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MIRÉ LOS MUROS DE LA

PATRIA MÍA, ETC

CGO
LA PALABRA
ESPAÑA
I

ENCAMINO
MEDIDA

Mientras leemos manuales de retórica española


hay un grito que se desploma sobre el mar
aunque aquí estemos muy lejos de las costas
y haya que reemplazar el horizonte
con la frontera canadiense. Arena,
sin embargo, hay, y los encabalgamientos
están a la orden del día
con tal de llegar a alguna
parte. A Ashtabula, por dar
un ejemplo, uno no se demora
más de cuarenta y cinco minutos.
Salir, sin embargo, te puede llevar

toda la vida si pronuncias una palabra


en español y algún policía
cuyo equipo haya perdido el fin

de semana, cuya mujer


haya engordado lo suficiente

como para trabajar dos turnos seguidos


sin quejarse.
EL BARRIO DE LOS SIKHS

Todo el mundo habla un inglés que me resulta extraño.


El mío les resultará incomprensible a ellos. Todo el mundo
observa obnubilado la pantalla donde los croatas terminarán
venciendo a los rusos. La pizzería está llena de gente
observando al mismo tiempo sus teléfonos. Los padres
cargan a los bebés para que las madres terminen el almuerzo.
Las abuelas lucen un sari que uno mismo quisiera ponerse
para que nadie nos pregunte de dónde venimos.
Ni adónde vamos. La mitad del restaurant está con los rusos.
La otra mitad se divide entre los que apoyan a los croatas
y aquellos que no han levantado los ojos de la mesa.

Después estamos nosotros

que hablamos español con un acento inconfundible


y estamos obligados a hacernos entender
pronunciando cada p-a-l-a-b-r-a

de acuerdo a una norma que nadie conoce


pero a la que todos dicen ajustarse
como si fuera una ley no escrita

que algunos llevan grabada en la frente


y otros en la forma de vestirnos.
II

LA PALABRA
ESPAÑA
A GIOVANNI COLLAZOS

Lavapiés de noche es como Lavapiés de día.


A toda hora la policía municipal está acosando
inmigrantes. Y el lenguaje sufre las consecuencias.
La zona se llama así porque los pastores, antaño,
llegaban con sus rebaños a esta zona y podían
limpiarse en las fuentes de agua que habían aquí.
No alcanzo a recordar en cuál de todas las ceremonias
de la iglesia, los curas tienen que lavarte los pies.
Alguna vez me saqué los zapatos delante de todos
los feligreses. Y me estamparon un beso donde antes
hubo agua. Que escriba en primera persona no quiere decir
que me haya ocurrido o no me haya ocurrido. El aprendizaje
de la limpieza le podría ocurrir a cualquiera que esté dispuesto
a quitarse los zapatos delante de gente que carga un crucifijo.
No hay donde esconderse. Donde vayas las abluciones
te estarán aunque no quieras esperando.
GLEBA

En este pueblo he sido feliz.


Aunque ubicarlo en el mapa

ofrezca tanto trabajo como dormir


en esas noches de calor donde sólo

se puede conciliar el sueño de la mano


de una mujer que tenga los ojos cerrados

para que yo sea un anciano y ella una bella durmiente.


En este pueblo donde hay más bares que iglesias.

Y más peluquerías que hombres delante de una barra


observando con devoción un partido de fútbol

del cual depende el sabor de la próxima copa.


Donde los puentes han sido reconstruidos

cada vez que un bando se toma la ciudad


y la declara nuevamente liberada. Y después:

el puente, los escombros, el fin del yugo, etc.


Alguna vez la vida dependió de que sonaran las campanas:

yo he sido feliz escuchándolas. Yo he sido feliz escuchándolas


viendo pasar a los payeses felices de pagar esa remensa

porque las campanas les permiten el salir


de esa tierra que les pide pero nunca les devuelve. El predio

es tu señor hasta que el pobre decida lo contrario.


Y se organicen. En este pueblo donde las murallas

son mucho más antiguas que la ciudad, no hay


un centímetro que no esté rodeado por ellas.

El río es una muralla que la atraviesa


para que podamos ser felices.
Pareciera que se combate para reconstruir los puentes.
Y recoger los escombros. Y liberar los yugos. Etc.

Todas las batallas me esperan en la próxima metáfora.

Los derechos de los trabajadores no existen


si para defenderlos hay que sacrificar la virginidad

de las vestales que marchan a pecho descubierto.


Si para que unos tengan libre el fin de semana

otros tienen que asistir a un colegio de curas


donde los cantos de Maldoror eran el pan

de cada día. Todas las tiendas están cerrando


en el centro de esta ciudad. Yo recogí

los escombros y tracé los planos del puente.


La remoción del yugo de nuestras cervices

depende de qué tan largo sea el etcétera


que siempre viene a continuación:
UNA ESTACIÓN DE BUSES EN CUALQUIER
LUGAR DE ESPAÑA

Un señuelo para ver si pican.


El pescador se puede pasar horas

(días si las contamos juntas)


a la espera de alguna señal.

Los ve pasar delante suyo


y piensa que ya están casi

listos. Sabe, en su interior,


que algo va a ocurrir, no está

del todo seguro si van a picar


con fuerza como para recoger

la liza a todo lo que den sus brazos


o si tendrá que ser paciente

hasta que el anzuelo esté en lo más


profundo. Ya ha pasado por lo mismo

y la decisión es el instinto. La piel


es la que manda. Ni tiene una idea

muy clara del tamaño de los están


nadando. Sabe, claro, cómo son

los peces de este río. Sabe la época


del año en que ya están gordos.

Deja vagar la mente y sigue atento.


Mira a la distancia sin sacarle

la vista al agua. En ese momento


llega un bus y se bajan todos

los pasajeros.

Es la hora.
PATRÓN

La ermita de Saturio cuelga de una roca.


Las casas de Valparaíso lo hacen de un cerro.
Los extraños frutos del sur de Estados Unidos

de una soga amarrada a la rama más gruesa


de un árbol: The Branch Will Not Break.
Se entra por un hueco en esa roca,

un orificio sagrado donde el eremita


descansaba, hace más de mil años,
del mundanal ruido. Cuando alargar

el día era función de las velas. Y llegar


del campo a la ciudad era un viaje
de horas en carreta, tirada por

esos bueyes bajo el yugo que los mantendría


unidos desde el vientre de su madre.
Allí pasó los últimos treinta y seis

años de su vida, después de desprenderse


de todos sus bienes materiales (un par
de chacras bien delimitadas por

la corona, algunos sestercios


acumulados bajo el lino
de su almohada. Allí

también encontró la tumba.


No hay que pagar entrada
para ir a verlo. El costo

son las escaleras, los kilómetros


caminados para bajar el colesterol,
las carreteras de ida y vuelta

donde las ovejas siguen pastando


condenadas a ser españolas:
a dar leche bajo el sol

sólo para que nosotros las veamos.


UNA SENSIBILIDAD MASCULINA

El río está allí para que alguien eche su manto encima


y el obispo de Tarazona pueda cruzarlo
sin ser devorado por los peces

que lo único que saben hacer


es mantenerse a la espera de una presa, el tiempo,
de ser posible, que suele pasar por la orilla

a la sombra de los sauces que crecen como juncos


bebiendo de lo único que permanece.
Los remeros se preparan

para obtener alguna presea en otro país que los premie


por haberse dirigido contra el viento. Los homosexuales
y los padres de familia que quieren escapar de su familia

pasean las mascotas amarrados a una correa: la pista de baile


la acaparan los acorralados danzantes que no han salido
del sur por su propia voluntad y un imitador de Pablo

Neruda remece las paredes con ese tono nasal


parecido a una molotov arrojada por alguno
de esos encapuchados pertenecientes

a las filas de carabineros. El río está allí


para que no podamos hablar de él.
Para tenerlo como una excusa.

Permanente.
LA TUMBA DE LEONOR

Tuve que llegar hasta aquí, a los pies de una despedida


para darme cuenta de todo lo que me costaría volver.
Reflexiones a los pies de una tumba lo hace cualquiera.
Que te aplaudan la cara es otra cosa. Piensa, por ejemplo,
en el lecho mortuorio de tu padre, allí aparecerán las musas
vestidas de las tías solteronas que no tuviste, de los abuelos
inmortales que engendraron una raza de esquizofrénicos
e inútiles, dispuestos a todo con tal de permanecer en la clase
media. Por eso, aquí, uno sólo puede reconocer 1) la belleza
del paisaje y 2) el hermetismo de los chopos. Llegar hasta
un pueblo muerto por su propio peso, con las ruinas
dedicadas al turismo y el románico a la veneración
de un dios sedente con el niño en brazos en el tímpano
de la iglesia. Llegar hasta el mármol de una despedida.
Para saber que no te miran en menos. Para saber que no
te miran. La bien ganada invisibilidad se produce
al momento de cruzar esa frontera. El pontazgo
es un impuesto para poder atravesar esas murallas.
Volver es un mural de la brigada Ramona Parra.
Una carretera que ahora cruza por el medio de la ciudad.
Y un mapa del tesoro que dice Pasaje Pimiento 863,
comuna de La Florida, 80 metros cuadrados
y tres dormitorios aunque sólo necesitáramos
dos: el pasto salió con la primera lluvia.
Sobre la tumba descansa otra flor.
ANÁDROMAS

Pediatras que van a cuidar a esos niños


que no tienen. Las playas del tercer
mundo las reciben con los brazos

abiertos, truchas vagabundas


que van nadando contra
la corriente, asalmonadas

se alimentan de cucarachas
e invertebrados, pero las más
grandes depredan a otros peces.

Jamás las he visto con maquillaje.


El delantal blanco las reviste.
El estetoscopio las rodea.

La ictiología las define para no tener


que recordarlas. Desovan en agua
dulce para después volver al mar:

en el río encuentran su nobleza.


En alta mar parecen otra especie.
Si esto es lo que llaman una metáfora.

Alguien tendría que aprender una lección.


La moraleja sin embargo está en el agua.
Caudaloso está aprendiendo

sobre una página en calma a estar en blanco.


POEMA PARA QUE MI AMIGO SE MEJORE

Aquí, lejos de casa, dicen que hace muy bien


comer pollo al ajillo los días de romero.
También he escuchado, parando la oreja

en conversaciones en las que era impertinente


hacerlo, sobre las bondades del tomillo machacado
esparcido sobre cordero con jugo de limón:

hablo de oídas, yo mucho no sé de estas cosas


pero los remedios caseros de mi madre
fungían maravillas si uno lograba quedarse

en su propia casa. Esto es así, Deivid: primero


los perros comienzan a acompañarte en el patio,
después te siguen hasta el comedor de la casa

luego no te das cuenta cuando estás escribiendo


con ellos echados a tus pies como si quisieran
recordarte que por mucho tiempo que pases

en tu oficina siempre tendrás que sacarlos a pasear.


