modelos para adaptarlos a poblaciones clínicas
complejas y/o particulares? ¿Qué adaptaciones teóricas y metodológicas deberían
contemplarse al realizar semejante abducción?.

Operacionalizando esta meta amplia en un objetivo pequeño quisiera detenerme en esta


ocasión en la Externalizacion del Problema, tal como fue planteada originariamente por White
(1989) y su posible incorporación como herramienta a la Terapia de Aceptación y Compromiso
(ACT) en su aplicación con niños y adultos (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; Coyne, 2011). El
objetivo de semejante abducción es recuperar una practica terapéutica cuyas funciones
entendemos coherentes al contexto ACT: favorecer la despatologización , explicitar los efectos
de dominio que los problemas y sus formas de funcionamiento ejercen en las personas,
promover la motivación hacia el cambio, la flexibilidad y la agencia personal.
2-Construcción, Externalizacion, Deconstrucción

Michael White fue un celebre terapeuta sistémico-construccionista profundamente interesado


en las teorías posmodernas acerca del poder y del lenguaje. Junto a su par neozelandés David
Epston fueron los principales artífices del enfoque narrativo en psicoterapia. Algunas de sus
premisas metodológicas básicas parecen hacerse eco en las terapias comportamentales de
tercera generación: La posición del no-saber del experto, la curiosidad terapéutica, la
deconstrucción de significados rígidos, el cuestionamiento de los dispositivos de poder
implícitos en el lenguaje y los procesos de intercambio conversacional humano, entre otros
aspectos (White & Epston, 1980). Pero es especialmente una de las meta-intervenciones del
modelo narrativo la que adquiriría una resonancia fundamental transteórica. La externalizacion
del problema. Esta ha sido incorporada en diferentes marcos sistémicos y cognitivos e incluso
investigada como componente esencial del tratamiento del TOC pediátrico desde la perspectiva
cognitiva comportamental (March y Mulle, 1998). En la terapia cognitiva local Bunge, Gomar y
Mandil (2008) recomendaban su incorporación general al tratamiento con niños y adolescentes
en pos de favorecer la adherencia al tratamiento y la motivación al cambio.

Sin embargo, poco se difunden actualmente algunas de la bases conceptuales sobre las que
se desarrolla esta intervención y sus múltiples aplicaciones.

Las bases epistemológica del proceso terapéutico narrativista, de acuerdo a White (1989) se
origina en el construccionismo social (Berger y Luckmann, 1986 ; Gergen, 1991). Desde este
marco se considera esencial para el estudio de la psicología y los procesos sociales las
negociaciones de significados y los procesos de influencia social presentes en las interacciones
humanas. Se descarta la idea de verdad objetiva a favor de una valoración del conocimiento en
términos de su adecuación funcional a un contexto, su coherencia interna y su soporte
consensual.

El enfoque narrativo entendía a los problemas presentados en consulta, las modalidades


vinculares e incluso la identidad de los seres humanos (Brunner, 1991) como un proceso en
construcción interactiva constante. Sustentándose en los planteos de Gregory Bateson (1972),
la mente misma se consideraba carente de substancia y definida como resultado de
interacciones. Lo mental era producto emergente de intercambios humanos. Para Jerome
Brunner (1991) la identidad o YO psicologico era un contexto de conversaciones e
intercambios. Yo SOY eso que cuento a otros a la vez que me cuentan y recuentan historias
(Brunner, 1991).

Las implicancias prácticas de este enfoque eran simples pero poderosas: un problema traído a
consulta es una narración, un relato saturado de significados arbitrariamente estabilizados en
donde el paciente se presenta como un ser afectado por dificultades que escapan a su agencia
personal. Hacer terapia es un tipo de negociación conversacional a partir de la cual el nudo
argumental de este relato se deconstruiría por medio de preguntas orientadas a situar al
consultante en el centro de la escena, empoderizado y dotado de agencia personal, es decir,
esencialmente de capacidad de elección.

En otro contexto, junto a otros autores y con otro objetivo ofrecimos una versión simplificada de
la intervención central de la terapia narrativa (Bunge, Gomar y Mandil, 2008). En ese marco la
externalizacion del problema se exponía como una herramienta orientada a que los terapeutas
pudiesen operar despatologizando al niño a la vez que favorecían la toma de conciencia del
problema, sus implicancias practicas y sus posibles recursos de afrontamiento: es decir, se
apuntaba a trabajar la motivación del niño respecto al proceso terapéutico especialmente en
base a viñetas e historietas adaptados a la idiosincrasia del niño y, por medio de ciertas
preguntas incrementar su auto-observación y el cuestionamiento reflexivo (Bunge, Gamar y
Mandil, 2008). Se invitaba al niño a ponerle nombre y dibujar el problema, pensar de que forma
práctica lo que lo afectaba, sus consecuencias emocionales e incluso a cuestionar la definición
de su identidad como niño-problema. Acto seguido se promovía que el niño a describiese sus
recursos de afrontamiento y las consecuencias que su implementación podría acarrear a la
definición del si mismo y sus expectativas de autoeficacia.

Originariamente, mas allá de esta propuesta, White y Epston (1989) implementaron esta
modalidad conversacional con pacientes múltiples de diversas franjas etarias (adultos, niños,
clases sociales y etnias diversas) e incluso afectados por patologías graves (anorexia,
depresión y conductas violentas y/o de riesgo, entre otras). Mas que poner un nombre
simpático al problema y dibujarlo (intervención valorable, desde ya, cuando se trabaja junto a
un niño pequeño) se desarrollaba un modo conversacional complejo en el que se adoptaba el
nombre que el paciente mismo y su contexto otorgaban al problema (podía tratarse de un
diagnostico psiquiátrico inclusive) y se lo trataba como una construcción cuestionable y
valorable de acuerdo a como favorecía o afectaba la autoeficacia y la agencia personal.

A partir de estas bases podríamos esquematizar la conversación externalizante (White, 1989)


como un drama en tres actos:

1. Se clarifica con el paciente el nombre que el y/o el y su contexto significativo dan al


problema (podríamos ejemplificar con el diagnostico de depresión)
2. Se reflexiona acerca de las formas en que este problema ha afectado su manera de
pensar, sentir, actuar y sus relaciones. Que efectos de poder tiene este relato-problema
en la vida del paciente. De acuerdo a White mismo: el sistema esta determinado por el
problema y los efectos de poder que ejerce en el paciente y el consultante (White, 1989).
3. Por ultimo se reflexiona sobre los “acontecimientos extraordinarios” es decir,
pensamientos, conductas, modos de vincularse e incluso sucesos en la historia del
paciente en los cuales el mismo adquiere agencia sobre lo que lo afecta. Es importante
recalcar que este proceso lleva al terapeuta entrenado a realizar preguntas cuyas
respuestas conducen a otras preguntas sobre recursos, agencia, expectativas de
autoeficacia y definiciones alternativas del self y las relaciones.
¿Si usted insistiese en esas conductas que lo llevaron a dominar la tendencia a tirarse en la
cama de la depresión, que cosas podría lograr con su vida? ¿Cómo se sentiría? ¿Qué cambios
habría en la relación con sus seres queridos? ¿Que podría pensar de si mismo?
La lista de preguntas posibles podría llegar, de acuerdo a la dificultad planteada, a las
características del terapeuta, del consultante y su contexto a infinitas variaciones.
Evitaremos en este articulo la polémicas respecto a ciertas vertientes construccionistas mas
radicales que cuestionaban el uso del diagnostico en si para centrarnos en como los
diagnósticos o significados que las personas adjudican a sus problemas adquieren efectos
pragmáticos. Así mismo, algunos de los aspectos que nos interesa desarrollar en el siguiente
apartado son los siguientes: ¿Puede la externalizacion del problema ser repensada como una
forma de defusión? ¿Puede favorecer la distinción entre los contenidos del yo y el yo como
contexto? ¿Puede utilizarse como una forma de favorecer la auto-observación de anzuelos, es
decir de experiencias privadas que nos pegan o enganchan (Polk y Schoendorff, 2014), las
evitaciones con las que se relacionan y abrir el camino a la elección de acciones
comprometidas orientadas a valores?

3-Contexto, Externalizacion, Defusión

Las bases epistemológicas de la Terapia de Aceptación y Compromiso son el Contextualismo


Funcional y la Teoría de los marcos Relacionales (RFT).

El Contextualismo Funcional es un marco filosófico que entiende a las conductas como


determinadas por su función en relación al contexto. Su estudio se orienta a la predicción y a la
influencia respecto a los comportamientos.

La RFT, de acuerdo a Torneke (2010), constituye un desarrollo de la conceptualización


Skinneriana del lenguaje orientada a comprender los procesos de aprendizajes de significados
y relaciones lingüísticas. Se trata de un modelo conceptual de creciente corroboración empírica
que explica el aprendizaje de respuestas relacionales que dan lugar al desarrollo de categorías,
modalidades de relación entre significados y generalizaciones a partir de las cuales las
personas organizan su experiencia. De particular interés para la clínica psicoterapéutica es la
descripción de comportamientos gobernados por reglas, también llamados regulaciones
verbales.

Tres tipos son destacados:

1. Los Trackings, es decir comportamientos bajo el control de una historia de coordinaciones


entre la regla y las contingencias naturales de las conductas.
2. Los Pliances, conductas bajo el control de contingencias mediadas socialmente por la
correspondencia entre la regla y las respuestas de las personas que participan en el
proceso de aprendizaje.
3. Los Augmentals: Se definen como un seguimiento de reglas bajo el control de cambios en
la capacidad de los eventos para funcionar como reforzadores o estímulos aversivos.
Suponen el ajuste a fórmulas verbales que alteran las funciones motivacionales de los
estímulos presentes. En otras palabras, se trata de regulaciones verbales que definen lo
valorable, lo necesario,lo deseable o lo aversivo a partir del aprendizaje socio-lingüístico
(Luciano y Wilson, 2002; Molina Cobos y Luciano, 2003).
Algunas inquietudes que la RFT comparte con el construccionismo social, base de las
intervenciones narrativas como la externalizacion del problema, son notables: ambos son
modelos que cuestionan la categoría de verdad ontológica de los significados. Ambos son
modelos que renuncian al estudio de lo mental para focalizar en los procesos de intercambio a
partir de los cuales se desarrolla el lenguaje. Quizás la diferencia mas destacable sea la
funcionalidad misma de estos marcos teóricos: mientras el construccionismo se orienta al
estudio de los procesos de influencia social, efectos del consenso y mecanismos de poder
inmanentes a la negociación de significados, la Teoría de los Marcos Relacionales se orienta
hacia el desarrollo de una conceptualización general del aprendizaje lingüístico a partir de la
cual se explica como las personas otorgamos significados a aspectos incluso muy básicos de
nuestra experiencia (Torneke, 2010): ¿Dónde, como y para que aprendimos que la tristeza es
algo digno de evitar? ¿Dónde, como y para que aprendimos que la felicidad debe ser
alcanzada? ¿Qué tipo de aprendizajes favorecerían la flexibilidad subjetiva y las acciones
orientadas a finalidades elegidas por el propio ser humano?
Una convergencia notable se da, sin embargo, en algunas de sus aplicaciones clínicas: ambos
modelos se centran en la toma de perspectiva y distanciamiento respecto a significados “poco
utiles” que suscitan inflexibilidad y menoscabo de la agencia.

Para el narrativismo (una aplicación clínica del construccionismo) se trataría de favorecer la


deconstrucción de significados reificados (es decir presentados como categorías ontológicas
“reales” ajenas a sus contextos socio-históricos de producción) y para ACT (una aplicación
clínica de la teoría de los marcos relacionales) de favorecer la defusión cognitiva, es decir una
toma de distancia respecto a los eventos privados (pensamientos y emociones) que generan
inflexibilidad psicológica. Vale decir, desde ambas perspectivas se cuestiona la noción de que
las categorías lingüísticas tienen correspondencia directa con la experiencia del si mismo y el
entorno.

Es en relación a estas convergencias epistemológicas y metodológicas que nos atrevemos a


plantear la utilidad de la incorporación de la externalizacion del problema a un proceso ACT.
Dicha práctica favorecería la toma de distancia y la defusión respecto a significados
adjudicados al problema que limitarían la capacidad de acción y la motivación de la persona
respecto a la elección flexible de repertorios orientados a valores.

Una distinción metodológica importante para la aplicación de la externalizacion del problema en


ACT u otros modelos contextualistas funcionales es la de evitar incorporarla como una
herramienta orientada al control o sobre-regulacion de pensamientos o emociones, accionar
que de acuerdo a Molina Cobos y Luciano (2003) conllevaría el riesgo de favorecer el
desarrollo de la evitación experiencial.

Antes bien, seria de especial importancia favorecer la toma de distancia respecto a anzuelos,
variedad de experiencias privadas negativamente valoradas por el consultante y las estrategias
de evitación y control rígido relacionadas (Polk y Schoendorff, 2014). Así mismo, seria
provechoso valorar como acontecimientos extraordinarios a aquellas experiencias que, antes
que ser calificadas como libres de malestar, sean ubicadas por el paciente como favorecedoras
de la flexibilidad, la agencia y el accionar orientado a valores.

Desde esta perspectiva podemos volver a exponer la conversación externalizante, esta vez
afectada por en un contexto ACT, como un drama en tres actos:

1. Se le pide al consultante que especifique el nombre que le suele dar a esa experiencia
que le genera malestar. Puede tratarse de eventos privados o situaciones que el paciente
describe como generadoras de sufrimiento. Suele ser útil para la posterior conversación la
reducción de ese nombre a una o un par de palabras para favorecer los procesos de
defusión: esto puede abarcar desde nombres otorgados al problema, pensamientos,
emociones y sensaciones corporales indeseadas: “depresión”, “furia”, “mi idea de ser
incapaz”, “mi autoflagelo”, “las discusiones”. Los contextos problemáticos y los eventos
privados asociados pueden ser distinguidos en la formulación del caso como anzuelos o
pegas (Polk y Schoendorff, op. cit.)
2. Se suscita la reflexión del consultante respecto a las acciones que las situaciones o
eventos privados generadores de malestar parecen desencadenar y de sus
consecuencias a mediano y largo plazo a través de preguntas deconstructivas “¿Qué
resultados te genero tirarte en la cama hasta ahora?” “¿Qué consecuencias tuvo en tus
relaciones ser preso de tu furia?” “¿Cómo afecta tus proyectos la idea de ser incapaz?”
“¿Qué concepto de vos mismo te ha generado la evitación?”
3. Se especifican los acontecimientos extraordinarios o excepciones en las que la persona
ha mostrado un accionar más flexible, orientado a la agencia y sus consecuencias en
relación a sus proyectos, metas personales y valores “¿En que te sirvió activarte aquel día
triste?” “¿Cómo reacciono tu hija?” , “¿Cómo avanzaste en tu carrera el día que tomaste
distancia del “ser incapaz?”
Es evidente que complementar con viñetas e historietas alusivas con pacientes mas pequeños
y con técnicas experienciales habitualmente descriptas en ACT y las terapias de orientación
humanística puede ser de utilidad con pacientes adultos (Hayes & Smith, 2005). “Proyectar la
tristeza” hacia un sillón del consultorio, tener una conversación con la misma, escuchar sus
mensajes, su forma de enganchar o poner pegas son todos recursos que aumentan la
flexibilidad del terapeuta y la adaptación de esta practica a las características del consultante.

Así mismo, algunas cuestiones pendientes son la natural verificación empírica de la eficacia de
este componente y el cuestionamiento mismo de su propio nombre al ser abducido por un
marco ACT. ¿Debería seguir llamándose externalizacion del problema o podríamos tomarnos
la libertad de nominarla “Externalizacion del Anzuelo”?
Por mi parte, elegí mantener el nombre original al recuperar y abducir esta herramienta, con la
intención de homenajear una vez mas a Michael White (1948-2008), un terapeuta que dejo
rastro favoreciendo la reflexión en relación a los mecanismos de poder inmanentes a los
intercambios lingüísticos, la flexibilidad y la agencia subjetiva.

Sin embargo, si algo nos enseñan tanto el construccionismo social como la Teoría de los
Marcos Relacionales es que el único valor de los nombres es su utilidad en relación a los
contextos. Así que, finalizo el artículo dejando esta elección a criterio de los lectores.

Hablar bien no cuesta nada: Algunos términos psicológicos que deberíamos evitar

Agosto trajo bajo el brazo un nuevo artículo de Scott Lilienfeld. Esta vez se detiene en algunos
términos usados en el ambiente psi que es recomendable evitar. ¿Las razones? El que no es
confuso, es incorrecto, ambiguo o simplemente inadecuado. Como le encantan las listas (al
menos eso parece) menciona 50 términos o expresiones y los motivos por los cuales es
conveniente evitarlos, basándose en la evidencia, cosa que siempre es bienvenida.

Su preocupación, que es compartida, se relaciona con los efectos que pueden tener estos
términos en la enseñanza de la disciplina así como en la clínica y el área de investigación, en
un campo en el que de por sí los términos son con frecuencia vagos o poco precisos.

Lilienfeld divide estos términos en 5 categorías: 1) Términos inexactos o engañosos, 2)


Términos frecuentemente mal utilizados, 3) Términos ambiguos, 4) Oxímoros (dos conceptos
de significado opuesto en una sola expresión tales como “luz oscura” o “fuego helado”) y 5)
Pleonasmos (expresiones redundantes tales como “subir arriba” o “regalo gratuito”).

No los vamos a aburrir con la larga lista de los 50 pero sí quisiéramos compartir algunos de los
más importantes, para los cuales mantendremos la numeración original. Las referencias
completas las encuentran en el artículo original que les pasamos para quienes tengan dominio
del idioma inglés, tiempo y entusiasmo suficiente (vale la pena, realmente).
Términos Inexactos o Engañosos

(2) Medicación Antidepresiva. Fármacos como los tricíclicos o los inhibidores de la


recaptación de Serotonina (IRSS) son usualmente llamados “antidepresivos”. Sin embargo hay
poca evidencia de que estos fármacos sean más eficaces para tratar (o prevenir recaídas) los
desórdenes del estado de ánimo que para tratar otras varias condiciones, como los desórdenes
de ansiedad (por ejemplo el trastorno de pánico o el TOC, Donovan et al., 2010). Así, su
especificidad para depresión es dudosa y su nombre deriva más de cuestiones históricas que
de la evidencia científica.
(7) Desequilibrio Químico. En parte gracias a las campañas de marketing de la industria
farmacéutica, la idea de que la depresión es causada por un desequilibrio químico de
neurotransmisores, como la serotonina o la noradrenalina, se ha convertido en una especie de
axioma a los ojos del público (France et al., 2007; Deacon and Baird, 2009). Esta expresión a
veces aparece incluso en algunas fuentes académicas (Wheeler, 2011). Sin embargo, la
evidencia para este desequilibrio químico es muy débil. Se desconoce el nivel “optimo” de
neurotransmisores en el cerebro, por cual es poco claro qué constituiría un “desbalance”. Más
aún, aunque algunos inhibidores de la recaptación de serotonina parecen aliviar los síntomas
de la depresión severa hay evidencia de que al menos un potenciador de la recaptación de
serotonina –llamado Tianeptina- es también eficaz para depresión (Akiki, 2014). El hecho de
que dos clases de fármacos eficaces generen efectos opuestos en los niveles de serotonina
hace dudar del modelo simplista del desequilibrio químico.
(12) Programados (Hard-wired). El término se volvió muy popular incluso en escritos
académicos en referencia a algunas capacidades psicológicas humanas que algunos
académicos presumen que son parcialmente innatas, tales como sesgos cognitivos, el prejuicio
o la agresividad. Sin embargo, los datos sobre neuroplasticidad sugieren, con la posible
excepción de los reflejos innatos, que poquísimas capacidades psicológicas en humanos están
“programadas” (Shermer, 2015). . Más aun, virtualmente todas las capacidades psicológicas,
incluyendo las emociones y el lenguaje, son modificables por las experiencias ambientales
(Merzenich, 2013).
(16) La Molécula del Amor. Más de 6000 websites han bautizado a la Oxitocina como la
“molécula del amor” (por ejemplo: Morse, 2011). Sin embargo los datos indican que esta
denominación es extremadamente simplista (Wong, 2012). La mayoría de la evidencia sugiere
que la oxitocina hace a las personas más sensibles a la información social (Stix, 2014), sea
positiva o negativa. Denominaciones similares de este estilo, como el nombre “molécula del
placer” para la dopamina, son igualmente engañosas (Kringelbach and Berridge, 2010).
(22) p = 0.000. Aunque este resultado aparezca en más de 97.000 manuscritos deberíamos
evitar incluirlo en el apartado de Resultados de nuestra investigación. Esta expresión implica
erróneamente que hay cero probabilidad de que los investigadores hayan cometido un error de
Tipo 1 (esto es: un falso rechazo de una hipótesis nula verdadera) (Streiner, 2007). Esa
conclusión es lógicamente absurda, porque a menos de que uno haya examinado a la
población entera, siempre hay una chance de error Tipo 1, aunque sea muy pequeña. No hace
falta decir que la expresión “p < 0.000” es aún peor ya que la probabilidad de cometer un error
de Tipo 1 no puede ser menor a cero.
(23) Grupo control. Esta expresión connota erróneamente que a) grupos de individuos
ostensiblemente normales o pacientes con trastornos mixtos que están siendo comparados con
b) grupos de individuos con el desorden de interés, son verdaderos grupos “control”. No lo son.
Son grupos “de comparación” y deberían ser nombrados de esa manera. El término “grupo
control” puede implicar que la única diferencia entre estos dos grupos es la presencia o
ausencia del desorden de interés. De hecho, casi con seguridad estos dos grupos difieren en
varias valiables “molestas” tales como rasgos de personalidad e historia familiar haciendo que
la interpretación de los datos de las diferencias entre grupos queden abiertas a múltiples
interpretaciones (Meehl, 1969).
(24) Confiable y Válido. Si ganáramos un dólar por cada vez que leemos esta frase “este test
es confiable y válido” seríamos millonarios. Hay al menos tres problemas con esta expresión.
Primero, implica que un test psicológico es o bien válido o bien invalido. Sin embargo, y de
manera similar a como ocurre con las teorías científicas, el proceso de validación nunca está
completo. Como consecuencia, no se puede decir de un test que ha sido de manera
concluyente validado o invalidado (Cronbach and Meehl, 1955). Por lo tanto los autores
deberían reformular el término “validado” por el de “con soporte empírico” o bien “tiene
evidencia sustancial para la validez de constructo”. La misma advertencia aplica para los
tratamientos psicológicos. Cuando la División 12 de la APA listó las psicoterapias que
funcionan para trastornos específicos, inicialmente usaron el término “terapias empíricamente
validadas”. Sin embargo, reconociendo luego el hecho de que la validación implica “un
resultado final y definitivo”, el comité cambió el nombre a “terapias con soporte empírico” que
es el que usan en la actualidad.
Segundo, la expresión “confiable y válido” implica que la confiabilidad y la validez con
conceptos unitarios. No lo son. Hay varias formas de confiabilidad y varias formas de validez.

Tercero, la confiabilidad y la validez están condicionadas a la muestra específica que fue


examinada y no deben ser consideradas como propiedades inherentes del test en sí.

(27) El Método Científico. Muchos libros sobre ciencia, incluso en psicología, presentan a la
ciencia como un “método” monolítico. Frecuentemente describen a ese método como un receta
hipotético-deductiva, según el cual los científicos parten de una teoría de la cual deducen
hipótesis (predicciones), testean esas hipótesis y examinan el encastre entre los datos y la
teoría. Si los datos son inconsistentes con la teoría, la teoría es modificada o abandonada. Es
una linda historia pero rara vez funciona de esa manera (McComas, 1996). Aunque la ciencia a
veces opera por deducción, las observaciones inductivas al servicio del “contexto de
descubrimiento” también juegan un rol crucial en ciencia. Por esta razón Popper escribió en
tono de broma: “Siempre empiezo mis lecciones sobre el Método Científico diciéndole a mis
estudiantes que el método científico no existe” (Popper, 1983).
Contrariamente a lo que parecen pensar la mayoría de los científicos, la ciencia no es un
“método”, es un enfoque hacia el conocimiento (Stanovich, 2012). Específicamente es un
enfoque que se esfuerza para aproximarse mejor al estado de la naturaleza reduciendo errores
inferenciales y para minimizar errores, especialmente el sesgo de confirmación.

(29) Disfunción Biológica Subyacente. En esta era de biologización de la psicología y de la


psiquiatría, algunos autores asumen que las variables biológicas son la “base” de los
fenómenos psicológicos. Conceptualizar el funcionamiento biológico como inherentemente más
“fundamental” (esto es: causalmente anterior) que el funcionamiento psicológico (como el
funcionamiento cognitivo y emocional) es engañoso (Miller, 1996). La relación entre las
variables biológicas y otras variables es siempre bidireccional. Por ejemplo, la magnitud de x
neurotransmisor puede estar dismunída en el trastorno de personalidad y, pero esto no
significa que el nivel de x tiene un rol causal sobre y. Es igual de plausible que determinadas
disposiciones de la personalidad y, contribuyen a disminuir x.
Términos frecuentemente Mal Utilizados

(32) Negación. Se trata de un mecanismo de defensa psicodinámico propuesto por Freud,


consistente en un rechazo inconsciente de ciertos hechos obvios de la realidad, como la
muerte de un ser querido en un accidente de tránsito. Sin embargo, gracias a la industria de la
psicología popular, es utilizado inadecuadamente para referirse a la tendencia de los individuos
con una determinada condición psicológica (como el alcoholismo) a minimizar su patología (por
ejemplo, Wing, 1995).
(33) Fetichismo. Se trata de una condición marcada por una activación sexual intensa y
persistente provocada por objetos inanimados y partes no genitales del cuerpo. Este término,
que es técnicamente una parafilia, no debería utilizarse para referirse a las preferencias
genéricas por objetos específicos, ideas o personas. Un escritor por ejemplo describió la
fascinación de los japoneses por los smartphones como un “fetichismo por los teléfonos”
(Smith, 2015).
Términos Ambiguos

(35) Comorbilidad. Este término ubicuo en las publicaciones sobre las relaciones entre dos o
más trastornos mentales, se refiere a la superposición entre dos diagnósticos. Sin embargo,
“comorbilidad” puede significar dos cosas bastante diferentes. Se puede referir a a) la co-
variación (o correlación) entre dos diagnósticos dentro de una muestra o la población o b) la co-
ocurrencia de dos diagnósticos en un individuo (Krueger and Markon, 2006). Si los autores
utilizan este término, deberían establecer cuál de estos dos sentidos es el que están utilizando.
Algunos autores (Lilienfeld, 1994) incluso cuestionan el uso rutinario del término “comorbilidad”
en investigación en psicopatología, dado que este término, al igual que el de “patología dual”,
presupone que las condiciones en cuestión son entidades separadas, etiológica y
patológicamente. Y podríamos pensar que un alto nivel de “comorbilidad” en realidad podría
reflejar el hecho de que el sistema diagnóstico actual está dándole diferentes nombres a
pequeñas variaciones de una diátesis compartida, cayendo así en una falacia jangle.
Llevándolo al extremo, ¿cuántas chances hay de que un participante en un estudio publicado
que simultáneamente reúne criterios para los 10 trastornos de la personalidad del DSM,
genuinamente tenga 10 trastornos diferentes al mismo tiempo? Las críticas al uso del término
comorbilidad para describir psicopatología incluyen que estos acertijos diagnósticos se explican
mejor por una falla en el sistema diagnóstico que está dándole nombres diferentes a
constructos que se superponen en gran medida.
(37) Modelo Médico. Aunque muchos autores que invocan este término presumen que tiene
un solo significado, esto no es así. Algunos autores insisten en que el término es tan vago y
poco útil que estaríamos mejor sin él. El término ha sido utilizado por varios autores para
significar: a) la asunción de un modelo psicopatológico categorial en lugar de dimensional, b)
un énfasis en procesos de enfermedad subyacentes más que en los signos y síntomas, c) un
énfasis en la etiología biológica de la psicopatología, d) un énfasis en la patología más que en
la salud, e) la asunción de que los desórdenes mentales se tratan mejor con medicación que
con psicoterapia y f) la asunción de que los desórdenes mentales son mejor tratados por los
médicos que por los psicólogos (Blaney, 1975, 2015). Similares ambigüedades semánticas y
conceptuales se encuentran detrás también de términos similares tales como “modelo de
enfermedad” aplicado a adicciones y a otras condiciones psicológicas (Graham, 2013).
(38) Reduccionismo. Posiblemente no haya peor insulto en el ambiente psi que llamar a un
colega “reduccionista”. La connotación negativa que se le da al término termina ocultando el
hecho de que el reduccionismo no es un solo enfoque. Encontramos múltiples de formas de
reduccionismo (Robinson, 1995), incluyendo a) reducción nominal, es decir una reducción a
nivel de los nombres, b) reducción nomológica, es decir reducción al nivel de la explicación
científica y c) reducción ontológica, es decir la reducción que se produce por eliminar las
entidades inmateriales. De esta manera, la palabra “reduccionismo” no tiene un solo significado
en psicología y debería especificarse el sentido con el cual es utilizada cada vez que lo sea.
Oxímoros

(41) Síntoma Observable. Este término confunde signos con síntomas. Los signos son las
características observables de un desorden, los síntomas son las características no
observables de un desorden que sólo pueden ser reportadas por el paciente (Kraft and Keeley,
2015). Los síntomas son por definición inobservables.
(45) Prueba Científica. Los conceptos de “prueba” y “confirmación” son incompatibles con la
ciencia, la cual por naturaleza es provisional y sometida a correcciones constantemente
(McComas, 1996). Así, es entendible porque Popper (1959) prefirió usar el
término corroboración en lugar de confirmación, ya que todas las teorías pueden en principio
ser revocadas por nueva evidencia. Tampoco la evidencia de las teorías científicas es
dicotómica. Las teorías casi siempre varían en su grado de corroboración. Como consecuencia,
de ninguna teoría en ciencia, incluyendo la ciencia psicológica, puede decirse que está
estrictamente probada.
Pleonasmos

(46) Influencias Biológicas y Ambientales. Esta expresión implica que las influencias
biológicas son necesariamente genéticas y no pueden ser ambientales. Sin embargo, las
influencias ambientales abarcan todo lo exterior al organismo que afecta su conducta luego de
su fertilización como cigoto. Como consecuencia, el ambiente no sólo incluye las influencias
psicológicas sino también las influencias biológicas no genéticas tales como la nutrición, los
virus y la exposición a toxinas. Por lo tanto la expresión es un pleonasmo parcial.
(47) Datos Empíricos. “Empírico” significa basado en la observación o la experiencia. Como
consecuencia, con la posible excepción de la información derivada de fuentes como archivos,
todos los “datos” en psicología son empíricos (¿cómo se vería un dato psicológico No
empírico?). Parte de la confusión probablemente reside en la enorme confusión que hay entre
“empírico” y “experimental” o “cuantitativo”. Los datos derivados de observaciones informales,
tales como algunas impresiones realizadas durante una sesión de psicoterapia, también son
empíricos.
(48) Constructo Latente. Un constructo en psicología es un atributo hipotético de los
individuos que no puede ser directamente observado, como la inteligencia, la extroversión o la
esquizofrenia. Por lo tanto, todos los constructos son latentes. Las mismas consideraciones
aplican al término “constructo hipotético”.
(50) Neurocognición. Muchos autores evocan el término “Neurocognición” para referirse a la
cognición, especialmente cuando se la conceptualiza dentro un marco biológico. Sin embargo y
debido a que toda cognición es necesariamente neural en algún nivel de análisis, el término
cognición alcanza por sí solo. Para ser justos, “Neurocognición” es sólo uno de los tantos
términos precedidos por el prefijo “neuro” que últimamente se ha vuelto tan popular, como
neuroeducación, neuropolítica, neuropsicoanálisis, etc. Un psicólogo una vez dijo: “¿No estás
pudiendo persuadir a otros sobre tu punto de vista? Usá el prefijo “neuro”; satisfacción
garantizada o le devolvemos su dinero” (Laws, 2012).
Hasta aquí nuestra selección. Mi abuela solía decir “hablar bien no cuesta nada”. Estaba
equivocada. Cuesta y mucho. Algunos sin embargo están dispuestos a dedicarse a la tarea.
Estamos agradecidos por ello.

IRAP para todo el mundo

Hoy tocaremos un tema árido, técnico y aburrido. Lo mismo de siempre, digamos, pero peor.

En particular, hoy hablaremos del Procedimiento de Evaluación de Relación Implícita (IRAP, de


aquí en más, por las siglas en inglés). El IRAP es una herramienta de investigación
desarrollada a fines de testear algunos principios básicos establecidos por la Teoría de Marco
Relacional (RFT), por lo cual, si ignoran todo acerca de RFT, lean esta reseña que
publicamos hace un tiempo antes de seguir con este artículo.
Sé que se mueren de interés por el IRAP, pero antes de introducirlo, necesitamos dar un rodeo
por los procedimientos de evaluación en psicología.

¿Te gustan más los gatos o los perros?

Cuando queremos saber algo sobre una persona, el primer recurso es indagar directamente.
En la psicología este también suele ser el caso, por lo cual los procedimientos más usuales
para recabar información en entornos de investigación o clínicos suelen involucrar
cuestionarios autoadministrados, escalas Likert, entrevistas clínicas, introspección, etc.

Como se imaginarán, los procedimientos directos tienen importantes limitaciones. Una persona
puede contestar a un cuestionario de manera conciente y deliberada afirmando “está mal
juzgar a las personas en base a raza o situación económica”, y a la vez de manera automática
sentir el pulso acelerado y cambiar de vereda si por la noche se cruza con una persona de
determinadas características en la calle. A estos dos tipos de evaluaciones se las denomina
“explícitas” e “implícitas”, respectivamente.

Estos dos tipos de evaluaciones pueden coincidir o no. Es probable que ante la pregunta “¿te
gustan más los gatos o los perros?”, las evaluaciones explícitas e implícitas coincidan en la
mayoría de las personas, pero con temas socialmente sensibles o que involucran auto-
representaciones, los dos tipos de evaluaciones pueden entrar en conflicto –una persona
puede, por ejemplo, evaluarse explícitamente en contra de la discriminación de género y aún
así tener un sesgo implícito más bien machista.

Ambos tipos de evaluaciones tienen valor predictivo, pero en estos últimos casos las
evaluaciones implícitas pueden ser tremendamente valiosas.

Es por esto que en las últimas décadas han surgido varios métodos de evaluación que en lugar
de indagar directamente utilizan procedimientos indirectos para llegar a las evaluaciones
implícitas. Uno de los procedimientos indirectos más conocidos y utilizados es el Test de
Asociación Implícita (IAT, por sus siglas en inglés, Greenwald, McGhee, & Schwartz, 1998). El
IAT es un software que en el cual se le pide al sujeto emparejar ciertos estímulos blanco (como
“obeso” o “delgado”), con determinados atributos o grupos de atributos (por ejemplo, “bueno” o
“malo”), y estos ensayos se repiten varias veces con distintas presentaciones, mientras que el
IAT mide el tiempo de latencia en emitir una respuesta, en milisegundos. La hipótesis es que
los tiempos de latencia son menores para asociaciones consistentes con las evaluaciones
implícitas del sujeto. Así, por ejemplo, una persona que evalúa negativamente a las personas
con sobrepeso tardará algunos milisegundos más en asociar “sobrepeso” con “bueno”, que
“delgado” con “bueno”.
Si se sienten curiosos y osados pueden probar el IAT por ustedes mismos si van al siguiente
sitio web: https://implicit.harvard.edu/implicit/spain/(el ejemplo de “obeso” o “delgado” es uno de
los tests disponibles en el sitio, de hecho).

Ejemplo de pantalla del IAT


El IAT y procedimientos similares han demostrado en repetidas ocasiones un poder predictivo
superior a los procedimientos directos en áreas que van desde prejuicios raciales (McConnell &
Leibold, 2001), hasta ideación suicida (Nock et al., 2010). El IAT, sin embargo, no está exento
de limitaciones. Al margen de las críticas metodológicas o conceptuales que pudieran
hacérsele, el IAT es un procedimiento que sólo ofrece información relativa sobre las
asociaciones que reporta.
Permítanme explicar: tomemos el ejemplo de obeso vs delgado del párrafo anterior, y
supongamos que tras hacer un IAT nos arroja una preferencia hacia personas delgadas (es
decir, evalúa más rápidamente “delgado” como “bueno” que “obeso” como “bueno”). Ahora
bien, esto solo nos habla de una preferencia relativa entre “obeso” y “delgado”, que podría
ilustrar cualquiera de estos casos (véase Barnes-Holmes, Waldron, & Barnes-Holmes, 2009):

1. a) tenemos un fuerte sesgo hacia a las personas delgadas y un fuerte sesgo contra las
obesas,
2. b) tenemos un fuerte sesgo hacia las personas delgadas, pero sin que esto implique
rechazo hacia las personas obesas,
3. c) no tenemos sesgo hacia las personas delgadas, sino sólo sesgo en contra de las
obesas,
4. d) tenemos sesgo hacia ambas, pero más hacia las delgadas,
5. d) tenemos rechazo hacia ambas, pero un poco más hacia las obesas.
El IAT no permite distinguir cuál de estas posibilidades es la que está en juego (no creo que
tendría que hacerlo tampoco, toda herramienta tiene sus puntos fuertes y débiles), porque mide
la fuerza de las asociaciones, pero no el tipo de asociaciones que se realizan. En palabras de
De Houwer (2002):

La creencia “soy una mala persona” implica un tipo especial de asociación entre el concepto
“yo” y el concepto “mala”, esto es, una asociación direccional que especifica que “malo” es una
propiedad o característica de “yo”. El IAT no refleja la naturaleza o direccionalidad de una
asociación entre conceptos, sólo puede reflejar la fuerza de una asociación. (…) muchas
creencias involucran varias asociaciones y varios conceptos. Por ejemplo, creencias
condicionales tales como “si no me desempeño bien en una tarea, entonces soy una persona
inferior” involucra estructuras bastante complejas de asociaciones cualificadas entre varios
conceptos. El IAT no puede ser utilizado para capturar directamente tales creencias
condicionales complejas”
Es en este contexto que surge el IRAP, como un procedimiento similar al IAT, pero que difiere
en aspectos clave.
El modelo de coherencia relacional

El IRAP está basado en RFT, una teoría conductual de la cognición y el lenguaje, que es el
corazón de la Terapia de Aceptación y Compromiso. Resumido bestialmente, RFT postula que
la base de la conducta verbal son las Respuestas Relacionales Arbitrariamente Aplicadas
(AARR), o dicho de otro modo, aprender a relacionar estímulos de determinadas maneras
(insisto en lo que dije al principio del artículo, si ignoran todo sobre RFT el IRAP va a parecer
chino básico, vean el artículo mencionado antes).
El IRAP utiliza una conceptualización derivada de RFT llamada “Modelo de Coherencia y
Elaboración Relacional” (REC), que divide las respuestas relacionales en “Respuestas
Relacionales Breves e Inmediatas” (BIRRs) y “Respuestas Relacionales Elaboradas” (EERRs).
(¿ya se hartaron de siglas? Les dije que iba a ser aburridísimo).

Tomemos el ejemplo del principio, sobre cruzarnos con una persona que luce “sospechosa” en
la calle a la noche. El modelo REC postula lo siguiente: en esa situación podríamos emitir
rápidamente una serie de respuestas relacionales breves e inmediatas (las BIRRs), que
involucran una evaluación negativa de la persona en cuestión (algo así como “esa persona es
peligrosa”). Pero inmediatamente después podemos entran respuestas relacionales más
elaboradas, que involucran otras redes de respuestas relacionales: representaciones de sí
mismo, tendencias culturales, etc., y así emitir EERRs tales como “quizá no sea una persona
peligrosa”, “discriminar está mal”, etc.
En cualquier caso, las EERRs pueden ser consistentes o inconsistentes respecto a las BIRRs,
y dado que ambas son patrones conductuales, pueden interactuar de manera dinámica: una
EERR puede ser contexto para emitir una BIRR, por ejemplo la EERR “discriminar está mal”
puede ser contexto para la BIRR “soy una mala persona”. Recuerden, estamos en un modelo
contextual funcional, los conceptos no son “lo que la cosa es” como en el mecanicismo, sino
que se formulan con fines puramente pragmáticos.
Quizá estén notando, y con buen tino, que las BIRRs se parecen a lo que comúnmente
llamamos “pensamientos automáticos” o “cogniciones implícitas”. Esto es parcialmente así,
salvo que las categorizaciones de “automático” e “implícito” generan serios problemas de
conceptualización (véase Hughes & Barnes-Holmes, 2013, para un recuento más elaborado de
esto), por lo cual resulta más funcional hablar de respuestas inmediatas y elaboradas (es una
distinción temporal más que esencial).

El IRAP (al fin)

Después de todas estas vueltas estamos en condiciones de decirlo con todas las letras: el
IRAP es una herramienta para investigar respuestas relacionales breves e inmediatas (las
BIRRs).

En concreto, el IRAP es un software que, al igual que el IAT, mide la latencia en emitir una
determinada respuesta frente a los estímulos que son presentados, pero, en lugar de trabajar
con asociaciones (“delgado” y “bueno”, por ejemplo), el IRAP indaga en las relaciones entre los
estímulos presentados.

El IRAP fue desarrollado por Dermot Barnes-Holmes, y como todo lo que viene de la
comunidad ACBS, el desquicio no está ausente. Cuando abrimos el software, la primera
imagen que aparece es esta:
Por si no
quedó claro, Dermot es fanático del Chelsea.