Por eso ahora levántate/mejórate, deja esos
tubos de los que gotea un emplasto que nadie

ha sabido decirte lo que es, ponles la correa


o incluso mejor déjalos correr por los pasillos
de esta clínica como si estuvieran en un locus

amoenus y tú las ovejas estuvieras pastoreando


en un prado iluminado por el sol y un árbol
pasa junto al río: no hay lobos por ahora

que aguarden al acecho. Perejil con miel,


gárgaras para escupir sobre la tumba
de aquellos que todavía no están muertos:

poesía para ponerte de pie, espasmos


para sacudirte del cuerpo la cesantía.
Las moscas no vuelan a tu alrededor.
Las polillas sí lo hacen. Alrededor de la lámpara
bajo la cual te están interrogando, bajo la cual
tú sigues impertérrito leyendo.
LOS ESTUDIANTES DE POSTGRADO DE LAS UNIVERSIDADES
MÁS PRESTIGIOSAS

En el jardín de las delicias, en un jardín secreto


y en las librerías de Lavapiés, todavía es posible
encontrar las obras completas de Rubén Darío

bajo ejemplares de una antología de la poesía leonesa


acumulando polvo sobre la figura de un hombre
en la montaña que aparece en la cubierta. Los días

impajaritablemente de sol, no guardan ninguna


relación con el tiempo ni los guardias que recorren
este barrio con los muros de la patria mía, etc.

Los ghaneses llevan un traje blanco y un sombrero


que son la envidia de ecuatorianos y argentinos.
El filipino que atiende en el mesón nos ofrece

ejemplares de La Divina Comedia que según él


pertenecieran a un profesor de la Complutense
que tuvo que venderlo todo a precio de huevo

después de que las ninfas lo denunciaran por perderse


con ellas en el bosque. El partido que todos están
observando tiene lugar en esos territorios que todavía

están disputa de acuerdo a lo que gritan enfervorizados


los vendedores de bulas papales a la salida de las iglesias.
La ermita de Saturio no está muy lejos, pero nadie

es capaz aquí de arrojar su manto sobre el río


para que el obispo de Tarazona pueda acercarse
hasta la cueva donde estamos escribiendo/un suspiro

que nos haga recuperar nuestro amor por el románico


tardío, un engendro que nos aleje de las cláusulas
adverbiales y nos tienda rendidos en los brazos

de una escultura de Marta Colvin. Mientras tanto,


los estudiantes de postgrado de las universidades más
prestigiosas cuidarán de nuestros peces en su pecera,
se encargarán de mantener la luz prendida para que puedan
orientarse y comprarán el tipo de comida que les dejamos
por escrito para que el tanque siga siendo el universo

resumido en el coral y el artificio: que después el lenguaje


no pueda seguir siendo lo que es no es culpa de los libreros
de este barrio ni de los miembros de una tribu de Senegal

que son la presa preferida de los policías municipales.


La estación del metro no ha dado su brazo a partir.
Los juegos infantiles se encuentran en la plaza

es la mejor manera de decir que los juegos infantiles


se encuentran ubicados en la plaza de Lavapiés
donde las obras completas de Rubén Darío

no son los únicos culpables.


CONVERSACIÓN EN UN PERUANO

Lo que hay que entender es que la dictadura de Velasco


no puede convertirse en el Vietnam de Los Andes

(dicho sin levantar los ojos de la mesa.


Porque una vez que visites el Perú
vas a entender primero

1) cómo se distribuyen las casas


de acuerdo a una ley de la oferta
grabada en lo más profundo

de nuestros espíritus barrocos

2) por qué ciertas novelas se escribieron


antes, mucho antes de que sus protagonistas

hubieran terminado de madurar


para hacerse cargo del país.

Toma, por ejemplo, el caso de Dante


Hinostroza: lo tenía todo, la lucidez
para leer en la palma de la mano

de la primera chiquilla que encontrara a la salida


del colegio el futuro de toda una clase social
que se distingue por la forma de llevar

los chalecos amarrados a la cintura.

Y, después de que el camarero

nos ofreciera infusiones que corrían por cuenta


de la casa, no te apures con el pisco pues,

dejarme en claro que todo esto lo decía


porque finalmente había entendido
que los conflictos limítrofes le habían dado la oportunidad
(me refiero, claro, al Perú)

de observarse con cierto pudor a sí mismo, sentado en aquella


mesa donde antes hubiera firmado un libro recién

publicado en las prensas de alguna editorial colonialista.


Porque eso somos pues compadre, le falta decir

no cojudees: estamos hundidos en la misma mierda

que los indios en un cuento de Bryce. Pero a nosotros


no nos salvan ni el oleaje del Pacífico (llevamos
a cuesta conchas recogidas por oficio en cada

una de las playas que somos capaces de recordar


ni las ganas de irnos sin dejarle propina a nadie.

No hay calor sin remordimiento.


Los correctores de estilo también

sudan producto de su trabajo.


Esto no es una amenaza

ni tampoco una advertencia.


Es una plaza llena de turistas en Madrid.

Donde alguna vez la sangre derramada.


Tuvo espectadores y cronistas.

Una noche cerrada como los bares más cercanos.

Hay una estación del metro que se llama


nunca volveremos al lugar donde no teníamos

acento. Otra debiera llevar el nombre


de todos y cada uno de los clientes

que están dispuestos a pagar la cuenta


como una forma de pedirle perdón

a los recién llegados a la costa


que todavía no reciben el adjetivo

que todavía siguen buscando.


Madrid es la última oportunidad
de llevarnos la cuchara hasta la boca
sin declararnos culpables.

El cinturón de seguridad deberá permanecer


amarrado mientras el capitán mantenga la luz

encendida.
(LOS PECES SE MANTIENEN IMPERTÉRRITOS)

España es un problema que deberán resolver


los que estén dispuestos a morir por ella,

es decir

los que ganen menos de 2500 euros al mes

y hayan recibido ese tipo de educación


que se imparte en las aulas del Madrid.

De allí saldrán los que estén dispuestos a bañarse


en la misma tina en que se bañara Jean Paul Marat,

el legista

sabrá advertirle a nuestros héroes


que la herida siempre es interior,

que incluso la peor de las batallas


siempre ha tenido dos bandos

alternándose el número de muertos


de acuerdo al guión que habíamos escrito

para la obra de teatro en nuestra escuela.


Todo está preparado para que escuchemos

los aplausos.

Vamos de a poco sacándonos los tapones

de los oídos.

La obra comienza con el público poniéndose

de pie.

Los peces se mantienen impertérritos.


A LOS ESCLAVOS NUNCA SE LES PAGA TANTO COMO PARA QUE SE
LIBEREN

La negra que atiende en la oficina de Correos


pinta vasos en sus ratos libres y tiene cuatro
hijos cada uno más alto que el otro, conoce

a cada uno de los que vamos a dejar una carta


cuyo destinatario se encuentra a miles de miles
de kilómetros, ubicada o ubicado en un punto

donde el arribo de la misiva contribuye a la economía


familiar de maneras muchas veces insospechadas:
mis padres, por ejemplo, ya ni siquiera las

abren. Los familiares de mi mujer las abren


con desesperación. Los familiares de los blancos
que votaron por Trump lo hacen como si esas tardes

que pasan delante del televisor no tuvieran nada


mejor que hacer que buscar el abre-cartas
que el último de sus hijos que todavía

vive con ellos debe haber guardado


en algún lugar de esa casa construida
en mil novecientos doce: cinco piezas y

tres baños que hoy en día permanecen vacíos


a la espera de que los viejos se mueran
como una forma de cumplir con

su parte del contrato: el hijo llorará


oportunamente para cumplir de corazón
con la suya. Los parientes, recién llegados

desde el otro lado del país traerán las cartas


en sus manos, recién abiertas y todavía
sin leer: orgullosos de pesar más

de ciento cincuenta libras, orgullosos


de caminar por la playa/vigilando
que las olas se mantengan

en su lugar.
VIVIR CERCA DE LOS BARES/
TRABAJAR EN ELLOS/

Veranear, sin embargo, lo más lejos que se pueda.


En Gijón, de ser posible, sirviéndonos
sidra como si fuéramos de aquí

y el arte de no derramar una gota


fuese cuestión de vida o muerte.
Un bus que nos lleve

a algún lugar donde tengamos que abrigarnos.


Sacarnos una foto frente al mar, lucir
la furia de estar vivos, aquí

no podemos ser culpables


del pecado de respirar, nadie nos
puede sacar en cara que estemos abrazados

a pesar de lo que digan los mejores novelistas


del único país donde nacimos (y los más fervorosos
de sus lectores. En Gijón

donde toda la patria es un himno a la patria


tenemos derecho a contemplar
sin pedirle perdón a nadie:

el viento que viene en busca de su única remuneración


te rodea como el paisaje que está a tu espalda.
Fotografiar el mar es un acto de amor.

Fotografiarlo contigo un acto de piedad.

A Nico Said, a Consuelo Bowen


UN POEMA PARA HORACIO WARPOLA

Al fondo de este escenario hay un video.


Ustedes no lo pueden ver porque están
leyendo este poema; en las imágenes

hay ropa tendida en un cordel (como


la poesía popular de antaño); la ropa (
sábanas, fundas de almohada, ropa

interior, comienza a quemarse a mediados


de la segunda estrofa. A la altura de la tercera
la sábana está prácticamente consumida:

sobreviven, por ahora, calzoncillos


y otras prendas de primera necesidad:
el público está en silencio, pero ustedes

no pueden escucharlo porque están leyendo


este poema y el silencio no puede escucharse.
Hay quienes dicen oírlo, hay quienes

nos vienen con esas paradojas que quedan


muy bien en estas líneas, pero en el video
la ropa se quema en un silencio absoluto:

incluso el cordel que las sostiene cae


chamuscado sin llamar la atención
sobre sí mismo. Los postes de madera

del cual colgaba permanecen inmunes:


es lo único que se mantiene en pie
porque este poema se está acabando:

créanme, todavía están allí. Ustedes


no pueden verlos por las razones
antes estipuladas (el silencio

no se puede ver: el poema es una imagen


proyectada sobre el telón de fondo.
Escúchenla cuando cierren este libro.
MARÍA IRIBARNE

Las calles desembocan en el Duero


donde el calor tampoco perdona.
Allí los botes a remo se dejan

llevar por la corriente, los pasajeros


disfrutan con los ojos cerrados
y una moneda debajo de la

lengua. No faltan los que están


sentados en las terrazas de algún
bar, tomándose un café a medio día.

La conversación gira como los pájaros en el aire.


En torno a un tema que da exactamente lo mismo.
Lo importante es darse una vuelta mientras la cafeína

no haya abandonado nuestra taza. Después caerá


la tarde. No los pájaros. Urracas y gorriones
seguirán después de que nos hayamos

despedido describiendo círculos


en el cielo, devorando gusanos y alpiste
de acuerdo a la generosidad de aquellos que

también desembocan en el Duero y esperan la llegada


de María: esperan en vano la llegada de Iribarne.
Todos hemos visto pasar el río. El agua,

sin embargo.

Todavía.
INVITARLOS A COMER

Somos los hombres huecos.


Nuestro retrato con lápiz grafito
es una raya en diagonal

a todo lo largo de una página (

de fondo se ve un prado
cruzado por un río, un árbol

dándole sombra

a uno que recién viene saliendo

del viejo paraíso: tarjado

por nuestra imagen

el locus amoenus se clausura

cuando nos sentamos a comer:

yo pago.
MEDALLERO

Supongo que valdría la pena escuchar


a Chejfec hablando sobre Bolaño.
Supongo que valdría la pena corregir
los poemas que el mejor de mis amigos
me pidió fervorosamente que leyera.
Y que no sería poco lo que podría aprender
de los consejos que me espeta, junto a su saliva
este tipo que acabo de conocer en un bar
donde nos vinimos a conversar una botella
después de que el Vate nos alumbrase con su palabra.
Atrás quedaron esos días en que torcerle la mano
a alguno de mis compañeros de curso era preferible
a escuchar a nuestros padres hablando de política.
Ya no veremos pasar a los milicos cargando nuestros rifles.
Ahora sólo nos queda soportar a los gorilas
orgullosos de caminar en cuatro patas. Años atrás,
siglos atrás las mismas bestias hubieran intentado por todos
los medios posibles caminar imitando a los humanos.
Pero ahora simplemente nos sentamos entre el público
a escuchar como otros roncan. Ladean sus cabezas
y un hilillo de baba les cuelga de sus labios
como una insignia clavada allí en el pecho
en medio de otras insignias.
Un ciento veinte tenía tres medallas.
Y un Carola lucía tres estrellas. Antes, mucho

antes de que todas las botellas que nos vendieran


hubieran dado la vuelta al mundo desfilando
por una pasarela donde sólo la longitud

de sus cabellos las llevaría a recibir su merecido.


Una época donde lo más importante del vino
era beberlo. Donde todos sabíamos que

la conversación terminaría en el baño


o la cuneta. Supongo que no estaría
demás responderle a Víctor Jugo.
Recordarle la admiración que profesamos.
Y lo mucho que lo queremos. Y después
prestarle una novela donde el protagonista

se comporte con las estrellas tal como lo hace él.

Comienza a buscarla desde ahora.


LOS MENDIGOS EN LAS CALLES DE SORIA

Un tipo joven, que no tendrá treinta años, está sentado


en el paseo peatonal, con un cartel al lado suyo
que retrata su miseria. Paso varias veces

buscando una pierna menos, una cojera, un brazo


que le falte, pero el tipo está de cuerpo
completo. Es la ciudad la que está

cayéndose a pedazos. Iglesias del siglo


once, retratando a un dios
sedente con el niño

en brazos, palacios condales


devenidos cuarteles de bomberos,
un adelanto en la escala social de acuerdo

a los colectivos anarquistas que tienen embadurnada


la ciudad (adjetivo absolutamente reaccionario
con los volantes que anuncian

la inminente liberación de los trabajadores


que por ahora no han leído a Bakunin:
el cartel dice chico joven

necesita comer, tengo hijos, pero paso


y no veo a su prole, el calor es insoportable
pero nuestro mendigo sigue estoico

como aquellos que rechazaran a la naturaleza


y se mantuvieran en conformidad
a la razón, que les decía

que el mimetismo de los ocelos


era la mejor forma de salir adelante
si se confundían con los adoquines de la

calle: la mirada fija en el suelo


desde las diez de la mañana hasta las
seis de la tarde, la contemplación del polvo
arrastrado por el viento, de las hojas
caídas aplastadas por los transeúntes
y de las faldas que se levantan por culpa

del mismo cierzo que viera Machado


ondulando la nieve, una actividad
por llamarla de alguna manera

que lo substrae del ritmo de lo que ocurre


para dejarlo en el ritmo de lo que pasa
allí delante de sus ojos: monedas

golpeando a otras monedas


al caer en el sombrero
donde está su remuneración,

lo recibido por sentarse en la acera


y permitirle a los colectivos
anarquistas seguir

empapelando los muros de una ciudad


de provincia para que los banqueros
tiemblen de terror a las seis

de la tarde cuando el público comience


a menguar y todo el mundo
vaya por una copa:

hace frío en esta ciudad. Hace frío


en alamedas y roquedales. Pero en esta calle
termina. Pero en esta calle comienza.

El viento no tiene nombre aunque insistan en llamarlo.


DIOS SEDENTE CON EL NIÑO EN BRAZOS

Arcos describiendo a los caballeros medievales


cuyos doce linajes exhibían el privilegio de los arneses
y los campesinos de los alrededores venían
a rezar a alguna de estas iglesias: el mercado

donde comerciaban lo que habían sacado de la gleba


rodeaban los arcos de medio punto, el olor de las cebollas
llegaba bien entrada la nave central, donde los baldaquinos

anunciaban que el muerto era de alguna jerarquía, sino


celeste tampoco demasiado terrenal. Ahora se nos
dice que el autor del Mío Cid nació en esta

tierra. Ahora se nos dice que el obispo de Tarazona


cruzó el Duero sobre un manto. Que los republicanos
no se rindieron, sino que los hicieron rendirse,

que iban a perdonar sus vidas y no se las perdonaron.


Los toros salen por una puerta que todavía da a la plaza.
Las esquinas achaflanadas y los arcos túmidos

no tuvieron compasión de los caídos. Los puestos


de concejales quedaron vacantes, piras
de libros laicos y marxistas

alumbraron esa noche. El 11 de septiembre de 1973


comenzó esa misma noche. La palabra ahora
se pronuncia en voz baja hasta nuevo

aviso. Los capiteles representan escenas bíblicas


que ocurrieron en mil novecientos
treinta y seis. Un ábside

sin altar sería una tragedia.

Las bóvedas de horno una premonición.


STANLEY KOWALSKY

Mis hijas se acuestan demasiado tarde


pero ya no cuentan las calorías que se comen.
Una de ellas persigue a los perros del barrio
y la otra la persigue a ella. Yo me pregunto
cuándo dejarán de pasar los tranvías
que no me permiten dormir. Las líneas
del tren están en mi cabeza (acerco
mi oreja para saber cuándo va a pasar.
La estación está en ruinas porque pertenece
a mi infancia. El sur es una piedra
sobre la que antaño se construyó
un castillo, vengo de un país
de clase media, carente de tiempos
medievales. Y, aun así, el feudalismo
nace con las uvas que adornan los parronales.
Los siervos de la gleba nacen con ella.
El vino que se toma siempre es de la casa.
Chupilca es una palabra muy antigua: en nuestro
país, el lenguaje es lo único que tiene historia.
Nosotros, en cambio, nacemos cada día.
Nunca se termina el calendario cuando los medios
de producción todavía están en una etapa
donde quitarse el sombrero es una costumbre
y el volumen de la voz una forma de reproducirse.
Si la calle donde ha transcurrido toda tu vida
sigue siendo Avenida Grecia y eso te produce un orgullo
semejante al que te arroba cuando terminas de lavar tu auto
te mereces entonces que el fin del gobierno constitucional
te sorprenda en medio de una ducha, cuando tu mujer
te grita que los milicos bombardearon La Moneda, y
te advierte: “ni se te ocurra salir a trabajar”.
Después vendrían las hijas. Mucho después.

También la llegada de los perros.


RETIRO

Se jugaba el minuto ochenta y cinco y el entrenador


decide cambiarlo. Todos saben lo que ello significa.
Una decisión técnica como cualquier otra, pero no

en esta ocasión. En lo que va del arco a la línea del


costado, será la última vez que pise una cancha.
Del arco al lateral, la última vez que lleve puestos

los guantes. La última vez que le amargue la tarde


a los rivales. Ya no habrá ocasión de medir el tiempo
y la distancia. No podrá seguir escupiendo en el pasto

para que los delanteros trastabillen y proteger


la integridad de nuestro feudo. Al enemigo
no hay que dejarlo respirar, las metáforas

se suceden unas a otras como el que entra


a una galería para dejar que tranquilo
pase el tiempo (la distancia

entre uno y otro cuadro ya fue medida


con la misma precisión que necesita
un arquero. Los gritos del rival

son los últimos estertores, no existen


las víctimas inocentes si el mediocampo
está poblado por los perros, los doberman

que no han comido durante una semana


ni tienen la culpa de haber nacido:
el público lo aplaude de pie.

El ídolo abandona la cancha.


ENTRENA

Entrena como si estuviera almorzando


en el casino de la Asociación de Suboficiales
Retirados del Ejército. Los manteles de tevinil

no le otorgan ningún naturalismo a este relato.


Tampoco el aserrín de los baños. La plateada
estuvo mejor que el salpicón, pero los mozos

lo atienden a uno como si viniéramos bajando


del último expreso de la noche. Hay fotos
de antiguos ídolos del deporte, cuyas

firmas por lo general ocupan el rincón inferior


de esos retratos en blanco y negro que nos
delatan a todos por igual: los ejercicios

parecen sacados de un manual de calistenia


escrito por alguno de esos sádicos cuya
fama consiste en haber sabido

enmascarar lo que a nosotros nos resulta


evidente: los rayados en el wáter
no demuestran heroísmo

sino mala ortografía,


la única educación posible
es el poema, conversar rodeado

de botellas vacías, el tema es lo de menos:


lo importante en esas situaciones
es seguir hablando,

llenar el aire con sonidos extraídos


de nuestras cuerdas vocales,
hacer temblar el tímpano/

las neuronas se encargarán del resto:


sintaxis, discurso, sentido.
Abre la boca:

espera.
COMO EN LOS LÍMITES
DEL MAR UN ROSTRO
DE ARENA (MI ABUELO
ERA FABRICANTE DE
SOMBREROS)
UN POCO DE LUZ EN LA BRUMA

Maritín sale a bailar cada noche esperando


que vuelva Ernesto. Lo busca entre el público

lleno de italianos rubicundos y mexicanos


que no podrían ser más feos. El ritmo entre
las mesas le recuerda la manigua, cuando

salían a jugar montados en un puerco


que después terminaría convertido
en mariposa. Ese tipo de carne

sólo se ve en las teleseries brasileñas


le dice la bailarina a un español

que vino a buscar a sus parientes


entre una multitud de certificados
esgrimidos por aquellos que juraron

defenderla (el objeto directo


en este caso es imposible

de elidir. Los habitantes de La víbora


ahora se encuentran manejando tractores
que pasan el trillo sobre la arena: allí

se sigue cortando una caña que se dobla


como una hoja de papel (escribimos

con sudor. Todos los días me pregunto


cuándo volverá Ernesto. Su hermana

me ha dicho que de escribir


no escribe mucho, no lo hacía

cuando mataperreábamos por estas calles


y ni un poema y ni una canción era

capaz de escribirme: al maricón del cabaret


le gusta poner Machito y otras cosas/
que hasta hace poco estuvieron prohibidas:
suenan en los parlantes como si alguien

te estuviera pasando la lengua por el oído.


No veo a nadie en el público que me recuerde
una cara conocida. Sólo sombras alumbradas

por un cigarrillo. Y el humo forma una nube


sobre la cual me echaría a dormir. El colchón

que forman las cenizas no ofrece consuelo


ni abrigo pero a mí es dinero lo que me falta:

si sale de los bolsillos de un pantalón es bienvenido.


De cualquier otro lugar la misma cosa, pero ahí

tendríamos que ver quién sale ganando


y quién sale perdiendo, las sacerdotisas

del materialismo histórico se apresuran


demasiado en darnos sus lecciones de dialéctica

con un palo metido en el culo y un pedazo de pan


entre los dientes: vísperas es una de esas palabras

que alguna vez tuvo un significado pero hoy es una pieza


de museo aunque no haya envejecido por su culpa
todo ocurrió mientras estábamos celebrando
no habíamos terminado de descorchar el último

champán del pecado original cuando ya había caído


la noche y la sentencia, desde entonces cargamos

con el peso de haber cruzado el puente sin haberlo


construido, de haber pronunciado la palabra,

una sola palabra sin que una gota de sudor


ni el sol como castigo: parirás sin aire

acondicionado: pero sin pagar un peso.


CANSADO EL FUEGO LO REPITE

Maritín conoce las grietas de su casa


como la palma de su mano. Las líneas
de la vida van del suelo hasta el techo.