El IRAP involucra sucesivas pantallas en las que cada vez se presentan tres elementos:

 Una etiqueta que va cambiando (por ejemplo, “delgado” y “obeso”). Pueden ser palabras o
imágenes.
 Un estímulo blanco que va cambiando (por ejemplo “salud” y “enfermedad”). Pueden ser
palabras o imágenes
 Al pie de la pantalla, dos tipos de relaciones (por ejemplo “similar” u “diferente”). Este
elemento se mantiene siempre igual.
Esta es una captura de pantalla del IRAP con un experimento de demostración que está
incluido en el software:
A la persona se le da una regla al inicio del experimento. Por ejemplo: “contestá como si
delgado fuera positivo y obeso fuera negativo”. Entonces, aparece en la parte superior de la
pantalla la etiqueta “delgado”, y en la mitad de la pantalla un estímulo blanco tal como “salud”.
La persona tiene un tiempo breve (generalmente dos segundos), para pulsar la tecla de la
computadora (“d” o “k”), que señala la respuesta correcta:

En este caso, como la regla a seguir es “delgado es positivo y obeso es negativo”, la respuesta
que debe emitir es “Similar”. Si emite la respuesta “Diferente” aparece una cruz roja que señala
que la respuesta es incorrecta, y no desaparece hasta que emita la respuesta correcta.
Cuando se emite la respuesta correcta, se pasa a la siguiente pantalla, con la misma o una
nueva etiqueta (puede ser esta vez “obeso”), y un nuevo estímulo blanco, por ejemplo “salud”

En este caso, la respuesta correcta será “Diferente”, de acuerdo a la regla dada.

Usualmente las etiquetas son sólo dos (por ejemplo “obeso” y “delgado”), y los estímulos
blanco son varios que se agrupan en dos categorías (por ejemplo, “salud, vida, atractivo” vs
“enfermedad, muerte, desagradable”). Esto se repite aleatoriamente un buen número de veces
(por ejemplo, 24), siempre siguiendo la misma regla, lo cual conforma un “Bloque de prueba”.
Una vez completado el primer bloque de prueba, pasa algo interesante: la regla para quien
responde se invierte, convirtiéndose en nuestro ejemplo en “ahora responde como si delgado
fuera negativo y obeso fuera positivo”.
Con esta nueva regla, si se presenta este par:
la respuesta correcta aquí sería “Diferente”, de acuerdo a la regla invertida.

Los bloques de prueba siempre van en pares, generalmente va primero un bloque de, digamos,
24 respuestas que sigue la regla consistente con lo que se supone predominante en la cultura
de la persona, por ejemplo “delgado es positivo y obeso es negativo”, y luego un bloque de 24
respuestas que sigue la regla invertida, “delgado es negativo y obeso es positivo”. Un
experimento con el IRAP típicamente involucra uno o dos bloques de práctica, para que la
persona se familiarice con la tarea, y luego entre 4 y 10 bloques de prueba que alterna entre
consistente e inconsistente:

La hipótesis del modelo REC es que el tiempo de latencia va a ser mayor cuando la tarea es
relacionar conceptos de forma inconsistente con las respuestas relacionales del sujeto. Así,
una persona con sesgo positivo hacia “delgado” responderá más rápidamente a “delgado—
salud: similar” cuando sigue la regla consistente, que a “delgado—salud: diferente” cuando
sigue la regla inconsistente. Por otro lado, si los estímulos son indiferentes para la persona, el
tiempo de reacción va a ser similar en ambos bloques: si el estímulo fuera “Deadpool—bueno:
similar”, y luego en la regla invertida “Deadpool—bueno: diferente”, los tiempos de latencia
serían similares para alguien que no estuviera familiarizado con el personaje Deadpool de los
cómics.

Como notarán, el IRAP no funciona como un cuestionario, no pregunta acerca de las


preferencias de la persona, sino que da una regla a seguir: “responda como si X fuera positivo”,
y luego invierte la regla “ahora responda como si X fuera negativo”. Es el desempeño frente a
la tarea lo que nos da la información, al igual que el IAT, el IRAP mide el tiempo de latencia en
responder.

El IRAP no arroja asociaciones, sino relaciones. Por ejemplo, frente al ejemplo que estamos
usando en esta sección, el IAT podría arrojar este resultado:

1. “Hay una preferencia hacia delgado”


Pero como dijimos antes, esto puede ilustrar varias posibilidades, porque preferir una cosa no
significa siempre rechazar otra. El IRAP, en cambio, arroja cuatro tipos de relaciones:

1. Delgado – positivo: similar


2. Delgado – negativo: diferente
3. Obeso – positivo: diferente
4. Obeso – negativo: similar
Si me permiten hacer una bestialidad (ya hice tantas en este artículo, que una más no va a
hacer diferencia), los resultados del IRAP traducidos a expresiones de lenguaje común podrían
ser así

1. Delgado es positivo
2. Delgado no es negativo
3. Obeso no es positivo
4. Obeso es negativo
Es decir, no sólo nos puede decir si hay un sesgo a favor de “delgado” (relación 1), sino
también si hay un sesgo en contra de “obeso” (relación 4). Pero el IRAP también puede
distinguir relaciones más sutiles, como si hay un rechazo específico de “delgado-negativo”
(relación 2), o un rechazo específico de “obeso-positivo” (relación 3). En palabras de Hussey et
al (2015):

“Si bien (estas distinciones), pueden parecer pedantes, la habilidad de desentrañar efectos
sutiles como éstos es una razón clave para usar el IRAP”
¿Sirve el IRAP?

Desde su concepción, el IRAP se ha usado en varios ámbitos con muy buenos resultados.

Respecto al ejemplo que hemos usado a lo largo del artículo, Roddy y colaboradores (Roddy,
Stewart, & Barnes-Holmes, 2010), compararon el IAT con el IRAP respecto a actitudes sobre
delgadez y obesidad. A diferencia del IAT, el IRAP permitió distinguir que el sesgo no era anti-
obesidad sino más bien pro-delgadez, y proporcionó validez predictiva para las medidas
explícitas (ie. cuestionarios), sobre las intenciones conductuales de los sujetos.

En otro caso, en un estudio con convictos por abuso sexual infantil, (Dawson, Barnes-Holmes,
Gresswell, Hart, & Gore, 2009), el IRAP permitió distinguir entre abusadores y no abusadores
(dicho brevemente, el grupo de convictos no-abusadores mostró un fuerte rechazo de “niños” y
“sexual”, el grupo de convictos por abuso falló en hacer esa distinción).

No teman, no les voy a quemar la cabeza con todas las investigaciones sobre el IRAP…. Pero
¿me permiten una más? Es una de mis favoritas porque se refiere a conductas cotidianas, e
involucra una serie interesante de procedimientos.

Nicholson y Barnes-Holmes (2012), realizaron un estudio sobre el miedo a las arañas con el
IRAP. En primer lugar tomaron 30 participantes y les administraron a todos el Cuestionario de
Miedo a las Arañas (FSQ – Szymanski & O’Donohue, 1995), un cuestionario bien establecido
que permitió separar a los participantes en un subgrupo de niveles altos de miedo y uno de
niveles bajos de miedo a las arañas.

A continuación, cada uno de los participantes realizó un IRAP, con etiquetas de miedo o
aproximación, y estímulos de arañas o imágenes agradables (en fotos).

Una vez completado el IRAP, los participantes realizaron un Test de Aproximación Conductual
(BAT). El BAT básicamente consistió en qué tanto cada participante se acercó a una araña
(una tarántula, que como nota de color, figura en la investigación como “la mascota de uno de
los investigadores”). La araña estaba en un cuarto separado, en un terrario, y el BAT midió 6
niveles de aproximación según hasta donde llegara el participante: 1) permitir que el
experimentador abriera la puerta del cuarto en que estaba la araña, 2) entrar en el cuarto y
mirar la araña, 3) acercarse al terrario en que estaba la araña y mirarla, durante menos de dos
minutos, 4) pararse al lado del terrario y mirar la araña, durante dos minutos, 5) poner la mano
dentro del terrario y mantenerla durante menos de dos minutos, y 6) poner la mano dentro del
terrario y mantenerla durante más de dos minutos. Según hasta donde llegara el sujeto, se lo
puntuó de 0 a 5 en el BAT.

Como era de esperarse, el grupo que el FSQ categorizó como de miedo elevado tuvo un sesgo
implícito más fuerte en contra de las arañas en el IRAP que el grupo de miedo reducido. El
grupo de miedo bajo se aproximó más a la araña en el BAT.

Pero aquí viene lo interesante: siete participantes que el FSQ había categorizado con niveles
altos de miedo completaron todos los pasos del BAT. Esto es inconsistente con el cuestionario,
se supone que si alguien reporta miedo elevado a las arañas no se acercaría a ellas. Pero en el
IRAP, los resultados de estos habían sido similares a los del grupo de bajo miedo.
Además, un participante del grupo de miedo bajo no completó ningún paso del BAT… pero en
el IRAP sus resultados habían sido similares a los del grupo de miedo alto.

Es decir, el IRAP permitió predecir correctamente si una persona se acercaría a una araña, aun
cuando explícitamente esa persona se identificara a sí misma como temerosa de las arañas en
un cuestionario validado como el FSQ.

Estas investigaciones pueden parecer aburridas, pero las perspectivas clínicas del IRAP son
fascinantes: identificar ideación suicida, evitación experiencial, prejuicios, medir resultados
terapéuticos, etc. También se puede utilizar para desarrollar y testear mejores métodos de
evaluación, y para investigación en general.

Pueden ver una lista relativamente completa de las investigaciones (casi todas con el artículo
completo) en este link: http://irapresearch.org/wp/publications/
Cerrando

Este artículo ha sido tremendamente aburrido, mis disculpas por eso. El desarrollo y la
conceptualización alrededor del IRAP es abrumadoramente técnica y específica, pero ello no
va en desmedro de su utilidad.

Una última aclaración: si bien el IRAP se ha utilizado como una herramienta para medir
actitudes y creencias, no es ese su fin último. El IRAP se creó para investigar las propiedades y
dinámicas de las respuestas relacionales. En palabras de los desarrolladores del IRAP:

Nuestro interés nunca estuvo en la cognición implícita per se, sino que estábamos buscando
una apreciación más profunda de las propiedades y dinámicas de las respuestas relacionales
en sí mismas. Creemos que una comprensión más rica del enmarcamiento relacional, dentro
de un marco de trabajo multidimensional y multinivel nos ayudará a traer precisión y
especificidad a la terapia conductual.
(Hussey, Barnes-Holmes, & Barnes-Holmes, 2015).

Si les interesa, y tienen paciencia y algún manejo básico de inglés y software, pueden
descargarse gratuitamente el IRAP y las instrucciones de uso en el sitio
web http://irapresearch.org/, pueden escribirnos usando el formulario de contacto si se
encuentran con alguna dificultad en el uso.
Y de mi parte: gracias, mil gracias por la paciencia, este ha sido un artículo arduo de escribir,
pero espero que no sea tan arduo de entender.
Acerca de las diferencias entre aceptación y resignación

Una de las distinciones más difíciles de aprehender en ACT es la que existe


entre aceptación y resignación. En general, solemos tener una idea difusa al respecto, del
estilo “la aceptación es buena, la resignación es mala”, o alguna definición que suena simpática
sin ser muy precisa (podría citar un par de ejemplos pero estoy tratando de mantener reducido
mi número de enemigos).
Ahora bien, creo que hay algunas razones a favor de sostener que una idea clara y precisa de
la diferencia entre ambos conceptos puede resultar de utilidad, no sólo para presumir de
solvencia conceptual en reuniones de colegas, sino también para mejorar la práctica clínica, y
en particular el uso de procedimientos de terapia de exposición. Para esto, necesitamos dar
antes un pequeño rodeo, como siempre.

Evitación experiencial y función

Algo a tener en cuenta antes de avanzar es que ningún estímulo tiene efectos por mera
proximidad, por el mero estar en el rango perceptual de un organismo, sino que se requiere el
establecimiento de una relación con alguna conducta para que tenga una función psicológica,
para que ese estímulo importe, psicológicamente hablando. Por ejemplo, el borde de la pantalla
del aparato con el que están leyendo ahora mismo probablemente no esté ejerciendo ninguna
función (hasta este momento en que lo señalo), a pesar de que está disponible para ser
percibido. Es, por así decirlo, parte del paisaje. Es su relación con una conducta lo que
establece una función para ese estímulo.
Veamos entonces evitación experiencial. Dicho de la manera más simple posible, hablamos
de evitación experiencial de una persona cuando algunas de sus experiencias internas
(pensamientos, sentimientos, recuerdos, emociones, sensaciones físicas, impulsos, etc.), son
la ocasión para que emita conductas de evitación o escape (en formas que resultan inefectivas
o que generan sufrimiento adicional). Notarán que así definida, evitación experiencial no se
refiere a una estrategia específica, sino que describe una relación funcional entre estímulo y
conducta. Ninguna conducta “es” evitación experiencial, sino que se la denomina así cuando
“sirve” –por así decir– principalmente para reducir o controlar malestar. Puedo tomar una copa
de vino para reducir mi ansiedad, o puedo tomar una copa de vino para apreciar su sabor, y
sólo en el primer caso estaríamos hablando de evitación experiencial. La evitación experiencial
consiste en que las experiencias internas pueden adquirir funciones
discriminativas para conductas de evitación, es decir, las experiencias internas pueden
funcionar como señales de que es un buen momento para emitir una conducta de evitación.
Quizá esto sea más claro si consideran la alarma de incendios de un edificio. Al sonar, la
alarma no nos obliga a evacuar (podríamos permanecer adentro si fuera necesario), sino que
meramente señala que sería una buena idea poner en marcha alguna conducta de evitación tal
como poner la mayor distancia posible entre el edificio y nosotros mismos.
Esta función discriminativa para emitir una conducta de evitación no es algo intrínseco de la
alarma, sino que es adquirida. Imaginen que es su primer día de clases en la escuela y
escuchan un timbre: solo cuando supieran si el timbre señala el fin de la clase o que la escuela
se está prendiendo fuego podrían emitir una conducta de aproximación (salir hacia el patio y el
recreo), o una de evitación (salir del edificio).
Lo mismo pasa con las experiencias internas: por medio de ciertos procesos –que no vamos a
explicitar aquí por razones de espacio– las experiencias internas pueden adquirir funciones
discriminativas para conductas de evitación (véase Friman, Hayes, & Wilson, 1998).

Ahora bien, las experiencias internas no son en sí algo a evitar. No son peligrosas, no son
negativas, no son nocivas, no son tóxicas: son. Es el intento de controlar, resolver, reducir o
evitar una experiencia lo que la vuelve problemática. Cuando las experiencias internas ostentan
predominantemente funciones discriminativas para conductas de evitación, es ahí cuando
hablamos de evitación experiencial.
Evitación, aceptación, resignación, y otras palabras que riman.

Es evitación experiencial, entonces, cuando de una experiencia interna predomina lo que


podríamos llamar su función de evitación (no es una denominación técnicamente correcta, pero
sí menos engorrosa para la lectura), por sobre otras funciones posibles. Volvamos al ejemplo
de la alarma contra incendios: cuando suena, lo predominante sobre nuestras acciones es su
función de evitación (el señalar la evacuación del edificio), no sus cualidades sonoras –uno no
se pone en ese momento a ponderar la afinación de la alarma, o si tiene patrones rítmicos
identificables.
Pero armados de esta idea también podemos intentar una definición de aceptación: hablamos
de aceptación de experiencias internas cuando, al estar en contacto con ellas, no predominan
sus funciones de evitación, sino otras funciones diferentes, como por ejemplo interés, atención,
curiosidad, o aproximación en general.

Es decir, hablar de aceptación implica establecer funciones distintas de las evitativas para las
experiencias internas. No basta con meramente “tener” las experiencias previamente evitadas,
sino que para que podamos hablar de aceptación tiene que modificarse la relación funcional
entre las experiencias internas y las conductas.
Ver la cuestión de esta manera quizá arroje algo de luz sobre la idea de resignación: podemos
llamar así a la situación de estar en contacto con el estímulo (la experiencia interna en
cuestión), cuando en dicho estímulo siguen siendo predominantes sus funciones evitativas,
pero sin esfuerzos activos de solución. El ejemplo más conocido de resignación es el fenómeno
de la desesperanza aprendida: la situación sigue siendo aversiva, pero ya no emito respuestas
de evitación.
Clínicamente, decimos entonces que un paciente está resignado a tener pánico, digamos,
cuando aún lo experimenta, cuando aún quiere desesperadamente dejar de sentir pánico, pero
no sabe ya de qué manera. Decimos que está aceptando, en cambio, cuando se acerca al
pánico, cuando lo experimenta con curiosidad, con interés, o como una experiencia
predominantemente sensorial, como si fuera la primera vez que uno ve La Gioconda.

Por eso suele asociarse aceptación a actividad y resignación a pasividad. Aceptación significa
que cambian las funciones de una experiencia interna, mientras que resignación significa que
las funciones siguen iguales. Podríamos, haciendo un descalabro conceptual, resumir las
diferencias en un cuadro que nadie debería tomarse en serio:

Funciones de las experiencias internas

Evitación experiencial Evitativas O

Resignación Evitativas Or

Orien
Aceptación Otras (percepción, curiosidad, atención, etc.)
Hayes y colaboradores lo dicen mejor:

Aceptación no es tolerancia pasiva o resignación sino una conducta intencional que altera la
función de las experiencias internas, de eventos a ser evitados a focos de interés, curiosidad y
observación como parte de vivir una vida valiosa.(Hayes, Levin, Plumb-Vilardaga, Villatte, &
Pistorello, 2013)
Por eso hablamos con frecuencia en las terapias de tercera ola de “la función de los
pensamientos/sentimientos/sensaciones”, porque lo que estamos intentando modificar es la
función, no la forma de la experiencia interna. Cada ejercicio, cada metáfora, está destinada a
que las experiencias internas pierdan sus funciones discriminativas evitativas, que pierdan su
gancho sobre las acciones.

Exposición y aceptación
Por lo que venimos diciendo, quizá resulte clara la cercanía entre aceptación y las terapias que
utilizan exposición. Ya sea que se trate de procedimientos estructurados (exposición
prolongada, interoceptiva, con prevención de respuesta, etc.), o de procedimientos más bien
informales (vulnerabilidad, escritura expresiva, exposición emocional), las terapias basadas en
exposición siempre recurren a reducir la distancia psicológica entre la persona y el estímulo
evitado en cuestión.

Pero aquí está el nudo del asunto: para que sea exposición (o al menos para que sea
una buena exposición), tiene que existir un cambio en la función del estímulo evitado –o en el
caso que nos ocupa, un cambio en la función de la experiencia interna evitada. Esto es algo
que a menudo es fuente de confusión para terapeutas de otras orientaciones teóricas: no es
exposición tirar a la pileta a una persona que le tiene miedo a nadar; no porque sea feo, malo o
poco ético, sino porque no hay cambio en la función del estímulo. Reducir la distancia física
entre una persona y un estímulo no modifica su función, de la misma manera que no importa si
la alarma de incendios suena al lado de mi cabeza o a 50 metros, en ambos casos voy a
abandonar el edificio. Cuando tiro a la pileta a una persona que tiene miedo a nadar no estoy
cambiando ninguna función, el agua sigue teniendo funciones aversivas, sólo he reducido la
distancia entre el agua y la persona.
Ahora bien, es posible pensar que en algunos casos la mera proximidad física con el estímulo
podría, hipotéticamente, llevar a cambios en su función. Si tengo miedo a los gatos y me
encierran con uno durante 5 años, quizá eventualmente nos haríamos amigos, pero como
estrategia terapéutica resulta poco recomendable. Por eso mismo, la resignación podría
pensarse como un poco más cercana a la aceptación, pero aún implica un proceso
fundamentalmente distinto.

Por todo esto, un buen terapeuta de exposición no es el que tira al paciente al agua, sino el que
crea un contexto en el cual puedan desarrollarse otras funciones para el estímulo evitado, el
que fomenta una mayor variabilidad de la conducta en presencia de dicho estímulo. El
terapeuta que modela y propicia atención, humor, interés, curiosidad, contemplación hacia lo
evitado, es decir, el que favorece funciones que compitan con las funciones evitativas, no el
que meramente obliga a tolerar el malestar (hay buena evidencia de que es mala idea hacer
exposición con foco en la reducción de ansiedad, véase Craske, Treanor, Conway, Zbozinek, &
Vervliet, 2014). Por lo mismo, añadiría, aceptación no consiste en un “bancátela”, es decir, el
mero experimentar un malestar, sino que aceptación implica un cambio en la función de ese
malestar, a diferencia de la mera resignación. Vale notar que en ambos casos no se intenta
modificar el estímulo (por ejemplo, no se trata de reducir la ansiedad), sino su función.

Por eso, quizá la mejor manera de trabajar exposición o aceptación no sea hacer hincapié en
tolerar y en “esperar que pase el malestar”, sino en favorecer conductas con funciones distintas
de las evitativas. En el caso de la persona con miedo al agua, por ejemplo, alentar a notar
cómo se siente el agua en el cuerpo, como se siente el cuerpo en el agua, el cambio de
temperatura, el sabor, el cambio en el paisaje sonoro al meter la cabeza bajo el agua, las otras
experiencias internas que surgen al estar en contacto con el agua, etc. De la misma manera,
en el caso de una emoción en sesión, el notarla en el cuerpo, apreciar sus cualidades
sensoriales, los recuerdos, impulsos y pensamientos que la acompañan, etc.

El punto al cual quería llegar con estos insoportables y erróneos rodeos es este: aceptación y
exposición son distintas formas de nombrar el mismo proceso, esto es, no la mera cercanía con
un estímulo previamente evitado sino el cambio en su función.

Tres formas de utilizar toma de perspectiva en terapia

La toma de perspectiva, que se apoya en la utilización de enmarcamiento deíctico, es una de


las formas más poderosas de utilizar el lenguaje en terapia. Cuando adoptamos un punto de
vista diferente podemos ver las cosas de otra manera y también notar cosas nuevas. Por este
motivo, la toma de perspectiva puede ayudar a incrementar la percepción que los pacientes
tienen de elementos claves de su experiencia. También puede ayudarlos a ser más curiosos a
y abiertos a nuevas maneras de abordar un tema dado.
Podemos invitar a los pacientes a cambiar de perspectiva a lo largo de tres
dimensiones: interpersonal (por ejemplo, “si lo que te sucedió a vos le hubiera pasado a tu
mejor amiga, ¿qué le sugerirías que hiciera?”), espacial (por ejemplo, “si estuvieras sentado
allí, ¿qué verías?”), y temporal(por ejemplo, “dentro de dos semanas, viendo lo que has hecho
durante este tiempo, ¿qué querrías haber logrado?”).
A continuación presentamos tres ejemplos de utilización de toma de perspectiva en terapia que
pueden aplicar en diferentes áreas de su trabajo clínico.

1. Incrementar la percepción de los pacientes sobre sus experiencias psicológicas

Los pacientes a menudo tienen dificultades para observar o describir emociones, sensaciones
y pensamientos. Es posible invitarlos a tomar una perspectiva distinta sobre estas experiencias,
lo cual puede ayudarlos a ganar insight sobre ellas sin sentirse presionados a encontrar una
respuesta “correcta”. Por ejemplo, podrían preguntar: “Si fueras una de las personas que te vio
tener el ataque de pánico, qué habrías visto? Qué expresiones faciales o gestos hubieras
notado, por ejemplo?”, o “Dentro de una hora, cuando recuerdes esta sesión, que creés que
vas a recordar haber sentido mientras hablábamos de este tema?”
2. Desarrollar la auto-compasión de los pacientes

Una dificultad típica que los terapeutas necesitan tratar con frecuencia es la falta de compasión
de los pacientes consigo mismos. Por ejemplo, las personas que han sido expuestas a
ambientes altamente críticos en su niñez pueden internalizar esas críticas, con lo cual se
vuelve difícil para ellas experimentar sentimientos positivos hacia sí mismas. Para ayudarlas a
desarrollar auto-compasión, pueden invitarlas a tomar la perspectiva de una persona que es
gentil con ellas (por ejemplo “Si fueras tu mejor amiga, ¿qué te querrías decir en este
momento?”). Si expresar gentileza consigo mismo resulta imposible en el momento actual,
pueden invitarlos a imaginar a una persona que quieren, pasando por la situación que ellos
están atravesando (por ejemplo, “si tu hija te dijera que es una mala persona, qué querrías
decirle?”)
3. Ayudar a los pacientes a conectarse con fuentes significativas de satisfacción.

Los pacientes pueden tener dificultades en identificar cosas importantes de sus vidas,
especialmente si están deprimidos. En esos casos, simplemente preguntar sobre lo que es
importante para ellos puede no ser muy efectivo porque esas fuentes de sentido están muy
distantes para ser notadas o recordadas. Pueden ayudar a los pacientes a descubrir o
reconectarse con algo que les importa por medio de invitarlos a tomar una perspectiva distinta
en el tiempo (por ejemplo, “vayamos hacia atrás, a un tiempo en el cual encontrabas que la
vida era agradable. ¿Qué estabas haciendo en esa época?”), o adoptando el punto de vista de
otra persona (por ejemplo, “si le preguntara a tu pareja, como describiría ella lo que es
importante para vos?”). También pueden alentarlos a observar lo que otras personas parecen
disfrutar como un medio de identificar lo que es significativo para sí mismos (por ejemplo,
“¿cuál es la persona más inspiradora que conocés? ¿sobre qué es su vida?”, o “quien era un
ejemplo a seguir para vos cuando eras joven?¿qué es lo que hacía especial a esta
persona?¿qué hizo que quisieras ser como esta persona?”)

Pandora y la desesperanza creativa

Harto conocida es la leyenda de Pandora, pero si no tienen nada mejor que hacer hoy,
repasémosla una vez más, porque quizá sirva para ilustrar uno de los procesos que se trabajan
en ACT.
Creada por Hefestos a pedido de Zeus, Pandora fue enviada por éste a Epimeteo, el hermano
de Prometeo–quien había robado el fuego a los dioses para dárselo a los hombres– como
venganza. Epimeteo tenía un jarrón en el cual estaban encerrados todos los males del mundo
(las enfermedades, la muerte y otros sufrimientos).

Pandora abrió la tapa del jarrón epónimo (de paso, era un jarrón, no una caja, siéntanse libres
de ejercitar la pedantería cuando alguien mencione “la caja de Pandora”), todos los males
fueron desperdigados, y la humanidad conoció la enfermedad, el sufrimiento y la muerte.
Dentro del jarrón estaba también la esperanza (Epis), que no escapó, y quedó dentro del
jarrón, para consuelo de los hombres.
Esta es la versión más conocida de la leyenda, y en su última oración quisiera detenerme.
Suele decirse que esa esperanza, que quedó bajo control de los humanidad en ese jarrón, es
algo positivo, que da aliento y fuerzas. Pero esa interpretación pasa por alto que el jarrón
supuestamente contenía todos los males del mundo, con lo cual la esperanza parecería un
poco fuera de lugar allí.
Una interpretación alternativa de este hecho es aquella que postula que la esperanza que se
quedó dentro del jarrón era uno de los males: aquél que consiste en la anticipación de los
males. Una interpretación similar es aquella que postula que esa esperanza es lo que
podríamos llamar la “ilusión engañosa” (o, anacrónicamente, la “ilusión optimista”), el engaño
que nos susurra que todo va a estar bien, la que evita que tengamos que ver de frente los
males.
Ahora bien, es justamente este último sentido el que tenemos en mente cuando llevamos a
cabo el proceso llamado Desesperanza Creativa, en Terapia de Aceptación y Compromiso. Es
la esperanza engañosa la que susurra que tiene que haber una forma de solucionar el
malestar:
Quizá si pensás lo suficiente el sufrimiento se va a ir.
Quizá si pensás mejor el sufrimiento se va a ir.
Quizá si meditás el sufrimiento se va a ir.
Quizá si encontrás la medicación correcta el sufrimiento se va a ir.
Quizá si dejás de hacer algunas cosas el sufrimiento se va a ir.
El sufrimiento, claro está, no se va, pero la esperanza sigue susurrando. Hay que intentar más,
intentar mejor, y no habrá dolor. Y entretando, las “soluciones” destrozan todo. Después de
todo, si el objetivo es meramente que el malestar cese, la ingesta de drogas pesadas es una
alternativa razonable. No lo es, por supuesto, si el objetivo, en cambio, es que la vida valga la
pena.

Es por esto que uno de los primeros recursos que usamos en terapia es el de Desesperanza
Creativa: porque sólo dejando ir esa esperanza, sólo abandonando las soluciones que no
funcionan y no pueden funcionar, sólo dándole la cara a aquello que nos duele, podemos
seguir adelante.
Es sembrar una pequeña desconfianza: ¿qué pasa si esto no se resuelve porque no se puede
resolver, porque no pertenece a la categoría de cosas que se resuelven, sino a la categoría de
cosas que se experimentan tal y como vienen?
Sólo abandonando la esperanza en esa estrategia que dice “el malestar puede y debe ser
solucionado”. Desesperanza creativa, porque abandonar las ilusiones permite crear nuevas
realidades, porque el dolor no es un problema a resolver.

Los 83 problemas

Un granjero se acercó al Buda, teniéndolo por un maestro sabio e instruido. Luego de describir
sus muchas dificultades, el granjero le pidió consejo sobre cómo resolverlos. El granjero
comenzó:
–Maestro, tengo una buena granja, pero a veces hay inundaciones, y otras veces hay sequía, y
mis cosechas no crecen tan bien como quisiera. Amo a mi esposa y ella a mí, pero a veces me
regaña demasiado. Mis hijos se portan bien, pero demandan mucho de mí y muy a menudo,
¿qué debo hacer?

El Buda miró al granjero con compasión, extendió ambas manos y respondió:

– Lo siento, no puedo ayudarte con esos problemas.

El granjero se sintió atónito por unos momentos y replicó:

– Espera un minuto. La gente habla maravillas de ti en todos los rincones. Vienen a verte
buscando consejo para toda clase de cosas, y se van iluminados.

– Lo siento –repitió el Buda– pero no hay nada que pueda hacer para ayudarte. Cada persona
en todo momento tiene 83 problemas, y aún si un problema sustituye a otro, la cantidad
permanece siempre igual. No puedo ayudarte con los 83 problemas.

– Bien, dime entonces –preguntó el granjero esperando sacar algo en claro de su visita–, ¿con
qué sí me puedes ayudar?

– Te puedo ayudar con el problema número 84.

– Oh, y ¿cuál es ese?

– El problema número 84 es el deseo de no tener ningún problema.

Un paciente me contó esta pequeña historia


(que probablemente sea apócrifa, cosa que a Buda le importaría un comino, supongo), a
propósito de algo que estabamos trabajando y me resultó muy simpática (yo sospecho que
luego de la última respuesta, Buda se calzó un par de lentes negros, sonrió socarronamente y
el granjero le tiró una pala por la cabeza -después de todo los granjeros no suelen ser famosos
por su propensión a la reflexión filosófica).
La historia es, de todos modos, una buena descripción del abordaje ACT del sufrimiento
humano: la vida es difícil; siempre vamos a tener 83 problemas, y si bien podemos y debemos
intentar arreglarlos, al poco tiempo va a aparecer el siguiente (quizá por esto es que uno de mis
libros favoritos de ACT es “Las cosas podrían ir terrible, horriblemente mal” de Kelly Wilson).
Ahora bien, las cosas se complican y todo empieza a ir cuesta abajo cuando no estamos
dispuestos a tener problemas, cuando no estamos dispuestos a tener dolor. El problema
número 84.

Que tengan una buena semana, y que se entretengan con sus 83 problemas.

Cuando un cigarro no es sólo un cigarro

No voy a referirme a los lapsus, actos fallidos o interpretaciones del Inconsciente. Voy a
referirme al tabaquismo. Han pasado ya un poco más de 5 meses desde que dejé de fumar.
Recién ahora siento que puedo escribir unas palabras sobre este tema, no tanto desde el lugar
de terapeuta sino desde lugar de alguien que ha tenido (y aún tiene) ese problema.

Voy a plantear algo obvio y sin embargo algo generalmente invisibilizado: el fumar no es
simplemente un mal hábito o una mala costumbre que el fumador puede controlar a
conveniencia. Permítanme contarles luego por qué acaso no es tan obvio en la práctica.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), considera que el tabaquismo es una enfermedad


crónica. Cómo mínimo –dejando de lado la cantidad de enfermedades que se asocian al
consumo de tabaco- debemos considerar que se trata de una adicción.

Los trastornos relacionados con nicotina se incluyen en el DSM-IV y DSM-V. Sólo por recordar
algunas cuestiones relevantes, repasemos los 7 criterios que el DSM-IV establece para el
diagnóstico de la dependencia química:

Dependencia de sustancias
Un patrón maladaptativo de uso de sustancias que conlleva un deterioro o malestar
clínicamente significativo, expresado por tres (3) o más de los ítems siguientes en algún
momento de un período continuo de doce (12) meses.
(1) tolerancia, definida por (a) una necesidad de cantidades marcadamente crecientes de la
sustancia para conseguir la intoxicación, o el efecto deseado o, (b) el efecto de las mismas
cantidades de sustancia disminuye claramente con su consumo continuado.
(2) abstinencia, definida como cualquiera de los siguientes ítems (a) el síndrome de abstinencia
característico para la sustancia o (b) se toma la misma sustancia (o un muy parecida) para
aliviar o evitar los síntomas de abstinencia.
(3) la sustancia se consume en cantidades mayores o durante un período más prolongado de
lo que originalmente se pretendía.
(4) existe un deseo persistente o se realizan esfuerzos infructuosos por controlar o interrumpir
el consumo de la sustancia.
(5) se emplea mucho tiempo en actividades relacionadas con la obtención de la sustancia
(p.ej., visitar a varios médicos o desplazarse largas distancias), en el consumo de la sustancia
(p.ej., fumar un cigarrillo tras otro) o en la recuperación de sus efectos.
(6) reducción o abandono de importantes actividades sociales, laborales o recreativas debido al
consumo de la sustancia.
(7) se continúa consumiendo la sustancia a pesar de tener conciencia de problemas
psicológicos o físicos recidivantes o persistentes que parecen causados o exacerbados por el
uso de la sustancia (p.ej., consumo de cocaína a pesar de saber que provoca depresión
rebote).
El fumador tiene un problema, creo que en eso estamos todos de acuerdo. El fumador necesita
ayuda para recuperarse, también en eso seguro estamos de acuerdo. En lo que quizá no
estemos de acuerdo (lo digo por la frecuencia altísima de las conductas que voy a mencionar)
es en lo tremendamente inútil (e incluso perjudicial) del trato estándar que recibe el fumador
por parte de gente cercana (y no tanto también).
Siendo fumadora he recibido una dosis importante de mal trato tan abierta y públicamente que
cuando lo pongo en perspectiva realmente me sorprende. Puedo arriesgar que todo fumador
ha tenido que pasar por eso también y que está tan naturalizado que ya no escandaliza a
nadie.

1) La gente te dice “dejá de fumar”. Ok, claramente piensan que es como vestirse de rojo o
peinarse hacia un costado: algo que uno decide sin demasiados condicionamientos (no digo
que no los haya en esos casos). Dejá de fumar y de paso comprá un kilo de pan, un trámite.

2) La gente te dice “la gente inteligente no fuma”. No es difícil entender cómo un fumador
podría sentir que lo están tratando de tonto –siendo suave. Genial, eso realmente va a
ayudarme a sentir más confianza en mí mismo para intentar dejar de fumar. Esto es claramente
un mito (acá iría la lista de toda la gente reconocida socialmente como “inteligente” que fumaba
y fuma, pero me parece realmente innecesario, sería como legitimar lo ridículo).

3) La gente te dice “no entiendo cómo te puede gustar fumar”. Un juicio disfrazado de falsa
curiosidad que denota una falta de sensibilidad hacia el otro y de empatía. Lo cierto es que los
seres humanos tenemos algunos comportamientos aparentemente extraños para otros, todos
podemos relacionarnos con algún ejemplo de esto. Y esto sólo dejando de lado toda otra serie
de factores que pueden influir la conducta humana.

4) La gente te dice “¿cuándo vas a dejar de fumar?”. Genial, acaban de tomar una decisión por
vos y sólo te están pidiendo que pongas una fecha. La mejor receta para obtener respuestas
evasivas de parte del fumador, quizá alguna mentira y el resentimiento del vínculo.

5) La gente te dice “¿otro más te vas a fumar?”. La culpa del fumador asciende a niveles
insospechados. No se conoce a nadie que haya dejado de fumar sólo porque alguien le hizo
esa pregunta-reproche.

6) La gente pone cara de asco a la vez que mueve la mano agitándola de un lado a otro,
cuando prendés un cigarrillo. En el peor de los casos dice abiertamente que siente asco. Si
estás buscando una receta para resentir el vínculo, repetí esto tantas veces como puedas.
Nadie dice que deberías quedarte ahí si realmente te desagrada, como después veremos, hay
formas de estar a gusto sin necesidad de ofender al otro respecto a un problema que padece.

7) La gente te recuerda todo el cáncer que vas a tener si no dejas de fumar (además de un
montón de otras cosas espantosas). Otro buen ejemplo de cómo los humanos persistimos en
conductas inútiles. El fumador ya tiene esa información, vos mismo ya se la dijiste unas 176
veces, pero insistís en repetirla en cuanto te viene a la cabeza rígidamente. Si te quedan ganas
de repetir por vez número 177 esta información, releé el punto 7 de los criterios de la
dependencia química que copié acá arriba.

Aun así y como estas frases son tan populares y las escuchamos en todos lados, quisiera
aplicarlas a otro problema de consecuencias para la salud similares para que se entienda lo
agresivo que es para el fumador recibir estos comentarios.

Consideremos la obesidad causada por etiologías relacionadas al estilo de vida (que


representa el mayor porcentaje de causación). Imaginemos sólo por un momento que una
persona obesa recibe cotidiana, pública y abiertamente estos comentarios como si nada
pasara: “no entiendo cómo no dejás de comer”, “cuándo pensas dejar de comer?”, “la gente
inteligente no es obesa”, “te vás a morir de un ataque al corazón si seguís comiendo”, “qué
horrible te queda la ropa!”. Ok. Espero que se entienda mejor ahora. Del estigma social nadie
que sea diferente en algo va a zafar. De lo que hablo es del mal trato a cielo abierto que
reciben los fumadores. Por eso sostuve que lo que es obvio –el tabaquismo es una adicción-
no es tan obvio en la práctica. Las personas no se comportan como si supiesen que se trata de
un problema grave de cambio difícil.

Ahora bien: ese maltrato muchas veces se acompaña de buenas intenciones. Los seres
queridos refieren que quieren ayudar. ¿Ayudan esos comentarios? No. ¿Mejoran algo? No.

Las razones por las cuales un fumador decide dejar de fumar son muy particulares y no
siempre se asocian a la amenaza de terribles enfermedades. Primero la persona tiene que
decidir cambiar. Después buscar ayuda. Después intentarlo una y otra vez. Los juicios y
condenas no le ayudan, lo hacen sentir aparte y solo.

Si sos parte de la gente que típicamente hace comentarios como los que mencioné y lo que
quiere, sin embargo, es ayudar, quizá algunas de estas sugerencias puedan ayudarte:

1) En lugar de decir “dejá de fumar” o “cuándo vas a dejar de fumar?” podés decir “me pondría
muy contenta/o que dejes de fumar porque te quiero y quiero que estés bien”. Es
recomendable decir esto no más de dos veces al año. Leíste bien, sí, no más que eso, caso
contrario la frase se convierte en una repetidora de radio sin mucho sentido más que el de
resentir a la persona que fuma.

2) Podés agregar: “¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudarte a buscar ayuda para dejar de
fumar si es que lo venís pensando?”

3) En lugar de decir “no entiendo cómo te puede gustar fumar” o “la gente inteligente no fuma”,
podés hacer algunas preguntas abiertas que muestren genuino interés para conocer un poco
cómo funciona ese problema en tu ser querido: preguntar por contextos que aumentan las
ganas, o qué siente cuando no puede fumar. Eso a la vez va a aumentar tu comprensión del
problema que tiene tu ser querido y cómo se relaciona con la adicción. Intentá “conocer” el
problema en lugar de directamente “condenarlo”.

4) Muy cada tanto podés enviar algo de información sobre tratamientos efectivos para dejar de
fumar a tu ser querido, por mail estaría bien, mencionando que podés acompañar al menos a
una primer entrevista para ver de qué se trata. De nuevo, hacerlo espaciadamente y ver las
reacciones de tu ser querido, si se muestra abierto o se resiente y se cierra más.

5) Practicar aceptación del otro tal cual es en este momento. Esto no significa resignarse ni
estar de acuerdo con el fumar. Esto tampoco significa bajar los brazos. Significa reconocer el
problema en todas sus dimensiones, incluyendo la reticencia del fumador a intentar
recuperarse, si es que es el caso. Si te interesa leer más sobre la importancia de la aceptación
y su diferencia con la resignación podés hacer click aquí.
6) Si particularmente te molesta el humo o el hecho de ver a tu ser querido fumando podés
simplemente retirarte un momento del lugar o pedirle que fume en otro espacio sin necesidad
de acompañar este pedido con una crítica agresiva o un juicio de valor peyorativo.

7) Si observás que algún día disminuye la cantidad que fumó, no olvides reforzar eso
ofreciendo una consecuencia positiva a tu ser querido: puede ser un comentario de felicitación,
un cariño o una invitación especial (eso dependerá de que conozcas a la persona y sus
preferencias).