Ese muro conoce lo que le espera: tormentas


y huracanes agudizan su saber. A mí también
me asquean las profecías pero no hay nada

que pueda hacer al respecto en un país gobernado


por brujos, repleto de soldados cuyo armamento
sirvió para liberar a la patria, pero sólo a la patria.

Desde entonces contempla morbosamente


el avance de esa obra de Matta-Clark
instalada en el centro de la vivienda

construida por su padre con sus propias manos.


Todavía no sabe que van a quitársela el día
que se vaya de este país. Todavía no sabe

que la grieta va a partir la isla con tal de averiguar


lo que va a pasar mañana cuando siga rodeada
por el agua, cuando el mar penetre la bahía

y los edificios se conviertan en peceras:


las especies que veamos a través de ese cristal
están debidamente identificadas por los zoólogos

marinos que se encargan de su cuidado. Les dan


un alimento que los mantiene en la superficie.
Salen a tomar un poco de aire, nos observan

mirándolos desde afuera, miden la distancia que cubre


esa línea que atraviesa de lado a lado la palma de su mano.
Como cortaban caña de azúcar mientras estudiaban en la universidad

saben interpretar los signos, pero hay que alcanzar la meta.


Los mambises también sabían interpretar los signos (
por eso montaban en cueros. Los que blanden
un machete después de una discusión, los que aman
a los negros pero se dejan llevar por los significantes,
los que van de visita pero no han llegado nunca

y los que preparan el congrí pero jamás se han sentado


en esta mesa. Son los amantes de una bailarina
que podría leerles el futuro si la espuma en el vaso

de cerveza, si los pronósticos meteorológicos,


si pagaran por despedida. Esta noche va a llover.
Cansado el fuego lo permite.
HAVE A DRINK, IT WILL MAKE ME LOOK YOUNGER

Hay unos pájaros que suenan como la alarma del drenaje.


Cada vez que cantan me levanto para apagarla. Pero
es en vano, sólo entonan esos zumbidos

para otorgarle un tín de belleza a las heces


y demás contaminantes de la familia
que van a parar a los desagües

una vez que han cumplido con las normas


de la Agencia de Protección Medioambiental
que la actual administración de Estados Unidos

está empeñada en echar abajo. A veces son las tres


de la mañana y me levanto como un zombie
hasta llegar al patio donde me esperan

los concertantes ofreciéndome su cantar.


Pareciera que todos los grillos (grasshoppers)
hubieran salido a acompañarlos. Y despierto: qué

importa entonces haber comido arroz blanco


acompañado solamente de arroz blanco,
a quién le interesan los dolores

de mi espalda si la Asociación Nacional del Rifle


propone entregarles armas a los profesores
y volver a la época de las cavernas

y separar los baños para unos del resto de los otros.


La parada de los autobuses es mucho más que un lugar
donde consultar tu teléfono. Hablar en castellano

te puede costar la cárcel. Una colección de autos


proveniente de los años cincuenta no significa
que vayas a casarte ni que haya terminado

la Guerra Fría. Me levanto a las cuatro


para escuchar ese concierto,
pero la que está

sonando es la alarma
(las musas del insomnio no tendrían el valor de abandonarte
ni la ética protestante que los curas te enseñaron
la capacidad de dejarte tranquilo.

Es hora de levantarte pero no de dar las gracias.


GUY MONTAG

Leo los libros que no ha terminado mi hija.


Farenheit 451, El segundo sexo, La otra historia
de los Estados Unidos. Busco hasta qué página
llegó, me detengo en las frases subrayadas.
Me pregunto a cada instante por qué no los habrá
terminado. Y de ahí me largo: qué va a hacer cuando
salga del colegio, de qué va a vivir, con quién va
a vivir, voy a ser abuelo algún día, tendré
que pagarle el arriendo de una casa
cuando sea ya una mujer adulta (como
lo han hecho, más de alguna vez
mis padres conmigo. Doy vuelta la página
y veo que Ray Bradbury dice que hay un tiempo
de echar abajo y un tiempo de construir.
Un tiempo de guardar silencio. Un tiempo de hablar.
Vuelvo a colocar los libros en su repisa. Salió
con su madre a comprarse ropa para una fiesta.
Hace poco mis padres nos visitaron después
de catorce horas de vuelo. Mi viejo me regaló
una chaqueta y un pantalón porque –según dijo–
lo primero en que se fijan los alumnos, etc.
Este es un tiempo de guardar silencio.
De sacudir el polvo del lomo de esos libros.
Echar abajo es lo mismo que construir.
Una novela de ciencia ficción.
Convertida en un libro de historia.
BORSALINO

Mi abuelo no era fabricante de sombreros.


Trabajaba en una fábrica donde los hacían.
Empezó a los nueve años pero no me acuerdo

del resto de la historia. Todavía están guardados


esos restos de una historia familiar que a nuestro
Kenneth Goldsmith no le interesan. Pero desde

los nueve años fue un obrero y saludó el paso


por la Alameda del presidente Emiliano Figueroa (
tal vez los popes sepan perdonar. El concilio

vaticano segundo, es mi deber recordárselos,


permite la homilía en otras lenguas que no sean
el latín. Se abandonó además la práctica del púlpito.

Y la acentuación en la segunda, la sexta y casi la postrera.


Haya sido lo que haya sido mi abuelo, merece
la memoria de la casa en Borodin, luego

la casa en Haydn, calles de un barrio y el temprano


contacto con la música que no me llevó a ninguna
parte: la primera comunión, las manos juntas,

el proletariado urbano preparándose para rubricar


un tratado de paz que no los incluía, un armisticio
donde la puerta hay que cerrarla por afuera

no es una exageración ni tampoco una verdad


que vaya a encontrar en los libros: es una fecha
esculpida con tacto sobre una piedra debajo

de la cual yace un viejo parecido en la forma


y en el fondo al hijo de su hijo. Los caballeros
los usaban para hacerle honor al nombre.

El nieto de un obrero sabe cuándo quitárselo.


COMO EN LOS LÍMITES DEL MAR UN ROSTRO DE ARENA

James Garfield no duró mucho en la Casa Blanca.


Era un republicano sin grandes aspiraciones.
Como cualquier hijo de vecino, soñaba

con salir de su hogar para crear pronto el suyo.


Y lo hizo. Hoy su tumba es uno de los puntos
imprescindibles para cualquier que visite

esta ciudad. Allí también está enterrado


el hombre que capturase a Al Capone,
pero eso sería otro capítulo de esta

novela más bien breve. No es extraño


asesinar al presidente de Estados Unidos.
Lo raro es que alguien lo recuerde

con palabras que podrían aplicarse


al cultivo de la apicultura en zonas tórridas
al tránsito vehicular durante los fines de semana.

Porque la ciudad se ve distinta desde la cúpula


donde el presidente Garfield descansa. Pero hay
que subir por las escaleras y el sacrificio se parece

al que se le exige a los monjes de clausura


cuando han cedido a las tentaciones
de la carne y la palabra: látigo y cilicio –para aprender

a cortar esos versos, dolor para que valga la pena


haber cortado con hacha esos poemas en prosa
que Cleveland tanto necesita: acuérdense

que el río se incendió, acuérdense


que David Rockefeller es originario
de esta ciudad donde hay que hacerle

el quite a los hoyos después de concluida


la jornada laboral. Y no es por falta de ritmo
que no se ve más gente bailando por las calles.

La música existe a la salida de los restaurantes.


En la puerta de los coliseos. A orillas del lago.
Sólo falta que suban el volumen y no venga

la policía. Que inviten a los árboles. Que se pueda


tomar el agua haciendo un cuenco con las manos.
Que se pueda escribir poesía para bautizar los edificios

que aún no tienen nombre y dejar de lado el puerto


pero no la realidad: dejar que los barcos zarpen
para tener la oportunidad de despedirnos.

Verlos perderse en el horizonte como si estuviéramos


en la tumba del presidente Garfield, que no duró
demasiado en la Casa Blanca. Y así, perder

la memoria con optimismo, acuñar monedas


para comprarle el pan a un coleccionista
y llegar corriendo hasta el mar

para mirar de frente a la cámara. La arena


es el rostro que el oleaje se encarga de.
Una adolescencia perdida en la ciudad

acompañada de la palabra etcétera


sería el único final posible que podría
aparecer en la pantalla. Nos arrellanamos

en nuestros asientos cogidos por primera vez


de la mano. Alguien grita afuera que ha muerto
el presidente. Cuánto falta para que pase

el próximo vagón del metro es lo único que soy


capaz de preguntarme. Cuánto falta para que
las pirámides se derrumben. El mago

que no era antipoeta le declara la guerra al sol.


Pero a un sol negro que apenas alumbra
a partir de las seis de la tarde

cuando todas las respuestas son innecesarias


y el deseo de ser William Blake/no alcanza
para escribir los sonetos de la muerte

llenando la página con cruces.


En todo caso, una cosa es cierta: que el hombre no es el problema
más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano.
Al tomar una cronología relativamente breve y un corte geográfico
restringido —la cultura europea a partir del siglo XVI— puede
estarse seguro de que el hombre es una invención reciente. El saber
no ha rondado durante largo tiempo y oscuramente en torno a él y
a sus secretos. De hecho, entre todas las mutaciones que han afectado
al saber de las cosas y de su orden, el saber de las identidades,
las diferencias, los caracteres, los equivalentes, las palabras —en
breve, en medio de todos los episodios de esta profunda historia de
lo Mismo— una sola, la que se inició hace un siglo y medio y que
quizá está en vías de cerrarse, dejó aparecer la figura del hombre. Y
no se trató de la liberación de una vieja inquietud, del paso a la
conciencia luminosa de una preocupación milenaria, del acceso
a la objetividad de lo que desde hacía mucho tiempo permanecía
preso en las creencias o en las filosofías: fue el efecto de un cambio
en las disposiciones fundamentales del saber. El hombre es una invención
cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología
de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin.
Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por
cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho
presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran,
como lo hizo, a fines del siglo XVIII el suelo del pensamiento
clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como
en los límites del mar un rostro de arena.

Michel Foucault, Las palabras y las cosas


II

TLÁHUAC
QUASIMODO

Es poca la gente que corta el pasto a mediodía.


Menos la que lee a Heráclito de Efeso.

Es el resultado de haber nacido


a treinta cinco minutos del centro de la ciudad

y haber pasado mi infancia viajando en el transporte


público. De preguntarme cada vez que volvía a mi hogar

por qué un cabaret se llamaría Infierno y sus puertas


a esa hora estaban cerradas. En el hotel de la esquina

un poeta del sur había recibido a otro poeta del sur.


Juntos cambiarían la poesía de la séptima región

por lo cual le estaremos eternamente agradecidos


y una estatua sería levantada en honor del conserje

que tuvo que soportarlos. Más allá la estación de trenes.


Y al lado de ella un río. No estoy describiendo una ciudad

sino echando a volar mi memoria. Un vuelo rasante, eso sí,


porque el mal de altura comienza apenas uno se deja llevar

por ese punto donde las paralelas se intersectan


e Independencia termina en Recoleta: un cementerio

donde todas las lápidas son la misma y la única fecha


que importa es el nombre del río que la cruza, la cantidad

de agua que este invierno se desborde como ablución de algún


pecado, una mancha probablemente de vino adquirida

en los bares de la Chimba, esa época donde cruzar


no era tan fácil –y volver tampoco, esa época,
esa geología que hacía crecer los edificios hasta alcanzar
la pubertad: después se venían abajo por el peso

de la noche, porque el patrón se encaprichó con las gallinas


y el precio de poner los durmientes para construir la línea

del tren era el mismo que se le pagaba en las salitreras


a los que cortaban el pasto a mediodía: la consecuencia

de haber puesto un pie después del otro y haber dejado


que el aire

II

Las primeras palabras que salen de tu boca parecen


pronunciadas por un árbol.
EN SANTA GADEA DE BURGOS, DO JURAN LOS FIJOSDALGOS
(allí le toma las juras el Cid al rey castellano)

Protestar significa jurar.