Finalmente, y como no podría ser de otra manera, si querés dejar de fumar o tenés un ser
querido que quiere dejar de fumar te dejo dos lecturas:
1) Este artículo escrito por Steven Hayes, uno de los creadores de ACT, en donde se refiere a
la aplicación del modelo de flexibilidad psicológica para cesación tabáquica, modelo propuesto
por Jonathan Bricker.
2) Un artículo científico de Elizabeth Gifford y colaboradores, en donde propone un tratamiento
para cesación tabáquica basado en estrategias de ACT y lo compara con tratamientos de
reemplazo de nicotina (NRT).
Hay una serie de programas de cesación tabáquica basados en la evidencia además de estas
propuestas. Invito a los colegas que trabajan sobre el tema a compartir los links o artículos
sobre estos programas para que más gente los conozca y los tenga disponibles.

Un cigarro a veces no es sólo un cigarro. A veces, la mayoría, es un problema de adicción. En


la mayoría de los casos la persona queda presa perdiendo su libertad para elegir conductas
alternativas. Esto significa que necesita ayuda. Si te interesa ayudar a esa persona podés
empezar por acá: escuchar y observar más, comprender sin realizar juicios peyorativos y ser
efectivo en la ayuda. Si ya intentaste ayudar por la misma vía varias veces sin resultado quizá
llegó la hora de buscar otra nueva y mejor.

Los cuatro jinetes del apocalipsis en psicología

Seamos honestos: algunas explicaciones en psicología se merecen el infierno. La psicología es


un campo fértil para especulaciones a la violeta, explicaciones descabelladas y teóricos de
entrecasa (la grande y calurosa legión de los muypsicólogos). Pero esto no es patrimonio
exclusivo de los amateurs psicológicos, tampoco la psicología “seria” se salva de merecer
algún infiernito de tanto en tanto.
Para mantenerlos lejos del Averno psicológico –allí donde se expían las teorías psicológicas
más abyectas y en donde las almas de los condenados reciben como castigo la obligación de
corregir citas en formato APA para toda la eternidad– es que vamos a considerar algunos
errores graves en las explicaciones psicológicas, errores que no sólo se cometen en los libros
de texto sino también en el quehacer diario del psicólogo. Conozcan a los cuatro jinetes e
intenten mantenerse a salvo.

Primer jinete: Falacia Nominalista

Esta es una de las formas más engañosas de irse al infierno. La falacia nominalista en pocas
palabras, consiste en confundir el explicar algo con ponerle nombre.

En caso de que no puedan verlo, Mundstock, oficiando de psicólogo, le dice a Rabinovich,


quien está haciendo de paciente: “Bueno, en realidad la mente influye mucho sobre el cuerpo;
usted está… somatizando”, tras lo cual festeja como si hubiera dicho algo genial. No está
diciendo nada nuevo, no está identificando causas, procesos ni formas de intervención, sino
que le pone nombre y se da por satisfecho (justamente eso es lo divertido del fragmento).
Esta falacia es particularmente engañosa porque puede proporcionar la sensación de que
hemos dicho útil, esclarecedor o explicativo de alguna forma, cuando en realidad todo lo que
hemos hecho ha sido ponerle una etiqueta. Pero una etiqueta es solo eso; un resumen, un
atajo para referirse a algo más extenso, no es una explicación. El físico Richard Feynmann en
esta anécdota recuerda cómo su padre le enseñó a distinguir entre saber el nombre de algo y
saber acerca de ese algo:

La traducción del texto del video sería: “Mi padre me enseñó algo; señalando un pájaro me dijo
“sabés qué es ese pájaro? Es un tordo de garganta marrón, pero en portugués es un hunto la
pero, en italiano un chutto la pittida, en chino es un chung Wong tah, etcétera”, dijo. “Ahora
bien, podés saber en todos los lenguajes que quieras cuál es el nombre de ese pájaro y
cuando termines de aprenderlos todos, dijo, no sabrás absolutamente nada en absoluto sobre
el pájaro”. Él sabía la diferencia entre conocer el nombre de algo y conocer algo.”
Hacemos esto en psicología cuando en lugar de dar una explicación solo le ponemos nombre
al fenómeno:

– ¿Por qué el cielo es azul?


– Porque entre las varias propiedades del cielo, una de ellas es la de ser azul.
– ¿Por qué este paciente piensa que es incapaz de hacer algo bien?
– Porque tiene baja autoestima.
Ahora bien, antes de que me salten a la garganta: por supuesto que es útil conocer el nombre
de las cosas y usarlo. Como mencionamos anteriormente, el nombre es una etiqueta, un atajo,
y en tanto tal sirve para el intercambio y para el pensamiento. Nos vamos al infierno cuando
usamos el nombre como si fuera una explicación.

Segundo jinete: Explicación teleológica

El segundo jinete es el que proporciona explicaciones teleológicas. No estamos hablando aquí


de lo que para Aristóteles eran las causas finales, sino de las explicaciones a partir del efecto.
Por ejemplo: “Mi sobrino hace X y la gente le presta atención, por lo tanto hace X para llamar la
atención”
Este tipo de explicación presenta una dificultad: pone la acción antes que la causa. En palabras
de Eacker(1972): “es enigmático cómo algo que aún no ocurrió, un evento futuro, podría
influenciar algo que está ocurriendo ahora, un evento presente. Más aún, es bastante posible
que el propósito sean menos una característica de la conducta y más una característica de
quien sea que observa la conducta; esto es, quizá sea impuesta sobre la conducta más que
observada en ella”

Donde más he visto este jinete es en la clínica del trastorno límite de la personalidad, en donde
algunos terapeutas “explican” la conducta a través de una consecuencia: “se corta para
manipular”, o “se corta para llamar la atención”, etc.

Quizá les cause extrañeza que diga esto en un blog que suele publicar sobre conductismo,
modelo en el cual las consecuencias de las conductas son causa principal de la acción. Sucede
que en el análisis de la conducta las consecuencias están siempre en el pasado. En palabras
de Hayes, “el futuro del cual estamos hablando es el pasado como el futuro en el presente”

No es que “grita para llamar la atención”, sino algo así como “cuando ha sido seguida de
atención por parte del entorno social, la conducta de gritar se ha sostenido” (noten de paso
cómo el cambio de formulación, incluso en algo tan pequeño, ya sugiere una intervención
posible, incluye el contexto de la conducta y elimina la connotación patológica).

Tercer jinete: Expansorreduccionismo

Bien, acabo de inventar una palabra tan horrible como un jinete del apocalipsis, así que debe
ser adecuada. El engendro terminológico se refiere a que si bien este jinete tiene dos caras se
trata de una misma práctica: el explicar algo psicológico utilizando otro nivel de investigación.

La cara más conocida es la del reduccionismo: explicar un fenómeno psicológico por medio de
otro campo de investigación de nivel inferior. Somos reduccionistas cuando explicamos un
fenómeno psicológico en términos de sustratos biológicos, por ejemplo. Pero este jinete tiene
otra cara, un poco menos usual pero igual de perniciosa, que podríamos llamar
“expansionismo”, consistente en explicar los fenómenos psicológicos a través de un campo de
investigación de nivel superior: explicar la psicología a través de la sociología, por ejemplo.
“Esta persona se deprimió por un déficit de serotonina” o “esta persona se deprimió porque la
sociedad está enferma”, tienen algo en común: parecieran dar por explicada la cuestión. Claro,
luego queda explicar qué es lo que genera el déficit de serotonina en primer lugar, o de qué
manera el ambiente social generó una depresión en esa persona y no en la que está al lado,
por ejemplo, pero las explicaciones reduccionistas y expansionistas generan la apariencia, la
ilusión, de que hemos resuelto algo.

La forma más reciente de este jinete es el neurocentrismo, por supuesto. Me refiero a la


práctica de explicar lo psicológico a través de lo neuronal: “el cerebro hace esto, el cerebro
hace aquello”, como si el cerebro fuera un señor que uno tiene dentro. Miren, por ejemplo, la
versión de Estanislao Bachrach

“El cerebro trata de que no pensés, que no hagás nada nuevo y de que no cambies porque si
así estás bien no le importa si sos feliz. Al cerebro no le importa si te peleás con tu marido, si
tenés un sueldo bajo o si sos bajita. A él lo único que le importa es que sobrevivas. Y si hasta
hoy estás viva el cerebro dice “Repitamos todo, que todo el día de hoy sea idéntico al de ayer”
Hablarle a tu cerebro sería pensar “esto me funcionó ayer, hoy quiero hacerlo diferente”: quiero
estudiar otra cosa, quiero tener otra relación… Si no te detienes a hablarle, a hacer la pausa, a
ver dónde estás hoy y qué quieres para mañana el cerebro no lo va a hacer nunca.” (link)
Es una muy buena descripción de la idea “el cerebro es un señor que tenemos dentro”. La
parte de hablarle al cerebro es fantástica. Yo estoy tratando de convencer a mi hígado de que
no me genere resaca, pero no parece funcionar mucho. Chiste aparte, vuelvan a leer el
fragmento y noten la aplicación práctica, por llamarla de alguna manera, que sugiere: está
recomendando autoafirmaciones positivas como si hubiera descubierto la pólvora (y como si no
hubiera un cúmulo de investigaciones psicológicas que señalan que son una mala idea).
Nuevamente, les pido mesura con este jinete. Hay, por supuesto, interesantísimas
contribuciones y polinizaciones cruzadas entre distintos ámbitos de investigación. Los aportes
de la genética, biología, neurología, sociología, economía, etc., pueden resultar
tremendamente valiosos para la psicología, en tanto se utilicen para enriquecer, no
para reemplazar una explicación o investigación psicológica.
Cuarto jinete: Reificación

Este jinete es el causante de incontables calamidades conceptuales y teóricas. Digamos, si uno


fuera a enfrentarse a estos cuatro jinetes del apocalipsis con un revólver con cuatro balas, yo
sugeriría darle cuatro tiros a la reificación, sólo para asegurarnos de que muera.

Si bien el término tiene otros usos, en psicología se refiere a la práctica de convertir un


concepto abstracto en una cosa. Skinner(1953), describe excelentemente cómo “inteligencia”
pasa de ser un concepto abstracto a ser una cosa:
Los nombres de rasgos usualmente empiezan como adjetivos – “inteligente”, “agresivo”,
“desorganizado”, “enojado”, “introvertido”, “nervioso”, y así por el estilo– pero el resultado
lingüístico casi inevitable es que esos adjetivos se convierten en sustantivos. Las cosas a las
cuales esos sustantivos refieren son tomadas como causas activas de esos aspectos.
Comenzamos con “conducta inteligente”, y pasamos primero por “conducta que exhibe
inteligencia”, y luego a “conducta que es el efecto de la inteligencia”. Similarmente, empezamos
observando una preocupación con el espejo que nos recuerda la leyenda de Narciso;
inventamos el adjetivo “narcisista”, y luego el sustantivo “narcisismo”; y finalmente afirmamos
que aquello a lo cual refiere el sustantivo es la causa de la conducta de la cual partimos”
Por supuesto “alguien se mira mucho al espejo porque es narcisista (término que refiere a la
persona que se mira mucho en el espejo)”, es también un caso de la falacia nominalista, pero
dicha falacia se refiere al uso de conceptos reificados, no a la reificación en sí.

La reificación genera enormes problemas. En primer lugar, suele llevar a explicaciones de tipo
circular. Usando un ejemplo extremo (no se lo tomen muy en serio): “una persona se deprime
porque tiene un esquema de abandono; la evidencia de que tiene un esquema de abandono es
que se deprime”. En este blog hemos llamado a esa tendencia “el mago desmemoriado”, aquel
mago que pone un conejo en la galera y luego se sorprende muchísimo al sacarlo.
Y por supuesto, esta tendencia suele ser funesta para la investigación: “Cuando los eventos
son asignados a alguna entidad interna oculta, no sólo la investigación científica se desvía
hacia la tarea imposible de comprender la entidad oculta, sino que la curiosidad tiende a
descansar. La investigación es obstaculizada no sólo por la dificultad de la tarea, sino por la
aparente explicación que es tomada por la cosa real” (Baum, 2005).

Estén atentos, y la próxima vez que lean algo de psicología, noten si el autor está hablando de
constructos hipotéticos como si fueran cosas. Si es así, sigan leyendo pero tomen todo con un
grano de sal y hagan nota mental de poner al autor en el círculo del infierno que le
corresponde.

Evitando el infierno

Vale la pena insistir en esto: los cuatro jinetes no son siempre nocivos. Cuando conversamos
con otros profesionales, puede ser más rápido decir “el paciente hace X porque tiene el
complejo de Ricardo Fort”, “tiene pensamientos automáticos”, o “se corta para regularse” antes
que hacer una explicación detallada. A veces construir una ficción explicativa es un recurso útil
para socializar un concepto o para una psicoeducación.

Lo único necesario para evitar el infierno en estos casos es esto: recordar que no son
explicaciones propiamente dichas. Parafraseando a Sagan, es una buena manera de
engañarse a sí mismo y a los demás lo menos posible.

¿Esto sería…?

Hace unos días recibí una consulta que ya he escuchado bajo otros formatos varias veces y
quisiera compartir un par de ideas al respecto con ustedes.

Me pasaron este video acompañado por una pregunta:

La pregunta fue “¿lo que se ve en este video sería un ejemplo de pliance?” (en caso de que no
lo sepan, pliance es un tipo de conducta gobernada por reglas, junto
con tracking y augmenting). Varias veces he escuchado la misma duda con ligeras
variaciones: “esta conducta ¿sería un ejemplo de X o de Y?” (siendo conducta verbal, tracking,
pliance, augmenting, refuerzo, castigo, extinción, etc.).
Mi respuesta estándar a este tipo de preguntas es: “no tengo la más puta idea” (a veces lo digo
de manera más educada). Y no lo digo por mi inherente maldad, sino porque honestamente no
hay forma de responder a esto. Permítanme explicar. Asumamos que la conducta que nos
interesa explicar es la imitación que realizan los pescadores (siempre es vital definir cuál es la
conducta en cuestión, no lo olviden), y notemos que hay 7 personas imitando en el video.

Ahora bien que algo se denomine tracking, pliance, augmenting o cualquier otra cosa depende
de la historia de aprendizaje, no de qué conducta se trate. Miren las definiciones de pliance y
tracking del libro de RFT (Hayes et al, 2001):
“Pliance es conducta gobernada por reglas bajo el control de una historia de refuerzo
socialmente mediado para la coordinación entre la conducta y un estímulo verbal antecedente
(la regla o red relacional)” (…)
“Tracking es conducta gobernada por reglas bajo el control de una historia de
coordinación entre la regla y la manera en la cual el ambiente se organiza
independientemente del cumplimiento de la regla”
Dicho en otros términos, pliance involucra una historia en la cual seguir una regla (es decir,
coordinar la conducta propia con una regla), ha sido reforzado socialmente, mientras
que tracking involucra una historia en la cual seguir una regla ha llevado a resultados efectivos.
En el video, como en cualquier ejemplo aislado, no tenemos acceso a la historia ni al contexto
completo de la conducta en cuestión. Incluso asumiendo que se trata de una conducta guiada
por reglas, bien podría ser que en el video para el primer pescador se tratara de
un tracking (imitar por una historia en la cual la imitación llevó a una buena pesca), mientras
que para el segundo la conducta fuera un caso de pliance (imitar por una historia de refuerzo
social de adaptarse a un grupo).
Por eso la pregunta es imposible de responder: sin conocer la historia de aprendizaje podemos
hacer una conjetura, pero básicamente estamos adivinando. En análisis de la conducta (sea
ACT, RFT, BA, etc.), no clasificamos la conducta en base a su topografía (es decir, no
clasificamos de acuerdo a cómo se ve).

La contrapropuesta

Dicho todo esto, entiendo que este tipo de preguntas se hacen porque tratamos de aprender, y
para ello se buscan múltiples y variados ejemplos, y eso es algo extraordinariamente loable. El
análisis de la conducta es extraordinariamente difícil de aprender cabalmente, y tratamos de
seguirlo por todos los medios.

Por eso mi propuesta es esta: la próxima vez que se encuentren planteándose si una conducta
que observan o que se les plantea es un caso de pliance, tracking, augmenting, refuerzo,
castigo, extinción, o lo que sea, reemplacen esa pregunta por esta:

“¿Bajo qué condiciones podría decir que esa conducta es pliance (o tracking, castigo, etc.)?
O la versión un poco más extensa:

“¿Qué historia de aprendizaje tendría que estar involucrada y qué tendría que estar sucediendo
en el ambiente en ese momento para que fuera un caso de pliance (o refuerzo, augmenting,
etc.)?”
Prueben con el video: ¿qué tendría que estar pasando, ahora y en la historia de aprendizaje,
para que pudiéramos decir que el primer pescador desde la izquierda está exhibiendo pliance?
¿qué tendría que haber sucedido en el pasado? ¿qué tendría que estar pasando, ahora y en la
historia de aprendizaje, para que pudiéramos decir que el segundo pescador desde la izquierda
está exhibiendo tracking?
Por supuesto, no van a poder responderla jamás con certeza porque con una conducta aislada
no tenemos acceso a la historia (se necesitaría llevar a cabo un análisis funcional para ello),
pero puestos a adivinar, y si el objetivo es más bien aprehender un concepto antes que diseñar
una intervención, quizá esta sea una pregunta más fructífera.

Defusión a través de la infusión

Nuevamente nos encontramos con un excelente artículo de Mattiew Villatte publicado


en Practice Ground y para que más personas puedan leerlo decidimos traducirlo al castellano,
con autorización del autor. El artículo original pueden encontrarlo acá.
Defusión a través de la infusión*

Por Matthiew Villatte


La defusión es un proceso poderoso; quizá se trate del más importante de todos los procesos
de ACT destinado a aumentar la flexibilidad psicológica –junto con aceptación, contacto con el
momento presente y yo como contexto-.

¿Por qué? Porque la fusión cognitiva lleva a la evitación, a la perdida de contacto con el
presente y al apego al yo conceptualizado. Debido a propósitos pragmáticos, el modelo ACT
generalmente se presenta compuesto por seis procesos (añadiendo valores y acción
comprometida a la lista) pero la fusión es probablemente el principal proceso de inflexibilidad,
convirtiendo a la defusión en la mejor aliada para ayudar a los clientes a cambiar. No queremos
decir que el contacto con el presente, la aceptación y el yo como contexto sean poco
importantes sino, más bien, que son instancias de defusión más que procesos totalmente
distintivos.

Cuando un cliente está defusionado nuestro trabajo se hace más fácil. Podemos focalizar
entonces en entrenamiento en habilidades, clarificación de valores y motivación.

Recuerden los tres pasos para la defusión:

 Notar secuencias comportamentales (en particular pensamiento-acción-consecuencia)


 Evaluar la efectividad de la acción en términos de los valores
 Incrementar la flexibilidad de respuesta a los pensamientos
Si los clientes son habilidosos en estas tres áreas, el único elemento principal que necesitarían
es una dirección (valores claros). Trabajar sobre las acciones requerirá menos trabajo si la
defusión y los valores son fuertes porque las barreras hacia una vida con sentido serán mucho
más fáciles de superar.

¿Pero qué ocurre si la fusión es alta?


Es generalmente a través de la repetición de las técnicas de defusión –ejercicios formales o
interacciones verbales más naturales- que el cambio comienza a ocurrir. Se suele decir que
aprender un nuevo movimiento requiere cientos (algunos incluso dicen miles) de repeticiones
para que quede bien integrado a nuestro repertorio. Una búsqueda rápida revela, sin embargo,
que esto es más bien una creencia popular y no algo científico. Después de todo, ¿acaso no
notamos todos momentos en los cuales una metáfora, un ejercicio o una pregunta transforman
radicalmente al cliente? Pero aun así el cambio lleva tiempo generalmente, especialmente si se
trata de viejos hábitos.

Algunos de nuestros clientes están particularmente fusionados. Solemos llamarlos “rígidos”. No


sientan vergüenza de esta etiqueta ya que en realidad captura bastante bien la sensación de
estar fusionado, y nosotros podemos experimentar también esa sensación con bastante
facilidad: se vuelve difícil mirar el mundo desde diferentes puntos de vista, imaginar
interpretaciones alternativas o soltar una opinión –incluso cuando las acciones basadas en esa
opinión tienen un costo alto o son dañiñas. Se siente rígido.
¿Qué experimentás cuando interactuás con un cliente “rígido”? Adivino que no es raro
que comiences a sentirte rígido también. Aún con toda la compasión y la aceptación del
mundo, es difícil permanecer abierto cuando enfrentas consistentemente una pared de rigidez,
especialmente cuando el contenido de lo que se está diciendo contradice tus propias creencias.
¿Qué podemos hacer, entonces, cuando un cliente está altamente fusionado? Si has
tratado de decirle a un cliente que “agradezca a su mente por ese pensamiento” luego de que
él se quejó sobre lo injusto que es el mundo, habrás notado que él encontró muchos más
argumentos que apoyaban su pensamiento original respecto a que el mundo no es justo. La
fusión no disminuyó sino que se incrementó. Cuando la fusión es alta, las técnicas de
defusión pueden sentirse como invalidantes y alimentar la fusión. No se trata de que la
defusión no sea apropiada aquí, se trata de que requiere paciencia y disposición a
experimentar un cierto grado de fusión. ¿Fusión? Sí, leíste bien.
Dejame explicar esta idea con una metáfora. Probablemente sepas que el té contiene cafeína y
que la cafeína es una estimulante. Por esta razón, mucha gente evita tomar té por la noche, del
mismo modo que evitamos tomar café para evitar problemas de sueño. Lo que es menos
conocido respecto del té es que también contiene taninos, los que contrarrestan los efectos de
la cafeína. Pero para beneficiarse de los efectos de los taninos, el té necesita infusionarse por
más tiempo. Esto significa que, de manera algo contraintuitiva, cuanto más infusiones el té,
menos efecto estimulante tendrá.

¿Y si enfocamos la rigidez como si fuera té? Esto significaría que la fusión sería el antítodo
para la fusión. Pero, si queremos que el efecto benéfico ocurra, necesitamos que la rigidez se
“infusione” durante un rato. Necesitamos acompañar a los clientes en los relatos e historias que
cuentan, al menos por un momento.

En ACT en general se nos estimula a soltar la historia**, pero quizá a veces necesitamos
soltar la historia de que necesitamos soltar la historia. Quizá necesitamos confiar en que
los clientes tienen la fortaleza para defusionarse, aun cuando están altamente fusionados. Es
más fácil confiar en su capacidad para sobreponerse a las dificultades cuando las emociones
primarias son la fuente principal de sufrimiento que cuando la rigidez o el pliance son más
centrales. Aun así, incluso clientes “rígidos” tienen taninos adentro suyo.
Entonces, ¿cuáles son los taninos de nuestros clientes? La respuesta es más simple de lo que
crees. En cada historia hay un proceso. El único problema es que el contenido de la historia
puede oscurecer el proceso y terminamos ahogándonos en o rechazando toda la historia en su
conjunto. No dejamos a la historia infusionarse el tiempo suficiente. Pero si nos tomamos el
tiempo de escuchar cuidadosamente, escucharemos las pistas que articulan los eventos
contenidos en la historia. Estas pistas dicen mucho respecto al modo en que los clientes se
relacionan con sus historias. Esas pistas son los taninos.
Acá va un ejemplo concreto: un cliente dice “No puedo creer que me despidieran. No tiene
ningún sentido, es realmente injusto. Ahora estoy en graves problemas… ¿cómo voy a pagar el
alquiler? Esto me pone en una situación terrible. Sólo porque llego tarde a veces eso no
significa que tengan que despedirme, ¿no? ¡No es que no hago mi trabajo! ¿Sabés qué? Voy a
ir al trabajo mañana, no me importa si me despidieron. Voy a ir y voy a trabajar como siempre.
¡Es injusto y no voy a permitirles que me arruinen la vida!”

Cuántas veces pensaste que esta persona estaba fusionada al leer estas líneas? Yo
conté al menos dos. Concedido, no conocemos toda la situación. Pero justificar llegar
tarde al trabajo y volver al trabajo después de haber sido despedido no son los modos
más defusionados de encarar esta situación, verdad? Sin embargo, el antídoto para tal
estado de fusión se encuentra en la historia del cliente. Escuchemos de nuevo, y esta
vez prestemos atención a los pistas.
“No puedo creer que me despidieran. No tiene ningún sentido (el cliente expresa confusión),
es realmente injusto. Ahora estoy en graves problemas… ¿cómo voy a pagar el alquiler? Esto
me pone en una situación terrible (el cliente expresa preocupación). Sólo porque llego tarde
a veces eso no significa que tengan que despedirme, ¿no? ¡No es que no hago mi trabajo! (el
cliente establece reglas) ¿Sabés qué? Voy a ir al trabajo mañana, no me importa si me
despidieron. Voy a ir y voy a trabajar como siempre. ¡Es injusto y no voy a permitirles que me
arruinen la vida!” (el cliente intenta escapar de sus preocupaciones a través del
seguimiento de reglas).
Las pistas que señalo aquí corresponden a mi modo de escuchar la historia o puede haber
otras maneras. Pero interpretada con estas pistas, la historia se vuelve útil para ayudar al
cliente a desatorarse. Si le digo al cliente “gracias mente por ese pensamiento” o le pido que
repita “es injusto” una y otra vez hasta que la palabra pierda su significado, mi apuesta es que
el cliente no va a estar menos fusionado. La fusión tampoco creo que disminuya mucho si le
pido que “mire la situación desde una perspectiva diferente”. Todas estas técnicas son
usualmente útiles pero pueden darse contra la pared cuando la rigidez es alta.

¿Qué puedo decir en lugar de eso? Los clientes muy rígidos tienden a “encendernos” y
nosotros en respuesta tendemos a ponernos más distantes, juiciosos y fríos.
Recordemos que para infusionar el té necesitamos agua caliente. Cuando nos
mostramos cálidos y damos apoyo, aun cuando lo que escuchamos es desagradable o
desalentador, nuestros clientes están más abiertos a un modo diferente de escuchar la
historia.
Concretamente, esto implica:
– Escuchar la historia del cliente, validando sus sentimientos (por ejemplo: “pareces
muy sorprendido por lo ocurrido”, “¿estás preocupado?”, “puedo entender que estés
preocupado”)
– Permanecer curiosos respecto a las reglas (por ejemplo: ver qué valores pueden
extraerse de “eso no es justo” o “no se trata de que no hago mi trabajo!”)
– Explorar con genuina curiosidad la efectividad de las respuestas guiadas por
reglas (por ejemplo: “¿qué pensas que pasará si volvés al trabajo mañana?” y luego ¿qué?
“¿Crees que te ayudaría a que te devuelvan el puesto?”, “¿te acercaría más a las cosas que te
importan?”) y opciones alternativas (por ejemplo: “me pregunto si podríamos explorar algunas
otras opciones juntos, sólo para asegurarnos de que no nos estamos perdiendo nada
importante, qué te parece?”)
Mi consejo: intentá no contradecir a los clientes en este punto. No porque temas sus
reacciones sino porque ellos estarán más abiertos a las pistas que les ayudás a notar si
podés escuchar la historia completa. Permití que la historia se infusione. Permití a los
taninos hacer su efecto. Confiá en el proceso.

Quizá lo hayas notado

Hoy queremos compartir con ustedes una pequeña práctica. Es pequeña porque requiere de
muy poca preparación y podemos realizarla en casa cuando lo decidamos. Los ingredientes
seguramente ya los tenés: se necesita de tu presencia y de una foto. Pero el impacto suele ser
bastante grande para quién la práctica. Y es por eso justamente que la compartimos.

Muchos de nosotros hemos leído bastante sobre la práctica de la Compasión. Sabemos que es
un aspecto que nos define como humanos y que ha contribuido en gran parte a la
supervivencia de nuestra especie. El sentido de conexión con otras personas está muy
relacionado con el bienestar y podríamos decir que la compasión -orientada a los otros o a
nosotros mismos- es un poderoso antídoto contra el sufrimiento psicológico.

Breve definición
Podemos encontrar otras pero compartimos la de Neff (2003), que viene trabajando sobre el
tema hace ya tiempo. Podemos notar en la Auto-compasión la presencia de tres dimensiones:

Amabilidad: implica entender las propias dificultades y ser amable y cálido frente a estos
obstáculos en lugar de tratarse duramente y juzgarse duramente.
Humanidad compartida: implica poder notar cómo las propias experiencias son parte de la
experiencia de ser humanos en lugar de considerarlas como algo que nos pasa sólo a nosotros
dejándonos solos y aislados de los demás.
Aceptación mindful: implica poder ser conciente y cierta disposición a la aceptación de
pensamientos y emociones dolorosas en lugar de intentar evitarlas o controlarlas o
deshacernos de ellas.
La propuesta
Hace unos días Kelly Wilson compartió en la lista de mails de la ACBS una propuesta para
practicar y es lo que queremos compartir con ustedes.

Kelly es uno de los creadores de ACT y sus aportes son extremadamente valiosos. Está
recorriendo algunas ciudades brindando un workshop que se llama “Inspiring the deepest
kindness: ACT, self-care and self compassion” (lo dejamos en inglés porque suena lindo). Si
quieren saber un poco más sobre Kelly pueden entrar en su página web onelife.
Ahora sí, la propuesta
Quizá hayas notado que tratas a las otras personas con mucha más amabilidad de la que
aplicas para vos mismo. Quizá hayas notado que insistís sobre la importancia de la amabilidad
hacia los demás pero que que esa insistencia no la mantenés cuando se trata de vos mismo.
Cuidar a otros aparece como una prioridad. Y el cuidado para vos? Luego, más adelante, quizá
bastante más adelante.

Estaba mirando fotos viejas de cuando era chiquito, de cuando tenía 3 o 4 años. Observé la
carita de ese niño pequeño y dulce, y me pregunté… ¿cuándo fue el momento en que se hizo
posible y aceptable descuidarlo y abandonarlo? ¿En qué día, entre los tantos días que llenan
los años, entre esa foto de la derecha y la otra de la izquierda? ¿En qué día se volvió aceptable
descuidar y abandonar a Kelly?

Buscá una foto vieja de vos mismo, una que te transporte mucho tiempo hacia atrás. Observa
detenidamente esa carita pequeña. Preguntate: ¿Sería aceptable dejarlo sólo, apartado a un
costado?

Fijate si, como a mí, esto logra detenerte.

Quedan todos invitados.

Valores y moral en ACT

Buenas, y sean bienvenidos nuevamente al berrinche teórico mensual. Hoy le toca a valores -
específicamente, a cierta utilización del concepto de valores en ACT.

El problema

Hay una tendencia que periódicamente aparece en la vulgata de ACT, tendencia que consiste
en mencionar o describir Valores, en tanto concepto de ACT, acompañados de una lista más o
menos extensa de valores ready-made (“honestidad”, “familia”, “trabajo”, suelen ser los
sospechosos usuales).
Esto, por supuesto, no es nada reprochable, es algo que usualmente se hace para proveer
algunos ejemplos e ilustrar el concepto al mencionar el tema por primera vez. El problema es
que a veces se confunde esa lista con lo que valores realmente es en ACT, y es entonces que
se empieza a deslizar la cosa hacia una suerte de moral, de valores de aplicación universal,
como si lo que hiciera ACT fuera persuadir a las personas a que adhieran a ellos -ACT para
portarse bien.

El carozo de la aceituna

Por mi parte, creo que esto pasa porque el término de nivel medio “valores” no hay sido la
mejor elección posible a la hora de armar la terminología de ACT (si no saben lo que es un
término de nivel medio, aquí tienen un artículo completo al respecto). Es inevitable que un
término de nivel medio sea un tanto impreciso, pero en este caso, las dificultades parecen
extenderse a varios idiomas y culturas: hace un tiempo en la lista de correos de
ACT, alguien se quejó de que el término “valores” en sueco resultaba demasiado rígido y con
connotaciones morales, alguien respondió que le pasaba lo mismo con el término en danés,
otra persona escribió que tenía el mismo problema en inglés, y una última persona agregó que
le pasaba lo mismo en francés. Quizá se debería haber elegido otra palabra para nombrar este
proceso.
Es por eso que con frecuencia se evita o se reemplaza el término, se habla de “lo que es
importante”, “direcciones vitales” o expresiones similares que permitan evitar las connotaciones
morales del término (una dificultad adicional es que mientras que en inglés suelen prevalecer
las formas verbales, más vinculadas con la acción, en castellano predominan los sustantivos:
“parenting” se suele convertir en “paternidad”, y en ese pasaje se pierde la cualidad activa del
término).
A esta altura, y luego de ver problemas similares en la disciplina (véase por ejemplo lo que ha
pasado con el término “castigo”, del análisis de la conducta), creo que habría que prohibir a los
conductistas ponerle nombre a las cosas.

De qué hablamos al hablar de valores

Vamos a escribirlo claramente para no dejar lugar a dudas: ACT no es una moral. Valores no
tiene un cuerno que ver con la moral o con un set de valores predefinidos. “Familia” no es un
valor, “honestidad” no es un valor, “ser bueno” no es un valor. Podemos usar palabras así para
ilustrar o clarificar la idea, pero decir que son valores es absurdo.

Distinguir entre valores y metas es fácil, pero esa distinción no abarca la totalidad del concepto.
No quisiera molestar demasiado aquí con la definición técnica de valores (abran cualquier libro
de ACT para ello), pero sí quisiera mencionar que cuando trabajamos con valores estamos
ayudando a formular verbalmente direcciones vitales compuestas por:

1. Metas generales: objetivos no atados a un resultado en particular, como por ejemplo


aprender, crecer, conectar, etc.
2. Cualidades de acción: se refieren a formas de actuar (por ejemplo, con calidez,
amablemente, críticamente, etc.)
Se busca que esas metas generales y cualidades funcionen como refuerzo para las acciones
del paciente, que operen como regulación verbal de la conducta, por lo cual no tiene sentido
postular que algo como “honestidad” es un valor. Es tan absurdo como decir que el whisky es
un reforzador: seguro, en ciertas situaciones puede funcionar como refuerzo, pero intenten
reforzar a un niño de 6 años con whisky y probablemente se los tire por la cabeza, el muy
ingrato. Es por eso que una palabra suele acompañar al concepto en ACT: se suele hablar de
“valores elegidos”, porque lo que estamos buscando es algo que tenga valor de refuerzo para
ciertas conductas. Si una meta general o cualidad propuesta no es elegida aún no es un valor.

De la misma manera, “familia”, “trabajo”, “amigos”, no son valores, sino que son ámbitos o
áreas vitales. Son muy útiles para indagar metas generales y cualidades en ellos, pero no son
valores en sí, de la misma manera que un tarro de galletitas contiene galletitas pero no es las
galletitas (sí, lo sé, estoy cada vez más zen, o tengo hambre).

Supongamos que queremos trabajar un ámbito con un paciente, digamos, “amistad”. Lo que
buscamos es cuáles son las metas generales y las cualidades de acción deseadas en ese
ámbito. Clínicamente, esto podría ser algo así (pueden probar hacerlo si quieren):
Recordá la última vez que pasaste un rato significativo con tus amigos, una situación que
sientas que representa un momento de amistad. Ahora llevate mentalmente a esa situación y
toma unos momentos para conectarte experiencialmente con ella; ¿qué cualidades estás
poniendo en juego ahí? ¿qué hay en ese momento que lo vuelve significativo, aquello que lo
convierte en algo valioso?
Serán las metas generales y cualidades de la acción que surjan de un ejercicio o conversación
así lo que vamos a trabajar clínicamente como valores, pero no el ámbito en sí. Por el mismo
motivo es que no consideramos como valores a enunciados tales como “ser un buen amigo”.
Bueno, malo, y términos similares son evaluaciones, no describen cualidades ni metas
generales.
Cerrando

Cerremos el artículo con una súplica: no hagan de ACT un ejercicio evaluativo ni uno de
prescripción moral. La idea de valores es trabajar sobre qué querrías que fuera tu vida, no
sobre qué tendría que ser tu vida (porque te lo digo yo). Buen comienzo de semana, nos
leemos la próxima, y recuerden que tienen la sección de comentarios aquí al pie para dejar
improperios, exabruptos, y amenazas.

Tal vez sí, tal vez no

Todos en el pueblo buscaban el consejo de este hombre viejo y sabio. Un día de verano, un
granjero acudió a él en estado de pánico y dijo: “No sé qué hacer. Mi burro ha muerto y ahora
no puedo arar mis campos. Es la peor cosa que me podría haber pasado”. El sabio lo miró y
dijo: “Tal vez sí, tal vez no”. Desconfiado, el granjero retornó a su casa y le contó a su familia
cómo ese sabio no era un sabio en absoluto y que más bien estaba loco, porque con seguridad
la muerte del burro era lo peor que podría haber sucedido.

A la mañana siguiente, el granjero fue a caminar para pensar cómo resolver el problema de
arar sin su burro y en la distancia vió un joven y fuerte caballo pastoreando en el campo.
Inmediatamente pensó que si lograba atrapar al caballo sus problemas se acabarían. Después
de varios intentos tuvo éxito y días más tarde se dio cuenta cuán bendecido había sido ya que
arar ahora era mucho más fácil que antes.

Esto le recordó al sabio y cuando tuvo la oportunidad volvió para decirle: “Por favor acepte mis
disculpas. Usted estaba en lo cierto. Si no hubiera perdido a mi burro no hubiera salido a
caminar y nunca hubiera encontrado al caballo. Usted estará de acuerdo en que haber
atrapado al caballo es lo mejor que me podría haber pasado”. El viejo sabio lo miró y dijo: “tal
vez sí, tal vez no”. “¿Me está cargando?” dijo el granjero enojado y se fue pensando que el
viejo estaba loco y que nunca volvería a verlo de nuevo.

Unos días más tarde, el hijo del granjero estaba cabalgando con el joven caballo y se cayó. Se
rompió una pierna y ya no pudo ayudar en la granja. “Esto es lo peor que me podría haber
pasado ¿cómo voy a afrontar esto?”, pensó el granjero. Dándose cuenta de que el sabio había
hablado con sabiduría en el pasado, volvió a verlo y le contó lo que había sucedido: “usted
debe poder ver el futuro, ¿cómo sabía que esto pasaría? No se cómo vamos a hacer ahora con
todo el trabajo de la granja… esta vez va a tener que admitir que esto sí es lo peor que podría
haber pasado”. Una vez más, de forma calmada y amorosa, el sabio lo miró y dijo: “tal vez sí,
tal vez no”. El granjero estaba furioso.

Al día siguiente, las tropas llegaron al pueblo para reclutar a todos los jóvenes sanos para
pelear en la guerra. Debido a su pierna rota, el hijo del granjero fue el único joven que no fue
convocado y, de esta manera, se ahorró una muerte casi segura.

Esta vez, en lugar de darles el asunto ya resuelto, les proponemos algunas preguntas: ¿puede
esta historia ser útil en la clínica para proponer el trabajo sobre algún proceso de ACT? ¿De
qué proceso/s se trataría? ¿Frente a qué obstáculo a la flexibilidad psicológica podría ser útil
compartir esta historia?
Relato extraído del libro “A Mindfulness-Based Stress Reduction Workbook” de Stahl y
Goldstein

¿Por qué me duele? (sobre la normalidad destructiva en ACT)

ACT tiene varios conceptos que “suenan bien”. Con esto quiero decir ideas que son aptas para
publicarlas como frases en Facebook o Twitter, preferentemente con un paisaje o una persona
en actitud contemplativa como imagen de fondo (por supuesto, esto no es patrimonio exclusivo
de ACT, otras formas de terapia hacen lo mismo, sólo que varían el fondo; por ejemplo, si es
una frase del psicoanálisis es obligatorio poner como fondo a Freud o Lacan con cara de culo).

Para dejarlo claro, no tengo absolutamente nada en contra de estas prácticas. Creo, eso sí,
que vale la pena a veces arañar más allá de la superficie –o incluso, si uno es lo
suficientemente degenerado, pensar al respecto–, para ver las ramificaciones de una idea.

Un concepto de ACT en particular suele prestarse a esto. Se trata de la ubicuidad del


sufrimiento humano, la idea de que “la propia generalización del sufrimiento sugiere que este
se origina a partir de procesos que evolucionaron para favorecer la adaptabilidad del
organismo humano” (Hayes, Strosahl, & Wilson, 2012). La vulgata de esta idea es que “el
sufrimiento es normal”, o que “todos los seres humanos sufren”, u otras variaciones por el
estilo.
En sí, la idea de que el sufrimiento es normal es trivial, es una forma de apelar a una
humanidad compartida, pero en ACT esta idea tiene un sustrato teórico muy preciso.

Etiología en abordajes psicológicos

Para explicar lo que significa la idea de que el sufrimiento es normal en ACT, primero debemos
ver la posición de otros modelos psicológicos respecto al mismo. Y en la mayoría de los
modelos nos encontramos con una idea que puede enunciarse aproximadamente así: el
sufrimiento psicológico (me refiero a la patología, los trastornos psicológicos, el malestar que
no depende directamente del ambiente inmediato), es consecuencia de una excepción, de un
evento (u omisión del mismo), o serie de ellos, que ha perturbado el normal devenir de un ser
humano.

Tomemos por ejemplo a Beck, que escribe “la teoría propone que algunas experiencias
tempranas proporcionan la base para formar conceptos negativos sobre uno mismo, el futuro
y el mundo. Estos conceptos negativos (esquemas) pueden permanecer latentes y ser activos
por determinadas circunstancias, análogas a las experiencias inicialmente responsables de la
formación de las actitudes negativas.” “Al desencadenarse la depresión (sea debido a
presiones psíquicas, a un desequilibrio bioquímico, a la estimulación del hipotálamo o a
cualquier otro agente), se activa un conjunto de “estructuras cognitivas” alteradas
(esquemas) que se formó en un momento temprano del desarrollo” (Beck, Rush, Shaw, &
Emery, 2010)
Freud implica algo parecido cuando habla de las series complementarias en la etiología de la
neurosis: “Con respecto a la causación, los casos de contracción de neurosis se ordenan en
una serie dentro de la cual dos factores —constitución sexual y vivencia o, si ustedes quieren,
fijación libidinal y frustración— aparecen de tal modo que uno aumenta cuando el otro
disminuye. En un extremo de la serie se sitúan los casos de los que ustedes pueden decir con
convencimiento: A consecuencia de su peculiar desarrollo libidinal, estos hombres habrían
enfermado de cualquier manera, cualesquiera que hubiesen sido sus vivencias y los
miramientos con que los tratase la vida. En el otro extremo se encuentran los casos en que
ustedes se verían llevados a juzgar, a la inversa, que sin duda habrían escapado a la
enfermedad si la vida no los hubiera puesto en esta o estotra situación” (Freud, 1917).
Linehan postula algo similar cuando habla de que la desregulación emocional es resultado la
interacción de ciertas irregularidades biológicas con un ambiente disfuncional (Linehan, 1993);
y similarmente, Shapiro (2001), escribe “cuando alguien experimenta un trauma severo (…), el
sistema nervioso es incapaz de funcionar óptimamente y la información adquirida durante el
evento (…) es mantenida en su estado perturbado”
Estos son sólo algunos ejemplos, pero esta idea no se limita a estos abordajes, se puede
encontrar en muchos otros. Por cierto, no estoy criticando ni alabando los méritos de los
respectivos textos, sólo estoy destacando una idea que los atraviesa a todos: señalan al
sufrimientopatológico como resultado de fuerzas externas. Para estos modelos, la neurosis o
los trastornos psicológicos son en última instancia consecuencias de que en la lotería de la vida
te hayan tocado malas cartas, sea bajo la forma de la constitución, como bajo la forma de
vivencias tempranas o tardías. Por supuesto, todos los modelos matizan esta idea: no es
necesario que pasen cosas extraordinariamente malas, a veces circunstancias que parecen
normales o deleznables pueden generar psicopatología a largo plazo; no es necesario que uno
sea un veterano de guerra o haber sufrido un abuso sexual prolongado, a veces basta con que
los compañeros de la escuela se hayan reído de uno.
El punto central aquí es que tiene que suceder algo (o impedirse el desarrollo normal de alguna
manera), para que eventualmente surja la psicopatología. No importa si ese algo sucede muy a
menudo, la mayoría de las veces o prácticamente todo el tiempo, no importa si ese algo es más
o menos emocionalmente intenso, si es deliberado o accidental, si la patología estará
conectada directa o indirectamente, el punto es que algo tiene que suceder.
Me arriesgaría a decir que en esta perspectiva lo que tiene que suceder es un evento
positivo (en el sentido de existente, no en el sentido de optimista), o una serie de ellos.
El carozo de la aceituna aquí, sin embargo, es que postular que algo debe suceder para que
aparezca la psicopatología implica la posibilidad de que no suceda, aun cuando esa posibilidad
sea muy remota. Si planteo que las infecciones están causadas por bacterias, aún si las
bacterias son ineludibles, estoy planteando la posibilidad de que sin la bacteria no habría
infección. Es decir, si no sucedieran esas cosas, habría un estado de salud.
Por eso llamamos a esta posición la normalidad saludable: hay un hipotético estado de salud
normal, y su perturbación por parte de un evento positivo es lo que lleva a la enfermedad.
La etiología en ACT

Ahora bien, ¿cuál es la posición de ACT en todo esto y por qué se dice que es distinta?
Porque, a diferencia de las posiciones que vimos, la perspectiva de ACT es que no es
necesario que pase algo para que haya sufrimiento psicológico.
No es necesario ningún evento que altere o perturbe un hipotético estado de salud, sino que la
condición humana misma nos lleva en esa dirección. Te duele porque sos un ser humano con
todas las de la ley.
Más precisamente ciertos fenómenos vinculados al lenguaje, que nos vuelven tremendamente
exitosos en términos de supervivencia de la especie, traen aparejado el sufrimiento de manera
inextricable (si quieren una recorrida más detallada sobre cuáles son esos procesos, visiten las
implicancias clínicas de RFT, por ejemplo en este artículo o alguno que esté bien escrito).
Por supuesto que el trauma, las vivencias negativas, el rechazo social, etc., pueden acelerar o
intensificar el sufrimiento, pero no son condición necesaria para que éste ocurra. Otros eventos
y circunstancias pueden mitigar o aliviar el sufrimiento de manera significativa, pero no pueden
eliminarlo o prevenirlo completamente, no sólo porque el mundo puede ser difícil, sino porque
aún cuando esté todo bien, tenemos una mente.

En palabras de Wilson (2012):

Sufrimos acerca de haber sufrido en el pasado y sufrimos acerca de lo que podríamos sufrir en
el futuro. Sin importar donde estemos, hay otro lugar que es mejor. Hay un “antes” al que
desearíamos regresar o un “después” al cual querríamos adelantarnos. Y, si ahora mismo es
perfecto, nos preocupamos de que no durará”
Es decir, la única condición necesaria para el sufrimiento psicológico es poseer un repertorio
verbal más o menos desarrollado; digamos, si tenés una mente, estás jodida/o. Es decir, lo
destructivo está en el corazón mismo de lo normal, es intrínseco y por eso hablamos de
la normalidad destructiva.
Recuerden, hay una diferencia entre decir que algo es muy frecuente y decir que algo es
intrínseco. Esta es una perspectiva que si bien no es exclusiva de ACT es infrecuente que se
adopte de manera minuciosa en los abordajes psicológicos. Creo que el modelo que
recientemente más se ha acercado a esto es terapia enfocada en la compasión, y
probablemente esto explique en parte la afinidad de ambos abordajes, más allá de las
diferencias técnicas.

Cerrando

Cuando hablamos de perspectivas suele ser estéril discutir cuál es mejor, pero sí es
interesante notar las consecuencias diversas que generan. La perspectiva de la normalidad
destructiva, a pesar de ser aparentemente pesimista, facilita que sucedan otras cosas.

En primer lugar, normaliza todo el sufrimiento en una humanidad compartida –sin que esto
implique postular que todos los grados de sufrimiento son iguales, sino más bien señalando
una continuidad en los distintos sufrimientos. Digamos, estamos todos en la misma sopa. En
segundo lugar, desde esta posición naturalmente los síntomas psicológicos son vistos como
parte de la vida, en lugar de ocurrencias de las que hay que deshacerse. En tercer lugar, la
felicidad entendida como estado de ánimo resulta un objetivo absurdo, y permite presentar una
meta distinta, como es vivir una vida que tenga sentido.

Como siempre, tienen la sección de comentarios al pie, úsenla nomás. Que tengan un buen
finde, nos leemos la próxima.

Acerca de los errores de categoría

Estaba leyendo un artículo de Holt (2001), en el cual el autor proporciona las frases que
traduzco a continuación como un ejemplo. Si no tienen nada mejor que hacer (yo sí, por eso
me puse a escribir esto, soy un procrastinador progresivo), los invito a que las lean con
detenimiento y antes de avanzar con el artículo traten de encontrar dónde está el error en cada
una:
1. El cese del reforzamiento disminuye la conducta a causa de la extinción
2. Con la imitación generalizada, el niño también producirá imitaciones nuevas
3. A medida que la atención sostenida mejora, los niños se vuelven mejores en enfocarse
deliberadamente en sólo aquellos aspectos de la situación que son relevantes a los
objetivos de la tarea, ignorando otra información.
4. Las respuestas se aplican a nuevos estímulos a causa de la generalización

¿Los vieron? (la traducción puede hacer que algunos sean menos claros que otros). En el
ejemplo 1 y el 4, el mismo fenómeno observado se repite como causa y efecto: “generalización”
y “aplicar respuestas a nuevos estímulos” son la misma cosa, lo mismo con el otro ejemplo. En
esos dos casos el error es más visible por el uso de la palabra “causa”; en los ejemplos 2 y 3 la
palabra “causa” es omitida, pero de todos modos el error categorial sigue estando presente: la
“atención sostenida” es lo mismo que “enfocarse deliberadamente en sólo aquellos aspectos de
la situación que son relevantes a los objetivos de la tarea, ignorando otra información”.
Esto es lo que Ryle llamaba “errores de categoría”, el confundir una etiqueta que designa una
categoría con una instancia de la categoría.

“Atención sostenida”, en el tercer ejemplo, pasa de ser la etiqueta que denomina a ese
conjunto de conductas (de enfocarse deliberadamente, etcétera), a ser tratada como si fuera
una más de esas conductas. Baum(2005) da el siguiente ejemplo: “Por qué decimos “Aaron
ama a a Laura”? Le compra flores, le escribe poesía, tartamudea y se sonroja en su presencia,
le declara su amor, etcétera. Aaron no hace esas y ama a Laura, o porque ama a Laura; el
hacer esas cosas es su estar enamorado de Laura”
En todos estos casos, este error crea dos ilusiones: en primer lugar, la ilusión de que hemos
explicado algo, cuando todo lo que hemos hecho es repetir dos veces la misma descripción del
evento con distintas palabras. La segunda ilusión, mucho más peligrosa, es que hace surgir, de
la observación de un evento, una entidad abstracta, “el fantasma en la máquina”, como diría
Ryle. El peso de este error no es menor. Holth llega a afirmar que la principal causa para la
confusión y falta de efectividad de la psicología como ciencia es resultado de la extensión de
error.

Paliativos

Es casi imposible erradicar estos errores porque están arraigados en la psicología (y varias
escuelas se darían la boca contra el piso si les quitasen estos errores de sostén). Sea en
clínica o en teorización, la psicología está plagada de esos errores de categoría: “piensa
negativamente porque tiene cogniciones disfuncionales”, “el niño ama a su madre a causa del
complejo de Edipo”, “toma alcohol a causa de la evitación experiencial”, “le pega a otros niños
porque es agresivo”, etcétera.

Una forma de entrenar la pensadora para que nos agarre la licuadora es estar atentos: la
próxima vez que estén en una clase o conferencia magistral paren la oreja cuando se ofrezca
una explicación, y fíjense si no se está describiendo el mismo fenómeno dos veces con
distintas palabras. En caso de ser así, demanden una explicación no circular, si es necesario a
la fuerza, agarrando al conferencista de la solapa y gritando “yo pagué por esto” (y manden
fotos del incidente para ilustrar lo que es una discusión civilizada).

Costos y beneficios de activación conductual – el estudio COBRA

No es ningún secreto que nos gusta activación conductual (incluso escribimos un libro al
respecto), por lo cual regularmente seguimos la bibliografía que va saliendo al respecto, y hoy
quisiéramos compartir una investigación que se publicó muy recientemente (ayer, para ser
precisos).
Como sabrán, la evidencia ha señalado muchas veces que activación conductual (BA –
usamos las siglas en inglés porque a) estamos acostumbrados, y b) cuando usamos las siglas
en español se confunden con ACT), es un tratamiento de similar eficacia a la terapia cognitivo
conductual (TCC –acá sí usamos las siglas en español; este blog es intransigentemente
idiosincrático).
Ahora bien, el principal atractivo de BA no es su eficacia, sino su relación costo/beneficio. Si
fueran citas, TCC es la que te lleva a una noche de gala al Colón y a cenar en un restaurant
carísimo; BA en cambio es la que te invita a comer un pancho en un puesto de la calle y
después a mirar vidrieras, pero al final te das cuenta que la has pasado igual de bien en
ambas citas (por supuesto, también están las otras citas, que te hacen alquilar una suite en el
Sheraton, después se pierden en el camino, se les rompe el auto, se olvidan que uno estaba
esperando y vuelven a su casa, pero de esas no hablaremos hoy).

En otras palabras, el principal atractivo de BA es que al ser un tratamiento relativamente


sencillo se entrena con facilidad y a bajo costo, pudiendo ser bien implementada incluso por
terapeutas con poca experiencia, y esto al tiempo que es tan eficaz como TCC para
depresiones moderadas y severas –probablemente más eficaz cuanto más severos sean los
síntomas (vean Dimidjian et al., 2006). Siendo que depresión es el trastorno psicológico que
más afecta a la población, estos datos no son inútiles.

Como mencionamos antes, la evidencia que apoya a BA y a TCC es muy buena, pero los
estudios que hay hasta ahora comparando ambas no proporcionan una evidencia
suficientemente sólida. Esto es exactamente lo que señaló una de las revisiones Cochrane
(Shinohara et al., 2013), y uno de los motivos por los cuales BA en muchos lugares sigue sin
ser recomendado como tratamiento de primera línea, y es precisamente el foco de la
investigación que hoy les traemos.

La investigación

El estudio en cuestión se denomina “Costos y Resultados de Activación Conductual versus


Terapia Cognitivo Conductual para Depresión”(Richards et al., 2016). Ahora bien, por algún
motivo las siglas que adoptaron para el estudio fueron COBRA. No, yo tampoco tengo la menor
idea de cómo llegaron a esas siglas a partir del título en inglés (Cost and Outcome of
Behavioural Activation versus Cognitive Behaviour Therapy for Depression), pero es
tremendamente cool y si yo hubiera sido el revisor se los hubiera aprobado nada más que por
eso. Nada más tengan en mente que los terapeutas trabajando para el ensayo pueden poner
en su curriculum sin mentir: “De 2012 a 2014 trabajé para COBRA”.

Si hubiese sido el investigador en jefe habría


obligado a los terapeutas a atender usando esto.
La investigación se llevó a cabo en el Reino Unido y se trata de un ensayo de no-inferioridad.
Esto es, estadísticamente no fue diseñado para probar que BA es mejor (lo que sería un
ensayo de superioridad), o igual (un ensayo de equivalencia), sino para demostrar que BA no
es peor que TCC (Hahn, 2012). Es un diseño horrible si uno de los tratamientos es un placebo,
pero interesante si ambos tratamientos están bien establecidos.
Para el estudio, tomaron 440 participantes, mayores de 18 años, con diagnóstico de trastorno
depresivo mayor, y los asignaron aleatoriamente a BA o a TCC (221 y 219 personas,
respectivamente). Los terapeutas en cada una de las condiciones de tratamiento siguieron
manuales escritos, y el tratamiento fueron de 20 sesiones de una hora realizadas a lo largo de
16 semanas (con cuatro sesiones extra si el paciente lo requería).

Algo interesante: quienes administraron BA fueron Trabajadores en Salud Mental junior (TSM;
el sistema de profesionales de salud mental es distinto en el Reino Unido), es decir, graduados
con entrenamiento para administrar intervenciones guiadas de auto-ayuda, pero sin
certificación profesional en salud mental ni entrenamiento formal en terapias psicológicas. Los
que administraron TCC, por otra parte, fueron terapeutas acreditados por la British Association
of Behavioural and Cognitive Psychotherapy, con diploma de posgrado en TCC. Los TSM
tenían un promedio de 18 meses de experiencia en salud mental, los terapeutas TCC tenían
una media de experiencia de 22 meses luego de haber obtenido la certificación TCC. Para la
investigación, todos los terapeutas recibieron un entrenamiento de 5 días en sus respectivos
protocolos.
Se midió el estado de la depresión y calidad de vida de los pacientes al empezar el estudio
(línea de base), y a los 6, 12 y 18 meses después del tratamiento. Además, cosa
interesantísima, esta investigación incluyó un análisis detallado del impacto económico de los
tratamientos.

Resultados
No se detectaron diferencias en las mejorías de depresión entre BA y TCC; ambos tratamientos
tuvieron eficacia similar para los pacientes con depresión, entre un 61 y un 70% de los
pacientes cumplieron criterio para recuperación de la depresión a los 12 meses, en ambas
condiciones. No hay grandes sorpresas ahí, lo mismo hemos visto en varios análisis de
componente, RCT, y revisiones, sólo que ésta investigación fue específicamente diseñada para
comparar estos tratamientos a gran escala.

Respecto a los costos: la media de impacto económico para BA fue de 2596.62 libras por
paciente, mientras que la media para TCC fue de 3250.74 libras (aproximadamente 3404 y
4261 dólares). Los autores calculan una diferencia de costos de 21% a favor de BA, y señalan:
“lo que impulsa este ahorro es que BA puede ser llevada a cabo por TSM inexperimentados sin
entrenamiento profesional en terapias psicológicas, con resultados no inferiores a los que
obtienen psicólogos TCC altamente entrenados y con más experiencia”

Es decir, misma eficacia, a un costo notablemente menor, para el trastorno psicológico que
más impacta en la población.

De cierre

Si están leyendo esto, probablemente no vivan en un país en el cual los sistemas de salud
estén tan atiborrados de billetes que fuercen a los profesionales a llevarse el dinero a punta de
pistola, por lo cual esta investigación quizá les resulte atractiva.

En efecto, esta investigación no se limita a comparar dos tratamientos en términos de su


eficacia, sino que explícitamente incluye varios análisis sobre los costos económicos de
tratamiento. Puede parecer un tanto mercenario que en el romántico campo de las emociones,
la relación terapéutica y la magia de la psicoterapia uno esté hablando de costos, pero es que
sucede lo siguiente: si vamos más allá del consultorio privado, el aumento de costos significa
más personas que no van a recibir tratamiento.

Cada punto porcentual en que aumenta el tiempo y dinero para aprender una terapia eficaz
lleva a que los terapeutas les cueste más tiempo y dinero entrenarse en ella, lo cual reduce el
número de terapeutas que pueden entrenarse en esas terapias, lo que a su vez reduce la
disponibilidad de esos tratamientos y los hace accesibles sólo a los pacientes que pueden
pagarlo, que en economías empobrecidas son relativamente pocos.

En Argentina en particular se da esta paradoja: los modelos más eficaces, los que resultan más
baratos a la larga, son mayormente inaccesibles para la población más pobre, mientras que los
tratamientos menos eficaces, más extensos y costosos, suelen proliferar en los servicios de
salud pública –la tendencia se va revirtiendo de a poco, pero aún permanece.

Por esto quizá sea una buena idea sacar la cabeza del termo, y mirar un poco el contexto
ampliado en el cual llevamos a cabo nuestras terapias –quizá sea bueno para todos.

El contexto del contexto que es contexto

En los últimos años, la palabra contexto y sus variantes han aparecido con frecuencia creciente
en la literatura clínica. Lo que nadie parece saber es a qué cuernos se refiere el término, más
allá de una referencia general al trasfondo de las cosas.
Sin embargo, contexto es un término muy útil que se puede utilizar de varias maneras, así que
si están dispuestos a seguirme en una elucubración oscura, técnica y tediosa, pasen por aquí.
Al final tenemos dibujitos con colores.
Definición 1

Estamos de cabeza en el dominio del conductismo (más o menos un kilómetro y medio detrás
de Mordor), y tenemos que aclarar un par de conceptos para avanzar en nuestra descripción
(uno no entra simplemente caminando a Mordor).

Como quizás sepan, en el conductismo la unidad de análisis básica abarca tres componentes:
1) qué hay en el ambiente cuando se emite la conducta, 2) cuál es la conducta, 3) qué cambios
en el ambiente hay luego de la conducta. El nombre técnico de esa unidad de análisis
es contingencia de tres términos, pero aquí la podemos llamar por su nombre de pila, por lo
que hablaremos de “antecedentes”, “conducta”, y “consecuencias”, o bien, por sus siglas en
inglés: A-B-C (Antecedents, Behavior, Consequences). Están su habitación en Buenos Aires
en verano, cocinándose lentamente (A), encienden el aire acondicionado (B), la habitación se
pone más fresca -y se reducen los impulsos homicidas hacia sus vecinos (C).

Como notarán, A y C son, técnicamente, estímulos, es decir, partecitas del mundo en los
cuales la conducta (técnicamente respuesta) tiene lugar. En el análisis de la conducta, decimos
que la conducta está controlada por los estímulos. Decir que está controlada por los estímulos
es más o menos equivalente a decir que la conducta es resultado de los estímulos, pero no
estamos diciendo que los estímulos generen automática o mecánicamente una respuesta (este
tipo de análisis no es mecanicista), sino que decimos que esos estímulos señalan una
consecuencia y seleccionan una conducta que es emitida. El calor y la presencia de un aire
acondicionado son la ocasión para que se emita la conducta de encender el aire, y esto lleva a
que la habitación esté más tolerable, pero esto no significa que la presencia del aire
acondicionado y el calor lleven mecánicamente a encender el aire.
Es un proceso similar a lo que sucede en la evolución: que los árboles estén más altos no
genera mecánicamente que a las jirafas se les alargue el cuello, sino que el rasgo de los
cuellos más largos en algunas “proto-jirafas”, generado por la variabilidad biológica natural,
es seleccionado por el ambiente porque permite acceder a consecuencias interesantes (llegar
a las ramas más altas, no morir de hambre, pasar esos rasgos a la descendencia). En paralelo,
podríamos decir que las conductas que son reforzadas por sus consecuencias “sobreviven”.
Entonces, la unidad de análisis es una relación entre estímulos y respuestas, entre el mundo y
la conducta -pero no es una relación mecánica en la cual el estímulo cause automáticamente la
respuesta.
Para el análisis de la conducta no nos interesan sólo los aspectos formales de estímulos y
respuestas, es decir sus características (no me importa demasiado con qué dedo se encendió
el control remoto, o la forma que tiene el aire acondicionado), sino principalmente cuál es el
sentido de un estímulo o de una conducta, lo que llamamos su función. Y el sentido de un
estímulo, a diferencia de sus características formales, no es algo intrínseco al estímulo sino
que depende de su relación con una conducta, y a la inversa, el sentido de una conducta
depende de su relación con un estímulo.
Por ejemplo un celular vibrando en el bolsillo (estímulo) puede tener un sentido si señala un
mensaje de texto de la persona que nos gusta, y otro sentido si usado como timer señala el fin
de la presentación que estamos dando. En cada caso se trata del mismo estímulo pero en cada
caso su sentido varía según el tipo de relación que tiene con una conducta determinada y con
el resto de los estímulos. Esta relación es la que determina la función que un estímulo tiene
para una conducta: la vibración del celular, ¿es un refuerzo? ¿es un castigo? ¿es un estímulo
discriminativo? ¿es una operación estableciente? La respuesta es: no lo sabemos, por
supuesto. Sin saber de qué manera se relaciona con la conducta y con otros estímulos, no
podemos conocer su función, su sentido, pero cuando conocemos experimentalmente qué
relación tiene, podemos asignarle una función. Si la vibración del celular como consecuencia
aumenta la frecuencia de una conducta, diremos que participa en una relación de
reforzamiento y tiene funciones de reforzador; si la disminuye, será una relación de castigo; y
así. Lo mismo es válido para la conducta: su función o sentido depende de su relación con el
ambiente.
Algo a recordar es que los aspectos formales de un estímulo son relativamente estables (el
control de mi aire acondicionado se mantiene más o menos similar a lo largo del tiempo), pero
la función no, varía en cada situación según sus relaciones funcionales. La vibración del celular
puede ser aversiva cuando la uso de despertador, y apetitiva en el minuto siguiente cuando
señala un mensaje de la persona que quiero.
Por todo esto, podemos decir que, en general, la conducta es función de los estímulos, es
decir, es función del ambiente (en la manera que acabamos de describir, dinámica y
mutuamente determinada, no mecánica).

Entonces, y ahora sí (perdón por la digresión), un uso más bien amplio de la palabra contexto
es para referirse a todos los estímulos de los que una conducta es función. En esta definición
amplia, contexto es todo lo que sucede alrededor de la conducta, incluyendo estímulos del
ambiente externo e interno (estados del cuerpo, por ejemplo), presentes (el celular vibrando), e
históricos (mi historia de aprendizaje con la vibración del celular). Conocer el contexto de una
conducta es lo que permite conocer su sentido, su función.
Por eso las terapias de tercera ola suelen denominarse como “contextuales”, porque intentan
modificar el contexto en el que las conductas suceden para modificar la función que tienen, en
lugar de intentar modificar directamente los aspectos formales de las conductas. El ejemplo
típico que se suele dar es que en lugar de intentar modificar el contenido de un pensamiento
(sus aspectos formales), se intenta modificar la función que ese pensamiento tiene, es decir, su
función, su relación con el contexto, por ejemplo, para que no tenga funciones ‘literales’ -que
por ejemplo el pensamiento “soy incapaz” no ocasione retirarse de una actividad, sino percibirlo
como un evento interno sin seguirlo ni rechazarlo. Lo mismo aplica para otras experiencias
internas (emociones, sensaciones físicas, etc.), se intenta modificar el contexto para impactar
sobre su función (generalmente la idea es reducir sus funciones aversivas).
Entonces, bien, ya tienen una primera definición de contexto. ¿Contentos? Lo sé, lo sé, esta
definición de contexto es general e imprecisa. Es útil para usarla de manera un tanto coloquial,
para la charla de ascensor o mientras se espera el colectivo, o cuando los invitan a los
programas de celebridades en la televisión, pero ¿qué pasa si queremos usar el concepto de
manera precisa? Después de todo, el análisis de la conducta consiste en usar con precisión los
términos. Para esto, utilizaremos un análisis de Edward Morris que nos viene como anillo al
dedo (Morris, 1992).

Eso sí, si creían que la cosa venía tediosa y aburrida, prepárense porque lo que sigue va a
hacer que El Hobbit parezca en comparación una trilogía entretenida.
Definición 2

Otra forma de entender al contexto es como todos aquellos factores que afectan de alguna
manera a la contingencia de tres términos que denominamos antes ABC (antecedentes,
conducta, consecuencia), ya sea en aspectos formales como a las relaciones de los términos
entre sí.
Esto nos puede dejar frente a una situación así: una persona que encuentra un cachorrito en la
calle, y lo acaricia, lo levanta, juega con él, interactúa. Otra persona ve al mismo cachorro y
sale corriendo. ¿Por qué responden distinto?

No se fíen, está
pensando en matarlos

Esto representa un enigma central para la psicología: las personas no responden


uniformemente a un mismo estímulo, no siempre se actúa igual frente a una situación, existe
una variabilidad de la conducta con respecto a los estímulos.
Es una obviedad esto que escribo, lo sé y me disculpo por ello (no), pero ríos de tinta (y
sangre, en discusiones académicas particularmente acaloradas) han corrido tratando de
explicar por qué sucede esto.

Una buena parte de la psicología ha tratado de responder a esto poniendo alguna cosa, algún
tipo de mediador entre el estímulo y la respuesta, generalmente postulando cosas dentro del
organismo que responde. Entonces, entre el estímulo y la respuesta se propone la existencia
de entidades, constructos, que son los responsables de la variabilidad de la conducta.
Motivaciones, pensamientos, pulsiones, expectativas, sistemas psíquicos, cognitivos,
emocionales, etc., han sido postulados como mediadores internos que explican la variabilidad
conductual.
La respuesta conductual fue por otro lado, en lugar de postular algo adentro propuso mirar más
ampliamente el afuera de la conducta y el resultado fue algo así: la conducta es función de los
estímulos (A y C, en nuestra tríada)… y además de terceras variables que participan y afectan
la relación entre esos estímulos y las conductas.
En otras palabras, las personas responden de distintas maneras al mismo estímulo porque
terceras variables (externas) afectan las relaciones entre estímulo y respuesta. Un vaso de
agua, por ejemplo, puede tener una función si hace tres días que estoy perdido en el desierto y
otra función muy distinta si se me ofrece luego de que he bebido dos litros de agua. Esas
terceras variables afectan la función del vaso de agua.
De la misma manera la respuesta al cachorrito puede estar afectada por terceras variables más
allá del estímulo en sí, como por ejemplo una historia de aprendizaje traumática con el
cachorro, o haber leído un horóscopo ese día que decía “si hoy tocas a un cachorro morirás
miserablemente” (las frases típicas de un horóscopo), o haber visto a la madre de ese
cachorro, una rottweiler de 45 kilos, gruñendo amenazadoramente.

Perrito,
perrito…

Esas terceras variables son lo que Morris denomina “contexto”, y se pueden definir como todas
las condiciones que alteran a estímulos, respuestas, o su relación. Esas terceras variables no
están “dentro” de la persona, sino alrededor de la conducta, y son propiamente el contexto en
el cual la relación ABC tiene lugar.
El contexto así entendido se refiere a:

 Las condiciones históricas, tanto del individuo como de la especie, conductual y biológico,
que establecen la estructura y función de la biología y la conducta.
 Las condiciones actuales, del organismo o del ambiente, que afectan o posibilitan qué
conducta puede físicamente emitirse.
 El contexto actual que afecta las relaciones (es decir las funciones, como vimos antes),
entre estímulos y respuestas.
Esta definición no es diferente de la primera definición que dimos, sólo que es más precisa: en
lugar de referirse a todo estímulo que controla a la conducta, se refiere más precisamente a
todas las condiciones que afectan a la tríada Antecedente-Conducta-Consecuencia (ABC).
Desde hace más de medio siglo una parte mayoritaria y central de la investigación en análisis
conductual ha estado dirigida a elucidar el papel que tiene el contexto en este sentido, de qué
manera ciertas condiciones impactan sobre la relación entre conductas y estímulos.
Mientras escribo esto, supongo que debo haber perdido lectores con la misma rapidez con la
que algunos políticos pierden la vergüenza, pero si aún algunos valientes quedan leyendo,
podemos ir más allá y enumerar las distintas maneras en que el contexto participa en la
relación ABC, siguiendo la enumeración que hace Morris en el artículo citado, ya que el
contexto, al igual que estímulos y respuestas, no tiene una función fija, sino que la función del
contexto en cada caso es determinada por la relación que guarda con estímulos y respuestas.

Esta vez sí, con dibujitos.

Relaciones del contexto con ABC

Partimos de la unidad de análisis básica, nuestros antecedentes, conducta y consecuencia:

Y recuerden que contexto es una forma de explicar la variabilidad entre estímulo y conducta,
una forma de dar cuenta de por qué las personas responden de distinta manera a los
estímulos. Lo que podemos observar entonces es que hay múltiples formas en que el contexto,
esas terceras variables, incide sobre las respuestas.
Podemos comenzar diciendo que el contexto impacta sobre los aspectos formales (es decir, no
su función, aún) de la unidad de análisis ABC, y entonces, señalaremos que

1) Hablamos de contexto refiriéndonos a cómo la biología del organismo que emite la conducta
afecta los aspectos formales de la conducta. Es decir, la biología actual del organismo
afecta qué conductas (B) pueden y no pueden ocurrir.
2 y 3) Para lo siguiente, tomemos a la parte inferior de nuestro gráfico como el pasado de
nuestro ABC, y a la parte superior como el ABC extendiéndose hacia el futuro.
El contexto incluye también la historia biológica de las especies e individuos, historia que afecta
qué conductas pueden ocurrir. Esta historia puede referirse tanto a la historia filogenética, de la
especie (2), como a la historia biológica del individuo (3).
Por ejemplo, por su historia filogenética una serpiente no podría emitir una conducta que
involucre usar patas (2); de manera similar una historia individual de accidentes o
amputaciones puede hacer que una persona no esté en condiciones de emitir conductas
vinculadas con usar una escalera, por ejemplo (3). En el ejemplo de nuestro cachorrito, por una
lesión una persona podría no ser físicamente capaz de levantar al cachorro, o de agacharse
para acariciarlo.

4) Contexto también se refiere a las condiciones que se extienden hacia el futuro, alterando
posteriores ocurrencias de la conducta. La historia biológica que enumeramos en 1, 2, y 3,
también se extiende hacia el futuro, alterando las formas en que la biología afecta la conducta
en el futuro. La biología no sólo participa como historia de la conducta, sino que está en
constante cambio (nos vamos poniendo viejos, por ejemplo, y cambian las cosas que
formalmente podemos y no podemos hacer).

5) Contexto se utiliza también en relación con las propiedades formales (no funcionales), de
los estímulos, es decir, de nuestros A y C, el ambiente físico. Las características formales del
ambiente(A y C), su estructura, también determinan qué conductas (B) pueden y no pueden
ocurrir.
Por ejemplo, cuando modificamos la estructura de un automóvil para que pueda conducirlo una
persona con limitaciones físicas, cuando instalamos rampas, o cuando instalamos un
marcador sonoro en un semáforo, estamos afectando las propiedades formales del ambiente
(no su función), para permitir que ocurran ciertas conductas.
6) Contexto también se refiere a la historia de una persona en ciertos ambientes físicos…

7) …y también se refiere a los factores del ambiente físico que están en constante cambio,
alterando las ocurrencias futuras de la conducta.

8) El contexto también impacta sobre las relaciones funcionales entre estímulos y respuestas.
Por ejemplo, el contexto incluye aquellos factores que afectan la relación entre consecuencia y
conducta. Procesos como programas de reforzamiento, drogas, deprivación, instrucciones,
etc. Por ejemplo, un vaso de agua tiene más valor de refuerzo para quien está muerto de sed
en el desierto que para quien acaba de beber. Más del lado clínico, los procesos vinculados a
valores (tal como se entienden en ACT o en entrevista motivacional), suelen utilizarse para
modificar el valor de refuerzo de un estímulo (los procesos de augmenting):

9 y 10) También tenemos la historia de la especie (9) y la historia biológica del individuo (10),
que afectan a la relación entre refuerzo y conducta. Por ejemplo, por su historia de especie una
hoja de lechuga difícilmente funcione como reforzador primario para un buitre. Similarmente, un
olor desagradable probablemente no funcione como aversivo para alguien que padece
anosmia. Es decir, condiciones históricas biológicas de la especie y del individuo pueden
afectar las relaciones entre conducta y consecuencia.

11) También tenemos a la historia conductual del individuo afectando la relación actual entre
conducta y consecuencia. Este es uno de los aspectos del contexto más estudiados por el
conductismo. Condicionamiento, extinción, programas de reforzamiento, etc., entran en este
punto.

12) La historia conductual también se extiende hacia el futuro, cada instancia de la relación
entre B y C tiene efectos a futuro:

13) El contexto también se refiere a los factores que influyen en la relación entre antecedentes
y conducta, por ejemplo, estableciendo la función de un estímulo como estímulo discriminativo.
Aquí podemos ubicar también clínicamente a las intervenciones de defusión de ACT, que
buscan modificar la función de estímulos antecedentes.

14) El contexto como historia también participa aquí afectando la relación entre A y B…
15) … y a la vez, los efectos del contexto sobre A y B se extienden a lo largo del tiempo, en el
futuro.

Y si juntamos todas las condiciones enumeradas hasta ahora nos queda esta monstruosidad:

Ahí lo tienen, cuando hablamos de contexto nos referimos a este tipo de condiciones, que
mantienen relaciones dinámicas con antecedentes, conductas, consecuencias y sus relaciones.
La próxima vez que alguien les diga que el análisis conductual es simplista, pueden mostrarle
este gráfico, y sonreír malévolamente mientras su interlocutor pierde todo semblante de
cordura:
Siéntanse completamente libres de compartir esta imagen en su feed, dándosela de
intelectuales (este link anda). Únicamente para eso es que escribimos y leemos estos
insufribles mamotretos, después de todo.
Cerrando

Lo que me ha resultado esclarecedor de este gráfico es que describe bien la riqueza del
programa de investigación del análisis conductual, que abarca una complejísima variedad e
interacción entre diversos factores.

Hay un par de cosas que quisiera destacar del gráfico. En primer lugar, todos los factores se
refieren a condiciones manipulables y descriptivas, no hay un solo factor que sea inaccesible
en principio -comparen esto con lo que sucede con constructos hipotéticos como sistemas de
procesamiento de información, por ejemplo, en los cuales la variable es absolutamente
inaccesible y solo se puede inferir o postular.

La segunda cosa que se puede apreciar es que están claros cuáles pueden ser los aportes
desde y hacia otras disciplinas científicas, sin que el nivel de análisis específicamente
conductual pierda especificidad. En los puntos 1, 2, 3, y 4 (características formales de la
conducta), todas las disciplinas biológicas, desde las neurociencias hasta la bioquímica y
genética, pueden enriquecer el análisis de la conducta. Lo mismo plantearíamos en 9 y 10
(factores que afectan relaciones de consecuencias). En los factores 5, 6 y 7 (características
formales de estímulo), disciplinas como la ergonomía, el diseño y la arquitectura permiten
plantear mejores intervenciones, y podríamos seguir un largo rato. La cosa es que ninguna de
estas interacciones reemplaza el nivel propiamente conductual, el nivel de interacciones entre
conducta y ambiente.

A esta altura, estoy casi completamente seguro de que estoy escribiendo para mí mismo,
abandonado ya por toda persona que pudiera haberse interesado inicialmente por este artículo.
Así que me digo a mí mismo que, por supuesto, esta no es la definición de contexto, sino solo
una, basada en algunas ideas de Morris, que me ha resultado en extremo estimulante.
Entonces, ¿qué sentido de contexto habría que usar, el sentido general o el específico? El que
sea más útil en un momento determinado, según lo que se quiera lograr.
El ombligo de las palabras

Cuando empezamos a hablar, lo primero que adquirimos son los nombres de las cosas: mamá,
papá, pelota, perro, suboficial. Aprendemos a relacionar un algo y un sonido, y esa es la
primera manifestación de una poderosísima herramienta.
A medida que nuestras habilidades con el lenguaje aumentan, aprendemos a relacionar de
otras maneras. Aprendemos a describir, a agrupar en categorías, a comparar; no sólo
aprendemos que las cosas son verdes, pesadas, suaves; aprendemos que también son
buenas, malas, feas, mejores, peores, lindas, asquerosas, o deseables.

Así empezamos a juzgar el mundo: pelota grande, inyección mala, perro lindo, etcétera. Al
poco tiempo, comenzamos a evaluar y juzgar de esta manera a otras personas: mamá buena,
suboficial malo. ¿Por qué no? Relacionar así es una herramienta potente que permite
diagnosticar y trazar líneas de fuerza en el mundo indiferenciado, hacerlo más manejable, más
predecible, más seguro.

No pasa mucho tiempo hasta que empezamos a experimentar dificultades con el mundo, con
los demás, y nos volvemos hacia nuestra novísima herramienta para diagnosticarnos, para
evaluarnos a nosotros mismos, especialmente cuando experimentamos cosas que no sabemos
cómo resolver en ese momento.

Soy torpe.
Empezamos con evaluaciones así, generales, una suerte de intuición difusa, pero de a poco, a
medida que refinamos nuestra capacidad de evaluación, esos diagnósticos se vuelven un poco
más precisos, un poco más finamente dirigido:

Soy inadecuado con otras personas.


De a poco, vamos construyendo una red de evaluaciones, causas, efectos, explicaciones y
justificaciones. Al utilizar la misma maquinaria mental que generó la evaluación inicial, la
máquina de resolver problemas introduce una posible solución dentro de la formulación:

Soy inadecuado, no soy una persona querible, nadie me va a elegir, puedo intentar ser un
poco más inteligente y así me van a querer.
El problema es que de esa evaluación de sí mismo, esa historia (en el sentido tanto histórico
como narrativo), es imposible de resolver. No es por incapacidad de encontrar la salida del
laberinto: el problema está en la entrada.
La trampa es que una evaluación nunca es “correcta” o “verdadera”, ni podría serlo jamás.
“Inadecuado” no es una propiedad inherente a una persona, de la misma manera que “grande”
no es una propiedad inherente a una pelota. Son propiedades relacionales, propiedades
establecidas por la categorización y evaluación ejercida por nuestra herramienta. Una pelota
sólo es grande si se la compara con algo más chico, digamos, pero no es una cualidad
absoluta; lo mismo pasa con “inadecuado”.
Una evaluación no representa una cualidad inherente de una cosa o persona sino un
enunciado que es emitido sobre esa cosa o persona. Cuando decimos que un cuadro es
“bello”, no se trata de que “bello” sea uno de los componentes del óleo al igual que los
pigmentos, sino que es algo que se dice respecto de un cuadro, en un determinado contexto y
situación (¿qué hubieran dicho los griegos de la época clásica al ver un cuadro de Xul Solar?).
Dado que nuestra mente trata siempre de ser coherente, una vez que compramos esa historia
sólo va a considerar como válida toda información que la confirme, al tiempo que va a
descartar cualquier información que podría contradecirla. Es lo que en psicología se
denomina sesgo de confirmación: una vez que se emite la premisa “no soy una persona
querible”, si alguien quiere estar conmigo se trata de una excepción, una anomalía, algo mal
hay con esa persona o ha sucedido un milagro temporal (recuerdo la conocida sentencia de
Groucho “nunca sería miembro de un club que me admitiera a mí como socio”). En cambio si
alguien me rechaza es que mi evaluación es verdadera, efectivamente no soy querible.
En una trampa cruel de nuestra herramienta, si he incluido una forma de solucionar mi defecto
diagnosticado (algo como por ejemplo “dado que soy inadecuado voy a compensar siendo
inteligente”), si alguien me quiere es porque he sido inteligente, no porque sea querible como
ser humano. Por tanto, tanto la evaluación como la herramienta se vuelven a confirmar en
cualquier caso.
Entonces soltamos cosas, abandonamos caminos ominosos, nos protegemos de los riesgos.
Nos aferramos en cambio a nuestras soluciones, compensando los supuestos defectos,
adormeciendo dolores. Lidiamos con el mundo desde la premisa que plantea nuestra historia -
aceptándola o rechazándola, lo mismo da, ya que ambas vías implican verificar la existencia de
algo.

Eso es problemático: la historia carece de sutilezas, carece de flexibilidad, es una premisa que
se pretende objetiva y universal, usada para lidiar con situaciones particulares. Está hecha de
absolutos: todos, nadie, siempre, nunca, etc. La rigidez es mala guía para un mundo en
movimiento.

Sin embargo, la historia no es falsa. Tampoco es verdadera, por supuesto. Corre por otra vía:
es una evaluación, una historia, un juicio sobre algo. Así como una pelota no es
inherentemente grande, un cuadro no es inherentemente feo, y una persona no es
inherentemente inadecuada.