Salir a la calle es decir lo cierto.
Feliz día del joven combatiente.
Yo protesto que mimo a mi Poesía.
El mimo se encierra en muros imaginarios.
El poeta se ahoga en un vaso de agua.
Mientras muere en un pueblo al sur
de Francia, a un costado de su madre.
Pareciera que esos muros no se pueden derribar.
Se han vuelto demasiado poderosos
escribió Abbie Hoffman en la nota de suicidio.
El canto ceremonial contra un oso hormiguero
consistía en dar dos pasos adelante,
uno atrás. Qué hacer se preguntaba
el comandante de todas nuestras fuerzas,
qué, detrás de esos muros se preguntaba
el poeta que estaba más al sur.
Escuchar los consejos del lobo
a la espera de que se calmen

las ovejas. Las juras eran


tan fuertes que a todos ponen
espanto. La infinita libertad

que significa ser hijo de algo.


Y no de alguien.
CLASES DE VIOLÍN

Escribir ya no es lo mismo.
Los autos bajan la velocidad. Frena.
El Partido siempre sabe más que nosotros.
La distribución de los parques en la ciudad
la ha hecho inconfundible para moros y cristianos.
El último alzamiento de los negros fue en 1962.
Un cielo gris como la memoria de los ochenta
puede ser perfectamente un día de verano.
Una fotografía en una revista de diseño
es un mensaje en clave enviado desde otro planeta.
Las cuatro paredes de esta casa han resistido los embates del lobo.
Ricardo Claro era un colaborador de la CNI.
La realidad es un invento del mago de Oz.
Por lo mismo nuestra brújula siempre va hacia el norte.
La tierra del orgullo y los tornados donde todos los días
se declara nuevamente la independencia. Todo lo demás
es un derecho inalienable siempre y cuando este par de fechas:
cuándo dejaron de nadar los salmones contra la corriente. Cuándo/
fue la última vez que te masturbaste pensando en tu propia mujer.
PALADAR DE CRISTIANOS NUEVOS

Siempre hemos sido cortos de vista


en especial cuando miramos directamente
los eclipses solares que se producen

con la puntualidad que caracteriza a los lunares:


luego reina la otra mitad de la noche que son según
Mao las mujeres, después se nos viene encima

el ritmo con que las hormigas van cruzando


paso a paso los alambres que dividen
a un país de una frontera, a nosotros

de nosotros mismos: insectos proporcionalmente


muchísimo más fuertes que cualquiera de nosotros,
mueren aplastados por el talón inmisericorde de cualquiera

de esos niños que miramos con lágrimas en los ojos


porque se nos viene encima ese tornado que oscurece
el cielo como las plagas bíblicas oscurecieran el de Egipto,

langostas que no son la delicia degustada sobre mesa


alguna, sino la octava advertencia que en el Éxodo (Shemot,
en hebreo), capítulo 5, versículos del 1 al 9, capítulo siete,

versículos del 8 al 13, se les hizo a los responsables


de la esclavitud israelita: un tornado que vimos aparecer
en el horizonte y no guardamos refugio, una plaga que podríamos

haber aplastado pero no lo hicimos a tiempo:


ahora están por todas partes los frutos indeseados
de la misma, los hogares desperdigados en doscientas
millas alrededor debido a la ira de un Yahvé
que sin ser bíblico ni judío deja claro su mensaje:
las únicas niñas que se pierden se pierden con el mago

de Oz, todas las niñas de Kansas se duermen para ir a verlo:


cuando despiertan ya no son niñas, aunque siempre serán
de Kansas, cuando despiertan el hombre de hojalata está

roncando y el pueblo de Israel se encuentra libre


después de que las aguas se abrieran y Moisés
los guiara hasta el desierto: allí por lo menos

no hay tornados ni pueblos en medio de la llanura


a los cuales regresar y los meteorólogos
nada tienen que ver con la tierra prometida.

Todos vagamos alguna vez por el desierto del Sinaí.


Un desierto lleno de edificios y tranvías subterráneos.
Todos éramos judíos sin estar circuncidados y el único

dios que nos hiciera una promesa hace rato que se revolcaba
en el mismo charco que los cerdos alimentados con bellotas:
una exquisitez casi metafísica para el paladar de aquellos

cristianos que antes no lo fueron.


THE HANDMAID’S TALE

Cada uno de nosotros está acostumbrado


a sentarse frente al televisor por las noches. A lavar
los platos antes de acostarse. A pasear el perro

antes de dormir. Pero ahora que formamos parte de un ejército


el televisor se va a quedar prendido, los platos sin lavar
y el perro esperando detrás de la puerta, porque

si no nos hubieran dado estos uniformes


jamás nos hubiéramos convertido
en los empleados que limpian

los inodoros para que la agricultura


nos siga dando de comer.
POSTAL

Voy al correo con un montón de libros.


Para un amigo, allá en Chile. Pero antes
tengo que pasar por la basura, llevo en la mano
una bolsa abultada de papeles, recibos antiguos,
concentraciones de notas que ya nadie necesita,
folletos de toda índole. Tengo que arrojarla
en el contenedor que después se recicla.
Cuando llego al basurero, arrojo en su interior
el montón de libros con mi nombre en sus portadas
y me quedo con la bolsa de papeles y me dirijo
hacia el correo. A mi amigo, allá en Chile,
voy a enviarle esas boletas vencidas, esas
recetas médicas que han contribuido a la salud
de nuestra familia y las fotocopias de nuestros
pasaportes hechas picadillo. Él comprenderá.

Él sabrá comprender.
LA HISTORIA ES UNA PESADILLA DE LA QUE ESTOY
TRATANDO DE DESPERTAR

Nosotros descendíamos las escaleras del 7


como en una portada de Pepe Cuevas.
Una vez que pusimos pie en la Avenida Libertador

Bernardo O’Higgins, seguimos turisteando por nuestra


propia casa, pasamos por delante de la Biblioteca, meamos
el testamento de Pedro de Valdivia como si fuera una acción de arte

que tampoco traería de vuelta a los ornitorrincos del futuro.


De nada vale compadecerse de aquellos animales que deambulan
por la Avenida Libertador Bernardo O’Higgins en busca de tomarse

la del estribo. La suerte ya está echada. Un par de cuadras


hacia el norte se encuentran los últimos boliches que podrían
salvarlos de la extinción. Allí las camareras no sonríen, pero no hay

que dejar propina. El vino nunca ha sido caro: lo que cuesta


es despertarse a mediodía para ir a trabajar, pero no importa:
al final de las escaleras está la calle, aunque la poesía chilena

comienza y termina al final de los escalones.


Pregúntale a cualquiera que tenga más de treinta.
El exilio es imperfecto pero algún día aprenderemos

castellano. Y sin embargo lo único que debemos recordar


es la dirección a la que tenemos que volver, cuántas cuadras
antes de cruzar ese puente que une la ciudad donde vivíamos

con aquella donde ya no viviremos. Toda la primavera volverá


para que el país sea nuestro nuevamente. Para que las líneas
de nuestras manos no vuelvan a mentirnos y una gitana
a la puerta de los bares que acabamos de descender
se convierta en el futuro que pretende predecirnos:
la próxima línea no es un verso sino una profecía

de esas que nos daban asco cuando leíamos con cuidado


a los maestros y nos lavábamos con jabón la boca
para pronunciarla ante un auditorio de sillas vacías

que nada dice y contra el cual no hay respuestas posibles


y que ni siquiera ni siquiera es una interrogación.
TLÁHUAC

Al fondo de la ciudad hay otra.


Una donde todas las casas son iguales
y el pavimento es un campo minado

para mantener a raya a las hordas invasoras


que no conocen este lugar. Los editores
de poesía viven en departamentos

de dos metros cuadrados donde podría


caber el universo. Se enorgullecen de esas
colecciones que han creado para llenar

los estantes que pueblan sus habitáculos:


allí se encuentran a los últimos Infrarrealistas
en acción, decididos a encontrar a Cesárea Tinajero

en alguna de estas cajas de fósforos


donde la realidad se reduce a los ladrillos
intactos después del último terremoto.

La dieta son las tortas que venden en la esquina.


Basta dar las gracias para saber que volveremos.
El metro llega hasta el último recodo de civilización.

Más allá se encuentra Tláhuac.


COMALA

I.-

Vine a Comala a buscar a mi padre.


A cumplir la promesa que le hice
a mi madre en su lecho de muerte.

Cóbraselo caro, me dijo, todo aquello


que nos debe. Yo me preguntaba qué es
todo aquello que nos debe, pero no alcancé

a obtener una respuesta de mi madre


que ya descansaba en ese entonces
de estos y todos sus cansancios.

Las calles están empedradas y los muros


de las casas son de cal. Yo todavía no
sé si estoy muerto, pero he venido

a Comala para hablar con los profesores.


A preguntarles por el hombre, a saber
cómo duerme y cuándo come. Llegamos

en un avión que no va a llevarnos de vuelta.


El sol caía perpendicular, los grillos te arrullan
para dormir, pero los cristeros todavía

están peleando. Las arañas están por todas partes.


Y uno quisiera saber a qué distancia estamos
del sol. Si podremos taparlo con un dedo.
Los profesores tienen la respuesta.

II.-

Vine a decirle a mi padre que dejara de trabajar.


Que Santa Rosa con Gran Avenida están demasiado
lejos para los votantes de Eduardo Frei Montalva.

Las ferreterías pertenecen al pasado. Los últimos


vestigios de la clase media se encuentran en el Estadio
Nacional. Vine a decirle que mis abuelos. Vine a decirle

que mis tías, vine a decirle que mi hermano. Ya no tiene


sentido, entonces, levantarse por las mañanas y sacar
el codo por la ventanilla de la izquierda, ya no tiene

sentido putear a los carabineros de este país en todos


y cada uno de los controles de la carretera, podría
incluso dejar de fumar porque Tabacos de Chile

no va a despedir a ninguno de los trabajadores


si de dos cajetillas al día exhibe un poco
de moderación y sólo se fuma

una.
III.-

Vine a Comala para hablar con los profesores.


Para preguntarles cuantos computadores faltan.
Qué maleza hay que arrancar. A cuál de los narcos

del barrio hay que pedirle permiso. Cuántos litros


de bencina hay que conseguirse, cuántas veces
por semana hay que llevar a los niños a la escuela,

cuántos políticos han visitado la biblioteca comunitaria


para que el polvo les lustre los zapatos y han pedido
disculpas como si el sol les impidiera la digestión:

los maestros, así los llaman por estos lares, han enmudecido
con orgullo similar al de la melena de esos caballos
que en las praderas de Chesterland soportan

con elegancia los embates del viento porque a la larga


el viento no tiene enemigos ni hay profesor
que sea capaz de estirar la mano

si los cables por conectar todavía cuelgan


desde las torres de alta tensión
y enseñarle ortografía

a los hijos de los hijos:


las canchas de fútbol son el futuro.
Los paseos peatonales pan de cada día.

El director de la escuela pesaba ochenta libras.