Pero la historia no se va a ir a ninguna parte. Se ha ensayado durante años, a lo largo de los


cuales la hemos repetido miles de veces. Y cualquier cosa que hayamos hecho miles de veces
queda grabado en nosotros -pienso en los versos de una canción infantil que habré escuchado
menos de cincuenta veces y de la cual, varias décadas después, aún recuerdo una buena
parte de la letra. No hay un botón de “borrar” en nuestra mente. No se va a ir, y las soluciones
intentadas no funcionan para borrarla.

Soy inadecuado
No todo está perdido, pero el camino a seguir es inesperado ya que no es una solución lógica.
Ese conjunto de evaluaciones y soluciones, esa historia, si bien no se puede borrar puede
habitar en nuestra mente como la letra de aquella canción infantil: un conjunto de palabras, un
fragmento de nuestra historia. De la misma manera que nuestro ombligo es vestigio de la
primera herida que sufrimos, nuestra historia es el vestigio de nuestro primer uso de las
palabras, el ombligo de las palabras. Si nuestro ombligo es testimonio de que nacer no es sin
dificultades, nuestra historia es testimonio de que aprender a usar el lenguaje no es sin
dificultades.

No podemos borrarla pero éste es el truco: no es necesario. Podemos recordar su carácter


histórico, su carácter relacional; tomarla como el testimonio que es y dejar de usarla como guía
para nuestras interacciones con el mundo. En lugar de que nuestra vida sea acerca de “como
no ser inadecuado –o al menos que no se note”, hacer que esté al servicio de otras cosas;
direcciones quizá también generadas por el lenguaje, pero un tanto más flexibles, un tanto más
vitales, un tanto más elegidas.

Entonces, recordamos lo que es, le hacemos espacio, elegimos algo más como dirección vital y
lo seguimos, recordando que la herida está y que tira para otro lado. Aquí resumimos ese
proceso y lo llamamos aceptación y compromiso, pero también tiene otros nombres.

Depresión y elección

Quisiera compartir con ustedes algunas observaciones sobre las distintas formas de
conceptualizar teóricamente a la depresión y las consecuencias e interacciones que generan.
También vamos a ver de qué manera activación conductual aborda el fenómeno-que es algo
menos intuitivo de lo que parece- y por qué es necesario mejorar el mundo (tengan paciencia).
Esto va a ser largo, así que antes de empezar quizá quieran hidratarse apropiadamente, comer
algo ligero antes, y ponerse ropa cómoda.

Para este viaje, tenemos que empezar desembarazándonos un poco de las nociones
aprendidas sobre qué es depresión, y empezar por volver a describir lo que entendemos por
depresión -dejando de lado por ahora las explicaciones respecto a las causas de la depresión-
enfocándonos en el fenómeno.

Empecemos entonces describiendo aquellos puntos sobre la depresión en los cuales los
distintos modelos teóricos pueden acordar, a grandes rasgos, y progresemos a partir de ahí.

1) Cuando hablamos de depresión hablamos de conductas

Algo en lo cual todos los modelos teóricos de la depresión pueden estar de acuerdo es que
sólo hablamos de depresión cuando una persona tiene determinados patrones de conductas.
Aquí “conductas” debe ser tomado en sentido amplio: no sólo nos referimos a las conductas
observables, sino también a lo que manifiesta sentir, las cosas que dice, etc., todo lo que hace,
ya sea que pueda ser observado por otros o sólo por la propia persona.
Aun no estamos hablando de las causas de esas conductas, ni tampoco estamos diciendo que
sean voluntarias o intencionales, sino que nos limitamos a señalar que sólo decimos que
alguien está deprimido cuando exhibe determinados patrones de conductas: si no hay
conductas tales como abandonar actividades, llanto, manifestar culpa, rumiación, insomnio,
etc., no hablamos de depresión. Luego, la explicación de por qué se producen esas conductas,
sus mecanismos o su sentido, podrá ser atribuida a conflictos intrapsíquicos, creencias
disfuncionales, desbalances químicos, sistemas sociales, flujos energéticos, karma,
condicionamiento, etc., pero todos los modelos teóricos coinciden en que vamos a hablar de
depresión cuando una persona exhibe o ha modificado en determinada dirección sus patrones
de actividad: dice y hace ciertas cosas en lugar de decir otras.

El primer postulado nos quedaría así: la depresión consiste en conductas.


2) Las conductas en la depresión pueden ser conceptualizadas como elecciones

Si pudiéramos ver el día de una persona deprimida, podríamos observar una sucesión de
momentos pivotales, pequeñas encrucijadas que se resuelven en alguna dirección: el momento
en el cual se despierta y en lugar de levantarse se queda en la cama mirando el techo, el
momento en que se tira en el sillón a ver una serie con poco entusiasmo en lugar de salir a
hacer las compras o ponerse a arreglar la pared que está deteriorada, el momento en que
almuerza un café y un cigarrillo en lugar de una ensalada, el momento en que se queda
rumiando en la cama en lugar de llamar a un amigo, y así.

Independientemente de la explicación psicológica que utilicemos, podemos observar que en


cada momento hay alternativas de acción posibles, y que llevar a cabo una actividad, sea cual
fuera, implica no hacer otras. Esto es así para todas las personas todo el tiempo, por supuesto:
en cualquier momento realizo la elección de sentarme a escribir o salir a trotar, o ponerme a
leer, o tocar el piano, etc. Dicho de otro modo “una buena parte de lo que hacemos
cotidianamente puede ser conceptualizado como elecciones”(Bourret & Vollmer, 2003).
El escritor Jorge Luis Borges basó un cuento, El jardín de los senderos que se bifurcan, en esta
misma idea, concibiendo un libro escrito por el hipotético autor Ts’ui Pên, en el cual se exploran
todas las elecciones posibles: “En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con
diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta
-simultáneamente- por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también
proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un
secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios
desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos
pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts’ui Pên, todos los desenlaces
ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones.”
Por supuesto, cuando hablamos de elección aquí no nos estamos refiriendo a elecciones
intencionales, deliberadas o pensadas (aunque tampoco las excluimos), sino meramente a toda
situación en la cual se verifica una alternativa con exclusión de otra u otras (McDowell, 1988).
Tampoco nos referimos a un proceso que suceda de manera ocasional o de manera épica,
sino un proceso que puede ser pequeño y continuo (sigo eligiendo escribir esto en lugar de
salir a caminar, y ustedes, del otro lado de la pantalla, han elegido seguir leyendo hasta aquí, y
ahora eligen seguir o -lo que estaría muy bien- hacer cualquier cosa más interesante, como ver
crecer el césped por ejemplo).

Por esto, una forma posible de conceptualizar a las conductas de la depresión es como un
patrón de elecciones a lo largo del tiempo–levantarse de la cama o no, ir a trabajar o no,
conectarse con otras personas o no, etcétera. Si hablamos de una persona deprimida que está
en la cama a las seis de la tarde y permanece allí hasta las ocho, podríamos decir que se está
realizando una elección entre permanecer en la cama o levantarse. Pero insisto, no estoy
hablando de una elección voluntaria o deliberada, tan sólo decimos que una persona hizo A
existiendo las opciones B, C, D, etcétera. Si es voluntario, razonado, o deliberado, es algo de lo
cual de momento podemos prescindir.
Nuevamente, esto es algo a lo cual todos los modelos teóricos podrían suscribir, decir que la
depresión involucra que las acciones de una persona implican seguir un camino en lugar de
otro. No es obligatorio pensarlo como elecciones, pero tampoco resulta inconsistente. Y por
eso, nuestro segundo postulado sobre la depresión sería este: las conductas de la depresión
se pueden pensar como una serie de elecciones o preferencias conductuales (en el sentido
más descriptivo del término).
3) Las elecciones no parecen tener sentido

La selección de alternativas que efectúa la persona deprimida es catalogada como depresión


porque esas alternativas no parecen tener sentido: la persona dice sentirse triste y aislada y
hace cosas que siguen manteniéndola aislada, por ejemplo.

Nuevamente, no estoy diciendo nada nuevo. La depresión es categorizada como enfermedad,


trastorno, o disfunción, porque las acciones y elecciones que realiza la persona tienen a
mediano y largo plazo consecuencias que no son funcionales, sino que resultan
contraproducentes, dolorosas, o disfuncionales para sí misma.

Las cosas que hacen no parecen tener sentido, por eso es que formulamos teorías y
explicaciones de toda índole, para tratar de entender por qué una persona actúa de esa
manera. Por eso cuando una persona que acaba de perder a un ser querido no la etiquetamos
como deprimida ni armamos sistemas teóricos para explicar eso, porque sus acciones (llanto,
aislamiento, insomnio, etc.) tienen sentido para nosotros.

Por decirlo de alguna manera: las elecciones conductuales que efectúa la persona deprimida
no nos parecen racionales, funcionales, o saludables. En esto también los distintos modelos
teóricos pueden acordar a grandes rasgos -si las elecciones de la depresión parecieran
racionales o útiles no recibirían tratamiento, digamos.

Entonces, lo que tenemos hasta ahora podría enumerarse así

1. La depresión consiste en una serie de conductas


2. Esas conductas pueden pensarse como elecciones (no como elecciones voluntarias
sino como seguir distintas alternativas de acción)
3. Esas elecciones no parecen funcionales o racionales sino todo lo contrario.
Con la depresión la tarea de los modelos teóricos, bosquejada a grandes rasgos, ha sido la de
dar una explicación a por qué se llevan a cabo esas elecciones en particular, si es que son
elecciones que parecen perjudiciales, y qué camino se puede seguir para que la persona
realice otras elecciones.
Lo que hemos visto hasta aquí es una forma de ver a la depresión con la cual pueden estar de
acuerdo prácticamente todos los modelos. Es en explicar y modificar estas elecciones en
donde los modelos teóricos varían.

Los modelos explicativos internalistas

Todos los modelos teóricos proponen algún tipo de explicación a por qué las personas actúan
de la manera que llamamos “depresión”: ¿por qué una persona actuaría de esa
manera? Claramente no es una forma de actuar útil, vital, saludable, normal, racional, o como
quieran llamarla -ningún modelo teórico dice algo como “la depresión está joya, seguí así que
vas muy bien”, por lo cual se intenta explicarla y proponer una solución.
Ahora bien, las explicaciones más populares de la depresión que tenemos en psicología y
psiquiatría son lo que podríamos llamar explicaciones internalistas: explicaciones que se basan
en procesos intra-individuales, tales como fenómenos cognitivos o fenómenos neurobiológicos,
estados internos de la persona deprimida. Las explicaciones internalistas proponen algo que
podríamos expresar así: “Dado que la persona deprimida está actuando de manera
irracional/disfuncional, tiene que haber algo dentro de la persona que la haga actuar así”. Para
una explicación de tipo internalista la persona que elige quedarse en la cama, rechazar
invitaciones de amigos, abandonar actividades, etc., está llevando a cabo esas elecciones
irracionales por alguna falla de un mecanismo o proceso interno, como por ejemplo:
 La presencia o ausencia de ciertos pensamientos
 La presencia, carencia o falla de ciertos patrones de pensamiento
 Un déficit o exceso de algún neurotransmisor
 Algún tipo de lesión o fallo cerebral
 Malfuncionamiento orgánico de otro tipo (inflamación, por ej.), o factores genéticos
 Un conflicto intrapsíquico
 Falla en la regulación de las emociones, etc.
Por ejemplo Beck y colaboradores (2010) afirman:

“El modelo cognitivo considera el resto de los signos y síntomas del síndrome depresivo
como consecuencia de los patrones cognitivos negativos. Por ejemplo, si el paciente
piensa erróneamente que va a ser rechazado, reaccionará con el mismo efecto negativo
(tristeza, enfado) que cuando el rechazo es real. Si piensa erróneamente que vive marginado
de la sociedad, se sentirá solo” (p.20, el resaltado es mío)
Similarmente, LeDoux (2003) postula:

“La depresión (…) involucra circuitos alterados que lo bloquean a uno en un estado de
retirada neural y psicólogica”.
Otros abordajes postulan distintos factores o entidades internas hipotéticas, biológicas o
psicológicas. Si bien las explicaciones internalistas suelen incluir al ambiente como un factor, la
relevancia del mismo suele ser más bien modesta, usualmente relegado a un papel de
disparador o de vulnerabilidad para el proceso mental, psíquico o biológico que se considera
la verdadera causa y esencia de la depresión.
Consistentemente, estas explicaciones postulan como solución la modificación del factor
interno hipotéticamente implicado. Se intenta corregir, resolver, o arreglar aquello que está
funcionando mal: corregir los pensamientos distorsionados, resolver el complejo intrapsíquico,
corregir el desarreglo neuroquímico, etc. En los casos en que un modelo internalista propone
algún tipo de intervención ambiental, lo hace con el sólo propósito de ayudar a corregir el
desarreglo interno.

Las explicaciones internalistas son la norma en psicología, pero como veremos a continuación,
no son la única forma de pensar el fenómeno.

Si siguen despiertos, este sería un buen momento para desperezarse, elongar músculos,
volver a acomodar la postura y tomar impulso, que nos falta un trecho todavía.
Elecciones

Hay otra forma de abordar las elecciones conductuales como las hemos definido aquí, y esto
es considerarlas como conductas situadas en un contexto. Y con un poco de suerte, en las
siguientes secciones intentaremos demostrar de qué manera esto representa un abordaje
completamente distinto de las explicaciones internalistas, tanto en términos de explicación
como en términos de intervención.
Si hasta ahora no se han dormido, les proponemos un ejercicio de pensamiento para demostrar
la relación entre el contexto y las elecciones. Para esto imaginaremos una situación de elección
pura y veremos qué pasa, partiendo de un primer escenario hipotético.

Escenario A
Supongamos que abrimos un modesto casino con tan sólo dos máquinas tragamonedas, una al
lado de la otra. Nuestro hipotético casino tiene un solo apostador, porque somos modestos e
imaginarios. Y supongamos que en total por cada $10.000 apostados por día en las máquinas
nuestro casino paga $1.000, pero las máquinas no pagan parejamente, sino que la
máquina A está configurada para pagar $700 y la B para pagar $300.
Ahora bien, ¿cómo va a distribuir sus apuestas nuestro apostador hipotético? ¿Todas a la A?
¿Todas a la B? ¿Mitad y mitad?

Lo que encontraríamos es que las apuestas no se distribuirían al azar, sino que en esta
situación ideal las apuestas tenderían a distribuirse según la tasa relativa de ganancias –lo que
podríamos llamar refuerzos, en este caso. Entonces, dado que la máquina A otorga un 70% del
total, y la B paga un 30%, encontraríamos que a lo largo del tiempo, las apuestas tenderían a
igualar esa proporción, con un 70% de las apuestas yendo a la máquina A, y un 30% de las
apuestas a la máquina B.

Este es el fenómeno que en la ciencia conductual se llama “igualación” -porque la tasa relativa
de respuestas tiende a igualar la tasa relativa de refuerzos – y se expresa en un principio
conductual llamado “Ley de Igualación” (R J Herrnstein, 1961), utilizado para comprender
conductas de elección.
Lo importante aquí es que la tasa de respuestas depende de la frecuencia relativa de refuerzo.
Es decir, la ley de igualación establece que no sólo importa que una respuesta sea reforzada,
sino que también importa qué valor de refuerzo tienen las otras alternativas.
Permítanme ilustrar esto con nuestro casino, imaginando una leve variación en la situación A.

Escenario B
Supongamos que decidimos modificar la configuración de la máquina B, de manera que ahora,
en lugar de pagar $300, pase a pagar $700 por cada $10.000 apostados (es decir, igual que la
máquina A). ¿Qué pasaría?
En una situación ideal, después de un tiempo las apuestas tenderían a igualar los refuerzos. Es
decir, el apostador empezaría a distribuir sus apuestas un 50% a cada máquina, dado que
ahora ambas pagan la misma proporción, ($700 cada una).

Ahora, imaginemos una leve variación de esto y veamos qué pasa.

Escenario C
Supongamos que en la puerta del casino empieza a llover dinero. Sí, somos la gente con más
mala suerte del mundo. Espontáneamente caen del cielo billetes con regularidad. ¿Qué pasaría
en esta situación con nuestro apostador? Probablemente, como cualquiera de nosotros, estaría
afuera juntando los billetes que caen. Ninguna apuesta recibirían las máquinas A y B mientras
lloviese dinero afuera.

Estas tres situaciones imaginarias plantean un muy interesante problema para las
explicaciones que vimos antes, si tienen la paciencia de pasar conmigo a la siguiente sección.

El problema con las explicaciones internalistas de la elección

Imaginen que un investigador que trabaja con explicaciones y teorías internalistas (es decir,
con teorías que postulan que las elecciones están controladas principalmente por factores
internos), ha estado siguiendo a nuestro apostador, analizando todo lo que hace con la
máquina A, y tratando de explicar lo que sucede.

Este investigador desconoce lo que está pasando en el resto del casino -supongamos que ve a
nuestro apostador en una reunión semanal de una hora, durante la cual sólo pregunta por lo
que pasó con la máquina A, motivo por el cual el investigador desconoce lo que pasó con la
máquina B, y desconoce que llovió dinero en el casino.

Desde esa perspectiva, este investigador notaría que ocurrió lo siguiente:

1. Al principio, el apostador le dedicaba $700 por día a la máquina A


2. Luego, el apostador empieza a dedicarle $500 por día a la máquina A
3. Luego, el apostador cesa de apostar completamente a la máquina A
1), 2) y 3), corresponden por supuesto a nuestros escenarios A, B, y C. Las apuestas en la
máquina A bajaron a $500 en el escenario B, cuando la máquina B empezó a pagar más, y
cayeron a 0 en el escenario C, cuando empezó a llover dinero, pero nuestro investigador
desconoce esa información.

Imagínense el estupor del investigador: ¿cómo puede ser que la actividad con la máquina A
haya disminuido, si nada ha cambiado en ese aspecto, si sigue pagando lo mismo de la misma
manera? ¿habrá algo mal con el apostador?
Lo que el apostador está haciendo con la máquina A no tiene sentido para ese investigador: si
la máquina A sigue pagando lo mismo, ¿por qué el apostador disminuye primero y cesa sus
apuestas luego? Nuestro investigador internalista podría buscar mecanismos cerebrales,
cognitivos o emocionales por los cuales la máquina A recibe menos apuestas, y seguramente
encontraría cambios en ese aspecto. Después de todo, la máquina A ha perdido valor de
preferencia para nuestro apostador, es probable que el apostador sienta menos entusiasmo
hacia ella, y que ello implique cambios emocionales y cerebrales.
Nuestro investigador podría hacer varios estudios de neuroimágenes en nuestro apostador, y
sería muy probable que incluso encontrase modificaciones cerebrales correlativas a los
cambios en las apuestas en la máquina A. Probablemente al mostrarle imágenes de la
máquina A mientras está en un aparato de fMRI se observara un patrón de activación distinto
en el escenario A que en el escenario C (no soy un experto, pero asumo que ver llover dinero –
escenario C- debe provocar algún tipo de cambio notable en el cerebro). Y podría hipotetizar
que esos cambios cerebrales explican la pérdida de preferencia por la máquina A.
Pero este es el asunto: aún si tuviera un mapa completo y pormenorizado del cerebro y sus
cambios, nuestro investigador seguiría sin entender la situación. A lo sumo, nuestro
investigador podría decir “en tal momento detectamos tales y tales cambios en la estructura del
cerebro” -o tales emociones reportadas o estilos cognitivos, etc. Pero sin conocer el contexto
ampliado (lo que pasa en el escenario B y C), no hay manera para nuestro investigador de
entender cabalmente el cambio de preferencias (también es interesante notar que si uno fuera
un analista conductual observando sólo lo que pasa con la máquina A en términos de refuerzo,
tampoco podría proporcionar una explicación satisfactoria, hasta tanto ampliara el foco para
incluir el resto del contexto, ya que la máquina A sigue reforzando siempre igual).

Patologías como elección

El punto que estamos tratando de ilustrar es que el contexto ejerce una influencia que es
completamente irreductible a la estructura biológica o psicológica.
Por supuesto que conocer los cambios cerebrales, los estilos cognitivos o emocionales, puede
aportar a una comprensión más acabada del fenómeno, pero una explicación internalista no
puede dar cuenta cabalmente del sentido de una conducta analizada.

Citando a Rachlin, debemos “buscar las causas de la conducta no profundamente dentro del
organismo, sino ampliamente, en el tiempo, en las contingencias entre la frecuencia de una
acción y la tasa general de eventos significativos en el mundo externo” (Rachlin, en Herrnstein,
1997, p.8)
Hasta ahora hemos usado como ejemplo a nuestro hipotético casino, pero el mismo fenómeno
se ha observado de manera muy similar en el mundo real con respecto a un área muy
concreta: la adicción a drogas. Nos referimos al experimento llamado “Rat Park”, realizado en
los años 70, que consistió precisamente en investigar el impacto de factores ambientales sobre
elecciones conductuales (Alexander, Coambs, & Hadaway, 1978).
En dicho experimento se puso a unas ratas en jaulas estándar de laboratorio en las cuales
tenían dos bebederos: uno con agua, y el otro con una solución de morfina diluida. Como era
de esperar, al poco tiempo esas ratas estaban bebiendo casi exclusivamente la solución de
morfina.

Mientras tanto, otro grupo de ratas fue puesto en una jaula más grande y abierta, en la que
había otras ratas, espacio para jugar, esconderse y socializar (el “Rat Park” o Parque de las
Ratas), en la que también había dos bebederos, uno con morfina diluida y otro con agua.

Lo que Alexander encontró es que las ratas con acceso a otros refuerzos (jugar, socializar,
etc.), bebieron menos morfina que las ratas aisladas. Más aún, cuando las ratas que estaban
en las jaulas pequeñas fueron pasadas al Rat Park, su consumo de morfina se redujo, aun
cuando esto implicó síntomas de abstinencia.
Dicho en los términos que venimos usando: el valor de la morfina como refuerzo no fue
absoluto sino relativo, cuando hubo otros refuerzos compitiendo se redujo su valor de refuerzo
y las conductas orientadas hacia ella. Más allá de cuáles fueran las estructuras cerebrales de
las ratas, bastó con un cambio en el ambiente para que las conductas se modificaran.

El experimento de Alexander sugiere que nuestra forma tradicional de pensar la adicción, es


decir, como un problema puramente interno, químico o cerebral, es errónea o por lo menos
incompleta: cuando no hay otras actividades compitiendo, la adicción es una alternativa viable,
pero cuando hay competencia, la adicción pierde valor por sí misma, aun cuando la droga siga
teniendo la misma composición química y efectos, aun cuando los cambios cerebrales estén
presentes. Es decir, el valor de la droga es relativo al valor de otras actividades disponibles
(esto es consistente con la literatura de farmacología conductual, que ha demostrado que una
droga puede tener efectos opuestos según el contexto en que se administre; véase por ejemplo
Branch, 1984, o nuestro lindo artículo al respecto).
Tanto este ejemplo como nuestro casino imaginario proporcionan también una vía clara para
intervenir sobre estas preferencias, es decir, para un tratamiento. Si quisiéramos hacer que el
apostador use menos la máquina A o que la rata reduzca su consumo de morfina, no
necesitamos analizar sus creencias, complejos, o conocer su estructura cerebral (aunque
tampoco se excluye): podemos aumentemos el valor de refuerzo de la máquina B, o hacer
llover dinero en el casino, o que en el caso de las ratas, proporcionemos un ambiente más
enriquecido, con acceso a interacción social y otros reforzadores.

Dicho en otras palabras, si aumentamos el valor de refuerzo de las conductas alternativas


(aumentar la accesibilidad, reducir la energía necesaria para acceder a ellas, y proporcionar
refuerzo inmediato), la preferencia por las conductas problemáticas disminuye.

Depresión como elección

La manera en la cual vemos a la depresión en activación conductual es similar a la expuesta


para adicción: esas elecciones conductuales, esas preferencias, tienen sentido cuando se
considera el contexto completo.

En la depresión, los refuerzos para las elecciones “saludables” (hablo de “saludables” en modo
general, no normativo, no se tomen muy a pecho el término) son como una moneda devaluada:
pierden su eficacia. Los refuerzos para las actividades depresivas, en cambio, tienen alto valor,
se eligen las actividades depresivas porque son las que tienen mayor valor relativo de refuerzo.

No se asume que la persona que elige quedarse en la cama en lugar de ir a trabajar lo hace
por hipotéticas causas internas como falta de motivación, cogniciones irracionales, desbalance
químico, problemas emocionales, etc. (aunque no es necesario descartarlas), sino que se
postula algo más simple: tiene más valor de refuerzo quedarse en la cama que ir a trabajar.
Hay diversos procesos que pueden reducir la preferencia por las actividades saludables, como
por ejemplo:

 Su disponibilidad
 La cantidad de trabajo necesaria u obstáculos a sortear para obtener la consecuencia (a
mayor trabajo, menor valor de refuerzo)
 La calidad, frecuencia y/o magnitud del refuerzo obtenido en ellas
 Lo inmediato de sus consecuencias positivas (a mayor retraso, menos valor, véase la
literatura sobre descuento por retraso; Lattal, 2010; Odum, 2011)
Desde esta perspectiva, se entiende por qué la adicción y la depresión (entre otros trastornos),
suelen prosperar en la pobreza y empeorar junto con las circunstancias socioeconómicas
(Freeman et al., 2016; Lorant et al., 2007): las actividades saludables no son reforzadas, ya sea
porque no están disponibles físicamente en el ambiente o porque hay mucha dificultad para
acceder a ellos -consideren lo que pasa cuando un niño que vive en una villa quiere estudiar
violín.

Por eso la depresión suele ser el condimento de situaciones de vida vulnerables


(enfermedades crónicas, vejez, violencia, aislamiento, etc.), que hacen muy difícil acceder a
actividades saludables. Y también esto explica por qué una mejora en las condiciones
materiales de vida suele aliviar síntomas de depresión y patologías como adicciones: las
actividades alternativas son más fácilmente reforzadas.

Por supuesto, no estoy diciendo que la depresión sea un problema que dependa
exclusivamente de las condiciones objetivas de vida. Hay procesos individuales que pueden
llevar obstaculizar el contacto con actividades saludables, aun cuando las condiciones de vida
sean óptimas (véase el análisis de Ferster, 1973). Por ejemplo, una historia de aprendizaje con
pocas habilidades sociales puede obstaculizar tomar contacto con cualquier actividad que
involucre socialización; o procesos de desesperanza aprendida pueden reducir la actividad
general de la persona al punto que no se toma contacto con el ambiente; la pérdida de un ser
querido puede crear un ambiente aversivo que genera un círculo vicioso de inactividad.
Digamos, estudiar violín puede perder valor por condiciones objetivas que hacen difícil acceder
a la actividad, como el costo del instrumento o la ausencia de profesores, o por condiciones
individuales que obstaculizan el acceso, como tener pocas habilidades sociales, lo cual
interfiere con asistir a clases grupales, por ejemplo. En cualquier caso, se trate de procesos
individuales o de problemas con las condiciones de vida, en la depresión la situación termina
siendo similar: hay poco contacto con actividades alternativas a las actividades “deprimidas”, ya
que el valor relativo de refuerzo para las actividades “saludables” es bajo.

Desde este punto de vista, la depresión sucede cuando el mundo de la persona deprimida es
una jaula, un mundo empobrecido, ya sea porque no puede acceder a lo que hay en el
ambiente, o porque no hay nada alternativo reforzado en el ambiente.
La psicología y psiquiatría en general, y la psicoterapia en particular, tienen a ver a la depresión
como un problema interno, y a enfocarse en mecanismos y soluciones también internas. Rara
vez se considera o se interviene el contexto en el cual la depresión sucede -a pesar de que en
nuestra vida cotidiana, lo primero que ofrecemos cuando un amigo dice estar deprimido es una
variación en sus actividades (“probá hacer esto”, “hagamos esto juntos”). La propuesta de
activación conductual es mirar hacia afuera, observar en qué contextos suceden las conductas
de la depresión, el mundo de la persona deprimida, y hacer lo mejor posible para mejorar el
mundo y el acceso al mundo (en el sentido descripto en la sección anterior), en lugar de
“arreglar” a la persona deprimida.
Este es el núcleo de activación conductual (al menos el modelo BATD): ayudar al paciente a
enriquecer su ambiente de manera que haya mayor acceso a las actividades saludables. Por
eso ayudamos a monitorear el tipo de actividad cotidiana y su refuerzo, a identificar actividades
importantes o agradables a través de explorar valores (para aumentar el valor de refuerzo de
las actividades), graduamos la dificultad de las actividades, ayudamos a incluirlas en la vida de
manera efectiva, trabajamos con resolución de problemas (para resolver dificultades que
disminuyan el valor relativo de refuerzo de una actividad), y guiamos hacia cómo pedir ayuda al
entorno social (para resolver problemas y aumentar el contacto social).

Y hasta ahora, toda la evidencia disponible se muestra fuertemente a favor de este abordaje
para depresión. Al día de la fecha todas las investigaciones sobre activación conductual han
sido favorables con el abordaje (Cuijpers, van Straten, & Warmerdam, 2007; Curry & Meyer,
2016; Dobson et al., 2008; Kanter et al., 2010; Richards et al., 2016; Sewell & Garrison-diehn,
2013; Sturmey, 2009; Webb, Beard, Kertz, Hsu, & Björgvinsson, 2016), y ciertamente es el
abordaje más económico en términos de entrenamiento y aplicación (Richards et al., 2016,
estudio que reseñamos aquí). Incluso más allá de activación conductual como protocolo de
tratamiento puro, los modelos más efectivos para depresión involucran un fuerte énfasis en la
modificación de la conducta y condiciones de vida de la persona deprimida (pienso en terapia
cognitiva, terapia de resolución de problemas, terapia interpersonal, ACT, etc.).
Si resumimos lo que hemos visto hasta ahora tenemos lo siguiente:

1. Las conductas de la depresión son vistas como elecciones conductuales


2. Tales elecciones son controladas por el contexto
3. El contexto de la depresión es uno en el cual
A. el valor relativo de las actividades saludables es bajo (y su costo alto)
B. el valor relativo de las actividades deprimidas es alto (y su costo bajo)
4. Un ambiente en el cual el refuerzo para las actividades saludables es bajo, tales como
condiciones de pobreza o aislamiento, lleva a un aumento de la frecuencia de actividades
depresivas.
5. Toda intervención que aumente el acceso y disponibilidad de refuerzo para actividades no
depresivas tendrá un efecto positivo sobre la depresión.
6. La prevención y tratamiento de la depresión así entendida resulta en un continuo, en el
cual en un extremo se ubican las intervenciones que mejoran las condiciones objetivas de
vida, y en el otro las intervenciones individuales (psicoterapia), que permiten resolver
problemas individuales de acceso a actividades saludables.
En resumen
La depresión se puede entender, sin recurrir a explicaciones internalistas (aunque sin
necesidad de descartarlos tampoco), como un patrón conductual de elecciones, en el cual
diversos factores del contexto – tales como la disponibilidad, costo, inmediatez del refuerzo,
soporte social, entre otros- disminuyen el valor relativo, es decir, la preferencia por las
actividades saludables, lo que a su vez genera un aumento relativo de la preferencia por
actividades depresivas, que son más accesibles, menos costosas, y reforzadas más
inmediatamente, aun cuando generen problemas a largo plazo.

Esta conceptualización pone a la depresión en un continuo con otras patologías como la


adicción, reconociéndolas también como elecciones conductuales en el mismo contexto que
impide u obstaculiza el acceso a actividades saludables.

Pensar a la depresión de esta manera implica que el tratamiento de la depresión requiere


aumentar el valor relativo de las actividades saludables, por medio de facilitar el acceso,
disminuir el costo y aumentar la inmediatez de refuerzo para las mismas, lo cual pone al
tratamiento de la depresión en un continuo de intervenciones socioambientales a distintos
niveles que van desde intervenciones para mejorar condiciones de vida (nivel país), pasando
por intervenciones para aumentar el apoyo comunitario y acceso a actividades saludables
(nivel comunidad), hasta intervenciones psicoterapéuticas para resolver problemas particulares
de acceso a actividades saludables (nivel individuo o grupo). El debate de leyes y medidas
para reducir la pobreza, organizar actividades comunitarias en un barrio, y completar una
planilla de monitoreo diario, pueden ser consideradas como distintas facetas de aliviar la
depresión en una población.

Dicho de alguna forma, el terapeuta trata de ayudar al paciente haciendo lo mejor posible
con lo que hay, pero es necesario al mismo tiempo que “lo que hay” exista efectivamente y sea
accesible. La psicoterapia, así pensada, no está aislada del contexto social, político y
económico de una persona: tratamos de hacer que el mundo de la persona deprimida sea un
poco mejor, y eso es un poco más fácil cuando el mundo en general es un poco mejor.
Digamos, para curar la depresión hay que mejorar el mundo.

Si han llegado hasta aquí sin hacer trampa, gracias por la paciencia, y nos leemos la próxima!

Niveles de validación en DBT

Bienvenidos a otro aburridísimo e insoportable artículo. Aquí escribimos relativamente poco


sobre DBT (Terapia Dialéctico Conductual), pero hace unos días en el curso online de
Innovaciones surgió una pregunta sobre el concepto de Validación en DBT. Paula escribió hace
un tiempo un excelente artículo sobre el tema en Psyciencia , que es una estupenda forma de
abordar validación emocional de manera cotidiana (si no lo han leído, échenle un ojo, vale la
pena y les va a ayudar a aclarar algunas cosas).
Hoy vamos a revisitar el tema desde un ángulo ligeramente distinto, ya que creo que vale la
pena compartir algunas aclaraciones sobre el tema con todos nuestros lectores. Sí, con los
cuatro.

Validación

Las estrategias de validación, junto con las estrategias de resolución de problemas, constituyen
el corazón de DBT, en torno al cual se construyen el resto de las estrategias de tratamiento
(Linehan, 1993, p.221). Cuando un terapeuta se enfoca sólo en el cambio conductual puede
hacer sentir invalidado al paciente y de esa manera deteriorar el trabajo terapéutico, en cambio
cuando el terapeuta reconoce y valida la experiencia del paciente hace que el cambio sea más
fácil y más probable.
Entonces, mientras que las estrategias de cambio se centran en la modificación conductual,
validación implica comunicarle inequívocamente al paciente que sus conductas
(observables y no observables) tienen sentido y son comprensibles en el contexto
actual. Validación es la forma principal en la cual DBT implementa aceptación. Validar no es
estar de acuerdo con el paciente, sino comunicar que sus respuestas (emociones,
pensamientos, acciones), tienen sentido dado el contexto en que se presentan (puedo estar en
desacuerdo con una conducta pero aún así comunicar que tiene sentido).
Es un poco difícil definir con precisión qué es validación, pero podemos comenzar citando a
Linehan:

La esencia de la validación es ésta: el terapeuta comunica a la paciente que sus respuestas


tienen sentido y son comprensibles dentro de su contexto o situación vital actual. El terapeuta
toma las respuestas del paciente seriamente y no las descarta ni trivializa. Las estrategias de
validación requieren que el terapeuta busque, reconozca, y refleje al paciente la validez
inherente en sus respuestas a los eventos. Con un niño díscolo, los padres deben encontrarlo
haciendo las cosas bien para reforzar esa conducta; similarmente el terapeuta debe descubrir
la validez inherente de la respuesta del paciente, a veces amplificarla, y luego reforzarla. Al
principio de la terapia individual, las estrategias de validación pueden ser las principales
estrategias utilizadas en la terapia” (Linehan, 1993, p. 222)
Me gusta particularmente la descripción de Swenson, que si bien es menos precisa, captura
bastante bien la cualidad de validar:

Validación en psicoterapia tiene esta cualidad. Te pide detenerte y estar con tu paciente en el
momento, viendo lo que ve, oyendo lo que oye, deteniéndote en el camino con ella, dejando ir
completamente la agenda orientada al cambio en este momento. Esta presencia fortalece al
paciente. Su agenda, su interés, su paso, son acogidos y respaldados. Ella se siente
conectada, sustancial, y significativa. Ha sido reconocida, apreciada, y confirmada. Antes de
que cualquier palabra sea dicha, esto es validación. Cuando validación toma una forma verbal,
el mismo espíritu fluye en las palabras.” (Swenson, 2016, p. 261)
En el mismo texto, Swenson cuenta la siguiente anécdota:

Una vez, en un taller en que estaba trabajando con Marsha Linehan, un participante hizo una
pregunta interesante. ‘Marsha, si fueras una de dos sobrevivientes de una naufragio, y vos y el
otro sobreviviente terminaran en una pequeña isla remota, con pocas probabilidades de ser
rescatados durante varios años, y sólo se te permitiese llevar una estrategia DBT para utilizar
en esa isla, ¿cuál sería?’ A Marsha le gustó la pregunta, y dijo “Entonces, querés conocer cuál
es la aspirina de DBT”, y respondió: “Validación. Validación ayudaría a nuestra relación, lo cual
podría ser quizá lo más importante. Ayudaría a mi compañera en la isla a regular sus
emociones. Podría mejorar su resolución de problemas sin enseñarle ninguna estrategia de
resolución de problemas. A veces podemos sentirnos bastante confundidos, y si tan sólo
somos validados, podemos descifrar qué hacer” (Swenson, 2016, p. 265)
Entonces, además de balancear las estrategias de cambio, validación ofrece otras ventajas.
Provee una experiencia interpersonal nueva para el paciente, en la cual sus expresiones no
son castigadas sino que son recibidas con comprensión, lo cual ayuda a abrirse más en el
futuro. Por otra parte, proporciona una marco seguro en el cual experimentar emociones y
expresarlas de una manera más eficaz, lo cual ayuda a regularlas mejor.

Validación, empatía, normalización

Vale la pena distinguir estos tres términos, que si bien son similares tienen ligeras diferencias
semánticas.

Empatía consiste, dicho a lo bestia, en ponerse en los zapatos de otra persona, esto es,
percibir el marco de referencia de otra persona, con sus componentes emocionales y
cognitivos, sin perder el propio punto de vista. Validación, en cambio consiste en comunicar a
otra persona que está siendo vista y oída, y que sus respuestas tienen validez. La empatía es
necesaria, pero no suficiente, para validar, ya que validar requiere comunicar claramente a la
persona que su punto de vista es comprensible.

Por otro lado tenemos normalización y validación. La diferencia entre ambos es que
normalización consiste en comunicar que otras personas tienen esa misma experiencia,
mientras que validar consiste en conectar con lo singular de la experiencia de esa persona.
Utilicemos un ejemplo de Pederson (2015), para ilustrar la diferencia entre una respuesta de
normalización y una de validación:

 Paciente: me siento tan culpable. Quiero decir, ¿qué clase de madre no tiene ganas de
pasar tiempo con sus hijos? No he tenido ganas de ir a sus prácticas o sus juegos en
semanas. Me cuesta incluso llegar a la mesa para cenar
Normalización:

 Terapeuta: Sabés, trabajo con muchas personas como vos. La depresión derrumba su
interés y su energía. No estás sola en esto, es lo que la depresión hace.
Validación

 Terapeuta: Es difícil para vos arrancar, y la mayor parte del tiempo no tenés energía para
eso. Puedo ver lo debilitante que se ha vuelto tu depresión, y por si eso fuera poco,
también sentís culpa, respecto a cómo podría afectar a tus hijos.
En el primer caso la respuesta del terapeuta comunica que la experiencia es común a muchas
personas. En el segundo, el terapeuta conecta con la experiencia particular de ese paciente.
Vale la pena tener en cuenta la diferencia entre ambas porque en ocasiones normalizar puede
ser vivido como invalidante por el paciente (“¿y a mí qué me importa si le pasa a otros?”, por
ejemplo)
Niveles de validación

Linehan (Linehan, 1997), propone seis niveles de validación. Cada nivel, según Linehan, “es
más completo que el anterior, y cada nivel depende de uno o más de los niveles anteriores”. No
estoy del todo de acuerdo con que cada nivel sea más completo del anterior sino en todo caso
más complejo, pero es una precisión que no cambia demasiado la cosa. En cualquier caso, se
trata de seis formas de validar. Sigamos un mismo enunciado de un paciente (tomado de
Pederson, 2015) y veamos en qué consiste cada nivel de validación.

Nivel 1: Escuchar y observar

Se trata de escuchar con completa atención: comunicar que las respuestas del paciente son
válidas por medio de sólo escuchar sin prejuzgar. Estar “despierto”: abrir los ojos y las orejas,
escuchar e interesarse por el paciente.

Nivel 2: Reflejar con precisión

Reflejar con precisión lo dicho por el paciente: comunicar que lo expresado por el paciente ha
sido entendido, por medio de repetir o refrasear lo dicho por el paciente, sin interpretar.

 Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre
fue una pérdida de tiempo“
 Terapeuta: “Entiendo que te dijeron que tenés que venir, y que la terapia no te ha servido”
Nivel 3: Articular lo no verbalizado.
Articular emociones, pensamientos no verbalizados explícitamente por el paciente pero
presentes en lo que está diciendo:

 Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre
fue una pérdida de tiempo“
 Terapeuta: “Estás frustrada. No es raro, te enviaron aquí y la terapia ha sido una pérdida
de tiempo para vos. Debe parecer difícil abrirse ahora mismo“
Nivel 4: Validar en términos de causas

En el cuarto nivel, se trata de describir cómo la conducta del paciente tiene sentido a la luz de
su historia de aprendizaje o de su biología, dicho de otro modo, se valida en términos del
pasado:

 Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre
fue una pérdida de tiempo“
 Terapeuta: “Suena a que estás frustrada. La terapia ha sido una pérdida de tiempo, y
quién no se cerraría si lo obligan a hacer algo. Apuesto a que estás cansada de estar
siendo presionada de terapia en terapia“
Nivel 5: Validar en términos del contexto presente

Este nivel significa buscar formas en las que la conducta del paciente tiene sentido en las
circunstancias actuales:
 Paciente: “Estoy aquí porque tengo que estar. No va a servir de nada. La terapia siempre
fue una pérdida de tiempo“
 Terapeuta: “Estás frustrada! No me extraña, habiendo estado tan presionada tanto tiempo.
Quién querría venir a terapia si ha sido una pérdida de tiempo, y por supuesto, por qué
esperarías que yo fuera distinta. Podría ser sólo otra persona tratando de darte lo que no
querés“
Para los niveles 4 y 5, podemos tomar este otro ejemplo de Koerner (2012): “supongamos que
estás caminando hacia el cine con una amiga que hace algunos años ha sido violada en un
callejón, vos proponés cortar camino por un calle angosta y oscura, y tu amiga dice que le da
miedo. Decir ‘disculpá, no me di cuenta, claro que te asusta, fuiste violada en un callejón’ sería
una validación de nivel 4. Decir ‘claro que tenés miedo, los callejones son peligrosos, demos la
vuelta por otro lado’, sería una validación de nivel 5″ (invalidación, en este ejemplo, podría ser
algo como “no hay nada de qué tener miedo, no seas boba“). Koerner sugiere que siempre que
sea posible se debe preferir una validación de nivel 5 a una de nivel 4.
Nivel 6: tratar a la persona como válida – ser radicalmente genuino

Si bien los niveles de 1 a 5 se consideran pasos secuenciales, el nivel 6 representa un salto


cualitativo, y es un poco más cercano a validar a la persona antes que validar una respuesta
particular o patrón conductual. Al igual que el nivel 1, se trata de algo que idealmente debe
aplicarse a lo largo de toda la terapia, en todas las intervenciones.
Este nivel consiste en tratar al paciente como a un igual, en lugar de como un “paciente” o un
trastorno. Es no tratar al paciente como un problema a resolver sino como a otro ser humano.
Es lo opuesto a tratar al paciente como si fuera frágil o tratarlo de manera condescendiente.
Swenson (2016) lo resume así:

A veces los terapeutas ‘actúan’ terapéuticos, usan el lenguaje del modelo de terapia, siguen las
guías, pero no actúan como ellos mismos. Ser radicalmente genuino significa que la forma en
la que el terapeuta interactúa con el paciente se verá similar a la forma en la que actúa con
amigos o familiares, excepto que además estará haciendo terapia. A veces en un esfuerzo de
ser técnicamente eficientes nos alejamos de nuestras respuestas naturales, que podrían tener
un efecto curativo en la persona invalidada”
Cerrando
Validación es una de las estrategias más útiles para cualquier terapeuta (de la ola y modelo de
terapia que fuere), y comprender sus principios y aplicación pueden ser de tremenda utilidad
para cualquier tratamiento. En esencia, se trata de respetar al paciente: tu punto de vista, tus
acciones, tus emociones, pensamientos, son válidos en tus circunstancias.

Si les interesa, hay ríos de tinta escritos sobre el tema, los textos que figuran en las referencias
son excelentes lugares para empezar a leer o para pulir sus habilidades.

Cosas pequeñas que explican cosas grandes

Habitualmente suelo huir del pensamiento en slogans, como así también de aquellos que se
postulan verdaderos por vía de la rima (de ambos casos abundan los ejemplos en las
facultades de psicología). Prefiero más bien los meandros del pensamiento y las digresiones
inútiles. Enfatizo lo de inútil, y si siguen leyendo verán por qué.
Esta vez he preferido hacer una excepción, que creo puede resultar útil, y trabajar a partir de
una breve frase que me gustó.

Hace unos días, Hank Robb, uno de los miembros más antiguos de la ACBS (y en lo que a
clínica de ACT respecta, uno de los clínicos más lúcidos que haya leído), compartió un texto
respecto a la agencia en adicción a las drogas (básicamente, cerebro vs humano, vean el post
aquí), y se refirió a una noción de ciencia caracterizada como “cosas pequeñas que explican
cosas grandes: las partículas subatómicas explican las partículas atómicas, las partículas
atómicas explican los átomos, los átomos explican moléculas, y así hasta llegar a los órganos
corporales que explican por qué los organismos, incluyendo organismo humanos, actúan de la
manera en que lo hacen” (el resaltado en negrita es mío).
Hasta aquí llega lo de Hank, que luego sigue hablando de adicción (si leen inglés, el texto vale
la pena una leída), pero leyendo en otra dirección (es mi especialidad) a mí me gustó ese
fragmento: una noción de ciencia basada en “cosas pequeñas que explican cosas grandes”, y
estuve pensando un par de cosas al respecto.

Me gustó porque, teniendo en cuenta que es imprecisa y limitada, me parece una útil
descripción de la posición metafilosófica que Stephen Pepper (1942) describió
como mecanicismo (vean este artículo para un recorrido más detallado), que subyace a una
buena parte de la psicología tradicional y contemporánea.
Para el mecanicismo, el mundo está compuesto de partes que se unen para formar un todo, y
el todo es explicado por las propiedades de las partes y su interacción: cosas pequeñas que
explican cosas más grandes. En psicología, esto está representado por los abordajes que
explican lo que las personas hacen a través de las partes, más pequeñas, que están en juego:
pensamientos, emociones, recuerdos, componentes de aparatos psíquicos, sistemas de
procesamiento de información, sistemas neuronales, neurotransmisores, etc. Una persona
actúa como actúa porque esas partes así lo determinan. Cuando nos encontramos con
conceptualizaciones en las cuales los fenómenos son explicados a partir de las partes más
pequeñas, probablemente estamos frente a una posición de tipo mecanicista.

Por otra parte, la posición que llamamos contextualismo adopta la posición inversa: los
fenómenos son explicados a partir de cosas más grandes. En el conductismo, por ejemplo, la
conducta es explicada a partir del ambiente en que sucede (más grande en el espacio), y la
historia de aprendizaje del organismo (más grande en el tiempo); lo mismo pasa con la teoría
sistémica, dicho sea de paso. En las posiciones contextualistas, una persona actúa como actúa
porque el entorno en general así lo determina.
Por decirlo de alguna manera (errónea), el mecanicismo explica las cosas desde abajo (y
habitualmente desde adentro), mientras el contextualismo explica las cosas desde arriba (y
habitualmente desde afuera). Es por esto que Pepper llama al mecanicismo una
teoría analítica (Pepper, 1942, p.142), en el sentido de que el dato del cual parte son los
elementos o partes (y el todo surge de la integración de las partes), mientras que el
contextualismo es una teoría sintética (id. ant.), en el sentido que el dato del cual parte es el
todo, como por ejemplo el acto-en-contexto (y las partes surgen por derivación de ese todo). En
la imagen que ilustra el post, el mecanicismo explica de izquierda a derecha; el contextualismo
de derecha a izquierda.
Cada cual tiene sus fortalezas y sus debilidades. Al mecanicismo le suele faltar amplitud en sus
análisis; al contextualismo le suele faltar precisión. El mecanicismo tiende a dispersarse en
reduccionismos bioquímicos (las partes más pequeñas), el contextualismo hace lo propio con
posiciones sociológicas o ambientalistas. No parece casualidad, de paso, que las posiciones
mecanicistas suelan ser más afines a las neurociencias, mientras que las posiciones
contextualistas hablan con mayor fluidez con la teoría de la evolución.

Los espíritus perspicaces notarán que una combinación entre las dos es imposible, dado que a
lo sumo, derivaría en una tercera posición, también con sus fortalezas y debilidades. Lo que
podemos hacer es estar al tanto de las limitaciones y recursos de cada posición adoptada,
mantener la claridad conceptual, y en la medida de lo posible, el diálogo.

Termino estas líneas, releo lo escrito, y veo que a partir de una frase sencilla terminé con un
embole confuso y abigarrado. Mis disculpas. Como dije, no me gusta demasiado el
pensamiento en slogans. Pueden dejar comentarios, quejas, e improperios, en la sección de
comentarios que está al pie.

Mindfulness y ciencia

Con frecuencia cada vez mayor, en la literatura académica aparece evidencia para una idea
más o menos clara, que se puede escribir así: estamos sobre-estimando los beneficios de
mindfulness (hoy hablo de meditación mindfulness, no de otras formas de mindfulness). Basta
con una búsqueda rápida para notar que las investigaciones sobre mindfulness se cuentan por
centenares, de las cuales una enorme mayoría de las mismas muestra resultados positivos de
mindfulness.
El problema es que son demasiado positivos. Un meta-análisis publicado a finales de 2016
(Coronado-Montoya et al., 2016) analizó los sesgos de publicación en 124 ensayos controlados
aleatorizados (ECA) de mindfulness, y encontró que el número de ECA’s que arrojaban
resultados positivos sobre mindfulness era demasiado grande. Más precisamente, por el
tamaño de efecto de los ECA incluidos (lo que podríamos llamar inexactamente la potencia
estadística, calculada entre otras cosas por la cantidad de participantes), se podían esperar
que 68 ECA’s fueran favorables a mindfulness. Encontraron 108. Eso no significa que
mindfulness es mucho mejor de lo esperado, sino que parecería que hay un sesgo de
publicación.
Hay varias fuentes para estos sesgos. Por un lado, está el registro de las investigaciones, algo
obligatorio en algunos lugares, que sirve entre otras cosas para evitar que sólo se publiquen los
resultados favorables y se cajoneen los desfavorables: si realizo diez investigaciones, de las
cuales una da resultados positivos y nueve dan resultados negativos, es importante que esas
nueve se publiquen también, caso contrario publico sólo la positiva y afirmo que mi intervención
va como tortuga en patines. En el meta-análisis se encontró que sólo 21 de los 124 estudios
fueron registrados antes de realizarse, y se encontró que una buena parte de los estudios
registrados no se publican (es frecuente que pase eso cuando los resultados son negativos).
Esto, en otras palabras, significa que se tienden a publicar sólo los resultados positivos de
mindfulness.

Al mismo tiempo, está el problema de la calidad de los estudios de mindfulness. Aún si


estuvieran bien diseñados –y no siempre lo están– la mayoría se realiza utilizando como
comparación un grupo control o intervenciones mínimas. Esto significa que en esos casos se
compara a mindfulness versus no hacer nada, lo cual no permite descartar un efecto placebo
en la intervención.

El panorama cambia bastante cuando se compara a mindfulness con un control activo. Como
sugiere otra revisión sistemática “los programas de mindfulness y mantra no mostraron un
efecto significativo cuando el comparador fue un tratamiento o terapia conocido”(Goyal et al.,
2014). Por ejemplo, en un ECA de 2016, el ejercicio aeróbico (10 minutos diarios de trote o
bicicleta), tuvo los mismos efectos que mindfulness sobre control atencional, funcionamiento
ejecutivo, awareness, autocompasión y preocupación(Bruin, van der Zwan, & Bogels, 2016).
Eso no significa que mindfulness no sea útil sino que a menudo, cuando se lo compara con un
tratamiento activo, no ofrece resultados superiores.

Mindfulness, el dogmatismo, y la ciencia

Ahora bien, a pesar de lo que pudieran pensar al leer la sección anterior, no estoy en contra de
mindfulness -tan poco en contra estoy que he grabado dos discos que incluyen meditaciones
de mindfulness.
Lo que sí creo que es un problema constante para nuestra disciplina es la adhesión exenta de
crítica a cualquier concepto más allá de lo que la evidencia permite, lo que podemos llamar
el dogmatismo. Basta con mirar un poco la oferta actual en el mundo psi, y verán muchos
casos de instituciones que hace un tiempo atrás adherían acríticamente a modelos sin
evidencia y ahora están ofreciendo cursos de mindfulness. En muchos casos es preferible a lo
que ofrecían antes, sin duda, pero no se deja de ser dogmático sólo por cambiar de credo.
Existe un problema persistente con la meditación mindfulness que ya hemos citado en el blog:
se trata de un concepto y una práctica pre-científicos. Hemos utilizado antes esta cita para
ilustrar esto:
“mindfulness es un concepto precientífico, por lo cual no debería esperarse que su desarrollo
fuera científicamente coherente en este punto (…). El Budismo es un sistema precientífico. Sus
postulados y principios no son postulados y principios científicos. Es sólo un pequeño avance
en testear el impacto de tecnologías que tienen miles de años. Un avance más significativo
requiere que las comprendamos, científicamente hablando” (Hayes & Wilson, 2003)
Esto no es un problema, en absoluto. Es decir, no es un problema que mindfulness sea
precientífico. A eso se refiere la cita de Pepper al inicio de este artículo: el conocimiento
científico a menudo parte del conocimiento de sentido común, de intuiciones populares,
prácticas tradicionales, sustancias usadas como medicina, etcétera, sobre los cuales trata de
obtener una comprensión más profunda.

Mindfulness es un término vago e impreciso, proveniente de ciertas tradiciones culturales, que


a veces se usa para referirse a una práctica, a veces a un conjunto de prácticas, formales o
informales, a veces a un proceso conductual, a veces a un rasgo de personalidad. Esta
imprecisión es un obstáculo para su comprensión cabal. Entonces, ¿cómo hacemos que
mindfulness sea una práctica científica? Ese es el quid de la cuestión, el carozo de la aceituna,
el membrillo del pastelito. Es necesario comprender mindfulness, pero esto ofrece dificultades
por todas partes.
Una vía ha sido proponer mejores definiciones. Pero una definición no es una explicación; una
definición tan solo prescribe arbitrariamente un sentido a lo definido. Por eso tenemos decenas
de definiciones de mindfulness, y si bien algunas se superponen parcialmente, no podemos
elegir una “verdadera” definición de mindfulness en base a esas superposiciones: no se genera
conocimiento científico por votación, solo se genera consenso con ese recurso. Definir no es
comprender, de la misma manera que conocer la etimología de la palabra “fósforo” no es lo
mismo que comprender cómo y por qué se enciende..
Otra vía ha sido la acumulación de estudios de eficacia. Pero no basta para decir que algo es
científico con acumular estudios de eficacia y afirmar que “está validado”. En primer lugar, no
se puede afirmar que una práctica esté “validada“, no existe una entidad científica universal
que otorgue sellos científicos de validez garantizada; ninguna terapia está “validada” en sentido
estricto –a lo sumo podemos decir que aún no ha sido refutada o que tiene soporte empírico o
evidencia favorable para X situación o trastorno. Pero en segundo lugar, hacer que un
conocimiento sea científico no requiere certificarlo sino que
implica comprenderlo científicamente. Para que se trate de un conocimiento refinado y útil es
necesario que podamos comprender sus principios y efectos y de qué manera se vinculan con
otros conocimientos existentes.
Para pensarlo con una analogía, es sabido desde hace siglos que las hojas de sauce alivian
ciertos dolores. Si fuéramos los primeros investigando esa tradición popular podríamos hacer
mil estudios de eficacia de las hojas de sauce, probarlas para el dolor de espalda, para el dolor
de piernas, para el dolor de cabeza, y no avanzaríamos mucho en la comprensión científica de
su efecto. Podríamos decir que están “validadas”, pero no tendríamos mucha idea de cómo
funcionan. Las investigaciones de eficacia no nos permiten ir más allá. Una comprensión más
útil implicaría indagar cuál es su principio activo, qué efectos principales y secundarios ejerce,
por qué procesos los ejerce, etc. Ese es el proceso por el cual pasamos de las hojas de sauce,
de modesta utilidad, al ácido acetilsalicílico de la aspirina. Sin una comprensión científica
quedamos atados a la utilización de las hojas de sauce, pero cuando conocemos los principios
implicados, podemos ir más allá, podemos buscar otras plantas que produzcan la misma
sustancia, podemos buscar sustancias químicamente similares, o químicamente distintas pero
que produzcan efectos similares, etc. No se trata de una cuestión de validación sino una de
utilidad -si han tomado una aspirina alguna vez, en lugar de tener que recolectar hojas de
sauce, entenderán lo que digo.

Por esto es que los estudios de eficacia son necesarios pero no suficientes para una
comprensión científica; permiten corroborar que mindfulness tiene un efecto, pero no nos dicen
qué lugar ocupa, qué relaciones tiene con el resto de nuestros conocimientos.

Otro camino para que mindfulness ingrese al conocimiento científico ha sido buscar
explicaciones en áreas ajenas a la psicología, y en particular en la biología y estudios de
neuroimágenes. Esto ofrece también varios problemas.

En primer lugar, una explicación psicológica no puede ser reemplazada por una explicación
biológica ni por una explicación sociológica, política o de cualquier otro nivel de análisis. Los
otros niveles pueden complementar y enriquecer el análisis psicológico, pero de ninguna
manera pueden reemplazarlo. La biología ofrece conocimientos biológicos, no psicológicos.
Pedirle que reemplace el análisis psicológico es en el mejor de los casos desentenderse del
problema que tenemos y delegar la explicación a otros; en el peor de los casos, es intentar
legitimizarse apoyándose en las ciencias duras (cosa que suelen hacer los modelos
psicológicos cuando se quedan cortos de ideas).
En segundo lugar, estos estudios tienden a verificar que mindfulness efectivamente modifica el
cerebro de alguna manera, pero es un conocimiento trivial: toda actividad sostenida va a
modificar el cerebro -estoy dispuesto a apostar que una maratón de Netflix
mirando Unbreakable Kimmy Schmidt va a generar cambios notables en el cerebro. El asunto
es que aún no sabemos del todo de qué manera se vinculan ciertos cambios en el cerebro con
el cambio de conductas complejas como las involucradas en estrés, ansiedad, y demás
condiciones para las cuales mindfulness se afirma eficaz –y esto dejando de lado que los
estudios de neuroimágenes tienen dificultades notables en sí mismos: hace unos
meses entrevistamos a un investigador sueco que encontró un problema con uno de los
paquetes de software más utilizados en neuroimágenes que los hace generar hasta un 70% de
falsos positivos, lo cual pondría en duda la validez de unos 40.000 investigaciones.
En resumen: mindfulness es un concepto impreciso que proviene de una tradición
precientífica. Esa imprecisión no puede resolverse por medio de una definición (ya que la
definición depende de un consenso arbitrario), no puede resolverse por medio de estudios de
eficacia (ya que sólo nos dicen que funciona en determinada situación, pero no de qué manera,
ni cuáles son los componentes activos), y tampoco puede resolverse por medio de apelar a la
biología (ya que las respuestas se obtienen a nivel biológico, no psicológico).
¿Cuál podría ser entonces, una vía posible para una conceptualización científica y psicológica
de mindfulness? Tenemos ya una buena idea de que mindfulness funciona. Ahora, si queremos
mejorar sus efectos, si queremos saber por ejemplo, por qué el ejercicio físico genera
resultados similares, es decir, si queremos comprender mindfulness, necesitamos considerar
cómo funciona. Y una forma de comprender científicamente a mindfulness consiste en precisar
cuáles son los procesos psicológicos que involucra.
Por ejemplo, Bishop y colaboradores (2004), propusieron una definición de mindfulness
involucrando dos componentes: auto-regulación de la atención y orientación hacia la
experiencia en el momento presente, caracterizada por curiosidad, apertura, y aceptación. No
es una mala operacionalización (es claramente una definición cognitiva) pero para definición
científica (y en especial para un terapeuta conductual-contextual), tiene algunos problemas. En
primer lugar, los términos de la definición están muy cercanos a nociones de sentido común.
En segundo lugar, y esto es algo más insalvable para un terapeuta conductual contextual:
omiten largamente el contexto de las conductas involucradas, ocupándose más bien de
entidades internas hipotéticas (para una crítica más extensa, véase Hayes & Shenk, 2004)

ACT, RFT y mindfulness

Creo que las ideas de ACT/RFT sobre la psicopatología pueden ser útiles para pensar a
mindfulness. En otros artículos hemos hablado de esto, por lo que recordarán que la idea de
ACT es que la psicopatología en los seres humanos es resultado en gran parte del predominio
de las relaciones derivadas en la regulación de la conducta. Dicho de otro modo, el predominio
de lo verbal dificulta el contacto con el mundo y tiende a generar rigidez conductual.

Es lo que llamamos fusión, y lleva a su vez a la evitación experiencial (por la evaluación de


experiencias internas), al yo conceptualizado (al identificarse a uno mismo con descripciones y
evaluaciones), y perdiendo contacto psicológico con los estímulos del momento presente (a
través del predominio de lo simbólico).

La definición que ACT propone de mindfulness, entonces, es una que ya conocen: es el


costado izquierdo del hexaflex (para una descripción más detallada véase Fletcher & Hayes,
2005).

En otras palabras: cuando hablamos de mindfulness hablamos de disponer un contexto para


las siguientes conductas:

 Observar las funciones directas de los pensamientos en lugar de sus funciones simbólicas
(es decir, notar los pensamientos sin comprarlos). Esto es lo que llamamos defusión, es
decir, establecer un contexto que modifique las funciones de los pensamientos, sin
cambiar su forma, frecuencia e intensidad
 Notar los eventos internos sin hacer esfuerzos para cambiarlos o huir de ellos. Cuando un
contexto propicia estas conductas, hablamos de un contexto de aceptación.
 Observar las experiencias internas desde un punto de vista de pura observación. Esto es
lo que llamamos yo-como-contexto, un lugar de observación y del self no identificado
con los contenidos de la experiencia en un momento dado.
 Contactar con estímulos internos (emociones, sensaciones, pensamientos, etc.), y
externos (estímulos presentes en el ambiente en ese momento), de manera flexible y
enfocada. Este es el proceso que denominamos contacto con el momento presente.
Entonces, hablamos de mindfulness cuando se establece un contexto en el cual se movilizan
esos cuatro procesos conductuales, un contexto que favorece el aprendizaje de ese repertorio
específico de conductas. Si esta conceptualización resultara ser válida (y hasta ahora parece
serlo), las ventajas son varias.
En primer lugar, permite separar a mindfulness de cualquier forma de meditación. Una práctica
de meditación es un contexto posible para estas conductas, pero si esta conceptualización es
válida cualquier contexto que movilice estos cuatro procesos conductuales, en conjunto o
individualmente, generará los mismos resultados psicológicos. Esto nos permite no depender
de la meditación como práctica para generar los efectos de mindfulness. Nos permite también
investigar uno a uno estos procesos, y evaluar cuáles de ellos son más útiles en ciertos tipos
de situaciones y motivos de consulta, cuáles son más necesarios para un paciente
determinado, cuáles estamos movilizando en una psicoterapia.
En segundo lugar, nos permite comprender prácticas y recursos que si bien son
descriptivamente distintos, generan resultados similares. Meditar, pintar mandalas, colorear
cuentos, hacer actividad física, etc., en tanto movilicen los mismos procesos es de esperar que
produzcan resultados similares. Por esto mismo, nos permite considerar prácticas nuevas, no
tradicionales, que puedan ser adaptadas a distintos pacientes para impactar sobre un proceso
en particular.

En tercer lugar, tener una operacionalización así nos sugiere en qué dirección indagar cuando
una intervención de este tipo no funciona, por medio de investigar qué es lo que está pasando
con esos procesos. ¿Por qué en esta persona meditar ayuda y en esta otra no? Quizá porque
en la segunda no se está impactando sobre el proceso de aceptación, por lo cual podemos
trabajar específicamente sobre ese proceso en terapia con otros recursos. En cambio, si
estamos atados a la práctica de meditación, lo único que podemos hacer es mandarlo a hacer
más meditación hasta que le brote Kabat-Zinn de las orejas.

Es lo mismo que con las hojas de sauce y la aspirina: cuando podemos describir los principios
involucrados nuestra capacidad de acción aumenta exponencialmente –más aún si nuestra
definición incluye desde el inicio el contexto a generar para movilizar cada proceso.

Por esto creo que este tipo de discusiones teóricas son importantes, si bien pueden parecer
espantosamente áridas para un clínico. No se trata de una discusión abstracta y alejada de la
clínica, sino de una forma de mejorar el impacto y la flexibilidad del trabajo en la clínica.Si
consideramos la situación terapéutica como el contexto para las conductas del paciente en ese
momento, y si mindfulness consiste en un determinado contexto, los terapeutas podemos
considerar y dirigir en esa dirección las palabras que usamos, las cosas que decimos, aquello
que reforzamos, aquello que dejamos pasar, las ideas o prácticas que proponemos. Permite no
quedar atado a técnicas o procedimientos sino pensar en principios conductuales, y en las
mejores formas de propiciarlos en esta situación, con este paciente.

RFT en los medios – una nota de Steven Hayes

Hace unos días se publicó en la revista New Scientist un artículo sobre RFT y fue acogido
cálidamente por la gente de la ACBS. New Scientist es una publicación seria pero de amplio
alcance, lo cual da la posibilidad de que RFT sea oída fuera del mundillo, relativamente
pequeño, de la ACBS. Por mi parte, creo que la publicación del artículo puede ser un buen pie
para que RFT sea considerada por la comunidad científica en general, y en particular por
lingüistas y psicólogos de otras tradiciones.
Steven Hayes publicó un largo post en Facebook al respecto, y como nos gustó, le pedimos
permiso para traducirlo y publicarlo aquí. A continuación el texto:

La clave para la mente humana es comprender la comunicación simbólica humana. No se trata


de una idea original –es, de hecho, un lugar común. Pero resulta que es algo endiabladamente
difícil de hacer.

Y no es que no se haya intentado, por cierto. Si escribes las palabras “humano” y “lenguaje” en
Google Scholar vas a obtener más de tres millones de resultados. Algunas de las teorías
afirman que el lenguaje es aprendido, pero no han podido especificar cuál sería el proceso de
aprendizaje; como resultado, no surge de ellas ningún programa aplicado, potente y
comprehensivo.

Algunas de las teorías afirman que el lenguaje es innato, pero irónicamente no han podido
especificar un proceso evolucionariamente plausible por el cual surjan. Chomsky es un ejemplo
notable. Su aproximación a las bases evolutivas del supuestamente innato Aparato de
Adquisición de Lenguaje fue descartar las preguntas respecto a su evolución como “absurdas”
(1968, p. 61).

Teoría de Marco Relacional (RFT) ofrece una nueva manera de avanzar, y la comunidad
científica está comenzando a notarlo. RFT afirma que el lenguaje es aprendido, pero que no se
basa en asociaciones, sino en relaciones. Es una idea tan simple que resulta difícil de creer
que sea nueva –pero así parece.
Utilizando una metáfora, el lenguaje es más como la foto de una familia grande que una
estructura construida con piezas para armar (NdT: se refiere a Tinker Toys, similares a piezas
de Lego).
Las asociaciones se basan basadas en la similitud formal o en la co-ocurrencia en el tiempo y
espacio, y en los modelos animales las asociaciones son predominantemente unidireccionales
(el condicionamiento inverso es débil).
Esto no es así con las relaciones. Las relaciones son siempre mutuas y combinatorias. Si sé
que Sue es la tía de Jessie, y que Frank es el hermano de Jessie, conozco todas las relaciones
entre los tres. Las relaciones así entendidas no están basadas ni en la forma, el tiempo, o el
espacio. Sue puede ser más joven que Jessie. Frank puede estar casado con George. Primos
distantes pueden vivir en la misma ciudad, y personas viviendo en costas opuestas del país
pueden tener un matrimonio a distancia. La apariencia, el espacio, y el tiempo, no son
suficientes para desentrañar una foto familiar.
No estoy utilizando arbitrariamente las relaciones familiares como arquetipo. Si te preguntara
acerca de “tus relaciones”, es exactamente lo que responderías, y es un ejemplo
particularmente adecuado porque el enmarcamiento relacional comenzó como conducta social.

La vinculación mutua probablemente evolucionó porque la selección multinivel estableció a los


humanos como primates sociales, con altos niveles de cooperación, referencia social, y
habilidades no verbales de Teoría de la Mente. Esto permitió que un oyente completara la
vinculación mutua de una relación característica entre un objeto y un sonido (lo cual es común
entre animales de todo tipo), al proporcionar al hablante ese objeto al escuchar el sonido
(Hayes & Sanford, 2014).
La investigación en RFT está explotando, con ritmos de publicación en los últimos siete años
que son mil veces más altos que en sus primeros veinticinco años de existencia. Finalmente, la
ciencia mainstream lo está notando. El 3 de junio, la revista New Scientist (una de las
publicaciones internacionales populares en ciencia), publicó un artículo escrito por Freddy
Jackson Brown y Nic. Hooper (pp.36-39), titulado “Reglas Habladas”, que describe el debate
entre Skinner y Chomsky. Luego ilustra cómo RFT comenzó a partir de las semillas plantadas
por Murray Sidman, desarrollándose en un abordaje comprehensivo del lenguaje y cognición
de los seres humanos.
Luego de exponer lo básico de RFT y describir nueve tipos de enmarcamiento, el artículo
concluye:
“Si RFT está en lo correcto, Skinner tenía razón a fin de cuentas –más o menos. El lenguaje es
efectivamente aprendido, aunque no en la forma en que originalmente lo concibió. No
necesitamos habilidades innatas tales como una gramática universal para dar cuenta de la
generatividad del lenguaje, sino que es el producto de una habilidad aprendida, generalizada –
y exclusivamente humana- de responder a relaciones simples entre estímulos. La damos por
sentada, pero es presumiblemente lo que nos hace humanos”
La habilidad aprendida de crear relaciones. En mi opinión, esas seis palabras apuntan a la
clave de la mente humana. Interactuamos con el mundo con un pequeño conjunto de
habilidades de enmarcamiento relacional –tales como coordinación, distinción, oposición,
comparación, espacial, deíctico, temporal, jerárquica y causal. Esas habilidades son la fuente
de nuestros mayores logros y de muchas de nuestras miserias. Los terapeutas pasan sus vidas
ayudando a otros a navegar las redes que esas habilidades de enmarcamiento crean, y RFT
puede ser usado para hacerlo de manera cuidadosa (Villatte, Villatte, and Hayes, 2015). RFT
puede ser utilizada ahora para fomentar el aprendizaje del lenguaje, o para medir sesgos
implícitos. Treinta y dos años luego de su creación en 1985, RFT está lista para desafiar
abordajes previos.

Tener estas ideas publicadas en un medio muy popular es un paso adelante, pero es más
importante mantener la mirada en la clave para la mente humana.

Pueden acceder al artículo entero aquí, aunque requiere un


pago: https://www.newscientist.com/article/mg23431280-200-spoken-rules/
Steven C. Hayes

Espero que les haya gustado. Si quieren leer algo más sobre RFT, hace algunos años
publicamos una introducción aquí mismo, o pueden leer este otro artículo sobre como RFT da
cuenta de las asociaciones implícitas utilizando el IRAP, o este otro, sobre las relaciones entre
los términos de ACT y RFT.
Agradecemos a Steve por prestarnos el texto, y nos leemos la próxima.

Problemas

Hoy nos abstendremos de todo discurso cercano a la evidencia y precisión teórica para
entregarnos de lleno al populoso oficio de la especulación inútil. Vamos a hablar al pedo,
digamos.

-Lo de siempre, dirán; por supuesto, pero hagan de cuenta que no, diré.
Hablemos del problema. Más precisamente, hablemos de la palabra problema, y en particular
de su etimología porque creo que tiene algunos aspectos que son relevantes para la clínica.
Problema es una palabra de origen griego, que según mi preciado Diccionario Etimológico
Indoeuropeo de la Lengua Española de Roberts y Pastor (sí, es uno de los mejores regalos que
haya recibido), comparte la misma raíz gwelǝ (que se refiere a lanzar o arrojar), con palabras
como ballesta, balística, símbolo, émbolo, parábola, hipérbole, etc.
En concreto, se trata una palabra compuesta por tres partes: pro (que significa antes o
adelante, como en prólogo), el ballein griego derivado de la raíz indoeuropea (que significa
arrojar), y el sufijo oma (resultado de una acción). En otras palabras, es el resultado de poner
algo frente a uno (la palabra “proyecto” tiene prácticamente el mismo sentido, poner algo
delante, sólo que tiene origen latino en lugar del griego,). El sentido de “dificultad” asociado
a problema apareció un poco más tarde.
Disculpen la filología (chapucera y seguramente errónea) de entrecasa, lo que estoy
destacando es que problema se refiere a una acción ejercida sobre algo, no a una cualidad de
ese algo. Un problema es lo que ponemos frente a nosotros para resolver. Es una perogrullada
señalarlo, pero nada es un problema, sino que se vuelve uno cuando lo abordamos como tal,
cuando lo ponemos frente a nosotros con la finalidad de resolverlo –que viene a su vez
de desatar (sí, perdón, no hay que combinar drogas recreativas pesadas con un diccionario
etimológico porque pasan cosas).
¿Qué cuernos tiene esto que ver con un blog de psicología y psicoterapia? Poco, por supuesto,
pero les avisé que iba a hablar al pedo. Sucede que no estoy intentando un razonamiento
etimológico ni una verdad universal, sino ofreciendo un pensamiento bastante rudimentario:
postular que un fenómeno es un problema es configurarlo de manera tal que una solución es
algo posible respecto a ese fenómeno.

Decir “esto es un problema”, implica decir “esto es algo a solucionar”; la solución puede ser
difícil, mala, o inhallable, pero existente en principio, aunque la solución sea “esto no tiene
solución”. Es, a grandes rasgos, lo que sucede cuando agarramos un cubo Rubik: lo
abordamos como algo a resolver, aunque probablemente no lo podamos resolver en la puta
vida.

Nuestras habilidades simbólicas de resolución de problemas funcionan de maravillas con las


cosas que son configuradas de esa manera –y además se siente es-tu-pendo resolver algo.
Tan bien se siente que la sección de esparcimiento en diarios y revistas consiste habitualmente
en una colección de problemas a resolver (hablo de sudoku, crucigramas, sopa de letras, etc.),
cuya única recompensa es resolverlos. Si alguna vez les ha resultado extraño que un
entretenimiento predilecto en ámbitos de ocio (viajar, estar en la playa, pasar tiempo muerto),
sean revistas que ofrecen problemas que a nadie le importa que sean resueltos para que
intentemos soluciones que nadie conocerá, están en buena compañía.
Lo que esto indica es que con frecuencia la mera resolución tiene valor de refuerzo para una
actividad -motivo por el cual cuando trabajo con activación conductual suelo sugerir arreglos
hogareños en la planificación, arreglar una canilla que pierde es más efectivo que un gramo de
fluoxetina. Ahora bien, hay fenómenos que pueden ser significativamente abordados como
problemas. El fucking cubo Rubik es un buen ejemplo, como así también la mayoría de
nuestras dificultades cotidianas, que pueden ser tratadas de esta manera: “este es el problema,
esta es la solución”.

Pero esta es la mitad de la historia. La otra mitad es que esto es tan entretenido, tan útil,
tan reforzante (perdón, me sale el conductista de adentro), que a menudo abordamos como
problemas -como eventos a resolver- fenómenos que no se prestan con facilidad a ser tratados
de esa manera. Me refiero aquí a cuando abordamos como problemas a las emociones,
sentimientos, sensaciones físicas, pensamientos, recuerdos (digamos para resumir,
experiencias internas).
El tema con esos fenómenos es que cuando son configurados como problemas generan
dificultades vitales. Si una emoción es tratada como un problema se impone que hay que hacer
algo al respecto, que hay que resolverla, controlarla, modularla, reducirla de alguna manera, y
lo mismo vale para el resto de las experiencias internas. Abordarlas como problemas es el
problema.
Abordar algo como un problema involucra emplear nuestras habilidades de resolución de
problemas, es equivalente a decir “esto es algo a resolver”. Pero sucede que no podemos
controlar muy bien lo que sentimos, los pensamientos o recuerdos que aparecen en nuestra
mente, ni las sensaciones físicas suscitadas por una situación (hablo de las sensaciones físicas
relacionadas con la psicología, probablemente esa urticaria que tienen en la entrepierna
requiera control médico).

Y cuando realmente lo intentamos, cuando le ponemos mucho empeño a controlar nuestras


experiencias internas, sale todo mal: las emociones que queremos eliminar aumentan, los
pensamientos se vuelven recurrentes y obsesivos, las sensaciones físicas controlan toda
nuestra vida. En fin, toda la vasta literatura sobre procesos irónicos que tan bien investigaron
Wegner y otras personas (lean esto, si les interesa un resumen).
Esto es lo que llamamos evitación experiencial: lidiar con una experiencia interna como si
fuera un problema. Cuando abordamos el fenómeno así todo lo que viene a continuación,
lógicamente, son soluciones (o intentos de solución). Es como decirle a nuestras habilidades
de resolución de problemas “esta emoción que siento es como un cubo Rubik, hay que
resolverlo para que lavida funcione”. El problema es que estas cosas no se pueden solucionar,
porque no son problemas -o, mejor dicho no pueden ser bien abordadas como problemas. Es
como tratar de ponerle un sombrerito a nuestro gato: parece posible y divertido, pero va a
terminar mal, con el gato enojado y nosotros arañados.
Las experiencias internas son mucho más aptas para ser abordadas como experiencias a
tener que como problemas a resolver. Estoy diciendo esto: ¿qué pasaría si no planteáramos a
las emociones, pensamientos, sentimientos, etc., como fenómenos a resolver sino
como experiencias a tener? No estoy diciendo que no duelan, ni tampoco estoy diciendo que
las ignoremos. Algo puede ser doloroso o molesto sin que sea algo a resolver. Podemos
pararnos frente a nuestros dolores no como cosas que necesitan ser resueltas, sino como
experiencias que pueden ser atravesadas. Cuando hacemos eso, el miedo no es un problema,
la vergüenza no es un problema, la tristeza no es un problema. Son parte de estar vivos.
De paso, esto nos permite entender la diferencia entre tolerar y aceptar. Tolerar (un dolor, un
malestar), es abordarlo como un problema, salvo que no sabemos qué más hacer. Aceptar es
abordarlo como una experiencia, como parte de la vida. Por eso tolerar está del mismo lado
que evitar: se trata de abordar el malestar como un problema, sólo que cuando toleramos,
admitimos que nos hemos quedado sin herramientas para resolverlo; está más cerca de la
aceptación, pero no lo es, porque la aceptación implica abordar el malestar no como algo a
resolver sino como algo a vivir.

Kelly Wilson utiliza una analogía muy clara, hablando de problemas de matemática versus
atardeceres:

Parte de lo que sucede es que interactuamos con nuestros problemas, y en general con una
buena parte de nuestras vidas, como si fuera un problema matemático a resolver. Sin embargo,
no siempre es útil tratar todo en la vida como si fuera un problema matemático. Muchas cosas
son como los atardeceres. No funciona bien tratar los atardeceres como problemas
matemáticos. Si lo hacemos, ¿qué logramos? Obtenemos un palabrerío en la cabeza más o
menos así: “Mmm, ese rojo no es tan lindo como el rojo que vi el otro día en esa pintura. Sería
más lindo si fuera un poquito más claro. Y si esa nube estuviera un poquito más arriba, sería
mejor”. Esa manera de relacionarnos con un atardecer no funciona muy bien. Lo que un
atardecer necesita es simplemente que estemos allí, presentes, y lo contemplemos.
¿Qué pasaría si un montón de cosas con las cuales luchas en la vida no necesitan ser tratadas
como si fueran un problema matemático, sino que sólo necesitan que estés allí, como harías
con un atardecer?
¿Cuantas veces tratamos al malestar como a un problema de matemáticas? ¿Cuántas veces
tratamos a la persona que nos cuenta algo doloroso, sea un paciente, un amigo, nuestra
pareja, como si la situación fuera algo a resolver? ¿Qué pasaría si tratásemos a esas
situaciones como si fuera un atardecer en lugar de un problema matemático? Es una buena
pregunta, en mi opinión. Al menos por un rato. Por supuesto que hay cosas para hacer,
soluciones a intentar, pero quizá, solo por un momento, valga la pena contemplar esas
situaciones como atardeceres, en lugar de inmediatamente correr a resolver el problema.
Quizá, sólo quizá, podemos tratar a algunas de nuestros dolores como parte de la vida, no
como el condenado cubo Rubik.

Por fin: normas para generar discusiones filosóficas respetuosas, constructivas e


inclusivas

Sí. Finalmente abordamos este tema que para la mayoría de nuestros lectores, asiduos
participantes de discusiones filosóficas formales, era prioritario. Ya no tienen que esperar más.
Para los pocos lectores restantes que no se involucran en tales actividades, la tarea es
identificar si estas normas podrían ser de utilidad en otros contextos (léase, por ejemplo, en
debates sobre psicología; tomarlo con precaución)

Este artículo no es sobre David Chalmers, aunque podría serlo porque es un tipo sumamente
interesante.

Chalmers es uno de los filósofos más destacados de la filosofía analítica contemporánea y se


especializa en filosofía de la mente y filosofía del lenguaje. Actualmente es profesor en
la Australian National University (ANU), en Camberra, donde también dirige el Center for
Conciousness.
Sin embargo, lo que aquí nos ocupa es otra cosa.

Este señor hizo una lista, con lo cual ya se ganó mucho de nuestro respeto. Pero además hizo
una lista bastante mandona y llena de detalles algo obsesivos. Todas cosas que nos encantan.
Luego de consultar y pedir participación a otras personas, creó una serie de recomendaciones
para contribuir al mejor desarrollo de las discusiones y debates sobre filosofía.

Estas normas son para regular los intercambios principalmente en discusiones


filosóficas orales en contextos formales: coloquios, conferencias y seminarios.
Los lectores estarán agradecidos, a medida de que sus ojos recorran los ítems, no tenemos
dudas. Sin embargo Chalmers afirma que esta lista es aún un trabajo en progreso, no acabado.

Algunos podrán decir que este señor le quita la diversión a estos eventos. Pero serán los
menos.

La lista tiene 5 categorías (oh sí! también viene con categorías, no le podemos pedir más)
constituidas por: normas de respeto, de constructividad, de inclusión, procedimentales y meta-
normas. Una sexta categoría nos invita a considerar algunas normas adicionales, como verán a
continuación.

Normas de Respeto

1. Sé amable
2. No interrumpas
3. No presentes tus objeciones como sentencias finales de un caso cerrado (dejá abierta la
posibilidad de que haya una respuesta)
4. No te comportes con incredulidad
5. No revolees los ojos, no pongas caras, no te rías de un participante, etc. especialmente no
lo hagas junto con las personas que están sentadas a tu lado (excepción parcial: señalar
al coordinador/a alguna violación a las normas)
6. No inicies conversaciones paralelas a la discusión principal
7. Mostrá reconocimiento por las ideas de tu interlocutor/a
8. Objetá las tesis, no objetes a las personas
Normas de Constructividad

1. Las objeciones están bien, pero también está bien ser constructivo, argumentar a partir de
la propuesta de quién habla o fortalecer su posición. Incluso las objeciones pueden ser
expresadas de modo constructivo.
2. Aun cuando una objeción sea destructiva respecto a una posición, en general es de ayuda
encontrar un insight positivo sugerido por la otra posición.
3. Si te encontrás pensando que la propuesta o el contenido de la discusión es despreciable
y que no hay nada que podés aprender de ella, pensá dos veces antes de hacer tu
pregunta.
4. Está bien cuestionar las suposiciones de una propuesta o de un área, pero las discusiones
en las cuales domina este tipo de intervenciones pueden ser poco útiles.
5. No necesitás seguir comentando una y otra vez la misma objeción (individual o
colectivamente) hasta que el orador/a diga “Uncle!”(1).
6. Recordá que la filosofía no es un juego de suma cero (2). (Versión relacionada: la filosofía
no es El Club de la Pelea).
Normas de Inclusión

1. No domines la discusión (¡excepción parcial para el orador/a!).


2. Hacé una sola pregunta por pregunta (las preguntas de seguimiento están bien pero
preguntas sobre otros temas deben ir al final de la fila).
3. Intentá que tu pregunta (o tu respuesta) no dure para siempre.
4. Mostrá reconocimiento por puntos importantes que han mencionado otras personas al
intervenir.
5. Está bien hacer una pregunta que te parezca poco sofisticada o desinformada.
6. No uses ejemplos ofensivos innecesarios.
Nomas procedimentales

(Para el momento de “preguntas y respuestas” (P&R) luego de la charla; algunas


son específicas del hand/finger System (3))
1. Si hay tiempo, es preferible dejar de 3 a 5 minutos de recreo antes del momento de P&R
(para descansar y formular las preguntas de mejor manera). Guardá tus preguntas hasta
después del recreo.
2. El coordinador/a, y no el orador/a, es quién debe recolectar las preguntas (para evitar
sesgos). El coordinador/a debería llevar una lista de personas que quieren preguntar en
lugar de hacerlos levantar la mano repetidamente.
3. Salvo que seas el orador/a, la persona que está en ese momento preguntando o el
coordinador/a, no hables sin haber obtenido el permiso primero (excepciones limitadas
para bromas ocasionales y demás intervenciones muy breves, no abusar)
4. Preguntas de seguimiento de tu pregunta anterior usualmente están bien (salvo que haya
poco tiempo), pero las rondas de preguntas de seguimientos deben ser cada vez más
breves, y pensá dos veces si una tercera o cuarta ronda de preguntas es realmente
necesaria.
5. Sistema mano-dedo [opcional]: Para hacer una nueva pregunta en cualquier punto,
levantá tu mano hasta que el coordinador/a te vea y te agregue a la lista. Para comentar
sobre una pregunta del momento que haya hecho otra persona, levantá tu dedo.
6. Las preguntas de seguimiento tienen que ser relativas a la discusión de ese momento, en
lugar de ser tangenciales o sobre otros temas.
7. El coordinador/a debe intentar balancear la discusión entre los participantes, priorizando
aquellos que aún no hayan hablado (no es obligatorio seguir el orden en el que las
personas levantan la mano).
8. El coordinador/a debe intentar organizar las cosas de modo que todos los que tengan
preguntas puedan hacerlas. En períodos de discusión cortos, o con poco tiempo, esto
puede resultar difícil; deshabilitar las preguntas de dedo puede servir.
9. El coordinador/a debe ser conciente de la probabilidad de estar siendo influenciado por
varios sesgos (por ejemplo, sesgos implícitos de género) cuando va seleccionando las
personas que quieren hacer preguntas. Seguir estas reglas ayudará a reducirlos.
Meta-normas

1. Cuando se violan las normas, el coordinador/a es alentado a señalarlo gentilmente, y otros


deben sentirse libres de decir algo cuando notan que eso ocurre o señalárselo al
coordinador/a.
2. Si es más cómodo, está también bien señalar dichas faltas luego del seminario (o
decírselo al coordinador/a quién puede hablar con la persona que faltó a las normas).
3. Si el coordinador/a viola las normas, sentite libre de decírselo en el momento o luego.
4. Trata de no mostrarte defensivo cuando una falta a las normas es señalada.
5. Recordá que es bastante posible faltar a las normas sin ser necesariamente una mala
persona (yo mismo he violado muchas de ellas)
6. Respetá el apego a estas normas por parte del coordinador/a.
7. Mantener el orden siempre funciona mejor si se realiza con un toque de liviandad.
8. Es razonable que el coordinador/a aplique estas reglas con flexibilidad y sensibilidad al
contexto, pero debe cuidarse de no reintroducir sesgos al hacerlo.
9. Está bien negociar estas normas grupalmente por adelantado. En una charla, el orador/a
puede pedir al coordinador/a que suspenda algunas normas (especialmente las normas
de constructividad), sin embargo el coordinador/a no tiene que estar necesariamente de
acuerdo con ello.
Normas potencialmente adicionales

(la mayoría sugerida por otras personas; por variadas razones no las incluí en la
lista original, pero muchas de ellas me caen simpáticas y son, definitivamente,
para considerar)

1. Máximo dos minutos por pregunta (versión modificada: luego de pasados dos minutos, las
interrupciones está bien).
2. Priorizar a las personas más jóvenes que quieren preguntar (versión modificada: no
priorizar a las personas con más experiencia).
3. Pedí permiso para hacer una pregunta de seguimiento de tu propia pregunta anterior
(versión modificada: pedí permiso para cualquier pregunta de seguimiento luego de la
primera).
4. No te preocupes por impresionar a los demás.
5. Se cuidadoso de no molestar al orador/a durante el recreo o luego de la charla (él/ella
podría necesitar descansar)

Introducimos aquí la sección “Notas al pie con información que no sirve para nada”:
(1) “Say ‘uncle’!” es una expresión estadounidense para pedirle al oponente en un concurso
que se rinda. La respuesta “Uncle!” es equivalente a “me rindo” o “me doy por vencido”. Para
conocer las diferentes hipótesis sobre el origen de esta expresión pueden consultar aquí.
(2) Un juego de suma cero es una representación matemática en la cual lo que cada
participante gana o pierde queda balanceado con lo que ganan o pierden los otros
participantes. Versión más sencilla: Si sumamos todo lo que ganaron los participantes y le
restamos todo lo que perdieron, la suma dará cero. Humm… probemos de nuevo: cuando
cortamos una pizza, comer más porciones dejará menos pizza disponible para los demás.

(3) Sí, eso existe, queridos lectores. El sistema “mano-dedo” es un sistema que se utiliza para
diferenciar dos tipos de intervenciones del público. El público que desee participar levantará un
dedo o bien la mano completa dependiendo de qué tipo de intervención se trate. Se levanta el
dedo para realizar contribuciones muy breves que están conectadas directamente con el tópico
que está en discusión en ese momento. Se debe tratar de una intervención muy breve para la
cual esperar sería una desventaja para la discusión, ya que realizada luego perdería parte de
su sentido. Estas intervenciones no deben durar más de 20 segundos.
(https://www.thevspc.com/discussion-policy). El público levantará la mano para intervenir
indicando que su pregunta puede esperar y que quizá tenga una duración mayor.

Justa Indignación (un texto de Hank Robb)

Alguna vez oí decir a uno de los clínicos que más respeto que la indignación es una emoción
contagiosa -y no de las más útiles. Creo que es una observación aguda, y que vale la pena
tenerla en cuenta, especialmente porque involucra, con toda frecuencia, la deshumanización de
quien es el objeto de nuestra indignación.

Por supuesto, no estoy postulando el pensamiento positivo y benévolo (si han leído algo de lo
que suelo escribir, notarán que tiendo más bien a ser más negativo que culo de pila), sino el
hecho de que a menudo el impulso a la indignación se queda en eso, una diatriba estéril que
deshumaniza a quien la recibe -y no sé ustedes, pero yo al día de hoy no conozco ninguna
forma de deshumanización que haya mejorado el mundo.
Y a propósito de indignación, en Sevilla estuvimos hablando con Hank Robb, un psicólogo de la
comunidad ACT que tiene una perspectiva de la clínica que siempre he apreciado muchísimo.

Hank es una persona muy amable y accesible (click aquí para ir a su sitio
web), que ha llegado a ACT luego de un extenso recorrido en TREC -es supervisor certificado
por el Albert Ellis Institute, algo que se evidencia en el estilo irreverente de sus intervenciones
clínicas. Si entienden inglés, este video es una excelente manera de pasar un buen rato
aprendiendo una forma amena de entender los conceptos de ACT.
Hank nos ofreció (o más bien se lo pedimos descaradamente), un texto inédito, orientado al
trabajo clínico, sobre la Justa Indignación. Un texto irreverente y algo provocador, que nos ha
parecido de lo más interesante. La traducción corre por cuenta de la casa (y ha sido un tanto
arduo de traducir, así que póngale buena voluntad a la lectura), pero el crédito va enteramente
para Hank, si les interesa. Le agradecemos a Hank por la buena onda, y a ustedes por la
paciencia con la traducción.

Justa Indignación: la droga preferida de los seres humanos

por Hank Robb


Cuando la Justa Indignación sale de la boca de una persona, o simplemente aparece en la
cabeza de alguien, usualmente suena más o menos así: “DESGRACIADO(o BASTARDO)! No
DEBERÍAS tratarme de esta manera! Me MEREZCO algo diferente!”

Cada uno de estos ejemplifica una parte de lo que llamo el “triángulo del fuego” de la Justa
Indignación. Así como los especialistas en fuego hablan del triángulo de oxígeno, combustible
e ignición que se requiere para el fuego, sugiero que también existe uno para la Justa
Indignación: etiquetar a las personas, demandar, y reclamar prerrogativas. Puestos juntos,
generarán suficiente fuego como para hervir su sangre con respecto a otros, el mundo en
general, o incluso con ustedes mismos.
Para mí, la Justa Indignación es la droga favorita de los seres humanos, porque una vez que
las personas se ven a sí mismas como “El Ángel Vengativo Del Señor Que Ha Sido Enviado
Para Cantarte Las Cuarenta”, a menudo se sienten bastante bien. ¡Estar justamente indignado
ciertamente es energizante!
Y también sirve como una fantástica anestesia para el miedo y la tristeza.

“¿Cansado de estar triste, asustado y desinflado? Prueba algo de esto”

Tan sólo miren al mundo alrededor, o su propia vida. La cocaína, alcohol, metanfetaminas o
incluso la nicotina palidecen en comparación con la frecuencia con la que las personas “usan”
un poco de Justa Indignación. La parte positiva es que pueden usar cuanto quieras, tan a
menudo como quieran, sin gastar una sola moneda de tu bolsillo. Si tienen lenguaje, tienen
todos los ingredientes necesarios. No es de extrañar que circule tanto.
Pero, al igual que con las conductas adictivas en general, no importa qué tan bien la Justa
Indignación funcione en lo inmediato, no funciona tan bien a largo plazo en la vida. Hay,
después de todo, un costo, aún cuando no sea financiero. El costo es el tipo de relación que la
Justa Indignación construye entre ustedes y otros, entre ustedes y el mundo, e incluso con
ustedes mismos.
“Entonces, ¿estás diciendo que debería dejar que me traten como a un trapo de piso? ¡De
ninguna manera!”

Esta respuesta, tan común, está construida sobre la noción de que la única manera de hacer
oír la propia voz, o de tomar una posición, es indignarse. O, dicho de una manera ligeramente
distinta, la única forma de tomar acción es perturbarse. Y la vida nos muestra que simplemente
las cosas no funcionan así. Piensen acerca de las tareas domésticas u hogareñas -las cuales
personalmente detesto. ¿Necesitan “enojarte” para mover una escoba o sacar las hojas del
patio? Ahora, vayan con cuidado. Quizá se hayan enojado, o aún hagan una pequeña rabieta
cada vez que les toca hacer una de esas tareas, pero no se trata de eso. De manera que,
repetiré la pregunta: ¿es realmente cierto que la tarea no podría hacerse sin esa rabieta?
¿Realmente necesitan ese “superempujón” de Justa Indignación para hacer las cosas, o tan
solo lo hacen, aunque preferirían no tener que hacerlo?
La experiencia señala que la Justa Indignación es completamente innecesaria para lograr que
las cosas se hagan. No necesitan enojarse o “calentarse” para hablar o para sostener algo. La
determinación no requiere perturbación.

Todo lo que necesitan es recordarse a sí mismos cuál es el objetivo de realizar estas


actividades en primer lugar. ¿Qué es lo que consiguen? ¿Qué es lo que convierten en
importante en su vida por las acciones que están llevando a cabo, incluso cuando no les gusta
llevarlas a cabo? Y si no hay ningún objetivo en lo que están haciendo, entonces ¿por qué
demonios lo están haciendo?

Entonces, ¿cuál es el antídoto para la Justa Indignación? Pueden empezar notando que cada
extremo del triángulo de la Justa Indignación es simplemente una estupidez.

Para empezar, nadie se cae del género humano, sin importar qué tan podrida sea su conducta.
Si toman muestras de DNA de diez ganadores del Nobel y de diez asesinos seriales y piden un
análisis de laboratorio de cuáles son “buenos humanos”, no van a obtener una respuesta. Esto
es porque un humano sigue siendo un humano aunque su valor social esté por las nubes o en
el inodoro. Jerarquizar a las personas es ilusorio.
En segundo lugar, si el mundo realmente TUVIERA QUE, si realmente DEBIERA funcionar de
cierta manera, ¡ya estaría funcionando de esa manera! Por qué? Porque no habría opción para
que las cosas fueran de otro modo. La prueba de que las cosas no TIENEN que ser de cierta
manera -es decir de la manera que ustedes quieren, también llamada “la manera correcta”– es
que la experiencia muestra que las cosas no funcionan así. No importa que tan INCORRECTO
INCORRECTO INCORRECTO sea algo, las cosas incorrectas aún tienen PERMITIDO suceder
porque si no estuvieran permitidas, no estarían sucediendo. Así que esto de demandar que
sean así también es inútil..
Y finalmente, ¿tienen prerrogativas? ¿Ok, dónde está la garantía? No me refiero a una nota de
su madre o siquiera de las cortes judiciales. ¿Dónde está la nota del universo en la que se les
garantizan ciertos convenios sociales, o que convenios sociales dándote derecho a esto o esto
otro están garantizados por el universo? Claro, si mantienen su parte del contrato social tienen
“derecho” o “merecen”, que los que están en ese contrato cumplan su parte. Pero eso es un
derecho social, no un derecho CÓSMICO o inherente, y los convenios sociales a menudo se
rompen. Escuché que Moisés recibió una nota. Bien por él. Pero pregunto de nuevo: “¿dónde
está la de ustedes?”. De manera que las prerrogativas tampoco van.

Sin embargo, hay otro antídoto, con menos palabrería, cuando se trata de esas oportunidades
tan frecuentes y tentadoras de creernos aquello de etiquetar la valía de las personas, las
demandas y las prerrogativas: consideren las consecuencias con las cuales vivirán si así lo
hacen! Cuando miran atrás, hacia una de las ocasiones en que se han otorgado el permiso
para estar Justamente Indignados, luego de un par de días, o incluso de un par de horas, ¿les
resulta algo realmente deseable? Realmente tienen un sentimiento de “Muy bien, ¡realmente
indignado! Estuvo estupendo”?
¿Qué hay de la manera en la que conectaron con otras personas o con ustedes mismos? ¿Una
nueva ronda de condenar y culpar produjo la vida que más profundamente desean vivir? Si no
ha sido el caso, qué les parece mantener la vista en el premio, o debería decir premios.
Cuando rastrillan el patio o barren la casa, obtienen el “premio” de un patio o una casa limpios.
Sin embargo, hay otro premio. Esto es, el premio de vivir la vida que más profundamente
quieren en la forma en que realmente quieren vivirla. Una nueva ronda de Justa Indignación
realmente se ajusta a esa vida? No me refiero a que más o menos se ajuste, sino: se ajusta en
lo absoluto?
Este es un pequeño auto-recordatorio: “Si planeo estar con vida mañana, más me vale actuar
en consecuencia hoy”. Ninguno de nosotros sabe si realmente estará vivo mañana, pero, ¿cuál
es el plan? ¿Es realmente su plan de vida el juzgar a las personas, demandar y exigir
prerrogativas, con el resultado de animarse cada vez que la vida no va en la dirección que
quieren? Si no es así, no tiene sentido Indignarse Justamente acerca de su tendencia a
Indignarse Justamente. En cambio, noten con cuidado cómo, precisamente, participan en el
proceso. Al familiarizarse cada vez con el proceso de etiquetar, demandar y exigir, pueden
comenzar a reconocer que tienen la opción de hacer algo distinto. Uno podría decir que por
medio de conocer muy bien cómo es que aceptamos las “invitaciones” de la vida a Indignarnos
Justamente, también aprendemos a cómo efectivamente declinar esas invitaciones, y elegir
hacer algo distinto.
A medida que lo practiquen, pueden comenzar a reconocer cuando han empezado a
Indignarse Justamente, detenerse, y cambiar hacia acciones más efectivas. Continúen la
práctica y comenzarán a reconocer cuando están al borde de aceptar, en lugar de declinar, una
invitación de este tipo, y practicar respuestas alternativas más efectivas. Sostengan sus
esfuerzos y pueden aprender a reconocer invitaciones que están muy lejanas y empezar a
moverse en una dirección que sí sea compatible con la vida que quieren vivir. Este antídoto, a
diferencia del primero, no requiere mucha demostración acerca de lo que es una tontería y lo
que no lo es. En cambio, subraya su habilidad de notar impulsos, en este caso, impulsos hacia
una Justa Indignación, y dejar ir esos impulsos al servicio de la vida que eligen vivir. Subraya
su habilidad de elegir lo que harán y lo que no harán, sobre la base de nada más y nada menos
que la vida que quieren vivir y la vida que no quieren vivir. Sostengan el poder de observar de
esta manera y podrán disminuir su “uso de drogas”, al tiempo que siguen sosteniendo la vida
que quieren vivir.

Otra mirada a la motivación

De tanto en tanto surge en las clases la pregunta por la motivación en los pacientes,
generalmente como una preocupación por su ausencia, sobre qué hacer si un paciente no tiene
motivación (más coloquialmente, “ganas”): qué hacer si no tiene ganas de probar alguna
herramienta técnica, si no tiene ganas de llenar un registro, de hacer una actividad en su vida
cotidiana, etc. Por supuesto, estas cuestiones no sólo las formulan los terapeutas, sino que es
un tema que también los pacientes traen a las sesiones: no me siento motivado, quisiera hacer
[X] pero no tengo ganas, o convertida la ausencia en rasgo, quisiera hacer [X] pero soy
demasiado perezosa.
La cuestión suele adoptar esta forma general: hay una actividad, ejercicio, registro, práctica,
etc., que sería beneficiosa para el paciente pero no la lleva a cabo.

El problema es que el término mismo “motivación”, es una porquería (adjetivo académico).


Bueno, la palabra en sí no es mala, no es que le haya hecho bullying a otras palabras o que les
haya rayado el auto, es un término que se refiere a el movimiento de una cosa –comparte la
misma raíz indoeuropea con palabras como motor, emoción, motivo, conmover, etc. El
problema es que pensar en “motivación” como algo que se tiene (o no) en algún lugar del
interior del cuerpo, tiende a obscurecer factores manipulables y formas de intervención viables.
Es, creo, el problema principal del mentalismo en la clínica (esto es, las explicaciones
psicológicas que descansan exclusivamente en constructos psicológicos internos): tiende a
interrumpir la investigación por medio de construir un concepto -como un mago que al verse
interrogado por cómo lleva a cabo su truco, responde “magia” en lugar de explicar el truco
(aunque en mi caso, más frecuentemente que “magia” ha sido “dejate de joder, pendejo”).
Suele resultar útil entonces abordar estas situaciones (paciente no hace X) en términos del
contexto en que suceden, y esto nos permite pensar algunas formas de intervenir. En concreto:
¿por qué los pacientes no llevan a cabo una determinada actividad y qué podemos hacer al
respecto?

1) Timing is the answer

La primera pregunta que hacemos cuando un paciente no lleva a


cabo una actividad planeada es siempre la misma: ¿la recordó en un momento adecuado?

Parece una estupidez, pero sucede que cuando proponemos una actividad nueva para el
paciente (se trate de actividades planificadas, registros, ejercicios), a menudo nos olvidamos de
que es, justamente, nueva para el paciente en este momento, y por tanto, fuera de la rutina
cotidiana, que es la que ayuda a recordar algunas actividades. Habitualmente no nos
olvidamos de nuestras actividades porque están vinculadas a otras actividades, a otras
personas que nos la recuerdan, o porque están en nuestro calendario. En cambio, las
actividades nuevas carecen de lugar en la rutina, carecen de recordatorios, carecen de
vínculos con otras actividades.
Esto es especialmente así cuando la actividad es planeada para “algún día”: algún día voy a
leer un artículo, algún día voy a hacer ejercicio, algún díavoy a sentarme a trabajar. Si
dependemos de que el azar dicte qué día es “algún día” vamos a estar esperando hasta que
Mirtha termine con los almuerzos, porque la actividad no tiene un horario, no tiene un contexto,
no tiene en cuenta qué cosas habrá que cambiar o resignar para darle lugar a esa actividad. Es
el “nos hablamos en estos días” del trabajo clínico.
Entonces, si la actividad no fue recordada (o si lo fue, pero en un momento inapropiado –el
conocido “me acordé a las tres de la mañana de pagar la luz”), podemos considerar dos cosas:
en primer lugar, asignarle un tiempo y situación concreta a la actividad, considerando también
lo que habrá que resignar para llevarla a cabo en ese momento (por ejemplo, perderme la
novela de la tarde para ir a trotar). Hecho esto, lo segundo que puede ayudar a que la actividad
se lleve a cabo es poner algún tipo de recordatorio contante y sonante –las alarmas y
recordatorios del celular funcionan de maravilla para esto, dado que nadie está jamás a más de
3 metros del aparato.

2) Obstáculos
Otra cosa que suele pasarse por alto
es el peso que los obstáculos y el esfuerzo necesario pueden tener en la realización de la
actividad. Me refiero a cosas tales como la distancia que hay que caminar para hacer algo, la
cantidad de colectivos que hay que tomar, etc.

Imagínense que los invito a hacer algo que les interesa mucho -digamos, darle una patada en
las pelotas al cantante de “Despacito”- el próximo sábado a la noche. Suena tentador,
¿verdad? Pero si les dijera que para hacer eso tienen que tomarse 5 colectivos en un viaje de
tres horas, y esperar en una fila durante otras cinco, las gónadas del citado cantante
probablemente estarían a salvo.

La literatura sobre delay discounting es bastante clara al respecto: cuanto más distante está la
recompensa, menos valor va a tener. El problema aquí es que a menudo los terapeutas
subestiman el esfuerzo necesario para un actividad, porque lo ven desde la perspectiva de
quien no está lidiando con las cosas con las que lidia un paciente: “¿cómo que no fuiste a
correr diez kilómetros por día?”, me dice mi terapeuta con expresión reprobatoria, sin
considerar que mi mayor actividad física en la última semana fue la de mis pulgares posteando
fotos de gatos en instagram.
Imagínense sentirse cotidianamente aislados del mundo. Hace semanas que no ven a nadie
más allá del trabajo, hace meses que se sienten como el culo, yendo de la cama al living,
pensando que la vida no tiene sentido, que son el desperdicio del universo, el equivalente
humano de la película Suicide Squad. Y en ese contexto, alguien les sugiere empezar una tesis
de doctorado que les va a llevar 5 años. La pregunta es, ¿con qué intensidad creen que le
dirían a esa persona que se tire de un puente? Sin embargo, los terapeutas suelen presionar a
los pacientes hacia actividades extremadamente difíciles para los mismos -y luego con
frecuencia, en un paroxismo de empatía, terminan culpándolos cuando no las llevan a cabo.
Los obstáculos incluyen entonces el nivel de energía del paciente, las dificultades concretas
que involucra la actividad, el nivel de preparación requerido, el tiempo que insumirá. También
es necesario considerar el nivel de habilidades del paciente para la actividad (para un paciente
con pocas habilidades sociales una conferencia puede ser el Aconcagua).

Entonces, asegúrense de que las actividades son realizables (recuerden que en sesión los
pacientes suelen sentirse un poco más optimistas que en su vida cotidiana), y ayuden a
resolver o reducir los obstáculos presentes. Evalúen cuáles son y ayuden a sus pacientes a
resolverlos antes de encarar la actividad deseada. Hagan resolución de problemas con las
dificultades, aumenten y ensayen las habilidades psicológicas necesarias.

3) Interés de la actividad
Otra forma de aumentar las
probabilidades de que una actividad se lleve a cabo, además de una planificación cuidadosa y
resolución de problemas, es aumentar el valor de refuerzo de la misma. Esta es una de las
principales herramientas que podemos emplear durante nuestras intervenciones terapéuticas
para aumentar el valor de una actividad.

Mike Twohig (si no lo conocen búsquenlo, trabaja intervenciones ACT para TOC), según me
cuenta un colega, suele hacer una pregunta antes de trabajar con exposición: “¿por qué
estamos haciendo esto?”. Esto es, ¿por qué (o por quién) vamos a hacer algo que te genera
miedo/incomodidad/rechazo? ¿Al servicio de qué? Es el viejo adagio de Nietzche, “quién tiene
un por qué puede tolerar casi cualquier cómo”. En lenguaje RFT, esto es conocido como
“augmenting”, que se puede traducir literalmente por “aumentar”, se trata de establecer un
contexto verbal en el cual el valor de refuerzo de una actividad se vea aumentado, y es el
motivo por el cual tanto ACT, los distintos modelos de activación conductual, o entrevista
motivacional, utilizan los valores del paciente como guía del trabajo clínico.
Recuerdan la vieja imagen del burro y la zanahoria? De lo que se trata aquí es de dirigir la
mirada hacia la zanahoria, de volver a conectar con la zanahoria, con lo significativo de
avanzar en esa dirección. Se trata de generar un contexto verbal que ayude a que el paciente
pueda conectar la actividad en cuestión con objetivos vitales significativos (valores). Esto
puede lograrse por medio de ejercicios experienciales (por ejemplo, el del funeral y similares), o
por medio de interacciones clínicas, con preguntas tales como:

 ¿Por qué es importante tener esta actividad en tu vida?


 ¿Qué mejoraría en tu vida si alcanzaras esa meta?
 ¿Experimentas otras cosas además de alivio cuando llevás a cabo esta acción? ¿Hay
algo que sume a tu experiencia?
 Si tu vida fuera completamente tuya, si pudieras elegir qué hacer, ¿qué querrías que
hubiera en ella?
(Algunas de estas preguntas provienen de Mastering the clinical conversation, revisen ese libro
si no lo han hecho ya, es una joyita). Y en la vieja sabiduría de entrevista motivacional: dejen
que sus pacientes hablen de sus valores y razones para hacer algo, no lo hagan ustedes.
Cerrando

Tratar de aumentar la “motivación” a menudo es un punto muerto, y a veces es más útil hablar
de los factores contextuales que hacen más o menos probable una actividad, en lugar de
hablar de algo que siente o no el paciente. A veces solemos hablar de la motivación, de las
ganas, como un resultado, no como una causa: el resultado de experimentar reforzamiento
positivo para una actividad. Entonces, lo que sucede es que las ganas vendrán luego de
realizar la actividad.
Ahora, si lo que queremos es aumentar las probabilidades de que una acción se lleve a cabo
(cosa que no está necesariamente vinculada a las “ganas”), vamos a trabajar mejor si nos
enfocamos en el contexto: planificar adecuadamente, considerar los obstáculos y la situación
en la cual vive el paciente, y aumentar el valor de refuerzo de las actividades por medio de
conectarlas a objetivos vitales significativos.
Como para recordarlo, y porque me pegó el formulismo, pueden pensarlo así (incluyendo a la
mala planificación como obstáculo): Probabilidad de realización de X = valor de la actividad –
obstáculos
Pueden hacerlo ustedes mismos: busquen una actividad que a ustedes mismos les serviría
realizar pero con la que no terminan de arrancar. Pregúntense por qué es importante realizarla,
qué significaría para ustedes, y si están inspirados escriban la respuesta. Piensen de qué
manera hacerla más accesible reduciendo o resolviendo los obstáculos que hubiere, y
escríbanla con sus detalles en algún calendario o agenda que usen, y vean qué sucede.

Esquemáticamente, podría quedar en algo así:

Actividad: ……………..
Por qué es importante esta actividad……………..
Qué obstáculos o dificultades pueden surgir……………….
Cómo podría resolverlos o reducirlos…………..
Cuándo podría llevar a cabo esta actividad (fecha, hora, duración)…………..

Cuatro principios contextuales para crear cambios cognitivos efectivos – por Matt
Villatte

Hoy les traemos un lindo artículo del blog de Matt Villatte (si no saben quien es Matt, pueden
leer la entrevista que le hicimos hace un tiempo haciendo click aquí), quien gentilmente nos ha
dado permiso para traducirlo y compartirlo con ustedes (la traducción está a cargo de vuestro
seguro servidor, de paso, así que cualquier bestialidad es culpa mía). El artículo en inglés
está en este link. Espero que les resulte tan interesante como a nosotros, nos leemos la
próxima!

Las técnicas de cambio cognitivo a menudo son consideradas incompatibles con las terapias
basadas en mindfulness y aceptación. En esos abordajes, se alienta a los pacientes
a distanciarse de los pensamientos que enganchan, en lugar de cambiar su forma y contenido.
Aunque no hay dudas de que las técnicas terapéuticas utilizadas en los abordajes de
mindfulness y aceptación son distintas de las técnicas de terapia cognitivo conductual
tradicional, vale la pena mirar más de cerca lo que los terapeutas hacen para promover
distancia de los pensamientos. Cuando los terapeutas invitan a los pacientes a mirar sus
pensamientos como si fueran nubes en el cielo, o a dar un paso atrás de esos pensamientos,
¿no están acaso alentando a los pacientes a pensar diferente respecto de sus pensamientos?
La Teoría de Marco Relacional (RFT, por las siglas en inglés), es un abordaje contextual-
conductual del lenguaje y la cognición que permite a los terapeutas integrar estrategias de
cambio cognitivo en abordajes basados en mindfulness y aceptación. Desde una perspectiva
RFT, hay cuatro principios centrales a seguir para ayudar a los pacientes a modificar su forma
de pensar, evitando simultáneamente los peligros de las técnicas de cambio cognitivo
tradicionales (vg. efectos paradójicos de supresión de pensamiento, debates inútiles acerca de
la realidad, patologizar ciertos pensamientos y sus pensadores, etc.). Estos son los cuatro
principios:

1. Enfoquen el contexto, no el pensamiento

Pensar es una conducta, y como otras conductas, se puede moldear. Para eso, es crucial
entender que la conducta no es una cosa concreta que se pueda alterar directamente, sino
una interacción entre un organismo y un ambiente. Necesitan enfocarse en los antecedentes y
consecuencias de la conducta que están tratando de moldear.
Imaginen una paciente a la que le falta motivación para llevar a cabo acciones que podrían
mejorar su vida; podría estar pensando “soy muy perezosa para hacerlo”. El terapeuta podría
incrementar su motivación por medio de moldear su habilidad de conectar la acción a algún
propósito significativo. Podría preguntar, por ejemplo, “Cuando te imaginás volviendo la
próxima semana y diciéndome cómo fue la semana pasada, ¿qué querrías decirme que has
podido lograr? ¿Qué sería significativo, viendo la semana que ha transcurrido?” En este
ejemplo, el terapeuta utiliza un antecedente (la pregunta) que hace más probable que se
piense en términos de un propósito significativo.
La motivación no es directamente modificada por una intervención dentro de la paciente. Es
activada por una alteración del contexto. Cuando moldean la conducta de pensar del paciente
(y otras conductas), siempre pregúntense: ¿de qué maneras puedo alterar el contexto?¿ Qué
impacto tendrá esta alteración sobre su forma de pensar?.
2. Trabajen por adición e integración, no por sustracción

Desaprender no es un proceso psicológico. Hay conductas que aprendemos a ya no hacer,


pero no desaparecen de nuestros repertorios. Sólo no las hacemos más. Podemos decidir no
volver a un restaurante que resultó decepcionante. Eso no significa que desaprendamos a ir a
ese restaurante sino simplemente que hemos aprendido a no hacer eso, y tenemos un buen
control sobre esa acción.

El problema con el pensar es que tenemos menos control sobre esa conducta que sobre otras
conductas. Es imposible decidir no volver a pensar nunca más en un recuerdo doloroso, y
abstenerte completamente de hacerlo. Las relaciones simbólicas que conectan nuestros
pensamientos entre sí requieren que aceptemos que los pensamientos siempre pueden volver,
aún si no queremos.

Por esto, al moldear (shaping) el pensamiento de los pacientes, asuman que lo que están
pensando ahora nunca va a desaparecer del todo. Abandonen la estrategia de remover o
sustituir pensamientos y en lugar de eso aborden el cambio cognitivo como un proceso aditivo
e integrativo. Pregúntense: ¿qué pensamientos útiles podrían ser agregados al repertorio del
paciente? ¿Qué pensamientos podrían darle sentido a pensamientos menos útiles al tiempo
que abran al paciente a nuevas perspectivas y respuestas más flexibles?. Un ejemplo típico de
estrategia integrativa para cambiar cognición es hacer que los pacientes reformulen un
pensamiento por medio de decir “Tengo el pensamiento…”. Hacer eso pone el pensamiento
original en un contexto más amplio y crea distancia con su contenido, lo que socava la
influencia de ese pensamiento sobre la conducta del paciente.
3. Alienten una perspectiva pragmátic a, no de verdad objetiva

Uno de los principales riesgos en el cambio cognitivo es quedar atascado en la búsqueda de


verdades esenciales y objetivas. Ningún pensamiento es verdadero o falso fuera de contexto.
Incluso el pensamiento “Estaría mejor muerto” puede ser verdadero en algunos contextos para
algunas personas al menos, si significa escapar del dolor horrible asociado con una
enfermedad mortal e intratable. Desde una perspectiva RFT, el pensamiento es mejor guiado
por el pragmatismo que por el esencialismo. Lo que importa es desarrollar formas de pensar
que sean útil. En lugar de explorar qué tan verdadero un pensamiento pudiera ser, los
terapeutas que utilizan RFT prefieren considerar la utilidad de este pensamiento en un contexto
dado.

Imaginen a un paciente diciendo “Soy la persona más tímida del mundo. Nunca voy a poder
hacer amigos, no tiene sentido siquiera intentarlo”. Aun cuando este pensamiento suene como
una exageración, cuestionar su precisión en términos de verdad objetiva probablemente resulte
invalidante e incremente la creencia del paciente en que es verdadero. En cambio, enfocarse
en la utilidad de este pensamiento en el contexto de querer hacer amigos redirigirá la atención
del paciente hacia lo que puede hacer para mejorar su vida. El terapeuta puede preguntar
“cuando tenés este pensamiento, qué haces a continuación? ¿y qué pasa entonces?¿te lleva
más cerca de hacer amigos, o te aleja?”.
Otra forma de darle sentido funcional puede consistir en normalizar respuestas, como por
ejemplo estableciendo a las emociones como reacciones normales, o comprendiendo que las
respuestas inefectivas han sido seleccionadas por contingencias pasadas.

4. Trabajen experiencialmente más que didácticamente

Las cogniciones pueden crear poderosas insensibilidades a elementos importantes de nuestra


experiencia. Una vez que empezamos a pensar de cierta manera, tendemos a ver cosas que
confirman esta forma de pensar, al tiempo que ignoramos otras cosas que las contradicen.
Desde una perspectiva RFT, el trabajo principal de los terapeutas es ayudar a los pacientes a
estar más en contacto con su propia experiencia, de manera que puedan adaptar sus
respuestas al contexto en formas más efectivas. Dar un buen consejo puede ser útil, como
cuando hacemos psicoeducación sobre los síntomas de un ataque de pánico. Pero lo que es
aún más útil es enseñar a los pacientes cómo aprender de su propia experiencia. De esta
manera, adquieren habilidades que pueden aplicar a cualquier problema.
Si pueden observar lo que hacen y registrar los antecedentes y las consecuencias de lo que
hacen, pueden ajustar sus respuestas momento a momento de la manera más adaptativa.
Entonces, en lugar de decirle a los pacientes qué hacer o qué observar, los terapeutas
experienciales prefieren evocar observación de una variedad de experiencias. Hacen un
montón de preguntas que orientan al paciente a contingencias útiles (Antecedentes-conductas-
consecuencias), tales como “¿Qué estabas sintiendo en ese momento?” “¿Qué hiciste a
continuación?”, “¿Qué sucedió luego?”.

Al moldear las cogniciones de los pacientes, creen un contexto que evoque observación de su
parte y aliéntenlos a sacar sus propias conclusiones. Hagan preguntas que los lleven a
explorar diversas maneras de pensar. Incluso si creen saber la respuesta, consideren la
posibilidad de que el paciente pueda alcanzar una conclusión diferente que sería tan válida
como la de ustedes, o incluso más.

Cómo resolver un cubo Rubik sin maldecir demasiado: contingencias y reglas en


clínica

Buenos días, pasen y siéntanse como en casa. Si llegaron a este artículo porque googlearon
“cómo resolver un cubo Rubik”, están en el lugar equivocado, así que pueden quedarse bajo su
propio riesgo (parece chiste, pero nuestro artículo titulado “El espinel” atrajo a un montón de
visitas sobre pesca).
Vamos a hablar un poco de un tópico que se menciona con frecuencia en ACT (Terapia de
Aceptación y Compromiso) generando confusión, por lo cual vamos a aportar nuestro grano de
arena. A favor de la confusión.

Nos referimos a todo el asunto de la conducta gobernada por reglas y temas asociados.
Habrán visto que este tema surge con frecuencia en textos clínicos, junto a términos
como pliance o tracking. Como suele pasar con el análisis de la conducta, los términos que se
utilizan suenan lo suficientemente áridos como para garantizar el desinterés del lector, pero el
tema resulta de utilidad para el trabajo clínico..
De modo que sí, es otro día más de lectura tediosa y términos difíciles de recordar. Dense por
avisados.

Las cosas

Supongamos que alguien, que no los quiere bien, les regala un cubo Rubik. Ya saben, esos
artefactos que después pasar diez minutos tratando de resolverlo han dejado de adorno en un
estante —maravillas de la humanidad: que a uno le regalen un problema de plástico y encima
tenga que agradecerlo.

Supongamos que efectivamente quieren resolver el condenado cubo. Una forma de proceder
sería tomarlo y empezar a girar sus partes. Algunas rotaciones llevan a ciertos cambios en los
colores del cubo —e incluso probablemente acierten a formar una cara entera con un mismo
color y experimentar una satisfacción y sentimiento de autorrealización que durará unos 0.75
segundos, tiempo que les lleva darse cuenta de que si mueven cualquier otra cosa su logro se
deshace. Algunos movimientos resultan productivos, otros no.

Este abordaje es relativamente fácil de explicar con análisis de la conducta (“conductismo”, si


les resulta más familiar el término): se trata de la emisión de distintas respuestas (las
rotaciones del cubo), cuyas consecuencias (la distribución de colores), hacen que esas
respuestas sean más o menos probables. Lo mismo pasa cuando ponemos una rata por
primera vez en una caja de laboratorio en la cual hay una palanca que al presionarla entrega
comida: al principio la rata empezará a explorar la caja hasta que por casualidad baje la
palanca y suceda una consecuencia interesante (aparece comida).