En estos casos no hace falta una bola de cristal.
Sí un par de sílabas, sí una estrofa verdadera.
Para que el agua se convierta en vino.
Para multiplicar el pan aunque haya que partirlo.
Para que no haya que preguntarle a nadie

porque no hay nadie a quién preguntarle.

Las luces estroboscópicas giran en el centro de la discotheque.

VINE A COMALA A BUSCAR A NUESTROS PADRES

No te vayas, chileno, me dice un niño


que lleva una camiseta del diez del Barcelona y no conoce

a su padre ni al padre de su hermano. No me voy a ir, le digo a Messi,


a sabiendas de que estoy mintiendo. La sociología
y el turismo no van de la mano, del mismo modo

que Materialismo y empirocriticismo fue un libro imprescindible


para reacomodar la dialéctica ante el embate idealista
después del fracaso de la primera revolución rusa (1905-

1907); mientras tanto intento imaginarme una historia


donde el mejor jugador del mundo pueda leer las obras
completas de Lenin para entender que las hadas del bosque

tampoco son inocentes. El diez y yo estuvimos peleando mientras el resto


de los niños pintaba el rostro de una hormiga
recién llegada del espacio. Batalla como pocas

desigual: 190 libras por mi lado, 50 con suerte por su parte.


Después se enojó porque lo tiré al suelo.
Después se levantó y seguimos peleando.

Los guamúchiles se arrancan de los árboles apenas estirando la mano.


Un sabor dulce pero seco llena la boca. Como si estuviera esperando
algo. Una nota más suave. Que no llega ni debiéramos esperarla.
A PEDAZOS

La única iglesia que ilumina es la que arde


decía el abuelo anarquista de un amigo
según el cual el viejo disfrutaba de un asado

cada viernes de semana santa, cuando los terminales


pesqueros se llenaban de dueñas de casa
en busca del alimento que mantuviera

tranquilos a los guardias de la facción


que no quería llamarse rebelde. Anarquismo
es arrancarle a los comunistas de la cabeza

la creencia en el dominio de los unos


sobre los otros y enseñarles a plantar
tomates: rojos, jugosos, recién sacados

de la mata. He allí el secreto


para sobrevivir a un exilio
que duró toda la vida

y aun así seguir odiando a esas sotanas


que se arrastran al nivel de cualquier
superficie por donde patinen los

valores que profesan: las llamas


purifican tanto al condenado
por la Inquisición como al

pueblo que las ve ardiendo, ahora


libre de otras ataduras que no
sean esas lenguas rojas y

moradas a la vez, azules por


un remoto instante en la memoria,
indiferentes a la carne, la madera o el

adobe. La cuestión es escupirle al cielo.


Y hacerle el quite cuando a pedazos:

caiga.

ÁGABE

Vine a Comala a caminar por sus calles empedradas.


A cumplir con la obligación de cubrir de polvo mis zapatos.
Las casas bañadas con cal permiten colgar
hamacas. Los hombres no usan camisa.
Uno puede escuchar sus pasos mientras camina
por el pueblo. Las iguanas son una especie
de monstruos prehistóricos, adaptadas
al ritmo con que vive la gente. Los escolares
son iguales que en todos lados. Al cambiar el orden
sintáctico de la frase los muertos pueden hablar
aunque se encuentren enterrados bajo tierra.
Y las plantas podrían volver a florecer
si el sol cayera sobre este pueblo sin esa sed
de venganza que lo caracteriza durante la mayor
parte del año (el resto es la cosecha si no han pasado
los cristeros y los profesores todavía están en huelga,
bautizar las calles significa empezar de cero,
recoger la cosecha del café para que los niños
aprendan un oficio y en vez de estar jugando en la calle
trabajen en ella. Mencionar de vez en cuando la esperanza,
antes o después de haber salido de la iglesia. Estar hasta la madre.
Vestirse de blanco para mantener los flujos migratorios.
Perrear, como diría Octavio Paz, para marcar los pasos
del mundo, para ser uno con los ritmos
interiores del universo. Sacar la foto.
E irse.
LA BELLEZA DE LOS SOLDADOS ALEMANES
QUE MURIERON DURANTE LA GUERRA

No tengo tiempo de leer a Eduardo Galeano.


Roberto Ampuero es el canciller de Chile.
Mauricio Pinilla está a punto de retirarse.
Iván Zamorano está casado con una argentina.
Mi hija tiene permanentes dolores de cabeza.
Las gallinas ya no ponen huevos. Los venados
escarban en la nieve y cruzan cuando les da la gana.
Zurita ignora mis peticiones de amistad.
Rodrigo Lira hubiera sido más digno.
Roberto Merino es el canciller de Providencia.
Mis alumnas practican taekwondo y artes marciales mixtas.
Pero ninguna escucha a David Bowie.
La reserva federal de EE.UU. está a punto de subir las tasas de interés.
La deforestación del Amazonas es un hecho de la causa.
Un argumento de telenovela. Un recuerdo. Un huevo
balanceándose encima del mantel.
La sombra del árbol pintado en la pared
cae afuera de nuestra casa.
EL HUNDIMIENTO DEL BELGRANO

Allá mi padre estuvo un año vendiendo diarios,


lavando aquellos platos en los que no comía
pero le daban de comer. Te mando, pese a todo,
un abrazo desde el siglo XX. Las cosas no han cambiado
desde que todas las tumbas del cementerio están abiertas
y todos los hijos son nuestros. Cada librería justifica los temores
de nuestra infancia, los complejos de inferioridad aprendidos en la arena,
la industria del santo grial sigue redituando para los mismos
que lo escondieron. El hundimiento del Belgrano se produjo
en aguas internacionales. Después mi padre volvió
y tuvimos que nacer. Mi madre no lo estaba esperando
pero esa es otra historia. Si hubiera una moraleja
tendría que ser algo así: los pacos se subieron a la micro
y le doblaron el brazo al chofer. Yo tenía cinco años
y me daban miedo los aviones. Después disolvieron el congreso.
Proscribieron los partidos políticos. Detuvieron a todos
los dirigentes sindicales. Todos los rectores fueron designados.
Y sin embargo los domingos almorzamos en familia.

Los platos todavía están humeando.


ME PUEDO ABROCHAR LOS CORDONES EN EL CAMINO

Los Americanos serían más felices si vivieran lejos de América.


Pero los estadounidenses serían muchísimo más felices.

Los norteamericanos serían más felices si vivieran en otro lugar.


Pero los estadounidenses serían muchísimo más felices.

Cuando me toque una roja voy a aprovechar de abrocharme los zapatos.


Las cámaras de control de tráfico me tendrán bajo sospecha

por hundir la cabeza durante un minuto. La radio anuncia el tiempo


pero basta con mirar hacia afuera para saber que hemos

sido derrotados por el capitalismo y una concepción errónea


de El arte de la guerra: véase Gramsci, Antonio: “El viejo mundo

se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen


los monstruos”. La cita es falsa, pero no importa. Todo el mundo

está sentado tomándose un café, todo el mundo está delante


de un teclado intentando cambiar el mundo. Afuera está

lloviendo pero adentro también está lloviendo. Abro


un mensaje que viene guardado en una botella:

me dicen que un pariente lejano de África ha decidido


convertirme en su heredero. Le entrego de inmediato

el número de mi cuenta (vivo en la tierra de las oportunidades.


La tierra de los libres, el hogar de los valientes. La segunda

enmienda es semejante a comprar flores en el supermercado.


Y después ponerlas en un jarrón en el centro de la mesa.

Cuando los pétalos se sequen habrá que dar las gracias.


En este país la bandera flamea. Sople o no sople el viento.

De noche los semáforos no funcionan. El objetivismo


fue nuestra única ideología a la hora de cantar a la patria

e izar la bandera el día equivocado.

SUPER

Mi vida social se reduce a hablar con los cajeros


del supermercado.
ETERNIDAD Y RETROSPECTIVA

Que me perdonen los Gonzalo Rovira de nuestro


tiempo, pero los cuadernos están en blanco.
Que me perdonen los jotes alrededor de la carroña,
que me perdonen los Eduardos Abedrapos y los Manueles
Inostrozas y los Humberto Abarca Paniagua que hayan podido
sobrevivir a aquella década en la que nosotros jugábamos
de visita y los goles todavía se marcaban en el arco que estaba

al otro lado. De vez en cuando es saludable sentarse en la posición


del loto hasta que los transeúntes comiencen a depositar monedas
a tu alrededor. De vez en cuando es bueno haber visto a los soldados
custodiando los puentes tendidos sobre el Mapocho para saber
que los fusiles del ejército de Chile eran más grandes que aquellos
que los cargaban, de vez en cuando vale la pena haber nacido

en el mismo país donde el sol nace al otro lado de la frontera


y las montañas esconden a los césares: hasta allá hemos ido
con tal de ser perdonados por los estudiantes de literatura
que vienen a vender sus bibliotecas en la feria y también
por los estudiantes de literatura que vienen impertérritos

a comprarlas. Por los habitantes más antiguos de La Florida,


(lavábamos nuestros autos los domingos por la mañana
para que nadie pusiera en duda que somos de clase media.

Algún profesor de secundaria se atrevió a sacarte a bailar


antes de que dieran las doce y llegaran los noventas.
Antes, mucho antes de que las casas de Luciano Kulcevzky
fueran lo único que tuviéramos en común y el doctorado

era un contrato social firmado por las fuerzas del optimismo


en los pasillos abandonados de un mall donde las tiendas
todavía están abiertas por culpa de la guerra fría
y ese largo etcétera que podría ser una conversación de motel
o la vida a principios de siglo de la clase media norteamericana.
Dios mío Dios mío Dios mío por qué me has abandonado

tipean los oficinistas de este mundo cada vez que responden un correo.

EFEMÉRIDES IMPERCEPTIBLES

El joven novelista no parecía ser chileno.


El acento sin embargo lo delata. Su mujer
es una belleza salida de algún rincón

de Centroamérica, una especie de visión


alternativa de lo que podría haber sido
la felicidad en otras coordenadas. El vino

es lo único que se puede encontrar por estos


lares, los cigarrillos apagados sobre los ceniceros
que antes fueran las tapas de las últimas

coca-colas que vienen en botella de vidrio,


las primeras ediciones constituyen el centro
de una conversación que podría haber girado

en torno a nuestros parientes perdidos como Arturo


Cova en medio de la selva, pero que a estas alturas
de la noche no ofrece ningún atractivo para las musas:

ella recita en árabe los poemas de un poeta egipcio


que murió en los calabozos de alguno de los generales
a cargo de cumplir la voluntad de un destino que no puede

confundirse con la historia, pero al menos se parece.


Después brindamos por alguien que todos conocemos
aunque no haga falta nombrarlo. Su nombre es un insulto

en una casa como esta que ha sobrevivido terremotos


e incendios, pero le cuesta trabajo comprender
que sus moradores habiten en ella sin haber
hecho estallar los balones de gas ni el techo
tiene goteras a pesar de la temporada de lluvias
a pesar de que hemos confundido la prosa del poema

con repetir dos o tres veces el mismo verso


para que el oído se acostumbre al carraspear
de algo que no es una voz y sin embargo emite

un sonido. La pregunta la formulamos cuando el piso


anunció con dolor nuestra llegada haciendo crujir
la madera. Y aun así el novelista y su mujer, que recita

en árabe a los poetas egipcios muertos en los calabozos


del estado, me ofrecieron la hospitalidad de los esquimales
y escupieron la comida para que la compartiéramos

sin temores. Todos dimos las gracias por haber sobrevivido


al siglo veinte. Todavía no amanece pero los gallos ya están
despiertos. Aún no los hemos escuchado, pero el novelista

y su mujer ya se fueron a dormir y este servidor tiene que lavar


los platos. El canto de los gallos al amanecer era el orgullo
de los poetas de los ochentas. Mientras el detergente

chorrea por mis manos espero sus primeras notas.