Entre ustedes luchando con el cubo y la rata con la palanca hay sólo diferencia de grado y
especie (no se lo tomen tan a pecho). Lo que queremos decir es que en ambos casos estamos
describiendo un tipo de aprendizaje directo, conductas que van siendo moldeadas por la
experiencia directa con el mundo. Este tipo de conducta es lo que técnicamente
llamamos conducta moldeada por contingencias, término que fuera acuñado por Skinner
hace medio siglo: “nos referimos a conducta moldeada por contingencias cuando decimos que
un organismo se comporta de cierta manera con cierta probabilidad porque la conducta ha sido
seguida por un cierto tipo de consecuencia en el pasado” (Skinner, 2013, p.145). Es la
conducta que está afectada por la experiencia directamente.
Todo lo que aprende un niño antes de aprender a hablar funciona de esta manera. De hecho,
antes de aprender a hablar, un niño responde a las consecuencias de la misma manera que
cualquier (otro) animal: “para los infantes humanos, los efectos de reforzamiento sobre la
conducta son indistinguibles de aquellos que han sido bien documentados en la literatura sobre
aprendizaje animal” (Lowe, Beasty, & Bentall, 1983). De modo que ya saben, si les dicen “su
hijo es una bestia”, ustedes respondan “Gracias, estamos usando programas de reforzamiento
intermitente”.
Las palabras

Después de que una niña empieza a hablar el panorama cambia, sin embargo. Y en el caso de
ustedes, queridos lectores (asumimos que casi todos ustedes manejan más o menos algún
lenguaje), para resolver el cubo Rubik probablemente no recurran sólo a la experiencia, sino
que quizá busquen instrucciones para resolverlo (por ejemplo, buscar un tutorial en internet), y
sigan esas instrucciones para resolver el cubo.
En ese caso ya no estarán actuando guiados sólo por la experiencia directa, sino que su
conducta estará guiada por una descripción verbal de las contingencias: “si los colores del cubo
están con X distribución (antecedentes), y realizan este movimiento (conducta), obtendrán esta
distribución de colores (consecuencia)”. No necesitan tomar contacto directamente con esas
contingencias, sino que pueden seguir las instrucciones.
Esto es lo que llamaremos conducta gobernada por reglas:
“Los estímulos verbales pueden ser combinados en reglas verbales elaboradas que tienen la
capacidad de regular la conducta. La conducta gobernada por reglas no necesita basarse
en contactar consecuencias directas cara a cara con el mundo; en cambio, está basada
mayormente en formulaciones verbales de eventos y las relaciones entre ellos. De
acuerdo a Skinner (1969), la conducta gobernada por reglas es conducta que está gobernada
por la especificación de las contingencias en lugar del contacto directo con ellas. La conducta
gobernada por reglas permite a los seres humanos responder de maneras muy precisas y
efectivas en casos en los que el aprendizaje a través de la experiencia directa podría ser
ineficaz o incluso letal.”(Hayes, Strosahl, & Wilson, 2012, p.52)
No se confundan con el uso coloquial de la palabra “reglas”, que solemos asociar
exclusivamente a normas u órdenes. Cuando decimos “reglas” aquí estamos hablando de
cualquier caso en que una conducta está principalmente influenciada por una formulación
verbal. Pueden suceder con instrucciones, órdenes, pero también con leyes, fragmentos de
tutoriales de YouTube, el consejo de un amigo, oraciones de un libro, frases de una película, y
un etcétera inacabable: siempre que la conducta esté influida principalmente por formulaciones
verbales de eventos y sus relaciones, hablaremos de conducta gobernada por reglas.

Si les sirve como ayuda, piénselas como “conductas gobernadas por palabras que dicen qué
hacer” (es una pesadilla terminológica escribirlo así, pero quizá les ayude a entenderlo mejor).
Guiarnos por reglas, así definidas, nos permite aumentar enormemente nuestras habilidades y
nuestras formas de lidiar con el mundo. Permite la transmisión de prácticas culturales,
facilitando que uno no tenga que reinventar la rueda cada vez. Por ejemplo, los refranes, que
suelen actuar como reglas, a menudo son la primera guía que tenemos para lidiar con una
situación nueva: “no es oro todo lo que reluce” puede tornarnos un poco más cautos al
comprar Bitcoins. Cuando están comprando algo online, la máxima “si parece demasiado
barato para ser verdad, usualmente lo es”, es algo a tener muy en cuenta antes de comprar el
set con 150 figuras de My Little Pony por 10 dólares.
Además de los casos detallados, las reglas no sólo vienen de afuera, de otras personas, sino
que también pueden ser formuladas y seguidas por uno mismo. Quien formula la regla y quien
la sigue pueden estar habitando la misma piel. Esto es una consecuencia interesante de cómo
el análisis conductual aborda al self. Skinner (1989) lo dice notablemente, resemblando el
“contengo multitudes” de Whitman:
Hay muchas personas o sí-mismos [selves] dentro de una piel. Eso implicamos cuando
hablamos de auto-observación, cuando un self observa a otro, o auto-manejo, en el cual
un self maneja a otro. Cuando decimos que nos hablamos a nosotros mismos queremos decir
que un self habla a otro. Diferentes repertorios han sido moldeados y mantenidos por distintos
ambientes verbales. Los sí-mismos pueden ser idénticos salvo en el tiempo. Le decimos al
mismo self que haga algo más tarde dejándonos una nota. Le enseñamos a un mismo self por
medio de ensayar y revisar nuestra ejecución (…) Memorizamos máximas, reglas, y leyes, para
usar luego. Jugamos al solitario o jugamos en ambos lados en un partida solitaria de
ajedrez. (p.95)
Si alguna vez, luego de una resaca atroz se han dicho “nunca más vuelvo a tomar [inserte aquí
su bebida alcohólica de preferencia]”, entonces han formulado una regla para ustedes mismos.
Por supuesto, formular y seguir una regla son dos conductas distintas –por eso vuelven a caer
a pesar de jurarse que nunca van a pedir nuevamente un white russian.
Otra aclaración que vale la pena tener en cuenta: conducta gobernada por reglas no se refiere
a actividades que puedan ser descriptas como siguiendo una regla, sino a conductas
impactadas directamente por formulaciones verbales. Digamos, que yo pueda formular una
regla a partir de la observación de la conducta de otra persona no quiere decir que dicha
conducta esté efectivamente gobernada por reglas.

Conducta moldeada por contingencias y conducta gobernada por reglas

La conducta moldeada por contingencias no está completamente desplazada por la conducta


gobernada por reglas, sino que ambas están presentes en el repertorio humano, en distintos
momentos, con distintos grados de influencia:

“Podemos aprender a manejar una pieza de maquinaria siguiendo las instrucciones, pero sólo
la operamos habilidosamente cuando nuestra conducta ha sido moldeada por sus efectos en el
equipo. Las instrucciones son rápidamente olvidadas” (Skinner, citado en Reese, 1989).
La conducta gobernada por reglas consiste en que uno de los antecedentes para una conducta
X sea una especificación verbal de las contingencias. Uno de los antecedentes al sentarse a
tocar Claro de Luna es una instrucción: la partitura con sus indicaciones. Pero no es lo único,
por supuesto. Una obra para piano puede aprenderse más fácilmente si uno sigue la partitura,
pero aprender a tocar realmente esa obra requiere además entrar en contacto con la
experiencia directa: escuchar lo que se está tocando y ajustar la ejecución.
En este video, por ejemplo, pueden apreciar la diferencia entre seguir estrictamente una
partitura (es decir, estrictamente la conducta exclusivamente gobernada por reglas, en este
caso usando una pianola), versus interpretar la partitura -conducta que requiere además el
contacto con contingencias, es decir, escuchar la ejecución. Intenten notar la diferencia.

Lo mismo habrán experimentado si han realizado algún tipo de meditación: primero empiezan
siguiendo alguna regla (como “presten atención a las sensaciones de la respiración”), pero
luego es necesario que vayan más allá y tomen contacto con la experiencia que sucede. El
punto es que hay una dinámica fluida entre ambos tipos de conductas: las reglas pueden
orientar hacia algún aspecto de la experiencia, y la experiencia puede captarse en la
formulación de reglas.
El concepto de conducta gobernada por reglas es muy importante para el análisis de la
conducta porque es el corazón de la respuesta ha dado a las conductas humanas más
complejas —de hecho, el primer uso del término fue en el abordaje conductual de las
conductas de resolución de problemas. Y por eso es central para entender algunos problemas
clínicos. Formulamos y seguimos reglas sobre cómo funciona el mundo, sobre qué hacer con
las emociones y con lo que pensamos, sobre cómo tratar a los demás, tenemos reglas sobre
seguir reglas.

Ríos de tinta se han escrito sobre los detalles de cómo funcionan las reglas (cómo
específicamente es que se formulan, qué significa seguir una regla), por lo que hay diversas
conceptualizaciones al respecto. Si les interesa leer con más profundidad fíjense en los textos
que están en las referencias o busquen en internet “rule-governed behavior” –van a tener miles
de resultados. A los fines de este artículo tomaremos la perspectiva de RFT (Teoría de Marco
Relacional, por sus siglas en inglés) y nos centraremos en algunas de las consecuencias
clínicas.
Tipos de conducta gobernada por reglas

El concepto amplio de “conducta gobernada por reglas” puede desmenuzarse en varias


especies de la misma, según sus características y el tipo de historia de aprendizaje
involucrada. Si aún no se durmieron, síganme que el tema tiene interés para los quehaceres
cotidianos de los psicólogos.

Nota para fanáticos (especialmente los conductuales, vos, vos, y vos): Vamos a ser un poco
imprecisos con las definiciones y descripciones a continuación, para tratar de hacerlas lo más
comprensibles que se pueda, pero si quieren las definiciones más duras, vayan a los textos de
las referencias.
RFT propone que podemos distinguir tres tipos distintos de conducta gobernada por reglas,
cada cual con sus problemas clínicos propios: pliance, tracking, y augmenting. Dado que son
un tanto arduos de traducir, usaremos los términos en inglés. Tengan en cuenta esto: se tratan
de tipos de conductas, no tipos de reglas. Decir que una regla es un tracking (o un track), por
ejemplo, es sólo una comodidad para hablar y entendernos más o menos, pero hay que tener
cuidado de no reificar la cosa.
La pregunta que podemos usar para guiarnos en la diferenciación de cada especie de conducta
gobernada por reglas es ¿por qué seguimos reglas? O ¿cuál es la motivación para seguir una
regla determinada? (o más precisamente: ¿cuál es el refuerzo y la historia de aprendizaje
involucrada?).

Pliance
Durante el desarrollo, el primer motivo para seguir reglas es social: otras personas proveen
consecuencias si seguimos o no una determinada regla. Cuando somos niños y nuestros
padres nos gritan algo como “salí de la calle”, seguimos esa regla no por las ventajas de seguir
esa regla, sino porque ellos lo dicen. Tiene sentido que sea así en ese momento, quizá no sea
una buena idea explicar detalladamente las contingencias (algo como “si permaneces en la
calle querido vástago, debido a tu corto tamaño y lentos reflejos, el 60 te puede dejar como una
milanesa”)
Como canta Catupecu Machu:
Mama me dijo: llevate el poncho que esta fresquito
Apurate que llegas tarde
Que te destapen la gaseosa delante tuyo
No hables con extraños eh, con ningún extraño
Esto no es una pensión, ya sos grande
Abrigate, cuidate, guardate callate
(Mamá me dijo que no viniera, Catupecu Machu)
Estas reglas se siguen por las consecuencias arbitrarias provistas por otras personas.
Inicialmente “comé tus verduras” para un niño no está sostenido (i.e. reforzado) por los efectos
saludables que tuviere, sino porque hay consecuencias arbitrarias provistas por los padres
(“…o no hay postre”). Las consecuencias son arbitrarias porque no se siguen naturalmente de
la conducta (no es que saltearnos verduras lleve naturalmente a perder acceso al postre,
alguien tiene que arbitrariamente establecer eso). Aprendemos a “hacer caso” a las reglas
proporcionadas, para obtener el beneplácito de otros o evitar que esos otros proporcionen
consecuencias aversivas.
A este tipo de conducta gobernada por reglas la llamamos pliance (del inglés compliance,
aproximadamente “conformidad”) y su definición técnica es “el seguimiento de una regla verbal
basado en una historia de consecuencias para la correspondencia socialmente monitoreada
entre la regla y la conducta previa” (Hayes et al., 2012, p.53).
En pliance las consecuencias están controladas por quien formula la regla y son dependientes
de seguir la regla. En clínica, pliance sucede “cuando el paciente hace algo para agradar al
terapeuta, para quedar bien, o para parecer correcto frente a otros” (id. ant.).
Rebelarse frente a una regla también puede ser pliance (contra-pliance, más precisamente), ya
que se trata de lo mismo solo que con signo inverso: orientar nuestra conducta según
consecuencias socialmente mediadas (digamos, hacer todo lo que los padres dicen, o hacer
todo lo contrario a lo que los padres dicen son meramente variedades de pliance).
Ejemplos frecuentes de pliance en clínica pueden ser:
 “si hago esto voy a parecer ridículo”
 “no, no puedo acercarme a otra persona, en casa somos todos fríos”
 “tengo que tener hijos antes de los 30 si no me van a mirar como a un fracaso”
 “tengo que caerle bien a la gente”
 “lo más importante en la vida es tener prestigio”
Y digo “pueden ser” porque que sea o no pliance dependerá de la historia de refuerzo. “Se
amable con las personas” puede empezar como pliance, porque nuestra abuela lo dijo, pero
podemos empezar a percibir que cuando hacemos eso las personas responden bien, y
entonces el refuerzo cambia y hablamos de otro tipo de conducta gobernada por reglas.
Tracking

Si bien inicialmente seguimos reglas porque nuestros cuidadores administran consecuencias


para ello, de a poco podemos aprender que adecuar nuestra conducta a ciertas reglas genera
consecuencias útiles. Si el noticiero dice “lleven paraguas que va a llover” y seguimos esa regla
lo que está reforzando ese seguimiento de regla probablemente no sea una consecuencia
social (i.e. no es porque sea correcto o socialmente bien visto), sino la consecuencia natural de
salir sin paraguas (no mojarnos). No hay otras personas administrando consecuencias, sino
que se trata de las consecuencias naturales del mundo.
En ese caso hablamos de tracking (que podríamos traducir como “rastreo”, el de las
contingencias naturales). Más precisamente tracking es “seguir una regla verbal basándose en
un vínculo histórico entre tales reglas y contingencias naturales (aquellas producidas por la
forma exacta de la conducta en esa situación particular” (Hayes et al., 2012, p.54; ¿vieron que
linda manera de hacer que algo suene completamente árido?)
Es decir, tracking es seguir una regla por las consecuencias naturales que genera su
seguimiento. Si en las instrucciones de uso de un lavarropas dice “gire la perilla para
seleccionar el programa de lavado” (disculpen, estoy justo en eso), estamos hablando
de tracking cuando el girar la perilla está vinculado a una historia de aprendizaje en la cual
seguir instrucciones de ese tipo ha hecho que funcionara el aparato. En tracking, seguimos una
regla por las consecuencias naturales que involucra, no porque alguien más lo dijo, porque esté
“bien”, o porque sea lo correcto.
Ejemplos de reglas que suelen aparecer como tracking en clínica:
 “Cuando se me vaya la ansiedad voy a poder vivir mi vida”
 “Si hago esto y fracaso, no lo voy a poder soportar”
 “Si me da un ataque de pánico me voy a volver loco”
Para entender la diferencia entre tracking y pliance, el ejemplo clásico es este: supongamos
que una madre le dice a su hijo, antes de salir de la casa “abrigate, hace frío afuera”, y el niño
se pone el abrigo. ¿Esto es un ejemplo de tracking o de pliance? Para saberlo necesitamos
conocer la historia particular de aprendizaje. Podemos decirlo así: si el niño se pone el abrigo
porque en el pasado ajustar su conducta a la regla hizo que estuviera calentito en el crudo
invierno, estamos hablando de tracking, porque está “rastreando” una consecuencia natural de
seguir la regla de abrigarse. Si en cambio, se pone el abrigo porque en el pasado hacerle caso
a su madre ha sido reforzado (“soy tu madre y lo digo yo”), independientemente de las
consecuencias naturales de abrigarse, estamos hablando de pliance.
Digámoslo mal: en tracking el refuerzo para seguir reglas viene del efecto que tiene en el
mundo, en pliance el refuerzo para seguir reglas viene de la aprobación de otras personas.
La conducta de tipo tracking es uno de los ejes centrales de trabajo del clínico, ya que se trata
de contactar cómo funcionan las cosas en el mundo (por oposición a cómo alguien dijo que
tendrían que funcionar las cosas en el mundo, i.e. pliance), se trata de contactar más de cerca
las consecuencias naturales de las acciones.
Augmenting

Augmenting (podemos traducirlo como “aumentar”), es el tercer tipo de conducta gobernada


por reglas, y describe aquella en la que se modifica el grado en que un evento funciona como
consecuencia. Si hablamos de reglas de tipo augmentals hablamos de reglas que modifican el
valor de refuerzo de un estímulo (nota para nerds: piensen en operaciones establecientes, pero
verbales).
Supongamos una publicidad que afirme “Pruebe FatKiller 5000 y tenga un cuerpo esbelto que
será la admiración de todos”. Si seguimos esta regla y consumimos FatKiller 5000 por la
consecuencia especificada (tener un cuerpo esbelto, etcétera), estamos emitiendo
un augmenting. Augmentingfunciona en tándem con tracking y pliance, interviniendo y
modificando el grado en que las consecuencias de tracking o pliance actúan como
refuerzo. Augmenting es, claro está, lo que está detrás del trabajo con valores en la práctica
clínica: establecemos consecuencias simbólicas que servirán para modificar el valor de
refuerzo de las consecuencias de determinadas conductas.
Interacciones entre conductas gobernadas por reglas

Ninguno de los tres tipos de conductas gobernadas por reglas es “malo” ni “bueno”. Por
ejemplo, pliance en esencia es hacer algo meramente porque otras personas lo dicen, lo cual
no suena muy saludable para un adulto, pero es crucial para la supervivencia de un niño:
“Aprovechar la experiencia de un adulto es una enorme ventaja mientras se descubre este
mundo nuevo y peligroso. A fines de supervivencia es importante aprender a seguir reglas sin
mucho testeo y explicación. Por ejemplo, los padres no siempre tienen el tiempo de explicar a
sus hijos por qué deberían evitar vidrios rotos, o ir a la calle, o caminar con cuidado si el piso
está mojado”(Villatte, Villatte, & Hayes, 2016, p.42)
Las conductas pueden pasar de ser tracking a pliance y a la inversa:
“Las reglas pueden ser seguidas por tracking al principio, pero terminar alentando pliance.
Imagina que has decidido probar restaurantes por vos mismo en lugar de leer reseñas.
Tomaría algún tiempo, pero eventualmente encontrarías los mejores lugares utilizando este
método. Entonces, probablemente te dirías algo como “este es un buen lugar, tengo que volver
aquí”. Quizá compartas esta regla con otros, orgulloso de tu buen criterio. Inicialmente, lo que
mantiene el seguir la regla puede ser el conseguir buena comida a buen precio (tracking);
seguir esa regla puede gradualmente ser sostenida no por la calidad de la comida sino por lo
“correcto” de quien hace la regla, que serías…vos! Cuando eso sucede, incluso si la calidad de
la comida ha declinado, quizá continúes siguiendo tu regla y dándosela a otros. (…) Estar en lo
“correcto” puede de hecho hacer que sigas yendo a ciertos restaurantes porque alguna vez
dijiste que eran buenos, no porque aún lo sean. (…) Este caso, tracking se ha convertido en
pliance.” (id.ant.)
Sin embargo, hay problemas clínicos que se asocian con las conductas gobernadas por reglas,
y si aún no se han dormido vale la pena que les demos una mirada.
Reglas en clínica

Las reglas son útiles para organizar la conducta y actuar de manera más eficaz. Las reglas
pueden especificar consecuencias lejanas en el tiempo, lo cual permite poner la acción al
servicio de eventos que quizá no sucedan sino hasta dentro de años: “Si comienzan a pagar la
jubilación hoy, podrán empezar a cobrar dinero a partir de los 60/65 años”. También pueden
tratarse de consecuencias remotas en el espacio (“si van a París no olviden visitar
Montmartre”), o incluso de consecuencias abstractas (“all we are saying, is give peace a
chance”). El control verbal de la conducta permite liberarnos de lo experiencia inmediata.
Pero hay un problema. En cierto modo, seguir una regla requiere que “olvidemos” una parte del
contexto. Si les están explicando cómo conducir un auto, primero tienen que prestarle atención
a los pedales, al volante, a la palanca de cambios, y pasar por alto, digamos, los botones de la
radio, el aire acondicionado, o las luces.

Para decirlo con más precisión: la conducta gobernada por reglas es relativamente insensible
al contexto. Esto permite que las conductas gobernadas por reglas puedan ser
extraordinariamente persistentes. Por ejemplo el conocido “último teorema de Fermat” fue
formulado en 1637, y generaciones de matemáticos intentaron demostrarlo hasta que Andrew
Wiles lo consiguió –en 1995: alguien dijo “esto se puede resolver” y decenas de personas
siguieron esa regla durante siglos.
El seguimiento de reglas puede pasar por encima del aprendizaje por experiencia directa
(Torneke, Luciano, & Salas, 2008), aun cuando esto resulte poco útil o incluso dañino. Una
buena parte de los problemas psicológicos pueden ser entendidos como problemas derivados
de las conductas gobernadas por reglas y la insensibilidad que estas conductas tienen hacia el
contexto ampliado.

Específicamente, nos topamos con estos problemas:

Problemas con pliance

“La persona que continuamente busca reforzadores y evita castigos por medio de complacer a
otros, i.e. una persona que está controlada por consecuencias socialmente mediadas, tendrá
problemas para contactar otras consecuencias reforzantes y/o aversivas”(Torneke et al., 2008,
p.148).

Este tipo de problemas con pliance lo vemos con frecuencia bajo esta forma por ejemplo “tengo
que hacer X (o no hacer X), para que las personas me quieran (o que no se alejen)” –suele
aparecer con mucha fuerza en la adolescencia el “tengo que tener X producto para ser
aceptado”, lo cual suele ser entusiastamente aprovechado por algunas empresas.

Por supuesto que lo que describe la regla puede ser efectivamente así -la conducta de “entrar
borracho cabalgando un pony –también borracho– a la boda de mi amigo”, efectivamente
puede hacer que sus amigos se alejen de ustedes, pero en el caso de pliance, lo que importa
es la adherencia a la regla en sí, sin importar otras contingencias. Las cosas en pliance se
hacen porque sí, digamos.
El problema es este: si están leyendo este artículo “para ser inteligente y que la gente me
admire” (lo cual obviamente sucederá), probablemente no estén muy conectados con los
contenidos del texto. Ingratos. O si tienen una cita y están más preocupados por parecer
sofisticados y cool que por conectar con la otra persona, la cita puede terminar sintiéndose
vacía e impersonal. El pliance generalizado evita que contactemos la experiencia real porque
nos orienta más hacia lo que dirán los demás que a lo que pasa en el mundo.
Este aspecto de pliance es lo que Albert Ellis describe como las creencias irracionales, los
“debería” o “tengo que” –i.e. “debo hacer las cosas bien y ganar la aprobación de otros”,
aquellas creencias dogmáticas o absolutas que interfieren con los objetivos vitales (Ellis &
Dryden, 1997). De paso, noten la diferencia conceptual, en ambos casos estamos hablando de
reglas, pero Ellis las define más bien por su contenido (si son racionales o no), mientras que
nosotros no consideramos su contenido ni su racionalidad, sino que las estamos abordando
más bien por la historia de aprendizaje involucrada; en términos de tratamiento, Ellis propondrá
modificar el contenido de esas creencias, nosotros trataremos de reforzar la emisión de
conductas alternativas (i.e. trackings más funcionales).
Problemas con tracking

La especificación de eventos y sus relaciones que se produce en tracking puede ser


problemático de varias maneras:

1. Cuando se aplica a contextos en los que no hay control verbal: “tengo que controlar las
palpitaciones” (digamos, en ansiedad), es un tracking problemático porque no hay manera
de ejercer control voluntario sobre el corazón, por lo cual la única forma de “controlar” las
palpitaciones es por medio de conductas de evitación que pueden volverse problemáticas
(evitar ejercitarse, no mirar películas de terror, evitar el café, las situaciones de
amontonamiento, etc.)
2. Cuando la regla que se sigue es relativamente insensible: “tengo que irme de la situación
para sentirme mejor”, (pensemos en ansiedad social) por ejemplo, efectivamente puede
llevar a sentirse mejor a corto plazo, pero se pueden perder de vista los costos vitales que
esas conductas tuvieren.
Problemas con augmenting

Augmenting puede ser problemático, por ejemplo, cuando “aumenta” el valor de refuerzo de
seguir alguna regla poco útil (pliance o tracking): “cuando tomo alcohol el malestar se va, y si
logro controlar el malestar voy a poder volver a vivir mi vida”. Digamos, en estos
casos augmenting le echa leña al fuego.
Este es el motivo por el cual en Entrevista Motivacional se recomienda enérgicamente no
indagar los motivos para no cambiar (“¿por qué no dejás de fumar?”), sino los motivos para
cambiar (“¿por qué dejarías de fumar?”), ya que en el primer caso lo que se está haciendo es
pedirle a la persona que genere consecuencias deseables para seguir fumando (“no dejo de
fumar porque me calma la ansiedad y me ayuda a socializar”), mientras que en el segundo
caso le pedimos que contacte consecuencias deseables para dejar de fumar (“dejaría de fumar
para tener mejor salud y así estar mejor para mis seres queridos”)
El trabajo clínico

Desde esta perspectiva, podemos pensar el trabajo clínico en ACT (y en otros varios modelos
clínicos, en realidad), como comprendiendo algunos de estos procesos vinculados a conductas
gobernadas por reglas:

 Exponer las conductas de seguir reglas en tanto tales, con sus problemas y limitaciones
(lo que entraría en defusión y yo-como-contexto, por ejemplo)
 Socavar el pliance generalizado y destructivo y los trackings perjudiciales (id.)
 Ayudar a generar trackings funcionales y reorientar a los efectos de la conducta
(aceptación, contacto con el presente, exposición)
 Aumentar el contacto con la experiencia directa (contacto con el presente, aceptación,
acción comprometida)
 Generar augmenting para las conductas vitales deseadas (valores, acción comprometida)
Hay muchos otros objetivos clínicos que podríamos agregar, algunos más amplios, algunos
más detallados, pero tan solo queríamos aquí exponer un panorama general. En el artículo de
Törneke y colaboradores, o en el libro de Villatte y colaboradores que están en las referencias
pueden tener un panorama más detallado de todo esto.

Como notarán, pensar los procesos psicopatológicos y la terapia de esta manera nos
independiza de las técnicas específicas a utilizar y amplía nuestro rango de posibilidades para
intervenir clínicamente. Las ideas al respecto de los buenos clínicos en la psicología pueden
ser utilizadas al servicio de este trabajo con las conductas gobernadas por reglas: el trabajo de
los cognitivos con creencias; el análisis en cadena y costos de DBT; las ideas sobre
conversación de entrevista motivacional; el trabajo con emociones en las psicodinámicas; el
contacto con la experiencia en los modelos humanistas; las paradojas sistémicas; la
deconstrucción en terapia narrativa; las prácticas de meditación; las reglas sobre reglas de
meta-cognitiva; la acción hacia valores de activación conductual; y un larguísimo etcétera. Más
allá de los recursos técnicos, de lo que estamos hablando es de las formas de impactar los
procesos psicológicos que se vinculan con cómo las palabras afectan las acciones de las
personas.

La otra gran ventaja es que pensarlo de esta manera nos permite trabajar más allá de
“trastornos mentales” definidos topográficamente, enfocándonos en todo tipo de ámbitos vitales
en los cuales la regulación verbal ejerza un efecto perjudicial para el consultante.

Espero que les haya servido el artículo, mi más sentido pésame por llegar hasta aquí. Piensen
y cuestionen, ¡nos leemos la próxima!

PD: como me quedó sonando el tema de Catupecu que mencionamos más arriba, les dejo esto
del mismo disco para que arranquen el finde moviendo la cabeza.

¿Qué habilidades se necesitan para adquirir habilidades?

No es un koan. Lo cierto es que vamos a hablar un poco sobre algunos principios que,
considerados a la vez, pueden asistirte en desarrollar y generalizar nuevas conductas. Bien
utilizados, también serán de utilidad para disminuir –inhibir o extinguir-conductas que no
deseas tener. Lo que llamamos habilidades, son, en su nivel más básico, conductas. Adquirir
habilidades implica desarrollar conductas nuevas.

¿Necesitamos habilidades para adquirir conductas nuevas? La respuesta es sí. Más aún, sin
esas habilidades difícilmente podamos desarrollar las otras, de modo que son de máxima
relevancia.

Estos principios considerados en conjunto llevan el nombre de habilidades de auto-


gestión (Linehan, 1993) –la palabra “gestión” no nos encanta, pero es bastante adecuada en
este punto-. Podemos definirlas en conjunto como habilidades para manejar el propio
comportamiento. Sí, al menos una vez al año necesitamos dejar de insistir en que cambien los
demás.
A medida que practiques y aprendas algunas de estas habilidades, es posible que cambie tu
teoría sobre qué hace que las personas –o sea, vos- mantengan o cambien su conducta. De
hecho nuestras hipótesis sobre qué cosas hacen que hagamos o dejemos de hacer algo, nos
llevaran a armar planes de cambio conductual de manera acorde con esas hipótesis. Si yo
sostengo una regla que dice que “hablando la gente se entiende”, es probable que cuando no
pueda entenderme con alguien, insista con hablar, aun cuando vea que no da resultado a
pesar de estar intentándolo desde 1995. También es probable que en cada comienzo de año
me arme una lista de nuevas conductas que quiero incluir en mi rutina, dándome cuanta a
mediados de diciembre del año siguiente que no lo logré “porque no le puse voluntad”. Tiene
sentido que si yo creo que las personas cambian a fuerza de voluntad, intente aumentar eso,
que no sabemos bien del todo de qué se trata ni cómo cornos podríamos manipularla
(aumentarla y disminuirla “a voluntad”).

Entonces, lo que vamos a compartir acá no es otra cosa que una hipótesis más sobre cómo se
comportan y cambian las personas. Esta hipótesis es simple: el ambiente es importante (nos
moderamos, como podrán apreciar). Los que siguen no son más que métodos para poner al
ambiente de nuestro lado o a nuestro favor, como prefieran. Porque es sabido que ir en contra
o a pesar del ambiente lleva al fracaso de cualquier plan, por más sesudo que sea.
Les presentamos a continuación las habilidades de auto-gestión, pueden servirse a gusto.

Conocé los Principios de Cambio conductual

Sí, casi que estamos hablando de estudiar. Conocer los principios del reforzamiento, castigo,
moldeamiento, extinción, etc. te va a ayudar para que no te apoyes en la teoría del cambio
conductual “heroico” o en la de “vos porque tenés talento”. Querer aumentar muchas conductas
a la vez o dejar hábitos que no te gustan pensando que podés lograrlo de una vez y para
siempre sólo puede llevarte al fracaso, lo cual puede a su vez fortalecer algunas auto-
definiciones del yo como “soy vaga” o “no tengo hagallas”. Conocé los factores que influencian
la conducta, ese es el primer paso.

Proponete metas realistas

Sí, a nosotros tampoco nos gusta la idea, pero parece que no hay otra manera. Estuvimos 13
años sin hacer deportes pero estamos planificando empezar el primer día de enero con pilates,
salir a correr, yoga, natación y 20 minutos diarios de ejercicios que vimos en un video en
youtube que está buenísimo. Parecía que lo que es menos que la perfección no vale la pena. A
mediados de enero como no pudimos hacer todo, entonces nos parece que es mejor no hacer
nada.

Proponerse metas realistas implica pensar en pequeños pasos. No tiene que ver con la meta
en sí, que perfectamente podría ser conquistar el universo. Tiene que ver con cómo puedo
alcanzar esa meta. Si la meta se conecta con cosas que realmente te importan, tenés una
ventaja. Pensalo de este modo: ¿cuál es el paso más pequeño que puedo dar hoy/esta
semana en dirección a mi meta?. Planificá ese pequeño paso.

Usá a tu favor las contingencias

Armá tu propio plan de contingencias, es decir, diseñá qué consecuencias vas a darte cuando
realices un comportamiento deseado y cuales no vas a darte cuando no lo realices. Sí, esto
probablemente va a implicar que dejes tu capítulo de la serie de Netflix para ver sólo después
de que hayas realizado esa otra conducta que querés aumentar. Algunas personas pueden
tener dificultades para esto, en especial cuando piensan que lo necesitan. Grave error. No se
trata de merecer o no merecer esas consecuencias, se trata de lo que funciona. Intentá incluir
consecuencias no punitivas en tu plan; rara vez funcionan a largo plazo. Administrá las
consecuencias reforzantes para que operen a tu favor: no comas el postre antes de la
espinaca.

Utilizá estrategias de control ambiental

Si querés fracasar en tus planes de cambio conductual, te presentamos la mejor regla del
mundo: “las personas pueden funcionar independientemente del ambiente”. Casi es como
sostener que podemos trabajar en la computadora con el Facebook (o la red social de tu
preferencia) abierto, sin entrar a mirar, porque somos una especie de She-Ra contra el
universo. Quizá pensamos también que podemos leer “un solo capitulo” de eso, o que sólo
“dormiremos una siesta muy breve antes de ponernos a trabajar” o cualquier otra conducta de
nuestra lista de deseos. Es una regla muy efectiva para ayudarnos a tener en casa eso que
decidimos ya no consumir, porque nada es más fuerte que la decisión que tomamos (aunque
sucumbamos una y otra vez). Es más, a veces incluso creemos que tener cerca algo de lo cual
nos queremos alejar nos va a “fortalecer”.
Controlar el ambiente muchas veces es visto como un reconocimiento de fragilidad. Si en lugar
de manejarnos en ese eje (fuerte-débil) nos manejamos en el eje de “qué me ayuda-qué no me
ayuda” tenemos un gran terreno ganado. Controlar el ambiente para alcanzar metas
conductuales es crucial e involucra el uso del estrechamiento estimular (desconectá internet
cuando quieras trabajar, por ejemplo) y la evitación de estímulos (no trabajar en la cama/ no ir
a ese lugar en donde hay más probabilidades de tener una conducta indeseada). En definitiva
poné el ambiente a tu favor, alterá todo lo que puedas y necesites alterar para aumentar las
chances de que tu conducta deseada suceda y de que tu conducta no deseada no suceda.

Planificá para las recaídas

Esto implica que las recaídas van a ocurrir. Llamamos recaídas al resurgimiento de patrones
conductuales que han disminuido como resultado de ciertos esfuerzos estructurados de tu
parte. Puede referirse a cualquier conducta que no querés tener, por las razones que sean.
Asumir que no habrá recaídas no te prepara para cuando sucedan y es posible que respondas
a cualquier recaída o pequeño fracaso abandonando todo el plan. Utilizando algunas de las
habilidades mencionadas antes podes modificar tu ambiente para reducir su probabilidad. Sin
embargo, no olvides armar un plan para cuando una recaída suceda: incluí practicar
habilidades de no juzgar (o de observar juicios), de autocompasión (ya que juzgarte duramente
no ayudará) y planificá formas de mitigar los efectos negativos de la recaída para poder
volverte a poner en carrera lo antes posible.

Tolerá el progreso limitado

Esto implica en cierto sentido poder tolerar sentir cierto malestar. Los cambios conductuales
requieren que puedas aplicar el método “persevera y triunfarás”. Los resultados pueden
demorar en aparecer y es importante ser paciente. Expectativas de cambio instantáneo son
enemigas del compromiso hacia el cambio. Cuando remodelás tu casa, tenés que tolerar el
ruido, el polvillo y los ambientes desordenados para luego verla renovada y mejor.

Si sos terapeuta, es posible que parte de tu trabajo consista en ayudar a las personas que
consultan a cambiar algunos de sus comportamientos (nos moderamos nuevamente aquí).
Otro modo de decirlo es: ayudar a las personas a adquirir nuevas habilidades. Trabajar para
aumentar sus habilidades de auto-gestión es muy relevante para que puedan adquirir otros
recursos que necesitan para mejorar. Ayudá a tus pacientes a conocer los principios del
mantenimiento y cambio conductual, a controlar su ambiente de modo que facilite conductas
deseadas, a proponerse pequeños pasos realizables, a armar su propio plan de contingencias,
a aceptar la recaída en viejos patrones de conducta y a tolerar el malestar que el proceso
implica.

Tres preguntas para la primera sesión

Uno de mis modelos favoritos -y de los más difíciles de manejar, al menos para mí- es
Entrevista Motivacional (EM; Miller & Rollnick, 2013). En caso de que no estén familiarizados
con el modelo, pueden leer este resumen que publicamos hace un tiempo, pero a fines de este
artículo, baste con decir que es un abordaje conversacional para fomentar el cambio
conductual por medio de explorar y resolver ambivalencias.
Debido a esto, se trata de un modelo principalmente centrado en el cómo de la terapia, más
que en el qué. Por esto podemos agruparlo con otros modelos y prácticas basadas en
evidencia que se enfocan más en el proceso que en el contenido de la terapia –por ejemplo,
la implementación de niveles de validación en DBT, en Psicoterapia Funcional Analítica, o en
el enfoque de RFT aplicado a la conversación clínica, por nombrar sólo algunos.
EM presta particular atención a la motivación y a la resistencia, con una actitud abierta y no
confrontativa, ayudando al paciente a explorar la ambivalencia para aumentar la disposición al
cambio. Parte de este repertorio involucra la exploración de la disposición inicial del paciente
que empieza terapia, y es sobre esto que se trata el artículo de hoy.

Tomaremos algunas preguntas de EM que se utilizan para indagar respecto al nivel de


motivación del paciente (estoy hablando aquí de motivación en sentido clínico, no técnico),
para explorar dudas, reparos, y posibles factores de resistencia al cambio (cuando digamos
“resistencia” estaremos usando este sentido del término, no el psicodinámico), que hemos
extraído de Westra (2012).

Se trata de preguntas –o más bien, áreas de indagación– que pueden ser utilizadas por
terapeutas que trabajen con cualquier modelo basado en evidencia, y pueden resultar útiles
especialmente antes de la introducción de contenidos o procedimientos específicos, por
ejemplo, durante la primera sesión.
Por supuesto, las preguntas no tienen que formularse exactamente tal como las presentamos
aquí, ni tampoco tienen que ser propinadas una detrás de otra como puñalada de manco. Son
más bien recursos o áreas de indagación, que pueden ser formuladas en los términos y
momentos que les resulten más útiles y que mejor se ajusten a la situación terapéutica.
Mientras las lean, imaginen que tienen a una paciente delante y díganlas en voz alta, noten
como se sienten con la formulación, y adáptenlas, entiendan lo que están tratando de preguntar
más que el formato.

Las preguntas

1. Las personas con frecuencia tienen sentimientos fuertes respecto a empezar


terapia, y a veces incluso pueden ser sentimientos encontrados. ¿Cómo te sentís
respecto a estar aquí hoy?
Esta es una buena línea de indagación para abrir una primera sesión. En primer lugar,
manifiesta interés en la experiencia de la paciente, al tiempo que valida cualquier reparo o
sentimiento negativo que la paciente pudiera tener hacia la terapia. En segundo lugar, indica
que la terapeuta está dispuesta a recibir reticencias y reparos respecto al tratamiento.

Indagar de esta manera es indagar sobre el proceso terapéutico, en lugar de indagar


directamente sobre el motivo de consulta. Las respuestas positivas frente a esta indagación
proporcionan información sobre la motivación de la paciente.

Las respuestas negativas o ambivalentes, por otro lado, proporcionan una oportunidad de
explorar lo que significa estar en sesión para la paciente y validar sus dificultades: ¿cuáles son
esas dificultades o reparos –y cuáles son los motivos por los cuales aún en presencia de las
mismas ha venido a la sesión? ¿Qué es lo que vale la pena tanto como para estar en sesión?
(y consideren que en esta etapa es preferible explorar y escuchar antes que intervenir de
manera más activa).

2. A menudo las personas tienen preferencias o ideas específicas sobre cómo debería
ser la terapia. Si trabajáramos bien juntas, ¿qué veríamos en las sesiones, qué
estaríamos haciendo, que estaría pasando durante nuestras sesiones?
Nos encanta decir que hay que ajustar el tratamiento al paciente –lo que es un poco menos
frecuente es encontrar quién diga cómo carajo hacer eso en la práctica. Esta forma de indagar
proporciona una posible vía para indagar qué tipo de tratamiento está esperando la paciente,
con foco en qué asuntos.
Esta pregunta puede incluir la indagación de estrategias y modos de terapia que no han
funcionado, y es importante que en este punto la terapeuta pueda ser honesta respecto a lo
que puede o no ofrecer, tanto en términos técnicos como personales. Un par de veces he
recibido pacientes buscando un terapeuta que se limite a escuchar y proporcionar comentarios
y sugerencias sobre sus vicisitudes semanales, algo para lo cual soy horriblemente inepto, y
dado que no pudimos acordar objetivos y modos de trabajo compartidos, pudimos acordar una
derivación a otros terapeutas (cosa nada difícil en Buenos Aires, en donde al sacudir un árbol
caen diez psicólogos).

3. ¿Cuáles son tus dudas o reparos respecto a la terapia?


Algunos pacientes explicitan sus objeciones respecto a la terapia desde el inicio, pero para
otros esto puede ser más difícil, les puede resultar difícil sentir que están cuestionando a un
profesional de buenas a primeras, por lo cual es una buena práctica darles explícitamente la
oportunidad de expresar reparos que pueden convertirse en obstáculos para la terapia más
adelante.

Cerrando

Con cualquiera de las tres preguntas, es importante que la terapeuta pueda mantenerse abierta
y no defensiva frente a las dudas o reparos de la paciente. Si su respuesta frente a un
enunciado como “creo que sos demasiado joven como para ayudarme” es mostrarle el
certificado del último curso que hicieron que dice que son la terapeuta más certificada y
validada de todo el universo (los certificados que damos en Grupo ACT dicen exactamente eso,
dicho sea de paso), están errando el punto. Si interpretan en términos personales, si se ponen
prejuiciosos, si les dicen “que te recontra”, lo mismo.
El punto es que es válido tener dudas respecto a si la terapia será de ayuda o no, y para los
pacientes, esto puede implicar tempranamente que la terapia es un espacio en el cual pueden
expresar lo que sienten y piensan, aun cuando sean objeciones contra la terapia o la terapeuta.
Por eso, sea cual sea la respuesta de la paciente, es una buena idea validarla (vean nuestro
artículo sobre niveles de validación en DBT), y explorar un poco más. Puede ser una buena
manera de generar un buen acuerdo de trabajo, y empezar la terapia con el pie derecho.

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