Pero sólo escucho los gemidos de la pareja en la cama
antes de cerrar la puerta detrás de mí, no sin preguntarme

si no habrá sido descortés de mi parte no haberme unido a ellos.


LA ÚLTIMA NOSTALGIA
(1982-1990)

Estaba esperando que me dijera algo, cualquier cosa,


cuando me viera en la mano con la poesía reunida de Joe Bolton
pero fue incapaz de separar la mirada ni siquiera por un segundo
de la cuenta del teléfono. No se puede hacer sociología del árbol caído
pero no me arrepiento de haber escrito poemas en prosa
ni de haberlos cortado con un hacha. El patio de un claustro
tropical, donde uno se pregunta si el viento y el pasado
son lo mismo pertenece a uno de esos cuadros que cuelgan
en nuestra casa, una imagen arrebatada

a las pinceladas con que antaño se construyera


nuestro hogar, forzando casi al orden a desaparecer
en la calma del azur y el desmayado aroma del almizcle:

nada hay en este crepúsculo cálido y vegetal


que no sea hermoso ni mucho menos duradero.
MES DE CAL

¿Qué tienen en común la brigada Lautaro


y el movimiento juvenil Lautaro? Ya había
caído la dirección del Partido Socialista y

no hay nada que podamos hacer al respecto.


Nosotros preferimos pintar una pared
que preparar la comida de los niños.

Las cuatro estaciones del año son tres: otoño y primavera.


La Flaca Alejandra nunca llegará a ser Marcia Merino.
Ninguna de las dos aparece en los textos escolares.

Ninguna de las dos marcha con el pecho desnudo


porque nadie las recuerda después de medianoche.
A veces pedir perdón es la mejor forma de obtenerlo.

Otras es preferible sentarse a la sombra de un árbol.


La tala es un acto de piedad cuando las ramas se secan.
Perdonar es entonces usarlo como leña. Estirar las manos

para que el fuego nos recuerde que es invierno.


III

CONTRA EL ESTADO
DE BIENESTAR
LOS INVASORES

Los invasores llegan siempre a la misma hora.


Los árboles a un costado de la carretera
nos atemorizan tanto como las nubes

en el cielo. Los niños andan en bicicleta,


las niñas jugando en la calle: un signo
de lo que nos espera. Gente hurgando

en la basura en busca de comida, perros


paseando con una correa, fumadores
en las afueras de un bar. Ofertas

que nadie en su sano juicio se atrevería


a rechazar. Lecturas de poesía unipersonales.
Puentes mal construidos. Hospitales sin pacientes.

Si les resulta familiar es culpa suya. Mándense


a cambiar al bosque, pónganse un delantal
para escribir en el pizarrón, carguen

los ataúdes que poblarán estos poemas.


Barras bravas ingresando a los museos.
Calles sin pavimentar. Idiomas perdidos.

Dejen de llenarse la boca con la realidad.


Dejen de llenarse los bolsillos con el puerto.
Dejen descansar en paz a los fantasmas.

Una familia ha desaparecido y es lo único que nos interesa.


La última vez que la vieron estaban en la mesa del comedor.
Tenían puesta una frazada en el lugar que ocupa ese mantel.

Tenían puesta una frazada en el lugar que ocupa ese mantel.


A FAVOR DE LA PROFECÍA
PERO EN CONTRA DE LOS PROFETAS

Mi estrategia comunicacional es dejar


de comer como lo hacía antes. Los atentados
incendiarios son una señal del anhelado
fin de los tiempos. Tú y yo podríamos
salir a caminar tomados de la mano
como si viniéramos saliendo de una función
de cine y la solución final consistiera
en traspasar de lado a lado una sandía
con los mismos clavos utilizados en la cruz:
luego ponerla al lado de una botella y retratarla
bajo una luz que sólo anuncia su partida
cuando cae sobre los frutos del retrato
muertos mucho antes que la naturaleza.
LOST IN TRANSLATION

La máquina de pedir perdón


ha comenzado a ejercer su poder.
Los mineros ingresan a las galerías
precedidos de un canario que aún

no ha muerto. Los injertos han reemplazado


a la piel y la veta madre todavía produce
esas palabras que dejan perplejo

a medio mundo. Los partidos de fútbol americano


son la única forma de predecir
el destino que le espera a las multitudes
que hacen su ingreso a la historia

como quien busca su lugar entre el palco


y la galería: desde allí los ventiladores
mantienen una conversación
parecida a la que nosotros sostuvimos

con quienes estuvieran dispuestos a escucharnos


cuando todavía disfrutábamos de las prebendas
obtenidas en el campo de batalla: las heridas

confirmarían a la larga el curso de la historia


vaticinado en secreto por aquellos guardianes
del mito que se niegan a salir del anonimato.

Y no me digas que no te lo advertí.


La primera persona del singular es una pista.
Para descifrar las canciones que suenan en la radio.

Tararearlas es nuestro destino aunque ese tipo de palabras


pertenezca a la época en que acampábamos en la arena
y los frutos del trabajo eran un volcán en erupción

del que brotaba una mezcla de barro y poesía:


todo lo que venga después es bienvenido
con tal de que acepte el triunfo de la materia

como uno más de los titulares que hoy encabezan

las noticias. El resto son los dolores de parto


que acompañan el nacimiento de una herencia.
Primero hay que decidir los antepasados.

A posteriori el monto de la fortuna.


TÍTULO

Aunque nada pueda devolvernos los días de esplendor en la hierba


aún nos quedan esos días en la plaza Ñuñoa esperando a alguien
que no va a llegar. El lenguaje no impedirá que los bosques
se sigan quemando y culpen de ello a los mapuches, pero

al menos podemos entrar a la madera y dejar por escrito


el derecho que nos asiste a caminar por la misma calle
donde ya no queda ninguna huella de nuestro paso.
El sol no le impide a la fortuna presentarse como una

estación de metro para transformar los días de esplendor en la hierba


en uno de esos días en los que tuvimos la oportunidad
de arrepentirnos y no sabíamos ni queríamos saber
quién pidió una cita con el médico para escuchar la voz
de la secretaria/quién no tuvo tiempo y quién –teniéndolo–

lo vio pasar contando sílabas con la esperanza de poder medirlo.


La habitación de un hotel ha sido tantas veces visitada que todos
y cada uno de sus ocupantes pertenecen a una especie de familia.
No importa que no sea la misma pieza (nunca son los mismos

pasajeros. El ritual se repite como la pronunciación de la erre:


por los visillos se atisba un paisaje poblado de otros visitantes
que te observan a través de los visillos de otras tantas habitaciones
de hoteles, alguna vez esto fue una ciudad dispuesta a aceptar su fortuna

y/o la falta de la misma. Las ciudades-dormitorio de las afueras ocupan


ahora el centro y la antipoesía cayó presa de su propia trampa
y los criadores de abejas también son una especie en extinción.
La pesca con redes de arrastre (otro ritual que se repite) podría

solucionar la contaminación de los océanos por el uso indiscriminado


del plástico y la imitación del siglo de Oro. Los del noventa y ocho
solían sacarle en cara a los modernistas el abuso de las ballestas
en un tiempo en que escaseaban las aves. Las vanguardias les

respondieron con globos aerostáticos y zeppelines que volaban


en busca del fuego. Ninguno, sin embargo, fue capaz de devolvernos
los días de esplendor sobre la hierba. A lo sumo repetían con particular
entusiasmo el estribillo de una familia abandonada a su propia suerte
al interior de una casa, las escenas de horror y dipsomanía
intercalando sesiones de tortura y uno que otro rayado
para darle un broche de oro a la adolescencia: todo
consistía en llegar a alguna playa y contemplarla

en primera persona. Así los medios de producción


podrían dormir tranquilos y las sillas y los ataúdes
parecerían el sinónimo de un escándalo. Un niño
corre detrás de un funeral para ponerle las alas

a un angelito. Que eso después se transforme


en la historia de un país es como asfixiarse
con una cuerda buscando placer erótico.

Las praderas no se contradicen con los armarios.


La escritura automática con los aeropuertos.
Ni los viejos amigos con el enemigo.

-El sol es la única semilla.


Sí, lo sabíamos, lo escuchamos

en uno de esos tantos recitales donde repetía los mismos


poemas y se escuchaba el mismo tipo de aplausos.
A uno y otro lado de las líneas del metro
los que van a morir se saludan. Luego

abordan y se despiden. Las estaciones


son los círculos de un infierno del que sólo
se puede salir con las manos en alto. Nuestro hogar
ha sido transformado en un museo y la memoria

es un monolito en cada esquina de este barrio.


Las dueñas de casa son artistas y todo el resto
son culpables.
Para no ser comparadas
con los cerdos exhibidos como mariposas
que cuelgan de las paredes de las carnicerías

las ocho estrofas de verso octosílabo


que describen las playas de este país

han salido a marchar tomadas de la mano


cargando un lienzo que dice:

calle cerrada por reparaciones.


Los días de esplendor sobre la hierba

los vendedores de dulces que se suben en el metro


alcanzan a hacerse la América

de una estación a otra.


Santiago se encuentra entre medio.

Los pasajeros que se suben son sus habitantes.


El andén es un país que los recibe con los brazos abiertos.

El andén es nuestra última utopía.


GUY MONTAG

Leo los libros que no ha terminado mi hija.


Farenheit 451, El segundo sexo, La otra historia
de los Estados Unidos. Busco hasta qué página
llegó, me detengo en las frases subrayadas.
Me pregunto a cada instante por qué no los habrá
terminado. Y de ahí me largo: qué va a hacer cuando
salga del colegio, de qué va a vivir, con quién va
a vivir, voy a ser abuelo algún día, tendré
que pagarle el arriendo de una casa
cuando sea ya una mujer adulta (como
lo han hecho, más de alguna vez
mis padres conmigo. Doy vuelta la página
y veo que Ray Bradbury dice que hay un tiempo
de echar abajo y un tiempo de construir.
Un tiempo de guardar silencio. Un tiempo de hablar.
Vuelvo a colocar los libros en su repisa. Salió
con su madre a comprarse ropa para una fiesta.
Hace poco mis padres nos visitaron después
de catorce horas de vuelo. Mi viejo me regaló
una chaqueta y un pantalón porque –según dijo–
lo primero en que se fijan los alumnos, etc.
Este es un tiempo de guardar silencio.
De sacudir el polvo del lomo de esos libros.
Echar abajo es lo mismo que construir.
Una novela de ciencia ficción.
Convertida en un libro de historia.
EXTREMELY WHITE PEOPLE

Una profesora de lenguas clásicas recita a Kavafis


en su lengua original. Las ninfas del bosque
trabajan para la forestal Mininco. La casa cuesta
lo mismo que financiar la colegiatura
de una prole que brilla por su ausencia. Las palabras
del opresor no pueden ser las mismas con las que nos
deseamos felices cumpleaños cada vez que volvemos
a reunirnos. Una polera que diga. Esperando
a los bárbaros es un poema que no podría
ser escuchado con mayor atención que en esta
fiesta: un ejemplo perfecto de la distancia
que separa a las palabras de la realidad.
Cómo te lo explico: cada uno de nosotros

tiene que elegir el ojo de la aguja


por el cual atravesará hacia el cielo.
Cada uno de nosotros

ha admirado la altura de estos árboles


sin admitir la belleza

de la hierba que crece a ras del piso.


Es ella la que tiene que lidiar
con las hormigas marchando en fila.

Es ella la que tiene que lidiar


con nuestros pasos que vienen

a segarla. A impedir que siga creciendo


porque entonces habría que utilizar
otro tipo de adjetivos. Sin embargo
aquí en el bosque los atentados incendiarios

suelen atribuírseles a los únicos


que sabrían vivir de él y así lo habían

hecho hasta la llegada del cóndor y el huemul:


el escudo patrio deberían ser los camellos

encargados de la salvación de nuestras almas.


Los profesores reunidos en torno a una mesa
sobre la cual no se discute ninguna teoría literaria

sino un sinfín de recetas de cocina para combatir


la pobreza en el tercer mundo, el anhelado ahínco
que demuestran las aspirantes a reina de la primavera

y el enconado empeño de las aves por volar, sí: el empeño


de las aves por volar completan el menú de las conversaciones.
En el intermedio algunos se rascan la cabeza.

Otros se desvisten para prestar más atención.


La gran mayoría disfruta el aire libre. Uno que otro
alza su copa para celebrar este momento.

Yo que no soy blanco escucho en silencio sus palabras.


AQUÍ, AHORA

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THE CALLS

Small town girls, your boyfriends


came with you today because they
called in sick, or it’s their day off.

Your beauty deserves other stages


but America condemned you
to a population of five thousand

people. You are the waitresses


of the only Italian restaurant
in town, you answer the phone

for an insurance company for ever


stranded in the Midwest, you are
the mothers of those kids fascinated

by the firefighter’s truck. The merry-go-


round has been taken by assault for those
who couldn´t ride it during winter and start

shivering in front of the gilded horses, helicopters


circling the sky, small town girls, are paid by your taxes.
The helicopters circling the overcast sky are paid,

may you work, by your small town taxes: but you

still have to answer those calls.


But you still have to wake up

whenever the kids are crying, no matter their age


or their zip code. You do do your jobs
despite they only pretend to pay you
and you only pretend to care, moochers

is a metaphysical concept that you can grasp


only about half of the time you are awake.
The other half you don´t have the time

to go all over the menu with each and everyone


of your patrons. The other half is hard
to remember after eight hours standing

in your feet. But I did fall in love with you


when you asked me what your gonna have
tonite. And I respectfully answered:

a veggie burger with blue cheese. No pickle, no lettuce.


But please please lots and lots of onion.
Everything goes as rehearsed.

You wear your barrettes as if that could change anything.

Some branches show their sprouts.


How can I say that high school girls

are parading in this bitter October cold?

High school girls are parading in this friggin’ bitter October cold.
CONTRA EL ESTADO DE BIENESTAR

Ximena Azúa Ríos, militante de las Juventudes Comunistas


y madre de tres hijos de tres padres diferentes
dejaba que en Suecia le tocaran el pelo

mientras sus padres estaban exiliados. Después


escribiría sobre las monjas de la Colonia
y llamaba por el nombre de pila

a la directora de su tesis (desarrolle). Amaba


Valparaíso porque allí había nacido
y lo hubiera amado igual

aunque uno de sus parientes no la saludó


cuando se cruzaron por la calle
y tenía a los ratis encima.

Bailamos alguna vez


sin que eso significara ninguna
clase de compromiso político o ideológico:

las oficinas centrales de la universidad ya lucían


un mural de Bansky. Los alumnos colgaron
en los aros de básquetbol el resultado

de sus exámenes. Tú los miras como si estuvieran


desembarcando de un platillo volador.
Como si hubieran invertido

en el mercado de capitales cuando todos


los indicadores señalaban hacia
el sur. Si no me equivoco
esa también es la historia del país:
discutir estrategias electorales
para elegir al presidente de curso,

estampar kilómetros de propaganda


promocionando el jugo de uva, la sangre

derramada del cordero

que beberemos antes,


mucho antes de que corra por las calles.
ÁSPERO SONIDO

Hombre sin mujer


duerme solo en cama
con un solo lado que se hunde.
Comenta para nadie noticias que nadie
escucha. Pasa noches en vela sin nadie
que reclame por la luz prendida: y ese
primer artículo y este es el segundo,
tercero, cuarto, quinto de una lista que de ahora
en adelante sólo se puede prolongar
xq’ hombre sin mujer es imposible
de conjugar con verbos neutrales para siempre:
en la pieza de al lado alguien conversa
c/ alguien que le responde.

Hombre sin mujer


significa no dormir.

Toronto, 7/7/18
NO SOY CHARLIE IRIS

No sé articular esas maravillas que los nuevos


hacen pasar por objetos de lujo

recién traídos de Europa. A veces me pregunto


(porque a veces me pregunto) cuánto

falta para llegar, porque la carretera en línea


recta y los autos en el otro sentido

y así es Chile: una azotea hasta ayer abandonada


donde ahora se sientan a beber con luces

colgando de un cable y una botella


que ilumina: es la edad. ¿A ti

también te dijeron que la perseverancia


era el único camino para convertirte

en lo que ellos quisieran convertirte?


Uno escucha por la calle. Y a veces,

como hoy, escupe en la cara.


Sin cambiarse de acera.

Escúchanos Señor te rogamos.


LUBETZKY

No es la misma luz la que cae


sobre los bares a un costado del
camino que aquella acompañando

a los que entran en un bar al costado


del camino. Y al cruzar el umbral
la que sigue colándose por la

ventana no es la misma para aquellos


acodados en la barra que para el resto
de los que están sentados en una mesa

ni tampoco para las servilletas esparcidas


por el suelo. El reflejo de la luz en la pantalla
del televisor vuelve aún más blanco al

equipo blanco que está jugando, clientes


y camareros conversan como de costumbre
bajo esa misma luz (sus rostros apenas

si se ven. Los de la mesa parecen


no poder levantar sus ojos del
mantel. Imposible oírlos. La

luz se pierde entre las botellas


y la máquina del café allá en
el fondo, cubrió la mirada

de los parroquianos que se dieron


vuelta cuando entraron los forasteros
sentado ahora en esa mesa. La luz,

salomónica, los ha dividido en dos: un ángel


exterminador se encarga de que no puedan
tocarse, de que el bar permanezca a la vera

del camino después de que los forasteros


paguen, se suban al coche en que llegaron,
se pierdan por las carreteras construidas

con el sudor de todos los escuderos


que cargan aún con las viandas
de otros escuderos. Primer

plano del polvo que se levanta:


y un plano americano

como una despedida.


IV

DOS POEMAS CONTRA


LA PRESENCIA DE LOS
ELEFANTES EN LAS
CRISTALERÍAS
SEPPUKU (CONCEPCIÓN, 11 DE NOVIEMBRE DE 1983)

I.-

Las polillas se desesperan porque no pueden entrar.


El ventanal se los impide. Pareciera que tuvieran
algo urgente que comunicarme, algo sin lo cual
no debería seguir escribiendo bajo la luz
de la ampolleta por la cual están dispuestas

a dar la vida. Revolotean en torno al vidrio que permanece


inmutable. Aletean hasta el paroxismo, sedientas
de ese calor que, cuando llegan a él, las elimina
en cuestión de segundos: Ícaros de la noche,

traen un mensaje que nunca alcanzan a entregar.


Giran hasta calcinarse sin que nosotros las escuchemos,
nuestra criminal indiferencia resulta prescindible para el sacrificio,
no hay escritor que se precie que no haya estado rodeado de polillas,
invadido por esos ojos y esas antenas y esa capacidad de inmolarse

que en otro tiempo de seguro hubiéramos envidiado.


Kamikazes sin una guerra por combatir, estrellan
sus aeronaves contra el puente de los portaviones
que impávidos permanecen a su espera. Ahora hay

que practicar la misma paciencia de los monjes


budistas que se quemaban a lo bonzo en Vietnam
para que los hijos del sol naciente cumplan
con su cometido. Ahora hay que acordarse de Dios

por cada uno de nuestros terminales nerviosos.


Cada centímetro de piel que se obsesiona con el fuego.
Entonar en silencio nuestros cantos gregorianos.
Dirigirnos a la lámpara. No cejar.
Perder como una bendición.
El sol de lenguas.
La palabra

piel.

II.-

La tranquilidad de los monjes es la de alguien


que sabe pelear: nada lo altera. Es capaz
de recibir esos golpes que captan la atención

de la cámara, no del ojo, se los percibe


sin la mirada sino por costumbre
de practicar con una sombra que

cae a mediodía: por eso el fuego


es una protesta sin alarde,
arde la carne y no la piel

que sigue pegada a una creencia: las polillas


bajo la lámpara tienen algo que decir
sobre el libro que tenemos abierto

incluso si lo cerramos de golpe con una


de ellas en su interior: un signo
que algún día aprenderemos

a descifrar. Es como si mi nave espacial supiera


hacia donde tiene que ir. El lugar
exacto de la playa donde la ola

tiene que reventar. Hasta cuando


el fuego arder. Mantenerse el monje
hasta cuando inmutable

y perfecta la ortografía quede.


Y de algo haya.

LA DIALÉCTICA DEL AMO


Y DEL ESCLAVO
El tópico del viaje comienza de nuevo.
De la mano de un viajero inmóvil.
Pero dispuesto a alcanzar su destino.
Que no tiene que ver con mirar al horizonte.
Sino con la elegancia de las gaviotas frente al mar.
Una elegancia perdida con la que algunos miraban el sol.
Disputarse con la arena el favor de las muchachas en la playa.
Toda poesía es política. Si alguien habla de ellas.
Revolucionaria si promete hacerlo en voz alta.
Si en cambio decide hacerlo cuando ya estén viejas.
Y el único que las siga acompañando –a regañadientes– sea el sol.
Podría postular a una serie de adjetivos.
Cuyo precio todavía se discute en el mercado.
Aunque ninguno de ellos corresponda a la realidad.
Lo cual no hace más que encarecerlos ante la mirada.
Impertérrita de los postores aglomerados.
Alrededor del martillero que enumera. En voz alta las virtudes.
De un esclavo que inalterable les devuelve, desdeñoso, el escrutinio.
El deseo es la presencia de una ausencia. Traducida en la forma en que estalla.
Un cuerpo que aprendió a nadar entre las olas del Pacífico. Con un riel
Amarrado a la espalda. No es una metáfora. Aunque todo sea
Una metáfora. Las mayúsculas al principio de los versos.
Eran imprescindibles. Los epígrafes, en cambio.
Son involuntarios.
Estos poemas no se hubieran escrito
sin Edgardo Mantra Raya y Manuel Contorsionista,
sin el Enmascarado y la Madre Superiora,
sin Gonzalo Rojas ni Draupadí Mora,
sin Joe Bolton ni mi familia.

Este libro está dedicado a Ramón Mercader.


Este libro está dedicado al hombre del brazo dorado.
Estos poemas están dedicados a Haydèe Santamaría.
A Roberto Díaz Muñoz y a Enrique Cirules y a Laura Ruiz Montes.
A Damaris Puñales-Alpízar.
A la gente que aprendió a nadar en el océano Pacífico
con un riel amarrado a la espalda.
A Richard Brautigan.
Tláhuac, 26 de marzo,2018.
Novelty, 20 de septiembre, 2018.

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